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lunes, 9 de enero de 2017

Ciencia y periodismo. Los periodistas también son responsables de la creciente comercialización de la investigación científica.

Yarden Katz

En 1894, H. G. Wells, escritor de ficción científica, periodista y defensor de la eugenesia, llamó en un artículo publicado en la revista Nature a los científicos a “popularizar” la ciencia. Wells explicó que cuando aumentan los costes de la investigación y el Estado se convierte en el principal patrocinador de la ciencia, los científicos ya no pueden hacer caso omiso de las percepciones del público: “El mantenimiento de un interés externo inteligente por la investigación en curso adquiere una importancia casi vital.” Si el público no se interesa por la ciencia, entonces no solo existe “el peligro de que se cierre el grifo”, sino también de que el público apoye investigaciones “de dudoso valor” (curiosa afirmación, dado el entusiasmo de Wells por la eugenesia).

A comienzos del siglo XX se realizaron grandes esfuerzos por acercar la ciencia al público estadounidense. La misión de la agencia de noticias Science Service, fundada en 1921, era introducir reportajes sobre temas científicos en los grandes medios de comunicación y “crear” –en palabras de la historiadora Cynthia Bennet– “un electorado que valore, demande y proteja la investigación científica”. Estos esfuerzos tenían que ver en parte con la financiación, pero también se presentaron como un intento de crear una ciudadanía informada y conocedora de la ciencia, capaz de participar significativamente en la democracia estadounidense. El llamamiento de Wells no cayó en saco roto; en efecto: la ciencia pasó a formar parte del ciclo periodístico, donde continúa figurando hoy. Sin embargo, desde el mismo comienzo los valores preconizados por la prensa libre estuvieron muy presentes en la información científica.

Pese a que la fe en el ideal se ha desmoronado, se dice que el periodismo en una sociedad democrática consiste en “decir la verdad al poder”. El periodista Glenn Greenwald señala que, en política, los periodistas de los grandes medios a menudo “se identifican con la autoridad institucional” y se convierten en sus servidores. Esta atención crítica se ha centrado en la información de los medios sobre cuestiones políticas, pero en una sociedad moldeada por la ciencia –desde la vigilancia hasta la biotecnología–, la información científica es fundamental para el interés público. Aunque está claro que el cuestionamiento abierto de la investigación científica, como por ejemplo la negación del cambio climático, puede tener efectos catastróficos, esto no debería librar la labor científica (que todavía vive en gran parte de los subsidios del Estado) del escrutinio público.

Tal como están las cosas, un volumen sorprendente de la información científica podría calificarse de poco más que de mera publicidad a favor de los centros de investigación más conocidos. Algunos pocos comentaristas han reconocido parte del problema; la revista Nature, por ejemplo, ha expresado su preocupación por el hecho de que los periodistas actúen de “animadores” que prestan un “servicio de relaciones públicas” a los científicos, así que la revista ha pedido a los científicos que ayuden a la prensa a “forjarse una opinión justa, pero escéptica” con respecto a la labor científica. Sin embargo, esta propuesta pasa por alto deliberadamente los cambios importantes que se han producido en la manera en que operan los científicos académicos, y las universidades en general. Las universidades, cada vez más imbuidas de espíritu empresarial, venden historias llamativas que impulsan su visibilidad y les reportan fondos. Esto implica que no es probable que los científicos vayan a ayudar a los periodistas a corregir sus malos hábitos. Debido a ello, cuestiones de interés público relativas a la labor científica, como la preocupante tendencia a privatizar la ciencia académica, quedan tapadas tras las loas de la prensa.

Orígenes de la prensa científica
Pese a sus nobles intenciones, el periodismo científico compartió desde el comienzo gran parte de sus planteamientos con el sector de las relaciones públicas, que también hacía llamamientos retóricos a favor de la democracia. Uno de los gurús del sector fue Edward Bernays, quien definió los principios subyacentes a las relaciones públicas en su libro Propaganda, publicado en 1928. Su argumento era simple: la democracia puede ser peligrosa, de modo que es preciso que unos “gobernadores invisibles” marquen la pauta a la opinión pública, “tirando de los hilos que controlan la mente del público”. La influencia de Bernays en el sector político y empresarial es conocida, pero apuntó asimismo a la ciencia: puesto que las grandes empresas se benefician de la investigación fundamental (y la financian), es preciso que también “asuman la responsabilidad de interpretar su significado para el público”. Consideraba la propaganda como un factor esencial para “acostumbrar al público al cambio y al progreso”. Este punto de vista sería el que definió a la prensa científica.

El periodista Boyce Rensberger calificó las décadas que siguieron de “‘edad ingenua’ de la información sobre ciencia”, en la que el periodismo reflejaba “los milagros de la ciencia y el respeto por los científicos”. Destacó el caso del reportero científico William Laurence, del New York Times, que estaba tan entusiasmado con la ciencia que condujo a la bomba atómica que el gobierno de Truman lo contrató para que escribiera comunicados de prensa sobre la misma. Laurence fue testigo presencial del bombardeo de Nagasaki, y en su reportaje se deshizo en elogios sobre el “meteoro hecho por el hombre” –“un acto de belleza que hay que ver”– y los “millones de horas invertidos en lo que sin duda alguna constituye el esfuerzo intelectual más concentrado de la historia”. Sus reportajes, que le valieron en premio Pulitzer, promovieron la ciencia (y los planes del gobierno), pero dejaron de lado sus efectos devastadores en la sociedad.

Las relaciones públicas impregnaron el discurso interno de los científicos. Un artículo publicado en la revista Science en 1953 lo dejó claro: “La ciencia necesita unas excelentes relaciones públicas” y “redunda en el interés propio” de los científicos abogar por ellas. Así y todo, también entonces hubo quienes disentían. En 1950, el químico Anthony Standen escribió Science is a Sacred Cow (La ciencia es una vaca sagrada), un título que lo dice todo. Aunque Standen se equivocó bastante con respecto a la ciencia que criticaba, su descripción de la actitud de la sociedad ante la ciencia todavía da en el clavo. Habló de un mundo “dividido en científicos que practican el arte de la infalibilidad y no científicos, a veces llamados despectivamente ‘legos’, que se dejan embaucar por ellos. Los legos contemplan las cosas prodigiosas que ha hecho la ciencia y están impresionados y sobrecogidos.”

Hasta los más venerados periodistas científicos del siglo XX consideraban que su misión era turbar al público. Horace F. Judson, periodista y autor de la historia clásica de la biología molecular, The Eighth Day of Creation (El octavo día de la creación), quería acercar a los lectores la ciencia fundamental, que a su juicio “ofrece la categoría más elevada de satisfacción humana…, un placer único y sublime”. Que nadie espere de Judson un examen crítico; se limitó a contar las historias de hombres a los que admiraba. De todos modos, se mostró preocupado de que la alianza entre la universidad y el mundo empresarial llegara a comprometer la investigación fundamental, que él ensalzó en su libro, cambiando “los objetivos y la naturaleza general de la labor [científica]”. Con razón.

En la década de 1980, la investigación biomédica se había mercantilizado visiblemente. Las universidades comenzaron a patentar investigaciones incluso en los casos en que los científicos que las produjeron pensaban que no tenía sentido y consideraban que eso de patentar era “una cosa más bien rara” (como en el caso de las llamadas “patentes Axel” de la Universidad de Columbia), mientras que nuevas leyes y sentencias judiciales permitían a las universidades patentar incluso los frutos de la investigación financiada con dinero público, entre ellos los organismos genéticamente modificados. Mientras tanto, el gasto público en investigación fundamental se redujo tato en EE UU como en el Reino Unido, empujando a los científicos a buscar otras fuentes de financiación, como por ejemplo en la empresa privada. Al parecer, periodistas como Judson ya no servían para comercializar la ciencia.

En 1985, el Comité para la Comprensión Pública de la Ciencia de la Royal Society publicó un informe que urgía a los centros de investigación científica que se tomaran en serio el asunto de las relaciones públicas. El informe tenía un tufillo a Bernays al insistir a los centros en que traten de “mejorar sus relaciones públicas” y que propicien “reuniones informativas con periodistas”. También fijó objetivos claros para los medios de comunicación: “los artículos temáticos son especialmente valiosos” y “los enfoques biográficos y dramáticos ayudan a mostrar la ciencia como una actividad humana”.

