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lunes, 27 de enero de 2020

El historiador que cambió la forma de comprender el Holocausto. Se publican en castellano por primera vez las memorias de Raul Hilberg, un investigador esencial para estudiar la Shoah

Madrid 15 ENE 2020 -
Judíos húngaros llegan al campo de exterminio nazi de Auschwitz, en una imagen tomada por las SS en mayo de 1944.

En una carta a su maestro, Hannah Arendt, la autora de Eichmann en Jerusalén, afirmó: “Nadie podrá ya escribir sobre estas cuestiones sin recurrir a él”. Se refería a Raul Hilberg (1926-2007) y a su obra cumbre, La destrucción de los judíos europeos, un ensayo que aportó una nueva visión del Holocausto y en el que este profesor de la Universidad de Vermont (EE UU) estuvo trabajando toda su vida. Su tesis es que para comprender la Shoah es necesario estudiar los mecanismos burocráticos del exterminio, que se debe contar la historia desde el punto de vista de los verdugos y de la administración. Sin embargo, sus ideas no siempre fueron fáciles de asimilar y, pese a que la primera edición data de 1961, no fue publicado en Israel hasta 2012. Se trata de un libro tan insoslayable como incómodo.

Su autobiografía, Memorias de un historiador del Holocausto, que ha publicado recientemente la editorial Arpa en traducción de Àlex Guàrdia Berdiell, permite comprender cómo se gestó su obra magna y las polémicas que provocó un libro que transformó la comprensión del Holocausto. De hecho, nada más leer la primera versión del estudio, que entonces era su tesis doctoral, su tutor le dijo sobre un fragmento concreto: “Esto es muy difícil de digerir. Quítalo”. Cuando Hilberg se negó, su profesor le replicó: “Será tu funeral”. La idea que defendía este historiador, un judío vienés cuya familia huyó por los pelos del nazismo siendo él un niño, era, como explica en sus memorias, “que, administrativamente, los alemanes habían necesitado que los judíos siguieran sus órdenes, que estos habían cooperado en su propia destrucción”.

Aunque muchas de las ideas de Hilberg han entrado a formar parte del acervo sobre el Holocausto, y ya son admitidas por todos los historiadores como parte esencial del conocimiento sobre los crímenes nazis, su teoría de la cooperación de las víctimas, sobre todo a través de los Consejos Judíos, sigue siendo todavía objeto de debate. Cuando se publicó su libro en Israel, en 2012 por parte del Museo del Holocausto, el Yad Vashem, David B. Green escribió en el diario Haaretz: “La aproximación de Hilberg le trajo muy pocos amigos. Su creencia en la responsabilidad colectiva de los alemanes no le hizo muy popular entre los historiadores de Alemania Occidental y su insistencia en que los judíos hicieron muy poco para defenderse y la cooperación de los Consejos Judíos, los Judenräte, que facilitaron el trabajo de los nazis —incluso si pensaban que salvaban vidas—, le convirtieron en un personaje que no era bienvenido ni en Israel ni en los círculos de la diáspora”.

Raul Hilberg, fotografiado en Madrid en 2005.
Raul Hilberg, fotografiado en Madrid en 2005. ULY MARTÍN

Sus memorias reflejan esa lucha contra el mundo, pero también el apoyo que recibió por parte de personalidades como Hugh Trevor-Roper, el historiador británico que escribió el primer libro sobre los últimos días de Hitler con información que obtuvo cuando era agente de inteligencia militar británica en Berlín, y de Claude Lanzmann, el director del monumental documental Shoah. Hilberg es el único historiador que aparece en el filme, muy influido por sus investigaciones. La importancia de los trenes en la película está tomada de La destrucción de los judíos europeos (existe una edición castellana, en Akal, de 1.500 páginas y en traducción de Cristina Piña Aldao).

“El conocimiento de los trenes ha afectado a mi trabajo”, escribe en sus memorias para explicar el principio de su relación con el director francés. “Alemania no solo aprovechó el ferrocarril para mover suministros y tropas, sino también para la llamada Solución Final, que implicaba transportar judíos desde todos los rincones de Europa hasta campos de exterminio y áreas de fusilamiento. El aparato ferroviario no solo era gigantesco; los procedimientos administrativos eran casi incomprensibles. Fui de archivo en archivo estudiando los trenes especiales. Nada más acabar el análisis, Claude Lanzmann me vino a ver a Vermont para comentar la posibilidad de grabar una gran película sobre la catástrofe judía. Me mostró un documento sobre trenes que había encontrado y lo cogí con ímpetu para explicarle los jeroglíficos que lo cifraban. Me dijo que tenía que grabarlo sí o sí, de modo que repetí el desglose ante la cámara”. Lanzmann, un hombre muy poco dado a los elogios, escribió a su vez sobre la obra de Hilberg: “Un faro, un rompeolas, un barco de la historia anclado en el tiempo y en un sentido más allá del tiempo, imperecedero, inolvidable, con el que nada en el curso de la producción histórica ordinaria puede compararse”.

Relación con Hannah Arendt
Sin embargo, con quien Hilberg mantuvo una relación más compleja —por decirlo sin cargar las tintas— fue con la filósofa Hannah Arendt, a quien dedica unos cuantos dardos porque redactó un informe contrario a la publicación de su obra, pese a que luego reprodujo sus tesis en Eichmann en Jerusalén (un ensayo del que acaba de salir una nueva edición en Lumen en traducción de Carlos Ribalta). La idea de Arendt de la “banalidad del mal” no es ajena a la tesis que el historiador trazó a lo largo de décadas de trabajo, estudiando minuciosamente documentos: que la máquina de la burocracia nazi convirtió a todos en responsables, y a la vez a ninguno, que la culpa quedó enterrada bajo toneladas de documentos solo aparentemente banales, aunque al final se encontraban las cámaras de gas y el exterminio de seis millones de personas. En su libro sobre el juicio de Adolf Eichmann, Arendt explica: “Me he basado en la obra de Raul Hilberg, que fue publicada después del juicio, y que constituye el más exhaustivo y el más fundamental estudio sobre la política judía del Tercer Reich”.

Aquel primer tutor de Hilberg tenía solo razón en parte. Es cierto que el libro resultó difícil de digerir, que, como reconoce su propio autor, llegó demasiado pronto, pero también que cambió la forma en que se contempla el acontecimiento más terrible del siglo XX. “En 1948 me había marcado un rumbo y lo seguí sin pensar en el futuro”, escribió. En el siglo XXI, cuando está a punto de conmemorarse el 75 aniversario de la liberación de Auschwtiz, el próximo 27 de enero, su obra se sigue debatiendo y editando, como una aproximación al mal absoluto que se esconde detrás del papeleo.

https://elpais.com/cultura/2020/01/14/babelia/1579022302_584315.html

Más información importante: https://verdecoloresperanza.blogspot.com/2019/11/mito-y-realidad-del-pacto-entre-hitler.html#links

jueves, 28 de noviembre de 2019

Gabriel Jackson en mi recuerdo

La noticia del fallecimiento del profesor Gabriel Jackson me la dio por whatsap Carmen Esteban que lo conoció perfectamente en los largos años en que vivio en Barcelona. Fue hacia las diez de la noche del miércoles 6 de noviembre. No me sorprendió porque hace meses me había escrito su hija de que no existía esperanza alguna de recuperación. En aquel momento ya había anunciado el óbito el corresponsal de EL PAIS en Washington, aprovechando la diferencia de horario. Por lo que he visto, la prensa española se ha hecho eco del luctuoso suceso y el mismo periódico publicó el jueves una sentida necrológica de Julián Casanova, felizmente de regreso entre nosotros. También lo ha hecho José Antonio Martínez Soler, un periodista gran amigo de ambos que lo conoció bien. Con él ha desaparecido el tercero de los mejores hispanistas que en los años sesenta del pasado siglo dieron a conocer a los españoles su propia historia frente a los mitos, camelos, medias verdades y distorsiones propagadas por los publicistas a sueldo de la dictadura. No este el lugar, creo, de hacer un repaso a la bibliografía jacksoniana. Sí lo es, en consonancia con la orientación de este blog, de plasmar un mero recuerdo personal.

En este sentido no olvidaré nunca el momento en que por primera vez leí la obra de Jackson que lo hizo instantáneamente famoso: La República española y la guerra civil. La publicó Princeton University Press en 1965. La compré en Glasgow en la primavera del año siguiente. La leí de un tirón mientras convalecía de una hepatitis que me dejó postrado y que me hizo abandonar el curso que allí seguía. Me encantó. Era algo diferente a lo que conocía hasta entonces.

Desde 1958, aproximadamente, había ido reuniendo una pequeña colección de libros sobre la guerra, casi todos prohibidos en España. Eran, en general, de autores alemanes, franceses y de europeos orientales que habían estado en las Brigadas. En mi mochilita había también ensayos historiográficos. Entre ellos el primero fue, en 1961, el que surgió de la tesis doctoral de Manfred Merkes. El segundo el de Hugh Thomas en el mismo año y el tercero, dos años después, el mítico Mito de la Cruzada de Franco de Southworth. No era mucho, pero tampoco era nada. Yo era un jovenzuelo que quería especializarse en la historia y el funcionamiento de las economías de planificación central, algo que como el futuro se encargaría de demostrar no tenía demasido porvenir.

En aquella convalecencia el libro de Jackson fue una revelación. En él aparecía con mayor claridad que en el de Thomas el esfuerzo reformador de la Segunda República y el autor, comprometido con él, no disimulaba sus simpatías.

De nuevo en el extranjero, esta vez en Estados Unidos, fui posiblemente uno de los primeros lectores españoles en sumergirse en las páginas de otro libro de Jackson, aparecido en 1969, en el que narraba sus peripecias en España para conseguir documentación primaria con la cual desentrañar el pasado. Este libro, Historian´s Quest, dibujó unas dificultades con las que no me topé años más tarde gracias al apoyo y los contactos del profesor Enrique Fuentes Quintana.

Lo que no recuerdo es cuándo me encontré con Jackson personalmente. Quizá fuese por mediación de Southworth. Tal vez en alguna de las reuniones de una sociedad de hispanistas norteamericanos. Cuando este presentó su Mito en Barcelona fueron Jackson y servidor quienes lo escoltamos y presentamos. Ambos eran muy amigos y cuando Jackson se trasladó a Barcelona no dejó de visitar a Southworth, que vivía en el pleno centro geogáfico de Francia. Al fallecer, en 2001, Jackson no faltó a su entierro. Yo no pude ir pero sí acudió mi mujer.

En España nos vimos con frecuencia. Venía a Madrid. A veces se quedó en mi casa. Otras se fue a la de alguna conocida. Siempre me “achuchó” (como también lo hizo Manuel Tuñón de Lara) para que no dejase de escribir sobre los años oscuros.

Aunque cambiamos cartas (no muchas, siempre he sido reacio a mantener larga correspondencia excepto con Southworth) la relación no se estableció sobre una base muy fluída hasta que dejé la Comisión Europea. Invitamos a Jackson a pasar con nosotros las fiestas de Navidad. Era un excelente flautista y solía indicar a mi hija los errores que cometia cuando aprendía a tocarla. En los fines de semana solíamos llevarlo a visitar algunas de las bellas ciudades próximas a Bruselas.

