Mostrando entradas con la etiqueta Hiroshima. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hiroshima. Mostrar todas las entradas

martes, 17 de marzo de 2015

La última voz del proyecto que desarrolló la bomba atómica Roy Glauber, Nobel de Física y único participante vivo en el Proyecto Manhattan en el laboratorio secreto de Los Álamos, cuenta su experiencia en un documental

Muchas personas ansían la fama, otras la alcanzan por partida doble. Éste es el caso del profesor Roy J. Glauber (New York 1925), que sigue activo en  su cátedra en el Departamento de Física de la Universidad de Harvard. El primer mérito de Glauber es que fue él quien consiguió comprender, en 1963, por qué la luz de un láser es tan especial, por qué se comporta de una forma tan diferente a la luz de una bombilla o a los rayos del sol. Glauber fue el primero en entender que los fotones obedecen las leyes de la mecánica cuántica y que, gracias a ello, pueden comportarse colectivamente de forma coherente. Aquella magnífica contribución,  la teoría cuántica de la coherencia óptica le valió a Glauber el premio Nobel de Física de 2005.

Pero el profesor Glauber merece ser célebre a día de hoy por otro hecho incontestable. Él es -ni más ni menos- el último científico vivo que participó en la construcción de la primera bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Las palabras de Glauber son la última voz que ostenta la autoridad moral de narrar de forma directa, sin reinterpretaciones históricas posteriores de terceros, la evolución del proyecto científico que cambió el mundo. Él es el último testigo no sólo del proceso entero, sino de la vida de todos sus protagonistas.

Nuestras charlas con Glauber se han traducido en  un documental que hemos titulado That's the story (Esa es la historia), porque así nos lo dijo él. Gracias a la colaboración del Archivo de Los Álamos, el documental cuenta con imágenes de la vida diaria en el laboratorio que fueron desclasificadas recientemente y que ven la luz por primera vez.

La historia de Glauber se remonta a 1943, cuando a la edad de 18 años fue captado para trabajar en un proyecto secreto en Los Álamos, cerca de Santa Fe, Nuevo México. Poco antes, en 1941, el presidente Roosevelt había aprobado un programa secreto de alta prioridad para crear una nueva arma, de potencia impredecible. Aquel esfuerzo recibió el nombre de  Manhattan Engineering District (abreviado a Proyecto Manhattan) y se nombró al general Leslie Groves como su director. Éste, a su vez, nombró a J. Robert Oppenheimer como director científico del proyecto. Ambos decidieron concentrar a los mejores científicos de aquel momento en el laboratorio de Los Álamos.

La idea directriz del Proyecto Manhattan consistía en aprovechar una reacción de fisión nuclear en cadena. Nadie sabía a ciencia cierta si los problemas técnicos harían viable la construcción de una bomba. Pero la posibilidad de que la fisión nuclear pudiera ser aprovechada por el bando alemán hacía perentorio el desarrollo de un programa de investigación fuertemente financiado. A día de hoy sabemos cómo evolucionó el proyecto. La primera explosión de una bomba atómica se realizó en julio de 1945 en el desierto de Alamogordo. Aquel ensayo recibió el mítico nombre de Trinity.  Veintiún días después, Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas  que destruyeron Hiroshima y Nagasaki. La devastación de estas ciudades y la consiguiente masacre con cientos de miles de personas fallecidas aceleraron la rendición de Japón. Se inició, así, la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS, cuyas consecuencias todavía vivimos 70 años después.

Glauber se unió al laboratorio de Los Álamos cuando todavía cursaba tercero de la licenciatura de Física (¡y, a la par, varios cursos de doctorado!). Él justifica su fichaje por el proyecto con la frase: “Había escasez de talento en los Estados Unidos”. Efectivamente, muchos estudiantes y profesores se habían unido a las fuerzas armadas y luchaban en los distintos frentes hasta el punto que Harvard superaba las 10.000 bajas entre los miembros de su comunidad. Por otra parte, otros muchos científicos se habían sumado a proyectos militares de diversa índole. No era fácil, pues, hallar jóvenes de manifiesto potencial intelectual. Glauber sí tenía el talento necesario.

