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jueves, 28 de junio de 2018

Entrevista a Gonzalo Pontón sobre La lucha por la desigualdad (y II) “El pensamiento científico del siglo XVIII no tuvo nada de original, los verdaderos logros se alcanzaron con Galileo, Bacon, Descartes, Newton”.

Salvador López Arnal
El viejo topo

Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UB. A los veinte años se incorporó a la editorial Ariel y ha sido fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011). Se calcula que a lo largo de 50 años, ha publicado más de dos mil títulos, de los cuales unos mil son libros de historia. En 2016 publicó su primer libro: La lucha por la desigualdad que sido Premio Nacional de Ensayo de 2017 otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. V

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Nos habíamos quedado aquí. Lo mejor de la Ilustración del XVIII, ha afirmado usted, ya había nacido en el XVII con Newton y Descartes. No dudo de la grandeza científico-filosófica de Descartes y Newton, cuyas obras conozco un poco, pero políticamente no eran nada del otro mundo en mi opinión. Newton, cuando tuvo responsabilidades en asuntos de política monetaria, no se anduvo con muchos miramientos compasivos y Descartes, con su moral provisional, más bien aconsejaba ocultarse para vivir bien, tranquilo y sin muchas complicaciones. No hay mucho de ruptura en sus posiciones.

Lo que sostengo en mi libro es que el pensamiento filosófico y científico del siglo XVIII no tuvo nada de original, porque los verdaderos logros se habían alcanzado ya en el siglo XVII con Galileo, Bacon, Descartes, Newton, Kepler, Boyle, Euler, Van Leeuwenhoek, Grocio, Puffendorf, etc. Sus descubrimientos filosóficos, técnicos y científicos están en la base del éxito económico burgués. Pero no el pensamiento contrario a ese proyecto, encabezado por Baruch Spinoza, cuya filosofía igualitaria fue perseguida a muerte por la inmensa mayoría de los "ilustrados".

Me viene a la memoria una expresión de Marx del Manifiesto: conquista de la democracia. Si no usamos un concepto muy demediado de democracia reduciéndolo a contiendas electorales con muy diferentes medios, ¿usted ve posible conciliar democracia y el capitalismo realmente existente en unas fases históricas más salvajes e inhumanas? Si fuera que no su respuesta, ¿qué hacer entonces sin soñar mundos ficticios aunque sean agradables?

Marx solo habla una vez de la democracia en el Manifiesto comunista y la identifica con el paso del proletariado a clase dominante. En otros escritos suyos (en los Manuscritos de París, por ejemplo) llega a exprimir la esencia de lo que él considera democracia: en ella el hombre no existe para la ley, sino que la ley existe para el hombre, e insiste en que la Constitución la ley, el estado son solo características que el pueblo se da a sí mismo. La democracia formal de nuestras sociedades modernas no tiene nada que ver con la idea de democracia de Marx. Al capitalismo realmente existente no le molesta lo más mínimo que la gente vote cada cuatro años. Como dijo una vez Golda Meir, si el voto sirviera para algo ya lo habrían prohibido. En realidad no hace falta soñar con mundos ficticios, basta con cambiar el que tenemos.

"La vigilia de la razón" es el título del capítulo IX, el último de su libro. ¿Debemos seguir siendo racionalistas? ¿Incluso después de Hiroshima, y teniendo en cuenta el momento en que estamos, próximos al desastre ambiental y al enfrentamiento militar atómico? ¿No es a eso, a todo eso y a más infiernos, a lo que nos ha llevado la racionalidad tecnocientífica contemporánea?

De alguna manera, ese el punto de la Escuela de Frankfurt contra la Ilustración. Max Horkheimer y Theodor Adorno escribieron en su Dialéctica de la Ilustración que había sido el sueño de la razón el que había producido los monstruos del nazismo y el estalinismo y que por culpa de esa razón la "emancipación" propuesta por la Ilustración había conducido de nuevo a un periodo de barbarie, de lo que deducían que los grandes enemigos de la humanidad eran la tecnología y las instituciones del mundo contemporáneo. Este libro procedía de una conversación que Horkheimer y Adorno mantuvieron en Nueva York, en 1946, adonde habían llegado huyendo de la Alemania nazi. No tenían razón, pero hay que entender sus emociones en el marco de su tiempo y de sus peripecias personales. También el ayatolá Jomeini dijo que los derechos humanos y la justicia universal no eran más que productos de la razón europea. Siguiendo esa deriva, seguramente habría que acusar a Einstein de genocidio. El desastre ambiental y el enfrentamiento atómico al que te refieres no surgen de la razón, sino, precisamente, de la irracionalidad y de las vísceras; no hay más que pensar en lo razonables que son sus principales protagonistas: Trump y Kim Jong-un.

Cambio un poco de tercio si no le importa. El Romanticismo impugna el racionalismo ilustrado y exalta los sentimientos, se suele afirmar. El nacionalismo, se afirma también, es hijo del Romanticismo: "apela a las emociones, a las vísceras y proyecta mundos imaginarios, fantásticos". Son palabras suyas; también éstas: "Y los nacionalistas han sustituido el mundo por una novela de ciencia ficción. El imaginario nacionalista se asemeja al del cristianismo primitivo: los pobres heredarán la tierra. En el caso catalán, los catalanes heredarán esa tierra prometida que llaman República Catalana". Pero si es así, si la metáfora que usted nos regala es exacta, si el nacionalismo ideológico tiene contornos de creencia religiosa, ¿cómo avanzar, cómo aproximarnos, cómo disolver la situación de alta tensión que se ha ido creando y que se sigue creando por ejemplo aquí, en Cataluña?

Muchos nacionalismos tienen una base religiosa indiscutible. Acordémonos del "Gott mit uns", del "Por Dios, por la patria y el rey", de los nacionalismos más racistas, o del "Dios es inglés" o "Dios es belga" de los brutales colonizadores europeos de África. Por las venas del nacionalismo catalán también corre la mística: "Catalunya serà cristiana o no serà" es un mot de ralliement que compartieron elites eclesiásticas y laicas: Torras i Bages y Prat de la Riba; Vidal i Barraquer y Cambó, Aureli Escarré y Jordi Pujol…. con la sanción "modernizadora", como siempre, de la intelligentsia pesebrista: D’Ors, Riba, Calvet, Cardó, Galí, Triadú, Cahner, Comín… Y precisamente "cristiana", no católica, que tiene una dimensión universal. El cristianismo catalán es de souche terrienne, muy adecuado para una sociedad de propietarios rurales y de pagesos y masovers cuasipropietarios que entregan sus hijos a una iglesia que, teóricamente dependiente de Roma, crea estructuras propias independientes e incluso su propio Vaticano en Montserrat, que ilumina, solo, "la catalana terra". De esa sociedad de kulaks, que cree no tener en su seno contradicciones de clase porque las resuelve la caridad cristiana, se nutrirán el irracionalismo carlista, el nacionalista e, incluso, el independentista.

Los hijos y nietos de esa Cataluña rural desarrollarán las estructuras comerciales, industriales y bancarias del Principado sin abandonar nunca su cristianismo étnico, una fe –más que una religión— muy parecida al acomodaticio anglicanismo, que será uno de los mecanismos de control social de la burguesía británica, espejo lejano e inalcanzable de la catalana. La fuerza de cohesión ("fem pinya"), el sentido de identidad ("un sol poble"), la ortodoxia ("nosaltres sols") y la carga soteriológica del cristianismo ("Catalunya serà cristiana o no serà") se convertirán en las señas de identidad dominantes, porque son las de la clase hegemónica ("el pal de paller"). De todas ellas, la soteriología será el instrumento principal de la razón práctica de los dirigentes catalanes (que siguen siendo buenos cristianos, por supuesto, como lo son Puigdemont o Junqueras) que, llegado el momento, avisarán al conjunto de los creyentes –la comunión de los santos- de la inminencia del Santo Advenimiento, desatando una pulsión de urgencias, un fervor de corte milenarista, que roza el éxtasis. Por eso no se puede comprender la ceguera de los gentiles ni su blasfemia al no reconocer el reino de dios en la tierra. El paso de "Catalunya serà cristiana o no serà" a "Cataluña serà independent o no serà" es casi automático. Y cargado de un irracionalismo militante que, pasado el Milenio, puede derivar en un martirologio sacrificial.

Cuando trabajó de joven en la editorial Ariel coincidió con Manuel Sacristán. Como usted también es traductor déjeme preguntarle por la labor socrático-traductora del autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger. ¿Fue un buen traductor? El mismo comentó en una entrevista con la revista mexicana Dialéctica en 1983 que una parte de sus traducciones fueron pane lucrando.

Es bien cierto que Manuel Sacristán tuvo que ganarse la vida recurriendo a la traducción. No fue, en principio, voluntad suya. Su vocación era universitaria, pero en 1965 fue expulsado de la Universidad de Barcelona por su militancia comunista. Tres años antes le habían negado la cátedra de Lógica de la Universidad de Valencia por la misma razón. A pesar de que en 1972 la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona le contrató de nuevo, al finalizar el curso no le renovaron el contrato y, más tarde, siempre que le permitieron volver a enseñar, lo tuvo que hacer en precario, con contratos temporales hasta poco antes de su muerte, cuando ocupó, durante unos pocos meses, una cátedra extraordinaria.

De modo que Manuel Sacristán tuvo que ganarse la vida sobre todo traduciendo. Como escribió el mismo, se pasó la vida "de trabajar para una editorial a la Universidad y viceversa". Sacristán era un gran traductor del alemán, del inglés, del francés, del italiano… era un gran traductor de cualquier idioma porque lo que dominaba como nadie era la lógica, la semántica y las leyes internas de la lengua castellana. Sacristán tradujo e introdujo en España el primer libro de Marx publicado desde la guerra civil, Revolución en España, bajo el seudónimo de "Manuel Entenza", uno de los varios que utilizaba ("Juan Manuel Mauri", "Máximo Estrella"…) para escapar al control de la policía franquista. La lista de autores que tradujo bajo su propio nombre es apabullante: Marx, Engels, Lukács, Gramsci, Adorno, Hull, Quine, Galbraith, Bunge, Copleston, Havemann, Dutschke, Dubcek, Korsch, Marcuse, Schumpeter… Tradujo un promedio de seis libros por año durante muchos años. Por otra parte, la calidad de su trabajo, las peticiones que recibía, le permitieron escoger y proponer textos de agitación cultural que las editoriales aceptaban sin rechistar. Él mismo lo expresaba así hacia el final de su vida: "Al traducir no solo me ganaba la vida, sino que colocaba producto intelectual en la vida cultural del país".

Jamás se quejó de su trabajo de traductor, pero es obvio que si hubiera destinado ese tiempo a escribir su propia obra en libertad esta habría sido intelectualmente muy poderosa… y muy "peligrosa". Como escribió Francisco Fernández Buey, su mejor discípulo: "Si Manuel Sacristán solo hubiera escrito la monografía sobre Heidegger, que fue su tesis doctoral, y la Introducción a la lógica y al análisis formal, ya con eso habría entrado en la historia de la filosofía universal como un filósofo importante del siglo XX, como un filósofo de los que tienen pensamiento propio".

Usted ha sido durante años militante del PSUC si ando errado. Aparte del PSUC-viu y de Iniciativa, no queda mucho de aquel gran proyecto político. ¿Se arrepiente de aquellos años de militancia? ¿Cómo puede explicarse la grandeza y ahora casi desaparición de ese proyecto transformador socialista-comunista con muy fuerte arraigo social?

El PSUC fue una máquina de guerra casi perfecta contra el franquismo. Tras el fracaso de la "huelga nacional pacífica" en 1959 (una fantasmagoría de Carrillo y compañía), su alma de frente popular le llevó a tratar de aglutinar en una sola fuerza la lucha contra el fascismo. Apoyó el movimiento obrero, la agitación estudiantil universitaria, las fuerzas de la cultura, de los colegios profesionales, de las asociaciones vecinales y de ciudadanía, incluso la herejía obrerista de la Iglesia católica. El PSUC fue la fuerza política tras la CONC, la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes, de la Taula Rodona Democràtica, de la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques de Catalunya, de la Assemblea Permanent d’Intel.lectuals de Catalunya y de la Assemblea de Catalunya, que llegó a contar con 45 partidos y organizaciones cívicas. En 1978 el partido de los comunistas catalanes alcanzó la cifra de 40.000 militantes, algo que el resto de partidos no podía ni soñar. Nadie, nunca, llegó a preocupar tanto al Régimen como el PSUC.