Cuando se planteó la posibilidad de hacer un curso sobre la guerra civil en torno al Centro Pablo Iglesias naturalmente eché mano de él (y de Gabriel Cardona, Paul Preston y algún otro) para que vinieran a enriquecerlo con sus experiencias y comentarios. Fue entonces cuando me contó que estaba pensando en solicitar la nacionalidad española. Le había animado el que ya se hubiese concedido a Ian Gibson. Él llevaba muchos años en Barcelona, se sentía muy a gusto en España pero no se decidía, pero me parece que incluso había consultado con algún abogado.

Acudí a un colega en la REPER, Luis Luengo, consejero para Asuntos de Interior y que espero se acuerde de este episodio mejor que servidor. Almorzamos con Gabriel y le animamos. Luis sorteó, si mi memoria no me es infiel, algunos escollos y el Consejo de Ministros terminó aprobando su solicitud. Creo que me dijo que el entonces ministro de Justicia, el profesor Juan Fernando López-Aguilar, aceleró el procedimiento. Con lo que ninguno contaba es con que el juez ante el cual Gabriel debía jurar o prometer la Constitución se eternizó en convocarlo. Al final, no tuvo más remedio que hacerlo. Siempre supuse, pero puedo equivocarme, que no le hacía mucha gracia que un ciudadano norteamericano, de izquierdas, pro-republicano y con claras simpatías por Azaña, pudiera contaminar más aún a los ciudadanos de pro al ponerse en igualdad de condiciones cívicas con ellos.

No escribiré mucho acerca de la obra de Gabriel. No es este el lugar. Sí un pequeño apunte. Jubilado en Barcelona, donde se sentía como el pez en el agua, no se durmió en los laureles, pero tampoco se sometió al ritmo trepidante del “publica o perece” tan en boga en las Universidades norteamericanas y, a lo que parece, hoy también en las nuestras. CRITICA, y en particular el duo Gonzalo Pontón/Carmen Esteban, lo acogieron siempre con inmenso cariño y le atendieron espléndidamente. Pasó años escribiendo una obra de síntesis, Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX; se adentró por la novela; hizo obras de resumen sobre historia de España (no hay que olvidar el librito que escribió sobre la España medieval, ricamente ilustrado) y sobre la propia República y la guerra civil; escribió numerosas recensiones; colaboró con artículos en EL PAIS durante largos años. Siempre acudió adonde se le llamara.

Sospecho que esta actividad múltiple debió de dejarle algo insatisfecho porque, ya entrado en años, empezó a pensar en escribir una biografía, aunque no al uso, de Juan Negrín, por quien sentía (como servidor) una gran admiración. Quizá recordando su experiencia de joven doctorando, ni corto ni perezoso entró en contacto con Carmen Negrín y consiguió permiso para bucear en los fondos negrinistas que ella conservaba. El resultado fue una biografía diferente de las demás al uso (como, por ejemplo, las excelentes de Ricardo Miralles y Enrique Moradiellos). Cuando se publicó en 2008, si no recuerdo mal, Gabriel había alcanzado la provecta edad de 87 añitos. Me pidió que la presentase en Barcelona. Había escrito una obra de extrema madurez. Había penetrado en la mente y en el corazón de un personaje nada fácil de comprender y lo había hecho con solo esa agudez que da -aunque a veces no- el paso de los años.

Han tenido que pasar otros diez y empezar yo mismo a acercarme peligrosamente a la edad en que Gabriel nadaba de nuevo en los remolinos de la República y de la guerra civil para comprender el inmenso esfuerzo que invirtió en su última obra. Y ahora, cuando vuelvo a pensar en la República que no pudo ser, de quien más me he acordado en estos dos últimos años ha sido de Gabriel Jackson y de Herbert Southworth.

Descansa, Gabriel, en paz en tu propio país. En España muchos amigos y dos generaciones de historiadores, jóvenes y menos jóvenes, te echaremos siempre de menos.

Ángel Viñas Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM.

Fuente: http://www.angelvinas.es

lunes, 18 de noviembre de 2019

El fin del neoliberalismo y el renacimiento de la historia

¿A quién se le ocurrió que la contención salarial y el menor gasto público podían contribuir a mejorar los niveles de vida?

JOSEPH E. STIGLITZ 17 NOV 2019 - 00:16 CET

Al final de la Guerra Fría, el politólogo Francis Fukuyama escribió un famoso ensayo titulado The End of History? (¿El fin de la historia?), donde sostenía que el derrumbe del comunismo eliminaría el último obstáculo que separaba al mundo de su destino de democracia liberal y economía de mercado. Muchos estuvieron de acuerdo.

Hoy, ante una retirada del orden mundial liberal basado en reglas, con autócratas y demagogos al mando de países que albergan mucho más de la mitad de la población mundial, la idea de Fukuyama parece anticuada e ingenua. Pero esa teoría aportó sustento a la doctrina económica...

Hoy, ante una retirada del orden mundial liberal basado en reglas, con autócratas y demagogos al mando de países que albergan mucho más de la mitad de la población mundial, la idea de Fukuyama parece anticuada e ingenua. Pero esa teoría aportó sustento a la doctrina económica neoliberal que prevaleció los últimos 40 años.

Hoy la credibilidad de la fe neoliberal en la total desregulación de mercados como forma más segura de alcanzar la prosperidad compartida está en terapia intensiva, y por buenos motivos. La pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuatro décadas debilitando la democracia.

La forma de globalización prescrita por el neoliberalismo dejó a individuos y a sociedades enteras incapacitados para controlar una parte importante de su propio destino, como Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, explicó con mucha claridad, y como yo mismo sostengo en mis libros recientes Globalization and Its Discontents Revisited y People, Power, and Profits. Los efectos de la liberalización de los mercados de capitales fueron particularmente odiosos: bastaba que el candidato con ventaja en una elección presidencial de un país emergente no fuera del agrado de Wall Street para que los bancos sacaran el dinero del país. Los votantes tenían entonces que elegir entre ceder a Wall Street o enfrentar una dura crisis financiera. Parecía que Wall Street tenía más poder político que la ciudadanía.

Incluso en los países ricos se decía a los ciudadanos: “No es posible aplicar las políticas que ustedes quieren” (llámense protección social adecuada, salarios dignos, tributación progresiva o un sistema financiero bien regulado) “porque el país perderá competitividad, habrá destrucción de empleos y ustedes sufrirán”.

En todos los países (ricos o pobres) las élites prometieron que las políticas neoliberales llevarían a más crecimiento económico, y que los beneficios se derramarían de modo que todos, incluidos los más pobres, estarían mejor que antes. Pero hasta que eso sucediera, los trabajadores debían conformarse con salarios más bajos, y todos los ciudadanos tendrían que aceptar recortes en importantes programas estatales.

Las élites aseguraron que sus promesas se basaban en modelos económicos científicos y en la “investigación basada en la evidencia”. Pues bien, 40 años después, las cifras están a la vista: el crecimiento se desaceleró, y sus frutos fueron a parar en su gran mayoría a unos pocos en la cima de la pirámide. Con salarios estancados y Bolsas en alza, los ingresos y la riqueza fluyeron hacia arriba en vez de derramarse hacia abajo.

¿A quién se le ocurre que la contención salarial (para conseguir o mantener competitividad) y la reducción de programas públicos pueden contribuir a una mejora de los niveles de vida? Los ciudadanos sienten que se les vendió humo. Tienen derecho a sentirse estafados.

Estamos experimentando las consecuencias políticas de este enorme engaño: desconfianza en las élites, en la “ciencia” económica en la que se basó el neoliberalismo y en el sistema político corrompido por el dinero que hizo todo esto posible.

La realidad es que, pese a su nombre, la era del neoliberalismo no tuvo nada de liberal. Impuso una ortodoxia intelectual con guardianes totalmente intolerantes del disenso. A los economistas de ideas heterodoxas se los trató como a herejes dignos de ser evitados o, en el mejor de los casos, relegados a unas pocas instituciones aisladas. El neoliberalismo se pareció muy poco a la “sociedad abierta” que defendió Karl Popper. Como recalcó George Soros, Popper era consciente de que la sociedad es un sistema complejo y cambiante en el que cuanto más aprendemos, más influye nuestro conocimiento en la conducta del sistema.

La intolerancia alcanzó su máxima expresión en macroeconomía, donde los modelos predominantes descartaban toda posibilidad de una crisis como la que experimentamos en 2008. Cuando lo imposible sucedió, se lo trató como a un rayo en cielo despejado, un suceso totalmente improbable que ningún modelo podía haber previsto. Incluso hoy, los defensores de estas teorías se niegan a aceptar que su creencia en la autorregulación de los mercados y su desestimación de las externalidades cual inexistentes o insignificantes llevaron a la desregulación, que fue un factor fundamental de la crisis. La teoría sobrevive, con intentos de adecuarla a los hechos, lo cual prueba cuán cierto es aquello de que cuando las malas ideas se arraigan, no mueren fácilmente.

Si no bastó la crisis financiera de 2008 para darnos cuenta de que la desregulación de los mercados no funciona, debería bastarnos la crisis climática: el neoliberalismo provocará literalmente el fin de la civilización. Pero también está claro que los demagogos que quieren que demos la espalda a la ciencia y a la tolerancia sólo empeorarán las cosas.

La única salida, el único modo de salvar el planeta y la civilización, es un renacimiento de la historia. Debemos revivir la Ilustración y volver a comprometernos con honrar sus valores de libertad, respeto al conocimiento y democracia.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor distinguido de la Universidad de Columbia y economista principal en el Roosevelt Institute.

https://elpais.com/economia/2019/11/13/actualidad/1573640730_606639.html?prod=REGCRART&o=cerrado#&event_log=fa&event_log=fa

domingo, 27 de octubre de 2019

Mentiras de la historia que nos tragamos sin rechistar

Ni la ensaladilla rusa es rusa ni la tortilla francesa viene de Francia

Lo que nos han contado. La lógica, implacable, nos ha hecho creer que estos platos cuyo nombre hace referencia a ciertos puntos geográgicos del planeta provenían de dichos lugares. Tomábamos ensaladilla rusa creyendo que su origen estaba en la tierra de Sharapova, Irina Shayk y Leon Tolstoi, entre otros rusos ilustres; y pedíamos tortilla francesa con la convicción de que su historia iba ligada al país galo. La lógica nos decía que no podía ser de otra forma.

Lo que realmente es. Que la tortilla francesa tiene lo mismo de francesa que las crepes que compras ultra congeladas en el supermercado. El apellido francés viene del asedio de las tropas napoleónicas a la ciudad de Cádiz en 1810. La escasez de alimentos y de patatas con las que preparar la típica tortilla española provocó que los ciudadanos tuvieran que cocinar el huevo batido sin condimentos. Con el paso de los años siguió cocinándose esta tortilla a la que se llamaba “tortilla de cuando los franceses” en referencia a los asediadores galos. De ahí que hoy a esta tortilla se la llame tortilla francesa. Según el Institut Français, para los franceses la única tortilla autóctona es la que lleva queso. Con la ensaladilla rusa ocurre algo parecido. Es rusa por obra y gracia de la casualidad. Este plato lo creó en 1860 Lucien Olivier, un belga de origen francés afincado en Moscú. El chef elaboró por primera vez esta receta en Hermitage, el restaurante que regentaba en el centro de la ciudad rusa. El furor que causó la ensalada hizo que fuera conocida popularmente como ensalada rusa. En Rusia, sin embargo, se le llama ensalada Olivier.