De la noche a la mañana, el laboratorio de Los Álamos se convirtió en un experimento social en sí mismo. Oppenheimer trataba de reunir en un único lugar a la mayor cantidad de cerebros del planeta. Y así fue como, perdidos en el medio de la nada, fueron a trabajar físicos de la talla de Hans Bethe (Nobel en 1967), Richard Feynman (Nobel en 1965), Norman F. Ramsey (Nobel en 1989), Victor Weisskopf, Eduard Teller y un largo etcétera. También visitaron Los Álamos con frecuencia otros científicos no menos notables como Niels Bohr (Nobel en 1922), Enrico Fermi (Nobel en 1938) o Isodor Isaac Rabi (Nobel en 1944). Los Álamos fue, sin duda alguna, el mayor centro de inteligencia de la tierra...

Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/12/babelia/1426163621_568548.html

lunes, 6 de agosto de 2012

Hoy se recuerda la explosión de la primera bomba atómica en la ciudad japonesa de Hiroshima

En la sombra de Hiroshima

El 6 de agosto, aniversario de Hiroshima, debería ser un día de reflexión sombría, no sólo acerca de los sucesos terribles de esa fecha en 1945, sino también sobre lo que revelaron: que los seres humanos, en su dedicada búsqueda de medios para aumentar su capacidad de destrucción, finalmente habían logrado encontrar una forma de acercarse al límite final.

Los actos en memoria de ese día tienen un significado especial este año. Tienen lugar poco antes del 50 aniversario del momento más peligroso en la historia humana, en palabras de Arthur M. Schlesinger Jr, historiador y asesor de John F. Kennedy, al referirse a la crisis de los misiles cubanos. Graham Allison escribe en la edición actual de Foreign Affairs que Kennedy ordenó acciones que él sabía aumentarían el riesgo no sólo de una guerra convencional, sino también de un enfrentamiento nuclear, con una probabilidad que él creía de quizá 50 por ciento, cálculo que Allison considera realista. Kennedy declaró una alerta nuclear de alto nivel que autorizaba a aviones de la OTAN, tripulados por pilotos turcos (u otros), a despegar, volar a Moscú y dejar caer una bomba. Nadie estuvo más asombrado por el descubrimiento de los misiles en Cuba que los hombres encargados de misiles similares que Estados Unidos había emplazado clandestinamente en Okinawa seis meses antes, seguramente apuntados hacia China, en momentos de creciente tensión.

Kennedy llevó al presidente soviético Nikita Krushov hasta el borde mismo de la guerra nuclear y él se asomó desde el borde y no tuvo estómago para eso, según el general David Burchinal, en ese entonces alto oficial del personal de planeación del Pentágono. Uno no puede contar siempre con tal cordura. Krushov aceptó una fórmula planteada por Kennedy poniendo fin a la crisis que estaba a punto de convertirse en guerra. El elemento más audaz de la fórmula, escribe Allison, era una concesión secreta que prometía la retirada de los misiles estadunidenses en Turquía en un plazo de seis meses después de que la crisis quedara conjurada. Se trataba de misiles obsoletos que estaban siendo remplazados por submarinos Polaris, mucho más letales.

En pocas palabras, incluso corriendo el alto riesgo de una guerra de inimaginable destrucción, se consideró necesario reforzar el principio de que Estados Unidos tiene el derecho unilateral de emplazar misiles nucleares en cualquier parte, algunos apuntando a China o a las fronteras de Rusia, que previamente no había colocado misiles fuera de la URSS. Se han ofrecido justificaciones, por supuesto, pero no creo que soporten un análisis... Noam Chomsky.

Leer más aquí.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Hiroshima y Nagasaki

En el día de ayer Japón conmemoró el aniversario del, desde un punto de vista cualitativo, mayor crimen de guerra de la historia, esto es, el bombardeo atómico de las dos ciudades japonesas Hiroshima y Nagasaki durante la II Guerra Mundial. La pretensión de los agresores fue la destrucción total, la destrucción de todo vestigio de vida humana, animal o vegetal, y también la destrucción de bienes e infraestructuras ciudadanas como si nunca el ser humano hubiera habitado allí. 