Junto a su incesante voluntad de unificación de las fuerzas antifascistas, que le supuso renunciar a políticas que más tarde le pasarían factura, otro de los signos de identidad del PSUC fue constituirse en un partido "nacional y de clase", otro paso que tendría graves consecuencias en el futuro. Sin embargo, en las elecciones de 1977, el PSUC consiguió más del 18 % de los votos que, junto con el 28,38 % obtenido por el PSC, hubiera permitido una Cataluña gobernada por la izquierda (la derecha solo consiguió el 33%). Pero el anticomunismo vulgar de Joan Reventós y el anticatalanismo garbancero de Felipe González y Alfonso Guerra lo impidieron. Aun así, la derecha catalana, asustada, recurrió a sus correligionarios españoles para hacer frente al "peligro rojo". Diseñaron entonces la operación Tarradellas que consiguió desmontar las plataformas unitarias, liberar de compromisos "frentepopulistas" a los distintos partidos y, pese a que la izquierda volvió a ganar las elecciones generales y municipales de 1979, facilitar el triunfo de la derecha catalana y cristiana en las elecciones al Parlament de 1980 que entronizaron en el poder a Jordi Pujol durante 23 años.

A partir de ahí, estallaron todas las costuras del PSUC dejando al descubierto sus contradicciones externas -la soterrada pero inacabable lucha con el PCE por mantener su independencia- e internas: ruptura entre los cuadros sindicales y la dirección, lucha de los aparatchikis por el control del partido; defección de la mayoría de los intelectuales burgueses que –tras un recorrido por el utopismo- regresaron a los espacios propios de su clase: a CiU, al PSC o incluso al PP. Pero lo peor de todo fue perder su capacidad de movilización "en un proceso en que el desarme ideológico impuesto por el PCE lo arrastró finalmente a la destrucción" (Fontana). Tras el 5º Congreso del partido, en 1981, la militancia se había reducido a 12.000 afiliados.

La politiquería, el tacticismo y el posibilismo de los dirigentes del PSUC, ansiosos de tocar poder, naufragaba en el marco temporal de los años 80, tan distinto del de los 60, y le dejaba, al fin, ante el cruel dilema histórico del movimiento socialista: revolución (ya imposible) o reforma (donde habría de competir con los demás partidos). Al no poder resolverlo, el PSUC quedó anclado entre dos orillas, in mezzo al guado. La dirección del partido se equivocó muchas veces, pero, como escribió Manuel Sacristán "ninguna historia de errores, irrealismos y sectarismos es excepción en la izquierda española".

Si en los años 80 Cataluña, con la inexorable reducción del sector secundario, se había convertido ya en una sociedad de clases medias controlada por la burguesía de "soca-rel", a partir del ingreso de España en la Unión Europea y, sobre todo, del derrumbe del "socialismo" de la Unión Soviética y el triunfo del capitalismo neoliberal, en el siglo XXI las hijuelas del PSUC, de verde o de violeta, no tenían nada que ofrecer a una "sociedad opulenta" (Galbraith). El movimiento de los indignados ante la gran recesión iniciada en 2007 pareció encender, por un momento, la vieja chispa igualitaria, pero su deriva en Podem o Catalunya en Comú la ha apagado en seguida sumergiéndola en la vieja charca del modo burgués de hacer política. Los hechos son tozudos: en las elecciones del 21 de diciembre de 2017, los partidos que no se plantean una alternativa al capitalismo coparon 123 de los 135 escaños del Parlament de Cataluña.

La lucha del capitalismo por la desigualdad continúa. Pero siempre nos quedará el viejo topo.

Muchas gracias por sus reflexiones. Y tiene razón: siempre nos quedarán el viejo topo y El Viejo Topo.

miércoles, 27 de junio de 2018

Entrevista a Gonzalo Pontón sobre La lucha por la desigualdad (I) “Había mucha luz en las casas de los 'ilustrados', pero las chozas y las viviendas de los pobres seguirían a oscuras durante muchos años”.

Salvador López Arnal
El viejo topo

Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UB. A los veinte años se incorporó a la editorial Ariel y ha sido fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011). Se calcula que a lo largo de 50 años, ha publicado más de dos mil títulos, de los cuales unos mil son libros de historia. En 2016 publicó su primer libro: La lucha por la desigualdad que sido Premio Nacional de Ensayo de 2017 otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

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Déjeme darle mi más sincera enhorabuena por su libro, por su grandísimo libro (que incluye una cronología magistral). 776 páginas, casi 40 páginas de bibliografía comentada, innumerables notas… ¿Cuánto tiempo ha dedicado a la investigación y escritura de su libro? ¿Desde cuándo lo tenía en mente?

Entre 2009 (fecha de mi jubilación oficial) y 2011 dispuse de dos años, vamos a llamarlos sabáticos, durante los cuales trabajé intensamente, y obsesivamente, en investigar las fuentes de mi tema -la heurística-. Luego necesité cinco años más, no tan acuciantes, para redactar La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII.

De los más de dos mil libros que ha publicado a lo largo de 50 años de trabajo editorial, la mitad son libros de historia. ¿Por qué ese interés tan acentuado por la historia? ¿No le importan tanto la filosofía, la literatura, la biología o las ciencias formales por ejemplo? ¿No tienen tanta importancia para saber a qué atenernos en el mundo de hoy?

El lema de Crítica –su programa- al iniciar su andadura, en 1976, era: “Esta editorial, que pretende contribuir a la formación de una cultura crítica, quiere poner al alcance de todos, junto a obras clásicas todavía vigentes, lo más vivo y valioso del pensamiento contemporáneo”. Un vistazo al catálogo histórico de Crítica puede dar cuenta de si esos propósitos se han cumplido, o no. En cualquier caso, una buena parte de lo que he publicado ahí son colecciones, dirigidas por los mejores especialistas, sobre el conocimiento filosófico, político, económico, social, literario, científico y artístico. Otro tanto puedo decir de Pasado & Presente, donde he seguido publicando libros de esa misma temática, quizá aún con más intensidad, tratando de ser fiel al lema de esta editorial: “Pasado & Presente quiere ofrecer al lector las reflexiones más rigurosas sobre nuestro pasado (histórico, científico y cultural) y al mismo tiempo intervenir, con espíritu crítico y curioso, en el debate intelectual y moral del presente. Esto es, pensar el futuro”. Es cierto que en ambos textos programáticos sobrevuela la voluntad de un cierto historicismo, y es un hecho que debo haber publicado cerca de mil títulos de historia, seguramente por dos razones: primero, por mi propia formación académica y, después, por mi concepción de la historia como ciencia y como arma: para interpretar el mundo y para tratar de cambiarlo.

La lucha por la desigualdad es el título de su libro. ¿Quiénes lucharon por la desigualdad? ¿Con qué objetivos: más dinero, más riqueza, más poder político, voluntad de poder en estado puro?

Entiendo la lucha por la desigualdad en el contexto de la lucha de clases. Cuando la clase dominante ve peligrar su posición por la amenaza de las clases subalternas, utiliza todo el poder que puede conseguir para preservar sus privilegios y la injusticia de su dominio -su desigualdad-, que defenderá a muerte. Así, la aristocracia feudal contra la burguesía; la burguesía contra el proletariado.

El subtítulo del ensayo: “Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII”. ¿Qué límites tiene ese mundo occidental al que hace referencia? ¿Por qué el siglo XVIII? ¿Qué tiene de especial ese siglo que solemos llamar el siglo de la Ilustración? ¿Por qué no los siglos de Bruno o Galileo?

La larga sombra del siglo XVIII se proyecta aún sobre el siglo XXI. En aquella época se produjo un salto cualitativo en los niveles de desigualdad europeos, un “equilibrio puntuado”, en términos evolutivos. Hasta entonces la desigualdad tenía bases esencialmente agrarias, las propias del régimen feudal, lo que la hacía permanente, pero estática. Tras la acumulación primitiva de capital que supuso un comercio cada vez más predatorio, el capitalismo inició un nuevo avatar: el manufacturero basado en el carbón y el algodón, los pilares de la Revolución industrial. A diferencia de lo que había ocurrido con el capitalismo comercial, este paso no requirió grandes inversiones, pero sí una mano de obra numerosa e indigente. La encontró en los campesinos, que los terratenientes habían desahuciado del campo, los artesanos de las ciudades, ahora proletarizados tras la destrucción de sus gremios, y en el saldo demográfico que llenaba las ciudades de miserables. La explotación de esa mano de obra cautiva, sobre todo de mujeres y niños, dentro del continente europeo, y la de los esclavos –negros y blancos— que extraían las materias primas en las colonias, fue inmisericorde, pero determinó el espectacular éxito económico de la burguesía.

Dueña del poder político y económico, la burguesía vio en el consumo de artículos y mercancías, que antes había sido exclusivo de la aristocracia feudal, la satisfacción de su éxito. Se lanzó entonces a un sistema de producción cuya única finalidad, como había establecido Adam Smith, era el consumo. Ese modelo económico desde el lado de la oferta, iniciado a finales del siglo XVIII pero que ha llegado a la exasperación en nuestros días, ha llevado a las clases subalternas a supeditar la vida a la consecución de los recursos económicos necesarios para sobrevivir en el capitalismo, a la abolición del ocio y a la renuncia a la educación y la cultura, pero también a la dilapidación, hasta entonces desconocida, de materias primas semielaboradas y a la extenuación de los recursos naturales del planeta, que es aún el modelo de sociedad en que vivimos hoy.

Con el fin de blindar su poder en el tiempo, la burguesía se dotó de referentes doctrinales que sancionaran su legitimidad sin que se alterara el orden social. Se alió entonces con los miembros más proclives del Antiguo régimen y con la intelligentsia, los “ilustrados”, para formar una elite de nuevo cuño que controlara los medios de comunicación y la opinión pública. Esta nueva elite estableció sus propios ámbitos de socialización en los que tejió una red de vínculos familiares, económicos y políticos que le permitió un acaparamiento de oportunidades y el acceso a una bolsa de valores de información privilegiada y exclusiva que impermeabilizó férreamente ante las clases subalternas. Para ello creó instituciones educativas específicas para sus miembros al tiempo que se oponía ferozmente a la alfabetización y escolarización de las clases subalternas, expulsándolas tanto de la formación no deseada como de la información privilegiada. No solo eso: acuñó un lenguaje específico -una “imagen manifiesta” (Dennett)- en contraposición a la realidad, que establecía en la conciencia colectiva una reverencia acrítica hacia las directrices de las elites que se presentaban no solo como infalibles, sino como las únicas posibles, ya que la sola alternativa era la “anarquía”.

Se consiguió, así, consolidar una desigualdad categórica: desigualdad económica, sí; pero también desigualdad intelectual: las dos mordazas del tambor con las que el capitalismo controla, todavía hoy, a la sociedad global.

El prólogo del libro lo ha escrito Josep Fontana. ¿Ha sido profesor, maestro suyo? ¿Qué papel cree usted que ha jugado el profesor Fontana en la historiografía española de estas últimas décadas?

Josep Fontana es, sin discusión, el mayor historiador español de la segunda mitad del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Su obra como historiador, tanto desde la cátedra como en la investigación, es de una amplitud, de una densidad y de una intensidad admirables. Desde sus trabajos sobre las bases económicas y fiscales de las sociedades del Antiguo régimen hasta sus más recientes y comprometidos libros de historia del siglo XX, pasando por sus abundantes reflexiones sobre el oficio de historiador y el papel de este en sociedades en crisis, el profesor Fontana ha conjugado el análisis histórico de sociedades pasadas con el destino de los hombres y mujeres de hoy para denunciar la explotación del hombre por el hombre y la necesidad de seguir luchando para construir un mundo mucho más justo e igualitario, es decir, más humano.

En el prólogo, el doctor Fontana comenta que usted ha construido una máquina de guerra “que desarrolla poderosamente” con el objetivo de demoler los mitos del siglo de las Luces. ¿Cuáles son los principales mitos que, en su opinión, rodean y envuelven al acaso mal llamado “siglo de las luces”?

