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martes, 18 de septiembre de 2018

“Ahora los ricos ya no necesitan al pueblo”. Entrevista a Éric Vuillard, escritor, Premio Goncourt 2017.

El escritor Éric Vuillard (1968, Lyon) logró el año pasado el Goncourt, el mayor premio de las letras francesas. Lo hizo gracias a un relato histórico de solo 150 páginas, L’ordre du jour (El orden del día), editado en España por Tusquets-Edicions 62. En esta obra, tan irónica como enigmática, Vuillard explica el ascenso del nazismo a partir del Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi, en marzo de 1938. A través de descripciones incisivas y detalladas y recuperando hechos históricos que podrían resultar secundarios, pero que en este libro resultan luminosos, el escritor francés hace un retrato descarnado de las élites alemanas, austríacas y británicas de la Europa de entreguerras.

“Su ceguera y el menosprecio social (de las élites británicas) terminó desembocando en la impotencia de las democracias europeas ante el nazismo”, asegura Vuillard durante una entrevista en una cafetería cercana a la estación de trenes de Rennes, la capital de la Bretaña, donde reside desde hace varios años. Vuillard, que ya había recibido el reconocimiento de la crítica por su novela anterior, 14 juillet, sobre el inicio de la Revolución Francesa, desgrana los aspectos principales de sus últimas obras. En ellas, relata hechos históricos, pero estos interrogan constantemente al lector sobre problemáticas presentes, como la irresponsabilidad de las élites, el incremento de las desigualdades y el auge de la extrema derecha.

Su novela El orden del día trata sobre el Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi. ¿Por qué escogió este tema?
La lectura de las Memorias de Winston Churchill me llevaron a interesarme por el Anschluss. Ya las había leído cuando tenía 18 años, pero volví a leerlas y me di cuenta de algunos elementos interesantes que entonces me parecieron insignificantes. Uno de ellos fue la comida en Downing Street, que se produjo el mismo día del Anschluss (el 12 de marzo de 1938), entre el entonces primer ministro británico, Neville Chamberlain, y el ministro de Exteriores de la Alemania nazi, Joachim von Ribbentrop. En esta escena vemos la complacencia excesiva de Chamberlain hacia Ribbentrop, un comportamiento típico de la alta aristocracia británica. Me pareció un ejemplo claro de la hipocresía de la gentry británica y de las élites europeas de ese momento. Estas trataron a los nazis con el menosprecio de una aristocracia y alta burguesía que los veía como arribistas. Pero esta ceguera y menosprecio social terminó desembocando en la impotencia de las democracias europeas ante el nazismo.

El comportamiento y la subjetividad de las élites es en el fondo el tema principal de su novela.
Sí, lo que me pareció más interesante describiendo el Anschluss fue hacer el retrato de una élite. Formar parte de una élite no significa solo ocupar, por ejemplo, un puesto en el gobierno, sino compartir una subjetividad producida por un espacio. Uno de los grandes problemas que tenemos en la actualidad es la constitución de las élites y la relación del pueblo con ellas.

¿Considera que en la actualidad podríamos hablar de una radicalización de las élites como lo hace el sociólogo Emmanuel Todd?
En el libro El orden del día vemos cómo se produce una radicalización del menosprecio, sobre todo de la aristocracia británica. Me parece asombroso que el conde de Halifax titulara Plenitud de días su libro de memorias, en el que sobre todo hablaba de la Segunda Guerra Mundial. Esto nos muestra un menosprecio del dolor, los muertos y del sufrimiento de otros. En la actualidad, seguimos viendo este menosprecio y cómo las élites se comportan sin escrúpulos y de forma poco responsable. Esto se debe al hecho de que no hay prácticamente ningún poder que les haga frente.

Estas élites parecen cada vez más alejadas e inaccesibles para el pueblo…
En el siglo XIX ya existía una gran división entre el pueblo y las élites. Pero entonces las élites eran mucho más reducidas y más visibles, el pueblo las veía constantemente. Ahora los más ricos ya no necesitan al pueblo. Solo se codean con las clases medias, viven en barrios apartados, pueden pedir que les entreguen la compra a domicilio…Esto también afecta al trabajo del escritor. ¿Cómo podemos escribir sobre unas clases pudientes que ya no frecuentamos ni vemos? Ante esta ceguera, el pasado es un recurso.

Podemos documentarnos sobre hechos históricos a través de archivos, fotografías, películas… Me resultó muy sorprendente el hecho de que el exministro de Economía griego, Yani Varoufakis no tuviera derecho a tomar apuntes durante las reuniones del Eurogrupo, en las que se debatía sobre el rescate de Grecia. Nadie podía hacerlo. Lo que nos muestra que estas reuniones no dejan archivos. Constantemente hay reuniones entre dirigentes políticos y grandes empresarios y no sabemos lo que se decide en ellas. En cambio, sobre el pasado tenemos incluso conocimiento de una reunión secreta entre altos dirigentes nazis y los grandes empresarios alemanes en febrero de 1933, poco antes de la llegada al poder del nazismo. Sabemos lo que se pasó durante este encuentro porque nadie prohibió al industrial Gustav Krupp que tomara notas. Así que ahora podemos saber cómo se forjó esta alianza entre los grandes empresarios alemanes y el nazismo.

A pesar de que el tema principal de su obra es la anexión de Austria por el nazismo, empieza hablando sobre esta reunión entre altos dirigentes nazis y los pesos pesados de la industria alemana, Krupp, Albert Vögler o Wilhelm von Opel. ¿Por qué?
Lo más chocante de esta reunión entre dirigentes nazis y el patronato industrial es que muchos de estos empresarios, como Krupp, no se reunieron solo con los nazis, sino también con otros dictadores y dirigentes. Tratan a los nazis como a jefes de Estado ordinarios. No son ni más ni menos competentes para aplicar una política de estabilidad que priorice la economía. Para los empresarios, se trata de una reunión ordinaria. Lo que resulta terrible.

Lo que demuestra las profundas contradicciones entre el capitalismo, el progreso moral y la democracia…
Tanto en las escuelas de negocios como en las facultades de Economía, se concibe la economía política como una ciencia desprovista de moral. Se explica que la gestión de los negocios requiere una ausencia de moralidad para ser eficaz. Este pensamiento es el que rige la reunión entre los dirigentes nazis y los empresarios alemanes. Por el bien de sus negocios, aceptaron pactar con los nazis y participar en un complot que tenía como objetivo la destrucción de la República de Weimar.

Además de favorecer la llegada al poder del nazismo, grandes empresarios, como el mismo Krupp, se beneficiaron del trabajo forzoso en los campos de concentración. ¿También se repitieron este tipo de situaciones en Francia?
Sí, sin duda. Por ejemplo, Renault fue nacionalizada después de la guerra por su colaboración con el Ejército alemán. El grupo Berliet también se benefició del trabajo en los campos de concentración. El interés económico no tiene fronteras. Quizás la única gran diferencia eran las costumbres más rígidas y autoritarias de las empresas alemanas. Un estilo que todavía podemos ver en la actualidad.

Otro de los episodios más chocantes de su última novela es la escena en la que los tanques, pocos kilómetros después de haber cruzado la frontera con Austria, sufren averías y se quedan varados. ¿Cómo descubrió esta escena? ¿Por qué la incluyó?
Lo más interesante de esta escena es que nos muestra el carácter improvisado de la anexión de Austria en 1938. Entonces, los tanques estaban preparados para circular 5 o 10 kilómetros, pero no los más de 100 que separaban Viena de la frontera con Alemania. Esto explica la mayoría de averías que sufrieron los tanques y que tuvieran que ser transportados en tren hasta la capital austríaca. Además, en ese momento los blindados alemanes no estaban preparados para combatir contra los tanques franceses. En definitiva, esto nos muestra que la “Blitzkrieg”, la guerra relámpago de la Alemania nazi consistió, sobre todo, en crear la idea de una capacidad militar imparable a través de una estrategia miserable.

Es decir, ¿el “blitzkrieg” (guerra relámpago) fue sobre todo una construcción de la propaganda alemana?
El “blitzkrieg” como teoría militar consistente no se construyó hasta después de la campaña en Francia, en 1940. Antes de todo fue un mito, después se construyó la teoría militar. De hecho, la mayoría de las imágenes del Anschluss de las que disponen ahora los documentalistas son imágenes difundidas por el mismo Ministerio de la Propaganda nazi, dirigido por Josep Goebels. Estas nos muestran un ejército muy disciplinado, motorizado y eficaz. Algo que no se correspondía con la realidad, como lo demuestra el episodio de las averías en los tanques nazis nada más cruzar la frontera con Austria. El “blitzkrieg” fue, sobre todo, un mito que fracasó durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial, especialmente durante la campaña en Rusia.

La mayoría de sus novelas tratan sobre hechos y personajes históricos.
Me intereso por la historia porque me resulta muy complicado hablar sobre el presente. El mundo en el que vivimos me parece ambiguo y disperso; la situación actual resulta muy confusa. Ninguno de nosotros podrá decir qué sucederá en el futuro. Es un futuro inquietante aunque, aparentemente, nada cambia.

En su trabajo sobre el pasado y la historia, vemos una cierta similitud con lo que reivindicaba el escritor alemán Walter Benjamin de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”. ¿Le parece una comparación pertinente?
Benjamin murió demasiado joven, la mayoría de sus obras están incompletas, solo contienen fragmentos. Esto favorece que siempre haya ambigüedades. Pero uno de los aspectos que me parece más interesante en Benjamin es la manera en la que establece una relación entre el pasado y el presente. De forma poética, nos transmite que en el pasado siempre hay fragmentos que están a la espera de nuestra interpretación. Miramos cada momento histórico en función de nuestra época. El pasado no está muerto, se reconfigura constantemente. En Benjamin hay una forma de marxismo histórico, pero más flexible, líquido.