Los japoneses han digerido igual que cada año su dolor y el Gobierno japonés ha hecho un llamamiento sobre el peligro de la energía nuclear, como equiparando la crisis nuclear recientemente padecida con la incalificable agresión sufrida en aquellos días por las dos ciudades mártires... MANUEL LICERAS RUIZ, El País, 10/08/2011. Más aquí.

...El general Dwight D. Eisenhower describe cómo reaccionó cuando el secretario de Guerra Henry L. Stimson le dijo que se utilizaría la bomba atómica:

“Durante su enumeración de los hechos relevantes, fui consciente de un sentido de depresión y por lo tanto le expresé mis graves dudas, primero sobre la base de mi creencia de que Japón ya estaba derrotado y que el lanzamiento de la bomba era totalmente innecesario, y segundo porque pensaba que nuestro país debía evitar el choque a la opinión pública mundial por el uso de un arma cuyo empleo, pensaba, ya no era indispensable como una medida para salvar vidas estadounidenses”.

En otra declaración pública, el hombre que después llegó a ser presidente de EE.UU. fue directo: “No era necesario atacarlos con esa cosa horrible”.

El general Curtis LeMay, el duro “halcón” de la Fuerza Aérea del Ejército, también se desanimó. Poco después de los bombardeos declaró en público: “La guerra habría terminado en dos semanas… La bomba atómica no tuvo nada que ver en absoluto con el final de la guerra.”

El almirante de la Flota, Chester W. Nimitz, comandante de la Flota del Pacífico, hizo la siguiente declaración: “Los japoneses, en realidad, ya habían pedido la paz… La bomba atómica no jugó ninguna parte decisiva, desde un punto de vista puramente militar, en la derrota de Japón.”

Señalé anteriormente el informe que hizo el general Sir Hastings Ismay, jefe de Estado Mayor del ministro británico de Defensa, al primer ministro Churchill de que “si Rusia entrara a la guerra contra Japón, los japoneses probablemente desearían salirse bajo casi cualquier condición que no fuera el destronamiento del Emperador”. Al oír que el ensayo atómico fue exitoso, la reacción privada de Ismay fue de “repulsión”. 

Poco antes de su muerte, el general George C. Marshall defendió quedamente la decisión, pero en general consta que dijo repetidamente que no fue una decisión militar, sino más bien política. Aún más importante, mucho antes del uso de las bombas atómicas, documentos contemporáneos muestran que Marshall sentía que “esas armas podrían usarse primero contra objetivos militares propiamente tales como una gran instalación naval y si no se derivaba un resultado total como efecto, pensaba que deberíamos determinar una cantidad de grandes áreas manufactureras donde se pudiera advertir a la gente de que se fuera, diciendo a los japoneses que nos proponíamos destruir esos centros…”

Como sugiere el documento sobre los puntos de vista de Marshall, resulta que la cuestión de si el uso de la bomba atómica era justificado no tiene que ver con si eran posibles otras opciones y si se informó a los máximos dirigentes al respecto. También tiene que ver con que si había que usar las bombas contra un objetivo en su mayoría civil o contra un objetivo estrictamente militar, que, de hecho era la alternativa explícita ya que, aunque había tropas japonesas en las ciudades, ni Hiroshima ni Nagasaki se consideraban vitales desde el punto de vista militar de los planificadores estadounidenses. (Es uno de los motivos por los que ninguna de ellas había sido fuertemente bombardeada hasta ese momento de la guerra.) Además, la selección de objetivos apuntaba explícitamente a instalaciones no militares rodeadas por casas de trabajadores. Esto nos ofrece una perspectiva más profunda de dos dirigentes militares más, igualmente conservadores

.
Hiroshima after the Atomic Bomb (3 of 5) by Harbert F Austin Jr in Japan

Muchos años después el presidente Richard Nixon recordó que:
“El [general Douglas] MacArthur me habló una vez de modo muy elocuente al respecto, caminando por su apartamento en el Waldorf. Pensaba que era una tragedia haber utilizado la bomba. MacArthur creía que se deberían aplicar las mismas restricciones a las armas atómicas que a las armas convencionales, que el objetivo militar debería representar siempre un daño limitado a no combatientes… MacArthur, vea, era soldado. Creía en el uso de la fuerza solo contra objetivos militares, y es por eso que todo el asunto nuclear lo disgustaba.”

