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lunes, 29 de noviembre de 2010

Ignacio Ellacuría (1930-1989). El Sócrates de Centroamérica.

Ignacio Ellacuría Beascoechea nació el domingo 9 de noviembre de 1930 en Portugalete (Biskaia), ciudad de Euskadi o País Vasco situada a orillas de la Ría de Bilbao.

Tendría hoy 80 años bien vividos, si el miércoles 15 de noviembre de 1989, al filo de la medianoche, entre 40 y 50 soldados del Batallón Élite de Reacción Inmediata Atlacatl, creado en marzo de 1981 por asesores militares estadounidenses, no hubiesen tomado por asalto la Residencia de los Jesuitas en la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador y no lo hubiesen obligado a presenciar la masacre de sus compañeros, antes de reventarle la cabeza con balas expansivas, entre las doce y la una de la madrugada del jueves 16 de noviembre, justamente una semana después que Ellacu y su luminoso cerebro habían cumplido 59 años de haber sido dados a luz a orillas de la Ría de Bilbao.

Según la contabilidad hecha por el filósofo y periodista salvadoreño Víctor Flores García, en su tesis doctoral de 1997, los 6 jesuitas asesinados esa medianoche, junto a Doña Julia Elba Ramos y su hija Celina Mariceth Ramos, sumaban 8 doctorados, 19 licenciaturas, 102 años de estudios formales, 234 años de trabajo académico y pastoral y decenas de miles de páginas escritas. [1] Pero no sólo eso sino que también eran responsables de una gran parte de la institucionalidad de la UCA: Ignacio Ellacuría tenía diez años en la Rectoría ; Ignacio Martín-Baró era Vicerrector Académico; Segundo Montes Mozo dirigía el Instituto de Derechos Humanos (IDHUCA) y era superior de la comunidad; Amando López Quintana, Rector de la UCA de Nicaragua entre 1980 y 1982, trabajaba como profesor de filosofía y teología; Juan Ramón Moreno Pardo coordinaba el Centro de Reflexión Teológica y el Centro de Pastoral; y Joaquín López y López era director de “Fe y Alegría” y secretario emérito de la Facultad de Ciencias del Hombre y la Naturaleza.

Pero ahora hagamos un flash-back de catorce años y cinco meses, desde esa medianoche del 15 de noviembre de 1989 hasta el 15 de junio de 1975, cuando el gobierno de El Salvador decretó la tan esperada reforma agraria y la creación del Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria (ISTA). Por considerarlas de beneficio popular, Ellacuría y la comunidad universitaria de la UCA apoyaron esas iniciativas contra quienes las adversaban: por una parte, la oligarquía terrateniente y, por otra, algunos grupos de izquierda, como el Bloque Popular Revolucionario (BPR). Tanta fue la presión combinada de los terratenientes y de la extrema izquierda que pocos meses después, en 1976, el gobierno cedió y revirtió el decreto y la reforma agraria. Entonces Ellacuría, como nuevo director de la Revista Estudios Centroamericanos (ECA) escribió el célebre editorial, dirigido al presidente Molina, titulado "¡A sus órdenes, mi capital!". [2] Ese editorial le costó a la UCA el subsidio que recibía del presupuesto nacional y seis atentados dinamiteros de la "Unión Guerrera Blanca" (UGB). Sin embargo, en medio de la tensión política y las amenazas terroristas, Ellacuría, Jefe del Departamento de Filosofía de la UCA desde 1972, se dio tiempo para escribir y publicar el ensayo titulado “Filosofía, ¿para qué?”, [3] antes de viajar a Madrid para cumplir su compromiso anual de colaboración con Xavier Zubiri, en diciembre de 1976.

¿Para qué sirve la filosofía?, se preguntaba Ellacuría en ese ensayo “dirigido a quienes se ven obligados a dar filosofía sin saber bien cómo hacerlo y, sobre todo, a quienes se ven obligados a tomar esa materia sin saber bien por qué ni para qué.” Para responder la pregunta, Ellacuría trajo a colación inmediatamente la filosofía, el filosofar y la vida filosófica de Sócrates, el tábano de la indolente Atenas, y de paso, hizo un retrato de sí mismo:

“(…) No fue Sócrates el primer filósofo, pero en él resplandece de forma singular qué es esto de verse precisado a filosofar. No voy a hacer aquí un estudio técnico de este problema, sino tan sólo voy a presentar sencillamente una serie de rasgos que caracterizan a este incómodo filósofo que pagó con su vida la imperiosa necesidad de filosofar.