Pero a diferencia de lo que solía hacer la historiografía social, usted prefiere hablar sobre las élites políticas y económicas. ¿Por qué?
Creo que ha habido dos etapas tanto en la literatura como en la historia a lo largo del siglo XX y a principios del XXI. La primera de ellas empieza con la Primera Guerra Mundial, en la que los pueblos europeos, sobre todo los franceses y alemanes, fueron abandonados en las trincheras europeas durante cuatro años. El segundo gran hecho histórico fue la revolución bolchevique, que generó una gran inquietud entre las élites. Estas experiencias tuvieron una gran influencia en la literatura europea: Erich Maria Remarque, en Alemania o con Louis-Ferdinand Céline o Jean Giono, en Francia.

Entonces, se enterró definitivamente el mito de la guerra y la literatura se dedicó a contar el sufrimiento de soldados anónimos. Las ciencias humanas también siguieron este camino, con la escuela de los Anales de Marc Bloch y Lucien Febvre. El objetivo no era hablar de las élites, sino explicar el sufrimiento de los campesinos, de los obreros… Pero el problema de esto es que se dejó de lado a aquellos que toman las decisiones que afectan a nuestras vidas. Así que ahora debemos interesarnos de nuevo por las élites. Para ello hace falta construir nuevos estilos literarios. Yo apuesto por una forma de relato no lineal en el que se hable de las élites, pero también de los que sufren.

En el último capítulo de El orden del día, asegura que “nunca caemos dos veces en el mismo abismo, pero siempre caemos de la misma forma con una mezcla de ridículo y horror”. ¿Le preocupa el auge de la extrema derecha en Europa?
Creo que estamos en una situación de gran ambigüedad e incertidumbre. Europa se construyó con promesas de paz y de unión, de eficacia económica y de democracia. Pero en el mundo actual la eficacia económica no necesita para nada la democracia, así lo refleja perfectamente el caso de China. Esto hace que los liberales sean menos liberales y prioricen la eficacia en lugar de la libertad. Por ejemplo, con el caso del nuevo Gobierno italiano, lo que preocupaba a la Unión Europa no era que se eligiera a un neofascista como ministro del Interior (Matteo Salvini), sino a un ministro de Finanzas (Paolo Savona) crítico con el euro. Esto nos muestra claramente que lo que importa a las élites es la relación entre las finanzas y la UE. En cambio, el auge de la extrema derecha y el autoritarismo no les preocupa demasiado.

Su novela 14 juillet, en la que describe la toma de la Bastilla en el verano de 1789, fue publicada en la primavera de 2016, al mismo tiempo que surgió el movimiento de indignación Nuit Debout en Francia. ¿Influyeron el movimiento de los indignados, las primaveras árabes y otros semejantes en la escritura de este libro?
Quería escribir sobre una insurrección popular. Pero la mayoría de las revueltas que escogía habían fracasado tras ser reprimidas. Escribir sobre ello hubiera resultado reaccionario. Aunque se trate de hechos incomparables, con los movimientos de indignados y con la Nuit Debout teníamos sentimientos parecidos a los de la Revolución Francesa. Resurgía el sentimiento colectivo, de volver a hablar entre nosotros en asambleas populares. Me pareció que el 14 de julio era la fecha más indicada, ya que no solo se trata de una insurrección victoriosa, sino que ahora se ve como una fiesta nacional. Quise recuperar el 14 de julio desde el punto de visto del pueblo. Deconstruir la toma de la Bastilla petrificada en fiesta nacional y mostrarla como una insurrección popular, en la que las clases populares tuvieron un rol fundamental.

Curiosamente, nació en Lyon en mayo de 1968. ¿Qué ha representado para usted el Mayo del 68?
Mi padre participó en él y, durante mi juventud, esta experiencia siempre estuvo presente durante las conversaciones con amigos mayores que habían participado en las movilizaciones. La visión que no respaldo de Mayo del 68 es que fue un movimiento únicamente a favor de la liberación sexual y de las costumbres. Simpatizo bastante más con el 68 político. Esa revuelta fue la última vez en que fructificó una esperanza colectiva. Este sentimiento fue compartido por una parte muy significativa de la población francesa, desde los estudiantes hasta los obreros. Esto no es un hecho menor. Hay una frase que me apasiona de la obra de Jean-Paul Sartre L’Espoir Maintenant. En ella dice: “Nunca he considerado la esperanza como una ilusión lírica”.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20180912/Culturas/21684/nazismo-eric-vuillard-francia-segunda-guerra-elites-economicas-capitalismo-enric-bonet.htm

Éric Vuillard: “Recurrir a la ficción puede ser engañoso”  Goncourt premia una novela sobre el ascenso de  Los cocineros del Infierno, MANUEL RIVAS. Se trata de El orden del día, de Éric Vuillard “Recurrir a la ficción puede ser engañoso”.
 El escritor francés publica 'El orden del día', crónica impresionista del ascenso de Hitler al poder, con la que se llevó el Premio Goncourt.

domingo, 26 de agosto de 2018

German car company 'used hair from Jews murdered at Auschwitz'

German car company 'used hair from Jews murdered at Auschwitz'

The German government is in the embarrassing position of having to decide whether or not to bail out an industrial giant accused of using the hair from Jews murdered in the gas chambers of Auschwitz to make textiles at its factories in Nazi occupied Poland during the Second World War.

By Allan Hall in Berlin 7:00 AM GMT 03 Mar 2009

The Schaeffler group is lumbered with close to £14bn worth of debt after buying out the major European auto parts and tyre maker Continental last year in a hostile takeover.

When the global crunch hit shortly after the purchase, the group began teetering on the brink of bankruptcy, threatening the jobs of 220,000 people around the world.

It has asked for German state aid and Berlin was said to be receptive to its overtures "until details of its dark past under the Nazis came to light".

Last week the group issued the findings of an independent historical stocktaking of its activities in the Third Reich, one of numerous concerns to do so in recent years. It admitted the widespread use of forced labourers who worked and died under appalling conditions in its factories in occupied Poland which were switched from consumer goods to armaments in wartime.

The company released the findings on the back of internet rumours that the plants had also utilised the hair from many of the inmates who died at Auschwitz, a charge it vehemently denied.

But the allegations have returned to haunt the company this week with the findings of the deputy director of the Auschwitz memorial site, Dr Jacek Lachendro.

He claims that 1.95 tons of human hair – "it was shaved from the heads of the victims before they were gassed" – was found in a Schaeffler textile factory after the war ended. He says he also has records from the camp of former slave labourers at the camp who were responsible for despatching the hair in two railway car loads to the Schaeffler enterprise, which back then operated under the name Davistan AG.

He said the hair was examined after the war and found to contain traces of Zyklon- B; the pesticide which the Nazis used at Auschwitz to kill an estimated 1.1 million people, most of them Jews.

The ruins of the Schaeffler plant at Kietrz are three hours drive away from Auschwitz. At the end of the war the Schaeffler brothers resettled their industries in Bavaria.

The Nazis used the hair of death camp victims make rough work clothes and to line the boots of U-boat crews.

Against this backdrop, Berlin is in a moral quandary about further aid for the company's owners who are now being pressured to surrender control to the banks that financed the ill-fated deal Continental deal.

The Schaeffler family have called on the German government for help.

The family hope that winning state backing will strengthen their hand with banks. Government help could come in the form of guarantees that Schaeffler refinance some of its debt on cheaper terms, also letting current lenders off the hook.

Schaeffler recently conceded extra rights to staff to win trade union backing for its bid for state aid. Union chief Berthold Huber, a powerful political figure in Germany, threw his weight behind the family's call for help from Berlin.

But one government insider familiar with the negotiations said: "It is a difficult moral call to be seen helping a company that may have utilised the hair of tens of thousands of murdered people."

The company's historian dismissed the allegations.


Compañía automovilística alemana 'usó cabello de judíos asesinados en Auschwitz'

El gobierno alemán se encuentra en la embarazosa posición de tener que decidir si rescata o no a un gigante industrial acusado de usar el cabello de judíos asesinados en las cámaras de gas de Auschwitz para fabricar textiles en sus fábricas en la Polonia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. .

Por Allan Hall en Berlín 7:00 AM GMT 03 de marzo de 2009

El grupo Schaeffler tiene una deuda cercana a los 14.000 millones de libras esterlinas después de comprar el año pasado al principal fabricante europeo de repuestos de automóviles y neumáticos Continental en una adquisición hostil.

Cuando la crisis mundial golpeó poco después de la compra, el grupo comenzó a tambalearse al borde de la bancarrota, amenazando los puestos de trabajo de 220.000 personas en todo el mundo.

Ha pedido ayuda estatal alemana y se dice que Berlín es receptiva a sus propuestas "hasta que salieron a la luz detalles de su oscuro pasado bajo los nazis".

La semana pasada, el grupo publicó los resultados de un balance histórico independiente de sus actividades en el Tercer Reich, una de las numerosas preocupaciones que ha tenido para hacerlo en los últimos años. Admitió el uso generalizado de trabajadores forzosos que trabajaron y murieron en condiciones espantosas en sus fábricas en la Polonia ocupada, que se cambiaron de bienes de consumo a armamentos en tiempo de guerra.

La compañía dio a conocer los hallazgos tras los rumores de Internet de que las plantas también habían utilizado el cabello de muchos de los reclusos que murieron en Auschwitz, un cargo que negó con vehemencia.

Pero las acusaciones han vuelto a atormentar a la compañía esta semana con los hallazgos del subdirector del sitio conmemorativo de Auschwitz, el Dr. Jacek Lachendro.

Afirma que se encontraron 1,95 toneladas de cabello humano, "se les quitó la cabeza a las víctimas antes de ser gaseadas", en una fábrica textil de Schaeffler después de que terminó la guerra. Dice que también tiene registros del campamento de ex trabajadores esclavos en el campamento que fueron responsables de enviar el cabello en dos vagones de ferrocarril a la empresa Schaeffler, que en ese entonces operaba bajo el nombre de Davistan AG.

Dijo que el cabello fue examinado después de la guerra y se encontró que contenía rastros de Zyklon-B; el pesticida que los nazis usaron en Auschwitz para matar a aproximadamente 1,1 millones de personas, la mayoría de ellos judíos.

Las ruinas de la planta de Schaeffler en Kietrz están a tres horas en coche de Auschwitz. Al final de la guerra, los hermanos Schaeffler reubicaron sus industrias en Baviera.

