viernes, 29 de marzo de 2024

Cuáles son las teorías sobre los fenómenos aleatorios por las que Michel Talagrand ganó el “Nobel” de Matemáticas

-Nobel de las Matemáticas.


Michel Talagrand

FUENTE DE LA IMAGEN,PETER BADGE / TYPOS1 / ABEL PRIZE 2024

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Nuestras vidas están llenas de fenómenos aleatorios. Mucho de lo que nos sucede parece obra del azar, desde quiénes nos tocan como padres hasta cuándo y cómo morimos.

Michel Talagrand lo llama "la mano dorada del destino", y ha dedicado su vida a tratar de entender aquello que parece impredecible.

Por su trabajo, que revolucionó el campo de la probabilidad y la estadística, el matemático francés de 72 años ha sido galardonado con el Premio Abel 2023, otorgado por la Academia noruega de Ciencias y Letras, considerado por muchos el "Nobel" de las matemáticas.

"Talagrand es un matemático excepcionalmente prolífico cuyo trabajo ha transformado la teoría de la probabilidad, el análisis funcional y la estadística", dijo la Academia al anunciar al ganador.

"Su investigación se caracteriza por el deseo de comprender problemas interesantes en su nivel más fundamental, construyendo nuevas teorías matemáticas a lo largo del camino".

El francés, quien en 2019 ya había ganado el Premio Shaw -considerado el Nobel oriental- trabajó toda su vida como investigador del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (estuvo ahí desde 1974 hasta su retiro en 2017).

Talagrand es el quinto francés que gana el premio desde su fundación en 2003.

Se sumergió en sus estudios después de que una enfermedad genética amenazara su vista cuando era niño y posteriormente descubrió su talento para las matemáticas y la física.

Tras agradecer el premio, el matemático anunció que dedicará los cerca de US$700.000
 con el que está dotado, más el dinero que recibió por el Premio Shaw, a crear un nuevo galardón en sus "áreas favoritas de las matemáticas".

Seguramente, entre estas estén las tres áreas de trabajo en las que más destacó Talagrand, según la Academia noruega: la concentración de la medida, el vidrio de espín y el supremo de los procesos estocásticos.

Aquí te explicamos en qué consisten estas teorías.

Moneda 

Moneda

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Si la lanzas solo una vez, tienes un 50% de posibilidades de que caiga de cara y otro 50% de que caiga de cruz.

La concentración de la medida
"Cuando un proceso depende de una variedad de diferentes fuentes de aleatoriedad, en lugar de volverse más complicado, es posible que los diferentes factores aleatorios se compensen entre sí y produzcan resultados más predecibles".

Así explica la Academia noruega el "contraintuitivo" fenómeno de la concentración de la medida.

"Talagrand ha dado estimaciones cuantitativas precisas al respecto", agrega. En otras palabras: logró la manera de dar algo de previsibilidad a procesos aleatorios.

El ejemplo que más se suele citar es el de la moneda lanzada al aire.

Si la lanzas solo una vez, tienes un 50% de posibilidades de que caiga de cara y otro 50% de que caiga de cruz. Pero si la sigues lanzando las probabilidades se hacen más complejas.

La mitad de las veces caerá según el valor esperado (50%-50%), y la otra mitad según el valor menos esperado (otra vez cara u otra vez cruz).

Gracias a la concentración de la medida se puede estimar que si lanzas la moneda 1.000 veces, hay una probabilidad del 99,7% de que caiga de cara entre 450 y 550 veces, mientras que solo hay dos millonésimas de un 1% de posibilidades de que caiga de cara 600 veces.

"Uno de los grandes logros de Talagrand ha sido examinar este fenómeno en detalle y mejorar enormemente nuestra comprensión del mismo", señaló la Fundación Shaw Prize, al distinguirlo en 2019.

"En particular, demostró desigualdades famosas, utilizando técnicas completamente nuevas, que dan nuevos resultados de concentración que se utilizan ampliamente en muchos entornos importantes diferentes".

Michel Talagrand tras recibir el Premio Shaw en Hong Kong 

Michel Talagrand tras recibir el Premio Shaw en Hong Kong

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En 2019 Talagrand recibió el Premio Shaw en Hong Kong.

El vidrio de espín

El vidrio de espín es un sistema magnético en el que los átomos se organizan de forma completamente aleatoria y desordenada.

Estos fenómenos son notoriamente difíciles de analizar ya que consisten de variables aleatorias que, a su vez, interactúan aleatoriamente.

Si bien el físico italiano Giorgio Parisi -ganador del Nobel de Física en 2021- logró desarrollar una fórmula para predecirlos, fue Talagrand quien pudo comprobar esta importante teoría física, proporcionándole una base matemática completa.

"Talagrand utilizó sus conocimientos de estadística y probabilidad para demostrar los límites de cómo se puede comportar la materia del vidrio de espín", explicó la Academia noruega.

De esta forma "completó" el trabajo del premio Nobel, señaló.

El supremo de los procesos estocásticos
Un proceso estocástico es una colección de variables aleatorias que interactúan.

El "supremo" es el valor más grande que se puede esperar de una colección de esos valores.

Poder calcular este supremo es de utilidad para el campo de la estadística.

La Academia noruega da el siguiente ejemplo: "Si la altura de las olas que rompen en una playa es un proceso estocástico, es útil saber cuál será probablemente la ola más grande que golpeará la playa el próximo año".

"Talagrand ha desarrollado innovadoras herramientas matemáticas para analizar estos máximos", señala.

El Premio Abel, que lleva el nombre del matemático noruego Niels Henrik Abel, fue creado por el gobierno de Noruega, en parte para compensar la falta de un Premio Nobel de Matemáticas.

El ganador es elegido por un comité de cinco matemáticos reconocidos internacionalmente. 

Vanessa Quintanar, historiadora: “La patata fue el alimento americano que tuvo peor recepción”

Esta investigadora ha estudiado el reflejo de la llegada de los productos americanos en la pintura y la literatura: Velázquez fue el primero que pintó un pimiento y el pavo ya aparece en ‘El Quijote’

La investigadora Vanessa Quintanar, en el Museo del Prado, ante el lienzo 'Despensa', de Peeter Boel (mediados del siglo XVII).

Vanessa Quintanar (Madrid, 43 años), historiadora de la alimentación y profesora invitada en el Máster de Gestión e Innovación de la Cultura Gastronómica de la Universidad de Cádiz, acaba de publicar Cibus Indicus: Alimentos americanos en las artes y ciencias de la Edad Moderna europea (siglos XVI-XVIII) en el sello Teatrum Naturae. Detrás de este título, se esconde el apasionante relato de cómo los alimentos americanos fueron ocupando un lugar cada vez más importante en el arte y la literatura europeas. Aparecen Velázquez, Cervantes, Quevedo, Tirso, maestros flamencos, Goya… Se trata de una obra que permite contemplar la pintura de una forma completamente diferente. La entrevista se realizó esta semana en el Jardín Botánico de Madrid y acabó con un paseo por el Museo del Prado donde, sostiene, “se puede aprender tanto de los alimentos como en los recetarios”.

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Pregunta. ¿En qué medida cambió la alimentación en España y Europa a partir de 1492?
Respuesta. Cambió en todos los niveles. Es decir, cambió no solo porque llegaron nuevos alimentos, sino que también se transformó la manera de cocinar. Supuso un reto para los hombres y mujeres de aquella época que encontraron alimentos que no sabían muy bien cómo encajar. Es decir, no fue solo una cuestión material, física, de alimentos, sino también de ideas.

P. ¿Fue una transformación muy rápida?
R. Fue bastante rápida. Hay alimentos como el pavo, que se llamaba gallipavo, y que el propio Colón trae cuando regresa. Y sabemos que, más o menos, en torno a 1515/17 llegan a Italia. Las aves en ese momento eran consideradas el summum gastronómico, con lo que el pavo es una buena noticia. Estaban comiendo cisne o cormorán. No los he probado nunca, pero intuyo que el pavo debe estar bastante mejor. El famoso chocolate en principio fue una especie de secreto de la Corte española. Como cuenta la historiadora Carmen Simón, se escondía en el guardajoyas.

Cuatro de Jan Brueghel el joven 'La abundancia' (1625), en el Museo del Prado, en el que aparecen numerosos alimentos y animales provenientes de América.

