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domingo, 16 de junio de 2013

The Guardian: Madrid's dangerous attempt to distort the history of the Spanish civil war. The planned removal of a monument in Madrid to the anti-fascist International Brigades is an attempt to lock down discussion.

Peligroso intento de Madrid para distorsionar la historia de la guerra civil española.
La eliminación planificada de un monumento en Madrid a la antifascista Brigadas Internacionales es un intento de bloquear la discusión

En noviembre de 1936, el campus de la universidad se convirtió en un teatro clave de la guerra. Como Franco trató de tomar Madrid sus tropas resistieron allí en algunos de los combates más sangrientos del conflicto. (Fotos: Getty Images y foto de David Mathieson. In The Guardian)

Cada día, miles de estudiantes Madrileño pasan por un arco monumental llamado el Arco de la Victoria (o arco de la victoria), ya que hacen su camino en la Universidad Complutense de la ciudad. La gran estructura es similar en aspecto al Arco del Triunfo en París, pero a diferencia del modelo francés no fue construido para celebrar alguna victoria famosa en la que España venció a un enemigo extranjero. La grandiosa construcción fue construida por el general Franco para celebrar la derrota de la Segunda República por sus tropas nacionalistas en la guerra civil, que duró entre 1936 y 1939. La victoria de Franco se produjo después de un conflicto que dejó a medio millón de sus compatriotas muertos, el país en ruinas y presagiaba el estallido de la segunda guerra mundial.

Más adelante, en el campus universitario a los mismos estudiantes pasan por un monumento mucho más pequeño, tan modesta que muchos de ellos ni siquiera se conoce su existencia. Una columna de metal simple, pagado por muchas donaciones privadas individuales, lleva una inscripción dedicada a los miles de voluntarios de las Brigadas Internacionales que fueron a luchar en España. En noviembre de 1936, el campus de la universidad se convirtió en un teatro clave de la guerra. Como Franco trató de tomar Madrid sus tropas resistieron allí en algunos de los combates más sangrientos del conflicto: cientos de brigadistas internacionales murieron junto con los locales de defensa de los edificios de la facultad bajo el famoso lema que se ha convirtió en un grito de guerra para los antifascistas desde siempre: " No pasarán ".

Podría pensarse que, en un momento en que hay un aumento de la xenofobia y el racismo en toda Europa este pequeño monumento a los motivados por la lucha contra el fascismo en la década de 1930 se codiciada por la ciudad. De hecho, parece que el Partido Popular de derecha (PP), que gobierna la ciudad no está preparada aún para tolerar su existencia.

A principios de esta semana el Tribunal Supremo de Madrid confirmó la denuncia de que el memorial no ha permiso de planificación y las autoridades universitarias ya se han dado dos meses para quitarla. A su vez, las autoridades universitarias afirman que han solicitado la licencia de obras, pero el Ayuntamiento no ha reconocido la aplicación. La universidad también señalan que otros monumentos mucho más grandes - como la de las víctimas de los atentados de 2004 - se erigieron sin los permisos requeridos.

Al explicar el pasado para dar forma al futuro es un principio básico de cualquier proceso político maduro. Fuera de España, otros países europeos son cada vez más capaces de hacer frente a su propia historia oscura. Los visitantes de ciudades como Berlín, Nuremberg o Lyon, por ejemplo, se encuentran los museos de clase mundial que tienen que ver con franqueza con su papel en el siglo 20, y el museo de la esclavitud del Liverpool, arroja luz sobre un episodio vergonzoso para los británicos. Sin embargo, en Madrid no hay un solo punto de información o centro de visitantes tratar de contar la historia de la guerra civil. El gobierno del PP es incapaz de hacer frente a la diversidad de demandas en el pasado y por lo que prefiere tratar de bloquear cualquier discusión en absoluto.

A pesar de las decenas de calles y plazas de Madrid, que todavía llevan los nombres de los miembros del régimen franquista, dejó solos monumentos como el Arco de la Victoria que celebran el aplastamiento de la mitad de la población, ahora parece que a pesar política hará acabar con la única placa conmemorativa a las Brigadas Internacionales en toda la ciudad.

A menudo se dice que la historia la escriben los ganadores. Pero lo que pasa en Madrid no es sólo un ejercicio asimétrico de la memoria histórica. Es una manera intolerante, peligrosa, disfuncional para tratar el pasado y se sienta incómodo con la imagen de Madrid le gusta proyectar como una ciudad abierta, diversa y transparente del futuro.
Fuente: David Mathieson. guardian.co.uk, Thursday 6 June 2013.
Leer la noticia original en el diario inglés The Guardian.
ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE GERNIKA. http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/04/22/paisvasco/1335112345_765186.html Legión Condor.

jueves, 13 de junio de 2013

El soldado Xie Weijin contra Franco. Un centenar de chinos se integraron en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil

Un matrimonio taiwanés ha dedicado 10 años a reconstruir la vida de algunos de ellos.