Los restos de Santiago no reposan en Santiago de Compostela

Lo que nos han contado. Que el Apóstol Santiago El Mayor fue decapitado por orden del rey Herodes en Jerusalén, donde llevaba a cabo su labor de evangelización. Tras su muerte, Atanasio y Teodoro (sus discípulos) recogieron el cuerpo y lo llevaron en secreto en una barca a los lugares donde Santiago inició su predicación en el norte de España. Así sus huesos acabaron en Santiago, donde se construyó la catedral para recibir a los fieles que año tras año hacen el peregrinaje.

Lo que realmente ocurrió. El obispo Teodomiro por su cuenta y riesgo convirtió este lugar en el emporio religioso, turístico, económico y hotelero que conocemos hoy. ¿Cómo? “En el año 813 d.c. los musulmanes correteaban a sus anchas por España y a este obispo gallego no le hacía gracia. Para hacer frente a la fe musulmana, se fijó en Roma y en la que montaron en torno a la basílica de San Pedro, donde se encuentra la tumba del santo. Vio que hasta allí iban peregrinos y se coronaban los emperadores. Siguiendo este ejemplo buscó la tumba de algún apóstol popular en Hispania para lograr una peregrinación similar”, explica Nieves Concostrina en La ventana, programa de la Cadena Ser. Y aquí empieza el lío. “Teodomiro encontró un sepulcro con tres cuerpos dentro. Según él y solo según él, los de Santiago y sus dos discípulos. Emocionado, transmite su descubrimiento al rey Alfonso II El Casto y le pide que construya una iglesia sobre la tumba para animar a la gente a peregrinar. Y así, tras varias iglesias que fueron ampliándose y destruyéndose, acabó levantándose la actual Catedral de Santiago, que solo durante el pasado mes de julio recibió 50.868 turistas, y comenzó la leyenda del Camino de Santiago. “Los huesos que allí se encuentran se sabe que son falsos desde el mismo momento de su descubrimiento”, afirma categóricamente la periodista. Ya lo dijo Unamuno: “Todo hombre moderno dotado de espíritu crítico no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago El Mayor reposa en la catedral de Compostela”.

Si sabemos que la Tierra gira alrededor del Sol no es gracias a Copérnico

Lo que nos han contado. Que Nicolás Copérnico, tras un estudio exhaustivo del movimiento de los cuerpos terrestres, llegó a la conclusión de que la Tierra giraba sobre su eje y que esta y el resto de planetas giraban a su vez alrededor del Sol. Y no al contrario, como se creía hasta ese momento. Así formuló la Teoría Heliocéntrica echándose encima a la iglesia, fiel defensora de la teoría geocéntrica (esto es, que era el sol -y el resto de los planetas- el que giraba alrededor de la Tierra). La Inquisición llegó a censurar la teoría de Copérnico, ya que ponía en duda la omnipotencia de Dios, reafirmando la inmovilidad de la Tierra.

Lo que realmente ocurrió. Fue el astrónomo y matemático griego Aristarco de Samos el primero en percatarse de que nuestro planeta giraba alrededor del sol. Así lo explicó en el tratado De revolutionibus caelestibus mil años antes de que lo mencionara Copérnico. "Aristarco de Samos vivió en el siglo III antes de nuestra era. Fue él quien propuso el modelo heliocéntrico que dieciocho siglos más tarde mencionó en su obra Copérnico", afirma el catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid Javier Ordoñez. A pesar de que Aristarco ya lo avanzó en el siglo III a.c., la Teoría Heliocéntrica no fue tomada como una teoría consistente hasta que la formuló Copérnico en el siglo XVI.

No está claro que Cervantes fuera manco

Lo que nos han contado. Que el autor de El Quijote perdió la mano izquierda mientras combatía en la batalla de Lepanto, una de los enfrentamientos navales más sangrientas de la historia. La batalla tuvo lugar el 7 de octubre de 1571, en el golfo de Lepanto. Allí se enfrentaron turcos otomanos contra la coalición cristiana Liga Santa, integrada por el Papa, la República de Venecia y la monarquía de Felipe II.

Lo que realmente ocurrió. Una interpretación lingüistica erronea es la culpable de que Cervantes haya trascendido como el manco de Lepanto. En el siglo XVII se consideraba manco, no solo a quien había perdido la mano, si no a cualquiera que tuviera inutilizado un brazo parcial o totalmente. "No se sabe realmente si Cervantes perdió una mano. Es probable que solo perdiera un dedo o parte de ella debido a los disparos que recibió durante la batalla de Lepanto", explica a ICON el historiador José Carlos Rueda Laffond.

España no es el país más antiguo de Europa

Lo que nos han contado. Que España es la nación más antigua de Europa. Esta afirmación se ha convertido en un mantra de algunos partidos políticos conservadores. “España goza de muy buena salud, es la nación más antigua de Europa”, dijo en marzo pasado Mariano Rajoy, cuando todavía era presidente del gobierno.

Lo que realmente es. "Rajoy sitúa el nacimiento del estado español en la época de los Reyes Católicos (finales del siglo XV y principios del XVI) y alimenta el mito de que en 1492, con Isabel y Fernando, el fin de la reconquista, la expulsión de los judíos y el descubrimiento de América, se funda España. Parece como una maravillosa conjunción astral, pero es falsa. El matrimonio de Isabel y Fernando no supuso la fusión de dos reinos. Es más, hasta el siglo XIX las coronas de Aragón y Castilla tienen monedas diferentes", asegura a ICON José Carlos Rueda, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. Rueda afirma que en Europa es imposible empezar a hablar de naciones antes del siglo XIX. Las declaraciones que concedió José Álvarez Junco, catedrático de Historia del Pensamiento de la Universidad Complutense, a EL PAÍS coinciden con la teoría de Rueda: "Rajoy confunde los conceptos de nación y Estado y proyecta sus propios deseos en el pasado. Lo que define a una nación es un elemento subjetivo: grupos de individuos que creen compartir ciertos rasgos culturales y viven sobre un territorio al que consideran propio, mientras que los Estados modernos son estructuras político-administrativas que controlan un territorio y la población que lo habita". Según José Carlos Rueda, de tener que señalar a alguna nación como la más antigua de Europa esta sería Francia. "Con mil salvedades, podemos considerar que Francia tiene una estructura estatal unificada más antigua que España (hasta finales del siglo XVII, Monarquía Hispánica). Lo mismo respecto a sus límites fronterizos. O respecto a su capitalidad (París), que existe como tal desde la Edad Media. La unidad lingüística es también históricamente muchísimo más intensa que en España", señala el historiador.

Esta última afirmación es puesta en duda por algunos estudiosos, como uno de los mayores expertos franceses en la lengua, el francés Alain Reyel. En una entrevista de 2017 con el diario francés Le Monde, explicó: "Francia es un ámbito lingüístico que reúne a tres familias diferentes: la lengua oïl, que se convirtió en el francés general; el occitano, como el gascón; el bearnés y el provenzal. En Francia, el paso a lo que desde Dante se llama 'lengua vulgar' (no en el sentido peyorativo, sino como sinónimo de espontáneo y natural) sucedió muy tarde. Y en parte por eso Richelieu creó la Academia Francesa en el siglo XVII". En otro momento de la entrevista, Reyel añade: "En los siglos XIX y XX, la escuela laica, pública y obligatoria desempeñó un papel importante en el movimiento de unificación, que fue muy lento: antes de la Primera Guerra Mundial, más de la mitad de los habitantes de Francia no hablaban francés. Cuando estalló la guerra en 1914 la mitad de los soldados no entendían las órdenes de los oficiales. La Primera Guerra Mundial fue la escuela de lengua francesa más grande e importante, una escuela exclusivamente masculina, por cierto".

Julio César nunca dijo: “Tú también, Bruto, hijo mío”

Lo que nos han contado. El 15 de marzo del 44 antes de Cristo, un grupo de senadores, entre los que se encontraba Bruto (hijo de Servilia, amante de César, que siempre gozó de la protección y simpatía de Julio César), apuñalaron al dictador romano hasta llevarle a la muerte. Momentos antes de fallecer a causa de las graves heridas, Julio César, que no podía creer la traición de Bruto, pronunció una de las frases más célebres de la historia: "Tú también, Bruto, hijo mío".

Lo que realmente ocurrió. Efectivamente, Julio César fue acuchillado varias veces en las escaleras del Senado romano. Sin embargo, nunca articuló la frase que el mundo se afana en adjudicarle. ¿Por qué entonces se cree que esto fue lo último que dijo antes de morir? Probablemente, el hecho de que Shakespeare la reprodujese en su obra Julio César (que data de 1599) ayudó a que el mundo lo considerara un hecho histórico verídico. Por su parte, Plutarco (que nació el 45 después de Cristo) asegura en su obra que César no dijo tal cosa. Según el filósofo griego, lo único que hizo el dictador antes de morir fue cubrirse la cabeza con la toga al descubrir a Bruto entre sus asesinos. "Al ver a Bruto con la espada desenvainada, se echó la ropa a la cabeza y se prestó a los golpes", relata Plutarco en el tomo V de Vidas paralelas. La frase se ha convertido hoy en un símbolo que representa la traición máxima.

El velcro no lo inventó la NASA

Lo que nos han contado. Que este sistema de adherencia basado en una tira de pequeños ganchos de plástico y otra tira de fibras sintéticas que quedan unidas al juntarse y se despegan de un solo tirón lo inventó la NASA. El objetivo de la agencia del gobierno estadounidense responsable del programa espacial civil era salvar la falta de gravedad que hay en el espacio ofreciendo a los astronautas una forma sencilla y cómoda de ponerse y quitarse la equipación.

Lo que realmente ocurrió. El ingeniero suizo George de Mestral, que nada tenía que ver con la NASA, creó el velcro en 1948 tras pasar un día de caza en el campo. Durante su paseo por la naturaleza le llamó la atención cómo las semillas de las flores se adherían a su ropa. Al observarlas de cerca con microscopio descubrió que sus puntas eran diminutos ganchos, de ahí que fuera difícil despegarlas de la ropa. Maestral decidió inventar un sistema que replicara el comportamiento de estas semillas y creó las populares tiras adhesivas que hoy incluyen decenas de prendas, como casi todo el calzado infantil. En los años 60, la NASA decidió incorporarlo en el equipamiento de los astronautas y el sistema comenzó a popularizarse. El repentino uso masivo, tanto para fines domésticos como deportivos (los trajes de los pilotos de carreras y esquiadores lo incorporaron a sus uniformes), ayudó a que la creencia de que los ingenieros de la NASA eran los creadores del velcro tomara fuerza.

El cine se ha encargado de que creamos que cuando un emperador bajaba su dedo pulgar, como Joaquin Phoenix en esta imagen de 'Gladiator', estaba sentenciando a muerte al gladiador.

El cine se ha encargado de que creamos que cuando un emperador bajaba su dedo pulgar, como Joaquin Phoenix en esta imagen de 'Gladiator', estaba sentenciando a muerte al gladiador.