Los nazis usaban el cabello de las víctimas de los campos de exterminio para hacer ropa de trabajo áspera y para forrar las botas de las tripulaciones de los submarinos.

En este contexto, Berlín se encuentra en un dilema moral acerca de la ayuda adicional para los propietarios de la empresa, que ahora están siendo presionados para que cedan el control a los bancos que financiaron el trato nefasto con Continental.

La familia Schaeffler ha pedido ayuda al gobierno alemán.

La familia espera que ganar el respaldo del estado fortalezca su posición con los bancos. La ayuda del gobierno podría venir en forma de garantías de que Schaeffler refinancia parte de su deuda en términos más baratos, lo que también dejaría libres a los prestamistas actuales.

Schaeffler concedió recientemente derechos adicionales al personal para obtener el respaldo sindical para su oferta de ayuda estatal.

El jefe sindical Berthold Huber, una poderosa figura política en Alemania, apoyó el pedido de ayuda de la familia desde Berlín. Pero una fuente del gobierno familiarizada con las negociaciones dijo: "Es un llamado moral difícil ser visto ayudando a una empresa que puede haber utilizado el cabello de decenas de miles de personas asesinadas".

El historiador de la empresa desestimó las acusaciones.

domingo, 19 de agosto de 2018

El joven que rechazó 100.000 dólares con 27 años gana el ‘Nobel’ de las matemáticas. El alemán Peter Scholze recibe la medalla Fields junto al iraní Caucher Birkar, el australiano Akshay Venkatesh y el italiano Alessi Fegalli.

Con 17 años tocaba el bajo en un grupo de rock, con 24 se convirtió en el catedrático más joven de la historia de Alemania —tras estudiar la carrera de Matemáticas en solo año y medio— y con 27 rechazó un premio New Horizons para jóvenes matemáticos prometedores, dotado con 100.000 dólares. Hoy, con 30 años, Peter Scholze es uno de los cuatro investigadores reconocidos con la medalla Fields, considerada como un premio Nobel para matemáticos menores de 40 años. Los otros tres ganadores son el iraní Caucher Birkar, el australiano Akshay Venkatesh y el italiano Alessi Fegalli.

Los cuatro eran habituales en las quinielas de los premios. Scholze, nacido en Dresde en 1987 y recién nombrado director del Instituto Max Planck de Matemáticas, es el padre de una nueva clase de estructuras geométricas, los espacios perfectoides, que han sido muy útiles en el llamado Programa Langlands. Se trata de “una teoría fascinante que teje una telaraña de sensacionales conexiones entre campos matemáticos que a primera vista parecen encontrarse a años luz de distancia: álgebra, geometría, teoría de números, análisis y física cuántica”, según describe el ruso-estadounidense Edward Frenkel en su libro Amor y matemáticas. “Si vemos estos campos como continentes en el mundo oculto de las matemáticas, el Programa Langlands constituiría el dispositivo definitivo de teletransporte, capaz de llevarnos instantáneamente de uno a otro, de ida y de vuelta”, añade Frenkel.

Otro de los premiados, Caucher Birkar, nació en 1978 en una región kurda de Irán, en la frontera con Irak

Scholze nunca ha explicado por qué rechazó el premio New Horizons y sus 100.000 dólares, pero en algunos foros matemáticos se especula con que, siendo ya uno de los mejores de su disciplina con 27 años, no veía sentido a recibir un premio para investigadores prometedores. “Está considerado como uno de los matemáticos más brillantes de su generación”, ha explicado hoy en un comunicado José Ignacio Burgos, investigador del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT).

Los ganadores de la medalla Fields —que se entrega cada cuatro años— se han dado a conocer en el Congreso Internacional de Matemáticos que se ha inaugurado hoy en Río de Janeiro (Brasil). La iraní Maryam Mirzakhani, fallecida el año pasado a los 40 años, es la única mujer entre los más de medio centenar de premiados desde 1936. Los cuatro varones galardonados en esta edición comparten su precocidad. Akshay Venkatesh, nacido en 1981 en Nueva Delhi (India) y criado en Australia, ganó con solo 12 años una medalla en la Olimpiada Matemática Internacional. Con 13 años, empezó la carrera de Matemáticas y Física en la Universidad de Australia Occidental. Con 20 años, acabó su doctorado en la Universidad de Princeton, en EE UU. Y desde los 27 años es profesor en la Universidad de Stanford.

Caucher Birkar nació en 1978 en Marivan, una región kurda de Irán, en la frontera con Irak. Su especialidad es la geometría algebraica, un mundo multidimensional en el que multitud de ecuaciones definen otra multitud de formas, como las elipses y los llamados óvalos de Cassini, según resume el congreso brasileño en un comunicado. Birkar, tras estudiar Matemáticas en la Universidad de Teherán, emigró al Reino Unido. Hoy, ya con la nacionalidad británica, es catedrático de la Universidad de Cambridge.

El cuarto galardonado es el italiano Alessio Figalli (Roma, 1984). El matemático, hoy catedrático de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, hizo su tesis doctoral en solo un año, bajo la supervisión del francés Cédric Villani, una de las caras más conocidas de las matemáticas mundiales gracias a su peculiar manera de vestir. Figalli ha realizado “contribuciones fundamentales” a la llamada teoría de regularidad del problema del transporte óptimo, según destaca el ICMAT. “Esta cuestión consiste en distribuir recursos de forma que el coste de un cierto proceso sea el menor posible. Por ejemplo, la transmisión de oxígeno a las células, o la distribución de mercancías entre un almacén central de una cadena y todos sus supermercados”, detalla la institución.

https://elpais.com/elpais/2018/08/01/ciencia/1533136683_169209.html?autoplay=1

jueves, 12 de julio de 2018

El café berlinés que odiaba Goebbels. Una crónica recupera la breve historia del Romanisches, por el que pasaron Albert Einstein, Bertold Brecht, Billy Wilder o Joseph Roth

Francisco Uzcanga Meinecke, director de los departamentos de Español y Estudios Culturales en la universidad alemana de Ulm, estaba buscando información para escribir un ensayo sobre el mundo de la cultura en el Berlín de entreguerras cuando se topó con un párrafo que le llamó la atención: "Los judíos bolcheviques están sentados en el Romanisches Café y urden ahí sus siniestros planes revolucionarios; por la noche invaden los locales de esparcimiento de la Kurfürstendamm, se dejan incitar al baile por orquestas de negros y se ríen de las miserias de la época". Cuando leyó que su autor era Joseph Goebbels, el famoso ministro de Propaganda de Hitler, pensó para sí mismo: "Debía de ser un lugar fascinante".

El edificio del Romanisches Cafe de Berlín, en torno a 1900.

Indagó sobre el local, que ya no existe, y descubrió que, durante los convulsos años en que Alemania pasó de la hiperinflación galopante y el trauma de Versalles al ascenso nazi al poder  el romanisches Café fue lugar de reunión, debate y borracheras de tantos artistas, intelectuales y periodistas que hoy ocupan un lugar destacado en la historia que basta con citar unos pocos (Albert EinsteinBertold BrechtBilly WilderJoseph RothOtto Dix) para entender su importancia. Fue entonces cuando decidió convertir la cafetería en el tema central de su libro, publicado por la editorial Libros del K.O. con el título El café sobre el volcán, que parafrasea una expresión alemana referida a la República de Weimar: "El baile sobre el volcán".

“El Romanisches encarnó el Berlín de aquella época. Es decir, todo aquello que odiaban los nazis: el cosmopolitismo, la modernidad, la literatura de asfalto…”, asegura Uzcanga Meinecke por teléfono desde Alemania. Las cafeterías berlinesas, añade, representaban el concepto antagónico de las cervecerías bávaras en las que germinó el nazismo.

Ubicado en la célebre avenida Kurfürstendamm, el Romanisches se convirtió en lugar de moda por casualidad, cuando los miembros de una tertulia abandonaron enfadados una cafetería cercana y recalaron allí. “Quizás tan solo porque llovía y estaba al lado", señala el autor. El sitio -céntrico, grande, acristalado y con una amplia terraza- fue ganando fama.

En su apogeo, en la primavera de 1929, era tan popular que los autobuses turísticos se detenían frente a él. "Allí se mezclaban todos: habituales, buscavidas y turistas", resume Uzcanga Meinecke. Elias Canetti, entonces un traductor adolescente, describía el sitio como una mezcla nada virtual de lo que hoy serían Twitter, Tinder y LinkedIn juntas: "Las visitas al Romanisches Café, que por supuesto eran placenteras, no eran solo eso: nacían de la necesidad de exhibirse, de automanifestarse. Nadie se resistía a ello. Quien no quería ser olvidado tenía que dejarse ver por ahí". Pocos años antes, el sitio figuraba en una guía alternativa sobre gemas desconocidas en la zona.

Acudía en esa época una actriz casi anónima, Marlene Dietrich, que rodaba con Josef von Sternberg el film que le lanzaría al estrellato, El ángel azul. Quien ya era famoso entonces (había ganado el Nobel ocho antes) era otro habitual, Albert Einstein. No tenía mesa fija, pero cuando llamaba le reservaban una mesa a la que a veces acudía acompañado de alguna admiradora, lo que le ganó el apelativo del "marido relativo". Stefan Zweig o Thomas Mann, que vivían respectivamente en Salzburgo y Múnich, lo frecuentaban cuando pasaban por la capital.

Allí compartíeron mesa dos conocidos actores, Heinrich George y Peter Lorre. El tiempo les reservaría destinos muy distintos. George, que había militado en el partido comunista, se sumó con entusiasmo a las películas de propaganda nazi y murió en un campo de concentración soviético tras la guerra, en 1946. Lorre emigró a Estados Unidos a raíz de la victoria electoral de Hitler y acabó rodando a las órdenes de John Huston, Alfred Hitchcock, Frank Capra o Michael Curtiz. Hoy es considerado uno de los mejores secundarios de la historia del cine.

