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sábado, 23 de mayo de 2015

Miedo a la lectura

Belén Gopegui. Diagonal

Está fuera de Madrid cuando recibe un mail de alguien que, con toda lógica, le pregunta si, dado que pertenece al mundo del libro, podría escribir sobre lo que implica que hayan detenido a unas personas siendo uno de los motivos o de los indicios o, en fin, un dato relevante para el juez la posesión de un libro. En el mail, el libro se nombra algo como c*n-r* l* d*mxcr*ci*, y de él se dice: tiene sólo 83 páginas valientes, en las que se traza una genealogía breve de la historia de la democracia, se expresan unas ideas políticas y se expone una apuesta clara y generosa por las personas.

Las detenidas participaban en CSOA, centros sociales ocupados autogestionados. Así se formó ella políticamente, en una escuela ocupada y autogestionada desde donde se enseñó a leer a cientos de personas analfabetas en el Madrid de los años ochenta. Hoy interpreta la realidad más en clave de marxismo que de anarquismo y, sin embargo, sigue sabiendo que algunas observaciones de esta corriente política son imprescindibles para separar el poder, el “poder hacer”, de la dominación. Quiere leer el libro, pero duda si descargárselo, pues está en casa de unos amigos y quedará huella y, un día, unos policías pueden entrar y registrar la casa de sus amigos, inquietar a los hijos o detener al padre y a la madre. Hay campañas, piensa entonces, a favor del miedo a la lectura. Al final lo descarga, pues puede probar su estancia en esa ciudad ese día; además, en la casa le dicen que no tema. Lo lee, coincide con la persona del mail. Aunque cualquiera puede encontrar el título del libro en las noticias sobre las detenciones, se pregunta si citar su título completo sin condenarlo puede comprometer al medio que ahora lees y ya la pregunta daña.

La realidad suele ser poco clara, pero algunas cosas deberían estar bastante claras. El mundo se indigna cuando la mano de un policía toca el cogote de un exministro acusado de haber desviado dinero en cifras que habrían servido, pongamos, para construir varios centros de salud y hacerlos funcionar. En cambio, las otras nucas, y la incertidumbre de las familias, y la desproporción, se callan. Discrepar no es apropiarse de dinero, esfuerzo ajeno, vida; es crepitar distinto, cuestionar la hoguera de lo establecido. Ese libro discrepa sin buscar la destrucción de una raza ni el abuso de los cuerpos ajenos ni la opresión por desigualdad, y prohibirlo es acallar ruidos como buscando que todo suene igual, siga igual.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/26702-miedo-la-lectura.html

jueves, 23 de abril de 2015

El libro. Lectura y libertad son pasiones que siempre acaban por encontrarse

En el tronco de un haya una pareja de enamorados ha grabado un corazón traspasado por una flecha. Inés y Luis son sus nombres inscritos en la corteza plateada a punta de navaja. Fue hace muchos años. El árbol era todavía joven cuando la pareja de enamorados pasó por aquí. El tronco, ya muerto, al crecer ha ensanchado y corroído los trazos. Un experto en botánica podría descubrir el tiempo exacto que ha pasado, aunque en este caso no es necesario, puesto que debajo del corazón herido hay una fecha. 23 de abril de 1968. Al pie de este árbol discurre un río apacible cuyas aguas, como la vida, puede que se hayan llevado al mar o a la tumba la memoria de estos amantes. Pero lo escrito, escrito está.

Etimológicamente el vocablo libro se deriva del latín liber, que significa la capa fibrosa que hay debajo de la corteza de ciertos árboles. Plinio el Viejo cuenta que los romanos escribían sobre estas cortezas antes de que se descubriera el papiro. Libro y libre tienen en latín la misma raíz. Lectura y libertad son pasiones que siempre acaban por encontrarse.

El Día del Libro fue instituido en recuerdo del aniversario de la muerte de Cervantes cuando los vientos saludables anunciaban que la República estaba al llegar. Tampoco 1968 fue un mal año. Tal vez aquella pareja de enamorados, Inés y Luis, hijos del Mayo francés, habían estrenado los primeros vaqueros y habían puesto el dedo en el arcén para viajar en autostop a París con un libro de poemas de Dylan Thomas en la mochila. O tal vez nada. Puede que no fueran conscientes del significado del 23 de abril, pero al grabar sobre el tronco del haya un corazón, una fecha y sus nombres habían regresado sin saberlo al origen del libro, que radica en la corteza de los árboles, donde los antiguos griegos y romanos escribieron los primeros pensamientos y las primeras palabras de amor.
Manuel Vicent. El País.

lunes, 29 de diciembre de 2014

El largo abrazo de la lectura. La Navidad es una época ideal para que los niños se aficionen a leer

Con la lectura, con el placer de abrir ventanas, mundos nuevos, posibilidades, con ese desarrollo continuo de la fantasía, la imaginación, el niño va creciendo. Crece como persona y como lector, aunando estas dos vertientes y potenciando una visión más completa de ese encuentro con las letras, con la vida. Fechas éstas con mucho tiempo de ocio, con espacios para compartir la lectura en familia o de forma individual, pero cimentando un hábito, una costumbre que debe hacerse placentera. En esta nueva cita, esta invitación a navegar por títulos y temáticas, para que sea cada cual el que elija a qué aventura atreverse.