Las “luces” es un vocablo usado desde el Renacimiento con la misma intención que en el siglo XVIII. No quiere decir nada más allá de que se opone a la pretendida oscuridad de la Edad Media (cf. Dark Ages). Pero bajo la advocación de “siglo de las Luces” se ampara la pretensión burguesa de haber abierto entonces las ventanas a la educación y al conocimiento. Es cierto, pero no es la verdad. “Para que la sociedad sea feliz, y la gente se sienta cómoda en las peores circunstancias, es necesario que existan muchas personas que, además de pobres, sean ignorantes”, escribía Bernard de Mandeville en los años veinte del siglo XVIII. Para luchar por su desigualdad, la burguesía creó instituciones educativas específicas para sus hijos y desdeñó la enseñanza de las viejas e inútiles universidades. Al mismo tiempo, se opuso ferozmente a la alfabetización y escolarización de las clases subalternas, especialmente las campesinas -un trabajo propio de las bestias de carga, según el ilustrado Forney- para que se mantuvieran en el lugar que les había asignado la divina providencia; es decir para que trabajaran sin descanso y para que no pusieran en cuestión el nuevo orden social burgués: “No hay arma más peligrosa que el conocimiento en manos del pueblo al que hay que engañar para que no rompa sus cadenas” (Philippon de la Madeleine).

Había mucha luz en las casas de los “ilustrados”, pero las chozas y las viviendas de los pobres seguirían a oscuras durante muchos años.

Abre usted su libro con una de Cervantes , Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, capítulo XX. La copio: “¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener, aunque ella al de tener se atenía”. ¿Es una ley histórica universal? ¿Es la conjetura del Manifiesto formulada siglos antes y acaso con otro lenguaje? ¿No hay otra ni puede haber otra?

¿Qué eufemismo usa la lengua inglesa para no tener que decir ‘pobres’ y ‘ricos’?: Los ‘have’ y los ‘have-not’, los que tienen y los que no tienen. Los ‘have’ cada día tienen más y los ‘have-not’ cada día menos. No es una cuestión específica del siglo XVIII. Si en 2007, al empezar la gran recesión, 500 familias disponían de la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad (3.500 millones de personas), en 2015 se habían reducido a 62 y en 2018 van a ser, quizás, una decena, cuyos nombres son bien conocidos: Jeff Bezos, Bill Gates, Warren Buffett, Amancio Ortega, Mark Zuckerberg, Bernard Arnault, Carlos Slim, Larry Ellison, Larry Page e Ingvar Kamprad, que han ganado, solo en 2017, 149.000 millones de dólares.

Hoy hay más de 1.000 millones de seres humanos que viven en la pobreza extrema; otros 500 millones ganan 1,5 $ al día; mueren seis millones de niños por falta de alimentos y medicamentos cada año y otros 125 millones están sin escolarizar.

En una entrevista de finales de 2017 usted señaló que cualquier opinión sobre un período político debe situarse en el contexto histórico. De acuerdo, muy de acuerdo. Si aplicamos su razonable observación al período que ha estudiado, ¿no es acaso demasiado crítico con el siglo de la Ilustración? ¿No es demasiado exigente cuando afirma (son sus palabras de cierre) que la Ilustración no fue un movimiento original y unitario, paneuropeo, destructor del cristianismo, padre de la democracia, defensor de la igualdad y redentor de los oprimidos? ¿No hay una parte de la Ilustración que sí que fue eso?

Creo que lo que yo he hecho en mi libro (o, por lo menos, he intentado hacer) ha sido precisamente situar la Ilustración en su contexto histórico, el contexto de las Revoluciones burguesas, y probar que la cultura que prevaleció fue la cultura de las clases hegemónicas. Los burgueses del siglo XVIII obtuvieron la cobertura intelectual que necesitaban de los intelectuales de su clase, no de improbables “intelectuales” plebeyos, que no existían. Los philosophes franceses, los economistas políticos británicos, los pietistas de Prusia, los cameralistas de Austria, los jurisdiccionalistas italianos y hasta algunos de los proyectistas españoles –es decir, los “ilustrados”-- defendían sin fisuras una sociedad basada en la libertad, la propiedad, la jerarquía y el orden, dictada por Dios e inmutable en el tiempo. Como escribió Diderot –el más decente de todos los “ilustrados”—: “La sociedad será feliz si la libertad y la propiedad están garantizadas […] En la democracia, incluso en la más perfecta, la igualdad entre sus miembros es una quimera […] El populacho es demasiado estúpido, demasiado miserable y está demasiado ocupado como para ilustrarse”. Y como escribió Voltaire –el más indecente de todos ellos--: “Los hombres están divididos en dos clases, una la de los ricos que mandan y, otra, la de los pobres que sirven. El género humano no puede subsistir sin que haya una infinidad de hombres útiles que no posean absolutamente nada. […] El hombre común ha de ser dirigido, no educado: no merece serlo… Nueve de cada diez ciudadanos deben seguir siendo ignorantes, porque el vulgo no merece ser ilustrado y se le debe tratar como a los monos”.

Por lo demás, permítame insistir, si la Ilustración no fue eso, ¿qué fue entonces en su opinión?

Ya lo explicó Kant en ¿Qué es la Ilustración?, en diciembre de 1783, tan desgraciadamente, y tan parcialmente, traducido al castellano. El texto completo de Kant a la pregunta del pastor Johann Friedrich Zöllner se inscribe en una defensa de la libertad de opinión pública, es decir de la Öffentlichkeit burguesa. Según Kant, los hombres deben abandonar su falta de madurez y utilizar los conocimientos que ya tienen con independencia de lo que digan otros. El famoso Sapere aude! procede de Horacio y se halla en el contexto de una pulsión pragmática y utilitaria, con una apelación a no perder tiempo. Lo que hace Kant es lanzar un reto intelectual a todos aquellos que, disponiendo como disponen de los conocimientos de la Revolución científica, y de las obras filosóficas y económicas de su tiempo, no deben ignorarlas viviendo con la placidez de un rústico, sino que deben ponerse a la tarea sin pérdida de tiempo. ¿Qué tarea? La construcción de la sociedad burguesa, prescindiendo del mundo del Antiguo régimen, porque este no iba a cambiar por sí solo. La Ilustración se erigió, así, en el intelectual orgánico de la burguesía.

Voltaire, Montesquieu, D’Holbach, Locke, incluso Diderot y Rousseau componían una suerte de «gauche divine», según sus palabras, al compartir la misma conciencia de clase hegemónica. Le s horrorizaba, también son sus palabras, “que los niños campesinos fueran a la escuela y dejaran de labrar los campos, no sabían lo que es la solidaridad, apelaban más bien a una vaporosa fraternidad universal”. ¿No podríamos decir que también ellos hicieron o contribuyeron a hacer lo que podía hacerse y que no fue poco, lo mismo que usted ha comentado al hablar de nuestros años de transición en esa entrevista a la que hacía referencia anteriormente?

Empiezo por el final: a diferencia de lo que pasó en la transición (yo prefiero llamarla ‘transacción’), los ilustrados de toda Europa no vivían bajo la amenaza cierta de un golpe militar. Su mayor amenaza era la Iglesia católica (ni siquiera eso en los países protestantes), que no era despreciable, como explico en mi libro, pero que no tenía nada que hacer si el poder burgués del estado decidía intervenir. Sostengo que los que llamamos ilustrados dieron cobertura intelectual a la clase dominante (a la que casi todos pertenecían) y eso me parece totalmente razonable. Pero es radicalmente falso que no pudieran hacer otra cosa. Algunos intelectuales del siglo XVIII como Boulanger, Maréchal o Babeuf, en Francia; John Millar o Mary Wollstonecraft, en Gran Bretaña; Bergk o Erhard, en Alemania; Radicati, en Italia, Ramón Salas, en España, etc. se arriesgaron a perder la cátedra, la libertad e, incluso, la vida para defender una sociedad más justa, más culta, menos desigual. Todos ellos aparecen en mi libro, pero no en el repertorio heredado de la Ilustración que durante más de dos siglos nos ha brindado, sospechosamente, un relato casi sin fisuras sobre sus logros y los pretendidos valores universales que nos legaron sus autores. ¡Qué coincidencia que no aparezca ninguno de los que acabo de citar!. Justamente en línea con mi afirmación de que hay que situarse en el contexto de una época para analizarla, la propaganda burguesa lo ha hecho ignorando las realidades económicas y sociales del contexto en que aquellos intelectuales escribieron sus obras, separándolos de su tiempo en una iconografía exenta e ignorando los textos, los pasajes o los párrafos que no convenían porque desmienten de forma palmaria muchos de los méritos que han atribuido a aquellos intelectuales, hijos, al fin, de su tiempo y comprometidos con él.

Permítame insistir un poco más. ¿No fueron Marx, Engels, Jenny Marx, Bakunin y tantos otros, unos ilustrados heterodoxos? A ellos sí que les importaba que los niños campesinos fueran al colegio. Francisco Fernández Buey tal vez hubiera dicho de ellos que eran “algo más que ilustrados”.

Justamente Marx et alii demuestran lo que acabo de escribir. Todos ellos eran burgueses, como Boulanger, Millar o Erhardt, pero desclasados como ellos. Y no solo no ejercían de tales, sino que se rebelaban contra su clase. El mundo que quería construir Marx no era el de la revolución burguesa, sino el de la revolución proletaria. ¿Quién si no un burgués, con la formación y la educación burguesa, podía escribir El Capital? ¿Acaso hubiera podido hacerlo Helene Demuth, tal vez Friedrich Lessner?

No, no hubieran podido. Descansemos un momento si no le importa.

De acuerdo.

Fuente: El Viejo Topo, marzo de 2018.

jueves, 15 de marzo de 2018

_- El Sistema Nacional de Salud español: ¿Cómo se originó? ¿Qué logró? ¿A dónde debería ir?

_- Para la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, por su ingente, generosa y dedicada labor durante décadas en defender y promover una sanidad pública universal, de calidad, eficaz, eficiente, equitativa y humana.



Muchas gracias por la invitación. Me han pedido que haga una presentación general sobre las ambiciosas preguntas formuladas en esta interesante Jornada. Aunque es imposible hablar de todo, quiero plantear algunas ideas que nos permitan reflexionar sobre los cambios y perspectivas de las políticas de salud y equidad en el Estado español. Trataré varios aspectos que me parecen de especial interés: los principales rasgos asociados a la configuración y evolución de la mercantilización del Sistema de Salud español, las principales contradicciones del Sistema, y algunos de los desafíos que me parece más importante encarar.

Evolución y rasgos históricos
Aunque siempre es arriesgado plantear las fases de un determinado momento histórico, y puede haber distintas propuestas cronológicas,[1] desde el punto de vista de su mercantilización me parece que no me aparto demasiado a la realidad si analizamos la evolución del Sistema de Salud en cuatro grandes etapas. Un primer período de reordenación y reforma inicial del sistema que abarca prácticamente desde la aprobación de la Constitución en 1978 hasta la Ley General de Sanidad en 1986. Una segunda etapa que incluye una serie de avances reformistas con fuertes tendencias privatizadoras que abarca la década que va desde 1986 hasta 1996 cuando el Partido Popular (PP) de Aznar gana las elecciones. Un tercer período que profundiza el avance neoliberal mercantilizador que iría desde 1996 hasta 2012 con la aprobación de un regresivo Real Decreto que transforma la sanidad. Y finalmente, la etapa que va desde 2012 hasta finales de 2017, con un fuerte desarrollo mercantilizador pero también con una notable reacción social y popular contra los recortes y el avance conservador.

Reordenación y reforma (1978-1986)
Por lo que hace a esta primera etapa, vale la pena recordar que el franquismo nos dejó una sanidad fragmentada y centralizada, con grandes desigualdades sociales y de salud, una atención sanitaria deficiente, sobre todo la hospitalaria, con un sistema de gestión ineficiente y antidemocrático, y un sistema de salud pública enormemente limitado en cuanto al control, la planificación, la vigilancia y evaluación epidemiológica, la salud laboral y ambiental o el control alimentario, por sólo citar algunos apartados importantes. Baste recordar por ejemplo el lamentable episodio del fraude alimentario causado por el llamado síndrome del aceite tóxico o enfermedad de la colza a partir de mayo de 1981. Además del desastre de salud pública que causó más de 1.000 muertes y más de 20.000 afectados,[2] el episodio daría para realizar una serie de televisión o una película de Almodóvar con un gran número de situaciones trágico-cómicas.[3]

Durante esa primera etapa que coincide con los gobiernos postfranquistas de Adolfo Suárez entre 1977 y 1982, y la primera legislatura del PSOE tras su aplastante victoria a finales de octubre de 1982, se crea el Ministerio de Sanidad al que se asignaran las competencias de Salud Pública en la forma de una Dirección General, se desmonta la estructura del Instituto Nacional de Previsión (INP), que incluye el Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) de 1944. En 1978, el INP se desdobló en entidades gestoras, correspondiendo al INSALUD la gestión de la asistencia sanitaria (el antiguo SOE), que dependía del Ministerio de Sanidad, y se empiezan transferir competencias a las Comunidades Autónomas. Primero será Cataluña en 1981, y luego Andalucía en 1984, el País Vasco y la Comunidad Valenciana en 1988, Galicia y Navarra en 1991 y Canarias en 1994. Las comunidades adquirirán cada vez mayor peso económico y político, donde una parte muy importante de su presupuesto global será dedicado a la sanidad. Sin embargo, durante esos años de inicio de la transición política se hizo muy poco para solventar la crisis sanitaria existente ya que persistieron los problemas de salud existentes durante el franquismo: la fuerte inercia del sistema con múltiples deficiencias e ineficiencias en los servicios sanitarios, la ideología biomédica hegemónica y la medicalización de la salud existentes, la creciente parasitación del sector público por el sector privado, y la existencia de desigualdades.

