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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Estados Unidos es el obstáculo. Joseph E. Stiglitz. Apple, Google y General Electric han demostrado que a la hora de encontar maneras de evadir impuestos son aún más geniales que cuando desarrollan productos innovadores


Recientemente  se ha celebrado la Tercera Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo en la capital de Etiopía, Addis Abeba. La reunión se llevó a cabo en un momento en que los países en desarrollo y los mercados emergentes han demostrado su capacidad de absorber grandes cantidades de dinero de manera productiva. De hecho, las tareas que estos países están emprendiendo —como inversiones en infraestructura (carreteras, electricidad, puertos, y mucho más), la construcción de ciudades que un día van a llegar a ser el hogar de miles de millones de personas y el cambio hacia una economía verde— son realmente enormes.

Al mismo tiempo, no falta dinero a la espera de que se le dé un uso productivo. Hace apenas unos años, Ben Bernanke, el entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, habló de un exceso de ahorro mundial. Y, no obstante, los proyectos de inversión con alta rentabilidad social no salían adelante por falta de fondos. Eso sigue siendo cierto hoy en día. El problema, tanto entonces como ahora, fue y es que los mercados financieros globales, en vez de cumplir con su objetivo de realizar una intermediación eficiente entre el ahorro y las oportunidades de inversión, asignan mal el capital y crean riesgo.

Hay otra ironía más. La mayoría de los proyectos de inversión que necesita el mundo emergente son a largo plazo, al igual que lo son gran parte de los ahorros disponibles —es decir, los billones de dólares y euros que se encuentran en cuentas de jubilación, fondos de pensiones y fondos soberanos— Pero nuestros mercados financieros, cada vez más miopes, se interponen. 

Muchas cosas han cambiado en los 13 años transcurridos desde la Primera Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo Internacional que se celebró en Monterrey (México) en 2002. En aquel entonces, el G-7 dominaba la formulación de políticas económicas a nivel mundial; hoy en día, China es la economía más grande del mundo (en términos de paridad del poder adquisitivo), con una tasa de ahorro que supera en alrededor de un 50% al nivel de EE UU. En el año 2002, se pensaba que las instituciones financieras occidentales eran magos de la gestión del riesgo y la asignación de capital; hoy en día, vemos que son brujos en manipular los mercados y otras prácticas engañosas.

Atrás han quedado los llamamientos que instaron a los países desarrollados a cumplir con su compromiso de dar al menos un 0,7% de su producto nacional bruto (PNB) en ayuda al desarrollo. Unos cuantos países del norte de Europa –Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Suecia y, sorprendente, el Reino Unido —en medio de su austeridad autoinfligida— cumplieron sus promesas en 2014. Sin embargo, Estados Unidos (con un 0,19% de su PNB ese mismo año) se queda muy, muy lejos.

Hoy en día, los países en desarrollo y los mercados emergentes dicen a EE UU y a los otros países: si no van a cumplir sus promesas, al menos no estorben y permítannos construir una arquitectura internacional para una economía mundial que también sirva a los pobres. No es sorprendente que las potencias hegemónicas existentes, con EE UU a la cabeza, estén haciendo todo lo posible por frustrar tales esfuerzos. Cuando China propuso la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras para ayudar a redirigir algunos de los excesos de ahorro mundial hacia lugares donde la financiación es muy necesaria, Washington trató de torpedear el esfuerzo. Cuando finalmente el proyecto salió adelante, el Gobierno del presidente Barack Obama sufrió una dolorosa (y muy vergonzosa) derrota.

EE UU también está bloqueando el camino hacia un derecho internacional para la deuda y las finanzas. Para que funcionen bien los mercados de bonos, por poner un ejemplo, se debe encontrar una forma ordenada para resolver los casos de insolvencia soberana. Sin embargo, hoy en día, no existe tal manera. Ucrania, Grecia y Argentina son ejemplos del fracaso de los acuerdos internacionales existentes. La gran mayoría de países ha pedido la creación de un marco para la reestructuración de la deuda soberana. EE UU sigue constituyéndose como el principal obstáculo.

También es importante la inversión privada. Pero las nuevas disposiciones incluidas en los acuerdos comerciales que el gobierno de Obama está negociando en ambos océanos implican que cualquier inversión extranjera directa viene acompañada por una marcada reducción en la capacidad de los Gobiernos para regular el medio ambiente, la salud, las condiciones de trabajo e incluso la economía.

La posición de Estados Unidos en relación con el tema más debatido en la conferencia de Addis Abeba fue particularmente decepcionante. A medida que los países en desarrollo y los mercados emergentes abren sus puertas a las multinacionales, se hace cada vez más importante que puedan imponer impuestos a estos gigantes, gravando las ganancias generadas mediante la actividad empresarial que se produce dentro de sus fronteras. Apple, Google y General Electric han demostrado que a la hora de encontrar maneras de evadir impuestos son aún más geniales que cuando desarrollan productos innovadores.

Todos los países —tanto los desarrollados como los en desarrollo— han estado perdiendo miles de millones de dólares en ingresos fiscales. El año pasado, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, en sus siglas en inglés) dio a conocer información sobre las decisiones fiscales de Luxemburgo que expusieron la magnitud y la diversidad de las formas de evasión fiscal. Aunque un país rico como EE.UU. pudiese soportar el comportamiento descrito en el denominado caso Luxleaks, un país pobre no puede hacerlo.

He sido miembro de una comisión internacional, la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Internacional de Sociedades, cuya labor es examinar maneras de reformar el sistema tributario actual. En un informe que presentamos a la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, acordamos por unanimidad que el sistema actual está roto, y que no basta con un par de arreglos aquí y allá. Hemos propuesto una alternativa —similar a la manera en la que las empresas son gravadas en EE UU— asignando la recaudación que corresponde a cada Estado sobre la base de la actividad económica que ocurre dentro de las fronteras estatales.

EE UU y otros países desarrollados han presionado a favor de una serie de cambios mucho menores recomendados por la OCDE, que es el club de los países desarrollados. En otras palabras, los países de los que provienen los políticamente poderosos evasores de impuestos son los países que, se supone, tienen que diseñar un sistema para reducir la evasión fiscal. Nuestra Comisión explica por qué las reformas de la OCDE han sido, en el mejor de los casos, pequeños ajustes a un sistema fundamentalmente defectuoso. Son, simplemente, inadecuadas.

Los países en desarrollo y los mercados emergentes, encabezados por India, han argumentado que el foro adecuado para debatir estos temas es un grupo ya establecido en Naciones Unidas, el Comité de Expertos sobre Cooperación Internacional en Asuntos Fiscales, del que es necesario mejorar su situación jurídica e incrementar su financiación. EE UU se ha opuesto de manera tenaz: quería mantener las cosas como en el pasado, de forma que la gobernanza mundial sea llevada a cabo por y para los países desarrollados.

Las nuevas realidades geopolíticas exigen nuevas formas de gobernanza mundial, en las que la voz de los países emergentes y en desarrollo resuene más alto y con mayor peso. EE UU impuso su parecer en Addis Abeba; sin embargo, también mostró que se encuentra en el lado equivocado, una postura que será juzgada por la historia.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente es La Gran Brecha: las sociedades desiguales y qué podemos hacer al respecto.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/08/27/actualidad/1440698084_045516.html

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domingo, 5 de julio de 2015

Obligar a Grecia a ceder. La UE quiere que Tsipras caiga para que no haya un Gobierno contrario a sus políticas

Las rencillas actuales en Europa pueden parecer el desenlace inevitable del amargo enfrentamiento entre Grecia y sus acreedores. En realidad, los dirigentes europeos están empezando a mostrar verdaderamente por qué se pelean: por el poder y la democracia, mucho más que por el dinero y la economía. Los resultados económicos del programa que la troika impuso a Grecia hace cinco años han sido terribles, con un descenso del 25% del PIB nacional. La tasa de desempleo juvenil alcanza ya el 60%. No se me ocurre ninguna otra depresión en la historia que haya sido tan deliberada y haya tenido consecuencias tan catastróficas.

Sorprende que la troika se niegue a asumir la responsabilidad de todo eso y no reconozca que sus previsiones y modelos estaban equivocados. Pero todavía sorprende ver más que los líderes europeos no han aprendido nada. La troika sigue exigiendo a Grecia que alcance un superávit presupuestario primario del 3,5% del PIB en 2018. Economistas de todo el mundo han dicho que ese objetivo es punitivo, porque los esfuerzos para lograrlo producirán sin remedio una crisis aún más profunda. Es más, aunque se reestructure la deuda griega hasta extremos inimaginables, el país seguirá sumido en la depresión si sus ciudadanos votan a favor de las propuestas de la troika en el referéndum convocado para este fin de semana.

En la tarea de transformar un déficit primario inmenso en un superávit, pocos países han conseguido tanto como Grecia en estos últimos cinco años. Y aunque los sacrificios han sido inmensos, la última oferta del Gobierno era un gran paso hacia el cumplimiento de las demandas de los acreedores. Hay que aclarar que casi nada de la enorme cantidad de dinero prestada a Grecia ha ido a parar allí. Ha servido para pagar a los acreedores privados, incluidos los bancos alemanes y franceses. Grecia no ha recibido más que una miseria, y se ha sacrificado para proteger los sistemas bancarios de esos países. El FMI y los demás acreedores no necesitan el dinero que reclaman. En circunstancias normales, lo más probable es que volvieran a prestar ese dinero recibido a Grecia.

Pero repito que lo importante no es el dinero, sino obligar a Grecia a ceder y aceptar lo inaceptable: no solo las medidas de austeridad, sino otras políticas regresivas y punitivas. ¿Por qué hace eso Europa? ¿Por qué los líderes de la UE se oponen al referéndum y se niegan a prorrogar unos días el plazo para que Grecia pague al FMI? ¿Acaso la base de Europa no es la democracia?

En enero, los griegos eligieron un Gobierno que se compremetió a terminar con la austeridad. Si Tsipras se limitara a cumplir sus promesas, ya habría rechazado la propuesta. Pero quería dar a los griegos la posibilidad de opinar sobre una cuestión tan crucial para el futuro bienestar del país. Esa preocupación por la legitimidad popular es incompatible con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy democrático. Los Gobiernos miembros no pidieron permiso a sus ciudadanos para entregar su soberanía monetaria al BCE; solo lo hizo Suecia, y los suecos dijeron no. Comprendieron que, si la política monetaria estaba en manos de un banco central obsesionado con la inflación, el desempleo aumentaría.