Contiendas narrativas
Hoy en día, poderosos centros de investigación ejercen una influencia significativa en la cobertura de prensa (como probablemente esperaba la Royal Society). Este efecto corrosivo resulta más evidente cuando estas entidades están envueltas en algún conflicto. La práctica de las universidades de asociarse con empresas privadas y patentar la investigación académica ha creado naturalmente un terreno fértil para batallas jurídicas. Tal como expuso el historiador de la economía Philip Mirowski en su libro Science Mart: Privatizing American Science (El mercado de la ciencia; la privatización de la ciencia estadounidense), publicado en 2011, “la presencia constante de asesores jurídicos en los programas de investigación científica es un atributo definitorio importante del régimen moderno de financiación y gestión de la actividad científica”. Los administradores de las universidades urgen a los laboratorios de investigación a patentar todo lo que puedan, especialmente en ámbitos competitivos. Así, de las narrativas de descubrimientos pueden depender millones de dólares, y en una guerra de narrativas, una cobertura de prensa favorable es un arma clave.

Tal vez la narrativa más virulenta ha sido la relativa al CRISPR. Según Wired, el CRISPR, un sistema de edición genómica, podría “eliminar la enfermedad”, “acabar con el hambre en el mundo” y “suministrar energía limpia ilimitada”. Se calcula que la patente del CRISPR vale cientos de millones de dólares; no es extraño, por tanto, que las universidades hayan luchado con uñas y dientes para hacerse con ella. El CRISPR es un sistema inmune bacteriano que reconoce el ADN ajeno (por ejemplo, de virus que invaden bacterias) y lo fija como objetivo a destruir. Después de determinar cómo opera en las bacterias, los científicos desarrollaron maneras de utilizar el CRISPR para alterar el ADN en células animales, que pueden utilizarse para destruir mutaciones causantes de enfermedades. La disputa, ampliamente comentada en la prensa, gira en torno a quién tiene el mérito de este avance. Si alguien cree en el potencial del CRISPR para “rehacer el mundo”, en palabras de Wired, entonces este proyecto ha sido desbaratado por lo que básicamente es una refriega publicitaria.

El Broad Institute, de la Universidad de Harvard y del Massachusetts Institute of Technology (MIT), un importante centro de investigación genómica, solicitó una patente sobre la edición genómica basada en el CRISPR y afirmó que el mérito correspondía a su científico, Feng Zhang. La Universidad de California (UC) en Berkeley se opuso a la concesión de la patente, alegando que el trabajo de Zhang no era más que una prolongación de la investigación de la científica de Berkeley Jennifer Doudna. En 2014, el Broad Institute obtuvo la patente, que después cedió en licencia exclusiva a la empresa de Zhang, Editas. (Doudna, mientras, creó otras empresas basadas en el CRISPR.) El caso es que ambos rivales llevaron su lucha a los medios de comunicación. El director del McGovern Institute del MIT criticó a The Economist por no dar crédito suficiente a Zhang por el CRISPR. En las redes sociales, dicho instituto atacó a la agencia Thomson-Reuters por no predecir que Zhang ganaría el premio Nobel (una previsión basada en el recuento de citas). Desde la costa oeste, la UC en Berkeley emitió comunicados de prensa en los que se habla de Doudna como “la inventora del CRISPR”, omitiendo la contribución de otros científicos.

Patente y beneficio
Es sabido que las universidades suelen exagerar la importancia de la labor de sus propios investigadores, pero el modo en que los periodistas escribieron sobre el CRISPR revela algo de la ideología subyacente de la prensa científica. STAT, una nueva revista científica publicada por John Henry, el propietario de Red Sox, aborda extensamente la cuestión del CRISPR. La revista ha sido capaz de atraer publicidad y a grandes escritores sobre temas científicos, como Carl Zimmer, del New York Times. Resulta, sin embargo, que STAT sirve mayormente de departamento de relaciones públicas del MIT y de Harvard. En plena disputa sobre la patente, publicó un artículo de Sharon Begley muy lisonjero para Feng Zhang, defendiendo el derecho de este sobre el CRISPR a base de repetir la narrativa oficial del MIT. La autora de dicho artículo ensalza a Zhang y lo sitúa a la altura de un Einstein, aportando testimonios de científicos del MIT implicados institucionalmente en la batalla de Zhang. Ni siquiera intenta investigar críticamente sobre la disputa en torno a la patente ni sus implicaciones para el público.

Tras la publicación de su artículo, Begley utilizó las redes sociales para dar las gracias al Broad Institute, así como a Zhang y “su impresionante laboratorio por mostrarme cómo están forjando una nueva revolución de la genética”. (En otros artículos de STAT se califica a los científicos de “genetistas estelares” y “superestrellas de la edición genética”, y muchas veces se pasa por alto su interés personal; Zhang, por ejemplo, no aparece relacionado con los comentarios sobre los intereses de su empresa.) Por otro lado, también hay publicaciones que pregonan la narrativa de la UC en Berkeley. The New York Times presentó a Jennifer Doudna, y no a Zhang, como la verdadera pionera del CRISPR, ofreciendo una imagen negativa del Broad Institute. Un reportaje de la BBC sobre el CRISPR también habla exclusivamente de Doudna, mencionando tan solo de pasada “un grupo basado en Boston, Massachusetts.”

Por supuesto, la opción por una narrativa u otra no se debe al azar. Igual que en la prensa política, los periodistas científicos más destacados cuidan sus relaciones con poderosos institutos y se ponen a su servicio. En la llamada “guerra del genoma” de la década de 1990, el proyecto de secuenciación del genoma humano impulsado por los Institutos Naciones de la Salud (NIH, la agencia pública de sanidad de EE UU) tuvo que competir con otro proyecto privado dirigido por Craig Venter, lo que generó un cisma entre Venter y directivos del proyecto de los NIH como Eric Lander, quien actualmente es el director del Broad Institute. En STAT, Carl Zimmer escribió un artículo crítico sobre el nuevo plan de Venter de ofrecer pruebas de salud personalizadas. Según Zimmer, la iniciativa “despierta grandes suspicacias”, mientras que “hay quien cuestiona que las pruebas ofrecidas por Venter permitan formular un enunciado claro para los pacientes” Venter, escribió Zimmer, también era “cinturón negro en el uso de los medios”. Es difícil imaginar a STAT realizando un escrutinio tan minucioso con respecto a ciertos laboratorios de Boston.

Los centros de investigación reconocen, por supuesto, la importancia de esta alianza con los medios. Richard Preston, del New Yorker, por ejemplo, fue nombrado “escritor residente” del Broad Institute para escribir un libro sobre uno de los científicos del instituto. En una conferencia que dio como escritor residente, Preston señaló que sus escritos sobre científicos se traducen en grandes sumas de dinero para ellos. Michael Specter, también del New Yorker, llegó asimismo a ser escritor residente del Broad Institute para escribir un libro sobre el CRISPR, después de que publicara un artículo resaltando la labor de Feng Zhang.

Con los frentes de batalla delineados de esta manera, se pasa por alto totalmente otra cuestión importante: en realidad, muchos laboratorios han contribuido a conformar nuestra idea sobre el CRISPR. De acuerdo con la Technology Review, que es propiedad del MIT, “es sabido que hay un litigio para determinar quién lo inventó. Por un lado, está la Universidad de California en Berkeley, donde la bióloga Jennifer Doudna y colaboradores europeos dicen que la invención es suya. Por otro, Feng Zhang, del Broad Institute del MIT y de Harvard, dice que no, que fue él quien tuvo la idea primero.” La prensa ha adoptado en gran medida el lenguaje de la disputa en torno a la patente, que no deja más que dos opciones en cuanto a quién tuvo el mérito.

Lo que tiene interés para el público en todo este asunto es la comercialización de la ciencia académica, y no esa pequeña guerra por el mérito. Las patentes biomédicas, como la del CRISPR, secuestran el trabajo de un colectivo, financiado con dinero público, y luego lo ceden mediante licencia, a veces exclusiva, sin ninguna supervisión pública. La burocracia asociada al derecho de propiedad intelectual que rige la concesión de estas patentes limita el progreso de la investigación científica y por tanto frena posibles aplicaciones médicas. Los costes son desorbitados: los gastos del Broad Institute en el litigio en torno al CRISPR han supuesto hasta ahora para Editas, que ha obtenido la licencia exclusiva sobre las terapias basadas en el CRISPR, el desembolso de más de 10 millones de dólares.

La prensa, sin embargo, también desborda entusiasmo por el vínculo cada vez más estrecho entre las universidades y las empresas privadas a la hora de tratar estos temas. STAT ha celebrado este vínculo ensalzando a los profesores del MIT que “se arriesgan” a colaborar con la empresa privada “sin abandonar la torre de marfil” y alabando a los estudiantes que participan en redes de contacto con empresas biotecnológicas. Los periodistas plantean a veces cuestiones sociales o éticas en torno a la investigación biomédica, pero estas cuestiones rara vez interfieren en la colaboración entre las universidades y las empresas. Así, por ejemplo, pueden preguntarse si la creación de “bebés de diseño” con el CRISPR es ética, pero evitan hablar de cuestiones menos abstractas en torno a la propiedad de trabajos financiados con dinero público. Incluso revistas de economía conservadoras como The Economist y Fortune han manifestado en el pasado algunas objeciones a la práctica de patentar la investigación científica universitaria, pero esto apenas ha tenido eco en las principales publicaciones de información científica.