Sócrates vivió como ciudadano de Atenas en el siglo quinto antes de Cristo. Fue filósofo porque fue ciudadano, esto es porque fue político, porque se interesaba hasta el fondo por los problemas de su ciudad, de su Estado. Veía todas las cosas sub luce civitatis, a la luz del Estado, pero no de un Estado que caía por encima de los individuos, sino de un Estado sólo en el cual los hombres podían dar la medida de su plenitud.

Los demás le tenían por sabio —el más sabio de los atenienses, lo consideró el oráculo de Delfos—, pero él no se tenía por tal.

Dos cosas caracterizaban su sabiduría: frente a los filósofos anteriores, juzgaba que el verdadero problema de la filosofía está en el hombre mismo, en el conocimiento que el hombre debe tener de sí mismo —"conócete a ti mismo"— y de todas las demás cosas sin las cuales el hombre no es ni puede ser sí mismo.

Frente a los que creían saber y estaban acríticamente instalados en su falso saber, sostenía que sólo sabe bien lo que cree saber el que se percata, desde ese su saber, que no sabe nada. Sócrates pensaba que, sin saber y sin saberse a sí mismo el hombre no es hombre. Ni el ciudadano, el animal político que dirá más tarde Aristóteles, puede ser ciudadano.

Quería saber, pero lo que buscaba en ese saber era hacerse a sí mismo y hacer a la ciudad. Su saber es, por lo tanto, un saber humano y un saber político, no sólo porque el objeto de ese saber sea el hombre y la ciudad, sino porque sus objetivo era la recta humanización y la recta politización.

Según él, quien quiera humanizar y quien quiera politizar no puede dejar de saber y menos aún puede pensar que sabe cuando realmente no sabe. Nace así su filosofar de una gran preocupación por lo que es el hombre y por lo que es la ciudad como morada del hombre. Ahí están las raíces de su pensamiento y de ahí van a surgir los temas sobre los que va a reflexionar.

No le importa tan sólo saber cómo son las cosas —el hombre, la ciudad y sus cosas, la cosa pública que dirán los romanos—, sino que las cosas sean, que las cosas lleguen a ser, como todavía no son, ya que, por no serlo, son falsas e injustas.”...

(Jorge Alvarado Pisani)
Leer todo aquí.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Silencios ominosos, condenas inmisericordes

La Iglesia católica del siglo XX, que legitimó tantas dictaduras y mantuvo en secreto la pederastia de algunos de sus miembros, ha sido implacable con aquellos teólogos de honestidad intachable que se atrevieron a disentir.

Silencios ominosos y condenas inmisericordes. Esa ha sido la actitud del Vaticano y de buena parte de la jerarquía católica durante los últimos 70 años. Silencios ominosos ante masacres y crímenes contra la humanidad y sus responsables. Condenas inmisericordes contra teólogos y teólogas, sacerdotes, obispos, filósofos, escritores -cristianos o no- por ejercer la libertad de expresión y atreverse a disentir; condenas todas ellas contra toda lógica jurídica, que establece que "el pensamiento no delinque". Silencios ominosos sobre personas sanguinarias, ideologías totalitarias y dictaduras militares con las manos manchadas de sangre. Condenas inmisericordes a hombres y mujeres de manos limpias, de honestidad intachable, de ejemplaridad de vida.

El más grave de esos silencios fue, sin duda, el de Pío XII ante los seis millones de judíos, gitanos, discapacitados, homosexuales, transexuales, gaseados y llevados a las piras crematorias de los campos de concentración del nazismo. Ya antes, siendo secretario de Estado del Vaticano firmó, en nombre de Pío XI, el Concordato Imperial con la Alemania nazi bajo el Gobierno de Hitler. Ahí comenzó su complicidad con el nazismo. Uno de los intelectuales más madrugadores en la denuncia de tamaño y tan ominoso silencio fue el dramaturgo alemán Hochulth en su obra de teatro El Vicario, estrenada en 1963.
En 1953 Pío XII firmó un Concordato con Franco, legitimando la dictadura, mientras guardaba silencio sobre la represión franquista después de la guerra civil, que costó decenas de miles de muertos.
Un año más tarde hacía lo mismo con el dictador Rafael Trujillo, presidente de la República Dominicana, sin condenar sus abusos de poder y sus crímenes de Estado.

