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lunes, 19 de febrero de 2018

¿Por qué no cambiamos de opinión aunque nos demuestren que estamos equivocados? Los datos contrastados convencen menos que los mensajes emocionales. Diversos estudios revelan las limitaciones de la razón.

La primera impresión es la que cuenta. Cuando nuestro cerebro recibe por primera vez información sobre un asunto —“ese de ahí es Juan, es un vago”— deja grabada una silueta que provoca que todo lo que sepamos desde entonces en ese ámbito tenga que encajar en ella. Los humanos vivimos en un relato, necesitamos que las piezas encajen, y por eso nos costará tanto asumir en el futuro que Juan es un currante. “Es como una mancha”, explica la psicóloga Dolores Albarracín, “es mucho más fácil ponerla que eliminarla después”. Si esa mancha forma parte de nuestra visión del mundo, nuestra escala de valores será casi imposible limpiarla, porque sería como replantear nuestra identidad. Por eso nos cuesta horrores cambiar de opinión: los hechos deben encajar en la silueta o ni siquiera los tendremos en cuenta.

Cada vez más estudios muestran las limitaciones de la razón humana. En ocasiones se ignoran los hechos porque no se adaptan a lo que pensamos. La verdad no siempre importa. Hace justo un año, se realizó una prueba muy sencillita. ¿En cuál de estas fotos ve usted a más gente? En la foto A, de la toma de posesión de Donald Trump, se veía a mucha menos gente que en la foto B, de la inauguración de Barack Obama, llena hasta la bandera. El 15% de los votantes de Trump dijo que había más gente en la foto A, un error manifiesto. ¿Tienen un problema de visión, alguna carencia cognitiva, para llevarle la contraria a un hecho tan evidente? Es más sencillo: a veces, cuando discutimos sobre hechos, en realidad no estamos discutiendo sobre los hechos. Ese 15% sabe que dar la respuesta B es reconocer que Trump es un mentiroso y, por tanto, admitir que han votado a un mentiroso. Es decir, si se trata de un enamorado del presidente de EE UU, estamos pidiendo que ponga en tela de juicio su propia identidad.

“Lo más probable es que las personas lleguen a las conclusiones a las que quieren llegar”, dejó escrito la psicóloga social Ziva Kunda al desarrollar la teoría del pensamiento motivado. La idea es sencilla: para defender nuestra visión del mundo, nuestro relato, vamos razonando inconscientemente, descartando unos datos y recogiendo otros, en la dirección que nos conviene hasta llegar a la conclusión que nos interesaba inicialmente. Visto así, parece una flaqueza, un fallo de diseño en el raciocinio. Pero tendría una explicación muy plausible: es un escudo protector contra la manipulación, pues es lógico pensar que las cosas tienen que encajar con lo que ya sabemos del mundo. Si de pronto vemos una piedra elevarse hacia el cielo no dudamos de la existencia de la gravedad; pensamos que hay trampa en la piedra.

Pero hay situaciones preocupantes en las que si los ciudadanos no hacen caso de los hechos pueden poner en riesgo bienes mayores. La salud es uno de los ámbitos más peligrosos, como sucede con el pequeño colectivo que se niega a vacunar a sus hijos. ¿Cómo se puede tomar una decisión así, que pone en riesgo la salud de las criaturas propias y las del resto? “Es una opción irracional que puede ser corregida aportando toda la información necesaria”, dicen médicos, divulgadores y autoridades. Datos históricos, detalles sobre enfermedades, estadísticas consistentes…, pero no, eso no funciona. Es más, como han mostrado algunos estudios, esta forma de abordar el problema no solo no convence, sino que puede provocar un efecto bumerán, reforzando todavía más las creencias de los antivacunas. Es un efecto que el investigador Brendan Nyhan ha registrado en distintos escenarios, desde la política a la salud, y en el caso de las vacunas particularmente. Mostrar folletos con información sobre inmunización no doblega a los recelosos y a algunos los convence más todavía.

Divulgadores, fact-checkers (verificadores de datos), periodistas y políticos asumen, en general, que la gente se equivoca porque les faltan datos. Es un enfoque simplista, llamado de déficit de información, que se empeña en obviar los mecanismos conocidos de una psicología humana que, como explica Nyhan, no va a cambiar. Hay que conocer esas fisuras del cerebro humano y aprovecharlas para colarnos y ser verdaderamente persuasivos. Pero llegados a este punto, es importante preguntarse, qué es convencer ¿Lograr que una familia antivacunas reconozca que está equivocada o conseguir que ponga una, dos o todas las vacunas necesarias a sus hijos?

Esta reflexión tenía en mente el pediatra Roi Piñeiro cuando lanzaron en el Hospital General de Villalba, un municipio de la sierra de Madrid, una consulta pionera que usaría enfoques distintos para convencer a los inconvencibles. “Se trata de conocer los motivos y rebatirlos, pero no desde la lógica sino desde los sentimientos. Mucha empatía y dejarlos hablar”, explica Piñeiro; “porque es muy difícil convencer con datos científicos, suelen ser unos expertos, pero escogiendo los que les interesa”. Piñeiro, jefe asociado del servicio de Pediatría, usó intuitivamente trucos que han mostrado su eficacia en distintos experimentos psicológicos. Ponerse de su parte, dedicarles tiempo, dejar que se expliquen, conectar emocionalmente y abordar los mitos solo cuando hay confianza. “Piensas que si te enfadas y los abroncas entenderán que es grave, pero en realidad pierdes a esa familia, no vuelven”, cuenta el pediatra. Al lanzar esta consulta abierta, recibió a 20 familias recelosas en sesiones individuales de media hora; al final, el 90% aceptó poner alguna vacuna a sus hijos y el 45% accedió a ponérselas todas.

Un experimento realizado el año pasado, sobre racismo y política, obtuvo resultados inquietantes. A un grupo de ciudadanos se les contó algunas de las mentiras habituales de Marine Le Pen sobre los inmigrantes. A otro, esto mismo, pero contrastado con los datos reales. Al tercer grupo se les contó únicamente la información veraz, sin las falsedades de Le Pen. Los “hechos alternativos” de la política francesa lograron mejorar sus opciones de voto por igual (un 7%) en el primer grupo y el segundo, mostrando que el desmentido fue inútil. Lo que es más sorprendente: sus opciones también crecieron (4,6%) entre quienes solo leyeron información real sobre inmigración. Por eso a este tipo de políticos populistas les da igual que les desmientan: han colocado el mensaje, que se hable de lo que les interesa, fijando el marco de la conversación pública: la inmigración como problema. Los investigadores consideran que no basta con el trabajo periodístico con los datos, sino que “para ser efectivo, los hechos deben integrarse en una narrativa con argumentación persuasiva” y “presentados por un político carismático”.

