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sábado, 31 de diciembre de 2016

Diciembre de 1941: Alemania y Japón pierden la guerra. Es el momento que marcó el punto de inflexión de la contienda después del ataque de Pearl Harbor y el fracaso nazi en la URSS.


Resultado de imagen de leaves fall   Diciembre de 1941 fue el momento en que las potencias del Eje, la  Alemania nazi y el Japón imperial, perdieron  II Guerra MundialSin embargo, todavía quedaban cuatro años de batallas, los peores, durante los que alemanes y japoneses cometieron la mayoría de las atrocidades, incluyendo las cámaras de gas y el exterminio del pueblo judío. Tuvieron que ver cómo sus dos países eran borrados del mapa bajo los bombardeos aliados para rendirse. La guerra se acabó en Europa en mayo de 1945 y en Asia en agosto, tras la devastación atómica de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, algunos no tardaron en ver el principio del fin. El primer ministro británico, Winston Churchill, que recibió con enorme alivio el ataque contra la base estadounidense de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 ya que significaba la entrada en la guerra de EE UU, afirmó: "La suerte de Hitler está sellada. Y los japoneses serán reducidos a polvo".


La ofensiva contra Pearl Harbor, el puerto estadounidense en Hawái que este lunes visita por primera vez el primer ministro japonés, Shinzo Abe, tenía como objetivo la destrucción de los portaviones estadounidenses y fue un fracaso. Tuvo lugar en el mismo momento en que las tropas nazis combatían desesperadamente a las puertas de Moscú, pero tampoco alcanzaron a conquistar la capital rusa, lo que condenó a su Ejército a una derrota segura a manos del general invierno ruso. La invasión alemana de la URSS empezó el 22 de junio de 1941 y el avance fue fulminante durante el verano. Sin embargo, las tropas de Hitler quedaron embarradas —literalmente— cuando empezaron las lluvias otoñales en las inmensas estepas.

Pearl Harbor también representó un gigantesco error de cálculo. Como relata en BBC History Magazine el investigador Nicholas Best, autor de Seven Days of Infamy: Pearl Harbor Across the World, el ataque se planificó un domingo por la mañana porque, normalmente, los portaviones estadounidenses se encontraban en puerto. Su importancia estratégica era mucho mayor que la de cualquier otro buque. Sin embargo, sólo cuando los aviones ya estaba en el aire y no podían dar marchas atrás se dieron cuenta de que los barcos habían zarpado. El almirante japonés Yamamoto no se unió a la celebración general tras la ofensiva por ese motivo.

El gran investigador británico  Antony Beevor explica ese momento clave en La II Guerra Mundial (Pasado y Presente): "Muchos oficiales alemanes que estaban luchando en el frente del Este no sabían muy bien qué pensar cuando escucharon la noticia del ataque sobre Pearl Harbor. Los más lúcidos intuían que esta guerra mundial, con EE UU, el Imperio Británico y la URSS unidos en el mismo bando contra ellos, no se podía ganar. El rechazo en las puertas de Moscú combinado con la entrada en guerra de Estados Unidos convirtieron diciembre de 1941 en el punto de inflexión geopolítico de la guerra. Desde ese momento, Alemania pasa a ser incapaz de ganar la II Guerra Mundial, aunque mantiene un poder enorme para causar muerte y destrucción".

Max Hastings, otro gran experto en el conflicto, ofrece un punto de vista similar en Se desataron todos los infiernos. Historia de la Segunda Guerra Mundial (Crítica): "Con todo, aún habrían de transcurrir muchos meses para que los aliados advirtieran que habían cambiado las tornas. En 1942, el Eje aún logró triunfos espectaculares y, sin embargo, la realidad histórica crucial es que los altos funcionarios del Tercer Reich consideraron, ya en diciembre de 1941, que era imposible obtener la victoria militar al no haber logrado derrotar a la URSS. Aunque hubo quien se aferró a la esperanza de que Alemania negociase una paz aceptable, todos, incluido tal vez el mismísimo Hitler, en lo más recóndito de su conciencia, sabían que había pasado el momento decisivo".

Por un lado, la potencia industrial de EE UU puesta al servicio de los aliados era imbatible y permitió no sólo interminables reservas de armamento, sino también mantener las líneas de aprovisionamiento a través de las distancias siderales del Pacífico. Por otro, el desgaste en hombres y armas de los nazis en la URSS —como relata Hastings, sólo en la batalla de Moscú, que se desarrolló entre octubre de 1941 y enero de 1942, participaron "seis Ejércitos alemanes, 1,9 millones de combatientes, 14.000 cañones, un millar de carros de combate y 1.390 aviones"— hizo también que Alemania perdiese cualquier oportunidad de victoria.

Sin embargo, el punto de inflexión no quedó claro hasta por lo menos un año más tarde, cuando tanto los japoneses en el Pacífico como los alemanes en Rusia y el norte de África comenzaron a sufrir claras derrotas. Sólo con la rendición nazi en Stalingrado, en febrero de 1943, los aliados supieron que habían ganado la guerra, aunque lo más difícil quedaba por delante: echar a japoneses y alemanes de los países que habían ocupado y luego derrotarlos en su territorio. Millones de personas sufrirían y morirían todavía bajo el horror totalitario. Fueron, además, los años cruciales del Holocausto: solamente en  Auschwitz, entre julio de 1942 y octubre de 1943, 750.000 seres humanos fueron asesinados. La guerra tal vez había terminado, la muerte no había hecho más que empezar.

HOLLYWOOD NEUTRAL
Tanto la invasión de la URSS como Pearl Harbor fueron ataques a traición: Stalin y Hitler habían firmado un pacto, mientras que EE UU se había mantenido celosamente neutral. Nada refleja con tanta precisión esa voluntad de mantenerse fuera del conflicto como Hollywood, cuyas producciones se estrenaban —con éxito— en los países del Eje. Nicholas Best relata que, justo cuando se produjo el ataque japonés, se estaba rodando La señora Miniver, una historia ambientada en Inglaterra durante los bombardeos nazis dirigida por William Wyler.

El tono del filme cambió completamente y se transformó el guion, que pasó de ser una historia principalmente romántica a convertirse en una película de propaganda bélica. Fue en ese momento cuando se añadió el famoso discurso del vicario rural: "No es la guerra de los soldados en uniforme, es la guerra de la gente y no debe ser combatida sólo en los campos de batalla, sino en las ciudades y los pueblos, las factorías y las granjas, en el corazón de cada mujer, hombre, niño que ame la libertad". La voluntad absoluta y el sacrificio de millones de personas fueron decisivos para derrotar a los totalitarismos. Sin embargo, lo cierto es que en diciembre de 1941 la locura belicista de dos países que quisieron construir imperios milenarios los llevó a derrotarse a sí mismos en medio de un baño de sangre como no ha vuelto a conocer la historia.

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/12/20/actualidad/1482257258_091336.html

jueves, 29 de diciembre de 2016

Los historiadores Ricard Torres y Juan Carlos Colomer resumen en 146 páginas los ejes de la Guerra Civil Española.

La Guerra de 1936, una síntesis histórica
Enric Llopis

En 1986 la editorial Crítica publicó la primera edición de un “clásico”, “La Guerra Civil Española”, del hispanista Pierre Vilar. La bibliografía ya era entonces vastísima, pero el historiador resumió lo esencial del conflicto en 184 páginas. Se atrevió con una síntesis. Para la generación a la que Vilar pertenecía, en torno a los 30 años en 1936, la guerra de España significó “amenaza hitleriana, fanfarronadas mussolinianas, ceguera de las democracias parlamentarias y enigma soviético”. Al historiador marxista no le interesaba tanto dar a conocer los hechos, como explicar los mecanismos. En las reflexiones finales del libro, afirmó que si bien la guerra civil se empapaba de las contradicciones de los años 30, el “choque” evoca también el pasado decimonónico: “Propietarios, militares y sacerdotes –seguidos, en algunas regiones, por masas habituadas a obedecerles-, contra burgueses medios seducidos por los principios de la Revolución Francesa y contra un pueblo muy pobre inclinado a soñar con la Revolución (a secas), según modelos heredados de los socialistas utópicos”.

Ante la proliferación de monografías especializadas, plagadas de notas al pie y estudios de detalle, los historiadores Ricard Camil Torres y Juan Carlos Colomer siguen el espíritu de Pierre Vilar y, con ánimo divulgativo, han publicado en 2016 el libro de 146 páginas “La Guerra Civil (1936-1939). Una síntesis a ocho décadas de su comienzo”, editado por La Xara. El lector que pretenda ahondar tiene a su disposición ocho páginas de bibliografía con 110 títulos, entre los que se citan, además del “clásico” de Pierre Vilar: “El laberinto español” (Ruedo Ibérico, 1962), de Gerald Brenan; “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española” (Crítica, 2007), de Ronald Fraser o “Revolución y guerra en España, 1931-1939” (Alianza, 1986), de Paul Preston; pero también trabajos mucho más recientes, como “El gran golpe. El ‘caso Hedilla’ o como Franco se quedó con Falange” (Debate, 2014), de Joan Maria Thomas; y “La legitimación política del franquismo” (CSED, 2014), de Álvaro Rodríguez.

El golpe de estado de 1936 quiso salvar aquel viejo orden de la Restauración, que a pesar de sus crisis –en 1898, 1917, 1923 y 1930-, no había afrontado cambios estructurales. La monarquía borbónica hizo uso de la represión como única respuesta a los nuevos cuestionamientos (obreristas, populares, republicanos). De modo que en la coyuntura crítica de 1936, los sectores privilegiados se valieron nuevamente de los avezados militares, que en 122 años habían perpetrado 52 intentonas golpistas; además, “la monarquía había dejado de ser un ente factible”, señalan Ricard Camil Torres y Joan Carles Colomer, por lo que se recurrió al fascismo. Con todo, las concreciones no iban mucho más allá de exterminar al Frente Popular e imponer un sistema –granítico- controlado por el ejército. “Los golpistas no tenían nada claro lo que querían, pero sabían muy bien lo que no querían”.

Las consecuencias de todo ello se detallan en el texto. La represión de los golpistas durante la guerra se saldó con una cifra de muertos que oscila entre 100.000 y 200.000; a ello se agregan un mínimo de 10.000 víctimas civiles por los bombardeos aéreos y de artillería (si se considera la represión en sentido extenso). El periodo más duro –“exterminador”, califican los autores- se concentró entre 1939 y 1945. Si se atiende al medio millón de exiliados, 350.000 nunca retornaron a España; 260.000 prisioneros durante la contienda (civiles y militares), robo de niños en las cárceles, represión laboral, 200.000 funcionarios depurados (25% de expulsiones definitivas en el cuerpo de maestros)…

Los historiadores utilizan un tono directo y cercano, alejado de la erudición académica. Tildan de “chapuza” la asonada del 18 de julio de 1936; por ejemplo, “en Madrid la descoordinación de los traidores resultó patética”. También se muestran muy críticos con la operativa del Comité Internacional de No Intervención, que benefició palmariamente a los golpistas: durante los cuatro meses en los que se prolongó la Batalla del Ebro, no entró siquiera un rifle por la frontera francesa, al hallarse cerrada. Mientras, los sublevados contaron con la ayuda inmediata de Hitler y Mussolini. En ese contexto, la posición británica se hace especialmente visible, ya que mientras se clausuraba Gibraltar al repostaje de los barcos de la República, se permitía que la Texas Oil Company proporcionara combustible a los insurgentes. Pero el libro también intenta rebatir mitos. Los autores niegan que la cuestión religiosa tuviera peso en la “confección” del golpe de 1936: “En ninguna proclama aparece mención alguna al hecho religioso”. Fueron las informaciones de la represión contra miembros del clero en la zona republicana, las que comenzaron a forjar la idea de “cruzada”. Además, apuntan Torres y Colomer, hasta el 14 de septiembre de 1936 Pío XI no se “mojó” públicamente, al mostrar su simpatía con los sublevados (lo que hizo compatible con el amor a los enemigos).