Esa preocupación por la legitimidad popular es incompatible con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy democrático

Lo que estamos presenciando ahora es la antítesis de la democracia. Muchos dirigentes europeos desean que caiga el gabinete de izquierdas de Alexis Tsipras, porque resulta muy incómodo que en Grecia haya un Gobierno contrario a las políticas que han contribuido al aumento de las desigualdades en los países avanzados y decidido a controlar el poder de la riqueza. Y creen que pueden acabar con él obligándole a aceptar un acuerdo contradictorio con su mandato.

Es difícil aconsejar a los griegos qué votar. Ninguna alternativa será fácil, y ambas son arriesgadas. Un sí significaría una depresión casi interminable. Quizá un país agotado y empobrecido pueda obtener, por fin, el perdón de la deuda; quizá entonces pueda recibir ayuda del Banco Mundial, en esta década o la siguiente. En cambio, el no podría permitir que Grecia, con su sólida tradición democrática, se haga cargo de su destino. Entonces los griegos podrían tener la oportunidad de construir un futuro, aunque no tan próspero como el pasado, sí mucho más esperanzador que el inadmisible tormento actual.

Yo sé lo que yo votaría.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia.

domingo, 28 de junio de 2015

El control oculto de las empresas

Estados Unidos y el mundo están imbuidos en un gran debate sobre los nuevos acuerdos comerciales. Tales pactos solían ser llamados “acuerdos de libre comercio”; en la práctica, eran acuerdos comerciales gestionados, es decir, estaban adaptados a la medida de los intereses corporativos, que en su gran mayoría se encontraban localizados en EE UU y la Unión Europea. Hoy en día, con mayor frecuencia, tales pactos se denominan como “asociaciones”; por ejemplo, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). Sin embargo, dichos acuerdos no son asociaciones entre iguales: EE UU es quien, de manera patente, dicta los términos. Afortunadamente, los “socios” de EE UU se muestran más recelosos.

No es difícil ver por qué. Estos acuerdos van mucho más allá del comercio, ya que también rigen sobre la inversión y la propiedad intelectual, imponiendo cambios fundamentales a los marcos legales, judiciales y regulatorios de los países, sin que se reciban aportes o se asuman responsabilidades a través de las instituciones democráticas.

Tal vez la parte más odiosa –y más deshonesta– de esos acuerdos es la concerniente a las disposiciones de protección a los inversores. Por supuesto, los inversores tienen que ser protegidos contra los gobiernos defraudadores que incautan sus bienes. Sin embargo, dichas disposiciones no se relacionan a ese punto. Se realizaron muy pocas expropiaciones en las últimas décadas, y los inversores que quieren protegerse pueden comprar un seguro del Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones, una filial del Banco Mundial; además, el Gobierno estadounidense y otros Estados proporcionan seguros similares. No obstante, EE UU demanda que se incluyan tales disposiciones en el TPP, a pesar de que muchos de sus “socios” tienen sistemas de protección de la propiedad y sistemas judiciales que son tan buenos como los propios estadounidenses.

La verdadera intención de estas disposiciones es impedir la salud, el cuidado del medio ambiente, la seguridad, y, ciertamente, incluso tienen la intensión de impedir que actúen las regulaciones financieras que deberían proteger a la propia economía y a los propios ciudadanos de EE UU. Las empresas pueden demandar en los tribunales a los gobiernos, pidiéndoles recibir compensación plena por cualquier reducción de sus ganancias futuras esperadas, que sobreviniesen a consecuencia de cambios regulatorios.

Las compañías no pueden usar los acuerdos comerciales para dictar cómo vamos a vivir

Esto no es sólo una posibilidad teórica. Philip Morris ha demandado judicialmente a Australia y Uruguay por exigir etiquetas de advertencia en los cigarrillos. Es cierto que ambos países fueron un poco más allá en comparación con EE UU, ya que obligaron a los fabricantes de cigarrillos a incluir imágenes gráficas que muestran las consecuencias del consumo de tabaco.

El etiquetado está logrando su cometido, ya que es desalentador para los fumadores y disminuye el consumo de cigarrillos. Así que ahora Philip Morris exige indemnizaciones por la pérdida de ganancias.

En el futuro, si descubrimos que algún otro producto causa problemas de salud (por ejemplo, pensemos en el asbesto), los fabricantes en lugar de enfrentar demandas judiciales por los costos que nos impone a nosotros las personas comunes, podrían demandar a los gobiernos porque éstos estuviesen tratando de evitar que se maten a más personas. Lo mismo podría suceder si nuestros gobiernos imponen regulaciones más estrictas para protegernos de los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Cuando presidí el Consejo de Asesores Económicos del presidente Bill Clinton, los grupos anti-ambientalistas intentaron promulgar una disposición similar, denominada “expropiaciones regulatorias”. Ellos sabían que una vez promulgada, las regulaciones se frenarían, simplemente porque el Gobierno no podía permitirse el lujo de pagar las compensaciones. Afortunadamente, tuvimos éxito y ganamos la batalla: hicimos que esta iniciativa retrocediese, tanto en los tribunales como en el Congreso de EE UU.

No obstante, ahora los mismos grupos están intentando realizar una triquiñuela para pasar por alto los procesos democráticos mediante la inserción de tales disposiciones en las facturas comerciales, ya que el contenido de las mismas se mantiene, en gran medida, en secreto para el público (pero no para las compañías que están presionando para conseguir dichas inserciones). Es sólo a consecuencia de fugas de información, y mediante charlas con los funcionarios del Gobierno que parecen estar más comprometidos con los procesos democráticos que llegamos a conocer lo que está pasando.

Es fundamental que el sistema de gobierno de EE UU cuente con un poder judicial imparcial y público, con normas legales construidas a lo largo de décadas, que se basen en principios de transparencia, precedentes y en las oportunidades que otorgan a los litigantes para que apelen las decisiones desfavorables. Todo esto está siendo dejado de lado, ya que los nuevos acuerdos exigen que las partes se sometan al arbitraje, que es un proceso privado, sin transparencia, y muy caro. Es más, esta forma de administración de justicia está a menudo plagada de conflictos de intereses; por ejemplo, los árbitros pueden ser “jueces” en un caso y defensores en un caso relacionado.

Los procesos judiciales son tan caros que Uruguay ha tenido que recurrir a Michael Bloomberg y a otros estadounidenses ricos, quienes están comprometidos con la salud, para poder defenderse en el juicio planteado por Philip Morris en su contra. Y, si bien las compañías pueden demandar, otros no pueden. Si hay una violación de otros compromisos –en lo referido a las normas laborales y ambientales, por ejemplo– los ciudadanos, sindicatos y grupos de la sociedad civil no tienen recursos legales mediante los cuales puedan personarse para plantear juicios.

Si alguna vez en la Historia hubo un mecanismo de solución de controversias que sólo toma en cuenta a una de las partes y que viola los principios básicos, este es dicho mecanismo. Es por esto que me uní a líderes expertos en asuntos legales en EE UU, incluyéndose entre ellos a profesionales de las Universidades de Harvard, Yale y Berkeley, en el envío de una carta al presidente Barack Obama explicándole cuán perjudiciales son estos acuerdos para nuestro sistema de justicia.

Los partidarios estadounidenses de tales acuerdos señalan que EE UU ha sido demandado solamente un par de veces hasta ahora, y no ha perdido un solo caso. Las empresas, sin embargo, apenas están empezando a aprender cómo utilizar estos acuerdos para su beneficio.

Y los abogados corporativos de importantes minutas en EE UU, Europa y Japón probablemente superen a los deficientemente remunerados abogados de los gobiernos, quienes intentan defender el interés público. Peor aún, las empresas de los países avanzados pueden crear filiales en los países miembros a través de las cuales invierten nuevamente el dinero en sus países de origen y posteriormente plantean demandas judiciales, lo que les brinda un nuevo canal para bloquear las regulaciones.

En caso de que hubiera una necesidad de mejorar la protección de la propiedad, y en caso de que este mecanismo privado y caro para la resolución de controversias fuese superior a un poder judicial público, deberíamos estar cambiando la ley no sólo para las adineradas empresas extranjeras, sino también para nuestros propios ciudadanos y pequeñas empresas. Pero nada indica que este sea el caso.

Las reglas y regulaciones determinan en qué tipo de economía y sociedad viven las personas. Dichas reglas y regulaciones afectan el poder de negociación relativo, con importantes implicaciones para la desigualdad, que es un problema creciente en todo el mundo. La pregunta es si debemos permitir que las compañías ricas usen disposiciones ocultas en los llamados acuerdos de comercio para dictar cómo vamos a vivir en el siglo XXI. Espero que los ciudadanos en EE UU, Europa, y el Pacífico respondan con un rotundo no.

Joseph E. Stiglitz, es premio Nobel de Economía y profesor en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente, en coautoría con Bruce Greenwald, es Creating a Learning Society: A New Approach to Growth, Development, and Social Progress.
http://economia.elpais.com/economia/2015/05/22/actualidad/1432293541_982046.html

lunes, 6 de abril de 2015

Cambridge contra Cambridge. El fracaso del pensamiento único en la Gran Recesión ha alumbrado una generación de economistas heterodoxos. Solo les une la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica

En lo más hondo de la crisis económica, en el año 2009, Paul Krugman, con la libertad intelectual que le daba el Premio Nobel de Economía, se inventó una división de su profesión y habló de los “economistas de agua salada” (más keynesianos) y los “economistas de agua dulce” (los neoclásicos). Hasta antes de la quiebra de Lehman Brothers ambos grupos habían firmado una falsa paz basada, sobre todo, en la confluencia de opiniones que salvaban a los mercados de sus fallos. Eran los años de la Gran Moderación, en los que las cosas iban básicamente bien. La recesión que llegó terminó con esa paz postiza, durante la cual las fricciones entre ambos grupos de economistas habían permanecido dormidas sin que se hubiera producido ninguna convergencia real entre sus posiciones. Fue entonces cuando Alan Greenspan, que había sido presidente de la Reserva Federal y era denominado “el maestro” por unos y otros, admitió encontrarse en un estado de “conmoción e incredulidad” porque “todo el edificio intelectual se había hundido”.

