martes, 12 de mayo de 2020

¿Qué queda del comunismo en Estados Unidos?

La escritora, educada a la luz de los ideales marxistas, recuerda la desigual implantación de esta ideología en su país, donde hoy sigue estando "extrañamente viva" entre los jóvenes

Una noche de verano de principios de los sesenta, en una manifestación en Nueva York, el izquierdista Murray Kempton proclamó ante un público lleno de viejos rojos que, aunque Estados Unidos no los había tratado bien, había tenido mucha suerte de contar con ellos. Mi madre estaba entre el público aquella noche y, al volver a casa, dijo: “Estados Unidos ha tenido suerte de que hubiera comunistas aquí. Ellos son los que más empujaron al país a convertirse en la democracia que siempre dijo ser”. Me sorprendió que lo dijera con voz tan suave, porque siempre había sido una socialista exaltada; pero eran los años sesenta y, a esas alturas, estaba verdaderamente cansada.

El Partido Comunista de Estados Unidos se formó en 1919, dos años después de la Revolución Rusa. Durante 40 años, creció de forma constante, de unos dos o tres mil miembros a 75.000 en su momento de mayor influencia, en los años treinta y cuarenta. En total, casi un millón de estadounidenses fueron comunistas en un momento u otro. Aunque es cierto que la mayoría de los que entraron en el Partido Comunista en aquellos años eran miembros de la atribulada clase obrera (judíos del barrio de confección textil de Nueva York, mineros de Virginia Occidental, recolectores de fruta en California), es todavía más cierto que también se unieron muchos miembros de la clase media ilustrada (profesores, científicos, escritores), porque, para ellos, el partido poseía una autoridad moral que daba concreción a un sentimiento de injusticia social azuzado por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Los comunistas estadounidenses, en su mayoría, nunca pisaron la sede del partido, ni vieron en persona a un miembro del Comité Central, ni supieron nada de las reuniones internas en las que se elaboraban las políticas. Pero todos sabían que los sindicalistas del partido fueron fundamentales para las mejoras de los trabajadores industriales en este país; que los abogados del partido fueron los que más defendieron a los negros en los estados del sur; que muchos organizadores del partido vivieron, trabajaron y, a veces, murieron con los mineros de los montes Apalaches, los temporeros de California y los obreros siderúrgicos de Pittsburgh. Gracias a su pasión por la estructura y la elocuencia de su retórica, el partido se materializó en el día a día y se dio a conocer no solo a sus propios miembros sino también a los numerosos simpatizantes y compañeros de viaje de aquella época. Había construido una red extraordinaria de secciones regionales y locales, escuelas y publicaciones, organizaciones que se ocupaban de remediar grandes problemas en las comunidades —la Orden Internacional de los Trabajadores, el Congreso Nacional de Negros, los Consejos de Desempleo— y un provocador periódico que leían habitualmente los progresistas y los radicales. Como decía un viejo rojo: “Durante toda la Depresión y la Segunda Guerra Mundial, cada vez que se anunciaba alguna nueva catástrofe, The Daily Worker agotaba sus ejemplares en cuestión de minutos”.

Tal vez ahora es difícil de comprender, pero, en aquella época, en este lugar, la visión marxista de la solidaridad mundial que transmitía el Partido Comunista despertó en los hombres y mujeres más corrientes una conciencia de su propia humanidad que daba grandeza a la vida: grandeza y claridad. Esa claridad interior fue algo con lo que muchos no solo se encariñaron sino a lo que se volvieron adictos. Frente a su influencia, ninguna recompensa vital, ni el amor, ni la fama ni la riqueza, podía competir.

Al mismo tiempo, esa totalidad absoluta del mundo y el yo era precisamente lo que, con demasiada frecuencia, hacía que los comunistas fueran unos auténticos creyentes, incapaces de afrontar la corrupción del Estado policial que constituía la base de su fe, incluso cuando cualquier niño de 10 años podía darse cuenta de que había un doble juego. El PC de Estados Unidos era miembro de la Komintern (la organización de la Internacional Comunista dirigida desde Moscú) y, en calidad de tal, debía responder ante los soviéticos, que intimidaban a los partidos comunistas de todo el mundo para que apoyaran políticas interiores y exteriores que, la mayoría de las veces, servían los intereses de la URSS, y no los de los países miembros de la Internacional. Como consecuencia, el PC estadounidense hacía siempre todo lo posible para satisfacer al que sus miembros consideraban el único país socialista del mundo y al que se sentían obligados a apoyar a toda costa. Esta devoción inamovible a la Rusia soviética permitió que los comunistas estadounidenses permanecieran engañados durante los años treinta y cuarenta y gran parte de los cincuenta, mientras la Unión Soviética aplastaba Europa del Este y se volvía cada vez más totalitaria, con su realidad cotidiana cada vez más oculta y sus exigencias cada vez más interesadas.

