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sábado, 15 de septiembre de 2018

_- ¿Saben qué es lo más grave en el asunto de venta de armas a Arabia Saudí?



¡Oh vergüenza! ¿Dónde está tu rubor?
 (Hamlet, Shakespeare)



 “Unas familias se dedican a fabricar bombas y metralletas para unos asesinos en serie a cambio de una importante mensualidad, a sabiendas que sus patrones las utilizan para matar cada día a decenas de familias pobres”.

Sí, lo más grave no es que un régimen como el saudí utilice las armas que le venden en la matanza indiscriminada de los civiles (sólo en el mes de agosto, mataron a 62 niños yemeníes, dejando mutilados a un centenar), ni si quiera lo es que unos gobiernos “democráticos” participen, directa o indirectamente, en estos crímenes. Lo incomprensible es:

1) que parte de la clase trabajadora, a cara descubierta, defienda este trabajo, convirtiéndose además en un peligroso “grupo de presión” al estilo de la banca o las compañías de armas, y

2) que los partidos políticos y sindicatos progresistas le hagan a este sector el seguidismo y haciéndose víctimas condenadas a un destino divino inalterable, se justifiquen con argumentos torpes como: “lo sentimos, pero tenemos que elegir el “pan” en vez de “paz” o “si no lo hacemos nosotros, lo harán otros ”. ¿Dónde está esta “vanguardia” que guíe a los trabajadores, proponiendo alternativas a un capitalismo salvaje que se mantiene explotando y armando a los pobres de unos países para que exploten y maten a los desheredados de otros? ¿Dónde está la “solidaridad internacional de los trabajadores” para desmantelar las alianzas formadas entre las élites mundiales? ¿Han sucumbido al lema individualista del capitalismo más salvaje de “sálvese quien pueda”? Postura además de mezquina, inquietante. Han olvidado que el problema de empleo en el capitalismo es estructural y surge por la sustitución de mano de obra por maquinaria y la estrategia de los empresarios en mantener un ejército de parados para bajar los salarios, provocar luchas en el seno de la clase obrera para hacerse con los pocos empleos que ofrecen y así dividirlos y debilitarlos.

Admirable en este tenebroso panorama, el movimiento feminista vasco, que ha tomado varias veces el puerto de Bilbao para denunciar que todos los meses parte un barco cargado con armas hacia el reino de Arabia para matar a unos seres humanos atrapados, indefensos. Riad utiliza incluso las prohibidas bombas de racimo que explotan en más de 2.000 fragmentos y que matan y mutilan incluso después de años de ser disparadas.

En Alemania y Suecia, hasta parte de la derecha se ha opuesto a la venta de armas de sus gobiernos a los jeques, consiguiendo que se paralizaran. En Canadá, una encuesta del 2017 sugería que la mayoría de la población se oponía a la venta de armas a este país, a pesar de que su valor era 15.000 millones de dólares y afectaba a 3.000 puestos de trabajo.

No es ningún secreto que el reino de Arabia está dirigido por una familia, en el sentido más doncorleónico de la palabra, que aplica el apartheid y un totalitarismo teocrático, el más severo del mundo que, como castigo de delitos como apostasía, adulterio, la homosexualidad y la hechicería no sólo amputa manos y pies, sino ejecuta con lapidación y decapitación, para luego crucificar sus cadáveres en público. Condenó al bloguero Raif Badawi a 10 años de prisión y 1.000 latigazos. ¿Qué tal si creamos puestos de trabajo fabricando látigos de alta calidad, ya que después de unos fuertes golpes estos látigos se rompen, junto con los huesos del reo? Es el régimen que patrocina a los grupos terroristas que atentan por los cuatro costados del planeta, incluidos en los países occidentales que le protegen, a pesar de que los tratados internacionales prohíben la venta de armas a los países que infringen gravemente los derechos humanos o apoyan el terrorismo.

Sólo en 2016, la ONU documentó 119 incursiones de la Coalición EEUU-Arabia en Yemen violando el derecho internacional humanitario: ataques a campos de refugiados, bodas, funerales, escuelas, hospitales, mercados y mezquitas. Arabia ha intentado “militarizar” la enfermedad en Yemen, provocando con sus bloqueos, el cólera, la malnutrición y por ende la muerte de miles de niños. Hay tantos cadáveres de civiles que la Cruz Roja está donando morgues a Yemen que sufre la mayor crisis humanitaria del mundo.

El heredero de la corona de Arabia, Mohammed Bin Salman, busca un triunfo militar en Yemen antes de convertirse en rey, ahora que ha fracasado en su salvaje aventura por Siria.

¿Por qué Occidente arma a Arabia?
. Crear una “mini-OTAN sunnita” para que lance una guerra contra Irán, sin implicarse directamente, y aunque con ello ponga en peligro la propia paz mundial. La misión de Arabia y Emiratos Árabes, los dos principales destinos de las armas de EEUU y la Unión Europea, es hacer de martillo para machacar los movimientos populares y desestabilizar los países de la zona: desde ahogar en su propia sangre a la “Primavera” de Bahréin, hasta enviar a decenas de miles de terroristas a Afganistán, Siria, Libia e Irak.

. Seguir beneficiando tanto a las compañías de armas -esta facción más criminal de la burguesía mundial, junto con los empresarios de la prostitución- así como a los intermediarios y comisionistas (reyes y presidentes), dejando que caiga alguna migaja para los trabajadores sin conciencia de clase, convirtiéndolos en cómplices de sus crímenes. Los comerciantes de armas británicos, por ejemplo, han multiplicarse por cinco sus ventas desde que comenzó el bombardeo de Yemen en 2015.

. Salvar a la familia Saud de sus adversarios: El Reino Unido entrena a la Guardia Nacional saudí. Pues, los países de la OTAN comparten intereses estratégicos con esta monarquía totalitaria.

. Forzar una carrera armamentística en la zona: cuando Arabia entregó un cheque de 110.000 millones de dólares de compra de armas a Trump, Catar se vio obligado a comprar un paquete de armas por el precio de 12.000. millones de dólares a EEUU. Decía el senador Chris Murphy que “Todas las vidas civiles perdidas en Yemen tienen una huella estadounidense", y de otros vendedores. Cada envío de armas transferidas a Arabia y otros países del Golfo Pérsico hace que Israel obtenga el compromiso de un equipo superior, debido a un acuerdo entre Occidente y Tel Aviv: en 2016 Netanyahu recibió un contrato de seguridad de 38.000 millones de dólares para la próxima década.

. Convertir a Arabia en el contrapeso de Irán, después de que desmantelara al régimen de Saddam Husein que cumplía esta función: lección de la que los Saud deberían tomar nota. Estas armas no darán estabilidad al régimen de los jeques, todo lo contrario: fue justamente la compra exacerbada de artefactos militares por el Sha de Irán, -apodado El Gendarme del Golfo Pérsico- en la década de los 1970, uno de los principales motivos del descontento popular que terminó no sólo con él, sino con la propia monarquía.

. En caso de Yemen, Arabia, EEUU e Israel, entre otros motivos, cuentan con intereses vitales en hacerse con el control del estrecho de Bob-al-Mandeb.

Los gobiernos que negocian con las guerras suelen maquillarlo para manipular a los ciudadanos: cambian el nombre del “Ministerio de Guerra” por el “Ministerio de Defensa” sin transformar sus funciones, o hacen que un centro como el “Instituto de Estados Unidos por la Paz, esté vinculado con las empresas de armas como Lockheed Martin, y cuyo director Stephen Hadley sea un exasesor de Seguridad Nacional de EEUU.

Atención: La conformidad de Israel con estas transacciones es primordial. De hecho, se opuso al acuerdo nuclear con Irán y consiguió que EEUU. se retirase de ello, e incluso suspendiera la venta de 80 aviones de pasajeros de Boeing, firmado el 2016, por un valor de 20.000 millones de dólares y que iba a crear 18.000 empleos.

Son estos mismos políticos y medios a su servicio que silencian lo que sucede con este régimen, mientras convierten la farsa del “Programa de reformas internas” de Arabia en titulares para promocionar al príncipe heredero.

Industrias alternativas
Según un estudio del Instituto de Asuntos Internacionales y Públicos Watson de la Universidad de Brown de EEUU “el gasto en energías limpias y cuidado de la salud crea un 50% más de empleos que la cantidad equivalente de gasto militar", y la inversión en educación genera más del doble de puestos de trabajo en un EEUU donde la industria militar emplea a unas 3.5 millones de personas.

A corto plazo, los gobiernos democráticos podrían: empezar una reconversión industrial, mientras indemnizan a los trabajadores de estas empresas, y les emplean en la fabricación de maquinaria para otras industrias; desarrollar fuentes de energía renovables para cortar esta dependencia del petróleo y sus dueños; invertir en investigación e innovación no militares, e incluso, para la misma Arabia podrían fabricar desaladoras de agua para que en vez del hidrocolonialismo y el saqueo de agua y tierras fértiles de África, Riad siembre en su propio desierto.

Los objetivos honestos, y crear empleo lo es, deben conseguirse sólo con medios honestos.

Fuente:
https://blogs.publico.es/puntoyseguido/5184/saben-cual-es-lo-mas-grave-en-el-asunto-de-venta-de-armas-a-arabia-saudi/

sábado, 16 de junio de 2018

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta. Los accidentes por sobreesfuerzo físico y mental son la principal causa de baja laboral en España.

