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lunes, 28 de marzo de 2016

Europa, 1945: literatura tachada. Siempre a medias entre la ficción y la realidad, Pron ha escrito otra novela espléndida entrelazada a un ensayo magistral sobre la perversa alianza de fascismo y modernidad

Patricio Pron ha escrito en su reciente ensayo El libro tachado una historia de aquella parte de la literatura caracterizada “por la interrupción, la inexistencia, la borradura, el silencio, la negación de sí misma”; unas veces, por designio suicida del autor, y otras, por la pulsión destructiva ajena. Y, sin embargo, resulta patente que Pron está a favor de lo escrito, de su necesario conocimiento y sobrevivencia, quizá porque, como argentino de 1975, proviene de una literatura asombrosamente rica pero también reiteradamente tachada. La novela que le dio a conocer en España, El comienzo de la primavera (2010), fue una deslumbrante parábola sobre el valor de lo escrito y, a la vez, sobre las turbias fuentes de la escritura. Un joven investigador argentino, Martínez, recorre toda la geografía de la Alemania reciente en pos de un filósofo, que fue discípulo de Heidegger. Su propósito es dialogar sobre el libro que quiere traducirle —una reflexión sobre la historia basada en la esencial discontinuidad de los hechos y la importancia de la decisión individual—, pero nunca logra sino conocer a testigos contradictorios y, a la postre, recomponer la ejecutoria vergonzosa de su escurridizo autor.

No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles vuelve sobre la expresión literaria del fascismo y sobre la búsqueda de una obra tachada y perdida. Por un lado, rastrea los pasos de un legado oculto —las obras del escritor ficticio Luca Borrello, misteriosamente muerto en los días finales de la Segunda Guerra Mundial— y de un infatigable grupo de futuristas de Perugia, que todavía soñaban en 1978 con lo que pudieron llegar a ser. Acudieron a un Congreso Internacional de Literatura Fascista que la República de Salò convocó en Pinerolo, en abril de 1945, y que recibió a escritores de todo el mundo (entre ellos hay una nutrida selección de españoles: Giménez Caballero, Eugenio d’Ors, Luys Santa Marina y Juan Ramón Masoliver), pero que no llegó a celebrarse. El rastreo de aquellas jornadas corre de cuenta de un joven activista de las Brigadas Rojas que en 1978 recoge los testimonios de quienes asociaron fascismo y modernidad y creyeron que el futuro estaría ligado a los desafueros vanguardistas. Sus testimonios sobre el pasado y sobre el imaginario Congreso de Pinerolo, lúcidos a veces, nostálgicos otras, desengañados y hasta cínicos a menudo, ocupan la primera parte del relato.

Siempre a medias entre la ficción y lo real, Patricio Pron ha escrito otra novela espléndida entrelazada a un ensayo magistral sobre la perversa alianza de fascismo y modernidad, que extiende sus raíces letales hasta nosotros. Luego sabemos que el encuestador, el joven Pietro Linden, acabará siendo denunciado a la policía por uno de sus serviciales informantes y que reencontrará en sus pesquisas la historia de su propio padre: un partisano que conoció al de­sa­parecido escritor Luca Borrello. Las páginas más hermosas y conmovedoras de esta novela son precisamente aquellas en las que los dos enemigos potenciales —un escritor sin futuro y un carpintero (el padre de Linden) que lo espera todo del futuro— conviven en un pueblecito de montaña al sur de Turín, escondidos de todos y esperando. Inmediatamente después, un capítulo —fechado en 1947— se presenta como parte de una conferencia anónima que reseña aquellas obras inéditas de Luca Borello que guarda la misteriosa caja de madera que el padre de Linden construyó; Pron ha sabido resumir en ellas todo lo que fue aquella explosión futurista que incendió imaginaciones en la Italia fascista, en la Rusia comunista y hasta en el México de la revolución. Y es que el espíritu de la rebeldía —amasada de sueños, negación y violencia— sopla donde quiere y así llega hasta nosotros, gracias a una novela tan insomne como sus personajes. Por eso, un breve epílogo nos presenta al último de la estirpe de los Linden, heredero del piadoso partisano de 1945 y del hijo terrorista de 1978: se trata de un desnortado okupa milanés de 2014 que, a la vista de una manifestación contra la política laboral del primer ministro Renzi, siente “como el comienzo de algo, algo impreciso al que no se tomará la molestia de poner un nombre (…), incluso el hecho mismo de pensar en ello le parece absurdo”. Y toma un bastón que halla en el suelo para atacar a un policía que se lanza sobre él…

Cuando esto ocurre, cuando el pasado se repite y el futuro se va eclipsando, parece indudable que la mejor solución es escribirlo todo en una novela. Patricio Pron —otra vez en pos de los confusos pasos del siglo XX— ha conseguido en estas páginas el más intenso y complejo de sus libros: sin duda, una de las grandes novelas de los últimos años.

No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles. Patricio Pron. Literatura Random House. Barcelona, 2016. 348 páginas, 20,90 euros.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/14/babelia/1457954473_951237.html

viernes, 9 de octubre de 2015

Lydie Salvayre: “En Francia se censura todo lo que sea popular”. ÁLEX VICENTE. La autora francesa relata la historia de juventud de su progenitora, exiliada republicana, en ‘No llorar’, ganadora del Goncourt.

Lydie Salvayre (Autainville, Francia, 1946) llevaba años intentando dar forma de novela a la historia vivida por su madre, quien fue una joven catalana tentada por la aventura libertaria en los años previos a la Guerra Civil, cuando se instaló con su hermano anarquista en Barcelona. Allí viviría su primera historia de amor y participó en la efervescencia revolucionaria antes de emigrar a Francia. Lo consiguió al leer Los grandes cementerios bajo la luna, donde el escritor católico y monárquico Georges Bernanos expresa su desazón respecto a las atrocidades cometidas por el bando nacional, al que en un principio dio apoyo y en cuyas tropas combatía su propio hijo. La condena le valdría ser expulsado del partido ultraderechista Acción Francesa.

“Mi madre murió hace siete años, pero nunca me acababa de decidir a contar su historia. La lectura de Bernanos me despertó. Fue como si me dieran un puñetazo”, afirma Salvayre en su domicilio parisino, una casita de dos plantas pegada al cementerio de Père-Lachaise. Del enfrentamiento entre el relato de juventud de su madre y el remordimiento expresado por Bernanos, dos personajes en las antípodas que acaban encontrándose en un terreno común, surgió No llorar (Anagrama), con la que el año pasado ganó el premio Goncourt, el más importante de las letras francesas.

En el libro, la autora reproduce el habla de su madre, una mezcla de español y francés donde no faltan las incorrecciones y barbarismos, y que la autora vincula al frañol, lengua oficial de los cerca de 500.000 exiliados republicanos en el país vecino. Salvayre ha querido dignificarla. “De pequeña me daba vergüenza oír cómo hablaba mi madre, pero ahora me apasiona. Al hacerme mayor entendí que, en lugar de estropear el francés, lo convertía en algo más poético y más divertido”, expresa. “Detrás de mi escritura también se halla una cuestión política. ¿El francés debe seguir siendo una lengua pura, o las palabras surgidas del exilio tienen derecho a introducirse en ella?”. No hace falta preguntarle por qué opción se decanta la autora, consagrada al fin tras publicar veinte novelas respetadas por la crítica y traducidas a una veintena de idiomas.

La autora habla igual que escribe: una palabra en español por cada cuatro en francés. En la traducción al castellano, a cargo de Javier Albiñana, los fragmentos en español han sido transcritos en negrita para que el lector español se haga una idea de esta lengua híbrida, inhabitual en la narrativa francesa, menos abierta al mestizaje que otras tradiciones literarias. Existen numerosos ejemplos de autores que se sirven del spanglish, como Sandra Cisneros o Junot Díaz, sin contar con la literatura poscolonial de la esfera anglosajona, donde la lengua dominante suele aceptar préstamos de la dominada. En francés, en cambio, los casos no abundan. “Es verdad. Francia es un país donde, a partir de la creación de la Academia Francesa en el siglo XVII, se censura todo lo que sea popular, como si fuera una mancha que borrar”, afirma Salvayre. “Frente a la rigidez de ese modelo, lo extranjero es percibido como una amenaza”.

Sin ir más lejos, cuando ganó el Goncourt, el crítico literario Bernand Pivot, presidente del jurado, le dedicó elogios pero apuntó que en el libro había “demasiado español”. “Todavía nos gobierna esa exigencia de hablar como es debido”, responde Salvayre. “A mí me han tildado mil veces de vulgar por introducir tacos en mis novelas”.

Puede que la literatura no haga más que reflejar la rigidez y la exigencia del modelo de integración francés, que requiere una asimilación casi total. El propio nombre de la autora lo revela. Sus padres la llamaron Lidia. En el registro civil, su nombre es Lydie.

La autora tuvo, durante años, sentimientos encontrados respecto a esa herencia familiar. “Hasta las adolescencia, las historias de la guerra me aburrían sobremanera”, reconoce. Salvayre creció en Auterive, pequeña localidad cercana a Toulouse, junto a una comunidad de exiliados en la que “se organizaban grandes comidas, se contaban chistes verdes y nadie se compraba muebles”, porque todo el mundo creía que terminaría volviendo a la patria abandonada. Cuando llegó al colegio, recuerda haber sido ridiculizada por hablar igual que sus padres y equivocarse sistemáticamente con el género de los artículos, ese tic del que todo expatriado nunca se desprende del todo. “Pero ese sentimiento de vergüenza fue un motor. Me afectó al orgullo y me impulsó a demostrar que podía hablar y escribir tan bien como cualquiera”, afirma. A veces, ese absurdo sentimiento de inferioridad vuelve a aparecer. “Lo detecto en las cenas burguesas, donde me veo paralizada por miedo a no tener las maneras adecuadas en la mesa o a decir algo que me deje en evidencia”, admite.