Cuatro de Jan Brueghel el joven 'La abundancia' (1625), en el Museo del Prado, en el que aparecen numerosos alimentos y animales provenientes de América. INMA FLORES

P. ¿Era un tesoro?
R. Absolutamente. Era un regalo a los reyes o a los papás, o si se casaba una hija en una corte extranjera, le mandaban chocolate. Pero en principio era algo muy restringido. Luego, poco a poco, pasa a las clases populares. Aunque obviamente el chocolate que consume la corte no es el que toma el pueblo. Y luego están la patata, el maíz o el tomate. La literatura del Siglo de Oro es una mina porque no solo los encontramos; sino que se utilizan para definir. Tirso de Molina, a la hora de caracterizar a los gallegos, habla del pan de maíz. O Quevedo decía que los andaluces venían cargados de deseos y de patatas.

P. ¿En su libro explica que Quevedo y Gracián ya hablan del pavo?
R Es el único animal americano que es nombrado en El Quijote. Cuando están hablando Quijote y Sancho de las comilonas de los nobles, en un momento dado Sancho asegura que “mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas”. Se habla también en el siglo XVII de la ensalada de tomate y pepino. Es decir, el arte nos está diciendo que esos alimentos se están consumiendo.

'Vieja friendo huevos', de Diego Velázquez, cuadro conservado en la National Gallery de Escocia.

P. También explica que Velázquez fue el primer artista que pintó el pimiento rojo.
R. Más que decir que es el primer pimiento representado, sería el primero que he encontrado. Es el primer pimiento claramente en su función alimenticia, porque aparecen en cuadros flamencos como alegorías de la abundancia. Pero en el caso de Vieja friendo huevos [cuadro de 1618 conservado en la Galería Nacional de Escocia] está claro que ahí ya tiene esa función. Uno puede aprender tanto de alimentación paseando por el Museo del Prado como leyendo recetarios.

P. ¿Cree que hay otro momento en la historia donde la comida haya cambiado tanto en tan poco tiempo como la llegada de los alimentos de América?
R. Los historiadores suelen hablar de tres momentos en los que se ha forjado la gastronomía o la alimentación en España. La más antigua es Roma, con la llegada de la vid, el olivo y el trigo, que son como la tríada mediterránea. Después, por supuesto, está el mundo árabe, que trae tantas cosas, sobre todo de Asia: el azúcar, el arroz, los cítricos. Y luego ya sería la incorporación de los alimentos americanos. En los siglos XIX y XX se produce otra revolución, no tanto en los ingredientes, sino en la transformación de esos alimentos como la comida preparada o la tecnología aplicada a la comida.

P. ¿Cree que la alimentación es una especie de antídoto contra el racismo pese a que muchas veces se utiliza la comida como fuente de nacionalismo?
R. Desde luego me parece que es una cura de humildad. Es decir, cuando uno habla de la gastronomía española, al final es una mezcla de cosas. Ahora que está tan de moda el tema de la colonización y la descolonización, me parece que los alimentos son una cosa bonita porque fue un intercambio en el que las dos partes salieron beneficiadas. Nosotros recibimos muchos alimentos, pero también llevamos muchas cosas interesantes sin las cuales ahora mismo la gastronomía, por ejemplo mexicana, tampoco sería igual, como la carne de vaca o cerdo.

Ahora que está tan de moda el tema de la colonización y la descolonización, me parece que los alimentos son una cosa bonita porque fue un intercambio en el que las dos partes salieron beneficiadas

P. ¿Qué alimento americano tuvo más problemas?
R. De todos los alimentos que he estudiado, la patata fue la que lo tuvo peor recepción. Llega más tarde porque no está en la zona de México, sino que se da en el Altiplano. Se enfrenta a todo tipo de problemas porque entre otras cosas es de la familia de las solanum, que desde la antigüedad en Europa tienen muy mala fama, como la belladona. Luego había toda una corriente médica que asimilaba la forma de los frutos con posibles enfermedades y se decía que transmitía la lepra. Pero, a través de los libros de cuentas, se sabe que se comía, porque obviamente la gente no estaba para remilgos, aunque era oficialmente alimento de animales. Sobre todo tiene mucho éxito en el norte de España. Luego, durante las hambrunas europeas, salvó la vida a millones de personas.

P. ¿Y cuándo comienza a aparecer en la pintura el gazpacho, otra comida típicamente española con ingredientes americanos como el tomate y el pimiento?
R. En el arte no lo he visto, aunque el tomate aparece bastante pronto. Pero, a principios del siglo XX, Emilia Pardo Bazán sostiene en La cocina española antigua que el gazpacho era una sopa de braceros, pero que ahora se sirve en la mesa del rey. Ya es un plato nacional.

'Un pavo muerto', cuadro de Francisco de Goya conservado en el Museo del Prado.

P. ¿Y cuándo se pierde la memoria de su origen y dejan de ser alimentos exóticos para convertirse en nacionales?
R. Cuando hablo de esto, siempre pongo como ejemplo un cuadro del Museo del Prado, Un pavo muerto, de Goya. Es un cuadro pequeño, que pasa bastante desapercibido. Es muy interesante porque forma parte de una serie de bodegones que hizo al mismo tiempo que los Desastres de la guerra. Siempre pongo ese cuadro, pintado entre 1808 y 1812, como ejemplo porque el pavo ha pasado de ser un animal exótico, raro, a representar al pueblo español masacrado, que es un poco lo que está simbolizando con esa serie. Este pavo es como si lo hubieran asesinado. Veo ese cuadro y pienso que este alimento ya forma parte de la idiosincrasia de los españoles. Diría que ocurrió en ese momento, en el siglo XIX. Y luego esos alimentos ya no solo forman parte de nuestra gastronomía, sino que fueron su santo y seña.

jueves, 28 de marzo de 2024

Matar, morir y ascender en las legiones: el British Museum de Londres repasa la vida en el Ejército romano imperial con una exposición espectacular.

La muestra exhibe el único escudo rectangular que se conserva y una coraza de la masacre de Varo, entre otros objetos excepcionales
Casco romano en la exposición sobre las legiones.


Alístate en las legiones, dicen; que verás mundo, dicen. No es raro enfilar la entrada entre columnas del British Museum repitiéndote las frases de Astérix legionario y marcando el paso, aferrando el paraguas como un pilum y buscándote el gladio, la espada. Se llega a la exposición Legion, life in the Roman army (Legión, vida en el ejército romano), inaugurada este mes en Londres (Londinum) y que puede visitarse hasta el 23 de junio (non deesset eam!, ¡no se la pierdan!), con altas expectativas. Nervio y ansia. Las legiones en el British, ¡guau!, es como tener una cita con Máximo Décimo Meridio, el general de Gladiator, y con sus tropas en los bosques de Germania. Así que tras enseñar el tique (ha habido que hacer prerreserva, la exposición está petada) y musitar para ti mismo el santo y seña de las legiones del Norte (“fuerza y honor”), accedes en las galerías Sainsbury del museo al proceloso y excitante mundo de los soldados romanos, ¡ave!

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La exhibición, que consta de más de 200 objetos arqueológicos (procedentes de museos y colecciones privadas), algunos simplemente únicos y sensacionales, y va acompañada de un voluminoso catálogo a cargo de su propio comisario, Richard Abdy, conservador del British Museum, propone un extenso y emocionante recorrido por la experiencia del servicio en filas en las fuerzas de la Antigua Roma y la evolución de su impresionante maquinaria bélica, con la que sometió al mundo. Todo el rato te acompañan el inquietante sonido grabado de cientos de sandalias claveteadas marchando y la alta sombra de las águilas, los principales y venerados estandartes de las legiones. En las salas se despliegan junto a los objetos arqueológicos dibujos, gráficos y elementos escenográficos para aumentar la comprensión y dar ambiente.

La exposición, que aprobaría Vegecio, se redondea con áreas de actividades (que hacen la delicia de los niños y de no pocos adultos) en las que puedes probarte un casco romano, alzar un escudo y hasta experimentar el olor de un fuego de campamento o del sudor tras un día de marcha. Y ver el contenido de una letrina (!). También puedes medirte para ver si te hubieran admitido en las legiones: a partir de 1,72 estabas dentro. La edad máxima eran 35 años. Otro requisito era tener al menos un testículo.