El cuerpo de Raquel Martín recuerda de memoria los movimientos que hace al trabajar. En el salón de su casa en Torrejón de Ardoz, sube los brazos y los baja, mete, tira, sacude y presiona para mostrarlo. De 6.30 a 15.00, todas las semanas, lo repite y vuelve a empezar como en una coreografía. Lleva 40 años en la misma empresa de embutidos, cobra 1.200 euros al mes y desde el pasado diciembre está de baja por sobreesfuerzo, el tipo de accidente laboral con baja más frecuente en España.

En 2017 los accidentes laborales con baja por sobreesfuerzo físico o mental en el trabajo —es decir, el esfuerzo que supera los límites que permiten a un empleado volver al día siguiente en la mismas condiciones— afectaron a 191.397 trabajadores, según las cifras provisionales del Ministerio de Trabajo. Estos datos representaron el 38% del total, aunque para la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo el porcentaje desciende cuatro puntos. Es la principal causa en España de baja laboral y en los últimos diez años ese porcentaje se ha movido entre el 36,7% y el 39,8%.

El año pasado en toda España se registraron 503.749 accidentes laborales con baja (sin incluir los causados in itinere, al ir o volver del trabajo), el 5% más que el ejercicio anterior, de los que 3.796 se consideraron graves (una subida del 7,1%) y 484 resultaron mortales (ascenso del 1,7%). La inmensa mayoría de los accidentes por sobreesfuerzo es catalogada como baja leve; de las 191.397 registradas en 2017 solo 188 fueron graves. Del total de los trabajadores que causaron baja por sobreesfuerzos, 187.788 lo hicieron por cargas excesivas que les ocasionaron lesiones en músculos o huesos (crecen el 1% con respecto a 2016). Otros 534 sufrieron traumas psíquicos.

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta Para Pablo López Calle, sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid, las enfermedades profesionales y los accidentes laborales están directamente vinculados con la intensificación del trabajo: “A medida que los trabajos se reducen, el empleo escasea, la gente está más presionada a trabajar a ritmos más altos y a velocidades mayores”, explica el sociólogo por teléfono. Y aunque sostiene que el trabajo es central para la integración de la gente en la sociedad, su independencia y su autonomía, asegura que cada vez hay menos puestos que aseguran esas dimensiones.

“La crisis ha afectado a la empresa y para nuestros cuerpos también ha sido una bajada brutal”, comenta Martín en el salón de su casa. Cada vez que se levanta de la silla, cojea al caminar. No es la primera vez que está de baja por sobreesfuerzo: dos veces la operaron de los meniscos, pasó tres meses con los tendones del codo inflamados y sufre dolor crónico de espalda. “Estamos hechos polvo”, se queja.

Con 3.111 accidentes cada 100.000 trabajadores, España dobló en 2014 —últimos datos publicados por Eurostat— la media europea. Ese año, se ubicó por detrás de Francia y Portugal y por delante de países como Dinamarca, Estonia y Hungría. El mismo índice se situaba en 2012 en 2.849 accidentes por cada 100.000 trabajadores en España, el mínimo desde que comenzó a medirse en 1988. En 2017, la tasa subió a 3.334 accidentes por 100.000 trabajadores. Eso, según Pedro Linares, secretario de Comisiones Obreras, no refleja “todos los daños a la salud que se producen”. “Muchas enfermedades que se están tratando en el sistema público no tienen el reconocimiento como enfermedad profesional o relacionada con el trabajo”, argumenta. El Ministerio de Empleo ha declinado comentar las cifras.

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta


Pilar Casorla, una camarera de piso de 43 años, está de baja desde hace más de dos años. En 2016, una empresa externalizada le pagaba 600 euros mensuales por limpiar al menos 24 habitaciones al día sin ayuda. Tenía un contrato de seis horas, pero siempre trabajaba más; no le permitían comer, solo beber agua, y a veces no descansaba ni un día a la semana, según cuenta. A eso se sumaba la tensión de hacerlo rápido y bien, de subir y bajar, de cargar camas supletorias y dejar todo listo antes de que llegaran los clientes. Como negarse a trabajar más horas o quejarse por algún dolor podía suponer perder el trabajo, exigió su cuerpo hasta el final. Así, terminó con los tendones de la mano pegados y un 33% de discapacidad en la mano derecha por sobreesfuerzo. Diez años antes, cobraba el doble por la mitad de trabajo.

Cuando hay desempleo y precarización, la competencia se intensifica, señala López Calle. En los puestos de trabajo descualificados —aquellos con tareas repetitivas y estandarizadas, en las que los trabajadores tienen poca autonomía y capacidad de negociación— los empleados pueden ser sustituidos más fácilmente y, entonces, lo que resta es competir en términos de carga de trabajo, de velocidad, de esfuerzo, de disponibilidad y de trabajo nocturno.

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta

Aunque López Calle reconoce que también existen bajas injustificadas, advierte de que eso no puede tapar el fenómeno general. El sociólogo señala que la precariedad oculta muchas enfermedades que los empleados no manifiestan para poder seguir trabajando. Y además apunta a la fatiga como un fenómeno que no siempre aparece en la coyuntura: “La acumulación de los esfuerzos no siempre se manifiesta en la baja laboral. En trabajos que exige mucho esfuerzo físico y mental, las edades medias de la población son bajas”.

Raquel Martín, que ha visto la devaluación de su trabajo a los largo de los años, no se resigna: “Sigo trabajando porque me hace falta”. Siente su cuerpo destrozado y recuerda: “Cuando eres joven puedes con todo y solo quieres que te caiga dinero al final del mes”. Pero cuando piensa en toda la salud que ha dejado en el camino siente rabia y coraje: “Después de tantos años, nos vamos con un montón de dolores a casa y sin un duro”.

MENOS TIEMPO, MÁS TRABAJOc
Javier Llaneza Álvarez, presidente de la Asociación de Ergonomía de España, resume el fenómeno en una ecuación: “Menos tiempo, menos recursos, más trabajo”. El sobreesfuerzo también aparece en puestos mejor cualificados, aunque como traumas psíquicos y de agotamiento, que están ligados a la demanda de rendimiento y de compromiso. Álvarez indica que en los niveles más altos de la jerarquía a muchos trabajadores “se les exige como si fueran accionistas”. Aunque estos accidentes representan un porcentaje menor, en 2017 hubo 545 bajas por ese motivo, según datos del Ministerio de Trabajo.

“Es cuestión de que las organizaciones apliquen nuevas técnicas para mejorar las condiciones sin disminuir la rentabilidad”, señala Álvarez. Pero el ergónomo critica que la salud de los trabajadores no siempre es la prioridad en muchas empresas. Esa responsabilidad, se carga sobre los empleados, que para ser más resistentes y productivos deben hacer más ejercicios, aprender técnicas de respiración y concentración y alimentarse mejor. “Te dicen que tienes que ir al gimnasio, pero termina siendo una actividad de negocio. La gente va corriendo en la hora del almuerzo o a la medianoche”, ejemplifica Álvarez.

https://elpais.com/economia/2018/04/16/actualidad/1523902874_185578.html?rel=lom

martes, 17 de abril de 2018

Los sindicatos en EEUU, inesperados aliados de los trabajadores sin papeles

Mike Elk The Guardian / El Diario (España)

Algunas organizaciones sindicales en la construcción llegaron a delatar en el pasado a trabajadores sin papeles a la policía de inmigración.

Manifestación en favor de los derechos sindicales en Nueva York el 24 de febrero en una movilización nacional con motivo del recurso en el Supremo. Manifestación en favor de los derechos sindicales en Nueva York el 24 de febrero en una movilización nacional con motivo del recurso en el Supremo. Erik McGregor / ZUMA PRESS

Mientras la Administración de Trump lleva hasta el lugar de trabajo su lucha contra los trabajadores sin papeles, algunos sindicatos de EEUU están defendiendo a sus afiliados y creando un nuevo frente en la batalla entre el Partido Republicano y los trabajadores organizados.

A Hugo Mejía Murguía, un trabajador sin papeles del norte de California, lo llamaron en mayo por un trabajo. Fue un turno que cambiaría su vida y se convertiría en el inicio de una campaña nacional.

Cuando llegó a la base de la Fuerza Aérea de Travis en Fairfield (California), la policía militar llamó al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) al comprobar en su carné de conducir de California que Mejía Murguía no tenía papeles de residencia. Cuando el ICE se presentó en el lugar también detuvo a Rodrigo Núñez, otro trabajador sin papeles.

"Mi vida cambió, en solo cinco o diez minutos sentí que lo había perdido todo", dijo a The Guardian Mejía Murguía, padre de tres hijos.

Dos semanas después, su esposa fue a visitarlo a un centro de detención de inmigrantes. Asombrada, escuchó que el Sindicato de Pintores Local 82 al que pertenecía su marido había contratado a un abogado para defenderlo. "Yo pensaba que mi afiliación al sindicato me servía para trabajar y tener un seguro para mis hijos. Nunca se me ocurrió que mi sindicato me fuera a ayudar en un caso como este, fue increíble", dijo Mejía Murguía.

Bajo la bandera #FreeHugo, su sindicato hizo todo lo posible por él, organizando manifestaciones en todo el país para evitar su deportación.