Pero incluso esta postura reflexiva, aunque solo sea de fachada, parece ser más la excepción que la regla. Muchos escritores famosos sobre temas científicos, como Ed Yong, piensan que su papel consiste en “popularizar” o “comunicar” la ciencia al público. Hay programas de formación para periodistas científicos, como el de la Universidad de California en Santa Cruz, que se denominan programas de “comunicación científica”. El folleto del programa afirma que “las mujeres y los hombres que popularizan la ciencia gozan de una carrera que satisface sus inquietudes intelectuales”, lo que no coincide del todo con la idea de contrastar datos que tradicionalmente se asocia con el periodismo.

Ciencia estelar
El enaltecimiento de la investigación científica favorece a los grandes centros cuyos trabajos aparecen en las llamadas “revistas de élite” científicas, como Nature, Science y Cell. Yong, por ejemplo, escribió cinco artículos sobre investigaciones del Broad Institute entre septiembre y diciembre de 2015 (sus textos casi no se diferencian de los comunicados de prensa del propio instituto). Zimmer también escribe repetidamente sobre el mismo grupo de científico, cuyos trabajos aparecen en Nature y Science. Aunque es un hecho reconocido que conseguir que algo se publique en las revistas de élite es un proceso que se presta a la manipulación, los periodistas lo tratan a menudo como una marca de calidad científica. Este tipo de cobertura da una respuesta fácil a lo que según Begley es la cuestión clave para los periodistas: “¿Cómo podemos separar los hallazgos que probablemente sean ciertos de aquellos que están destinados al cubo de basura de la ciencia?” De acuerdo con la epistemología de la ciencia que han adoptado muchos periodistas, la respuesta es: la ciencia “verdadera” puede discernirse en tiempo real si escuchamos a expertos de los centros de investigación acreditados cuyos trabajos se publican en las revistas adecuadas.

Es difícil culpar de ello exclusivamente a la prensa, cuando las instituciones científicas han asumido en gran parte la misma actitud. Las revistas científicas de renombre buscan contenidos que llamen la atención, y los científicos atienden a sus deseos, a menudo al precio de distorsionar el contenido. El artículo sobre ciencia siempre ha sido, como dijo Peter Medawar en 1963, una especie de “fraude”: una contorsión del proceso científico para ajustarse a las expectativas del editor. No es extraño, en estas condiciones, que en la ciencia biomédica, que tal vez sea la más regulada por las publicaciones de fama, haya surgido un sector artesanal de “narradores expertos” que ayudan a los científicos a “comunicar”. Los expertos afirman que contar historias es inevitable, visto cómo funcionan nuestros cerebros. (Por lo visto, contar historias “afecta a más partes del cerebro que un mensaje racional basado en datos”.) La narración de historias se presenta como una técnica de comunicación, una manera de escribir mejor y de mostrar gráficas más vistosas. Sustituye a una rancia exposición de argumentos, pruebas y modelos alternativos, que están condenados al fracaso en nuestra era de “distracción”.

Sin embargo, la narración científica no es un conjunto de consejos de comunicación benevolentes, sino una ideología sobre cómo debe aparecer la ciencia, sobre lo que es y lo que no es un resultado deseable. Cuando los científicos juegan a hallar “grandes historias”, suelen hacerlo para llamar la atención de las grandes revistas científicas. El biólogo Randy Schekman ha señalado cómo la fijación en las publicaciones de fama genera “burbujas en ámbitos de moda en que los investigadores pueden formular las afirmaciones contundentes que esas revistas quieren, restando interés a otros trabajos importantes”. La narración de historias va realmente de clics y citas. Libros como The Art of Scientific Storytelling (El arte de narrar historias científicas) prometen una “fórmula gradual” para que los científicos maximicen sus recuentos de citas; este libro se ha utilizado incluso en un curso de una escuela de medicina de Harvard. Otra guía para la narración de historias defiende la idea de que “Hollywood tiene mucho que enseñar a los científicos sobre la manera de relatar una historia”; es fácil imaginar cuál podría ser el resultado.

En la práctica, la narración de historias codifica la lógica neoliberal por la que son las universidades las que cada vez más evalúan la investigación científica. En su libro Undoing the Demos (Anular el demos), publicado en 2015, la politóloga Wendy Brown describe cómo según esta lógica, los académicos dejan de ser “enseñantes y pensadores para convertirse en capitales humanos que aprenden a atraer a inversores, jugar a ganar en los recuentos de Google Scholar y ‘factores de impacto’, y sobre todo a estar atentos al dinero y a las clasificaciones”. Esta lógica ha sido asumida por muchos científicos y agencias encargadas de otorgar subvenciones. El subdirector de los NIH ha propuesto recientemente el coeficiente de “citas por dólar” para clasificar a los científicos, creando otro incentivo más para que los académicos busquen como sea que se publiquen sus historias en las revistas de fama. Algunos científicos han criticado la cultura de “narrar historias” impulsando una revista alternativa dedicada a la ciencia que no es simplemente “la ciencia que cuenta historias”. Sin embargo, la visibilidad a través de la prensa y las revistas de fama permite recaudar más fondos, de modo que romper el molde de la “narrativa” científica no es una tarea fácil.

El hecho es que los científicos respaldados por la maquinaria de relaciones públicas más efectiva obtienen una influencia desproporcionada sobre la prensa. El paso consistente en entender las universidades como empresas –en las que los estudiantes son los consumidores y los investigadores, los empresarios– es crucial para entender cómo hemos llegado hasta aquí. Cuando la investigación se valora en el imaginario “mercado de ideas”, es lógico que las universidades amplíen sus esfuerzos de relaciones públicas junto con las oficinas de transferencia tecnológica que colocan la investigación en páginas web de “propiedad intelectual”. Los grandes medios de comunicación utilizan estos esfuerzos de relaciones públicas, más que el pensamiento crítico, para navegar por la compleja interfaz entre ciencia y sociedad.

Se podría objetar que los periodistas científicos carecen de la formación científica necesaria para hablar críticamente de ciencia. Sin embargo, lo que se echa en falta a menudo no es el dominio técnico de la ciencia, sino más bien la actitud escéptica que los periodistas han pregonado tradicionalmente de palabra. En vez de ello, la prensa orienta con ayuda de un plan de relaciones públicas según el cual, como ha escrito el analista de medios Mark Crispin Miller, el público es “conducido imperceptiblemente” por “manipuladores racionales benignos”. El objetivo parece ser el de prestar servicio a los poderosos centros de investigación, mientras se busca el apoyo a la ciencia de un público tratado como espectadores dóciles. El resultado no es benigno –pues elimina investigaciones de interés público, como hemos visto– ni racional. En una versión menos hueca de sí misma, la prensa científica trataría seriamente de despertar la curiosidad innata de la gente por las cosas del mundo y por la labor científica que pretende explicarlas, sin dejar por ello de formar parte del cuarto poder. 13/12/2016

https://www.jacobinmag.com/2016/12/science-journalism-crispr-patents-research-funding/
Publicado originalmente en 3:AM Magazine.
Yarden Katz es profesor de biología de sistemas en la Escuela de Medicina y profesor del Centro Berkman Klein sobre Internet y Sociedad de la Universidad de Harvard. Se doctoró en Ciencias del Cerebro y Cognitivas por el MIT en 2014.
Traducción: VIENTO SUR -

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viernes, 23 de diciembre de 2016

Así crearon la web de arquitectura con más visitas del mundo. Además, enlaces a las cuatro siguientes. En total, las 5 suman más de 3.528.561 visitas

En plena crisis de 2008, dos arquitectos chilenos lanzaron ArchDaily, un site que aúna miles de proyectos y los materiales para su construcción David Basulto (Santiago de Chile, 1981) tiene muy presente un dato: de los 3.300 millones de personas que viven hoy en ciudades se pasará a 6.400 en 2050. “Eso quiere decir que en 40 años vamos a tener que construir lo mismo que en los últimos 3.000 años, y los responsables de que se haga bien son los arquitectos”, afirma. Con esa idea en mente, este arquitecto y programador cofundó en 2008  ArchDaily, la web de arquitectura con más visitas del mundo. Su objetivo es difundir a escala global proyectos ejemplares de urbanismo eficiente, proveer de planos, imágenes y herramientas a los encargados de esbozar el diseño de las macrociudades.