Para entender un poco mejor el contexto que se vive en ese momento histórico, centremos la atención en Cataluña, lugar donde existía un fuerte movimiento social y sanitario, reivindicativo y crítico, que analizó y reclamó en diversos informes y libros un cambio radical del sistema sanitario. En un estudio de 1977 sobre el Servicio Nacional de Salud se señala lo siguiente:

“La transformación del actual caos sanitario en un Servicio Nacional de la Salud implica una transformación radical. Supondría una organización sanitaria normalizada (tanto en el sentido de incluir todos los aspectos sanitarios como en el hecho de hacer desaparecer las duplicidades de servicios), con una base territorial (regionalización sanitaria), donde se ponga el acento en la prevención y en la medicina de primer nivel (el hospital pasaría a ser una parte reducida, pero altamente especializada y cualificada, dentro del conjunto sanitario), con una financiación a través de los presupuestos públicos, una vez hecha la reforma fiscal y con una gestión democrática y muy descentralizada”.[4]

Y para completar un poco más ese análisis podemos también observar el diagnóstico que hacía otro estudio[5] promovido por Jordi Gol, un “médico de personas” muy singular,[6] preocupado por la Atención Primaria y la medicina integral y humana:

La falta de una política sanitaria coherente con una planificación, información y evaluación deficientes, así como la dependencia del centralismo y el autoritarismo del gobierno estatal; La hegemonía de la medicina curativa, el olvido de la promoción de la salud, la medicina preventiva y la reinserción social; El exagerado consumismo médico-farmacéutico fomentado por el complejo médico-hospitalario, la ideología individualista y médica de la enfermedad, y la falta de educación sanitaria; La desigualdad entre clases sociales era el factor generador de más desigualdades en la salud y como las mujeres estaban peor atendidas, sobre todo por las insuficiencias de una asistencia primaria y medicina preventiva desprestigiadas e insuficientemente financiadas; El avance del sector privado en detrimento del sector público.

A grandes rasgos, ese es el “diagnóstico” general cuando en octubre de 1982 el PSOE gana las elecciones de forma aplastante con diez millones de votos (48% del total) mientras que la muy conservadora Alianza Popular queda muy lejos con solamente cinco millones (26%). La victoria del PSOE generó una enorme expectativa social basada además en una enorme legitimidad política (una mayoría absoluta de 202 diputados con una participación electoral del 80%). En ese momento se intensifica la necesidad de realizar una reforma sanitaria y se discute profusamente sobre conceptos como “participación”, “promoción de la salud” o el “derecho a la salud”, que están en la cabeza de la mayor parte de quienes quieren mejorar la sanidad y la equidad en salud. En cambio, vale la pena notar que cuando progresivamente se imponga la hegemonía cultural neoliberal, el discurso irá cambiando y las palabras objeto de debate pasarán a ser “gestión”, “eficiencia”, “copagos” y otros conceptos relacionados.

Para ilustrar el momento histórico que en esos momentos se vive y darnos una idea de las luchas políticas que tienen lugar podemos fijarnos en un par de editoriales de El País que, dicho sea de paso, era un periódico bastante más “progresista” de lo que es en la actualidad cuando se ha convertido en adalid de buena parte de las ideas neoliberales. Por ejemplo, una editorial de 1984 señalaba los conflictos, discusiones y luchas ideológicas que en ese momento tenían lugar en el debate de la reforma de la sanidad:

“Los conflictos entre los cargos políticos del ministerio, los roces con el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (administrador de los fondos del Instituto Nacional de la Salud), las tensas relaciones con los sindicatos y con la profesión médica (ante una reforma mil veces anunciada y cuyo comienzo nadie atisba) y los contratos multimillonarios con la industria farmacéutica ocupan mientras tanto la atención de los ciudadanos”.[7]

Dos años más tarde, el 25 de abril de 1986, sólo dos meses antes de las nuevas elecciones generales de junio, se aprobó la Ley general de Sanidad (LGS 14/1986) que crearía el “Sistema Nacional de Salud”. Aunque en años posteriores la LGS ha sido habitualmente valorada de forma muy positiva sus avances por casi todo el mundo, en ese momento la situación no se ve necesariamente de ese modo y, de hecho, se realizan fuertes críticas a las insuficiencias de la Ley. En una editorial de El País de ese año se leen cosas como éstas:

“La Ley general de Sanidad (…) significa la pérdida de una oportunidad histórica para realizar una profunda reforma sanitaria en un país en el que todavía algunos hospitales públicos pueden ser calificados como fábricas de dolor. Varias parecen ser las claves que laten tras este fracaso: por un lado, la falta de interés del propio Gobierno en materia sanitaria, que ha hecho que ésta no figure entre las prioridades políticas y, por tanto, presupuestarias de esta legislatura; por otro, la falta de decisión del Ministerio de Sanidad y Consumo para enfrentarse con los poderes fácticos del corporativismo sanitario y, muy especialmente, con la Organización Médica Colegial, lo que le ha hecho realizar continuas concesiones que han desvirtuado muchos de los aspectos positivos del proyecto inicial”.[8]

Vale la pena recordar que, al igual como ocurrió en otros ejemplos históricos similares, el Colegio de Médicos (la Organización Médica Colegial) dirigido por el Dr. Ramiro Rivera se opuso frontalmente durante esos años a la Ley General de Sanidad, y que la lucha social y política para influir en el resultado final de la LGS que daría paso al Sistema Nacional de Salud fue realmente notable. No obstante, cuando años más tarde se valora lo ocurrido, algunos intentan promover la visión de que derechos sociales tan importantes como la sanidad universal fueron otorgados de forma sencilla, rápida o incluso cómoda. La realidad histórica suele ser muy distinta. Un conocido ejemplo histórico fue el establecimiento del National Health Service (NHS) en Inglaterra tras la Segunda guerra mundial, donde también se produjo una oposición frontal por parte de los médicos.[9]

La Ley General de Sanidad se articuló bajo tres principios básicos: reorganizar la Atención Primaria, fomentar la participación comunitaria, y realizar políticas intersectoriales. Entre los resultados positivos más destacados de la LGS podemos citar los siguientes puntos: la casi universalización de la cobertura sanitaria, la creación de la especialidad de Medicina familiar y comunitaria, una mayor unificación administrativa de la red asistencial, y la mejora en la calidad de la atención. Sin embargo, los problemas de la sanidad continuaron, hubo resistencias de todo tipo, persistieron las insuficiencias y la visión tecnocrática y biomédica de la sanidad sin que se cumplieran muchos de los objetivos, valores, y principios presentes en el espíritu y las reivindicaciones sociales por lograr un sistema más humano, social e igualitario.

Avances reformistas y tendencias privatizadoras (1986-1996).
La Ley General de sanidad en España fue la última de las leyes de sanidad reformistas asociadas al Estado de bienestar aprobadas en Europa, en un momento en que ya desde los años 70 con el golpe de Estado en Chile y los gobiernos de Thatcher y Reagan emergían en el mundo el neoliberalismo[10] y la ola de privatizaciones de los sistemas sanitarios públicos. En efecto, sobre todo a partir de los años 80, junto a fenómenos como el aumento de inversión turística o inmobiliaria en las ciudades, y la llamada “financiarización” de la economía, el gran poder económico verá la salud como un lugar crucial donde invertir y hacer negocios. Ese es un punto clave porque de hecho casi cualquier cosa puede hoy día convertirse en una enfermedad o en un problema de salud. Así pues, en esos años el sector sanitario público se situó por tanto bajo el punto de mira de gobiernos conservadores, instituciones internacionales y grandes empresas (farmacéuticas, seguros, tecnológicas y hospitalarias), aumentando progresivamente la presión para mercantilizar la sanidad. Un ejemplo de ello fueron los informes del Banco Mundial, en que de forma algo disimulada se empiezan a plantear rasgos que poco a poco van a convertirse en características clave del neoliberalismo.[11]

Uno de los lugares del Estado español donde antes se produjo un desarrollo precoz en los procesos de mercantilización de la sanidad fue en Cataluña. Desde hace muchas décadas en Cataluña había existido una concepción privada de la sanidad donde las fundaciones privadas, eclesiásticas y el mundo empresarial tuvieron mucho espacio. Ya en los años 80 junto a las transferencias en sanidad emergieron los procesos privatizadores y mercantilizadores.[12] Esos procesos fueron combinando varias estrategias. Por un lado, el “síndrome del goteo” donde se trata de ir haciendo una pequeña reforma por aquí y una pequeña reforma por allá, y poco a poco, como quien no quiere la cosa, se van generando y ampliando cambios de mucho calado. Y por otro lado, al mismo tiempo, se va a ir produciendo también lo que la periodista canadiense Naomi Klein ha llamado el “síndrome del shock”, es decir, episodios abruptos de cambio donde la gente se queda paralizada, sin respuestas, y sin saber muy bien cómo reaccionar.[13]

Un proceso similar ocurrió por ejemplo en Cataluña en 1990 con la aprobación de la Ley de Ordenación Sanitaria de Cataluña (LOSC). La LOSC puso en marcha y legitimó las llamadas teorías de mercado de la "Nueva Gestión Pública" (NGP) que proponían la separación entre compra y provisión de servicios, fomentando la creación de un extenso sector público empresarial. Durante esos años, Cataluña tenía una situación diferente a la del resto de España: en 1986 la relación entre provisión privada/pública era de 70/30 en Cataluña, mientras que en el resto del país era la inversa. La LOSC definió un modelo sanitario mixto, que integraba en una sola red de utilización pública todos los recursos sanitarios, sean o no de titularidad pública, y que recoge una tradición de entidades (mutuas, fundaciones, consorcios, centros de iglesia) históricamente dedicadas a la salud. Y también la LOSC que creó la Red de Hospitales de Utilización Pública (XHUP), para favorecer este proceso de provisión privada con financiación pública.[14]

En el conjunto del estado español, apenas unos años después de la aprobación de la LGS, en 1991 se produce el primer intento estructurado para avanzar en la privatización y mercantilización de la salud a través del conocido “Informe Abril” (Informe y Recomendaciones de la Comisión de Análisis y Evaluación del Sistema Nacional de Salud) generado por la comisión de su mismo nombre, que contó con 9 miembros titulares y un total de 140 expertos, y que fue presidida por Abril Martorell, uno de los hombres de confianza de Adolfo Suárez en la Unión de Centro Democrático. El núcleo del informe planteó la puesta en marcha de nuevas ideas sobre la gestión pública y los copagos, donde se abogaba por avanzar en los puntos siguientes:

Mejorar su eficiencia mediante la separación de garantía del derecho (financiación pública) y provisión de servicios
Introducir supuestos de mercado en la gestión de un servicio público
Establecer un catálogo básico de prestaciones.
Instaurar conceptos como la “prestación adicional” y “complementaria” cofinanciados por el usuario.
Generar un mercado interno en la provisión de servicios sanitarios extendiendo la cultura del contrato-programa.

Si bien en ese momento las resoluciones de la Comisión no prosperaron, se trató del primer intento formal de extender ideas de tipo mercantil en la sanidad que progresivamente, con la ayuda de los medios, la ideología y la propaganda, se irían extendiendo como si de una infección se tratase. Tras el fracaso inicial de la Comisión, Abril Martorell nos dejó algunas perlas de su ideología neoliberal que vale la pena recordar. En una entrevista y ante la pregunta “¿por qué es tan perversa la gratuidad?”,[15] Martorell decía:

“Porque deforma las conductas y los comportamientos del hombre. Porque en el fondo de la naturaleza humana, aquello que no cuesta no se valora lo suficiente, porque se propende a exigir más de lo gratuito, porque cuando uno no paga jamás puede escoger y escoger forma parte de la satisfacción subjetiva.”