Esta es la paradoja de los verificadores (o fact-checkers), esos periodistas que se dedican a comprobar y desmentir las afirmaciones de los políticos: que solo funcionen con quienes no hace falta. Los primeros trabajos de Nyhan indicaban poca utilidad y que a veces eran contraproducentes, pero en un estudio reciente mostró que gracias al fact-checking se podía conseguir que algunos seguidores de Trump admitieran que sus afirmaciones eran falsas. Eso sí, no movían un milímetro su intención de voto hacia el candidato republicano. “Tienden a ignorar la información disidente. Este escenario fomenta la aparición de una caja de resonancia en torno a narrativas y creencias compartidas. En este punto, la verificación de hechos puede ser percibida como otra tesis de los rivales y por tanto ignorada”, explica Walter Quattrociocchi, especialista en cómo se disemina la desinformación.

“Cuando se trata del bulo de un medicamento retirado o algo así, la gente te cree y lo agradece. Pero si les toca la patata, dejan de discernir entre opinión y datos. Si ya han elegido bando es más complicado sacarles del error”, resume Clara Jiménez, del equipo de Maldito Bulo (MB), un proyecto periodístico creado para combatir la desinformación. Jiménez cuenta que esas disonancias fueron notables durante el 1 de octubre en Cataluña: cada desmentido se negaba por el bando puesto en evidencia, cómo no, dudando de la objetividad de MB. Durante la campaña electoral catalana, surgió el bulo de las tarjetas censales que podrían ser usadas, según algunos independentistas, para provocar un pucherazo. Cuando lo desmentía MB, muchos cargaban contra el mensajero. Pero cuando lo desmintió Josep Costa, candidato de JxC, algunos se lo discutían, pero muchos de sus seguidores optaron por fiarse de él. “Si es tu propio círculo el que te desmiente es mucho más fácil”, explica Jiménez, que forma parte del equipo que asesora contra la desinformación a la Comisión Europea. Además, los portales de verificación de datos tienen otro problema añadido: muy pocos de sus lectores (un 13%) son consumidores de fake news, según otro estudio reciente: no estarían llegando al público que los necesita.

La gente de MB ha puesto en práctica un sistema que encaja muy bien con las recomendaciones de psicólogos expertos: el bulo es como una mancha difícil de quitar, y conviene usar mensajes sencillos y directos, información gráfica o visual, y no repetir la falsedad sino centrarse en la explicación. El mejor quitamanchas es el porqué: cuando a los miembros de un jurado se les dice “no tengan en cuenta esta prueba”, no sirve de nada. Pero serán capaces de borrar esa información si les explican que hubo una motivación sospechosa al intentar incluir la prueba viciada.

El cambio climático es otro experimento natural oportuno para analizar el fenómeno. Los especialistas han probado de todo para convencer a los escépticos y no hay una varita mágica. Pero el papa Francisco nos da una clave: tras escribir una encíclica ecologista, en EE UU creció 10 puntos el porcentaje de convencidos de que el calentamiento será dañino y 13 puntos el bloque de católicos que creen que el cambio climático es real. Líder carismático y que habla desde dentro del círculo identitario. En este ámbito, hablar de catástrofes y amenazas puede ser contraproducente. Sin embargo, funcionan contenidos emocionales que hablan a la gente de cómo encaja el problema en su vida (la salud), o mensajes que indiquen que combatir el calentamiento traerá avances científicos y económicos, y que mejorará la cohesión y los valores de la comunidad.

Muchas de estas estratagemas están destinadas a escuchar al sujeto para aprovechar sus debilidades: a un empresario negacionista del cambio climático no le convencerás hablándole de la crecida de los mares, sino de oportunidades de negocios verdes. Por eso, un equipo de la Universidad de Queensland (Australia) ha acuñado el concepto de persuasión jiu jitsu, en referencia a ese arte marcial que usa contra el rival su propia fuerza. Por ejemplo, dejar que explique cómo funcionaría exactamente paso a paso su idea, para que vea sus flaquezas saliendo de su propia boca.

“Cuando se trata de temas científicos, la gente habla usando evidencias, cuando sus actitudes están motivadas por otra cosa. El divulgador tiene que resistir la tentación natural de debatir las ideas articuladas por el sujeto y en su lugar centrarse en su motivación oculta en la sombra”, explican. “Identifique la motivación subyacente, y luego adapte el mensaje para que se alinee con esa motivación”, sugieren. Por ejemplo, decirle a un votante de Trump que salvar el planeta es la única forma de mantener el estilo de vida americano.

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Ofensiva contra la ciencia. El rechazo a las vacunas, el ataque a los transgénicos o la negación del cambio climático son la nueva versión del viejo ataque a la ciencia.

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https://elpais.com/elpais/2018/01/26/ciencia/1516965692_948158.html

Ver también. "ciegos, que viendo, no ven" José Saramago, Ensayo sobre la ceguera. 1995.

sábado, 11 de marzo de 2017

Galileo y los apóstoles de la sinrazón

El 8 de Enero de 1642, en Florencia, moría el astrónomo, filósofo, ingeniero, matemático, físico y padre de la revolución científica Galileo Galilei. Nació el 15 de Febrero de 1564, en Pisa, Gran Ducado de Toscana, formado en la Universidad de Pisa donde estudió medicina, filosofía y matemáticas se volvió seguidor de Pitágoras, Platón y Arquímedes. Estando en Florencia se dedica a elaborar o comprobar teoremas sobre dinámica y estática editando "De motu". En 1592 se trasladó a la Universidad de Padua, donde ejerció como profesor de diversas materias técnicas, la escasa injerencia de la inquisición en la República de Venecia le dio libertad científica a su mente. Luego de experimentar con imanes y con escasa experiencia en óptica se puso a trabajar en un aparato para ver objetos lejanos y en 1609 le dio a la astronomía su objeto más preciado, el "Telescopio". Muñido de esta nueva herramienta, las estrellas eran su límite, duplicó el mapa estelar, confirmó teorías de Copérnico y elaboró nuevas. El descubrimiento de montañas en la luna, las manchas solares y los ejes de rotación planetaria inclinados daban por tierra con la teoría aristotélica "Supralunar" de objetos celestes con perfección geométrica. Sus teorías de la influencia de los planetas en las mareas y la acertada teoría de las órbitas elípticas hizo que la iglesia iniciara una feroz campaña de desprestigio. Cuando en 1610 descubrió las 4 principales lunas de Júpiter, destruyó el llamado "Sistema de los cielos" poniendo en evidencia el error de Aristóteles, de la iglesia y del mismísimo Ptolomeo que postulaban la teoría "Geocéntrica". Comenzó a ser censurado desde 1616 hasta que en 1633 en un juicio eclesiástico donde fue amenazado y doblegado su espíritu, fue condenado a prisión perpetua y su obra fue prohibida. Galileo muere durante su prisión domiciliaria en Arcetri a la edad de 77 años. La iglesia tardó 376 años en limpiar el nombre de Galileo. El 15 de Febrero de 2009, Joseph Aloisius Ratzinger, (Benedicto XVI) celebra una misa en su nombre y ordena publicar el libro "Galileo y el Vaticano" que no es más que un compendio de justificaciones para su aberrante proceder por casi 4 siglos. 