En Francia, su padre trabajó de albañil. Fue un comunista estalinista “hasta el día de su muerte”, que no dudó en abofetear a sus tres hijas si osaban criticar a la Unión Soviética. Si Salvayre prescindió de su apellido de soltera, Arjona, para escribir, fue como rebelión a ese padre autoritario. La protagonista del libro es, sin embargo, su madre. “Quise dejar por escrito las historias que me contaba, más teñidas de alegría que de desgracia. Mi único lamento es que no haya podido ver este éxito. Estaría muy orgullosa, pese a que la literatura le diera totalmente igual. Pero eso me gustaba: era lo opuesto a esos intelectuales de Saint-Germain para quien la literatura es el centro del universo”, sostiene. “En cambio, mi madre siempre estuvo muy orgullosa de que fuera médico”. Salvayre trabajó durante décadas como psiquiatra infantil y juvenil en la periferia de París, donde sus pacientes de origen magrebí y turco hablaban una lengua bastarda emparentada con la de su familia.

Para Salvayre, el Goncourt no era un objetivo en sí. “Muchos de mis escritores favoritos no lo tienen, como Samuel Beckett o Claude Simon. Reconozco que no está nada mal tenerlo, porque el número de tus lectores aumenta increíblemente”, afirma. Tras obtener el premio, No llorar pasó de los 20.000 ejemplares vendidos a más de 400.000. “A la vez, cuando firmo libros, ahora veo en la cola a gente que no viene a comprar una novela, sino una marca. Es algo nuevo para mí, y reconozco que me molesta”, concluye.

Ecos en el presente

Para Salvayre, su novela describe un mundo pasado que resuena en el presente. “Ahí siguen el nacionalismo abyecto, el fanatismo religioso, la cobardía de Europa y el drama del exilio”, dice la autora. “Todos los exilios no son iguales, pero sí expresan el mismo dolor”. A Salvayre también sigue los últimos movimientos en la política española. “Más allá de Podemos como partido, me interesa que surjan movimientos sin líder, manifestaciones formadas por personas de perfiles e intereses distintos”, afirma. “No se trata de esperar una gran revolución que no llegará, sino de actuar de manera concreta y efectiva. No sé qué dará de sí, pero reconozco que me gusta. Reconozco en esos movimientos una forma de libertarismo”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/04/actualidad/1443981484_842999.html

domingo, 4 de octubre de 2015

La escritura dentro de la vida. 'Una mujer con atributos' deslumbra por el retrato del dolor que generó el macarthismo.

 Lee las primeras páginas de 'Una mujer con atributos'

Pertenezco a una generación que aún era demasiado joven para disfrutar de la edición de Pentimento de Argos Vergara en 1979. Me acuerdo de que a mi madre le entusiasmó el libro. También por aquellos años estrenaron Julia (1977), la película de Fred Zinnemann protagonizada por Vanessa Redgrave y Jane Fonda, que se basa en uno de los capítulos más sobrecogedores de Pentimento: Lillian Hellman (Nueva Orleans, 1905- Martha's Vineyard, 1984) descubre al lector que el Holocausto no fue sólo una masacre de judíos, sino también de socialistas, comunistas y católicos disidentes. Para empezar y para que nadie se confunda con la posible ambigüedad de las reseñas (o de los reseñistas), diré que tras leer Una mujer con atributos, estas memorias que incluyen Una mujer inacabada y Pentimento, ya avanzado el siglo XXI, siento algo próximo a la fascinación. No me importa que el adjetivo sea inmoderado, porque mi deslumbramiento se asienta en muchas razones: el retrato de una época, el autorretrato de una mujer, pero sobre todo la capacidad de la autora para hablar de lo más importante como si no estuviera haciéndolo. El macartismo, clave temática, se aborda casi como un tabú y, en esa aproximación tangencial y a la vez intensa, medimos todo el dolor que causó a quien escribe esa vorágine represiva de delaciones y brutalidad ideológica. El macartismo siempre está presente, pero de manera esquinada: quedan a la vista las cicatrices, las marcas, los queloides. Algo parecido sucede con la monumental presencia de Dashiell Hammett, que incluso está cuando no está, y cuya muerte permea cada página de estas memorias exhaustiva, inevitable, rencorosamente. Hammett es héroe y borracho; compañero de vida; un enfermo y el más fuerte de los hombres; preso político; uno de esos misántropos de cuyo amor nos enorgullecemos porque no aman con facilidad y nos hacen sentirnos elegidos. Hammett es enunciador de sentencias memorables y mantiene con Lilly ese tipo de diálogos violentos y seductores que caracterizan la novela negra. Vida, escritura, escritura dentro de la vida. Hammett es el ojo que importa, mientras se vive, en su observación, microscópica o a distancia, de las evoluciones de Lilly. Lector de las acciones —obras, deriva política, afectos— de Lillian Hellman, pero imposible lector de sus memorias: la culpa la tiene el desgarro del encarcelamiento y la muerte.

En Una mujer inacabada y Pentimento, Hellman construye una identidad de refilón, bajo la veladura, escribiendo sobre los muertos, pero sin dejarse llevar por lamentaciones elegiacas. Tampoco se deja llevar por la nostalgia ni por los tópicos sobre la feminidad ni sobre ciertos comportamientos literarios. Su enfoque de la infancia y del mecanismo del recuerdo se define por lo antisentimental: "… las frases que empiezan con me acuerdo duran demasiado para mi gusto…". La prosa —en relieve— no recurre a la excusa psicoanalítica: "… las historias de niñez rara vez son creíbles". La mujer es la mujer que se hace en un lugar lejano al ensimismamiento pese al tono convencionalmente introspectivo de las memorias. Hellman se perfila en sus raíces familiares, en sus amores sin romanticismo, en su actividad teatral, en lo que le pagan por sus trabajos y en sus convicciones políticas: la experiencia de nuestra Guerra Civil, las visitas a la URSS, su visión de una reblandecida clase obrera estadounidense y la militancia como pose estética por parte de las clases privilegiadas frente al reaccionarismo y el miedo de los que deben liberarse (más que ser liberados) son preocupaciones de Una mujer con atributos: Hellman, cosmopolitizada señorita del Sur, expresa la tensión y la lucha raciales a través de su vínculo de dependencia y resentimiento —calor y distancia— con sus criadas negras, Sophronia y Hellen.

Hay más vuelo literario, un imaginario poético más potente —la tortuga que no acaba de morir, Bethe desnuda al lado de las cuerdas de tender— en Pentimento, casi una colección de relatos, que en Una mujer inacabada. Puede que Pentimento se escriba en un registro más íntimo y simbólico, mientras que Una mujer inacabada sea una pieza más informativa: por allí desfilan Faulkner, Hemingway, Fitzgerald, Eisenstein, Norma Shearer, William Wyler o el genial Nathaniel West, una acumulación de nombres que hace vivir a los lectores un efecto Midnight in Paris, a lo Woody Allen: pese a las imposturas del mito y el valor publicitario de las iconografías, no cualquier tiempo pasado fue mejor… Una mujer inacabada es el marco que nos permite entender Pentimento. Una mujer inacabada habla de la corrupción de la utopía comunista y a la vez del anticomunismo que corrompió la idea de dignidad.

Ni la mirada ni las reflexiones de Hellman son vulgares. Tampoco su sentido del humor. Cuenta una anécdota de Jean Harlow; la mítica rubia le dice a su mayordomo: “Abra la ventana y deje entrar una menudencia de aire”. Sensacional. La frivolidad. El léxico como apariencia o simulacro. Un mundo y un lenguaje en los que, al fondo del lienzo descubrimos el perfil de una mujer que no escribe para pedir perdón —solo un poquito a su amiga Dorothy Parker—; de una hija única que se creía muy lista; de una dramaturga excelente… Hellman es un pentimento que paradójicamente no se arrepiente; sus textos, limpios, precisos y sutiles en su habilidad para pautar el tiempo de la narración, conforman la imprescindible veladura, la transparencia bajo la que se esconde el trazo original.

Una mujer con atributos. Lillian Hellman. Traducción de Mireia Bofill y Marta Pessarrodona. Lumen. Barcelona, 2014. 576 páginas. 24,90 euros (electrónico: 10,99 euros)
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/19/babelia/1416400703_201529.html

lunes, 20 de julio de 2015

Kureishi: “Nuestra religión verdadera es el fundamentalismo financiero” “He pasado más tiempo hablando de mis libros que escribiéndolos”, dice Hanif Kureishi. No lo dice como una queja, sino porque, afirma, forma parte de su “trabajo” Con su aire de estrella del pop en zapatillas, pasó por Madrid esta primavera. Su último libro, protagonizado por un furioso narrador de origen indio, se titula ‘La última palabra’

El escritor británico Hanif Kureishi. / BARBARA ZANON


“He pasado más tiempo hablando de mis libros que escribiéndolos”, dice Hanif Kureishi mientras trasiega agua con gas en el bar de un hotel madrileño. No lo dice como una queja, sino porque, afirma, forma parte de su “trabajo”. Hombre de opiniones contundentes, en la conversación encuentra un hueco para preguntar por la salud de los periódicos en España o la opinión de los aficionados madrileños sobre Cristiano Ronaldo, al que adora desde los tiempos del portugués en el Manchester United, su equipo. O, para ser más exactos, su religión. Como en todas las entrevistas de los últimos tiempos, también en esta termina apareciendo Podemos. Con su aire de estrella del pop en zapatillas, pasó por Madrid esta primavera durante La Noche de los Libros. El último suyo, protagonizado por un furioso narrador de origen indio, se titula La última palabra (editorial Anagrama).

Cada tiempo tiene sus grandes temas, y el tema del nuestro es el regreso de la religión como política, dice el protagonista de su último libro. ¿Está de acuerdo? Sí y no. Yo creo que hay dos: uno es el islam; el otro, la supremacía del neoliberalismo. En España lo saben bien, y en Portugal, y en Grecia. De hecho, en todo Occidente. Cómo vive la gente, dónde duerme, cómo sueña incluso, está marcado por el neoliberalismo. En Reino Unido fuimos pioneros en los ochenta con el thatcherismo. Ahora lo vivimos en todo su esplendor.