Para Mejía Murguía, la presión fue intensa. "Un par de veces intenté dejarlo. Era tan difícil estar lejos de mi familia; era duro verlos llorar al otro lado del cristal, sin poder tocarlos cuando venían a visitarme", dijo. "Cuando me dieron las cartas y vi el apoyo, me emocioné y me sentí menos solo con mi caso".

Tras 204 días de detención, el 22 de noviembre fue finalmente puesto en libertad gracias al activismo de su sindicato en las calles y en los tribunales. Le concedieron el permiso de residencia por motivos de asilo político. Rodrigo Núñez tuvo menos suerte. Lo deportaron a México.

Una fuerza laboral migrante
Los diferentes destinos de Núñez y Mejía Murguía ponen de relieve una división dentro del movimiento sindical en lo referido a los trabajadores indocumentados, cada vez más presionados bajo la Administración de Trump.

El sindicato de Núñez, la Hermandad Unida de Carpinteros (UBC, por sus siglas en inglés), no lo defendió. Mientras en las últimas décadas el Sindicato de Pintores ha decidido abrazar la causa de su fuerza laboral, cada vez más inmigrante, la relación con los inmigrantes de la UBC es mucho más tensa.

En marzo del año pasado el representante del Consejo Regional de Carpinteros del Noreste Bill Bing llegó a admitir ante el periódico Buffalo News que su sindicato llamaba al ICE regularmente para denunciar la presencia de trabajadores indocumentados en construcciones del norte del Estado de Nueva York.

"Hay muy buenos contratistas, trabajando con sindicatos locales o no, que sufren las consecuencias de estos negocios sucios", dijo Bing a Buffalo News.

En los Sindicatos de la Construcción de América del Norte, los dirigentes han sido tradicionalmente blancos. Los grupos de derechos civiles les han pedido una y otra vez que admitan a afroamericanos. Durante décadas, sindicatos como la Hermandad Unida de Carpinteros han llamado a las autoridades de inmigración para deportar a los trabajadores indocumentados.

Pero la actitud cambió en las últimas dos décadas, desde que los sindicatos de la construcción trataron de afiliar a más trabajadores indocumentados. En la era de Trump, muchos dirigentes sindicales ven una oportunidad para acelerar esos cambios.

"¿Ha intensificado nuestros esfuerzos la era de Trump? Por supuesto", dice el presidente de la Unión de Pintores, Ken Rigmaiden. "Hay demasiadas razones para enumerarlas todas, pero una en particular es que se está obligando a 11 millones de inmigrantes a regresar al dinero negro de la economía de la construcción, donde prosperan el robo de salarios y la intimidación".

Desde que fue elegido en 2013 como el primer presidente afroamericano del sindicato, Rigmaiden ha liderado los esfuerzos para lograr que los sindicatos de la construcción se hagan cargo de los inmigrantes.

En julio de 2017, Rigmaiden contrató a Neidi Domínguez para que coordinara la campaña estratégica nacional del Sindicato de Pintores. Con 30 años, Domínguez había emigrado de México a los Estados Unidos cuando tenía 9. Vivió indocumentada hasta los 25.

Domínguez es la primera mujer latina en dirigir uno de los principales departamentos del Sindicato de Pintores. No solo se ha esforzado para aumentar la presencia y actividad de su propio sindicato en temas de inmigración. También está presionando a otros sindicatos para que sean más activos.

La opinión de los dirigentes como Domínguez es que los sindicatos de la construcción deben hacer más por los trabajadores inmigrantes si quieren sobrevivir, teniendo en cuenta que la mayoría de los nuevos miembros de la fuerza laboral en la construcción son latinos.

Los trabajadores ya no son solo blancos
"Durante mucho tiempo, los oficios de la construcción no han estado ocupados sino por un grupo de hombres blancos; eso está cambiando, pero no a la velocidad que haría falta", dijo Domínguez.

Bajo la dirección de Domínguez, el sindicato contribuyó al lanzamiento de Familias Trabajadoras Unidas, la coalición que ha servido para aglutinar los esfuerzos de los sindicatos en la protección a los trabajadores amenazados por la deportación. También exige a los sindicatos que sean más inclusivos con los inmigrantes.

Debido a los cambios de la Administración de Trump con relación a los trabajadores indocumentados, el Sindicato de Pintores es uno de los muchos que se ha convertido en santuario para inmigrantes, con programas para defender a sus miembros frente a la amenaza de la deportación.

No solo los sindicatos se han comprometido más con sus miembros inmigrantes enfrentados a la posibilidad de la deportación. Sus políticas hacia fuera también han comenzado a cambiar.

Durante los debates de 2013 sobre inmigración, la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (la mayor central obrera de Estados Unidos, AFL-CIO por sus siglas en inglés) adoptó oficialmente el uso del sistema online E-Verify para verificar la documentación de los trabajadores de la construcción. Aunque algunos sindicatos todavía usan E-Verify, muchos dirigentes sindicales han notado un cambio.

Uno de los factores que han contribuido en el giro hacia la izquierda de los sindicatos de la construcción ha sido el surgimiento de los dirigentes sindicales latinos. Mitad mexicano, mitad polaco y residente en Racine (Wisconsin), Randy Bryce es uno de los más conocidos. Trabaja en la siderurgia. Lo llaman "bigote de hierro" por su distintivo vello facial. Su popular campaña contra el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, lo ha convertido en un éxito de las redes sociales.

Pese a vivir en un distrito del sureste de Wisconsin donde los latinos sólo representan el 5% de la población, Bryce ha hecho de la reforma migratoria el tema central de su campaña. Fue arrestado hace poco durante una protesta contra el rechazo de Ryan a la Dream Act que protegía a los jóvenes indocumentados criados en Estados Unidos.

"A la gente le está llegando el mensaje", dijo Bryce. "Yo le digo a la gente que todo el mundo está tratando de llegar al sueño americano. Cada vez es más difícil de encontrar, pero son ellos los que están arriesgando sus vidas intentando venir para encontrarlo. No es culpa de ellos, es de los jefes que tratan de mantenernos con la bota encima".

Traducido por Francisco de Zárate

Fuente:
http://www.eldiario.es/theguardian/sindicatos-EEUU-inesperados-aliados-trabajadores_0_753125054.html

Nota:
Comprendéis ahora por qué Hitler suprimió los sindicatos, confiscó sus bienes y encarceló y asesinó a la mayoría de sus miembros dirigentes o cuadros? (Por cierto con las riquezas confiscadas levantó la fabrica Wolkswagen, un robo y crimen más, sin consecuencias, nadie fue nunca juzgado. La fábrica llegó a tener mas del 80% de trabajadores esclavos en régimen de terror (1))  Por qué, la Esperanza Aguirre, tb los ha querido eliminar y los ignora?  O la Tacher luchó con policías a caballos para romper las huelgas,... Todos contra los sindicatos, (ahora muy de moda, incluso formando "Plataformas" que nadie sabe que esconden) no por las malas cosas que hacen o los errores, que también los cometen, sino por sus aciertos y bondades, como refleja la noticia.
1) El escándalo de Volkswagen. Cómo, cuándo y por qué Volkswagen manipuló las emisiones de sus vehículos. Jack Ewing (Periodista del NYT)

miércoles, 2 de agosto de 2017

España es el paraíso (Más bien el infierno) de los trabajadores pobres (empobrecidos)

Jose A. Llosa
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Jóvenes, mujeres, mayores de 45 años y autónomos sufren especialmente la precariedad laboral, que anula las tradicionales funciones del trabajo: seguridad, bienestar, dignidad, salud y ciudadanía

Sucede que al hablar de “juego estadístico” contamos con dos partículas: la primera es el juego, y no conviene olvidar que jugar, en último término, es un ejercicio de manipulación; la segunda es la estadística, la autoproclamada diosa de la nueva era social. La unión del juego y la estadística tiende a confluir en discurso político. Así, resulta escalofriante la cualidad legitimadora de los porcentajes cuando simplemente se descontextualizan. No es necesario más que situar el foco sobre un par de datos convenientes de la Encuesta de Población Activa para envolver en rigor científico lo que en realidad acaba siendo una mirada simplista, sesgada y posiblemente malintencionada de la realidad del trabajo.

El reciente hincapié sobre el descenso del desempleo en España sirve como ejemplo. Todo un discurso de recuperación económica sustentado sobre una tasa de paro, un indicador que viene rondando el 18%, que efectivamente desciende respecto a los datos cercanos al 25% de los últimos años, pero que duplica con holgura la media europea, situada en el 8,5% en 2016. Hacer discurso de un dato pésimo parece un juego peligroso, máxime cuando, tal y como indican los últimos datos de FOESSA, el 70% de familias españolas no ha percibido ninguna clase de mejoría respecto a su situación durante la crisis.

