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domingo, 22 de marzo de 2015

Entrevista a Juan Torres, Catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla. "Esta generación está poniendo las bases para un estallido de caos gigantesco"

Juan Torres es un claro ejemplo de que el hábito no hace al monje. Cuando Pablo Iglesias presentó el programa económico de Podemos con su habitual coleta y una camisa de leñador canadiense, este catedrático de la Hispalense -que fue uno de los redactores del texto- lo hizo vestido con una impecable americana azul y una corbata que entonaba con la camisa, un atuendo que no hubiese desentonado en un acto de la FAES. Lo que distingue a Juan Torres es el verbo, la palabra, esas ideas que expresa con cordialidad y educación pero que son auténticas cargas de profundidad. El que quiera ver en él a un radical rabioso se equivoca. Al catedrático no se le cae ningún anillo por demostrar su acuerdo con algunos economistas liberales y en todo momento hace un llamamiento al diálogo para llegar a pactos que permitan a la sociedad española salir definitivamente de la crisis. Aunque no lo dice claramente, a Juan Torres se le notan las heridas provocadas por la exposición mediática a la que ha estado sometido desde que trascendiese su colaboración intelectual con Podemos, ese partido que levanta las mismas filias y fobias que un equipo de fútbol. Al fin y al cabo, como él mismo dice, España sigue siendo un país cainita. Y nadie está haciendo nada para que deje de serlo.

-Cuesta encontrar algún economista que no sea liberal. ¿Dónde se sitúa usted?
-Cada vez me siento más incómodo y menos reflejado en las etiquetas, aunque me las han puesto de todo tipo. Unos me llaman keynesiano, otros marxista... Francamente, entiendo la economía como una ciencia social, incluso como una ciencia moral. Creo que, como decía el profesor Fuentes Quintana, los problemas económicos no tienen soluciones técnicas, sino soluciones políticas, y eso significa que no se puede entender la economía sin tener en cuenta la vida social, los intereses, la política, etcétera. Soy una persona crítica y de izquierdas, pero en el campo económico sigo aprendiendo de estudiosos como los liberales austriacos, con los cuales comparto bastante de su crítica al sistema financiero.

-Usted ha estado recientemente en la palestra mediática al formar parte, junto a Vicenç Navarro, del equipo que elaboró el programa económico de Podemos, una formación política que levanta auténticas filias y fobias. ¿Es usted militante?
-No. Yo no estoy afiliado a ninguna fuerza política y mantengo una posición independiente, lo cual es bastante difícil hoy en día, porque las fuerzas políticas quieren personas que se casen con ellas y yo me casé con mi mujer y nadie más. Soy independiente, pero Podemos me pidió colaboración y yo se la di como se la doy a cualquiera que me la pida como profesor e intelectual. Para eso me paga la sociedad.

-¿Se arrepiente? Exponerse mediáticamente siempre es incómodo.
-Nuestra España es cainita. No olvidemos que cuando gobernaba Zapatero la oposición lo acusaba de ser cómplice de ETA... Si eso le decían al presidente del Gobierno qué no le dirán a un economista contrario al discurso imperante. Yo me he sentido cómodo porque he hecho lo que creía en conciencia que tenía que hacer; me he sentido privilegiado por poder decir en público lo que pienso, pero también me he sentido herido porque ha habido críticas francamente groseras y porque algunos colegas confunden postulados ideológicos con principios científicos... Eso sí, también me he sentido muy acompañado cuando mucha gente normal y corriente me ha saludado por la calle. Como pasa muchas veces en la vida, suelen ser más dolorosos los silencios que las propias palabras.

-Da la sensación de que hay un pensamiento único en Economía. Hay multitud de personas que creen que es una ciencia exacta en vez de una ciencia social. ¿Hay una alternativa al capitalismo que sea viable respetando las libertades, entre ellas las económicas?
-La alternativa la estamos viendo hoy en día. El capitalismo propugna una economía de mercado donde el trabajo y el medio ambiente se mercantilizan y, sin embargo, vivimos en una sociedad con enseñanza y sanidad pública que no tienen nada que ver con el capitalismo y, sin embargo, funcionan. A mis estudiantes les enseño que los sistemas económicos no son puros... En la actual economía capitalista, como hemos visto, hay elementos de la economía socialista. Hace unos meses una persona me dijo en una conferencia que yo debería proponer la abolición del capitalismo; yo le dije que eso era una tontería: se puede abolir un régimen político pero las transformaciones económicas son mucho más lentas y complejas. Yo aspiro a un mundo en el que la lógica de la mercancía y el beneficio no sea la que domine la vida. Friedrich Hayek decía que el comercio es el orden básico de la sociedad y yo creo que no... La democracia está, precisamente, para que estas diferencias se diriman de una forma pacífica. El problema es que, como está pasando, esa democracia está degenerando y la están desmantelando para que no se pueda dar ese diálogo. Eso es lo que da la sensación de que no hay alternativas.

-Últimamente, el Gobierno de la nación está sacando pecho y dice que hemos entrado en la vía de la recuperación económica. ¿Qué opina usted?
-Está habiendo una cierta recuperación y es lógico. Lo raro sería lo contrario. En primero de Economía se estudia lo que se llama el ciclo político. Todos los gobiernos de países democráticos aumentan el gasto y animan la economía antes de unas elecciones. ¿Eso se va a consolidar? Ojalá, pero yo no lo veo tan claro. El empleo, en realidad, no se está recuperando. Es verdad que el paro registrado ha disminuido ligeramente, pero la demanda de empleo no. También sabemos que las horas trabajadas están disminuyendo: tenemos más empleos pero, en realidad, el número de personas con trabajo a tiempo completo se está reduciendo. Es decir, se están descuartizando los empleos en varios trozos de menos horas y retribución.

-¿Están en peligro las pensiones?
-Claro que están en peligro. Las pensiones se financian con el sueldo de los asalariados y los salarios tienen cada vez menos peso en la renta nacional. ¿Y por qué ocurre esto cuando trabaja más gente que hace veinte años? Pues porque los sueldos están bajando y las retribuciones van en mayor medida al capital. Si actualmente los salarios en España tuviesen el mismo peso en la renta nacional que en 1976, en los bolsillos de los asalariados habría 155.000 millones de euros más todos los años, que irían directamente al consumo y a dinamizar la actividad económica.

-En el programa que ustedes han elaborado para Podemos proponen un aumento de los salarios; una demanda popular, pero peliaguda.
-Los neoliberales creen que el paro se debe a que los salarios son demasiado altos. Opinan que sobran trabajadores por la misma razón que pueden sobrar tomates en un mercado y que la manera de conseguir vender esos tomates es bajar el precio de los mismos. Para estos economistas el paro es voluntario y si los trabajadores aceptasen sueldos más bajos disminuiría el desempleo. Eso ya se demostró hace unos 80 años que es falso. Se ha visto claramente que el paro no depende sólo de lo que ocurre en el mercado del trabajo, en los salarios, sino, sobre todo, de lo que pasa en el mercado de bienes y servicios. La cafetería de la esquina no deja de contratar a camareros porque los salarios sean muy altos, sino porque no tienen clientes. A las empresas no les importa pagar salarios altos si tienen volumen de negocio.

-Bueno, todo el mundo quiere pagar lo mínimo posible por los servicios que recibe...
-En las economías en las que vivimos se da una paradoja curiosa: a un empresario en particular le interesa pagar salarios bajos a sus empleados, pero también que el resto de los empresarios paguen sueldos altos a los suyos para que tengan capacidad adquisitiva suficiente para consumir sus productos. Esa paradoja hay que resolverla colectivamente. No se trata sólo de subir linealmente los salarios, sino de procurar que la masa salarial no siga cayendo; hacerlo con inteligencia y discreción en el sentido de saber distinguir los tipos de empresas, la situación en la que se encuentra cada una... Hay que sentarse. Lo que es inconcebible es creer que una economía como la nuestra puede funcionar dejando que cada uno intente salvar su cartera. Lo fundamental que necesita hoy la economía española es que Gobierno, empresarios y trabajadores se sienten para ponerse de acuerdo sobre cuál va a ser el reparto de la tarta, de lo contrario esto se va a convertir en una lucha a muerte. Ya estamos viendo que la desigualdad que se está generando hace que miles de empresas que viven del salario de la gente, del consumo, se vengan abajo.