¿Y cuál es el papel de la religión? Algunos están más preocupados por el islam que por nuestra religión verdadera, que ya digo que es el neoliberalismo, el fundamentalismo financiero. Otra cosa es el terrorismo, y otra, la inmigración, que es uno de los efectos del neoliberalismo. Necesitamos buenas ideas sobre esas dos cosas, no tópicos. Hasta el racismo ha cambiado.

¿Es distinto ahora que en su infancia? Ahora el racismo está mucho más organizado. Está más en el mainstream. Entonces era un fenómeno callejero, ahora Marine Le Pen puede llegar a presidenta de Francia. En el fondo, el racismo se basa en una idea mítica de lo que es un inmigrante. Antes nacía del desprecio hacia el Tercer Mundo, hacia la gente de color. Ahora es fruto de la desesperación de gente que ve que su mundo, sus derechos, su trabajo, su seguridad están siendo destruidos, pero no por la inmigración, sino por el sistema. El capitalismo es una revolución, la más rápida y exitosa que hayamos conocido nunca.

¿Se acabó el multiculturalismo? Es que nunca ha existido. Hemos tenido y tenemos una sociedad monocultural. Solo hay un sistema, ya digo: el neoliberalismo. Yo no veo otro. Lo que hay es una sociedad multirracial hecha de escoceses, ingleses, irlandeses, paquistaníes y lo que sea, pero dentro del mismo sistema. No parece haber alternativa. Bueno, ustedes tienen ese nuevo partido, ¿Podemos? Veremos si tienen otras soluciones. En fin, no es que el multiculturalismo haya triunfado o fracasado, es que todavía no ha empezado.

¿No hay alternativa? Tiene que haberla. Hay muchas formas de capitalismo. Por ejemplo, el sistema en el que yo crecí, basado en los derechos sociales, en un Estado de bienestar fuerte. También teníamos partidos de izquierda… Ya no queda nada. La idea incluso de Estado de bienestar ha quedado arrasada. Vivimos en la precariedad. Mis hijos tienen muchas menos oportunidades de las que yo tuve. Tengo que pagar sus estudios y, además, esos estudios no les van a garantizar un trabajo.

¿En qué momento cambió todo? Con Thatcher, ya digo. Decía ser una patriota. Quería tanto a Inglaterra que destruyó el sistema público de vivienda, los sindicatos… Reagan lo hizo en Estados Unidos. ¿Resultado? Ahora vivimos en un fundamentalismo financiero. Todo se mide en dinero. En Londres ya no quedan más que dos clases sociales: los ricos y sus sirvientes. Ya casi no hay clase media, no se pueden permitir vivir en la ciudad. Lo curioso es que se trata de una ideología que la gente no ve. Promete mucho –fama, éxito, trabajo incluso–, pero no es más que publicidad. ¿Qué hacemos en cuanto tenemos algo de dinero? Ir de compras.

¿Toda la culpa es del sistema? Ir de compras no es obligatorio. Es cierto, pero los que tenían que luchar por los derechos de los débiles se pasaron al otro bando. Tony Blair fue un thatcherista. Ella misma dijo que su mayor éxito había sido Tony Blair. Estaba orgullosa de él.

¿La clase trabajadora se ha vuelto conservadora? Murdoch tuvo mucha influencia, desplazó a todos los medios de comunicación hacia la derecha. Vivimos un tiempo interesante, pero no tengo mucha esperanza: la precariedad, la vuelta de la religión…

¿Cuál era el papel de la religión en su vida cuando era joven? Mi padre y sus hermanos hacían chistes. Veían a la gente religiosa como tú puedes ver a un cura. Sabían que eran hipócritas o tontos. Formaban parte del paisaje. Mis tíos eran de clase media, intelectuales, digamos. Pensaban que la religión estaba muerta y que aquella gente era un chiste. Por eso fue un shock, sobre todo en Pakistán, el regreso del islam. Mi familia no daba crédito porque era gente de la izquierda anticlerical. Ahora mis primos, con los que me crié, se han vuelto muy religiosos, van a la mezquita.

¿Por qué ellos y no usted? Porque en el Tercer Mundo había un agujero ideológico. Bueno, no sé si en todo el Tercer Mundo; en Pakistán, seguro. Nunca iban a ser comunistas, así que necesitaban una ideología que les diera una identidad: eran antiamericanos, antiimperialistas. Fue una ideología que funcionaba en las mezquitas y en la calle porque ya eran musulmanes como usted pueda ser católico, socialmente. Solo hubo que politizarlos. Lo vieron como una solución. Estaban hartos de los británicos primero y de los americanos después, de los occidentales. Se ve a los radicales, pero la mayoría de los musulmanes lo que quieren es libertad, educación, trabajo. Lo que pasa es que no tienen una voz, una representación, no hay un partido laico. Tampoco Occidente ha apoyado a esos partidos, así que no hay otras ideas ni forma de permitir que surjan. El islam lo ha ocupado todo. En el fondo, la mayoría de la gente no es creyente, pasa como en los antiguos países comunistas: tienes que rezar, seguir esas costumbres, decir esto, callar lo otro. La gente lleva una doble vida. De puertas afuera, va cubierta y reza. De puertas adentro, hacen fiestas y toman drogas, y piensan: que les den a los del Gobierno.

¿Va con frecuencia a Pakistán? Fui el año pasado. Hubo un Pakistán que pudo ser próspero, pero todo está destruido. Ahora todo el mundo lleva pistolas. Es como las películas del Oeste. Las mujeres van ­siempre cubiertas, tienen miedo. Se ha destruido el espacio público.

Otro tema que se plantea en su nuevo libro es la vuelta de la figura del padre después de acabar con ella en los años sesenta. Me refería a la idea de autoridad, de obediencia. Es así. Sobre todo en el islam, tienes que obedecer, no hay sentido de la duda o espacio para otras ideas. Es como ver la Fox todo el rato. Pero no es solo autoridad, es sumisión. Eso da a la gente cierto idealismo porque les promete el paraíso. Lo único que tienes que hacer es obedecer, renunciar a la libertad de pensar.

¿Cómo es usted como padre? Soy permisivo y a la vez estricto. Mis hijos pueden hacer lo que quieran, pero tienen que estudiar. No me importa si van a fiestas, tienen relaciones sexuales o se drogan, pero tienen que estudiar y comportarse con educación. Es algo implícito, no hay una regla escrita. Ellos han visto que yo he trabajado duro para ser escritor. Cuesta ser un escritor de éxito, sobre todo si vienes de donde yo vengo. Eso lo saben. Mis dos hijos mayores se van a licenciar ahora en Filosofía. Son gemelos, de 21 años. El otro tiene 17, está terminando la secundaria.

¿Tienen cosas en común con usted? Trato de mantener una relación entre todas las generaciones de mi familia. A todos nos interesa la literatura, la política, esas cosas. Es un vínculo. Es algo así como el Kureishi way of life. Y, por supuesto, tienen que ser del Manchester United.

Incluso viviendo en Londres. Que fuesen del Arsenal sería un pequeño drama. Por suerte, odian al Chelsea [risas]. Cuando hay partido, vemos la tele con las bufandas del Manchester. Es obligatorio. Soy permisivo, pero no tanto.

¿Han leído sus libros? No.

¿Ni han visto sus películas? No creo. Toman distancia.

¿Usted las ha vuelto a ver? Ni loco. Hace poco hicieron en Londres un pase de Mi hermosa lavandería porque se cumplen 25 años del estreno, o 30, ya ni me acuerdo. Estaba todo el mundo, los actores, el equipo, todos. Stephen Frears y yo nos fuimos al bar. Ni se me ocurre volver a verla. No quiero pasarme el rato viéndole los defectos. Prefiero mirar hacia delante.

¿Leyó usted las novelas de su padre? Sí, cuando estaba escribiendo Mi oído en su corazón. Son interesantes porque hablan de cómo era crecer en el Imperio Británico. En Bombay los soldados estaban presentes todo el rato. Les tenían miedo. Cuando llegó la II Guerra Mundial se tuvieron que poner del lado de los británicos contra Hitler. No podían ser a la vez anti y probritánicos. Es muy interesante porque en algún momento todos somos minoría para alguien.

¿Escribió El buda de los suburbios porque sentía que nadie había hablado de ese mundo? Yo había leído mucha literatura inglesa –H. G. Wells, Graham Greene–; también tenía mucha influencia americana: el primer Philip Roth –el de El lamento de Portnoy–, tal vez de Bellow. De Salinger sobre todo. Había leído mucho sobre gente de barrio en Estados Unidos y quería escribir sobre un chaval de barrio, pero en Reino Unido, gente que escuchaba música pop y se drogaba. Y sobre la inmigración. Nunca había leído nada sobre la inmigración en Londres. Bueno, un par de cosas, y alguna buena, pero todas tristes, del tipo “cómo el racismo me arruinó la vida”. El buda de los suburbios es un libro alegre, optimista. Me divertí mucho escribiéndolo. Tuve que inventarme un tono, pero en eso consiste ser escritor, en inventarte una voz en la que quepa todo lo que piensas.

¿Hay ahora un mundo del que nadie esté hablando? Tal vez. Me gustaría leer la novela de un joven español o italiano sobre la crisis, sobre cómo es sentir que no tienes futuro, que la generación de tus padres la cagó, sobre cómo grandes naciones europeas han terminado dirigidas por las instituciones financieras internacionales. O la historia de esos inmigrantes que huyen de África.

En muchas ocasiones van a un país cuya lengua no hablan. No es el caso de los protagonistas de sus libros. Supongo que habrá que esperar. Es cierto. Yo nunca me sentí en un idioma extranjero. Ya en India, mi familia hablaba inglés. El idioma fue una suerte. Si escribes en francés es más difícil que te traduzcan o triunfar en Estados Unidos. Mi hermosa lavandería fue un éxito allí. Y eso que en algunos sitios la pasaron con subtítulos. El éxito de la película me ayudó mucho.

¿Preferiría el Oscar de Hollywood o el Nobel de Literatura? Qué pregunta. Para mí, escribir un guion, una novela o un ensayo es todo lo mismo: escribir, contar una historia. Cuando un director me pide un guion, trato de darle la mejor historia que puedo. Ahora, de hecho, estoy buscando una para el cine y no se me ocurre nada. La verdad es que nunca sabes si se te volverá a ocurrir algo interesante.