Entre lo más espectacular que se exhibe, un par de blancos de tiro (uno de madera con forma humana que muestra la marca de las espadas, y otro un cráneo de buey perforado por proyectiles), una sandalia (cáliga) y una bota (calceus) militares (¡y un calcetín!, que se llevaba con las sandalias), un gran cornu (trompa de órdenes), un estandarte de dragón (draco) que cargaba, claro, el draconarius, y las extravagantes máscaras de parada de caballería; y algunas preciosas espadas con sus vainas. Absolutamente extraordinarios son la coraza segmentada casi completa hallada nada menos que en el campo de batalla del desastre de las legiones de Varo (Kalkriese) y que testimonia la mayor derrota del ejército romano —tres legiones, la XVII, la XVIII y la XIX, 20.000 soldados, completamente aniquiladas en una gran emboscada de los germanos que incluyó luego salvajes sacrificios humanos (alístate, dicen)—, y un scutum, el icónico escudo rectangular de los legionarios, procedente de Dura Europos (Siria) y que es el único de su clase que se conserva (un dibujo mural muestra una sección de legionarios haciendo la famosa tortuga con sus escudos).
El escudo romano de Dura Europos, en la exposición.El escudo romano de Dura Europos, en la exposición.
También se pueden admirar, en una maravillosa galería de armas, un trozo de armadura con escamas de dos tipos distintos (lo que prueba una reparación), procedente del Muro de Adriano; cascos de distintos tipos que muestran la evolución hacia una mayor protección, algunos con grafitos con los nombres de sus propietarios (en uno figuran cuatro, lo que sugiere hasta cien años de uso, que ya es reciclaje), y uno (el yelmo Meyrick) con insólitas decoraciones celtas, testimonio de su empleo por alguna unidad de auxiliares de uno de esos pueblos. A destacar asimismo la coraza de escamas de un caballo de jinete acorazado (clibanarios o catafractos) y la confeccionada con piel de cocodrilo, que es uno de los más curiosos artefactos que exhibe habitualmente en sus salas romanas el British Museum.

Pero probablemente lo más impactante y conmovedor sean los esqueletos que se exhiben. El más impresionante, el del soldado hallado en Herculano y que llevaba su cinturón militar con espada y daga ad exercitum manere (no está claro si participaba en un intento de evacuación de civiles acorralados por la erupción del Vesubio o si pasaba por ahí, en un mal día, realmente). Se pueden ver también los de otros dos soldados que al parecer fueron asesinados y arrojados a un pozo en Canterbury con sus espadas y sus botas claveteadas. Otro esqueleto que se muestra (para ilustrar que se ejecutaba así a veces a los soldados cobardes y a los prisioneros de guerra) es el de un crucificado, con un clavo todavía atravesándole el tobillo. La exposición recuerda que pese a todo el entusiasmo que pueden provocar, las tropas romanas actuaban con salvajismo y rapacidad, esclavizaban, y a menudo actuaban como fuerzas de ocupación y policía. Parafraseando a Calgaco citado por Tácito, creaban un desierto y lo llamaban paz.
Coraza segmentada de un legionario romano hallada en Germania, en la exposición sobre las legiones en el British Museum.
Coraza segmentada de un legionario romano hallada en Germania, en la exposición sobre las legiones en el British Museum.

Coraza segmentada de un legionario romano hallada en Germania, en la exposición sobre las legiones en el British Museum. PETER NICHOLLS (GETTY)

Ante la extrema dificultad de abarcar toda la larguísima historia militar romana (grosso modo un milenio, del 500 antes de Cristo al 500 después), la muestra se ciñe a dos siglos, el periodo que va desde el primer emperador, Augusto (que reinó del 27 a. C. al 14 d. C.), bajo el que se asentó la idea del soldado profesional, de carrera (hasta entonces las legiones se constituían y deshacían para campañas específicas; a partir de ahora van a ser un ejército permanente), a Maximinus Thrax, Maximino el Tracio (235 -238 d. C.), el primero de los “emperadores soldado” del siglo III, lo que puede verse como la máxima promoción que puede alcanzar un hombre salido de las filas. Si Augusto fue un gigante por sus realizaciones, Maximino, el primer emperador de origen bárbaro y el primero también que nunca pisó la ciudad de Roma, lo fue por la talla (2,61 metros, con esa altura te enrolabas por la puerta grande).
Equipamiento militar romano en la exposición sobre las legiones en el British Museum.Equipamiento militar romano en la exposición sobre las legiones en el British Museum.
PETER NICHOLLS (GETTY IMAGES)
La muestra nos explica cómo se enrolaba uno, las opciones que había de hacerlo (podías ser legionario, la opción first class, o auxiliar, o marino de las fuerzas navales), el adiestramiento (durísimo), las técnicas de combate (“el conocimiento de la disciplina militar alimenta la audacia para combatir”, sostenía Vegecio), el equipamiento (27 kilos que había que cargar cada uno, cinco kilos solo el escudo), los rangos (con los centuriones como la espina dorsal de las legiones), las recompensas, los castigos (terribles, incluida la decimatio, el diezmado de tropas arrugadas en la lucha), la sanidad militar, la caballería (el jinete más exitoso quizá sea Tiberius Claudius Maximus, que atrapó al rey dacio Decébalo), los campamentos (se exhiben fragmentos de tiendas y piquetas) y fuertes, y la forma en que uno, si sobrevivía (solo lo hacían la mitad de los soldados), se acababa licenciando tras 25 años de servicio. Se exhibe el ejemplo más antiguo de diploma de retiro, el concedido por el emperador Claudio, de coja memoria, a un tracio que sirvió en la marina de Misenium y que respondía al fenomenal nombre de Sparticus Dipscurtus. Se les concedió la ciudadanía a él, a su mujer y a sus hijos.
 
Máscara de parada de la caballería romana, en la exposición del British Museum sobre las legiones.Máscara de parada de la caballería romana, en la exposición del British Museum sobre las legiones.


Un espacio central está consagrado a la experiencia terrible de la batalla, un vórtice de violencia representado por imágenes de lucha, estrépito de armas, pilums sobrevolándote y una balista, una de esas máquinas de artillería (denominadas genéricamente tormenta) con las que el general Máximo de Russell Crowe desataba el infierno en Germania. En otro ámbito de la exposición, una estatua de un perro moloso parece también un guiño a nuestro soldado romano favorito de ficción, con permiso del Marcelo Galio de La túnica sagrada y el Marco Flavio Aquila de La legión del águila. Mesala sería más del ámbito deportivo.

Para transitar por esa historia de legiones y guerras, la exposición, la primera que dedica el British al ejército romano, va presentando a diferentes militares, a los que vemos cara a cara representados sobre todo en sus monumentos funerarios. Ahí están Quintus Petilius Secundus, de la legio XV Primigenia, aferrado a su pilum; Firmus Ecconis de una cohorte auxiliar recia (de Raetia), con escudo ovalado característico y jabalina; el portaestandarte (signifier) Pintaius Pedicili, que cargaba una de las insignias de la cohorte auxiliar V Asturum; el joven y malogrado centurión de orejas de soplillo Marcus Favonius Facilis y el veterano Marcus Caelius, el primus pilus, el único centurión de la primera cohorte (milaria) de una legión, la que llevaba el águila, con su identificativa y temida vara de vid (vitis) y cargado de condecoraciones. Los centuriones de su clase cobraban 80 veces más que un legionario de base, y eso sin trienios.
 
Un aspecto de la exposición sobre las legiones.

Se nos invita a seguir especialmente la carrera de dos militares que ejemplifican la experiencia de ser soldado de Roma: Apion y Claudius Terentianus, ambos del siglo II y los dos documentados por sus cartas a casa, de las que se presentan significativos extractos. Terentianus fue rechazado inicialmente en las legiones por falta de recomendaciones y tuvo que empezar en la marina, un destino menos glamuroso. Finalmente, acabó como legionario enfrentándose a los partos. También pueden seguir los niños la carrera de un tercer soldado ilustrado en dibujos de historieta, Rattus, una simpática rata auxiliar (“armas de segunda clase y paga de mierda”) creada por los autores de la serie Esa terrible historia (publicada en España por Molino), Terry Deary y Martin Brown.

