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sábado, 7 de enero de 2017

La extrema derecha es hija de la globalización

eldiario.es



Pensemos la globalización como si fuera un juego.
Cada jugador comienza con una determinada dotación de recursos y termina con otra distinta, y por lo tanto durante la partida puede haber ganadores y perdedores. Nos vamos a concentrar en tres jugadores. Por un lado está el jugador llamado «trabajador urbano chino», que comienza con 5 euros. A otro jugador le llamaremos «superrico mundial» y comenzará el juego con 100 euros. Y al tercer jugador le llamaremos «clases populares occidentales», y comenzará con 10 euros. Al cabo de veinte años finaliza el juego y se hace recuento. Ahora el «trabajador urbano chino» tiene 9 euros, lo que no está nada mal porque es un 80% más de lo que tenía de partida. Sin embargo, el «superrico» ha ganado mucho más y tiene ahora 165 euros, pero eso significa «sólo» un crecimiento del 65% sobre sus recursos iniciales. Finalmente, el jugador «clase media occidental» tiene ahora 10 euros, esto es, lo mismo que al comienzo.

Los datos de este juego no han sido inventados sino que forman parte del último trabajo de Branko Milanovic, especialista en desigualdad económica e investigador principal de ese área en las Naciones Unidas y el Banco Mundial. En efecto, lo que este trabajo proporciona es información empírica a favor de una hipótesis con la que trabajábamos desde hace décadas. A saber, que la globalización ha producido ganadores y perdedores que se distribuyen a lo largo del mundo del siguiente modo.
Marine Le Pen, del Frente Nacional francés y Geert Wilders, del Partido para la Libertad de Holanda, también de extrema derecha
Por un lado, aunque los superricos son una minoría (el 5% más rico) pero son los que más se han beneficiado en términos absolutos del proceso (de cada 100 dólares de nuevos ingresos entre 1988 y 2008 se han llevado 44). Los superricos están fundamentalmente en Estados Unidos, pero también en Europa Occidental, Japón y Oceanía. Milanovic los llama plutócratas globales. En el gráfico de más abajo ocupan el punto «C».

Por otro lado, lo que podríamos llamar las «clases medias asiáticas» son las principales ganadoras del juego en términos relativos. Como partían con recursos muy pequeños, las ganancias que han tenido –en torno al 12% del total de los nuevos ingresos absolutos- han supuesto un crecimiento relativo del 80%. Estas personas se sitúan en el centro de la distribución de ingresos de sus países, que es sobre todo China pero también India, Tailandia, Vietnam e Indonesia. Naturalmente «clase media» significa una cosa distinta a lo que significa en Occidente, pero gráficamente podríamos identificarla con las capas urbanas de China. En el gráfico son el punto «A».

Finalmente, a lo que llamamos «clases populares occidentales» son aquellos sectores que son más ricos que los asiáticos que acabamos de describir pero que se encuentran en los estratos más pobres de sus propios países, que son fundamentalmente los de Europa Occidental, Norte América, Oceanía y Japón. Son los que no han ganado nada con la globalización y, de hecho, son sus víctimas porque han sido golpeados por procesos de desindustrialización, el incremento de la competencia económica internacional y un mercado de trabajo global que hace aún menos competitivos a los trabajadores no cualificados. En el gráfico son el punto «B».
GRÁFICO 1 TRIBUNA ALBERTO GARZÓN
Lo anterior es una foto de la distribución de ingresos a nivel mundial, y como tal tiene sus limitaciones. El trabajo completo de Milanovic proporciona mucha más información útil para entender qué está significando la globalización en términos de desigualdad de ingresos y, en cierto sentido, las transformaciones en la estructura de clase. Lo que me interesa resaltar ahora es que lo apuntado aquí conforma el terreno material en el que se mueve la batalla política, por decirlo así. Esto es, sería imposible entender fenómenos como Donald Trump, Le Pen, el crecimiento de la extrema derecha en el norte de Europa, el 15-M o las movilizaciones sociales en Europa del Sur sin atender a estas transformaciones. Igualmente, sin comprender estos cambios es imposible plantear estrategias políticas correctas o adecuadas para la izquierda.

Lo que estamos diciendo es que las clases populares de Europa son parte de las grandes perdedoras de la globalización y que, por eso mismo, buscan, a veces de forma consciente y otras de forma intuitiva, proyectos políticos de protección ante la expansión de la pobreza, inseguridad, precariedad e incertidumbre.