No quedaba tiempo, tenía cáncer, por lo que corrió la cortina que separaba su cama de la de los otros pacientes y comenzó, pese a las amenazas de enfermeras y médicos, a ordenar enfebrecido las dos grandes cajas: papeles, diarios, fotos con otros soldados, libros… Día y noche. “Son más valiosas que la vida misma”, le dijo Xie Weijin a su hija cuando se las dio como particular herencia un día de 1976 en Pekín. Era todo lo que conservó de su paso como combatiente en la guerra civil española. Un material que había arrastrado 38 años por dos continentes, sobreviviendo al conflicto, a dos campos de internamiento en Francia, a la guerra china contra Japón, la revolución y la represión de la Revolución Cultural...

Xie Weijin es una bella y triste metáfora. Desde que en 1965 el Gobierno comunista le recomendó jubilarse para que se restableciera de su “viejo revisionismo”, convirtió en un álbum de fotos gigante su pequeña habitación en la remota Nanchong, a 500 kilómetros de la capital, donde se refugió con las pruebas de una aventura olvidada por la historia: la presencia china en las Brigadas Internacionales.

“De no ser porque tenemos enfrente al enemigo japonés, iríamos con toda seguridad a integrarnos en vuestras tropas”, escribió Mao en una carta abierta al pueblo español el 15 de mayo de 1937... Pero algunos terminaron por ir. Hwei-Ru Tsou y Len Y. Tsou, matrimonio taiwanés residente en EE UU, hallaron por azar la foto de un soldado oriental en un libro de los 50 años de las Brigadas Internacionales (BI). Les sorprendió. Con la perseverancia de los doctores químicos que son y tras 10 años investigando por tres continentes, localizaron un centenar de chinos en la contienda española. El resultado es Los brigadistas chinos en la guerra civil (Catarata), primera gran monografía sobre el tema, que el azar ha querido que se publique al unísono en China y en España.

Mao tenía razón, en parte. Solo Chen Agen, de entre los localizados, venía directamente de China. Se explica: le perseguía el Kuomintang (en feroz pugna con los comunistas) por haber creado un sindicato. En el barco que le llevaba a Europa, un cocinero vietnamita le habló tanto de la noble lucha antifascista en España que el idealista Chang se fue a Asturias tras desembarcar en Galicia. Cayó prisionero en 1937 y, entre presidios y trabajos forzados, no recobró la libertad hasta 1942, en Madrid, donde se pierde su rastro.

Solo dos chinos estaban ya en España cuando estalló el conflicto. Uno, Zhang Zhangguan, se dedicaba desde 1926 a la venta ambulante en Barcelona. El otro, Zhang Shusheng, como dominaba el idioma, fue incluido en una tropa plenamente española, en la 195 brigada de la 50ª división. El resto fueron llegando de EE UU y de toda Europa, en especial de Francia. Eran huagong, obreros que habían sido reclutados por las potencias occidentales en China para trabajar acabada la Primera Guerra Mundial, la mayoría militantes comunistas, como muchos de los casi 35.000 miembros de 53 países que conformaron las BI, nacidas por una decisión política de la URSS y de la Internacional Comunista. El callado y misterioso Bi Daowen era otro ejemplo del compromiso antifacista de los orientales. Médico indonesio de padres chinos que mantenía contactos con grupos independentistas de su país ya en Holanda, donde estudió, llegó a España en septiembre de 1937 enviado por la Internacional Comunista, para la que trabajó de enlace hasta los sesenta, apareciendo y desapareciendo por China, Rusia, Checoslovaquia y su Indonesia natal, donde el destino le acabó cruzando con Suharto.

Otra prueba de fuerte convicción fue la decisión de los chinos de ir a luchar a España y no a su país, invadido por los japoneses. “Identificaron la agresión fascista en España con la que le ocurría a China; además, así tenían a sus familias más cerca”, resume las causas de la elección Laureano Ramírez, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, que ha traducido parte del volumen y ayudó a encontrarle editor.

Dudaban y sufrían, como muestra su correspondencia. Se conjuran para ir a luchar a casa cuando acabasen en España. Pero el Partido Comunista Chino tenía otros intereses, consciente del valor propagandístico de su presencia en el conflicto español. “Mao Zedong, Wang Ming y otros dirigentes de nuestro partido me han escrito expresamente instándome a transmitirles que sigan incorporados al frente combatiendo contra el enemigo”, reza una carta que Weijin, ya líder del grupúsculo por tener la graduación más alta entre ellos (era comisario político), transmitía a sus compañeros.

Al alto idealismo internacionalista atribuye también Ramírez que la mayor parte de los combatientes chinos fueran de edades avanzadas. “Muchos oscilaban entre los 44 y los 50 años, y el más joven tenía 24”, contabiliza. El resultado práctico, a pesar de que hay rastros de su sangre en la defensa de Madrid o en la batalla del Ebro, es que a muchos se les vetó en el frente. Así, un ingeniero de minas formado en Berkeley como Zhang Ji, de 37 años, era camionero en la Brigada Lincoln. Zhang Ruishu y Liu Jingtian (siete años de soldado en China) querían incorporarse a la compañía de ametralladoras, pero, ya sobrepasados los 44 años, sirvieron como enfermeros. Ruishu, valiente como pocos, herido tres veces por recoger compañeros en primera línea, acabó siendo tan querido que fue portada del semanario Estampa en septiembre de 1937. “Ver el respaldo de gente que venía de tan lejos era una inyección de moral para los republicanos”, arguye Ramírez. Si no gozaron de más popularidad si cabe fue porque no acabaron formando destacamento propio como querían y demuestra que Mao y Zhou Enlai les hicieran llegar un pendón rojo de seda que los distinguiera, hoy en el Museo de la Revolución de Pekín.