En una ciudad con más de cien productoras, cuatrocientas salas de cine y cuna de obras maestras del expresionismo como El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu o Metrópolis, no es de extrañar que un grupo de jóvenes preparase su ópera prima en el Romanisches. Eran cuatro cinéfilos empedernidos con tres elementos en común: proceder del este, ser judíos y haber recalado en Berlín soñando con una carrera detrás de la cámara. Con un presupuesto exiguo, gestaron una película muda, Los hombres del domingo, con actores aficionados que se representaban a sí mismos y rodada en parte en la terraza del café porque el dueño no les cobraba por ello. Esa enigmática secuencia en el Romanisches (un diálogo seductor interrumpido por el hallazgo de una oruga en uno de los vasos) dio inicio a las carreras de Billy Wilder, el genio que acabaría firmando El apartamento, Perdición o Con faldas y a lo loco y al que Fernando Trueba dedicó su Óscar porque no creía en dios pero sí en élFred Zinnemann, cuatro estatuillas por clásicos como Solo ante el peligro o De aquí a la eternidad; Robert Siodmak, un nombre fundamental del cine negro; y Edgar G. Ulmer, famoso por sus largometrajes de serie B.

También frecuentaban el café personajes peor tratados por el filtro de la historia, pero que formaban parte de su esencia. Es el caso de la actriz Elizabeth Bergner, que iba de mesa en mesa provocando a los clientes masculinos con la frase "El único hombre que me ha hecho daño ha sido mi dentista", o de su colega de profesión Ruth Landshoff, "a veces gallina, a veces gallo", como solía describir su bisexualidad.

Así fue hasta el inicio de la década de los Treinta, cuando empezó a palparse el fin del ciclo glorioso del Romanisches. Tocado por el abandono de algunas de sus viejas glorias y los efectos en Alemania del ‘crack del 29’ neoyorquino, se hundió definitivamente en marzo de 1933, cuando una patrulla nazi entró y destrozó el mobiliario. Dos meses antes, Hitler había sido nombrado canciller. No están muy claros los detalles del episodio, pero sí que a partir de ese día el Romanisches dejó de ser el Romanisches. “Se convirtió en un café vulgarcito y normal. Escribir una crónica de esos diez años sería dejar muchas páginas en blanco", señala el autor tras recordar que con el paso del tiempo "en torno al 70% de los clientes del café se fue al exilio, bastantes acabaron en los campos de concentración y unos pocos, no judíos, en el exilio interior".

El edificio perduró hasta 1943, cuando fue bombardeado por la fuerza aérea británica en el marco de la Segunda Guerra Mundial. El café desapareció, pero su nombre siguió vivo en las mentes de algunos nazis como sinónimo de inferioridad y decadencia. Con Alemania camino de la derrota, el presidente del máximo órgano judicial del Tercer Reich, Roland Freisler, dictó en 1944 las sentencias contra los organizadores de la Operación Valquiria, una fallida conspiración de militares aristócratas para asesinar a Hitler. Al condenar a muerte a uno de ellos, Adam von Trott, se lanzó a describirle a gritos: "Una triste figura tanto en cuerpo como en espíritu, tanto en la actitud vital como intelectual; el prototipo de intelectual ingeniosillo, desarraigado y sin carácter del Romanisches Café". "No se le ocurrió insulto peor", señala Uzcanga Meinecke. "Tampoco necesitaba decir más para que entendieran al tipo de gente al que se refería".

Durante muchos años apenas quedó allí un solar que albergó números circenses, espectáculos de lucha libre y hasta un podio para oradores mesiánicos. Luego se instalaron unos barracones con puestos de comida rápida y una sala de cine X. Hoy ocupa el lugar un centro comercial con una cafetería bautizada Romanisches. “Estoy seguro -lamenta- de que el 90% de sus clientes no sabe que se llama así en homenaje a un café legendario que hubo allí”.

UN LUGAR PARA JOSEP PLA, EUGENI XAMMAR Y CHAVES NOGALES

El Romanisches Café albergó una tertulia de corresponsales extranjeros, atraídos por la amplitud del lugar y los ejemplares de prensa de otros países. Entre ellos estaban dos conocidos periodistas catalanes, Josep Pla y Eugeni Xammar, que integraban allí lo que el primero definió como "un grupo divertido". Pla estaba destinado unos meses a Berlín para cubrir la hiperinflación, que generó gran interés en el resto de Europa, mientras que Xammar vivió varios años en la urbe y fue uno de los principales cronistas del ascenso del nazismo “Estoy bien y aquí hemos formado un grupo divertido, en el Romanisches Kaffee, en Charlottemburg, que es el barrio judío de Berlín. Viene Xammar, que es formidable; el ruso Tassin, furibundo antibolchevique; (Julio Álvarez del) Vayo; dos o tres periodistas italianos y tres profesores españoles pensionistas, que son una gente que no mata a moros pero que es lo mejor que tienen los españoles. Charlamos mucho”, escribía Pla a su hermano Pere en una carta fechada en 1923.

En una época de inflación desbocada en que se codiciaban las divisas extranjeras vivían a cuerpo de rey gracias a un truco: recibir el sueldo en billetes pequeños y cambiar a marcos un billete de una peseta justo antes de entrar al restaurante.

Ambos publicaron en esa época en La Veu de Catalunya y La Publicitat sendas entrevistas con Hitler, poco después del fallido putsch de Múnich de 1923. Parece que son falsas, un invento, pero no está demostrado.

Fue en el Romanisches donde Pla recordaba haber conocido a su futura novia Aly Herscovitz, una judía berlinesa de 21 años. "Había recibido una enseñanza y una educación muy buenas, dominaba el francés y el inglés, y tenía una conversación agradabilísima [...] La conocí en el café, probablemente en el Romanisches café, muy cerca de Furfuürstendamm. La invité a cenar; aceptó, y al cabo de dos o tres comidas vino a vivir al piso donde yo vivía", contaba Pla en una nota autobiográfica. Una década más tarde, cuando el partido nacionalsocialista ganó las elecciones, huyó a París, donde fue detenida en 1942 en la famosa Redada del Velódromo de Invierno y deportada al campo de exterminio de Auschwitz.

También pisó el Romanisches otro gran cronista español, Manuel Chaves Nogales, enviado especial del diario Ahora para cubrir la investidura de Hitler. En un artículo relató una visita de madrugada al lugar: "Aún se ven unos tipos agudos arbitristas y unos sujetos con aires de sonámbulos a los que identifica ese color cetrino y ese aspecto feble del intelectual de oficio. Pero por poco tiempo. Por Tauentizien avanzan, cada vez más arrogantes, los hombres de Hitler con sus altas botas ferradas y sus camisas pardas. Y la gente que daba el tono a Berlín va encogiéndose y disimulándose más y más. Pronto no quedará ninguno"

https://elpais.com/cultura/2018/04/17/actualidad/1523978920_612022.html

jueves, 28 de junio de 2018

Es posible salvar el euro? Macron articuló una visión clara del futuro de Europa, pero Merkel enfrió todas sus propuestas.

JOSEPH E. STIGLITZ

Puede que el euro esté acercándose a otra crisis. Italia, tercera economía más grande de la eurozona, eligió un gobierno que, en el mejor de los casos, puede describirse como euroescéptico. No debería sorprender a nadie. La reacción de Italia es otro episodio predecible (y predicho) en la larga saga de un sistema monetario mal diseñado, en el que la potencia dominante (Alemania) impide reformas necesarias e insiste en políticas que agravan los problemas básicos, con una retórica aparentemente dirigida a inflamar pasiones.

A Italia le fue mal desde la creación del euro. Su PIB real (deflactado) en 2016 fue el mismo que en 2001. Pero tampoco le fue bien a la eurozona en conjunto. De 2008 a 2016, su PIB real sólo aumentó un 3% en total. En 2000, un año después de la introducción del euro, la economía de Estados Unidos era sólo 13% más grande que la de la eurozona; en 2016 era 26% más grande. Tras un crecimiento real cercano al 2,4% en 2017 (insuficiente para revertir el daño de un decenio de malos resultados), la economía de la eurozona comienza nuevamente a perder ímpetu.

Si a un solo país le va mal, la culpa es del país; si les va mal a muchos, la culpa es del sistema. Y como explico en mi libro El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, el euro era un sistema prácticamente diseñado para fracasar: eliminó los principales mecanismos de ajuste de los gobiernos (tipos de interés y de cambio) y, en vez de crear instituciones nuevas que ayudaran a los países a enfrentar la diversidad de situaciones en que se encuentran, impuso nuevas restricciones (basadas a menudo en teorías económicas y políticas desacreditadas) al déficit, a la deuda e incluso a las políticas estructurales.

Supuestamente, el euro traería prosperidad compartida, lo que afianzaría la solidaridad y promovería el objetivo de integración europea. Pero en realidad, hizo exactamente lo contrario: frenó el crecimiento y sembró la discordia.

El problema no es falta de ideas sobre cómo continuar. El presidente francés Emmanuel Macron, en un discurso pronunciado en la Sorbona en septiembre pasado y en otro pronunciado en mayo, cuando recibió el Premio Carlomagno por sus contribuciones a la unidad europea, articuló una visión clara para el futuro de Europa. Pero la canciller alemana Angela Merkel echó un balde de agua fría sobre sus propuestas, al sugerir, por ejemplo, sumas de dinero ridículamente pequeñas para áreas donde se necesitan inversiones con urgencia.

En mi libro destaco la necesidad urgente de contar con un esquema compartido de garantía de depósitos para prevenir embestidas contra los sistemas bancarios de los países débiles. Aunque Alemania parece consciente de que una unión bancaria es importante para el funcionamiento de una moneda única, su respuesta hasta ahora ha sido similar a la de San Agustín: “Oh, Señor, hazme casto, pero no todavía”. Al parecer, lo de la unión bancaria es una reforma para emprender en algún momento futuro, sin importar cuánto daño se haga en el presente.

El problema central de las uniones monetarias es cómo corregir desajustes cambiarios como el que ahora afecta a Italia. La respuesta de Alemania ha sido echar la carga sobre los países débiles, que ya sufren alto desempleo y bajas tasas de crecimiento. Y ya sabemos cómo termina: más dolor, más sufrimiento, más desempleo y menos crecimiento todavía. Incluso si en algún momento el crecimiento se recupera, el PIB nunca llega al nivel que hubiera alcanzado con una estrategia más sensata. La alternativa es trasladar una parte mayor del peso del ajuste a los países fuertes, que tienen salarios más altos y una demanda más sólida sostenida por programas de inversión pública.