A finales del año 2014 un estudio del Pew Research Center
mostró lo debilitada que estaba la confianza en el libre mercado en Europa del Sur. A la pregunta de si el libre mercado era mejor para la gente, en el mundo occidental respondían afirmativamente el 63% (frente al 30% que respondían negativamente). Pero en España sólo el 45% estaba de acuerdo con la afirmación (el 51% en contra), veintidós puntos menos que en 2007. En Grecia el porcentaje fue del 47% (50% en contra), Italia el 57% (31% en contra), Francia 60% (39% en contra) y en Japón el 47% (51% en contra). Estos datos contrastan con los de los países ganadores de la globalización, como los llamados países emergentes. Por ejemplo, en Vietnam el 95% estaba de acuerdo con que el libre mercado era mejor (frente al 3% que contestaba negativamente), y en China ese porcentaje era del 76% (frente a un 18%). En suma, estos datos abundan en la percepción subjetiva que tienen las poblaciones de diferentes países sobre la globalización. Y es natural, por lo visto más arriba, que los ganadores materiales de la globalización apuesten por más libre mercado mientras que los perdedores materiales de la globalización dejen de confiar en la mano invisible a nivel mundial.

Para la izquierda, esto que acabamos de describir es fundamental. En la teoría marxista del siglo XIX se asumía que bajo el capitalismo se daría un proceso permanente de proletarización, es decir, de conversión de las clases medias en proletariado. Esto provocaría, según las interpretaciones más deterministas, que la inmensa mayoría de la población, ahora convertida en proletaria, viera con claridad su antagonismo con la clase explotadora y, por lo tanto, que se sumara a la revolución socialista. El conocido paso de la clase-en-sí-misma hacia la clase-para-sí-misma. Sin embargo, aquel esquema no encajaba bien en una sociedad en la que iban surgiendo estratos sociales asalariados que no eran proletarios de cuello azul sino «estratos intermedios», o en la que incluso iban emergiendo asalariados y proletarios cada vez mejor remunerados y que se alejaban de las capas más pobres de la sociedad. Si a ello le sumamos un enfoque mundial, en el que los trabajadores pobres de los países ricos son más ricos que los trabajadores ricos de los países más pobres, las cosas se complican. En todo caso no es objeto de este artículo profundizar en esta cuestión particular. Sí, en cambio, preguntarnos por qué en occidente, en donde sí se ha dado cierto proceso de empobrecimiento relativo y absoluto de grandes sectores sociales, la respuesta política tiende a articularse por la extrema-derecha y no por la izquierda.

Si analizamos el proyecto que ofrece la extrema derecha, por ejemplo Le Pen o Trump, encontraremos un patrón común ciertamente general: la promesa de protección material a las víctimas de la globalización y la crisis. Lo singular es que se dirige únicamente a los sectores «nacionales», pues el discurso va acompañado de valores y principios profundamente racistas y nacionalistas, que enfrentan a los pobres en función de su identidad étnica. Y han conseguido calar especialmente en los sectores más empobrecidos y menos cualificados de sus sociedades.

El siguiente gráfico, por ejemplo, refleja el perfil socioeconómico de los votantes de cada partido que se presentó a las elecciones presidenciales francesas de 2002. El eje horizontal describe la actitud económica (más izquierda significa más intervención estatal, más derecha significa más liberalismo) y el eje vertical describe la actitud cultural (más arriba significa mayor tolerancia cultural y más abajo significa menos tolerancia cultural). Como se puede observar, el Frente Nacional (FN) era profundamente hostil al multiculturalismo (que es una característica del ultranacionalismo) pero ambiguo en lo económico. Esto último es algo común a los nuevos partidos de la extrema derecha europea, que no encajan en el tradicional trade off entre Estado y mercado (no son ni liberales ni socialistas) porque defienden una suerte de capitalismo nacional. Esto consiste básicamente en combinar liberalismo paternalista interior y proteccionismo exterior, siempre desde el punto de vista de una población nativa que está siendo atacada desde fuera (de ahí el dominante euroescepticismo). No es cierto, por lo tanto, que la extrema derecha sea neoliberal, y de hecho es habitual encontrar en sus discursos alusiones a la «justicia social», o a lo social en general, siempre referenciadas únicamente para los nacionales.
GRÁFICO 2 TRIBUNA ALBERTO GARZÓN
Lo que me parece relevante es observar cómo la condición socioeconómica sugiere diferencias notables en ambas actitudes. Por ejemplo, los menos tolerantes son los trabajadores sin cualificación y los agricultores, pero tampoco destacan por su tolerancia los trabajadores cualificados y los autoempleados. Por el contrario, los más tolerantes son los directivos, los profesionales técnicos y los profesionales de la industria sociocultural. Más significativa es aún la actitud según cualificación educativa. Como se puede observar, en la línea discontinua, cuanto mayor cualificación educativa formal más propensión hacia la tolerancia cultural (y liberalismo) y cuanto menos cualificación educativa formal mayor propensión hacia la intolerancia cultural (y proteccionismo). El trabajo y el gráfico es de Simon Bornschier en Kriesi, H. (ed) (2008): West european politics in the age of globalization, y cabe anotar que en los años siguientes a 2002, y especialmente tras el inicio de la crisis de 2008, el Frente Nacional subrayó aún más en su perfil antiliberal y proteccionista. En suma, parece que existe una relación entre la intolerancia cultural y la mayor exposición a la competencia económica internacional, lo que parece razonable: es más fácil ser racista cuando ves tu puesto de trabajo peligrar por culpa de «otro», el «diferente».

