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jueves, 19 de febrero de 2015

Las sorprendentes consecuencias de dejar de escribir a mano

Niños en todo el mundo pasan cada vez más tiempo utilizando computadoras con teclados y pantallas táctiles en lugar de escribir con un bolígrafo y un papel.

¿Perjudica esto su desarrollo y bienestar? Nuevas investigaciones sugieren que podría ser el caso.
El programa BBC Forum habló con la neurocientífica cognitiva Karin James sobre la importancia de aprender a escribir a mano para el desarrollo cerebral de los niños.

James, profesora de la Universidad de Bloomington, Estados Unidos, llevó a cabo investigaciones con niños que todavía no sabían leer.

Se trata de niños que, aunque puedan identificar letras, no son todavía capaces de juntarlas para formar palabras.

Los científicos dividieron a los niños en grupos y enseñaron a algunos a escribir a mano distintas letras, mientras que otros utilizaron teclados.

La investigación analizó cómo aprendían los niños las letras.

Los científicos también utilizaron resonancias magnéticas para evaluar la activación cerebral y ver cómo cambia el cerebro a lo largo del tiempo a medida que los niños se familiarizan con las letras del alfabeto. Escanearon los cerebros de los niños antes y después de enseñarles las letras y compararon los distintos grupos, midiendo el consumo de oxígeno en el cerebro como indicador de la actividad cerebral.

Los investigadores concluyeron que el cerebro responde de distinta manera cuando aprende con letras escritas a mano y cuando lo hace a través de un teclado.

Política educativa
Los niños que trabajaron con letras escritas a mano mostraron patrones de activación cerebral similares a los de las personas alfabetizadas que saben leer y escribir.

Esto no pasó con los niños que utilizaron teclados.
Parece que el cerebro responde de forma distinta a las letras cuando los niños aprenden a escribir a mano, estableciendo un vínculo entre el proceso de aprender a escribir a mano y el de aprender a leer.

"Datos de escáneres cerebrales sugieren que el escribir prepara el cerebro para un sistema de aprendizaje que facilita la lectura cuando los niños llegan a esa etapa", dice James.
Además, desarrollar habilidades motrices finas para adquirir la destreza que se requiere para producir letras puede ser beneficioso en muchas otras áreas del desarrollo cognitivo, dice James.

Las conclusiones de esta investigación pueden ser beneficiosas para la política educativa.

Según James, "ha habido prisa en algunas partes del mundo para introducir las computadoras en las escuelas en edades tempranas. Esto podría mitigar esa prisa".

En muchas escuelas en Estados Unidos, escribir a mano es optativo para los profesores, así que muchos no lo enseñan.

Este tipo de escritura tiene cada vez menos importancia en los horarios lectivos, dice James.

Una solución podría ser utilizar la caligrafía cuando se introducen las tabletas en las escuelas, escribiendo sobre la pantalla como si fuera con un bolígrafo y un papel.

Pero las investigaciones de James cuestionan que exista una sustitución efectiva a aprender a escribir a mano.
Fuente BBC.
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2015/02/150212_salud_escribir_teclado_desarrollo_cognitivo_gch_ac

sábado, 23 de agosto de 2014

Leer a los cinco años

Gustavo Martín Garzo dice, en Un mundo sin sombra, El País, 14 de agosto de 2014, que el niño de cinco años no necesita aprender a leer, necesita escuchar música y cuentos, bailar y encontrar palabras y su lugar entre los otros. Sí, es cierto. Pero yo tengo una clase de niños de cinco años, y si no consigo que lean aquellos que no tienen una madre o un padre que les lea, tienen bastantes puntos para fracasar en primaria, pues allí se encontrarán con libros. Tienen que saber leer para no sentirse fracasados. Tienen que dominar esos extraños signos para que esos extraños signos no les dominen a ellos y acaben por despreciarlos.

Me gustaría organizar mi aula para que jueguen, miren, toquen, escuchen, dibujen y sobre todo hablen y hablen y hablen. Pero no puedo cerrar los ojos al hecho de que en primaria tendrán que saber leer.

No existen, desgraciadamente, “los niños”. En la infancia también hay clases sociales, y la infancia humilde, que no tiene libros en casa, tiene que aprender a leer en la escuela y a los cinco años. Es una necesidad.

Y, además, están las pantallas. O ponemos primero un cuento en las manos de un niño y hacemos que domine sus signos y disfrute del mundo que le traen, o acabamos todos planos y sin sombra alguna con la que poder dialogar.-
El País.  Barcelona 20 AGO 2014

lunes, 23 de junio de 2014

El mágico poder de escribir

Pone en orden los pensamientos, reduce la ansiedad y ayuda a comunicarse con los demás


Gracias a la lectura, nuestro mundo personal se enriquece con otros mundos, se ensancha nuestra vida con otras vidas.

Leer, sin lugar a dudas, es crucial en el crecimiento y desarrollo de los individuos y de la sociedad. Tanto es así que desde distintos sectores se trabaja para elevar los índices de lectura en la población. Nos hemos dado cuenta de ello. De lo que aún no nos hemos percatado es del poder mágico y transformador que tiene la otra cara de la moneda: escribir. Tal vez para muchos esta actividad está reservada para “aquellos que saben escribir”. La mayoría de nosotros nos sentimos excluidos del olimpo de las letras, reduciendo nuestros actos en este sentido a un puñado de correos electrónicos, listados de la compra o redundantes mensajes en las redes sociales. Pero pensar que esta actividad está reservada a los grandes literatos sería tan estúpido como creer que no podemos salir a correr porque no somos Usain Bolt. Del mismo modo que para realizar este deporte solamente se necesita dar un paso tras otro, para escribir, como decía Oscar Wilde, solamente hay dos reglas: tener algo que decir y decirlo. Y todos tenemos cosas que contar, como mínimo a nosotros mismos. Repasemos tres géneros que nos abrirán la puerta a sorprendentes beneficios para nuestro progreso personal e incluso para nuestra salud, tanto emocional como física. Aprovechemos un poder que, literalmente, está en nuestras manos.

El diario personal es una de las herramientas más usadas por los psicólogos para reordenar las emociones de los pacientes. Sus beneficios son muchos; incluso, según un estudio llevado a cabo en Nueva Zelanda y publicado en la revista Time, la gente que lleva un diario personal cicatriza antes sus heridas, y no hablamos de las emocionales, sino de las físicas. Sin embargo, al margen de la terapia, también puede servirnos para crecer, progresar, conocernos mejor. Solamente necesitamos un bolígrafo, un cuaderno y 15 minutos de tranquilidad antes de ir a dormir. De este modo:

Reflexionaremos nuestro día. El diario nos obliga a organizar lo que hemos vivido y a ponerlo en relación con nuestros sentimientos. Volvemos, por así decirlo, a vivir y sentir lo más importante del día.

Evaluaremos nuestras respuestas emocionales. La reflexión nos conduce a la evaluación. ¿Hemos actuado correctamente? ¿Nos hemos dejado llevar por los sentimientos? ¿Volveríamos a actuar de esta manera? Estas preguntas nos permiten mejorar o reforzar nuestra conducta, y así crecer en confianza y autoestima.

Pondremos en perspectiva las situaciones. Porque podremos repasar las páginas escritas y darnos cuenta de que esto que tanto nos preocupaba, con el paso del tiempo, resulta que no tenía tanta importancia. O que aquel problema que pensábamos que no tenía solución, resultó tenerla.

Liberaremos estrés. Escribir de lo que nos pasa es una manera inigualable de exteriorizar emociones. De airear sentimientos. O, incluso, de dar rienda suelta a fantasías. Y ya sean emociones, sentimientos o fantasías, es importante que no se retroalimenten en nuestra cabeza enrareciendo nuestro ambiente emocional.

Dormiremos mejor. Todo lo que hemos mencionado provoca que aligeremos carga antes de ir a dormir. Que estemos más relajados y con más seguridad para afrontar el nuevo día, lo que facilita que durmamos mejor y descansemos profundamente, y así al día siguiente estaremos más despiertos. En todos los sentidos.

Esta técnica nació principalmente para la superación de situaciones traumáticas y dolorosas. Sin embargo, hoy es de uso común para todas aquellas personas que quieran conocerse mejor y tener un mayor control sobre sus emociones. La escritura expresiva se basa en no pensar. En dejarse llevar por la palabra. De esta manera conseguimos asomarnos a nuestro inconsciente y conectar con realidades interiores que de otra manera seguirían bloqueadas y ocultas. James Pennebaker, psicólogo de la Universidad de Texas, estudia sus beneficios desde hace más de tres décadas y asegura que “estimula la protección inmunológica, relaja y mejora la calidad del sueño, ayuda a controlar la presión arterial y reduce el consumo de alcohol y fármacos”. Si queremos empezar este viaje interior, solamente debemos:

Escoge un tema que te preocupe, por ejemplo, por qué no me llevo bien con esta persona, o por qué me siento mal en esta situación, o por qué no consigo hacer esto que me propongo… Lo que sea, pero que tenga relevancia para nosotros.

Escribe 20 minutos durante cuatro días seguidos. Es importante ser constante durante el proceso. Encontrar un momento de tranquilidad en el que sepamos que no seremos molestados. Apagar teléfonos, aislarse por un rato.