Ya hemos visto muchas veces el primer y segundo acto de este drama. Un nuevo gobierno asume con promesas de negociar mejor con los alemanes para poner fin a la austeridad y diseñar un programa de reforma estructural más razonable. Si los alemanes ceden aunque sea un poco, igual no alcanza para cambiar el rumbo económico. El sentimiento antialemán aumenta, y cualquier gobierno (de centroizquierda o centroderecha) que insinúe la necesidad de hacer reformas pierde el poder. Avanzan los partidos antisistema, surge el estancamiento político.

El rumbo político de toda la eurozona está entrando en un estado de parálisis: los ciudadanos quieren permanecer en la Unión Europea, pero también quieren el fin de la austeridad y el regreso de la prosperidad. Se les dice que no pueden tener ambas cosas. Esperando todavía un cambio de ideas en el norte de Europa, los gobiernos en problemas mantienen el rumbo, y el sufrimiento de sus pueblos aumenta.

La excepción es el gobierno socialista del primer ministro portugués António Costa, que llevó a su país a un renovado crecimiento (2,7% en 2017) y alcanzó un alto nivel de popularidad (en abril de 2018, el 44% de los portugueses calificaba el desempeño del gobierno como superior a las expectativas).

Puede que Italia sea otra excepción, pero en un sentido muy diferente. Allí hay oposición al euro tanto desde la izquierda cuanto desde la derecha. Ahora que la ultraderechista Liga está en el poder, puede que su líder Matteo Salvini (un político experimentado) ponga realmente en práctica la clase de amenazas que en otros países los novatos tuvieron miedo de implementar. Italia es suficientemente grande, y tiene una gran cantera de economistas buenos y creativos, para manejar un abandono de facto del euro con la implantación en la práctica de un sistema bimonetario flexible, que tal vez ayude a restaurar la prosperidad. Iría contra las reglas del euro, pero la carga de un abandono teórico, con todas sus consecuencias, se trasladaría a Bruselas y Frankfurt; en tanto, Italia podrá contar con que la parálisis de la UE evite la ruptura final. Cualquiera sea el resultado, la eurozona quedará hecha pedazos.

Pero no tiene por qué ser así. Alemania y otros países del norte de Europa pueden salvar al euro si muestran más humanidad y más flexibilidad. Pero tras haber visto muchas veces los primeros actos de este drama, no confío en que vayan a cambiar el argumento.

Joseph E. Stiglitz es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Traducción: Esteban Flamini. © Project Syndicate, 2018. www.project-syndicate.

https://elpais.com/economia/2018/06/21/actualidad/1529601682_692892.html

lunes, 25 de junio de 2018

La batalla interior de los físicos del nazismo ¿Cómo estudiar la relatividad despreciando a Einstein? Philip Ball indaga en la compleja relación entre ciencia y política bajo el Tercer Reich.

La batalla interior de los físicos del nazismo
La física fue la gran ciencia de la primera mitad del siglo pasado, la especialidad capaz de los mayores honores y los peores horrores. También fue el campo de acción de los mayores héroes y villanos, del desarrollo de usos de las radiaciones para curar y para matar. ¿Dónde estaba cada uno? ¿Cómo sobrevivieron al nazismo los que se quedaron en Alemania? ¿Cómo hablaban de relatividad sin Einstein? ¿Era posible asomarse al nuevo mundo despreciando la ciencia judía,teniendo en cuenta que una cuarta parte de los físicos alemanes eran, en 1933, oficialmente “no arios”?

Philip Ball indaga en este libro sobre la batalla en el alma de los físicos alemanes bajo el Tercer Reich, al menos según el título original. Y lo hace con profundidad pero sin sesgos, sin apriorismo y con un análisis riguroso y equilibrado. Dejando claro, también, que no hay ciencia sin política. Es el retrato de un momento científico apasionante —es poco probable que veamos nunca nada igual, el descubrimiento, literalmente, de un universo desconocido— y de un momento político excepcional.

Y no es fácil, desde luego, mantener el equilibrio cuando se conoce, por ejemplo, el trato que recibió Lise Meitner, judía, mujer, ninguneada por su jefe —ni siquiera la mencionó cuando recogió el Nobel que ella merecía— y que pudo escapar de Alemania gracias a Peter Debye, uno de los personajes clave para el autor. Precisamente Ball, divulgador científico y editor durante veinte años de la revista  Nature, rescata del lugar de los apestados en el que han colocado algunos biógrafos a Debye y, de hecho, este es en cierta medida el hilo conductor, pese a haber sido considerado “un premio Nobel con las manos sucias”.

La batalla interior de los físicos del nazismo Peter Debye, que trabajó “en una de las áreas menos glamurosas de la ciencia: la fisicoquímica”, fue acusado (en enero de 2006) de connivencia con los nazis, pese a que nunca quiso adoptar la nacionalidad alemana, lo que hubiera supuesto perder la holandesa, y que fue, de hecho, quien hizo posible la huida de Meitner. Pero se movió en una zona gris en algunas ocasiones, entre el fervor por el conocimiento y el acatamiento de normas claramente racistas. Precisamente en esa zona gris es donde Ball trata de explicar, y de entender, los comportamientos de los protagonistas de esta historia, el gran Planck, Heisenberg y todas las lumbreras del momento.

En el proceso de nazificación de Alemania distingue Ball a los convencidos y a quienes viven lo que pasa viendo un país deshecho que comienza a levantarse y ven con buenos ojos que se restaure “el honor nacional. Eso no significa que Heisenberg recibiera con beneplácito el ascenso de Hitler, pero, como a muchos alemanes de familias de clase media alta, lo predispuso favorablemente hacia algunos aspectos de las políticas nacionalsocialistas, entre ellos su truculencia militarista”.

Se trata, en fin, de entender cómo los físicos alemanes se comportaron, en palabras de Planck, “como un árbol frente al viento”. O, dicho de otra manera, cómo unas personas tan inteligentes se acomodaron a una situación en la que “lo que antes había sido impensable se volvió de repente factible”.

Al servicio del Reich. La física en tiempos de Hitler. Philip Ball. Traducción de José Adrián Vitier. Turner. Madrid, 2014. 354 páginas. 24 euros.

https://ep00.epimg.net/descargables/2015/02/10/c0dd1114dbcb147926675e72705ee8be.pdf?rel=mas

https://elpais.com/cultura/2015/02/10/babelia/1423567411_709762.html

I G. M. En las trincheras del frente occidental. Reseña de Guerra de Ludwig Renn.

Hay decisiones que transforman la vida de una persona, al catalizar los cambios que se están produciendo en su interior. Eso fue lo que le sucedió al capitán de un destacamento de policía de Dresde cuando se negó a dar la orden de disparar contra los obreros que protestaban por el golpe de estado de Kapp en marzo de 1920. El nombre de este capitán era Arnold Friedrich Vieth von Golßenau, había nacido en 1889, y era un aristócrata sajón y militar de carrera que había llegado a comandar un batallón en el frente occidental durante la Gran Guerra. Poco después de los hechos de Dresde, von Golßenau abandona el ejército, emprende variados estudios, viaja por Europa y comienza una militancia izquierdista que lo lleva a ingresar en el Partido Comunista en 1928. Es éste el mismo año en que publica Guerra, donde narra las experiencias de un soldado alemán durante el conflicto. El libro, que no es abiertamente antimilitarista, alcanza un gran éxito y es seguido en 1930 por Postguerra, en el que el compromiso político es ya más evidente.

En los años 30, convertido en un autor conocido, von Golßenau adopta el nombre del protagonista de Guerra, Ludwig Renn, en un gesto de renuncia a su clase social, y en 1936 acude a España, integrándose en las Brigadas Internacionales. Así, lo encontramos al mando de un batallón y luego como jefe de estado mayor de la XI BI por los frentes de Madrid, Guadalajara y Aragón, donde interviene en las batallas de Belchite, Teruel y el Ebro. En su alocución en el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, Ludwig Renn afirmó: “Nosotros, escritores que luchamos en el frente, hemos dejado la pluma porque no queríamos escribir historia, sino hacer historia.” Con la derrota de la república, tras exiliarse en México, regresa a su país en 1947, y participa en la vida política e intelectual de la RDA, donde fallece en 1979. Guerra apareció ya en 1929 en castellano, pero la primera edición completa en nuestra lengua es de Fórcola (2014), en una traducción de Natalia Pérez-Galdós y con prólogo de Fernando Castillo.

El libro narra en primera persona la experiencia del protagonista, con lo que aporta una visión subjetiva, fragmentaria y copiosa de sensaciones de la guerra. La primera parte, “El avance”, comienza con la partida hacia el frente de la tropa entre escenas de júbilo de la población, música y ramos de flores. Tras varios días en vagones de mercancías y atravesar el Rin, son instalados en un pueblo desde el que marchan hacia la frontera belga y luego hacia el Mosa. En la orilla de éste encuentran resistencia y Ludwig vive por primera vez la confusión de la batalla, un caos donde la gente muere a tu alrededor y has de sobreponerte y tomar decisiones rápidas, y equivocarte y no desmayar. Al día siguiente cruzan el río y prosiguen el avance, entre restos del ejército que huye y aldeas incendiadas. Pronto están en Francia. Son cañoneados, bombardeados con shrapnells y tiroteados, pero consiguen hacer retroceder al enemigo. Sólo cerca del Marne se ven obligados a retirarse con espantosas pérdidas.

La segunda parte del libro arranca en 1915, describiendo la guerra de trincheras que sigue al colapso de la acometida alemana. Frente a una pradera de cadáveres, tras las alambradas, entre ratas y piojos, la vida es una sucesión de ocios interminables e inútiles intentos de avance, saldados con masacres. El cabo Renn, celoso de deberes que incrementa por propia iniciativa, es condecorado y luego destinado casi un año a la retaguardia. En unos días de permiso, siente horror de contar a su familia lo que ha visto y se percibe a sí mismo como alguien que “ya no cree en nada”. En septiembre de 1916, su batallón es enviado al Somme, donde se combate ferozmente; entre barro y fuego acceden penosamente a las trincheras y actúan de reserva. Cuando se les ordena avanzar para contener un ataque francés, Renn es herido en un brazo con la muerte imperando en torno a él. Al hospital le llega la noticia de que ha sido ascendido a sargento.