Hay que recordar que la globalización tiene entre sus víctimas a los trabajadores con menos cualificación formal, debido entre otras cosas a la fuerte competencia internacional que se ha dado en el mercado laboral mundial y que ha hecho muy poco competitivos a los trabajadores sin cualificación. Dicho de otro modo, el nivel de cualificación formal se ha convertido en una gran división política en las últimas décadas porque es una variable que tiende a determinar si estás en el lado de los perdedores o de los ganadores de la globalización.

En definitiva, lo que planteo aquí es que efectivamente la extrema derecha ha conseguido llegar a las víctimas de la globalización a través de proyectos políticos que implican promesas de protección construidas mediante discursos que llevan a guerras entre pobres (entre los de muy abajo y los de abajo de una sociedad). En política un espacio político no ocupado por un actor será ocupado, tarde o temprano, por otro. Esto es insistir en una obviedad: la extrema derecha ha llegado a las clases populares porque la izquierda anticapitalista no lo ha hecho.

España y Portugal son, en gran medida, excepciones
a lo que está sucediendo con la extrema derecha en Europa. Pienso que aquí la izquierda sí ha sido capaz de construir una suerte de cortafuegos a la extrema-derecha, fundamentalmente a través del 15-M y las movilizaciones sociales. Existen otras hipótesis, por supuesto. Hace unos días Íñigo Errejón afirmaba que «donde no hay fuerzas de izquierda capaces de levantar una idea de patria diferente lo capitaliza Le Pen, Orban o el FPO en Austria». Pero esto, sencillamente, no es cierto. Ni el 15-M ni las movilizaciones sociales previas hicieron alusión directa o indirecta al concepto de patria, y no es fácil determinar qué peso ha tenido ese eje discursivo de Podemos en los años siguientes. Sin embargo, parece más probable que los proyectos de denuncia y promesa/esperanza de protección ofrecidos por el 15-M y otras movilizaciones hayan sido mucho más determinantes. Al fin y al cabo, el concepto de patria es complejo porque intuitivamente –que no necesariamente- abunda en la división étnica. Me explico.

El capitalismo siempre ha lanzado a competir a todos contra todos,
y esto que ocurre ahora no es una novedad. Los socialistas del siglo XIX lo sabían y por eso entendieron muy bien que una cosa era la clase, entendida como situación objetiva dentro de las relaciones de producción, y otra la formación de clase, que era la forma en la que esas mismas personas se organizaban colectivamente (como sindicatos y partidos). Una de las razones por las que se organizaban colectivamente era porque así se neutralizaba la competición entre ellos mismos. Por decirlo bruscamente, mediante la organización colectiva se construía conciencia de clase. Y el discurso que lo mediaba era un discurso sobre aquello que compartían como colectivo, como clase: su papel antagonista con las clases explotadoras. Así fueron surgiendo los sindicatos y los partidos socialistas del siglo XIX. Por eso también es tan importante la organización en nuestro tiempo, porque sirve para construir un «nosotros» que evite guerras entre pobres. Pero si uno pretende que el «nosotros» sea inclusivo, sumando a inmigrantes, los discursos han de construirse sobre elementos comunes y no sobre diferencias. Y el concepto de «patria» no permite construir con facilidad un «nosotros» que sume a nativos e inmigrantes, porque además de las connotaciones históricas específicas del concepto en nuestro país, los propios inmigrantes ya tienen su patria y probablemente no quieren renunciar a ella. Parece una aventura complicada, y arriesgada en la medida en que fortalece discursos de la diferencia que pueden ser reapropiados por la derecha. Más sensato parece centrar los «discursos que organizan» directamente en la precariedad, el desempleo, lo social en general o incluso en identidades colectivas como «trabajadores», «clases populares» o «pueblos» que son elementos que compartimos nativos e inmigrantes.