A principios de los cincuenta, el PC fue objeto de graves ataques debido al pánico que desató el mccarthyismo a propósito de la seguridad de Estados Unidos—decenas de comunistas pasaron a la clandestinidad por miedo a la cárcel u otros destinos peores—, pero luego, en 1956, el partido estuvo a punto de desintegrarse bajo el peso del escándalo del propio comunismo. En febrero de ese año, Nikita Jruschov habló ante el 20º Congreso del partido Comunista Soviético y reveló al mundo el horror inimaginable del mandato de Stalin. El discurso supuso la devastación política de la izquierda organizada en todo el mundo. En las semanas posteriores, 30.000 personas abandonaron el PC estadounidense y, antes de que acabara el año, el partido había vuelto a ser lo que había empezado siendo en 1919: una pequeña secta en el mapa político estadounidense.

Yo me crié en un hogar de izquierdas en el que se leía The Daily Worker, se hablaba de política obrera (mundial y local) en la mesa y pasaban habitualmente por casa progresistas de todo tipo. Nunca se me ocurrió considerarlos revolucionarios. Nunca tuve la impresión de que nadie de mi entorno quisiera derrocar al Gobierno por métodos violentos. Al contrario, los veía trabajar para que el socialismo se convirtiera en la norma mediante un cambio legal, un cambio que iba a garantizar que, con la derrota del capitalismo, la democracia estadounidense pudiera hacer realidad su promesa incumplida de la igualdad para todos. En resumen, quizá era una ingenuidad, pero los progresistas siempre me parecieron disidentes sinceros.

Cuando me gradué en el City College, a finales de los cincuenta, me fui al oeste, a Berkeley, para estudiar lengua y literatura. Fue la primera vez que me encontré con “estadounidenses” de forma masiva. Hasta entonces, solo había conocido a judíos neoyorquinos y a católicos irlandeses o italianos, casi todos hijos de inmigrantes. En Berkeley descubrí que Estados Unidos había nacido como país protestante; conocí a gente de Vermont, Nebraska y Idaho, unas personas extraordinariamente bien educadas, que pensaban que los comunistas eran el mal, el enemigo anónimo y sin rostro del otro lado del mar. “¿Tus padres fueron comunistas?”, me preguntaban. Al parecer, nadie había conocido nunca a ninguno.

El impacto en mi sistema nervioso fue intenso. Me volvió al mismo tiempo defensiva y agresiva y, con el tiempo, empecé a buscar excusas para proclamar que había sido un “bebé de pañal rojo” siempre que podía, igual que habría proclamado mi condición de judía ante cualquier muestra abierta de antisemitismo. La mayoría de las veces, la declaración del pañal rojo hacía que la gente se quedara mirándome como si fuera un objeto de museo, pero, en algunos casos, el interlocutor se encogía delante de mí. Varios decenios después, seguía con la impresión de no haber superado el hecho de que todas aquellas personas bien formadas considerasen a las mujeres y los hombres con los que había crecido gente distinta, otros. De vez en cuando, se me ocurría que debería escribir un libro.

Por aquel entonces —ahora hablo de mediados de los setenta—, llevaba varios años trabajando en el Village Voice y me había vuelto una activista de la liberación, siempre en las barricadas del feminismo radical. En aquellos años, veía en todas partes muestras de discriminación contra las mujeres, y todos los artículos que escribía estaban influidos por lo que veía. Hasta ahí, ningún problema. Sin embargo —y aquí empezó lo difícil—, pronto vi que en el movimiento empezaba a surgir una corriente separatista que hacía enérgicas sugerencias sobre lo que debía o no decir y hacer una auténtica feminista. Unas sugerencias que enseguida se convirtieron en órdenes.

Una tarde, durante una reunión en Boston, me levanté entre el público para instar a mis hermanas a que dejaran de fomentar el odio a los hombres: no eran ellos, dije, a los que teníamos que condenar, sino la cultura en su conjunto. Una mujer que estaba en el escenario me señaló con un dedo acusador y gritó: “¡Eres una intelectual y una revisionista!” Eres una intelectual y una revisionista. Unas palabras que no oía desde que era niña. Por lo visto, de la noche a la mañana, nos habían invadido lo políticamente correcto y lo políticamente incorrecto, y la velocidad a la que la ideología se transformaba en dogma me abrumó. Entonces se reavivaron mis simpatías por los comunistas, y sentí un nuevo respeto hacia el comunista normal y corriente que debía de haberse sentido esclavizado por el dogma en su vida diaria.

“Dios mío”, recuerdo que pensé, “estoy viviendo lo mismo que experimentaron ellos”. Por segunda vez, pensé en escribir un libro, una historia oral de los comunistas estadounidenses de a pie, que fuera una obra de sociología sobre la relación entre la ideología y el individuo y que demostrase a las claras que en esa relación está impresa la sed universal de una vida más completa y cómo se destruye cuando el dogma se apodera de la ideología.

