Mostrando entradas con la etiqueta Bernie Sanders. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bernie Sanders. Mostrar todas las entradas

martes, 28 de febrero de 2017

Liturgias reformistas para democratizar la pobreza

Cuando los resortes del poder nacen de la cima de las élites, hablamos de monarquía o dictadura. Si la iniciativa viene de abajo, de la conciencia colectiva de la muchedumbre, podemos estar ante una explosión revolucionaria. También existe un interregno donde el conflicto se atenúa a través de canales de compromiso o reforma, aunque siempre bajo la dirección tácita de la clase dominante. Todas las fórmulas apuntadas son susceptibles de parlamentarismo o democracia más o menos digna de tal nombre. El reformismo actual, quizá desde los albores de la sociedad como lugar de convivencia donde se dirimen las cuestiones políticas, se atiene a la máxima de Lampedusa, autor de El gatopardo, de que algo debe cambiar para que todo siga igual.

En el fondo se trata de un procedimiento en el que el orden establecido se empodera de sí mismo mediante concesiones menores hacia la inmensa mayoría (las clases populares), muchas de ellas solamente a nivel de discurso ideológico, apuntalando la categoría clase media (para crear complejidad ficticia a su favor), esa tierra de nadie que pretende emular a los de arriba (sin llegar nunca a alcanzar su estatus) al tiempo que denosta sus raíces familiares, a la gente de abajo, con la que guarda semejanzas sociales incuestionables debidamente distorsionadas por la publicidad y la propaganda con el fin último de ser usada como aliada de ocasión contra sus propios orígenes e intereses de clase.

En ese contexto social de incidencia mundial, de desigualdad creciente y afectación aguda de la crisis neoliberal del capitalismo a capas situadas estéticamente en la mitad de la pirámide social, crecen ideas extremistas de corte fascista junto a reivindicaciones populares de izquierda que manifiestan un hondo malestar a escala internacional. Las élites se defienden etiquetando como populismo a todo lo que se mueve contra la casta de arriba y los poderes hegemónicos. Se trata de una estrategia para mantener la virtud o verdad media en sus alforjas ideológicas.

No obstante lo dicho, el fascismo no es más que una opción más en tiempos de zozobra, caos y confusión económica y política de eso que hoy se llama, tal vez no de forma muy certera, la casta, los de arriba, ese uno por ciento maquiavélico de la cumbre social. Los fascismos y las izquierdas emergentes nacidas en el fragor de la crisis compiten por un mismo electorado, la defenestrada clase media. Sin embargo, no seamos ilusos: el establishment nos engaña a propósito cuando critica bajo cuerda las ideas de ultraderecha, que siempre preferirá antes que una victoria democrática de Bernie Sanders en EE.UU. o Podemos en España, solo por citar dos casos paradigmáticos de Occidente.

Trump o Le Pen son alternativas de urgencia de las multinacionales y el capitalismo para que los apestados de la sociedad (inmigrantes, mujeres, parados, desahuciados, rebeldes) no consigan tomar las riendas gubernamentales en ningún país. Igual que Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet o Videla: si la cosa se pone cruda, estas figuras y sus émulos jamás pondrán en cuestión el beneficio empresarial y la explotación laboral. De ahí, que el reformismo sea una vía que busca la estabilidad o equilibrio inestable a toda costa, pintando fachadas de colores sin acometer obras en profundidad en las estructuras que sostienen el régimen vertical capital-trabajo.

Ser reformista es un comportamiento, en apariencia moderado, que juega las bazas de la tibieza y la equidistancia con el objetivo de calmar las expectativas de cambio de las mayorías sumidas en la pobreza, la marginación o la precariedad laboral, ese grupo heterogéneo de frikis sociales que levantan oleadas de emoción puntual en las gentes de bien, pero que en resumidas cuentas representan un peligro del que la clase media quiere huir sea como fuere.

Ese instante mental de duda interna que suele aparecer por generación espontánea, odiar al marginal o solidarizarme con él, puede decantar la alternativa de la mayoría silenciosa en un sentido reaccionario o progresista. Por eso, el reformismo usa de liturgias y discursos que intentan crear confusión deliberada en las masas y en la conciencia personal para que la toma de decisión última esté casi determinada y se decante a favor de la justa virtud media de la tradición moral y el statu quo. Ni populistas radicales de derecha o izquierda, mejor lo malo conocido (el sentido común de la sensatez centrista conservadora) que lo hipotéticamente bueno por conocer.

La liturgia reformista dibuja en su proceder los siguientes pasos. Primero se trata de sentir el suceso social como una manifestación natural imprevisible. La crisis afecta a todos sin distinción alguna y fue materialmente imposible atajarla. El primer consenso ya estaba en marcha: todos somos iguales en la crisis.

El segundo escalón nos llevaría a la comprensión de la situación creada. Hay que buscar culpables: los mercados, la avaricia de algunos delincuentes aislados. Con esta interpretación de los hechos, entra lo naturalizado y la maldad de unos pocos desalmados, se crea un estado de opinión fatalista que deja en las manos del discurso hegemónico la capacidad de tomar medidas excepcionales para erradicar la enfermedad como mejor entiendan los expertos que deba llevarse a cabo.

El tercer momento, el que ahora estamos viviendo o sufriendo en propia carne, es el de la activación de resoluciones y medidas para restablecer el orden y recuperar el impulso social. Cabría sopesar dos caminos muy alejados uno del otro, la vereda moral de la costumbre apegada a principios petrificados en los usos habituales o intentar una alternativa ética novedosa, postular colectivamente lo que se debe hacer no siguiendo los dictados de lo consabido. El reformismo siempre escoge la moral consuetudinaria, esto es, no moverse un ápice de las recetas que predican los valores de permanecer unidos (Dios, patria o rey y sus derivados semánticos) en el mejor de los mundos posibles, su mundo fetichizado y mercantilizado, sus beneficios y privilegios, su perspectiva clasista de la sociedad (siempre habrá ricos y pobres, buenos y malos, blancos y negros, mujeres y hombres, etc.).

Por esa razón, las respuestas a la crisis son quirúrgicas: cortar por lo sano, o sea, sajar derechos y libertades, poner fronteras al pobre, disparar al rebelde ético. La metáfora sanitaria entra por los ojos de todos los damnificados: eliminar la manzana podrida tiene buena prensa moral. Yo no soy una manzana pocha es el grito de cada cual: todos precisamos de la autojustificación para salir adelante. El demonio siempre es el otro.

El mayor enemigo de la liturgia reformista es la ética politizada de lo que debe ser, un salto cualitativo que saca la moral de su oscuro refugio reaccionario. Lo que debe ser casi nunca coincide con lo que es: provoca reflexión, duda, empatía, diálogo. Y todo ello es lo que quieren evitar las elites instaladas en la cúspide. ¿Diálogo con la chusma? No gracias, mucho mejor democratizar la pobreza: todos podemos ser pobres por infortunios de la vida. ¡Toma igualdad! Y si esta táctica falla, para eso están Trump o Le Pen. Y tantos otros liderazgos de la desesperación que se están incubando ahora mismo. Por si acaso, que jamás se puede domeñar con total seguridad a las masas hambrientas y sedientas a base de fútbol, telenovelas y consumismo barato. El monstruo puede despertar en cualquier instante.

Armando B. Ginés

sábado, 18 de febrero de 2017

La larga sombra de Trump se proyecta sobre Europa. Despertar para seguir soñando.

Slavoj Zizek
Página/12

En este artículo el notable ensayista esloveno analiza las causas y consecuencias del triunfo electoral del magnate inmobiliario estadounidense y cómo puede alterar el mapa político en Europa, en particular las cruciales elecciones francesas dentro de tres meses, donde un derechista conservador como Fillon enfrenta a una populista de extrema derecha, Marine Le Pen.