La Universidad Católica de Chile, cantera de algunos de los arquitectos chilenos más reconocidos en el mundo, como  Alejandro Aravena -premio Pritzker 2016-, Mathias Klozt -premio Borromini de Arquitectura en 2001- o el propio David Basulto, consideró la web ArchDaily como uno de los proyectos más innovadores liderados por antiguos alumnos en sus 128 años de historia.

¿Qué tiene ese espacio de innovador? "Cuando a un arquitecto le encargan un proyecto, busca obras previas parecidas para saber qué materiales y qué técnicas se usaron. Antes de nuestro lanzamiento, esas búsquedas se hacían en revistas de papel. Nosotros lo hemos trasladado a Internet; cualquiera desde cualquier parte del mundo puede documentarse", explica Basulto. En su web se pueden encontrar más de 300.000 imágenes y planos de más de 32.000 proyectos de arquitectos internacionales. El usuario puede filtrar por autor, país o materiales.

A esa base de datos se suman otros contenidos, como noticias relacionadas con el sector -que se actualizan varias veces por hora- y un catálogo de materiales de construcción de más de 300 empresas de los países donde tienen sede: Chile, México, Brasil, Colombia, Perú, Estados Unidos y China. "Cubrimos una necesidad mutua: unos quieren vender y otros saber dónde encontrar los mejores materiales". Esta última parte, la venta de los materiales de construcción de los proyectos que muestran en la web es la base de su modelo de negocio, su principal fuente de ingresos. De cada venta se llevan un porcentaje. Aunque Basulto prefiere no dar cifras, en un artículo publicado en Forbes en 2014, se hablaba de ventas por un importe de tres millones de dólares al año. "Somos rentables desde que cumplimos un año", apunta.

En la sede de Archdaily en Santiago de Chile, una casa de los años 60, de dos plantas y paredes cubiertas por grandes ventanas de cristal y acero, se respira el ambiente de las startups. Los 43 empleados que trabajan allí -la plantilla suma 62 personas en todo el mundo- no tienen horarios fijos, trabajan por objetivos, pueden liderar a sus jefes en ciertos grupos de trabajo y cada dos semanas las últimas horas del viernes son para la Happy Hour. Los cofundadores llenan la nevera de cerveza y se puede echar la tarde en los jardines que envuelven la casa. También hay una sala de yoga. La media de edad de los empleados es de 27 años. No solo hay arquitectos, también programadores, diseñadores gráficos o periodistas.

Así crearon la web de arquitectura con más visitas del mundo

Basulto no tiene despacho, acaba de regresa de un viaje a Hong Kong y se reúne con la directora financiera de la empresa en un banco de madera junto a la piscina. "Nos parecemos a las startups en la forma de operar; tenemos objetivos muy claros, la plantilla está en continua rotación y crecemos exponencialmente a escala global. Eso sí, nunca hemos pedido un préstamo y acudido a rondas de financiación", aclara Basulto, que fundó la web con fondos propios en 2008 junto a David Assael, otro estudiante de arquitectura de la Católica.

La innovación: el usuario puede filtrar por autor, país o materiales 300.000 imágenes y planos de más de 32.000 proyectos de arquitectos internacionales

Les han tentado varias veces a trasladar su base de operaciones a Silicon Valley, pero ven dos inconvenientes. "Allí se mira hacia adentro, se buscan soluciones enfocadas a las necesidades que surgen dentro de esa burbuja, se pierde la perspectiva global. Chile está en la periferia, Internet funciona pésimo y eso nos acerca a lo que pasa en muchos lugares del planeta", defiende Basulto. El otro problema de instalarse en la cuna de los negocios de alta tecnología es el empeño de los inversores de librar la batalla en Estados Unidos. "Nuestro éxito se debe a que nos hemos enfocado en los mercados donde crecíamos de forma natural, especialmente en Asia".

Hace años que ArchDaily superó a Architect Magazine, la revista del American Institute of Architects, con 251.000 usuarios únicos al mes. Ellos suman más de 1,5 millones y 13 millones de visitas según Comscore. Otra de las anécdotas que cuentan es el intento de World Architecture News, el sitio más influyente de Europa, de comprarles. El éxito de su web ha llevado a los dos cofundadores a dar charlas en el Harvard Graduate School of DesignTEDx Santiago o el Center for Architecture de Nueva York.

ArchDaily suma más de 1,5 millones de usuarios únicos al mes y 13 millones de visitas

¿Cómo lo consiguieron? Empezaron por contactar con los principales arquitectos chilenos para subir sus proyectos a ArchDaily. Los propios autores consiguieron viralizar esos documentos y pronto arquitectos de toda Latinoamérica comenzaron a llamarles para aparecer en el site. La publicación de los proyectos del arquitecto colombiano Gian Carlo Mazzanti llamó la atención de webs de arquitectura de China, Japón, Italia y Estados Unidos. "Estaban consumiendo un producto en español. Nos habíamos convertido en una fuente fresca de arquitectura para el mundo", cuenta Basulto. Poco tiempo después, lanzaron las ediciones en inglés, portugués y chino. La mayor parte del contenido que publican les llega por iniciativa de los propios arquitectos.

La criba de los proyectos es lo más complejo. "Desde una tienda de Chanel hasta una panadería bien hecha o una escuela en una zona rural. Todo lo que sea útil para el arquitecto". El 85% de sus usuarios son arquitectos o profesionales del sector.
-dezeen
-Architonic
-Architizer
-Archinect
http://elpais.com/elpais/2016/12/08/talento_digital/1481220445_071211.html

lunes, 5 de diciembre de 2016

WERNER HOFMANN / FÍSICO. “Queremos estudiar los límites de las teorías de Einstein”

El director del Instituto Max Planck de Física Nuclear en Heidelberg habla sobre las posibilidades que ofrecen los rayos gamma para conocer el universo

En el año 1800, el astrónomo alemán William Herschel descubrió que había más luz que la que ven nuestros ojos.
Midiendo las distintas temperaturas de los colores que tomaba la radiación del Sol al pasar a través de un prisma, colocó un termómetro justo en el extremo del arcoiris, un poco más allá de la luz roja. El objetivo era medir la temperatura ambiente de la habitación, pero el resultado del experimento fue inesperado. La temperatura medida por ese termómetro era superior a la de la luz visible y el científico concluyó que debía haber algún tipo de luz invisible que hacía subir el mercurio. Había descubierto la radiación infrarroja.

Aquel hallazgo abrió, entre otras cosas, una nueva ventana a la observación del universo. Los telescopios que capturan la luz infrarroja han permitido observar procesos cósmicos invisibles con la luz normal.  Herschel, por ejemplo, un telescopio de la Agencia Espacial Europea lanzado en 2009, ha permitido observar la formación de galaxias y estrellas con un detalle imposible para los telescopios ópticos.

Con los años, se descubrieron otros tipos de radiación que han ampliado nuestra capacidad de observación del cosmos. Es el caso de los rayos gamma, cien trillones de veces más energéticos que los fotones visibles, un tipo de luz que se encuentra más allá del límite violeta del arcoiris. Este rango es el que va a servir a físicos como Werner Hofmann (Baden-Baden, Alemania, 1952) para explorar algunos fenómenos superenergéticos y, quizá, revolucionar la física.

Hofmann, director del Instituto Max Planck de Física Nuclear en Heidelberg (Alemania), participó el martes en el ciclo de astrofísica y cosmología de la Fundación BBVA, en Madrid, para hablar de la Red de Telescopios Cherenkov (CTA, por sus siglas inglés), dos observatorios gemelos que explorarán hasta su límite las posibilidades de los rayos gamma. Uno de esos observatorios estará en la isla canaria de La Palma.

Pregunta. ¿Qué podemos aprender observando el universo a través de los rayos gamma?

Respuesta. La forma en que se producen los rayos gamma es muy diferente de la de la luz normal. La luz normal surge de cuerpos calientes que irradian porque están calientes y no hay nada lo bastante caliente en el universo para irradiar rayos gamma. Lo que creemos es que se producen cuando hay partículas muy energéticas en el universo que se aceleran de alguna manera interactúan con la materia y producen rayos gamma. Los rayos gamma nos hablan de estas partículas de muy alta energía en el universo y nos cuentan dónde han sido creadas, cómo se propagan o cómo interactúan con su entorno.

Hasta hace algo más de una década, se pensaba que procedían de algún rincón exótico del cosmos que no tenía un gran impacto, pero ahora, la actual generación de instrumentos nos ha mostrado que hay un gran número de aceleradores de partículas cósmicas en el universo. Estos aceleradores crean partículas muy energéticas y estas partículas también influyen en la forma de evolucionar de nuestro universo. Porque hay mucha energía en estas partículas y la galaxia tendría un aspecto diferente y habría evolucionado de otra manera sin estas partículas.