  Ricardo Rodríguez

Pocas cosas me preocupan más de lo que sucede hoy en el mundo que la destrucción de la razón. Me siento un heredero radical del racionalismo de la Ilustración, que continúa siendo para mí el periodo intelectualmente más fértil de la historia de la humanidad.

Por eso me tomo muy en serio y me causa verdadero pavor la proliferación de esos charlatanes adosados en diferentes asociaciones (siempre muy bien dotadas financieramente) que pretenden refutar unas veces la teoría de la evolución, otras la relatividad general enunciada por Einstein, otras la realidad del cambio climático y aún otras la propia validez del conocimiento científico. Me parece bastante más peligroso de lo que a menudo se cree y me indigna en particular la indulgencia con la superstición, sobre todo cuando penetra en los centros de enseñanza.

Uno de los movimientos más grotescos de esta naturaleza se reúne en torno a la asociación "Flat Earth Society" ("Sociedad de la Tierra Plana") y defiende, como su propio nombre indica, que nuestro planeta no es esférico sino un disco plano. En el extremo del delirio, aseguran que hay una conspiración conjunta de la ONU y la NASA para que no alcancemos los polos, porque entonces nos toparíamos con el límite terráqueo (y nos podríamos precipitar en el vacío, supongo). Esta sociedad fue fundada en el Reino Unido y luego creció en California (Estados Unidos). En su momento de mayor esplendor consiguió que en Durban se decidiera, por votación popular, que su teoría era correcta, razón por la cual decía irónicamente Bertrand Russell en su ensayo "La libertad y las universidades" que la Tierra era esférica en todas partes menos en Durban, en donde democráticamente se había decidido que era plana.

Tras una década de debilidad, los defensores de la Tierra plana han adquirido nueva fortaleza y, como en todas partes hay patanes de sobra, la rama española ha organizado recientemente un encuentro en Valencia que puede seguirse en distintos vídeos en Youtube.

Es conveniente que no nos dejemos llevar por una noción manipulada de lo que es la libertad de expresión, porque una cosa es permitir que cada quien diga lo que se le antoje y otra muy diferente que se otorgue la misma consideración que a una teoría científica a lo que no lo es, dado que entonces incurrimos en una estafa. Quien quiera refutar una teoría científica debe hacerlo con las herramientas que posee la ciencia, que no son otras que las del conocimiento humano, y debe además estar expuesto a que su teoría alternativa sea a su vez refutada. No podemos dar ningún tipo de cobertura a quienes pretenden hacernos volver al oscurantismo, y su creciente predicamento social, que lamentablemente puede vivir nuevos lustros de esplendor con gobernantes de la pasta de Donald Trump (y similares), no es ninguna broma.

Aparte de la "redondez" de la Tierra estos pájaros impugnan el heliocentrismo (faltaría más). Precisamente uno de los mejores antídotos contra el irracionalismo es la lectura de las magníficas obras de Galileo Galilei, el hombre que más hizo por desarrollar el moderno método científico y el más colosal (y más astuto también, que todo hay que decirlo) defensor de la libertad de investigación.

Me atrevo por todo lo anterior a recomendar, para quien haya tenido la paciencia de leer este extenso sermón y para quien quiera aceptar consejos míos, libros que a mí me entusiasmaron en su día: la Carta a Cristina de Lorena, La gaceta sideral (texto que conservo en edición conjunta con la "Conversación con el mensajero sideral" de Kepler) y, sobre todo, el Diálogo de los dos máximos sistemas. Y para enmarcar estas obras, Talento y poder de Antonio Beltrán Marí (porque ha de saberse que es español el que está considerado uno de los mayores especialistas en la figura de Galileo del mundo, profesor de lógica, historia y filosofía de la ciencia en la Universidad de Barcelona), un extenso trabajo en el que se hace un relato apasionante de la vida, la lucha y el proceso a Galileo y se demuestra, entre otras cosas, que el presunto proceso de revisión del juicio promovido por Juan Pablo II fue en realidad un proceso de exculpación de la Iglesia Católica, que sigue sin reconocer, no ya que la Tierra no es el centro del Sistema Solar, evidentemente, sino el fondo de la injusticia que con Galileo se cometió. Acabo con una cita de Galileo que encierra además una luminosa voz de esperanza:

«Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo, eso sería facilísimo... pero las cosas no van por ese camino... porque sería necesario no sólo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo».

jueves, 28 de julio de 2016

_--La educación exige emociones. El fenómeno es imparable. Los nuevos tiempos exigen desarrollar las capacidades innatas de los niños y cambiar las consignas académicas.

_--¿Estamos educando a las nuevas generaciones para vivir en un mundo que ya no existe? El sistema pedagógico parece haberse estancado en la era industrial en la que fue diseñado. La consigna respecto al colegio ha venido insistiendo en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas notas” y, posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que muchos han procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de estudiantes, habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.

Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken Robinson, “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”.

La voz de los adolescentes
“Desde muy pequeño tuve que interrumpir mi educación para empezar a ir a la escuela”
Gabriel García Márquez

Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.

Cada vez más adolescentes sienten que el colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la vida cotidiana. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos, se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden social establecido.

Del mismo modo que la era industrial creó su propia escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo de colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada. Sin embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad. Ahogada por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará mucho tiempo en completarse. Según Robinson, “ahora mismo sigue estando compuesto por tres subsistemas principales: el plan de estudios (lo que el sistema escolar espera que el alumno aprenda), la pedagogía (el método mediante el cual el colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y la evaluación, que vendría a ser el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.

La mayoría de los movimientos de reforma se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”, concluye este experto. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los chavales descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que verdaderamente les apasiona.

¿Para qué sirve?
“Educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente”
Lao Tsé

En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.

La base pedagógica de esta educación en auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. Eso sí, el gran referente del siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el ranking elaborado por el informe PISA.

La educación emocional está comprometida con promover entre los jóvenes una serie de valores que permitan a los chavales descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al servicio de la sociedad. Entre estos destacan:

Autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno mismo.

Responsabilidad. Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el propósito de vida que se persiga. Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.

Felicidad. La felicidad es la verdadera naturaleza del ser humano. No tiene nada que ver con lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con la auténtica esencia de cada uno.

Amor. En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así, amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.

Talento. Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas cualidades, fortalezas, ­habilidades y capacidades que permiten emprender una profesión útil, creativa y con sentido.