Entre las curiosidades que menciona la exposición, el que existían unidades de caballería romana montada en camellos (dromedarii), que en las legiones se inventaron los hospitales móviles, que a los soldados se les hacía un tatuaje identificativo (a partir del siglo III una placa de plomo colgada del cuello), que la medicina romana era capaz de curar a un soldado que había sufrido evisceración intestinal, o que los marinos, pese a su poco prestigio, eran utilizados para operaciones especiales (Nerón les hizo hundir la barca de su madre y luego, ya que no se ahogó, asesinarla); ayudaron a levantar el Muro de Adriano, y se crearon con ellos varias legiones.

La exposición desmonta algunas ideas corrientes como que había alguna lógica u orden en la numeración de las legiones o que los remeros de las galeras romanas iban encadenados. Explica también que los legionarios avanzaban pisoteando a los enemigos caídos con su calzado con clavos, que eran como las botas de rugby con tacos. Así que si has estado en medio de una melé particularmente reñida puedes imaginar, añadiendo gladios y muy mala leche, lo que era el avance de las legiones, las famosas picadoras de carne. La variación en el equipo de los soldados era muy grande, no existía la uniformidad que se ve en las columnas de Trajano y Marco Aurelio.

Se presta atención (o tempora!) a la presencia de mujeres en el ámbito de las legiones, y así figuran Agripina la Mayor, que con su decisión, convenciendo a los soldados de que no lo abandonaran, salvó un puente en Germania, o la emperatriz Julia Domna, que acompañaba a su marido Septimio Severo, recibió el apelativo de mater castrorum, madre de los campamentos, y al parecer se hacía un peinado característico para la vida en campaña. Se exponen algunas de las famosas cartas del fuerte de Vindolanda (incluida una invitación a una fiesta) que arrojan luz sobre el papel de las mujeres en los acuartelamientos, en este caso en los límites del imperio (junto al Muro de Adriano). Un grupo de mujeres torturando prisioneros en la columna de Trajano puede que fueran vengativas viudas de guerra romanas. Falta quizá mencionar a acerbas enemigas de Roma como Buodica, la reina guerrera de los icenios en el levantamiento de las tribus britanas, o Veleda, que no era una fregona sino una sacerdotisa y vidente germana que alentó la revuelta bátava en el año de los cuatro emperadores, el 69. Una máscara de parada de caballería con las facciones de una amazona introduce el tema —sugiere la exhibición— de que acaso su portador adoptaba una identidad transgénero durante su actividad. Eso, desde luego, no estaba en Astérix legionario.

Los orígenes del capitalismo, la esclavitud

Un libro publicado recientemente en el Reino Unido sitúa la esclavitud en el corazón de la Revolución Industrial británica. Un estudio valioso para comprender nuestro mundo y su evolución.

La cuestión de los vínculos entre esclavitud y capitalismo viene de lejos y sigue desatando pasiones y debates. Si bien el estudio de los vínculos entre la producción basada en la esclavitud y el nacimiento de la sociedad capitalista está hoy bien asentado en Estados Unidos, esta labor sigue siendo menos importante para Europa, donde nació el capitalismo.

Estados Unidos es un caso muy especial porque su economía se estructuró en torno a la esclavitud. En el Viejo Continente, los historiadores económicos apologistas del capitalismo han defendido durante mucho tiempo -y siguen haciéndolo- la idea de que la esclavitud fue un factor secundario en el nacimiento de la Revolución Industrial. Para muchos, la trata de esclavos fue una especie de "detalle" en la historia económica del capitalismo.

Un libro publicado en 2023 por Polity y aún no traducido al francés arroja nueva luz sobre las primeras horas del nacimiento del capitalismo y desentraña esta narrativa, construida en gran medida a lo largo del siglo XIX, tras la abolición de la esclavitud.

En Slavery, Capitalism en Industrial Revolution, dos investigadoras, Maxine Berg y Pat Hudson, sitúan la esclavitud y el sistema de plantaciones que surgió de ella en el centro del desarrollo de la economía británica en el siglo XVIII. Y lo convierten en un factor determinante de la Revolución Industrial y de las formas particulares que ha adoptado el capitalismo británico hasta nuestros días.

El libro es importante porque se basa en una gran cantidad de datos que intentan trazar el impacto global de la esclavitud en el desarrollo económico. El objetivo de las dos investigadoras es comprender cómo esta actividad y la de la plantación caribeña, que no podría haber existido sin el comercio de esclavos, tuvieron un impacto más amplio en el conjunto de la economía británica: en el comercio, la industria, las finanzas, la agricultura y el consumo. Y cómo esta influencia sentó las bases de la Revolución Industrial y del poder capitalista británico en el siglo siguiente.

Redescubrir la importancia de la esclavitud en la economía del siglo XVIII

"La esclavitud formó parte [de la transformación de la economía capitalista británica en el siglo XVIII]. Y no sólo formó parte de ella, sino que estuvo en su centro, influyendo en la transformación de la agricultura doméstica, la formación de capital, el cambio tecnológico, la transformación de las prácticas comerciales y financieras, y la revolución de las finanzas públicas y privadas", explican las autoras.

El libro explora cada una de estas facetas, no sólo "siguiendo el rastro del dinero" procedente de los beneficios de las plantaciones y el tráfico de seres humanos hacia las inversiones que alimentaron la Revolución Industrial, sino también considerando cómo estos sectores influyeron en la forma en que la gente hacía negocios, innovaba, contrataba créditos y consumía.

Uno de los grandes intereses de este libro es que no se limita a "rastrear" los flujos financieros, sino que adopta un enfoque más global que ve la trata de esclavos y la industria como lo que realmente fueron: un importante sector capitalista dentro de una economía británica en transición.

Como señalan las autoras, los contemporáneos eran muy conscientes del papel crucial que desempeñaba la esclavitud en la economía británica del siglo XVIII. En 1718, William Word, plantador jamaicano y autor de un Ensayo sobre el comercio, afirmaba que el comercio africano era "la fuente y el progenitor de donde procede todo lo demás".

La influencia de los plantadores y esclavistas en el Parlamento británico era una característica dominante de la política británica a principios del siglo XVIII. Es cierto que el país que se convirtió en el Reino Unido de Gran Bretaña en 1707 mediante la unión de Inglaterra y Escocia iba a dominar el comercio de esclavos durante todo el siglo.

Los británicos, que a finales del siglo XVII todavía aventajaban a los portugueses en la deportación de africanos, acapararon casi el 43% del comercio de esclavos entre 1751 y 1775, frente al 27% de los portugueses y el 17% de los franceses. A finales de siglo, seguían controlando el 37% de este espantoso mercado.

El objetivo de estas deportaciones era abastecer las inmensas plantaciones de las numerosas islas antillanas controladas por los británicos, como Jamaica y Barbados, donde se producía café, tabaco y, sobre todo, azúcar. El azúcar estaba en el corazón de la primitiva máquina capitalista que había comenzado con la esclavitud.

El gusto por el azúcar lo cambia todo

Las dos autoras explican cómo se modificaron el consumo y los gustos de los europeos para que la producción de las plantaciones pudiera beneficiarse de un mercado inmenso y en constante crecimiento. "A medida que crecía la oferta de azúcar, también lo hacía su popularidad", resumen las autoras. Entre 1700 y 1783, la producción de azúcar en las Antillas británicas se cuadruplicó.

Este fenómeno se logró a través de dos canales que no son ajenos a los mecanismos del capitalismo actual: la atracción del consumo de lujo que se había vuelto asequible, y la adicción al propio producto, que se convirtió en una "necesidad".

La imposición del azúcar al consumo de los europeos, incluidos los más pobres, en el siglo XVIII es, en cierto modo, la primera victoria del marketing en apoyo de la producción en masa. Es un recordatorio de que la demanda y el consumo son a menudo las consecuencias más que las causas de las opciones de producción.

Pero lo que el libro muestra es que esta revolución culinaria, concebida para garantizar la rentabilidad de las plantaciones de caña de azúcar basadas en la esclavitud, tuvo un efecto general en cadena sobre la economía. En primer lugar, alimentó la demanda de bebidas azucaradas procedentes de otras plantaciones esclavistas (café, chocolate) o del comercio asiático, como el té.

La fiebre del azúcar también impulsó otros sectores, en el propio Reino Unido, como la cerámica, el comercio minorista, los intermediarios financieros y las infraestructuras portuarias. Todos estos sectores impulsaron a su vez el resto de la economía, en particular la producción de metales y minerales.