P. ¿Qué tipo de objetos producen este tipo de radiación?
R. La fuente clásica predicha para los rayos gamma eran las supernovasHemos visto cómo estos objetos aceleran las partículas, lo que no sabemos es si solo con ellas se puede justificar la cantidad de partículas de alta energía que hay en el universo o si hay otros objetos.

P. ¿Cuáles son los principales objetivos para los nuevos observatorios de rayos gamma que se van a empezar a construir?
R. Tenemos tres grandes objetivos científicos para la CTA. 
Uno es entender cómo se crean las partículas de alta energía, especialmente en nuestra galaxia. Intentar comprender la formación y la propagación de rayos cósmicos.

El otro gran objetivo es intentar entender lo que sucede cerca de los agujeros negros. Sabemos que los agujeros negros producen unos chorros de eyecciones altamente relativistas, pero no sabemos cómo se generan estos chorros o cómo se aceleran las partículas en el chorro. También estamos intentando entender cómo se convierte en radiación el material que cae en los agujeros negros.

El tercer gran objetivo es buscar nueva física. Uno de los fenómenos fundamentales que queremos estudiar es la aniquilación de materia oscura. En el centro de la galaxia hay partículas de materia oscura que son nuevas partículas elementales. En algunos modelos se predice que cuando colisionan se aniquilan y crean rayos gamma que producen una señal distinguible. Si esas partículas existen, la CTA debería ser capaz de detectarlas.

También queremos estudiar los límites de las teorías de Einstein en energías muy elevadas.
Hay teorías que predicen que en escalas de distancia muy cortas el espacio tiempo tiene una estructura espumosa. Los rayos gamma tienen longitudes de onda muy cortas, así que sienten ya un poquito esta estructura espumosa. En algunos modelos los rayos gamma de alta energía se propagan más rápido o más lento que la luz normal, lo que significa que la velocidad de la luz no es constante dependiendo de la energía, algo que violaría la ley de Einstein. Eso sería un indicio de que hay algo como esta espuma del espacio tiempo de gravedad cuántica. Tanto la gravedad cuántica como la materia oscura serían ambos grandes descubrimientos que revolucionarían nuestra forma de pensar sobre el universo.

P. ¿Pueden existir fuentes de rayos gamma que envíen señales de objetos cósmicos que aún no conocemos?
R. Entre las fuentes de rayos gamma que conocemos, hay algunas donde no vemos cuál es el objeto que los produce. Es una zona oscura del universo y de allí vienen rayos gamma. Puede ser que tengamos que mirar con nuevos instrumentos o que se trate de un mecanismo totalmente nuevo.

P. ¿De qué nuevos objetos podríamos estar hablando?
R. Una posibilidad serían conglomerados de materia oscura. La materia oscura es muy densa en el centro de la galaxia, pero también hay conglomerados en otras zonas y podría ser que fuesen el origen de algunos de esos rayos gamma porque solo lo ves en forma de aniquilación de rayos gamma. De todos modos, es mucho más probable que sea de un tipo de fuente que conocemos, como una estrella de neutrones que acelera las partículas y aún no hayamos encontrado esa estrella de neutrones.

http://elpais.com/elpais/2016/11/23/ciencia/1479900732_768230.html?rel=lom
vídeo sobre la vida de Einstein.
https://youtu.be/pItb8zKxnW0

domingo, 4 de diciembre de 2016

Tres filósofos contra la prisa y el ruido. EL PAÍS reúne a los pensadores César Rendueles, Manuel Cruz y Daniel Innerarity para hablar de las sociedades de hoy.

Asumiendo la no existencia de piedras filosofales que resuelvan nuestros extravíos, se trataba en este caso –más que de dar aventuradas respuestas- de buscar las buenas preguntas. O al menos de desbrozar caminos. Así que  César RenduelesManuel Cruz y Daniel Innerarity, tres de los nombres más activos e inquietos del pensamiento en español, aceptaron la invitación de EL PAÍS para hablar de todo y de nada. Esta conversación se desarrolló recientemente en Burgos, tras la intervención de los tres autores en el II Foro de la Cultura. Una de las conclusiones de la charla: todo va demasiado deprisa en nuestras sociedades de hoy.

Pregunta. Entonces… ¿cultura… o culturas?
Manuel Cruz. Yo estoy de acuerdo en lo de culturas, en plural. Y a veces la cultura no es que esté viciada por una lógica mercantil, sino que responde además a una lógica de subalternidad. Se habla siempre del creador, y la izquierda a lo más que llega es a reclamar que el máximo de gente tenga acceso a la obra de ese creador. Y ahí se entrecruzan los conceptos de obra de arte y de autoridad. Hay que revisar ese vínculo.

César Rendueles. Tendemos a hablar de la cultura en términos de prácticas profesionales, y despreciamos una riquísima cultura amateur, y esto tiene que ver con la precarización. O nos olvidamos de prácticas estéticas o artesanales no estrictamente culturales pero que rondan ese territorio, como pueden ser algunas manifestaciones deportivas. En los periódicos hay cosas que salen en las páginas de Cultura cuando deberían salir en las de Consumo, y en cambio algunas de Deportes podrían ir en Cultura.

Daniel Innerarity. La cultura ya no se puede entender como un mundo de espacios contenedores. Como pasa en la universidad, las mejores ideas suelen surgir entre chispazos, entre espacios que se están peleando y colaborando y una excesiva especialización trae cosas normalmente poco interesantes.

M. C. Suele darse una identificación entre cultura y saber… y eso nos lleva a las academias. O sea, el saber como aquello de lo que hay academia, y si no, no es saber. Y pienso si ahí no ha habido un retroceso en planteamientos que se llegaron a hacer pero que no han tenido más recorrido, pienso en aquello que  Vázquez Montalbán defendía como subcultura.

P. Que un rapero improvise durante 24 horas rimando letras y poniéndoles música, para algunos es subcultura. Para otros es cultura con mayúsculas. Y por cierto: ¿no creen que esos mensajes improvisados –lo mismo que el replanteamiento crítico de ideas y situaciones mediante la filosofía- pueden estar interesando tanto a la gente más joven porque los dos se enfrentan a los mensajes estáticos, oficiales?
D. I. Hay un libro muy interesante de Von Kleist, aunque de título horrible, Sobre la formación de nuestro pensamiento a medida que se habla. Trata de que, en el fondo, no hay pensamiento allí donde no se da un cierto bricolaje personal. Vivimos en un mundo atravesado de discursos oficiales, prácticas institucionales y lugares comunes. En esos circuitos mecánicos hay que introducir elementos de reflexividad, y por lo tanto de apropiación. Pensar es tener un interruptor. E interrumpir.

P. Sí, pero para eso de pensar por uno mismo hace falta silencio y tiempo, justo lo que empieza a faltar. Más bien hay ruido y prisa.
C. R. Totalmente. Y enlazando con lo de antes: yo desconfío de la espontaneidad. Y creo que si alguna fuerza tienen la filosofía y el pensamiento racional es esa capacidad de someter esa espontaneidad. Y efectivamente, hay un ruido de fondo que nos inunda, es como una rueda de hámster…

P. ¿Se llama inercia?
C. R. Sí, la inercia simbólica y social que nos rodea.

M. C. A la gente le hace gracia que el filósofo piense de las cosas concretas… en el fondo espera que el filósofo vea en ellas más cosas de las que uno ve. Pero por otro lado creo que la gente necesita también esquemas teóricos, elementos que le organicen un poco el mundo.

D. I. Hacen falta mapas, referencias a la totalidad…

M. C. Sí, y otra cosa: el tiempo ha desaparecido. Ya no funcionamos con tiempo, sino con una sucesión de instantes de los que se espera la máxima intensidad.

D. I. Decía  Wittgenstein que si los filósofos formáramos una secta y tuviéramos una expresión que nos desvelara como tales, una clave que marcara esa pertenencia, sería precisamente “tómate tu tiempo”…

C. R. Los espacios culturales privilegiados, al menos en las dos últimas décadas, han sido muy refractarios a los espacios de desconexión. A mí me alarma lo poco que se habla de las bibliotecas, unas instituciones milenarias que funcionan particularmente bien. Y resulta que lo único que dicen de ellas los programas culturales de los partidos políticos es que su problema es de conectividad. ¡Cuando justamente es al revés, son espacios de desconexión que funcionan muy bien! Y lo mismo está pasando en la Universidad, donde los espacios académicos que implican pausa y perspectiva son demonizados.

P. ¿Temen que el estudio de las humanidades acabe muriendo de muerte lenta al no ser vistas como saberes útiles?
D. I. Totalmente. En el mundo de la investigación filosófica, la rentabilidad que se nos exige es una rentabilidad pensada con criterios de las ciencias de la naturaleza.

C. R. Se está uniformizando muchísimo la producción científica, cada vez es más difícil desarrollar investigaciones un poco marginales o arriesgadas. Se busca el rendimiento inmediato. Todo esto es una catástrofe.