-¿Comparte las tesis de Piketti sobre el enorme aumento de la desigualdad que se está dando en los países desarrollados?
-Ese proceso se está produciendo desde hace muchos años. Fíjese que en EEUU el 1% de la población se queda con el 93% del incremento anual de la riqueza ... ¿Dónde va esa acumulación enorme de capitales? ¿A las pequeñas y medianas empresas? No, va a los mercados financieros, a la especulación, a los derivados. Mientras tanto, las empresas que producen bienes y servicios están escuálidas. Si ese 93% de incremento de la riqueza se dedicase a salarios iría directamente a alimentar a las empresas productivas, que son las que generan empleo. El gran cáncer de nuestras economías es la desigualdad.

-¿Se puede dar un escenario parecido al de los inicios de la Revolución Industrial, con personas que pese a tener un empleo apenas tienen para cubrir sus necesidades?
-Sí, ya se está hablando de trabajadores pobres, personas con empleo pero que están excluidas, condición que tradicionalmente afectaba sólo a los desempleados. Según un informe de la OCDE, más de la mitad de los trabajadores del mundo ganan menos de dos dólares diarios y no tienen ni contrato ni protección social, proporción que subirá al 70% en 2020. Eso es una forma de esclavitud, con millones de personas sin derechos, sin educación, sin alimentación... El infierno en la tierra. Vivimos en un mundo donde todo está globalizado, menos los resortes que permiten que la gente viva dignamente. O abordamos este problema o vamos a ser arrollados por una fuerza destructiva como probablemente nunca se ha visto en la historia. También está la cuestión de la degradación del medio ambiente... Esta generación está poniendo las bases para un estallido de desorden y caos gigantesco.

-Otra de las cuestiones polémicas que están sobre el tapete económico es la propuesta de una renta básica universal. ¿Qué opina usted de este asunto?
-La renta básica universal es la que se le daría a una persona por el simple hecho de ser ciudadano. Aunque no estoy totalmente de acuerdo con esta idea la respeto mucho, porque creo que hay una literatura científica rigurosa que la defiende. En general le veo algunos efectos perversos y dificultades. Yo más bien soy partidario de estrategias de trabajo garantizado. La sociedad puede garantizarle a todo el mundo un ingreso básico decente recibiendo al mismo tiempo una contraprestación. Es un debate que habría que plantearse rigurosa y abiertamente, sin tirarse los tratos a la cabeza.

-La propuesta de la nacionalización de algunas empresas estratégicas también levanta sarpullidos y recelos. ¿Por qué ese empeño por lo público?
-Se ha visto que la privatización de algunas empresas públicas ha sido negativa desde el punto de vista de la eficiencia, de la calidad y de los precios. Eso ha pasado en todos los países y hay estudios que lo demuestran. Estas privatizaciones han sido un negocio para determinados grupos, pero los ciudadanos recibimos peores suministros y más caros. Además, algunas de estas empresas que se privatizaron con el argumento de que el Estado no debe intervenir en ellas han pasado a ser propiedad de otros estados extranjeros... Es una barbaridad. Esas empresas deben volver a pertenecer al sector público o por lo menos a intereses españoles que apliquen los beneficios a nuestra economía.

-Usted es miembros del comité científico de Attac, que promueve la llamada Tasa Tobin. Un asunto polémico más.
-Desde hace muchos años se empezó a comprobar que los movimientos financieros se estaban desarrollando de una manera desproporcionada en comparación a la actividad productiva de bienes y servicios, y que además ese desarrollo lo alimentaba la especulación financiera. El premio Nobel James Tobin defendió que hay que meterle arena a las ruedas de la especulación y en los años 90 nació el grupo Attac para apoyar esta idea. Hoy en día, según el Banco Internacional de Pagos, cada día circulan cinco billones de dólares en especulación en el mercado de divisas sin un solo impuesto ni tasa. Si el conjunto de las actividades financieras tuviera una tasa mínima del 0,001%, en la Unión Europea se recaudarían unos 500.000 millones de euros al año... No habría crisis financiera y no habría que hacer recortes.

-Terminemos con Europa. ¿Nos hemos convertido en una colonia de Alemania?
-Alemania y Francia han impuesto sus intereses en las instituciones europeas. El que no reconozca esto está negando la realidad. No voy a negar las ventajas que ha tenido la UE para España, como el flujo de ingresos importantes gracias a los fondos europeos de cohesión, pero nos han desmantelado nuestra industria y nuestro tejido empresarial. Un economista poco sospechoso como Antonio Torrero, de la Universidad de Alcalá, afirma que nuestra entrada en el euro fue un "error inevitable". No sé si fue inevitable o no, pero lo cierto es que nos desmanteló por completo. Mitterrand se lo dijo a sus empresarios: "España está en venta, vayan ustedes a comprarla". Soy un firme defensor de Europa, pero tal como está diseñado el euro es una trampa sin remedio. A las empresas españolas no les interesa el euro, porque es una unión monetaria diseñada para que se beneficien los países centrales, Alemania y Francia fundamentalmente.
Fuente original:
http://www.diariodesevilla.es/article/rastrodelafama/1984888/esta/generacion/esta/poniendo/las/bases/para/estallido/caos/gigantesco.html#opi

lunes, 2 de febrero de 2015

Grecia pone a prueba a Europa. Para poder hacer lo correcto, el continente debe dejar de sustituir análisis por moralización

En los cinco años que han transcurrido desde que empezó la crisis del euro, la lucidez ha escaseado considerablemente. Pero esa falta de claridad tiene que acabar ya. Los últimos acontecimientos de Grecia suponen un desafío crucial para Europa: ¿es capaz de dejar atrás los mitos y la moralización, y afrontar la realidad de una forma que respete los valores esenciales del continente? En caso contrario, todo el proyecto europeo -el intento de consolidar la paz y la democracia mediante una prosperidad compartida- sufrirá un golpe terrible, tal vez mortal.

Hablemos primero de esos mitos: mucha gente parece creer que los préstamos que Atenas ha recibido desde que estalló la crisis han servido para financiar el gasto griego.

La realidad, sin embargo, es que la inmensa mayoría del dinero prestado a Grecia se ha utilizado simplemente para pagar los intereses y el principal de la deuda. De hecho, a lo largo de los dos últimos años, una cantidad superior al total enviado a Grecia se ha reciclado de esta manera: el Gobierno griego obtiene más ingresos que lo que gasta en cosas que no son intereses, y entrega los fondos adicionales a sus acreedores.

O, por simplificar las cosas un poco más de la cuenta, se podría pensar que la política europea supone un rescate económico no para Grecia, sino para los bancos de los países acreedores, y que el Gobierno griego simplemente actúa como intermediario (mientras que a los ciudadanos griegos, que han visto caer en picado su nivel de vida, se les exige que hagan aún más sacrificios para que ellos también puedan aportar fondos a ese rescate).

Una manera de ver las exigencias del recién elegido Gobierno griego es que este quiere que se reduzca la cuantía de esa aportación. Nadie habla de que Grecia gaste más de lo que ingresa; lo único que se discute es la posibilidad de gastar menos en intereses y más en cosas como la sanidad y las ayudas a los indigentes. Y al hacerlo, la consecuencia añadida sería que se reduciría enormemente la tasa de paro griega, del 25 %.

¿Pero no tiene Grecia la obligación de pagar las deudas que su propio Gobierno decidió contraer? Ahí es donde entra en juego la moralización.

Es cierto que Grecia (o, para ser más exacto, el Gobierno de centroderecha que gobernó el país entre 2004 y 2009) tomó prestadas de manera voluntaria unas sumas enormes de dinero. Sin embargo, también es verdad que los bancos de Alemania y del resto del mundo le prestaron a Grecia todo ese dinero de manera voluntaria. En condiciones normales, sería de esperar que las dos partes responsables de ese error de juicio pagasen por él. Pero las entidades crediticias privadas han sido, en gran medida, rescatadas (a pesar del “recorte” de sus demandas en 2012). Mientras tanto, se espera que Grecia siga pagando.

Ahora bien, la verdad es que nadie cree que Grecia pueda pagar todo lo que debe. De modo que ¿por qué no admitir esa realidad y reducir los pagos hasta un nivel que no imponga a los ciudadanos un sufrimiento eterno? ¿Acaso el objetivo es que Grecia sirva de ejemplo para otros prestatarios? Si es así, ¿cómo se compatibiliza eso con los valores de la que, supuestamente, es una comunidad de países democráticos y soberanos?