Los brigadistas chinos perdieron dos veces. Cuando las BI se retiraron, la mayor parte vivieron un calvario: muchos dieron con sus huesos (hasta ocho meses) en campos de internamiento franceses (Argelès y Gurs), sin ayuda (o tardía y desconfiada) de su Gobierno. Sin demora, combatieron en esa China que desde 1949, con el triunfo de Mao, y tras la Revolución Cultural, acosó a los que habían tenido contacto con extranjeros. El héroe Ruishu, que rechazaba los permisos para no abandonar el frente, acabó alcoholizado ante la deriva comunista. Weijin, herido cerca de Belchite y que llegó a alto cargo en las Fuerzas Aéreas, se vio con 60 años confinado en Nanchong.

No parece que hubiera representación china en el emotivo y magno (se temía hasta un ataque aéreo franquista) desfile de despedida que el 28 de octubre de 1938 se brindó en Barcelona a las BI y que desmenuza en uno de sus espectaculares 50 gráficos Víctor Hurtado en el reciente Las Brigadas Internacionales (Dau). Hubieran podido lucir el pendón de Mao o la bandera roja que sus compatriotas del diario Jiuguo Shibao, editado en París, les enviaron y que llevaba bordada una frase en la que los brigadistas chinos creyeron ciega y generosamente: “El mundo es nuestro hogar”.
Fuente: El País.

martes, 3 de abril de 2012

Ha muerto Lise London, la última brigadista internacional.

La revolucionaria y luchadora española contra el fascismo del siglo XX muere a los 96 años en París.

Antes de despedirme de Lise London a finales del pasado mes de noviembre en la bucólica clínica para víctimas del nazismo a las afueras de París, donde se encontraba internada ya muy enferma a sus 96 años, tras pasar toda una tarde con ella, le pregunté si había valido la pena toda su lucha.

El sufrimiento, la tortura y la cárcel que le provocaron su batalla contra el fascismo durante la Guerra Civil española junto a las Brigadas Internacionales, en la resistencia contra Hitler en Francia, en los campos de exterminio nazis y en la oposición al estalinismo; parir a sus hijos en la cárcel, ser deportada, condenada a muerte y apartada durante años de su marido por el régimen estalinista checo. Se incorporó de golpe de su cama hospitalaria, se echó la mano en el corazón, me miró con esos ojos de eterna adolescente y le brotaron de muy dentro sus ancestros aragoneses en un español con acento francés: “¡Por supuesto que valió la pena; combatimos por la libertad de Europa! ¡Valió la pena!”

Lise London, fallecida el 31 de marzo, era la última brigadista internacional; la última mujer entre los 35.000 voluntarios de todo el mundo que llegaron a España en el otoño de 1936 para luchar durante más de dos años contra Franco en los frentes de Madrid, Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro. Artur London, intelectual comunista, veterano de las Brigadas, esposo, camarada de partido y padre de los tres hijos de Lise, daría la clave de aquella gesta heroica: “En Madrid, el checo iba a luchar por Praga; el francés, por París; el austriaco, por Viena; el alemán por liberar su país de Hitler y el italiano por expulsar a Mussolini de su país”. Un tercio de aquellos románticos que se enfrentaron a Franco cuando todo parecía perdido para la República e hicieron inmortal el grito de “¡No pasarán!", reposa en España en tumbas sin nombre. Muchos iniciaron malheridos la retirada de la derrota a finales de 1938 y murieron en campos de concentración franceses. Los que sobrevivieron, entre ellos Lise y Artur, formaron una estrecha comunidad de sangre que nunca nadie logró romper y que junto a los republicanos españoles exiliados siguieron enfrentándose a Hitler hasta el final de la contienda; fueron los primeros en liberar París con las armas en la mano.

Lise era hija de españoles, nació como Elisa Ricol en un pueblo minero francés. Los Ricol representaban el prototipo del proletariado de comienzos del siglo XX: pobres, analfabetos, desertores del campesinado y emigrantes. El viejo Ricol era un picador que arrastraba la silicosis y militaba en sindicatos comunistas. Lise nació en 1916. De niña vendía helados por las calles. A los 15 años ingresó en las Juventudes Comunistas. Era una revolucionaria profesional. Una fuerza de la naturaleza; una mujer valiente que conoció y trató a Stalin, Tito, Pasionaria y Ho Chi Minh. En Moscú, donde había sido fichada por la Internacional, se enamoró de Artur London, un joven comunista de 19 años; alto, guapo, elegante y tuberculoso; un intelectual checo de origen judío que contraponía al ímpetu descarnado de Lise un carácter calmado y reflexivo. Juntos recorrerían medio siglo convulso de la historia de Europa, del Albacete de la Guerra Civil al París ocupado; de los campos nazis a la Praga que se batía por la libertad en los cincuenta. Nunca se rindieron.