Reincorporado a su vieja compañía, en la que ya casi no conoce a nadie, Renn participa en la primavera de 1917 en la batalla de Aisne-Champagne, donde se usan obuses con gas para rechazar una ofensiva francesa. Es esta otra fase de la guerra, marcada por tensiones entre el frente y la retaguardia y entre la tropa y los mandos, y por un aumento de las deserciones. La rutina de la matanza lleva al límite al protagonista, que tras la muerte de un amigo no puede evitar las lágrimas y sufre momentos de ofuscación que luego lo mortifican. Enfermo una temporada, regresa al frente en septiembre, y sus contradicciones se agudizan al hacerse cargo de la compañía un nuevo oficial maniático y odioso, en el que reconoce su viejo militarismo. La patria comienza a ser una cáscara vacía para él y la oposición a la guerra se abre paso en su pensamiento. Renn es herido en un pie en la ofensiva alemana de marzo de 1918, cuando cunde ya el desánimo en las tropas; convaleciente le llega la Cruz de Hierro de primera clase que le han concedido. La obra concluye con escenas del derrumbamiento en tierras de Flandes; el ejército se escinde entonces entre los que sólo desean ver el fin de la carnicería y unos pocos patriotas a ultranza, grupos entre los que el protagonista se debate hasta el último momento.

Estamos acostumbrados a considerar las batallas como lo hacen historiadores y estrategas, que describen armamentos y tácticas, y componen un relato de avances, movimientos envolventes, flanqueos, choques y retiradas, pero otra cosa bien distinta es la experiencia de los que sufren esas situaciones. Tras participar en combates decisivos de la Gran Guerra, como los del Marne o el Somme, lo que Ludwig Renn nos narra tiene poco que ver con todo aquello, y se ciñe a las vivencias cotidianas de uno de sus protagonistas, uno cualquiera, que nos sumerge en la dimensión subjetiva de la guerra. Visitamos así su tedio y su horror que supera toda medida, sus restos de cuerpos desmembrados por fuegos artificiales que matan, su estruendo y sus diálogos frenéticos de los nervios al límite. Las horas indecibles en las que el hombre se siente ya transportado al otro lado alternan con largos ocios en que la reflexión va alumbrando un intento de explicación.

Cuando se desata el conflicto, el protagonista es un soldado ejemplar que cumple escrupulosamente sus obligaciones y las aumenta en la medida de sus posibilidades, contemplando miedo, dolor y rabia como emociones pasajeras que no deben afectar a sus actos. Sin embargo, la experiencia acumulada año tras año acaba por provocar un nublamiento del entusiasmo patriótico, que se percibe de forma clara en la segunda parte del libro. Así, al final de éste es otro hombre el que regresa de las trincheras, y puede decirse que en el conocimiento que ha adquirido se vislumbra, como en embrión, lo que será su vida posterior.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

domingo, 24 de junio de 2018

Stalingrado, al fin una obra digna

Rafael Poch de Feliu
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La descripción de la guerra de los soviéticos ha estado siempre lastrada en Occidente por los prejuicios

El gobierno ucraniano prohibió este año la comercialización en su territorio del libro Stalingrado del historiador británico Antony Beevor. El motivo son unos párrafos del libro referidos a las instrucciones impartidas durante la ocupación a los nacionalistas ucranianos por las tropas alemanas de que fusilaran a niños. Las masacres de los nacionalistas (O mejor  Fascistas) ucranianos en Ucrania Occidental (Galizia y Volinia) están profusamente documentadas no solo en Rusia y en la propia Ucrania, sino también en Polonia (véase el artículo de Rafal A. Ziemkiewicz en Rzeczpospolita, del 29 de abril de 2008). La prohibición no altera los hechos.

Para el régimen de Kiev es embarazoso (?) por la sistemática glorificación que practica de los protagonistas de aquellas masacres que, hay que decirlo, no necesitaban ninguna directiva nazi para asesinar judíos, rusos, polacos, checos y hasta compatriotas ucranianos malos patriotas, sin hacer distinción de hombres, mujeres, niños o ancianos.

El libro de Beevor (editado en español por Crítica en 2006) fue un best seller elogiado por Orlando Figes y hasta por Robert Conquest, el cruzado de la guerra fría metido a historiador que multiplicó por diez las cifras esenciales de víctimas de la represión estalinista hoy perfectamente documentadas, sin que se le conozca corrección o enmienda. Hoy gracias a un nuevo libro sobre el tema, Stalingrado, la ciudad que derrotó al Tercer Reich de Jochen Hellbeck, recién publicado por Galaxia Gutenberg, se puede relativizar el relato de Beevor e incluso caracterizarlo como la típica obra occidental cargada de prejuicios.

Hellbeck, un profesor alemán de la Universidad de Rutgers (EE.UU.) ha producido una rara obra que permite comprender cómo funcionaba el bando soviético en la batalla que cambió el curso de la II Guerra Mundial, cuáles eran los mecanismos y reflejos que explican el heroísmo extremo, la tenaz voluntad y la disposición al sacrificio que animaban a los combatientes soviéticos y que decidió el curso de aquella epopeya. Si se tiene en cuenta que la instantánea de Stalingrado es un buen resumen de la guerra de la URSS, estamos ante un libro esencial.

Hellbeck cuenta con una fuente documental inédita absolutamente excepcional: el trabajo de una comisión histórica que los soviéticos enviaron a Stalingrado al concluir la batalla. Dirigida por Isaac Mints, esa comisión realizó entrevistas en profundidad con generales, oficiales, simples soldados y civiles. El material recogido es apasionante y habla por sí mismo sobre las motivaciones, impulsos e ideales de los combatientes soviéticos, sobre su mentalidad y actitudes, sobre la calidad y eficacia de la movilización y agitación del régimen estalinista en sus fuerzas armadas, y, por supuesto, sobre el extraordinario heroísmo de los combatientes, sin el cual nada se entiende.

Al lado de ese trabajo documental, Beevor, y antes que él muchos otros autores occidentales, demuestran su desconocimiento del medio ruso-soviético, atribuyendo el aguante, el ardor y el heroísmo de los defensores de Stalingrado, a los tópicos sobre el atávico salvajismo y la absurda disposición a morir de las “hordas asiáticas”, es decir al argumentario que los propios nazis establecieron para explicar su aplastante derrota.

Hellbeck llama la atención sobre lo que ha sido un tópico de la narrativa occidental del impulso ofensivo soviético. Las tropas que vacilaban o retrocedían eran aniquiladas por sus propios compañeros desde la retaguardia. Citando vagos “informes”, Beevor dice que en el 62 ejército el General Vasili Chuikov hizo ejecutar a 13.500 soldados, cuando los documentos del NKVD solo mencionan 278 en todo el frente de Stalingrado, solo una parte de ellos adscritos al ejército de Chuikov. El ametrallamiento esporádico de tropas en desbandada a cargo de su propio bando, algo que también los alemanes practicaron con sus aliados rumanos en Stalingrado, es también motivo de una escena central en la película dedicada a Stalingrado del director francés, Jean-Jacques Annaud, Enemigo a las puertas (2001), repleta de groseras escenificaciones que parecen meros peajes ideológicos del director al establishment de Hollywood; la grotesca presentación de Jruschov rodeado de caviar y vituallas de lujo o el sueño de la heroína, judía, de emigrar a Palestina, obligado tributo al sionismo.

Como solía ocurrir en la URSS con las cosas bien hechas, el trabajo de la Comisión histórica sobre Stalingrado fue ninguneado y no publicado. El resultado era demasiado fiel a la realidad, con todos sus claroscuros, como para no desafiar a la estupidez de la autocracia estalinista. El director de la comisión, Isaac Mints, fue atacado y maltratado, como lo fue Vasili Grossman, otro gran cronista, este literario, de aquella batalla. Ambos eran judíos y sufrieron los prejuicios del tradicional antisemitismo ruso, agravado en la última etapa de la vida de Stalin. Ambos no pudieron ver el reconocimiento ni la publicación de su valioso trabajo. Y sin embargo, como explican sus familiares, ese trágico destino no afectó ni un ápice a la emoción biográfica que embarga a todos los que vivieron aquella epopeya, toda una generación. La hija de Mints explica cómo su padre tenía que ponerse en pie para cantar las canciones de guerra de aquella época, tanta era la emoción que le embargaba.

Hellbeck encontró el material del grupo de historiadores dirigido por Mints, un trabajo que éste, como el propio Grossman, tuvo que esconder para preservarlo para la posteridad. Con ese hallazgo y la ayuda de un grupo de jóvenes historiadores rusos, el historiador alemán ha dado forma al primer libro de historia convincente en su retrato de las relaciones internas y mentalidades entre los combatientes soviéticos.

Fuente:
https://ctxt.es/es/20180613/Politica/20223/Stalingrado-batalla-Segunda-Guerra-Mundial-historia.htm

jueves, 22 de marzo de 2018

Hitler nunca pudo ganar la guerra. James Holland, autor de ‘El auge de Alemania’, sostiene que las carencias del ejército alemán jamás le hubieran permitido vencer en la Segunda Guerra Mundial.


El auge de Alemania
¿De verdad piensa que el Tigre era un mal tanque?
Ante la primera pregunta, lanzada de sopetón con ánimo combativo y que conjura en este mediodía gris la mole del legendario y temido carro de combate alemán, James Holland sonríe y se arrellana en su asiento; está en su terreno, su campo de batalla: el nivel operacional. 