El protagonista de La última palabra detesta a Forster y a Orwell, pero adora a Jean Rhys. ¿Comparte sus gustos? El odio, no; el amor, sí. Me encanta Jean Rhys, su fuerza, su melancolía, su crudeza al mismo tiempo; la vida en la calle, en los bares, esos amores fugaces y desgarradores, la precariedad de su vida.

Muy actual. Sí, se podría hacer una buena película con sus historias, ahora que lo pienso. Nunca sabes de dónde te va a venir una idea.

De hecho, cuando parecía que era usted el cronista callejero de los inmigrantes, la fetua contra su amigo Salman Rushdie le llevó a escribir El álbum negro y Mi hijo el fanático. ¿No tuvo miedo? La fetua me hizo pensar en el islam, el radicalismo, la integración, todo eso. No tuve miedo porque nunca blasfemé. No soy tan tonto.

¿Rushdie lo fue? No, no, él escribió un buen libro. No como las caricaturas, que sí eran una tontería.

¿Las danesas? No, las de Charlie Hebdo. Ni siquiera eran graciosas. Salman las ­defendió, y es cierto que uno tiene que defenderlas, pero nunca me parecieron ni graciosas ni inteligentes. Pero yo defiendo su derecho a dibujar lo que quieran. Blasfemar es un derecho, algo muy importante. Yo nunca lo usaría, pero lo defendería siempre. Odio el autoritarismo religioso que te dice lo que puedes hacer o decir, pero los dibujos de Charlie Hebdo no me gustaron. No por motivos morales, sino estéticos: eran muy feos. Y nada inteligentes, como digo. Una provocación facilona. Pero, insisto, defendería en cualquier sitio su derecho a dibujarlos. Eso no me da miedo.

¿Tampoco teme a Naipaul? El escritor que sale en La última palabra se parece a él. Nunca dije que lo fuera o que no lo fuera. Siempre he escrito sobre jóvenes, pero también mis personajes envejecen, ¿no? Ese era un personaje sobre el que me divirtió escribir: un hombre fastidioso, descreído, vanidoso, un loco. Lo iba escribiendo como salía, sin pensar. Me lo pasé muy bien.

¿Ha leído su biografía? Tiene cosas en común con su novela. No leo mucho. Leo sobre todo periódicos, poesía, filosofía para ver si puedo echar una mano a mis hijos. Y como soy profesor de escritura, tengo que leer lo que escriben mis alumnos.

Alguna vez ha dicho que escribir es fácil si sabes cómo.
¿Se puede aprender a escribir?
¿Se puede enseñar?
Escribir es todo un trabajo. Tener éxito, no digamos. Antes hablábamos de Jean Rhys. Piensa en ella y en su fracaso durante años. Contó maravillosamente su trocito de mundo: las calles, los cafés, el alcohol, el amor, el sexo… Tiene una visión personal del mundo, una visión muy fuerte. Eso es lo que necesitas para escribir, y eso lo tienes o no lo tienes. Mucha gente no lo tiene por mucho que haya leído o por muy inteligente que sea. Escribir tiene que ver con eso: una visión del mundo. Puede ser pequeña, pero debe ser personal, única. Y profunda. Y que interese a los demás, claro. Es como un truco de magia. Eso no se puede enseñar.

Usted ha escrito y dirigido. ¿Cómo se traslada esa visión tan personal del mundo a una película? Es muy difícil. Tú vas con tu visión del mundo y tienes que convencer a un director que tiene que convencer a un productor que tiene que convencer a un banquero. Tienes que saber manejar a toda esa gente manteniendo tu visión del mundo. Hay directores que solo tienen la capacidad de gestión, pero no la visión. Tienes que ser una persona excepcional: Hitchcock, o Scorsese, o Woody Allen, o David Lynch.

¿Cómo fue su experiencia en el cine? Me gusta ese mundo, los actores, los rodajes, pero no quiero ser director, quiero ser escritor. Es más fácil. Y, para mí, más divertido.

Siempre habla de divertirse. ¿Cuál fue el libro más duro de escribir? Intimidad. Tenía que ser a la vez directo y distante. ­Tenía que escribir sobre mi ­propia experiencia, sobre lo que me estaba pasando, mi separación, pero tenía que ser un libro. Fue duro. Tenía que escribir ­cosas que odiaba tener que escribir, cosas que normalmente piensas, pero no dices. El amor, el fin del amor. Sabía que mucha gente iba a odiarlo, pero estoy orgulloso de haberlo escrito. No he vuelto a leerlo.

Hace poco vendió sus manuscritos a la Biblioteca Británica. ¿No releyó sus diarios antes de entregarlos? No. Había cientos de cuadernos. Siempre llevo uno encima, como una cámara fotográfica: están llenos de ideas instantáneas que hay que atrapar. En alguno está la primera frase de El buda de los suburbios, tal cual: “Me llamo Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi”. Se me ocurrió un día y pensé que ahí había algo. En otro están los días en que Salman me iba contando que estaba escribiendo una nueva novela. Era, precisamente, Los versos satánicos. Pero no voy a releer todo eso. Necesitaría otra vida para revisar lo que he escrito en esta. Ni loco. Se estaban pudriendo en mi casa y pensé: que se pudran en la Biblioteca Británica.
http://elpais.com/elpais/2015/06/05/eps/1433503401_687025.html

lunes, 4 de mayo de 2015

Buena gente que camina. Andar puede ser un gesto revolucionario. Lo recuerda la ensayista Rebecca Solnit en 'Wanderlust'.

Crucé las avenidas mezclándome con inevitables flâneurs, vagabundos y turistas, con hombres sospechosos por su solo andar improductivo, sin rumbo ni destino; con mujeres que llevan siglos disputando su derecho a caminar sin ser tomadas por prostitutas ni acosadas ni violadas. Cruzando nuevos barrios amurallados y urbanizaciones planificadas contra el caminante, vimos tras las cristaleras de los gimnasios a los Sísifos de cinta mecánica (ese invento perverso que, recuerda Solnit, nació en una cárcel).

Juntos, sin dejar de caminar por las páginas de Wanderlust, nos unimos a quienes venían marchando desde lejos, desde muy lejos: revolucionarios y amotinados que un día echaron a andar y aún resisten, caminantes por la paz o los derechos que cruzan países, obreros, ecologistas, peregrinos, zapatistas, marchas civiles que corren una inacabada carrera de relevos hasta nuestras últimas marchas de la dignidad que prolongan el caminar como un acto político, una forma de desobediencia civil.

Junto a Solnit he caminado varias jornadas, siguiendo sus pasos, sus derivas y rodeos, sus momentos en que se detiene a mirar algo, incluso una nimiedad; las veces en que aprieta el paso y a fuerza de abarcar todos los aspectos posibles del tema nos fatiga, nos marea, nos aburre incluso, sin que podamos dejar de andar, porque caminar, leer, pensar, caminar, tiene un efecto euforizante, nos resitúa en la tierra, libera el cerebro y recupera el cuerpo frente a la incorporeidad creciente de nuestras vidas, nos vincula a quienes andan a nuestro lado, nos hace libres al buscar espacios libres y tiempo libre para recorrerlos.

No se pierdan esta marcha, este libro. Sigan andando.

Wanderlust. Una historia del caminar. Rebecca Solnit. Traducción de Andrés Anwandter. Capitán Swing. Madrid, 2015. 472 páginas. 22 euros.

domingo, 15 de marzo de 2015

Entrevista a Belén Gopegui. "En distintos espacios se construye otra cultura, todo eso que en medio del infierno no es infierno".

La escritora madrileña Belén Gopegui ha publicado El comité de la noche (Literatura Random House, 2014), una novela que dibuja una dura crítica contra el negocio de las farmacéuticas y relata un mundo posible de relaciones más justas construidas sobre la solidaridad y la fuerza del común. Bajo una apariencia de novela de género, El comité de la noche esconde una clara condición política: es una crítica devastadora al negocio de las farmacéuticas, al comercio de sangre y a las condiciones de vida contemporáneas. ¿Literatura de resistencia?
Más bien diría una literatura de existencia, para que las cosas que ya existen, aunque a veces parezcan transparentes, cuenten lo que saben.

¿Es posible construir una alternativa política, social, a través de la literatura, que combata el discurso del poder y construya ese espacio de resistencia?
Sólo con unas cuantas obras literarias, no. Si lo que [Jorge] Riech­mann llamaba los miedos de comunicación de masas fuesen, pongamos, infiltrados hasta sus más altos niveles por gentes que no sólo no quisieran, sino que además pudieran no reproducir la visión del mundo supuestamente natural, vale decir, capitalista, patriarcal, etcétera, en ese caso, si la gran mayoría de historias, series, canciones, noticias, no interpretase la vieja melodía del individualismo, el engaño y el falso consuelo, entonces, quién sabe. Entretanto, en los distintos espacios, movimientos, centros populares, se va construyendo una cultura distinta, emergen visiones diferentes, todo eso que en medio del infierno no es infierno y que puede, en voz más baja, hacer nacer relaciones diferentes.

¿Crees que los proyectos políticos antagonistas necesitan novelas que construyan sus imaginarios? ¿En qué medida ayudan las novelas a esa construcción de lo posible?
Dice el dramaturgo Declan Do­nellan: “No están a salvo en sus casas, sólo están a salvo en las calles. No vayan a sus casas”. Me interesa la fuerza de esa idea de que, en contra de lo que se nos suele decir, es en las casas donde no estamos a salvo. Lo cierto es que la novela es un género en principio pensado para leer en casa. También en el metro o en la biblioteca o en círculo de lectura, pero en principio se pensó para leer en soledad, y construir imaginarios antagonistas desde esa extraña relación creada entre un narrador o narradora y un lector o lectora es difícil. Lo habitual es afirmar los imaginarios existentes, esos que contribuyen a hacer de una casa un lugar de peligro. Se puede intentar, a veces ocurre. Creo que, pese a todo, vale la pena intentarlo, hacerlo, si se tienen presentes los límites que nos marcaron y que no habría que respetar.