La pregunta sobre los valores cobra aún más fuerza cuando se tiene en cuenta la razón por la que los acreedores de Grecia siguen teniendo poder. Si se tratase solo de un problema de financiación pública, Grecia podría declararse en quiebra sin más; no se le concederían más préstamos, pero también dejaría de pagar las deudas que ahora tiene y su liquidez mejoraría claramente.

El problema de Grecia, sin embargo, es la fragilidad de sus bancos, que actualmente (como los bancos de toda la eurozona) tienen acceso al crédito del Banco Central Europeo. Si se cierra ese crédito, el sistema bancario griego probablemente se vendría abajo en medio del pánico bancario. Por tanto, mientras siga en el euro, Grecia necesita de la buena voluntad del banco central, que a su vez depende de la actitud de Alemania y otros países acreedores.

Pero piensen en la forma en que eso influye en la negociación de la deuda. ¿De verdad está Alemania dispuesta a decirle a otra democracia europea comunitaria: “Paga, o destruiremos tu sistema bancario”?

Y piensen en lo que pasaría si el nuevo Gobierno griego —que, después de todo, ha sido elegido por prometer que va a acabar con la austeridad— no diese su brazo a torcer. Es muy probable que ese camino condujese a una salida forzada de Grecia del euro, con consecuencias económicas y políticas que podrían ser desastrosas para Europa en su conjunto.

Desde un punto de vista objetivo, resolver esta situación no debería ser difícil. Aunque nadie lo sepa, el hecho es que Grecia ha avanzado mucho en la recuperación de su competitividad; los sueldos y los costes han caído en picado, de modo que, en estos momentos, la austeridad es el principal lastre que tiene la economía. Así que lo que hace falta es sencillo: dejar que Grecia tenga unos superávits más pequeños, pero aun así positivos, lo cual mitigaría el sufrimiento griego y permitiría al nuevo Gobierno proclamar su éxito, con lo que se aplacarían las fuerzas antidemocráticas que aguardan entre bastidores. Entretanto, el coste para los contribuyentes de los países acreedores —que nunca van a recuperar el importe total de la deuda— sería mínimo.

Sin embargo, para poder hacer lo correcto sería necesario que otros europeos, los alemanes en concreto, se olvidasen de los mitos egoístas y dejasen de sustituir el análisis por la moralización.

¿Podrán hacerlo? Pronto lo veremos.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía y profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/01/30/actualidad/1422644469_751276.html

miércoles, 28 de enero de 2015

Europa y su momentánea sinrazón. Esta locura económica no puede durar para siempre; la democracia no lo permitirá

Por fin, Estados Unidos está mostrando señales de recuperación de la crisis que estalló a finales del Gobierno del presidente George W. Bush, cuando la casi total implosión del sistema financiero tuvo repercusiones en todo el mundo. Pero no es una recuperación fuerte; a lo sumo, la brecha entre donde la economía habría estado y donde está hoy no se está ensanchando. Si se está cerrando, lo está haciendo muy lentamente; los daños causados por la crisis parecen ser a largo plazo.

Sin embargo, podría ser peor. Al otro lado del Atlántico, hay pocas señales de, incluso, una recuperación modesta al estilo estadounidense: la brecha entre donde Europa está y donde habría estado en ausencia de la crisis sigue creciendo. En la mayoría de países de la Unión Europea, el PIB per cápita es menor al de antes de la crisis. Una media década perdida se está convirtiendo rápidamente en una década entera perdida. Detrás de las frías estadísticas, las vidas se arruinan, los sueños se desvanecen, y las familias se desintegran (o no se forman) a la par de que el estancamiento -que llega a ser depresión en algunos lugares- se arrastra año tras año.

La UE tiene una población con gran talento y alto nivel de educación. Sus países miembros tienen marcos legales sólidos y sociedades que funcionan bien. Antes de la crisis, la mayoría de estos países incluso tenían economías que funcionaban bien. En algunos lugares, la productividad por hora -o la tasa de su crecimiento- era una de las más altas del mundo.

Sin embargo, Europa no es una víctima. Sí es verdad que Estados Unidos administró mal su economía; pero, no, no es verdad que EE UU de alguna forma se las arregló para imponer la peor parte de la caída mundial en los hombros de Europa. El malestar de la UE es autoinfligido, a causa de una sucesión, sin precedentes, de malas decisiones económicas, comenzando por la creación del euro. Si bien el euro se creó con la intención de unir a Europa, finalmente, lo que hizo fue dividirla; y, debido a la ausencia de la voluntad política para crear instituciones que permitan que una moneda única funcione, el daño no se está revertiendo.

El caos actual proviene en parte de la adhesión a una creencia que ha sido desacreditada desde hace ya mucho tiempo: que los mercados funcionan bien y que no tienen fallos de información y competencia. La arrogancia desmedida también ha jugado un papel. ¿Cómo, si no, se podría explicar el hecho de que año tras año los pronósticos de los funcionarios europeos sobre las consecuencias de sus propias políticas han sido consistentemente erróneos?

Estos pronósticos no han sido erróneos porque los países de la UE no lograron poner en práctica las políticas prescritas, sino porque los modelos sobre los que las políticas se basaron tienen graves deficiencias. En Grecia, por ejemplo, las medidas destinadas a reducir la carga de la deuda, en los hechos, dejaron al país más cargado de lo que estaba en 2010: el ratio entre deuda y PIB se ha incrementado, debido a que el impacto de la austeridad fiscal dañó a la producción. Al menos, el Fondo Monetario Internacional ha admitido estos fracasos intelectuales y de políticas.

Los líderes europeos siguen convencidos de que su prioridad máxima debe ser las reformas estructurales. Pero los problemas a los que ellos apuntan se habían hecho evidentes en los años previos a la crisis, y en aquel entonces, dichos problemas no detenían el crecimiento. Lo que Europa necesita, más que reformas estructurales en sus países miembros, es una reforma de la estructura de la propia eurozona, y una reversión de las políticas de austeridad, que han fracasado una y otra vez en su intento por lograr el crecimiento económico.

Se comprobó una y otra vez que los que pensaban que el euro no podría sobrevivir estaban equivocados. Sin embargo, los críticos han tenido razón en una cosa: a menos que la estructura de la eurozona se reforme y la austeridad se revierta, Europa no se recuperará.

El drama en Europa está lejos de terminar. Una de las fortalezas de la UE es la vitalidad de sus democracias. Pero el euro despojó a los ciudadanos —sobre todo en los países en crisis— de cualquier decisión que ellos pudiesen tener sobre su destino económico. En repetidas ocasiones, los votantes echaron a quienes buscaban la reelección, debido a que se encontraban insatisfechos con los derroteros por los que se desplazaba la economía —pero lo que ocurrió fue que los nuevos Gobiernos continuaron por el mismo rumbo, el mismo que se dicta desde Bruselas, Frankfurt y Berlín.

Pero, ¿por cuánto tiempo puede esto continuar? ¿Y cómo van a reaccionar los votantes? A lo largo y ancho de Europa, hemos sido testigos del alarmante crecimiento de los partidos nacionalistas extremistas, contrarios a los valores de la Ilustración que son los que han hecho que Europa logre tantos éxitos. En algunos lugares, crecen grandes movimientos separatistas.

Ahora Grecia pone a prueba una vez más a Europa. La caída del PIB griego desde 2010 es mucho mayor que la caída que enfrentó Estados Unidos durante la Gran Depresión de la década de 1930. El desempleo juvenil es superior al 50%. El Gobierno del primer ministro Antonís Samarás ha fallado, y ahora, tras el fracaso del Parlamento en elegir un nuevo presidente para Grecia, se celebrarán elecciones generales anticipadas el 25 de enero.

Syriza, el partido izquierdista de oposición, que se comprometió a renegociar los términos del rescate de Grecia llevado a cabo por la UE, está por delante en las encuestas de opinión. Si Syriza gana pero no llega al poder, una importante razón será el miedo a cómo responderá la UE ante dicha elección. El miedo no es la más noble de las emociones, y no va a dar lugar al consenso nacional que Grecia necesita para seguir adelante.

El problema no es Grecia. El problema es Europa. Si Europa no cambia sus maneras de actuar -si no reforma la eurozona y rechaza la austeridad- una reacción popular será inevitable. Grecia podría mantener el rumbo en esta ocasión. Pero esta locura económica no puede continuar por siempre. La democracia no lo permitirá. Sin embargo, ¿cuánto más dolor tendrá que soportar Europa antes de que se restablezca el sentido común?
Fuente:  18 ENE 2015 - El País.

viernes, 9 de agosto de 2013

El exministro alemán que participó en la creación del euro pide su ruptura por conducir al "desastre"

Oskar Lafontaine, el exministro de Finanzas alemán que lanzó el euro, ha reclamado una ruptura de la moneda única con el objetivo de que el sur de Europa pueda recuperarse, advirtiendo que el curso actual está "llevando al desastre".