Un par de días antes de la asunción de Donald Trump, Marine le Pen fue vista sentada en el Café Trump Tower de la Quinta Avenida, como si esperara ser llamada por el presidente entrante. Si bien no se realizó ninguna reunión, lo que sucedió pocos días después de la asunción parece un efecto secundario de esa fallida reunión: el 21 de enero, en Koblenz, los representantes de los partidos populistas de derecha europeos se reunieron bajo el lema de Libertad para Europa. El encuentro fue dominado por Le Pen, quien llamó a los votantes de toda Europa a “despertar” y seguir el ejemplo de los votantes estadounidenses y británicos; predijo que las victorias del Brexit y de Trump desencadenaría una ola imparable de “todos los dominós de Europa”. Trump dejó claro que “no apoya un sistema de opresión de los pueblos”: “2016 fue el año en que el mundo anglosajón despertó. Estoy seguro de que 2017 será el año en el que la gente de Europa continental se despierte.”

¿Qué significa despertar aquí? En su interpretación de los sueños, Freud relata un sueño bastante aterrador: un padre cansado que pasaba la noche al lado del ataúd de su joven hijo, se duerme y sueña que su hijo se acerca a él en llamas, dirigiéndose a él con este horrible reproche: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” Poco después, el padre se despierta y descubre que, debido a la vela derribada, el paño del sudario de su hijo muerto efectivamente se incendió. El humo que olió mientras dormía se incorporó al sueño del hijo en llamas para prolongar su sueño. ¿Fue así que el padre despertó cuando el estímulo externo (humo) se volvió demasiado fuerte para ser contenido dentro del escenario del sueño? ¿No era más bien el anverso?: el padre primero construyó el sueño para prolongar su sueño, es decir, para evitar el desagradable despertar; sin embargo, lo que él encontró en el sueño –literalmente la pregunta ardiente, el espectro espeluznante de su hijo reprochándole– era mucho más insoportable que la realidad externa, así que el padre despertó, escapó a la realidad externa. ¿Por qué? Para seguir soñando, para evitar el insoportable trauma de su propia culpa por la dolorosa muerte del hijo. ¿Y no es lo mismo con el despertar populista? Ya en la década de 1930, Adorno comentó que el llamado nazi “Deutschland, erwache! (“¡Alemania despierta!”) significaba exactamente lo contrario: ¡seguir nuestro sueño nazi (de los judíos como el enemigo externo arruinando la armonía de nuestras sociedades) para que uno pueda continuar a durmiendo! ¡Dormir y evitar el rudo despertar, el despertar de los antagonismos sociales que atraviesan nuestra realidad social! Hoy la derecha populista está haciendo lo mismo: nos llama a nosotros a “despertar” a la amenaza de los inmigrantes para que podamos seguir soñando, es decir, ignorar los antagonismos que atraviesan nuestro capitalismo global.

El discurso inaugural de Trump era, por supuesto, la ideología en su estado más puro, un mensaje simple y directo que se basaba en toda una serie de inconsistencias bastante obvias. Como dicen, el diablo mora en los detalles. Si tomamos el discurso de Trump en su forma más elemental, puede sonar como algo que Bernie Sanders podría haber dicho: “Hablo por todos aquellos trabajadores olvidados, descuidados y explotados que trabajan duro, soy su voz, conmigo tienes poder ...”

Sin embargo, a pesar del evidente contraste entre estas proclamaciones y los primeros nombramientos de Trump (¿cómo puede el secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, director ejecutivo de Exxon Mobil, ser la voz de los trabajadores explotados?), hay una serie de pistas que dan una giro específico a su mensaje. Trump habla de “élites de Washington”, no de capitalistas y grandes banqueros. Habla de la desvinculación del rol del policía mundial, pero promete la destrucción del terrorismo musulmán, la prevención de las pruebas balísticas norcoreanas y la contención de la ocupación china de las islas del mar de China meridional... así que lo que estamos obteniendo es el intervencionismo militar global ejercido directamente en nombre de los intereses estadounidenses, sin la máscara de derechos humanos y democracia. En los años sesenta, el lema del movimiento ecológico era “Piensa globalmente, actúa localmente”. Trump promete hacer exactamente lo contrario: “Piensa localmente, actúa globalmente”.

Hay algo hipócrita en los liberales que critican el eslogan “América primero”, como si esto no fuera lo que más o menos todos los países están haciendo, como si Estados Unidos no jugara un papel global precisamente porque le venía bien a sus propios intereses ... Pero el subyacente mensaje de “América primero” es triste: en el siglo americano, América se resignó a ser sólo uno entre los países. La ironía suprema es que los izquierdistas que durante mucho tiempo criticaron la pretensión de ser el policía global pueden comenzar a anhelar los viejos tiempos cuando, con toda hipocresía incluida, Estados Unidos impuso normas democráticas al mundo.

Pero lo que hace que el discurso inaugural de Trump sea interesante (y eficiente) es que sus inconsistencias reflejan las inconsistencias de la izquierda liberal. Hay que repetir una y otra vez que la derrota de Clinton fue el precio que ella tuvo que pagar por neutralizar a Bernie Sanders. Ella no perdió porque se movió demasiado a la izquierda, sino precisamente porque era demasiado centrista y de esta manera no logró capturar la rebelión anti-establishment que sostuvo tanto a Trump como a Sanders. Trump les recordó la realidad medio olvidada de la lucha de clases, aunque, por supuesto, lo hizo de una manera populista distorsionada. La rabia anti-establishment de Trump fue una especie de retorno a lo que fue reprimido cuando la política de la izquierda liberal moderada se centró en temas culturales “políticamente correctos”. Esta izquierda obtuvo de Trump su propio mensaje pero al revés. Por eso la única manera de responder a Trump habría sido apropiarse plenamente de la rabia contra el establishment y no descartarlo como primitivismo de basura blanca.

La reacción liberal predominante al discurso de asunción de Trump estaba predeciblemente llena de visiones apocalípticas bastante simples - basta mencionar que el anfitrión de MSNBC Chris Matthews detectó en él “un fondo Hitleriano”. Esta visión apocalíptica es típicamente acompañada por la comedia: la arrogancia de la izquierda liberal explota en su forma más pura el nuevo género de programas de talk shows en clave de humor político (Jon Stewart, John Oliver ...) que en su mayoría promulgan la pura arrogancia de la élite intelectual liberal. Pero el aspecto más depresivo del período post-electoral en Estados Unidos no son las medidas anunciadas por el Presidente electo, sino la forma en que la mayor parte del partido Demócrata está reaccionando a su histórica derrota: la oscilación entre los dos extremos, el horror al Gran Lobo Malo llamado Trump y el anverso de este pánico y fascinación, la renormalización de la situación, la idea de que nada extraordinario ocurrió, que es sólo otro revés en el intercambio normal entre presidentes republicanos y demócratas: Reagan, Bush, Trump... En este sentido, Nancy Pelosi hace referencia repetidamente a los acontecimientos de hace una década. Para ella, la lección es clara: “el pasado es un prólogo. Lo que funcionó antes funcionará de nuevo. Trump y los republicanos se sobreponen, y los demócratas tenemos que estar listos para aprovechar la oportunidad cuando lo hagan.” Tal postura ignora totalmente el verdadero significado de la victoria de Trump, las debilidades del partido Demócrata que la posibilitaron y la reestructuración radical de todo el espacio político que anuncia esta victoria. En Europa occidental y oriental, hay señales de una reorganización a largo plazo del espacio político. Hasta hace poco, el espacio político estaba dominado por dos partidos principales que se dirigían a todo el cuerpo electoral, un partido de centro-derecha (democratacristiano, liberal-conservador, popular ...) y un partido de centro-izquierda, (Socialdemócrata ...), con partidos más pequeños dirigiéndose a un electorado limitado (ecologistas, libertarios, etc.). Ahora cada vez hay más de un partido que representa el capitalismo global como tal, generalmente con relativa tolerancia hacia el aborto, los derechos de los homosexuales, las minorías religiosas y étnicas, etc.; en oposición a ese partido, hay otro partido populista anti-inmigrante cada vez más fuerte que va acompañado de grupos neofascistas directamente racistas en sus márgenes.