El libro no omite la represión en el territorio republicano, “muy local” y en los comienzos “muy selectiva” (la violencia política terminó con la vida de 50.000-60.000 personas). El objetivo, afirman los autores de “La Guerra Civil (1936-1939)”, era la eliminación del enemigo de clase. Una de las características de la política en la retaguardia republicana fue la dispersión del poder. Cuando Largo Caballero sustituyó en septiembre de 1936 a Giral en la presidencia del Gobierno, coexistían el Consejo de Aragón (anarcosindicalista), la Generalitat de Cataluña, el Gobierno vasco, la Junta de Madrid y la pluralidad de comités dispersos en el territorio. Los sucesos de la Telefónica barcelonesa (mayo de 1937) dieron lugar a “una nueva guerra civil dentro de la guerra civil”. Se ponían así los límites a la acción revolucionaria. Mientras, Franco se alzaba con la jefatura del partido único, en realidad “una amalgama de intereses en la que Serrano Suñer maniobraba a sus anchas”. Las 184 páginas ofrecen espacio suficiente para que los historiadores entren en pormenores, sobre las colectivizaciones (con sus dificultades, contradicciones y pérdida progresiva de autonomía), las diferencias entre Azaña y Negrín (poner fin al conflicto/resistencia), la victoria de los sublevados en la batalla de Teruel (40.000 bajas franquistas y 60.000 republicanas), los bombardeos del bando fascista contra la población civil, que por ejemplo en el Mercado Central de Alicante masacraron a 300 personas, las bombas de 500 kilogramos de la Legión Cóndor en la provincia de Castellón, la Batalla del Ebro o la toma de Cataluña.

Queda también espacio para la prensa. La mayoría de los medios derechistas fueron requisados y convertidos en cabeceras nuevas, como “Fragua Social”, “Adelante”, “Frente Rojo”, “Verdad”, “Republicano” o “Nosotros”. Se dedica asimismo un apartado a las mujeres, en el que contrastan las organizaciones –femeninas y feministas- que batallaban por sus derechos, como la Unión de Mujeres Antifascistas, con personajes de relieve como Encarnación Fuyola; y Mujeres Libres, de cariz anarquista, que llegó a contar con más de 20.000 militantes; En el bando opuesto, la Sección Femenina de la Falange postergaba a las mujeres a la casa y la maternidad.

Por la agilidad en la redacción y su vocación de síntesis, tal vez el libro mantenga puntos de conexión con las crónicas periodísticas sobre la guerra. “En todas las ciudades se formaron espontáneamente las milicias: el reparto de armas al pueblo; donde triunfó la rebelión, su final fue funesto: los que no murieron en combate o pudieron huir, fueron fusilados”, escribía el periodista y escritor Eduardo Haro Tecglen en “Arde Madrid” (Temas de Hoy, 2000). La descripción de los hechos se complementa con una despiadada advertencia de Queipo de Llano: “Vivirán poco”. Otro periodista, Eduardo de Guzmán, escribe en “Madrid Rojo y Negro” (Oberon, 2004): “Franco está en Canarias. Desde allí hace frecuentes viajes en avión. Visita Tetuán y Sevilla. Los oficiales monárquicos le aclaman. Los señoritos le rodean y le miman. Al salir, extiende el brazo a la romana”.

martes, 23 de agosto de 2016

El genocidio franquista según el profesor Daniel Feierstein. "Parte del objetivo de la Transición fue que no se transformara el orden que levantó el genocidio franquista"

Daniel Feierstein es uno de los mayores expertos en el estudio y análisis de las prácticas genocidas que asolaron al mundo en el siglo XX.

Daniel Feierstein es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como profesor titular de la cátedra Análisis de las Prácticas Sociales Genocidas en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos A., y como director del Centro de Estudios sobre Genocidio y de la Maestría en Diversidad Cultural, ambos en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Es experto independiente por las Naciones Unidas para la elaboración de las Bases de un Plan Nacional de Derechos Humanos argentino.- CHRISTIAN GONZÁLEZ

MADRID.- Describir la trayectoria profesional de Daniel Feierstein (Buenos Aires, Argentina, 1967) ocuparía más líneas que paciencia tiene el lector para leer cargos, títulos y publicaciones varias. Una manera breve de resumir la importancia del personaje pasa por señalar que Feierstein es uno de los mayores expertos en el estudio y explicación de las prácticas genocidas que asolaron al mundo durante el siglo XX.

Recibe a Público antes de participar en una mesa redonda en la librería Traficantes de Sueños de Madrid sobre los crímenes de la dictadura franquista. Antes de llegar a la capital de España ha ofrecido conferencias en Londres, Atenas y Barcelona, entre otros lugares. La conversación con Fierstein, no obstante, corre el riesgo de derivar en complejos conceptos y referencias a tratados internacionales y/o convenciones de las Naciones Unidas. Es un riesgo.

El objetivo de la entrevista, sin embargo, pasa por aclarar conceptos básicos y fundamentales para conocer más y mejor la historia reciente de España.

¿Qué es un genocidio? ¿Cometió el franquismo un genocidio en España? ¿Repercute en la actualidad española aquel genocidio?
Sin duda. En los dos sentidos: en el sociológico y en el jurídico. En el sociológico, el eje del genocidio es la destrucción de la identidad de un pueblo y creo que está muy claro que en el caso español se buscó destruir la identidad del pueblo español. Y en el sentido jurídico del término también se puede decir que existió un genocidio porque la Convención sobre Genocidio de la ONU incluye la intención de la destrucción parcial de un grupo nacional. Y aún cuando no deja claro si el grupo nacional puede ser el mismo entre los perpetradores y las víctimas, y está abierto a interpretación, creo que en el caso español es absolutamente interpretable que el objetivo del franquismo fue destruir parcialmente el grupo nacional español. Querían transformar España a través del terror.

La Convención sobre el genocidio señala que se trata de la destrucción total o parcial de un "grupo nacional, étnico, racial o religioso". Hay quien interpreta que en España no hubo genocidio porque se trata de una lucha fratricida entre miembros de un mismo grupo nacional.

Exacto. Esa es la discusión. Pero la idea de que hay dos grupos es la idea del genocida. Todos los genocidios siempre se implementaron para transformar al propio grupo. El nazismo pretendió transformar Alemania y después transformar a Europa. Y convencer a la población de que había determinados grupos que no formaban parte del grupo nacional. Y esto fue lo que sucedió en España. Los genocidas planteaban que los rojos no formaban parte del grupo y por eso tenían que ser expulsados, erradicados. Todos los genocidios son intentos de transformar al propio grupo.

El Gobierno español y la Justicia han dicho que en España no hubo genocidio. Y ante esta posición parece que estamos ante el eterno debate de dos posturas enfrentadas y sin una verdad.

¿Cómo explicar que sí hubo un genocidio?
El Gobierno español impide la discusión. Para decir que sí o que no hubo un genocidio hay que abrir las causas y un Tribunal tiene que analizar las evidencias, escuchar a los testigos, que pueda tomar pruebas históricas del caso y luego, analizando la Convención sobre Genocidio, dirimir si lo hubo o si no lo hubo. Cuando alguien impide la discusión no está diciendo que no hubo genocidio sino que lo que está diciendo es que no se puede discutir el asunto.

¿El genocidio es sólo el asesinato de miles de personas?
"Los genocidas planteaban que los rojos no formaban parte del grupo y, por eso tenían que ser expulsados, erradicados". El genocidio es principalmente la matanza de miembros del grupo pero tiene cinco acciones:

1. La matanza;

2. El sometimiento del grupo a condiciones que provoquen su destrucción;

3. Las lesiones al grupo tanto físicas como psíquicas;

4. Impedir los nacimientos dentro del grupo; y

5. Transferir los hijos del grupo que sufre la represión al otro grupo que la aplica.

En España se han dado las cinco acciones. Hay genocidios, condenados, que sólo han implementado dos o tres de estas acciones. España implementó los cinco ejes de la Convención de la ONU. Por eso, la decisión de la Audiencia Nacional contraviene toda la normativa internacional. Habría que revisarla y ponerlo a discusión con juristas internacionales.

Un argumento habitual es que la izquierda también cometió asesinatos y que, por tanto, también habría cometido un genocidio. La gran diferencia es el control del monopolio de la violencia. Esto es: quién tiene la capacidad de llevar a cabo determinadas acciones organizadas sistemáticamente. En estos casos, hay dos cuestiones a analizar.

1. La primera es si había un aparato de poder con la capacidad de monopolio de la violencia para implementar esas acciones genocidas.

2. En segundo término, tener en cuenta el riesgo que implica equiparar las acciones de quienes llevan a cabo un plan sistemático de destrucción de quienes resisten ese plan sistemático de destrucción.

Esta equivalencia es muy dañina para la sociedad porque pone en un plano de igualdad lo que de ninguna manera puede ser igual.

En España lo que había era un gobierno democrático elegido por la población con su determinado porcentaje de votos y una oposición, que disentía de este Gobierno y apostaba por otra opción política con un determinado porcentaje de voto. En esta situación, hubo un golpe de Estado militar que a través de la violencia y el terror intenta destruir esa experiencia política. Estas dos situaciones no son equivalentes. Lo que no quiere decir que no tenga que ser revisado políticamente, moralmente, las acciones de la República española o de determinados grupos de izquierdas que defendían a la República. Creo que sí merece ser revisado, pero que la Justicia no es el lugar, pero sí un debate político que puede ser enriquecedor.

¿Se puede afirmar, sin ninguna duda, de que las élites militares y políticas que prepararon el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 tenían un "plan sistemático de destrucción" del adversario?
Sin duda. Está muy claro. Es un trabajo de la Justicia el comenzar a revisar documentos militares del franquismo y comenzar a abrirlos a la discusión para ver el papel que tuvo el terror en esta transformación social que acometieron. Dice que el objetivo de un genocidio es eliminar la identidad de un pueblo e imponerle la identidad de las élites.

¿España sufre aún los efectos de ese genocidio de hace 80 años y de la imposición de la identidad de la élite al pueblo?
España es uno de los casos paradigmático donde se siente el efecto en la actualidad. Todo genocidio tiene sus niveles de efectividad y de logros, pero me parece que el caso español destaca por la imposibilidad de abrir la discusión. España y Turquía son los dos casos donde fue más difícil abrir una discusión colectiva. No sólo jurídica. Sino incluso una discusión social y política sobre lo que ocurrió. Esto tiene que ver con varios efectos: lo extensa de la dictadura franquista, que atravesó a varias generaciones. El otro elemento que no se tomó en cuenta suficientemente es la importancia de la apropiación sistemática de menores que se calcula en no menos de 30.000 casos. Es inconcebible. En Argentina hubo alrededor de 500 y se considera una barbaridad. Esto es importante porque atraviesa con el terror a toda la segunda generación. De tener siempre la duda con el origen. Es un elemento fundamental para entender el silencio de la Transición. La mayoría de los casos históricos logran determinados efectos pero cuando termina el régimen que lo implementó comienzan a abrirse discusiones a veces con la posibilidad de plantear acciones jurídicas.

"España tiene una gran oportunidad ante sí para poner en cuestión todo ese proceso de la Transición"

En España hasta los 90 no se abrieron con cierta fuerza los debates sobre el pasado. Tenemos 20 años de Transición con una especie de pacto de silencio particularmente emblemático. Es algo para revisar en el presente y plantearse cuáles fueron los elementos del caso español que generaron tanto nivel de silencio y aún hoy tanta insistencia en que no hay que mirar para atrás, en que la Transición debe ser rescatada, que fue el modo de pacificar el país... Estas peticiones consisten en asumir los objetivos de los genocidas muchos años después y dentro de un un régimen muy distinto de lo que fue el régimen genocida.

¿Una de las consecuencias es que esas mismas élites pueden seguir en una situación de poder privilegiada que se ganó con las armas durante la Guerra Civil?
Sí. Pero el poder no es sólo seguir gobernando. Se trata de que la transformación de la sociedad no se toca. En ningún nivel. En general, podríamos decir que ha sido difícil tocar las transformaciones de la sociedad después de un proceso genocida. Parte del objetivo de la Transición fue que no fuera transformado el orden económico, que no fuera transformada la Justicia, el orden político... que los cimientos que levantó el genocidio a través del terror no se puedan discutir.
Y eso está en la base de la idea de la reconciliación.