Los emperadores romanos no sentenciaban a muerte a los gladiadores bajando el dedo

Lo que nos han contado. Vimos a Joaquin Phoenix (en el papel del emperador Cómodo) ejecutar este gesto en la oscarizada Gladiator (Riddley Scott , 2000) y lo tomamos por verdad absoluta. Por su parte, los libros, los cuadros, el cine y la televisión se han encargado de alimentar la leyenda haciendo creer al espectador que cuando un emperador bajaba su dedo pulgar en el circo romano lo que estaba haciendo era sentenciar a muerte al gladiador que se encontraba en desventaja en la arena.

Lo que realmente ocurrió. Todo lo contrario a lo que el cine nos ha mostrado. Si el emperador alzaba su pulgar estaba instando al gladiador vencedor a matar al gladiador vencido. Cuando el emperador quería salvar la vida del gladiador introducía su dedo pulgar en el puño cerrado de la mano opuesta. "Creer que los emperadores sentenciaban a muerte bajando el dedo pulgar es un error que nos colaron vía Hollywood. Realmente la sentencia de muerte se daba cuando el emperador romano levantaba el pulgar hacia arriba", explica a ICON la historiadora María F. Canet.

https://elpais.com/elpais/2018/09/05/icon/1536142770_672955.html

jueves, 5 de septiembre de 2019

Pasado y presente. Conocer y aceptar la historia crea ciudadanos dotados de mayor sentido crítico, más responsables, más independientes, capaces de enfrentarse con autoridades abusivas y de defender derechos propios y ajenos

El pasado alemán, manchado por el desencadenamiento de las dos guerras del siglo XX y por el genocidio judío, ha dado lugar a múltiples trabajos históricos y a muy sustanciales reflexiones ético-políticas sobre el papel del mal en las comunidades humanas o la alteración de la conducta personal en situaciones emocionales masivas. Sobre ello vuelve también Los amnésicos,libro de la periodista e investigadora francoalemana Géraldine Schwarz. Pero lo supera y sugiere otras muchas cosas.

Schwarz establece, para empezar, la responsabilidad de todos los alemanes en lo ocurrido: exceptuando, naturalmente, a los oponentes activos al nazismo —que bien caro lo pagaron—, la sociedad no se opuso a la escalada de medidas antisemitas de 1933-1938, como no se opuso a la matanza posterior, ni puede simular que no supo lo que estaba ocurriendo. Pero la responsabilidad se extiende igualmente a franceses, italianos, húngaros, polacos o tantos otros, que tampoco protegieron a sus judíos amenazados. Aquellas sociedades —todas desgarradas internamente, ante aquel conflicto, y todas plagadas de colaboracionistas— coincidían sin embargo en 1945 en percibirse a sí mismas como meras víctimas de los nazis.

La autora distingue, por supuesto, grados de responsabilidad, sobre todo individual. No es lo mismo pasividad que aquiescencia, delación, lucro aprovechando la situación o apoyo entusiasta. Pero reconoce la dificultad de atribuir responsabilidades colectivas, es decir, de dividir con trazos gruesos a las comunidades que viven situaciones traumáticas en grupos de verdugos y víctimas. Una dificultad que aumenta cuando se proyectan tales culpas sobre las generaciones siguientes. Porque, sobre todo en enfrentamientos ideológicos —los étnicos perviven más—, el tiempo diluye las identidades, los descendientes de los protagonistas originarios no siempre perpetúan las posiciones políticas de sus padres o abuelos e incluso se mezclan y tienen hijos comunes. Tampoco es lo mismo sufrir personalmente una dictadura, una guerra civil o un genocidio que oírselo contar a nuestros padres; y no digamos vivirlo como tercera generación, a través de nuestros abuelos. Si la memoria individual es traidora, la trasmitida puede acercarse a la pura distorsión.

A partir de 1945, la conciencia alemana frente a aquel pasado sucio evolucionó. Adenauer negaba cualquier colaboración de la población con el nazismo, a la vez que integraba sin pudor a los cuadros del NSDAP entre las élites de la nueva República Federal. En los sesenta, la rebelión universitaria y la libertad sexual facilitaron el distanciamiento y la denuncia del pasado nazi. Y en los ochenta estalló la disputa de los historiadores, o Historikerstreit: conservadores como Ernst Nolte exoneraban al país del nazismo, ocasional extravío causado por un grupo de criminales; el filósofo Jürgen Habermas y los historiadores “sociales”, en cambio, interpretaban las tragedias del siglo XX como culminación del Sonderweg, o “camino excepcional”, alemán, dominado desde Bismarck por un nacionalismo beligerante.

Con lo que finalmente se abrió el baúl de los recuerdos y las denuncias, que acabaron siendo en la Alemania occidental más completas que en cualquier otro país europeo. Alemania se convirtió en el modelo de un buen “trabajo de memoria”; lo cual permitió construir una sociedad civil y una democracia excepcionalmente sólidas. A partir de su reflexión sobre lo ocurrido, los alemanes interiorizaron unos valores y un espíritu crítico cruciales para una convivencia en libertad: al repudiar extremismos, dirigentes providenciales y discursos de odio contra otras comunidades, adquirieron mayor sentido de la responsabilidad. Síntoma, o consecuencia, de todo ello fue su generosa reacción ante la crisis de los refugiados sirios. No sólo la oficial. Cientos de ciudadanos recibieron los trenes de refugiados con pancartas multilingües de “¡Bienvenidos!” y bolsas de comida, agua, ropa, pelotas u ositos de peluche. Aquellos trenes de 2015 redimieron a Alemania, si tal cosa fuera posible, de los de 1942-1944.

Esta es la idea central del libro: que una aceptación honesta y crítica del pasado permite el desarrollo de actitudes democráticas y tolerantes en el presente. Cuando uno comprende que sus padres, sus abuelos, su comunidad, fueron responsables directos o indirectos de algunas barbaridades, cuando uno acepta la dificultad de atribuir con nitidez culpas colectivas, cuando uno se da cuenta de lo fácil que es convertirse en perseguidor, o consentidor de la persecución, cuando uno entiende las muchas caras de la historia y las confusas identidades que ha heredado, es probable que hoy esté más dispuesto a convivir con otras culturas, otras lenguas, otras creencias, otras posiciones políticas. En cambio, los educados en un mundo mental aislado, que sólo celebra los heroísmos y lamenta los sufrimientos de sus antepasados, que únicamente se percibe como descendiente de víctimas inocentes y nunca como heredero de vilezas, tienden a adoptar hoy posiciones de intolerancia, de simpleza ideológica, de repudio hacia el extranjero, de nostalgia fascista.

Dicho de otra manera: la multiculturalidad, la aceptación del diferente, el reconocimiento de sus derechos, a la vez que la fuerte convicción de los nuestros, se derivan de la comprensión de la complejidad de los problemas pasados; lo cual es un síntoma de personalidad sólida, y no débil, como tiende a creer el llamado sentido común, criadero de demagogias. La amnesia, en cambio, la ignorancia, la simplificación y sacralización del pasado, llevan al dogmatismo y al odio hacia los diferentes; indicio, de nuevo, de cualquier cosa menos de principios fuertes. Conocer y aceptar la historia, comprender las muchas maneras de evaluar las culpas ante los crímenes y tragedias ocurridos, ser consciente de la fragilidad de las identidades heredadas, crea ciudadanos dotados de mayor sentido crítico, más responsables, más independientes, más capaces de enfrentarse con autoridades abusivas, de defender los derechos y libertades propios y reconocer los ajenos.

Nuestra experiencia lo ratifica diariamente. Los Gobiernos menos europeístas y más proclives al fascismo, como Hungría o Polonia, son también los que se apoyan en una visión simplista y autocomplaciente del pasado. Italia, que tampoco hizo su “trabajo de memoria” adecuadamente, sigue confiando en hombres providenciales, como Berlusconi o Salvini, y relativizando a Mussolini. El lepenismo francés, obsesionado con los inmigrantes, sigue instalado en la amnesia parcial que borra el colaboracionismo con los nazis mientras exagera la magnitud y hazañas de la Resistencia. Los propios alemanes educados en la antigua RDA, que glorificaba a los “héroes comunistas” opuestos al nazismo y no reconocía que nadie —en especial, ningún proletario— se hubiera sentido atraído por Hitler, son hoy quienes más votos otorgan a la AfD. Por no hablar de Israel.

El caso alemán permite pensar, pues, en otras muchas cosas: en la complejidad de la historia humana, en la necesidad que tiene una cultura democrática de evitar retroproyecciones simplificadoras y reivindicativas. El honesto reconocimiento de todo lo ocurrido, y no sólo de lo que ennoblece nuestra imagen o refuerza nuestra posición política, y la ecuanimidad —que no es equidistancia— son las claves de bóveda para una convivencia libre; y los imperativos éticos para un historiador.

José Álvarez Junco es historiador.

https://elpais.com/elpais/2019/07/12/opinion/1562931995_217161.html




OTROS ARTÍCULOS DEL AUTOR


lunes, 24 de septiembre de 2018

PRESENTACION 1


Cuando viví en Barcelona por unos cuantos meses a comienzos de 2003 tuve la oportunidad de conocer al historiador Josep Fontana, quien amablemente me invitó a visitarlo en su extraordinaria biblioteca de la universidad Pompeu Fabra. Allá conversamos en varias oportunidades y siempre que lo visitaba, en forma amable me regalaba algún libro de la Editorial Crítica, entre ellos su notable La historia de los hombres. El ejemplar que tengo en mi poder lleva esta dedicatoria: “En agradecimiento de sus libros y con mi mejores deseos para Colombia. 27-II-O3”.

 En el curso de esos encuentros yo le dije que me gustaría publicar un libro de su autoria en Colombia, con materiales inéditos o que no hubieran sido publicados en sus obras más conocidas sobre teoría historiográfica. Él me dijo que le diera unos cuantos días y me tendría una propuesta. Cual no sería mi sorpresa cuando a los ochos días me esperaba con un material que ya formaba un pequeño libro y me autorizó para editarlo. A mi regreso a Colombia me puse a la tarea y publique el libro con el mismo título que él había propuesto: ¿Para qué sirve la historia en un tiempo de crisis? por el sello editorial Pensamiento Crítico. Este libro lo dedicó Josep Fontana a nuestro colega y amigo Dario Betancur Echeverry, secuestrado y asesinado en 1999, y a quien el ilustre historiador catalán había conocido personalmente.

Seguir aquí: http://www.rebelion.org/docs/246618.pdf

viernes, 7 de septiembre de 2018

Josep Fontana: rigor, honestidad y compromiso


El filósofo Josep María Esquirol explica en su bellísimo ensayo “La Resistencia Intima”, que “la casa siempre es el símbolo de la intimidad descansada”. La casa “no es tanto el confort, ni el lujo, cuanto el recogimiento y la acogida”. Creo que estos pasajes definen muy bien a Josep Fontana como ser humano. Una persona honesta y sabia, no solamente por su capacidad de trabajo (mantenida hasta el último momento) sino porque fundamentalmente había elegido un orden de prioridades en el que el vínculo con los demás partía siempre de lo próximo: su austera y a la vez acogedora casa, su pareja, sus amigos, su barrio popular del Poblesec, su idioma, la universidad Pompeu Fabra, su ciudad…

De alguna manera, también así amaba a su país, sus afectos y su mirada de historiador se desplegaban desde lo pequeño y lo cotidiano, hacia lo que se mueve, hacia lo que resiste….hacia lo que lucha, y de ahí a lo universal como conocimiento a través de su incansable labor de investigación histórica. Gustaba Josep los fines de semana, del placer de lo que está bien cocinado, coincidía en esto, y en otras resistencias íntimas a las claudicaciones, con su gran amigo Manuel Vázquez Montalbán. Tras disfrutar de la mesa y la conversación tomaba un café sólo y regresaba a casa, a su recogimiento de la mesa de trabajo para seguir leyendo, para seguir desgranando argumentos y razones con los que entender la lógica de los acontecimientos históricos. Siempre he tenido la sensación de que esta manera de recogimiento en pos de la divulgación de la historia era una forma no sólo de disfrute personal sino de expresar querencias y estimas. Una manera superior y humilde a la vez, de darse a los demás.