Realismo ante los riesgos
Sin embargo, no sería excesivamente optimista y plantearía tanto los riesgos como las oportunidades de esta situación. Por un lado, en España la extrema derecha no existe porque gran parte de su espacio lo ocupa el Partido Popular (que no es una derecha asimilable a la derecha europea cristiana, con una tradición más democrática y menos autoritaria).

Y, por otro lado, porque la izquierda aún no ha conseguido llegar al conjunto de las clases populares y, lo más preocupante, a los más afectados por la crisis. Esa es nuestra tarea y, de hecho, el objetivo político que nos hemos marcado en Izquierda Unida. Ser pueblo, estar en el conflicto, canalizar demandas sociales, construir organización inclusiva y defender proyectos ético-políticos serios y factibles.

Fuente original:
http://www.eldiario.es/tribunaabierta/extrema-derecha-hija-globalizacion_6_594650534.html

viernes, 7 de octubre de 2016

Entrevista a József Böröcz, profesor de Sociología en la Universidad Rutgers de Nueva Jersey al cumplirse diez años de las protestas en Hungría. “Orbán proporcionó la excusa perfecta a muchos políticos europeos para desplazarse aún más a la derecha”

Ángel Ferrero
 La Marea

József Böröcz es profesor de Sociología en la Universidad Rutgers (RU) de Nueva Jersey, EEUU. Aunque su especialidad es Europa y la Unión Europea, este profesor húngaro es también un observador atento de los acontecimientos en su país. Böröcz es autor de, entre otros, The European Union and Global Social Change: A Critical Geopolitical-Economic Analysis (Londres, Routledge, 2009).

-P: Ha renunciado recientemente a la Orden del Mérito de la República de Hungría que le concedieron en 2005 en protesta por la concesión de este galardón al periodista Zsolt Bayer. ¿Podría explicar brevemente esta controversia?

-R: Bayer es un periodista de considerable talento a la hora de escribir, famoso por su antisemitismo y antirromanismo y por su anticomunismo declarado. Ha descrito, por ejemplo, a los gitanos como étnicamente inferiores, incluso como subhumanos, y ha llamado al asesinato de los niños romaníes. También ha participado en falsificaciones fascistas de la historia, llevando a cabo ataques ad hominem sobre algunos de los mayores intelectuales del país, propagando islamofobia y su rechazo abierto a los derechos humanos básicos de las millones de personas desplazadas que han buscado refugio en Europa a lo largo del año pasado. Todo esto parece ser algo perfectamente loable para el régimen en el poder en Hungría, que ha calificado su actividad periodística de “ejemplar”. El régimen es absolutamente cínico en este asunto: quienes toman las decisiones clave saben bien que ésta traspasa los límites de todo lo conocido y, a pesar de eso, se reafirman en su decisión.

-Este 17 de septiembre se celebra el décimo aniversario de las protestas en Budapest y otras ciudades húngaras contra el gobierno de Ferenc Gyurcsány. ¿Por qué estallaron estas protestas? ¿Qué ocurrió exactamente?

-En mayo de 2006, Gyurcsány realizó un discurso rutinario y a puerta cerrada a un grupo de cuadros dirigentes de su partido nominalmente socialista. En este acto más bien poco disciplinado Gyurcsány utilizó un lenguaje más bien fuerte mientras intentaba persuadir a su audiencia para que apoyase políticas fiscales aún más restrictivas, asegurando que su gobierno, que entonces llevaba tres años en el poder, había estado mintiendo a la sociedad sobre el estado de la economía.

La grabación del discurso se filtró a mediados de septiembre, probablemente como parte de un esfuerzo de alguien del partido por socavar el liderazgo de Gyurcsány. A primera vista, las protestas eran absurdas, en el sentido de que expresaban rabia por haber sido mentidos. La mayoría de manifestantes parecía no haberse dado cuenta de que las verdades que el primer ministro estaba intentando instilar en los cuadros de su partido implicaban una política fiscal más rigurosa y recortes al presupuesto nacional, una reestructuración neoliberal más brutal y una mayor presencia del capital global, lo que en el caso de Hungría significa predominantemente europeo occidental. En vez de leer el discurso con atención, la oposición se aferró al argumento simplista de “¡nos mintieron!” y cerró filas entre sus partidarios.