Bien común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y que además hace bien al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar como de gastar dinero.

En vez de seguir condicionando y limitando la mente de las nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta era– los colegios harán algo revolucionario: educar. De forma natural, los niños se convertirán en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. Y estos se volverán adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que quieren ver en la educación

CLAVES PARA SABER MÁS

ANNA PARINI
Libro
¡Esta casa no es un hotel!
Irene Orce (Grijalbo)

Este libro es un manual de educación emocional para padres de adolescentes. Está escrito desde la perspectiva de los chavales, y su intención es proporcionar claves y herramientas para que los adultos aprendan a crear puentes más constructivos con sus hijos.

Documental
La educación prohibida

Un documental que propone cuestionar las lógicas de la escolarización moderna y la forma de entender la educación, visibilizando experiencias educativas diferentes, que plantean la necesidad de un nuevo paradigma educativo. (Este documental está promocionado por empresas multinacionales y muy sutilmente promociona la privatización de la educación, desprestigiando a la Educación Pública, en el momento que se empieza a generalizar en América Latina)

La inteligencia emocional

15 cortometrajes,  Aquí


Fuente: http://elpais.com/elpais/2014/12/12/eps/1418401341_900515.html

viernes, 1 de abril de 2016

¿Dios contra la ciencia? ¿La ciencia contra Dios? El nuevo ateísmo trata de arrinconar a las religiones en nombre de la razón. Otras voces buscan conciliar fe y conocimiento

En otros tiempos estas diferencias se ventilaban en tribunales inquisitoriales y, a menudo, en la hoguera. Cuatro siglos después de que Galileo tuviera que retractarse, todavía se producen encontronazos entre la ciencia y la religión. Es el caso de los distintos pleitos en torno a la enseñanza de la evolución que han forzado los creacionistas (o su evolución, valga la ironía, como defensores del “diseño inteligente”) en los tribunales de EE UU en pleno siglo XXI. Eso sí, a diferencia de los tiempos de Galileo, ahora la justicia tiende a ponerse del lado de la ciencia, en este caso, de Darwin.

La batalla se libra también en los estantes de las librerías, donde nuevos ensayos y algunas biografías traen munición para ambos bandos. El detonante es lo que se ha venido en llamar nuevo ateísmo, aunque sus promotores no creen que hagan nada muy distinto que algunos pensadores de la Ilustración: tratar la religión como una superstición enfrentada al conocimiento y el progreso. Entre 2004 y 2007, un grupo de intelectuales publicaron ensayos muy combativos que negaban a Dios en nombre de la ciencia y la razón. Eran los llamados cuatro jinetes: Richard Dawkins (El espejismo de Dios), Sam Harris (El fin de la fe), Dan Dennett (Romper el hechizo) y Christopher Hitchens (Dios no es bueno).

“Aunque en realidad no era demasiado nuevo, como etiqueta periodística el ‘nuevo ateísmo’ tiene su sitio, porque pienso que, en efecto, algo pasó en nuestra cultura” a partir de esos libros, recuerda Dawkins en su libro de memorias Una luz fugaz en la oscuridad, que edita en español Tusquets. “¿Acaso nuestros libros eran especialmente francos y desinhibidos? Puede que hubiera algo de eso”, se pregunta y responde el etólogo británico (Nairobi, 1941), experto en Darwin, profesor en Oxford y hoy el rostro más conocido del movimiento escéptico. Los factores para renovar el relato ateo estaban en el ambiente posterior al 11-S de 2001: por un lado, el discurso “teocrático” de George W. Bush (quien decía que Dios le pedía invadir Irak) y el auge del fundamentalismo cristiano en EE UU; por el otro, el desafío del terrorismo islamista.

No pertenece a este grupo, pero podría, el francés Michel Onfray, quien en esos mismos años firmó el explícito título Tratado de ateología (Anagrama, 2005). Ahora Onfray publica Cosmos. Una ontología materialista (Paidós). Su punto de partida no es la ciencia, sino la filosofía, pero el francés defiende la idea de que “la filosofía restablezca sus lazos con la tradición epicúrea del gusto por la ciencia”. La idea central: que las religiones monoteístas construyeron “una pantalla” entre el hombre y la naturaleza, rompiendo la armonía anterior. “Antes los hombres tenían relaciones directas con el mundo. Los libros asfixian la vida y los seres vivos. Los hombres dejan de mirar el mundo y elevar la mirada para bajarla a libros mágicos”, escribe. La obra es una reivindicación del paganismo, para el que el cosmos es un todo, y que “no tiene necesidad de un dios único, celoso y combativo”, frente a un cristianismo que “nos priva del cosmos real y nos instala en un mundo de signos”. “Los paganos buscaban lecciones de sabiduría en el cielo realmente existente. El cristianismo lo vacía de sus verdades”, es su rotundo dictamen. Onfray destaca que la ciencia nunca ha validado una sola de las hipótesis del cristianismo: Newton formuló las leyes de la física como las más poderosas; Copérnico y Galileo sacaron a la Tierra del centro del universo; Darwin hizo del hombre un animal más, otro producto de la evolución. “La ciencia digna de tal nombre socava la religión entendida como superstición, es decir, como creencia en falsos dioses. Los únicos dioses son materiales”, afirma.

En el nuevo siglo los nuevos ateos han encontrado un filón editorial. Pero el bando contrario no se calla. El más tenaz resistente proviene, como Dawkins, de la Universidad de Oxford: es el biofísico y teólogo Alister McGrath, que publica La ciencia desde la fe (Espasa). En inglés su título es menos obvio (Inventing the Universe), pero el mensaje es el mismo: no hay una contradicción inevitable entre lo religioso y lo científico, que son “mapas complementarios” de la identidad humana. Que nadie espere del libro de McGrath, quien también es pastor anglicano, mística ni beatería alguna. El irlandés replica al nuevo ateísmo desde la comprensión de la ciencia, que le permite manejarse con soltura en asuntos como la teoría de cuerdas, el bosón de ­Higgs, la evolución o el Big Bang. No trata de convencer de su fe: lo que sostiene es que la ciencia y la creencia no deben interferir entre sí. Y se sitúa en una equidistancia crítica entre el “fundamentalismo religioso”, que niega la ciencia, y el “imperialismo científico”, que niega la fe.

Lo más polémico del libro de Mc­Grath: que considera un “mito” que religión y ciencia hayan estado en conflicto perpetuo. “Sí, la religión y la ciencia pueden entrar en mutuo conflicto. Pero no tienen por qué estar en guerra la una con la otra y generalmente no lo han estado”. Esa versión de la historia “es una construcción social”, dice, impregnada de ideología. Y se están ignorando, por ejemplo, los “orígenes religiosos de la revolución científica” del Renacimiento. El autor explica cómo los grandes pensadores cristianos —Agustín de Hipona o Tomás de Aquino— apoyaron el conocimiento de la naturaleza por las únicas vías de la razón.