Siempre plantean la reconciliación en los términos del genocida, que no se pueda tocar o cuestionar nada de lo que el genocidio construyó. Este es el desafío fundamental para la sociedad española: el revisar toda la estructura concebida por las autoridades genocidas.

Un ejemplo: cuando finaliza la dictadura de Argentina los organismos de derechos humanos señalaron que había que dar de baja a todos los jueces, a todos los funcionarios que habían trabajado en relaciones exteriores avalando al gobierno militar. A toda la estructura del Estado que habían participado en el genocidio. Esto implicaba poner en cuestión el aparato y el presidente, que era Alfonsín, dijo que no había suficientes jueces para nombrar si había que sustituir a los jueces que habían colaborado. La respuesta de los organismos de derechos humanos fue muy sólida. Les dijo que cualquier estudiante, cualquier abogado joven sería infinitamente mejor que un juez que había desarrollado su acción durante un genocidio. Este es el gran desafío para cualquier sociedad tras un proceso genocida.

Ahora se habla mucho de cambio político, ¿es necesario revisar nuestro pasado para poder cambiar España?
España tiene una gran oportunidad ante sí para poner en cuestión todo ese proceso de Transición. La pregunta es si esa oportunidad va a ser aprovechada o no. Si este nuevo proceso lo que va a hacer es simplemente cambiar algunos discursos y sostener esa estructura de impunidad y esa estructura política construida por el terror o si se va a animar a abrir la discusión y a ponerlo en cuestión. Ese es el gran desafío de España en el presente. Puede ser una oportunidad. La estructura política española ha comenzado a estar en jaque y la pregunta es si habrá fuerza política para ponerla realmente en cuestión. Ese es el desafío del presente. "Apelan a ese terror. La pregunta es si ese terror seguirá siendo efectivo o no cuarenta años después del fin del régimen de terror"

Desde el Partido Popular están lanzando el mensaje de que cuidado que vienen los rojos, los comunistas, los radicales, en definitiva. ¿Esto tiene que ver con aquel genocidio fundacional del que habla?
Claro. Es apelar a ese terror. La pregunta es si ese terror seguirá siendo efectivo o no cuarenta años después del fin del régimen de terror. Hay dos generaciones, como mínimo, actuando más. Este es el gran desafío.

Apelan al terror de hace 80 años, pero, ¿será efectivo aún?
La trampa sería si esos sectores políticos que reciben los ataques quisieran desprenderse de esa actuación y tratar de pactar con los autores ideológicos de ese proceso genocida para demostrar que no son disruptivos y que no van a llevar a cabo ninguna transformación ni a poner en cuestión el orden político de la Transición.

En España, para las víctimas de la dictadura y las asociaciones memorialistas, Argentina es una referencia. No sólo porque ha abierto la única causa judicial que investiga a la dictadura de Franco sino porque están revisando y juzgando su propio pasado.

¿Qué está pasando ahora con este proceso con el Gobierno de Macri?
 El Gobierno de Macri es un retroceso en Argentina e implica un intento de destruir algunas conquistas de la última década. No obstante, en este campo precisamente, las conquistas no han sido realizadas por un gobierno y sí por una lucha social. Por tanto, les resulta más difícil revertirlo. Ha habido un desmantelamiento de algunas áreas específicas o el intento de reponer a algunos represores en puestos públicos, pero no ha sido Macri el único. El jefe del Ejército del gobierno anterior tenía vínculos con el régimen genocida también. Me resulta llamativo, en el buen sentido, pese al retroceso que implica el gobierno de Macri, que no se ha puesto en cuestión el proceso de juzgamiento porque tiene un nivel de apoyo popular que implicaría un desgaste importante. "El Gobierno de Macri es un retroceso en Argentina e implica un intento de destruir algunas conquistas de la última década"

¿Macri tiene vínculos con la élite golpista?
Macri tiene relaciones con sectores vinculados, más que con los golpistas, con los sectores económicos que estuvieron detrás del proceso genocida sosteniéndolo, participando en algunos casos directamente y beneficiándose de ese proceso. No sólo tiene vínculos sino que él mismo es el hijo de un empresario que se hace millonario en los negocios estatales con la dictadura militar.

A largo plazo, ¿está planteando el macrismo una batalla por la memoria?
Sí. Justo. Y es una estrategia más inteligente. En lugar de avalar la impunidad y asumir la defensa directo de los represores, lo cual implicaría un costo político altísimo, lo que está haciendo es retrotraer la discusión a comienzos de los años 80 e intentar reinstalar la teoría de los dos demonios. Es lo mismo que sucede en España: plantean que la memoria debe ser completa y que es cierto que hubo hechos muy graves de los represores pero que también habría que revisar los hechos cometidos por los grupos de izquierdas. La política del macrismo tiende a eso. A la igualación de las víctimas y los victimarios. Esto es algo que tiene mucha fuerza en España y que era absolutamente marginal en Argentina y que ahora comienza a cobrar fuerza gracias al apoyo gubernamental.

Entiendo que es una estrategia que busca captar a los más jóvenes. A los que no vivieron la dictadura. Absolutamente. Lo que buscan es esta igualación con mucho trabajo 'periodístico', sin sustento histórico, que busca distorsionar la historia con esta igualación. Esto ha sido bastante fuerte durante los últimos tres o cuatro años en Argentina. Es decir, antes del triunfo del Gobierno de Macri. Hay una verdadera campaña de bombardeo a la población con el intento de equiparar.

http://www.publico.es/politica/genocidio-espanol-transicion-franquista.html

viernes, 3 de junio de 2016

La teoría de la equidistancia --fragmento de La Guerra Civil como moda literaria

[…] en numerosos casos se aplica en las novelas sobre la Guerra Civil la teoría de la equidistancia, entendida esta como la proyección de «la imagen de los dos bandos enfrentados, repetida con buenas o malas intenciones a lo largo de los años, [que] alude al odioso postulado de la simetría entre las dos caras de una moneda o entre las dos bordas –las dos bandas– de un barco»[1]. Pero, en efecto, y como sugería Carmen Negrín en las IX Jornadas sobre la cultura de la República, celebradas durante el mes de abril de 2011 en la Universidad Autónoma de Madrid y dirigidas por el profesor Julio Rodríguez Puértolas, «Bando: ¿dos bandos? Un gobierno no es un bando»[2]. La novela española actual, sin embargo, contribuye a reforzar la idea de que el Gobierno legítimo republicano sea considerado un bando, situándolo en una posición de simetría con respecto al bando –ahora sí es de rigor el uso del sustantivo– franquista. No es casualidad encontrar en las novelas afirmaciones encaminadas a apuntalar la idea de que en ambos lados y por igual se cometieron todo tipo de atrocidades.

La teoría de la equidistancia está muy presente en la narrativa española actual y se pone en práctica, por ejemplo, en Soldados de Salamina de Javier Cercas (Tusquets, 2001), cuando sitúa en posición simétrica la muerte de Antonio Machado y el frustrado fusilamiento del escritor y falangista Rafael Sánchez Mazas desde el principio mismo de la novela:

Un día de principios de febrero de 1999, el año del sesenta aniversario del final de la guerra civil, alguien del periódico sugirió la idea de escribir un artículo conmemorativo del final tristísimo del poeta Antonio Machado, que en enero de 1939, en compañía de su madre, de su hermano José y de otros cientos de miles de españoles despavoridos, empujado por el avance de las tropas franquistas huyó desde Barcelona hasta Collioure, al otro lado de la frontera francesa, donde murió poco después. El episodio era muy conocido, y pensé con razón que no habría periódico catalán (o no catalán) que por esas fechas no acabara evocándolo, así que ya me disponía a escribir el consabido artículo rutinario cuando me acordé de Sánchez Mazas y de que su frustrado fusilamiento había ocurrido más o menos al mismo tiempo que la muerte de Machado, solo que del lado español de la frontera. Imaginé entonces que la simetría y el contraste entre esos dos hechos terribles –casi un quiasmo de la historia– quizá no era casual y que, si conseguía contarlos sin pérdida en un mismo artículo, su extraño paralelismo acaso podía dotarlos de un significado inédito [...]. El resultado fue un artículo titulado «Un secreto esencial»[3].

Obsérvese el modo en que Cercas utiliza, de buen seguro de forma intencionada, la palabra «simetría» para establecer un paralelismo entre la muerte de Antonio Machado y el fusilamiento fallido del poeta falangista.

La teoría de la equidistancia coloca en simétrica posición a las víctimas y a sus verdugos, como si a ambas partes del conflicto hubiera que atribuirle la misma responsabilidad. No resulta difícil localizar en las novelas que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad sentencias del tipo «en esta guerra y posguerra se han cometido muchas atrocidades por ambos bandos. Repito: por ambos bandos», extraída de la novela Donde nadie te encuentre de Alicia Giménez Bartlett[4]; o en Dime quién soy de Julia Navarro: «¿Asesinos? Sí, en este país hay y ha habido muchos asesinos, pero no solo los nacionales, no, también los otros han matado a muchos inocentes»[5]. También Javier Marías habla en Tu rostro mañana de que el terror era el «mismo en ambas zonas, en siniestra simetría demente»[6]. Pero igualar a los verdugos con las víctimas supone falsear la historia por medio de su descripción equidistante, como, contrariamente, el propio Marías afirma en otro lugar de su novela, cuando el protagonista le pregunta a su padre los motivos por los cuales nunca pensó en vengarse de la persona que le delató y que, por culpa de la misma, no solo sufrió años de cárcel, sino que también fue privado del ejercicio de la docencia durante el periodo que duró la dictadura franquista:

…le habría dado una especie de justificación a posteriori, un falso asidero, un motivo anacrónico para su acción. Ten en cuenta que en el conjunto de una vida lo cronológico va perdiendo importancia, no se distingue tanto lo que vino antes de lo que vino luego, ni los actos de sus consecuencias, ni las decisiones de lo que desencadenan. Él habría podido pensar que al fin y al cabo yo le había hecho algo, qué más daba cuándo, y haberse ido a la tumba más conforme consigo mismo[7].

El paso del tiempo en efecto termina borrando las huellas de la Historia, difumina las diferencias, altera la cronología y acaso contribuye a la confusión de las causas y los efectos, como imprime la metáfora de las tres casas distintas pero igualadas con los años en Soldados de Salamina de Javier Cercas:

Sesenta años atrás habrían sido sin duda tres casas muy distintas, pero el tiempo las había igualado, y su aire común de desamparo, de esqueletos en piedra entre cuyos costillares descarnados gime el viento en las tardes de otoño, no contenía una sola sugestión de que alguien, alguna vez, hubiera vivido en ellas[8].

El tiempo borra las huellas y dificulta la tarea de discernir entre las causas y los efectos, entre las víctimas y sus verdugos. Parece que la novela española actual que convierte la Guerra Civil en materia novelable participa de dicha confusión equidistante. La inculpación y la exigencia de responsabilidad a «los unos y los otros» por la tragedia desatada es un tema recurrente en nuestra literatura guerracivilista. El historiador Francisco Espinosa Maestre, en su ensayo El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha, donde desmonta las teorías construidas por la historiografía revisionista actual sobre la Guerra Civil, saca a colación el modo en que la teoría de la equidistancia es empleada por Lorenzo Silva, autor de Carta blanca (Espasa, Calpe, 2004), cuando el novelista dice, en relación con la ocupación de Badajoz, que su novela «refleja el heroísmo y la infamia de los dos bandos. Los republicanos fusilaron, por ejemplo, a jubilados; y la represión nacional fue inhumana; pero entre sus filas hubo quien se jugó el tipo». Ante una proposición de este tipo, Espinosa Maestre no puede sino apuntar:

Ahora resulta que los republicanos fusilaron a jubilados y que los fascistas se jugaron el tipo [...]. Y ya como colofón, y tras decir que en el palacio de congresos que se ha construido en lo que fue la plaza de toros de Badajoz, convendría que «haya un recuerdo de lo que significó aquello», Silva el ecuánime repite: «También vi que en el baluarte de Trinidad hay un monumento a los héroes de la Legión. Esto está bien porque fue gente que se dejó el pellejo; pero cabría colocar otro monumento a los carabineros que lucharon por la República en la ciudad». Parece que no importa nada que unos se dejaran el pellejo defendiendo la democracia y otros el fascismo. Por lo visto el tiempo todo lo iguala. Por esta regla de tres Europa estaría cuajada de monumentos a los nazis que se dejaron el pellejo... [9]

Ante reconstrucciones del pasado de este tipo, es de rigor esgrimir que situar en el mismo plano de responsabilidad a un gobierno legítimo y a los golpistas que atentan contra su legalidad responde, como afirma Serge Salaün, a una insidiosa maniobra revisionista:

Desde hace algunos años se propaga una nueva manera de enfocar la literatura y la cultura de la guerra de España, alrededor del dogma de la «equidistancia». El punto de partida se sitúa a mediados de los años ochenta cuando, después de la Transición y asentada la democracia, se pretende enfocar la historia de la guerra hacia perspectivas menos partidarias, menos doctrinarias y, sobre todo, menos maniqueas. Como si el fantasma de la guerra o de la dictadura fuera ya inofensivo, como si la visión supuestamente primitiva y drástica entre «buenos» y «malos» necesitara matizarse o suavizarse, hacia unas posiciones más humanas de perdón, reconciliación u olvido de un pasado que se quiere superado[10].