"La situación económica está empeorando mes a mes, y el desempleo ha alcanzado un nivel que pone las estructuras democráticas cada vez más en duda", señala Lafontaine figura emblemática del Partido Socialdemócrata y, más recientemente, del partido La Izquierda en declaraciones que recoge The Telegraph.

"Los alemanes aún no se han dado cuenta de que el sur de Europa, incluido Francia, se verán obligados por su miseria actual a luchar contra la hegemonía alemana, tarde o temprano", ha señalado.

Lafontaine ha escrito en la web del grupo parlamentario Die Linke (La Izquierda), que la canciller Angela Merkel "se despertará de su sueño autosuficiente" una vez los países en dificultades se unan para forzar un cambio en la política de la crisis a expensas de Alemania.

Su predicción parece haberse confirmado después de que este fin de semana el ministro francés de Finanzas, Pierre Moscovici, proclamara el fin de la austeridad, después de que la Comisión Europea diese a Francia y a España dos años más, hasta 2016, para reducir el déficit público por debajo del 3%.

"Es algo decisivo; un giro para la historia del proyecto europeo desde el inicio del euro", declaró el ministro en una entrevista a la cadena de radio francesa Europe 1. "Hemos sido testigos del final de una cierta forma de austeridad y el final del dogma de la austeridad", añadió.

Lafonatine asegura que respala la Unión Económica y Monetaria, pero no cree que sea sostenible. "Las esperanzas de que la creación del euro forzarían un comportamiento económico racional en todos lados fueron en vano", sentencia.
Fuente: elEconomista.es

lunes, 6 de mayo de 2013

CRAIG CALHOUN / DIRECTOR GENERAL DE LA LONDON SCHOOL OF ECONOMICS “Con otros cinco años así, el euro no sobrevivirá”

"Los rescates solo han salvado a las elites bancarias en vez de a la gente corriente"

WALTER OPPENHEIMER Londres.
Sociólogo estadounidense formado en Oxford, Craig Calhoun (Watseka, Illinois, 1952) dirige desde septiembre la London School of Economics (LSE), y esta semana desembarca en Madrid de la mano de la Fundación Ramón Areces y al frente de un nutrido grupo de profesores de la LSE en una serie de clases magistrales sobre temas tan variopintos como la felicidad, las reformas estructurales, el futuro de la economía global o la educación.

Pregunta. ¿Será este ejército de profesores de la LSE capaz de explicar a los españoles qué tienen que hacer para salir del agujero?
Respuesta. ¡Ojalá conociera la respuesta mágica a esta pregunta! No, no creo que la idea sea decirles a los españoles qué han de hacer, sino mejorar el pensamiento acerca de cuestiones clave y abrir debates sobre ideas que pueden ser útiles.

P. Usted dirige una universidad, y en España todo el mundo quiere ser universitario. Cada cierto tiempo surge el debate sobre si hay o no demasiados estudiantes universitarios.
R. Ese mismo debate se ha dado en Inglaterra y, desde luego, en Estados Unidos. Hay muchas universidades. Hay muchos empleos en los que se exige educación universitaria. Hay una especie de titulitis. Usan las universidades como una forma de filtro para esos empleos, en lugar de formar a la gente para los empleos o para un despertar intelectual. Están reproduciendo la jerarquización en la sociedad. Y eso significa que no solo has de tener educación universitaria, sino que lo importante es a qué universidad has ido y qué has estudiado. La educación es valiosa en muchísimos sentidos, pero organizarla en función de jerarquía socava ese valor porque incentiva la idea de que se trata solo de controlar quién consigue qué oportunidades en la vida, en vez de dotar a la gente de conocimiento para que sea capaz de hacer cosas importantes.

P. Hay gente que relaciona la corrupción en España con el amiguismo, con la falta de meritocracia. Pero, ¿acaso no es la meritocracia un fenómeno jerárquico? ¿Es realmente justa? ¿Por qué se ha de valorar más la preparación que el esfuerzo de progresar desde una posición muy humilde a una posición intermedia?
R. Es una cuestión muy importante. Ciertas versiones de la meritocracia premian a la gente en función de su rendimiento real. Pero hay también quien la premia según a qué escuela has ido, con independencia de lo que realmente haces. Eso no es meritocracia. Es la ilusión de la meritocracia mediante el uso de títulos. Y eso es tan malo como la corrupción, porque premias a la gente en función de lo que ha pagado. Pero si las oportunidades de empleo son desiguales es casi natural utilizar la educación como filtro, y entonces detrás de las diferencias educativas hay diferencias de clase. ¿Quién accede a esas universidades? ¿Quién tiene esas posibilidades de triunfar? Las elites, la clase media alta. Es muy fácil hacer de la educación parte del sistema, que no cambia las cosas, sino que reproduce las jerarquías. En lugar de hacer algo que dé más fuerza a la gente, que cambie la sociedad, que haga que el futuro sea diferente.

P. Pero la LSE se ha convertido en un ejemplo de ese modelo, especialmente con los estudiantes extranjeros.
R. Eso es lo que nos preocupa. La misión de la LSE es potenciar el conocimiento y, luego, compartirlo para que permita a la gente hacer cosas. Y si lo único que hacemos es vender el nombre de una marca y no proveemos de conocimiento, y especialmente conocimiento que permita a la gente mejorar el mundo, es que hay algo que no funciona. Nos enfrentamos a ello constantemente. Pero es imposible distinguir entre los estudiantes que vienen aquí solo porque quieren tener un trabajo después de graduarse y los que quieren aprender y ser capaces de hacer grandes cosas. Todas las universidades afrontan esa tensión entre ser simplemente parte del sistema de reproducción del estatus de la élite y ser realmente capaces de poner el conocimiento a trabajar por el bien público.

P. Mucha gente aceptó tras la caída de la URSS que el libre mercado es el mejor sistema económico. Pero desde 2008 es difícil aceptar que el mercado sea justo, o, al menos, lo bastante justo.
R. Los mercados no tienen nada que ver con ser justos: son eficientes para ciertos objetivos. Y eso puede ser bueno. Pero, si se les deja solos, tienden a producir resultados desiguales. No puedes esperar que consigan ni justicia ni igualdad. Los mercados financieros, como hemos visto en los últimos cinco años, producen resultados aún más extremos. Si lo que uno busca es justicia tiene que añadir algo al sistema de mercado: una estructura de programas gubernamentales de bienestar, sindicatos, todo tipo de cosas, pero hay que añadir algo. Lo que hemos visto durante 20 años o más es la destrucción de instituciones sociales que compensaban las limitaciones de la sociedad del mercado capitalista. Y eso es malo.

P. En España se dice que Alemania ha adoptado una postura moral en esta crisis: castigar a los pecadores países católicos del sur. Pero la burbuja inmobiliaria nacional se creó a través del dinero de los bancos alemanes. ¿Cómo pueden olvidarlo?
R. Es muy interesante ver cómo desde 2008 ha vuelto el nacionalismo a Europa. En ambos lados. Con los alemanes diciendo: “Esos españoles”, y los portugueses, italianos, griegos; y los demás diciendo: “Esos alemanes”. Lo realmente interesante es cómo ha vuelto el nacionalismo y cómo vemos esas naciones en términos morales, en ambas direcciones. Es una señal de lo débil que era la solidaridad europea, incluso cuando todo el mundo la festejaba. Es un problema muy serio ver en términos morales cosas que son sobre todo producto de organizaciones económicas sistémicas. Es un completo espejismo buscar explicación a los hechos básicos con argumentos de moralidad individual sobre los alemanes o sobre los españoles, cuando el problema es la naturaleza del sistema y las soluciones han de venir a través de cambios en el modelo de integración económica, los incentivos que se ofrecen a la gente y las estructuras institucionales. Si hay una cuestión moral debería ser acerca de la moralidad social, de la forma en que funcionan las instituciones, y no acerca de la moralidad personal de los individuos.