En la década de los cuarenta del siglo pasado, el cardenal Emmanuel Célestin Suhard, arzobispo de París, autorizó a algunos sacerdotes y religiosos a trabajar en las fábricas. El dominico Jacques Loew lo hizo como descargador de barcos en el puerto de Marsella. Monseñor Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lyon, fue cura-obrero durante cinco años. La experiencia fue inmortalizada por Gilbert Cesbron en la novela Los santos van al infierno. Pero pronto se frustró. Los sacerdotes obreros fueron acusados de comunistas y subversivos, cuando lo que hacían era dar testimonio del Evangelio entre la clase trabajadora alejada de la Iglesia y descreída, compartiendo su vida y sus penalidades, identificándose con sus luchas, ganando el pan con el sudor de su frente. En vez de hacer oídos sordos a las acusaciones, Pío XII las dio por ciertas y pidió a los sacerdotes que abandonaran el trabajo en las fábricas y se reintegraran en el trabajo pastoral en las parroquias y a los religiosos que se incorporaran a sus comunidades, al tiempo que ordenaba a los obispos franceses que enviaran a los sacerdotes obreros a los conventos para ser "reeducados". 

(de JUAN JOSÉ TAMAYO, 14/08/2010) Leer más

viernes, 25 de junio de 2010

Ha muerto José María Díez-Alegría, jesuita apartado por Roma por su opción por los humildes y gran teólogo

Conocí a Jose María Diez-Alegría con motivo de una conferencia que dió en Villafranca de los Barros, en el Colegio San José de los Jesuitas, eran tiempos de la dictadura. Lo recuerdo como si fuera ayer; daba gusto escucharle, me llamaron la atención su inteligencia y su bondad, a cual más grandes.

El jesuita español fue uno de los grandes teóricos del postconcilio y se fue a vivir al barrio marginal del Pozo del Tío Raimundo donde compartió sus luchas con el padre Llanos.

Esta madrugada ha muerto José María Díez-Alegría, uno de los grandes teólogos españoles. Iba a cumplir en octubre los 99 años de vida. Fue jesuita impenitente, obligado por los inquisidores del Vaticano a dejar la orden de Ignacio de Loyola por no aceptar silencios, componendas ni censuras. Pese a todo, nunca dejó de vivir en (y con) la Compañía de Jesús. "Soy un jesuita sin papeles", solía ironizar.
Nacido el 22 de octubre de 1911 en la sucursal del Banco de España de Gijón, de la que su padre era director, Díez-Alegría se cambió pronto al bando de los mineros y empezó a tener problemas con la dictadura franquista, poco amiga de curas de combate. Sólo el apellido Díez-Alegría, con dos famosos generales en la familia, lo libró de la cárcel, aunque no de marginaciones y desplantes. Una vez le preguntaron cómo un banquero podía ser católico, y Díez-Alegría contestó con esta anécdota brechtiana. Fue un banquero a confesarse y le dijo: 'Mire, padre, yo soy banquero'. Y el cura le respondió: '¡Mal empezamos!'. El rico penitente se enfadó y se fue.

Cuando fue expulsado hace 37 años de la Compañía de Jesús por publicar 'Yo creo en la esperanza', Alegría vivía en Roma y era un bullicioso profesor de la Gregoriana, es decir, un pensador lanzado a la fama. Tiempos del postconcilio, aunque ya se vislumbraban nubarrones en aquella primavera eclesial. Díez-Alegría pide permiso para editar su libro. No ha lugar, le dicen. Y toma una decisión que cambiaría su vida. El libro aparece en 1972 en la editorial Desclée de Brouwer, de Bilbao y se vendieron 200.000 ejemplares en numerosos idiomas. Su salto a la fama fue fulminante. Quince días más tarde, el periódico más vendido en Roma, Il Messagero, y el más importante de EE UU, The New York Times, tronaban: "El best seller de un jesuita español aclama a Marx y ataca a Roma"...