Santiago Carrillo y Lise London se conocieron durante aquellos días terribles de finales de 1936 con el Ejército de Franco a un tiro de piedra de Madrid. Era el bautismo de fuego de la joven revolucionaria, embarazada de su primer hijo, que perdería. En aquel Madrid de pesadilla se iba a enfrentar sin pestañear a los tableteos de las ametralladoras y los bombardeos sobre la población civil en la Ciudad Universitaria; sería testigo de los miles de mujeres y niños refugiados en las estaciones de metro y sentiría las balas silbando sobre su cabeza en la Universitaria; cuando se despidió de Carrillo, este le regaló un Quijote encuadernado en cuero que Lise ha conservado hasta el final de su vida. Su amistad ha resistido 75 años...

..."Seguro que los recuerdos se le agolpaban en la memoria: Lise London, que sigue siendo comunista, citaba a su marido, que fue perseguido por el estalinismo y que, sin embargo, siguió manteniendo su militancia comunista hasta el fin de sus días. La propia Lise London, nos ha dejado escrita en sus memorias, que todos los jóvenes deberían leer, la razón de su prolongado esfuerzo por conseguir la libertad y la dignidad humana: "En La confesión, Gérard (Artur London) había descrito las facetas más sombrías de la historia del comunismo en el siglo XX. Pero también habíamos pensado contar las otras, luminosas, que habían deslumbrado y arrastrado a nuestra generación." Por eso las escribió, y por eso hablaba ahora Lise, recordando a los voluntarios de las Brigadas Internacionales, insistiendo en la necesidad de continuar con el esfuerzo colectivo por cambiar un sistema miserable, por acabar con un capitalismo de gangrena que sigue pisoteando la libertad y la razón y sembrando la muerte, como ahora mismo en Iraq o en Afganistán.

Casi parecía mentira, Lise London hablando a los hombres de las Brigadas Internacionales, defendiendo las mismas ideas que abrazó en su juventud: mientras la oía, yo creía escuchar el eco persistente de la sonrisa de los milicianos de 1936, las historias aún sin desvelar del éxodo y la derrota, el canto de la Internacional y las canciones anarquistas, creía escuchar las voces de la república, las notas sencillas del himno de Riego que se derramaban desde un lugar oculto, porque todos los que estábamos allí sabíamos, sabemos, que la digna república española está en alguna parte y volverá. Con la misma fuerza de su juventud, con la misma sonrisa con que la vemos en una fotografía de 1937, en un balcón de Valencia, al salir del hospital, Lise London, estaba allí ahora, con un vestido negro, como en los días de los partisanos franceses con los que compartió los años oscuros del nazismo. Lise London hablaba, y los hombres de las Brigadas Internacionales, los voluntarios de la libertad de la guerra de España, asentían a sus palabras, sabiendo todo lo que resta por hacer..."

El año pasado culminó la producción de El rojo de las cerezas,

http://elrojodelascerezas.blogspot.com.es/ un emotivo docu-ficción sobre Lise y Artur London, dirigido por Emilio Garrido, que esperemos ver pronto proyectado al menos en TVE. ver aquí.

Leer más aquí en El dominical del País.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Lise London, la última brigadista.

Hace 75 años, más de 35.000 hombres y un puñado de mujeres de 54 países llegaron a España para luchar contra Franco. Estaban convencidos de que si frenaban el fascismo podían evitar una guerra mundial. Esta es una historia de valor y solidaridad a través de la memoria de Lise London, la última mujer voluntaria con vida.

El Ejército del Ebro / rumba la rumba la rumba la / el Ejército del Ebro / rumba la rumba la rumba la / una noche el río pasó / ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! / Y a las tropas invasoras / rumba la rumba la rumba la / y a las tropas invasoras / rumba la rumba la rumba la / buena paliza les dio / ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!".

Cuando el compacto grupo de ancianos franceses con acento español y ancianos españoles con acento francés se arranca a entonar con rabia el vibrante himno de batalla de nuestra Guerra Civil, se hace un silencio doloroso y toca tragarse las lágrimas. Son los testigos de una historia que se acaba. Una gesta de ideales y lucha por la libertad que pronto, cuando sus últimos protagonistas desaparezcan, quedará enterrada en los manuales de historia. Hoy están aquí. Quizá por última vez. Tienen el pelo blanco y las manos nudosas como una vid; ondean sobre sus cabezas pálidas banderas tricolores; un centenar de veteranos de la guerra se han reunido esta tarde de noviembre en un rincón sin turistas de París en homenaje a los miles de camaradas que llegaron a este lugar hace justo 75 años, procedentes de 54 países, para alistarse en las Brigadas Internacionales y luchar durante más de dos años contra Franco en los frentes de Madrid, el Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro. Fueron más de 35.000. Casi un tercio reposa en España en tumbas sin nombre. Muchos iniciaron malheridos la retirada a finales de 1938 y murieron en campos de concentración franceses y alemanes. Los que sobrevivieron formaron una estrecha comunidad de sangre que nunca nadie ha conseguido romper.