El comité de la noche tiene un lenguaje cuidado, una capacidad de crear diálogos intensos, referencias intertextuales precisas. ¿Es posible un lenguaje antagonista dentro de los códigos del poder?
Entre la frase de Audre Lorde “las herramientas del amo no destruirán la casa del amo”, aquella de Chirbes “la buena letra es el disfraz de las mentiras” y el verso de Adrienne Rich “éste es el lenguaje del opresor / y sin embargo lo necesito para hablarte”, transcurre un debate de siglos. En realidad parte de la evolución de lo que sea que llamemos arte ha estado marcada por la necesidad de cambiar las herramientas, violentar el lenguaje y hacer estallar en pedazos la buena letra impuesta por la clase dominante. Jesús Ibáñez contaba la historia de aquel maestro que le decía a su discípulo: “Si dices que este palo es real, te pegaré con él, si dices que no es real, te pegaré con él, si callas, te pegaré con él”. La salida, decía, era arrancarle el palo de las manos y darle con él en la cabeza. Dicho de otro modo y con respecto al arte, aun manteniendo siempre la atención hacia todo lo que los códigos y herramientas cuentan por sí mismos, y aun procurando siempre destrozar esos códigos y esas herramientas, recordemos también que la razón de destrozarlos no es un dilema formal, como si eso existiera, sino arrebatar el palo, el monopolio de la violencia real, microfísica, simbólica, que, de modo ilegítimo, ejercen el capital y el patriarcado.

En el libro se percibe cierto anhelo de unión. ¿Crees que en esta deriva individualista de las sociedades contemporáneas hay espacio para seguir reivindicando ese común que nos haga fuertes frente al poder?
Una vez más nos ocurre que separamos lo individual de lo común, como si lo común no estuviera construido con individualidades. El individualismo contemporáneo –igual que, en una escala diferente, la llamada economía liberal– utiliza lo común, la construcción colectiva, los cuidados, pero lo hace desde el abuso, imponiendo criterios, intoxicando además con la idea de que son las comunidades las que imponen funciones y anegan lo individual. Sin embargo, construir lo común es trabajar con otros y otras según aquellos criterios que se juzgan buenos. Por el contrario, encerrándonos en las fingidas individualidades que somos, cedemos nuestro criterio sin reparar demasiado en ello. De modo que sí, ahora más que nunca, es preciso ser nieve, ser lluvia, ser marea.

Eres miembro de Asalto, la facción literaria de la Fundación Robo. ¿Sería ése un intento de repensar la práctica cultural desde el espacio del común, del colectivo?
En el aspecto musical es un intento y un logro. Ahí está su página, sus temas, los cambios que ha generado. En cuanto a la parte literaria, a la que me he sumado, se trata de un proyecto mucho más en ciernes, apenas un gesto para contar que, si bien no sabemos cómo, sí quisiéramos sacar la literatura de los formatos individuales, volver a pensar, como dices, su práctica desde el espacio del común. Se han hecho experimentos en Asalto y seguirán haciéndose gracias a la generosidad de Fundación Robo, que pone en nuestras manos un dispositivo en marcha. Desde esta entrevista, como desde otros lugares, seguimos convocando a quienes tengan propuestas, temas, textos, voluntad de construir relatos de experiencias colectivas. ...

¿Qué papel consideras que ocupa internet en la renovación de los códigos y estrategias de la resistencia política?
En general considero que la resistencia en internet está perdiendo iniciativa, porque no tiene el poder suficiente. Cons­truir servidores que no pasen por Estados Unidos ni estén bajo su control, crear plataformas de relación que no sean propiedad de empresas dispuestas a cobrarse su actividad en datos y en poder añadido, o hacer que un sistema como Debian, por ejemplo, entre en las administraciones para quedarse, exige una fuerza que, de momento, no tenemos. Aun con todo, hay fracturas, transgresiones, sistemas operativos libres, pequeños servidores autónomos, filtraciones. Que­da, sin embargo, muchísimo por hacer.

¿Cómo valoras el momento político actual, en el que diversas plataformas surgidas a partir del 15M apuntan a tomar el “poder político” en sus diferentes escalas (nacional, regional, municipal) aprovechando el vacío creado por la deslegitimación radical del sistema de partidos heredado de la Transición?
Plantearse llegar a las instituciones es importante, y más si se hace desde movimientos con arraigo en el territorio. Lo crucial, desde mi punto de vista, sería en este momento intentar no delegar en nadie, saber que cada persona es necesaria para generar otras prácticas políticas, pues, por más que así lo pensemos en algunos entornos, esa deslegitimación radical, desde casi todos los puntos de vista, no lo es tanto, sin embargo, en muchos sectores de la población, ya sea porque aún creen, erróneamente, que sus intereses coinciden con los del sistema de partidos, o porque en ocasiones es posible que coincida a corto plazo. Recuerdo esa gran canción portuguesa contra la dictadura, “A pesar de você”, “a pesar de usted, mañana ha de ser otro día”, la cuestión es que ese usted es muy amplio, está en formas de ver y en las instituciones y en las empresas y en la vida diaria, por eso es preciso que se unan todas las luchas en torno a la emancipación y, en estos días, apenas descansar. ...
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/25941-lo-estalla-pedazos.html

domingo, 1 de febrero de 2015

George Packer. Un soldado raso tiene más posibilidades de ser expulsado por perder su fusil que un general por perder una guerra. Así es esta sociedad.

El forense del imperio americano

George Packer retrata el fin de la cohesión social en EE UU durante las últimas décadas en ‘El desmoronamiento’. “La cohesión social está rota”, afirma

P. ¿Está en peligro la cohesión social en Estados Unidos?
R. No solo está en peligro, está rota. ¿Qué es la cohesión social? Es cuando tu destino está vinculado al de otras personas en tu comunidad o tu país, cuando los líderes de las principales instituciones tienen una visión que te incluye y, aunque buscan su beneficio, también es el tuyo. Hoy en día no es así. Su beneficio es su beneficio. En el Congreso se comportan igual que en Wall Street. No construyen nada. Todo es cortoplacismo. No existe cohesión porque no pagan un precio por sus errores. No hay políticos destituidos por impedir la recuperación económica. Ningún político pagó por Irak, ni ningún general. Bush fue reelegido. La gente que paga es la más pobre. Un soldado raso tiene más posibilidades de ser expulsado por perder su fusil que un general por perder una guerra. Así es esta sociedad.

...El desmoronamiento denuncia la destrucción del contrato rooseveltiano con los estadounidenses a manos de unos líderes de la nación que han hecho dejación de sus responsabilidades a favor de la dictadura del dinero. Es la narración de un fracaso.

Tres columnas sostienen el relato: la creciente desigualdad, la última Gran Recesión causada por la codicia de Wall Street y la complicidad de Washington, y la corrupción del tejido moral del país. Packer muestra un manojo de individuos que caminan sobre escombros. En una nación que alardea de su unidad, algunos de esos individuos, descritos con precisión de entomólogo, son desgraciados comidos de chinches que viven en furgonetas en un aparcamiento de Walmart...

jueves, 15 de enero de 2015

Belén Gopegui: “Hay mucha alta literatura muy cursi” La escritora publica 'El comité de la noche', una novela que mezcla intriga y compromiso, recopila sus ensayos sobre escritura y política y reedita ''El padre de Blancanieves'

¿Qué tiene que pasar para que el libro de una aguafiestas se convierta en un certero retrato social sin cambiar una coma? Una crisis, eso es lo que tiene que pasar. Podría ser el caso de algunas novelas de Belén Gopegui (Madrid, 1963). Pese a que hablaban de los mundos de Internet y la precariedad laboral, algunos críticos las consideraban anacrónicas porque planteaban soluciones que pasan por el compromiso político y la movilización.

Como en su última novela, El comité de la noche, que parte de una noticia difundida por la agencia Europa Press en 2012 en la que se contaba que una multinacional farmacéutica ofrecía 70 euros semanales a los parados que donasen sangre. En un bar de su barrio, la escritora madrileña critica el glamour del fracaso, duda de la novela como género y defiende algo tan espinoso para un escritor como la bondad.

PREGUNTA. El comité de la noche se ha publicado en un momento en que se ve con buenos ojos la literatura social. ¿Se siente más comprendida que cuando todo era color de rosa?
RESPUESTA. Un vocabulario y unos planteamientos que resultaban llamativos hace años ahora son alimentos cotidianos. Lo común, por ejemplo. En mi caso procedía de aquel filósofo a cuyas clases iba, Juan Blanco. La realidad ha dado la vuelta y un concepto como ese ahora es más cercano.

P. Rafael Chirbes está escamado de la unanimidad en torno a su obra, tan descarnada al contar los desastres recientes. Ahora le sopla el viento a favor, dice, pero en otro momento lo considerarían un radical peligroso.
R. Hay una parte de la narrativa del fracaso a la que no considero radical ni ahora ni antes porque nos hace permanecer donde estamos. Aunque se esté de acuerdo en la crítica, en lo que menos de acuerdo se está es en cómo se aborda la posibilidad de salir de la situación criticada.

P. En Rompiendo algo dice usted que esa narrativa del fracaso le conviene al sistema. ¿Por qué?
R. El fracaso tiene que ver con la frase más reaccionaria que ha habido siempre: “Esto es lo que hay”. Y por lo tanto no se puede hacer nada. Todos los personajes fracasados tienen un halo literario, incluso admirable. A nadie le importa identificarse con un fracasado porque la mayoría de los que aparecen en las narraciones tienen glamour. Y ese glamour no ayuda a intentar cambiar las cosas. Puede ayudar a comprender, pero no sirve para movilizar ningún impulso. Si cualquier intento está condenado al fracaso, mejor no intentar nada, ¿no?... continua.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/12/30/babelia/1419945272_995715.html

lunes, 29 de septiembre de 2014

José Saramago vuelve a hablar a los lectores. Se publica la novela inacabada ‘Alabardas’ sobre la violencia y el negocio de armas. En el libro participan Saviano y Günter Grass

 Saviano escribe sobre 'Alabardas'

Con el mar de Lanzarote, a su izquierda, y el jardín de su casa, delante, asomados en dos ventanas, José Saramago empezó a escribir la novela que dejó inacabada y que verá la luz el 1 de octubre: Alabardas (Alfaguara). La escribió en uno de los salones de su casa, en un sillón color teja rodeado de tonos verdes donde nunca antes había escrito ningún libro. Donde para un tema como el de la industria del armamento y el tráfico de armas continuó la exploración de dos rutas literarias: más depuración en lo escrito y más sentido del humor e ironía.