Díez-Alegría tardó poco en regresar a España y en "tomar la mejor decisión" de su vida, dijo más tarde. Se fue a El Pozo del Tío Raimundo, se quitó el bonete de jesuita, se pone la boina de cura y puso en práctica la teología que había enseñado en Roma. ...
A los 90 años, Díez-Alegría publicó la segunda parte de su famoso libro, esta vez con el título 'Yo todavía creo en la esperanza', pero en medio hay muchas otras obras de impacto, como Actitudes cristianas ante los problemas sociales (1967), Cristianismo y revolución (1968), Yo creo en la esperanza (1971), Teología en broma y en serio veras (1977), Rebajas teológicas de otoño (1980). La cara oculta del cristianismo (1983). ¿Se puede ser cristiano en esta iglesia? (1987) o Cristianismo y propiedad privada (1988). Él mismo se consideraba un miembro más de la Teología de la Liberación, orgulloso de que el padre Ignacio Ellacuría, asesinado por el fascismo clerical de El Salvador, Jon Sobrino o Gustavo Gutiérrez le considerasen "un viejo compañero". Sostuvo siempre que en el fragor de la injusticia que vive este mundo global no cabía otra cosa que el compromiso social.

...Díez-Alegría aconsejaba humildad, volver a Cristo y menos papanatismo. "Hay que citar más a los Evangelios y menos al Papa", decía.

"Okupa del Universo"

Cuando cumplió 94 años y empezaba a sentirse "un okupa del Universo", pese a estar todavía como un chaval, Díez Alegría recibió un homenaje de sus amigos en el paraninfo de la Casa de América, repleto de público. Fue recibido con larguísimos aplausos, todos puestos en pie para verlo mejor bajar las escaleras camino del escenario, como si el que llegaba fuese un profeta o un galán de cine.

...La jerarquía eclesiástica ha soportado la fama y la voz de Alegría con pasmo o pánico. Por ejemplo, el 28 de mayo de 1977. Ese día, EL PAÍS acogía en su primera página una gran fotografía del jesuita Llanos saludando puño en alto ante 60.000 personas reunidas en el campo de fútbol de Vallecas (Madrid). "El mitin comunista de ayer contó con dos protagonistas de excepción, tan dentro de la lógica de la historia de la Iglesia española como fuera de programa: los padres jesuitas Díez-Alegría y Llanos. El padre Llanos -en la fotografía- saluda, puño en alto, a su pueblo de El Pozo. De alguna manera viene a simbolizar el compromiso histórico de cierta Iglesia pasada dolorosamente del nacional-catolicismo al saludo de identificación marxista",
..."Yo no soy marxista, pero tampoco antimarxista. Me tomo en serio el marxismo. La crítica que hace Marx del capitalismo es válida. Nunca me leí El capital, pero sí otros libros suyos, y en mi libro Rebajas teológicas de otoño escribí un capítulo titulado Recuerdos a Marx de parte de Jesús en el que contaba que tuve un sueño en el que Jesús se me presentaba y me decía: 'Oye, y este Carlos Marx, del que tanto hablan escandalizados mis discípulos actuales, ¿qué me dices de él?'. Entonces yo le recitaba algunos textos de Marx, y después Jesús me decía: 'Mira, si ves a Carlos Marx, dale recuerdos de mi parte y dile que no está lejos del Reino de Dios. Pues ése era un poco nuestro marxismo"...

En la biografía de Alegría, Lamet cuenta anécdotas y sucesos deliciosos, que por qué fue Alegría un jesuita "sin papeles". He aquí una de las historias que contaba Díez-Alegría, con arrobo teológico, para armonizar con la fe católica su radical teología de liberación. Un catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.

-Mujer, tienes que volver, no puedes seguir con el viejo.
-Pues claro que sí, señorito. Pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
La mujercita, con convicción: "No, señorito, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor, tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti ["por tenerme tan pobre", matizó Alegría], y estamos en paz".

Seguir aquí. Y aquí leer una entrevista en El País. Más aquí.

https://youtu.be/rHKQYFgkcB8

lunes, 12 de abril de 2010

Sin justicia para Arnulfo Romero, Obispo de San Salvador

La incompetencia de los tribunales salvadoreños para hacer justicia y la elusión del Vaticano para incluirlo en su santoral son coincidentes