De manera que la historia de Donald y Hillary continúa: en su segunda entrega, los nombres de la pareja se cambian por los de Marine le Pen y Francois Fillon. Ahora que François Fillon fue elegido candidato de la derecha para las próximas elecciones presidenciales francesas y con la certeza (casi total) de que en la segunda vuelta de las elecciones la elección será entre Fillon y Marine le Pen, nuestra democracia alcanzó su (hasta ahora) punto más bajo. Si la diferencia entre Clinton y Trump era la diferencia entre el establishment liberal y la rabia populista de derecha, esta diferencia se redujo al mínimo en el caso de Le Pen versus Fillon. Si bien ambos son conservadores culturales, en materia de economía Fillon es puramente neoliberal mientras que Le Pen está mucho más orientada a proteger los intereses de los trabajadores. En resumen, dado que Fillon representa la peor combinación en la actualidad –el neoliberalismo económico y el conservadurismo social–, uno está seriamente tentado a preferir a Le Pen.

El único argumento para Fillon es uno puramente formal: representa formalmente la Europa unida y una distancia mínima de la derecha populista, aunque, en cuanto al contenido, parece ser peor que le Pen. Así que él representa la inmanente decadencia del establishment mismo –aquí es donde terminamos después de un proceso largo de derrotas y de retiros. En primer lugar, la izquierda radical tuvo que ser sacrificada por estar fuera de contacto con nuestros nuevos tiempos posmodernos y sus nuevos “paradigmas”. Luego la izquierda socialdemócrata moderada fue sacrificada por estar también fuera de contacto con las necesidades del nuevo capitalismo global. Ahora, en la última época de este triste relato, la derecha liberal moderada (Juppé) fue sacrificada como desprovista de valores conservadores que hay que enrolar si nosotros, el mundo civilizado, queremos derrotar a le Pen.

Cualquier semejanza con la vieja historia anti-nazi de cómo primero observamos pasivamente cuando los nazis en el poder sacaron a los comunistas, luego a los judíos, luego a la izquierda moderada, luego al centro liberal, incluso a los conservadores honestos... es puramente accidental. La reacción de Saramago –abstenerse de votar– es aquí obviamente lo UNICO apropiado para hacer. La Polonia de hoy ofrece un caso más en esta dirección, sirviendo como una fuerte refutación empírica a la predominante izquierda liberal de rechazo al populismo autoritario como política contradictoria que está condenada al fracaso. Si bien esto es cierto en principio –a largo plazo, todos estamos muertos, como lo expresó J. M. Keynes–, puede haber muchas sorpresas en el (no tan) corto plazo.

La visión convencional de lo que espera a los Estados Unidos (y posiblemente a Francia y los Países Bajos) en 2017, es un gobernante errático que promulga políticas contradictorias que benefician principalmente a los ricos. Los pobres perderán, porque los populistas no tienen esperanza de restablecer puestos de trabajo manufactureros, a pesar de sus promesas. Y la afluencia masiva de migrantes y refugiados continuará, porque los populistas no tienen planes para abordar las causas fundamentales del problema. Al final, los gobiernos populistas, incapaces de un gobierno efectivo, se desmoronarán y sus líderes se enfrentarán o bien al juicio político o no podrán ser reelectos. Pero los liberales estaban equivocados. PiS (Derecho y Justicia, el partido gobernante-populista) se ha transformado de una nulidad ideológica en un partido que ha logrado introducir cambios impactantes con velocidad y eficiencia récord. Ha promulgado las mayores transferencias sociales en la historia contemporánea de Polonia. Los padres reciben un beneficio mensual de 500 zloty ($ 120) por cada niño después de su primer hijo o por todos los niños de las familias más pobres (el ingreso promedio mensual neto es de aproximadamente 2.900 zloty, aunque más de dos tercios de los polacos ganan menos). Como resultado, la tasa de pobreza ha disminuido en un 20-40 por ciento y en un 70-90 por ciento entre los niños. La lista sigue: En 2016, el gobierno introdujo la medicación gratuita para las personas mayores de 75 años. El salario mínimo ahora supera lo que los sindicatos habían buscado. La edad de jubilación se ha reducido de 67 para hombres y mujeres a 60 para mujeres y 65 para hombres. El gobierno también planea alivio fiscal para los contribuyentes de bajos ingresos.

PiS hace lo que Marine le Pen también promete hacer en Francia: una combinación de medidas anti-austeridad –transferencias sociales que ningún partido de izquierda se atreve a considerar– más la promesa de orden y seguridad que afirma identidad nacional y promete lidiar con la amenaza de inmigrantes. ¿Quién puede superar esta combinación que aborda directamente las dos grandes preocupaciones de la gente común? Podemos discernir en el horizonte una situación extrañamente pervertida en la que la “izquierda” oficial está imponiendo la política de austeridad (al tiempo que aboga por los derechos multiculturales, etc.), mientras que la derecha populista lleva a cabo medidas antiausteridad para ayudar a los pobres (continuando con la agenda xenófoba nacionalista) –la última figura de lo que Hegel describió como el verkehrte Welt, el mundo del revés.

¿Y si Trump se mueve en la misma dirección? ¿Qué pasaría si su proyecto de proteccionismo moderado y grandes obras públicas, combinado con medidas de seguridad anti-inmigrantes y una nueva pervertida paz con Rusia, funciona de alguna manera? El idioma francés utiliza el llamado “ne” expletivo después de ciertos verbos y conjunciones; También se denomina “no negativo” porque no tiene valor negativo en sí mismo, sino que se usa en situaciones en las que la cláusula principal tiene un significado negativo (negativa o negativa negada), es decir, como expresiones de miedo, advertencia, duda y negación. Por ejemplo: Elle a peur qu’il ne soit malade (ella tiene miedo de que él esté enfermo). Lacan observó cómo esta negación superflua representa perfectamente la brecha que separa nuestro verdadero deseo inconsciente de nuestro deseo consciente: cuando una esposa tiene miedo de que su marido esté enfermo, bien puede preocuparse de que no esté enfermo (deseando que esté enfermo). ¿Y no podríamos decir exactamente lo mismo acerca de los liberales de izquierda horrorizados por Trump? Ils ont peur qu’il ne soit une catastrophe. (Ellos temen que sea una catástrofe. Lo que realmente temen es que no sea una catástrofe.)

Uno debería liberarse de este falso pánico falso, del temor a que la victoria Trump sea el último horror que nos hizo apoyar Hillary a pesar de todas sus obvias deficiencias. Las elecciones de 2016 fueron la derrota final de la democracia liberal, más precisamente, de lo que podríamos llamar el sueño de la izquierda (Fukuyama), y la única manera de derrotar realmente a Trump y redimir lo que vale la pena salvar en la democracia liberal es realizar una división sectaria del cadáver principal de la democracia liberal –en definitiva, cambiar el peso de Clinton a Sanders–. Las próximas elecciones deberían ser entre Trump y Sanders. Los elementos del programa para esta nueva Izquierda son relativamente fáciles de imaginar. Trump promete la cancelación de los grandes acuerdos de libre comercio apoyados por Clinton, y la alternativa de izquierda a ambos debería ser un proyecto de nuevos acuerdos internacionales diferentes. Los acuerdos que establecieran el control de los bancos, los acuerdos sobre normas ecológicas, sobre los derechos de los trabajadores, la asistencia sanitaria, la protección de las minorías sexuales y étnicas, etc. La gran lección del capitalismo global es que los Estados nacionales por sí solos no pueden hacer el trabajo, sólo una nueva política internacional puede quizás frenar el capital global.

Un viejo izquierdista anticomunista me dijo una vez que lo único bueno de Stalin fue que realmente asustó a las grandes potencias occidentales, y uno podría decir lo mismo de Trump: lo bueno de él es que realmente asusta a los liberales. Después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales aprendieron la lección y se centraron también en sus propias deficiencias, lo que les llevó a desarrollar el Estado del Bienestar –¿podrán nuestros liberales de izquierda hacer algo similar?