Las protestas, como se dice, escaparon de su control. Se prolongaron hasta finales de octubre, coincidiendo con el 50º aniversario de la insurrección de 1956 (el 23 de octubre). En ese momento, una coalición en las calles de diferentes fuerzas políticas antigubernamentales, incluyendo al entonces partido FIDESZ de Viktor Orbán, que se encontraba en la oposición, y partidos políticos de extrema derecha, empujaron las protestas a todavía más violencia urbana. El edificio de la televisión fue incendiado y el centro urbano de Budapest comenzó a parecerse cada vez más a una zona de guerra. Para entonces las protestas eran ya sólo en parte una mezcla de las mentiras del discurso de Gyurcsány y habían adquirido una dimensión adicional, de manifestación contra la interpretación histórica de la insurrección de 1956 como una contrarrevolución, una lectura que en realidad prácticamente todo el mundo había abandonado en 1989-1990. Finalmente el orden público fue restaurado con medidas policiales, con algunos heridos, incluyendo, según parece, a algunas personas que se encontraban allí sin participar en las protestas. La putativa brutal opresión policial de lo que describieron como manifestantes legítimos se convirtió en uno de los eslóganes favoritos del partido de Orbán, que se alzó con una victoria clara en las siguientes elecciones.

-FIDESZ obtuvo un 52,73% de los votos en las elecciones parlamentarias de 2010 y un 44,87% en 2014. ¿Qué explica la popularidad de Orbán y FIDESZ?

-Orbán es un orador fantástico, que comparte aspectos significativos de su propia historia personal y familiar con una gran parte de la historia social de la Hungría post-socialismo de Estado. En este sentido, mucha gente se reconoce en él. Después de varios falsos arranques, en 2010 consiguió aprender a hablar de manera suficientemente ambigua, utilizando la combinación precisa de metáforas, humor autocrítico y guiños comunes, muy similar a la manera en que János Kádar, el secretario general del Partido Socialista Obrero Húngaro, se presentaba a sí mismo. En otras palabras, Orbán sabe tocar las teclas adecuadas, que resuenan en sectores amplios de la sociedad. También mitiga las ansiedades refiriéndose, de manera casual, a temas nacionales, inaugurando un sentimiento de comunidad nacional, un tema que buena parte de la población con una educación media suscribe. FIDESZ opera una maquinaria de propaganda muy poderosa, con tecnologías de convicción y dominio muy sofisticadas. FIDESZ ha conseguido tomar el control de casi todo los medios de comunicación de masas.

Por su parte, los partidos de la oposición no tienen ninguna oportunidad, por el simple motivo de que son incapaces de desenmarañarse de las dos grandes verdades que estructuraron su política en los noventa y la primera década del siglo XXI y que he mencionado antes. No pueden apoyarse en ellas desde el extranjero porque sus partidos hermanos en Europa occidental se encuentran de un modo u otro en problemas. Esto tiene que ver con un desplazamiento global a la derecha, un fenómeno que es claramente observable en Europa occidental así como en los Estados Unidos.

-En un discurso en la Universidad Abierta de Verano de Bálnányos en 2014, Orbán dijo que Hungría estaba construyendo “un Estado iliberal, un Estado no liberal”. ¿Qué significa esta expresión?

-En realidad, y si no estoy equivocado, utilizó el término democracia iliberal. En cuanto a qué significa, no estoy completamente seguro. Este término parece ser un producto de los think tanks pseudoacadémicos que se alimentan como sanguijuelas de las oportunidades de financiación del gobierno, entregándoles declaraciones tan mal concebidas como incuestionables sobre la realidad. Si voy más allá del método con el que se produjo, pienso que puede significar que no pueden existir diferentes tipos de democracia, por ejemplo, que ya no se requiere o ya no se requerirá el mínimo liberal.

-Jobbik, el partido de ultraderecha, quedó tercero en las últimas elecciones, con 24 diputados. Este partido ha estado en el foco de la atención internacional. ¿Cuál es el peso real de la ultraderecha en Hungría?

-Es difícil decir cuál es el peso real de Jobbik y básicamente no dispongo de un conocimiento de primera mano sobre él. Es evidente que, como en cualquier otra parte de Europa, hay un contingente significativo de ultraderecha y extrema derecha en Hungría. Su hogar electoral ha cambiado en varias ocasiones a lo largo de la última generación. Jobbik es solo un miembro más de esa red difusa y cada vez más vociferante e ingobernable de organizaciones de extrema derecha que va desde organizaciones terroristas prohibidas a medios digitales neonazis pasando por clubes de seguidores de fútbol a gimnasios, patrullas de defensa ciudadana que actúan de manera ilegal o en una zona gris, pandillas de cabezas rapadas y asociaciones culturales que promueven la memoria de algunos aspectos de la historia húngara (o europea) desde una perspectiva fascista, así como librerías fascistas.