Un lustro después, aquella distinción krugmanita ha pasado de moda y es difícil encontrar economistas que defiendan a campo abierto la teoría económica que ha llevado al fracaso del pensamiento único neoliberal y a la gestión de la crisis económica más larga y profunda desde los años treinta del siglo pasado. El historiador del pensamiento económico de la Universidad norteamericana de Notre Dame Philip Mirowski se sorprende de que, a pesar de ese fracaso evidente, los neoliberales (los economistas “de agua dulce”) parecen haber eludido toda responsabilidad por propiciar las condiciones para que se materializase la crisis: ninguno de esos profesionales “fue despedido por incompetente. Los economistas no han sido expulsados de sus puestos en el Gobierno. Ningún departamento de Economía ha sido clausurado, ni por sus errores ni como medida de ahorro de costes” (Nunca dejes que una crisis te gane la partida, ediciones Deusto).

Ahora hay una verdadera avalancha de economistas heterodoxos de muy diferentes escuelas. Lo único que les une es la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica, y un cierto neokeynesianismo. En el libro citado, Mirowski centra geográficamente esas críticas: sin duda la II Guerra Mundial habría tenido lugar sin Martin Heidegger, Carl Schmitt u otros intelectuales nazis, pero no está tan claro que hubiera ocurrido la crisis económica sin la escuela neoclásica de Chicago. Chicago ha sido el padrino intelectual de la autorregulación que ha llevado a tantos abusos.

Dentro de unos meses llegará a España la obra canónica del economista neokeynesiano australiano Steve Keen (Debuking Economics, traducida Desenmascarando la economía, Capitán Swing). Keen se autodefine dentro de la “tradición científica de Marx-Schumpeter-Keynes-Joan Robinson- Piero Sraffa-Hyman Minsky”. Lo peculiar de este economista es que ha atizado a otros autores pretendidamente keynesianos como Krugman, por ser neoclásicos camuflados: “El establishment neoclásico (sí, Paul, eres parte de ese establishment) ha ignorado toda la investigación de los economistas no neoclásicos como yo por décadas. Así que es bueno ver cierto compromiso en lugar de una ignorancia deliberada o, más probablemente ciega, a otros análisis alternativos”.

Esta polémica recuerda a otra de hace medio siglo, que fue conocida como Cambridge contra Cambridge y que enfrentó a los discípulos directos de Keynes en el Cambridge británico (Robinson, Sraffa, Kaldor,…) con los del Cambridge de Massachusetts, en EE UU (Paul Samuelson, Robert Solow…). Los norteamericanos llegarían al premio Nobel; los británicos, no. Joan Robinson calificó a los primeros como “keynesianos bastardos”.

En distintas proporciones, los famosísimos Thomas Piketty y Yanis Varoufakis también son economistas heterodoxos. El francés, por haber conseguido con su libro El capital en el siglo XXI  (Fondo de Cultura Económica) lo que ninguno de sus colegas antes (ni siquiera Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, editorial Taurus): introducir la desigualdad en el centro de la política económica tras largas décadas de ser orillada por el pensamiento ortodoxo que la consideraba una característica natural del capitalismo. En colaboración con otros jóvenes colegas como Emmanuel Saez o Gabriel Zucman (La riqueza oculta de las naciones, editorial Pasado y Presente), Piketty ha llevado sus argumentos de la economía a la política: concentraciones extremas de renta y riqueza como las que se dan en nuestras sociedades amenazan la democracia. Guste o no, las tesis de un científico social francés no habían influido tanto en el mundo anglosajón desde La democracia en América, de Tocqeville. ... seguir leyendo.  Madrid 5 ABR 2015 - 
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/04/01/actualidad/1427901366_003243.html

jueves, 12 de febrero de 2015

Un relato griego sobre moralidad. Si Europa dice “no” a los votantes, está afirmando que la democracia no sirve para nada

Cuando la crisis del euro comenzó hace media década, los economistas keynesianos predijeron que la austeridad que se imponía a Grecia y a los demás países en crisis sería un fracaso. Predijeron que la austeridad ahogaría el crecimiento y aumentaría el desempleo —y que incluso fracasaría en su propósito de reducir la relación deuda-PIB—. Otros economistas, en la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, y en algunas universidades; hablaron de contracciones expansivas. Incluso el Fondo Monetario Internacional sostuvo que las contracciones, como por ejemplo los recortes en el gasto público, eran solamente eso, políticas contractivas.

Nosotros casi ya no necesitábamos de pruebas adicionales. La austeridad había fallado de manera repetitiva: desde cuando se la usó hace ya bastante tiempo atrás durante la administración del presidente estadounidense Herbert Hoover —en dicha ocasión, la austeridad convirtió un desplome del mercado bursátil en la Gran Depresión— hasta cuando se la impuso en la forma de “programas” del FMI implementados en Asia Oriental y en América Latina durante las últimas décadas. Y, a pesar de todo, cuando Grecia se metió en problemas, de nuevo se intentó usarla.

En su gran mayoría, Grecia siguió las medidas dictadas por la troika (la Comisión Europea, el BCE y el FMI): convirtió un déficit presupuestario primario en un superávit primario. Sin embargo y de manera previsible la contracción del gasto público ha sido devastadora: 25% de desempleo, una caída del 22% en el PIB desde el año 2009, y un aumento del 35% en la relación deuda-PIB. Y ahora, con la abrumadora victoria en las elecciones de Syriza, el partido anti-austeridad, los votantes griegos han declarado que se hartaron de la situación.

Entonces, ¿qué se debe hacer? En primer lugar, seamos claros: se podría culpar a Grecia por sus problemas si fuese el único país donde la medicina de la troika hubiese sido un completo y triste fracaso. Sin embargo, España tenía un superávit y un ratio bajo de deuda antes de la crisis y también acabó en una depresión. No es tan necesaria una reforma estructural dentro de Grecia y España, en comparación con lo necesaria que sí es una reforma estructural en el diseño de la eurozona y un replanteamiento de los fundamentos de los marcos de políticas que han llevado al mal desempeño de la unión monetaria.

Grecia también nos ha recordado una vez más la magnitud de la necesidad que tiene el mundo de contar con un marco de reestructuración de la deuda. La deuda excesiva no causó solamente la crisis del año 2008, sino que también causó la crisis del Este de Asia en la década de 1990 y la crisis de América Latina en la década de 1980. En la actualidad, continúa causando sufrimientos indecibles en EE UU, donde millones de propietarios de viviendas han perdido sus hogares y, en la actualidad, la deuda amenaza a millones más de personas en Polonia y en otros lugares a consecuencia de que dichas personas pactaron préstamos en francos suizos.

Si se toma en cuenta la cantidad de angustia que provoca la deuda excesiva, uno podría preguntarse por qué las personas y los países se han puesto, repetidamente, en dicha situación. Al fin de cuentas, esas deudas son contratos —es decir, son acuerdos voluntarios—, así que los acreedores son tan responsables de dichas deudas como lo son los deudores. De hecho, podría decirse que los acreedores son aún más responsables: por lo general, estos acreedores son instituciones financieras sofisticadas, mientras que los prestatarios con frecuencia están en mucha menor sintonía con las vicisitudes del mercado y los riesgos asociados a los diferentes acuerdos contractuales. De hecho, sabemos que los bancos estadounidenses en realidad se aprovechaban de sus prestatarios, usufructuando su falta de sofisticación financiera.

Cada país (avanzado) se ha dado cuenta de que para hacer funcionar el capitalismo se requiere otorgar a las personas un nuevo comienzo. Las prisiones de deudores del siglo XIX fueron un fracaso —por inhumanas y porque realmente no ayudaban a garantizar el pago. Lo que sí ayudó fue brindar mejores incentivos para que realicen buenos créditos. Esto se logró al hacer que los acreedores fuesen más responsables de las consecuencias de sus decisiones.

A nivel internacional, todavía no hemos creado un proceso ordenado para otorgar a los países un nuevo comienzo. Incluso desde antes de la crisis de 2008, las Naciones Unidas, con el apoyo de casi todos los países en desarrollo y emergentes, ha estado tratando de crear un marco de este tipo. Pero EE UU se ha opuesto rotundamente; tal vez quiere volver a instituir las prisiones de deudores para encarcelar a las autoridades de los países excesivamente endeudados (si es así, puede que se estén desocupando espacios en la base de Guantánamo). La idea de restablecer las prisiones de deudores puede parecer descabellada, pero va en sintonía con las actuales ideas sobre riesgo moral y responsabilidad. Existe el temor de que si a Grecia se le permite reestructurar su deuda, dicho país simplemente se meterá nuevamente en problemas, al igual que ocurrirá con otros.

Dichos temores son un disparate. ¿Alguien en su sano juicio cree que algún país estaría dispuesto a atravesar voluntariamente lo que Grecia ha tenido que atravesar, sólo con el objetivo de conseguir ventajas de sus acreedores? Si existiese un riesgo moral, dicho riesgo estaría relacionado a los prestamistas —sobre todo a aquellos en el sector privado— quienes han sido rescatados en repetidas ocasiones. Si Europa ha permitido que estas deudas se desplacen desde el sector privado al sector público —un patrón bien establecido durante el último medio siglo— es Europa, no Grecia, la que debe soportar las consecuencias. De hecho, la difícil situación actual de Grecia, incluyéndose el enorme aumento del ratio de deuda, se debe en gran parte a los programas mal guiados que la troika ha impuesto a este país.

Por lo tanto, lo que es “inmoral” no es la reestructuración de la deuda, sino la ausencia de dicha reestructuración. No hay nada particularmente especial en lo que se refiere a los dilemas que Grecia enfrenta hoy en día; muchos países han estado en la misma posición. Lo que hace que los problemas de Grecia sean más difícil de abordar es la estructura de la eurozona: la unión monetaria implica que los Estados miembros no pueden devaluar su moneda con el objetivo de salir de sus problemas; sin embargo, el mínimo de solidaridad europea que debe acompañar a esta pérdida de flexibilidad en cuanto a la aplicación de políticas simplemente no está presente.

Hace 70 años, al final de la Segunda Mundial, los Aliados reconocieron que ellos debían brindar un nuevo comienzo a Alemania. Entendieron que el ascenso de Hitler tuvo mucho que ver con el desempleo (no con la inflación) que sobrevino a consecuencia de que a finales de la Primera Guerra Mundial se impuso más deuda sobre los hombros de Alemania. Los Aliados no tomaron en cuenta la estupidez asociada a la acumulación de dichas deudas, ni tampoco hablaron sobre los costos que Alemania había impuesto sobre los hombros de los demás. En cambio, no sólo perdonaron las deudas; en los hechos, los Aliados proporcionaron ayuda, y las tropas Aliadas estacionadas en Alemania proporcionaron un estímulo fiscal adicional.