En un sistema que preconiza el “yo” como el ámbito exclusivo de superar dificultades y problemas, en una sociedad apegada a las pantallas planas, consumidora de ansiolíticos y libros de autoayuda, adicta al fetiche digital, la actitud y la obra de Fontana ponen un acento sutil en el nosotros, el nosotros en movimiento, el nosotros que reflexiona, el nosotros que no se resigna y que puede elaborar proyectos alternativos. El nosotros que puede rescatar el yo disperso y desarmado ante tanta ignominia generada por el modelo neoliberal. Por eso los últimos años cruzaba la geografía peninsular (y no sólo peninsular) de una punta a otra siempre que algún colectivo u organización demandaba su presencia para explicar las claves de la presente “crisis”. Este es un tema en el que se centró tanto en los últimos capítulos de Por el bien del Imperio (2011), obra en la que trabajó catorce años y que es hoy una obra de referencia para entender la dinámica artificiosa y perversa de la guerra fría, como en una obra de prolongación titulada El futuro es un país extraño (2013).

El rigor de este discípulo de Jaume Vicens Vives y de Pierre Vilar, descansaba en su apabullante utilización de las fuentes y en una praxis del materialismo histórico liberado de la noción de “Progreso”, reivindicando en este aspecto a Walter Benjamin. Josep Fontana no se dejaba seducir por el espejismo tecnológico como motor de los cambios, y era por el contrario muy consciente, de que los desarrollos humanos, entendidos como la consecución de sociedades más equilibradas y justas, habían venido de la mano de tenaces luchas sociales (y sus consecuentes aprendizajes colectivos) en favor de proyectos alternativos al poder y a sus prácticas políticas, económicas y culturales. Para Fontana no había linealidad de progreso en el desarrollo de los acontecimientos, en sus obras demuestra que la Historia es un territorio de contingencia y de encrucijadas; al respecto, Fontana reflexionó sobre la función de la Historia y la labor del historiador en una interesante obra del año 1992 titulada La Historia después del fin de la Historia, y que merece hoy ser releída, en estos momentos en el que el oportunismo, la estulticia y la Historia como negocio y coartada del poder vuelven a cabalgar sobre fastos históricos en forma de Quintos Centenarios; este libro, además, desmonta con lucidez toda operación de vuelta a una historia narrativa conservadora tras el fin de la guerra fría.

En 1917 publicó El siglo de la Revolución, una obra de alguna manera complementaria a la mencionada Por el bien del Imperio, en ella Fontana explica, el impacto que la revolución rusa de 1917 tuvo a escala planetaria. Frente a ese esquema posmoderno de pensamiento, tan socialmente extendido, que cree que mirar a la revolución bolchevique para encontrar respuestas está demodé, el libro demuestra que aquel acontecimiento supuso una ruptura de equilibrios que permitió cambios políticos y sociales a nivel planetario, aunque en Europa y en el mundo occidental esas transformaciones fueran más palpables y duraderas. Para el historiador catalán no se pueden entender la construcción de los estados del bienestar (welfare state) desligados de aquella respuesta organizada de las clases subalternas y del país que surgió después, a pesar de que el estalinismo supuso en buena medida un recorte y una mutación en clave conservadora de toda la carga emancipadora inicial. Los fascismos de los años 30 son explicables para Fontana como la manera con la que el capital reaccionó ante aquella ruptura inesperada que disputaba su poder. En esta línea también publicó en la prestigiosa web Sin Permiso (de la que formaba parte del Consejo Editorial) , un magnífico artículo titulado ¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?, auténtico alarde de conocimiento puesto al servicio de la didáctica de la Historia.

La labor de Josep Fontana como editor, primero en Ariel y luego en CRITICA, merece ser puesta de relieve ya que gracias a él el mundo universitario y las personas que tenían interés por la Historia pudieron conocer a historiadores como Eric Hobsbawm, E.P. Thompson, H. Kohachiro Takahasi, Peter Kriedte, o Mary Beard, entre tantos otros. También publicó debates historiográficos de gran interés y riqueza conceptual como El debate Brenner, en el que concurrieron varios historiadores de diferentes tendencias, (Emmanuel Le Roy Ladurie, M.M.Postan, Guy Bois, R.H. Hilton, Patricia Croot, David Parker, Heide Wunder, J.P Cooper y Arnost Klima), aparte del propio norteamericano Robert Brenner que abrió el debate con un artículo publicado en 1976, en el que concedía gran importancia a las estructuras de poder campesino a la hora de condicionar los cambios que se operaban en la demografía y en los intercambios económicos que erosionaban el feudalismo; se trataba en definitiva de un debate sobre los factores que accionaban la transición entre la baja edad media y la Europa preindustrial. Otra publicación de mediados de los 80 fue Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII) , que recogía los trabajos de diferentes historiadores (Pierre Bonnassie, Thomas N. Bisson, Reyna Pastor o Pierre Guichard) en un coloquio celebrado en Roma en el 78 sobre el feudalismo; la publicación de todas estas aportaciones arrojó mucha luz sobre las diversas estructuras feudales europeas, hasta ese momento, analizadas casi siempre desde el paradigma feudal del norte de Europa.

Este breve resumen del quehacer de Fontana como Historiador y como editor no estaría completo sin mencionar su comprensión del siglo XIX español y la crisis de la Monarquía Absoluta y del Antiguo Régimen, terreno en el que era un auténtico especialista (¿y en qué no lo era?). En libros como La crisis del Antiguo régimen 1808-1833, el historiador barcelonés nos da las claves para entender un periodo en el que los viejos terratenientes feudales pactaron con el liberalismo burgués incipiente, como forma de garantizar su poder oligárquico ante el empuje de un campesinado que buscaba en la religión prestigio y justificación pero que no conseguía formular sus aspiraciones de clase en un programa coherente. Para Fontana los historiadores académicos, liberales o conservadores, aplicaron a esta época una deliberada miopía que rehúye ahondar en las raíces sociales de los hechos; o dicho de otro modo: los sujetos colectivos y sus intereses son fundamentales para entender cualquier acontecimiento.

Hay que decir, y esta era una de las grandes cualidades de Josep Fontana, que su obra aunaba siempre profundidad, claridad expositiva y amenidad.

Silvio Rodríguez suele decir que a menudo, uno vuelve a ventanas en las que una vez se asomó, y que allí vuelve a descubrir canciones. Pues bien, algo así es lo que a Josep le estaba ocurriendo en los últimos tiempos; se estaba asomando de nuevo a esa enorme ventana del siglo XIX que nos abrió, en concreto, estaba escribiendo un libro que había comenzado como una historia de la restauración entre 1814 y 1848 y se percataba, según me comentaba, que había que prestarle mucha atención a las medidas sobre el desarrollo del capitalismo, medidas que quedaban omitidas en el discurso histórico dominante y que, por ejemplo, el esclavismo había tenido un papel fundamental en este aspecto. Sobre esta obra y en un guiño me decía ¿Para qué apresurarme en acabarla?

Por tu amistad, por lo que nos has enseñado y por lo que vas a seguir enseñando a generaciones futuras de tot cor moltes gracies Josep.

sábado, 1 de septiembre de 2018

In memoriam Josep Fontana (1931-2018)

Viento Sur



Hay figuras que parecen eternas, con un legado tan vivo que uno las cree inmortales. Abridoras de nuevos caminos, puentes entre generaciones, se convierten clásicos en vida. Por eso, la noticia del fallecimiento del historiador Josep Fontana nos golpea especialmente, dejando huérfanos a todos los que creemos en una historia crítica y alternativa como la que él práctico y nos dejó como herencia a través de su ingente obra. Por desgracia, en el Estado español no contamos con demasiadas personalidades de esta talla, y vemos con desolación como nos abandonan referentes críticos, como Antoni Domenech recientemente fallecido.

Introductor en el Estado español de la historiografía marxista, en un maridaje fecundo con la tradición de los Annales, supo aunar las lecciones de E. P. Thompson con las de Marc Bloch, combatiendo por la Historia cuando muchos la dieron por muerta. En ese sentido, no podemos olvidar a uno de los padres intelectuales de Fontana, el historiador marxista francés Pierre Vilar, quien alumbró la historia de Catalunya y el Estado español con un nuevo enfoque a partir de una aplicación creativa y nada mecánica de las líneas metodológicas esbozadas por Marx y Engels y reforzadas por la Historia desde abajo de los Annales.

Podemos arriesgarnos a afirmar que la vivencia en su infancia de la Guerra Civil y la represión franquista marcó su biografía intelectual y política: “En 1939, aprendí, a los 7 años de edad, que me iba a tocar vivir en una España que, como resultado del triunfo de una insurrección contra la inteligencia, combatía la libertad cultural y se defendía del peligro de los libros censurándolos y destruyéndolos.“

Su evolución como historiador viene marcada por un compromiso con la verdad y contra la manipulación interesada, ofreciendo siempre una visión lúcida que busca desentrañar las apariencias y los esquemas prefijados, sobre todo en el campo en el que brilló con luz propia, el estudio de la crisis del Antiguo Régimen y la formación del capitalismo en el Estado español y Catalunya. Desveló la formación de un bloque social y político marcado por rupturas pero también por continuidades, con el predominio de una burguesía rentista fuertemente centralista, con particularidades pero también con tendencias comunes a la conformación de las formaciones sociales contemporáneas en Europa. Destacan en este ámbito obras como “La quiebra de la monarquía absoluta 1814-1820” o la más reciente “La crisis del Antiguo Régimen (1808-1832)”.

Fontana fue un historiador consciente de la importancia de la reflexión teórica sobre su disciplina, sobre el necesario proceso de cuestionamiento estratégico de las tareas del historiador, el cómo pero también el por qué. En este ámbito no podemos olvidar la deuda enorme que muchos tenemos con su obra “Historia, análisis del pasado y proyecto social”, que nos abrió los ojos a una historia social de la historiografía, a las estructuras de poder y a los diversos intereses económicos y sociales que se ocultan detrás de determinados enfoques y escuelas.

Cuando la caída del muro parecía barrer de un plumazo la opción de escribir una historia diferente a la trazada bajo los interese de los grupos sociales dominantes, Fontana reaccionó rearmando la tradición histórica marxista con su “La Historia después del Fin de la Historia”, en la que destroza al historiador liberal de moda, Francis Fukuyama y sus pretensiones de declarar la inviabilidad de cualquier proyecto alternativo al capitalismo, separando el derrumbe de los regímenes estalinistas del Este de la tan proclamada caducidad del pensamiento marxista. Reacciona también a la consideración caricaturesca del marxismo como doctrina revelada y apuesta por una historia crítica que ponga en el presente el centro de sus preocupaciones.