El Nobel portugués (Azinhaga, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) relata sobre el negocio armamentístico, sí, pero también le habla al lector, lo interpela, le cuenta una historia y en ella le pregunta por su posición y responsabilidad moral ante esa situación. O, como dice el poeta y ensayista Fernando Gómez Aguilera, “hurga en su conciencia, para incomodar, intranquilizar y depositar en el ámbito personal el desafío de la regeneración: la eventualidad, si bien escéptica, de encarrilar la alternativa de un mundo más humano”.

Todo empezó a tomar cuerpo el 15 de agosto de 2009, tras la publicación de Caín, con la primera nota de trabajo: “Es posible, quien sabe, que quizá pueda escribir otro libro. Una antigua preocupación (por qué nunca se ha producido una huelga en una fábrica de armas)”. Alcanzó a escribir tres capítulos que dejó en su ordenador, con copias impresas en una carpeta roja sobre el escritorio. Y en otro documento de word esbozado parte de la historia protagonizada por Artur Paz Semedo que “trabaja desde hace casi veinte años en el servicio de facturación de armamento ligero y municiones de una histórica fábrica de armas”. Un hombre separado de su mujer, “no porque él lo hubiese querido, sino por decisión de ella, que, por ser convencida militante pacifista, acabó no pudiendo soportar ni un día más sentirse ligada por los lazos de la obligada convivencia doméstica”.

Pura coherencia.
Pura pregunta que Saramago lanza en una palabra de diez letras: Coherencia. Y de ahí en adelante más. Una historia de esas que encadenan al mundo gobiernos, empresas y ciudadanos, y que nace de otra pregunta: ¿vendió la empresa donde trabaja Artur Paz Semedo armas a los fascistas de la Guerra Civil española?

Eso es Alabarda, cuyo nombre completo sería “Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas”, título extraído de la tragicomedia Exortaçao da Guerra, del dramaturgo Gil Vicente. Una novela en la que el escritor no solo cambió de lugar a la hora de escribir y ahondó en otros registros, sino que debido a su enfermedad alteró su rutina creativa y lo hizo cada vez que pudo. En otros tiempos, recuerda Pilar del Río, su viuda, “dedicaba la mañana a la correspondencia, escribir artículos de prensa o conferencias; mientras, en las tardes, escribía novelas. Pero últimamente tiempo el tiempo le apretaba y ya no tenía horas. ‘El tiempo aprieta’, decía”.

Alcanzó a Saramago ese tiempo, y lo escrito en esa premura se ve ahora en 149 páginas. Una edición especial que incluye los apuntes del autor, un artículo de Roberto Saviano, un texto de Gómez Aguilera y todo embellecido con los dibujos de Günter Grass… lobos rabiosos y asustados, sombras fantasmales, piernas y brazos en marcha militar, sembradíos de armas, cuervos, cuervos…

Imágenes que acompañan un libro, como escribe Saviano, “de páginas que son un criptograma del murmullo continuo de las misteriosas revelaciones que recibimos. Como un manual de traducción de sonidos, percepciones e indignaciones. En Artur las revelaciones que he visto son las de todos los hombres y mujeres que se han defendido de la idiotez al darse cuenta de haber comprendido los dos caminos que existen: quedarse aquí, soportando la vida, charlando con ironía, tratando de acumular algo de dinero y familia y poco más, o bien otra cosa”.

Cuatro años después de muerto, Alabardas se publica con los sentimientos encontrados de Pilar del Río. Desde el principio tuvo claro que lo editaría: “El lector tiene derecho a conocer aquello que le ocupaba al autor que admiraba y por qué se había preocupado tanto. Más en un hombre como Saramago que estaba entre la vida y la muerte trabajando”. Incluso así, cuando podía, escribía dos hojas diarias, en la impresora hacía dos copias, una para su carpeta roja y otra para su mujer, y al día siguiente matizaba o corregía. Lo sorprendente, cuenta Del Río, eran la bonhomía y la ligereza y el humor que quería transmitir un hombre muy enfermo que no sabía si podía acabar el libro. Una novela que será presentada el 2 de octubre en Lisboa con varios actos especiales: por la mañana habrá una visita con los medios a la Fábrica de Braço de Prata, antigua Fábrica de Armas y hoy día Centro Cultural; por la tarde (17 horas) en el Teatro Nacional D. Maria II se dará una rueda de prensa con Baltasar Garzón, Roberto Saviano y António Sampaio da Nóvoa.

Es el diálogo continuado de José Saramago con los lectores en esta Alabardas que escribió en un sitio inédito para él, con ordenador, en su sillón color teja y frente a la mejor obra de la casa, según él: dos ventanas: una con vista al mar y la isla de Fuerteventura y la otra con los árboles del jardín que plantaron juntos.
Fuente: El País.

Pilar del Río: "Le faltaron unos meses para acabar la novela"
“Es una obra de madurez, con una gran ironía y en donde introduce nuevas técnicas narrativas”. Así juzga Pilar del Río la última obra de José Saramago. Pero la compañera del escritor y directora de la fundación del mismo nombre en Lisboa va más allá de la crítica literaria. “José vivía obsesionado por dos grandes ideas, el poder y su responsabilidad, y la barbarie de las guerras y la violencia. De la primera idea surgió Caín. No podía entender cómo el libro sagrado de los cristianos comenzaba con un fratricidio. Alabardas... nace de su segunda obsesión”.

“Esta novela es una idea recurrente desde que oyó que durante la Guerra Civil española se encontró una bomba con un mensaje en portugués en su interior: “Esta bomba no reventará”. Un ser anónimo, una persona, pese a trabajar en una armería, hace todo lo que está en su mano para evitar la violencia. Ese es el mensaje que José quería transmitir. La indiferencia en la que vivimos mientras dedicamos a la industria del armamento más dinero que a la educación o la sanidad. No es una novela sobre la guerra, es una novela sobre la lucha personal. Un canto al activismo individual para cambiar lo establecido, lo que damos por invariable, consciente o inconscientemente desde que nacemos”.

Pilar del Río cuenta que Saramago tenía en su cabeza la novela. “La escribió a continuación de Caín. En su casa de Lanzarote la desarrollaba pese a su debilidad y sus dolores, pero sin parar, porque decía que no quería perder el tiempo, que le iba a faltar. Le faltaron solo unos meses”.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Javier Marías también rechazaría el Premio Cervantes. El autor habla del aborto, la Posguerra o la Transición en la presentación de 'Así empieza lo malo'

No faltó humor en la presentación de Así empieza lo malo, la novela número catorce en el universo literario de Javier Marías (Madrid, 1951). En el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el autor ha hablado de la inesperada chispa que descubrió en Rajoy ayer, de cómo Gallardón, desjusticiado, tal vez busque justicia por su cuenta y de que la gente hoy en día, así en general, "está loca". Pero una de sus sonrisas más genuinas la esbozó cuando llegó la pregunta de si "perdonaría" que le concedieran el premio Cervantes, que se falla en noviembre: "No. Cuando rechacé el Premio Nacional de Narrativa [por Los enamoramientos] ya dije que no aceptaría ningún galardón, ni invitación del Gobierno. ¿Quién paga el Cervantes? Pues ya tiene su respuesta".

También se adelantó a las chanzas que se quieran hacer si su nueva obra no gusta: "Desde la primera página uno descubre que en vez de Así empieza lo malo debiera titularse Así empieza lo peor. Como es facilón, prefiero hacer el chiste yo". Pero no es su novela precisamente una comedia. En realidad es una prolongación más de esa "gran novela" en temas y a veces hasta en personajes que lleva escribiendo desde que debutó a los 19 años con Los dominios del lobo.

En Así empieza lo malo traza un triángulo entre un matrimonio en podredumbre —el de Beatriz Noguera y Eduardo Muriel, cineasta español con parche, como John Ford— y ese personaje testigo de intimidades que tanto explota la literatura. Marías carga al voyeur con el peso de los años, porque la acción que recuerda sucede en la España del 81, antes (y no es baladí para la historia) de que se permita el divorcio, pero el personaje se encuentra en la España del aquí y ahora. "Esta es una novela de personajes. De la vida privada. Como se dice en la obra, cuenta una historia tenue, de las que muchas veces no salen del ámbito íntimo".

Pero Así empieza lo malo también tiene una "posible" lectura política. Muy relacionada con dos períodos clave del siglo XX español: la Transición y la Posguerra. Marías defiende la primera, aunque luego se haya "torcido" y reconociendo lo difícil de asumir la amnistía total para el régimen franquista: "No hay nada perfecto, pero tengan en cuenta que llevamos 40 años con un país normal —con elecciones, con partidos políticos— cuando la normalidad en España se contaba por trienios". De la segunda dice cosas más duras en su novela. Página 46: "Algunos individuos notables que habían apoyado a Franco [...] comenzaron a fraguarse biografías ilusorias, a presumir de demócratas desde la época ateniense y a proclamar que su antifranquismo venía de antiguo, cuando no de siempre". Un poco más adelante, en la página 50, una advertencia desde el pasado al presente de ese cineasta tuerto y larguirucho que prefiere pensar tumbado en el suelo: "Tardará en olvidarse cómo somos o cómo podemos ser, y además con facilidad, basta una cerilla".