Cuando las empresas entran en quiebra, un canje de deuda por acciones es una solución justa y eficiente. El enfoque análogo para Grecia es convertir sus bonos actuales en bonos vinculados con el PIB. Si a Grecia le va bien, sus acreedores recibirán más del dinero que invirtieron; si no le va bien, recibirán menos. Ambas partes tendrían un incentivo poderoso para aplicar políticas que favorezcan el crecimiento.

Rara vez las elecciones democráticas dan un mensaje tan claro como el que se dio en Grecia. Si Europa le dice no a la demanda de los votantes griegos en cuanto a un cambio de rumbo, está diciendo que la democracia no es de importancia, al menos cuando se trata de asuntos económicos. ¿Por qué simplemente no se anula la democracia, tal como lo hizo Terranova de forma efectiva cuando entró en suspensión de pagos antes de la Segunda Guerra Mundial?

Se tiene la esperanza de que prevalezcan quienes entienden de asuntos económicos relacionados con la deuda y la austeridad, y que también lo hagan aquellos quienes creen en la democracia y los valores humanos. Aún está por verse si serán ellos quienes prevalecerán.
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/02/06/actualidad/1423218521_538836.html

miércoles, 28 de enero de 2015

Europa y su momentánea sinrazón. Esta locura económica no puede durar para siempre; la democracia no lo permitirá

Por fin, Estados Unidos está mostrando señales de recuperación de la crisis que estalló a finales del Gobierno del presidente George W. Bush, cuando la casi total implosión del sistema financiero tuvo repercusiones en todo el mundo. Pero no es una recuperación fuerte; a lo sumo, la brecha entre donde la economía habría estado y donde está hoy no se está ensanchando. Si se está cerrando, lo está haciendo muy lentamente; los daños causados por la crisis parecen ser a largo plazo.

Sin embargo, podría ser peor. Al otro lado del Atlántico, hay pocas señales de, incluso, una recuperación modesta al estilo estadounidense: la brecha entre donde Europa está y donde habría estado en ausencia de la crisis sigue creciendo. En la mayoría de países de la Unión Europea, el PIB per cápita es menor al de antes de la crisis. Una media década perdida se está convirtiendo rápidamente en una década entera perdida. Detrás de las frías estadísticas, las vidas se arruinan, los sueños se desvanecen, y las familias se desintegran (o no se forman) a la par de que el estancamiento -que llega a ser depresión en algunos lugares- se arrastra año tras año.

La UE tiene una población con gran talento y alto nivel de educación. Sus países miembros tienen marcos legales sólidos y sociedades que funcionan bien. Antes de la crisis, la mayoría de estos países incluso tenían economías que funcionaban bien. En algunos lugares, la productividad por hora -o la tasa de su crecimiento- era una de las más altas del mundo.

Sin embargo, Europa no es una víctima. Sí es verdad que Estados Unidos administró mal su economía; pero, no, no es verdad que EE UU de alguna forma se las arregló para imponer la peor parte de la caída mundial en los hombros de Europa. El malestar de la UE es autoinfligido, a causa de una sucesión, sin precedentes, de malas decisiones económicas, comenzando por la creación del euro. Si bien el euro se creó con la intención de unir a Europa, finalmente, lo que hizo fue dividirla; y, debido a la ausencia de la voluntad política para crear instituciones que permitan que una moneda única funcione, el daño no se está revertiendo.

El caos actual proviene en parte de la adhesión a una creencia que ha sido desacreditada desde hace ya mucho tiempo: que los mercados funcionan bien y que no tienen fallos de información y competencia. La arrogancia desmedida también ha jugado un papel. ¿Cómo, si no, se podría explicar el hecho de que año tras año los pronósticos de los funcionarios europeos sobre las consecuencias de sus propias políticas han sido consistentemente erróneos?

Estos pronósticos no han sido erróneos porque los países de la UE no lograron poner en práctica las políticas prescritas, sino porque los modelos sobre los que las políticas se basaron tienen graves deficiencias. En Grecia, por ejemplo, las medidas destinadas a reducir la carga de la deuda, en los hechos, dejaron al país más cargado de lo que estaba en 2010: el ratio entre deuda y PIB se ha incrementado, debido a que el impacto de la austeridad fiscal dañó a la producción. Al menos, el Fondo Monetario Internacional ha admitido estos fracasos intelectuales y de políticas.

Los líderes europeos siguen convencidos de que su prioridad máxima debe ser las reformas estructurales. Pero los problemas a los que ellos apuntan se habían hecho evidentes en los años previos a la crisis, y en aquel entonces, dichos problemas no detenían el crecimiento. Lo que Europa necesita, más que reformas estructurales en sus países miembros, es una reforma de la estructura de la propia eurozona, y una reversión de las políticas de austeridad, que han fracasado una y otra vez en su intento por lograr el crecimiento económico.

Se comprobó una y otra vez que los que pensaban que el euro no podría sobrevivir estaban equivocados. Sin embargo, los críticos han tenido razón en una cosa: a menos que la estructura de la eurozona se reforme y la austeridad se revierta, Europa no se recuperará.

El drama en Europa está lejos de terminar. Una de las fortalezas de la UE es la vitalidad de sus democracias. Pero el euro despojó a los ciudadanos —sobre todo en los países en crisis— de cualquier decisión que ellos pudiesen tener sobre su destino económico. En repetidas ocasiones, los votantes echaron a quienes buscaban la reelección, debido a que se encontraban insatisfechos con los derroteros por los que se desplazaba la economía —pero lo que ocurrió fue que los nuevos Gobiernos continuaron por el mismo rumbo, el mismo que se dicta desde Bruselas, Frankfurt y Berlín.

Pero, ¿por cuánto tiempo puede esto continuar? ¿Y cómo van a reaccionar los votantes? A lo largo y ancho de Europa, hemos sido testigos del alarmante crecimiento de los partidos nacionalistas extremistas, contrarios a los valores de la Ilustración que son los que han hecho que Europa logre tantos éxitos. En algunos lugares, crecen grandes movimientos separatistas.

Ahora Grecia pone a prueba una vez más a Europa. La caída del PIB griego desde 2010 es mucho mayor que la caída que enfrentó Estados Unidos durante la Gran Depresión de la década de 1930. El desempleo juvenil es superior al 50%. El Gobierno del primer ministro Antonís Samarás ha fallado, y ahora, tras el fracaso del Parlamento en elegir un nuevo presidente para Grecia, se celebrarán elecciones generales anticipadas el 25 de enero.

Syriza, el partido izquierdista de oposición, que se comprometió a renegociar los términos del rescate de Grecia llevado a cabo por la UE, está por delante en las encuestas de opinión. Si Syriza gana pero no llega al poder, una importante razón será el miedo a cómo responderá la UE ante dicha elección. El miedo no es la más noble de las emociones, y no va a dar lugar al consenso nacional que Grecia necesita para seguir adelante.

El problema no es Grecia. El problema es Europa. Si Europa no cambia sus maneras de actuar -si no reforma la eurozona y rechaza la austeridad- una reacción popular será inevitable. Grecia podría mantener el rumbo en esta ocasión. Pero esta locura económica no puede continuar por siempre. La democracia no lo permitirá. Sin embargo, ¿cuánto más dolor tendrá que soportar Europa antes de que se restablezca el sentido común?
Fuente:  18 ENE 2015 - El País.

viernes, 2 de enero de 2015

La desigualdad y los niños de EE UU. De todo el daño que puede hacer la pobreza, el que causa a los menores es el que más nos debe preocupar

Hace ya mucho tiempo se reconoce que los niños conforman un grupo especial. Ellos no eligen a sus padres, y mucho menos las condiciones generales en las que nacen. No tienen las mismas capacidades que los adultos para protegerse o cuidar de sí mismos. Es por ello que la Sociedad de Naciones aprobó la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño en 1924, y la razón por la que la comunidad internacional adoptó la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño y de la Niña en 1989.

Lamentablemente, Estados Unidos no está cumpliendo con sus obligaciones. De hecho, ni siquiera ha ratificado la Convención sobre los Derechos del Niño y de la Niña. EE UU, con su altamente valorada imagen de tierra de oportunidades, debería ser un ejemplo a seguir en cuanto al tratamiento justo e ilustrado de los niños. En cambio, emana la luz del fracaso —un fracaso que contribuye al aletargamiento global de los derechos del niño en el ámbito internacional.

Si bien puede que una infancia estadounidense promedio no sea la peor del mundo, la disparidad entre la riqueza del país y la condición en la que sus niños se encuentran no tiene parangón. Cerca de 14,5% de la población estadounidense en general es pobre, pero el 19,9% de los infantes —es decir, unos 15 millones de niños— viven en condiciones de pobreza. Entre los países desarrollados, únicamente Rumanía tiene un nivel de pobreza superior. La tasa de EE UU es dos tercios más alta que la del Reino Unido, y hasta cuatro veces la tasa de los países nórdicos. Para algunos grupos, la situación es mucho peor: más del 38% de los niños negros, y del 30% de los hispanos, son pobres.

Nada de esto ocurre porque los estadounidenses no se preocupan por sus hijos. Esto ocurre porque Estados Unidos durante las últimas décadas ha adoptado un programa de políticas que ha causado que su economía se torne en salvajemente desigual, dejando a los segmentos más vulnerables de la sociedad cada vez más y más atrás. La creciente concentración de la riqueza —y una reducción significativa de los impuestos sobre dicha riqueza— se tradujo en que se tiene menos dinero para gastar en inversiones destinadas al bien público, como por ejemplo en educación y protección para los niños.

Como resultado, la situación de los niños en Estados Unidos empeora. Su destino es un doloroso ejemplo de la forma como la desigualdad no solamente socava el crecimiento económico y la estabilidad —tal como al fin lo reconocen economistas y organizaciones, como el Fondo Monetario Internacional— sino que también viola nuestras más preciadas nociones sobre cómo debería ser una sociedad justa.

La desigualdad de ingresos se correlaciona con inequidades en los ámbitos de salud, acceso a la educación, y exposición a riesgos ambientales; todas estas desigualdades agobian más a los niños en comparación con el resto de segmentos de la población. De hecho, se diagnostica con asma casi a uno de cada cinco niños estadounidenses pobres; esta es una tasa superior en un 60% a la de los niños que no son pobres. Los problemas de aprendizaje son casi dos veces más frecuentes entre los niños de las familias que ganan menos de 35.000 dólares al año en comparación a lo que ocurre en los hogares que ganan más de 100.000. Y hay quien en el Congreso de Estados Unidos quiere eliminar los cupones de alimentos —pese a que 23 millones de hogares estadounidenses dependen de ellos— amenazando así con llevar al hambre a los niños más pobres.