Más adelante señala Salaün que la teoría de la equidistancia no solamente produce y legitima «cierta reescritura sesgada de la Historia, o ciertas omisiones»[11] debido a que «la doctrina del “justo medio” encaja mal con la realidad social, ideológica y política»[12]; pero además, advierte sobre la peligrosidad política que conllevan este tipo de lecturas (o de reescrituras) de la Historia al señalar que «suele ser el terreno abonado para empresas ideológicas solapadas de rehabilitación de este pasado dictatorial, presentado como ominoso durante más de una década»[13]. […]

Resulta innegable la existencia de una violencia desmesurada y descontrolada en la zona republicana –producida sobre todo durante los primeros meses de la contienda– que la literatura fascista se apresuró en calificar de «terror rojo». Y acaso es de rigor no mirar hacia otro lado. Pero para comprender en su completa dimensión histórica este episodio dramático de nuestra guerra, tiene que entenderse, en primer lugar, que la violencia fue desencadenada por –o mejor: fue una reacción lógica de– la violencia que se inició tras el golpe de Estado. Y, como apunta José Luis Ledesma, «el atronador y dramático contexto en el que las matanzas tuvieron lugar no disculpa, pero sin él nada resulta inteligible»[14]. En segundo lugar, también es de rigor señalar que, si bien es incuestionable la veracidad de este episodio histórico perteneciente a la Guerra Civil española, también es cierto que la violencia registrada en la zona republicana fue inmediatamente atajada por las instituciones gubernamentales republicanas en un intento de enderezar el rumbo y recuperar el mando de la situación. El papel que asume el Estado republicano frente a la violencia cometida en su zona, en su intento de limitar la violencia espontánea, constituye el rasgo distintivo que hace que medie un abismo entre el denominado «terror rojo» y el «terror blanco» producido en las zonas conquistas por los rebeldes. De esta opinión es Paul Preston:

Naturalmente, las atrocidades no se limitaron a la zona rebelde. Especialmente a principios de la guerra, hubo oleadas de asesinatos de curas y sospechosos de ser simpatizantes fascistas [...]. Sin embargo, si hubo una diferencia en los asesinatos en las dos zonas, esta yace en el hecho de que las atrocidades republicanas solían ser obra de elementos incontrolables, en unos días en que se habían sublevado las fuerzas del orden[15].

Del mismo modo, Herbert R. Southworth afirma:

Sabemos que los líderes de la República condenaron la violencia de sus partidarios, y en algunos casos lograron limitarla. También sabemos [...] que, al revés que en el campo republicano, la matanza se convirtió en la España de Franco en una forma de vida durante toda la guerra y muchos años después [...]. Contra estas matanzas, ningún falangista levantó la voz de protesta, ni un requeté, ni un general franquista, ni un sacerdote, ningún abad mitrado, obispo, cardenal o nuncio se indignaron[16].

Y más adelante sostiene el historiador norteamericano lo que sigue:
Los asesinatos se perpetraron en la España republicana cuando los hombres que había jurado defender la ley y el orden renegaron de su palabra, abandonaron al Estado y se alzaron para fomentar una rebelión, dejando las calles a una multitud vengativa y furiosa cargada de razón [...]. Por el contrario, las matanzas en la zona rebelde [...], fueron organizadas con método, firmadas por los militares y bendecidas por la Iglesia, y fueron mucho más numerosas[17].

En definitiva, y como afirma Ángel Viñas en su libro:
Si en la zona republicana el Estado apenas si existió de facto en los primeros meses de la guerra, aunque nunca se desplomó totalmente, una de las claves sobre las que se asentó el proceso de recuperación paulatina de su autoridad fue, con el ejército y la economía, el «orden público». Esto se reflejó en la voluntad de retirar la administración de la violencia a los micropoderes y grupos armados que la aplicaban a su aire [...]. La correspondencia entre la progresiva reconstrucción del Estado y el descenso de las atrocidades es, a mi entender, incuestionable por más que se manifestara con distinta velocidad[18].

Dicho lo cual, no es de recibo seguir sosteniendo una visión de la Guerra Civil española desde una perspectiva equidistante. Tratar de igualar y de situar en el mismo nivel de responsabilidad a quienes atacaron a un sistema legítimo y democrático y a quienes, por el contrario, sufrieron la agresión de un golpe militar fascista no puede sino tildarse de tergiversación –consciente o inconsciente– de la Historia. En este sentido, hacemos nuestras las palabras de Alberto Reig Tapia:

Una violencia era de signo defensivo ante el asalto al poder legítimamente establecido y, la otra, era de carácter ofensivo empezando por poner en peligro uno de los principios esenciales de toda sociedad civilizada: la seguridad jurídica. Conviene, además, recordar que todo código penal admite eximentes en caso de legítima defensa y agravantes en caso de agresión indiscriminada. Se trata de una cuestión cualitativa fundamental en torno a la cual giran todas las demás, pero de la que no puede prescindirse[19].

David Becerra Mayor // "La teoría de la equidistancia", La Guerra Civil como moda literaria, Madrid, Clave Intelectual, 2015, págs. 203-229.
[1] Andrea GREPPI, «Los límites de la memoria y las limitaciones de la Ley. Antifascismo y equidistancia», en José Antonio Martín Pallín y Rafael Escudero Alday, Derecho y memoria histórica, Madrid, Trotta, 2008, p. 107.
[2] Carmen NEGRÍN, «La memoria revisitada», en Julio Rodríguez Puértolas (coord.), La República y la cultura, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2012, p. 124.
[3] Javier CERCAS, Soldados de Salamina, Barcelona, Tusquets, 2001, p. 23.
[4] Alicia GIMÉNEZ BARTLETT, Donde nadie te encuentre, Barcelona, Destino, 2011, p. 96.
[5] Julia NAVARRO, Dime quién soy, Barcelona, Plaza & Janés, 2010, p. 418.
[6] Javier MARÍAS, Tu rostro mañana. Fiebre y lanza, Madrid, Alfaguara, 2002, p. 175.
[7] Ibid., p. 186.
[8] Javier CERCAS, Op. cit., 2001, p. 71.
[9] Francisco ESPINOSA MAESTRE, El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha, Cáceres, Del Oeste, 2005, p. 60. Los fragmentos de Lorenzo Silva están extraídos de El Periódico de Extremadura (2 de junio de 2004).
[10] Serge SALAÜN, «Romances y romanceros de la guerra», en Manuel Aznar Soler et al. (eds.), València, Capital cultural de la República (1936-1937). Congrès Internacional, Universitat de València, 2008, p. 304.
[11] Ibid., p. 304.
[12] Ibid., p. 305.
[13] Ibid., p. 304.
[14] José Luis LEDESMA, «Una retaguardia al rojo. Las violencias en la zona republicana», en Francisco ESPINOSA MAESTRE (ed.), Violencia roja y azul, Barcelona, Crítica, 2010, p. 231.
[15] Paul PRESTON, La Guerra Civil española, Barcelona, Random House Mondadori, 2000, pp. 91-92.
[16] Herbert R. SOUTHWORTH, El mito de la cruzada de Franco, Madrid, Debolsillo, 2008, pp. 232-233.
[17] Ibid., p. 310.
[18] Ángel VIÑAS, La soledad de la República, Barcelona, Crítica, 2006, p. 183.
[19] Alberto REIG TAPIA, Violencia y terror, Madrid, Akal, 1990, pp. 14-15.

domingo, 29 de mayo de 2016

El escritor que quería hacer historia. La crónica de la Guerra Civil de Ludwig Renn

"El escritor que quería hacer historia" Por JULIÁN CASANOVA


Editada en alemán en 1955, ve la luz en España. Es literatura de combate comunista, sin lugar para la retórica o los sentimientos.

La guerra civil española fue en su origen un conflicto interno entre espa­ñoles, pero en su curso y desarrollo constituyó un episodio de una guerra civil ­europea que acabó en 1945. Tras las subida de Hitler al poder, el sentimiento popular antibélico de los años veinte dio paso gradualmente a políticas de rearme y a una crisis de la seguridad internacional. En ese ambiente tan caldeado, para muchos ciudadanos eu­ropeos y norteamericanos, España se convirtió en el campo de batalla de un conflicto inevitable en el que al menos había tres contendientes: el fascismo, el comunismo —o la revolución— y la democracia.

Muchos narraron los hechos de primera mano, en el frente o en la retaguardia, transmitiendo al mundo historias de horror, heroicidad, compromiso y traiciones. Con las Brigadas Internacionales llegaron a España obreros manuales, aventureros en busca de emociones, intelectuales y profesionales de clases medias, corresponsales de guerra y escritores. La mayoría tenía claro que el fascismo era una amenaza internacional y España era el lugar apropiado para combatirlo. Se habían sentido atraídos por el Partido Comunista, que les daba amparo y una doctrina fuerte a la que agarrarse, en un momento en el que en París confluyeron un montón de exiliados de la Europa oriental, central y balcánica, huidos de la represión fascista y dictatorial.
Ludwig Renn, aunque representaba todo eso, era un tipo singular. Nacido en una familia aristocrática de Dresde en 1889, Arnold Vieth von Golssenau combatió como oficial en un regimiento de Sajonia durante la I Guerra Mundial, una experiencia militar que relató con éxito en Krieg (guerra), en 1929, y continuó en Nachkrieg (posguerra), en 1930, cuando ya había abandonado el Ejército y su clase, incluido su nombre, para abrazar el comunismo y la ortodoxia estalinista.

Con el ascenso nazi al poder, estuvo en la cárcel año y medio y, tras ser liberado, huyó a Suiza, donde se enteró de la sublevación militar contra el Gobierno republicano en España. A principios de octubre de 1936 se subió a un tren con destino a Cerbère y después a Barcelona. Así comienza su crónica de la guerra civil española, editada en alemán en 1955 y que ve ahora la luz por primera vez en España, más de 600 páginas de literatura de combate comunista, sin apenas lugar para la retórica o los sentimientos, porque “el amor en el campo de batalla es una invención de los escritores. En el frente, la vida real no deja hueco a esos lujos”.

Alejado, por tanto, de las fantasías de los “tibios” burgueses de izquierda que nunca se jugaron el cuello, Ludwig Renn describe lo que él considera la auténtica realidad, dando fe, desde el principio hasta el final, del relato oficial comunista, frente a “anarcofascistas” (amigos del desorden y de la “palabrería”, inservible en la guerra); “socialtraidores”, representados por Largo Caballero y el “redomado golfo” Indalecio Prieto, y espías trotskistas y del POUM.

Renn arriesgó su vida en primera línea de fuego, como había hecho ya en la Guerra Mundial, primero como dirigente del batallón Thälmann y después como jefe del Estado Mayor de la XI Brigada Internacional. Estuvo en todas las grandes batallas, desde Madrid hasta Brunete, pasando por el Jarama y Guadalajara, hasta que a comienzos de septiembre de 1937 emprendió, con pasaporte español —Hitler le había despojado de la nacionalidad alemana—, una “misión oficial” de propaganda a favor de la República por Estados Unidos, Canadá y la Cuba de Batista.