Al hablar de Fontana estamos hablando por tanto, de un historiador partisano, militante y comprometido con la tradición de los oprimidos, que se mancha de compromiso político en las filas del PSUC, lejos de neutralidades abstractas. Su militancia antifranquista supone su expulsión de la universidad en 1966, en tiempos en los que el compromiso académico y social no eran realidades separadas. Rojo y catalanista, batalló hasta el final por el proyecto socialista y por la libertades y derechos democráticos de Catalunya. En base a esta coherencia criticó la Transición española por lo que tuvo de transacción hacia las herencias del franquismo, en una época en que la heterodoxia con respecto al relato dominante podía acarrear el ostracismo intelectual y político.

Una figura tan grande como la de Fontana, con toda su solidez intelectual, no puede dejar de tener aristas, como por ejemplo, su desprecio indulgente hacia el movimiento estudiantil en mayo del 68, “los niños esos que se creían que se estaban cargando el mundo para construir uno nuevo”. También se puede señalar la condescendencia benévola con la que trata la actuación del bloque soviético en la Guerra Fría en su monumental y por otra parte muy bien documentada “Por el Bien del Imperio”. Una interpretación quizás en exceso esquemática, que atribuye todas las culpas a la política ofensiva de las potencias imperialistas sin un análisis riguroso de las contradicciones de los regímenes del socialismo real, y deudora en parte del campismo en el que desarrolló su actividad política en los 60 y 70.

En sus últimos años de vida, coincidiendo con el desarrollo del Procès, pondrá el foco de atención en Catalunya y la formación de la identidad nacional catalana, una obra valiente pero que esconde cierto esencialismo al establecer un hilo de continuidad identitaria entre la Catalunya medieval y la actual.

Sin embargo, estos matices no relativizan su estatura intelectual, al contrario, la engrandecen, y nos devuelven la imagen real y no mitificada de uno de los mayores referentes de la historiografía en el Estado español. A pesar de la enfermedad que padecía, estuvo hasta el último momento al pie del cañón en la batalla por construir una historia de los vencidos, una historia sin finales fijados de antemano, una herramienta crítica que ayude a transformar el mundo de base.

Xaquiín Pastoriza es profesor de Historia, militante de Anticapitalistas Galiza y miembro del Consejo Asesor de Viento


 Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article14127

Josep Fontana, maestro en el pensar históricamente

Cuarto Poder


Se nos ha ido uno de los grandes de verdad. Maestro en el pensar históricamente, profundo estudioso, trabajador infatigable, pulcro y metódico ya sea en la preparación de sus clases y conferencias como en la redacción de sus numerosos libros, artículos, prólogos y epílogos; cuidadoso en la selección y recomendación de autores foráneos para darlos a conocer, muchas veces traducidos por él mismo, a lectores y estudiosos de habla hispana. Todo eso y mucho más ha sido Josep Fontana.

Mucho más, sí, pues estas cualidades de su trabajo intelectual han ido siempre acompañadas de un permanente compromiso con los humildes, con la clase obrera y sus luchas, de su militancia comunista en los años más duros de la dictadura franquista, junto a otros intelectuales, como Manuel Sacristán, lo que les valió a ambos su expulsión de la universidad en 1966, a raíz de su participación en la fundación del SDEUB en Barcelona.

Josep Fontana, nacido en la Barcelona del emblemático año de 1931, al referirse a su decisión de dedicarse al estudio de la Historia siempre ha puesto énfasis en el papel que desempeñaron sus maestros intelectuales. Ferran Soldevila (1894-1971) y Jaume Vicens Vives (1910-1960) le hicieron ver que la Historia no era eso que le habían intentado inculcar durante el bachillerato. Fontana asistía a los cursos clandestinos sobre Lengua, Literatura e Historia que Ferran Soldevila, al regreso del exilio, impartía en el comedor de su domicilio. Y fue alumno de Jaume Vicens Vives en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona. Además de estos dos insignes historiadores, y sin olvidar la influencia que en su formación de historiador tuvieron otros grandes maestros como Ramón Carande (1887-1986), Eric Hobsbawm (1917-2012) o E. P. Thompson (1924-1993), su tercer gran maestro fue Pierre Vilar (1906–2003), a quien conoció a través de Vicens Vives. A los tres les rindió cumplido tributo en una interesante y entrañable conferencia impartida en la Universidad de Girona en el 2009, recogida en el volumen L’Ofici d’historiador, reeditado de forma ampliada este 2018. Sin duda, el magisterio de Pierre Vilar, sus trabajos sobre Cataluña y la España Moderna, su modo de pensar la historia, fueron decisivos en la formación de Fontana y de muchos de nosotros.

Cuando yo tuve que exiliarme un tiempo en París a principios de los 70, pude asistir a los cursos de Pierre Vilar en la École Pratique des Hauts Études gracias a una gestión directa de Josep Fontana con el historiador francés, quien me inscribió en sus clases con el nombre que figuraba en mi pasaporte falso de entonces. Para mí, como para tantos otros, ambos han sido maestros y referentes intelectuales y morales en el campo de la investigación historiográfica, lo mismo que Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey, con quienes he compartido trinchera en otros campos del conocimiento y de la actividad transformadora.

Hará falta tiempo para aquilatar adecuadamente todo el valor del legado de Josep Fontana. En primer lugar, porque nos ha dejado una obra muy amplia: una treintena de libros, desde la Revolució de 1820 a Catalunya, editado en 1961, hasta la antes citada reedición ampliada de L’Ofici d’historiador este mismo año; más de cuarenta capítulos y colaboraciones en obras colectivas; y un abundante número de prólogos, introducciones, epílogos y artículos en revistas de historia –participando en la fundación de Recerques (1970) y L’Avenç (1976) – y de pensamiento, en prensa y en publicaciones periódicas -algunas clandestinas, como Nous Horitzons, en la que utilizaba el seudónimo de Ferran Costa- además de sus numerosas y cuidadas traducciones. A su dilatada trayectoria de investigador y docente hay que sumar también la de editor y consejero editorial. En este campo, su amistad y colaboración con el historiador y editor Gonzalo Pontón, fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011), ha dado como fruto la publicación de alrededor de un millar de libros de historia.

En segundo lugar, por la amplitud temática y el rigor de su obra historiográfica: desde sus primeras monografías sobre diversos aspectos de la crisis del Antiguo Régimen, la revolución liberal y la segunda restauración española en los siglos XVIII y XIX, hasta sus síntesis interpretativas de la historia mundial del siglo XX contenidas en los volúmenes Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1975 (2001) y El siglo de la Revolución. Una historia del mundo desde 1914 (2017), que constituyen una potente panorámica explicativa de la historia mundial contemporánea, con abundante aparato crítico, equiparables ambas a los justamente celebrados trabajos de Eric Hobsbawm. Si a estos estudios les sumamos sus trabajos y reflexiones metodológicas sobre el oficio de historiador y la enseñanza de la historia, sus recientes contribuciones a los estudios de la historia moderna y contemporánea de Cataluña, presentada en el volumen La formació d’una identitat. Una historia de Catalunya (2014, enriquecido con nuevas aportaciones en la edición de 2016), y sus trabajos de revisión y crítica histórica de ese “invento” pomposamente llamado por historiadores y políticos del sistema la Transición Española, tendremos un panorama de la dimensión de su obra histórica.

En tercer lugar porque la difusión de su obra en múltiples idiomas ha permitido que su influencia como historiador y pensador trascendiera nuestras fronteras. Por poner un ejemplo: su libro Europa ante el espejo (1994) ha sido traducido, que yo sepa, al euskera, inglés, francés, alemán, portugués, checo, rumano, turco, japonés, ruso y chino. Josep Fontana forma parte destacada de la robusta corriente de historiadores marxistas que han contribuido a renovar la historiografía mundial y a dar sentido crítico y uso social a su oficio de historiadores vinculados a la cultura de las clases populares, a contracorriente de las versiones de la historia escritas por mandarines y letratenientes al servicio de los de arriba.

Pero su legado como historiador no se limita a su obra escrita. Josep Fontana ha sido un excelente y muy reconocido maestro formador de varias generaciones de historiadores. Estudiantes de las Facultades de Ciencias Económica y Empresariales de la Universidad de Barcelona, de la Universidad Autónoma de Barcelona desde su creación en 1968, en la que coordinó el departamento interfacultativo de Historia, de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valencia, en la que tomó posesión de la cátedra de Historia Económica en 1974, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAB (1976-1991), del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra desde su fundación, en la que ejerció como catedrático de Historia e Instituciones Económicas y del Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens Vives de la UPF, que fundó en 1991 y dirigió hasta el 2002, han podido disfrutar de los conocimientos, el rigor y la capacidad didáctica del maestro.

La trayectoria de Josep Fontana no ha sido solo la de un gran historiador, sino también la de un ciudadano ejemplar en su compromiso de lucha contra las desigualdades, por una democracia digna de ese nombre y por la transformación socialista de la sociedad. Y en este ámbito también contamos con múltiples contribuciones, desde las realizadas, muchas de ellas anónimamente, en el período de la lucha antifranquista y de su militancia en el PSUC desde 1957 hasta inicios de los 80, hasta las más recientes vinculadas con su pertenencia al Consejo Editorial de la revista digital Sin Permiso , fundada en 2006 por Antoni Domènech (1952-2017). Muestra también de su compromiso activo ha sido su participación en la lista de Barcelona en Comú encabezada por Ada Colau en las elecciones municipales de mayo de 2015, cerrando la lista junto a Maria Salvo, histórica luchadora antifranquista nacida en Sabadell en 1920 y única superviviente del colectivo Dones del 36.

Tiempo habrá para desgranar con detalle las múltiples y fecundas aportaciones de Josep Fontana en cada uno de los campos aquí apenas reseñados. Pero la relevancia de su labor de renovación del pensamiento historiográfico, sus reflexiones sobre la enseñanza de la historia y de los usos públicos de la historia y su marxismo crítico, vivo, libre de dogmatismos y escolasticismos, son ya de reconocimiento general. Su nombre ocupará un lugar destacado en la construcción de un pensamiento histórico, político y social al servicio de la larga lucha contra la explotación económica, la opresión política y la dominación cultural. Para que la comprensión histórica del pasado sea una herramienta útil en la transformación del presente, hacia un futuro de emancipación económica y social. Es decir, para pensar históricamente.

Los que tuvimos el privilegio de conocerlo y aprender tanto de él tenemos hoy el compromiso de difundir el legado intelectual y humano de este gran maestro de vida que ha sido Josep Fontana.

Víctor Ríos es Historiador Investigador del Centro de Estudios Sociales de la UPF

Fuente: https://www.cuartopoder.es/cultura/2018/08/29/josep-fontana-muere-maestro-pensar-historicamente/

domingo, 19 de agosto de 2018

Reseña de La historia de una familia revolucionaria. Antonio Gramsci y los Schucht, entre Rusia e Italia, de Antonio Gramsci Jr.