Dichas desigualdades en resultados están estrechamente ligadas a desigualdades en oportunidades. Inevitablemente, en los países en los que los niños tienen una alimentación inadecuada, un acceso insuficiente a los servicios de salud y educación, y una mayor exposición a los riesgos ambientales, los hijos de los pobres tendrán perspectivas de vida muy distintas que los hijos de quienes son ricos. Y, en parte debido a que las perspectivas de la vida de un niño estadounidense dependen más de los ingresos y educación de sus padres en comparación con lo que ocurre en otros países avanzados, EE UU tiene la menor igualdad de oportunidades entre todos los países avanzados. Por ejemplo, en las universidades estadounidenses de más alta categoría sólo aproximadamente un 9% de los estudiantes proviene de la población con ingresos que se ubican en la mitad inferior de la distribución de ingresos, mientras que el 74% provienen de la población con ingresos ubicados en el cuarto superior.

La mayoría de las sociedades reconocen la obligación moral de ayudar a garantizar que los jóvenes puedan alcanzar su potencial. Algunos países incluso imponen un mandato constitucional de la igualdad de oportunidades educativas.

Sin embargo, en Estados Unidos se gasta más en la educación de los estudiantes ricos que en la educación de los pobres. Como resultado, el país está perdiendo algunos de sus activos más valiosos, y algunos jóvenes —al verse desprovistos de habilidades— se dedican a actividades disfuncionales. Hay Estados, como por ejemplo California, que gastan casi tanto en prisiones como en educación superior, y algunas veces más.

Si no se toman medidas compensatorias —incluyendo una educación preescolar que idealmente comience a una edad muy temprana— la desigualdad de oportunidades se traduce en resultados desiguales durante toda la vida en el momento que los niños llegan a la edad de cinco años. Esto debería incentivar a que se realicen acciones para implementar políticas.

En los hechos, si bien los efectos nocivos de la desigualdad son de amplio alcance, e imponen costos enormes a nuestras economías y sociedades, son también evitables en su gran mayoría. Los extremos de desigualdad observados en algunos países no son el resultado inexorable de las fuerzas económicas y de las leyes. Las políticas adecuadas —como tener redes de protección social más fuertes, aplicación de impuestos progresivos, y una mejor regulación (especialmente del sector financiero), por nombrar sólo unas pocas políticas— pueden revertir estas tendencias devastadoras.

Con el propósito de generar la voluntad política que tales reformas requieren, debemos confrontar la inercia y falta de acción de los formuladores de políticas mostrando los sombríos datos fácticos relativos a la desigualdad y sus efectos devastadores en nuestros niños. Podemos reducir las privaciones que se sufren durante la infancia y podemos aumentar la igualdad de oportunidades, con lo que sentaríamos las bases para un futuro más justo y próspero —un futuro que refleje los valores que nosotros mismos profesamos—. Entonces, ¿por qué no lo hacemos?

Del total del daño que inflige la desigualdad en nuestras economías, sociedades y ámbitos políticos, el daño que causa a los niños debería ser el más preocupante. Cualquiera que sea la responsabilidad que pudiesen tener los adultos pobres por su destino en la vida —puede ser que no trabajaron lo suficientemente fuerte, no ahorraron lo necesario o no tomaron buenas decisiones— las circunstancias particulares de los niños recaen bajo su responsabilidad, sin que ellos tengan ningún tipo de opción al respecto. Los niños, más que cualquier otra persona, necesitan recibir la protección que les brindan sus derechos, y EE UU debería proveer al mundo con un brillante ejemplo de lo que esto significa.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente, en coautoría con Bruce Greenwald, es Creating a Learning Society: A New Approach to Growth, Development, and Social Progress.

Fuente: El País. http://economia.elpais.com/economia/2014/12/26/actualidad/1419590452_449014.html

lunes, 7 de julio de 2014

Austeridad letal

Varios libros coinciden en demostrar que el mito de los recortes como terapia eficaz contra la crisis es una falacia. ENRIQUE GIL CALVO

Los poderes opacos
Enrique Gil Calvo (Autor)
“Los poderes opacos” presenta un análisis crítico del régimen de austeridad imperante en la actualidad, que los gobiernos europeos han adoptado a partir del estallido de la crisis griega en 2010. Sus efectos, sin embargo, han sido contraproducentes, lo que ha provocado la recaída de toda Europa en una segunda recesión que afecta sobre todo a su periferia meridional. De ahí que, para prevenir la resistencia popular, indignada por los recortes del gasto público, la política de austeridad se haya aplicado en régimen de opacidad, velando estratégicamente sus verdaderas intenciones ocultas. Enrique Gil Calvo descubre esa cara oculta del poder y la política, hecha de corrupción, ineficacia y fraude, y propone una teoría de la opacidad del poder centrándose sobre todo en el ámbito de la comunicación política, a partir de la flagrante contradicción que suele presentarse entre el discurso público y lo que realmente se hace.
Colección: Alianza Ensayo. Páginas: 232. Publicación: Octubre 2013.

El  final de la segunda recesión ha permitido al Gobierno español cantar victoria, asegurando que, gracias a la austeridad, ya se habría iniciado la recuperación. Para ello poco importa que el crecimiento sea ínfimo, el desempleo apenas descienda y se haya duplicado la deuda pública, con tal de presumir que la política de austeridad ha vencido a la crisis.

Pero en esto el Gobierno no está solo, pues también la UE, la  OCDE y el propio  FMI insisten en hacer del caso español un ejemplo del éxito que habría obtenido la austeridad como terapia anticrisis. Y de ser cierto, eso pondría fin al largo debate entre keynesianos y neoliberales acerca de cómo combatir las depresiones económicas, si con estímulos estatales para favorecer la demanda de consumo o con restricciones del gasto público para favorecer la oferta empresarial, habiéndose impuesto finalmente la tesis de la austeridad. ¿Cuánto hay de verdad en ello?  ¿Estamos ante una demostración incontrovertible o se trata de pura propaganda política? He aquí cuatro libros recientes que coinciden en desmontar el mito de la austeridad como terapia eficaz.

Austeridad. Historia de una idea peligrosa. Mark Blyth. Crítica
Por qué la austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte. David Stuckler y Sanjay Basu. Taurus
La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Christian Laval y Pierre Dardot. Gedisa
La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal. Maurizio Lazzarato. Amorrou

Por otra parte, dos Premios Nobel de Economía han escrito y escriben contra el mito de la austeridad: Krugman y Stiglitz
Leer más aquí.

martes, 24 de junio de 2014

La creación de una sociedad del aprendizaje. Las políticas industriales de éxito identifican sectores donde el conocimiento puede generar beneficios en la economía

Los ciudadanos de los países más ricos del mundo han llegado a pensar que sus economías se basan en la innovación. Pero la innovación ha sido parte de la economía del mundo desarrollado durante más de dos siglos. De hecho, durante miles de años, hasta la revolución industrial, los ingresos se encontraban estancados. Posteriormente, el ingreso per capita se disparó, aumentando año tras año, y solamente se vio interrumpido por los efectos ocasionales de las fluctuaciones cíclicas.

El economista y premio Nobel Robert Solow señaló alrededor de 60 años atrás que, en gran medida, los aumentos en ingresos no se deberían atribuir a la acumulación de capital, sino que se los deberían atribuir a los avances tecnológicos —es decir, al aprendizaje de cómo hacer las cosas mejor—. Si bien una parte del incremento de la productividad refleja el impacto que tienen los grandes y espectaculares descubrimientos, una gran parte de dicho incremento se ha debido a cambios pequeños y graduales. Y, si ése es el caso, tiene sentido centrar la atención en cómo las sociedades aprenden, y qué es lo que se puede hacer para promover el aprendizaje —incluyendo la promoción de cómo aprender a aprender—.

Hace un siglo, el economista y politólogo Joseph Schumpeter argumentó que la virtud central de la economía de mercado era su capacidad para innovar. Sostuvo que el enfoque tradicional de los economistas sobre los mercados competitivos se ubicaba en el lugar equivocado; lo que importaba era la competencia por el mercado, no la competencia dentro del mercado. La competencia por el mercado fue lo que condujo hacia la innovación. Una sucesión de monopolistas conduciría, según este punto de vista, a niveles de vida superiores en el largo plazo.

Las conclusiones de Schumpeter se han visto sometidas a pruebas. Los monopolistas y las empresas dominantes, como por ejemplo Microsoft, en realidad pueden inhibir la innovación. Si dichas empresas no son sometidas a revisiones por parte de las autoridades antimonopolio, ellas pueden involucrarse en comportamientos contrarios a la competencia que refuercen su poder monopolístico.

Además, puede que los mercados no sean eficientes ya sea en cuanto al nivel o a la dirección de las inversiones destinadas a la investigación y el aprendizaje. Los incentivos privados no se encuentran bien alineados con los beneficios sociales: las empresas pueden obtener ganancias de las innovaciones que aumentan su poder de mercado, de aquellas que les permiten eludir regulaciones o de las que canalizan rentas que de otra manera irían a ser aprovechadas por otros. Pero una de las ideas fundamentales de Schumpeter ha salido bien parada después de ser sometida a pruebas: una vez que se tome una perspectiva de innovación/aprendizaje a largo plazo, puede que las políticas convencionales que se centran en la eficiencia a corto plazo no sean deseables. Esto es especialmente cierto para los países en desarrollo y los mercados emergentes.

Las políticas industriales —mediante las cuales los Gobiernos intervienen en la asignación de recursos entre sectores o intervienen para favorecer más a algunas tecnologías en comparación a otras— pueden ayudar a aprender a las economías incipientes. El aprendizaje puede ser más marcado en algunos sectores (como por ejemplo en el sector de la manufactura industrial) en comparación con otros, y los beneficios de dicho aprendizaje, incluyendo el desarrollo institucional necesario para el éxito, podría extenderse a otras actividades económicas.

Este tipo de políticas, una vez adoptadas, han sido blanco frecuente de críticas. Se dice a menudo que el Gobierno no debería involucrarse en la selección de ganadores. Según dichas opiniones, el mercado actúa de mucha mejor manera cuando se deben realizar estas decisiones.