P. ¿Qué sentido tiene una moneda con un tipo de cambio fijo, pero tipos de interés variables?
R. El problema es que la zona euro tiene tales diferencias internas que los tipos de interés varían. Pero no solo los tipos de interés: las condiciones de empleo, todo. Y no tiene suficiente integración como para apoyar una moneda común. Y, o empujas para tener mayor integración, o seguirá habiendo desigualdades entre las regiones. Es una elección entre que los más ricos subsidien a los más pobres o que los más pobres sufran. España no tiene herramientas efectivas para cambiar eso como economía nacional dentro de la zona euro.

P. ¿Cree que el euro sobrevivirá?
R. Probablemente. Pero como se ha visto con Chipre, cada vez que hay una crisis surge la posibilidad de que el euro no sobreviva. Creo que sobrevivirá, porque las regiones ricas se han comprometido a salvarlo y lo van a seguir subsidiando. Pero depende de que vuelva el crecimiento. Con otros cinco años así no creo que sobreviva.

P. ¿Puede desaparecer el Estado-nación?
R. A corto plazo, la globalización y las crisis globales refuerzan al Estado-nación, aunque eso no significa que haya unidad nacional dentro del Estado. Hay mayor conciencia de la identidad nacional, pero, al mismo tiempo, para alguna gente, es un problema: la identidad vasca, la catalana, la castellana, la que sea. Y la apelación al Estado-nación se convierte en fuente de tensiones y problemas. La idea de que el Estado-nación iba a desaparecer era un espejismo nutrido en la UE y, hasta cierto punto, en el mundo por las élites que se beneficiaban de viajar, de comprar segundas residencias, que disfrutaban de los beneficios de un sistema global. Europa, la UE, siempre ha funcionado mejor para las elites que para la gente corriente. Cuando llegó la crisis quedó mucho más claro: las diferencias han sido más extremas, y eso recuerda a la gente lo importante que es el Estado. No soy experto en España, pero creo que eso produce, por un lado, una especie de respuesta nacional, y por otro, una tremenda decepción en la nación, porque el Gobierno de España no es capaz de hacer más por los españoles. Y nos encontramos ante el fenómeno de una especie de nacionalismo sin optimismo. Lo opuesto al nacionalismo de hoy en China.

P. Mucha gente creía que con los cambios en China llegaría una revolución, que la gente con dinero exigiría también libertad.
R. Gran parte del proceso de hacerse rico en China empezó como alternativa a la movilización política por la libertad. En los noventa, el Gobierno chino empezó a crear más oportunidades de crecimiento de la economía para canalizar las aspiraciones de la gente, de hacerse más rica en lugar de aspirar a la libertad y a la democracia. Al mismo tiempo, la gente es más libre de lo que era antes, siempre y cuando no toquen ciertas cuestiones, como el poder del Partido Comunista. Pero eso trae gran desigualdad. Ahora, la cuestión para China es, primero, qué hacer con la desigualdad, con el hecho de que la mitad de la sociedad se haya hecho rica y la otra mitad no. Segundo, y esto es una gran cuestión, es que esa forma de hacerse rico produce grandes externalidades, como dicen los economistas. Es decir, las compañías y los accionistas se hacen ricos, pero algunos de los costes se quedan fuera. El gran ejemplo es la contaminación. Hay un problema terrible de contaminación. ¿Va el Gobierno chino a hacer algo? Si no hace nada habrá una revolución, porque la gente quiere respirar. No veo ninguna señal de un movimiento revolucionario, pero sí veo señales de suficiente presión, de suficiente demanda de la gente, para que el Gobierno empiece a hacer algo. Creo que en algunos aspectos es similar en Europa. En Europa la cuestión es cómo reconstruimos las instituciones desmanteladas durante la última generación. Hemos ido reduciendo la regulación, y los Gobiernos tienen ahora dificultades para afrontar los problemas económicos. No tenemos los sistemas de bienestar con que antes compartíamos la riqueza, y, durante la crisis, hemos visto que eso no preocupa a los multimillonarios. Es un desastre. El futuro de Europa depende de que seamos capaces de encontrar una salida a todo eso. Y no sé si seremos capaces. Apostaría antes por China que por Europa.

P. ¿Tienen los Gobiernos que inyectar dinero público para reactivar la economía o no?
R. Los Gobiernos europeos han empeorado la situación, aplicando una política de austeridad en vez de estimular la economía. Pero si quieres inyectar dinero te has de preguntar cómo. Es muy diferente dar dinero a los bancos que construir carreteras o escuelas. Ahora es muy necesario promover el crecimiento. Ha sido necesario durante cinco años. Necesitamos una economía de crecimiento, pero también un ajuste hacia sectores que crean puestos de trabajo. Si el crecimiento se basa en la banca y las finanzas no creará empleo suficiente para resolver el problema del paro juvenil que tiene España.

P. ¿Por qué hay que salvar un banco, pero no una planta de automóviles?
R. Eso nos preguntamos todos. Los bancos fueron salvados por una combinación de buenas y malas razones. La buena es que están tan interconectados que la crisis habría sido mucho peor si no eran rescatados. Pero hay diferentes formas de salvarlos. Y la mala razón es que la gente que tomó la decisión de salvarlos era demasiado cercana a la élite bancaria e hizo cosas que beneficiaban a esa élite. La gran beneficiada del rescate ha sido la gente que tenía mucho dinero en los bancos, que estaba atada al régimen crediticio. Básicamente, hemos evitado que los tenedores de bonos tuvieran que aceptar recortes en sus beneficios. No hemos salvado realmente a la gente corriente.

La sombra del franquismo
Con fama de radical, especialista en ciencias sociales y crítico de las privatizaciones, Craig Calhoun parece mirar mucho más a la izquierda que a la derecha. Aunque advierte de que no es “de ninguna manera” especialista en España, cree ver la sombra de Franco en los actuales problemas. “Después de la Gran Depresión y la II Guerra Mundial, los grandes países pusieron en marcha instituciones sociales para compartir los recursos y mitigar la desigualdad”, explica. Hasta que llegó la crisis del petróleo “y empezamos a ver una creciente dependencia de las finanzas y dejamos que las manufacturas se fueran a Asia, y llegaron las burbujas inmobiliarias”. “España es un caso particular y, en ciertos aspectos, extremo de todo eso, porque la muerte de Franco y la transición a la democracia coincidió con eso”, advierte. “La entrada de España en la nueva situación global tras un periodo de semirreclusión, con instituciones de alguna forma más débiles y con la apertura a ese régimen altamente financiero que estaba llegando, derivó en una especie de boom durante un tiempo muy bueno. Pero ahora sabemos lo frágiles que eran los cimientos. Y esa fragilidad tiene mucho que ver con el hecho de que el dinero con el que se hizo todo era sobre todo dinero prestado, deuda, y no había creado una industria productiva en mucho tiempo”. “Muchos españoles de clase media se hicieron mucho más ricos en ese periodo. Pero en todo el proceso había vulnerabilidades que no se habían previsto y que solo se han visto en los últimos cinco años”.
Fuente: El País. http://economia.elpais.com/economia/2013/05/03/actualidad/1367593325_500332.html

lunes, 1 de octubre de 2012

La locura de la austeridad europea. Las protestas en Grecia y España demuestran que no puede haber acuerdo

Adiós a la complacencia. Hace tan solo unos días, la creencia popular era que Europa finalmente tenía la situación bajo control. El Banco Central Europeo (BCE), al comprometerse a comprar los bonos de los Gobiernos con problemas en caso necesario, había calmado los mercados. Todo lo que los países deudores tenían que hacer, se decía, era aceptar una austeridad mayor y más intensa —la condición para los préstamos de los bancos centrales— y todo iría bien.

 Pero los abastecedores de creencias populares olvidaron que había personas afectadas. De repente, España y Grecia se ven sacudidas por huelgas y enormes manifestaciones. Los ciudadanos de estos países están diciendo, en realidad, que han llegado a su límite: cuando el paro es similar al de la Gran Depresión y los otrora trabajadores de clase media se ven obligados a rebuscar en la basura para encontrar comida, la austeridad ya ha ido demasiado lejos. Y esto significa que puede no haber acuerdo después de todo.

Muchos comentarios indican que los ciudadanos de España y Grecia simplemente están posponiendo lo inevitable, protestando en contra de unos sacrificios que, de hecho, deben hacer. Pero la verdad es que los manifestantes tienen razón. Imponer más austeridad no va a servir de nada; aquí, quienes están actuando de forma verdaderamente irracional son los políticos y funcionarios supuestamente serios que exigen todavía más sufrimiento.