Acabamos de saber que al arzobispo Óscar Arnulfo Romero lo mató un sicario por 114 dólares. El dato lo reveló en una entrevista el ex capitán Rafael Álvaro Saravia, única persona condenada hasta hoy por el asesinato. Saravia, prófugo de la justicia desde que un tribunal estadounidense lo condenó en 2004, desapareció ese año y comenzó a huir de sí mismo, según escribe el periodista Carlos Dada en la entrevista publicada recientemente en el diario salvadoreño El Faro.
Monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante el ofertorio de la misa que oficiaba en la iglesia de la Divina Providencia de San Salvador. Bastó un disparo en el corazón, ejecutado a poco más de 30 metros con un rifle con mira telescópica, para acabar con su vida. Desde ese día hasta la fecha, según la Organización No Gubernamental Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas –la misma que posibilitó el procesamiento de Saravia–, no se ha hecho prácticamente nada en el país centroamericano para saber la verdad. Es posible que el asesinato de Romero fuera decidido por el fallecido líder anticomunista Roberto d’Aubuisson, fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que gobernó El Salvador desde 1989 hasta el año pasado.
Saravia no niega la participación de D’Aubuisson, pero sí que el ejecutor perteneciera a su equipo. Según el ex capitán, que huyó a California nada más cometerse el magnicidio, fue Mario Molina, otro conspirador e hijo del ex presidente Arturo Armando Molina, quien contrató al tirador, compró el arma y buscó la escolta que protegió al sicario. Sólo el chofer del vehículo que condujo al asesino hasta la iglesia pertenecía al equipo de D’Aubuisson. Confiesa Saravia que fue él quien pagó al ejecutor la cantidad de mil colones, 114 dólares al cambio actual.
Según Jesús Delgado, biógrafo de Óscar Arnulfo Romero, Roberto d’Aubuisson únicamente fue una pieza de la llamada Operación Piña, no el inductor de asesinato para la que fue programada. Por eso, mientras se desconozca la autoría de quienes idearon el magnicidio, el caso sigue abierto hasta que el Estado se decida a investigarlo y no se limite, como hizo recientemente el actual presidente salvadoreño Mauricio Funes, a pedir perdón en nombre del Estado.
Si esta es la censurable actitud de la justicia 30 años después, no menos recriminable es la de la Iglesia vaticana con relación a uno de sus pastores, cuyo compromiso con el mensaje solidario del Evangelio en pro de los más humildes fue decisivo para que acabaran con su vida...Dos veces se entrevistó el arzobispo con Juan Pablo II. En la primera le presentó un amplio informe sobre las violaciones de los derechos humanos en El Salvador, ante el que Wojtyla se limitó a objetar que tenía poco tiempo para tanta lectura, así como a recomendarle que “le convenía ir de acuerdo con el Gobierno”. Cuenta su biógrafo que monseñor Romero salió llorando de esa audiencia, celebrada en mayo de 1979, el mismo año en que se inició en su país una larga y sangrienta Guerra Civil: “El Papa no me ha entendido, no puede entender porque El Salvador no es Polonia”.
El segundo encuentro fue en enero de 1980. Juan Pablo II celebró que defendiera la justicia social pero también le advirtió de los riesgos del marxismo, a lo que el arzobispo replicó que “el anticomunismo de las derechas no defendía la religión sino el capitalismo”. El sentido de estas palabras fue similar al de las pronunciadas dos meses después con inmediatez premonitoria por monseñor Romero, segundos antes de su asesinato: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.
Dice el jesuita Jon Sobrino que la historia de la Iglesia en América Latina se divide en antes y después de monseñor Romero. La incompetencia de los tribunales para hacer justicia y la elusión del Vaticano para incluirlo en su santoral son coincidentes. Los primeros son incapaces de buscar y sentenciar a los culpables y la Iglesia echa en el olvido a uno más de sus mártires comprometidos con la Teología de la Liberación. Al fin y al cabo, Romero no hizo caso a Wojtyla: no se acomodó al Gobierno que trajo, entre tantas muertes impunes, la suya propia. Leer todo el artículo aquí. Las fotos están tomadas en el Valle del Jerte la tarde del 10-4-10.(de Félix Población. Público)

sábado, 27 de marzo de 2010

La monja, Luz Isabel Cueva presenció el asesinato de monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980 en El Salvador.

La monja, Luz Isabel Cueva fue una de las pocas personas que presenció el asesinato del monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980.
En el testimonio ofrecido a BBC Mundo sobre lo ocurrido aquel trágico día, la religiosa dijo que no sintió miedo, sino rabia.

Más sobre el obispo Óscar Romero. Y más aquí.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Pere Casaldáliga, "La esperanza debe ser creíble, activa, justificable y que actúe"

El pasado verano, un grupo de militantes de Ecologistas en Acción, ¿Quién debe a quién? y OMAL conocimos al poeta y obispo emérito Pedro Casaldáliga. Es, sin lugar a dudas, una de las personalidades más destacadas de la Teología de la Liberación.