Solo escribe. Hacerlo sin pensar en el qué. Dejar que las palabras fluyan, que las frases salgan de nuestro interior. Sin atender al estilo ni a la corrección ortográfica. No juzgar; por sorprendente que sea lo que nos venga a la cabeza, escribámoslo. Sin miedo.

No leas hasta el final. Durante los cuatro días que dura este experimento personal es conveniente no repasar. No leer lo que hemos escrito para que no contamine la escritura del siguiente día. Una vez finalicemos, entonces sí hay que hacerlo para ver qué sentimientos tenemos ante esa fotografía interior. Y así, analizar en qué nos puede ayudar, qué hemos aprendido y cómo nos hace sentir.

En la prestigiosa Harvard Business Review apareció un artículo titulado ‘Los beneficios de la poesía para profesionales’. En él, John Coleman insistía en que todos los empresarios deberían escribir poesía. Que para ejercer cualquier puesto de responsabilidad era necesario tener visión de poeta y dejar a un lado los libros de management. Revolucionario e inesperado, el artículo de Coleman nos descubre algunos beneficios de escribir poesía que todos, seamos empresarios o no, tenemos a nuestro alcance. Y es que la poesía es la mejor medicina para:

Convierte en simple lo complejo. El limitado espacio de un poema nos obliga a sintetizar. A buscar metáforas, paralelismos que conviertan el caos en algo comprensible. La poesía es un ejercicio constante de encerrar lo inalcanzable en una imagen entendible.

Desarrolla la empatía. La poesía no solamente nos obliga a estar atentos a nuestros sentimientos, sino también a los de los demás. Una exploración con la que entendernos y conectarnos con el mundo que nos rodea.

Potencia la creatividad. La lucha constante por encontrar la palabra justa que consiga expresar aquello que queremos decir, la capacidad de asombro ante cualquier detalle o el trabajo de imaginación continuo son ejercicios creativos de primer orden.

Nos enseña a valorar la belleza. Cuando estamos conectados con nuestro yo poético, somos capaces de apreciar la belleza en un simple charco. La poesía nos conecta con un sentido estético de la vida.

Estos ejercicios toman la escritura como partida para el progreso emocional. Pero la palabra es magia, en general tanto cuando hablamos con los demás como cuando lo hacemos con nosotros mismos...

LIBROS
‘La magia de escribir’. José Antonio Marina y María de la Válgona (Debolsillo)
Es un manual lleno de entusiasmo y pasión por la palabra escrita, ya sea novela, poesía o no ficción.

‘Zen en el arte de escribir’. Ray Bradbury
Un compendio de artículos del genial escritor de ciencia-ficción acerca de todo lo que nos puede dar el mundo de la palabra.
Fuente: El País.
Psicología.
Nos puede inspirar, El Adarve.

domingo, 15 de junio de 2014

El libro y su precio, en todos los eslabones de su cadena de valor. Qué papel cumple cada uno de los agentes de la cadena de valor del libro y qué porcentaje de su precio corresponde a cada uno

“Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre”, este es el primer punto del famoso decálogo del escritor de Augusto Monterroso. Y muchos lo siguen. Solo en España hay unos 4.000 autores en la Asociación Colegial de Escritores (ACE).

La gran mayoría lo hace por amor al arte, o a sí mismos, pero no porque de ello vayan a vivir. Aunque muchos sueñen con lograrlo. Pero son ellos, los autores, quienes se quedan con el menor porcentaje de lo que cuesta un libro: alrededor del 10% (los que más venden, o considerados más prestigiosos, logran un porcentaje más alto). El resto se distribuye entre editor, distribuidor y librero que corren con los gastos de hacerlo llegar al lector. Y cada vez son menos los beneficios, no solo por el descenso en la facturación (en seis años ha caído casi un 40%), sino también por la piratería: se calcula que cada año se dejan de ingresar por ella unos 300 millones de euros.

Cada día en España se registran 220 títulos de libros (80.206, el año pasado). De todos ellos se vendieron unos 170 millones de ejemplares, a una media de 14 euros por libro. Páginas y páginas escritas por no se sabe cuántos autores, en realidad. “La gran mayoría son profesionales (profesores, periodistas, abogados, médicos...)”, cuenta Rogelio Blanco, presidente de ACE. Pocos, añade, son capaces de vivir de modo constante y permanente de su quehacer creativo. En los últimos años, reconoce, “son conocidos casos de retirarse, tras un éxito, de la tarea que les aportaba recursos y que se han visto obligados a volver a ella. Los medios escritos y visuales han sido complemento o sostén para numerosos escritores”.

El primer libro data de hace unos 3.500 años: la Epopeya de Gilgamesh, narración sumeria escrita en tablillas de arcilla. Después, llegaron los rollos de papiro, los códices y en 1440 Gutenberg creó la imprenta moderna y con ella el libro impreso como, más o menos, lo conocemos hasta hoy. Ahora el libro vive su quinta mutación al diversificarse en electrónico (cuyas posibilidades técnicas y creativas apenas ha empezado). Y, por si fuera poco, emerge y se extiende un nuevo mundo: la autoedición.
Puedes ver AQUÍ el proceso creativo y de producción de un libro y su precio.
Fuente: El País

jueves, 17 de abril de 2014

Ha fallecido García Márquez

Ha fallecido en México Gabriel García Márquez. (87)
Para mi la lectura de "Cien Años de Soledad" fue algo mágico.

"-El mundo está mal hecho -sollozó.

Quienes la visitaron por esos días tuvieron motivos para pensar que había perdido el juicio. Pero nunca fue más lúcida que entonces. Desde antes de que empezara la matanza política ella pasaba las lúgubres mañanas de octubre frente a la ventana de su cuarto, compadeciendo a los muertos y pensando que si Dios no hubiera descansado el domingo habría tenido tiempo de terminar el mundo.

- Ha debido aprovechar ese día para que no le quedaran tantas cosas mal hechas -decía-. Al fin y al cabo, le quedaba toda la eternidad para descansar".
De La viuda de Montiel, cuento de Gabriel García Márquez.

"... El problema de la vida publica es controlar el miedo; mientras que el de la vida privada es controlar el tedio."
El Amor en los tiempos del colera

El maestro de obra copiaba los datos de la lápida en un cuaderno de escolar, ordenaba los huesos en montones separados, y ponía la hoja con el nombre encima de cada uno para que no se confundieran. Así que mi primera visión al entrar en el templo fue una larga fila de montículos de huesos, recalentados por el bárbaro sol de octubre que se metía a chorros por los portillos del techo, y sin más identidad que el nombre escrito a lápiz en un pedazo de papel. Casi medio siglo después siento todavía el estupor que me causó aquel testimonio terrible del paso arrasador de los años.
Del amor y otros Demonios.

A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. "Claro que sí", me dijo. "Los imposibles son los otros".
El avión de la bella durmiente. (Doce cuentos peregrinos)

"Cuando Florentino Ariza la vio por primera vez, su madre lo había descubierto desde antes de que él se lo contara, porque perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama. Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera. El padrino de Florentino Ariza, un anciano homeópata que había sido el confidente de Tránsito Ariza desde sus tiempos de amante escondida, se alarmó también a primera vista con el estado del enfermo, porque tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos de los moribundos. Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. Prescribió infusiones de flores de tilo para entretener los nervios y sugirió un cambio de aires para buscar el consuelo en la distancia, pero lo que anhelaba Florentino Ariza era todo lo contrario: gozar de su martirio."
El amor en los tiempos del cólera

Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.
"Un señor muy viejo con unas alas enormes"

"En esta casa no entrará ningún animal que no hable. Entonces él compró un loro..." El amor en los tiempos del cólera.
Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
El amor en los tiempos del cólera.

"Florentino Ariza terminaría por saber que el mundo estaba lleno de viudas felices. Las había visto enloquecer de dolor ante el cadáver del esposo, suplicando que las enterraran vivas... pero a medida que se iban reconciliando con la realidad de su nuevo estado se las veía surgir de las cenizas con una vitalidad reverdecida..." pág. 208
(de el amor en los tiempos del Colera )

Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:

—Es el diamante más grande del mundo.
—No —corrigió el gitano—. Es hielo.

Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabezal de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto despertando hacia atrás. Pero una noche, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real.
- Cien años de soledad

¿Qué tipo de gobierno desearías para tu país? Cualquier gobierno que haga felices a los pobres. ¡imagínate!
 El olor de la guayaba, conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez

"Tan eterno este amor, tan resistible, que comparado al tiempo es imposible saber dónde limita con la muerte"

- Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado.
(El Coronel no tiene quién le escriba)

"Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias. “Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida”, pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante y, desapareció en la muchedumbre del vestíbulo."
De "El avión de la Bella Durmiente"
Fuente: El País

jueves, 21 de noviembre de 2013

Vidas y muertes de ciclistas. Las bicicletas son para el verano, pero no tienen defensa contra la barbarie

La bella chica de la bicicleta
La bicicleta es una máquina tan literaria que cuando estaba casi recién inventada ya empezó a circular por las novelas. Leyendo este verano Misericordia he descubierto algo que no recordaba de esa novela asombrosa, que se publicó en 1897: uno de los personajes alquila una bicicleta para ir de Madrid a El Pardo. En el Madrid de arrabales macabros y personajes desgarrados que Valle-Inclán aprendió a mirar y a escuchar gracias a Galdós —dándole el pago ingrato que aún se le sigue celebrando— esa bicicleta insospechada es un sobresalto ágil de vida moderna en medio del atraso, el oscurantismo, la injusticia cruda y el pobreterío. Uno quisiera saber algún detalle más sobre ella, y se la imagina elevada y veloz, democrática, futurista, circulando entre carretones lentos, entre jinetes arrogantes y coches de caballos de la aristocracia. Marcel Proust sentía debilidad por todas las formas de transporte moderno, en particular los automóviles y los aeroplanos, pero cuando quiso contar la visión primera de las “muchachas en flor” que deslumbran a un adolescente en la claridad de un paseo marítimo las describió montadas en bicicletas, avanzando en bandadas con tules blancos y esos vestidos deportivos libres de perifollos barrocos y agobios de corsés que el hábito del ciclismo permitió a las mujeres en el cambio de siglo. H. G. Wells observó que cada vez que veía a un adulto subido en una bicicleta crecía su confianza en la posibilidad de un mundo mejor. Casi no hay adulto más difícil de imaginar en bicicleta que Henry James, tan estirado siempre en sus retratos, pero hay constancia de que intentó aprender a montarla, aunque con consecuencias desastrosas. Se lanzó por un camino rural y perdió el control de su bicicleta, atropellando, aunque no gravemente, a una niña que jugaba a la puerta de una granja. Que esa niña llegara a ser de mayor Agatha Christie (1) es uno de esos grandes azares que a los aficionados a la literatura y al ciclismo nos maravillarán siempre.
A Ramón Casas  le gustaba sugerir un erotismo moderno de mujeres ciclistas, mujeres en automóviles, mujeres fumadoras de cigarrillos. En uno de los mejores cuentos escritos en español, y también uno de los más tristes, La cara de la desgracia, Juan Carlos Onetti recobra de Proust el motivo del veraneo y de la muchacha ciclista. Pero quien la mira pasar desde un balcón es un hombre desolado que gracias a ella revive, deshaciéndose de deseo y ternura. Una figura en bicicleta es pasajera, pero no tan rápida que sea también fugaz. La vertical necesaria favorece el perfil. El ritmo del pedaleo resalta la belleza de las piernas.

Pero la cumbre del arte inspirado o alentado en torno a las bicicletas es quizás un corto de  François Truffaut de 1957, Les mistons, un poema visual de 17 minutos que consiste sobre todo en largos planos sinuosos de una mujer muy joven, la actriz Bernadette Lafont, pedaleando descalza en una bicicleta, las piernas desnudas, el pelo y la tela del vestido liviano agitados por la brisa de la velocidad.
La bicicleta es una máquina silenciosa y perfecta, como un velero, tan práctica que uno se asombra de que también sea tan poética. Las bicicletas son para el verano, le dice un padre a su hijo adolescente en esa comedia triste en la que Fernando Fernán-Gómez  puso lo mejor de su talento y lo más verdadero de su memoria y de su imaginación, el infortunio de crecer en una ciudad en guerra y la añoranza de un padre que era más entero y más noble porque en el caso de Fernando era un padre inventado. El verano puede ser un modesto paraíso para los aficionados a las bicicletas, sobre todo para los ciclistas de ciudad que lidian con el tráfico de los días laborables, más todavía en las ciudades españolas, que con dos o tres excepciones son tan hostiles no sólo para el que se atreve a ir en bici, sino para cualquiera que aspira a ejercer el derecho soberano y saludable a caminar de un sitio a otro.

Y también, desde luego, para los débiles, los lentos, los distraídos, los abuelos. Cuando se vuelve de países con tráfico más civilizado cuesta adaptarse a la agresividad crispada de tantos conductores en España. Nueva York no es precisamente Ámsterdam ni Copenhague en las facilidades que ofrece para moverse con seguridad en bicicleta, pero cuando yo vengo de Nueva York a Madrid y salgo con la mía noto que se me impone un cambio instintivo de actitud. Hay que estar mucho más alerta, más a la defensiva, vigilando siempre acelerones bruscos; hay que acostumbrarse a que la visible fragilidad de uno raramente le hará recibir alguna deferencia; incluso hay conductores que se vuelven más agresivos precisamente porque uno es frágil: como si se despertara en ellos esa impaciencia bronca del que da un acelerón en un paso de peatones, o deja cruzar a quien va despacio conteniendo el impulso del motor como si apretara los dientes, como si caminar lentamente fuera una ofensa que mereciera desprecio y en ocasiones castigo.

A las siete de la mañana, a la hora de la fresca, en ese silencio de las calles anchas y vacías en el que uno puede ir en bici como si planeara en un ultraligero, también puede ocurrir el espanto. Las bicicletas son para el verano, para el ejercicio saludable y la movilidad sin emisiones tóxicas, pero no tienen defensa contra la barbarie. Las bicicletas son para pasear holgazanamente, pero también para ir a diario al trabajo. Óscar Fernández Pérez, un camarero de 37 años, iba al suyo en Madrid el miércoles 6 de agosto cuando fue arrollado por un conductor que se dio a la fuga y lo dejó agonizando en la calle. Óscar Fernández Pérez está muerto y el malnacido que lo mató no tiene gran motivo de preocupación. En 2012 lo detuvieron por conducir borracho de forma “negligente y temeraria” y le retiraron el carnet. Pero en febrero de este año lo habían vuelto a detener conduciendo y el único castigo fue una ampliación en la retirada inútil del carnet. Con un historial así, y habiendo huido después de atropellar mortalmente a un ciclista, cabría esperar que la justicia lo tratara con algo de rigor. Pero en nuestro país las leyes y el sistema judicial protegen casi siempre a los poderosos contra los débiles, a los corruptos contra los honrados, a los bárbaros contra las personas apacibles, a los conductores contra los ciclistas y los caminantes. El golpe que mató a Óscar Fernández Pérez fue tan fuerte que su bicicleta despedazada quedó a 15 metros de su cuerpo, pero el juez ha considerado que el conductor sin carnet que lo atropelló y no tuvo ni la compasión de parar y ayudarle merece quedar en libertad con cargos, después de declarar. El único delito que su señoría ha apreciado es homicidio por imprudencia. La pena por acabar así con una vida va de uno a cuatro años. José Javier Fernández Pérez, hermano de Óscar, lo ha resumido mejor que nadie, con unas pocas palabras verdaderas: “La justicia es una mierda. Matar sale muy barato en este país”.

Conectar con los más pequeños. "La distancia más corta entre el hombre y la verdad es un cuento"

"Cuando explicamos historias a los niños, además de enseñarles algún concepto, establecemos un fuerte vínculo afectivo" A menudo hablamos a los niños como si fueran adultos. Error. Hay que cambiar el código. Sustituir la explicación conceptual por la narración simbólica, por cuentos e historias. Echarle imaginación. Es eficaz y estimulante.

Cuando mi hija empezaba a leer, un día, libro en mano, me preguntó:
-Papá, ¿qué es generoso?
Se lo intenté explicar lo mejor que pude. Le conté que ser generoso consiste en dar a los demás, en compartir las cosas, en no quererlo todo para ti….
-¿Lo has entendido? -le pregunté.
Al tiempo que corría por el pasillo hacia su habitación, oí que me contestaba:
-Creo que sí.

Pasaron algunas semanas, y una tarde me volvió a preguntar:
-Papá, ¿qué era lo de generoso?
Batalla perdida, pensé. Quizá lo había entendido en su momento, pero evidentemente no lo había interiorizado, y por ello ya no lo recordaba. Probé con otra estrategia: en lugar de insistir con mis explicaciones, le conté una historia. Un ejemplo de generosidad de una persona muy cercana a ella: su abuela. Escuchó atentamente mi relato con los ojos abiertos como platos y con una gran sonrisa en sus labios. Yo noté que esta vez algo se estaba moviendo dentro de ella.

Algunos meses más tarde, volviendo de la escuela me dijo:
-¿Sabes, papá?, hoy en el cole hemos hablado de lo de ser generoso. Y yo les he dicho: "Como mi abuela".
Ahora estaba seguro: no sólo lo había entendido, sino que probablemente lo recordaría para siempre.
Conectando con los niños.
"La distancia más corta entre el hombre y la verdad es un cuento"
(Anthony de Mello)

Como adultos, estamos acostumbrados a comunicarnos mediante explicaciones conceptuales. Un código de comunicación que compartimos y que permite que nos entendamos perfectamente entre nosotros. Lo utilizamos cuando nos comunicamos entre adultos y, por extensión, lo utilizamos también con los niños. Pero la mente infantil es poco receptiva a este código. A los niños les cuesta entrar en el significado de los conceptos, y aunque los pueden entender, difícilmente los recuerdan por mucho tiempo. Las explicaciones conceptuales calan muy poco en sus mentes infantiles, y les llegan muy poco. Por eso nos parece que tenemos que repetirles doscientas veces las cosas para que las asimilen, cuando lo que ocurre es que no les interesa lo que les contamos. Y es que sin darnos cuenta, les hablamos en un código de adultos que los adultos entienden y comparten, pero que a ellos les es completamente ajeno.

Pero comunicarnos con los más pequeños no es difícil. Exige solamente un cambio de código. Hemos de abandonar las explicaciones conceptuales y cambiarlas por la narración simbólica, es decir, las historias, los cuentos, las metáforas, las vivencias, o cualquier otro recurso narrativo que se nos ocurra.