Pensemos en los males de España. ¿Cuál es el verdadero problema económico? Esencialmente, España sufre las consecuencias de una enorme burbuja inmobiliaria que provocó un periodo de auge económico e inflación que hizo que la industria española se volviese poco competitiva respecto a la del resto de Europa. Cuando la burbuja estalló, España se encontró con el complejo problema de recuperar esa competitividad, un proceso doloroso que durará años. A menos que España abandone el euro —una medida que nadie quiere tomar—, está condenada a años de paro elevado.

Pero este sufrimiento, posiblemente inevitable, se está viendo tremendamente magnificado por los drásticos recortes del gasto, y estos recortes del gasto solo sirven para infligir dolor porque sí.

 En primer lugar, España no se metió en problemas porque sus Gobiernos fuesen derrochadores. Al contrario: justo antes de la crisis, España tenía de hecho superávit presupuestario y una deuda baja. Los grandes déficits aparecieron cuando la economía se vino abajo y arrastró consigo los ingresos, pero, aun así, España no parece tener una deuda tan elevada.

Es cierto que España tiene ahora problemas para financiar sus déficits. Sin embargo, esos problemas se deben principalmente a los temores existentes ante las dificultades más generales por las que pasa el país (entre las que destaca la agitación política debida al altísimo paro). Y el hecho de reducir unos cuantos puntos el déficit presupuestario no hará desaparecer esos temores. De hecho, una investigación realizada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) da a entender que los recortes del gasto en economías profundamente deprimidas reducen la confianza de los inversores porque aceleran el ritmo del deterioro económico.

En otras palabras, los aspectos puramente económicos de la situación indican que España no necesita más austeridad. No está para fiestas, y, de hecho, probablemente no tenga más alternativa (aparte de la salida del euro) que soportar un periodo prolongado de tiempos difíciles. Pero los recortes radicales en servicios públicos esenciales, en ayuda a los necesitados, etcétera, son en realidad perjudiciales para las perspectivas de un ajuste eficaz del país...
 Si Alemania quiere salvar el euro, debería dejar actuar al BCE sin exigir más sufrimiento inútil
Leer todo aquí en PAUL KRUGMAN El País, 30 SEP 2012

miércoles, 25 de julio de 2012

La crisis española y los mercados. ¿Por qué la sabiduría convencional está equivocada?

El editorial de El País del pasado 21 de julio (Situación crítica) presenta la postura que caracteriza el pensamiento dominante en el establishment español sobre la situación financiera del país. Tal editorial indica que los mercados financieros no están respondiendo a las medidas de austeridad muy marcada puestas en marcha por el gobierno español presidido por Rajoy. Por el tono del editorial, su autor parece asumir que los mercados deberían haber tomado nota de tales medidas y recuperar su confianza en el Estado español, exigiendo unos intereses más bajos a su deuda pública, los cuales han alcanzado niveles que son inasumibles. Este supuesto que asume que el Estado español “tiene que hacer sus deberes” (lo cual implica en el lenguaje del establishment español recortar y recortar gasto público, entre otras medidas, para reducir el déficit público) a fin de recuperar “la famosa confianza de los mercados” está justificando toda una serie de medidas que están llevando al país al desastre. Ignora, además, un hecho clave: el tamaño de la deuda pública y del déficit no es la causa de que la prima de riesgo esté ya por las nubes en España.

 ¿Cuál es, pues, la causa?
Y la respuesta la hemos estado señalando unos pocos sin que se nos hiciera caso desde hace ya tiempo. El hecho de que España tenga una prima de riesgo tan elevada se debe a dos factores. Uno, a que España no tiene un Banco Central. Si lo tuviera, éste haría lo que hace un Banco Central digno de su nombre: imprimiría moneda y con ella compraría deuda pública, forzando la bajada de los intereses de su deuda. Esto es lo que hace el Banco Central estadounidense (The Federal Reserve Board), el Banco de Inglaterra, el Banco del Japón y un largo etcétera. El editorialista de El País no ha captado todavía (como tampoco lo ha captado el establishment español) que los intereses de la deuda pública no los determinan los mercados financieros, sino predominantemente el Banco Central del país que genera la deuda. Al no tener un Banco Central, consecuencia de estar en la Eurozona, España no puede regular los intereses de su deuda pública. Y como consecuencia, éstos suben y suben porque es lo que le conviene a los mercados financieros, que se ceban y enriquecen a base de tales escaladas en el precio de la deuda.

 El segundo hecho que explica la elevada prima de riesgo de la deuda pública española es que, además de no tener un Banco Central, el que así se llama en la Eurozona (el Banco Central Europeo (BCE)) no es un Banco Central, sino que es predominantemente un lobby de la banca alemana. El establishment español parece que no ha captado esto tampoco. Si fuera un Banco Central imprimiría dinero y compraría la deuda pública de los Estados de la Eurozona que pagan unos intereses exagerados por su deuda. Con ello, los intereses bajarían. Pero el BCE no hace esto. Dice que lo tiene prohibido (aunque lo hace muy de vez en cuando, en situaciones extremas). Lo que sí hace es imprimir dinero y se lo presta a la banca privada a unos intereses muy bajos (0,75%) y con este dinero la banca compra deuda pública a unos intereses elevadísimos (un 7% y un 6% en el caso español e italiano). ¡Un negocio redondo!

 Ahora bien, el BCE se pasó de rosca. Y ahora, la banca privada (incluyendo la alemana) está llena de bonos públicos y privados de los países periféricos y le preocupa que ahora los Estados de estos países no puedan pagar. Alemania posee la friolera cantidad de 770.000 millones de euros de deuda pública y privada de los países intervenidos (Grecia, Portugal, Irlanda y España). De ellos, 274.000 millones en España. Los dos bancos alemanes más importantes, el Deutsche Bank y el Commerzbank, tienen cada uno 14.000 millones de euros. La banca alemana tiene gran cantidad de deuda pública y privada española (que le ha proporcionado excelentes intereses, y por lo tanto, beneficios), y ahora quiere asegurarse de que España no colapse y se quede sin cobrar la deuda. De ahí la “ayuda” financiera, que en realidad es ayuda a la banca alemana. Y de ahí que el BCE esté presionando para que estos Estados paguen lo que deben a los bancos alemanes, entre otros. La famosa ayuda financiera a la banca española (100.000 millones de euros) es primordialmente una ayuda a la banca alemana (entre otros bancos) tal como indicó recientemente con toda franqueza Peter Bofinger, consejero económico del gobierno Merkel en su entrevista a Der Spiegel (14.07.12), señalando que “esta ayuda no es a estos países, sino a nuestros propios bancos, que tienen gran cantidad de la deuda privada en aquellos países” (ver mi artículo La economía alemana no es un ejemplo en www.vnavarro.org).

 Una última observación. Creerse que el euro está en peligro porque la prima de riesgo española está en las nubes (como asume también el editorial de El País) es desconocer el sistema de gobierno de la Eurozona. El euro le está yendo pero que muy bien al Estado alemán y a la banca alemana. Como he detallado en otro artículo (ver artículo citado) a los mayores bancos alemanes les está yendo muy bien, y los bonos públicos del Estado alemán son los más seguros que hay en el mundo (junto con los estadounidenses).

¿Dónde está, pues, el problema del euro?
 El problema para el euro y para la banca alemana sería si España se saliera del euro, que es lo último que el establishment alemán y europeo desearían, pero que España debería considerar seriamente como alternativa. El BCE no cambiará a no ser que perciba el peligro que supone para la banca alemana que España salga del euro. Y tal percepción no ocurrirá mientras el gobierno español siga dócilmente lo que le digan el BCE y la Comisión Europea, pues los intereses de éstos no son los intereses de la población española, sino los intereses financieros alemanes que dominan aquellas instituciones. Pedirle al BCE que ayude al Estado español porque éste “está haciendo sus deberes” (tal como termina el editorial de El País) es no entender quién y cómo la Eurozona está gobernada. Vincenç Navarro. Público.

Fuente: http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2012/07/24/%C2%BFpor-que-la-sabiduria-convencional-esta-equivocada/

lunes, 9 de julio de 2012

¿Qué hacemos en el euro?

El PP y el PSOE han instaurado en España desde hace años la política de los actos de fe. Consiste en aceptar cuestiones muy importante para la vida económica y social porque sí, sin abrir ningún tipo de debate social y sin presentar a la ciudadanía el balance de sus ventajas e inconvenientes para que pueda decidir libremente en función de sus preferencias.

Uno de esos temas es la entrada y, sobre todo, la permanencia en el euro cuando nos está produciendo un daño tan inmenso.