Lo que Maxine Berg y Pat Hudson muestran es el efecto en cadena de esta industria basada en la esclavitud sobre la dinámica capitalista e industrial general del Reino Unido. Esta dinámica no siempre es inmediatamente visible. Pero las autoras destacan, por ejemplo, hasta qué punto esta revolución del consumo fue un elemento clave de la "revolución industrial", un cambio significativo en la relación con el trabajo que hizo posible la revolución industrial.

Así, señalan, "el deseo de una nueva variedad de bienes condujo a cambios graduales en el comportamiento de los hogares ordinarios de Europa Occidental". Poco a poco, para poder permitirse el lujo ahora alcanzable del azúcar, se abandonó la economía de subsistencia en favor del trabajo asalariado. La gente estaba dispuesta a trabajar más y durante más tiempo para adquirir estos bienes, que se habían convertido, según los propios relatos de finales del siglo XVIII, en necesidades esenciales.

Al mismo tiempo, el sistema de plantaciones sentó las bases de la futura organización capitalista del trabajo y la producción. La industria azucarera de la época era una "síntesis de campo y fábrica", un verdadero "agronegocio" que no se parecía a "nada conocido entonces en Europa". El jugo de la caña de azúcar debía procesarse rápidamente tras la cosecha para producir cristales de azúcar y melazas que, una vez destiladas, producían ron, un producto que pronto se popularizaría también en los mercados europeos.

Productividad, innovación y disciplina style="font-size: large;">
La plantación era, por tanto, un sistema integrado que requería importantes innovaciones para su época con el fin de organizar y mejorar la producción. El sistema de contabilidad que se implantó permitió calcular con mayor precisión los rendimientos y, por consiguiente, reducir las "necesidades" de los esclavos en materia de alimentación, vivienda y vestido para extraer el máximo valor posible.

Estas prácticas contables iban a desempeñar un papel decisivo en el nacimiento y desarrollo del capitalismo. "La contabilidad normalizada hizo posible la separación de la propiedad y la gestión, separación que sigue siendo poco frecuente en las empresas británicas y europeas más de un siglo después", señalan las autoras.

La contabilidad también permitió aumentar el control y la intensificación de la mano de obra. El sistema de plantaciones confirmó la observación que Marx haría un siglo más tarde: el aumento de la productividad iba de la mano del deterioro de las condiciones de trabajo. El libro señala que "las condiciones de trabajo empeoraban a medida que mejoraban la gestión y la tecnología". Poco a poco, las plantaciones de las Indias Occidentales británicas del siglo XVIII se asemejaron a las grandes fábricas del siglo siguiente, con la violencia añadida del régimen esclavista, donde los rebeldes eran azotados, apaleados y ahorcados.

Al mismo tiempo, la plantación también se esforzaba por mejorar la productividad mediante una mecanización cada vez mayor. Una vez más, vemos hasta qué punto es erróneo el argumento clásico (y ahora insostenible) de que la esclavitud impediría cualquier aumento de la productividad necesario para el desarrollo capitalista.

Los autores muestran con gran detalle la importancia del sistema de plantaciones en las innovaciones clave del periodo. Esto fue particularmente cierto en términos de energía, donde el vapor se utilizó a escala masiva desde finales del siglo XVIII en las Indias Occidentales británicas, en un momento en que su uso era muy limitado en el Viejo Continente. Lo mismo ocurrió con la maquinaria y las técnicas agrícolas de selección y mejora de semillas. Todo ello fomentó la innovación en la metrópoli y fue una de las claves del avance británico a principios del siglo XIX.

La financiarización de la economía

La alta productividad del sistema de plantaciones y el atractivo de sus productos permitieron a Inglaterra, un país pequeño con muy pocos recursos naturales, "salir de las limitaciones de [su] economía doméstica" multiplicando los recursos agrícolas y los ingresos comerciales. De hecho, toda la economía británica iba a ser remodelada por el sistema esclavista.

Los puertos comerciales del Atlántico, principalmente Liverpool y Glasgow, desarrollaron un hinterland que suministraba los productos manufacturados necesarios para el comercio triangular basado en la esclavitud, sobre todo textiles y productos metálicos. La geografía económica del Reino Unido se vio profundamente alterada como consecuencia de ello, y las principales zonas industriales ya estaban implantadas a principios del siglo XIX, antes de que se generalizaran la energía, el vapor y el ferrocarril, impulsados por el comercio atlántico.

Una de las aportaciones más interesantes de este libro es el examen del desarrollo de las finanzas en el contexto del sistema esclavista. La magnitud de las inversiones necesarias para desarrollar las plantaciones hizo rápidamente imprescindible el uso de cartas de crédito y deudas. Del mismo modo, los riesgos inherentes al comercio marítimo condujeron al desarrollo del sistema de seguros. Por último, los colosales beneficios de la esclavitud alimentaron la necesidad de un sistema financiero capaz de gestionar su reinversión, según la lógica capitalista clásica.

Londres se convirtió rápidamente en el primer centro financiero del mundo, superando a Amsterdam a finales del siglo XVII. Los financieros londinenses desarrollaron innovaciones que serían cruciales para el futuro desarrollo del capitalismo.

Se estableció un sistema de garantías sobre los préstamos contraídos por los traficantes de esclavos, lo que permitió a los británicos intensificar el comercio de esclavos, mientras que holandeses y franceses tuvieron que hacer frente a la falta de crédito y a elevados riesgos. Al mismo tiempo, se desarrolló un verdadero mercado de bonos privados emitidos por las plantaciones. Se convirtieron en verdaderos instrumentos de pago que permitieron la industrialización de las zonas portuarias del interior.

El dinero de la metrópoli se dirigía hacia las necesidades de las plantaciones, y luego volvía a Inglaterra y Escocia para financiar los sectores impulsados por el comercio triangular, pero también para financiar al Estado. Las autoras hacen especial hincapié en el hecho de que la demanda de deuda pública por parte de los plantadores permitió estructurar nuevos instrumentos que aún hoy constituyen la base de las finanzas, y que no sólo proporcionaron un apoyo estatal esencial para el desarrollo capitalista británico, sino que también financiaron las guerras coloniales que reforzaron el sistema de plantaciones. style="font-size: large;">

El efecto a largo plazo de la esclavitud sobre el capitalismo style="font-size: large;">
Maxine Berg y Pat Hudson no defienden, como ellas mismas afirman en su prefacio, la idea de que exista un vínculo causal o necesario entre esclavitud y capitalismo. Por el contrario, su meticuloso estudio pretende volver a situar la esclavitud en el centro del proceso que condujo a la constitución de la primera sociedad capitalista del mundo. Este intento fue lanzado por el historiador del Trinity College in Hartford, Connecticut, Eric Williams en 1944, pero desde entonces ha sido combatido y soslayado por la mayoría de los historiadores de la Revolución Industrial en el Reino Unido.

Su trabajo permite restablecer la conciencia del papel formativo y central que desempeñó la industria esclavista en el surgimiento del capitalismo, así como captar la huella que tal hecho pudo dejar en el desarrollo de la historia económica británica.

La esclavitud proporcionó al capitalismo moderno algunas de sus estructuras fundamentales de producción y consumo.

Y, de hecho, los dos últimos capítulos del libro se esfuerzan por mostrar este impacto duradero. La abolición del comercio de esclavos por Londres en 1807, seguida de la abolición de la esclavitud entre 1833 y 1838, no puso fin al dominio de la esclavitud sobre el capitalismo británico.

Los inversores londinenses no sólo siguieron apoyando masivamente las industrias basadas en la esclavitud en el sur de Estados Unidos, Cuba y Brasil, sino que reprodujeron una forma de sucedáneo de la esclavitud en las plantaciones de Guyana y el Caribe, con la deportación y la explotación violenta de trabajadores del sur de Asia.

El impacto también es evidente a más largo plazo. La financiarización de la economía británica en los años 80 parece haber perpetuado la lógica de la plantación. No es casualidad, además, que muchas de las dependencias de la Corona caribeña, como las Islas Caimán y las Islas Vírgenes Británicas, se hayan convertido en paraísos fiscales paralelos en apoyo del poder global de la City.

Los autores rastrean claramente una serie de rasgos de la sociedad británica contemporánea hasta esta historia original: no sólo el racismo, sino también el alto nivel de desigualdad, la formación muy estrecha de las élites y la fortísima división geográfica de Inglaterra.