Podemos explicarle a un niño veinte veces la necesidad de comer verduras. Ni le interesará ni lo comprenderá realmente. Pero una buena historia, con un héroe alimentado de verduras (al más puro estilo de Popeye y sus espinacas), le transmitirá perfectamente la idea, y no lo olvidará fácilmente.

El poder de las historias
"La mente es una criatura metafórica" (Michael A. Arbib)
La mente de los niños es especialmente sensible a la fantasía. Y lo que es más importante, como son muy listos, son perfectamente capaces de conectar esta fantasía a su vida real aprendiendo de las historias.

Las historias comunican mucho más que las meras explicaciones. En primer lugar, porque el niño las visualiza, las imagina, las vive. Las hace suyas, atesorándolas y fijándolas en la memoria. En segundo lugar, porque conectan con sus experiencias y con todo lo que ocurre a su alrededor. El niño le da significado a la historia estableciendo precisos paralelismos con su vida. Las historias conectan con vivencias y realidades que son únicas e individuales de cada niño que las recibe. Y en tercer lugar, porque las historias mueven emociones, cosa que difícilmente hace una mera explicación. Mover sentimientos es una clave esencial para fijar el recuerdo. No sólo en los niños, también en los adultos, las cosas que sólo se entienden, se olvidan. Las que además se sienten, se recuerdan para siempre.

Cómo educar y transmitir valores
"Los cuentos son para los niños una parábola de la vida"
(doctor Eduard Estivill)

Los niños se encuentran inmersos en pleno proceso de desarrollo de su personalidad. Es un momento crucial para que entiendan el significado de determinados valores y para que den sentido a sus comportamientos. Es una etapa en la que necesitan información y quieren comprender el significado de muchas cosas que ocurren a su alrededor. Nosotros, como adultos, también nos vemos en la necesidad de explicarles muchas cosas que no son fáciles de explicar.

La separación de los padres de un amigo, la llegada al mundo de un nuevo hermano, un compañero de clase que viene de un país lejano y no habla nuestro idioma, la muerte de un abuelo… Hay mil cosas que vamos a tener que explicar a los niños porque son situaciones que ya están viviendo o que un día les tocará vivir.

A veces no sabemos ni cómo ponernos a ello. Sin embargo, es mucho más fácil de lo que parece. Tenemos que atender a su lógica. Los niños son extremadamente listos. Y tienen una lógica aplastante. El primer día que fuimos a esquiar, mi hijo de cuatro años andaba buscando la tele del telesilla: "¿Los telesillas no son sillas con tele?", me preguntó.

No caiga en la tentación de explicarle que tele significa lejos, que televisión es una visión remota o que telesilla son sillas que te permiten cubrir una cierta distancia. Conecte con su lógica y métase de lleno en su fantasía. Es usted quien ha de ir a su mundo, no traerlos a ellos al nuestro… todavía….

Nos basta con buscar, o inventar, una buena historia. Una historia que haga que el niño se meta en la situación que le queremos contar. Que la viva en su imaginación y la llene de fantasía. Si lo hacemos así, nos daremos cuenta de que las preguntas vienen solas e inmediatamente al término de nuestro relato, prueba de que la historia ha despertado en el niño lo que tenía que despertar.

Van a continuación tres estrategias para conseguir de los niños lo que tanto nos cuesta aplicando nuestro esquema:

1. Cuentos para transmitir afecto.
Cuando explicamos historias a los más pequeños, además de educarles o enseñarles algún concepto (si la historia está pensada para ello), obtenemos un beneficio adicional: establecemos un fuerte vínculo de afectividad. A través de un cuento compartimos con el niño un espacio de fantasía que él aprecia y valora especialmente. Y de alguna manera, nosotros mismos acabamos siendo parte de la historia. Porque el cuento tendrá los matices y la fuerza que le demos a través de nuestra entonación, de nuestra particular manera de contarlo. Eso genera mucha complicidad con los pequeños, que querrán que les repitamos el cuento una y otra vez, exactamente con las mismas palabras, con las mismas inflexiones, sólo para disfrutar del momento.

Es un efecto que, si nos paramos a pensarlo, no nos resulta ajeno. Porque es exactamente igual a lo que nos pasó a nosotros de pequeños con los cuentos de nuestros padres y que esperábamos con impaciencia cada noche.

2. Para mantener el recuerdo.
Es bueno que los pequeños conozcan a sus antepasados, que tengan una historia familiar y que conozcan toda la saga. Es bueno también que recuerden a los que ya nos han dejado y a los que han tenido un papel especial en sus vidas. Todo esto lo podemos contar también con las historias. Historias que haremos a medida y en las que los personajes y los héroes serán estos familiares a los que queremos recordar.

El recuerdo contiene siempre una importante dosis de distorsión. No nos debe preocupar aportar, además, una buena dosis de fantasía. Lo importante es asegurarnos de que lo mantenemos vivo.

3. Para establecer unas reglas.
Otro aspecto fundamental en la comunicación con los niños es el establecimiento de normas o pautas de conducta. También aquí el código que utilicemos será crucial.

Es difícil que un niño entienda que debe despertarse a las 7.15, que tiene que estar desayunando a las 7.35 y que a las 8.00 ha que salir hacia la escuela. Se lo podemos repetir cien veces, que no lograremos mucho. Y recordar las normas cada mañana, al tiempo que nos enfadamos porque vamos con retraso, no ayuda mucho. ¿Cómo puede hacerse cargo un niño de lo que significa todo esto? Hacer un juego de todo ello es mucho más efectivo. Marcar en el reloj de la cocina una gran línea roja, jugar a acercarse a la línea, hacer de los últimos minutos unos momentos de máxima expectación y premiar con un punto la victoria, convierte la norma en un reto. Y hará que la recuerden y, sobre todo, la aprendan.

¿Que no estamos muchas veces para juegos? Debemos saber que si recurrimos a la norma explícita y a la bronca, no la acabarán de comprender. Sabrán que les están riñendo, pero no sabrán exactamente por qué, ni qué tienen que hacer para solventarlo. Es cierto que no todas las normas admitirán un juego, pero sí una dosis de fantasía, una metáfora o una pequeña historia. Y es bueno que lo hagamos, porque es su lenguaje, y lo que queremos es que nos entiendan.
FERRAN RAMON-CORTÉS 26 ABR 2009
http://elpais.com/diario/2009/04/26/eps/1240727211_850215.html

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Hay que escribir

Porque para escribir hay que pensar
Miguel Ángel Santos Guerra.

He vivido hace unas semanas una interesante experiencia en Portugal...
Al terminar, se me acercó una profesora de la que luego conocí el nombre. Se llama Clara Dias. Llevaba en la mano un libro. Me dijo que era profesora de adultos y que deseaba compartir conmigo una experiencia.

- El año pasado, dijo en la hermosa lengua portuguesa, asistí a una conferencia que usted pronunció en esta ciudad. En ella dijo que los profesores hacíamos muchas cosas interesantes en el aula, pero casi nunca nos animábamos a escribirlas. Nos animó a escribir. Nos invitó encarecidamente a hacerlo. Nos invitó a compartir nuestras experiencias con otros docentes a través del arte de la escritura.
Recordaba bien aquellas palabras porque insisto en esa necesidad en mis escritos y conferencias. Luego diré por qué. Ella añadió:

- Fruto de aquellas palabras es este libro, que he escrito con mis alumnos y alumnas. Y también con los colegas que imparten docencia en ese curso.
Me entregó un ejemplar del libro. Lo tengo ahora delante. Sobre una preciosa cubierta que refleja en plano picado un conjunto de tejados, aparece la palabra Percurso, que da título a la obra.
En la primera página leí la dedicatoria, medio portuguesa, medio española. (Dice Gabriel García Márquez que un libro no se acaba de escribir hasta que no se dedica). Estas son las palabras de Clara Dias:
“Ao Miguel Santos Guerra, que deu origen a este libro por ter dito no seminario en 2011 na UCP: los profesores hacen cosas muy importantes en las escuelas. Deberían escribir sobre aquello que hacen porque muchas veces es más importante que lo que hacemos y escribimos los académicos. Obrigado. Gracias”.
Es una obra colectiva realizada en la Escola Secundária de Amares en la localidad portuguesa de Besteiros. Intervienen en ella los docentes y los alumnos de un aula de Educación de Adultos. De hecho, en la contraportada aparecen como autores los “formandos de la turma EFA 4” y como coordinares: “los formadores dos cursos EFA 4 e 6”.

Me gusta el título. ”Percurso”. Podría traducirse por camino, ruta, recorrido. El libro recoge, a través de reflexiones y de estupendas fotografías, todo lo que se hizo en el recorrido de dos cursos escolares por formadores y alumnos de una clase de Educación de Adultos.

¿Por qué insisto tanto en la conveniencia de escribir? Porque, al hacerlo, el pensamiento errático y caótico que muchas veces tenemos sobre la práctica docente tiene que someterse a la disciplina de la escritura. Porque, para escribir, hay que pensar. Tiene que haber una estructura. Unas cosas tienen que ir delante de otras, para pasar de un punto a otro es necesario argumentar y no dar un salto en el vacío.
Tiene otra ventaja adicional la escritura y la consiguiente difusión. Me refiero a las sugerencias que ofrece a quienes desean hacer algo. Y al aliento que aportan a quienes se sienten solos.