Las ventajas de formar parte de una unión monetaria son indudables y máxime cuando está unida a un proyecto en principio tan atractivo y deseado como el de la unión de las naciones europeas. Pero es evidente que dejan de existir, o de dar un balance claramente positivo, si resulta que el marco institucional y normativo que regula el funcionamiento de la moneda única está mal definido, si sus objetivos no se fijan en beneficio del conjunto sino de una gran potencia que la domina o si sus efectos comienzan a producir un deterioro continuado del nivel de vida de la población.

A mi juicio eso es lo que ha venido ocurriendo pero sin que se haya debatido abiertamente y, por tanto, sin que haya visos de que se le vaya a poner remedio.

Técnicamente, el euro es un proyecto inmaduro y bastante imperfecto por lo que está condenado a producir grandes perturbaciones y quebrantos a la mayor parte de los países que lo conforman, o para ser más exactos, a los grupos más desprotegidos de la población de todos sus países.

Es inmaduro porque no garantiza que las economías que entraron en el merco de la moneda única con mayor retraso puedan ir poniéndose al nivel de las más avanzadas, como prueba el continuo incremento de las desigualdades que han acompañado su trayectoria desde que se creó.

De esa manera, las economías que lo conforman están condenadas a circular a velocidades diferentes y con resultados muy distintos, insertas en una especialización y división del trabajo muy desiguales que dan lugar a un aprovechamiento muy asimétrico de sus beneficios y a una distribución también muy desproporcionada de las cargas que conlleva. Basta ver, por ejemplo, que el déficit exterior de la economía española ha crecido desde que se integró en el euro prácticamente como una imagen refleja del aumento que registraba el superávit alemán. O cómo nuestro endeudamiento se ha convertido en una fuente de rentas multimillonaria para la banca alemana.

El euro responde también a un diseño técnicamente muy imperfecto porque no se quiso dotar de las instituciones y de los mecanismos que son imprescindibles para que pueda funcionar sin problemas una unión monetaria: los que aseguran la coordinación y la plena movilidad de los factores, la disposición de recursos presupuestarios para hacer frente a impactos asimétricos y, sobre todo, un auténtico banco central.

Todas esas carencias son fatales, como estamos comprobando cuando la economía pasa por dificultades. Pero no disponer de un banco central que financie a los gobiernos e impida que los intereses lleguen a ser una carga inasumible para los estados (solo a costa de convertir la financiación en un suculento negocio para la banca privada) es suicida, como desgraciadamente estamos comprobando en estos meses.

Así concebido, el euro está inevitablemente condenado a transmitir perturbaciones constantes a los eslabones más débiles de la cadena que conforman los diferentes países que lo utilizan. Puede llegar a ser cada día más fuerte en relación con otras monedas, pero solo a base de descomponer la cohesión entre sus partes y de fortalecer sus centros de gravedad a base de absorber permanentemente los recursos de las periferias.

Y me parece igualmente evidente que ninguna de esas carencias ha sido accidental sino la consecuencia de haber diseñado el euro con una finalidad política que nadie osó poner en cuestión: limitarse a sustituir al marco alemán, convirtiendo a la nueva moneda única en un remedo con mayor radio de acción.

Las consecuencias han sido muy negativas y en estos momentos, por qué no decirlo claramente, sencillamente catastróficas...

Seguir aquí. Juan Torres, en Sistema Digital.

martes, 26 de junio de 2012

Lo que se juega en los próximos 8 días. La eurozona, camino de un infierno dantesco.

¿Qué deberíamos preferir en la crisis del euro? ¿Acaso un final espantoso, antes que un espanto sin final? ¡De ningún modo! Sería la ruina, incluso para Alemania. Y sin embargo, la política de la Canciller Angela Merkel nos lleva directamente a un infierno dantesco.

 Hace muchos años, saqué de quicio a una maestra en una redacción escolar que criticaba a la SPD por haber tolerado la política económica deflacionista de [el socialcristiano conservador] Heinrich Brüning durante la República de Weimar. Hacer tamaña observación en una ciudad regida por la SPD, en un Land federado regido por la SPD y en un Estado federal gobernado entonces por la SPD resultaba políticamente incorrecto.

A resultas de ese episodio –y de la mala calificación obtenida—, siempre me he mantenido resueltamente crítico con el consenso. También hoy le resulta difícil a la izquierda enfrentarse a la conservadora narrativa dominante de la eurocrisis. Una narrativa, según la cual la crisis fue causada por falta de disciplina presupuestaria; según la cual, en una crisis, lo que hay que hacer es ahorrar; según la cual, el mal de base en la Europa meridional es la falta de reformas; según la cual, no se precisa unión fiscal o unión bancaria. Y según la cual, toda va bien, mientras nos atengamos a las reglas. La tesis es obvia, plausible y falsa. Exactamente igual que la tesis favorita de los años 30: la de la contracción económica saludable.
Igualmente plausibles y falsas son las soluciones de Thilo Sarrazin: “Dejad que Grecia salga del euro, y todo irá de perillas”. Esas narrativas dominantes son desgraciadamente compartidas por muchos de mis lectores [alemanes]. Demasiado a menudo se deja oír la sabiduría de los necios: “Mejor un final espantoso que un espanto sin final”.
Me opongo enérgicamente a ese apotegma. El contenido de verdad de lo enunciado depende lógicamente de la naturaleza del espanto al que, en uno u otro caso, uno se ve expuesto.
En la Alemania de los años treinta, la depresión finalizó con un espanto. Quien ahora exige el final del espanto, subestima, como sus hermanos ideológicos de sangre en los años 30, los costes económicos, sociales y políticos de tan desapoderado acto de violencia. Mientras, en cambio, cuenta hasta el último guisante –y muchas veces, por partida doble o triple— de los supuestos costes de los programas de rescate o de una unión fiscal.

Tenemos todavía 8 días por delante
Un final con espanto sería ruinoso, precisamente para Alemania. Por lo pronto, el mercado interior europeo no sobreviviría a un regreso a los tipos de cambio flexibles. La industria exportadora alemana no se recuperaría del golpe. También amenaza un colapso financiero. La Bundesbank tiene, frente al BCE, deuda activa por un monto rayano en los 700.000 millones de euros, que resultan del sistema de pagos Target 2 [el sistema automatizado transeuropeo para la transferencia urgente con liquidación bruta en tiempo real, N.T.]. Esa deuda activa sube mes tras mes. Si el desplome llegara a fin de año, amenazan unas pérdida totales de una magnitud situada entre 1 y 2 billones de euros, incluida la cobertura del riesgo de los paraguas protectores y del rescate de los bancos alemanes que quebrarían. Eso significa entre el 40% y el 80% de nuestro PIB.
La política de ganar tiempo practicada por Angela Merkel es todavía más ruinosa. A cada mes que pasa, las cargas soportadas por Alemania en el sistema son más pesadas. Un ejemplo de esa locura lo da la explosión de la deuda griega. Cuando comenzó la crisis, el peso de la deuda de Grecia era sólo del 100%. Tras varios años de ahorro y austeridad, y a pesar de la quita de deuda, su coeficiente deudor es ahora más elevado.
Si ahora España e Italia tienen que entrar a cobijarse igualmente bajo el paraguas, eso significa que Alemania y Francia, de consuno, tendrán que garantizar más de 4 billones de euros de deudas. Eso es más que el ingreso anual de los dos países juntos.
Estamos, así pues, en un rumbo derechamente aproado a la mayor bancarrota estatal de la historia universal. Sólo conozco dos soluciones capaces de evitar eso:
- una adopción de la deuda por parte del BCE; o:
- una mutualización parcial de las deudas a través de eurobonos y una unión bancaria.
La política de Merkel nos lleva al Infierno de Dante: “Quien aquí entre, abandone toda esperanza”.
Para empezar a poner por obra una reforma tenemos 8 días: hasta la próxima cumbre de la UE [el 28 de este mes de junio]. Si la Canciller no se allana a lo que significaría el mayor giro político hasta la fecha, entonces mis críticos tendrán el placer de comprobar experimentalmente sus tesis del final del espanto. Me acuerdo ahora del malvadamente mordaz comentario del gran economista keynesiano John Kenneth Galbraith a propósito del monetarista Milton Friedman: "La desgracia de Milton es que puso a prueba sus propias teorías”.
Wolfgang Münchau. Der Spiegel, Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5096
Wolfgang Münchau es coeditor del Financial Times en Londres y columnista estrella del más importante semanario alemán, el Spiegel de Hamburgo.