Holland (Salisbury, Gran Bretaña, 1970) es un popularísimo especialista en la Segunda Guerra Mundial, autor de numerosos libros sobre la contienda —entre ellos el fascinante Heroes (Harper, 2006), una apasionante galería de combatientes en todos los frentes y armas—, y del que Ático de los Libros va a publicar ahora El auge de Alemania, el primer volumen de una trilogía que revisa, desde nuevas, "refrescantes" perspectivas, lo que sabemos o creemos saber de esa guerra. El estudioso afirma (y argumenta) que la Alemania de Hitler no podía de ninguna manera haber ganado la Segunda Guerra Mundial, que su ejército era un gigante con los pies de barro, y ni siquiera tan gigante, y que la Blitzkrieg fue un espejismo. Lo hace investigando pormenorizadamente, con el punto de vista de la historia económica y social y no solo la militar, los recursos y el armamento de ambos bandos, desde la producción de aviones hasta los detalles más ínfimos de las ametralladoras -como la aclamada MG 34 alemana, muy buena, sí, pero cuyo cañón había que ir cambiando porque se recalentaba-, incluyendo el análisis de los uniformes: los de los alemanes eran, desde luego, más chulos, pero se malgastó en ellos recursos que el país simplemente no tenía. El auge de Alemania no olvida sin embargo la dimensión humana del conflicto y sus páginas están llenas de testimonios de primera mano tanto de combatientes como de civiles, desde un comandante de submarino o un Fallschirmjäger (paracaidista) alemanes a un empresario del acero estadounidense, pasando por un zapador australiano, un granjero británico o una actriz francesa.

Volvamos al Tigre.
"Si lo pones en un campo de fútbol con un Sherman aliado al otro lado, el Tigre va a ganar, evidentemente. Pero hay un gran pero: era un tanque increíblemente complejo. Su sistema de transmisión, la suspensión y la tracción eran muy complicados. Y solo se fabricaron 1.347 unidades (a los que habría que sumar los 492 del modelo perfeccionado Tigre II o Königstiger, Rey Tigre). Del Sherman los aliados fabricaron 4.900 unidades y otros 17.000 chasis que sirvieron para diferentes propósitos militares. Además construyeron talleres móviles y todo lo necesario para repararlos sobre el terreno. El Shermann disponía asimismo de un sistema de reequilibrado que le permitía efectuar disparos certeros sobre cualquier terreno, una tecnología de la que los alemanes carecían. Tendemos a juzgar los tanques por el tamaño de su cañón y el grosor de su blindaje, pasando por alto aspectos más sutiles pero muy relevantes. Si la prioridad para los alemanes era el cañón grande y el blindaje grueso, británicos y estadounidenses prefirieron la fiabilidad y la facilidad de mantenimiento. Si tienes que cambiar la suspensión de un Sherman el acceso es fácil, mientras que si va mal en un Tigre tienes que apartar enteras las orugas y las ruedas. Era todo muy sofisticado. Pero ¿qué pasa además cuando en un carro así metes a un recluta novato de 18 años? Es como darle un Ferrari a alguien que se acaba de sacar el carnet de conducir: a la primera se te carga la caja de cambios. Y la de un Tigre era algo complicadísimo de arreglar".

Holland señala que durante la Operación Goodwood en Normandía en julio de 1944 los aliados perdieron 400 tanques a manos especialmente de los Tigre, sí, pero habían desembarcado ya 3.500 y a los tres días, 300 de los 400 averiados ya estaban reparados y otra vez en acción. "Eso muestra la diferencia entre aliados y alemanes en la forma de entender la guerra. El mantenimiento de los alemanes era muy pobre. Más del 50 % de sus pérdidas de tanques en la Segunda Guerra Mundial se debió a fallos mecánicos. Añade que un Shermann gastaba dos galones de gasolina por milla. Mientras que el Tigre consumía cuatro galones por milla. “¿Y cuál era el recurso del que menos disponían los alemanes?: gasolina. ¿Qué sentido tiene construir tanques de 56 toneladas entonces?".

El debate sobre el Tigre ejemplifica la forma de proceder de Holland.
"Lo que trato de hacer es ver el nivel operacional, introducir ese punto de vista en la narrativa de la Segunda Guerra Mundial, en la que han predominado las perspectivas de la estrategia (los objetivos) y la táctica (el combate y la forma de llevarlo a cabo). De alguna manera lo operacional, las tuercas, los tornillos, la munición, el equipo, los recursos, es lo que relaciona ambas. Ha sido dejado de lado y no puedes leer una campaña como la de Normandía, por ejemplo, solo contando las decisiones de los generales o las experiencias de los soldados pero con poca o ninguna explicación de cómo se desarrollaban operacionalmente las batalla. Es como tratar de comparar el Tigre y el Sherman solo en el campo de fútbol. Siempre nos centramos en la batalla en lugar de en cómo funcionaban las armas”.

Y los uniformes.
"Por eso también les presto mucha atención. Dan mucha información sobre la actitud de un país en guerra. La guerrera alemana llegaba hasta el muslo, mientras que la chaqueta de combate británica solo hasta la cintura. Los alemanes gastaban 30 centímetros más de lana que no servía para nada, excepto para aparentar. Es la diferencia entre un Estado militarista, Alemania, y un Estado en guerra, Gran Bretaña. Para los alemanes el parecer, el look, lo era todo. Las botas altas de cuero son un engorro en combate y se desgastan, pero son aparentes, sin duda. Los británicos tenían una visión práctica. Los alemanes preferían pavonearse, eso es muy nazi".

Holland afirma en El auge de Alemania que el ejército alemán no era la reoca (y no solo en el paso) que creíamos. Dice que estaba mal preparado para una guerra sin cuartel, poco equipado, escasísimamente mecanizado (dependía aún de los caballos y los pies de los soldados), poco entrenado, que era inferior incluso al británico. Por no hablar de la carencia de recursos naturales de Alemania. Pero empezaron ganando, y mucho. ¿Fue suerte? "No enteramente. Aunque fueron apuestas muy arriesgadas de Hitler. Pero esas victorias no fueron suficientes. Polonia era débil. La caída de Francia se debió en un 50 % a la brillantez militar alemana y en otro 50 % a la incompetencia francesa". Parece ese un punto de vista muy británico. "Los británicos admiramos mucho a los alemanes", ironiza Holland, "y también a los franceses, casi tanto".

En todo caso, "el Estado nazi, su constructo, era muy frágil, y su ejército, a pesar de las apariencias, también. Nada, excepto una victoria total, le servía a Alemania. Ir a la guerra en 1939 fue un riesgo excesivo. Cuando miramos los éxitos de la Blitzkrieg adoptamos un punto de vista muy terrestre. Pero desde el principio, la lucha en el mar y la lucha en el aire no les fueron favorables. La Armada alemana ya fue destrozada por la Royal Navy desde la campaña de Noruega y la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra. Tampoco los submarinos fueron todo lo exitosos que se hacía creer. Probablemente la Batalla del Atlántico es la más importante de la guerra".


EN LA BAÑERA DE GOEBBELS
Le digo a Holland que mientras leía El auge de Alemania le vi por televisión. Salía en un reportaje de Megaestructuras nazis, de National Geographic. "Estamos por la cuarta temporada, rodar esos documentales te permite acceder a sitios fabulosos". Como el tren privado de Goebbels. "Se conservan varios vagones, todavía con águilas y esvásticas, entre ellos el del baño.  La bañera es lujosa pero muy pequeña e imaginar allí sentado desnudo al ministro de Propaganda fue realmente horrible". El estudioso en cambio tiene una debilidad (relativa) por Goering. “Era brillante y maquiavélico. No se le puede negar que sabía disfrutar de la vida, a diferencia de los otros jerarcas que compartían en general la aburrida austeridad de Hitler. Si eres un nazi, se diría, selo a lo grande”. En el curso de los documentales Holland ha podido también disparar un 88 alemán y ver sus devastadores efectos.

A diferencia de los historiadores militares de la generación anterior a la suya como Antony Beevor o Max Hastings, a los que conoce personalmente y admira (aunque reprocha no tener suficiente punto de vista operacional), Holland no ha sido soldado. "No, pero he estado con una unidad de infantería en Afganistán y he pasado mucho tiempo con gente que ha visto acción, es muy útil para un historiador. Y he disparado muchas armas, he estado en tanques y Spitfires. Aunque nunca me han disparado, sé lo que ocurre en un combate".

Holland, que además de ensayos escribe novelas (como el thriller bélico a lo Alistar MacLean Misión Odín, ambientado en la invasión de Noruega y publicado por Militaria-Planeta), es el hermano dos años menor del célebre autor Tom Holland (Rubicón, Fuego Persa, Dinastía). ¿Se han repartido la historia los dos hermanos? James Holland ríe: "No, ha ido así, él ama los clásicos y está a otro nivel, es un erudito y un intelectual”.

James Holland se posicionó contra la independencia de Escocia. “Siempre he considerado una locura que Escocia, que no es rica, quiera marcharse. Lo de Cataluña me parece diferente. Creo que los catalanes tienen más problemas reales a resolver con Madrid y heridas históricas más recientes. Dudo de todas formas que les fuera mejor fuera de España".


"LOS TANQUISTAS NO HABLABAN COMO EN 'FURY'"
Una última pregunta, inevitable, sobre el Tigre: ¿qué le pareció la película Fury, Corazones de acero? "En general no me gustó, pero la escena del combate entre los Shermann y el Tigre es muy buena. El problema con el filme es que la terminología que usan los tanquistas estadounidenses no se corresponde con la auténtica de la época, está diseñada para los jugadores de Call of Duty. Los soldados de los carros de 1945 no hablaban así. Y la película se abona también al falso mito de que el armamento aliado era peor que el de los alemanes, cuando hay la famosa anécdota del oficial de la división de élite Panze-Lehr capturado que al ver lo que tenían sus enemigos casi se echa a llorar y dijo que si hubiera sabido de lo que disponían no hubiera ido a la guerra. En Fury también es absurda la manera en que entra en combate al final el batallón de las SS contra el tanque de Brad Pitt".

https://elpais.com/cultura/2018/02/28/actualidad/1519832097_149422.html

domingo, 28 de enero de 2018

La dolorosa ausencia de los republicanos españoles deportados en una exposición sobre Auschwitz

Antonina Rodrigo
Escritora y miembro de honor de la Amical de Ravensbrück

Asombra dolorosamente la ausencia de los deportados Republicanos españoles en el holocausto nazi, en la bien instalada exhibición sobre el campo de exterminio de Auschwitz, del Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid. Hasta el punto de que cuesta creerlo, por inexplicable, teniendo en cuenta que en este campo hubo compatriotas nuestros. Pero no solo aquí, los españoles fueron exterminados. También en otros campos nazis: Mauthausen, Buchenwald, Dora Mittelbau, Dachau, Bergen Belsen, Ravensbrück, Flossenburg, Neuengamme, Oranienburg, Natzweiler, Treblinka, Strutthop, Rawa Ruska, Schirmer. Es decir, que hubo prisioneros españoles internados en quince de los veintidós campos principales nazis, diseminados por la Europa ocupada por las tropas y los servicios policiales del Tercer Reich alemán.