VALORES, CLASICOS Y EMOCION
12 poemas de Federico García Lorca, ilustrados por Gabriel Pacheco, en la editorial Kalandraka. Algunos libros no solo son para niños, alcanzan a todos los públicos. Este es uno de ellos, y la belleza y capacidad sugestiva de las ilustraciones potencia más si cabe el poder de la palabra del universal poeta granadino.
Sofía viaja a la Antártida, de Alison Lester, en Ekaré. Una aventura en forma de diario detallado, con sensibilidad y frescura, la protagonista Sofía nos lleva hacia un territorio para que lo disfrutemos, lo conozcamos y aprendamos a cuidarlo. Valores como la ecología, la amistad no son incompatibles con el desarrollo sensorial.
La cocinera del rey, de Soledad Felloza y Sandra de la Prada, en la editorial OQO. Para niños y niñas de 3 a 7 años, una historia de recetas y versos pero que esconde otros valores como la igualdad entre hombre y mujer, bien camuflada, con naturalidad, hace que ser positivo cambie la perspectiva sobre las cosas.
Las tres princesas pálidas, de María José Martín Francés y Carole Hénaff, en Kalandraka. Un libro para soñar, una historia mágica de princesas y un rey, con el atractivo suficiente para no dejarnos apenas respirar. Ilustraciones de coloridos suaves que ambientan oportunamente. Y valores como la humildad acaban por brillar con luz propia ante el pueblo.
Escarabajo en compañía, de Pep Bruno y Rocío Martínez, en Ekaré. Un escarabajo nada aburrido este, con aventuras en las que la amistad, la solidaridad, el juego, la diversión, aparecen como elementos de referencia en estas aventuras que no aburrirán a todo lector que se precie de ese disfrute.
Issun Boshi, de Icinori, en Ekaré. Una preciosa historia, basada en un cuento tradicional japonés, que nos habla del valor y de la entereza para no cejar en la lucha personal por hallar un lugar en el mundo. Unas ilustraciones de tonos cálidos ambientan este relato que gusta de ser escuchado en voz alta.
Un cóndor en Madrid, de Paloma Muiña, en Edelvives, para niños de más de 8 años. La historia de Adriana y Manu es una aventura cargada de acción, ternura, de valores como la amistad y el compañerismo, el respeto hacia los otros, y el abuelo de Adri y Esteban son dos personajes nada aleatorios en esta travesía que Muiña nos plantea desde la agilidad de un lenguaje y la ternura que hacen posible un viaje casi imposible.
Detective por casualidad, de Lucia Vaccarino, en Edebé. A veces los lazos familiares pueden fortalecerse a través de aventuras inesperadas, compartiendo vivencias y momentos, como es el caso de esta madre e hija, que tendrán que descubrir si es real la existencia de ciertos fantasmas en una mansión extraña, ya en las afueras del pueblo. Dinámica y entretenida, esta historia, para niños de más de 10 años, entrará fácil entre sus preferencias lectoras.
La tortuga tranquila y otros cuentos, de Michael Ende, en Algar. Con una prosa fácil y una serie de valores a tener en cuenta, Ende nos deja estos relatos con un poso siempre de humanidad en el papel de los animales protagonistas, y un buen saber hacer al frente de historias para ser contadas y leídas.
Brazos largos, de Jackeline de Barros y Nono Granero, en Canica books. Para que una historia sea entrañable tiene que llegar, extender sus alargados brazos entre los ojos del lector, hacer que esa enredadera te atrape. Abuela y nieta trenzan esta historia -ilustrada tan certera y vivamente- para que cualquier lector que busque lo emotivo de esa historia -universal- recoja todos esos valores y los incorpore a su vivencia personal y lectora. Un libro muy especial para lectores ávidos de buenas sensaciones.

AVENTURAS PARA SOÑAR
Feroz, el lobo, de Margarita del Mazo y Leire Salaberría, en OQO (8-12 años). Una versión revisada la que se nos hace del cuento de Caperucita, con cierto cambio en el rol de los personajes, y con apreciaciones sobre lo poco que hay que fiarse de las apariencias. Una historia -recuerda un poco a la Ensalada de cuentos, de G. Rodari- entrañable y sorpresiva.
Números, de Leo Lionni y Antonio Rubio, en Kalandraka. Un cuento para que los más pequeños no solo aprenda a contar, sino que disfruten con ese juego que se les propone, en el que lo musical y lo visual se compaginan para dar lugar a esta pequeña y deliciosa obra.
Otto, el niño que llegó con la nieve, de Laia Longan, en Algar. Una buena historia para un primer libro es no partir de cero. Longan traza este personaje (Otto) cuya personalidad irá llenando estas páginas con un misterio que guarda y que tendrá que resolver él solo. Intenso y tierno, este relato habla de esas apuestas que hay que hacer en la vida, y en cómo los dioses, en este caso, tienen algo que ver de fondo.
Historias de Tashi, de Anna y Barbara Fienberg, en SM. Jack tiene un nuevo amigo que es toda una caja de sorpresas continuas en forma de historias, que se dejan leer en voz alta. Pueblan este volumen el encuentro de Tashi con seres y personajes de todo tipo y condición, lo cual hará el viaje más intrépido e intenso.
¿Quién puede vencer al viento?, de Charo Pita y Mario Arbona, en OQO. Este cuento, con una base de historias tradicionales, mezclando personajes humanos y animales, nos trae unos valores a tener muy en cuenta, como la insistencia, la confianza, la humildad. Hay que traer al viento para que llueva, y hay que superar una prueba pero no siempre el más fuerte y rápido está preparado.
Enciclopedia de Idhún , de Laura Gallego, en SM. Un volumen completo y pormenorizado para adentrarse en un universo tan fascinante como mágico como Idhún. Este trazado cronológico recorre leyendas, seres mitológicos, pueblos, hábitos... llevándonos por luces y sombras, mitos y héroes, y atrapando a lector que se precie de estos mundos y aventuras.
La bruja del pan pringao, de Pilar Mateos, en Algar. Divertida esta historia de una pequeña empeñada en ser bruja, y cuya insistencia le hará acercarse a su propósito. Para ello nos lleva por un itinerario en el que las travesuras y las anécdotas salpicarán, alegremente, todo ese recorrido.
Erik Vogler y los crímenes del Rey blanco, de Beatriz Osés, en Edebé. Este es un libro para que los jóvenes se adentren con buen pie en la novela policíaca. Misterio, crímenes, bajo una prosa fluida, ágil, con diálogos dinámicos y personajes que se verán envueltos en situaciones inesperadas.
El caso del robot hipnotizador, en Edebé. La Pandilla Click en una nueva aventura en torno a un concurso científico. Parece que el profesor Click puede ganar, pero el malvado de turno pondrá las cosas bien difíciles, y la pandilla tendrá que neutralizar tan aviesas intenciones. La parte final del libro contiene información complementaria y pasatiempos, que hacen más atractiva dicha lectura.
Cara de pájaro, de Rocío Bonilla, en Algar. Un libro con un personaje entrañable de cuya búsqueda nos hará partícipes y cómplices desde el primer momento. La frescura y vitalidad del personaje es un reto para la imaginación, para indagar en esas posibilidades que hacen de lo cotidiano algo mágico.
Carrasco quiere ser un pájaro, y pondrá todo su empeño en ello. Un trocito de horizonte, de Arturo Abad y Miguel Cerro, en OQO. Un cuento que nutre la fantasía, la ensoñación, con ese aire poético que invita a navegar por esas ilustraciones tan cálidas y sugerentes de Miguel Cerro, camino de esa aventura de ir un poco más allá, de intentar descubrir qué nos aguarda, con este pirata, tras el horizonte. Un libro para salir a la búsqueda de sueños alcanzables, en un universo con algunos límites a tener en cuenta.