El autor dice respetar el ateísmo —elogia, por ejemplo, la “humildad” intelectual de Carl Sagan, otro conocido agnóstico—, pero advierte contra la arrogancia de los militantes contra la religión. Por ejemplo, descalifica la idea de Stephen Hawking (en El gran diseño) de que Dios no es necesario para explicar el universo, en lo que ve un “manifiesto autocomplaciente de imperialismo científico”. A Dawkins le acusa de escribir, en obras como El gen egoísta, “una pontificación metafísica, no un análisis científico”; de Hitchens dice que “es un propagandista, no un estudioso”. Porque ese “cienticismo” es dogmático, sectario.

Una réplica escéptica a este argumento puede encontrarse en Historia mínima del cosmos (Turner), del físico y divulgador Manuel Toharia. En la línea de Carl Sagan, Toharia trata de hacer accesible a todos el avance científico, pero en su ensayo abunda en la denuncia del oscurantismo como freno al conocimiento a lo largo de la historia. Toharia mira la Edad Media como un periodo de represión del conocimiento. “No se puede decir que hubiese progreso alguno de la ciencia durante todo ese largo periodo de más de 10 siglos; al contrario, el rechazo por las autoridades eclesiásticas del conocimiento racional fue generalizado”, afirma. “El esplendor grecorromano acabó sucumbiendo ante las creencias y conductas más burdas, amén del omnipresente poder de la Iglesia y sus instituciones más represivas”, escribe Toharia. “El conocimiento del medio natural quedó en manos de la charlatanería popular y, sobre todo, de la cada vez más poderosa religión cristiana”. Un ejemplo significativo: cuando en el siglo X llegó a España el uso del número cero en matemáticas, “la Iglesia lo tildó de mágico y demoniaco”.

Los ateístas están más que bregados en la polémica. En el segundo tomo de sus memorias, Richard Dawkins repasa una vida profesional marcada por dos causas: el darwinismo y el ateísmo. Y recuerda con nostalgia cuando acudía a congresos a debatir cuestiones científicas con sus iguales. Desde la publicación de El espejismo de Dios, cuenta, “me he convertido en una celebridad menor en los círculos secularistas, escépticos y no creyentes que convocan la clase de encuentros a los que me invitan ahora”. A quienes le acusan de intolerante, replica. “Aún hoy sigue habiendo confusión en torno al término ‘ateo’, que para unos significa alguien que está positivamente convencido de que no hay dios (…) y para otros significa alguien que no encuentra ninguna razón para creer en un dios, y por lo tanto vive su vida sin tenerlo en cuenta. Probablemente muy pocos científicos adoptarían la primera acepción, aunque podrían añadir que el resquicio que dejan para un dios apenas es más ancho que el que conceden a duendes o teteras en órbita o conejos de Pascua. (…) Darwin estaría de acuerdo conmigo en que el peso de la prueba recae sobre el teísta”, escribe Dawkins. Y defiende su derecho al sarcasmo, al que recurre a menudo. Por ejemplo, en 2009 escribió una sátira para la antología The Atheist’s Guide to Christmas donde parodiaba el Génesis o los Evangelios. “Espero no rebajarme nunca al insulto gratuito, pero sí pienso que la ridiculización humorística o satírica puede ser un arma efectiva”.

No solo desde el terreno científico está agitado el debate sobre la religión. Un ensayo cuando menos valiente es el del poeta sirio Adonis, seudónimo de Ali Ahmad Said Esber. En Violencia e islam (Ariel), Adonis dialoga con Houria Abdelouahed sobre la necesidad de “repensar los fundamentos” de la religión mahometana. Frente a otros pensadores (como Karen Armstrong, en Campos de sangre) que subrayan el carácter pacífico del auténtico islam, Adonis afirma que la violencia “es un fenómeno común a los tres monoteísmos” y que está presente en su forma más extrema en el Corán. El islam, dice, “no es una religión de conocimiento, de investigación, de cuestionamiento, de realización del individuo. Es una religión de poder”. Aún más, niega que la gran cultura árabe emane de la religión. “Los místicos y los filósofos utilizaron el islam como velo o como medio para escapar a las persecuciones”, afirma.

Desde el lado de los teólogos cristianos, pero lejos de la ortodoxia, una aportación interesante al debate sobre el ateísmo es Dios sin Dios. Una confrontación (Fragmenta), del antropólogo y teólogo Javier Melloni y el filósofo José Cobo. Un diálogo entre los dos pensadores, vinculados a los jesuitas, no en torno a Dios sino al “silencio de Dios”, en las que brotan ideas sugerentes sobre transconfesionalidad, las fronteras entre creencia y agnosticismo, el porqué del mal (Auschwitz, Ruanda) y cómo interpretar hoy los mitos bíblicos (incluido el de la virginidad de María).

En este terreno, difícil ser tan transgresor como Michel Onfray, quien asegura que Jesús no existió y que la religión que lleva su nombre es obra de Pablo primero y del emperador Constantino después. Cristo es “el nombre de un collage”, la cristalización de viejos mitos, la “ficción sublimada”, “el nombre impuesto por Constantino y sus seguidores al sol invicto”.

¿Le parece demasiado agresivo el nuevo ateísmo? Compare con esta obra del siglo XVIII: la editorial Laetoli edita El buen sentido. Ideas naturales contra ideas sobrenaturales, de Holbach, publicada de forma clandestina y bajo otro seudónimo (Marc-Michel Rey) en 1772. Aunque su autoría es dudosa, se atribuye al ilustrado barón francoalemán Paul Heinrich Dietrich, colaborador de la Enciclopedia de Diderot. Que no anda con medias tintas: “La teología es la ignorancia de las cosas naturales reducida a sistema”. Los hombres no son más que “niños grandes”, escribe Holbach, y confían en un Dios “que no existe más que en su imaginación, y que se ha dado a conocer únicamente por los estragos, disputas y locuras que ha causado sobre la Tierra”. Visto así, tampoco Dawkins es tan ácido. Ni los nuevos ateos son tan nuevos.