D. I. Vivimos en una sociedad que no está muy interesada en replantearse la cuestión de qué significa que algo sea útil. Es una cuestión que incomoda.

M. C. ¿Utilidad? Mira, es muy normal que cualquier persona de la calle te diga de los políticos: “¡Bah, es que no quieren otra cosa que el poder!”, como hablando de algo asqueroso. Pero ¿y si en vez de querer el poder quisieran acumular mucho dinero? ¿Es que eso sería mejor?

P. Ahí sale la figura del idiotes aristotélico … la abdicación de muchísima gente ante la política, ¿no?
C. R. Bueno, yo soy más optimista. Cada vez veo más gente consciente de llevar “vidas dañadas”, como decía Adorno. De haber vivido y seguir viviendo una mentira. Y lo veo también en la Universidad. Frente a una inercia heredada del pasado, cada vez veo más gente, sobre todo estudiantes, que hace grandes esfuerzos para vivir de otra manera.

P. En lo referente a cierta lógica de la volatilidad y la obsolescencia programada de las cosas, ¿hasta qué punto ha incidido en ello la apuesta furiosa por el avance tecnólogico/digital? ¿No desemboca eso a veces en la chuchería digital?
C. R. El solucionismo tecnológico es el síntoma de una aceleración consumista, de un consumismo llevado a ámbitos de nuestras vidas que de otra manera sería más difícil comercializar… como el ámbito de las emociones o el de la información. Así que, por ejemplo, sistemáticamente buscamos una especie de ídolo en las tecnologías digitales ¡como si fueran las únicas tecnologías que hay!

M. C. Ojalá que lo tecnológico fuera una chuchería, pero no lo es. Eso que llamamos el complejo científico-técnico no para de crecer.

P. “Un mundo de todos y de nadie”, escribió Daniel Innerarity…
D. I. Bueno, pero hay formas de desaceleración que son muy emancipadoras. Yo creo, por ejemplo, que no responder el correo electrónico o el tuit o el whatsapp de forma inmediata es una fuente de ganancia de racionalidad. Las cosas que se hacen inmediatamente se hacen mal. Evitar los automatismos y no estar sujetos a la lógica de lo inmediato es liberador.

C. R. Hay una larga tradición de reaccionarios de izquierda, como  Benjamin o Pasolini, que fueron premonitorios, con una enorme capacidad para vislumbrar hacia dónde nos llevaba el desarrollismo brutal. Y creo que el pensamiento ecologista y eco-socialista sí que está planteando algunos desafíos políticos urgentes en esa dirección.


TRES MOSQUETEROS PARA PENSAR
César Rendueles (Gerona, 1975). Sociólogo y doctor en Filosofía, enseña actualmente Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus ensayos recientes destacan Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital (2013) y Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura (2015). Rendueles fue uno de los fundadores, en 2002, del movimiento social y cultural de izquierdas Ladinamo.

Daniel Innerarity (Bilbao, 1959). Catedrático de Filosofía Política y Social, investigador IKERBASQUE en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática. Entre sus obras destacan La democracia del conocimiento (Premio Euskadi de Ensayo 2012), La sociedad invisible (Premio Espasa de Ensayo 2004) o La transformación de la política (Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Ensayo de 2003). Fue número 2 en las listas de la coalición navarra Geroa Bai en las elecciones generales del pasado 20 de diciembre.

Manuel Cruz (Barcelona, 1951). Catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona e investigador en el Instituto de Filosofía del CSIC (Madrid). Algunos de sus principales ensayos son Las malas pasadas del pasado (Premio Anagrama de Ensayo 2005), Amo, luego existo (Premio Espasa de Ensayo 2010) y Ser sin tiempo, que acaba de publicar en Herder Editorial. Es diputado independiente por el PSC-PSOE en el Congreso.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/11/25/actualidad/1480078930_220108.html?rel=cx_articulo#cxrecs_s

viernes, 25 de noviembre de 2016

Negativo (experimentos que contradicen lo esperado, sabido o dado como sentido común)

El conocimiento, como la ciencia, requiere cultivar una mente abierta y un espíritu crítico

Esta es una columna de castigo y recompensa. Vamos con lo primero. El sentido común y Aristóteles dictaban que las piedras grandes (más pesadas) cayeran más deprisa que las pequeñas (o más ligeras), pero a Galileo le bastó subirse a la torre de Pisa (hay quien dice que no se subió, que es una leyenda, hizo otros experimentos sobre planos inclinados) para demostrar que no era así (la prueba empírica), en lo que puede considerarse el primer resultado negativo de la historia de la ciencia; en él se basan las teorías gravitatorias de Newton y de Einstein, y por tanto toda nuestra cosmología.

En las postrimerías del siglo XIX, Michelson y Morley diseñaron un pulcro y minucioso experimento para medir la velocidad de la Tierra respecto al éter luminífero, el medio en el que se movía la luz, y lo que les salió fue que allí no había éter luminífero ninguno, en otro glorioso resultado negativo que reveló a Einstein que la velocidad de la luz era una constante fundamental de la naturaleza. Einstein, en realidad, ya sospechaba eso por razones de consistencia matemática, pero nadie le habría hecho caso sin el crucial resultado negativo del éter (la prueba empírica).

El anatomista norteamericano Vernon Mountcastle, que murió el año pasado, descubrió en los años cincuenta la estructura fundamental del córtex cerebral, la sede de la mente humana, y se concentró en buscar las diferencias entre unas zonas y otras que pudieran explicar la asombrosa subdivisión del córtex en módulos (visuales, auditivos, sintácticos, semánticos, emocionales, morales y todo lo demás). Redondeando un poco, no encontró ninguna. Las “columnas corticales” descubiertas por Mountcastle se las apañan de algún modo para realizar todas esas tareas tan distintas. Otro resultado negativo fundamental (otra prueba empírica).

Y, tras el castigo, la recompensa. Si la ciencia se hubiera comunicado desde tiempos de Galileo de la misma forma en que nos informamos ahora los legos, el conocimiento seguiría estancado en el siglo XVI. Al informarnos mediante nuestros amigos de Facebook, nuestros contactos de WhatsApp, nuestros seguidores de Twitter y nuestra red de Google, lo que estamos haciendo es ignorar los resultados negativos y garantizar que las opiniones que nos llegan son solo aquellas con las que sabemos que vamos a estar de acuerdo de antemano, y que solo recibamos las informaciones que confirman nuestros prejuicios miopes. Esto es un error garrafal.

El conocimiento, como la ciencia, requiere cultivar una mente abierta y un espíritu crítico. No se puede pensar con claridad sin aprender a inclinar la cabeza en el ángulo adecuado para entender los argumentos contrarios. Sin resultados negativos no hay progreso.

Javier Sampedro. El País.

http://elpais.com/elpais/2016/11/16/opinion/1479308380_498827.html

jueves, 27 de octubre de 2016

El físico y comunicador científico Richard Feynman propuso otro criterio para distinguir ciencia de seudociencia, al que puede recurrir cualquier profano en ciencia tentado por una terminología sofisticada que le suena a científica...

"No es perfecta. Puede utilizarse mal. Es sólo una herramienta. Pero sin duda es la mejor herramienta que tenemos, se autocorrige, progresa y se puede aplicar a todo. Tiene dos reglas. Primero: no hay verdades sagradas; toda presunción debe ser examinada críticamente; los argumentos de autoridad no tienen valor. Segundo: lo que sea inconsistente con los hechos debe ser desechado o revisado. Debemos comprender el cosmos como es, y no confundir lo que es con lo que quisiéramos que fuera. Lo obvio es a veces falso, lo inesperado es a veces cierto".
Carl Sagan en Cosmos (1980), a propósito de la ciencia. 



Richard Feynman propuso un método sencillo para distinguir entre ciencia y pseudociencia

¿Cómo podemos saber si una afirmación es científica? Se trata de una pregunta de suma importancia, puesto que estamos rodeados de proposiciones que tienen visos de ser creíbles, utilizan el lenguaje de la ciencia y a menudo lo hacen así precisamente para tratar de refutar algún consenso científico. Como hemos visto en el caso de la cruzada anti-vacunas, ser víctima de los argumentos pseudocientíficos puede tener efectos terribles. De modo que es pertinente preguntarse sobre cómo la gente corriente, los padres corrientes y los ciudadanos corrientes pueden evaluar este tipo de argumentos.