Aunque se podría citar a muchos otros, aquí tenemos, finalmente, la declaración de otro conservador, un hombre que era amigo cercano del presidente Truman, su Jefe de Gabinete (así como el del presidente Roosevelt), y el almirante de cinco estrellas que presidió reuniones del Estado Mayor Combinado de EE.UU. y el Reino Unido durante la guerra –

William D. Leahy:

“El uso de esa arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no sirvió de ninguna ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y prestos a rendirse… Al ser los primeros en utilizarla… adoptamos un estándar ético común a los bárbaros de la era del oscurantismo. No me enseñaron a hacer la guerra de esa manera, y no se pueden ganar guerras destruyendo a mujeres y niños”.

Gar Alperovitz, profesor Lionel R. Bauman de economía política en la Universidad de Maryland y cofundador de Democracy Collaborative, es historiador y economista. Es autor, recientemente, de America Beyond Capitalism y (con Lew Daly) de Unjust Deserts. Su trabajo sobre la historia de la decisión de utilizar las armas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki cubre más de cuatro décadas; su libro de 1995 The Decision to Use the Atomic Bomb sigue siendo uno de los relatos definitivos sobre las acciones y motivaciones de EE.UU. en el último y trágico capítulo de la Segunda Guerra Mundial.

Fuente: http://www.counterpunch.org/alperovitz08052011.html

lunes, 9 de agosto de 2010

Hoy, 9 de agosto, se cumplen 65 años de la bomba atomica lanzada sobre Nagasaki

El espíritu del rechazo a las pruebas nucleares es el espíritu de la ignorancia. Estoy encantado de violarlo. No creo que lo estemos violando lo suficiente. Edward Teller (1)

A 65 años de los únicos bombardeos nucleares de la historia Hiroshima y Nagasaki, omnipresentes 

Hasta el 6 de agosto de 1945, la amenaza nuclear era todavía una abstracción. Después de la devastación provocada en Hiroshima y Nagasaki por la explosión de una bomba de uranio y otra de plutonio respectivamente, esas dos ciudades japonesas pasaron a ser símbolos del horror, de las consecuencias de las verdaderas armas de destrucción masiva. Hoy un puñado de países controla 22.000 cabezas nucleares...

A las 02.15 horas del 6 de agosto de 1945, los 12 miembros de la tripulación del poderoso bombardero B-29 Enola Gay partían de la isla de Tiniaii, en el Pacífico, a 2.500 kilómetros al sureste de Tokio, en busca de su objetivo. Las opciones eran Nagasaki, Kotura o Hiroshima, y se decidiría en vuelo en función del análisis metereológico que hiciera el avión de reconocimiento que había partido tres cuartos de hora antes. Sólo el coronel Paul Tebbits, comandante del Enola Gay, conocía que transportaban una bomba atómica. Se sabían importantes, habían sido elegidos para una misión histórica, ordenada por el propio presidente Harry S.Truman. Este mandatario del Partido Demócrata había sustituido poco antes del ataque en el cargo al fallecido Benjamin Delano Roosevelt.

En su carácter de vicepresidente, había previsto con Roosevelt usar la bomba contra Berlín, pero el derrumbe del nazismo se produjo antes de que pudieran terminarla. Japón sería elegido como objetivo sustituto de Alemania. EEUU sabía que con ello no sólo obligaría a capitular al imperio nipón, sino que lanzaba una clara advertencia a la URSS , cuando ya se avecinaba el reparto de buena parte del mundo entre las dos potencias.