En una mesa redonda en la que tuve la suerte de participar recientemente, el profesor Josep M. Blanch afirmaba que los occidentales seguimos pensando como trabajadores fordistas aunque estemos trabajando en precario.
Trabajo líquido, casi gaseoso, frente al sólido trabajo de antaño. Un millennial, continuaba argumentando, maltrabaja hoy en condiciones de perpetua flexibilidad sin mayor inquietud, pero, si se le pregunta por su futuro a diez años vista, describirá el trabajo estable y asentado propio del Estado del bienestar. Tras el discurso de la recuperación en torno al empleo está la ilusión de rebobinado al mercado de trabajo estable, lo que ya es animal mitológico. El problema es que, mientras despertamos de la ensoñación, los derechos laborales están siendo triturados en un agresivo proceso de desregulación de las condiciones de trabajo. Y esto también nos lo muestran las cifras. Las cifras, las mismas que sirven para dar las buenas noticias por el incremento de la ocupación, muestran que el trabajo temporal alcanza cifras históricas con una tasa del 26,1% (tasa anual de 2016), la más alta desde 2008. Aquí la tendencia sí está clara: más del 90% de los nuevos contratos firmados en España son temporales.

No es necesario realizar un análisis especialmente profundo para concluir que, tras ese descenso en picado del mercado de trabajo, la recomposición no tiene como finalidad volver al estatus anterior, no es “el retorno al Sueño Americano” que promete Trump, sino que tiene como destino la precarización. La crisis ha servido de estrategia para amparar una nueva reconversión del mundo laboral, una más, en este caso diseñada bajo el dogma del empleo de mala calidad y la precariedad normalizada. Y la cara más extrema de estos nuevos modos de operar se encuentra en los trabajadores pobres: población ocupada que vive por debajo del umbral estandarizado de pobreza. Familias que, pese a contar con puestos de trabajo, sufren una situación económica extrema. En España nos situamos también a la cabeza en esta cuestión, con un 13,1% de trabajadores pobres; únicamente por detrás de Grecia y Rumanía, y alejados de la media de la Unión Europea.

Más allá de los fríos números, la cruda realidad nos presenta a cuatro grupos principalmente afectados por el trabajo en pobreza.

1. En primer lugar, los jóvenes como termómetro perpetuo de la incipiente precariedad. Los analistas europeos contemplan perplejos la alta edad de emancipación de los jóvenes españoles, mientras realmente nadie se está preguntando por las implicaciones de diversa índole que esta situación va a generar en un futuro inmediato. Ante la escasa cantidad y calidad de ofertas de trabajo, seguir viviendo en casa de los padres se convierte en la única salida para evitar, en muchos casos, entrar en procesos de exclusión. Eso aquí se sabe bien.

2. El segundo caso, también relacionado con la edad, es el denominado “edadismo”: personas mayores de 45 años que han perdido su trabajo a raíz de la crisis y descubren lo fatídico del reenganche al mundo laboral.
La recuperación del empleo no pasa por el retorno al estatus perdido; tras la Reforma Laboral de 2012, las nuevas oportunidades laborales se dibujan en el mundo de la precariedad. El sociólogo Robert Castel se refería a este reenganche como “la desestabilización de los estables”. Lo terrible es que este proceso es una condena vitalicia. Al mermar la posibilidad de nuevas oportunidades laborales por encima de los 45 años, y especialmente por encima de los 55, la salida tras el agotamiento de las insuficientes prestaciones por desempleo pasa por el acceso a pensiones no contributivas, lo que penaliza sustancialmente la cuantía de la jubilación, condicionando el resto de la trayectoria vital en la vejez. En España, cabe recordar que más del 50% de los parados supera los 40 años, fenómeno que se entrelaza con el edadismo y que da lugar a una situación dramática. No sólo en lo económico, también en el plano psicológico, pues hablamos de edades de importantes cargas familiares, que al menos en lo material no se pueden satisfacer. En estos días, Netflix estrena la segunda temporada de F is for Family, una serie de animación que narra el desempleo en personas de mediana edad como consecuencia de la crisis del petróleo. El momento de ese retrato venido desde los 70 parece especialmente pertinente, porque expone los procesos de reevaluación personal repetidos en cada crisis. Sin embargo, la crisis actual tiene sus propias reglas: la individualidad se ha apoderado del modo de vida y, con los sindicatos arrinconados, al trabajador actual se le ha convencido de que la incapacidad de encontrar un trabajo digno queda bajo su responsabilidad. Su fracaso. Quizá por no estar lo suficientemente formado. O por estar formado hasta el absurdo y entonces no disponer de las competencias adecuadas, lo cual es difícil de controlar. O simplemente por no compartir los valores de las organizaciones, y esto ya no hay quien lo controle. La desazón de no lograr satisfacer el rol que cada uno se impone acarrea en último término un proceso existencial con el que es difícil lidiar, y de ahí emerge el alcoholismo, el consumo abusivo de psicofármacos, y, como recuerda Ángeles Maestro en Salud mental y capitalismo (Cisma Editorial, 2017), los suicidios en las vías ferroviarias de Madrid de los que nadie habla.

3. Por otro lado está el caso de las mujeres,
que tampoco se libran de trabajar en pobreza. Trabajadoras o no, sufren el complejo proceso de la feminización de la pobreza. Centrándonos en el plano laboral, sabemos que las mujeres son protagonistas de las jornadas laborales más insólitas, a fin de combinar el trabajo fuera de casa y las tareas domésticas y de cuidado. El caso de la jornada parcial en España es un buen ejemplo de esto: el número de mujeres triplica al de hombres. Lo más alarmante es que los hombres que trabajan en este tipo de jornada de manera voluntaria lo hacen para mejorar su formación, mientras que las mujeres lo hacen por motivos relacionados con el cuidado de familiares. Emerge, una vez más, la muestra de que la pobreza en el trabajo está vinculada de manera íntima a los procesos familiares patriarcales, y que, en España, la nula política familiar desarrollada y destinada a ofrecer apoyo lleva a situaciones tan absurdas como que tener hijos se pueda convertir en factor de pobreza para una familia.

4. Por último, nos encontramos con los (llamémosles así) emprendedores. 
Uno ya no sabe cómo llamar a los autónomos entre la colección de neolenguaje que se ha dibujado para impulsar de manera fraudulenta el mercado de trabajo. La figura del emprendedor se ha presentado como el héroe del nuevo milenio, apoyado en sus primeros pasos, claro está, por el Estado, que entiende el mercado de trabajo como un juego de dominó en el que, impulsando la primera pieza, la del emprendedor, se logrará activar el resto a continuación. Un mecanismo infalible… Pero no comprender, o no querer hacerlo, que el problema de lo laboral es estructural hace que el empujón al emprendedor sea un empujón al vacío. La realidad tras el neolenguaje del emprendedurismo muestra el autoempleo como último recurso del que no logra reengancharse. Así, los trabajadores autónomos tienden a terminar sin nada y con deudas, reconocidos por la Organización Internacional del Trabajo como grupo vulnerable al tender a “carecer de protección social y de redes de seguridad para protegerse frente al descenso de la demanda económica”, y siendo a menudo “incapaces de generar suficiente ahorro para mantenerse a sí mismos y a sus familias en épocas de crisis”.

En último término, lo amplio de los grupos vulnerables descritos para el riesgo de convertirse en trabajadores pobres indica dos cosas:
1. que prácticamente cualquier trabajador puede terminar siendo trabajador pobre, y
2. que nos encontramos ante una problemática integral y estructural.

Integral en la medida en la que afecta a la persona a todos los niveles: económico, social, familiar, pero también físico y psicológico. Si el éxito del ciudadano pasa por desarrollar una actividad laboral, pero su desarrollo no le impide salir del riesgo de exclusión social, el mensaje contradictorio que se fragua en cada trabajador pobre concluye en un evidente y marcado deterioro de su salud psicológica. La premisa de que el trabajo proporciona una buena salud mental, mientras que el desempleo se asocia a la depresión y a otros trastornos psicológicos pierde el sentido en este caso. Los datos no dejan lugar a dudas: la salud psicológica de los trabajadores pobres es tan mala como la de las personas en situación de desempleo, y siempre claramente peor a la del resto de trabajadores. Miguel Laparra expone, de forma tan brillante como dura, la implicación integral del fenómeno cuando afirma que “el fenómeno de los trabajadores pobres es especialmente llamativo por poner en cuestión algunos de los valores más básicos de sociedades que se pretenden meritocráticas”.

En definitiva, la existencia de trabajadores pobres evidencia que algo funciona mal en la sociedad actual y pone de manifiesto que han quedado anuladas las tradicionales funciones del trabajo: económicas, de seguridad, de bienestar, de dignidad, de salud mental, y de ciudadanía. Por todo ello, es preciso dejar a un lado la obsesión con las cifras de desempleo, pues no son más que una cortina de humo que nos impide acudir al verdadero problema: la penosa calidad del empleo generado.

Jose A. Llosa. Equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20170719/Politica/14094/Trabajo-pobreza-mujeres-jovenes-autonomos-CTXT.htm

miércoles, 7 de junio de 2017

Fascismo y luchas proletarias en Hawái, 1920-1946

Rafael Rodríguez Cruz

La anexión violenta de Hawái en 1898 fue un acto genocida por parte de la marina de guerra estadounidense en contra de la población autóctona de ese archipiélago del océano Pacífico. Durante la conquista final del territorio, acontecida casi simultáneamente con la invasión de Puerto Rico, no se invocaron ni propósitos civilizadores ni promesas de «derramar sobre los habitantes las garantías y bendiciones de las instituciones liberales» del gobierno estadounidense. Fue un acto frío, desapasionado, como ocurre en cualquier transacción económica de bienes raíces y mercaderías.