Sin embargo, la evidencia al respecto no es tan convincente como aseveran los defensores del libre mercado. El sector privado de Estados Unidos fue notoriamente malo en lo que se refiere a la asignación de capital y a la gestión del riesgo durante los años previos a la crisis financiera mundial; al mismo tiempo se tienen estudios que demuestran que la rentabilidad promedio para la economía que provienen de proyectos gubernamentales de investigación son, en los hechos, más elevados que los retornos promedio provenientes de los proyectos que son llevados a cabo por el sector privado —especialmente debido a que el Gobierno invierte con más énfasis en importantes investigaciones básicas—. Uno solamente tiene que pensar en los beneficios sociales que se pueden retrotraer a la investigación que condujo hacia el desarrollo de la red de Internet o al descubrimiento del ADN.

Pero, dejando de lado dichos éxitos, el propósito de la política industrial no es de ninguna manera elegir a ganadores. Por el contrario, las políticas industriales exitosas identifican fuentes de externalidades positivas —es decir, sectores donde el aprendizaje puede generar beneficios en la economía—.

... El gran economista Kenneth Arrow hizo hincapié en la importancia de aprender haciendo. La única manera de aprender lo que se requiere para el crecimiento industrial, por ejemplo, es tener un sector industrial. Y eso puede requerir que se garantice que el tipo de cambio del país sea competitivo o que se garantice acceso privilegiado al crédito para ciertas industrias —tal como lo hicieron un número de países de Asia oriental como parte de sus estrategias de desarrollo notablemente exitosas—.

El concepto de economía emergente es un argumento convincente a favor de la protección industrial. Por otra parte, la liberalización de los mercados financieros puede socavar la capacidad que tienen los países para aprender otro conjunto de habilidades que son esenciales para el desarrollo: la forma de asignar recursos y gestionar riesgos.

Del mismo modo, la propiedad intelectual, si no se la diseña correctamente, puede ser un arma de doble filo cuando se la ve desde una perspectiva de aprendizaje. Si bien puede aumentar los incentivos para invertir en investigación, también puede aumentar los incentivos para actuar con secretismo —lo que impide el flujo de conocimiento, que es esencial para el aprendizaje—, mientras que al mismo tiempo alienta a que las empresas maximicen lo que obtienen del conjunto de conocimientos colectivos y minimicen lo que aportan a dicho conjunto. En este escenario, el ritmo de innovación, en los hechos, se reduce.

En términos más generales, muchas de las políticas (especialmente las relacionadas con el neoliberal Consenso de Washington) que fueron impuestas a los países en desarrollo con el noble objetivo de promover la eficiencia en la asignación de recursos, hoy en día realmente impiden el aprendizaje y, por tanto, conducen, a la larga, hacia estándares de vida más bajos...
 19 JUN 2014 - El País.

domingo, 16 de junio de 2013

Stiglitz predijo la crisis cuando fue invitado a dar una conferencia por Caja Navarra

Noticias de Navarra, POR IGNAZIO AIESTARAN Jueves, 13 de Junio de 2013

No es verdad que todos pensáramos que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Ni mucho menos. Unos años antes del hundimiento de la feria de las vanidades guardé una publicación que me impactó porque anunciaba que todo aquello que nos vendían era una inmensa burbuja a punto de explotar, una pompa de jabón a punto de ser tragada por el sumidero de la cloaca más profunda. Se trata de un ejemplar de marzo del 2005, el número 10 de la revista Cancha, órgano de información y divulgación de Caja Navarra.

Una parte de sus páginas estaba dedicada a una conferencia que el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz había impartido en Pamplona el 23 de febrero de ese año, invitado por Caja Navarra, dentro de su programa empresarial de Viálogos, a la que asistieron más de 300 personas, incluyendo unos 150 empresarios. Aquel día por la mañana el profesor visitó además la oficina central de Caja Navarra, en compañía de su director general, donde saludó a algunos empleados y pasó unas horas con el equipo directivo de la entidad financiera. Por la tarde se reunió con los miembros del Consejo de Administración y de la Comisión de Control de la caja, con el presidente del Gobierno de Navarra a la cabeza. La revista presenta algunas fotografías de todo aquello y también recoge sus respuestas en el debate posterior de la conferencia.

Dos de sus contestaciones me dejaron sorprendido porque anunciaban que la especulación inmobiliaria y crediticia era una bomba de relojería a punto de estallar. En ambas hacía referencia a la situación explosiva de la economía financiera y su endeudamiento, tanto en Estados Unidos como en España. Reproduzco las dos preguntas y sus respuestas:

Pregunta del público: ¿Qué prevé para la economía española en el contexto mundial?
Stiglitz: No pretendo ser un experto, pero lo que digo está documentado: el crecimiento económico en España en los últimos años no ha sido equilibrado, se ha basado demasiado en el sector de la construcción, apoyado en un alto nivel de endeudamiento. Algo similar ha ocurrido en Estados Unidos, la gente está pagando hipotecas muy altas a intereses muy bajos. Pero los tipos de interés acabarán subiendo, lo que disparará la oferta y, como consecuencia, bajarán los precios de la vivienda. Es una bomba de relojería.

Pregunta del público: ¿Existe riesgo de una burbuja inmobiliaria?
Stiglitz: Sí. En mi país tenemos un mercado hipotecario muy curioso. El consumo ha sido impulsado por esa burbuja: la gente refinanciaba sus hipotecas para mantener su nivel de vida y seguir consumiendo. Si esto para, porque suben los tipos de interés o los precios se desploman, bajará el consumo y bajará la inversión.

La revista Cancha también aportaba una entrevista exclusiva con Stiglitz realizada después de la conferencia. Allí afirmaba que la economía española, basada en la construcción y el turismo, estaba agotada ya para inicios del 2005 y que solo serviría para que los alemanes compraran una segunda residencia para su veraneo de sol y playa, según decía en una de sus refinadas y sutiles réplicas, que transcribo a continuación:

Pregunta: ¿Qué opina de la sostenibilidad de la economía española y su competitividad en el entorno de Europa y también en su propio contexto?
Stiglitz: A largo plazo, va a ser difícil sostener el crecimiento basándose en el sector inmobiliario. En economía, debes producir algo que quiera comprar otra persona. España produce, entre otras cosas, turismo. Una parte de esa construcción se dedica a segundas viviendas para alemanes, etc. Es un servicio de turismo. Quizás durante un tiempo se pueda tener una base más firme para el crecimiento, basado en la construcción, que en otras circunstancias. Sin embargo, a largo plazo, hacen falta otras bases para el empleo y el crecimiento.

Tal y como se puede colegir de las respuestas cabales y atinadas de Stiglitz que me impresionaron en su día, surgen varias preguntas:

1- ¿De qué sirvió invitar y pagar a un Premio Nobel de Economía, si luego no aprovecharon su diagnóstico para solventar la debacle económica que se veía venir?

2- ¿Qué responsabilidad cabe presumir al director general de Caja Navarra y a todos los expertos, banqueros, empresarios, políticos y autoridades que oyeron o leyeron las palabras de Stiglitz e hicieron caso omiso a comienzos del 2005, cuando todavía había tiempo para reaccionar?

3- ¿Qué intereses materiales y sesgos cognitivos hicieron posible que las ajustadas advertencias de Stiglitz fueran ignoradas?

Dejo estas preguntas en el aire, como burbujas, porque las respuestas están por los suelos, como lombrices. Y añado una última pregunta burbujeante, aunque no es mía. El editorial de la revista mencionada, firmado por el director general de la desaparecida Caja Navarra, tenía por título una interrogación: “¿Conoce otro banco o caja igual?”.

* Publicado en: http://www.noticiasdenavarra.com/2013/06/13/economia/stiglitz-predijo-la-crisis-invitado-por-caja-navarra

domingo, 23 de septiembre de 2012

La preocupacion de Stiglitz y la manipulacion de "Clarin" y "La Nacion". Informe sobre una información

Horacio Verbitsky.
Página 12

Un apasionante foro en la Universidad de Columbia sobre la concentración de los medios, el acceso a la información y la libertad de expresión, y su reflejo distorsionado en los mayores diarios argentinos, pese a la participación de sus directivos en el debate. Stiglitz defendió una regulación estatal fuerte de los medios televisivos, con los que se informa el ciudadano medio, para asegurar la diversidad, esencial para la democracia y el desarrollo.

Bajo el título “Stiglitz, preocupado por las estadísticas”, en Clarín, y “Stiglitz advirtió sobre los riesgos de no tener estadísticas adecuadas”, en La Nación, ambos diarios publicaron la semana pasada un diálogo con periodistas argentinos, sostenido en Nueva York tras las presentación del Premio Nobel de Economía en la conferencia sobre la libertad de prensa en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia. Stiglitz dijo a esos periodistas que “no se puede manejar la economía sin estadísticas correctas”. En cambio, los dos diarios ignoraron el panel que Stiglitz compartió con el funcionario del Banco Mundial Sergio Jellinek, durante el cual mantuvo un interesante diálogo con el secretario de redacción de Clarín y director periodístico de su Maestría de Periodismo, el filósofo Miguel Wiñazki. Clarín omitió toda mención a la conferencia de Stiglitz y La Nación apenas dijo que “defendió la competencia en el mercado de medios y el acceso a la información, dos elementos que son cruciales en una democracia”.

Su conferencia (que puede verse  en
 http://new.livestream.com/accounts/1079539/events/2051379/videos/17935127
fue de gran interés.

Clarín y La Nación limitaron sus crónicas a las exposiciones de intenso contenido político de sus propios directivos, Ricardo Kirschbaum y Héctor D’Amico, quienes no evidenciaron conocimiento sobre la ley audiovisual.

Consecuencias de la concentración
Según Stiglitz el rol de la prensa es llamar la atención sobre los abusos del mercado financiero contra los ciudadanos y acerca de la corrupción en el sector público, que es igual o peor en el sector privado. Dijo que el suministro de información era un bien público, que cuando estaba disponible beneficiaba a todos. Por eso en países como Noruega y Suecia se considera que por brindar un servicio público los medios deben tener apoyo estatal.