ALBUMES ILUSTRADOS
Antes, después, de Anne-Margot Ramstein y Mathhias Aregui, en la editorial SM. Album ilustrado que no contiene ni un sola palabra, todo son ilustraciones con ese lenguaje narrativo que se nos propone y que hace que nos detengamos en el antes y el después de las cosas, el principio y el fin, intervalo en el que transcurre la acción. La plasticidad de la propuesta nos lleva por ese hilo que se traza muy relacionado con la humanidad y lo cotidiano.
Cadavercita roja, de Luis Murillo y Emi Ordás, en Algar. Un álbum ilustrado que nos trae esta reinterpretación del cuento de Caperucita en una aventura de una zombi, su abuelita y un lobo, en un ambiente muy particular. Solo las ilustraciones ponen los pelos de punta, creando una atmósfera propicia para los amantes de historias terroríficas.
El viaje de Pipo, de Satoe Tone, en SM. Album ilustrado que alcanzó el Premio I. de Ilustración de la Feria de Bolonia 2013. Ilustraciones cálidas que ambientan esta historia de Pipo y una oveja que emprende un viaje a través de los sueños. El roce y las vivencias crean un vínculo entre ambos personajes.
Al sur de la alameda, de Lola Larra y Vicente Reinamontes, en Ekaré. Una novela gráfica que habla de la importancia de la educación pública, y de la reivindicación que los estudiantes chilenos hicieron en su momento. Nicolás y Paula son dos de los protagonistas de esta trepidante novela que nos mantiene atentos desde la primera página.
El miedo del pasillo, de Raimon Portell y Sergi Portela, en Algar. Narrar con alegría ese miedo infantil es una forma de conjurarlo. A través de este álbum tan oportunamente ilustrado con colores cálidos, no estridentes, y con una letra adecuada para los más peques, nos adentramos en un pasillo con un misterio franqueable.
La vuelta al mundo de Mouk, de Marc Boutavant, en SM. Album con vistosas ilustraciones que hacen más ameno y divertido ese itinerario a través de distintas culturas del personaje de Mouk. Descubrir otras formas de vivir, de alimentarse, otros idiomas, fortalece lazos con otros amigos, otras gentes, y con este planteamiento dicho acercamiento se potencia.

OTROS LIBROS, OTRAS LECTURAS
Altos vuelos, de Golden Cosmos, en Barbara Fiore. Preciosa la composición y la presentación de este desplegable, con referencia a la historia de la aviación, que hará pasar un rato entrañable y placentero a los lectores, no solo por el contenido en sí sino también por la ductilidad del formato y las posibilidades que nos ofrece.
A mares, de M Jesús Jabato, en Factoría K. La poesía, cuando la música y el ritmo se conjugan a un tiempo, puede resultar todo un placer para el lector, para el disfrute de los sentidos. En este libro hay un buen ramillete de poemas que invitan a la ensoñación en torno al mar, para todos los públicos.
Arrepita de manteca, de Rosana Faría, en Ekaré. Para los más peques este cuento -que suena a canción por la musicalidad- sobre la importancia de la lactancia materna, la familia, poniendo en alza valores del grupo que funciona como un todo en torno a los más pequeños.
¿Dónde está mi zapato?, de Tomi Ungerer, en la editorial Kalandraka. Para primeros lectores todo un clásico de la Literatura Infantil y Juvenil que aún mantiene las constantes vitales de frescura y planteamiento distinto. Para despertar la destreza visual, surgen esas ilustraciones que tienen la capacidad de sorprendernos a cada instante. Una creatividad que merece estar en toda biblioteca que se precie.
Las meriendas de Lila, de Moulin Roty, en SM. Una forma atractiva de acercar a los niños a la cocina, a través de la familia y de este libro con vistosas propuestas para hacer meriendas y postres, ahora que la cocina se ha puesto de moda.
Máquinas voladoras, de Nick Arnold, en Edebé. Este libro-caja es una incursión en el mundo de la aerodinámica, de manera lúdica, bien explicada. Ese vuelo de explorador que a los niños les permite soñar, ya desde pequeños, con ese misterio eterno de mantenerse en el aire. Práctico y original, un regalo ideal para estas fechas.
El diluvio universal, en Barbara Fiore. Es un álbum un tanto especial, no solo por el contenido, sino por el tratamiento de éste y el diseño y acabado de los desplegables que podemos encontrar en el interior y que son llamativos. La cronología del interior ayuda a seguir la línea narrativa propuesta en torno a Noé, un personaje interesante, y cuyas ilustraciones dan otra perspectiva sobre esta historia.
Dragonero, de John Lacey, en Ekaré. Una correspondencia en forma de correos electrónicos nos invita a entrar en esta aventura de Eduardo y su madre con su tío Manuel respecto a un dragón que les ha dejado y que les está causando no pocos problemas. Divertida y entretenida, esta lectura trepidante invita a los lectores a no despegar sus ojos de estas páginas.
Cuentos a patadas, de José Urriola, en Ekaré. Un volumen este interesante y distinto, no solo por la temática (deporte rey), también por el tono, por la forma de transmitir una serie de reflexiones en torno a la historia del fútbol, con buen sentido del humor, en el que a través del protagonista veremos el paralelismo entre fútbol y vida.
Lo que cuentan las estatuas del mundo, de Montse Ganges, en Ekaré. Para niños a partir de 12 años. Un planteamiento original el que se nos propone, en el que las estatuas son las protagonistas, con voz, invitándonos a un viaje un tanto especial hacia la fantasía y el conocimiento.
Fuente: http://www.diariocordoba.com/noticias/cuadernos-del-sur/largo-abrazo-lectura_928044.html

sábado, 23 de agosto de 2014

Leer a los cinco años

Gustavo Martín Garzo dice, en Un mundo sin sombra, El País, 14 de agosto de 2014, que el niño de cinco años no necesita aprender a leer, necesita escuchar música y cuentos, bailar y encontrar palabras y su lugar entre los otros. Sí, es cierto. Pero yo tengo una clase de niños de cinco años, y si no consigo que lean aquellos que no tienen una madre o un padre que les lea, tienen bastantes puntos para fracasar en primaria, pues allí se encontrarán con libros. Tienen que saber leer para no sentirse fracasados. Tienen que dominar esos extraños signos para que esos extraños signos no les dominen a ellos y acaben por despreciarlos.

Me gustaría organizar mi aula para que jueguen, miren, toquen, escuchen, dibujen y sobre todo hablen y hablen y hablen. Pero no puedo cerrar los ojos al hecho de que en primaria tendrán que saber leer.

No existen, desgraciadamente, “los niños”. En la infancia también hay clases sociales, y la infancia humilde, que no tiene libros en casa, tiene que aprender a leer en la escuela y a los cinco años. Es una necesidad.

Y, además, están las pantallas. O ponemos primero un cuento en las manos de un niño y hacemos que domine sus signos y disfrute del mundo que le traen, o acabamos todos planos y sin sombra alguna con la que poder dialogar.-
El País.  Barcelona 20 AGO 2014

miércoles, 23 de abril de 2014

Día del Libro 2014. La escritora mexicana Elena Poniatowska recibe el Premio Cervantes

La escritora mexicana Elena Poniatowska recibió este miércoles el Premio Cervantes de las manos del rey Juan Carlos y frente al presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy y el ministro de Cultura, José Ignacio Wert.

La entrega del premio, que se llevó a cabo en Universidad de Alcalá de Henares, es uno de los actos más importantes de la celebración del Día del Libro.