"La esclavitud dio al capitalismo moderno algunas de sus estructuras fundamentales de producción y consumo y promovió las desigualdades de raza, clase y lugar que han caracterizado a Gran Bretaña y al resto del mundo en los últimos tres siglos", escriben Maxine Berg y Pat Hudson. Esta conclusión coincide con muchos análisis recientes, algunos de los cuales adoptan un enfoque diferente, como el reciente de Sylvie Laurent (véase su entrevista aquí).

style="font-size: large;"> ¿Por qué el Reino Unido? style="font-size: large;"> style="font-size: large;">
Por último, hay una cuestión que sigue siendo importante. El Reino Unido no fue la única potencia europea implicada en la esclavitud. El sistema de plantaciones y la deportación de esclavos comenzaron en el siglo XVI con Portugal, que, junto con Brasil (que no abolió la esclavitud hasta 1888), fue un actor importante a largo plazo. En Santo Domingo, Francia tenía la colonia azucarera más productiva del mundo y, junto con los Países Bajos, también fue un actor importante en este sistema.

Entonces, ¿por qué surgió primero el capitalismo industrial en el Reino Unido? Sin duda, nos hubiera gustado contar con más elementos comparativos en este libro para entenderlo. Pero el libro proporciona algunas pistas interesantes. En primer lugar, hay que recordar que el capitalismo no es sólo el producto de la esclavitud. Algunas otras estructuras institucionales y económicas desempeñaron un papel importante, sobre todo en la agricultura.

El terreno sobre el que se construyó el sistema de plantaciones no fue el mismo en todas partes. La resistencia de las estructuras feudales y del consumo de lujo en Francia y Portugal bloqueó sin duda la lógica de acumulación del mercado que funcionaba al otro lado del Canal de la Mancha.

El libro aporta, sin embargo, pruebas más concretas del desarrollo británico, en particular la existencia de un centro financiero ya globalizado y muy innovador en Londres, y el efecto de arrastre hasta al menos 1776 de los asentamientos europeos en Norteamérica, que actuaron como correa de transmisión de los fenómenos antes descritos.

Por último, hay un elemento central: el Estado británico fue un decidido partidario del sistema de producción de plantaciones, y lo demostró no sólo en el plano institucional, sino también en el militar. La derrota de Francia y los Países Bajos en 1763 al final de la Guerra de los Siete Años es, desde este punto de vista, un acontecimiento capital en la historia del capitalismo.

El libro de Maxine Berg y Pat Hudson es una importante contribución a la historia de la Revolución Industrial, un tema que ha sido objeto de mucho debate en los últimos años. Sólo cabe esperar que esta obra se amplíe y extienda a otros países, como Francia.

Desde este punto de vista, cabe señalar que la idea del libro surgió a raíz de la "descolocación" de las estatuas de esclavos en Bristol en 2021. Así pues, el movimiento de la sociedad fomenta y hace avanzar la investigación, contrariamente a lo que afirma el pensamiento conservador. Este no es el menor de los mensajes positivos del libro.

Romaric Godin es periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web, luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019.

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miércoles, 27 de marzo de 2024

‘Oppenheimer’, mi tío y los secretos que a EE. UU. aún no le gusta contar

El cielo ensombrecido se extiende sobre kilómetros de arena desértica mientras, a lo lejos, desde un andamio iluminado, se eleva el objeto que cambiará el mundo. La primera prueba atómica es la escena que define Oppenheimer, ganadora de siete Premios de la Academia el domingo por la noche, incluido el de mejor película. La escena se desarrolla durante casi siete minutos de tensión in crescendo: nadie sabía si la bomba estallaría esa noche y, en caso de que sí, si incineraría al mundo entero.

Cuando vi la película, en el fin de semana del estreno, la escena me pareció insoportable, a pesar de que la historia ya había registrado lo que pasaba. Me quedé mirando a los científicos de Los Álamos que se reunieron para presenciar el gran acontecimiento, tumbados bajo las estrellas como si estuvieran viendo una película al aire libre, sin más protección que gafas o vidrios polarizados. El físico Edward Teller es el único que parece reconocer la necesidad de tomar alguna precaución, y la aborda aplicándose protector solar.

Oppenheimer es una película sobre un genio singular, una colaboración extraordinaria y un punto de inflexión en la historia. Pero también es una lección de física aplicada: el modo en que un catalizador solitario puede desencadenar una reacción en cadena cuyo impacto no puede predecirse ni controlarse. El mayor triunfo de J. Robert Oppenheimer puso en marcha las fuerzas que provocaron su caída. Una innovación concebida para hacer el mundo más seguro a largo plazo lo convirtió de manera evidente en un lugar más peligroso. Y, en las pruebas atómicas posteriores durante los años de la posguerra, muchos estadounidenses fueron expuestos deliberadamente a la radiación, para ver lo que la explosión y sus consecuencias les harían.

Se hizo desfilar a los soldados por los lugares de detonación cuando la arena se enfrió lo suficiente para caminar sobre ella; se envió a los pilotos a través de las nubes que aún ondeaban; se alineó a los marineros en barcos cercanos. En el campo de pruebas de Yucca Flat, en Nevada, incluso se convocó a una banda del ejército para que tocara. Sé esto último porque mi tío Richard Gigger era el líder de la banda.
Two men in military uniform, one Black and one white, discuss a piece of sheet music.
Richard Gigger, a la izquierda, discutiendo una partitura. Credit...Cortesía de la familia Kaminer

Richard se alistó en 1946. Era un chico negro de 16 años en un ejército todavía segregado, pero eso lo llevó de East St. Louis a Alemania. Allí obtuvo permiso para asistir a un programa de formación musical en, de todos los lugares, Dachau, dirigido por miembros de la Filarmónica de Berlín. Eso le cambió la vida. En las décadas siguientes, actuó para jefes de Estado, encabezó desfiles por Manhattan e hizo numerosas apariciones en The Ed Sullivan Show.

En varias ocasiones, entre 1952 y 1955, sus responsabilidades también incluyeron tocar “Shake, Rattle and Roll” para acompañar a la fuerza más destructiva de la historia de la humanidad.

Otros veteranos atómicos, como se les ha llegado a conocer, estaban en el Pacífico sur, vadeando agua radiactiva mientras rellenaban cráteres de explosiones. Se puede escuchar a antiguos miembros del servicio hablar sobre una serie de estas experiencias —con orgullo, honor y un profundo sentimiento de traición— en un documental titulado “I Have Seen the Dragon”. La experiencia de Richard también se ve ahí.

Después de 25 años en tres guerras, se retiró del ejército y conoció a mi tía Ellen. Juntos empezaron a enseñar música en la Escuela San Fernando, donde llevaron a la banda de música a ganar tantos campeonatos —13 en total, 11 de ellos consecutivos— que casi no era justo. Por el camino fueron mentores de cientos o quizá miles de chicos, muchos de los cuales aún les dan el crédito de haber cambiado sus vidas. Una escuela y una intersección fueron renombrados en su honor. También hay un enorme mural. Pero, al final, el servicio militar le pasó factura, como a tantos otros.

Para Richard empezó con un tumor hipofisario. Los cirujanos se lo extirparon, pero el resultado, años más tarde, fue una hemorragia craneal y daños cerebrales que empeoraron con el tiempo.

De niña, mi tío me parecía amable pero intimidante, una mezcla de bravuconería y rigor militar. Después de la hemorragia, todo eso desapareció. Se movía despacio y hablaba poco. Aún podía tocar instrumentos musicales, pero en el documental es mi tía quien habla. Richard permanece sentado, en silencio. Murió tres meses después.

Durante cinco décadas, a los veteranos atómicos les prohibieron contar su experiencia, incluso a sus parejas o médicos. Eso ha dificultado la obtención de un recuento fiable de sus cifras o de las consecuencias médicas que padecían, entre las que se incluyen leucemia, cáncer de tiroides, cáncer de esófago y mieloma múltiple. También ha dificultado que ellos o sus familiares reciban la ayuda necesaria. Para probar su caso ante el Departamento de Asuntos de los Veteranos, mi tía pasó largas horas en la biblioteca leyendo artículos científicos sobre la radiación ionizante atmosférica (muchos de los cuales tuvo que primero hacer traducir del japonés), rebuscó en los archivos de viejos periódicos de Nevada y consultó a médicos. La rechazaron muchas veces, pero, finalmente, al cabo de siete años, el Departamento de Asuntos de los Veteranos cedió. Confirmó que lo más probable es que la enfermedad de Richard se debiera a su exposición. Eso permitió que cumpliera los requisitos para recibir una modesta indemnización.