Pongan otro (excelente) Gramsci en su biblioteca más próxima

Salvador López Arnal
El Viejo Topo

Lo más esencial: hay novedades de interés en este libro para conocedores o no tan conocedores de la biografía y la obra de Antonio Gramsci. No hay humo. Hay motivos para seguir pensando y para formular mil preguntas complementarias.

Lo más básico que les voy a contar de forma resumida: absolutamente recomendable, de entrada, salida y durante la travesía. Sin atisbo para ninguna duda. No sólo desde un punto biográfico (ya de por sí importante en el caso de la familia Gramsci) sino también para comprender mejor, con más perspectivas, la obra, las aportaciones teóricas, la profunda reflexión político-filosófica del autor de los Quaderni y de las Cartas desde la cárcel.

Estamos ante un texto escrito, con el alma y la pluma, para gramscianos y para ciudadanos/lectores que quizá no lo sean o no lo sean tanto. De momento.

Más aún, con mayor concreción: dejen de leerme y vayan a adquirir un ejemplar de este (hermoso) libro (de hermosa portada). A las librerías si les es posible porque conviene apoyar esta edición de la joven -y prometedora- editorial “Hoja de lata”. No se pierdan el regalo fotográfico que se nos hace, un magnífico álbum familiar. Se inicia en la página 160. La profunda belleza de Giulia es indescriptible. Una fotografía suya, de alrededor de 1932, con Delio y Giuliano, emociona en lo más hondo.

La dedicatoria del libro: “Dedico a este trabajo a mi padre Giuliano Gramsci, quien contribuyó enormemente a su creación”. Efectivamente, el libro está dedicado al hijo menor de Gramsci y el autor es el nieto del autor de los Quaderni. Unos datos sobre él: nacido en Moscú en 1965, licenciado en Biología y con una amplia formación musical, es profesor en la Universidad Pedagógica de Moscú y en la escuela italiana Italo Calvino (también en Moscú). Es también director de la escuela de percusiones étnicas UniverDrums y colabora con el laboratorio de música electrónica y acústica del Conservatorio moscovita, realizando investigaciones sobre los aspectos matemáticos del ritmo. Es decir, un biólogo-músico-matemático-investigador que debe escribir como escribía su abuelo. Ha investigado además la historia del PCI de los años veinte en relación a su historia familiar. Es autor de dos libros más que no han sido traducidos (¿alguien se anima?): La Russia di mio nonno. L’album familiar degli Schucht (2008) y I miei nonni nella rivoluzione. Gli Schucht e Gramsci (2010).

La estructura del libro comentado: Prólogo de Juan Carlos Monedero. Agradecimientos. Prefacio de Antonio Gramsci Jr (entre lo mejor del volumen). Historia de una familia revolucionaria: 1. Bolcheviques aristocráticos. La familia Schucht y Apollon, el padre de una estirpe. 2. Mi abuela Giulia. 3. Tatiana, ángel de la guarda de Antonio. 4. Eugenia:¿genio del mal? 5. Los hijos de Antonio Gramsci. Epílogo. Complementos: 1. “Recuerdo de Tatiana” por Giuliano Gramsci. 2. Cartas (con aportaciones nuevas, textos inéditos hasta el momento). 3. Los escritos de Gramsci sobre la Unión Soviética.

La perspectiva, la posición política y vital del autor: “Mi relación con mi abuelo sobrepasa el interés por su vida y su pensamiento. Como nieto y, en cierto sentido, como seguidor suyo, tengo el deber de defender su memoria y también la causa por la que dio su vida y custodiarla ante las manipulaciones y especulaciones de todo tipo a las que se ha visto últimamente sometida su figura” (pp. 202-203).

¿Qué manipulaciones? No se le escapa a este Antonio Gramsci lo esencial: “Como es notorio, en los últimos tiempos se han intensificado los intentos de contraponer a Gramsci al movimiento comunista, incluso a considerarlo su víctima: una argumento que gusta en particular a no pocos autores italianos, desde Massimo Caprara [ex secretario de Togliatti] a Giancarlo Lehner, e incluso a un historiador y ensayista de renombre como Luciano Canfora” (p. 203). No sé si Gramsci junior es aquí justo con Canfora. No concreta, no ilustra su comentario en lo que respecta al gran helenista italiano.

Conviene destacar también el prólogo (excelente en mi opinión y de hermoso título): “Gramsci, un hombre que corría” que Juan Carlos Monedero ha escrito para el libro. Lo abre con estas palabras: “Si ha abierto este prólogo, déjeme, ya que ha empezado a acercarse al genial sardo, proponerle una dieta relevante: lea a Gramsci directamente y, sobre todo, saque sus propias conclusiones… Una vez contaminado por la trayectoria de este revolucionario, háganse en torno a este pensador político todas las preguntas raras que le ronden la mente”. Las raras y las no tan raras por supuesto.

Al final de su escrito, en una nota a pie de la página 21, Monedero nos regala algunas recomendaciones de lectura: las antologías de César Rendueles y de Sacristán, la monografía de Peter D. Tomàs -El momento gramsciano. Filosofía, hegemonía y marxismo- y más tarde, con lápiz y papel, los Cuadernos de la cárcel. Añado por mi cuenta tres recomendaciones más: El orden y el tiempo de Manuel Sacristán, Leyendo a Gramsci de Paco Fernández Buey (traducido al inglés recientemente y editado por Brill) y una buena antología o edición completa de las cartas del compañero de Giulia Schucht, del gran amigo de Piero Sraffa.

La traducción, por si faltara algo, de la hispanista Mara Meroni, es magnífica, excelente. A la altura de las circunstancias y la tarea.

Para futuras reediciones se recomienda incorporar un índice nominal, una breve biografía de los personajes centrales de la historia e incluso un breve glosario de las principales categorías gramscianas.

¿Se les ocurre mejor compañía para vivir intensa y emocionalmente unas 20 horas? A mí no. No les quito tiempo para una lectura que, con seguridad, les apasionará. Cierro con las palabras de cierre del autor: “He dedicado espacio al caso Vespa [un periodista italiano, autor de El corazón y la espada, y El amor y el poder] para mostrar que la mitología sobre Gramsci (y no solo sobre él) continúa proliferando en el ambiente general de degradación cultural. La manipulación de las consciencias que llevan a cabo los medios de comunicación genera un clima que, en la famosa novela de Hermann Hesse, El juego de los abalorios, se describía como “época de las cursivas”. Una época absurda donde la creatividad y la búsqueda de la verdad se sustituyen por las citaciones recíprocas. Creo que es nuestra obligación luchar contra esas tendencias maléficas si queremos sobrevivir en “ese mundo grande y terrible””.

Queda dicho; búsqueda de la verdad y creatividad si queremos sobrevivir en este mundo grande y terrible del que ya nos habló el abuelo Gramsci.

Acabo. ¿Saben quién nos habló en las clases de Metodología de las ciencias sociales del libro de Hesse, de El juego de los abalorios? Lo han adivinado. Un gramsciano, Manuel Sacristán (que aparece por todos los sitios), maestro y maestro de otro gran gramsciano, Francisco Fernández Buey.

La historia de una familia revolucionaria. Antonio Gramsci y los Schucht, entre Rusia e Italia, de Antonio Gramsci Jr. Hoja de Lata, Xixón, 2017, traducción de Mara Meroni, epílogo de Juan Carlos Monedero, 305 páginas

Fuente: El Viejo Topo, junio de 2018.

sábado, 28 de julio de 2018

Antivalores: la otra cara de la historia

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda
Rebelión

En la conciencia filosófica del siglo XVIII e inicios del XIX quedó en claro que la labor empírica de los historiadores era insuficiente para comprender la evolución humana. La historiografía retrataba pasiones, un cúmulo de intereses contrapuestos, la ruina y la victoria en medio de ambiciones personales, la heroicidad y el altruismo junto a las guerras y las dominaciones. Pero debía existir algo más allá o por debajo de los hechos históricos que permita explicar su racionalidad en el largo tiempo.

Nació así la filosofía de la historia, un esfuerzo intelectual por tratar de descubrir el sentido y la finalidad de los acontecimientos históricos. Para los filósofos de la historia, no cabía admitir una naturaleza humana perversa y tampoco un destino que condenaba permanentemente la moralidad y la justicia. La historia debía entenderse como progreso y ascenso constante en la conquista de una sociedad superior y plenamente beneficiosa para el ser humano, que se moviliza por sobre las ruindades, los odios y las bajezas de todo orden.

Esa intención por clarificar el sentido y la racionalidad histórica, que estuvo presente en los ilustrados franceses, y que alcanzó singular expresión en el idealismo alemán, tuvo su remate intelectual en la obra de G. W. F. Hegel (1770-1831) y particularmente en su genial Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, conferencias universitarias impartidas en 1820, aunque publicadas en 1837.

Para Hegel, los simples acontecimientos no revelan la naturaleza ni el sentido de la historia. Solo el pensamiento puede dar cuenta de la racionalidad oculta en la superficialidad de los hechos. Toda la irracionalidad humana, los odios, las ambiciones, los sufrimientos, junto a los actos sublimes y a los hechos grandiosos, que deben ser recogidos fielmente y hasta en forma detallada, son manifestaciones del espíritu universal, que encuentra su particular expresión en el espíritu de un pueblo, que atraviesa distintas etapas. Ese camino, que en Hegel va desde Oriente hasta Occidente, descubre que la historia se encamina a la conquista de la libertad del espíritu. Esa es la racionalidad que preside la historia, le otorga sentido y le traza una finalidad.

Desde luego, en Hegel la conquista de la libertad del espíritu como eje de la historia resultó una interpretación inversa a la realidad. En todo caso, motiva a entender que en historia cuentan tanto los hechos “positivos” como los “negativos”: la guerra y la paz, los héroes y los villanos, la bondad y la maldad. Hoy sabemos bien que forman parte de las luchas por el poder, de las confrontaciones entre clases sociales, de los momentos de avance o retroceso en la sociedad, cuyo desenvolvimiento no es lineal, ni supone siempre el camino hacia el progreso y hacia la edificación de la mejor sociedad.

En la historia de América Latina cabe contraponer distintos momentos históricos: los procesos de independencia frente al coloniaje a inicios del siglo XIX, por ejemplo, fueron cruciales para movilizar a amplios sectores sociales y para sembrar altos valores, como la libertad, la soberanía de los pueblos, la independencia anticolonial, el autogobierno, los derechos humanos. En contraste, el dominio oligárquico, tan largamente extendido en la vida republicana de los países latinoamericanos, también cultivó una serie de mecanismos económicos convertidos en verdaderos antivalores humanos: el rentismo, la explotación latifundista a campesinos e indígenas sometidos a formas serviles, la esclavitud, la dominación elitista, la exclusión de la democracia.

4 Las revoluciones liberales, durante la segunda mitad del siglo XIX, despertaron nuevos valores: el laicismo, el respeto al pensamiento libre, la libertad de cultos, etc. La conciencia social que generó la Revolución Mexicana de 1910 inaugura una era de esperanzadores conceptos y valores sociales. Los gobiernos “populistas” de los años 30, movilizaron igualmente conciencia y valores renovados: antimperialismo, nacionalismo, función social de la propiedad, acción social del Estado, el desarrollo como proyecto modernizador.