Efectivamente, lo acontecido en Hawái en el verano de 1898 adoptó, para algunos intereses, la forma de una mera relación contractual. Desde 1894, el archipiélago vivía bajo un gobierno provisional, resultante de un golpe militar violento impulsado por la burguesía anglosajona residente en las islas y los oficiales de la marina estadounidense. Aunque este gobierno provisional proclamó de inmediato la constitución de la República de Hawái, lo cierto es que se mantenía en el poder gracias a las tropas «extranjeras». La masa de la población hawaiana se había enfrentado sin éxito al golpe de estado, al menos en dos ocasiones. Más de un siglo de violencia por parte de los anglosajones invasores, sin embargo, no solo había mermado drásticamente el número de aborígenes, sino que representó el que estos perdieran sus tierras y recursos ancestrales. Por eso, cuando el gobierno provisional de Hawái ofreció la bahía de Pearl Harbor a la marina a cambio de la anexión, era muy poco lo que la población oriunda podía hacer. El genocidio era ya un hecho consumado. El Congreso de Estados Unidos, con su arrogancia imperial característica, declaró a Hawái «territorio incorporado». Después de eso, nadie mostró mucha prisa en convertirlo en estado de la nación: ni el imperio ni la burguesía anglosajona residente en el archipiélago...

Tarifa arancelaria y boom de exportación

La alianza entre la burguesía anglosajona de Hawái y la marina estadounidense se selló con la transformación del archipiélago en un «territorio incorporado» de Estados Unidos. En la legislación territorial estadounidense esto significaba la futura conversión de las islas en un estado más de la unión norteamericana, con representación proporcional en el Congreso. Pero la clase dominante de Hawái no estaba en 1898 para otra cosa que no fuera la explotación de los recursos expropiados a los pobladores originales. Lo que le importaba era la plena inclusión de Hawái en la tarifa azucarera del imperio. Esta última, bajo los términos del Acta Tarifaria de 1897, era ahora de 1,685 centavos por cada libra de azúcar no refinada que se producía en el país o que se importaba de los territorios, incorporados o no a la nación. Es decir, el precio de cada libra de azúcar hawaiana en el mercado de California era, a partir de 1900, equivalente al precio en el mercado mundial más el bono arancelario de 1,685 centavos.

El efecto de la inclusión plena de Hawái en el arancel de 1897 no se hizo esperar. Las plantaciones de azúcar del archipiélago entraron en sincronía con el ciclo de la agricultura capitalista estadounidense. Precisamente en 1900 comienzan la época dorada del capitalismo agrario en Estados Unidos. Por dos décadas, 1900-1920, los precios de las materias primas ligadas a la producción de alimentos registrarían un crecimiento extraordinario en todo el país. Entre las materias básicas de la producción de comida, el azúcar era un rey.

Ni boba ni perezosa, la burguesía anglosajona de Hawái estableció trece nuevas flamantes plantaciones azucareras entre 1900 y 1913, que vinieron a representar un incremento de 130,000 acres bajo cultivo. Dado que ahora Hawái, bajo las leyes federales de exclusión de 1882, no podía seguir importando trabajadores de China y Japón, los dueños de las plantaciones en el territorio incorporado comenzaron un programa de importación masiva de fuerza de trabajo desde Filipinas.

La nueva fase expansiva de cultivo y exportación de azúcar hawaiana se vio favorecida también por la revolución en las condiciones generales de producción. Entre otras, la apertura del canal de Panamá, que conectó a Hawái con el mercado de productos agrícolas en la costa del Atlántico; el tendido del cable transoceánico, que permitió la comunicación inmediata con el resto del país; la electrificación y telefonía, que facilitó la organización de la industria y, finalmente, la construcción de nuevos muelles marítimos, que agilizó la exportación del azúcar.

La burguesía haole

La anexión de Hawái por Estados Unidos fue la última expansión del territorio norteamericano por la vía característica del capitalismo de libre competencia. En cuanto a la población originaria del archipiélago, todo fue idéntico al proceso de poblamiento de los territorios indígenas de las Grandes Praderas. De hecho, fue casi una réplica exacta de los eventos genocidas de la conquista y destrucción de la civilización dakota en lo que hoy es Minnesota, acontecidos entre 1830 y 1864. Pero, en lo que toca a los residentes blancos que controlaban la tierra y recursos económicos de Hawái desde 1846, no fue un acto imperial. La burguesía comercial y misionera del archipiélago no cedió ni un ápice de su control económico y político interno en 1898 ni después. Incluso la rápida expansión de la economía de plantaciones azucareras fue financiada completamente por la población rica de «haoles», o sea, por los euroamericanos que poblaron a Hawái a expensas de los habitantes originarios. De hecho, estos intereses crearon el Banco de Hawái, precisamente en 1898, para que frenara cualquier intento de dominación por la banca de California. Se trata, pues, de la última vez que se abrió la frontera nacional para que un grupo de burgueses pasaran a formar parte alícuota de la gran burguesía estadounidense. Ni siquiera el caso de Alaska siguió ese camino.

Estructura monopolista y rasgos semifeudales

El rasgo más sobresaliente de la economía de Hawái en 1910 era su centralización e independencia frente al imperio. Efectivamente, para esa fecha un número reducido de haoles eran dueños de casi la totalidad de los recursos de las islas. Se trataba de un imperio interno, que incluía, entre otras cosas, plantaciones azucareras, bancos, la industria de seguros, el transporte interno y externo, ferrocarriles, la distribución de productos minoristas, y el almacenamiento.

La imagen idílica y tropical de Hawái contrasta con una estructura de centralización de capitales que parecía sacada de un capítulo de El Imperialismo: Fase superior del capitalismo. En ningún lugar de Estados Unidos, y posiblemente de toda Europa, había un cuadro de monopolización y centralización tan extrema de capitales y actividades económicas, como en Hawái en 1910. Cinco grandes compañías azucareras, con sede local, controlaban todo. Estas eran: Castle & Cooke, C. Brewer, American Factors, Theo H. Davies y Alexander & Baldwin. Las apodaban las Cinco Grandes.

También los métodos de organización corporativa de las Cinco Grandes parecían sacados de un manual avanzado de centralización de la economía: directores compartidos, propiedad directa sobre las acciones, compañías «holding», acuerdos monopolistas de transporte y financiamiento conjunto vía el Banco de Hawái. Pero los personajes de todas estas operaciones corporativas eran los mismos: un grupo exclusivo de familias anglosajonas, que acumularon su riqueza y poder entre 1846 y 1898. Sobre todo, y para asegurar la lealtad, estaban unidos por un entrelazado sistema de matrimonios y relaciones sanguíneas, cultivado puntillosamente por décadas de vivir como aristócratas feudales frente al resto de la población, en particular los hawaianos.

De las Cinco Grandes, la más vieja y poderosa era Castle and Cooke. Además de poseer extensas plantaciones de caña por todo el archipiélago, esta compañía ejercía un control dominante sobre las finanzas, el almacenamiento y las comunicaciones en Honolulu. Creada por los misioneros calvinistas que llegaron en 1860 desde Boston, este agresivo poder monopólico combinaba la religión y la violencia para ejercer su poder sobre toda la población originaria y la fuerza de trabajo agrícola. En 1914, logró que le transfirieran, sin costo alguno, todas las propiedades hasta entonces en manos de ciudadanos de origen alemán. La Castle and Cooke era también el socio mayor en el Banco de Hawái, en la Hawái Electric Company, en la Hawaiian Pinneaple Company y en el periódico Honolulu-Star Bulletin.

Por debajo de la Castle and Cooke estaban las demás compañías, cuyos dueños operaban como señores feudales menores en cada uno de las islas del archipiélago. Algo así como el modo de producción feudal en el antiguo continente asiático.

Dependencia frente al imperio

A pesar del control extraordinario de la economía local por la burguesía haole, Hawái no pudo escapar completamente a ciertos rasgos de dependencia frente al imperio. En primer lugar, todo el boom agrícola presuponía la estabilidad de la cuota azucarera, y esta se establecía anualmente por el Congreso. En la legislación territorial estadounidense los «territorios incorporados» eran semicolonias; es decir, áreas en tránsito a la condición de provincia ‘estado’, pero sin representación en el gobierno federal. Los productores hawaianos no controlaban su lugar en el mercado de azúcar de la nación.

En segundo lugar, la presencia física de la marina de guerra estadounidense en Pearl Harbor actuaba como un freno ante todo intento de la burguesía local de cuestionar los intereses estratégicos y globales del imperialismo en el océano Pacífico; es decir, de colaborar con otros imperios. Hawái le importaba a Washington no tanto por el azúcar, como por su lugar en el pujante comercio con las naciones de Asia. En eso el gran capital financiero no se corría riesgos, ni siquiera con sus hermanos de sangre.