Hace más de cuarenta años llegó a la región de Sao Félix de Araguaia, en Matto Grosso, Brasil. Había recibido educación franquista y había tenido contacto con la pobreza, primero en zonas obreras de Cataluña y luego en una breve experiencia en Guinea. Sin embargo, fue lo que encontró en Brasil lo que le hizo comprender que la lucha contra la injusticia suponía ponerse al lado de las personas empobrecidas y, por lo tanto, enfrentarse a los ricos terratenientes. Su primera carta pastoral se tituló "Una Iglesia de la Amazonia en conflicto con el latifundio y la marginación social". Esto, en una región de selva como aquella, significa apoyar al pequeño campesinado, a la población indígena y a la gente que sobrevivía de la pesca en los ríos, frente a los abusos de los terratenientes y, hoy en día, de las grandes transnacionales del agronegocio.

Esta actitud vital y política combativa le ha valido ser objetivo de numerosos atentados. Aún hoy, enfermo de Parkinson y con 81 años, continúa amenazado de muerte por defender el derecho de los indios xavante a recuperar su tierra, robada hace más de cuarenta años.

Nos sorprendió por su lucidez y su determinación pero, sobre todo, por su compromiso y la coherencia radical con la que vive, por convertir sus palabras en actos que se multiplican. Su análisis de la coyuntura internacional y nacional brasileira le ha llevado a complementar la Teología de la Liberación acercándola a la “Ecoteología”. Esta vertiente de la teología cristiana sostiene que, para vivir verdaderamente el compromiso, debemos defender del expolio a la naturaleza y a la gente más desfavorecida. Según sus propias palabras: ”A día de hoy, hay diferentes teologías de la liberación. Lo que se ha hecho es incorporar más explícitamente temas, sectores de la sociedad, de la vida, que antes no eran tan considerados. Han ido surgiendo las cuestiones asociadas a los indígenas, las mujeres, la ecología, los niños de la calle... Ahora, se trata de una teología enriquecida por las reivindicaciones de esos grupos emergentes, y por eso, la Teología de la Liberación ya es muy plural en sus objetivos, siempre dentro de la reivindicación de la liberación”.

Uno de los hechos que más ha denunciado a lo largo de su vida es la estrategia del gran capital brasileño, y por ende, mundial, que fomenta que las clases desfavorecidas se enfrenten entre sí, olvidando así quién es el verdadero enemigo. De este modo, pareciera que la lucha por la tierra que mantienen los indígenas colisionase con los intereses del campesinado, de las poblaciones descendientes de los esclavos, y todos ellos, a su vez, con el ambientalismo.

Casaldáliga sostiene que las luchas sociales deben acompañar a las ecologistas, puesto que no son más que una única lucha contra el capitalismo, que arrasa la naturaleza del mismo modo que las culturas y los derechos de los pueblos: “ Dentro de esta visión de globalidad descubrí por fin que el planeta es nuestra única casa. Y no hay modo de salvarnos nosotros si no salvamos el planeta. Mejor aún: es bueno recordar que podemos desaparecer completamente los hombres y el planeta seguirá. Hasta por egoísmo, diríamos, ahora nosotros sólo nos salvamos si es con el planeta ” . Su visión integradora tiene fuertes semejanzas con la ecología social: no se puede luchar por el medio ambiente olvidando a las personas que en él habitan y, del mismo modo, es un error metodológico y de fondo luchar por la humanidad sin proteger los distintos ecosistemas. Todo ello está entrelazado dentro del actual sistema económico y político que se sustenta en la destrucción de la vida.

Casaldáliga se ha caracterizado por el compromiso y por la austeridad... Berta Iglesias, Luis y María González Reyes Ecologista. Para leer todo el artículo clik en el titular.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Contrapuntos a 1989

El asesinato de los jesuitas y la herencia de 1979 en Nicaragua
Los 20 años de la caída del muro de Berlín han sido un buen pretexto para que la derecha repita hasta la saciedad lo de la “victoria” del capitalismo sobre el socialismo, debido a la superioridad del primero y a la intrínseca barbarie del segundo. Representativa de esta euforia resulta la siguiente opinión:

“Recordaremos el 9 de noviembre de 1989 como el año en que terminó la Guerra Fría, el capitalismo venció al comunismo por su mayor eficiencia económica, pero principalmente por su superioridad moral basada en la libertad de las personas” (Ramón Parellada, Siglo XXI, 12/11/2009).