Para concluir volvamos a Marine le Pen. En un momento, ella definitivamente dio en la tecla: 2017 será el momento de la verdad para Europa. Sola, aplastada entre Estados Unidos y Rusia, tendrá que reinventarse o morir. El gran campo de batalla de 2017 estará en Europa, y en juego estará el núcleo mismo del legado emancipatorio europeo.

* Filósofo y crítico cultural esloveno. Su última obra es Contragolpe absoluto (Editorial Akal). Traducción: Celita Doyhambéhère.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/18082-despertar-para-seguir-sonando

sábado, 29 de octubre de 2016

Muere Tom Hayden, icono pacifista y de los derechos civiles. El político, de 76 años, es recordado por sus viajes a Vietnam y su activismo

Tom Hayden es una figura clave para entender los Estados Unidos de los años sesenta y setenta. Hayden, que murió el domingo a los 76 años por problemas de corazón, protagonizó algunos de los acontecimientos que alteraron la conciencia de este país e impulsaron los derechos de los ciudadanos.

En la lucha de la población negra para poder votar como la blanca, estaba Hayden. También en los disturbios durante la convención del Partido Demócrata en 1968. Fue uno de los iconos más radicales de los movimientos estudiantiles y pacifistas de la época. Defendía la desobediencia civil, como promulgaba uno de sus aliados, el reverendo negro Martin Luther King.

Hayden, que era blanco, logró la liberación de tres prisioneros de guerra estadounidenses en Vietnam en 1967. Y se convirtió en un objetivo prioritario del espionaje del FBI a la llamada Nueva Izquierda que florecía en EE UU.

“Era un radical dentro del sistema”, dijo, tras su muerte, Duane Peterson, un asesor del activista, al diario Los Angeles Times, la ciudad en la que vivía.

La descripción revela la mutación de Hayden: tras intentar cambiar desde fuera el sistema, trató de hacerlo desde dentro cuando entró en política en los años ochenta. Fue congresista y senador en California durante 20 años con especial énfasis en asuntos sociales, como el medio ambiente. Pero fracasó en sus intentos de ser senador nacional, gobernador de California o alcalde de Los Ángeles.

Para algunos, su entrada en política fue una traición a sus ideales iniciales. Para otros, una muestra de realismo. Mientras que otros tantos nunca le perdonaron que “romantizara” a los vietnamitas, como él mismo aseguró arrepentirse a finales de los ochenta.

Hayden nació en 1939 en Michigan, el único hijo de sus padres, y se crió en un entorno religioso. Estaba casado con la actriz canadiense Barbara Williams, con la que tenía un hijo adoptivo. Tuvo dos anteriores matrimonios, incluido con la actriz Jane Fonda, entre 1973 y 1990. Fueron una de las parejas de activistas más conocidas de la época y tuvieron una hija.

Su activismo antisistema afloró como adolescente y explotó como estudiante en la Universidad de Michigan. Inspirado por la caza de brujas contra supuestos simpatizantes comunistas y las sentadas de afroamericanos, Hayden empezó a participar en las protestas negras tras conocer en 1960 al reverendo King.

El día en que cumplió 22 años, la policía lo arrestó en Albany (Georgia). Había participado en los llamados Viajes de Libertad, grupos de blancos y negros que viajaban a bordo de autobuses al sur de EE UU para protestar contra la ausencia de implementación de la sentencia judicial que prohibía la discriminación racial en los autobuses intraestatales.

Hayden fue detenido tras rechazar abandonar el autobús y bloquear una acera en Albany. En la cárcel, escribió el borrador del manifiesto de Estudiantes por una Sociedad Democrática, la organización que fundó al año siguiente en Port Huron (Michigan).

El manifiesto rezaba que los jóvenes observaban con “incomodidad” el mundo que habían heredado y abogaba por una “democracia participativa” basada en la “fraternidad” y la “honestidad”. No ofrecía recetas concretas, pero criticaba la discriminación racial, la apatía ante la pobreza o el militarismo.

En los años siguientes, Hayden viajó a Vietnam y presenció los incidentes raciales de 1967 en Newark, donde había estado años colaborando con la población negra. En 1970, fue condenado a cinco años de cárcel por promover protestas contra la guerra con motivo de la convención demócrata de 1968 en Chicago, pero la sentencia fue derogada por irregularidades.

En un reflejo de su transformación política, Hayden acudió el pasado julio a la convención demócrata en Filadelfia que coronó a Hillary Clinton como candidata del partido en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre.

Hayden escribió una veintena de libros, desde autobiográficos a ensayos de asuntos sociales y políticos. Escribía con regularidad en la prensa. El pasado abril, en un artículo en The Nation, defendió votar a Clinton en las primarias demócratas por hacer más por la población negra y latina que su rival, el senador Bernie Sanders, al que tildó de demasiado idealista.

El activista manifestaba sus simpatías con el mensaje izquierdista de Sanders y atribuía su auge a un sinfín de fenómenos, como el aumento de las desigualdades de ingresos, el impacto socioeconómico del libre comercio, la multiplicación del coste educativo o las tensiones raciales persistentes. Los mismos factores podrían servir para explicar también el auge del republicano Donald Trump.

Mirando a las elecciones de noviembre, Hayden defendía enterrar las rencillas entre Clinton y Sanders. “Todavía necesitamos la organización de un frente unido de iguales para prevalecer frente a los republicanos”, escribió. Su deseo se ha hecho realidad y la convención de Filadelfia fue el inicio de la alianza tácita de los dos rivales demócratas.

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/10/24/actualidad/1477300722_505215.html

viernes, 22 de julio de 2016

Los demócratas deben despertar

Bernie Sanders
ALAI

Sorpresa, sorpresa. Los trabajadores británicos, muchos de los cuales vieron declinar su nivel de vida mientras los ricachones de su país se enriquecían aún más, le dieron la espalda a la Unión Europea y a una economía globalizada que los maltrata a ellos y a sus hijos.

No son sólo los británicos los que están sufriendo. La economía crecientemente globalizada, establecida y mantenida por la elite económica mundial, maltrata a los pueblos en todas partes. Increíblemente, las 62 personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como la mitad más modesta de la población del planeta, unas 3 mil 600 millones de personas. Los muy, muy ricos, disfrutan de un lujo inimaginable mientras miles de millones de personas sufren de una pobreza abyecta, del desempleo y servicios de salud, educación, vivienda y agua potable inadecuados.

¿Este rechazo de la actual forma de la economía global podría darse en los Estados Unidos? Puedes apostar que sí.

Durante mi campaña por la nominación presidencial Demócrata visité 46 Estados. Lo que vi y escuché en demasiadas ocasiones fueron dolorosas realidades que el establishment político y mediático ni siquiera reconoce.

En los últimos 15 años, cerraron casi 60 mil fábricas en el mundo, y desaparecieron más de 4,8 millones de empleos manufactureros bien pagados. Buena parte de esto está relacionado con los desastrosos tratados comerciales que estimulan a las empresas a instalarse en países de bajos salarios.

A pesar de significativos incrementos de la productividad, el asalariado medio de los EEUU gana 726 dólares menos de lo que ganaba en el año 1973, mientras que la asalariada media gana 1.154 dólares menos de lo que ganaba en el año 2007, con datos que toman en cuenta la inflación.

Casi 47 millones de estadounidenses viven en la pobreza. Un estimado de 28 millones no tiene seguro médico, mientras muchos otros disponen de seguros insuficientes. Millones de personas se debaten contra intolerables niveles de deuda estudiantil. Tal vez por la primera vez en la historia moderna, nuestras generaciones jóvenes tendrán muy probablemente un nivel de vida inferior al de sus padres. Puede ser alarmante, pero millones de estadounidenses de baja formación profesional tendrán una esperanza de vida más corta que la generación precedente y sucumben a la desesperanza, las drogas y el alcohol.