UN PERITO DECISIVO EN EL JUICIO A DARWIN
El biólogo Francisco J. Ayala, que fue sacerdote dominico antes de convertirse en uno de los mayores expertos mundiales en evolución, ha repetido como perito en juicios a Darwin. Entre 1981 y 2010, los tribunales de EE UU tuvieron que resolver distintas demandas de sectores fundamentalistas para que en la enseñanza se explicara, en pie de igualdad con la evolución mediante selección natural, el creacionismo o su versión más amable, el “diseño inteligente”, que requiere la intervención de un ser superior (al que evitan referirse como dios). En el caso McLean contra Arkansas, en 1981 y 1982, se juzgaba la decisión de ese Estado de imponer en las escuelas ese “equilibrio”. Ayala recordó en su declaración que también Stalin obstruyó el estudio de la evolución, con resultados catastróficos para la biología soviética. Y afirmó que el debate sobre si Dios está detrás de la evolución era absurdo porque “la existencia de Dios no podía ser comprobada ni negada por la ciencia”. Por entonces el científico y teólogo había dejado de considerarse católico, aunque ha sido comprensivo con los creyentes, como explica la biografía De Dios y ciencia, de Susana Pinar. El veredicto dejó claro que el creacionismo no es ciencia, sino religión, por lo que introducirlo en las escuelas viola la separación Iglesia-Estado. Un intento similar, el caso del panda de Dover, sobre una escuela que introdujo el diseño inteligente en su currículo de biología, se resolvió en 2005 con más contundencia: declaró inconstitucional instruir en esa doctrina. Luego la Universidad de California fue demandada por “discriminación religiosa”, por no reconocer el temario creacionista de escuelas privadas cristianas. Ahí Ayala fue más provocador al afirmar que “si Dios había diseñado el sistema reproductivo humano, era un auténtico chapucero y el mayor abortista del universo”. Otra derrota de los creacionistas.

No hay debate entre los científicos, pero los enemigos de Darwin no se rinden. Manuel Bautista publica La paradoja de Darwin o el enigma del Homo sapiens (Guadalmazán) con el propósito de señalar las supuestas “inconsistencias” de la evolución, que tacha de construcción ideológica. Casi al final, se ve venir, el libro se apunta al diseño inteligente. Bautista es un ingeniero aeronáutico con afán divulgador que ha ocupado cargos en la Administración española. Dawkins no va a detenerse a replicarlo: ya vapuleó sin piedad esas posturas en Evolución. El mayor espectáculo sobre la tierra (2009), y antes en El relojero ciego (1986). “Es una futilidad manifiesta pretender resolver el problema de la complejidad de la vida postulando la existencia de otra entidad compleja llamada Dios”, escribe en Una luz fugaz en la oscuridad. “Cuanto más abunda un creacionista en la improbabilidad estadística, más se dispara en el pie”.
De Dios y Ciencia. La evolución de Francisco J. Ayala, de Susana Pinar García. Alianza, 2016. 432 páginas. 14,99 euros
Cosmos. Una ontología materialista, de Michel Onfray. Traducción de Alcira Bixio. Paidós, 2016. 496 páginas. 28,50 euros
Historia mínima del Cosmos. Manuel Toharia Turner, 2015. 300 páginas. 14,90 euros
Una luz fugaz en la oscuridad, de Richard Dawkins. Traducción de Ambrosio García Leal. Tusquets, 2016. 440 páginas. 23 euros
La ciencia desde la fe, de Alister McGrath. Traducción de Albino Santos Mosquera. Espasa, 2016. 328 páginas. 19 euros
Alister McGrath: “El nuevo ateísmo está cayendo en desgracia”
Manuel Toharia: “La ciencia va segando la hierba a la religión”
Richard Dawkins: “No eduquen a los niños en dioses ni hadas”
Karen Armstrong: “Nuestro laicismo está pasado de moda”

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/18/babelia/1458303185_860049.html?rel=lom

domingo, 27 de marzo de 2016

La razón de los animales. La curiosa amistad entre un anciano y un pingüino alimenta la reflexión sobre hombres y animales

“Odio y detesto a ese animal llamado hombre”. Jonathan Swift.

La historia de amor entre un anciano brasileño y un pingüino dio la vuelta al mundo la semana pasada. João Pereira de Souza, viudo de 71 años, se encontró al pingüino hace cinco años cubierto de alquitrán en una playa cerca de su humilde hogar. Lo limpió, le dio de comer unas sardinas y lo lanzó al mar. El pingüino nunca se olvidó de su salvador. Vuelve a visitarle con regularidad, conviviendo con Pereira semanas o incluso meses antes de regresar a su gélido habitat natural.

Según un reportaje en The Wall Street Journal, los dos pasean juntos por la playa, se bañan en el mar. Si un perro o un gato se acerca a Pereira, el pingüino lo espanta con aleteos y chillidos. “Lo quiero como si fuera mi hijo”, dice Pereira, cuyos hijos en Río de Janeiro se quejan de que dedica más tiempo al pingüino que a ellos.

¿Por qué causó tanto interés la noticia?
Será en parte porque a los seres humanos nos fascinan las historias (solo hay que darse una vuelta por YouTube para verlo) que revelan nuestra afinidad con los demás habitantes de la tierra. Criados en casi todas las culturas con cuentos o películas de animales a los que se les atribuyen características humanas (viene a la mente Madagascar con su león, jirafa, cebra, hipopótamo y simpática tropa de pingüinos), parecemos tener una necesidad de creer que algo de verdad hay en estas fantasías infantiles.

Por otro lado, la historia del hombre que adoptó al pingüino, o del pingüino que adoptó al hombre, apela a valores que no suelen saltar a la vista en las noticias que recibimos en nuestros teléfonos móviles, iPads, radios, televisores o, para los nostálgicos, en periódicos de papel. Puede ser que el pingüino solo vaya a visitar al viejo por sus sardinas, pero nos conmueve la historia porque elegimos ver una inusual pureza en la relación hombre y animal, una sencilla reafirmación de valores como la generosidad, la lealtad y el afecto incondicional que no acostumbramos a ver cuando leemos sobre los atentados terroristas de los islamonazis, la desesperación de los refugiados sirios, el cinismo putinesco, la imbecilidad trumpiana, la rapacidad de las multinacionales, los nacionalismos rabiosos, la malhumorada parálisis que hoy define a la política española y la corrupción de los gobernantes mire uno por donde mire, por ejemplo en el país de João Pereira donde el expresidente Lula fue detenido la semana pasada por la policía.

Vi la historia de Pereira y el pingüino y pensé inmediatamente en unas líneas de un poema de Walt Whitman que ronda en mi cabeza desde la primera vez que lo leí hará más de 30 años. Aquí van, traducidas:

Creo que podría dar la vuelta y vivir con los animales,
Son tan plácidos e independientes,
Me detengo y los observo largo rato.
Ellos no se trastornan ni lloriquean por lo que les toca vivir,
No permanecen despiertos en la oscuridad llorando por sus pecados.
No me enferman con sus discusiones sobre el deber a Dios.
Ninguno está insatisfecho, ninguno enloquece con la manía de poseer cosas,
Ninguno se arrodilla ante otro ni ante sus antepasados que vivieron hace miles de años,
Ninguno es respetable o desdichado en toda la faz de la tierra.