En su discurso de agradecimiento, la escritora -que en mayo cumplirá 82 años- recordó al recientemente fallecido escritor colombiano Gabriel García Márquez.

"García Márquez, con Cien años de soledad, le dio alas a América Latina, y es ese gran vuelo el que hoy nos envuelve, nos levanta y hace que nos crezcan flores en la cabeza", dijo Poniatowska al principio de su discurso...
Poniatowska es la cuarta mujer en ganar el Premio Cervantes. Antes de ella lo obtuvieron las españolas María Zambrano y Ana María Matute y la cubana Dulce María Loynaz...
más en BBC.
Hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río. Si están allí es para que podamos llegar a la otra orilla, el otro margen es lo que importa. José Saramago. (Azinhaga, Santarem, Portugal, 16-XI-1922, Tías, Lanzarote, España, 18 de junio de 2010)

Today marks the 450th birthday of William Shakespeare, 26 de abril de 1564 –  23 de abril de 1616.
Y el aniversario de Miguel de Cervantes, 29 de septiembre de 1547 –Madrid22 de abril de 1616, enterrado el 23 de abril.

Los más vendidos en España en lo que va de año

16 ventajas de ser un lector/a

150 Frases célebres para el día del libro.

viernes, 24 de enero de 2014

La tertulia literaria en la Red

Los clubes de lectura ‘online’ que explotan la interacción entre usuarios, autores y editores están en plena ebullición
Lectyo es la última plataforma puesta en pie

AnobiiShelfariLecturalia.Goodreads

Y ahora, un puente para el lector en castellano Lectyo. Es el nuevo léxico de la red destinado a una de las experiencias y placeres de siempre: leer. Vivir la historia, sea en ebook o en el papel, sigue igual. Pero la tertulia en la que se discute, critica y se intercambian futuras lecturas ha cambiado para siempre con Internet. Las redes sociales pensadas como clubes de lectura han explotado. Van desde lo mainstream, con mastodontes como Goodreads, de Amazon, con sus 25 millones de usuarios registrados, a lo más alternativo, como los clubes de lectura online dedicados a un género, como theromancebookclub.com. Y se encuentran en todos los idiomas, con Lecturalia a la cabeza del mundo hispanohablante o la china  Doubanque atrajo a los intelectuales para montar foros de disidencia en el enjambre de 68 millones de usuarios que posee y que está sometido a una férrea censura del régimen chino.

En este entorno en plena expansión, la  fundación Germán Sánchez Ruipérezque lleva 30 años dedicada a la difusión de la lectura en castellano sin ánimo de lucro, lanza su apuesta: Lectyo. Su creador, Luis González, que tuvo su idea feliz esperando un vuelo en Lisboa, cree que todavía hay mucho margen para innovar: “Las redes sociales son una herramienta muy potente y admiro lo que ha conseguido Goodreads, pero han estado en las manos de los agentes inadecuados. Es hora de que lectores, industria y autores dialoguen en un espacio sin intereses extraliterarios”.

El Internet literario
Lectyo. La nueva red social creada por la fundación Sánchez Ruipérez está orientada a los lectores en castellano. Trata de fomentar el interés por la literatura al margen de la industria.
Goodreads. La número uno indiscutible, al menos en éxito, de estos nuevos clubes de lectura: 25 millones de usuarios y más de 360 millones de reseñas.
Lecturalia. Red orientada a los hispanohablantes, con las funciones clásicas de sistema de valoración de uno a cinco estrellas y posibilidad de compartir reseñas.
Más en El País.

viernes, 22 de noviembre de 2013

"Leer sigue siendo la base del conocimiento"

La Fundación Santillana reflexiona sobre la alfabetización digital de las aulas más allá del libro electrónico

El continuo desarrollo tecnológico ha modificado los modos de enseñar y de aprender irremediablemente, pero esta alfabetización digital es mucho más que manejarse entre ratones y teclas. Así lo ha defendido Lluís Font, secretario de Políticas Educativas del Departament d'Ensenyament de la Generalitat de Catalunya, en la tercera jornada de la XXVI Semana Monográfica de la Educación que Fundación Santillana la dedica este año a los retos docentes planteados por la sociedad digital. "La tecnología tiene que ser propedéutica e instrumental, no está justificada si no logra un objetivo educativo aunque aporte motivación a los alumnos", advierte Font. "La escuela no requiere una googlelización, sino herramientas innovadoras que complementen a las tradicionales", ha añadido. El secretario de Políticas Educativas de la Generalitat catalana se suma a la postura crítica que expone Finkielkraut Alain, profesor de filosofía de la École polytechnique, en Internet: el éxtasis inquietante. La obra cuestiona la utilidad de las TIC para mejorar el rendimiento escolar de los alumnos, que tienden a distraerse con el formato, más allá de los contenidos.

Font considera que la tecnología puede dar buenos resultados en las aulas si se matiza la propuesta a las necesidades de cada centro. Propone que los colegios e institutos puedan escoger el presupuesto que quieren invertir en digitalizarse y que dependa de ellos la decisión de aplicar filtros en los ordenadores o dejar a los alumnos libertad en el uso de la Red. "La alfabetización digital puede contribuir a democratizar aún más la educación y a alimentar la inteligencia colectiva, pero la sociedad necesita tiempo para digerir este paso. Si apresuramos el cambio de paradigma sin marcar una hoja de ruta clara podemos distorsionarlo y permitir que nos devore la industria", cita en referencia crítica al consumo masivo de nuevas tecnologías. "El modelo deseable es el que combina el libro tradicional con recursos digitales. Leer sigue siendo la base de la adquisición de conocimiento", opina el secretario de Políticas Educativas del Departament d'Ensenyament de la Generalitat de Catalunya.

Ferran Ruíz, presidente del Consejo Escolar de Cataluña ha puesto en duda que las TIC condicionen en exclusiva el futuro de la educación: "La calidad de la enseñanza se basa más en las sinergias del profesorado que en su virtuosismo. Si nos centramos en la utilización de recursos digitales sin una buena guía del tutor, vamos camino de la perdición"
Fuente: El País.

lunes, 29 de julio de 2013

Las clases magistrales de Cortázar en Berkeley

Un nuevo libro reúne las lecciones de literatura que el autor de Rayuela dictó en Berkeley, en 1980. Su pensamiento y la intimidad de sus elecciones artísticas, en un adelanto exclusivo

Primera clase. Los caminos de un escritor

Quisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez "Los caminos de un escritor"; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de. desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando -puesto que vive en un presente como todos nosotros- pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir "literatura" y "vida" para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo.

Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.

Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de "estética", donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.

Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo que finalmente habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convertían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset "la circunstancia", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.

De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura -incluso la de tipo fantástico más imaginativa- no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.

Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, "El perseguidor", que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo -creo que tengo derecho a utilizar el término-, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio -que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo- en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en "El perseguidor", con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar "últimos". Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria -porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía- sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos -como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien- maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas. La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -como ya había tenido Johnny Carter en "El perseguidor"- una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces "la clave central", el centro que ya no sólo es histórico sino también filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica -como su padre- y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba "los barbudos" y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir -al principio no se podía- menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.

Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto -e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza- es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin...), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita.

[...]

Conviene hacer una cosa bastante elemental al principio que es preguntarse qué es un cuento, porque sucede que todos los leemos (es un género que creo que se vuelve cada día más popular; en algunos países lo ha sido siempre y en otros va ganando camino después de haber sido rechazado por motivos bastantes misteriosos que los críticos buscan deslindar) pero en definitiva es muy difícil intentar una definición de cuento. Hay cosas que se niegan a la definición; creo, y en este sentido me gusta extremar ciertos caminos mentales, que en el fondo nada se puede definir. El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría una aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil. Es el caso muy conocido de la poesía. ¿Quién ha podido definir la poesía hasta hoy? Nadie. Hay dos mil definiciones que vienen desde los griegos que ya se preocupaban por el problema, y Aristóteles tiene nada menos que toda una Poética para eso, pero no hay una definición de la poesía que a mí me convenza y sobre todo que convenza a un poeta. En el fondo el único que tiene razón es ese humorista español -creo- que dijo que la poesía es eso que se queda afuera cuando hemos terminado de definir la poesía: se escapa y no está dentro de la definición. Con el cuento no pasa exactamente lo mismo pero tampoco es un género fácilmente definible. Lo mejor es acercarnos muy rápida e imperfectamente desde un punto de vista cronológico.

La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal y como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños (cuentos de bisontes, probablemente). El cuento oral se da en todos los folclores. África es un continente maravilloso para los cuentos orales, los antropólogos no se cansan de reunir enormes volúmenes con miles y miles, algunos de una fantasía y una invención extraordinarias que se transmiten de padres a hijos. La Antigüedad conoce el cuento como género literario y la Edad Media le da una categoría estética y literaria bien definida, a veces en forma de apólogos destinados a ilustrar elementos religiosos, otras veces morales. Las fábulas, por ejemplo, nos vienen desde los griegos y son un mecanismo de pequeño cuento, un relato que se basta a sí mismo, algo que sucede entre dos o tres animales, que empieza, tiene su fin y su reflexión moralista. El cuento tal como lo entendemos ahora no aparece de hecho hasta el siglo XIX. Hay a lo largo de la historia elementos de cuentística verdaderamente maravillosos. Piensen ustedes en Las mil y una noches, una antología de cuentos, la mayoría de ellos anónimos, que un escriba persa recogió y les dio calidad estética; ahí hay cuentos con mecanismos sumamente complejos, muy modernos en ese sentido. En la Edad Media española hay un clásico, El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel, que contiene algunos de antología. En el siglo XVIII se escriben cuentos en general sumamente largos, que divagan un poco en un territorio más de novela que de cuento; pienso por ejemplo en los de Voltaire: Zadig, Cándido, ¿son cuentos o pequeñas novelas? Suceden muchas cosas, hay un desarrollo que casi se podría dividir en capítulos y finalmente son novelitas más que cuentos largos. Cuando nos metemos en el siglo XIX el cuento adquiere de golpe su carta de ciudadanía, más o menos paralelamente en el mundo anglosajón y en el francés. En el mundo anglosajón surgen en la segunda mitad del siglo XIX escritores para quienes el cuento es un instrumento literario de primera línea que atacan y llevan a cabo con un rigor extraordinario. En Francia bastaría citar a Mérimée, a Villiers de l'Isle-Adam y tal vez por encima de todos ellos a Maupassant, para ver cómo el cuento se ha convertido en un género moderno. En nuestro siglo entra ya con todos los elementos, las condiciones y las exigencias por parte del escritor y del lector. Vivimos hoy en una época en la que no aceptamos que "nos hagan el cuento", como dirían los argentinos: aceptamos que nos den buenos cuentos, que es una cosa muy diferente.

Si a través de este paseo a vuelo de pájaro andamos buscando una aproximación, si no una definición del cuento, lo que vamos viendo es en general una especie de reducción: el cuento es una cosa muy vaga, muy esfumada, que abarca elementos de un desarrollo no siempre muy ceñido que a lo largo del siglo XIX y ahora en nuestro siglo adopta sus características que podemos considerar definitivas (en la medida en que puede haber algo definitivo en literatura, porque el cuento tiene una elasticidad equiparable a la de la novela en cierto sentido y, en manos de nuevos cuentistas que pueden estar trabajando en este mismo momento, puede dar un viraje y mostrarse desde otro ángulo y con otras posibilidades. Mientras eso no suceda, tenemos delante de nosotros una cantidad enorme de cuentistas mundiales y, en el caso que nos interesa especialmente, una cantidad muy grande y muy importante de cuentistas latinoamericanos).

¿Cuáles son las características en general del cuento, ya que decimos que no vamos a poder definirlo exactamente? Si hacemos el enfoque primario -o sea el fondo del cuento, su razón de ser, el tema, y la forma-, por lo que se refiere al tema la variedad del cuento moderno es infinita: puede ocuparse de temas absolutamente realistas, psicológicos, históricos, costumbristas, sociales... Su campo es perfectamente apto para hacer frente a cualquiera de estos temas, y pensando en el camino de la imaginación pura, se abre con toda libertad para la ficción total en los cuentos que llamamos fantásticos, los cuentos de lo sobrenatural donde la imaginación modifica las leyes naturales, las transforma y presenta el mundo de otra manera y bajo otra luz. La gama es inmensa incluso si nos situamos únicamente en el sector del cuento realista típico, clásico: por un lado podemos tener un cuento de D. H. Lawrence o de Katherine Mansfield, con sus delicadas aproximaciones psicológicas al destino de sus personajes; por otro lado podemos tener un cuento del uruguayo Juan Carlos Onetti que puede describir un momento perfectamente real -diría incluso realista- de una vida y que, siendo en el fondo una temática equivalente a la de Lawrence o a la de Katherine Mansfield, es totalmente distinto. Se abre así el abanico de su riqueza de posibilidades. Ya se dan cuenta ustedes de que por la temática no vamos a poder atrapar al cuento por la cola, porque cualquier cosa entra en el cuento: no hay temas buenos ni malos en el cuento. (No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka.)

Desde el punto de vista temático es difícil encontrar criterios para acercarnos a la noción de cuento, en cambio creo que vamos a estar más cerca porque ya se refiere un poco a nuestro trabajo futuro si buscamos por el lado de lo que se llama en general forma, aunque a mí me gustaría usar la palabra estructura, que no uso en el sentido del estructuralismo, o sea de ese sistema de crítica y de indagación con el cual tanto se trabaja en estos días y del cual yo no conozco nada. Hablo de estructura como podríamos decir la estructura de esta mesa o de esta taza; es una palabra que me parece un poco más rica y más amplia que la palabra forma porque estructura tiene además algo de intencional: la forma puede ser algo dado por la naturaleza y una estructura supone una inteligencia y una voluntad que organizan algo para articularlo y darle una estructura.