Roosevelt y Truman desoyeron la opinión de científicos como Albert Einstein de que no se utilizara ...la bomba nuclear...

Y llegó el Día H.
El Enola Gay -Tibbets, el comandante del B-29 grabó el nombre de su madre en el fuselaje— iniciaba su misión llevando en sus entrañas a Little Boy (muchacho), la bomba de 4.000 kilogramos con un núcleo de uranio enriquecido, de tres metros de longitud y 70 centímetros de diámetro...

En su diario (que en 1971 vendió orgulloso por 37.000 dólares), el copiloto, Robert Lewis, recordaba cuan escuetamente el comandante les anunció finalmente el objetivo en vuelo: “07.24 horas. Tibbets conecta el intercomunicador para hablar con la tripulación. Sólo dice dos palabras: Es Hiroshima; 08.14.
El coronel nos ordena que nos coloquemos las gafas especiales Polaroid contra el fogonazo; 08.15, las compuertas del compartimento de bombas del Enola Gay se abrieron y la primera bomba atómica se libera del anclaje».

Lewis prosiguió con sus anotaciones: «08.16. A los 43 segundos del lanzamiento y tras casi seis millas de caída, la bomba detonó sobre Hiroshima».

Según Truman, el objetivo fue una base militar japonesa. En realidad, la bomba, amarrada por tres paracaídas especiales, explosionó a 500 metros del suelo, en pleno centro de Hiroshima, una ciudad que tenía 250.000 habitantes.

“Un punto de luz purpúrea se expande hasta convertirse en una enorme y cegadora bola de fuego”, escribió Lewis. “La temperatura del núcleo es de 50 millones de grados. A bordo del avión, nadie dice nada. Casi podía saborear el fulgor de la explosión, tenía el sabor del plomo. La cabina de vuelo se iluminó con una extraña luz. Era como asomarse al infierno. A continuación llegó la onda de choque, una masa de aire tan comprimida que parecía sólido. Cuando la onda de choque alcanzó el avión, Tibbets y yo nos aferramos a los mandos. (…) El hongo alcanza una milla de altura y su base es un caldero burbujeante, un hervidero de llamas. La ciudad debe de estar debajo de eso”.

«Sólo fue otro trabajo más”, diría Lewis. “Hicimos de este mundo un lugar más seguro. Desde entonces nadie ha osado lanzar otra bomba atómica. Desearía ser recordado como el hombre que contribuyó a hacerlo posible”.

En Hiroshima las cosas se vivieron de una manera muy distinta. La onda expansiva, con sus 6.000 grados de temperatura, calcinó a más de 70.000 personas de forma inmediata. Los edificios y árboles quedaron carbonizados en 120 kilómetros a la redonda. La lluvia radiactiva despedida por el hongo atómico mató en las horas posteriores a varios miles de personas más, dejando también miles de heridos y mutilados. El uranio enriquecido acababa con los glóbulos blancos. Antes de que finalizara 1945 habían muerto ya 140.000 habitantes de Hiroshima. Con los años decenas de miles de más morirían de cáncer y miles de niños nacerían con graves deformaciones.

... el presidente Truman... tres días después ordenaba repetir la experiencia en Nagasaki. A las 11.02 horas, otro bombardero B-29, el Bockscar, arrojaba sobre esa ciudad una bomba con núcleo de plutonio. Cuarenta mil personas murieron de inmediato. Miles más morirían posteriormente. Miles de niños nacerían con malformaciones.

Los poco más de 200.000 supervientes de esos genocidios, los hibakusha, que sufrieron graves deformaciones, deterioro genético y cáncer, esperan todavía que EEUU se disculpe por ese genocidio. Nunca lo hizo.

Por primera vez, el pasado viernes 6, al celebrarse los actos por el 65º aniversario del ataque contra Hiroshima, asistió un representante norteamericano, el cónsul; y por primera vez también, asistió el secretario general de la ONU. (artículo de Roberto Montoya) Ver aquí sobre el mito de "la guerra buena" de Jacques Pauwels.