El problema de la demarcación, o qué es y qué no es ciencia, ha ocupado a los filósofos durante cierto tiempo, y la respuesta más famosa procede del filósofo de la ciencia Karl Popper, que propuso su teoría de la “falsabilidad” en 1963. Según Popper, una idea es científica si es posible imaginarse un enunciado de la misma que pueda demostrarse falso. Aunque la definición estricta de ciencia de Popper ha tenido cierto uso durante años, también ha sido objeto de críticas, tanto porque una parte de la ciencia aceptada ya fue refutada en su día (la teoría de la gravedad de Newton, la teoría atómica de Bohr), como porque una parte de la ciencia teórica actual no puede falsarse (por ejemplo, la teoría de cuerdas). Sea como fuere, para los legos en la materia el problema sigue sin resolverse. Si una teoría científica escapa a nuestra comprensión es improbable que podamos vislumbrar el modo de refutarla.

El físico y comunicador científico Richard Feynman propuso otro criterio, al que puede recurrir cualquier profano en ciencia tentado por una terminología sofisticada que le suena a científica. Simon Oxenham, en Big Think pone como ejemplo al médico y comunicador Deepak Chopra, alguien que puede calificarse de “infame por abusar del lenguaje científico para hacer parecer como profundas afirmaciones sin sentido” (lo que Daniel Dennett llama “deepities”). A modo de lenitivo para hacer frente a este tipo de proposiciones confusas, Oxenham nos remite a una conferencia que Feynman pronunció en 1966 en un encuentro de la National Science Teachers Association. En vez de sugerir que los no expertos se enfrenten derechamente a afirmaciones formuladas con ropaje científico, Feynman les recomienda traducirlas primero al lenguaje corriente con el fin de asegurarse de que lo que la proposición asevera sea un concepto lógico y no simplemente una colección de términos especializados.

El ejemplo que utiliza Feynman procede de la fuente más rudimentaria, un “manual de ciencia de primer curso” que “empieza a enseñar ciencia de un modo desafortunado”: muestra al alumno la imagen de un “un perro de juguete al que se le da cuerda”, después una imagen de un perro de verdad y después una motocicleta. Para cada caso se le pregunta al estudiante: “¿qué hace que se mueva?”. Feynman cuenta que la repuesta que da “el manual del profesor (…) ‘es la energía la que hace que se muevan’”. Sólo uno pocos estudiantes habrán intuido un concepto tan abstracto como éste, a menos que hayan aprendido la palabra previamente, que de hecho es lo único que la lección les enseña. Feynman nos muestra que la respuesta bien podría haber sido: ‘lo mueve Dios’ o ‘un espíritu provoca su movimiento’ o ‘la movilidad es lo que hace que se mueva’.

Bien al contrario, afirma, una buena lección de ciencia “debe partir de la reflexión acerca de qué habría respondido un ser humano corriente”. El empleo del concepto de energía en el lenguaje corriente permite al estudiante explicarlo, y Feynman sostiene que esto constituye una prueba para determinar “si has enseñado una idea o si has enseñado una definición. Puedes probarlo del siguiente modo”:

Sin utilizar la nueva palabra que acabas de aprender, trata de reformular con tus propias palabras lo que has aprendido. Sin utilizar la palabra “energía”, cuéntame qué sabes acerca del movimiento de un perro.

La insistencia de Feynman en el leguaje corriente recuerda a la afirmación que suele atribuirse a Einstein de que no puedes decir que has entendido algo a menos que seas capaz de contárselo a tu abuela. Este método, sostiene Feynman, impide que acabemos aprendiéndonos “recetas místicas para responder a las preguntas”. Oxenham lo describe como “un procedimiento valioso para poner a prueba si realmente hemos aprendido algo o si sólo creemos que hemos aprendido algo”.

Este procedimiento resulta igualmente útil para poner a prueba las afirmaciones de los demás. Si alguien es incapaz de explicar algo en su lenguaje corriente, entonces debemos preguntarnos si realmente comprende lo que afirma. En palabras de Feynman: “es posible presentarlo en la forma debida y llamarlo ciencia, pero es pseudociencia”.

¿La prueba del lenguaje corriente de Feynman resuelve el problema de la demarcación? No, pero si la utilizamos como guía cuando nos enfrentamos a afirmaciones que están formuladas en una jerga científica, y por eso nos parecen verosímiles, sin duda puede ayudarnos a ser más claros y a advertir cuándo algo carece de sentido. Y si alguien quiere saber cómo los científicos pueden explicar ideas complicadas de un modo llano y accesible, no tiene más que leer o escuchar al propio Feynman.

Josh Jones doctor en filología inglesa, escritor, editor y músico. Cofundador de la revista virtual Guernica y editor y colaborador habitual en Open Culture.

Fuente: Open Culture, abril de 2016 Traducción: Jordi Mundó

http://www.sinpermiso.info/textos/richard-feynman-propuso-un-metodo-sencillo-para-distinguir-entre-ciencia-y-pseudociencia

jueves, 1 de septiembre de 2016

Un país de espaldas a la ciencia. EE UU, Suecia o Japón no invierten en I+D+i porque sean ricos, son ricos porque invierten en I+D+i

Carl Sagan, el reconocido divulgador, lo definió como nadie: “Estamos rodeados de ciencia y tecnología, pero nadie sabe nada sobre ciencia y tecnología”.

La vida digital, las consecuencias de conocer qué hay dentro de nuestro genoma, la inteligencia artificial, el big data, los coches autoconducidos y hasta WhatsApp; las innovaciones científicas y tecnológicas nos admiran, nos rodean y nos hacen la vida mejor, aun cuando nos neguemos a comprenderlas. Solo el 14% de los ciudadanos españoles asegura estar interesado por la ciencia y la tecnología, frente al 25% que no lo está, según datos de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología. Y este clásico desinterés ciudadano, que podría ser simplemente un error, se ha trasladado a la esfera política, y ha convertido ese error en un desastre.

La ciencia, la tecnología y la innovación constituyen el factor productivo primordial de las grandes economías mundiales, y su fuente principal de riqueza. Estados Unidos, Suecia, Finlandia, Japón o Corea del Sur no invierten en I+D+i porque sean ricos, son ricos porque invierten en I+D+i.

Estados Unidos gasta más de un 2,8% de su PIB en ciencia y tecnología y, según asegura su Gobierno, ese esfuerzo es responsable de más de la mitad del desarrollo económico e industrial del país desde la II Guerra Mundial. La inyección de dinero en ciencia y tecnología es constante, y se ha ido manteniendo incluso en los peores años de la crisis. “La ciencia y la tecnología han conseguido que Estados Unidos sea el mejor país sobre la Tierra”, ha dicho su presidente, Barack Obama. La inversión española, mientras, da tumbos según sople el viento económico: entre el año 2002 y el 2008 se realizó un considerable esfuerzo por ponernos a la altura del resto de los socios de la UE, pero desde 2010 hasta 2014, el descenso acumulado en los presupuestos ha sido del 10%, según datos del último informe Cotec. Esa caída es muy dolorosa para los científicos españoles, obligados a buscar fondos europeos para sus proyectos o a emigrar. Pero es solo el principio: “Están por ver los efectos del recorte del gasto público sobre los resultados de la actividad investigadora, debido al desfase temporal propio de los procesos de investigación”, ha advertido la OCDE al Gobierno español.

Las empresas y cuidadanos españoles son, sin embargo, pioneros en la adopción de los resultados de la innovación y la tecnología. Las empresas españolas están por encima de la media mundial en su digitalización, según un reciente informe de PwC, y España es el país europeo con mayor adopción de aplicaciones de redes sociales y mensajería electrónica entre sus ciudadanos. Es, sin embargo, innovación y tecnología que producen otros. “Ser pro-ciencia es la única manera de asegurarse de que Estados Unidos siga liderando el mundo”, ha dicho Obama. Durante su primer y único debate televisado, ninguno de los cuatro principales candidatos a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones españolas fue preguntado por su política de inversión en ciencia e innovación, ni creyó conveniente ni relevante explicar las consecuencias para los ciudadanos de vivir en un país de espaldas a la ciencia. Pero las hay: según un informe del Círculo Cívico de Opinión, si España hubiera invertido anualmente en I+D el mismo porcentaje que el resto de países de la OCDE desde 1970, en el año 2005, habríamos sido, por cabeza, un 20% más ricos.

http://politica.elpais.com/politica/2016/06/13/actualidad/1465830050_964684.html

lunes, 15 de agosto de 2016

Neil DeGrasse Tyson: “Es difícil enseñar ciencia a los niños porque los responsables no tienen idea de lo que es”

Cuando tenía siete años, Carl Sagan visitó el Planetario Hayden de Nueva York y quedó impactado. La visión de las estrellas, constelaciones, planetas, cometas y asteroides inflamó de tal forma su imaginación que le hizo tomar la decisión, siendo sólo un niño, de dedicar su vida a la ciencia. 75 años después de aquella visita, cada vez que Neil DeGrasse Tyson atraviesa las puertas del Museo de Historia Natural de Nueva York para acceder a su despacho como director del planetario de la ciudad, seguro que recuerda la imagen de su maestro y mentor. Como si un agujero de gusano -ese monstruo teórico que todo astrofísico quisiera demostrar- doblara el eje temporal, Sagan y DeGrasse dialogan a diario. Profesor y alumno pisan los mismos lugares y sus vidas están conectadas desde que el joven DeGrasse viajara hasta Ithaca para conocer la universidad de Cornell donde deseaba estudiar. Sagan, entonces ya un científico reconocido y una celebridad por sus libros y apariciones en televisión, causó tal impresión en el aspirante a astrofísico que desde aquel día “no sólo supe que quería ser científico, sino el tipo de persona que quería ser”. Finalmente DeGrasse estudió en Harvard, pero de Sagan aprendió el compromiso con todo aquel que esté interesado en la ciencia. Una lección que ha venido aplicando en sus muchos años como profesor universitario y divulgador científico.