¿Qué dificultades se interponen entre la acción y el relato crítico de la acción?
Pensar que lo que hacemos no merece la pena ser contado es la primera. A veces sucederá, claro. Pero muchas otras veces no es cierto. ¿Cuántas magníficas experiencias se han quedado en el anonimato por una falsa apreciación de sus gestores?

La segunda consiste en creer que el arte de la escritura es difícil. No es para tanto. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Y así hasta acabar contando lo que se hace. Eso sí, no como una mera exposición sino con el sentido crítico que requiere el análisis. A escribir se aprende escribiendo. Puede haber dificultades al principio, pero éstas se van superando a medida que vamos adquiriendo la habilidad de contar.

No hay tiempo para escribir porque las tareas perentorias se llevan todo el tiempo. Esa es la tercera dificultad. Pensar que hay otras cosas que hacer que resultan más importantes o más rentables. Y probablemente sea así. Por eso creo que sería bueno incentivar este tipo de iniciativas. Es cuestión de organizarse. Es cuestión de establecer prioridades.

Hay quien siente inseguridad. He aquí una dificultad que debería salvarse con rapidez y coraje. ¿Merecerá la pena? Hace unos años coordiné una experiencia sobre agrupamiento flexible de los alumnos en un Centro Público de la Axarquía (Málaga). Recuerdo que los profesores formularon este último obstáculo: Tú nos lo corriges, ¿verdad? Otras experiencias se han perdido en el tiempo ante la dificultad de organizarse para describirlas y analizarlas. Recuerdo ahora una magnífica investigación sobre la evaluación de los alumnos realizada en el Colegio Reyes Católicos de la ciudad de Melilla.

La quinta dificultad es de otra índole. Se trata de no encontrar a quien quiera publicar lo que se ha escrito. Entiendo que las editoriales tengan planteamientos comerciales que les hacen no afrontar la publicación de una obra que puede no venderse. Hay Editoriales de todo tipo. Algunas se comprometen a publicar un solo ejemplar. Otras a hacer tiradas muy pequeñas. Otras se arriesgan con lo que al comienzo parecía una quimera. Hace muchos años, en España, la Editorial Zero Zyx publicaba las experiencias de escuelas innovadoras. En esa fuente bebieron aguas prístinas muchos estudiantes de Pedagogía y muchos maestros. Echo de menos la presencia de editores más prometidos con la educación que con el dinero. Sé que es una utopía, pero las utopías nos ayudan a caminar hacia un horizonte inalcanzable
Fuente: Publicado en el Adarve, de M. A. Santos Guerra.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Petros Márkaris. "Pan, educación, libertad" es la novela que culmina la Trilogía de la crisis, del escritor griego

Petros Márkaris cree que Gobiernos y financieros no ven gente, solo cifras.

1 de enero de 2014. Grecia se declara en quiebra y vuelve al dracma; España, a la peseta; e Italia, a la lira. Los bancos permanecerán cerrados hasta que culmine la transición del euro al dracma. El Consejo de Ministros suspende pagos y los funcionarios, entre ellos, el comisario Kostas Jaritos, se quedan sin sueldo. Pan, educación, libertad (Tusquets) es la novela que culmina la Trilogía de la crisis, del escritor griego Petros Márkaris (Estambul, 1937).

Márkaris está aún más furioso que en las dos anteriores novelas (Con el agua al cuello y Liquidación final, todas publicadas por Tusquets en castellano y en catalán). Es más dura y más crítica. No solo describe la terrorífica vida cotidiana en la Atenas de la crisis, sino que ajusta cuentas con la llamada Generación de la Politénica, la que en 1973 plantó cara a la dictadura militar y contribuyó a derribarla.

¿Es un libro apocalíptico? ¿Es política ficción? “Es una hipótesis de trabajo. Una opción abierta. No puedo dejar de pensar en posibles caminos y el regreso al dracma es una de esas posibilidades”, afirma el escritor en Barcelona, donde ha presentado su novela. “Si continúan las cosas así, los países del sur no podrán trabajar con Europa. O puede pasar otra cosa, que los euroescépticos nos digan que nos larguemos”.

La gente lo pasa muy mal en Atenas. El escritor, también. “Es horrible. Es el libro que más me ha costado escribir. Nada de lo que aparece es imaginación, intento ver las cosas con mis propios ojos y me ha provocado mucho sufrimiento porque hablo del sufrimiento de la gente. Y, sobre todo, de la desesperación de los jóvenes. Tenemos una tasa de paro del 60%, lo que significa que habrá una o dos generaciones perdidas”.

“Quienes gobiernan y los partidos políticos solo saben hablar de economía y de finanzas. No ven a la gente que hay detrás de las cifras. Lo que sufren, lo que han perdido. Esto me congela la sangre. Europa tiene que despertar y hacer política”. A Márkaris le cuesta creer que esa recuperación de la que se habla sea real. “Vivimos unos años de bonanza inventada por los políticos. Era virtual y ahora se nos habla de una recuperación que también es virtual”.

La Trilogía de la crisis tendrá un epílogo, una novela en la que ya trabaja y que se titulará Créditos, en el sentido cinematográfico. Márkaris se ríe cuando se le habla de la ambigüedad del término. “Sí, es algo voluntario”. La novela empezará con un atentado del grupo de extrema derecha neonazi Aurora Dorada a Katerina, la hija abogada de Jaritos. De hecho, el tema ya se apunta en Pan, educación, justicia, cuando los ultras le dicen al comisario que saben quién es su hija –defensora de inmigrantes y sin papeles—y que la tienen fichada. También habrá asesinatos que llevarán la firma Los Griegos de los Años Cincuenta. ¿Quiénes son? Habrá que esperar a leerla.

“Lo que sí es cierto es que Jaritos sobrevivirá a la crisis gracias a su mujer, Adrianí, aunque nunca volverá a recuperar el sueldo que tenía, él ya lo sabe. Y lo que también es cierto es que será mi última novela sobre la crisis. Desde 2010 a 2014, cuatro años de mi vida, vivo la crisis y escribo de ella. Estoy harto, harto, harto”. Adrianí, en Pan, educación, libertad, establece una especie de economía de guerra para toda la familia.

Cuando Márkaris escribía Pan, educación, libertad no imaginaba que el presidente y el vicepresidente de Aurora Dorada serían detenidos ni que algunos de sus diputados serían imputados. “Es que no me lo creía ni una semana antes y menos que con ellos cayeran tantos policías. Es la primerísima vez que el Gobierno actúa con tanta rapidez. Pero el problema son los votos, según una reciente encuesta Aurora Dorada obtendría el 9% si se votara ahora”.

Pan, educación, libertad era la proclama que gritaban los estudiantes encerrados en la Politécnica, en 1973, contra la Junta Militar. Es unas de las partes más tristes e interesantes de la novela que, de algún modo, recuerda algunos aspectos de la transición española. “Grecia y los griegos tampoco están muy predispuestos a hacer cuentas con el pasado”.

Un importante contratista de obras, que ha trapicheado mucho y que se benefició de los JJ OO Atenas 2004, es asesinado. De un móvil en su bolsillo se oye el eslogan de la Generación de la Politécnica; luego aparece muerto un prestigioso académico; el tercer asesinado es un líder sindical. Los tres pertenecían a la Generación de la Politécnica

“Los de la Politécnica fueron los únicos que tuvieron cojones para resistir ante la Junta Militar, pero a principios de los ochenta, coparon todo el dominio público y cometieron errores fundamentales, el más grave de todos, utilizar su pasado de resistencia para aprovecharse y beneficiarse. Los que lucharon desde la izquierda en la guerra civil (1941-1950) y que la perdieron pagaron un precio elevadísimo por ello. Los de la Politécnica sacaron partido a beneficio propio e instauraron un sistema clientelista que aún perdura”.

Márkaris hace algo más que escribir y hablar. Ha firmado con otros 57 intelectuales, políticos, artistas un escrito para que se inicie un debate para explorar las posibilidades de crear un partido que, desde liberales a socialdemócratas, ocupe el “espacio de centro, ahora vacío”. “Todos los gobiernos con mayorías absolutas son terribles, lo mejor sería una coalición con la que este partido pudiera colaborar”. “Pero que quede claro. No estoy implicado personalmente en la creación de un nuevo partido. Únicamente he añadido mi firma a una petición para que se inicie un debate”.
Fuente: El País.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Cumplir los propios sueños. Recuperar los deseos más profundos de nuestra infancia es una poderosa motivación y un acto de justicia hacia nosotros mismos.

En el paso de la infancia enterramos bajo las obligaciones muchos sueños. La madurez viene acompañada casi siempre del temido “baño de realidad”. El futuro, que para el niño tenía un horizonte casi infinito de posibilidades, se puede estrechar hasta convertirse en una vía de sentido único. Frases como “qué le vas a hacer” o “la vida es así” certifican el fin de las ilusiones para pasar a un mundo de certezas totalmente previsible. Sin embargo, ¿es esa la clase de existencia que queremos vivir?

Este artículo es una invitación a rescatar los sueños que dejamos atrás, algunos de los cuales están reclamando un sitio en nuestra vida adulta para volver a sentirnos nosotros mismos.

Cuando se habla de sueños casi inalcanzables, a menudo se cita el caso de Lou Holtz, quien a mediados de la década de los sesenta se encontró en una situación crítica. Tenía 28 años, acababa de perder su empleo, no tenía un céntimo y su mujer estaba embarazada de ocho meses.