Como parte de este mosaico, existe Jobbik y sus diputados en el parlamento de Hungría y en el de la Unión Europea. Son invitados regulares en la única cadena de televisión liberal que queda en el país. Las encuestas de intención de voto parecen sugerir que Jobbik ocupa confortablemente el segundo puesto, ligeramente por encima del partido socialista, pero muy por debajo de FIDESZ.

Todo esto podría interpretarse como algo no tan malo. Sin embargo, dos cosas hacen que al menos algunos de nosotros estemos un poco más preocupados. En primer lugar, algunos matices en el comportamiento reciente del primer ministro y FIDESZ parecen sugerir que piensan que la extrema derecha está en aumento. Esto es lo que en parte explica, por ejemplo, la posición sorprendentemente dura no sólo en la cuestión de los refugiados sino en la inmigración en general. Y segundo, las encuestas recientes indican que un sorprendente e increíble 80-85% de la población adulta parece aprobar la retórica de inmigración cero, cada vez más extrema y dura, ya venga del gobierno o de fuerzas políticas todavía más a su derecha. La retórica del gobierno, especialmente a la luz del próximo simulacro de referendum contra la decisión de la UE de establecer una cuota de reasentamiento de refugiados, parece sugerir que ellos piensan que todo esto juega a su favor. Yo no estoy cien por cien seguro de ello, no es completamente inconcebible que Orbán pueda encontrarse con una sorpresa desagradable en el próximo ciclo electoral. Eso sería algo irónico, y tendría un punto trágico, pues fue él y nadie más quien convirtió esta cuestión en una emergencia nacional.

-¿Cree que Hungría ha jugado un papel clave en la emergencia del populismo de derechas y la extrema derecha en el resto de Europa? Varios comentaristas han trazado incluso paralelismos con Miklós Horthy –considerado como un predecesor del fascismo europeo– y el período de entreguerras.

-No sobrestimaría la importancia de Hungría en el escenario europeo, no al menos hasta ese punto. Europa occidental, o la Unión Europea, tiene un importante legado de políticas de derechas, incluyendo de extrema derecha, especialmente si consideramos no sólo el panorama electoral, sino también la política blanda: los valores, orientaciones, sensibilidades, etcétera. Después de todo, fue Europa occidental quien dio al mundo el racismo sistemático y cuasicientífico, la esclavitud capitalista moderna, el colonialismo, el neocolonialismo, el supremacismo blanco, etcétera.

Puede argumentarse que el dominio de las perspectivas racistas y de extrema derecha en Europa oriental y central tienen algo que ver con la alta consideración que las culturas modernas en Europa central y oriental tienen con respecto a Europa occidental. Por decirlo de manera más sencilla, las posiciones de extrema derecha vienen de occidente, ergo tienen que ser avanzadas y tenemos que ponernos a su nivel. Basta con escuchar la retórica contra los refugiados, antiinmigración y, en consecuencia, contraria a los derechos humanos de los actuales regímenes en Europa central y oriental. Llevaría un considerable esfuerzo no darse cuenta del énfasis en la noción cultural de blanquedad (whiteness), una igualación de Europa con la blanquedad, etcétera, que son algunos de los principales temas de la extrema derecha europea occidental.

El hecho de que los miembros de las sociedades de Europa oriental y central estén rutinariamente discriminados y no merezcan ningún respeto en las conversaciones paneuropeas y en Europa occidental no contradice esta observación, sino todo lo contrario: todo ello contribuye a la propagación de aquellas ideas en Europa oriental y central. La actuación de Orbán a propósito de la crisis de los refugiados, sin embargo, parece haber modificado de algún modo la ecuación. Mientras todo el espectro político de Europa occidental deploraba su retórica y la construcción de la valla en la frontera húngara con Serbia en 2015, llama la atención que las resoluciones de la UE consiguieron en última instancia acabar pareciéndose a las propuestas de Orbán. Dicho de otro modo, la actuación de Orbán proporcionó la excusa perfecta a muchos actores políticos europeos para desplazarse aún más a la derecha. Poco sorprendentemente, dos de los críticos más feroces de la demagogia antiinmigración de Orbán –el ex canciller de Austria, Werner Faymann, y la canciller de Alemania, Angela Merkel– no han obtenido lo que se dice buenos resultados últimamente en las elecciones.

Fuente original:
http://www.lamarea.com/2016/09/17/orban-proporciono-la-excusa-perfecta-a-muchos-politicos-europeos-para-desplazarse-aun-mas-a-la-derecha/

lunes, 20 de junio de 2016

¡Asaltar los suelos!