El 21 de septiembre de 1938, Juan Negrín, presidente del Gobierno de la República, anunció en Ginebra, ante la Asamblea General de la Sociedad de Naciones, la retirada inmediata y sin condiciones de todos los combatientes no españoles en el Ejército republicano, con la esperanza de que el bando franquista hiciera lo mismo. Quedaban entonces en España aproximadamente un tercio de todos los que habían llegado para luchar contra el fascismo, y el 28 de octubre, un mes después de su retirada del frente, las Brigadas Internacionales desfilaron en Barcelona ante más de 250.000 personas. Allí estaba Renn, quien permaneció en España hasta la caída de Cataluña. De allí pasó a Francia, después a México y regresó a Alemania 10 años después.

El problema de la República, concluyó Renn, no fue “la falta de experiencia militar”, que tampoco la tenían, según él, las tropas de Franco, sino “el guirigay entre partidos”, donde sólo el comunista mantuvo el tipo: sin él, y sus “abnegados camaradas y amigos”, la República española “hubiera sido borrada del mapa en un santiamén”.

Renn no era sólo un escritor comprometido, que luchaba con la pluma y la palabra contra el fascismo. Como les dijo a algunos de sus colegas famosos en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en julio de 1937, él peleaba en el frente y había dejado la pluma porque no quería “escribir historias, sino hacer historia”.

La guerra civil española. Crónica de un escritor en las Brigadas Internacionales. Ludwig Renn. Traducción de Natalia Pérez Galdós. Fórcola Ediciones. Madrid, 2016. 721 páginas. 39,50 euros.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/19/babelia/1461073120_649026.html

viernes, 29 de abril de 2016

E. P. Thompson. Marxismo e Historia social, nuevo libro

Desde luego, las circunstancias del presente obligan a comprender aspectos como las dinámicas de funcionamiento del sistema capitalista, los nuevos marcos de relaciones laborales, las identidades y las formas culturales extendidas entre los grupos sociales, o el surgimiento de nuevas formas de acción colectiva como respuesta a la crisis económica y al retroceso sistemático de derechos que impone la actual gobernanza neoliberal. En este contexto, nos estamos encontrando con la formación de nuevos sujetos y movimientos sociales que, desde sus condiciones materiales cotidianas,desde diferentes tradiciones y ámbitos culturales, están sufriendo la experiencia de la pauperización, de la restricción de libertades y de la pérdida de expectativas, al tiempo que desarrollando, también,una experiencia común de difusión de nuevas y viejas ideas, de movilización y de combate político. Y es que la emergencia de nuevos sujetos políticos, en especial de aquellos representantes de la clase trabajadora o de las clases populares, como nos mostró Thompson, se construye a través de las experiencias concretas de opresión, de participación y de lucha política, en las que se pueden fundir tradiciones culturales anteriores con elementos nuevos, proponiendo una hegemonía alternativa y una economía moral de la multitud, que bien podría aprovechar los ricos legados de las diversas tradiciones de la izquierda en la batalla por la mejora de las condiciones de vida de la mayoría social y, en última instancia, por la emancipación humana.

Toda la obra de E. P. Thompson, hito esencial en el modo de pensar la historia, es una notable aportación para renovar el aparato metodológico y conceptual con el que analizar nuestro pasado y presente. En sus estudios sobre la construcción de la clase obrera, mostró cómo esta no era un mero producto de estructuras económicas, sino sujeto que interviene activamente en su propia conformación: dirigió nuestra mirada a la vida cotidiana, a la cultura popular, a las reivindicaciones de los más desfavorecidos, en suma, a la experiencia como elemento decisivo en la constitución de la clase. Nos enseñó a ver la historia desde abajo.

E. P. Thompson. Marxismo e Historia social retoma las categorías, herramientas y debates que este historiador nos ofreció: el impacto de la crisis económica, el ataque a los derechos sociales y civiles en muchos países, la crisis de representación política… De la mano de E. P. Thompson es posible comprender la historia como reflexión encaminada a una acción colectiva que se origine desde abajo, desde los sujetos obreros y populares a los que el grandioso historiador dedicó su análisis y su compromiso vital.

sábado, 23 de enero de 2016

“La historia oficial de Franco minimizó el nazismo”. El historiador Pierpaolo Barbieri hurga en su nuevo libro en el interés económico de Hitler sobre España durante la Guerra Civil

Pierpaolo Barbieri es un joven investigador que ha hurgado en el interés económico, más que político, que tuvo la Alemania de Hitler por la España de Franco durante la guerra civil. El propio Franco y sus historiadores minimizaron luego la realidad de esa relación con el nazismo y con el fascismo italiano para que el dictador “moldeara su ideología” para buscar así alianzas que le fueran más propicias.

Barbieri, de origen argentino, colabora en EL PAÍS y en otros medios internacionales. Estudió en Harvard y enseña en Italia y en Estados Unidos. Cuenta aquella conclusión sobre la intervención nazi en la Guerra Civil en su libro La sombra de Hitler. El imperio económico nazi y la Guerra Civil española (Taurus, 2015).

Su colega Niall Ferguson saludó esta contribución de Barbieri como “brillante debut” en el que el joven historiador “muestra que el imperialismo informal desempeña un papel más importante que la ideología fascista en el modo en que Berlín miró al conflicto”. Barbieri vino a Madrid a presentar su libro.

Pregunta. ¿Qué intentó hacer?
Respuesta. Quise entender la influencia de Hitler y del poderío económico alemán no sólo en la guerra civil española, donde fueron determinantes, sino también en el emergente régimen de Franco y lo que ellos planeaban hacer con su influencia sobre la nueva España.

P. ¿Y qué ha descubierto de nuevo?
R. Una nueva manera de mirar esa relación económica. En vez de pensar en los conflictos de manera nacional, el libro trata de plantearlos en el contexto de Europa. Cambia el foco del análisis. De esa manera podemos ver algo que quizá no había sido apreciado antes: la estrategia económica de los alemanes en España da frutos mucho más claros que la inversión italiana. Y Alemania logra una hegemonía que sólo se puede describir desde la perspectiva de lo que constituye un imperio informal. Porque los españoles les conceden a los alemanes todo lo que éstos piden. En España se impuso luego la idea de que todo lo que intentó Hitler con Franco fue un fracaso, pero es que todo lo que intentó Alemania de 1936 a 1945 fue un fracaso, porque pierde la guerra. Pero el proyecto alemán de dominación, que nace de la decisión de intervenir en la guerra española, fue un gran éxito. Logra aquí una hegemonía que antes se pensaba imposible.

P. ¿Por qué fracaso al fin esa intención de dominio económico?
R. Porque el imperio informal es más frágil que el imperio formal. El imperio formal no requiere la presencia militar, el gasto de dominación, y el sistema ideológico de controlar otro territorio. Pero sí requiere mantener la hegemonía. Y cuando Hitler lanza su gran apuesta por el imperio formal destruye el dominio económico y geoestratégico que mantiene con España; pasa también con los Balcanes o con Latinoamérica, donde la ambición estratégica alemana consistía en lograr más proyección económica en países subdesarrollados para poder dominarlos con el comercio.

P. ¿Y por qué Franco lo rechaza?
R. No creo que lo rechace. Lo que Franco logra es tener una opción estratégica que antes no tenía. De 1936 a 1939 Franco depende absolutamente de Mussolini, pero quien más lo determina es Hitler. Después de 1939 a Franco se le abren otras opciones, y entre ellas estaba la de volver a una relación más estrecha con los ingleses, y eventualmente con los Estados Unidos, que después él destruye durante la guerra precisamente por comerciar con la Alemania nazi. La decisión de Roosevelt de aislar a España de las Naciones Unidas en la arquitectura económica mundial que emerge en la posguerra se basa en que Franco era un remanente anacrónico del periodo del nazismo. En ese contexto a Franco se le abren otras oportunidades que lo ayudan a mantenerse vivo.

P. Y lo aprovecha.
R. Logra moldear su ideología para ir saliendo del aislamiento. Para Franco fue conveniente olvidarse del rol de los nazis y de los fascistas italianos en su manera de llegar al poder. Por eso las historias oficiales del franquismo minimizan la dependencia de los nazis. Y eso es natural.

P. ¿Era tan astuto como dicen?
R. Hay mucho de mito en eso. Después de la famosa reunión de Hendaya los suyos crearon el mito de que Franco se le había plantado, cuando en realidad aquella había sido una negociación que no llega a buen puerto. Pero ante la eventualidad de que Hitler pierda la guerra, a ellos no les cuesta nada decir que Franco ya lo sabía. Y si uno lee los documentos de la época ve que muchos elementos del régimen franquista pensaban que Hitler la iba a ganar.

P. Las imágenes que dejó el encuentro, aparte de otras suposiciones, sí dibujaron a dos personajes ciertamente ridículos.
R. Fue la única vez que se vieron la cara. Pero Hitler le había pagado la guerra a Franco. Sin Hitler Franco jamás la hubiera ganado. Si nosotros pensamos en el comienzo de la Guerra Civil advertimos que la sublevación militar no logra destruir la República; esos días era claro que la República tenía la ventaja. Sin embargo, por medio de Hitler y Mussolini Franco consigue mantenerse vivo y luego liderar él la revuelta y el eventual gobierno. Sí, la verdad es que aquella reunión fue un desastre. Y Franco tuvo mucha fortuna (o estrategia) de no aliarse con Hitler. También hay que decir que a los alemanes les convenía cierta neutralidad proalemana de España por temas económicos y comerciales.

P. ¿Qué hay de nuevo en su investigación?
R. Primero, la mirada internacional sobre el hecho; luego, el análisis del proyecto económico alemán en el contexto de la intención imperialista alemana con respecto a España, y el rol de Hjalmar Schacht, el arquitecto de la estrategia alemana que se aplica en España; finalmente no la aplica él, sino su archienemigo Hermann Göring.

P. ¿Hitler quiso comprar España?
R. No en esos términos, pero sí la quiso dominar, hacerla parte de un imperio económico alemán que dictara las prioridades desde Berlín.

P. ¿Su propósito no fue político sino económico?
R. A Hitler no le importaban ni la economía ni las finanzas; al principio su propósito fue estratégico. Esa decisión fue tomada después de Wagner y de ópera, y en contra de todo lo que le dicen sus consejeros más cercanos. Él crea así, personalmente, la política exterior alemana. En contra de todos, decide él.

P. ¿Y por qué sabe que fue tras una noche de Wagner y ópera?
R. Porque Franco manda a buscarlo y no hubiera llegado a Führer si el servicio secreto alemán no lo localiza en Bayreuth, adonde va cada año, a escuchar a Wagner. Es ahí donde lo localizan los enviados de Franco, a los que recibe después de la ópera. Él tenía la costumbre de trabajar de noche, y ahí se toma esa decisión estratégica. Lo que el aparato alemán termina priorizando en España es la penetración económica. Los documentos, que están en este libro, explican que los alemanes se preocupan más por los réditos económicos y comerciales que España le pueda dar a Alemania que por la ideología del régimen franquista.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/01/10/actualidad/1452445564_609669.html
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/03/25/actualidad/1364234435_721208.html

martes, 5 de enero de 2016

_- ¿Quién descubrió que el Sol era una estrella?

_- Esta respuesta es cortesía de Louis Strous del Observatorio Solar Nacional, Sacramento Peak, Nuevo México.

Se ha necesitado el trabajo de muchas personas hasta conseguir demostrar que el Sol es una estrella.
La primera persona que sabemos sugirió que el Sol era una estrella cercana (o, por el contrario, que las estrellas son soles lejanos) fue Anaxágoras, alrededor de 450 A.C.

Se sugirió esa idea nuevamente por Aristarco_de_Samos, 310 a. C.-c. 230 a. C, pero esta idea no cuajó.

Unos 1800 años más tarde, alrededor del año 1590, Giordano Bruno sugirió lo mismo, y fue quemado en la hoguera (1600) por ello.

A través de la obra de Galileo, Kepler y Copérnico durante los siglos XVI y XVII la naturaleza del sistema solar y el lugar en él del Sol se hizo evidente, y, finalmente, en el siglo XIX las distancias a las estrellas y otras datos acerca de ellas pudieron ser medidas por varias personas. Sólo entonces se demostró que el Sol era una estrella.