Y cuando le señalaban:
“Imagínese que una persona ha tenido un accidente de coche y tiene por delante una larga estancia en el hospital”.

Abril Martorell respondía:
“Me va a perdonar, pero esa persona tiene su seguro de automóvil. Lo primero que tiene que hacer un hospital es curar, pero lo segundo es cobrar”.

Así pues, conviene recordar esas ideas y propuestas para entender un poco mejor el lugar de dónde venimos, y los procesos y luchas que ocurrieron. Y es que a pesar del fracaso inicial de la Comisión, a partir de entonces las fuerzas interesadas en la reforma de la sanidad irían produciendo un goteo permanente de acciones en la dirección apuntada por el Informe.[16] Por ejemplo, en 1992 se constituye la empresa pública Hospital Costa del Sol en Andalucía, donde el sistema incorpora principios de gestión privada a centros que son de titularidad pública, con personalidad jurídica diferenciada. Las empresas se constituyen mediante leyes autonómicas y tienen el control del Parlamento regional. La constitución por la Xunta de Galicia de la Fundación del Hospital de Verín en 1995, es el primer caso de la puesta en marcha de un modelo de gestión privado aprovechando la ley de fundaciones de 1994. En 1996 se pone en funcionamiento otro experimento privatizador, en este caso en atención primaria: son las entidades de base asociativa (EBA), especie de sociedad limitada/cooperativa de médicos que gestionan un centro de salud), primero en Vic y luego en Cataluña durante los Gobiernos de CiU.

Durante esos años, los argumentos ideológicos neoliberales repetidos hasta la saciedad por los mass media han sido permanentes: el sector público es “insostenible” y “burocrático”, el sistema privado es “más eficiente” que el público, la salud pertenece al ámbito personal, los usuarios son responsables de “abusar de la sanidad”.[17] Recordemos que los medios de comunicación de masas, que mejor habría que llamar en demasiadas ocasiones de “desinformación” y “adoctrinamiento”, pertenecen básicamente a los mismos entramados financieros y económicos que están a favor de las políticas neoliberales.

Ascenso neoliberal (1996-2012).
A partir de 1996 se acelera el ascenso neoliberal. El PSOE había entrado progresivamente en decadencia desde hacía años y, aunque ganó las elecciones de 1993, lo hizo por poco. Tres años más tarde, en marzo del 1996, el PP también ganará, aunque también por poca diferencia: 9,7 millones el PP por 9,4 el PSOE. Tras la victoria de Aznar, el goteo neoliberal en la sanidad por lo que hace a la legislación, la gestión y otros ámbitos relacionados se irá acentuando. Veamos de forma muy resumida unos pocos ejemplos que lo ilustran:

El RD 10/1996 sobre habilitación de nuevas formas de gestión del Sistema Nacional de Salud da cobertura legal a los experimentos privatizadores. la Ley 15/97 permite la entrada de entidades privadas en la gestión de los centros sanitarios públicos. La construcción y gestión del hospital de La Ribera en Alzira (1999), abre el camino a la mercantilización de la sanidad y el fomento a “modelos de negocio” privados.

En Madrid, se produce la cesión del hospital de Valdemoro a la empresa de capital sueco Capio (2005).
El caso del “experimento” sanitario privatizador de Alzira en la Comunidad Valenciana bajo la presidencia de Eduardo Zaplana es uno de los más conocidos.[18] Así, se estableció un consorcio en que estaba el grupo Rivera para la gestión, Adesla como aseguradora, Lubasa desde el punto de vista inmobiliario, y Dragados en el tema de la construcción. Todo el “paquete” fue montado para crear una empresa privada que diera cobertura a la atención sanitaria de un área. El caso de Alzira hace referencia a un punto crucial: la cooptación del poder público por el poder privado. Como apuntó en una de sus viñetas el dibujante El Roto: “¡Pero qué aficionados son a gobernar lo público los que todo lo quieren privatizar!”

Como sea que la sanidad es un negocio muy importante que aún puede generar beneficios muchos más amplios, y que hay múltiples estrategias neoliberales para su legitimación,[19] las administraciones públicas de carácter neoliberal, junto a las presiones e influencia del complejo biomédico-farmacéutico y las aseguradoras sanitarias, han ido proponiendo y realizando muy diversas acciones:

Leyes y reformas legales (un claro ejemplo han sido la ley 15/97 el RD 16/2012)
Los desgravamientos fiscales (colectivos e individuales)
La gestión privada y “nuevas formas de gestión” de servicios públicos
El aumento de coaseguramientos privados
La generación de externalizaciones y subcontrataciones
La creación de partenariados público privado (consorcios de empresas y servicios)
Y la realización de inversiones masivas en la industria biomédica, farmacéutica, genética, tecnológica, sistemas información para consumo. Desarrollo mercantilizador y reacción social (2012-2017).

El último período histórico analizado tiene que ver con el progresivo desarrollo mercantilizador de la sanidad y la consiguiente reacción social ante esas políticas. Y es que tras el goteo constante de casi dos décadas llega la ducha de agua fría. El gobierno del PSOE de Zapatero dejó el gobierno en diciembre de 2011, y el gobierno del PP con Rajoy llegará al poder con diez millones de votos (44%) ganando prácticamente en todo el territorio con las únicas excepciones del País Vasco y Cataluña, y la provincia de Sevilla. El PSOE con siete millones de votos (38%) quedará a gran distancia.

El gran poder acumulado por el PP le permitió poner en marcha el Real Decreto-Ley (RDL 16/2012), una auténtica contrarreforma sanitaria que comporta pasar de un sistema nacional de salud a un sistema tripartito basado en los seguros sanitarios para los ricos, la seguridad social para los trabajadores y la beneficencia para el resto de personas.[20] ¿Qué características clave comporta la aprobación de ese RD? Los aspectos más relevantes se pueden quizás resumir en cuatro puntos:
Pasar de un sistema financiado con impuestos directos a uno basado en la cotización social, financiación de un modelo de seguros con el pago del afiliado (asegurado) o el protegido (beneficiario) por la Seguridad Social y copagos.
Se renuncia a la atención sanitaria universal excluyendo a los sectores más débiles de la sociedad española: inmigrantes sin papeles y discapacitados con una discapacidad menor del 65%, entre otros colectivos.
Se niega la sanidad a inmigrantes o personas enfermas socialmente excluidas, el “nuevo” sistema puede acarrear problemas con la saturación de urgencias y la probable aparición de epidemias.
Se crean varios niveles de servicios, lo que apunta a una reducción de las prestaciones básicas y la generación de un sistema de beneficencia que puede “arrastrar” a la clase media hacia los seguros privados.
En ocasiones, el modelo se planteó en forma muy descarada como ocurrió en el caso catalán. Boi Ruiz, quien fue Conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya durante la presidencia de Artur Mas entre 2010 y 2016, ha dejado para la posteridad algunas perlas realmente impagables que son bien conocidas en Cataluña, pero quizás no tanto en el resto del estado español:

“No hay un derecho a la salud, porque ésta depende del código genético que tenga la persona, de sus antecedentes familiares y de sus hábitos...”

“La salud es un bien privado que depende de uno mismo, y no del Estado…”

“Recomiendo hacerse de una mutua sanitaria. Una mutua privada es una solución para el sistema de salud pública… es un derecho que la gente debe poder elegir y que hay que reconocer fiscalmente.”[21]

En efecto, esa visión neoliberal ha tenido éxito. A veces los datos hablan por sí mismos. Entre 2010 y el 2013 los seguros médicos ganaron más de cien mil abonados con un importante ingreso por primas de casi un 11%. Desde 2008, el negocio de seguros médicos privados ha generado 131.000 nuevos contratos aumentando sus ingresos en 227 millones de euros. Sin embargo, la realidad es con frecuencia poco visible y muchos deben ser los esfuerzos por desvelarla.

Para entender algo mejor la opacidad de muchos procesos mercantilizadores quizás nos puede ayudar utilizar una imagen. En 1976 se realizó la película “Todos los hombres del presidente”, donde dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, destaparon el caso Watergate que llevó a la destitución del presidente Richard Nixon. En la película, el periodista que representa Woodward (Robert Redford), está en el sótano de un aparcamiento hablando con su confidente que es un agente del FBI (William Mark Felt, también conocido como deep throat),[22] a quien está intentado sacar la información para desvelar los responsables del caso. En un momento dado, ante la insistencia de las preguntas del periodista, el confidente le espeta “Follow the money, just follow the money” (sigue al dinero, tan solo sigue la pista del dinero). Para entender adecuadamente el conjunto de procesos mercantilizadores de la sanidad de esos años, eso es lo que deberíamos hacer: seguir el dinero, seguir todas las pistas que llevan a entender cómo, dónde y de qué manera se gasta el dinero público, nuestro dinero, el dinero de toda la población. Y por tanto, entender de ese modo cómo se ha avanzado en ese proceso de mercantilización, con qué mecanismos, y qué responsables hay detrás. Son procesos complejos y opacos, que casi siempre llegamos a conocer –al menos en parte- gracias al trabajo de periodistas de investigación valientes como Albano Dante y Marta Sibina de “caféambllet”, que han ayudado a entender muchas de las prácticas y acciones corruptas de la sanidad catalana, en un rompecabezas difícil de conocer e integrar.[23]

Es claro que si uno quiere hacer negocio con el sistema privado ¿qué tiene que hacer? Tiene que parasitar al sistema público, tiene que hacer que el sistema público parezca ineficiente, que no funciona, que hay largas listas de espera, que hay colas, que la calidad es baja, y así un largo etcétera. El neoliberalismo aprendió mucho de la importancia fundamental relacionada con la modificación de las leyes, y donde el papel de los gestores en puestos clave es muy importante: colocar a las personas clave en los lugares clave, bajo un modelo ideológico de gestión empresarial. Es de ese modo como se logra abrir espacios de mercantilización que son los que permiten finalmente hacer negocios y ganar dinero. Y por supuesto, todo ello tiene también que ver con lo que se puede llamar la “promiscuidad” entre el poder económico y el poder político. Es decir, el papel de las puertas giratorias entre políticos y grandes empresas, o entre los grandes consorcios empresariales, tecnológicos y sanitarios a nivel global que mueven sus hilos para hacer negocios. Seguro que les suenan nombres como el grupo Capio, Tecnon, Quiron, entre otros muchos, pero también juegan un papel crucial grupos menos conocidos que conforman las grandes consultoras tan directamente relacionadas con los gobiernos, las llamadas Big Four: Deloitte, KPMG, Ernest & Young, y quizás la más conocida de todas PwC, la empresa de donde proviene por cierto Luis de Guindos, ministro de economía español desde 2011.

Principales contradicciones del sistema
Tras el sucinto resumen histórico expuesto sobre la evolución y procesos mercantilizadores que han tenido lugar en el Sistema de Salud español, debería quedar claro sin embargo que no todo es blanco o negro, que hay muchos grises, y que hay situaciones muy diversas con avances positivos y negativos que comentaré de forma muy esquemática en forma de contradicciones. Por un lado, presentaré aquellos apartados del sistema de salud que han ido mejorando gracias al esfuerzo de personas y colectivos muy diversos: partidos, profesionales, sindicatos, grupos sociales, etc. De otro lado, mostraré otros apartados que no han mejorado o que han empeorado (o que presentan un elevado riesgo de hacerlo). Por un tema de espacio, me limitaré tan solo a enunciar las contradicciones que me parecen más relevantes, aunque me extenderé un poco más en el importante y con frecuencia olvidado asunto de la medicalización de la salud y la generación de daño (iatrogenia).

En primer lugar, la (casi) universalidad y calidad de los servicios vs. los recortes y la subfinanciación crónica del sistema. Vale la pena recordar que en las últimas décadas se han recortado muchos millones de euros y muchos miles de trabajadores y en ese sentido el sistema de salud se ha descapitalizado. Por ejemplo, un estudio ha mostrado como en el año 2015 el gasto sanitario per cápita de España fue de 2.374€ en comparación con 2.800 de la UE.[24] El gasto sanitario español respecto al PIB fue de 9,2 por 9,9 de la UE. En cuanto al porcentaje del gasto sanitario público, éste fue de 71% en España por 79% en la UE. Siempre estamos por debajo. Más allá de cómo nos gastemos el dinero, lo que parece claro es que estamos en una situación de infrafinanciación o de subfinanciación crónica.

La segunda contradicción, es la búsqueda de eficiencia y equidad de la gestión de centros sanitarios versus los procesos de privatización y mercantilización que perjudican la eficiencia y equidad global del sistema.