La idea que quiere transmitir Whitman se podría resumir en la famosa cita, atribuida entre muchos a Charles de Gaulle: “Cuanta más gente conozco, más quiero a mi perro”. O sea, contemplamos las mezquindades de los seres humanos y los desastres que provocan y nos cuestionamos la premisa en la que se basan la mayoría de nuestras creencias, que somos superiores al resto de las criaturas del mundo animal, que nosotros —y solo nosotros— estamos hechos a imagen Dios. Se ha escrito bastante sobre el tema, con la opinión científica dividida entre aquellos que concluyen que somos especiales y los que ven al ser humano como una bestia más de la naturaleza.

Un biólogo británico llamado Henry Gee ha escrito un libro en el que concluye que no hay diferencias cualitativas entres los hombres y los animales. No representamos la cima de la evolución; no somos más excepcionales, argumenta Gee, “que un conejillo de indias o un geranio”. Marc Bekoff, profesor universitario neoyorquino, es un experto sobre el comportamiento de los animales que ha escrito sobre la vida emocional de las abejas, el altruismo de las ratas, la espiritualidad de los chimpancés. Berkoff comparte con Gee la opinión de que la diferencia en la complejidad mental de los hombres y los animales es meramente proporcional.

En el otro lado del debate está Michael Tomasello, un psicólogo estadounidense que ha dedicado su vida a investigar las diferencias entre los humanos y los primates. Tomasello concluye que la diferencia elemental reside en que nosotros somos capaces de cooperar para lograr objetivos comunes y que ellos son casi siempre por naturaleza egoístas y competitivos. O sea, que somos animales sociales poseídos de la virtud de la empatía, capaces de dar el salto mental que nos permite entender las emociones y necesidades —incluso la lengua y la cultura y la religión— del prójimo.

Persuasivo, Tomasello. Me inclino más hacia su tesis. João Pereira siente amor; el pingüino siente hambre. Pero el hecho de que nuestros procesos cerebrales sean más complejos que los de los animales no nos convierte en seres más sensatos, nobles o decentes. Por eso me inclino también hacia la visión de Whitman: los animales dan menos asco que nosotros. En "Los viajes de Gulliver", una salvaje sátira contra lo que entendemos como la civilización, Jonathan Swift acaba comparando los vicios, las idioteces y las crueldades de los humanos, "los yahoos", con la racional serenidad de los caballos. Gulliver, anticipándose a Whitman, acaba conviviendo en un establo con dichos animales. Se anticipa también a João Pereira, que parece preferir la compañía de su amigo el pingüino a la de los seres de su propia especie. Es difícil convencerse de que carece de razón.

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/13/actualidad/1457898824_971486.html

lunes, 8 de diciembre de 2014

Elogio de la razón. No tenemos por qué ser una nación intelectual, pero tampoco comportarnos como idiotas

Hace cien años (los cumplirá en 2015) nació una revista, The New Republic, que se etiquetaba en Estados Unidos como “liberal” es decir, de izquierdas. Decidió abrir sus páginas con un elogio de la razón: “En estos tiempos de naufragio y ruina, el único poder que puede fortalecernos es un pensamiento inteligente y claro”. No era una declaración banal, escribe ahora, para celebrar el centenario, su actual editor literario, porque hay personas que prefieren el pensamiento ardiente al pensamiento claro; el pensamiento fiel al pensamiento sin más. “Hay personas que prefieren las autenticidades indiscutibles del corazón, sea corazón de individuo o corazón colectivo, a la razón”.

La revista, que fue comprada hace un año por el número dos de Facebook, Chris Hughes, que tiene 31 años y, por lo que se ve, larga memoria, ironiza con quienes creen que el pensamiento y la razón son cosa de elites e intelectuales. “No necesitamos ser una nación de intelectuales, pero no hay que ser una nación de idiotas”. También con quienes confunden razón y tecnocracia: los tecnócratas son gente muy poco dialogante, armada con sus estadísticas y su creencia absoluta en la mecánica de las causas y efectos. La razón necesita del diálogo y la duda y ofrece ejemplos en los que personas racionales logran romper con esa cadena de causa-efecto que seguramente rige la naturaleza, pero no, necesariamente, las sociedades humanas.

l pensamiento claro que reclamaba The New Republic es siempre incompatible con la dictadura y nunca propone soluciones finales, sino que confía en el gradualismo. En lo más duro de una batalla, busca siempre armisticios. Nos indica el peligro que rodea a quienes en lugar de hablar de cómo mejorar la prosperidad y libertad, se empeñan siempre en zanjar antes grandes cuestiones filosóficas, grandes cuestiones de principio e identidad que normalmente exigirán grandes sacrificios y seguramente acarrearan mucho dolor.

El mundo no ha sufrido nunca por un exceso de razón, decía Thomas Mann, convencido de que nada corta más rápidamente el diálogo y la conversación que las emociones.

Ahora que se abren nuevos periodos electorales, parece que aquel llamamiento de The New Republic tiene toda su vigencia. Lo que nos puede ayudar es la razón. Los ciudadanos razonablemente informados tienen ya en sus manos muchos elementos para actuar como seres racionales, que huyen de quienes ofrecen soluciones definitivas y que examinan con atención la de quienes proponen mejoras y repartos proporcionados. Para huir de quienes siempre creen que los grandes sacrificios son el mejor camino a donde sea.

Utilizar la razón exige ver lo que se tiene delante. Negarse a que se desvíe nuestra mirada hacia horizontes lejanos, que se vislumbran a través de caminos estrechos y, claro está, caminos que siempre son únicos y excluyentes. Antes de mirar hacia esos puntos lejanos hay que mirar hacia los abarrotados bancos de alimentos, a las familias sin ingresos que se pretende que subsistan con 400 euros, a los desahucios y las viviendas construidas con ayudas públicas que casi se regalan ahora a fondos de inversión buitre. Mirar cuidadosamente a los recortes en la sanidad pública (los segundos mayores de Europa). Al dinero, montañas de dinero, inyectado en el sistema financiero que los ciudadanos están condenados a pagar (ellos y sus hijos) porque, aunque los jueces determinen que todo es producto de fraudes y engaños, nadie dice saber cómo recuperarlo. A la situación del sistema educativo y en detallar cómo podría mejorar con mayores y mejores inversiones (algo que, incluso, acepta el gobierno conservador británico). A los trabajos que duran pocos días o semanas y que se retribuyen con salarios que no sacan de la pobreza.

Todo esto pertenece al mundo de la razón y del pensamiento claro y al mundo de la razón deben pertenecer las propuestas que se nos presenten para paliarlo, reconducirlo, mejorarlo o cambiarlo. El mundo de la razón exige un pensamiento lo más lejano que se pueda del pensamiento fiel. Fidelidades, ninguna. A nada. Cuanto más abierta esté la mente, mejor. No hay por qué comportarse como una nación de idiotas.
 7 DIC 2014 - El País.

viernes, 10 de octubre de 2014

El humor y el optimismo como herramientas para educar. Humor de mis amores

En la Librería Homo Sapiens de Rosario, haciendo esa tarea que tanto me gusta de leer títulos de libros y nombres de autores, de buscar obras que me interesen y de tomar nota de novedades, descubrí un hermoso título. Parafraseando la clásica expresión “amor de mis amores”, vi sustituida la palabra amor por la de humor. El título del libro era ”Humor de mis amores”. Editado por Planeta y obra del humorista gráfico argentino Caloi.