En lugar de venirse abajo y lamentar su mala suerte, este estadounidense se sentó a la mesa del comedor para redactar una lista con sus deseos más desmesurados e improbables. Ni corto ni perezoso, llegó a anotar 107 metas tan ambiciosas como cenar en la Casa Blanca, conocer al Papa, ser el entrenador de su equipo favorito de fútbol americano, aparecer en el magacín televisivo The tonight show...

Tras completar una lista que parecía un catálogo de locuras, Lou Holtz pasó a la siguiente fase y se propuso lo siguiente: “Una vez has escrito todo lo que quieres conseguir en la vida, asegúrate de que cada día haces algo concreto para cumplir al menos uno de esos sueños”.

Para asombro de muchos, los cuatro propósitos “casi imposibles” que hemos enumerado los llegó a cumplir, junto con muchos más. Él alcanzó su sueño americano gracias a un hecho evidente y, al mismo tiempo, obviado: muchas cosas nunca llegan a suceder porque nadie se atreve a intentarlas.

Algo así sucede con las grandes metas que pudimos tener de niños y que de adultos nos parecen ingenuas. Son de tal envergadura, que les asignamos la etiqueta de “imposibles”. Sin embargo, alguien acabará siendo astronauta o dirigiendo la Filarmónica de Berlín.

Tanto en la época de la pluma y el bolígrafo como en la era digital, las palabras escritas tienen una fuerza superior al pensamiento, que nos seduce por unos instantes y luego se va diluyendo. El solo hecho de anotar un propósito en un papel o en un archivo de Word hace que nuestro inconsciente sepa en todo momento que el objetivo sigue ahí.

En su libro ¡Escríbalo y hágalo realidad!, Henriette Anne Klauser propone que escribamos nuestro propio guion vital a partir de las metas que queremos conquistar. Según esta autora, no se trata de hacer una lista que nos haga sentir culpables si no cumplimos ninguno de los puntos. Lo esencial al escribir los propios sueños es que podemos identificarlos y empezamos a verlos posibles.

Estos son algunos de los consejos que brinda en su manual:
Escribir nuestros objetivos sin temer que sean demasiados, ni excesivamente grandes. El solo hecho de haberlos plasmado en el papel hará que estemos más atentos a las oportunidades y posibilidades.

Fijar prioridades. Klauser recomienda ordenar las metas por importancia, a la vez que nos preguntamos por qué el deseo que ocupa el primer lugar está allí. Entender nuestros deseos también nos ayuda a materializarlos.

Soñar cerca del agua. Por extraño que parezca, se ha comprobado que la creatividad “fluye” mejor cuando estamos al aire libre, así que la autora recomienda abandonar la silla y airearnos.

Escalonar los logros. Alcanzar una meta, por pequeña que sea, nos dará impulso para la siguiente.

Hay hábitos negativos que desactivan nuestros propósitos más profundos. Sin duda, el más poderoso es el miedo al fracaso. Muchos proyectos que podrían realizarse se quedan en estado embrionario por temor al batacazo que sufriríamos si las cosas no saliesen bien. A su vez, este miedo está fundamentado en varios prejuicios e ideas preconcebidas:

Fracasar en el pasado nos autoconvence de que lo mismo nos espera en próximos intentos.

Nos preocupa la opinión de los demás si nos atrevemos a llevar adelante un gran proyecto. ¿Pensarán que somos demasiado ambiciosos?

Creemos que los grandes sueños son patrimonio de personas mucho más capacitadas que nosotros.

En ese sentido, a veces la mejor manera de cumplir un sueño es detectar y eliminar los cortafuegos que ponemos para que pueda desplegarse.

En uno de los vídeos más célebres de la era YouTube, el profesor universitario Randy Pausch anunciaba ante sus alumnos que a sus 46 años estaba sentenciado de muerte debido a un cáncer incurable.

Sobre esta charla en la Universidad Carnegie Mellon, que dio la vuelta al mundo y se convertiría en el libro La última lección, Pausch aseguró que la había pronunciado sobre todo para sus tres hijos pequeños, a los que no vería crecer. Y en ella dio las siguientes claves:

Debemos creer que todo es posible, nunca hay que perder esa visión.

Si no puedes alcanzar tus sueños, lograrás ya mucho intentando alcanzarlos. Los muros que nos frenan en nuestro camino están allí por una razón: sirven para saber cuánto queremos lograr nuestros sueños.

Nunca permitas que la diversión y el asombro te abandonen.

Antes de llevar a cabo cualquier sueño debes decidir entre ser una persona positiva o negativa.

Jamás subestimes la importancia de hacer las cosas de forma divertida.

Muestra gratitud a los demás.

No te quejes, eso nunca ayuda a hacer realidad tus sueños.

Trabaja duro para alcanzar todo lo que quieres.

La experiencia es aquello que te queda cuando no obtienes lo que deseabas.

Tenemos la misión de poner en nuestro horizonte aquello que un día iluminó nuestro corazón y entregarnos a la tarea de lograrlo. La vida pondrá lo demás.

Vida en estado puro.
Un libro
– La última lección, de Randy Pausch (DeBolsillo). En Estados Unidos existe la tradición de que los profesores den una “última lección” explicando qué harían si supieran que pronto van a morir. El autor de esta charla padecía cáncer terminal en el momento de hablar sobre cómo alcanzar los sueños de la infancia. No es una conferencia sobre la muerte, sino sobre la vida en estado puro.

Una película
– Billy Elliot, de Stephen Daldry. Esta emotiva historia tiene como protagonista al hijo de un minero que, con solo 11 años, decide ser bailarín en un entorno hostil. Curiosamente, esta película logró que muchos adolescentes británicos cambiaran el fútbol por la danza.

Un disco
– This silence kills, de Dillon (BPitch Control). Esta joven estrella radicada en Berlín emigró de Brasil con su madre a la edad de cuatro años. En 2011 cumplió el sueño de grabar su único disco hasta la fecha.

"Llena el papel con cada latido de tu corazón”. William Wordsworth

"La mejor manera de hacer realidad tus sueños es despertar”. Paul Valéry.

"La sabiduría suprema es tener sueños lo bastante grandes para no perderlos de vista mientras se persiguen”. William Faulkner

viernes, 2 de agosto de 2013

_- ONG para crear historias. Seis organizaciones ofrecen talleres gratuitos de escritura creativa para escritores juveniles

_- Las edades de los futuros autores oscilan entre los ocho y los dieciocho años

Ella trazó una línea. Él dibujó otra, paralela. Ella volvió a coger el lápiz, y esbozó el comienzo de una flor. Y él lo completó, con todos sus pétalos. Entonces Francesca Frediani se levantó y dejó que su jovencísimo colega siguiera con el trabajo. “Era un niño chino que llevaba cuatro meses en un colegio y sus maestros ni sabían aun si entendía el italiano. Al principio no interactuaba, ni escribía, así que se me ocurrió empezar un dibujo para que él hiciera lo mismo”, cuenta la educadora italiana. El pequeño debió de comprenderle muy bien, ya que Frediani volvió a los 10 minutos y se encontró con una revolución copernicana: “En el papel había casas, personas. Un mundo. Había abierto la caja de Pandora”.

En el fondo, lo hace cada día. La italiana es la responsable de La grande fabbrica delle parole, una suerte de ONG de la escritura creativa que abrió en 2009 en Milán. Y que tiene cinco hermanos esparcidos por Europa, del Ministry of Stories de Londres a VoxPrima en Barcelona, pasando por Berattarministeriet en Estocolmo.

Todas comparten la misma fórmula: un ejército de voluntarios, algunos de ellos escritores de renombre, ofrece talleres gratuitos de creación literaria a miles de jóvenes —sobre todo clases de colegios— de entre ocho y 18 años. Se trata de un antídoto, sostienen desde las cuatro esquinas del continente, contra el dominio imperante de la televisión y un sistema educativo que ha sepultado la creatividad bajo la caza frenética al resultado y al examen. “Nuestra misión es inspirar una nueva nación de contadores de historias en Reino Unido”, reza el lema de Ministry of Stories.

De los pioneros de Fighting words en Irlanda al neonato Buch-Piloten austriaco, cada clase comienza de la misma, irresistible manera. “Les decimos a los niños: ‘Estáis aquí porque creemos que vais a escribir historias maravillosas. En las próximas dos horas lo haréis. Y todas saldrán publicadas”, relata Lucy Macnab, cofundadora de Ministry of Stories junto con el célebre escritor Nick Hornby y Ben Payne. De ahí que lo primero sea una masiva tormenta de ideas a bases de brazos levantados, griterío e imaginación.

Tras el paso del huracán, queda un comienzo de historia. Algo así como “en una isla en el cielo vivía una princesa a la que le gustaba mucho practicar el kárate”, como arranca el cuento que la clase 1ª D de la escuela Pertini Verga de Milán escribió en La grande fabbrica delle parole. Aunque unos párrafos más abajo, tras gusanos que bailan break dancey caracoles hiperrápidos, surge un problema: la princesa se muere de ganas de derrotar al lagarto que hace kung-fu. Ya pero “¿y cómo?”.