Por el lado de la estructura podemos acercarnos un poco más al cuento porque, si me permiten una comparación no demasiado brillante pero sumamente útil, podríamos establecer dos pares comparativos: por un lado tenemos la novela y por otro, el cuento. Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita, algunas novelas terminan y uno se queda con la impresión de que el autor podría haber continuado, y algunos continúan porque años después escriben una segunda parte. La novela es lo que Umberto Eco llama la "obra abierta": es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. Para que nos deje la sensación de haber leído un cuento que va a quedar en nuestra memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que se cierra sobre sí mismo de una manera fatal.

Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse, y es aquí donde podemos hacer una doble comparación pensando también en el cine y en la fotografía: el cine sería la novela y la fotografía, el cuento. Una película es como una novela, un orden abierto, un juego donde la acción y la trama podrían o no prolongarse; el director de la película podría multiplicar incidentes sin malograrla, incluso acaso mejorándola; en cambio, la fotografía me hace pensar siempre en el cuento. Alguna vez hablando con fotógrafos profesionales he sentido hasta qué punto esa imagen es válida porque el gran fotógrafo es el hombre que hace esas fotografías que nunca olvidaremos -fotos de Stieglitz, por ejemplo, o de Cartier-Bresson- en que el encuadre tiene algo de fatal: ese hombre sacó esa fotografía colocando dentro de los cuatro lados de la foto un contenido perfectamente equilibrado, perfectamente arquitectado, perfectamente suficiente, que se basta a sí mismo pero que además -y eso es la maravilla del cuento y de la fotografía- proyecta una especie de aura fuera de sí misma y deja la inquietud de imaginar lo que había más allá, a la izquierda o a la derecha. Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izquierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos: "¿Qué había allí después?". Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella y creo que es eso lo que les da la gran fuerza a esas fotos que no son siempre técnicamente muy buenas ni más memorables que otras; las hay muy espectaculares que no tienen esa aureola, esa aura de misterio. Como el cuento, son al mismo tiempo un extraño orden cerrado que está lanzando indicaciones que nuestra imaginación de espectadores o de lectores puede recoger y convertir en un enriquecimiento de la foto.

Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable. Es muy difícil definir esos elementos. Podría hablar, y lo he hecho ya alguna vez, de intensidad y de tensión. Son elementos que parecen caracterizar el trabajo del buen cuentista y hacen que haya cuentos absolutamente inolvidables como los mejores de Edgar Allan Poe. "El tonel de amontillado", por ejemplo, es una pequeña historia de apariencia común, un cuento que tiene menos de cuatro páginas en el que no hay ningún preámbulo, ningún rodeo. En la primera frase estamos metidos en el drama de una venganza que se va a cumplir fatalmente, con una tensión y una intensidad simultáneas porque se siente el lenguaje de Poe tendido como un arco: cada palabra, cada frase ha sido minuciosamente cuidada para que nada sobre, para que solamente quede lo esencial, y al mismo tiempo hay una intensidad de otra naturaleza: está tocando zonas profundas de nuestra psiquis, no solamente nuestra inteligencia sino también nuestro subconsciente, nuestro inconsciente, nuestra libido, todo lo que ahora se da en llamar "subliminal", los resortes más profundos de nuestra personalidad.

Clases de literatura. Berkeley, 1980.

Carles Álvarez Garriga (ed.)
Julio cortázar Alfaguara 

Fuente: 

miércoles, 19 de junio de 2013

El secreto de crear pequeños lectores, en las jornadas de Lecciones y Maestros. Las séptimas jornadas de Lecciones y Maestros de la UIMP y la Fundación Santillana reúne a Joan Manuel Gisbert, María Isabel Molina y Jordi Sierra i Fabra

Futuro soñado: más y más lectores.
Pasado a olvidar: malas prácticas en el inicio de la lectura.
Presente deseado: mejora en el desarrollo del plan lector en colegios e institutos.

Es parte del recorrido sobre la literatura infantil y juvenil que han hecho Joan Manuel Gisbert, María Isabel Molina y Jordi Sierra i Fabra en la séptima edición de las jornadas Lecciones y maestros, organizada por la Univerdidad Internacional Menéndez Pelayo y la Fundación Santillana, en Santander. Una de las peticiones de los escritores es que se inculque el verdadero placer de la lectura en los menores, para lo cual, afirma Molina, “los profesores tienen que convertir la lectura en un premio y no en una tarea más”.

El Palacio de La Magdalena, en Santander, es el escenario elegido para estas jornadas que ayer estuvieron dedicadas a Molina y Gisbert. Hoy será el turno de Sierra i Fabra. Una manera de recordar no solo la importancia de crear lectores, sino de fomentar la lectura justo en un momento en que los libros tienen cada vez más rivales en el ámbito del entretenimiento y del ocio.

Placer, emoción y goce debe ser el resultado al coger un libro, a sabiendas de que, asegura Gisbert, detrás de esto, o, mejor, implícito, está el aumento de la riqueza del lenguaje, lo que a su vez conduce a un mejor desarrollo del pensamiento.

Joan Manuel Gisbert.
La jornada inaugural, que contó con la asistencia de Ignacio Polanco —presidente de honor del Grupo Prisa—, César Nombela —rector de la UIMP— y Basilio Baltasar —director de la Fundación Santillana—, tuvo presente no solo el recorrido por el origen de los lectores y su futuro; también los autores dieron pistas sobre sobre los embrujos que deben crear los escritores para seducir a niños y jóvenes. Una clave para Gisbert es “despertar impulsos fundamentales relacionados, por ejemplo, con la vivencia del misterio o la atracción por el enigma. Historias que reten al lector a entrar en ella para dilucidar temas y saber qué esconde el libro, ayudados por una estructura adecuada”. Dentro de las temáticas de seducción, Gisbert señala la de mundos absurdos pero que amplían la realidad conocida.

“¿A quién no le gusta leer?”, preguntó un día María Isabel Molina en un instituto. Doce niños levantaron la mano. “¿Por qué?”, preguntó ella. “Porque los libros están llenos de letras”, fue una de las respuestas en medio de las risas de sus compañeros. Pero la escritora supo que esa respuesta, aparentemente obvia, quería decir que la lectura había resultado pesada y no se había convertido en una aventura para el adolescente. Muchas veces, aclara Molina, los profesores simplemente dicen qué libro o libros deben leer los alumnos, piden comentarios escritos o hacen encuestas o evalúan, “pero no motivan su lectura, no lanzan un señuelo”. Si no se motiva, agrega la escritora, significa que se está ejecutando mal el plan lector.