El avance del capitalismo no solo ha provocado modernización y progreso, sino que igualmente ha introducido una serie de antivalores, derivados de la propia naturaleza del régimen capitalista: individualismo, egoísmo, afán de lucro sin fin, acumulación rentista o explotadora de la fuerza de trabajo.

En América Latina se vive hoy otro momento de contraposición en cuanto a valores humanos. El triunfo de las derechas políticas, el ascenso de los principios neoliberales, la implantación de economías empresariales y hasta la arremetida contra los gobiernos progresistas, han dejado atrás el sentido nacional, la reivindicación de la soberanía, la valoración de la dignidad de nuestros pueblos, el freno a la expansión imperialista, la sujeción de los intereses privados a los intereses nacionales, la afirmación de los derechos y garantías sociales y laborales frente a la avaricia del capital.

5 Han aparecido otras formas de movilizar la lucha política, cargada de antivalores que parecen ser normales para liquidar toda memoria del pasado inmediato o cualquier proceso reformista o izquierdista que atente contra las elites dominantes del presente, sin que se descarte el asesinato político. En América Latina la traición más descarada, el giro en las decisiones de Estado, la judicialización de la política, el lawfer, la corrupción mediática, la persecución institucional, la venganza y el revanchismo, el odio, la arbitrariedad, el perdón a los evasores de impuestos, el estrangulamiento a las capacidades estatales, la subordinación al imperialismo o la magnificación irracional del mercado y de la empresa privada, se justifican como expresión de un nuevo tiempo.

La reconstitución de viejos poderes, de la mano de gobernantes subordinados a las derechas económicas y políticas, ha implicado la pérdida de aquellos sentidos de la historia que debían apuntar a construir la dignidad de una nación, su soberanía, la justicia imparcial, la ética pública, la equidad social, la institucionalidad del Estado frente a las ambiciones gremialistas privadas, el latinoamericanismo como oposición al imperialismo, el buen vivir en contraste con la riqueza solo a favor de una elite. La historia se mueve, pero camina hacia atrás.

Blog del autor: Historia y Presente

domingo, 22 de julio de 2018

ATTAC presenta en Valencia el libro 10 años de crisis.

ATTAC presenta en Valencia el libro 10 años de crisis.

Hacia un control ciudadano de las finanzas 2017 registró el mayor incremento de milmillonarios de la historia

Enric Llopis Rebelión

El PIB global sumó 80,6 billones de dólares en 2017, según el Banco Mundial. Mientras, la deuda global de los estados, empresas y hogares de todo el mundo ascendió, en el primer trimestre de 2018, a 247,2 billones de dólares, según el Instituto Internacional de Finanzas (IIF), lo que representa ya el 318% del PIB mundial. ¿Qué peso tiene la globalización financiera y cómo ha evolucionado? El informe de 2017 del Banco de Pagos Internacionales (BPI), con sede en Basilea y que opera como “un banco central para los bancos centrales”, señala que la apertura financiera se aceleró desde mediados de la década de los 90 en las economías del Norte. Así, los activos y pasivos financieros exteriores “se han disparado” desde el 36% del PIB global en 1960 hasta cerca del 400% (293 billones de dólares) en 2015. El BPI, del que forman parte 60 bancos centrales, resalta que en Estados Unidos las multinacionales participan en más del 90% de las operaciones comerciales, de las que más de la mitad se realizan entre entidades vinculadas a una misma transnacional. La citada fuente reconoce que la proporción de la renta que concentra el 1% de las principales fortunas ha “aumentado significativamente” desde la mitad de los años 80 del siglo pasado.

“Todo sigue igual en el casino financiero global”, sostiene el movimiento ciudadano internacional ATTAC, surgido en 1998 en Francia y un año y medio después en el estado español. ATTAC ha publicado en castellano (mayo de 2018), francés, inglés y alemán el libro “10 años de crisis. Hacia un control ciudadano de las finanzas”, coordinado por Dominique Plihon, miembro del movimiento en Francia; Myriam Vander Stichele, en Países Bajos y Peter Wahl, en Alemania. El texto de 127 páginas ha sido presentado en el Colegio Mayor Rector Peset de la Universitat de València por la economista feminista Carmen Castro, y por el profesor de Sociología en la Universitat de València, Ernest García, miembros del Consejo Científico de ATTAC.

El ensayo ahonda, desde una perspectiva crítica, en el impacto de las finanzas. En el mercado de divisas (el mayor del mundo) el volumen de negocio diario –más de 5,3 billones de dólares- equivale aproximadamente a cinco veces el PIB anual de España. Sin embargo, “menos del 3% de estas transacciones sirven a la economía real, es decir, al comercio y la inversión”, apunta el libro redactado por Isabelle Bourboulon, de ATTAC Francia. Es la misma estrategia con la que actúan los bancos, también embarcados en la “financiarización”, que dedican una proporción cada vez menor –entre el 30% y el 40% de sus balances en la UE- a los sectores productivo, hipotecas y depósitos bancarios.

El ensayo también resalta el poder actual de los lobbies. De hecho, los investigadores del Observatorio Europeo de las Corporaciones (CEO) han revelado que en Bruselas trabajan cerca de 25.000 lobbistas y grandes grupos de presión como la European Chemical Industry Council (CEFIC), de la industria química; o EUROCHAMBRES, que representa a 43 asociaciones nacionales del comercio e industria y otras dos transnacionales. El 17 de julio la UE y Japón firmaron en Tokio un Tratado de Libre Comercio “ambicioso” e “histórico”, que las instituciones comunitarias celebraron por las ventajas para las empresas europeas, exportadoras de bienes y servicios al país asiático por valor de 86.000 millones de euros anuales. Sin embargo, el CEO ha denunciado que, para alcanzar los acuerdos, entre enero de 2014 y enero de 2017 la Comisión Europea mantuvo 213 reuniones a puerta cerrada con los lobbistas; de estos encuentros, 190 –el 89%- se produjeron con lobbies de las corporaciones, mientras que 9 (4%) tuvieron como interlocutores a ONG, sindicatos de agricultores o grupos de consumidores.

La mezcolanza de intereses señalada por ATTAC remite a políticos como Durao Barroso, exprimer ministro de Portugal (2002-2004) y expresidente de la Comisión Europea (2004-2014); en julio de 2016 Durao Barroso fichó por Goldman Sachs, uno de los bancos de inversión responsables hace una década de la crisis de las hipotecas “subprime”. Y lo hizo conservando una pensión pública de 18.000 euros mensuales por su anterior cargo en la Comisión. El Observatorio Europeo de las Corporaciones reveló asimismo que Durao (ya presidente no ejecutivo de la subsidiaria de Goldman Sachs en Londres) y el actual vicepresidente de la Comisión Europea, Jyrki Katainen, se reunieron en octubre de 2017 en un hotel de Bruselas para tratar sobre “asuntos de comercio y defensa”.

Otro presidente que –junto al líder portugués y José María Aznar- apoyó la invasión militar de Iraq en 2003, liderada por George W. Bush y que según la organización estadounidense Just Foreign Policy causó 1,4 millones de muertos hasta 2010, fue Tony Blair. El político laborista encadenó una década como primer ministro del Reino Unido con su contratación como asesor, en 2008, del grupo Zurich Financial Services y también de JPMorgan Chase, banco sancionado en 2013 por el Gobierno de Obama con una multa de 13.000 millones de dólares por malas prácticas hipotecarias. Respecto al actual presidente de Francia, Emmanuel Macron, “es un antiguo banquero de inversiones (por su pasado en la banca Rotchild) que da su apoyo masivo a la industria financiera francesa para permitirle aprovechar la exclusión de la City del mercado europeo tras el Brexit”, critica el libro de ATTAC.

Otro punto que trata el texto es del fraude y la evasión fiscal. El Índice de Secreto Financiero que cada dos años publica Tax Justice Network (TJN) está encabezado en 2018 por Suiza, país al que siguen Estados Unidos, Islas Caimán, Hong Kong, Singapur, Luxemburgo y Alemania. La red independiente calcula entre 21 billones y 32 billones de dólares la riqueza privada que en todo el mundo está sin gravar, sometida una imposición reducida o en zonas con secreto bancario. “Los Países Bajos son el país por el que transitan los mayores flujos de capital no gravado hacia los paraísos fiscales, después de Estados Unidos”, subraya ATTAC. En 2013 la Comisión Europea cifró en un billón de euros anuales los recursos que la UE dejaba de ingresar por la evasión fiscal, cantidad equivalente a la inversión sanitaria de los 28 países de la Unión en 2008.

Una de las entidades financieras citadas en el texto, por su relación con la comercialización de hipotecas “basura”, es el Deutsche Bank, cuyo balance arrojó pérdidas en el periodo 2015-2017. Las agencias de prensa informaron que el principal banco de Alemania llegó, en diciembre de 2016, a un acuerdo con el Departamento de Justicia estadounidense para el pago de 7.200 millones de dólares por multas y reclamaciones civiles, derivadas de la emisión de valores y “titulización” de hipotecas “tóxicas” entre 2005 y 2007. La cifra propuesta unos meses antes era la de 14.000 millones de dólares. Asimismo se enfrentaron a multas sociedades como Goldman Sachs, Bank of America y Citigroup. Pero el libro comienza con la recesión de 2008 y sus efectos. Un año después el FMI estimó en 4,1 billones de dólares las pérdidas que, por la caída del valor de los activos, generaría la crisis en los países del Norte; y señalaba que la banca resultaría la principal afectada. Sin embargo, en 2009 JPMorgan Chase afirmó que duplicaba sus beneficios, que alcanzaron los 11.728 millones de dólares. Goldman Sachs también demostró su fortaleza: en el tercer trimestre de 2009 declaró un beneficio neto de 3.030 millones de dólares, frente a los 845 millones de dólares registrados entre enero y marzo de 2008.

La contrapartida puede advertirse en las informaciones de la agencia estadounidense RealtyTrac, especializada en el mercado inmobiliario. En 2008, más de 2,3 millones de casas recibieron notificaciones de venta en subasta o fueron embargadas por las entidades prestamistas en Estados Unidos, un 81% más que en 2007, resalta el informe recogido por el portal Idealista.com. A mayor escala, ATTAC subraya las desigualdades del modelo apoyándose en economistas como Thomas Piketty o Samuel Zucman (“Informe sobre la desigualdad global” de 2018); afirman que, en Estados Unidos y Europa Occidental, la participación del 1% de mayor ingreso era en 1980 cercana al 10% del Ingreso Nacional, pero que mientras en Europa Occidental aumentó al 12% en 2016, en Estados Unidos escaló el mismo año hasta el 20%. Por el contrario, la participación del 50% de menores ingresos de Estados Unidos en el Ingreso Nacional pasó del 20% en 1980 al 13% en 2016. Otro sustento para la crítica a las desigualdades es el informe de Oxfam “Premiar el trabajo, no la riqueza” (enero de 2018). Sostiene que en 2017 se produjo el mayor incremento en el número de milmillonarios de la historia, al ritmo de uno cada dos días; el número de patrimonios superiores a los mil millones de dólares asciende a 2.043; además, el 82% del crecimiento de la riqueza mundial durante 2017 se concentró en el 1% más rico. “A la mitad más pobre de la población mundial no le ha llegado nada de ese incremento”, concluye el documento de la ONG.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.