“A partir de ahí los niños empiezan a crear el final de la historia, solos o en grupos de dos”, cuenta Roser Ballesteros, encargada de VoxPrima, la representante española de esta lucha continental por la fantasía. En su caso, primero piden a los jóvenes un dibujo que ilustre el epílogo. Y, luego, que conviertan trazos y colores en palabras. La conclusión, que se repite idéntica en los seis países, es un libro impreso por cada pequeño autor. Ya no hay niños tímidos o inseguros. Solo quedan escritores.

“Una vez que les ayudas a arrancar no hay nadie que no haya podido crear su propia historia”, relata Sean Love, responsable de Fighting words. Y no solo: tras un comienzo únicamente literario, la organización irlandesa ha ampliado su frente de batalla. Ahora también trabaja con adultos discapacitados, y sus alumnos producen guiones cinematográficos, periódicos, discos y hasta obras que han llegado al Abbey Theatre de Dublín. Además, lo que empezó con talleres de un solo encuentro ha alcanzado colaboraciones de hasta un año de duración.

De ahí que no sorprenda que Fighting words reciba cinco veces la cantidad de demandas que puede atender. “Vienen escuelas de todo el país, incluso de Irlanda del Norte. De hecho, nos estamos planteando abrir otro centro en Belfast”, asegura Love. La esperanza, en realidad, es llegar más lejos aún, hasta inundar un continente entero de narradores.

“Entre todas las organizaciones queremos crear una asociación a nivel europeo que nos permita también recibir subvenciones de la UE”, defiende Love. El exdirector de Amnistía Internacional en Irlanda fue el primero en creer en este proyecto. En concreto, pelea por las palabras desde enero de 2009. Aunque para el origen auténtico de esta historia hay que volver todavía más atrás en el tiempo.

Érase una vez un famoso novelista irlandés, Roddy Doyle, que en 2007 promocionaba su último libro por EE UU. De paso por San Francisco, su amigo y también escritor Dave Eggers le invitó a conocer su nueva ocurrencia: se llamaba 826 Valencia y era un centro de escritura creativa gratuito para jóvenes. Doyle se quedó fulgurado. “Tenemos que hacer algo parecido en Dublín”, le dijo a su colega Love al regresar.

Así, se pusieron manos a la obra. Y, tras un año de estudio, por fin llegó el debut. Y un acelerón que aún no ha parado: cuatro años después han trabajado con unos 40.000 niños y cuentan con 500 voluntarios —sobre todo escritores y maestros, pero no solo—. “Hay cámaras, ingenieros, técnicos de sonido, cineastas o artistas visuales”, cuenta Love. Por cierto, cualquiera con ganas de ayudar puede apuntarse, siempre y cuando supere una entrevista y sus referencias sean convincentes.

Tras el pistoletazo de salida, Fighting words llamó la atención de varios prosélitos. Y, junto con el futuro de la literatura irlandesa, fue acogiendo extranjeros curiosos. Hornby, Frediani, Ballesteros: todos pasaron por Dublín antes de estrenar su versión autóctona de la idea. Aunque, al trasladar el proyecto a otro país, cada uno ha querido darle su toque distinto.

La organización de Milán, por ejemplo, apuesta sobre todo por las escuelas “con una tasa alta de multiculturalidad”, incluso donde el italiano es para muchos niños L2, es decir segundo idioma. Y la fórmula española, activa desde comienzos de 2011, le da un rol privilegiado a la ilustración a la vez que busca la colaboración de bibliotecas e instituciones culturales locales. En Londres, Ministry of Stories intenta avanzar de la mano de su vecindario. “Es un proyecto muy enfocado hacia el barrio, tenemos un área geográfica cerrada. Queremos juntar la comunidad creativa y profesional que vive por aquí con los niños”, explica Lucy Macnab.

La elección de Ministry of Stories es en parte obligada. Por mucho que las organizaciones sueñen con no tener límites y ser abiertas a todo aprendiz de escritor, los recursos son los que son. “Confiamos en que en los próximos años haya más Ministry of Stories por todo Reino Unido”, asegura Macnab. De hecho, hasta ofrecen cursos de formación para aspirantes imitadores. Mientras, sin embargo, atender a toda la nación sigue siendo una utopía. Sí hay campamentos de verano o iniciativas de un fin de semana dirigidas a cualquiera, pero en general la selección acaba recayendo en unas cuantas escuelas.

Eso sí, los afortunados escogidos jamás abren la cartera. “No pagamos nada ni recibimos dinero. Si cobráramos sería una forma de exclusión e iría en contra de nuestra misión principal. Queremos ayudar sobre todo a quien posiblemente no tenga nunca la opción de intentar escribir algo”, sentencia Love. Y la misma música se repite en los otros rincones del continente, aunque con un matiz. La española VoxPrima sí cobra una cifra “simbólica”, como la define Ballesteros: unos 20 euros por niño. Eso sí, de momento y a la espera de otros métodos de financiación.

Más allá de la solución catalana, cada proyecto busca como puede fondos para mantenerse a flote. La mayoría proceden de privados y fundaciones, tanto que para Fighting words representan casi la totalidad del presupuesto. “No queríamos fondos públicos, para ser libres y llevar el proyecto de la manera que creemos correcta”, agrega Love. Sí cuenta con el apoyo del Gobierno británico Ministry of Stories, que debe a Downing Street un 18% de su presupuesto. Otro 15% la organización londinense lo saca de una tienda que acoge en su sede y donde vende sus creaciones.

Entre ellas, pronto habrá un disco, que saldrá en unos meses con las canciones compuestas por algunos pequeños talentos. En el establecimiento se pueden adquirir también varios dibujos de monstruos. Uno en particular lo ha diseñado un niño del que Lucy Macnab todavía se acuerda. “Vino con su clase y decía que él no podía hacerlo, que era demasiado difícil”. Al final, sin embargo, el pequeño visitaba la tienda cada dos por tres para enseñarles a sus padres y a los maestros la criatura horrible que había sido capaz de concebir.

Otro monstruo, que escupía fuego de la boca, se dirigía una vez a visitar el zoológico de Londres la noche de Halloween. Y se encontró con cuatro fantasmas. Todos juntos decidieron ir a espantar a los animales. Pero esta es otra historia. Fruto, cómo no, de otro pequeño narrador.
(fotos, de El País. Portada de una antología publicada con Fighting words por los estudiantes de la escuela secundaria Newpark de Dublín. La escritora italiana Emanuela Bussolati (centro) participa en un taller de La grande fabbrica delle parole. / THOMAS POLOLI

Se ve como antídoto a un sistema educativo centrado en los resultados
Una vida diferente

Fighting words, en Dublín, fue el proyecto pionero en Europa. Arrancó en enero de 2009, siguiendo el modelo de la organización estadounidense 826 Valencia.
El mismo año nació La grande fabbrica delle parole, en Milán.
En Londres, en 2010, echó a andar Ministry of Stories. El escritor Nick Hornby es uno de sus cofundadores.
Desde principios de 2011 es activa en Barcelona VoxPrima, que ya ha colaborado con más de 700 pequeños escritores.

Berattarministeriet, en Estocolmo, y Buch-piloten, en Viena, son los dos proyectos más recientes. Fuente: El País. Tommaso Koch, 29 de julio 2013.
Enlaces a otras páginas de este blog relacionadas con el tema: escritura y bondad.
Aprender a leer y escribir cambia el cerebro.
El esfuerzo.
Sonríe o muere y el llamado "Pensamiento positivo"
La escritura como terapia, érase una vez un dragón.
Divertirse es recrearse.

10 Pautas para educar.

lunes, 29 de julio de 2013

Las clases magistrales de Cortázar en Berkeley

Un nuevo libro reúne las lecciones de literatura que el autor de Rayuela dictó en Berkeley, en 1980. Su pensamiento y la intimidad de sus elecciones artísticas, en un adelanto exclusivo

Primera clase. Los caminos de un escritor

Quisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez "Los caminos de un escritor"; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de. desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando -puesto que vive en un presente como todos nosotros- pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir "literatura" y "vida" para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo.

Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.

Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de "estética", donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.

Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo que finalmente habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convertían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset "la circunstancia", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.

De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura -incluso la de tipo fantástico más imaginativa- no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.

Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, "El perseguidor", que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo -creo que tengo derecho a utilizar el término-, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio -que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo- en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en "El perseguidor", con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar "últimos". Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria -porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía- sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos -como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien- maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas. La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -como ya había tenido Johnny Carter en "El perseguidor"- una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces "la clave central", el centro que ya no sólo es histórico sino también filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica -como su padre- y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba "los barbudos" y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir -al principio no se podía- menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.

Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto -e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza- es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin...), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita.

[...]

Conviene hacer una cosa bastante elemental al principio que es preguntarse qué es un cuento, porque sucede que todos los leemos (es un género que creo que se vuelve cada día más popular; en algunos países lo ha sido siempre y en otros va ganando camino después de haber sido rechazado por motivos bastantes misteriosos que los críticos buscan deslindar) pero en definitiva es muy difícil intentar una definición de cuento. Hay cosas que se niegan a la definición; creo, y en este sentido me gusta extremar ciertos caminos mentales, que en el fondo nada se puede definir. El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría una aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil. Es el caso muy conocido de la poesía. ¿Quién ha podido definir la poesía hasta hoy? Nadie. Hay dos mil definiciones que vienen desde los griegos que ya se preocupaban por el problema, y Aristóteles tiene nada menos que toda una Poética para eso, pero no hay una definición de la poesía que a mí me convenza y sobre todo que convenza a un poeta. En el fondo el único que tiene razón es ese humorista español -creo- que dijo que la poesía es eso que se queda afuera cuando hemos terminado de definir la poesía: se escapa y no está dentro de la definición. Con el cuento no pasa exactamente lo mismo pero tampoco es un género fácilmente definible. Lo mejor es acercarnos muy rápida e imperfectamente desde un punto de vista cronológico.