La garantía efectiva de que la burguesía blanca de Hawái no se saliera de su sitio se estructuraba día a día a través de una persona de confianza de los altos mandos militares en Washington: Walter Francis Dillingham. Mr. Hawái, como lo bautizaron en la capital federal, era un ciudadano bona fide de Hawái, que heredó grandes extensiones de terrenos y ferrocarriles de sus antepasados haoles en el archipiélago. Además, era dueño de una compañía de dragado y construcción de puertos y facilidades de almacenamiento. La marina de guerra de Estados Unidos lo escogió como su punta de lanza en el archipiélago. Así, el Dillingham Industrial Complex era el beneficiario exclusivo de los contratos para el mantenimiento y reparación de las facilidades de la base naval de Pearl Harbor. Dillingham era el que actuaba como representante de la marina en todas las decisiones políticas que se tomaban dentro y fuera del archipiélago, incluyendo la selección del gobernador del territorio. En otras palabras, él implementaba tras bastidores el control de Washington sobre el diseño del gobierno territorial. Hawái tenía un valor geopolítico demasiado grande como para confiar en nadie.

Absolutismo y dictadura

Dada la composición étnica de la población de Hawái y el sistema electoral heredado del siglo XIX, la burguesía haole no podía mantenerse en el poder sino con un gobierno particularmente fuerte frente a los habitantes no anglosajones. Cierto es que bajo la legislación de expansión territorial estadounidense el nombramiento de los gobernadores territoriales era prerrogativa del presidente de la nación. Estos ejecutivos locales, por ejemplo, fueron los que durante toda la segunda mitad del siglo XIX implementaron las políticas genocidas de Washington en las Grandes Praderas y el oeste norteamericano. Algunos hasta tenían títulos militares. Pero Hawái era otra cosa; en parte por la distancia geográfica del continente y, en parte, por la realidad de que la población anglosajona era numéricamente estable. De hecho, al momento de la invasión, la inmensa mayoría de los trabajadores de las plantaciones eran chinos y japoneses. En 1900 comienzan a llegar miles de filipinos y puertorriqueños, para compensar la prohibición de entrada de trabajadores de China y Japón aprobada por el Congreso en 1882 (y entonces aplicable a Hawái). Todos, absolutamente todos los inmigrantes, eran necesarios para el funcionamiento normal de la agricultura de caña de azúcar. Y los filipinos, en particular, venían con una tradición de lucha y rebeldía. El poder de la burguesía blanca residente en Hawái no podía mantenerse internamente, sino con el establecimiento de una dictadura racial similar a la que existía desde 1864 en el sur esclavista.

Fue precisamente Dillingham quien negoció en Washington para el establecimiento de un gobernador territorial extraordinariamente poderoso en Hawái. Este sería nombrado en Washington, pero sujeto al agrado de las Cinco Grandes. En particular, tenía que ser un residente bona fide del territorio incorporado, o sea, un miembro de la casta de haoles.

Dualidad de la economía

Otra característica de la economía hawaiana bajo el régimen de territorio incorporado era su dualidad. Al igual que Puerto Rico y otras naciones tercermundistas, Hawái era un país especializado en el monocultivo y exportación de materias primas. El azúcar suplía las necesidades del capital industrial invertido en la producción de alimentos en los centros urbanos de la metrópoli. Pero, contrario a lugares como Puerto Rico, cinco grandes compañías locales, es decir, no absentistas, tenían un monopolio absoluto de la producción y el comercio exterior del archipiélago. En 1910, por ejemplo, las Cinco Grandes producían 7 de cada 8 toneladas de azúcar para la exportación. Pero la exportación, como tal, estaba 100% en manos de barcos y compañías de transporte de la burguesía haole. Ni una sola libra de azúcar del archipiélago salía en barcos que no fueran propiedad, directa o indirectamente, de las Cinco Grandes. Y ni una sola libra de productos importados llegaba de otro modo. Todo el movimiento de mercaderías, hacia fuera o hacia adentro, tenía que hacerse a través de la Matson Navigation Company. Lo mismo ocurría con el transporte de personas.

En 1906, desafiando la lógica del imperialismo, las Cinco Grandes comenzaron a exportar capitales a Estados Unidos. Así, para garantizar sus ganancias monopólicas, crearon la California and Hawaiian Sugar Company en Crockett, California. Esta se convirtió pronto en una de las refinerías de azúcar más grandes del mundo. La totalidad del azúcar exportado de Hawái era refinada, comercializada y distribuida en la costa occidental de Estados Unidos por esta compañía, controlada 100% por la burguesía haole de Hawái. Esta integración vertical, propia de los monopolios descritos por Hobson y Lenin, hizo posible que las Cinco Grandes entablaran una competencia frontal con las refinerías de la costa del Atlántico, que se suplían de las materias primas baratas llegadas de Cuba y Puerto Rico.

Falsa reforma agraria

Uno de los acontecimientos más desvergonzado en la historia del genocidio de los habitantes originarios de Hawái fue la reforma agraria de 1921. Reducida a una sexta parte de lo que fue a principios del siglo XIX, y ya despojada de sus terrenos ancestrales, la población oriunda del archipiélago comenzó a reclamar la reposesión de las tierras en las plantaciones y su distribución entre los pequeños campesinos. No era propiamente un movimiento para la nacionalización de la tierra, pues buena parte de los terrenos en las plantaciones capitalistas eran formalmente propiedad pública desde los tiempos de la expropiación agraria de 1848, conocida como Gran Mahele. Cerca de 40% de la tierra arable pasó a mediados del siglo XIX a ser propiedad del gobierno. Pero estos terrenos, cuya titularidad estaba protegida por la constitución local, fueron dados en arriendo indefinido a las Cinco Grandes a un precio meramente nominal. Lo mismo pasaba con las extensas áreas de terrenos preservadas por la monarquía hawaiana.

Ante la situación de pobreza extrema del pequeño campesino hawaiano, y ante la indiferencia de la cultura racista haole, el Congreso de Estados Unidos aprobó en 1921 la Hawaiian Rehabilitation Act. Esa ley proveía para la distribución de 200,000 acres de terrenos públicos entre los miles de hawaianos sin techo, que se concentraban en lugares como las «villas de miseria» alrededor de Honolulu. Además, en un lenguaje que hace recordar a las falsas reformas para el supuesto beneficio de los indígenas del continente, la Hawaiian Rehabilitation Act se justificó como un acto liberal de restaurar la cultura hawaiana. Pero casi en una réplica exacta de lo sucedido en 1864 con el pueblo sioux en Minnesota, la inmensa mayoría de los terrenos distribuidos entre los campesinos hawaianos en 1921, estaban localizados en áreas rocosas, arenosas y sin valor agrícola alguno. Más aún, el acta permitió la renovación indefinida de todos los contratos de arrendamiento que beneficiaban a las Cinco Grandes, y removió, sin pudor alguno, todas las restricciones al latifundismo en el archipiélago.

De lo demás se encargaron las fuerzas de los monopolios. Menos del 2% de los terrenos distribuidos en 1921 al campesinado pobre era cultivable. Pero incluso estos cayeron enseguida en manos de las Cinco Grandes. Al carecer de medios de transporte independientes, los pequeños agricultores no tenían otra alternativa que someterse al capricho de los monopolios que controlaban el mercado interior y la compra y venta de productos agrícolas. La poca tierra valiosa pasó rápidamente, por la vía de quiebras forzadas, a manos de la burguesía haole.

¿Cuál fue el resultado la gran reforma agraria de 1921? El mismo de la gran repartición de 1848, pero con mayor impacto humano. Los terrenos infértiles repartidos a los campesinos pobres se convirtieron en arrabales y barrios precarios. La inmensa mayoría de la población originaria de Hawái quedó ahora presa indefinidamente en una condición de depresión económica y social. Comenzó entonces a desarrollarse la industria de entretenimiento a los turistas, reduciendo toda la riqueza cultural del pueblo hawaiano a una caricatura grotesca para beneficio de los visitantes anglosajones.

Finalmente, fue bajo la Hawaiian Rehabilitation Act de 1921 que la burguesía haole del archipiélago se embarcó a gran escala en la construcción de un imperio de producción y exportación de piñas. Como todo en Hawái, esto implicó el uso de métodos violentos por las Cinco Grandes para asirse con la mayor parte del botín. Pronto Hawái monopolizaría el mercado mundial de este producto. Ya a fines de la década, las Cinco Grandes empleaban más de 35,000 obreros en esta industria.

¿Y qué pasó con el sueño de convertir a Hawái en un estado? Pues quedó engavetado. La burguesía anglosajona que se batió a tiros con la monarquía en 1893 buscando la anexión a Estados Unidos, se declaró en 1921 partidaria de continuar para siempre bajo la condición de «territorio incorporado». Ya no eran estadistas, sino autonomistas, como la burguesía colaboracionista y antinacional en Puerto Rico. Dios los cría y el azúcar los junta.

Estructura de clase

La estructura de clases de la sociedad hawaiana durante toda la primera mitad del siglo XX combinaba la explotación agrícola capitalista moderna con una rígida estratificación racial y étnica, que en sus formas externas se asemejaba a un sistema de castas semifeudales. En la cima de esa estratificación social estaban las Cinco Grandes; en realidad, un pulpo que mantenía un monopolio absoluto sobre la producción y exportación de azúcar y piñas en el archipiélago. El núcleo de la clase capitalista anglosajona de Hawái era uno con estas poderosas compañías. A través de relaciones familiares, y de su puntillosa atención a la pureza cultural y racial, la minoría de residentes blancos dominaba todo, incluyendo la banca, las operaciones de bienes inmuebles, el financiamiento y la importación y distribución de bienes internamente. Ni siquiera la clase esclavista del sur era tan racista y virulentamente opresiva. Esto, en gran medida, porque tenían el apoyo incondicional de la marina de guerra más poderosa del mundo.