Ultras

Recuerden: los despreocupados habitantes de Bahía Bodega, la costera localidad californiana en la que el genio del suspense situó Los pájaros (1963), no dieron importancia al agresivo comportamiento de la primera media docena de aves que se posó en uno de los cables eléctricos de la ciudad; tampoco se lo dieron a la segunda, ni a la tercera. Esperaron tanto a tomar medidas contra la invasión que cuando quisieron darse cuenta era demasiado tarde: la última secuencia de la película contempla a Melanie y a la familia Brenner huyendo sigilosamente en el coche a través de un ominoso paisaje atestado de pájaros. En los años treinta pasó algo parecido ante el ascenso de los totalitarismos fascistas: llegaron poco a poco, pero nadie —salvo algunas intempestivas Casandras— les hacía mucho caso. Ahora puede pasar lo mismo: la llamada “extrema” derecha (por cierto, ¿cuándo empieza la derecha a ser extrema?) crece en Europa envasada en odres nuevos, incluso a veces invocando la democracia o la Constitución. En Austria, el país odiado-amado de Thomas Bernhard  (y, por cierto, también de Handke), ha quedado a un centímetro del poder. Al abrigo de la crisis y de quienes se empeñan suicidamente en que nunca salgamos de ella, crecen los gatos pardos más o menos disfrazados, soliviantados ante la rampante protesta de los que lo pasan peor. En su brillante, desencantado, intempestivo y necesario libro Poemas pequeño-burgueses (Renacimiento), uno de cuyos versos he robado para el título de este Sillón de Orejas, Juan Bonilla (felicidades por su cincuentenario) también se hace eco (con ideas y sentimientos) de cierto Zeitgeist turbador en el que nos bañamos con culposo desconcierto. Alterno su lectura con la de la edición inglesa de How Will Capitalism End? (Verso; 16,99 libras), de Wolfgang Streeck, en el que el riguroso sociólogo alemán (¿por qué no se traducen sus libros, aunque no estén escritos en inglés o francés?) vuelve a profundizar en esa “sobredosis de sí mismo” con la que el capitalismo está apuntalando su ataúd con cinco clavos letales: estancamiento, desigualdad, asalto a la esfera pública, corrupción y anarquía internacional. Les suena la copla, ¿verdad?

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/05/25/babelia/1464174516_780612.html

viernes, 19 de febrero de 2016

La extrema derecha está lista para una nueva crisis económica

Owen Jones
The Guardian

Deberíamos aprender de la historia para que la izquierda europea prepare una alternativa a la austeridad. Y rápido. España es uno de los países más castigados, pero el descontento popular se ha materializado en Podemos y no en un partido radical de derechas. La última crisis económica no ha terminado del todo mientras que una nueva podría estar a punto de surgir. Los europeos han sufrido durante años y años el desempleo, un deterioro de su calidad de vida y unos recortes en los servicios sociales que se han hecho cuesta arriba hasta la aniquilación. La desintegración de Siria ha generado un maremoto de miseria humana que rompe contra las fronteras y a veces deja sus secuelas en las orillas del continente europeo. Y la derecha ya ocupa una posición de poder con sus políticas populistas anti-inmigración, desde Suecia hasta Francia, pasando por Grecia y Holanda.

Así que cuando el exministro de Finanzas griego, el todoterreno Yanis Varufakis, alerta de que Europa podría precipitarse hacia unos modernos años 30, es momento de sentarse, escuchar y prepararse.

Cualquiera es capaz de predecir la próxima crisis económica y luego atribuirse el mérito, pero esto es todo lo que sabemos. Nunca llegamos a superar la anterior crisis: nos mantenemos en las secuelas del desastre, una década perdida, y los gobiernos tendrán unas opciones bastante más limitadas si se enfrentan a otro hundimiento. En la Eurozona -donde los miembros de la moneda única dejan poco margen de maniobra y los años de recortes han derivado en una devastación social y económica- una de cada 10 personas sigue en el paro.

Es especialmente desalentador para los jóvenes, a quienes el desempleo afecta en una quinta parte; en Grecia y España el número de parados incluye casi a la mitad de ellos; en Italia, al 38%; y en Francia a casi un cuarto . El "licenciado sin futuro", como lo describe el periodista Paul Mason, es reconocible por todo el continente. Un perfil que se corresponde con la gente joven que descubre que las oportunidades que esperan de su formación simplemente no existen.

La pobreza y la adversidad se han convertido en el destino de un número cada vez más preocupante de europeos. Intermón Oxfam afirmó que 7,5 millones más de europeos sufrían en 2013 una "importante carencia de bienes materiales" en comparación con los cuatro años anteriores.