Eran jóvenes y no eran soldados; nunca habían sostenido un arma; habían militado en el pacifismo y la solidaridad entre los pueblos. Eran unos soñadores. Metalúrgicos, estibadores, estudiantes, campesinos e intelectuales; aventureros, revolucionarios; activistas negros americanos y judíos perseguidos por los nazis. Por encima de su origen, combatir en la Península al Caudillo suponía para todos plantar cara a Hitler. Creían que la Guerra Civil era el primer asalto de una contienda mundial que se podría frenar si Franco y sus compañeros de viaje eran derrotados en España. Para los brigadistas, no se trataba de una simple guerra fratricida aislada en un país frontera con África. Era el aperitivo de la catástrofe. El tiempo les daría la razón.

Aquella guerra concluiría el 1 de abril de 1939 con el triunfo de Franco y los ejércitos del Eje y el éxodo de medio millón de derrotados; cuatro meses más tarde, Hitler, según el plan previsto, invadía Polonia; doce meses más tarde, Francia, y dos años más tarde, en mayo de 1941, la Unión Soviética. Cincuenta millones de personas perecerían en la II Guerra Mundial. La perspectiva que proporciona el tiempo confirma que los brigadistas fueron unos visionarios. Antes de que existieran el derecho humanitario y la declaración de derechos humanos, apostaron por la solidaridad internacional con un Gobierno legítimo cuya democracia estaba siendo pisoteada. Se adelantaron. Una idea que sintetizaría Artur London, brigadista hasta las últimas horas de la República y uno de los protagonistas de este reportaje, con una frase: "Se levantaron antes del alba".

Muchos eran parias de la tierra. Tenían poco que perder porque no tenían nada. Dieron un paso al frente aquel otoño de 1936. Rompieron con todo. Se convirtieron en proscritos en sus países de origen. Era un instante crucial en el que la democracia se resquebrajaba; no solo Alemania e Italia habían caído bajo el yugo del fascismo. En Polonia, Hungría, Rumanía, Grecia, Lituania, Bulgaria, Checoslovaquia, Austria y Portugal se estaban incubando regímenes dictatoriales. La extrema derecha había mostrado sus colmillos en Francia. En sectores del Partido Republicano estadounidense y el establishment británico se aplaudía a Hitler. En ese instante, la mitad de España se había rebelado contra el golpe de Estado del 18 de julio. La guerra había comenzado. La República carecía de ejército y lo improvisaba a diario; mientras, Franco, al mando de unas fuerzas fogueadas en África, había alcanzado en semanas los arrabales de Madrid. Hitler humillaba a las democracias y enviaba sus bombarderos contra los españoles saltándose los acuerdos internacionales. Para apaciguarlo, Francia y Reino Unido habían abandonado a la República. La Península ardía. El mundo asistía mudo a la tragedia. Dentro de ese macabro decorado, miles de hombres habían reaccionado y enfilado París como primera escala hacia España. ¿Por qué estaban dispuestos a jugarse la vida en un país del que no conocían ni la lengua? Artur London daría la clave: "En Madrid, el checo iba a luchar por Praga; el francés, por París; el austriaco, por Viena; el alemán, por liberar su país de Hitler, y el italiano, por expulsar a Mussolini de su país".

El número 8 de la calle de Mathurin-Moreau era en 1936 un descampado salpicado de barracones que albergaban sindicatos de izquierda y comités obreros. A ese París proletario comenzaron a llegar en octubre los voluntarios. Los partidos comunistas de todo el mundo (de los que había surgido la idea de crear las Brigadas a través de la Internacional, la organización que hacía de correa de transmisión entre las consignas de Stalin y sus cuadros) habían prestado su infraestructura como banderín de enganche. En esta calle comenzaría el largo viaje hasta el frente. Más allá, vencer o morir.

Aquí se levanta desde los años setenta la sede del Partido Comunista Francés, un bello edificio de hormigón y cristal proyectado por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer como regalo a sus camaradas franceses. Todo aquí remite al combate contra el fascismo. La plaza en la que desemboca el cuartel general comunista lleva el nombre de uno de los más legendarios veteranos de las Brigadas Internacionales: el coronel Fabien, líder desde 1941 de la Resistencia francesa contra Hitler y el primer partisano que acabó durante la ocupación con la vida de un oficial hitleriano. En este ambiente de familia nos encontramos con una de sus viejas camaradas de guerrilla, Cécile Le Bihan, viuda de otro mítico brigadista: el coronel Rol-Tanguy, el partisano al que se rindió el ejército alemán que ocupaba París en 1944. Cécile tiene 93 años; es una anciana erguida, digna y lúcida, con una boina calada hasta las sienes y la Legión de Honor en la solapa. Durante cuatro años se jugó la vida y la de su familia en la Resistencia contra la ocupación nazi. Pasaba documentos en el cochecito de su hijo (hoy ese bebé es un sexagenario que sonríe a su lado) y participó en sabotajes. Su compañero, Rol-Tanguy, es un héroe nacional en Francia. "Nunca olvidó España", relata Cécile; "afirmaba que la experiencia más grande y enriquecedora de su vida fue la Guerra Civil. Era un sindicalista, un hombre de acción. Me decía: 'Tengo dos patrias, Francia y España; nunca me he podido sacar a los españoles del corazón'. España era para Henri como esa bala que recibió en la espalda en el frente del Ebro, se le quedó alojada en el omoplato y no le pudieron extraer: era parte de él".