Mientras tanto, en nuestro país la décima parte más rica del 1% más rico, posee tanta riqueza como el 90% más modesto. El 58% de todos los nuevos ingresos va al 1% más rico. Wall Street y los mil millonarios, a través de sus “super PACs”, pueden comprar las elecciones.

En mi propia campaña, hablé con trabajadores que no logran vivir con salarios de 8 o 9 dólares la hora; con jubilados que luchan para comprar las medicinas que necesitan con pensiones de la Seguridad Social de 9 mil dólares al año; con jóvenes que no pueden acceder a la universidad. También visité a los ciudadanos estadounidenses de Puerto Rico, dónde 58% de los niños viven en la pobreza y sólo poco más del 40% de la población adulta tienen un trabajo o está buscando empleo.

Seamos claros. La economía global no está funcionando para la mayoría del pueblo ni en nuestro país ni en el mundo. Este es un modelo económico diseñado por la elite económica en beneficio de la elite económica. Necesitamos un cambio real.

No un cambio basado en la demagogia, ni en el fanatismo religioso y la propaganda anti-inmigrantes que caracterizó la retórica de la campaña por el Brexit, y es el meollo del mensaje de Donald Trump.

Necesitamos un presidente que apoye vigorosamente la cooperación internacional que reúne a los pueblos del mundo, reduce el hiper-nacionalismo y disminuye la posibilidad de la guerra. También necesitamos un presidente que respete los derechos democráticos del pueblo, y que luche por una economía que proteja los intereses de los trabajadores, no sólo los de Wall Street, los laboratorios y otros poderosos intereses privados.

Fundamentalmente necesitamos rechazar nuestras políticas de “libre comercio” y movernos hacia el comercio justo. Los estadounidenses no debiesen competir con los trabajadores de los países de bajos salarios que ganan centavos por una hora de labor. Tenemos que derrotar el Tratado Transpacífico. Tenemos que ayudar a los países pobres a desarrollar modelos económicamente sustentables.

Tenemos que terminar con el escándalo internacional que permite que grandes grupos corporativos y los ricos eludan pagar billones de dólares en impuestos a sus gobiernos nacionales.

Tenemos que crear decenas de millones de empleos a través del mundo combatiendo el cambio climático y transformando el sistema energético alejándolo de los combustibles fósiles.

Necesitamos esfuerzos internacionales para reducir el gasto militar en todo el planeta y ocuparnos de las causas de la guerra: la pobreza, el odio, la desesperanza y la ignorancia.

La noción que Donald Trump pudiese beneficiar de las mismas fuerzas que le dieron la mayoría a los defensores del Brexit en Gran Bretaña debiese lanzar la alarma en el Partido Demócrata y en los Estados Unidos. Millones de electores estadounidenses, como los defensores del Brexit, están comprensiblemente cabreados y frustrados por las fuerzas económicas que están destruyendo la clase media.

En este momento crucial, el Partido Demócrata y un nuevo presidente Demócrata tienen que aclarar que estamos con aquellos que luchan y que han sido abandonados. Tenemos que crear economías nacionales y globales que funcionen para todos y no sólo para un puñado de mil millonarios.
Bernie Sanders – Senador por el Estado de Vermont y candidato a la nominación presidencial Demócrata.
Publicado en el New York Times del 29 de junio 2016
Difundido por Other News (Roberto Savio) -
Traducción del inglés al español de POLITIKA
Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/178465

sábado, 28 de mayo de 2016

El viraje a la derecha de Hillary y Bill Clinton y Paul Krugman para frenar a Bernie Sanders

¿Se acuerdan cuando hace unas semanas Hillary Clinton se quejaba de que los Demócratas no la consideran “progresista”? La gran victoria de Bernie Sanders en Wisconsin puso fin a esa táctica y desencadenó el viraje a la derecha de Paul Krugman y de Hillary y Bill Clinton, lo cual inadvertidamente le da la razón a Bernie cuando niega que son progresistas en las cuestiones más importantes.

Esta última semana, el discurso de Hillary y sus representantes se ha movido a la derecha y han cambiado de postura respecto los asuntos más relevantes. De hecho, en varios casos la deriva a la derecha va más allá de las políticas que practicaron hace una década - a pesar de que estas políticas demostraron ser un fracaso. Sin darse cuenta también han demostrado cuán terribles fueron las políticas que resultaron del tan alardeado “pragmatismo” de Clinton y de su compromiso con las demandas más extremas de los Republicanos. Este es el caso de la infame “reforma” de la seguridad social de Clinton — una política que ambos Clintons defendieron. Tom Frank detalla en su nuevo libro titulado Listen, Liberal como el “pragmatismo” de los Clintons y su entusiasmo por trabajar con las peores facciones del Partido Republicano llevaron a la “reforma” de la seguridad social. Zach Carter justo acaba de escribir el artículo que yo planeaba escribir sobre esta farsa. Lo ha titulado “Nada de lo que Bill Clinton dijo para defender su Reforma de la Seguridad Social es cierto”: les recomiendo leerla.

Como criminólogo (también soy asesor económico de Bernie), voy a dedicar la primera de dos columnas sobre el viraje de Hillary a la derecha al intento de Bill Clinton de defender tanto sus políticas sobre drogas como la acusación de Hillary a los consumidores negros de “super-depredadores”. La segunda columna explica como Paul Krugman al hablar de la banca se ha unido a esta deriva derechista con tal de apuntalar el giro de Hillary.

Bill defendió sus políticas que contribuyeron a aumentar el encarcelamiento masivo de negros y Latinos por delitos relacionados con las drogas en el mismo mitin de campaña del pasado 7 de abril que llevó a Zach Carter a ridiculizar su defensa de la reforma del “Bienestar”. El discurso de Bill fue muy protestado por los miembros de Black Lives Matter, lo cual llevó a que Bill se saliera del guión atacando vehemente a algunos de los manifestantes y dio pie también saliera en defensa de su proyecto de ley sobre la delincuencia y de que Hillary atacara a los “super-depredadores”.

Bill planteó cuatro puntos esenciales en relación a la delincuencia en su intento de defenderse y de atacar a los manifestantes. En primer lugar, reclamó que su proyecto de ley contra la delincuencia hizo reducir mucho el crimen. La realidad es que la delincuencia callejera estaba reduciéndose antes de su proyecto de ley y la tendencia continuó después. (Los crímenes financieros de la élite estaban disparándose gracias a la lucha de Clinton por las tres “des”: la desregulación, des-supervisión y de facto des-criminalización de las finanzas — pero los Clintons y los autores y difusores del mito de los negros y latinos “super-depredadores” miraron hacia otro lado).

En segundo lugar, Bill alegó que todo lo malo de su proyecto de ley contra la delincuencia era debido a las demandas de los Republicanos. El libro de Tom Frank muestra como el “pragmatismo de los Clinton y las promesas de trabajar con la derecha más dura le llevó a elaborar un proyecto de ley que produjo la reclusión masiva de americanos. Este problema estaba agravado por la estipulación de las sentencias que castigaba a los consumidores de cocaína en crack cien veces más severamente (por peso) que a los consumidores de cocaína en polvo. Parece probable que los encargados de elaborar el borrador de la ley no sabían que los principales consumidores de cocaína en crack son negros y Latinos y que, en cambio, la cocaína en polvo la consumen mayoritariamente los blancos. Amplios sectores de la población respondieron con lo que los científicos sociales llaman un “pánico moral” respecto al consumo de la cocaína en crack a pesar de tener efectos idénticos a la cocaína en polvo. El proyecto de ley de Bill recibió apoyo de ambos partidos, incluido Bernie.