Durante la mayor parte de la historia humana, casi todas las personas han pensado que la Tierra estaba en el centro de una esfera gigante (o bola, llamada la "esfera celeste") con las estrellas atrapadas en el interior de la esfera. Los planetas, el Sol y la Luna se creía que se movían entre la esfera de las estrellas y la Tierra, para ser diferente tanto de la Tierra como de las estrellas.

Anaxágoras, que vivió en Atenas, Grecia, en torno a 450 AC (hace 2450 años), pensaba que el Sol y las estrellas eran piedras de fuego, que las estrellas estaban demasiado lejos para que se sintiera su calor, y que el Sol era quizás no más que unos pocos cientos de millas en tamaño. Con  lo que Anaxágoras fue, hasta donde sabemos, el primero en sugerir que el Sol es una estrella. Sus ideas fueron recibidas con desaprobación y finalmente fue encarcelado por impiedad, porque sus ideas no encajaban en los prejuicios de la época.

Aristarco de Samos (Samos es una isla griega en el mar Egeo) vivió desde alrededor de 310 a 230 antes de Cristo, hace unos 2.250 años. Se midió el tamaño y la distancia del Sol y, aunque sus observaciones eran inexactas, encontró que el Sol era mucho más grande que la Tierra. Aristarco sugirió entonces que la pequeña Tierra orbita alrededor de ese gran sol en lugar de al revés, y él también sospechaba que las estrellas no eran más que soles distantes, pero sus ideas fueron rechazadas y luego olvidadas, y también fue amenazado por sugerir tales cosas. Aristarco y Anaxágoras no tenían forma de medir realmente los tamaños ni las distancias a las estrellas (salvo el Sol), por lo que no tenían pruebas para apoyar sus ideas.

Claudio Ptolomeo de Alejandría (una ciudad griega en  el delta del Nilo, lo que hoy es Egipto) alrededor del año (hace 1,860 años) 140 describe un modelo geocéntrico (= centrado en la Tierra) del universo, con la Tierra en el centro del Universo, el Sol como uno de los vagabundos ("Planetes" en griego) que se mueven en relación con las estrellas, y las estrellas fijas a la esfera celeste más externa. En este modelo, las estrellas y el Sol eran completamente diferentes. El universo se describe en este libro (el libro llegó a ser conocido como el Almagesto) fue aceptado como la verdad por prácticamente todo el mundo durante los próximos 14 siglos, sobre todo porque fue aceptado por la Iglesia Católica Romana, que se hizo muy poderosa durante ese tiempo. Este modelo describe con bastante exactitud cómo se mueven los planetas, pero no por qué se mueven solo de esa manera, y agrupó el Sol junto con los planetas en lugar de con las estrellas.

Mikolaj Kopernik (conocido como Nicolás Copérnico fuera de su Polonia natal) vivió desde 1473 a 1543. En 1543, justo antes de morir, publicó un libro titulado "De revolutionibus orbium celestium" en el que proponía un heliocéntrico (= centrado en el Sol) sistema solar con el Sol en el centro y la Tierra como uno más de los planetas que orbitan alrededor del Sol, al igual que los demás. Este modelo era más simple que el modelo geocéntrico de Ptolomeo, aunque cualquiera de ellos podría ser utilizado para predecir el movimiento planetario. El modelo de Copérnico describía el Sol, aparte de los planetas, pero no dijo nada acerca de las estrellas. Copérnico esperó tanto tiempo como fue posible antes de la publicación de su libro porque tenía miedo de que la Iglesia no lo aprobaría. Al principio, la mayoría de la oposición a sus ideas en realidad procedían de los protestantes, no de los católicos. Martín Lutero, una de las principales figuras y de los primeros en el protestantismo, declaró en voz alta que Copérnico era un tonto por "establecer que la Tierra se movía".

Giordano Bruno, un filósofo italiano, vivió de 1548 a 1600. Él decidió que si la Tierra es un planeta al igual que los otros, entonces no tiene sentido dividir el universo en una esfera de las estrellas fijas y un sistema solar. Dijo que el Sol es una estrella, que el universo es infinitamente grande, y que hay muchos mundos. Fue condenado por las Iglesias tanto la católica romana como las Reformadas, así como por otras cosas y fue quemado vivo en Roma en 1600 por herejía (alegando que sus afirmaciones no se ajustaban a las ideas aceptadas por la Iglesia y que no se retractaba).

Galileo Galilei, un científico italiano, vivió de 1564 a 1642. En 1610, fue la primera persona que sabemos utilizó el recién inventado telescopio para mirar las estrellas y los planetas. Él descubrió los satélites de Júpiter, lo cual mostró que Ptolomeo y la idea de la Iglesia que sólo había un centro de órbitas en el Universo (es decir, la Tierra) era incorrecta. Basándose en sus observaciones, Galileo argumentó a favor del modelo heliocéntrico de Copérnico. Se dio cuenta de que las estrellas se ven como pequeños puntos, incluso cuando se ven a través de un telescopio, y llegó a la conclusión de que las estrellas deben estar muy lejos.

En parte debido a que G. Bruno (un acusado de herejía y condenado a la hoguera) las apoyó, las ideas de Copérnico fueron condenadas por la Iglesia Católica en 1616, y Galileo fue juzgado y condenado por herejía en 1633. Se vio obligado a renegar públicamente de las ideas de Copérnico, y se le puso bajo arresto domiciliario hasta su muerte en 1642. En 1979 una nueva investigación de esta convicción fue iniciado por la Iglesia y por último, la condena fue anulada, unos 340 años después de la muerte de Galileo. Una anécdota famosa, pero tal vez falsa, tiene a Galileo como autor de la frase: "Y sin embargo se mueve!" (por la Tierra) después de jurar lo contrario o en su lecho de muerte. Sin embargo, Galileo, como Bruno y Aristarco ante que él, no tenía ninguna prueba de que el Sol y las estrellas eran iguales.

Johannes Kepler de Alemania vivió desde 1,571 a 1630. Estudió con mucho cuidado las posiciones de los planetas y de eso determinó tres leyes del movimiento planetario que ponen al Sol en el centro del sistema solar con los planetas en órbita alrededor del Sol. Ahora estaba claro que el Sol no era un planeta, aunque por qué las leyes del movimiento planetario debían seguir el camino del Sol todavía no estaba claro.

Christiaan Huygens de Holanda vivió de 1629 a 1695. Determinó la distancia a la estrella Sirio, suponiendo que esa estrella era tan brillante como el sol y aparecía débil sólo por su gran distancia. Él encontró que la distancia a Sirio debía ser muy grande. Entonces, a partir de ese momento, la idea de que el Sol era una estrella fue seriamente considerada por los científicos.

Isaac Newton, un científico Inglés, vivió desde 1642 a 1727. En 1665 se dio cuenta de que se trataba de la gravedad la que mantenía el sistema solar juntos. Otra historia famosa, probablemente falsa, hizo que este pensamiento surgiera en la cabeza de Newton cuando una manzana cayó sobre su cabeza mientras él estaba sentado debajo de un manzano, mirando la Luna. Newton determinó entonces la fórmula que describe cómo funciona la gravedad y demostró que esto explica las órbitas y el movimiento de los planetas alrededor del Sol y de las lunas alrededor de los planetas, y por tanto también las tres leyes de Kepler del movimiento planetario. El movimiento de los planetas y las lunas ahora se explica por una sola fórmula: Ley de la Gravedad de Newton. La gente especula que esta misma ley podría ser válida en todo el universo.

Por último, en 1838, Friedrich Bessel, 22 de julio, 1784 - 17 de marzo, 1846, por primera vez mide la distancia a una estrella sin ninguna hipótesis acerca de la naturaleza de las estrellas y nos pareció que era enorme. Pronto siguieron las distancias a otras estrellas, y entonces la gente podía calcular el verdadero brillo de las estrellas, corregidos por su distancia a nosotros, y descubrieron que eran tan brillante como el Sol. Cuando también se encontraron otras cosas sobre el Sol que eran como otras estrellas, como su temperatura superficial y la composición química, entonces la prueba finalmente estaba aquí de que el Sol es una estrella.

El Sol ahora se clasifica como una estrella G2V: una estrella enana de la secuencia principal de temperatura moderada.

Se darán cuenta de que durante la mayor parte de la historia que se ha descrito anteriormente, la gente ha sido perseguida por sugerir cosas que no encajaban en los prejuicios de la época, incluso cuando (o quizás porque) presentaron pruebas de que esos prejuicios no son correctos. Las cosas son mejores hoy en día: es posible que aún se rían o griten por sugerir ideas que son diferentes de las creencias actuales, pero ya no será quemado en la hoguera por ello.
Fuente: http://solar-center.stanford.edu/FAQ/Qsunasstar.html

martes, 22 de diciembre de 2015

Diez historiadores rebaten los mitos del “revisionismo” profranquista

Rechazan los argumentos utilizados por Stanley Payne y Jesús Palacios en “Franco. Una biografía personal y política”


Una onda de revisionismo historiográfico recorre Europa. Pretende modificar las interpretaciones con las que tradicionalmente los historiadores han explicado los regímenes nazi-fascistas. En el estado español forma parte de esta corriente el libro de 800 páginas del historiador Stanley Payne y el periodista Jesús Palacios, “Franco. Una biografía personal y política”, editado en 2014 por Espasa. Para contrarrestar las ideas de este volumen, diez especialistas, coordinados por el historiador y economista Ángel Viñas, han publicado en la revista digital de Historia Contemporánea “Hispania Nova” un número extraordinario titulado “Sin respeto por la historia. Una biografía de Franco manipuladora”. La edición de esta réplica coincide con el 40 aniversario de la muerte del dictador.

Payne y Palacios presentan su texto como novedoso, profesional, serio, riguroso y no politizado, frente a los trabajos que, según estos autores, realizan muchos de los historiadores españoles. Sin embargo, los autores de “Franco. Una biografía personal y política” hacen “juicios políticos y nada fundamentados”, opina el catedrático de Historia Contemporánea Ismael Saz, que ha participado en la presentación de la revista “Hispania Nova” en la Universitat de València. “Hay una serie de pseudos-historiadores, entre los que también se hallan Pío Moa o César Vidal, que se presentan como neutrales o más liberales que nadie, cuando sus juicios están cargados de connotaciones políticas y escriben en revistas de extrema derecha”.

¿En qué contexto se publica la biografía franquista de Payne y Palacios? “Vivimos un momento muy serio, en el que se está produciendo una ofensiva para transmitir una idea benévola de la dictadura, a lo que se añade una voluntad de destrucción retrospectiva de la II República y la democracia”, explica Ismael Saz. En el fondo de este “revisionismo” historiográfico late una reacción contra el movimiento por la recuperación de la memoria histórica. Mientras, más de cien mil personas continúan enterradas en fosas como consecuencia de la represión franquista, según ha reiterado Naciones Unidas. El catedrático destaca algunos “mitos” revisionsitas que el número especial de “Hispania Nova” desmonta, como que Franco aceptara la legalidad republicana o que no ordenara directamente bombardear ciudades. Palacios y Payne también relativizan la oposición del dictador a la masonería, pero “Franco murió refiriéndose a conspiraciones judeo-masónicas en sus discursos”, recuerda Saz.

Uno de los artículos de la revista “Hispania Nova” que desmonta con rotundidad las tesis de “Franco. Una biografía personal y política” es el del historiador José Luis Ledesma, centrado en la represión y las investigaciones sobre la misma. Ledesma señala que, como resultado de numerosos estudios basados en metodologías diversas, la historiografía española considera que en la zona republicana la represión se tradujo en la muerte de unas 50.000 personas durante la guerra civil, mientras que la cifra se eleva a 130.000 fallecidos (40.000 de ellos durante la posguerra) en el caso de la España franquista (algunas fuentes la incrementan hasta 150.000 personas). Sin embargo, Jesús Palacios y Stanley Payne establecen el cálculo de muertos por la “violencia revolucionaria” en 55.000 personas, mientras que reducen los efectos de la represión por parte del bando “nacional”, que habría afectado a unas 80.000 personas (30.000 en la posguerra).