Por la misma razón, agregó, las consecuencias de la concentración son peores en la prensa que en otros sectores, ya que afecta “el mercado de las ideas, que es fundamental para la democracia”. Los criterios antimonopólicos deben ser más estrictos, igual que en el área financiera. Como la televisión es el principal modo de acceso a la información de los ciudadanos que no leen diarios, allí “la concentración puede ser más perniciosa que en otras áreas”. Mencionó el mal ejemplo de Italia, donde la concentración televisiva llegó a poner en duda su carácter democrático. “Para que la prensa cumpla con su rol, debe haber regulaciones competitivas muy fuertes”, dijo. Expuso que Estados Unidos era la más desigual de las sociedades desarrolladas.

Esa desigualdad económica es tan grande “que no es extraño que se traduzca también en desigualdad política, lo cual además se refuerza si los medios tienen un alto grado de concentración”. Sostuvo que en muchos países latinoamericanos son especialmente grandes el nivel de concentración de los medios y los nexos entre la desigualdad política y económica, “con lo cual la prensa es un modo de sostener la desigualdad. América latina es la región del mundo con mayor nivel de desigualdad y la concentración de la prensa juega un rol importante en esto”.

Tanto los gobiernos como las empresas intentan limitar el acceso a la información, que la prensa necesita para cumplir con su rol. Enumeró distintas formas de restricción: los gobiernos que “en todos los países” usan su control de la información para negociar la cobertura; las leyes antiterroristas, como ocurrió en Islandia con la crisis bancaria; las leyes de difamación, que pueden usarse para suprimir la libertad de expresión, y la autocensura, que es la más difícil de tratar.

Ejemplificó con la afirmación que luego se demostró falsa de que en Irak había armas de destrucción masiva, con lo cual se justificó la guerra. “Era difícil encontrar una cobertura justa en Estados Unidos. Había que leer la prensa extranjera, que no recibía las influencias oficiales que modelaron la cobertura de The New York Times”, dijo.

Diversidad y propiedad
Jellinek contó que hace un tiempo el dueño del principal diario de la República Dominicana, quien también posee estaciones de radio y de televisión, le dijo que no hacían falta otros medios ya que “nosotros tenemos programas muy diversos, para mujeres, para niños, de cocina”.

–¿La diversidad debe abarcar también la propiedad de los medios? –preguntó Jellinek.
–Sí. El riesgo con la prensa es que aunque trate de separar la página editorial de las noticiosas, es fácil que se superpongan. Para la democracia es fundamental la diversidad de perspectivas –respondió Stiglitz.

Desde el público, pidió la palabra Miguel Wiñazki:
–Dado su contacto con el gobierno argentino y con la presidente, ¿cuál es su opinión sobre el conflicto con la prensa argentina y sus efectos sobre la economía? –preguntó.

–No tengo una relación formal, pero viajo de tanto en tanto a la Argentina. Es siempre un país interesante, con una sociedad civil muy activa, gente que discute mucho y el gobierno que siempre impulsa nuevas iniciativas. No conozco los detalles del debate, pero por lo que leí, el tema es la concentración de la propiedad de los medios, según las líneas que describí en mi exposición –respondió sonriente.

También hizo una pregunta Carlos Winograd, quien ya había participado en el panel anterior, sobre la Argentina, junto con el director periodístico de Clarín, Ricardo Kirschbaum, y el secretario general de redacción de La Nación Héctor D’Amico, y con el directivo del CELS Damián Loreti. El moderador de ese panel, el periodista John Dinges, profesor de Columbia, presentó a Winograd como estudioso independiente de la Facultad de Economía de París y como ex secretario de defensa de la competencia. (Lo fue en el último gobierno radical, del presidente Fernando de la Rúa). Lo que no dijo, porque nadie se lo había informado, es que en 2009 Winograd fue contratado por Cablevisión, para argumentar que esa empresa del Grupo Clarín había sobrecumplido las metas de inversiones y obras que le fijó la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia como condición para autorizar que se fusionara con Multicanal, según informó La Nación el 14 de diciembre de 2009 (http://www.lanacion.com.ar/ 1211409-analizan-inversiones-de-cablevision). Ese dato esencial tampoco fue mencionado en las crónicas de la conferencia que publicaron los dos diarios representados. Clarín mencionó a Winograd como miembro del Paris School of Economics y La Nación como ex secretario de Defensa de la Competencia. Consultado para esta nota, Dinges dijo que le agregaron a Winograd al panel a último momento y sin informarle de su contrato con el grupo Clarín. Es decir, actuaron en Estados Unidos tal como lo hacen aquí.

Crear la competencia
El contenido de la intervención de Winograd antes de formular su pregunta a Stiglitz coincide con los argumentos del Grupo Clarín para oponerse a la regulación dispuesta en la ley audiovisual. En el panel anterior había dicho que el Grupo Clarín era el participante más pequeño en una competencia global de firmas multimedia, como Time Warner, Disney, Telefonica, News Corporation, O Globo y Televisa y que la regulación planteada por la ley argentina era anacrónica porque no contemplaba las innovaciones tecnológicas; irracional, ya que las licencias de cable no son necesarias porque no ocupan espectro; sobreabundante porque su regulación se superpone con la de la ley de defensa de la competencia, e inconsistente en el aspecto económico, al limitar la penetración al 35 por ciento en la audiencia, lo cual juzgó inspirado por el 30 por ciento de Estados Unidos. “No inventemos la rueda pero tampoco copiemos lo equivocado, aunque venga del Norte”, dijo.

A su juicio, la regulación tiene que ser consistente con el avance de la tecnología y proveer más bienes a menor costo al consumidor. En su pregunta a Stiglitz, Winograd volvió a mencionar las economías de escala, el tamaño de los países, la propiedad cruzada y el impacto positivo de la sinergia entre medios y expresó el temor de que las reglas generales no pudieran aplicarse a todos los casos. Para asegurar la competencia en el mercado de las ideas los medios más pequeños necesitarán apoyo público, pero los países menos desarrollados, con instituciones débiles tenderán a la captura política del apoyo público y en vez de promover la diversidad, puede ocurrir lo contrario, con más voces pero parecidas, dijo. Stiglitz le respondió que los beneficios de la diversidad superaban a sus costos y que esto se incentivaba en la televisión.

“Para el funcionamiento de la democracia la diversidad de perspectivas es esencial, no me preocupan pequeños aumentos de costos. La respuesta a su preocupación por la dificultad de manejar programas de apoyo en países subdesarrollados con instituciones débiles, es fortalecer las instituciones”.

Stiglitz también dijo que los mercados pueden no ser libres por otras restricciones que no sean estatales y que hace falta del gobierno para que los mercados sean realmente libres. “Hay países donde los mercados se llaman libres pero no actúan como tales, en distintas áreas, en especial en los medios.

Por eso opino que hace falta una fuerte intervención estatal, tanto regulatoria como en el otorgamiento de licencias, e incluso creando competencia en forma proactiva allí donde no existe”. Para Stiglitz, se justifican regulaciones como la de Estados Unidos.

“Prefiero que el gobierno tome una posición fuerte, aunque los medios se enojen. Lo mejor es que el propietario de un diario poderoso no pueda obtener una licencia de televisión, no por favoritismo ni discriminación, sino porque ésas son las reglas para asegurar la diversidad. Así ocurre en muchos países. Donde los gobiernos no tienen una posición fuerte, los medios pueden perder credibilidad por no cumplir su rol crítico para conseguir una licencia de televisión”.

El presente ausente
En su presentación de la mesa, Dinges lamentó los ataques oficiales a los medios y dijo que para defenderse practican un periodismo de trinchera, que no es lo mejor para la convivencia democrática. Aclaró que la situación actual era “incomparable con la padecida durante la dictadura militar, cuando el control de la prensa se hacía por la amenaza y la realidad de la cárcel y la muerte. Ahora hay un sistema constitucional”.

También explicó que organizaciones de defensa de la libertad de expresión han destacado como un paso positivo la despenalización de los delitos de calumnias e injurias, promulgada en 2009, dijo que el actual conflicto giraba en torno de la regulación de los medios audiovisuales y precisó que las críticas no se dirigen sólo a la cobertura de periodistas y a los contenidos, sino a los propietarios y accionistas de los medios privados.

Clarín y La Nación también fueron parcos con la intervención del único de los cuatro panelistas sin vínculos de ningún tipo con el Grupo Clarín, Damián Loreti, doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los redactores de la ley audiovisual, como integrante de la Coalición por una Radiodifusión Democrática. Clarín sólo dijo que “salió en defensa de la ley de medios afirmando que el día de su aprobación había frente al Senado 40.000 personas que salieron a apoyarla diciendo que querían más libertad de expresión, más medios”. Pero le dedicó más espacio a la respuesta de Kirschbaum, quien descalificó la intención política del gobierno y también a las personas que apoyaron la ley, porque querían “punir a los medios que afectaba esa ley”.

La Nación apenas consignó que en una exposición de tono técnico, Loreti dijo que “Reporteros sin Fronteras respaldó la ley de medios; que fue aprobada con apoyos de varios partidos y no sólo el oficialismo, y que sigue principios recomendados por la Unesco”. Fue mucho más que eso. Obligado a dividir su tiempo en responder a los tres panelistas que defendieron la posición del Grupo Clarín, Loreti comenzó por precisar que no es correcto hablar de ley de medios, ya que no contempla a las publicaciones gráficas.

Kirschbaum exaltó en su intervención las manifestaciones opositoras en las calles, donde dijo que se defendió la libertad de expresión, y Wiñazki se quejó desde el público por la coacción que el gobierno ejercería sobre los periodistas.

Loreti les recordó que fue durante esas marchas opositoras que hubo periodistas golpeados y maltratados en las calles y que seis periodistas fueron denunciados ante la justicia penal por sus informaciones y opiniones, que el Grupo Clarín calificó como instigación a cometer delitos y coacción agravada. Reconoció que la ley audiovisual no prevé una perspectiva tecnológica de integración y convergencia pero recordó que el proyecto original lo contemplaba y fue suprimido por el amplio rechazo de fuerzas políticas y organizaciones sectoriales. Según Loreti la superposición de regulaciones es mayor en Estados Unidos.

Sobre el pluralismo y la diversidad dijo que no pueden medirse sólo en términos de competencia, tal como afirmó la Relatoría de Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su informe de 2004: el Estado tiene la obligación de garantizar por medio de la ley la pluralidad en la propiedad de los medios, por cuanto los monopolios y oligopolios “conspiran contra la democracia al restringir la pluralidad y diversidad que asegura el pleno ejercicio del derecho de la libertad de información de los Ciudadanos”. Para ello, dice la Relatoría, “el derecho de la competencia en muchas ocasiones puede resultar insuficiente, particularmente en cuanto a la asignación de frecuencias radioeléctricas. No se impide entonces la existencia de un marco regulatorio antimonopólico que incluya normas que garanticen la pluralidad atendiendo la especial naturaleza de la libertad de expresión”.