Que haya púas en ciertos pasajes no quiere decir que Marías se haya puesto la toga de juez. Porque para el escritor madrileño la "moralina" en los temas es lo que el "adorno" a la prosa: "Es ridículo que en el siglo XXI un escritor se dedique a dar lecciones, tomar partido o algo que se le parezca". Eso sí, bromear no le molesta, como con las declaraciones del presidente Rajoy ayer tras el gran fiasco de su legislatura, la reforma fallida de la ley del aborto: "Por una vez me han parecido chistosas. Una de las razones que adujo para esta retirada fue: 'Hombre es que no se puede tener una ley que un nuevo Gobierno vaya a cambiar al día siguiente de ganar las elecciones'. Pues hombre para eso cambie la de educación, la de tasas judiciales...".
Fuente: El País.

jueves, 15 de mayo de 2014

Pierre Lemaitre retrata la brutalidad de la Guerra del 14. Ve la luz la versión en español de ‘Nos vemos allá arriba’, el fenómeno literario del año en Francia

Como puñal entrando en mantequilla blanda, la primera frase dice así: “Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía mucho tiempo. Precisamente a causa de la guerra”.

Detrás siguen 564 páginas (443 en la versión española) que no son sino la justificación de esa frase terrible, el resumen urgente de una barbarie. Justificación vertiginosa, brillante y literariamente multiforme, incrustada en el cruce de caminos de la tragedia, el esperpento, la picaresca, el romanticismo, el chispazo sicologista, el humor negro, el sálvese quien pueda, la confesión íntima y el novelón clásico del XIX. Hay algo difícilmente perceptible a primera vista en la escritura de Pierre Lemaitre (París, 1951), algo que luego parecerá evidente pero que el lector atrapa solo cuando ya lleva bien avanzado el relato de Nos vemos allá arriba: sí, es posible obrar el milagro, es posible que una novela descomunal en muchos sentidos reúna en sus líneas una ilimitada ambición literaria y una irrenunciable vocación de hacerla comprensible.

Con las sospechas y la mala prensa que despierta la palabra comprensible según entre quién, cuando de hablar de literatura, de arte o de cine se trata...

Este espejo de la relación fraterno/tumultuosa entre dos soldados franceses supervivientes de la Primera Guerra Mundial (editada en español por Salamandra), le dio a Lemaitre el 4 de noviembre el premio Goncourt, la más alta recompensa de las letras francesas y un pasaporte a la gloria editorial que suele garantizar ventas del orden de los 300.000 ejemplares. Pero Au revoir là-haut ha superado ya de largo el medio millón, convirtiéndose en un auténtico fenómeno editorial en Francia.

Recostado en el saloncito de su casa de Courbevoie (un barrio residencial situado al oeste de París) desde donde se ve, enfrente y al fondo la Torre Eiffel, a la derecha los rascacielos de La Défense y a la izquierda, a lo lejos, como una manta extendida, París entero, Pierre Lemaitre trata de hilar las que considera posibles razones de este pelotazo editorial: “En Francia, la huella de la Primera Guerra Mundial es un poco el equivalente de lo que en España es la huella de la Guerra Civil, por el peso que ambas tienen en el inconsciente colectivo; la Gran Guerra está en el origen de lo que hoy es la clase política francesa, y también de lo que es Europa…”...

Más en El País.



El pacifismo que contrarrestó al entusiasmo bélico
A la actitud encendida y ardorosa que muchos adoptaron ante la guerra se le opuso el antibelicismo de varios intelectuales de la época. El escritor Heinrich Mann publicó el ensayo Zola en 1915, criticando el militarismo alemán y acusando a capitalistas e industriales de azuzar el conflicto. Su texto le valdrá una ruptura con su hermano Thomas, que apoyó la guerra (trató de alistarse al principio) y contestó en un libro de más de 400 páginas, Consideraciones de un apolítico.

Aún dentro del ámbito germánico, el escritor austriaco Karl Kraus llama "carnaval trágico" al conflicto y denuncia tanto a los intelectuales como a la prensa, a quienes atribuye parte de responsabilidad en el inicio de las hostilidades. A lo largo de la guerra da conferencias a favor de la paz y escribe su obra maestra Los últimos días de la humanidad, sátira despiadada sobre aquellos años.

El poeta rumano Tristan Tzara, también se posicionó en contra del enfrentamiento, antes de dejar su país para marcharse a Suiza y alumbrar el Dadaísmo. En Rusia, inspirado por el pacifismo de Tolstoi, del que fue secretario, Valentin Bulgakov hizo un llamamiento a la paz, publicando "todos somos hermanos". Mientras que la socióloga estadounidense Jane Addams, que después sería Premio Nobel de la Paz, fundó la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad. Otro Nobel, en esta ocasión de Literatura, el francés Romain Rolland permanece en Suiza para evitar la censura de guerra en sus textos, denunciando tanto a Francia como a Alemania.

En Londres, el filósofo Bertrand Russell fue expulsado del Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde daba clases, debido a la expresión de su pacifismo. Incluso llegó a ser encarcelado durante seis meses por este motivo. Éstos son algunos de los personajes destacados que rechazaron la contienda y denunciaron un belicismo que entre otras cosas condujo a más de 16 millones de muertos. (Fuente: eldiario.es)

Y no podemos olvidar a Jean Jaurès.
20 artículos para entender la I guerra mundial.

Senderos de gloria.
El 2 de julio de 1934, el escritor Humphrey Cobb leyó un suelto en The New York Times que decía: “Los franceses absuelven a cinco fusilados por amotinamiento en 1915. Dos de sus viudas reciben una indemnización de un franco cada una”. Investigó y descubrió que no había habido tal amotinamiento: tras el fracaso de la toma de una colina en Souain, el general Réveilhac ordenó que cinco cabos del Regimiento 136, elegidos al azar, fueran fusilados “para dar ejemplo a la tropa”. En 1935, Cobb publicó Senderos de gloria, una novela nacida de la indignación y el conocimiento. Fue uno de los primeros voluntarios americanos en partir al frente occidental y luchó en la batalla de Amiens, donde fue herido y gaseado. El texto tiene a ratos un aire desmañado, como si hubiera sido escrito a gran velocidad, para escupir el recuerdo de todo aquel horror, pero sin duda sabe de lo que habla. Habla de la implacable máquina bélica, habla de la farsa del consejo de guerra, habla de lo que pasa en las trincheras y en los cuerpos. Un veterano le dice a un soldado bisoño: “Cuando los hombres se asustan, todo en su interior se solidifica. Las funciones se interrumpen. Las secreciones se secan. Cuando un obús viene hacia ti contienes todo, hasta la respiración. Por eso esas caras parecen grises. La piel se seca. Los ojos están vidriosos por falta de sueño. Cada vez que un hombre sale de la primera línea, en su interior parece romperse el resorte de un reloj”.

En su momento, Senderos de gloria pasó casi inadvertida. Tampoco funcionó su adaptación al teatro, a cargo de Sidney Howard: al público de Broadway, por lo visto, no le apeteció que le recordaran todo aquello. Howard, que había escrito el guion de Lo que el viento se llevó, dijo: “Hollywood tiene la sagrada obligación de llevar esta novela al cine”.

Por aquellos años, un niño llamado Stanley Kubrick leyó la novela, y quizás se le quedaron grabados párrafos tan cinematográficamente precisos como este: “El sable cayó con un destello. La descarga resonó con estruendo, salió escupido el humo y 36 hombros retrocedieron al unísono. El humo se dispersó hacia los lados y desapareció. Los cuerpos rígidos de los postes comenzaron a relajarse casi imperceptiblemente”. En 1957, tras el rechazo de varios estudios, Kubrick logró llevar la novela al cine gracias al apoyo de Kirk Douglas y United Artists. En Francia no se estrenó hasta 1975. En España, hasta 1986, once años después de la muerte de Franco: los militares de ambos países, al parecer, consideraron que su contenido era problemático.

La editorial Capitán Swing ha publicado Senderos de gloria, en traducción de Ricardo García Pérez y con un prólogo iluminador de David Simon, el creador de The Wire, donde, entre otras cosas, dice que gracias a la contención del estilo de Cobb la historia gana en lucidez y cólera. Acabo de leer el libro y creo que puede sumarse a la lista de textos clave sobre los horrores de la guerra, una lista en la que yo colocaría (aunque hace tiempo que no las visito) Catch 22, de Joseph Heller; Imán, de Ramon J. Sender; Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer; La forja de un rebelde, de Arturo Barea; Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien, y Despachos de guerra, de Michael Kerr. Hay muchas más: el tema, por desgracia, no se agota.

Fuente: El País.

El mito de Galípoli.

jueves, 17 de abril de 2014

Ha fallecido García Márquez

Ha fallecido en México Gabriel García Márquez. (87)
Para mi la lectura de "Cien Años de Soledad" fue algo mágico.

"-El mundo está mal hecho -sollozó.

Quienes la visitaron por esos días tuvieron motivos para pensar que había perdido el juicio. Pero nunca fue más lúcida que entonces. Desde antes de que empezara la matanza política ella pasaba las lúgubres mañanas de octubre frente a la ventana de su cuarto, compadeciendo a los muertos y pensando que si Dios no hubiera descansado el domingo habría tenido tiempo de terminar el mundo.

- Ha debido aprovechar ese día para que no le quedaran tantas cosas mal hechas -decía-. Al fin y al cabo, le quedaba toda la eternidad para descansar".
De La viuda de Montiel, cuento de Gabriel García Márquez.

"... El problema de la vida publica es controlar el miedo; mientras que el de la vida privada es controlar el tedio."
El Amor en los tiempos del colera

El maestro de obra copiaba los datos de la lápida en un cuaderno de escolar, ordenaba los huesos en montones separados, y ponía la hoja con el nombre encima de cada uno para que no se confundieran. Así que mi primera visión al entrar en el templo fue una larga fila de montículos de huesos, recalentados por el bárbaro sol de octubre que se metía a chorros por los portillos del techo, y sin más identidad que el nombre escrito a lápiz en un pedazo de papel. Casi medio siglo después siento todavía el estupor que me causó aquel testimonio terrible del paso arrasador de los años.
Del amor y otros Demonios.