La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal y como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños (cuentos de bisontes, probablemente). El cuento oral se da en todos los folclores. África es un continente maravilloso para los cuentos orales, los antropólogos no se cansan de reunir enormes volúmenes con miles y miles, algunos de una fantasía y una invención extraordinarias que se transmiten de padres a hijos. La Antigüedad conoce el cuento como género literario y la Edad Media le da una categoría estética y literaria bien definida, a veces en forma de apólogos destinados a ilustrar elementos religiosos, otras veces morales. Las fábulas, por ejemplo, nos vienen desde los griegos y son un mecanismo de pequeño cuento, un relato que se basta a sí mismo, algo que sucede entre dos o tres animales, que empieza, tiene su fin y su reflexión moralista. El cuento tal como lo entendemos ahora no aparece de hecho hasta el siglo XIX. Hay a lo largo de la historia elementos de cuentística verdaderamente maravillosos. Piensen ustedes en Las mil y una noches, una antología de cuentos, la mayoría de ellos anónimos, que un escriba persa recogió y les dio calidad estética; ahí hay cuentos con mecanismos sumamente complejos, muy modernos en ese sentido. En la Edad Media española hay un clásico, El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel, que contiene algunos de antología. En el siglo XVIII se escriben cuentos en general sumamente largos, que divagan un poco en un territorio más de novela que de cuento; pienso por ejemplo en los de Voltaire: Zadig, Cándido, ¿son cuentos o pequeñas novelas? Suceden muchas cosas, hay un desarrollo que casi se podría dividir en capítulos y finalmente son novelitas más que cuentos largos. Cuando nos metemos en el siglo XIX el cuento adquiere de golpe su carta de ciudadanía, más o menos paralelamente en el mundo anglosajón y en el francés. En el mundo anglosajón surgen en la segunda mitad del siglo XIX escritores para quienes el cuento es un instrumento literario de primera línea que atacan y llevan a cabo con un rigor extraordinario. En Francia bastaría citar a Mérimée, a Villiers de l'Isle-Adam y tal vez por encima de todos ellos a Maupassant, para ver cómo el cuento se ha convertido en un género moderno. En nuestro siglo entra ya con todos los elementos, las condiciones y las exigencias por parte del escritor y del lector. Vivimos hoy en una época en la que no aceptamos que "nos hagan el cuento", como dirían los argentinos: aceptamos que nos den buenos cuentos, que es una cosa muy diferente.

Si a través de este paseo a vuelo de pájaro andamos buscando una aproximación, si no una definición del cuento, lo que vamos viendo es en general una especie de reducción: el cuento es una cosa muy vaga, muy esfumada, que abarca elementos de un desarrollo no siempre muy ceñido que a lo largo del siglo XIX y ahora en nuestro siglo adopta sus características que podemos considerar definitivas (en la medida en que puede haber algo definitivo en literatura, porque el cuento tiene una elasticidad equiparable a la de la novela en cierto sentido y, en manos de nuevos cuentistas que pueden estar trabajando en este mismo momento, puede dar un viraje y mostrarse desde otro ángulo y con otras posibilidades. Mientras eso no suceda, tenemos delante de nosotros una cantidad enorme de cuentistas mundiales y, en el caso que nos interesa especialmente, una cantidad muy grande y muy importante de cuentistas latinoamericanos).

¿Cuáles son las características en general del cuento, ya que decimos que no vamos a poder definirlo exactamente? Si hacemos el enfoque primario -o sea el fondo del cuento, su razón de ser, el tema, y la forma-, por lo que se refiere al tema la variedad del cuento moderno es infinita: puede ocuparse de temas absolutamente realistas, psicológicos, históricos, costumbristas, sociales... Su campo es perfectamente apto para hacer frente a cualquiera de estos temas, y pensando en el camino de la imaginación pura, se abre con toda libertad para la ficción total en los cuentos que llamamos fantásticos, los cuentos de lo sobrenatural donde la imaginación modifica las leyes naturales, las transforma y presenta el mundo de otra manera y bajo otra luz. La gama es inmensa incluso si nos situamos únicamente en el sector del cuento realista típico, clásico: por un lado podemos tener un cuento de D. H. Lawrence o de Katherine Mansfield, con sus delicadas aproximaciones psicológicas al destino de sus personajes; por otro lado podemos tener un cuento del uruguayo Juan Carlos Onetti que puede describir un momento perfectamente real -diría incluso realista- de una vida y que, siendo en el fondo una temática equivalente a la de Lawrence o a la de Katherine Mansfield, es totalmente distinto. Se abre así el abanico de su riqueza de posibilidades. Ya se dan cuenta ustedes de que por la temática no vamos a poder atrapar al cuento por la cola, porque cualquier cosa entra en el cuento: no hay temas buenos ni malos en el cuento. (No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka.)

Desde el punto de vista temático es difícil encontrar criterios para acercarnos a la noción de cuento, en cambio creo que vamos a estar más cerca porque ya se refiere un poco a nuestro trabajo futuro si buscamos por el lado de lo que se llama en general forma, aunque a mí me gustaría usar la palabra estructura, que no uso en el sentido del estructuralismo, o sea de ese sistema de crítica y de indagación con el cual tanto se trabaja en estos días y del cual yo no conozco nada. Hablo de estructura como podríamos decir la estructura de esta mesa o de esta taza; es una palabra que me parece un poco más rica y más amplia que la palabra forma porque estructura tiene además algo de intencional: la forma puede ser algo dado por la naturaleza y una estructura supone una inteligencia y una voluntad que organizan algo para articularlo y darle una estructura.

Por el lado de la estructura podemos acercarnos un poco más al cuento porque, si me permiten una comparación no demasiado brillante pero sumamente útil, podríamos establecer dos pares comparativos: por un lado tenemos la novela y por otro, el cuento. Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita, algunas novelas terminan y uno se queda con la impresión de que el autor podría haber continuado, y algunos continúan porque años después escriben una segunda parte. La novela es lo que Umberto Eco llama la "obra abierta": es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. Para que nos deje la sensación de haber leído un cuento que va a quedar en nuestra memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que se cierra sobre sí mismo de una manera fatal.

Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse, y es aquí donde podemos hacer una doble comparación pensando también en el cine y en la fotografía: el cine sería la novela y la fotografía, el cuento. Una película es como una novela, un orden abierto, un juego donde la acción y la trama podrían o no prolongarse; el director de la película podría multiplicar incidentes sin malograrla, incluso acaso mejorándola; en cambio, la fotografía me hace pensar siempre en el cuento. Alguna vez hablando con fotógrafos profesionales he sentido hasta qué punto esa imagen es válida porque el gran fotógrafo es el hombre que hace esas fotografías que nunca olvidaremos -fotos de Stieglitz, por ejemplo, o de Cartier-Bresson- en que el encuadre tiene algo de fatal: ese hombre sacó esa fotografía colocando dentro de los cuatro lados de la foto un contenido perfectamente equilibrado, perfectamente arquitectado, perfectamente suficiente, que se basta a sí mismo pero que además -y eso es la maravilla del cuento y de la fotografía- proyecta una especie de aura fuera de sí misma y deja la inquietud de imaginar lo que había más allá, a la izquierda o a la derecha. Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izquierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos: "¿Qué había allí después?". Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella y creo que es eso lo que les da la gran fuerza a esas fotos que no son siempre técnicamente muy buenas ni más memorables que otras; las hay muy espectaculares que no tienen esa aureola, esa aura de misterio. Como el cuento, son al mismo tiempo un extraño orden cerrado que está lanzando indicaciones que nuestra imaginación de espectadores o de lectores puede recoger y convertir en un enriquecimiento de la foto.

Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable. Es muy difícil definir esos elementos. Podría hablar, y lo he hecho ya alguna vez, de intensidad y de tensión. Son elementos que parecen caracterizar el trabajo del buen cuentista y hacen que haya cuentos absolutamente inolvidables como los mejores de Edgar Allan Poe. "El tonel de amontillado", por ejemplo, es una pequeña historia de apariencia común, un cuento que tiene menos de cuatro páginas en el que no hay ningún preámbulo, ningún rodeo. En la primera frase estamos metidos en el drama de una venganza que se va a cumplir fatalmente, con una tensión y una intensidad simultáneas porque se siente el lenguaje de Poe tendido como un arco: cada palabra, cada frase ha sido minuciosamente cuidada para que nada sobre, para que solamente quede lo esencial, y al mismo tiempo hay una intensidad de otra naturaleza: está tocando zonas profundas de nuestra psiquis, no solamente nuestra inteligencia sino también nuestro subconsciente, nuestro inconsciente, nuestra libido, todo lo que ahora se da en llamar "subliminal", los resortes más profundos de nuestra personalidad.

Clases de literatura. Berkeley, 1980.

Carles Álvarez Garriga (ed.)
Julio cortázar Alfaguara 

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