Lo que Bill no discute, pero si que enfatiza el libro de Tom Frank, es que la inmensa desigualdad racial en las penas impuestas — y su falta de fundamento dada la equivalencia química entre ambas sustancias — se puso de manifiesto el primer año de la ley. En 1995, la Comisión de Armonización de Penas de los Estados Unidos había recopilado los datos, había llevado a cabo los análisis y había hecho el esbozo para poner fin a tal disparidad — y Bill y el Congreso Republicano sin demora se pusieron pragmáticamente a trabajar mano a mano para bloquear la derogación de la desigualdad racial en las penas. Después de abandonar el poder, Bill se disculpó repetidamente por su Ley sobre la delincuencia pero hace unos pocos días en Filadelfia volvió a alabar su desastrosa ley. Se está posicionando excepcionalmente a la derecha cuando sigue sus instintos naturales al salirse de guión.

En tercer lugar, Bill se ha desviado tanto a la derecha que ha resucitado una postura racista que Hillary en su día promovió (y de la que después se desdijo). Hillary agredió a los consumidores negros de crack calificándolos como “super-depredadores”. Esta expresión fue acuñada con tal de generar pánico moral y así producir el encarcelamiento masivo de negros. La CNN se hizo eco del uso que hizo Hillary del término:
“Suelen ser los tipos de chicos que llamamos ‘super-depredadores’” dijo Clinton en un mitin en 1996, cuando la delincuencia era una preocupación pública importante, según las encuestas del momento. “Sin consciencia, sin empatía… podemos hablar de por qué acabaron así pero primero tenemos que hacerlos arrodillar”.

Hillary estaba citando a tres autores de la ultraderecha que habían tenido cargos oficiales durante el gobierno de Reagan. Ninguno de ellos era criminólogo pero aun así afirmaban que el crecimiento de los “super-depredadores”, mayoritariamente negros, era tan grande que deberíamos estar suficientemente aterrorizados como para apoyar una “guerra” a gran escala contra los consumidores de droga negros y Latinos. No solo acuñaron el término de “super-depredadores” y enfatizaron que eran principalmente negros – sino que les llamaron “asilvestrados”. La palabra que se usa para referirse a los animales que una vez fueron domésticos y pasan a vivir en las condiciones de un animal salvaje. Los consumidores de crack negros eran demonizados como subhumanos – animales salvajes cuyos ancestros habían sido en algún momento domésticos (como esclavos) y los cuales, como Hillary reclamó, debían ponerse de rodillas como perros adiestrados. Nada de esto era verdad pero las mentiras racistas permitieron crear el pánico moral que tanto daño creó a nuestra Nación. El libro de Michelle Alexander, The New Jim Crow: Mass Incarceration in the Age of Colorblindness hace un tratamiento excelente de este vergonzoso resultado.

Hillary con el tiempo (en 2016) se retractó de haber empleado la expresión y meme racista “super-depredador”. Bill lo ha desenterrado porque se puso nervioso y rabioso con los manifestantes de Black Lives Matter pero en una intervención no planificada deshizo el discurso que habían trazado reflexivamente.

En cuarto lugar, Bill atacó a los manifestantes de Black Lives Matter de forma vergonzante. De hecho, su ataque fue el resultado de su disparatado intento por apoyar el uso de la expresión “super-depredadores” por parte de Hillary meses después de que ella se retractara. Bill invocó los mismos mitos racistas y usó el mismo lenguaje racista que usaron hace una década a pesar de que ha sido completamente desacreditado por los criminólogos. La CNN menciona esto al respecto del mitin de Filadelfia:

Él también defendió que Hillary Clinton usara la expresión ‘super-depredadores’: “No sé como caracterizaría los líderes de las bandas que hacían que niños de 13 años se colocaran de crack y los mandaban a las calles a asesinar otros niños afroamericanos” dijo el ex-presidente. “Quizás ustedes pensaron que eran buenos ciudadanos — ella no”.

(Bill también parece haberse hecho venir bien la escena del interrogatorio de la película LA Confidencial “Estabas colocado, Ray?”). Evidentemente, los activistas de Black Lives Matter nunca han sugerido que los “buenos ciudadanos” “asesinan” “niños”. El hecho que Bill lo afirmara muestra que estaba aterrado por la gran victoria de Bernie en Wisconsin. La narración que hace Bill sobre los “líderes de las bandas que hacían que los niños de 13 años se colocaran de crack y los mandaban… a asesinar otros niños afroamericanos” es un mito racista. Incluso los autores de ultraderecha que inventaron el término “super-depredador” y calificaron a los consumidores negros de crack como animales abandonaron la expresión y sus demandas hace unos cinco años. Bill ha ido más allá que la ultraderecha al desenterrar estos mitos racistas asegurando que eran y son acertados y haciendo la absurda afirmación de que los activistas de Black Lives Matter apoyan a los asesinos de los niños negros.

Postscript (added at 4:50 p.m. CDT April 9, 2016)
¿Cuán desastroso fue el discurso sobre la delincuencia de Bill en el mitin de Filadelfia? Justo acabo de encontrar una editorial del Wall Street Journal que han publicado bajo el título de “En defensa de Bill Clinton”. La editorial del equipo del WSJ elogia a los Clintons por “decir la verdad” sobre los “super-depredadores”, asevera falsamente que la ley de la delincuencia es lo que redujo el crimen y aplaude que haya dicho que los miembros de Black Lives Matter busquen defender aquellos que asesinan los niños negros. Los subordinados de Murdoch también incluyen a los demócratas y a los “agitadores” (otro meme racista que el WSJ desentierra después de treinta años para este editorial) de Black Lives Matter sobre por qué deberían alabar que Bill exhume la ficción racista de los “líderes de las bandas que hacían que los niños de 13 años se colocaran de crack y los mandaban a las calles a asesinar otros niños afroamericanos”... seguir

http://www.sinpermiso.info/textos/el-viraje-a-la-derecha-de-hillary-y-bill-clinton-y-paul-krugman-para-frenar-a-bernie-sanders

jueves, 3 de marzo de 2016

Elecciones en EE.UU. El socialismo norteamericano de Bernie Sanders

Vecinos en conflicto/Viento Sur

Nací en Carolina del Norte, aunque mis padres son de Vermont. Crecí haciendo largos viajes de verano por la costa este para visitar a nuestra familia en Burlington, la ciudad más grande del estado con tan solo 40 000 habitantes. Fue en uno de esos viajes, en algún momento de los noventas, cuando escuché por primera vez acerca de Bernie Sanders y su versión tan particularmente norteamericana del socialismo democrático.

Vermont es un pequeño y extraño lugar. Es el número 49 de cincuenta estados, tiene solo 626 000 habitantes y la mayoría de ellos vive en pequeños pueblos agrícolas que salpican las Green Mountains en toda su extensión. La población de Vermont se jacta de su autosuficiencia marcada por un perfil tozudamente independiente y ocasionalmente revolucionario. El Estado fue fundado por una milicia separatista durante la Guerra Revolucionaria. Luego sería el primer Estado en abolir la esclavitud y jugaría un papel crucial en el llamado Underground Railroad (ferrocarril subterráneo), que ayudó a ocultarse a esclavos fugitivos en su terreno sinuoso y los escoltó a través de la frontera norte con Canadá. Durante mi infancia, escuchaba estas historias como pruebas de que la población de Vermont es gente comprometida que no se toman a bien las injusticias o el doble discurso político.

En 1980, Bernie Sanders (nacido en Brooklyn) entró en el escenario político por la izquierda como candidato independiente a la alcaldía de Burlington, describiéndose a sí mismo como socialdemócrata. Derrotó por 10 votos al candidato oficialista que se presentaba a su quinta reelección, y luego fue reelegido 3 veces. Durante su período como alcalde, Bernie fue ampliamente reconocido como un izquierdista sin pelos en la lengua, pero también como un administrador eficiente. Fue él quien abrió la primera comisión de la mujer en la ciudad, apoyó el desarrollo de cooperativas de trabajadores e inició uno de los primeros y más exitosos experimentos de viviendas comunales financiadas por el Estado. Esta última medida aseguró garantizar viviendas accesibles para sectores de ingresos bajos y medios, y frenó el proceso de gentrificación en medio de un proyecto para revitalizar la zona rivereña, que de lo contrario habría transformado el centro de la ciudad. Bernie el izquierdista, invitó a Noam Chomsky a hablar en la casa de gobierno y viajó a Nicaragua para conocer a Daniel Ortega y hermanar una ciudad sandinista. Bernie el administrador, mantuvo equilibrado el presupuesto de la ciudad y fue parte de la transformación de Burlington en una de las ciudades más lindas y habitables de Estados Unidos.