En otro apartado de la publicación, Ángel Viñas rebate la interpretación de Franco como gobernante y militar austero. Muchos de los argumentos ya los utilizó el historiador, economista y diplomático en el libro “La otra cara del caudillo. Mitos y realidades en la biografía de Franco”, publicado por la editorial Crítica en 2015. Viñas sostiene que Franco se hizo durante la guerra civil con una “fortunita”, que consiguió agrandar durante la posguerra en medio de la pauperización general. Ya como jefe de estado, el dictador hizo uso de la “ingeniería jurídica” de la época para embarcarse, por ejemplo, en inversiones inmobiliarias que enmascaró “con la complicidad de su señora esposa y de un notario flexible”. En agosto de 1940 Franco contaba con una fortuna de 34 millones de pesetas (388 millones de euros del año 2010). El historiador detalla asimismo de qué manera el dictador se lucró con la llamada “Operación Café”. Viñas refuta, por otro lado, que Franco fuera un “hábil” y “prudente” diplomático, frente a lo que sostienen las tesis filo-franquistas.

A partir del artículo del profesor de la Universidad de Salamanca, Francisco Rodríguez Jiménez, titulado “Stanley Payne: ¿una trayectoria académica ejemplar?”, Ismael Saz recuerda que durante un tiempo, y por los férreos controles de la dictadura, los hispanistas –Hugh Thomas, Paul Preston, Raymond Carr, entre otros- cobraron un notable prestigio por sus investigaciones y libros sobre la Historia de España. Payne escribió una obra pionera sobre la historia de la Falange (“Falange. Historia del fascismo español”), publicada además en 1965 por una editorial antifranquista, “Ruedo Ibérico”. El texto no era pro-falangista, señala Saz, “aunque contenía elementos un tanto extraños”. Con los años, el trabajo historiográfico de Payne se ha ido deslizando hacia una historiografía de carácter “filo-franquista” y con un sesgo cada vez más conservador, en los que incluso “se justifican algunas dinámicas de la dictadura”. Uno de los argumentos utilizados por este historiador es que el levantamiento del 18 de julio de 1936 no se produjo contra la democracia, pues entonces ésta ya no existía en España. En cuanto a Palacios, llegó a participar en la organización neonazi Cedade, además de publicar en 1999 el libro “La España totalitaria: las raíces del franquismo 1934-1946”, “donde los malos eran los antifranquistas”, apunta Saz.

El catedrático de Historia Contemporánea y profesor emérito de la Universidad de Alicante, Glicerio Sánchez, destaca que la interpretación de Stanley Payne y Jesús Palacios sobre el franquismo responde a un “acendrado conservadurismo”, de hecho alineado con los políticos y periodistas europeos –sobre todo británicos y franceses- que en los años 30 criticaban a la II República. “Todas estas críticas se endurecieron a partir de febrero de 1936”, apunta. Cuando los dos autores conservadores se refieren a la violencia de esos años, se dice que ésta es “casi siempre provocada por la izquierda”, apunta Sánchez.

Además, se pueden apreciar en “Franco. Una biografía personal y política” contradicciones lógicas en el discurso. Cuando los autores se refieren a la posición política de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en 1934, se le atribuye el propósito de la “independencia total en el seno de una república federal ibérica”, cuando los dos términos resultan incompatibles y además el entonces presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, proclamó en 1934 el federalismo, no la secesión. Tal vez la identificación se explique porque anteriormente Palacios y Payne han connotado a ERC como partido “separatista catalán y de extrema izquierda”. Por el contrario, al dictador se le valora con una suerte de “profesionalidad apolítica”, aunque unas páginas antes los mismos autores destaquen las simpatías de Franco por Primo de Rivera, la monarquía o su condición de militar anticomunista.

A lo largo de su libro, Payne y Palacios reproducen tópicos como que Franco sólo se sumó a la asonada del 18 de julio de 1936 tras el asesinato del dirigente derechista Calvo Sotelo, pues esta muerte vendría a constituir “la gota que colmó el vaso de la indignación moral”. Sin embargo, según los estudios del historiador Juan Carlos Losada, en aquel momento el golpe militar estaba ya preparado y se hubiera producido de igual modo. Otro lugar común en el que se insiste es en señalar al presidente Negrín como un “agente de Moscú”.

El profesor de Economía Aplicada en la Universitat de València, Manuel Sanchis, analiza en detalle el pensamiento económico de Franco que Payne y Palacios retratan en su libro. Sanchis niega que pueda calificarse al dictador de “regeneracionista”, pues su doctrina –“un dirigismo económico cuartelero adobado con la propaganda fascista de la época”- nada tiene que ver con autores como Costa, Ganivet o Unamuno. Las políticas autárquicas de Franco tampoco tienen puntos de conexión con el keynesianismo. La conclusión a la que apuntan los dos autores derechistas es que Franco dejó tras su muerte “una sociedad más feliz, próspera y moderna, y esto es mucho más de lo que se puede decir de Stalin”. Por lo demás, según los autores de “Franco. Una biografía personal y política”, el ministro de Trabajo falangista Girón de Velasco habría sentado en 1941 las bases del Estado del Bienestar en España, sin embargo, responde Sanchis, “el país permaneció oficicalmente en Estado de Guerra hasta 1948”. “El libro es realmente un ejercicio de contorsionismo histórico”, concluye.

Enric Llopis

viernes, 16 de octubre de 2015

Un legajo del Archivo de Indias cambia la Historia de California. Una historiadora descubre documentos que prueban por primera vez que Juan Rodríguez Cabrillo, el primer europeo de la costa Oeste, era español y no portugués

Cualquier escolar de California conoce la historia: Juan Rodríguez Cabrillo fue el primer europeo en poner un pie en la costa Oeste de EE UU. Lo hizo el 28 de septiembre de 1542 en lo que hoy es un parque municipal de la ciudad californiana, más de dos siglos antes que el ahora santo mallorquín Junípero Serra. De Cabrillo solo se podía decir que fue el primer europeo, en general, en pisar California. Aunque dirigía una expedición española, no existía documentación concluyente sobre su origen. Los relatos de su aventura utilizan indistintamente el nombre español o una versión portuguesa: Joao Rodrigues Cabrilho. Ambas valían. Hasta ahora.

La historiadora canadiense Wendy Kramer lleva tres décadas especializada en los primeros tiempos de la conquista española de América y ha escrito especialmente el sistema de encomienda en Guatemala. Lleva cuatro años transcribiendo unos Libros del Cabildo de Guatemala que estaban sin catalogar en la Hispanic Society de Nueva York y que cubren los gobiernos de 1530 a 1553. Son papeles de gobierno llenos de nombres, fechas, contratos y actas de reuniones. El objetivo de su trabajo es hacer una relación de todos los primeros conquistadores de Guatemala.

“Iba por la letra ce y llegué a Gabriel de Cabrera”, cuenta Kramer por teléfono desde Toronto. “Era el procurador del Cabildo de Guatemala en los años 30” del siglo XVI. La historiadora sabía que De Cabrera fue encargado por los encomenderos para llevar a España el primer cargamento de oro de Guatemala y, de paso, pedir a Carlos V una rebaja de impuestos. Kramer decidió profundizar en aquel viaje y lanzó una búsqueda sobre De Cabrera en los archivos más conocidos. Lo que sigue es uno de esos ejemplos de que la Historia es materia viva.

http://internacional.elpais.com/internacional/2015/09/28/actualidad/1443475753_257004.html?rel=lom

miércoles, 14 de octubre de 2015

El dilema que debemos resolver: ¿El Imperio o la humanidad?

Howard Zinn. TomDispatch
Traducción de Carlos Riba García

¿Es el final de un Imperio? Introducción de Tom Engelhardt

En 2005 me encontré con Howard Zinn para hacerle una entrevista que fue publicada por TomDispatch. Esta es la descripción que de él hice en ese momento:

“Es alto y delgado; tiene una mata de pelo blanco. Tripulante de aviones bombarderos durante la gran guerra contra el fascismo y desde entonces veterano activista estadounidense contra las guerras de Estados Unidos, su libro más conocido es A People's History of the United States (La otra Historia de Estados Unidos); es un experto en las inesperadas voces de la resistencia que se han hecho oír en toda nuestra historia. A sus 83 años (a pesar de que parece 10 años más joven), es también un veterano de este accidentado siglo; aun así no hay nada de atrasado en echar una mirada a su persona. Su voz es tranquila; claramente se toma a sí mismo con una pizca de sal y en ocasiones se ríe burlonamente de sus propios comentarios. De tanto en tanto, cuando un pensamiento le gusta y su cara se ilumina con una sonrisa auténtica, parece decididamente joven.”

Así es como lo vi entonces y así es como lo veo a casi cinco años de su muerte; me dan ganas de exclamar “¡Qué tipo este!”. ¿Puede alguien dudar que él nos (incluyo aquí a muchos estudiantes de secundaria y universitarios) haya cambiado la forma de pensar acerca de nuestro mundo estadounidense? Por eso, en este extraño momento de la historia, cuando casi cada acción imperial que realiza Estados Unidos sale mal (véase Afganistán, Siria, Iraq y Yemen) y aun así continúa siendo la única superpotencia, parece pertinente ofrecer este “lo mejor de” TomDispatch, una mirada retrospectiva de cómo llegó Zinn a darse cuenta de que el nuestro era un Imperio. Para llegar al umbral del imperio (donde, por supuesto siempre estuvo), él hizo un viaje –una odisea– muy suyo.

* * *

Lo que el aula no me enseñó sobre el Imperio estadounidense
Con un ejército de ocupación guerreando en Iraq y Afganistán, con bases militares y empresas intimidando en cada rincón del planeta, ya casi nadie cuestiona la existencia de un Imperio estadounidense. Por cierto, quienes lo negaban fervientemente se han pasado al abrazo más jactancioso y desvergonzado de la idea.

Sin embargo, la idea misma de que Estados Unidos era un Imperio no se me ocurrió hasta que terminé mi trabajo como bombardero en la Octava Fuerza Aérea británica durante la Segunda Guerra Mundial y regresé a casa. Incluso mientras empezaba a tener dudas sobre la pureza de la “Buena Guerra”, incluso después de haberme horrorizado por Hiroshima y Nagasaki, incluso después de haber bombardeado yo mismo ciudades europeas, todavía no había relacionado todo aquello en el contexto de un “Imperio” estadounidense.

Yo tenía conciencia, como todo el mundo, del Imperio británico y de las otras potencias imperiales europeas, pero Estados Unidos no era visto de la misma manera. Cuando, después de la guerra, me acogí a la Ley de Derechos del Veterano y fui a la universidad donde cursé Historia de Estados Unidos, me acostumbré a encontrar un capítulo en los textos de historia que se llamaba “La era del Imperialismo”. Se refería invariablemente a la guerra de 1898 librada entre España y Estados Unidos y la subsiguiente conquista de las islas Filipinas. Daba la impresión de que el Imperialismo estadounidense había durado unos pocos años. No había un punto de vista global sobre la expansión de Estados Unidos que pudiera llevar a la idea de un imperio de ámbito mundial ni de un periodo “imperial”.

Recuerdo el mapa en el aula (titulado “Expansión hacia el oeste”) que mostraba la marcha a través del continente como si fuese un fenómeno natural, casi biológico. Aquella enorme adquisición de tierra llamada “La compra de Louisiana”, que insinuaba la adquisición de un territorio que era cualquier cosa menos desocupado. Era una insensatez: ese territorio, por entonces ocupado por cientos de tribus indias que debían ser aniquiladas o expulsadas –lo que ahora llamamos “limpieza étnica”– para que los blancos pudieran colonizar la tierra y más tarde los ferrocarriles pudiesen cruzarla en uno y otro sentido presagiando así la “civilización” y sus brutales procedimientos.

Ni las discusiones sobre la “democracia jacksoniana” en las clases de historia ni el libro tan popular de Arthur Schlesinger hijo, The Age of Jackson, me dijeron algo sobre el “Sendero de las lágrimas”, la letal marcha forzada de “las cinco tribus civilizadas” en dirección al oeste desde Georgia y Alabama atravesando Mississippi, que dejó 4.000 muertos tras ella. Ningún texto sobre la Guerra Civil mencionaba la masacre de Sand Creek, en la que se asesinó a centenares de pobladores indígenas, justo cuando la administración Lincoln proclamaba la “emancipación” de los negros.