-¿Por qué se enroló en las Brigadas?
-Quería aprender a luchar contra el fascismo y enseñar a otros. Se empeñó en ir a Madrid. Era un tipo duro, un metalúrgico. No era un idealista, era un militar. Sabía que el siguiente capítulo de aquella tragedia era París. Y no se conformaba. Quería estar en primera línea; volvió de España herido. Nos casamos en abril del 39. Un año más tarde, Hitler invadía Francia y volvió a combatir.

Aquellos jóvenes brigadistas que comenzaron a concentrarse a mediados de octubre de 1936 en París eran tipos jóvenes, grandes, ruidosos, románticos, vitales; sin gran formación (aunque hubiera entre ellos un grupo de escritores como Malraux, Hemingway, Orwell o Koestler), pero muy politizados; gente del pueblo, directos, juerguistas; cariñosos con los españoles que los recibían como salvadores. Se sintieron como en casa. Tras escuchar las grabaciones con decenas de testimonios de brigadistas, leer sus memorias y charlar con los supervivientes y sus familias, se advierte un hecho sorprendente: nunca renegaron de su aventura española; los veteranos recordaban los años de la Guerra Civil como los más enriquecedores, intensos y altruistas de su vida.

No había amargura en sus palabras. Ninguno se quejaba del pobre armamento e instrucción que recibieron; las penosas condiciones de vida en el frente; la crueldad de las batallas. No hay ninguna crítica a la discutible conducción política y militar de la guerra por parte de la República. Ni siquiera a su retirada de España como moneda de cambio. Para ellos, la única tragedia fue abandonar a los republicanos a su suerte. Me lo confirma la hija de uno de ellos que prefiere no dar su nombre: "Mi padre me contaba que cuando la República decide a finales de 1938 que los brigadistas se vayan para intentar un agónico acuerdo de paz, estos no querían que los españoles les dieran las gracias; las daban ellos por haber tenido la oportunidad de compartir el ideal de la República. Los brigadistas eran muy queridos en España. Llegaron aclamados por el pueblo, y cientos de miles de personas les despidieron entre flores de la misma forma el 15 de noviembre de 1938 en la Diagonal de Barcelona. Algo bueno debieron de hacer. Consideraban a los españoles sus hermanos. Por eso, los tres centenares que vivían en 1996 aceptaron como un honor la decisión del Gobierno de Felipe González de concederles la nacionalidad española".

De los más de 35.000 voluntarios extranjeros que lucharon en nuestra Guerra Civil no quedan más de veinte. Los más jóvenes han superado los 90 años...

Leer todo aquí en el País de 11-12-11

domingo, 5 de junio de 2011

La Brigada Lincoln: los héroes ocultos de América

Decenas de historias personales duermen en los archivos de la Brigada Lincoln que se guardan en la Biblioteca Tamiment de la Universidad de Nueva York. Pero es un triángulo de las Bermudas de la desmemoria. Para muchos estadounidenses de la calle los “lincolns” no existen. O solo existen como súcubos de un inframundo comunista irreal, contra los que quizás se cometió algún atropello histórico, pero a saber qué habrían hecho si les hubieran dejado. En su día el FBI les etiquetó de “antifascistas prematuros”, chocante baldón que con muy contadas excepciones inhabilitaba para obtener ningún puesto militar de rango en la Segunda Guerra Mundial, o ni siquiera para servir en ella. No se entiende la tenaz resistencia que, vistos desde fuera y sin prejuicios, encarnan la quintaesencia más mítica de lo americano. La vocación de salvar el mundo
Bill Bailey tenía 24 años el día del verano de 1935 en que subió a bordo del Bremen, un barco alemán anclado en el puerto de Nueva York. Con su larga y apuesta humanidad disfrazada de esmoquin parecía de buena familia de Manhattan o por lo menos el rey del mundo, en lugar del hijo de sufridísimos inmigrantes irlandeses, marino mercante y comunista heterodoxo que era. Había estado a punto de darse de baja del partido porque él nunca aguantó el ordeno y mando de nadie, pero un viaje como marino a la Italia de Mussolini le hizo desistir en el último minuto de romper el carnet. Entre una cosa y otra Bill Bailey estaba absolutamente decidido a cumplir una misión, y esta misión era arrancar la bandera con la esvástica que ondeaba en lo alto del mástil del Bremen. Así lo hizo. La insignia nazi se fue gloriosamente de cabeza al río Hudson. Aunque luego, volver a bajar del mástil, no fuera lo que se dice un camino de rosas. Hubo que pelear primero con la tripulación alemana y luego con la policía americana y pasar cierto tiempo en el calabozo.
Dos años después Bill Bailey se encontraba en España. Se había alistado en las Brigadas Internacionales junto con otros 2.799 voluntarios norteamericanos que combatieron contra Franco y en defensa de la República. Él luchó durante dieciocho meses en el cada vez más diezmado batallón que por una lógica más propagandística que militar acabaría llamándose la Brigada Abraham Lincoln. En Belchite, Bailey logró arrebatar una bandera franquista al enemigo. Orgulloso la firmó y la mandó de recuerdo al sindicato de los marinos en San Francisco.
Al volver de España, Bill Bailey retomó sus actividades sindicales. Llegó a ser una leyenda viva para la marinería norteamericana por acciones tales como enfrentarse a las autoridades que, en plena Segunda Guerra Mundial, querían denegarle el permiso para volver a embarcar —es decir, que condenaban a morirse de hambre— a un marino japonés-americano, nacido en Hawaii (como Obama), porque tenía “antecedentes criminales”. Tales antecedentes consistían en haber robado de niño la bicicleta de un vecino (sus padres eran demasiado pobres para comprarle una), bicicleta que devolvió tras darse una ansiada vuelta en ella.
Bailey embistió como un toro al tribunal: les desafió a fusilar sin más dilación al marino hawaiano-nipón si de verdad tenían pruebas de que era un agente antiamericano al servicio de Tokio. Pero, de no tener esas pruebas, les conminó ferozmente a restituirle intactos todos sus derechos. Él, Bailey, se hacía personalmente responsable de sus acciones. En esta ocasión los inquisidores se amedrentaron y retrocedieron.
En 1988, Bill Bailey regresó a España a cumplir un encargo delicado: llevar a Belchite las cenizas de otro Lincoln, su gran amigo y compañero de trinchera Bill McCarthy. Curioso apellido, es cierto, para alguien que en el fondo de su corazón nunca tuvo muy claro si quería ser comunista o cura. Mientras se lo pensaba, McCarthy se encontró haciendo la guerra y comprobando hasta qué punto la realidad desafía al idealismo: “Llegué a España lleno de verdadero fervor revolucionario. Iba a parar el fascismo. Pero en nada estaba agarrando a mi mejor amigo, quien tenía una bala en el estómago. Traté de rezar un avemaría pero no logré acordarme. Simplemente estaba allí, tratando de mantener las tripas de mi amigo dentro de su cuerpo”... Leer más.
Anna Grau, Fronterad.