En 1990, Bernie se presentó como candidato para la cámara de representantes de Estados Unidos y se convirtió en su primer miembro independiente en cuarenta años. Rápidamente fundó el Congressional Progressive Caucus, que hasta el presente es uno de los pocos baluartes de izquierda en el Capitolio. Criticó a políticos de ambos partidos por subordinarse a la lógica corrupta de Washington. Se reveló como un político serio, con un mensaje directo y franco, y alarmado por las crisis que enfrenta nuestro país. Si bien a veces sus modales pueden parecer hoscos y sus aptitudes sociales escasas, nunca hubo dudas acerca de su devoción por el trabajo. Bernie pudo emerger como una voz calificada a nivel nacional en temas que van desde la desigualdad en los ingresos a la cobertura médica universal, la reforma de la campaña financiera y los derechos LGBT. También fue uno de los primeros críticos prominentes de la guerra de Irak y los programas de vigilancia interna como la Ley Patriota (Patriot Act).

Básicamente, Bernie mantuvo el camino que él mismo se había propuesto desde el principio, el del un progresista imperturbable que basa su trabajo en una independencia sólida y la obstinación para que se hagan las cosas. De nuevo en Vermont, donde desde 2006 ha sido senador, Bernie continuó incrementando su popularidad y ganó con el 71 % de los votos en su elección más reciente, consiguiendo la mayor tasa de aprobación de todos los políticos de Estados Unidos. Su reconocido rechazo a las campañas de desprestigio, así como su compromiso en encontrar terrenos comunes con figuras políticas de otros bandos, solo han fortalecido su reputación. Precisamente, su mayor logro y el secreto de su éxito, ha sido construir un nuevo consenso político en el estado de Vermont. Por supuesto, él interpela a los liberales más acérrimos pero saca su fortaleza real de familias trabajadoras blancas de las pequeñas ciudades, no tan conocidas (al menos en las décadas recientes) por sus inclinaciones socialdemócratas.

Mi familia es una familia de peluqueros, a los que se suman un par de enfermeras y electricistas. Somos una familia de cazadores y fanáticos de Katy Perry. Somos una familia a la que la cultura política contemporánea le ha hecho creer que su voz no cuenta. Y puedo decir, con total honestidad, que Bernie Sanders ha hecho pensar distinto a mi familia. De cara a las próximas elecciones primarias, casi todos ellos – propensos a votar a los republicanos en cualquier otra elección – darán su voto a Bernie Sanders. Cuando estoy en Vermont no solemos hablar de política pero cuando lo hacemos hablamos de Bernie. Puedo escuchar a mi tía decir “Quizás no estoy de acuerdo con todo lo que él dice o hace, pero se que él sabe lo que dice y cree en lo que hace. Se que él nunca nos entregaría y que siempre nos dirá las cosas de frente”.

El éxito del senador Bernie Sanders, en una campaña engañosamente quijotesca para convertirse en el 45 presidente de Estados Unidos, ha despertado extrañas animosidades en la opinión pública. Bernie atrajo multitudes mucho más grandes y generó más entusiasmo que cualquier otro candidato de los dos partidos. Durante 2015 su campaña recibió 73 millones de dólares de más de un millón de individuos y un récord de 2,5 millones de contribuciones en total. Está recibiendo una gran cobertura mediática en las portadas de los medios más importantes de Estados Unidos y es el tema central en numerosos tweets, mms y conversaciones de internet en general. Tan solo 6 meses antes, su principal contendiente, la todavía favorita Hillary Clinton -ex secretaria de Estado, senadora, primera dama y niña mimada del establishment demócrata- se situaba como la candidata más imparable para toda una generación. Al escribir estas líneas, a mediados de enero, ella se aferra a una ventaja de 7 puntos a nivel nacional y está igualada en las elecciones de dos estados en las primarias, estados que históricamente han sido la referencia para el resto del país (Iowa y New Hampshire). Lo que es más increíble aún, es que Bernie Sanders está haciendo todo esto sin dinero de corporaciones y sin recibir el apoyo del establishment, proclamando las virtudes del socialismo democrático y diciéndole a quien quiera escucharlo que este país necesita una revolución política.

Después de décadas trabajando en política, no debería ser ninguna sorpresa que el programa para la campaña de Bernie sea amplia y detallada, meticulosa se podría decir. Quizás meticulosa pero no confusa: no ha dejado lugar a dudas de que su mayor preocupación es la desigualdad que define cada vez más a la economía estadounidense. Propone subir el salario mínimo de 7,25 a 15 dólares hacia 2020. Promete crear millones de puestos de trabajo a través de programas federales de infraestructura y programas para la juventud. Dice que va a expandir la seguridad social, proporcionando educación gratis en todas las universidades públicas y extendiendo la cobertura de salud a toda la gente a través de un sistema de pago único. Su plan para financiar estos programas es simple: subir impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones, y cobrar impuestos a la especulación financiera.

En sus historias, Bernie cuenta cómo Estados Unidos se convirtió en uno de los países con mayor desigualdad en el mundo, y pone especial énfasis en la responsabilidad de las instituciones financieras en la crisis del 2007-08. Lamenta que ni un solo ejecutivo haya sido encarcelado por su papel en estos episodios, y muestra el contraste existente con un sistema de justicia que ha encarcelado a millones de personas de bajos recursos por delitos menores. Propone la implementación de una versión siglo XXI de la Ley Glass-Steagall, la que impidió que los bancos comerciales participaran con bancos de inversión a partir de 1933 y que luego fue derogada bajo la mirada aprobatoria del presidente Bill Clinton en 1999. Recientemente anunció que, de ser elegido, en su primer año disolvería todas las instituciones financieras que alguna vez fueran consideradas “demasiado grandes para caer”.

Sin embargo, su ardiente y popular versión económica no explica por qué millones de personas han llegado al “Feel the Bern”, el viral hashtag (#feelthebern hashtagTwitter) que se ha convertido en un eslogan para la campaña. En realidad, podría decirse que le está hablando a un momento más amplio de la historia de nuestro país. Las deudas personales y la desigualdad económica están en niveles récord, y la generación que hoy en día es mayor de edad ha sido criada en medio de la guerra de Irak y la Gran Recesión. Esta generación creció entre resabios del sueño americano aunque su realidad fue la de una movilidad descendente para la mayoría, mientras solo ascendían una pequeña élite y unos pocos afortunados. En este contexto, Bernie denuncia que el sistema no solo está roto sino que está diseñado para perpetuar el control por parte de una pequeña élite políticamente arraigada con intereses capitalistas, y es eso lo que ha prendido fuego en su campaña de forma tan llamativa. Además de sus propuestas económicas, la otra pieza fundamental de la campaña de Bernie es su llamamiento a expulsar a las grandes corporaciones y a su dinero de la política. Bernie defiende a viva voz una reforma integral de la financiación de las campañas, incluyendo la derogación de la decisión de la Corte Suprema sobre el caso Citizens United y la abolición de los super PACs/1, que en conjunto han permitido que el dinero corporativo ejerza cada vez mayor control sobre el proceso electoral. Bernie nos recuerda que él es el único candidato sin un super PAC y que su campaña está alejada de las corporaciones, financiada en gran parte por pequeñas donaciones y contribuciones un poco más grandes de sindicatos. La campaña de Hillary, en cambio, está sustentada en su mayor parte por ricos y corporaciones; seis de sus diez principales contribuyentes son bancos.