Además de explotar directamente a la clase trabajadora, con miras a apropiarse de la plusvalía creada en la producción de materias primas, los haoles mantenían un sistema indirecto de opresión económica sobre el conjunto de la población a través del mercado. Las Cinco Grandes controlaban 90% de las ventas minoristas de Hawái y el 100% del mercado de dinero. Así, importaban medios de vida del continente y, dada la ausencia de una agricultura orientada al mercado local, imponían precios exorbitantes sobre los productos más básicos, como los vegetales, las carnes, la leche y las harinas. Los mismos trabajadores que generaban cuantiosas sumas de plusvalía, no podían sobrevivir si no era comprando a crédito en las tiendas de las plantaciones. La engreída clase capitalista blanca de Hawái, cuyos hijos atendían las mejores universidades de Estados Unidos y practicaban con obsesión el deporte de polo, no tenía reparo alguno en lucrarse de los préstamos de usura a pequeños comerciantes y trabajadores desesperados. Todo, mientras predicaba ardientemente los preceptos de la religión y cultos calvinistas. Ni Elmer Gandry, en la novela El Fuego y la palabra (Sinclair Lewis, 1927), identificaba tanto el comercio con la falsa devoción a los cultos protestantes.

La clase obrera y el sistema de castas

En la base de la pirámide social y económica de Hawái estaba una clase trabajadora multiétnica como pocas. Desde mediados del siglo XIX, la burguesía haole dominaba mediante un rígido sistema de explotación basado en la segmentación racial de los trabajadores en las plantaciones.

En realidad, toda la formación social hawaiana durante la primera mitad del siglo XX reflejaba una división del trabajo por origen étnico. Así, por ejemplo, la población china estaba concentrada en los pequeños negocios; la japonesa, en las pequeñas empresas y como asalariados en las plantaciones; la portuguesa, en la artesanía y la supervisión de otros grupos étnicos; los filipinos, en los trabajos menos remunerados en las plantaciones; los hawaianos, en los muelles y la construcción, y los blancos asalariados, en la vigilancia y los trabajos clericales. Dentro de cada sector laboral, los trabajadores eran agrupados por su país de origen. Las escalas salariales correspondían al origen nacional. En la cima, estaban los blancos; completamente abajo, los filipinos; a mitad de camino, los japoneses y puertorriqueños. Además, no se permitía interacción alguna entre los trabajadores de distintas etnias, ni en el desempeño de las faenas ni en los lugares de vivienda propiedad de las plantaciones.

El sistema de fragmentación racial de la clase trabajadora impuesto violentamente por la burguesía blanca de Hawái era objeto de estudio constante por los académicos de la Universidad de Hawái, quienes desarrollaron índices para clasificar la «eficiencia laboral e intelectual» de los distintos grupos raciales. Los filipinos, que junto a los japoneses constituían la gran masa de los trabajadores de las plantaciones, eran considerados personas de inteligencia subhumana y merecedores de la paga más baja. Todavía en 1940 las plantaciones azucareras de Hawái eran notorias por sus métodos viciosos de explotación y maltrato de los trabajadores no anglosajones; también, por el racismo y asesinato de familias obreras. Un representante de la agencia federal encargada de supervisar las negociaciones sindicales, la National Labor Relations Board, visitó Hawái en 1940, y caracterizó el clima laboral como «dominado abiertamente por el fascismo».

Mantener un estado constante de opresión y vigilancia sobre una gigantesca masa de trabajadores no anglosajones dispersa por el archipiélago requería de un despliegue constante y omnipresente de las fuerzas represivas. En el corazón mismo del modelo fascista hawaiano estaban tres instituciones: la Asociación de Patronos Industriales de Hawái, el Departamento de Policía de Hawái y las agencias de inteligencia ligadas a la marina de guerra. A ellas se sumaban gangas de verdaderos blancos malhechores que, pagados por las Cinco Grandes, hacían el trabajo sucio de dar golpizas, secuestrar trabajadores y deportar a la fuerza a los líderes obreros militantes. Se trataba, pues de un clima político y represivo que nada tenía que envidiarle a las bandas fascistas de la década de los treinta en la agricultura de California. Curiosamente, en ambos lugares, Hawái y California, el fascismo surgió vinculado al racismo en contra de la militancia natural de los trabajadores inmigrantes.

Las huelgas obreras y los fascistas, 1920-1938

El obstáculo mayor para la organización de los trabajadores en el archipiélago hawaiano era el sistema de fragmentación racial y étnica creado por la burguesía anglosajona. Además de la escala salarial diferenciada, cualquier intento de organización sindical llevaba al despido masivo de trabajadores de un grupo y su rápida sustitución por los de otro, igual o más necesitados de empleos. O simplemente a la represión con métodos fascistas.

En abril de 1909, ante la imposibilidad de vivir con los salarios miserables que recibían, más de 7,000 trabajadores japoneses se lanzaron a la huelga en las plantaciones. Las bandas de fascistas anglosajones no tardaron en responder. Más de 100 líderes obreros fueron encarcelados por el delito, inventado en medio de la huelga, de «interferir con las operaciones de las plantaciones». La huelga duró tres meses y fue un fracaso para la población obrera japonesa, debido a la división racial del proletariado.

En 1920 la clase obrera hawaiana intentó, por primera vez en la historia del archipiélago, movilizarse solidariamente y por encima de las diferencias étnicas y de lenguaje. Miles de trabajadores japoneses y filipinos se lanzaron simultáneamente a la huelga en varias plantaciones. Pero esta vez la respuesta de la burguesía haole fue más severa. Bandas de fascistas anglosajones, pagadas por los patronos, removieron por la fuerza a miles de familias trabajadoras de sus hogares en las plantaciones. Surgieron así, en el oeste de Honolulu, extensas villas de miseria pobladas por familias sin techo. Aunque el conflicto laboral duró más de seis meses, al final las epidemias de influenza que brotaron en los arrabales lograron lo que los fascistas no pudieron: que los trabajadores desistieran de sus reclamos y volvieran humillados a la explotación en las plantaciones.

En 1924 ocurrió una repetición de los eventos de 1909, pero ahora con un proletariado filipino políticamente consciente. Más de 13,000 trabajadores filipinos se lanzaron a la huelga, preparados para defenderse físicamente de los fascistas. En uno de los muchos enfrentamientos murieron cuatro policías y 16 trabajadores. La burguesía haole, temerosa de la combatividad de los trabajadores filipinos, recurrió en 1924 a la importación de dos pelotones de guardias nacionales armados con metralletas. La totalidad del liderato obrero, ascendente a 60 líderes, fue encarcelado por cuatro años.

La huelga de trabajadores filipinos en 1924 marcó para siempre los parámetros de la lucha de clases en Hawái. La burguesía anglosajona puso en movimiento sus mejores instrumentos de opresión clasista. De un lado, la fuerza bruta de los soldados y las bandas fascistas en la calle; del otro, un arsenal de leyes que parecían sacadas del siglo XXI: el Acta de Sindicalismo Criminal, aprobada en 1919; el Acta de Publicaciones Anarquistas, aprobada en 1921, y el Acta Prohibiendo los Piquetes, aprobada en 1923. A partir de 1925 comenzaría también la deportación de miles de huelguistas filipinos.

Desde el punto de vista de las luchas proletarias se hizo evidente que solo un movimiento huelguista multiétnico podía derrotar al fascismo de la burguesía haole. La coyuntura de lucha de clases en Hawái mostraba los elementos básicos para el ascenso del fascismo: una clase obrera combativa y una clase dominante en guerra abierta con el proletariado. Pero el sistema de fragmentación étnica del proceso de trabajo, así como las diferencias culturales y lingüísticas, impedían una movilización efectiva de los trabajadores en contra de las Cinco Grandes. De hecho, en 1936 estalló una huelga de obreros del transporte interno en Honolulu-Hilo. Aquí se concentraban los trabajadores de origen hawaiano. Nuevamente, la burguesía haole movilizó bandas de fascistas armados que golpearon, secuestraron y encarcelaron a los líderes del movimiento. La huelga duró dos años. El 1 de agosto de 1938 un contingente de 500 trabajadores fue atacado por 60 policías que escoltaban un barco rompehuelgas en la bahía de Hilo. Más de cincuenta obreros sufrieron heridas de bala.

Unidad obrera y derrota del fascismo: 1946

Justo en los años finales de la Segunda Guerra Mundial, la clase trabajadora hawaiana se embarcó en uno de los esfuerzos organizativos más impresionantes en la historia del sindicalismo progresista en Estados Unidos. Se trataba de integrar a todos los trabajadores del archipiélago (japoneses, chinos, filipinos, hawaianos y puertorriqueños) en un solo sindicato que los representara sin distinción. No era algo fácil, pues los trabajadores ni siquiera tenían un lenguaje en común. Mas, para gloria de esta sufrida clase trabajadora, los esfuerzos fueron más que exitosos.

El 1 de septiembre de 1946, bajo el liderato de la International Longshoremen’s and Warehousemen Union (ILWU), cerca de 26,000 trabajadores de la industria del azúcar en Hawái se fueron a la huelga al unísono. El paró duró solamente 79 días, pero durante esas ocho semanas 33 de las 34 plantaciones azucareras del archipiélago estuvieron completamente inactivas. Además, no solo los trabajadores del azúcar se fueron a la huelga, a ellos se unieron enseguida los empleados de todas las subsidiarias y empresas controladas indirectamente por las Cinco Grandes.