También la Unesco, en sus “Indicadores de pluralismo y diversidad”, de 2008 dice que la cuestión de los monopolios y los oligopolios que afectan la democracia no se reduce a la defensa de la competencia. Si la libertad de expresión se ve comprometida, dice el documento, “los Estados deben seguir cuatro reglas: rechazar pedidos de licencias de quienes ya tenían otras, rechazar pedidos de fusión de quienes tienen más de una licencia, adoptar reglas de desinversión (la palabra desinversión no está en la ley argentina, sino en los indicadores de Unesco), y sancionar en caso de incumplimiento”, recordó Loreti.

D’Amico hizo una comparación irónica entre Fútbol para Todos y el Superbowl del fútbol norteamericano, y dijo que “los medios tienen la obligación ética de ganar dinero. La única manera de ser independiente es ganar dinero”. En cambio Loreti destacó el proceso de desconcentración de contenidos de interés relevante que dispuso la ley argentina. “Para ver el partido estrella del domingo había que pagar tres veces: el abono de cable, el servicio del decodificador y el paquete premium. Yo pagaba televisión por cable y veía la tribuna con un señor que relataba”, concluyó.

Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-219805-2013-05-12.html

Más:
Stiglitz, El precio de la desigualdad. El 1% de la población tienen lo que el 99% necesita. Taurus. 2012.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Joseph Stiglitz: “Un dólar un voto expresa el fracaso de la democracia”

Joseph Stiglitz: “Un dólar un voto expresa el fracaso de la democracia”

 El escritorio de Joseph Stiglitz es caótico, con papeles en todas direcciones. Es imposible ver el fondo. Sobre ellos, dos latas de Coca-Cola Light. No quedaba otra que poner la grabadora sobre tan frondoso forraje, de casi cuatro dedos de espesor. Su despacho en la Universidad de Columbia mira a la biblioteca. Está en la octava planta, altura suficiente para ver el perfil de Manhattan, corazón del capitalismo. Pero el calor pegajoso del verano se ocupó de poner una capa blanca de humedad para evitar distracciones.

 Stiglitz, economista jefe del Banco Mundial hasta 2000 y Nobel de Economía en 2001, publica en España su último libro, en el que explica las causas por las que la desigualdad crece tan rápido en EE UU y trata de anticipar su impacto económico. Una obra que nace de un artículo que escribió en Vanity Fair, un vehículo poco usual para los académicos, y cuyo título se convirtió hace un año en el lema del movimiento social de protesta Ocupemos Wall Street. “El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”, señala el autor. De alguna manera, este trabajo es una vuelta a su origen, ya que la desigualdad en un contexto de crecimiento económico fue el tema de su tesis doctoral. Ahora explica que los mercados no son ni eficientes ni estables y tienden a acumular la riqueza en las manos de unos pocos. Trata de lanzar un debate en torno a El precio de la desigualdad. Cómo la división social pone en peligro nuestro futuro (Editorial Taurus).

 Como si tratara de inyectar moralidad al capitalismo. El día de la entrevista, la revista New York lanzaba en su portada una pregunta que, por un lado, revela la nostalgia que los estadounidenses tienen sobre su pasado y, por otro, evidencia en su respuesta la polarización actual del debate en una sociedad inmersa en una batalla ideológica constante.

 ¿Está América muerta?
[Se ríe] Eso es una hipérbole, una exageración.

 Pero ¿incita a la reflexión?
Cierto, porque claramente algo no funciona.

¿No cree que hay cierta obsesión de los estadounidenses con su propio declive?
Hay un consenso amplio y muchas obras escritas sobre la cuestión. Resaltan que el concepto que tiene América de sí misma –ser número uno en todo– ya no está tan claro como antes. Seguimos siendo la economía más grande del mundo, pero China lo será en breve y no hay nada que se pueda hacer contra eso. Ya no somos la economía que crece más rápido, ni tenemos la renta por habitante más alta. Somos la mayor potencia militar, pero no somos capaces de resolver ningún problema. Mi libro aborda esa preocupación general. Además del sentimiento de ser número uno, EE UU se veía como un país con igualdad de oportunidades, como una sociedad justa. Esos eran los principios básicos sobre los que pensábamos que nos distinguíamos de los demás.

 La igualdad de oportunidades, la idea de llegar a lo más alto, es una de las bases del sueño americano. Es una noción muy fuerte de una sociedad justa. Fue lo que hizo que la gente emigrara hacia EE UU, buscando sus sueños. Ya no es cierto y es devastador para el concepto que los americanos tienen de sí mismos.

¿Pero el sueño americano es diferente para cada persona? ¿No significa necesariamente llegar a lo más alto?
Hay varios aspectos. El esencial es que cada generación va a ser mejor que la que le precedió, que cada persona va a mejorar cada año. Y eso tampoco es válido ahora. El sueldo de un asalariado adulto en EE UU es hoy inferior al que existía en 1968. El hijo de un empleado que entonces trabajaba en una planta de ensamblaje en Detroit gana menos que su padre.

 Ese problema lo tiene también España. Es cierto que otros países están en una situación similar. Pero el problema para EE UU es que esto formaba parte de su identidad. Éramos una sociedad dinámica. Pero ahora EE UU es la sociedad con menos igualdad de oportunidades entre todas las naciones avanzadas.

¿Cuándo se produjo ese cambio?
El punto de inflexión, el principio del fin, fue 1989. Cuando se marchó Ronald Reagan y llegó George Bush. En lugar de una comunidad que luchó junta contra Hitler, se convirtió en cada persona luchando por sí misma. Empezaron a romperse los sindicatos. Se quitó de en medio a gente como Paul Volcker [expresidente de la Reserva Federal], que entendía las finanzas, y se puso en su lugar a Alan Greenspan, favorable a la desregulación. Se rebajaron los impuestos a los ricos. No pasó de la noche a la mañana, fue un proceso que dura hasta hoy...
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Si el poder sirve a la avaricia, ¿cómo puede romperse ese círculo vicioso del que habla?
En EE UU hemos puesto el logro de ganar dinero por encima de cualquier otra cosa. En una sociedad que destaca la retribución monetaria, tenemos un mal equilibrio. En mi libro hablo de los planes de incentivos y su efecto destructivo. Mucha gente que trabaja no lo hace para ganar dinero, sino para vivir. Pero si eres el presidente de una compañía, ¿por qué no haces lo mismo? El argumento de que es porque tienen un trabajo más duro es absurdo. El trabajo hay que hacerlo bien. Los incentivos son importantes, pero no son la vía.

El ejemplo podría ser Wall Street, donde parece que se premia más el fracaso que el buen trabajo. Por eso hay que tener reglas que permitan poner freno a los abusos. Siempre habrá gente que solo piense en enriquecerse. Y en una industria que se dedica a ganar dinero, entonces esperas que esos abusos sean aún mayores. Nadie lo espera de un profesor que se dedica a educar a niños. Pero si trabajas para un banco, vas a hacer dinero, por eso hay que ser más cauto en el sector financiero.

Su Premio Nobel fue por la teoría de la información asimétrica. ¿Se puede aplicar al escándalo de Barclays por la manipulación del tipo interbancario?
Totalmente.  En Barclays sabían lo que hacían, manipulando el tipo de interés y ganando dinero con ello. Transparencia en el sector bancario es un sinónimo del concepto de información asimétrica. En el caso del Libor, no había transparencia, porque con transparencia hay más competencia y con competencia se reducen los beneficios. Es la avaricia.

Pero en este caso de nuevo fallaron los reguladores. Incluso el Tesoro de EE UU sabía lo que pasaba, pero se limitó a mandar una carta como respuesta en lugar de actuar. Se sabía lo que ocurría, pero no lo fácil que era manipularlo.
Por eso el aspecto realmente preocupante de este caso es que el regulador tenía la competencia de investigar lo que estaba pasando más en profundidad y no lo hizo. Ni siquiera Geithner volvió a preguntar si se había corregido el problema. La admisión del secretario del Tesoro de que sabía lo que pasaba y no hizo nada, más allá de mandar un e-mail, es consistente con la visión que tiene el público de que están todos en la misma cama. Y esta es otra fuente de desigualdad: coger dinero de otro de una manera que destruye riqueza. Por eso es importante, muy importante, tener un sistema bancario del que te puedas fiar.

Usted considera que la solución a la crisis en Europa no es adecuada porque retira la demanda del sistema y no restaura la confianza.
La austeridad es uno de los temas de debate también en la campaña electoral en EE UU. La austeridad va a tumbar la economía. Se está viendo en España, en Grecia, en Reino Unido. Tratar de reducir el Gobierno va a empujar a EE UU hacia el mismo experimento que está haciendo Europa, y eso será desastroso. Hasta el Fondo Monetario Internacional se dio cuenta de eso y dice que la desigualdad es mala para la economía, porque eleva la inestabilidad. Esto no se escucha decir de los líderes europeos ni de los estadounidenses, y eso que la ciencia es muy clara al respecto. Obama lo dice poco. Se ignora la cuestión públicamente. La austeridad en periodos económicos como el actual es mala por varios motivos. La gente que no tiene trabajo se empobrece. Y con un alto nivel de desigualdad, los salarios bajan. Y la austeridad lleva a cortar gasto en cosas importantes, como la educación y la salud. Por eso estos planes de austeridad acrecientan los problemas de la desigualdad, lo que a su vez es una de las razones de la debilidad económica actual.
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LA VOZ ECONÓMICA QUE ALERTA A AMÉRICA

Joe Stiglitz fue miembro del consejo que propone la estrategia económica del presidente de EE UU durante la Administración de Bill Clinton, entre 1993 y 1997. En la actualidad, además de ser profesor en la Universidad de Columbia, preside la International Economic ­Association, vinculada a la Unesco.

En 2001 ganó el Premio Nobel de Economía junto a George A. Akerlof y A. Michael Spence “por sus análisis de los mercados con información asimétrica”. Stiglitz nació en Gary (Indiana) en 1943, curiosamente también el lugar de nacimiento del primer Nobel de Economía, Paul Samuelson. En su nuevo libro denuncia que EE UU tiene el mayor nivel de desigualdad de las economías avanzadas y repite que en Europa hay más movilidad social.


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