lunes, 25 de junio de 2012

Una libra de carne fresca

Una libra de carne fresca de un hombre no es tan valiosa ni rentable como la carne de cordero o la de buey (Shylock en El mercader de Venecia, de Shakespeare, Acto I, 3)

Han pasado cinco siglos desde que Shylock exigiera como garantía de su préstamo al joven Bassanio una libra de carne fresca de su amigo Antonio, el Mercader de Venecia. Este aceptó el reto confiado en que sus barcos, repletos de mercancías, llegarían a puerto un mes antes de la fecha señalada para el vencimiento del bono, con lo que obtendría más de tres veces el valor del mismo. Por lo mismo, no fue capaz de calcular que estaba pagando una prima de riesgo excesivamente elevada. Más o menos hacia las mismas fechas en las que Shakespeare escribía su comedia, España había ya suspendido pagos por dos veces y entre 1557 y 1696 dejó de honrar parte o la totalidad de su deuda hasta en 14 ocasiones. Los ahora llamados hombres de negro comenzaron a visitarnos: eran banqueros alemanes y genoveses que controlaban desde las minas de mercurio a la fabricación de naipes, pasando por la producción de grandes extensiones de cereal pertenecientes a las órdenes militares. Y lo mismo sucedió otras 13 veces más a partir del desastre de finales del XIX. De modo que nuestra especial relación con la deuda soberana no es nada que deba sorprendernos, habituados como estamos desde hace 500 años a ver subir los impuestos, reducirse el consumo, descapitalizarse las empresas y aumentar el paro a consecuencia de las diversas burbujas financieras fabricadas por nuestra voluntad de imperio.

Estas desgracias se vieron compensadas, o al menos disfrazadas en parte a lo largo de la historia, por políticas inflacionistas y devaluaciones que desde 1999 no podemos acometer en solitario, dada nuestra integración en la moneda única. Nos encontramos ante una crisis financiera global, desatada en primer lugar por las hipotecas subprime de la banca americana, y concentrada ahora en Europa, donde los desequilibrios entre las diversas economías que sustentan el euro amenazan su propia existencia. Eso no significa que dicha crisis sea algo simplemente importado, también nosotros contribuimos a crearla, pero es imposible que la solucionemos por nuestra cuenta y riesgo. Necesitamos la ayuda de Europa tanto como Europa necesita la nuestra, porque el proyecto de la Unión supone trabajar por y para la soberanía compartida. A problemas globales hay que responder con soluciones globales, y quienes se lamentan, en el poder o la oposición, de que las políticas de austeridad nos vengan impuestas desde fuera desconocen por un lado la naturaleza de la propia crisis y, por el otro, las exigencias objetivas de un proyecto tan ambicioso como la construcción de la Europa unida. O sea que el Gobierno debería explicar, ya que el anterior no lo hizo, que la austeridad no es consecuencia de un mandato foráneo, sino respuesta obligada a un déficit fiscal originado por nuestros propios errores y por no pocos abusos.

De cualquier modo, se ha repetido hasta la saciedad que solo con austeridad no saldremos de esta. Son precisas políticas monetarias que no está a nuestro alcance decidir y que es responsabilidad del Banco Central Europeo implementar cuanto antes si no queremos que el incendio declarado en las economías del sur de Europa se extienda como un reguero a toda la Unión. Antes de resolver las cosas importantes es preciso atajar las más urgentes. En esa categoría entra el evitar un pánico bancario que puede desatarse como corolario de las elecciones en Grecia y de la quiebra de Bankia. La puesta a disposición de los bancos españoles de una línea de crédito de 100.000 millones de euros no ha bastado para disipar las dudas, entre otras cosas porque se ha hecho de manera confusa, sin aclarar ni las condiciones del préstamo ni la cuantía final que alcanzará. También, por las disputas generadas en torno a su impacto en el déficit, la deuda pública y la política económica del Gobierno. La calamitosa forma de comunicar el tema no ha hecho sino aumentar el nerviosismo de los mercados, que apuestan desde hace meses, con más pasión que lógica, por una ruptura de la moneda única...

leer más en El País.

domingo, 17 de junio de 2012

¿Qué hará Alemania si hoy en Grecia la dignidad triunfa sobre el miedo en las urnas? La Ley Weidmann

¿Qué hará Alemania si hoy en Grecia la dignidad triunfa sobre el miedo en las urnas? La respuesta es obvia: aplicará la “Ley Weidmann”. Pero, ¿por qué dignidad? ¿Acaso votar a la izquierda de Syriza es “digno”, mientras que hacerlo por la derecha de Nea Demokratía es miedo? El asunto no tiene nada que ver con izquierda y derecha, sino con algo anterior y más básico: con principios, con coherencia y lógica política. Con lo que se entiende por “soberanía nacional”.

Es un pulso entre dignidad y miedo porque fue la casta de Pasok y Nea Demokratía la que gobernó alternativamente el pastel griego de los últimos treinta años. Ahora que tal pastel, una mezcla de clientelismo, corruptela y neoliberalismo perfectamente integrada en la política y en los negocios de Berlín y Bruselas, ha estallado, lo lógico es castigar a esa casta y auditar sus deudas. Es una cuestión de dignidad nacional. Sin embargo, ¿cómo hacerlo si tal castigo supone ser castigado a su vez con el inmediato cierre del crédito europeo y la perspectiva de una expulsión del euro? Esa es la reflexión que conduce al voto del miedo con el que los irlandeses han sancionado una enormidad llamada “pacto fiscal”. Así pues, ¿vencerá la dignidad al miedo? Si eso ocurre, no lo duden, el gobierno alemán aplicará la “Ley Weidmann”.

Jens Weidmann es el presidente del Bundesbank, del que el Banco Central Europeo (BCE), con sede en Francfort, es sucursal. Entre unos y otros regulan el humor de los mercados por la vía de inyectar o no dinero. Son, por así decirlo, los dueños de la prima de riesgo. Weidmann, ex consejero económico y financiero de Angela Merkel, es el que dijo que pagar por la deuda intereses del 6% y el 7% “no es ningún drama” y que incluso puede resultar hasta saludable.

“El BCE no está dispuesto a ocasionarles grandes pérdidas a los especuladores con compras masivas de bonos y considera que la presión de los mercados de bonos sobre los gobiernos es positiva”, explica el diario económico neoliberal alemán Handelsblatt. La lentitud del BCE por actuar cuando los países están con el agua al cuello no es atribuible a la ignorancia, explica, sino a una “intención”. “La presión de los mercados de bonos propiciada políticamente es lo que induce a los parlamentos díscolos a aceptar” lo inaceptable. Felipe González ilustró la situación hablando de carreras de galgos: cuando parece que el galgo va a alcanzar a la liebre mecánica, alguien le da un impulso y la distancia, con el bono alemán, vuelve a aumentar. La “Ley Weidmann” tiene que ver con esto. Si alguien cuestiona ese rescate de los bancos internacionales expuestos en Grecia que se llama “rescate de Grecia”, será castigado. España también.

En un gesto de gallardía, Mariano Rajoy se atrevió el 2 de marzo a invocar la soberanía nacional al anunciar unilateralmente la reducción del objetivo de déficit español. “Intolerable, es la apariencia de rebelión lo que cuenta, los mercados castigan eso inmediatamente”, dijo en privado un miembro del directorio del BCE. A los pocos días la liebre se disparaba y el interés del bono español sufría. La situación se ha repetido en junio.

“España no será rescatada, no puede serlo, es demasiado grande para un rescate”, “los hombres de negro no vendrán”, dijo el presidente del gobierno y su ministro de Hacienda, que en las Cortes pronunció un digno, “ya está bien, ¡hombre!”. Pero la Ley Weidmann es inexorable: tras haber pasado por el tubo de las “reformas estructurales”, España, “debe hacer más esfuerzos en esa línea, debe mejorar su competitividad junto con la reforma del sector bancario”, declaró Weidmann al Handelsblatt el domingo pasado. Días después la prima de riesgo batía récords. “El euro está en peligro”, decía la carta de Rajoy al BCE, pero “¿donde está escrito que no se puede vivir con intereses del 6%”, Weidmann dixit...

...Creen, sinceramente, que con todo ello contribuyen a la “construcción europea”, pero en realidad esta insensata insolidaridad autoritaria es un derribo en toda regla.
Rafael Poch. La Vanguardia.
Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/berlin/?p=287