En la actualidad, varias afecciones se consideran “presuntas” para los veteranos atómicos, lo que significa que se asume que son consecuencia de su servicio. Pero no hay forma de saber cuántas personas sufrieron o murieron antes de que se adoptara esa política ni cuántas otras afecciones pueden ser también resultado de la exposición ni cuántas familias no pudieron emprender el tipo de investigación que hizo mi tía o perseverar a pesar de tantos contratiempos. El número de veteranos es cada vez menor, pero esas preguntas siguen siendo urgentes, pues los efectos de la radiación pueden ser transmitidos a los hijos y los nietos.

Se ha criticado a Oppenheimer por no mostrar la devastación de Hiroshima y Nagasaki. Creo que fue la elección correcta. Habría sido ofensivo, tal vez incluso obsceno, reducir ese sufrimiento a una subtrama de una película biográfica de un gran hombre, una película que, sin importar qué tan basada esté en hechos, es, en última instancia, un entretenimiento, una ficción. Dejar el horror de Japón a la imaginación o los pensamientos intrusivos que se puede ver que Oppenheimer se esfuerza por acallar, me pareció una humildad apropiada sobre los límites de la representación, como cuando la película se queda casi en silencio cuando se registra la explosión por primera vez.

En cuanto al efecto de la bomba en los cuerpos de los estadounidenses, la visión de esos científicos desprotegidos es lo más cerca que llega la película. La escena funciona como una metáfora de lo ingenuamente optimista que era el programa nuclear, de lo poco preparada que estaba la nación o incluso el mundo para los terrores que desencadenaría. Después de la prueba, cuando los militares empaquetan las bombas restantes y se las llevan, Oppenheimer le dice a Teller: “Una vez utilizada, la guerra nuclear, quizá toda guerra, se vuelve impensable”. Igual de impensable, sospecho, habría sido la idea de que Estados Unidos infligiera a propósito algunos de los efectos dañinos de la bomba a sus propios miembros del servicio.

Si Oppenheimer fuera una película más tradicional, la rendición de Japón podría haber sido el clímax. Pero la película continúa durante una hora más, centrando su atención en la lucha de Oppenheimer por mantener su autorización de seguridad, una lucha que se desarrolla en paralelo a la de una figura en las entrañas de la política de Washington por conseguir un puesto en el gabinete de un gobierno. Es posible salir del cine con la impresión de que, al menos en Estados Unidos, la principal víctima de la bomba fue la carrera de Oppenheimer.

Para mi tío, las consecuencias llegaron más tarde. Para algunos otros veteranos atómicos o sus familias —o para las personas que viven cerca de sitios de prueba como los de Nevada y las Islas Marshall y, por supuesto, para la gente de Japón— puede que todavía sea en el futuro. La película que recibió premios Oscar narraba una historia muy concreta, pero muchas otras vidas se remontan también a ese día. De un modo u otro, nadie salió intacto. Todos vivimos a sotavento de aquella primera explosión trascendental.

Ariel Kaminer es editora de la sección de Opinión de The New York Times.

Cómo ocurrió el choque de un barco contra uno de los principales puentes de Baltimore y qué se sabe de las posibles causas

El buque que chocó  contra un puente en Baltimore, EE.UU.

FUENTE DE LA IMAGEN,REUTERS

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El choque de un buque portacontenedores contra uno de los principales puentes de la ciudad de Baltimore, en EE.UU., ha dejado numerosos interrogantes.

El accidente se produjo de madrugada y provocó el derrumbe del puente Francis Scott Key, sobre el cual había varios vehículos.

Dos personas fueron rescatadas con vida, una de ellas en estado grave, y seis trabajadores que realizaban tareas en el asfalto del puente desaparecieron.

Al final de la jornada del martes, la Guardia Costera los dio por muertos y cambió la operación de rescate por una misión de recuperación.

Las autoridades han declarado el estado de emergencia mientras los equipos de seguridad siguen rastreando la zona.

https://www.bbc.com/mundo/articles/cld4x2l57n4o

Más.

martes, 26 de marzo de 2024

Sexo duro.

No solo hay que hablar sobre las prácticas sexuales no normativas, sino dejar de estigmatizar a las mujeres que las disfrutan.

En los últimos días se discute mucho la dicotomía entre sexo duro y violencia contra las mujeres. Es una discusión falsa. No importa cuantas veces tengamos las mujeres que hablar de nuestra capacidad para el placer y la fantasía, se acaban mezclando violencia no deseada con prácticas no normativas. Se habla de la mala influencia del porno. Se discute sobre si en los famosos testimonios recientemente publicados en una investigación en este periódico contra Carlos Vermut hubo violencia sexual.

Pero se suele llevar el foco a lo teórico, y no a lo que pasa. La asfixia puede considerarse una disciplina erótica. Como toda disciplina erótica, tiene que partir de un consenso. Hemos hablado de esto hasta la saciedad. Quizás lo que tenemos que empezar a poner en el centro del debate es qué pasa exactamente cuando ignoramos esa premisa: lo consentido, lo deseado, lo que las dos (o más) partes ponen en el acto sexual.

Elvira Lindo apuntaba hace unos días al meollo del asunto: no es el sadismo lo que se pone en juego en este caso, sino lo no deseado y la violencia empleada. No es puritano arrojar luz sobre este tema, sino todo lo contrario. No solo hay que hablar sobre las prácticas sexuales no normativas, sino dejar de estigmatizar a las mujeres que las disfrutan. Porque las consecuencias de no hacerlo pueden determinar mucho más de lo que pensamos.

Hace no mucho, una investigación de The Guardian ponía en alerta sobre el estrangulamiento como una de las principales causas de muerte entre las mujeres por parte de sus parejas sexuales. Pese a que está documentado que estrangular a una mujer suele ser uno de los principales antecedentes violentos antes del asesinato en manos de una pareja, sigue considerándose una falta leve en muchos países.

Según el informe sobre víctimas mortales de violencia de género de 2020 en España, el 80% de los asesinatos por violencia machista ocurren en el domicilio del agresor, o la pareja conviviente. Aunque solamente el 15% de la causa principal de la muerte es la asfixia, la privación de aire por parte del maltratador suele estar presente en la mayoría de autopsias realizadas.

La novedad que encontramos en el relato de cómo se ejerce la violencia y en quién se pone el foco no cambia, o al menos no de manera aparente. En aquellos casos en que una víctima de violencia de género vive para contarlo, su versión se cuestiona. Lo hace la opinión pública y, en el caso de que denuncie y haya un juicio, es el deber del abogado defensor intentar demostrar que las lesiones que presente no responden a un hecho violento por parte de su defendido, o que estas lesiones fueron deseadas de alguna manera.

La perversión aparece cuando la víctima no puede defenderse, es decir, cuando ha fallecido. En los últimos años se ha empezado a usar como atenuante en casos en los que la mujer ha sido asfixiada —sea o no la principal causa de muerte— la tesis de que se trató de sexo duro que se fue de las manos. La asfixia erótica ha salido de las prácticas alternativas y forma parte no solo de la pornografía mainstream, sino de cualquier foro sobre sexo contemporáneo. En muchos casos, si la mujer muerta, particularmente si es joven, y le gustaba el sexo no estrictamente convencional, esto se usa en su contra para reducir la pena de su muerte a manos de su pareja sexual. En el Reino Unido, el escalofriante caso de la joven Natalie Connolly fue un precedente. Tras mantener una relación sexual con el millonario John Broadhurst, él le propinó tal paliza que sufrió más de 40 lesiones y una hemorragia interna. Él recibió una condena de tres años por homicidio involuntario. Que a ella le gustara el sexo duro fue un agravante. Para ella, no para él.