La tercera, el desarrollo de un sistema de sanidad pública centrado en el diagnóstico y tratamiento versus un modelo de salud pública que sea integrado e integral, o tanto como sea posible, en los planos humano, biopsicosocial y clínico.

La cuarta, el elevado nivel de la atención y calidad hospitalaria que ha crecido y mejorado sustancialmente en muchos sentidos, algo que aparece profusamente en los medios de comunicación, versus el escaso gasto que se dedica a la atención primaria, comunitaria, sociosanitaria y a la salud mental. Es realmente vergonzoso el bajo gasto que tiene lugar en esos apartados del sistema de salud.

La quinta es el alto nivel de calidad y buena formación de la mayoría de profesionales sanitarios, que ha ido aumentando a lo largo de las décadas versus su creciente precarización laboral y migración (el llamado brain drain), donde muchos profesionales marchan a otros países porque no tienen espacio, porque no pueden trabajar, y porque están hartos de trabajar en situaciones de precariedad. Por ejemplo, varios estudios en Barcelona han mostrado la elevada precariedad de los profesionales médicos[25] y de enfermería.[26]

En sexto lugar, la mejora del conocimiento técnico y especializados de los profesionales de la salud vs. la común ausencia de una mirada más humanística e integral de la salud.

En séptimo lugar, el aumento del acceso a medicamentos y tecnología sanitaria vs. un tipo de sanidad muy medicalizada y menudo generadora de iatrogenia. Me voy a detener un poco en este punto porque me parece un tema importante pero que no es comúnmente destacado. Y es que en España, a la vez que hay enfermos que no tienen acceso (o un acceso adecuado) a los medicamentos, un tema grave que hay que denunciar y cambiar, también ocurre el extremo opuesto. Está claro que es bueno y necesario hablar de salud y no sólo de enfermedad, pero hay que ir con cuidado. Y es que cada vez más el objetivo de las grandes empresas farmacéuticas no son solo los enfermos, sino todas las personas. Prácticamente cualquier asunto es potencialmente un tema de “salud”, algo que se relaciona con el consumo y la expansión de numerosos productos y tecnologías. Hace ya casi un cuarto de siglo, una interesante editorial de una revista médica se preguntaba: “¿Qué es una persona sana?” Ante el crecimiento de intervenciones médicas de todo tipo de las últimas décadas, su respuesta era que: “una persona sana es un paciente que aún no ha sido diagnosticado.”[27] La tecnología digital en el campo de la salud ha seguido aumentando con rapidez, y todo hace prever que, para bien o para mal, en muy pocos años vamos a encontrarnos con una masiva revolución digital en el campo médico. Los aspectos positivos son indudables, pero en relación con los malos usos de la medicina hay estudios que muestran resultados muy preocupantes. Por ejemplo, en Estados Unidos, un interesante artículo del 2000 estimaba que la iatrogenia, el daño a la salud producido por la mala o excesiva medicación o tecnología, generaba anualmente entre 230 y 284.000 muertes, y que eso representaba la tercera causa de muerte del país.[28] Un análisis mucho más reciente de 2016 ha estimado que la cifra de muertes por efectos adversos alcanzaba las 400.000 muertes anuales.[29] Sería muy interesante tener estudios detallados del impacto de esa iatrogenia en España y otros países. Por todo ello, no es de extrañar que médicos como Juan Gervas entre otros muchos hagan referencia a la llamada “prevención cuaternaria”.[30] Estamos por tanto ante un tema de gran importancia: evitar el abuso en las intervenciones médicas, controlar la llamada tecnofilia: la creencia de que la tecnología puede arreglarlo prácticamente todo, que va a resolver todos los problemas del mundo: la pobreza, el hambre, la enfermedad, e incluso la muerte. Esa es la reivindicación de un progreso científico-técnico ilimitado, posthumano, como el propuesto por autores relacionados con la Singularity University como Raymond Kurzweil, José Luis Cordeiro u otros eufóricos vendedores mesiánicos de tecnodistopías.[31]

Octavo, el elevado interés y valoración teórica –subrayo lo de teórica- de la promoción de la salud, la prevención y la salud pública versus la ausencia de inversiones y políticas en salud pública, en la salud laboral, la salud ambiental y salud mental, entre otros. Y es que no cuesta nada poner en los documentos, informes o incluso leyes que la promoción de la salud es muy importante, que la participación o la salud pública son cruciales. Sí, está muy bien hablar de la importancia de la prevención, la salud pública, la salud laboral, la salud ambiental, la salud mental… pero al mirar los presupuestos podemos observar la escasa prioridad que todo ello recibe en la actualidad.

Noveno, la visibilización y referencia genérica a los determinantes sociales de la salud y la equidad en documentos y presentaciones públicas versus la falta de acción política sobre estos factores, así como la ausencia de evaluaciones de las políticas. En la última década cada vez se habla más y más de los Determinantes Sociales de la Salud y la equidad, una tendencia verdaderamente muy positiva. Ahora bien, ¿qué se hace en la práctica en relación a los Determinantes Sociales? Nada o muy poco. Además, más allá de la distancia existente entre teoría y práctica, entre el decir y el hacer, hoy existe una batalla sobre el significado y sentido de la expresión “Determinantes Sociales de la Salud”.[32]

En décimo lugar, la ampliación y mejora de los sistemas de información clínicos y sanitarios versus la posibilidad de venta mercantil de datos ciudadanos (big data). También aquí estamos ante un tema de gran interés, que merece mucha atención. No cabe duda de que el uso de información es de gran importancia para los investigadores, pero no cabe ser ingenuos, el uso de una enorme cantidad de datos puede ser también potencialmente muy dañino en términos de control social y en manos de grandes empresas cuyo objetivo básico bajo el capitalismo es fomentar el consumo y los beneficios, con todo el impacto iatrogénico que ello puede comportar.

Undécimo, el notable crecimiento de inversiones y actividades de investigación biomédica versus la falta de inversiones en investigación de los “Determinantes sociales de la salud y la equidad”, la "Salud en todas las políticas" y la evaluación de las políticas sociosanitarias. También en estos casos, existe básicamente una proclama retórica. Queda muy bien hablar de la importancia de la investigación en “salud en todas las políticas”, pero ¿qué se hace? Nada o muy poco. Nuevamente estamos ante una etiqueta que casi nunca se traduce en políticas reales.

Y finalmente, la última contradicción, es la frecuente mención de que hay que crear una sanidad transparente y democrática versus la opacidad, clasismo, sexismo y la poca participación popular realmente existentes.

Algunos desafíos
Ante esa evolución histórica y las contradicciones existentes, ¿hacia dónde deberíamos caminar? ¿A qué retos fundamentales deberíamos hacer frente para lograr el mejor Sistema de Salud posible para toda la ciudadanía? Aún a riesgo de simplificar en demasía, me parece que los desafíos más importantes que tenemos por delante son cinco. Me limitaré a mencionarlos sin entrar en plantear un programa técnico y político que merecería un desarrollo mucho mayor, tal y como hemos comentado en otros lugares:[33]

Financiar mejor, desprivatizar y desmercantilizar el sistema de salud
Priorizar la atención primaria y comunitaria, así como la salud pública y las acciones sobre los determinantes sociales de la salud Desprecarizar, desmedicalizar, reeducar (a los profesionales y a la población) sobre la salud, la medicina y la salud pública
Desarrollar nuevos sistemas de información, vigilancia y evaluación de la “salud en todas las políticas” y con más investigación social y comunitaria
Extender la democracia, la participación popular y la soberanía popular en el campo de la salud
Cada una de los conceptos propuestos representa un gran desafío. Son palabras que comportan retos enormes que requieren mucha reflexión, hacer propuestas, plantear actividades y por supuesto disponer de la capacidad política para poder plantear y realizar políticas a la vez ambiciosas, integrales y justas.
Entre las muchas palabras que podríamos seleccionar me quedo con la palabra “democracia” porque es una de esas palabras fetiche que todo el mundo usa y que sirve para legitimar prácticamente cualquier cosa.[34] Y es que el asunto de las palabras es un tema realmente fundamental. A veces, pocas veces, desde los lugares de poder se habla claro. No ocurre con frecuencia, pero a veces los poderosos se sienten tan impunes que se permiten el lujo de hablar con claridad. Por ejemplo, sobre la palabra “democracia”, un ex columnista del Consejo Editorial de The Wall Street Journal señalaba en una entrevista:

“Creo que el capitalismo es mucho más importante que la democracia. Ni siquiera soy un gran creyente en la democracia… Yo estoy a favor de que la gente pueda votar y cosas así, pero hay muchos países que tienen el derecho al voto que siguen siendo pobres. La democracia no siempre lleva a una buena economía, o siquiera a un buen sistema político. Con el capitalismo, eres libre de hacer lo que quieras, de hacer cualquier cosa que quieras con tu persona.”[35]

Y al pensar en las complejas interrelaciones existentes entre el capitalismo, la salud y la democracia,[36] creo que vale la pena recordar las palabras del viejo Rudolf Virchow, uno de los más conocidos padres de la salud pública, quien enunció aquella conocida frase que reza “la medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina a gran escala”. Pero Virchow señaló también una frase seguramente mucho menos conocida que también me gusta recordar y con la que quiero acabar:

“La mejora de la medicina alargará la vida humana, pero la mejora en las condiciones sociales permitirá conseguir ese logro más rápidamente y con mayor éxito... La receta se puede resumir de este modo: democracia plena y sin restricciones.”[37]

Muchas gracias por la atención.

(Texto revisado y adaptado de la intervención “Las políticas de salud y las desigualdades: evolución histórica, contradicciones y retos: ¿qué lecciones podemos aprender?” en la Jornada de Salud de Podemos “¿Qué sistema de salud para qué futuro? Pensando las políticas sanitarias de los próximos 20 años” el 2 de diciembre de 2017 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. El video completo con todas las intervenciones de Joan Benach, Carme Borrell, Juan Antonio Gil, Ildefonso Hernández, Mónica García, Lucía Artazcoz, Javier Padilla y José J O’Shanahan puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=_wEKr8zS7KM)

Referencias:
Ver el original
Joan Benach Catedrático de Sociología en el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra. Director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET) y Subdirector del JHU-UPF Public Policy Center, Universidad Pompeu Fabra a Barcelona.

Fuente: www.sinpermiso.info,

Stephen William Hawkins fue un físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico británico que sufrió una grave enfermedad degenerativa nerviosa, siempre reconoció que sin la ayuda del Servicio de Salud Británico, que se implantó después de la II G. M., (1948) por el gobierno laborista, no podría haber vivido. Falleció el pasado 14 de marzo, a los 74 años. Encarna uno de tantos ejemplos del bien real que puede realizar la sanidad pública de calidad hoy en día.

viernes, 2 de marzo de 2018

Elogio de la bondad

Daniel Raventós, Julie Wark

Julie Wark y Daniel Raventós han escrito un libro que Counterpunch acaba de publicar en enero de 2018 con el título de Against Charity. Están previstas las traducciones al catalán y al castellano. Ofrecemos a continuación la traducción del prefacio de Against Charity.

La palabra inglesa kind (tipo, clase)—palabra raíz de kindness (bondad)—en inglés antiguo cynd(e), es de origen germánico y está relacionada con kin (familiares). El sentido original era naturaleza o característica innata, por lo que vino a significar una clase de algo, distinguido por sus características innatas y, para el siglo XIV, cortesía o acciones nobles que expresaban el sentimiento que los familiares o semejantes tienen entre sí. Hay un sentido de igualdad forjado en esta palabra. También de fraternidad. Y de respeto.

La caridad, al menos en su forma institucional, casi ha dejado atrás sus muy tempranos significados de la bondad en sus sentidos de "disposición para hacer el bien" y "buenos sentimientos, buena voluntad y amabilidad" para asumir su forma actual de relación entre el que da y el que recibe, que es desigual porque el receptor no está en posición de corresponder. Pero todavía se presenta generalmente como bondad, o como una forma de enmascarar la poco amable (unkind) disparidad construida en la relación y, a veces, quizás, expresando el deseo de que nunca haya renunciado a su pasado más amable. Por ejemplo, Jack London escribía: “Un hueso para el perro no es caridad. La caridad es el hueso compartido con el perro cuando estás tan hambriento como el perro”. La “caridad” que describe se remonta a los orígenes y se parece más a la bondad que a la caridad tal y como la conocemos porque sugiere igualdad, una suerte de familiaridad o parentesco (kinship) en el hambre entre el que da y el perro. Y tal vez el perro pueda corresponder al hombre dándole calor.