domingo, 17 de octubre de 2010

Fallece el inglés Sam Russell, voluntario en las Brigadas Internacionales

En la noche del 2 al 3 de octubre murió Sam Russell, a la edad de 95 años. Una vez más, suenan las campanas de la vida y de la muerte anunciando el tránsito de uno de aquellos jóvenes voluntarios que en la plenitud de su vida dejaron sus trabajos o estudios, su casa y su familia, para venir a defender la República española agredida por el fascismo doméstico e internacional.
Su nombre real era Manassa Lesser. Nació en 1915 en el East End, una barriada londinense con una gran tradición de luchas obreras. Sus padres eran emigrantes polacos. Siendo estudiante del University College se adhirió al Partido Comunista ya que, según él, era el que se oponía de forma más activa a los Camisas Negras, el grupo fascista británico dirigido por Oswald Mosley.
Al producirse el golpe militar que llevó a la cruenta guerra "incivil", Sam sintió pronto la "llamada de España" y fue de los primeros en alistarse, en octubre de 1936, en las Brigadas Internacionales. No comunicó su decisión a sus padres, solo a su hermano pequeño, que, meses más tarde, se le uniría. Él y otros compañeros, como John Cornford, Bernard Knox y John Sommerfield, formaron una sección británica dentro del batallón Commune de Paris y de la XI BI.
Solo tuvo tres semanas de instrucción en Madrigueras (Albacete). El 6 de noviembre, su batallón y los otros dos que formaban la XI BI, el Dombrowski y el Edgar André, partieron hacia Madrid, adonde llegaron el día siguiente, entrando en la línea de combate en la noche del 8 al 9 de noviembre. El Commune de Paris estuvo seis días en la Casa de Campo, hasta que el 16 fue trasladado a la Facultad de Filosofía y Letras, primero, y a la de Medicina después. Sam participó en la lucha cuerpo a cuerpo que tuvo lugar en el edificio del Hospital Clínico. Las bajas de 12 días de duros combates fueron muy altas en la XI BI. "Del grupo inicial de 30, a mediados de diciembre solo quedaban seis. Algunos heridos, la mayoría muertos"...
En 1996, 60 años después de la formación de las Brigadas Internacionales, Russell fue uno de los veteranos que regresaron a España para recibir la ciudadanía honoraria y el homenaje emotivo de la población española. Siempre creyó que había que recordar con orgullo la entrega y la valentía del pueblo español y de los voluntarios que vinieron en su ayuda a combatir la agresión fascista y defender las conquistas sociales y democráticas alcanzadas durante la Segunda República.(S. Montero en El País, y presidente de la AABI).Leer más.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Bernard Knox, brigadista y erudito