A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. "Claro que sí", me dijo. "Los imposibles son los otros".
El avión de la bella durmiente. (Doce cuentos peregrinos)

"Cuando Florentino Ariza la vio por primera vez, su madre lo había descubierto desde antes de que él se lo contara, porque perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama. Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera. El padrino de Florentino Ariza, un anciano homeópata que había sido el confidente de Tránsito Ariza desde sus tiempos de amante escondida, se alarmó también a primera vista con el estado del enfermo, porque tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos de los moribundos. Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. Prescribió infusiones de flores de tilo para entretener los nervios y sugirió un cambio de aires para buscar el consuelo en la distancia, pero lo que anhelaba Florentino Ariza era todo lo contrario: gozar de su martirio."
El amor en los tiempos del cólera

Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.
"Un señor muy viejo con unas alas enormes"

"En esta casa no entrará ningún animal que no hable. Entonces él compró un loro..." El amor en los tiempos del cólera.
Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
El amor en los tiempos del cólera.

"Florentino Ariza terminaría por saber que el mundo estaba lleno de viudas felices. Las había visto enloquecer de dolor ante el cadáver del esposo, suplicando que las enterraran vivas... pero a medida que se iban reconciliando con la realidad de su nuevo estado se las veía surgir de las cenizas con una vitalidad reverdecida..." pág. 208
(de el amor en los tiempos del Colera )

Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:

—Es el diamante más grande del mundo.
—No —corrigió el gitano—. Es hielo.

Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabezal de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto despertando hacia atrás. Pero una noche, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real.
- Cien años de soledad

¿Qué tipo de gobierno desearías para tu país? Cualquier gobierno que haga felices a los pobres. ¡imagínate!
 El olor de la guayaba, conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez

"Tan eterno este amor, tan resistible, que comparado al tiempo es imposible saber dónde limita con la muerte"

- Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado.
(El Coronel no tiene quién le escriba)

"Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias. “Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida”, pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante y, desapareció en la muchedumbre del vestíbulo."
De "El avión de la Bella Durmiente"
Fuente: El País

domingo, 9 de marzo de 2014

Gabriel García Márquez. Colombia celebra el 87 cumpleaños del escritor con un mes de actividades en torno a su obra

Gabriel García Márquez cumplió ayer 87 años. Los primeros en celebrarlo con él han sido sus amigos y seguidores mexicanos, país donde vive desde 1961. El Nobel colombiano, nacido el 6 de marzo de 1927 ha salido a la puerta de su vivienda en México DF para atender a seguidores, vecinos y periodistas que acudían a felicitarle por su cumpleaños, igual que hizo el año pasado en la misma fecha. De ellos recibió ramos de flores y un pastel y con ellos ha canturreado Las mañanitas (canción típica de cumpleaños) en aparente buen estado de salud.

Pero su país de origen no se queda atrás en las celebraciones. El autor de Cien años de soledad será homenajeado durante todo el mes de marzo con actividades culturales que se llevarán a cabo en 29 ciudades del país, como informó ayer el Banco de la República, organizador de la celebración que acogerán sus sedes.
Fuente, El País. http://cultura.elpais.com/cultura/2014/03/07/actualidad/1394181694_304182.html

domingo, 9 de febrero de 2014

Isaac Rosa presenta su última novela, La habitación oscura, en la librería Tusitala de Badajoz con lleno total


Isaac Rosa presentó el jueves pasado, día 6 de febrero a las 8 de la tarde, su novela "La habitación oscura", en la librería y en colaboración con la Asociación Cultural Matilde Landa. Con un público entregado, el acto estuvo pleno de acierto e Isaac mostró una gran brillantez y lucidez en los comentarios. Fue una hermosa tarde y allí, entre libros y amigos, nos enteramos del rodaje de las próximas películas basadas en guiones sobre sus novelas.

La librería Tusitala, calle Meléndez Valdés 6, de Badajoz, en horario de 10:30 a 14:00 de lunes a sábado y de 17:00 a 20:00 horas de lunes a viernes. Es una "aventura" de un joven de la generación de Isaac, que con la inestimable colaboración de su madre, María de la Cruz, maestra, ha emprendido Agustín. Aventura en la que le deseamos toda suerte de éxitos,...

La habitación oscura es un libro de lectura intensa, incómoda, desasosegante. Un libro que se te agarra a las manos y del que cuesta escapar, como si también el lector necesitara buscar a tientas ese cuarto sin luz donde alejarse de todo y de todos. Lo más destacable, sin embargo, es que en su primera parte se produce una inversión del mecanismo de la novela: en lugar de escoger una o varias vidas, de individualizar las posibles experiencias de alguien para convertirlo en protagonista de la narración, Isaac Rosa se dedica a crear una amalgama con los lugares comunes que configuran las vidas de mi generación, que es la suya, constituyendo así la habitación oscura, el núcleo de esa amalgama de deseos, sueños, derrotas y rutinas que formamos al pasar por la vida.

Durante las primeras cincuenta páginas de la obra no hay personajes con nombre propio, no hay más que un tú al que el libro interpela, invitándole a entrar en la habitación oscura. Tal vez sea esta estructura narrativa una manera de desprestigiar nuestro ego, de subrayar que los treintañeros españoles de clase media somos legión, pobres extras de una telecomedia barata, intercambiables unos por otros en nuestra pretendida singularidad. Así pues, La habitación oscura funciona como opuesto a las habituales autoficciones y spleens y retratos generacionales donde se juega a mejorar una de tantas vidas mediocres y a convertirla en protagonista de algo, donde se apuesta por que el lector se identifique con el personaje principal en la medida en que, como él, aún guarda la esperanza de destacar por encima de la media.

Hay también, más allá de ese mecanismo disyuntor de egos, una trama política y de espionaje en La habitación oscura, necesaria quizá para facilitar al lector el tránsito por sus páginas, pero que irremediablemente lleva la obra hacia un terreno más convencional, menos deslumbrante. No importa, porque a esas alturas el libro ya ha logrado su objetivo, ya ha torpedeado la comodidad de quienes aún seguíamos pensando que la vida iba a ser un plácido tránsito de éxitos, de bienestar, de proyectos cumplidos.

Fuente: Librería Tusitala.
Foto del autor, donde vemos al escritor, Isaac, al librero, Agustín y a sus madres, Ángela y María, el día de la presentación de la novela en la librería.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Andrea Camilleri: Maestro italiano de la novela negra y conciencia política de la izquierda de su país, se define a sus 88 años como “un empleado de la escritura”.

“El pueblo que se resigna está acabado”
Es la estrella del festival de literatura criminal BCNegra, que le entrega el Premio Pepe Carvalho


La mañana del 19 de octubre de 2003, el escritor italiano Andrea Camilleri (Sicilia, 1925) se enteró por los periódicos de que, el día anterior, su amigo Manuel Vázquez Montalbán había muerto de un infarto en el aeropuerto de Bangkok. “Aquella noticia me golpeó, pasé verdaderamente un mal día. Después de comer, me eché una pequeña siesta y, al levantarme, mi mujer me dijo: 'Ha llegado un paquete para ti'. Lo abrí. Era el último libro de Manolo publicado en Italia”.

Si no fuera por la vista, que prácticamente lo ha exiliado de la lectura en papel, Camilleri disfruta de unos 88 años de lujo. Sigue escribiendo todos los días -hace un mes terminó la última entrega del comisario Montalbano, del que Salamandra publica ahora en España El juego de los espejos-, fumando como un carretero y contagiando el placer de la conversación. Dentro de unos días viajará a Barcelona para participar en la semana literaria BCNegra 2014.

Pregunta. ¿Es cierto que usted a veces empieza a escribir una novela a partir de una frase escuchada en la calle?
R. Sí, pero más que una frase escuchada en la calle, suelo utilizar alguna frase leída en un libro. Por ejemplo, La desaparición de Patò nació de dos frases de una novela de Leonardo Sciascia en la que cuenta que en 1873 hubo en Italia una gran investigación parlamentaria sobre Sicilia. En un determinado momento, el senador que presidía la comisión le preguntó al alcalde de un pequeñísimo pueblo de Caltanissetta: señor alcalde, ¿se han producido recientemente en su pueblo hechos de sangre? Y el alcalde respondió: no, a excepción de un farmacéutico que por amor ha matado a siete personas... Imagínese qué locura, en qué entorno vivía, ¡no consideraba un hecho de sangre matar a siete!

P. Vivía en el escenario de sus novelas, Sicilia, la Mafia…
R. A la Mafia la he tenido siempre en un segundo plano, aunque siempre presente, porque negarla hubiese sido negar la existencia del aire. Influye en todas las relaciones, condiciona la existencia, y el Estado aún no sabe cómo luchar contra ella. Hoy además la Mafia es de cuello blanco y, por tanto, más difícil de combatir. Al principio eran analfabetos y hoy tienen carreras, pero sigue siendo la mafia. Está en la política, en la industria...

P. ¿Nunca ha tenido problemas por escribir de la Mafia?
R. No. Y eso que ya han aprendido a leer. En el momento en que empezaron a matar periodistas entendí que ya habían pasado a la alfabetización.

P. ¿Por qué escribe en siciliano?
R. No es exactamente siciliano. Es un siciliano muy manipulado, el modo en que hablábamos en nuestra casa de la pequeña burguesía. El siciliano se utilizaba para el discurso íntimo, personal, y el italiano para tomar distancia o incluso para intimidar. Mi madre me podía estar hablando en dialecto, pero cuando quería advertirme de algo –¡te lo repito solo una vez más!— entonces pasaba al italiano.

P. ¿Sigue escribiendo cada día?
R. Sí, soy un empleado de la escritura, cada día, como si fichara. Empiezo muy pronto, sobre las ocho, pero cumpliendo unos requisitos: tengo que estar perfectamente en orden –afeitado, vestido-- como si fuese a ir a la oficina. Se trabaja espléndidamente hasta las diez y media de la mañana que es cuando empiezan las llamadas de teléfono. Yo sostengo la necesidad del ejercicio cotidiano, de la misma forma que un pianista, aunque no tenga un concierto a la vista, se mantiene haciendo ejercicio. Es fundamental para mantener a punto el cerebro y la escritura.

P. ¿Se siente comunista todavía?
R. Siempre, siempre, siempre… Comunista por la justicia social, que cada vez se aleja más en el horizonte...
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