Bernie cree que las corporaciones han tomado el control de la democracia norteamericana, y es aquí en donde retoma su idea de la revolución política. En cada discurso llama la atención sobre esto y siempre es inequívoco: ni él ni ningún otro político puede hacer los cambios necesarios solo. La idea de revolución política de Bernie comienza con el pueblo estadounidense saliendo a votar masivamente, recuperando nuestra democracia, y exige reformas que aumenten nuestro control sobre la economía nacional y el proceso político.

No sorprende que los poderosos no estén contentos con Bernie y la mayor ofensiva la haya tomado el establishment demócrata (lo que también, por desgracia, es lógico). Su candidata, Hillary Clinton, ha recibido hasta ahora 455 avales de los gobernadores y representantes en el Congreso, mientras que solo 3 han sido para Bernie Sanders; ella ha sido respaldada por 18 sindicatos que representan a 12 millones de trabajadores frente a 3 sindicatos que acompañan a Bernie, que a su vez representan a 1 millón de trabajadores. Entre los llamados superdelegados -una desagradable particularidad del sistema electoral de Estados Unidos, quienes en conjunto constituyen cerca de un tercio de los votos del partido, y no tienen la obligación democrática de honrar las decisiones de sus votantes- las preferencias por Hillary tienen una ventaja de 45 a 1. El Comité Nacional Demócrata, por su parte, ha tratado de limitar las oportunidades de debate (y audiencia) en un esfuerzo para proteger la ventaja de Clinton, llegando incluso a eliminar la campaña de Bernie Sanders de su base de datos en un desmesurado castigo por una ofensa menor (y disputada). Mientras tanto, los charlatanes del establishment han disparado contra Bernie diciendo que es incapaz de ganar una elección general, a pesar de las numerosas pruebas en contra de esa idea.

Los partidarios de Hillary con las mejores intenciones dirían “Ella tienen más opciones de ganarle a cualquier loco peligroso que surja en esta especie de lucha libre que son las primarias republicanas”. Dirían también que ella tendrá más posibilidades de hacer las cosas que propone una vez en el gobierno. La política es desagradable y el Partido Republicano se ha redefinido tanto por su obstruccionismo tanto como su fanatismo. Hillary podrá no ser pura, pero es la persona del partido demócrata capaz de forzar al menos un par de reformas positivas en nuestro gobierno disfuncional. Los partidarios de Hillary también dirían que ya es hora de que elijamos una presidenta mujer, después de más de dos siglos ininterrumpidos de gobierno de varones.

Yo respondería que Clinton representa hasta tal punto lo que es disfuncional en nuestro sistema político actual, que es difícil que pueda hacer algo al respecto. Ella está tan estrechamente ligada a Wall Street como cualquier político de ambos partidos. Votó a favor de la guerra de Irak y se mantiene fiel al ala bélica del Partido Demócrata, una sección ampliamente desacreditada del intervencionismo liberal. Clinton está muy volcada a su objetivo de ganar poder, mientras que Sanders ha mantenido valores consistentes durante más de treinta años en cargos de elección popular. Sin duda, el simbolismo de la elección de una presidente mujer es importante, un acontecimiento potencialmente histórico que rivalizaría con la elección de Barack Obama como el primer presidente afroamericano de nuestro país hace ocho años. Sin embargo, también hemos visto las limitaciones del simbolismo en la política durante la administración del presidente Obama, con el ingreso medio y la riqueza de afroamericanos en declive, mientras que la disminución de las tasas de encarcelamiento continúan a un ritmo aparentemente inexorable, a la vez que la deportación de los inmigrantes latinos ha alcanzado niveles récord. Por otra parte, el valor de este simbolismo se puede ver compensado por la alternativa de elegir un presidente con un plan y un mandato que cambie la forma de funcionar de Washington y de nuestro país en general.

Como era esperable en lo que llamaré, en un sentido amplio, “la izquierda“, los debates sobre estas elecciones se han vuelto bastante desagradables en los últimos meses. La insistencia de Bernie en no utilizar técnicas negativas de campaña – y Hillary en un lugar confortable como ganadora- mantuvieron las cosas en buenos términos. Pero a medida que la campaña se fue calentando y la ventaja se redujo, legiones de seguidores de Hillary han salido a los medios de comunicación a descalificar a los partidarios de Bernie como sexistas. Los seguidores de Bernie, por su parte, fueron sarcásticos y en ocasiones políticamente incorrectos – aunque generalmente correctos al juzgar sus posiciones y logros – y respondieron que Bernie apoyó políticas y medidas que son mucho más progresista para la igualdad de las mujeres que las que Hillary propone (al menos, más allá de los escalafones más altos de las profesionales). Estas discusiones, si bien tienen el potencial para dar lugar a un debate necesario sobre las diferencias entre el feminismo liberador y el feminismo corporativo, en general han sido lideradas por fanáticos y no han progresado (al menos por ahora) mucho más allá de insultos superficiales al estilo Twitter.

Más a la izquierda, los sospechosos de siempre, han salido de la nada para acusar a Bernie de no ser el portador de la verdadera revolución. Le acusan de un sinnúmero de desviaciones estilo “pecado original” relacionadas con su falta de alineamiento pleno con alguna estructura particular (y esotérica) de pensamiento político. Algunos dicen que él está actuando como un “perro pastor“ para el Partido Demócrata, atrayendo jóvenes descontentos a su seno -no les importa que él haya sido independiente la mayor parte de su carrera y que ahora se convirtió en el enemigo público Nº 1 del establishment demócrata-. Otros, nunca le perdonarán ser un socialdemócrata cuando él se ha etiquetado tan claramente a sí mismo como un socialista democrático. Y finalmente, están aquellos que piensan que Bernie ha caído en desgracia por su voto en tal o cual política exterior demostrando ser como todos los demás; sin que les importe que critique abiertamente la historia de imposiciones de regímenes en el exterior de nuestro país o que sostenga que el cambio climático representa una amenaza a nuestra existencia mayor que la del terrorismo, a pesar de la exaltación al miedo por parte de los medios. Aunque irrelevantes para la conciencia política dominante, estas patologías son dignas de mención en la medida en que se han agudizado y clarificado diferencias dentro de la vasta izquierda socialista –entre quienes van a donde está la gente y construyen políticas sobre la base de realidad existentes y quienes prefieren situarse al margen de la historia y gritan a quienes no están con ellos.

Pero más interesante y relevante para el momento actual de la política de Estados Unidos es el debate que se inició durante Netroots Nation, una destacada convención política progresista. Activistas del movimiento Black Lives Matter (BLM) interrumpieron un discurso de Bernie para llamar la atención sobre la violencia policial en contra de la comunidad negra y exigir la adopción de una agenda política más directa para desmantelar el racismo estructural en los Estados Unidos. La respuesta de Sanders fue ridiculizada por algunos con desdén, como fuera de lugar. Sus intentos iniciales por remarcar su propio historial en relación a la justicia racial y vincular la cuestión del racismo con las políticas económicas diseñadas para aliviar la desigualdad, no ayudaron. Unas semanas más tarde, un grupo de activistas de BLM con sede en Seattle interrumpió otro discurso Bernie Sanders, esta vez en un acto para celebrar los 80 años de la Seguridad Social. Los manifestantes tomaron el micrófono antes que Bernie pudiera hablar, no le permitieron responder a sus críticas y acusaron a la ciudad de Seattle de “liberalismo con supremacía blanca” en respuesta a los abucheos de la audiencia. El evento fue cancelado.

Después de este segundo acontecimiento, la campaña de Sanders dio a conocer un programa de justicia racial (presumiblemente elaborado después de la primera intervención) que abrió con un gesto explícito a las demandas de BLM y otros activistas, citando los nombres de las mujeres y hombres de color recientemente asesinados por la policía. Continuó abordando directamente la cuestión de la violencia física perpetuada por el Estado y los extremistas de derecha contra hombres y mujeres afroamericanos, y luego enumeró una lista de propuestas y demandas que abordan también cuestiones de la violencia desde lo político, jurídico, económico y ambiental. Este nuevo programa ha sido aplaudido por los líderes del movimiento BLM.
... seguir leyendo aquí.