El mapa del aula también mostraba una porción del territorio del sur que estaba rotulada como “Cesión mexicana”. Se trataba de un práctico eufemismo para referirse a la agresión bélica contra México en 1846, en la que Estados Unidos se apoderó de la mitad del territorio de ese país: California y el gran Suroeste. La expresión “Destino manifiesto”, utilizada por aquellos tiempos, naturalmente pronto se convirtió en algo de ámbito universal. En 1898, en vísperas de la guerra España-Estados Unidos, Washington Post vislumbraba más allá de Cuba; “Nos enfrentamos a un extraño destino. El sabor del Imperio está en la boca del pueblo como lo está el sabor de la sangre en la jungla”.

La violenta marcha a través del continente, e incluso la invasión de Cuba, parecían estar en el interior de la esfera de los intereses naturales de Estados Unidos. Después de todo, ¿acaso la Doctrina Monroe no había declarado en 1823 que el hemisferio occidental estaba bajo nuestra protección? Sin embargo, con apenas alguna pausa después de Cuba, fue la invasión de las Filipinas, casi en el otro lado del mundo. En ese momento, la palabra “imperialismo” parecía la más adecuada para las acciones de Estados Unidos. Ciertamente, esa larga y cruel guerra –tratada veloz y superficialmente en los libros de historia– propició la Liga Anti-Imperialista, en la que tanto William James como Mark Twain fueron figuras prominentes. Pero tampoco fue esto algo que yo aprendiera en la universidad.

La “Única Superpotencia” sale a la luz
No obstante, leyendo fuera del aula empecé a encajar las piezas de la historia en un mosaico más amplio. Lo que en la década que precedió a la Primera Guerra Mundial al principio pareció algo así como una política exterior completamente pasiva ahora ese momento aparecía como una sucesión de intervenciones violentas: el expolio de la Zona del Canal de Panamá a Colombia, el bombardeo de la costa de México, el despacho de la infantería de marina a casi todos los países de Centroamérica, el envío de ejércitos de ocupación a Haití y la República Dominicana. Como el muy condecorado general Smedley Butler, que participó en muchas de esas intervenciones, escribió más tarde: “Fui un recadero de Wall Street”.

En el mismo momento en que yo estaba aprendiendo esta historia –los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial– Estados Unidos se estaba convirtiendo no ya solo en otra potencia imperial más sino en la principal superpotencia del mundo. Resuelta a retener y ampliar su monopolio del arma nuclear, se estaba adueñando de remotas islas en el Pacífico, obligando a sus habitantes a que las abandonaran y haciendo de esas islas un letal patio de juegos para nuevos ensayos atómicos.

En sus memorias, No Place to Hide, el doctor David Bradley, que controló los niveles de radiación en esas pruebas, hizo una descripción de lo que habían dejado atrás los equipos de encargados de los ensayos cuando regresaron a casa: “Radiactividad, contaminación, una isla de Bikini destruida y la mirada triste de los pacientes exiliados”. Después de unos años, a los ensayos en el Pacífico les siguieron más pruebas en los desiertos de Utah y Nevada; en total, más de un millar de ensayos.

Cuando en 1950 empezó la guerra de Corea, yo todavía estaba estudiando historia como graduado en la Universidad de Columbia. Nada de lo que ocurría en clase me preparaba para entender la política estadounidense en Asia. Pero leía el semanario I. F. Stone’s Weekly. Stone era uno de los pocos periodistas que cuestionaba la justificación oficial del envío de un ejército a Corea. Entonces, a mí me parecía claro que no era la invasión de Corea del Sur por parte de Corea del Norte lo que provocaba la intervención de Estados Unidos, sino el deseo que este país tenía de establecer un solido punto de apoyo en el continente asiático, sobre todo desde que los comunistas se habían hecho con el poder en China.

Años más tarde, mientras la intervención encubierta en Vietnam crecía hasta convertirse en una enorme y brutal operación bélica, los designios imperiales de Estados Unidos se hicieron más claros para mí. En 1967, escribí un librito llamado Vietnam: The Logic of Whithdrawal. Para entonces, yo ya estaba muy involucrado en el movimiento contra la guerra.

Cuando leí las 100 páginas de los Papeles del Pentágono*, que Daniel Ellsberg me había encomendado, me sobresalté al conocer los memorandos secretos del Consejo Nacional de Seguridad. En su explicación de los intereses estadounidenses en el Sureste Asiático, los papeles hablaban con claridad meridiana sobre los objetivos de Estados Unidos: “estaño, caucho, petróleo”.

Ciertamente, ni la deserción de soldados en la guerra con México, ni los motines contra la conscripción -reclutamiento- obligatoria durante la Guerra de Secesión, ni los grupos antiimperialistas en el cambio de siglo, ni la vigorosa oposición a la Primera Guerra Mundial; ningún movimiento contra la guerra en la historia de Estados Unidos alcanzó la magnitud del de la guerra de Vietnam. Al menos una parte de esa oposición se basaba en la comprensión de que estaba en juego algo más que Vietnam, de que la atroz guerra librada en un pequeño país formaba parte de un plan imperial mucho mayor.

Varias intervenciones militares que siguieron a la derrota en Vietnam parecieron reflejar la desesperada necesidad de la superpotencia aún reinante de establecer una dominación de ámbito planetario; incluso después de la caída de su poderoso rival, la Unión Soviética. De ahí la invasión de la isla de Granada en 1982, el bombardeo y asalto de Panamá en 1989, la primera guerra del Golfo en 1991. ¿Fue acaso la toma de Kuwait por parte de Saddam Hussein lo que motivó al abatido George Bush padre o antes bien utilizó él este acontecimiento como una oportunidad para llevar con firmeza el poder militar estadounidense hacia la codiciada región petrolera de Oriente Medio? Dada la historia de Estados Unidos y su obsesión por el crudo de Oriente Medio mostrada ya en 1945 por Franklin Roosevelt con su tratado con el rey de Arabia Saudí, Abdul Aziz, y en 1953 con el derrocamiento del gobierno democrático de Mossadeq en Irán por parte la CIA, no resulta muy difícil responder a esta pregunta.

Justificación del Imperio
Los despiadados atentados del 11 de septiembre (como lo admitió la Comisión oficial del 11-S) fueron la consecuencia del feroz odio originado por la expansión estadounidense en Oriente Medio y el resto del mundo. Según el libro The Sorrows of Empire, de Chalmers Johnson, incluso antes del acontecimiento el departamento de Defensa reconoció la existencia de 700 bases militares de Estados Unidos fuera de su territorio.

Desde entonces, con el inicio de la “guerra contra el terrorismo”, se instalaron o ampliaron muchas más bases: en Kyrgyzstán, Afganistán, el desierto de Qatar, el golfo de Omán, el Cuerno de África y en cualquier otro sitio del mundo donde un gobierno complaciente pudiese ser sobornado o coaccionado.

Cuando yo bombardeaba en Alemania, Hungría, Checoslovaquia y Francia durante la Segunda Guerra Mundial, la justificación moral era tan sencilla y clara que estaba más allá de toda discusión: estábamos salvando al mundo del mal del fascismo. Por lo tanto, me quedé estupefacto cuando oí a un artillero de otra tripulación –él y yo teníamos en común que leíamos libros– que decía que él consideraba que aquello era “una guerra imperialista”. Ambos lados, decía, estaban motivados por la ambición de controlar y conquistar. Discutimos bastante pero no llegamos a resolver la cuestión. Irónica y desgraciadamente, poco tiempo después de nuestra discusión el avión de mi camarada fue derribado y él murió en la misión.

En las guerras, siempre hay una diferencia entre la motivación de los soldados y la de los líderes políticos que los envían al combate. Mi motivación, como la de muchos otros, era ingenua respecto de la ambición imperial. Yo estaba ayudando a derrotar al fascismo y a crear un mundo más decente, libre de agresiones, militarismo y racismo.

La motivación del establishment de Estados Unidos, según lo entendía el artillero del que hablo, era de naturaleza diferente. Fue descrita a principios de 1941 por Henry Luce, un multimillonario que era propietario de las revistas Time, Life y Fortune, como la llegada del “Siglo de Estados Unidos”. El tiempo había llegado, decía, para que Estados Unidos “ejerza en el mundo la totalidad del impacto de nuestra influencia, para los propósitos que consideremos adecuados y por los medios que consideremos adecuados”.

Es imposible pedir una declaración de designio imperial más sincera y rotunda. En los últimos años, de ella se han hecho eco los intelectuales al servicio de la administración Bush, pero asegurándonos que esta “influencia” es benevolente, que los “propósitos” –ya sea en la formulación de Luce o en las más recientes– son nobles, que se trata de un “imperialismo iluminado”. Tal como dijo George Bush en su segundo discurso de toma de posesión: “El llamamiento de nuestro tiempo es la extensión de la libertad en todo el mundo”. The New York Times escribió que ese discurso era “sorprendente por su idealismo”.

El Imperio estadounidense siempre ha sido un proyecto bipartidista: demócratas y republicanos se han turnado ampliándolo, ensalzándolo, justificándolo. En 1914 –al año en que EE.UU. bombardeó México–, el presidente Woodrow Wilson les dijo a los graduados de la academia naval que Estados Unidos utilizaba “su armada y su ejército... como instrumentos de civilización, no de agresión”. Y en 2002, Bill Clinton les dijo a los graduados de West Point: “Los valores que habéis aprendido aquí podrán extenderse por todo el país y por todo el mundo”.

Para el pueblo de Estados Unidos, y por cierto para los pueblos de todo el mundo, más pronto que tarde estas proclamas revelan su falsedad. La retórica, a menudo convincente en un primer momento, se convierte pronto en algo abrumador por los horrores que ya no pueden seguir escondiéndose: los cadáveres ensangrentados de Iraq, los miembros desgarrados de los soldados estadounidenses, los millones de familias expulsadas de sus hogar, tanto en Oriente Medio como en el Delta del Mississippi.

¿No han empezado a perder asidero en nuestra mente esas justificaciones imperiales incrustadas en nuestra cultura, que agreden nuestro sentido común –que la guerra es necesaria para la seguridad, que su expansión es fundamental para la civilización–? ¿Habremos llegado acaso a ese punto en la historia en el que estemos preparados a abrazar una nueva manera de vivir en el mundo, en la que la cuestión no sea ampliar nuestro poder militar sino nuestra humanidad?

Nota:
*. “Los Pentagon Papers (los Papeles del Pentágono), titulados oficialmente United States - Vietnam Relations, 1945–1967: A Study Prepared by the Department of Defense (Relaciones Estados Unidos - Vietnam, 1945-1967: Un estudio elaborado por el Departamento de Defensa), es el nombre popular de un documento secreto que contiene la historia de la implicación de Estados Unidos en Vietnam entre 1945 y 1967. Los Pentagon Papers empezaron a publicarse en la primera página de The New York Times en 1971” (extraído de Wikipedia por el traductor).

Howard Zinn (1922–2010) fue historiador, autor de obras de teatro y activista. Escribió A People’s History of the United States (en castellano, La otra historia de los Estados Unidos. Editorial Hiru. Hondarribia, Guipúzcoa, 2005) y A People's History of American Empire (presentado en formato cómic), junto con Mike Konopacki y Paul Buhle.

Enseñó en el Instituto Spelman, un instituto universitario para mujeres negras de Atlanta, donde se convirtió en un activo integrante del movimiento por los derechos civiles. Después de ser expulsado del Spelman por su apoyo a las reivindicaciones de las estudiantes, Zinn fue profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Boston.

Ha escrito muchos libros, entre ellos una autobiografía: You Can’t Be Neutral on a Moving Train (en castellano, Nadie es neutral en un tren en marcha. Editorial Hiru, Hondarribia, Guipuzcoa, 2001).

Recibió el premio de literatura de no ficción de la Fundación Lannan y el premio Eugene V. Debs por sus escritos y su activismo político.

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176052/best_of_tomdispatch%3A_howard_zinn%2C_the_end_of_empire/#more