Al final de nuestra visita a la siniestra muestra de los horrores nazis, preguntamos por la persona responsable. Nos recibió una señora que, amablemente, nos dijo que la exposición venía conformada de Alemania, y que la empresa española que había corrido con el montaje en Madrid era Musealia. El Centro se había limitado a alquilar las salas.

Nos negábamos a admitir que en la explícita muestra de los horrores nazis no hubiese ni un solo panel dedicado a la deportación de los miles y miles de republicanos españoles: mujeres, hombres, ancianos, niños, heridos. Y para que las nuevas generaciones conocieran la alianza del franquismo con el nazismo ilustrarlo con la foto en la que Franco saluda, rendidamente, a su aliado Hitler en la frontera española.

La vida de nuestras gentes refugiadas fue de una honda miseria y dramatismo. Hasta marzo de 1945 no obtuvieron el estatuto de refugiados políticos. En 1947, a raíz de la condena moral al régimen franquista por las Naciones Unidas, se cerró la frontera francesa. Pero tres años más tarde, el franquismo recibía el doble espaldarazo de la firma del pacto militar con Estados Unidos y el beneplácito de un nuevo concordato con la Santa Sede vaticana. La Iglesia, cómplice de Franco durante la Guerra Civil, como siempre, desde tiempo inmemorial, aliada con el poder. Las democracias volvieron a mantener la pervivencia del franquismo en el poder, para desolación del valioso y numeroso exilio español.

¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar en este país la afrenta de la tergiversación de la realidad histórica, las ocultaciones e infamias, la indiferencia contra aquellos luchadores antifascistas que tomaron partido contra la injusticia, y tras combatir el fascismo en España, lanzados al exilio en 1939, fueron internados en desolados campos de concentración franceses? ¿Para cuándo, el reconocimiento a la lucha en la guerra, el maquis y la contribución en la resistencia francesa de nuestros hombres y mujeres, contra el invasor nazi, en tierras francesas, en denodada lucha por las libertades? Hombres y mujeres, y a veces niños estafetas, cazados en territorio francés por las SS y la Gestapo para explotarlos hasta su extenuación en fábricas de armamento, y terminar en las cámaras de gas o en los hornos crematorios. ¿Cuándo se va a enseñar en las escuelas la lucha del pueblo español, dentro y fuera de nuestras fronteras, y que los primeros libertadores que entraron en París, el 24 de agosto de 1944, eran soldados españoles republicanos?

Pensamos que si esa exposición, afrentosa para la memoria de los luchadores y víctimas del nazismo, de la que al parecer nadie se ha hecho responsable, se hubiese dedicado a criticar al superviviente general golpista, un coro de voces se habría alzado, como trompetas de Jericó, prohibiendo su contenido y reescribiendo los fastos gloriosos del dictador. Y es que la Transición nos trajo de nuevo el silencio, dogma de los vencedores, el miedo que aherrojó bocas, y en muchos casos el terror los hizo serviles, para sobrevivir a la represión del régimen franquista.

Creemos que, a pesar de los diez años transcurridos desde la Ley de Memoria Histórica, como derecho humano, es molesta para una mayoría de gentes de sensibilidad amorfa y visión cegata, que apela al gasto que supone para el país. Y ahí continúan en sus fosas, cunetas y descampados, sin exhumar, las víctimas del franquismo, al mismo tiempo que se suceden las beatificaciones a los eclesiásticos y religiosos, mártires de la Cruzada. El Gobierno, la Justicia, la Iglesia y personas influyentes permanecen ajenas a la verdad, justicia y reparación, de las víctimas republicanas.

El escaso interés de los responsables gubernamentales y culturales en vigilar los contenidos de la exposición del madrileño Centro de Exposiciones y exigir su rectificación, corresponde a la negativa que la presidenta de la Asamblea de Madrid, el parlamento regional de la comunidad autónoma, dedica a las víctimas del nazismo, al prohibir el simple recordatorio de los nombres de más de quinientos deportados madrileños, una gran parte exterminados en los campos nazis, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las víctimas del Holocausto, a petición de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica. Su actitud implica el rechazo a restablecer la Memoria de nuestra historia, silenciada y oculta, a las nuevas generaciones, con un argumento insostenible: “La lectura de los nombres de todas y cada una de las personas madrileñas que fueron víctimas haría necesaria la lectura de los nombres de los millones de víctimas”, leemos en el periódico digital Diario.es (13 enero 2018).

http://blogs.publico.es/dominiopublico/24939/dolorosa-ausencia-republicanos-espanoles-deportados-en-una-exposicion-sobre-auschwitz/

jueves, 25 de enero de 2018

Holocausto: historia y advertencia. Este sábado es el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, el mayor caso hasta ahora conocido de genocidio.

Holocausto es el término acuñado para designar un fenómeno singular de la historia: el programa de exterminio biológico de los judíos europeos ejecutado por las autoridades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Su resultado final, conocido tras el triunfo aliado de 1945, fue atroz: una cosecha de sangre de casi seis millones de personas asesinadas en la Europa dominada por el régimen de Hitler.

El antisemitismo nazi era un fenómeno moderno, pero bien enraizado en prejuicios veteranos: la judeofobia surgida durante la Antigüedad clásica. Esa hostilidad respondía al hecho de que el judaísmo fue en la historia la primera religión monoteísta (creyentes en un solo Dios) y monolátrica (adoradores de un solo Dios), claramente opuesta a las religiones animistas y politeístas entonces dominantes, que consideraron su pretensión de superioridad teológica como fruto de la soberbia y el exclusivismo absurdo.

El antijudaísmo clásico fue asumido por la Iglesia cristiana hasta avanzado el siglo XX. Como seguidores de una secta judía, los cristianos afirmaban que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, cuya muerte había dado comienzo a la universalización del mensaje salvífico de Moisés. Sin embargo, para los judíos, esa doctrina era una herejía y Cristo un mero profeta. El conflicto entre iglesia y sinagoga se extendió desde el siglo I hasta el siglo IV, cuando la conversión del cristianismo en religión oficial del Estado romano determinó la derrota del judaísmo. Desde entonces, el antijudaísmo clásico cultural se vio reforzado por motivos teológicos ya que el principal crimen religioso judío radicaba en su culpabilidad por el asesinato de Cristo.

A diferencia de la judeofobia clásico-cristiana, el antisemitismo de Hitler no consideraba que las taras del judío fueran rasgos religioso-culturales modificables por aprendizaje. Y rechazaba que la conversión y el bautismo pudieran limpiar el pecado de ser judío. Porque la doctrina antisemita configurada a fines del siglo XIX se basaba en una nueva concepción racial y social-darwinista de la humanidad, que estaba formada por razas definidas por factores biológicos hereditarios y eran diferentes en sus capacidades físicas y morales, además de estar inmersas en una lucha natural por la supervivencia de las más aptas, el sometimiento de las más débiles y la eliminación de las nocivas.

De acuerdo con esta cosmovisión, el enemigo natural de la raza aria (supuestamente la más excelsa de la especie humana) siempre había sido la raza judía, que vivía como un parásito subhumano sobre el suelo de la patria germana y corrompía la sangre de sus hijos mediante el mestizaje de sangre. Una supuesta verdad racial que la judería combatía mediante estratagemas como eran el capitalismo financiero que destruía la economía nacional, el comunismo que subvertía las relaciones sociales y el pacifismo derrotista que minaba la fortaleza de las naciones.

En función de esas ideas que alentaban el prejuicio popular antijudío, convertidas en doctrina de Estado desde 1933, la dictadura de Hitler puso en marcha varias medidas antisemitas que fueron radicalizándose. Primero aplicó una política de discriminación formal contra los judíos residentes en Alemania (una gran parte, desde el siglo XIV). Después, tras el pogromo de la Noche de los Cristales Rotos en noviembre de 1938, trató de lograr la más completa segregación física de los judíos en el seno de la sociedad alemana. Finalmente, el inicio de la guerra mundial en 1939 hizo posible la apertura de la última etapa de la política antisemita nazi. En algún momento del verano de 1941, Hitler dio la orden verbal y secreta de iniciar la solución final: el exterminio masivo de la población judía residente en todas las zonas ocupadas, ya fueran jóvenes, mujeres, ancianos o niños. A principios de 1942 comenzó el uso de seis campos de exterminio con sus correspondientes cámaras de gas ocultas como salas de ducha y sus hornos crematorios: Auschwitz, Belzec, Sobibor, Lublin, Treblinka y Chelmno. En definitiva, se pasó de la artesanía del homicidio mediante hambruna, maltrato y fusilamiento a la práctica industrial de la matanza según cadenas de montaje.

El Holocausto fue el mayor caso hasta ahora conocido de genocidio de la historia. No fue resultado de un arrebato pasional esporádico o incontrolado, fruto de la brutalidad inherente a toda guerra. Tampoco fue una mera masacre brutal de enemigos y civiles vencidos tras el combate. Fue un verdadero programa de genocidio ideológicamente motivado, deliberadamente planificado y eficazmente ejecutado con todos los recursos de un Estado industrial moderno y una sociedad avanzada.

Recordar aquel crimen supremo no es sólo un deber de conciencia cívica humanitaria, sino también un ejercicio de prudente prevención por razones bien expuestas por el escritor italiano Primo Levi, superviviente de Auschwitz: “Si el mundo llegara a convencerse de que Auschwitz nunca ha existido, sería mucho más fácil edificar un segundo Auschwitz. Y no hay garantías de que esta vez sólo devorase judíos”.

Enrique Moradiellos es premio Nacional de Historia 2017.

https://elpais.com/cultura/2018/01/23/babelia/1516712609_048448.html?rel=lom