En 1946 los trabajadores se unieron verdaderamente por encima de las diferencias raciales y étnicas. De hecho, la comunidad entera, salvo la burguesía haole, se solidarizó con el paro. En todas y cada una de las islas del archipiélago surgieron comités de apoyo a los huelguistas. También florecieron por todas partes centros improvisados para la alimentación de los trabajadores, grupos de recaudación de fondos, organizadores de actividades culturales y de deporte, así como personas encargadas de la educación política. De acuerdo con el Centro para la Investigación y Educación Laboral, de la Universidad de Hawái, más de 50,000 personas se integraron activamente a los comités de apoyo a los huelguistas. Algunas se encargaban incluso de preparar los comunicados en todos los idiomas, para asegurase de la mayor participación posible.

Fortalecidos por la recién desplegada energía de la solidaridad multiétnica, la clase obrera del archipiélago, los no haoles, exigieron el reconocimiento de la unión, así como un contrato único y universal, que protegiera a todo el mundo. Y no se limitaron a la demanda de aumentos salariales, también pidieron mejores viviendas, mejor cuidado médico y el establecimiento de pensiones de retiro. Con la ayuda del nuevo sindicato, los descendientes de los miles de trabajadores de color, tantas veces vilipendiados y maltratados por la burguesía blanca de Hawái, demandaron el fin de la segmentación racial y étnica de los lugares de trabajo, así como la igualdad de salarios entre las razas. Para júbilo de las miles de familias hawaianas, japonesas, filipinas, chinas y puertorriqueñas que apoyaron la Gran Huelga de 1946, la burguesía anglosajona de Hawái claudicó ante la presión del sindicato y la comunidad proletaria entera. Todos los objetivos del paro fueron logrados. En 79 días, la unidad multiétnica y multirracial de los trabajadores del archipiélago puso freno a los extremos racistas de uno de los regímenes de opresión más abusivos del siglo XX. El fascismo de la burguesía blanca de Hawái había tropezado con un adversario formidable: la unidad de los trabajadores por encima de sus diferencias étnicas y raciales.

La lucha de clases continuaría, naturalmente, e incluso plantearía nuevos retos en la postguerra. Pero, en adelante, la clase obrera de Hawái, tendría un instrumento efectivo para afirmar sus intereses: la unidad sindical.

Referencias

Albizu Campos, P. (1975). (Torres, B., ED). Obras Escogidas: 1923-1936. Tomo I. San Juan de Puerto Rico: Editorial Jelofe.

Center for Labor Education and Research. (1917). 1946: The Great Hawai’i Sugar Strike. University of Hawai’i. Consultado en línea: http://www.hawaii.edu/uhwo/clear/home/1946.html.

Hollingsworth, J. R. (1983). American Expansion in the Late Nineteenth Century. New York: Holt, Rinehart & Winston.

Kent, No. (1983). Islands under the Influence. New York: Monthly Review Press.

Kline, J.M. (1983). State Government Influence in the U.S. International Economic Policy. Idaho Falls: Lexington Books.

Lenin, V.L. (1917). El imperialismo: fase superior del capitalismo. En línea: https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/imp-hsc/pref01.htm.

McLaughlin, A.C. (1935). A Constitutional History of the United States. New York: D. Appleton and Century Co.

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U.S. Department of Commerce. (1917). The Sugar cane Industry. Washington. D.C.

Taussig, F. W. (1888). The Tariff History of the United States. New York: G.P. Putnam.

lunes, 29 de mayo de 2017

Cine. Una película diferente. La mano invisible: un incómodo espejo.

Cuarto Poder

- Hay que levantar los ojos y desafiar a un modelo social profundamente injusto. Para desmantelar la dominación hay que dignificar el trabajo y a los trabajadores.

- La película presenta los trabajos y oficios como un parque temático del capitalismo y a los trabajadores como una especie en extinción.

Imagen de un momento de La mano invislible/ El Sur films

Hace ya muchos años en el periódico de la izquierda italiana El Proletario se abría con una profecía: “El capital lo es todo y el trabajo nada. ¿Qué será del capital? Nada. ¿Qué será del trabajo? Todo”. Hoy, esto no se atrevería a afirmarlo ni la izquierda más radical y motivada. Más bien al contrario, nos hemos retrotraído medio siglo atrás. De esto es de lo que habla la película La mano invisible, una metáfora brutal sobre el trabajo en los tiempos actuales.

Basándose en la valiente e innovadora novela de Isaac Rosa, la película de David Macián ha hecho posible llevar a lenguaje cinematográfico una novela muy difícil. Funcionando en régimen de cooperativa y de crowdfunding, con unos actores muy verosímiles, consigue un producto sólido y brillante. Al final de la proyección las ganas de aplaudir se te quitan por el golpe en el estómago.

Tras una despiadada selección de personal, se reúnen en una nave de un polígonos industrial diferentes trabajadores: albañil, carnicero, teleoperadora, costurera, mecánico, camarero, informático… Hacen un trabajo inútil, contemplado por el público. Estas personas son juguetes rotos de esta sociedad, por la crisis, el paro, el fracaso escolar, la inmigración, las derrotas… Muestran sus emociones, sus miedos y sus anhelos. Somos nosotros.

Uno de los aciertos que tiene la película es que nos zarandea y nos obliga a reflexionar. Tras su proyección en la apertura de la XV Muestra de Cine y Trabajo del Ateneo Primero de Mayo se produjo un interesante debate entre director y público en el que participé. Al hilo de la película querría hacer alguna reflexión.

La película presenta los trabajos y oficios como un parque temático del capitalismo, a los trabajadores como una especie en extinción. Algo que recuerda lo que quisieron hacer los nazis con los judíos cuando proyectaban crear en el barrio judío de Praga un museo exótico de una raza extinguida: dejar una muestra, después de aplicar la “solución final” para eliminarlos.

Los neoliberales vienen insistiendo en el fin de la historia y en la desaparición de la clase obrera. Y si nos descuidamos tendrán razón en una cosa: su desaparición como motor de cambio, como fuerza de progreso, como palanca de emancipación social. Pero la clase obrera nunca desaparecerá como sujeto sometido a explotación. Por mucha robotización que se implante, por mucha financiarización de la economía, seguirán siendo necesarios los trabajadores para crear todo lo útil y bello que se produce en el mundo y como generadores de plusvalía. La parábola de la película es que, aunque el trabajo sea improductivo, convertido en espectáculo o performance, el capital siempre podrá sacarle rentabilidad, que es de lo que se trata.

Compartí el visionado de la película con un compañero de @cocacolaenlucha que veía reflejada en ella la situación que viven en la fábrica de Fuenlabrada. No dejaba de repetir entre dientes: “¿Pero por qué no se organizan?”. Y esta es la clave. Él sabe bien qué pasa cuando te hacen acoso laboral, cuando la empresa intenta que te sientas un inútil. Es la guerra psicológica contra los trabajadores. Frente a la dignidad de un trabajo bien hecho, les ofrecen el vacío laboral. No hay tarea, aunque estés en la fábrica, aunque hayas ganado la sentencia que obliga a la readmisión.

Lo único que te queda, entonces, es establecer complicidades con los compañeros, organizarte y luchar. Es lo único que da sentido a las cosas, es lo que impide que salga lo peor de cada uno: el individualismo, la insolidaridad, el sálvese quien pueda. Y que se recuperen los valores de la clase obrera de siempre: conciencia, ayuda mutua, empatía con los demás, determinación de dar la pelea y de ir en serio.

Ahora corren malos tiempos para los trabajadores, para ese precariado creado por sucesivas reformas laborales. Los sindicatos están debilitados e, incluso, desprestigiados, ante los nuevos colectivos. Por ello, no hay más remedio que apostar por la regeneración de las instituciones obreras a través de una mayor horizontalidad y participación de la gente; trenzando alianzas con los movimientos sociales y la izquierda política, porque solos no pueden plantar cara a un sistema depredador en todos los órdenes.

Para hacer frente al capital hay que redescubrir la utilidad de los sindicatos, de la solidaridad, de la organización y de la conciencia obrera. En ello debemos de empeñarnos. Espera un largo camino, pero cualquier viaje se puede hacer cuando hay movimientos y personas que quieren emprenderlo y tienen la firme determinación de luchar, de no ser sumisos. La manera de superar la enfermedad es no interiorizar la derrota.

Hay que comprender las nuevas realidades del mundo del trabajo. No son tiempos de titanes reivindicativos de mono azul y manos encallecidas, sino de un pueblo de hombres y mujeres vestidos de mil maneras, muchas veces con un título en el bolsillo, trabajando precariamente y pugnando por sobrevivir. Hay que levantar los ojos y desafiar a un modelo social profundamente injusto. Para desmantelar la dominación hay que dignificar el trabajo y a los trabajadores. Porque, no se nos olvide: cuando algo no se hace respetar acaba siendo despreciado.
PD: La película se sigue proyectando en los cines Princesa de Madrid. No se la pierdan.

Fuente:
https://www.cuartopoder.es/cultura/2017/05/22/la-mano-invisible-un-incomodo-espejo/