“No es un género menor, aunque su presencia sea pequeña en los suplementos culturales de los periódicos, destinados lógicamente a lectores adultos”, dijo en la inauguración de las jornadas Emiliano Martínez, presidente del Grupo Santillana en España. Es más, recordó que la literatura infantil y juvenil es parte viva de la creación, y citó a Mario Vargas Llosa y su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 2010, que empezaba diciendo: “Aprendí a leer a los cinco años (…) es la cosa más importante que me ha pasado en la vida (…)”.

A ello han contribuido en el ámbito del español los tres maestros de estas jornadas. Joan Manuel Gisbert. (Barcelona, 1949) es uno de los principales exponentes de la transformación que se inició en la literatura para niños y jóvenes en España, a partir de los años ochenta. Entre sus obras figuran Escenarios fantásticos, El misterio de la isla de Tökland o La mansión de los abismos. La madrileña María Isabel Molina ha publicado títulos como El arco iris, La balada de un castellano y Las ruinas de Numancia. Jordi Sierra i Fabra (Barcelona 1947) es uno de los autores más prolíficos en España. Ha publicado 400 títulos desde 1972 y ganado varios premios nacionales. En 2004 creó la Fundació Jordi Sierra i Fabra, en Barcelona, y la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra, en Medellín (Colombia).

En la jornada dedicada a Gisbert, Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana: "Es considerado un narrador de sueños, un arquitecto de lo imposible, un hacedor de enigmas, un constructor de laberintos, un hechicero de las palabras, un creador de misterios, un fabricante de ilusiones y un viajero en el tiempo.

¿Cabe añadir algo más?
Sí: un diseñador de escenarios fantásticos, un guardián de olvidos, un descifrador de misterios arcanos, un explorador de abismos…"

El mundo de la creación literaria infantil y juvenil se suma así a las jornadas de años anteriores que ha abordado temas sobre literatura de ficción, ensayo e ilustración con autores como Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, José Saramago, Mario Vargas Llosa, Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Luis Mateo Díez, Ángeles Mastretta, Antonio Muñoz Molina, Héctor Aguilar Camín, Rosa Montero y Manuel Vicent, Carlos García Gual, Santos Juliá y Vicente Verdú, Antonio Fraguas (Forges), José María Pérez (Peridis) y Andrés Rábago (El Roto).
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/06/18/actualidad/1371549558_921176.html

viernes, 3 de mayo de 2013

Los peligros de la lectura

Santiago Alba Rico. Revista Minerva.

De los peligros de la lectura nos habla el canto V del Infierno de La Divina Comedia. Allí Dante se encuentra con Paolo y Francesca, los dos amantes condenados en la ciudad doliente por su pasión adúltera; y el poeta indaga compasivo por el origen de este «peligroso deseo» que los ha conducido a la muerte y a la aflicción eterna. Francesca, pálida y lacrimosa, rememora el día en que, por puro entretenimiento y sin «la menor sospecha», leía junto a Paolo los amores de Lanzarote y la reina Ginebra. Absortos en el libro, un poco ya sin color el rostro, aliento contra aliento, se sorprendieron a sí mismos al llegar al pasaje en el que «la deseada sonrisa fue besada por tal amante»; entonces Paolo, tembloroso, besó a su vez la boca de Francesca y «ya no leyeron más desde aquel día».

Francesca se justifica ante Dante acusando al libro y a su autor como testigos y alcahuetes de su abrazo («Galeotto fu’l libro e chi lo scrisse»). ¿Será tanto el poder de los relatos? Pongámoslo en duda. Resulta difícil creer que a Paolo y Francesca no se les hubiera pasado nunca por la cabeza la existencia de las bocas y los besos antes de leer juntos la frase; y que, más bien al contrario, no fueran llevados a esta lectura común precisamente por su deseo de besarse. Los libros determinan poco la realidad; más bien la secundan, la subrayan, la legalizan. Más allá de su potencia afrodisíaca, los amores adúlteros de Lanzarote y Ginebra estaban investidos de una incontestable autoridad literaria que convertía su emulación, entre las clases letradas, en un acto al mismo tiempo prestigioso y aceptable. El libro no era una orden; ni siquiera una tentación. Era algo así como un certificado de buena conducta mitológica o literaria. Lo que prohibía la Iglesia lo permitía la Literatura. Incluso en una cultura aherrojada por la represión moral, puede ser socialmente más prestigioso imitar a Lanzarote o a Ginebra que a Cristo o a la Virgen María. Paolo y Francesca se dejaron llevar por el deseo, no por la lectura, y el libro lo único que hizo –si algo hizo– fue intensificar literariamente el placer de su abrazo prohibido.

Nadie puede acusar tampoco a Goethe de provocar la epidemia de suicidios juveniles que siguieron a la publicación en Alemania, en 1774, de Las cuitas del joven Werther. Uno puede quitarse la vida por una tontería, incluso por un libro, pero es más sensato decir que el libro de Goethe recogía el «espíritu» de una época en la que el suicidio, reprobado por la moral y por la religión, era percibido, entre las clases letradas, como una prestigiosa protesta cósmica contra el Todo. Hoy, suprimida la «época», podemos leer las penas de Werther con interés, pero sin peligro alguno.

Digo todo esto porque me da un poco de vergüenza confesar que admiro locamente a Tintín, contra cuyo creador, el belga Hergé, se han escrito hace poco tantas y tan certeras críticas. Recientemente incluso se ha interpuesto en Bruselas una demanda para que los tribunales prohíban la reedición y difusión de Tintín en el Congo. No cabe la menor duda de que, incluso en sus mejores álbumes, el asexuado periodista de Hergé transporta esa visión colonial del blanco moralmente superior del que dependen los otros pueblos incluso para tomar conciencia de su igualdad, incluso para librarse del poder de los blancos. En los peores, Hergé es francamente racista y reaccionario; basta pensar, sobre todo, en los tres primeros: Tíntin en el país de los soviets, Tintín en América y el citado Tintín en el Congo. Pero como quiera que existe sin duda una relación kantiana y platónica entre la justicia y la belleza, hay que decir que la evolución artística de Hergé es siempre hacia un nivel mayor de justicia y que sus libros más bellos no se agotan en su ideología católico-scoutiana. Ya El loto azul –siempre un poco paternalista– es un álbum inquietante y provechosamente etno-descentrado; y a medida que aprende a dibujar, que complica sus historias, que enreda a sus personajes, Hergé va desprendiendo mundos que no sabe que lleva dentro y que se pueden mirar y explorar desde otros moldes humanos e ideológicos.