El tipo de caridad más habitual, la que ha sido institucionalizada, es de la que habla Chinua Achebe en su Anthills of the Savannah: “Mientras llevamos a cabo nuestras buenas obras, no olvidemos que la solución real reside en un mundo donde la caridad se habrá vuelto innecesaria”. Este es, por desgracia, el tipo de caridad que se ha vuelto casi sacrosanta, el tipo de caridad que atrae la atención sobre lo diferente, y se enmascara como bondad cuando generalmente beneficia al donante más que a quien recibe. Una de las revelaciones menos jugosas de las grabaciones de Lady Di recientemente lanzadas es que, cuando se le preguntó por qué participaba en obras de caridad, se ríe y dice: “¡No tengo nada más que hacer!”. Demasiado para los destinatarios.

Dado que, en su sentido más antiguo, la bondad (kindness: el tratamiento otorgado a los familiares o a los miembros de una comunidad de semejantes) se ocupa del bien de los familiares y de la comunidad, Aristóteles nos dice en el primer parágrafo de la Política: “Todo estado es una comunidad de algún tipo, y cada comunidad se establece con miras a algún bien [...] Pero si todas las comunidades aspiran a algún bien, el estado o la comunidad política que es superior, y que abarca a todas las demás, apunta al bien en mayor grado que cualquier otra, y al más alto bien”. Hoy en día, sin embargo, la palabra operativa en política es “división”, el gran abismo entre los muy ricos y la gran cantidad de pobres, la división entre hombres y mujeres, ciudadanos y refugiados, negros y blancos, el enfrentamiento de un grupo étnico contra otro, una religión contra las otras, el “progreso” contra el planeta, lo privado contra lo público, y así sucesivamente. El gobierno, y especialmente la Administración Trump, está incitando a la división en beneficio de unos pocos poderosos en lo que equivale a una guerra abierta contra la esfera pública, lo público en sí y el bien público. La caridad institucional, que enriquece aún más a los millonarios y multimillonarios exentos de impuestos mientras reparten su filantropía entre sus proyectos preferidos, solo contribuye a sostener esta división.

La historia, por supuesto, y los estudios psicológicos -siendo el experimento de Milgram uno de los más notorios- han mostrado cómo en un contexto autoritario y egocéntrico, seres humanos aparentemente razonables pueden llegar a ser insensibilizados ante el sufrimiento de los otros y actuar cruelmente entre sí. El coste psicológico de esta insensibilización sobre los perpetradores o los instrumentos humanos de falta de amabilidad o la crueldad (unkindness) (donde kind se toma como adjetivo [bondadoso] y sustantivo [semejantes]) no recibe mucha atención, pero, por poner un ejemplo, el Centro RAND para Investigación de Políticas de Salud Militar estima que el 20% de los veteranos que sirvieron en Irak o Afganistán sufren depresión grave o trastorno de estrés postraumático. Ser cruel (unkind) y, por tanto, actuar en contra de la propia familia humana (kin), no es bueno para los humanos. Sin embargo, la misantropía sistemática de líderes políticos para quienes la gente común tiene escaso valor, y los multimillonarios que no son personas como nosotros, sino que se pavonean como personajes extravagantes que hacen extrañas declaraciones en sus demostraciones de irrealidad [i], insensibilizan a naciones enteras ante la difícil situación de los demás, llevando, a nivel individual, a crímenes de odio, ataques racistas y un resurgimiento de la extrema derecha, y a nivel nacional, a los que imponen políticas de austeridad que, con conocimiento de causa (y sólo hace falta leer las memorias recientes de Yanis Varoufakis, Comportarse como adultos, para ver lo bien que conocen la causa) destruyen millones de vidas, y a gobiernos que están gastando miles de millones de dólares para dañar a refugiados e inmigrantes, para vergüenza y angustia de muchos ciudadanos ante este tratamiento de nuestros semejantes.

La compulsión terrible y estúpida de la vida capitalista está, en nombre de la libertad, restringiendo cada vez más nuestras opciones de elección de vida y estrangulando nuestra capacidad para apreciar la belleza de nuestro planeta y aprender de otras especies más humildes hasta tal punto que lo estamos matando todo sin pensar, con tal de obtener bienes de consumo innecesarios e idiotas distracciones. Los científicos están hablando de una Sexta Extinción. Si no somos capaces de reconocernos y respetarnos mutuamente, reclamar nuestra especie (kin), nuestra familia humana, reconocer a todos los seres humanos como nuestros parientes, y practicar la bondad (kindness) con nuestros semejantes y otras especies animales y vegetales no tan semejantes con las que compartimos el planeta, la alternativa a la que nos dirigimos es realmente aterradora.

Nuestro título es Against Charity, pero podría ser igualmente "For Kindness" (también en el sentido común de reconocer a todos, a cada uno, de nuestro tipo), que de hecho sería un llamado por los derechos humanos universales y sus tres grandes principios de libertad, justicia y dignidad. Casi cualquier ser humano dirá que él o ella aspira a tenerlos y disfrutarlos. Pero no pueden ser dados por la caridad porque la igualdad y la fraternidad son sus otras dos cualidades esenciales. Solo pueden ser efectivos cuando reconocemos que todos somos parientes (kin). Y cuando actuamos en (y para el bien de la) especie. Entonces, al escribir este libro, no nos limitamos a revelar la caridad como la estafa de "bondad" (kindness) que es, sino que también hemos descrito los medios por los cuales podemos ser más amables (kinder) entre nosotros como criaturas, -como familiares -que comparten el mismo planeta.

Tal medida debería ser universal. Nadie puede ser excluido o tratado como diferente. Una renta básica universal e incondicional no es una quimera. En términos económicos, es perfectamente factible. Y podría garantizar el derecho a existir absolutamente de todos. La pobreza podría ser abolida y la violencia de lo que Pankaj Mishra describe en su reciente libro La edad de la ira como una pandemia global de ira podría al menos atenuarse. Con una renta básica universal e incondicional, sería posible compartir los valores de libertad, justicia y dignidad con toda nuestra familia humana por el simple hecho de respetar el derecho básico (o “primer derecho”) de la existencia material. Si pudiéramos lograrlo, la caridad sería innecesaria y podría sentar las bases para que la amabilidad y la bondad (kindness) prevalezcan. 

http://www.sinpermiso.info/textos/elogio-de-la-bondad

viernes, 5 de enero de 2018

Entrevista a Andreu Espasa sobre Estados Unidos en la Guerra Civil española (y II) “La jerarquía católica estadounidense se posicionó inmediatamente a favor de Franco”.

El Viejo Topo


Con numerosas publicaciones en The International History Review, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea, L’Avenç, mientras tanto y  www.rebelión.org, Andreu Espasa de la Fuente es doctor en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro en la actualidad del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Nos centramos en esta conversación en su última publicación (Los libros de la Catarata, Barcelona, 2017), con prólogo de Aurora Bosch e introducción de Josep Fontana

***

Nos habíamos quedado en este punto. Hablas en el apartado final del nacimiento de los appeasement en Europa y en Estados Unidos. ¿Qué es eso de los appeasement?
Al terminar la Primera Guerra Mundial, las grandes potencias victoriosas no son capaces de diseñar un orden de posguerra estable. El síntoma más claro es el fracaso de la organización de la Sociedad de Naciones, el precedente de las Naciones Unidas. La promesa de Wilson para hacer entrar a Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial consistía en definir a la contienda como la guerra "para acabar con todas las guerras". El nuevo organismo multilateral con sede en Ginebra, con su esquema de sanciones para las naciones agresores y de auxilio colectivo a las naciones agredidas, tenía que ser el instrumento para hacer realidad esta promesa. Y, sin embargo, a pesar de ser una propuesta vinculada al presidente Wilson, Estados Unidos nunca llegó a formar parte de la Sociedad de Naciones, lo que supuso un decisivo lastre para su corta historia.

En cualquier caso, la Sociedad de Naciones estuvo condenada al fracaso por el nacimiento de la doctrina del appeasement (apaciguamiento) en los años treinta. El appeasement fue la respuesta de las tres grandes potencias democráticas –Reino Unido, Francia y Estados Unidos- a las exigencias de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini de cambiar el statu quo en Europa. En vez de hacer respetar los principios del derecho internacional y de la Sociedad Naciones, estas potencias prefirieron seguir una política de concesiones con el objetivo de "apaciguar" a Berlín y Roma. En el caso español, se sacrificó un importante principio del derecho internacional: en caso de revuelta interna, los gobiernos constitucionales y con reconocimiento internacional tienen derecho a comprar armas a los otros gobiernos, un derecho que no puede ser otorgado a los rebeldes. París, Londres y Washington estaban obligados, por respeto al derecho internacional, a vender armas al Gobierno republicano español. Sin embargo, prefirieron mantener una actitud de aparente neutralidad entre el Gobierno y los militares alzados para no provocar un enfrentamiento con Hitler y Mussolini. Al constatar que Berlín y Roma estaban vendiendo armamento a Franco a pesar de formar parte del Comité de No Intervención, los gobiernos de las grandes democracias temieron que las potencias fascistas europeas prefirieran iniciar una nueva guerra mundial antes que dejarse humillar con una derrota del fascismo en España. Los aliados también descartaron la posibilidad de aliarse con la Unión Soviética en un gran pacto de seguridad colectiva para contener la amenaza fascista. En realidad, para estos gobiernos, el temor a un nuevo conflicto mundial estaba muy ligado a la convicción de que, independientemente de su resultado final, las guerras mundiales debilitaban el statu quo mundial y abrían la puerta a la extensión del comunismo. La decisión de permitir la muerte de la República española se entiende, pues, como la consecuencia lógica de las premisas de la doctrina del appeasement, tan popular entre las élites diplomáticas de la época. No hay que olvidar que, en los círculos de poder de Londres, París y Washington, el anticomunismo era mucho más fuerte que el antifascismo.

Un apartado de este capítulo lleva por título: "El embargo moral". ¿Y eso qué es exactamente? ¿Cuándo un embargo es moral? ¿Lo practicó la administración Roosevelt? ¿No hubo voces disidentes?
En este caso, hay que entender el carácter "moral" del embargo en oposición a un embargo legal. Es decir, cuando en agosto de 1936 Roosevelt anuncia que el Gobierno está en contra de la venta de armamento a España lo que está formulando es una mera recomendación a los fabricantes y traficantes de armas. El embargo es "moral" porque es voluntario. En caso de incumplirse no puede haber sanciones legales. En 1935 el Congreso había aprobado la llamada legislación de neutralidad, que incluía el establecimiento de embargos de armas contra las dos partes de un conflicto. La legislación reflejaba la creencia de que, veinte años antes, los banqueros y los traficantes de armas habían logrado engañar al pueblo estadounidense, haciéndole combatir en la Primera Guerra Mundial por motivos inconfesables. Cuando en el verano de 1936 estalla la guerra en España y Washington quiere aplicar un embargo de armas, tropieza con el problema de que la legislación de neutralidad vigente estaba pensada únicamente para guerras entre naciones, no para guerras civiles. Es por este motivo que Washington no podía prohibir la venta de armas a través de un embargo legal.
Oficialmente solo podía apelar al sentimiento patriótico de sus ciudadanos.

El embargo moral funcionó bien durante medio año por dos motivos. En primer lugar, durante los primeros meses de la guerra, muy pocos estadounidenses exigían que su gobierno permitiera la venta de armas a la España republicana (una de las excepciones más notables fue el semanario progresista The Nation). En segundo lugar, durante estos años ya funcionaba una forma embrionaria de lo que años más tarde el presidente Eisenhower bautizaría como "el complejo militar-industrial". Es decir, aunque las empresas de armamento eran de propiedad privada, su comportamiento estaba muy condicionado por su relación de dependencia con su principal cliente, el gobierno de Estados Unidos. En cualquier caso, a finales de diciembre de 1936 el embargo moral es desafiado por un oscuro traficante de armas de Nueva Jersey, al que se le tienen que conceder licencias de exportación de armas por un valor de casi de tres millones de dólares. Es entonces cuando la Casa Blanca y el Congreso se ponen rápidamente de acuerdo para legalizar el embargo, con una ley específicamente diseñada para el caso español. A partir de entonces, el embargo contra España es legal, no moral. Las polémicas sobre el embargo irán creciendo a medida que avance la guerra en España, especialmente en mayo de 1938 (cuando llega a aparecer una portada de The New York Times que asegura que el fin del embargo es inminente) y en enero de 1939, pocos meses antes del fin de la guerra. Y lo cierto es que, a partir del otoño de 1937, el presidente Roosevelt parecía convencido sobre la necesidad de ayudar a los republicanos españoles a ganar la guerra, sobre todo para evitar un efecto de contagio en América Latina. Con todo, no será sino hasta el 1 de abril de 1939, con el fin oficial de la guerra en España, cuando la Administración Roosevelt decrete el fin del embargo. El restablecimiento del comercio de armas coincidió con el reconocimiento diplomático de la España de Franco, lo que, naturalmente, provocó un gran escándalo en el seno de la izquierda norteamericana. Un congresista demócrata del Estado de Washington, John M. Coffee, denunció que las armas que se venderían a partir de entonces a España podrían servir para aniquilar a los disidentes antifranquistas.