El humor es una forma de bondad. Es una herramienta para la construcción de un mundo más hermoso y una convivencia más feliz. Al ojear el libro pude comprobar que el autor es un verdadero humorista. Alguien que nos hace pensar sonriendo. “Quien nos hace reír es un cómico. Quien nos hace pensar y luego reír es un humorista”, dice Georg P. Burns.

El humor es una forma de bondad. Es una herramienta para la construcción de un mundo más hermoso y una convivencia más feliz. El sentido del humor está en captar y entender las bromas que otros hacen y está también en poner una pizca de sal en las conversaciones y en la vida. No me gustan las personas sombrías, las que siempre están malhumoradas, las que solo saben ver los agujeros en el queso. Me gustan las personas como el escritor francés Edmond Rostand quien, el día de su ochenta aniversario, se miró en el espejo y dijo: “Desde luego, los espejos ya no son lo que eran”.

Decía Winston Churchil: “La imaginación consuela a los hombres de lo que pueden ser. El humor de lo que son”. Y es que el sentido del humor nos hace ver con cálida y tierna simpatía todas las formas de la existencia. Incluso a nosotros mismos.

Tengo delante de mí varios libros sobre este decisivo asunto. Uno de ellos, que me gusta y utilizo mucho, es de A. Ziv y J.M. Diem. Se titula “El sentido del humor”. Y va planteando con agudeza interesantes cuestiones sobre las funciones del humor: función agresiva, sexual, social, defensiva e intelectual… , sobre las sus diversas facetas y sobre el papel que desempeña en la configuración de la personalidad. El libro está salpicando de excelentes anécdotas y de frases ingeniosas, como la de Alphons Allais: “Las personas que no se ríen nunca no son gente seria”.

Eduardo Jáuregui Narváez tiene un libro que se titula de idéntica forma: “El sentido del humor. Manual de instrucciones”. Contiene interesantes reflexiones y propuestas. En la introducción nos dice que estamos en un mundo lleno de miseria, dolor y desventura. Pero que todo es diferente cuando se afronta desde el sentido del humor. El libro está lleno de ideas sugerentes. Como ésta de Upton Sinclair: “Con el dinero sucede lo mismo que con el papel higiénico. Cuando se necesita, se necesita urgentemente”.

“No hay nada tan bien repartido como la razón. Todo el mundo está convencido de tener suficiente”, se puede leer en el libro de David García “Los efectos terapéuticos del humor y de la risa”.

He leído en el último libro de Milán Kundera titulado “La fiesta de la insignificancia” la historia de las veinticuatro perdices de Stalin... Seguír aquí.
Fuente: Miguel Ángel Santos Guerra.

martes, 21 de enero de 2014

Yo tengo razón, tú estás equivocado

Somos adictos a "tener razón", pero quedar cautivos de nuestras opiniones es un trampa
Escuchar a los demás es prueba de empatía y respeto, claves para crecer y estar en paz


La mayoría de nosotros creemos que podemos cambiar lo que los demás piensan; de otro modo, no pasaríamos tanto tiempo en la vida dándole vueltas a “qué opinan los demás de nosotros” y tratando de mejorar su juicio sobre nuestra persona. Eleanor Roosevelt dijo: “Nadie puede hacer que te sientas inferior si tú no lo permites”. Esta afirmación pone el foco de atención hacia nosotros mismos y no en los demás; por ello, quizá el único pensamiento que precisa ser cambiado es la creencia de que “los demás deberían pensar diferente”.

Querer tener razón es la enfermedad crónica de la humanidad, seguramente una de las causas que han enfrentado más a las personas, las naciones y las religiones organizadas del planeta. La posesión de las personas por sus propias ideas es siempre una causa de sufrimiento. El problema, al consistir las creencias en “posesiones mentales” no visibles, ha sido buscar la solución a nuestras diferencias tratando de cambiar a los demás antes que examinar la causa real de los conflictos (la necesidad de tener razón).

En demasiadas ocasiones comprobamos cómo querer imponer nuestras razones y opiniones a los demás nos cuesta caro. Tal vez logremos desautorizar las ideas de alguien, pero al final acabamos con una razón más y un amigo menos. ¿Vale la pena? Seguramente no. El resultado es que querer estar siempre en posesión de la verdad consume una gran cantidad de energía y tiempo que nos impide disfrutar de los demás y de la paz mental de saber que en el fondo todos tenemos nuestra propia lógica.

¿Es mejor tener razón a toda costa antes que ser feliz? Que cada uno responda esta pregunta con sinceridad.

La perspectiva materialista o newtoniana del universo nos conduce a cosificar todo con lo que entramos en contacto, ya sea algo material o inmaterial. Incluso lo no material, como un pensamiento, acaba tomando forma y se convierte en objeto de conflicto. Así, una idea o una creencia se acaban convirtiendo en una posesión, una propiedad, algo que debe ser defendido para que no perezca.

Todo pensamiento consciente, repetido durante un tiempo, se convierte en un programa mental invisible. Con el tiempo acumulamos opiniones, creencias, que pasan a conformar lo que llamamos identidad construida o ego. Si alguien agrede esas posesiones mentales, en realidad es como si lanzara un ataque personal, porque confundimos pensamiento e identidad. No parece sensato confundir lo que somos con lo que pensamos, pero esto no lo tienen tan claro quienes se aferran a sus creencias con desesperación.

Tener opiniones es normal, también tener gustos y preferencias… pero que esas ideas y predilecciones le tengan a uno cautivo o secuestrado es una trampa. El libre pensamiento es una conquista humana, pero la libertad de opinión se convierte en una desventaja cuando las posiciones mentales impiden abrirse a nuevas perspectivas o puntos de vista que no concuerdan con las propias.

La pregunta ¿somos nuestras creencias? se responde con un rotundo no. Desde luego, tenemos convicciones, pero en esencia no somos lo que pensamos; a un nivel profundo y esencial, nuestras opiniones no pueden definirnos. Pero llegar a esta claridad no es sencillo ni rápido. De hecho, los conflictos del mundo son tanto disputas por pertenencias materiales (cosas) como por posesiones inmateriales (ideales). Cuando entendemos que tenemos una mente y la usamos, pero que no somos esta, nos liberamos de su contenido y nos autoexcluimos de cualquier conflicto y, por tanto, sufrimiento.
Fuente: El País.