Como contrapuntos a esta euforia, bien vale la pena recordar algunas cuestiones. En primer lugar, que “ganó” un sistema que mantiene en el hambre y la miseria a millones de personas y que destruye aceleradamente al planeta tierra. Es decir, vale la pena pensar que esta victoria del capitalismo (porque así ha sido pregonada desde muchos espacios) sobre el socialismo, ha sido la victoria del capital sobre el trabajo: una derrota para la vida de la humanidad y la de la naturaleza.

1 Para establecer algunos contrapuntos a esta “victoria”, conviene traer del recuerdo, entre muchos otros, dos memorias que resultan necesarias.

Esta cacareada “superioridad moral” del capitalismo es la misma que ha producido incontables crímenes y violaciones a derechos humanos para instalar o superar los obstáculos a la acumulación de capital así como a los intentos liberadores populares, por ejemplo, a través de dictaduras militar-empresariales como las existentes durante varias décadas en Latinoamérica. Un hecho que también se conmemora en estos días, ayuda a ver hasta donde llega esa “superioridad moral”. En noviembre de 1989, en el contexto de la ofensiva Hasta el tope que lanzó el FMLN, la desesperación del gobierno salvadoreño, apoyado por el gobierno estadounidense, le lleva al recurso de la realización de múltiples crímenes, en los que se incluyen el bombardeo indiscriminado a los barrios pobres de la ciudad de San Salvador. El 15 de ese mes, una unidad de élite del ejército salvadoreño entra en horas de la noche a la universidad Simeón Cañas y asesina fríamente a los jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López y Joaquín López y López, así como a Elba Ramos y su hija Celina. Al respecto, de la Corte indica lo siguiente:

“El crimen de la UCA simboliza a la perfección el destino de las incontables víctimas que la historia viene cobrándose desde el principio de la humanidad, “relato de pasión” que, como ya afirmó Walter Benjamin, hace de la memoria un deber indeclinable, antes que una tarea caprichosa y trivial” (2001: 19).

2 (Mariano González) Seguir aquí...

Para leer más.
Esta canción es un regalo que me han hecho...

miércoles, 14 de octubre de 2009

Fallece a los 95 años el teólogo Enrique Miret Magdalena

Heterodoxo y progresista, ejerció a lo largo de toda su vida una intensa actividad como profesor, escritor y conferenciante
(EFE / EP - Madrid - 12/10/2009)
El teólogo Enrique Miret Magdalena ha fallecido este lunes en Madrid a los 95 años tras una larga enfermedad, según han informado fuentes próximas a la familia. Químico de formación, orientó su actividad hacia la teología y la ética. Catedrático de Ética, ejerció a lo largo de toda su vida una intensa actividad como profesor, escritor y conferenciante experto en esos asuntos. Teólogo seglar, heterodoxo y autodidacta, se confesó católico agnóstico y se consideraba ante todo "un hombre de diálogo".
Nacido el 12 de enero de 1914 en Zaragoza, Miret Magdalena cursó estudios de bachillerato en el Liceo Francés de Madrid y se doctoró en Ciencias Químicas en 1943 en la Universidad Central de Madrid, ciudad en la que vivió la Guerra Civil refugiado en la Embajada de Paraguay por encontrarse inscrito en la lista de candidatos a ingresar en la Compañía de Jesús. Se dedicó profesionalmente a la especialidad de aislamientos térmicos y acústicos, pero pronto comenzó su labor como escritor, profesor y conferenciante experto en Teología, Ética y Sociología de la Religión y de la Familia y Juventud.
Su primer artículo -de los más de 2.000 que publicó- apareció en el periódico Informaciones y poco después comenzó a escribir en la revista Triunfo, en la que trabajó durante 20 años en la sección cultural-religiosa. Fue profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca durante cinco años y en la Universidad de Comillas durante doce. Además, enseñó Psicología Moral en el Mary Ward College y fue director de la cátedra libre Pío XII en la Universidad Complutense de Madrid.
Fundador y miembro del consejo de redacción de la revista de ciencias sociales Sistema, fundó y dirigió también la revista Espiritualidad seglar, creó la revista Menores y colaboró en varias publicaciones para la juventud. También publicó artículos en periódicos y revistas de información general.
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