DeGrasse Tyson, que tiene voz de cantante de soul y planta de luchador (deporte que practicó en el instituto), nació en el popular barrio del Bronx y no es difícil imaginarle defendiéndose de una banda callejera lanzándoles logaritmos neperianos. Porque, a pesar de su extraordinario expediente académico y sus aportes científicos en el campo de la astrofísica, DeGrasse siempre parecerá un tipo normal. Tal vez de ahí venga su gran éxito como divulgador científico: su capacidad para explicar las cosas más complejas con la sencillez de un conductor de autobús o de un tendero mientras te despacha unas uvas. The New Yorker, rendido a esa familiaridad socarrona del astrónomo, le dedicó un perfil en el que comparaba su estilo con el de su predecesor en la serie Cosmos: “Sagan tenía una gran deferencia hacia la alta cultura: sus comparaciones siempre estaban extraídas de la Historia Antigua y su vocabulario provenía de la literatura. Tyson prefiere referirse a la cultura pop. Pero eso no significa que no tenga gustos sofisticados (…) Posee una biblioteca de libros de ciencia raros y antiguos, que incluye una tercera edición de los Principia de Isaac Newton, que considera el libro más importante que jamás se haya escrito. Pero cuando explica temas de ciencia prefiere ilustrar sus ejemplos con películas como Bichos”.

Tal y como aprendió de Carl Sagan, DeGrasse Tyson continúa comprometido con los jóvenes que desean acercarse a la ciencia. Su carácter y seductora capacidad para brillar en el showbusiness le permite además a expandir este mensaje a cualquier terreno: ha aparecido en un episodio de The Big Band Theory, en películas (como Batman vs Superman o Zoolander 2) y presta su voz a uno de los personajes de Ice Age: el gran cataclismo. Cuando le preguntan cómo hacer para que los niños se enamoren de la ciencia, responde con la ironía que le caracteriza: “Nos pasamos el primer año de la vida de un niño enseñándole a hablar y caminar. Y el resto de sus vidas les decimos que se callen y se estén quietos”. Un consejo que debería hacer reflexionar porque el método científico -les guste o no a esos mayores que prefieren que los niños estén quitecitos- consiste en probar. Probar siempre. Los genios siempre son inquietos.
Edición: Juanlu Ocampos / George Karja Texto: José L. Álvarez Cedena

http://one.elpais.com/neil-degrasse-tyson-dificil-ensenar-ciencia-los-ninos-los-responsables-no-tienen-idea-lo/

lunes, 25 de julio de 2016

Mayonesa o mahonesa, su ciencia,

Ingredientes

Para unos 220 g de mayonesa

1 huevo mediano o 2 yemas a temperatura ambiente
4 g (media cucharadita) de sal
7 g (una cucharada) de zumo de limón o vinagre
160 ml aprox. de aceite (girasol, oliva o mezcla)


Preparación
Cascar en un bol aparte el huevo y una vez comprobado que no contiene nada de cáscara echarlo en un recipiente alto y estrecho (como el vaso de la batidora) completamente limpio y seco.

Añadir la sal, el vinagre y un poco de aceite (20g o una cucharada). Introducir el brazo de la batidora hasta el fondo y batir todo junto durante un par de minutos hasta que se amalgame la mezcla.

Verter poco a poco el resto del aceite en un hilo fino mientras se sigue batiendo, más rápido a medida que espese la salsa.

Cuando tenga el espesor deseado, probar el gusto y rectificar de sal si es necesario.

 http://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2016/06/30/receta/1467272904_066484.html

El comidista, El País.

viernes, 22 de julio de 2016

MIRAR LAS ESTRELLAS

Los astrofísicos son los exploradores modernos y se internan en los secretos esenciales. La ‘terra incognita’ de nuestros días está ahí fuera.

SIEMPRE HE sentido una especial fascinación por la astronomía, probablemente porque a los seis años viví un suceso maravilloso. Me recuerdo de noche y en la calle, una situación ya en sí poco usual para mi corta edad. Yo colgaba de la mano de mi madre y a mi lado se encontraban mi padre y mi hermano. Los cuatro estábamos parados en mitad de la acera y contemplábamos el cielo sin pestañear, al igual que otras decenas de personas que ocupaban la avenida, todas quietas, todas en silencio, todas mirando hacia el firmamento. Hasta que al fin apareció allá arriba una estrellita luminosa que recorría a buen ritmo el arco de la noche. Era el Sputnik de los rusos, el primer satélite artificial colocado en órbita, el primer objeto lanzado por los humanos más allá de la atmósfera. Nuestra primera salida de la Tierra.

La mágica visión de aquella estrella que habíamos sido capaces de poner en el cielo me hizo decidir aquella noche que de mayor sería astronauta. Evidentemente no lo he sido, pero aquel suceso fundacional debió de ser la base de mi amor por la ciencia-ficción y quizá por la ciencia. Aunque he estudiado letras, la ciencia me encanta y siempre he lamentado el tremendo acientifismo de la sociedad española. Por eso considero un precioso regalo el proyecto del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) en el que he tenido el privilegio de participar.

Pero empezaré por el principio. Los tres mejores lugares del mundo para observar las estrellas están en Chile, para el hemisferio sur, y en Hawái y Canarias para el norte. Y por una vez en nuestra historia, y en buena medida gracias al empeño visionario del astrofísico Francisco Sánchez en los años sesenta, España supo aprovechar estas circunstancias geográficas para crear y desarrollar el IAC, que es uno de los diez mejores centros de astrofísica del mundo. Posee dos observatorios, uno en el Teide y otro en el Roque de los Muchachos, en la isla de La Palma, ambos a unos 2.400 metros de altitud. En cada uno hay dos decenas de telescopios cuya propiedad se reparte entre 20 países. Nosotros tenemos ahí el Gran Telescopio óptico e infrarrojo Canarias, el mayor del mundo, un bicharraco resplandeciente y monumental. Somos una potencia en astrofísica, pero como vivimos de espaldas a la ciencia no lo sabemos.

Para intentar paliar esta ignorancia, al IAC se le ha ocurrido la preciosa idea de invitar a una serie de escritores a visitar sus instalaciones y pedirnos que después escribamos un cuento para un libro. Durante cuatro días me he paseado por esos territorios espectrales de belleza salvaje. El Teide y el Roque tienen una geografía primordial y volcánica que te remite al principio del mundo y que se une a la tecnología más rompedora del planeta, a la ciencia del futuro. Sé que la noche que pasé en el Roque será inolvidable: al atardecer, los observatorios, que eran solitarios búnkeres blancos cerrados a cal y canto, empezaron a abrir sus bóvedas con bostezo de gigantes, y por las aberturas asomaron los telescopios como bichos colosales que salían de sus crisálidas, como grandes lenguas de insectos dispuestos a lamer los lejanos secretos del universo. Y todo en la más completa oscuridad, porque cualquier fuente artificial de luz empeora la calidad de lo observado, y en un silencio apenas rasgado por el chirrido de las cúpulas al girar, de las lentes al rotar para apuntar a las estrellas. Era mágico, era extraño, era sobrecogedor. Era la indecible menudencia del ser humano enfrentándose a la enormidad del universo.

Los astrofísicos son los exploradores modernos y se internan en los secretos esenciales. La terra incognita de nuestros días está ahí fuera, en lo muy grande y lo muy pequeño, desde las galaxias con miles de millones de soles a los quarks infinitesimales. En el IAC se estudia el principio de lo que somos, el corazón mismo de la vida; y, de paso, se desarrolla nuestra capacidad tecnológica y científica, se crean empresas competitivas, se coloca a España en el siglo XXI. Deberían obligarnos a todos los ciudadanos a visitar los observatorios al menos una vez al año. Para que aprendamos a mirar a Andrómeda en vez de estar absortos en nuestro ombligo.

 http://elpaissemanal.elpais.com/columna/mirar-las-estrellas/