¿Qué fue para la ciudadanía estadounidense la guerra española? ¿Un combate por la democracia, una lucha contra el golpe militar, un combate por defender un orden constitucional?
Desde el principio, tanto la República como los militares golpistas encontraron amigos en Estados Unidos que intentaron definir el conflicto en los términos más favorables para la causa que querían defender. La jerarquía católica estadounidense se posicionó inmediatamente a favor de Franco. Según sus portavoces, lo que estaba en juego en España era la lucha entre la civilización cristiana y el comunismo ateo. De hecho, en los primeros meses, las noticias sobre los asesinatos de religiosos en España causaron una honda indignación. Durante aquel periodo, se identificó al bando republicano como el mayor perpetrador de atrocidades y crímenes de guerra. La tarea de denigrar al bando republicano recibió la crucial ayuda de la cadena de periódicos del magnate William Randolph Hearst, el personaje que inspiró Ciudadano Kane, la mítica película de Orson Welles.

Por su parte, los amigos de la República española definían la guerra en España como un combate entre la democracia y el fascismo. En el primer comunicado que emitió el Partido Socialista de Estados Unidos se describía a los defensores del bando republicano como los partidarios de una "democracia real" en lucha contra los que pretendían restaurar un orden feudal. A pesar de los esfuerzos de los dos bandos, en 1936 muchos estadounidenses –entre ellos, el propio presidente Roosevelt– veían el conflicto español como una guerra entre comunistas y fascistas, es decir, una lucha entre extremistas ideológicos que poco tenía que ver con la democracia.

Sin embargo, a partir de la primavera de 1937, entre una buena parte de la sociedad estadounidense –sobre todo, entre el sector de la población que seguía la actualidad internacional y estaba razonablemente bien informado– la causa republicana fue ganando fuerza. Este cambio se debe a varios factores. Por un lado, la tendencia moderadora en el bando republicano, con la llegada de Juan Negrín a la jefatura del Gobierno, ayudó a mejorar la imagen de los republicanos españoles. El sentimiento de indignación por las atrocidades cometidas en España también cambió de bando. Si en el verano de 1936 habían abundado las noticias sobre la violencia anticlerical, en la primavera de 1937 la opinión pública norteamericana estaba conmocionada por los bombardeos aéreos contra la población civil perpetrados por las aviaciones nazi y fascista. Incluso el Ejército estadounidense se pronunció contra esta práctica y prometió no emplearla en el futuro. En este sentido, cabe destacar el impacto provocado por las noticias de la destrucción de Guernica en abril de 1937. La reacción de la opinión pública fue tan intensa que incluso motivó una pregunta incómoda por parte de los editores de la revista afroamericana The Crisis: ¿por qué los salvajes bombardeos de la aviación italiana contra poblaciones etíopes un año antes no habían logrado generar el mismo sentimiento de empatía hacia las víctimas?

Por otro lado, como se ha comentado antes, los indicios de penetración fascista en América Latina a partir del otoño de 1937 también contribuyeron al aumento de simpatías hacia el bando republicano entre influyentes círculos políticos y políticos.

¿En qué sectores, colectivos y fuerzas políticas tuvo mayor apoyo la II República española?
En un principio, los republicanos españoles contaron con el apoyo solidario de numerosos sindicatos locales y de los dos principales partidos de tradición obrerista, los socialistas y los comunistas. Estos últimos destacaron por su activismo y por su capacidad para enviar brigadistas a España, en la célebre Brigada Lincoln [en realidad, la Lincoln es un nombre genérico para referirse a los brigadistas norteamericanos, que, de hecho, estuvieron encuadrados entre el Batallón George Washington, el Batallón Abraham Lincoln y la Batería John Brown]. Por su parte, el máximo dirigente del Partido Socialista, Norman Thomas, hizo una gran labor de interlocución con la Casa Blanca, presentando de forma eficaz y persistente los argumentos a favor de un cambio de política hacia la España en guerra.
A diferencia de lo ocurrido en otros países, en Estados Unidos el apoyo institucional del movimiento obrero se vio limitado por la alta presencia de trabajadores de religión católica en el Committe of Industrial Organizations (CIO), la central sindical más militante de la época, en la que los comunistas llegaron a controlar un tercio de las federaciones de ramo.

A partir de 1937, la causa republicana llegó a cosechar importantes apoyos en lugares aparentemente insospechados. Miembros importantes del movimiento aislacionista de tendencia progresista, como el senador de Dakota del Norte, Gerald Nye, encabezaron los esfuerzos parlamentarios para poner fin al embargo de armas contra España. El líder intelectual de los aislacionistas, el historiador Charles Beard, consideraba que el embargo suponía una inaceptable ruptura con el derecho internacional. Buena parte de este apoyo tenía que ver con la convicción de que el auténtico peligro que podía involucrar a Estados Unidos en la siguiente guerra mundial era la alianza con los imperios británico y francés. Para el argumentario aislacionista, si Londres y París daban la espalda al Gobierno republicano español, la venta de armas a España no debía implicar grandes riesgos.

Con todo, el apoyo más interesante a la II República española vino de algunas personalidades destacadas del establishment de política exterior. Muchos eran liberales wilsonianos, miembros de importantes think-tanks como el Council on Foreign Relations o la Foreign Policy Association. También había políticos conservadores, entre los que destaca el caso de Henry L. Stimson, a quien hemos mencionado anteriormente. Stimson había sido secretario de Estado con el presidente Hoover (1929-1933) y, durante la Segunda Guerra Mundial, sería secretario de Guerra bajo el mandato de Roosevelt y Truman. Como secretario de Estado, había amenazado a Madrid de romper relaciones diplomáticas en caso de que el Gobierno de Azaña intentara modificar unilateralmente la concesión del monopolio de telefonía a la compañía estadounidense ITT. Y, sin embargo, en el último invierno de la guerra en España, Stimson defendió públicamente la necesidad de vender armas al Gobierno republicano español. A diferencia de otros miembros de la élite diplomática, Stimson entendió rápidamente que el fascismo era una amenaza mayor al comunismo y que los Estados Unidos debían adoptar una política en Europa que no estuviera subordinada a las orientaciones del Foreign Office británico. A Stimson -un conservador muy crítico con el New Deal- no le importaba la tendencia ideológica del Gobierno español. Para este veterano estadista, lo relevante del conflicto español eran las consecuencias geopolíticas de permitir que Hitler y Mussolini lograran sus objetivos impunemente.

Me quedan mil preguntas más. Pero ya he abusado suficiente de tu paciencia y de tu tiempo. Sólo me queda recomendar el libro a los lectores. Me gustaría que cerraras la entrevista con algo que consideres esencial y que no te he preguntado.
Muchas gracias por tus interesantes preguntas. Me gustaría señalar un par de cuestiones que trato en el epílogo del libro.

Adelante con ellas.
Creo que, cuando hablamos sobre la dimensión internacional de la Guerra Civil española, a veces tendemos a cometer el error de criticar la política de Londres, París y Washington como fruto de una visión estrecha, basada en ilusiones y autoengaños sobre la auténtica naturaleza de los dictadores fascistas europeos. Y, en efecto, si el objetivo del embargo de armas contra la España republicana era evitar el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de las grandes potencias democráticas cosecharon un gran fracaso en España. Aun así, debemos hacer el esfuerzo de entender que, más allá de sus objetivos explícitos concretos, las élites diplomáticas del momento basaban su política general en la defensa de sus intereses nacionales. En el contexto de los años treinta, eso equivaldría, para París y Londres, a intereses imperiales. Francia necesitaba tener asegurada su línea de comunicación con las colonias africanas. El Reino Unido también necesitaba que sus comunicaciones con la India a través del Mediterráneo no quedaran amenazadas. La izquierda frentepopulista del momento entendió bien los dilemas que afrontaban las élites de los imperios democráticos e intentó hacer entender que ni la Unión Soviética ni la España republicana se oponían al imperialismo de británicos y franceses. La auténtica amenaza al dominio británico de la India, decían los frentepopulistas, es una victoria de Franco en España, con el consiguiente fortalecimiento de Berlín y Roma. El Foreign Office británico se mostró siempre muy escéptico con este tipo de argumento. Lo más probable es que sospecharan que una victoria de los republicanos de izquierda en España contra el expansionismo fascista animaría a los movimientos anticoloniales del todo el mundo. La sospecha era razonable. Así lo confirmaría la actitud del Congreso Nacional Indio (CNI) ante el conflicto español –Nehru visitó a la España republicana, Gandhi mostró su apoyo con una carta a Negrín y el CNI llegó a organizar una colecta solidaria de comida y medicinas.

En el caso de los Estados Unidos, la lógica es la misma que la del Reino Unido, aunque el contexto sea distinto. En vez de colonias propiamente dichas, la principal área de influencia de Washington eran las repúblicas latinoamericanas. Su política ante la España en guerra siempre está fuertemente condicionada por esta realidad. En un principio, el embargo es muy conveniente porque permite conciliar la política de appeasement seguida en Europa con los sentimientos mayoritarios entre los gobiernos latinoamericanos, que eran abrumadoramente profranquistas (hay que recordar que, en el periodo de entreguerras, abundaban las dictaduras militares en la región). Sin embargo, como decíamos antes, el pánico ante los indicios de penetración fascista en América Latina a partir del otoño de 1937 permiten valorar el conflicto español con nuevos ojos. Si Hitler y Mussolini consiguen colocar un títere en España, ¿qué les impedirá hacer lo mismo en México o Chile?

Excelente reflexión
La conciencia de este hecho genera un cambio de simpatías en la Administración Roosevelt, un cambio que a veces parece que puede llegar a implicar la derogación del embargo. Finalmente, por diversos motivos, se mantiene el embargo hasta el final. Al terminar la guerra, cuando llegan peticiones para acoger refugiados republicanos, la respuesta de Washington es muy fría. De hecho, la actitud de Roosevelt ante la posible llegada de refugiados republicanos a Panamá resulta muy significativa. Siguiendo una propuesta de México, el Gobierno panameño había mostrado interés en acoger refugiados republicanos. Más que por un sentimiento de generosidad humanitaria, en el caso panameño el objetivo era reducir la influencia demográfica de los afrodescendientes. Es decir, los refugiados españoles tendrían que ayudar a "blanquear" el país. Cuando le preguntan a Roosevelt sobre el asunto, el presidente norteamericano niega su aprobación al plan porque considera que se trata de un tipo de refugiados que, por su carácter revoltoso, puede acabar causando problemas para la seguridad del Canal de Panamá. En el fondo, Roosevelt no deja de ser coherente. Sus simpatías hacia los republicanos españoles habían crecido en 1937 y 1938, cuando los creía útiles para frenar los planes de Hitler y Mussolini en América Latina. Terminado el conflicto, los juzga con el mismo criterio que antes, es decir, siempre los juzga en función de si pueden ayudar o no a mantener la hegemonía estadounidense en el continente americano.

Para terminar, solo quisiera recordar que los años treinta son un periodo de grandes crisis, que en muchos sentidos recuerda, de forma inquietante, al mundo que nos ha tocado vivir. Son años en los que conviven una fuerte crisis económica, una crisis del ideal democrático y una crisis geopolítica, con el declive de los imperios europeos como protagonista de fondo. Esta crisis geopolítica se resolverá, pocos años después, con la derrota del fascismo por las armas en la Segunda Guerra Mundial. Cuando analizamos la dimensión internacional de la guerra española, no podemos olvidar que este conflicto fue decisivo y aleccionador para las élites políticas de Estados Unidos, un país que, justo en aquel momento, estaba en pleno proceso de tomar el relevo a Londres como primera potencia mundial.  

Nota de edición:
Primera parte de esta entrevista: "Entrevista a Andreu Espasa sobre Estados Unidos en la Guerra Civil española (I). "La novedad de mi libro es el énfasis que se da a la influencia de América Latina en la política de Roosevelt hacia la España en guerra"http://www.rebelion.org/noticia.php?id=235315