Y ahora el fantasma económico de 2008 parece estar nuevamente de gira. El crecimiento global cada vez depende más de una economía china en retroceso. Los temores crecen ante una recesión de Estados Unidos, el despertar de la producción industrial europea y una posible crisis crediticia en los bancos de Europa. Las imágenes de inversores entrando en pánico, y echándose las manos a la cabeza cuando se desploma la bolsa, contribuyen a una sensación de déjà vu. La política económica de (George) Osborne ha dejado al Reino Unido poco preparado para una crisis, ya que el débil incremento salarial implica una menor recaudación fiscal y la reducción de la producción industrial nos deja más dependientes que nunca de los mercados financieros.

¿Y quién está ahí aguardando mientras se prepara y se consolida? La extrema derecha europea, que se está alimentando del desaliento de la crisis económica y del revés contra los refugiados que huyen de la violencia de Oriente Medio. Donde antes el objetivo principal era la comunidad judía, ahora es la musulmana.

A pesar de que no consiguió el éxito previsto en las elecciones regionales de diciembre, el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen -combinando una política anti-inmigración con una audaz retórica de ataque contra la izquierda- ganó cerca de 7 millones de votos en Francia. Aunque, afortunadamente, la líder tiene pocas posibilidades de hacerse con la presidencia -al menos en el actual ambiente político-, es bastante posible que encabece la primera vuelta.

Además, la formación de extrema derecha Demócratas de Suecia -de origen neonazi- ha liderado en ocasiones las encuestas de opinión y recibe el apoyo habitual de una quinta parte del electorado. He aquí un partido cuyo líder identificó la expansión del Islam como "la mayor amenaza extranjera desde la Segunda Guerra Mundial". En Finlandia, afectada por la recesión económica, el partido de extrema derecha Verdaderos Finlandeses está actualmente en el Gobierno.

La Liga Norte de Italia está avanzando posiciones en el país. Su líder, Matteo Salvini, ha exigido desmantelar los asentamientos de gitanos, y Luca Zaia, tras convertirse en gobernador de Venecia, reclamó el año pasado la expulsión de los migrantes africanos. Mientras, el ultraderechista Partido de la Libertad de Austria -cuyo presidente Jörg Haider fue acusado de simpatizar con los nazis- no ganó las elecciones de Viena del año pasado pero batió el récord con sus resultados.

Los sondeos en Holanda señalan que la formación liderada por Geert Wilders, quien, como Donald Trump, quiere frenar la inmigración musulmana para impedir una "invasión islámica", va en camino de encabezar las elecciones generales. En la Grecia azotada por la austeridad, el partido neonazi Amanecer Dorado aterroriza a los inmigrantes. Incluso en Alemania, donde en la posguerra evitaron el auge del fascismo, los populistas de extrema derecha de Alternativa para Alemania cada vez cuentan con más apoyos.

Por lo tanto, en la izquierda recae la responsabilidad de ofrecer una salida alternativa. Es posible. España ha sido más castigada que muchos, pero no se ha impuesto ningún partido radical derechas con políticas anti-inmigración como los anteriores. En su lugar, el descontento popular se ha catalizado en Podemos, un partido progresista que plantea una alternativa a la austeridad.

Podemos ha prosperado gracias a movimientos organizados en comunidades locales tales como las plataformas contra los desahucios. Pero también vale la pena atender a su enfoque de la comunicación. El partido ha conseguido quedar muy por encima de la habitual zona tradicional de las formaciones progresistas, rompiendo con los símbolos y el lenguaje de la izquierda, incluso al resistirse a usar ese lenguaje contra el de la "derecha". Han atraído a una generación joven desesperada con un mensaje implacable de optimismo y esperanza. Podemos tiene un enfoque firmemente patriótico, pero que redefine el patriotismo en favor de la mayoría contra la élite y libera al país de la injusticia.

La izquierda -incluida la británica- tiene mucho que aprender. Generar una alternativa convincente y coherente a la tala y quema de la economía, entre otras razones porque si otra crisis económica está en camino, es también totalmente necesario. Pero debería ser mucho más urgente entre las filas izquierdistas, ya que las de la extrema derecha son más fuertes, están mejor organizadas y posicionadas para beneficiarse ante cualquier crisis inminente. La historia de Europa debería ser lo suficientemente alarmante. Ha llegado el momento de prepararse, y rápido.
Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/Europa-deberia-preparada-crisis-economica_0_483301805.html
Traducción de: Mónica Zas