¿En qué momento que a una mujer le guste el sexo, de cualquier tipo, se convierte en un atenuante para un maltratador? El discurso neoconservador insiste en que las feministas contemporáneas son puritanas y quieren poner límites al imaginario sexual. Por eso cada polémica —ser una zorra o no en una canción, por ejemplo— se convierte en un debate nacional. Pero el foco no está en la violencia ni en como esta se visualiza, ni siquiera en cómo se interioriza y disemina. Las mujeres que divulgan sobre la igualdad de derechos no son puritanas, ni siquiera se les pregunta sobre prácticas sexuales, sino que se espera de ellas que se indignen, una y otra vez, por una polémica volátil. Aun así, se insiste, una y otra vez en que estamos en una de las eras más censoras de la historia, se habla en los medios de “lapidación” o “ejecución pública” de aquellos investigados por agresión sexual pero la violencia contra las mujeres sigue siendo una constante. Se presentan debates sobre consentimiento sexual sin atender lo suficiente a lo acostumbrados que estamos en todos los estamentos sociales a la violencia contra las mujeres.

Lo que sigue aquí, frente a nosotros no es el placer, ni el sexo duro, sino el enmascaramiento de una violencia. Y lo que es peor, la rancia consecuencia social que se impone. Una consecuencia religiosa: practicar sexo, es decir, pecar castiga. Y siempre a la mujer. 

Robert Sapolsky, neurocientífico: “La meritocracia es una justificación del sistema”.

En su último libro, ‘Decidido’, el investigador tira de biología para asegurar que el libre albedrío no existe, una idea que plantea dudas morales sobre los conceptos de culpa, castigo, mérito o esfuerzo.

Es uno de los grandes científicos del comportamiento, pero Robert Sapolsky (Nueva York, 66 años) no cree que tenga ningún mérito. No lo dice con modestia, sino con convicción. Este prolífico autor cree que el libre albedrío es una ilusión, que nuestras decisiones conscientes serían la consecuencia de procesos inconscientes del cerebro. Sapolsky pasó tres décadas estudiando babuinos salvajes en Kenia, pero ha acabado escribiendo libros de fama mundial sobre el comportamiento humano. Según su teoría, esta evolución estaba escrita y no tuvo una capacidad de elección real. En su nuevo libro, Decidido (Capitán Swing) desarrolla esta idea tirando de neurología, filosofía y sociología. No eres tú, no soy yo, es el determinismo. La frase, además, de suponer la mejor de las excusas, plantea dudas morales sobre los conceptos de culpa, castigo, mérito o esfuerzo. Le preguntamos por ellos en una conversación por vídeo llamada.

Pregunta. Sostiene que el libre albedrío no existe. ¿Cómo se forma entonces una acción concreta, una decisión sobre la que creemos tener el control?
Respuesta. Un comportamiento es el producto final de lo que sucedió en tu cerebro hace un segundo, de los estímulos ambientales, que condicionan a esas neuronas en tu cerebro para que hagan lo que hicieron hace un segundo. Y de las hormonas que tenías en el torrente sanguíneo esta mañana. Y de lo que te sucedió en los últimos meses. Es posible que tu cerebro haya cambiado su estructura durante tu adolescencia, tu infancia, o tu vida fetal. O por tus genes o por la cultura la que te has criado. Es la biología, sobre la cual no tenemos control, interactuando con el entorno, sobre el cual no tenemos control. Y cuando miras todas estas influencias, te das cuenta de que la neurobiología influye en tus decisiones, como lo hace la genética, la geocronología, y las ciencias sociales. No es que todas estas disciplinas sean diferentes, sino que se convierten en una sola disciplina.

P. Entonces, el que haya escrito un libro, el que esté dando una entrevista en este momento sobre este libro… ¿No ha dependido de su esfuerzo y voluntad?
R. Si piensas en que no existe libre albedrío, no tiene sentido culpar a la gente por sus errores o felicitarla por sus logros. Pero es increíblemente difícil pensar así. Escribir este libro supuso mucho trabajo, pero logré hacerlo y hay un ‘yo’ en todo este proceso que de alguna forma lo consiguió. Pero si realmente me detengo y lo analizo, entiendo que terminé el libro debido al tipo de persona que soy. Y que eso se debe a muchos acontecimientos que están fuera de mi control. Tengo que detenerme y repasar todos los acontecimientos, sobre los que no tuve control, que me hicieron ser el tipo de persona que soy en este momento. Se necesita mucho trabajo para hacerlo, y para refutar la creencia de que tú te ganaste lo que eres y otras personas no se lo ganaron.

P. Tanto que casi nadie lo hace. ¿Por qué el concepto de meritocracia está tan de moda?
R. La meritocracia es una justificación del sistema. Las personas que tienen más poder son las que tienen más motivos para amar y mantener esta idea. Podemos pensar que la meritocracia no tiene sentido. Pero, por otro lado, si tienes un tumor cerebral, querrás asegurarte de que te opere un gran médico, no una persona al azar. Hay que asegurarse de que los trabajos difíciles los realicen las personas más competentes. Pero eso no implica decirles que son mejores personas, que se merecen estar ahí, que se lo han ganado. El problema que tiene esta idea es que puede acabar con la motivación.

P. Y que puede generar frustración. No todo el mundo puede ser un gran médico.
R. Estados Unidos es un ejemplo muy evidente de esto, porque tenemos esta mitología cultural increíblemente arraigada, esta idea de que cualquiera, si trabaja duro, puede tener éxito. Cualquiera puede hacerse rico si está lo suficientemente motivado. Cualquier niño puede llegar a ser presidente. Y la realidad es que si naces en la pobreza, hay aproximadamente un 90% de posibilidades de que sigas en la pobreza cuando seas adulto. Y cada paso del camino explicará por qué es así. Tu barrio, tu educación… Sin embargo, tenemos un país donde toda la mitología se construye sobre la idea de que está en tu mano resolver cualquier problema, solo depende de ti. Porque, mira, aquí hay una persona entre un millón que lo consiguió. Es una versión realmente tóxica de la meritocracia, que causa una enorme cantidad de dolor.

P. Si no existe libre albedrío, ¿qué sucede con conceptos como la culpa y el castigo?
R. Si una persona es peligrosa, pero no es su culpa, tenemos que proteger a la gente de ella, pero haciendo el mínimo absoluto. Más que una cárcel, habría que ponerla en una especie de cuarentena. Si alguien es violento, hay que impedir que haga daño, pero eso no significa que sea su culpa.

P. Pone como ejemplo los casos de policías que disparan a sospechosos negros en Estados Unidos. Situaciones en las que el racismo social tiene más peso que conceptos como la culpa o la voluntad. Es una reflexión incómoda…
R. Sí, porque es mucho más fácil mirar a alguien que no tiene mucha educación y que no ha tenido mucho éxito en la vida y sentir empatía y decir que las circunstancias le hicieron ser quien es. Pero si tienes que mirar a un policía que acaba de disparar a un hombre desarmado simplemente por el color de su piel; porque en medio segundo pensó que esa persona que sostenía un teléfono, le estaba apuntando con un arma… Es mucho más difícil concluir que es el producto de lo que vivió.

P. ¿Cómo afecta el determinismo al amor? ¿Quizá decir “Sí, quiero” en una boda no es tan acertado como decir, “Sí, el destino ha querido”?
R. Este es otro campo donde el determinismo supone un desafío enorme. Si tienes la suerte de haberte enamorado y haber sido correspondido, esta idea tiene el potencial de convertir una cosa muy bonita en algo deprimente. ¿Y si mi matrimonio hubiera sucedido solo por los niveles de oxitocina que teníamos en nuestro cerebro? ¿Y si esta historia de amor se reduce a una cuestión de feromonas? ¿Qué pasa si estamos juntos solo porque nos criaron en contextos culturales similares? Es totalmente deprimente. Pero hay que aceptar que hay una estructura debajo de la superficie. Existe una biología mecanicista subyacente en algo tan lírico como el amor. Y bueno, si lo piensas bien, no debería ser deprimente, porque eso significa que has tenido el lujo de experimentarlo.

P. Pasó décadas trabajando con monos, ¿cómo terminó dedicándose a refutar el libre albedrío en los humanos?
R. El trabajo con babuinos que hice durante muchos años en África Oriental acabó siendo una pequeña parte de toda esta historia. Estudiamos la neurobiología del estrés, qué le hace el estrés al cerebro. El trabajo de campo intentaba relacionar el rango social de los babuinos con quién maneja bien el estrés y quién tenía mala presión arterial. Pasé 30 años pensando en nada más que eso. Y en los años posteriores, empecé a mirar hacia afuera y dije, “bueno, esta es solo una de las muchas pequeñas astillas”. Cuando las juntas todas puedes ver la complejidad de las máquinas biológicas que somos. Y concluyes que no. No hay libre albedrío.