Bernard Knox, veterano de la Guerra Civil española y de la II Guerra Mundial, falleció el pasado 22 de julio de un ataque al corazón, a la edad de 95 años. Notable figura pública en su país como especialista en cultura clásica, disfrutó de una intensa trayectoria vital que le configura como testigo ejemplar de algunos de los principales sucesos bélicos del siglo XX.
A pesar de su nacionalidad estadounidense, nació y creció en Inglaterra, graduándose en lenguas clásicas en Cambridge en 1936. Conmocionado por el ascenso del fascismo en Europa, viaja a París, donde se une a las movilizaciones del Frente Popular, y luego a España. Combate por la República en una unidad de ametralladoras de la XI Brigada Internacional, participando en la defensa de Madrid...
poco después,... 1944, es enviado a Italia en apoyo a la resistencia contra Mussolini. En mitad de la operación, su grupo se refugia en una villa abandonada, semienterrado entre los restos de la casa, Knox descubre una vieja copia de las Geórgicas de Virgilio. Abre el libro y, no sabemos si al azar o acaso guiado por su intuición de estudioso de los clásicos, encuentra el siguiente pasaje: "Here right and wrong are reversed; so many wars in the world, so many faces of evil". ("Aquí el bien y el mal se confunden; tantas guerras en el mundo, tantas facetas de la maldad"). Muchos años después, en una de sus obras, Knox hará referencia a este episodio de la siguiente manera: "Estas líneas, escritas unos 30 años antes del nacimiento de Cristo, expresaban más directa y apasionadamente que cualquier discurso moderno que yo conociese, la realidad del mundo que me tocaba vivir: los campos infestados de minas, las ciudades devastadas y la población hambrienta en esa Italia que Virgilio tanto amaba, la miseria del mundo entero en guerra. A medida que avanzábamos entre los escombros, me dije: 'Si salgo de esta, tengo que volver a los clásicos y estudiarlos a fondo".
Bernard Knox fue autor de decenas de artículos y libros como The heroic temper: studies in Sophoclean tragedy [El temperamento heroico: estudios de la tragedia de Sófocles] (1964), Word and action: essays on the ancient theater [Palabra y acción: ensayo sobre el teatro clásico] (1978), y Backing into the future: the classical tradition and its renewal [Volviendo al futuro: la tradición clásica y su renovación] (1994), habiendo recibido numerosos premios y galardones. Se doctoró en Yale al poco de terminar la guerra, en 1948, y fue director del Centro de Estudios Helénicos de la Universidad de Harvard desde 1962 a 1985. En 1992 fue escogido por el Comisión Nacional de Humanidades para impartir la conferencia anual de esta entidad, el más alto honor que concede el Gobierno federal a la hora de reconocer el esfuerzo de los intelectuales por la difusión de las humanidades. En otra de sus conferencias, pronunciada en la Universidad de Nueva York en 1998, bajo el título Antifascista prematuro, recogió sus reflexiones acerca de su participación en las Brigadas Internacionales. Knox concluía así aquel discurso: "Yo soy uno de los que, en palabras de Herbert Matthew, "fueron a España y dejaron sus corazones allí". Leer más.
(Escrito en el País por Agustín Lozano de la Cruz, secretario de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales.)

sábado, 9 de mayo de 2009

Song Of The Lincoln Brigade, Woody Guthrie

Songs Of The Lincoln Brigade


Three-verse versions: Jarama Valley / El Valle del Jarama
This shorter (three-verse) version of the song—with variant versions —are something of an anthem for veterans, particularly those from the Abraham Lincoln Battalion. Woody Guthrie and Pete Seeger have recorded it. In addition to this version, other Spanish variants exist.

Jarama Valley

There's a valley in Spain called Jarama
It's a place that we all know so well
It was there that we gave of our manhood
And so many of our brave comrades fell.

We are proud of the Lincoln Battalion
And the fight for Madrid that it made
There we fought like true sons of the people
As part of the Fifteenth Brigade.

Now we're far from that valley of sorrow
But its memory we ne'er will forget
So before we conclude this reunion
Let us stand to our glorious dead.

Letra de Jarama Valley
There's a valley in Spain called Jarama
It's a place that we all know so well
It was there that we fought against the Fascists
We saw a peacful valley turn to hell

From this valley they say we are going
But don't hasten to bid us adieu
Even though we lost the battle at Jarama
We'll set this valley free 'fore we're through

We were men of the Lincoln Battalion
We're proud of the fight that we made
We know that you people of the valley
Will remember our Lincoln Brigade

From this valley they say we are going
But don't hasten to bid us adieu
Even though we lost the battle at Jarama
We'll set this valley free 'fore we're through

You will never find peace with these Fascists
You'll never find friends such as we
So remember that valley of Jarama
And the people that'll set that valley free

From this valley they say we are going
Don't hasten to bid us adieu
Even though we lost the battle at Jarama
We'll set this valley free 'fore we're through

All this world is like this valley called Jarama
So green and so bright and so fair
No fascists can dwell in our valley
Nor breathe in our new freedom's air

From this valley they say we are going
Do not hasten to bid us adieu
Even though we lost the battle at Jarama
We'll set this valley free 'fore we're through

El Valle del Jarama

Hay un valle en España llamado Jarama
es un lugar que nosotros conocemos bien.
Fue allí donde dimos nuestra virilidad
y donde cayeron nuestros valientes camaradas.

Estamos orgullosos del Batallón Lincoln
y de la lucha que hizo por Madrid.
Allí luchamos como verdaderos hijos del pueblo
como parte de la Quince Brigada.

Ahora estamos lejos de aquel valle de dolor
pero su memoria nunca olvidaremos;
Así que antes de que continuemos esta reunión
pongámonos en pie por nuestros gloriosos muertos.