Confieso que toda mi formación ha girado en torno a Tintín y Marx. De niño leí todos los álbumes un mínimo de setenta veces cada uno y, cuando ya no era posible, soñaba –literalmente soñaba– que Hergé había dibujado un nuevo cómic después de muerto. Tintín no me impidió leer luego El Capital ni enredarme en una relación promiscua con el mundo árabe, donde vivo desde hace veinte años. Lo que importa de un libro es desde dónde se lee. Lo normal es que un libro se lea desde otro libro y lleve a su vez a un libro nuevo. Leído desde la Inglaterra victoriana, el Kim de Kipling es una de las más fraudulentas exaltaciones del imperio británico, pero leído al mismo tiempo desde la juventud y desde Polanyi o Chesterton, es una emocionante defensa de la antropología elemental y una experiencia fuerte de cosmopolitismo empírico. En el contexto de la Rusia pre-revolucionaria, dominada por la lucha entre eslavófilos y europeístas, Los demonios de Dostoievsky es un estridente panfleto reaccionario que incluso alerta, con fanatismo delirante, de la imparable colusión entre el comunismo y el Papa; pero su atmósfera, su estructura, su pulso psicológico, lo ponen en relación con Nieve de Pamuk o con Salto Mortal de Oé, dos autores claramente de izquierdas. Lo mismo puede decirse de Hergé. A la espera de que el racismo desaparezca del mundo y cuando Europa, en todo caso, se ha venido definitivamente abajo como «proyecto universal», queda el hecho de que Las joyas de la Castafiore, con sus falsos suspenses y su asfixiante atmósfera claustral, es el equivalente en cómic de Las reglas del juego de Renoir; y que Tintín en el Tíbet, con ese blanco impulso contra la felicidad y la lógica, podría utilizarlo el plan Bolonia para explicar a Kant en la Universidad.

Lo que importa de un libro es desde dónde se lee. Lo normal es que un libro se lea desde otro libro y lleve a su vez a un libro nuevo. Si Tintín en el Congo fuese el único libro del mundo, habría que prohibir sin duda su lectura. Pero eso sucede con todos los Únicos Libros, incluidos la Biblia, el Corán y El Capital de Marx, de los que aprendemos siempre algo porque no estamos encerrados en ellos. Lo que nos defiende de los libros son otros libros como lo que nos defiende de nuestro cuerpo son los otros cuerpos. No acusemos a la lectura de los besos que damos o de los que no hemos dado. No arrojemos al fuego ni a los enamorados ni las novelas. Contra las malas, están las buenas; y contra la legalización literaria del racismo o del imperialismo o del fanatismo, habrá que encontrar o construir esa combinación platónica de justicia y de belleza desde la cual podamos despreciar Tintín en el Congo y disfrutar de Las joyas de la Castafiore; y extraer de Kim y de Los demonios las armas imprescindibles para combatir la arrogancia de Kipling y el integrismo de Dostoievski.
Fuente: http://www.revistaminerva.com/articulo.php?id=558

jueves, 13 de septiembre de 2012

El futuro de la lectura

El futuro de la lectura ya no será lineal, sino radial
Los libros electrónicos permiten saltar a imágenes, música o diccionarios
Las ediciones en papel serán un lujo y un placer. Con todo, los expertos animan a no perder la capacidad de leer con atención

eemos todos los días. A todas horas. Inconscientemente. La información nutricional de la caja de cereales, las señales de tráfico, la factura de la electricidad, las vallas publicitarias. Conscientemente. Una novela de Jonathan Franzen, el periódico, el muro de Facebook, los resultados de una búsqueda en Google. Somos más lectores que nunca. Pero desde hace tiempo utilizamos esa vieja palabra, leer, para nombrar un acto que está en transición. Que no es lo que era. La lectura está cambiando y, con ella, nosotros, los lectores.

 Día tras día leemos titulares sobre la desaparición del libro físico y los correspondientes desvelos de editores, libreros, bibliotecarios, pero, cuestiones de mercado aparte, nosotros, los lectores, ¿cómo leeremos en el futuro? ¿Qué entenderemos por libro? ¿Qué entenderemos por leer? ¿En qué soportes leeremos? ¿Cómo hablaremos de libros? ¿Dónde conseguiremos los libros?

 1 Una vieja tecnología. ¿Qué entenderemos por libro?

 “La tecnología es todo aquello que fue inventado después de que tú nacieras”. La cita es del ingeniero informático Alan Kay y hace referencia a esa idea generalizada de que tecnología es sinónimo de nuevo. Los ordenadores, los móviles, los GPS son tecnología. ¿Los libros? También, insiste Joaquín Rodríguez, editor, autor y responsable del blog Los futuros del libro. “Aunque nos preceda nueve siglos y sea algo natural en nuestras vidas”. El libro es una tecnología para muchos inmejorable: compacta, portátil, fácil de usar, barata, autónoma. Por eso precisamente ha tardado tanto en iniciar su tránsito hacia lo digital. “Los libros son artefactos increíbles”, reconocía Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, para luego añadir: “Son el último bastión de lo analógico”. Esa semana de noviembre de 2007 el gigante de Internet presentaba el lector electrónico Kindle.

 Hasta hace no demasiado, la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española bastaba para describir qué era un libro: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Ahora empieza a haber consenso en torno a otra, propuesta por el veterano periodista, escritor y gurú del futuro Kevin Kelly: “Un único argumento o narrativa de extensión larga, sin importar su forma o si es en papel o electrónico”... Seguir leyendo aquí en El País.

sábado, 31 de octubre de 2009

La polémica sobre la enseñanza temprana de la lectura.

La presión sobre los niños más pequeños está en cuestión - No se trata de enseñarle de todo y todo a presión sin que tengan la motivación que lo facilita.
"Creo que he perdido la primavera", grita Sara, de cinco años. Está en clase, en el colegio público Teresa de Calcuta de San Sebastián de los Reyes (Madrid). Mientras revuelve en una caja, tiene frente a sí tres fotografías de un mismo paisaje: una tomada en verano, otra en otoño y otra en invierno. Efectivamente, falta la primavera, así que Sara no estaba haciendo ninguna metáfora, pero su inocente comentario enmarca perfectamente el núcleo de este artículo.
 A saber: se han adelantado demasiado los objetivos y los contenidos escolares para niños muy pequeños, con lo que el segundo ciclo de la educación infantil se convierte en una especie de mini-primaria para unos niños que deberían estar aprendiendo, tal vez, cosas parecidas a las que les enseñan, pero desde luego de otra manera.
Básicamente esto es lo que dice una de las conclusiones de un reciente estudio dirigido por el profesor de la Universidad de Cambridge Robin Alexander, el mayor repaso hecho a la enseñanza primaria británica en 40 años.
 Los expertos aseguran que cuatro y cinco años es muy temprano para empezar a recibir una educación formal, estructurada en materias, y reclaman una enseñanza que les ayude a construir sus destrezas sociales, su lenguaje y su confianza a través de juegos, o simplemente hablando con los niños.
Todo ello, en lugar de primar el aprendizaje de la lectoescritura y los números, como se ven obligados a hacer muchos docentes, presionados por la necesidad de elevar el nivel educativo, dice el informe.
(De El País, 29/10/2009) Seguir aquí leyendo. (en la foto una alumna de 3 años de E. Infantil y el dibujo con su nombre que ha hecho de su familia)