Escribí el libro, y lo escribí torpemente. Lo malo fue que, cuando empecé a escribir The Romance of American Communism, estaba románticamente —es decir, a la defensiva— aferrada a mis fuertes recuerdos de los progresistas de mi infancia. Considerar romántica la experiencia de haber sido comunista me parecía y me sigue pareciendo legítimo; escribir de ello con romanticismo, no. Escribir con romanticismo hizo que no explorase la complejidad de las vidas de mis personajes; que no retratara al líder del brazo local que amaba a la humanidad y, sin embargo, sacrificó sin piedad a un camarada tras otro por las rigideces de partido: ni tampoco al jefe de sección capaz de citar a Marx con veneración durante horas y luego exigir la expulsión de un militante que había servido sandía en una cena; ni tampoco, y eso es mucho peor, al organizador que impuso una directriz emitida en la Unión Soviética a un sindicato local pese a que la orden significaba, sin lugar a dudas, traicionar a los miembros del sindicato.

Como escritora, sabía que solo podría lograr la comprensión del lector si exponía con la mayor sinceridad posible todas las contradicciones de carácter o de comportamiento que habían quedado al descubierto en determinada situación, pero se me olvidaba constantemente lo que sabía. Hoy leo el libro y me siento consternada por el estilo. Su sentimentalismo se puede cortar con un cuchillo. Hay miles de frases distorsionadas por los mismos adverbios y calificativos retóricos: “poderosamente”, “intensamente”, “profundamente”, “en lo más hondo de su ser”. Por otra parte, aunque el libro no es largo, tiene un estilo extrañamente farragoso: siempre hay tres palabras cuando habría bastado una, cuatro, cinco o seis frases que llenan una página cuando habrían sido suficientes dos. Y todos mis personajes son bellos o atractivos, elocuentes y, en una proporción extraordinaria, heroicos.

El libro recibió duras críticas de los pesos pesados intelectuales de la derecha y la izquierda. Irving Howe escribió una reseña corrosiva que me obligó a meterme en la cama durante una semana. Odiaba, odiaba el libro. Igual que Theodore Draper, que lo vilipendió ¡dos veces! También Hilton Kramer, y Ronald Radosh. Como estos hombres se habían tomado la libertad de atacarme con tanta agresividad, me convencí de que la culpa era mía por la pobreza de mi escritura. Por supuesto, todos ellos eran violentamente anticomunistas y habrían odiado el libro aunque lo hubiera escrito Shakespeare, pero fui increíblemente ingenua al no darme cuenta de que toda la animosidad de 1938 seguía igual de viva en 1978, en plena Guerra Fría.

Lo que no era ninguna ingenuidad fue pensar que merecía la pena narrar la vida de un comunista estadounidense. Y las historias que aquellas personas me contaron siguen vivas, su experiencia sigue emocionando, y ellos están indiscutiblemente presentes. Ahora que vuelvo a encontrarme, en las páginas de este libro, con las mujeres y los hombres entre los que me crie, ellos y su época cobran vida de forma vibrante. Me sorprende todo lo que no sabía y me encanta todo lo que capté; en cualquier caso, me parece que los comunistas interesaban cuando escribí sobre ellos y siguen importando hoy.

Por eso hay una cosa de la que no me arrepiento, que es de haber escrito sobre ellos como si todos fueran bellos o atractivos, todos elocuentes y muchos, heroicos. Porque lo eran. Y esta es la razón:

Existe cierto tipo de héroe cultural —el artista, el científico, el pensador— al que a menudo se caracteriza como alguien que vive para “el trabajo”. La familia, los amigos y las obligaciones morales no importan, el trabajo es lo primero. El motivo de que el trabajo sea lo prioritario en el caso del artista, el científico y el pensador es que hace resplandecer a plena luz una expresividad interior que es incomparable. Sentirse, no solo vivo, sino expresivo, es sentir que uno ha llegado al centro. Esa convicción de equilibrio irradia la mente, el corazón y el espíritu como ninguna otra cosa. Muchos comunistas —quizá la mayoría— que se creían destinados a una vida de seria radicalidad se sentían exactamente así. Sus vidas también estaban irradiadas por una especie de expresividad que les hacía sentirse brillantes y centrados.

Ese equilibrio relucía en la oscuridad. Eso era lo que los hacía bellos, elocuentes y, a menudo, heroicos.

Al margen de mis defectos como historiadora oral, que son muchos, me parece que The Romance of American Communism sigue siendo emblemático de un periodo rico y prolongado en la historia de la política estadounidense; un momento que, por desgracia, nos remite directamente al actual, puesto que los problemas que quiso abordar el PC estadounidense —injusticias raciales, desigualdades económicas, derechos de las minorías— permanecen sin resolver hasta la fecha.

Hoy,  la idea del socialismo está extrañamente viva en Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes, como no sucedía desde hacía décadas. Sin embargo, no existe en el mundo un modelo de sociedad socialista que un joven radical pueda adoptar como guía, ni una organización verdaderamente internacional a la que pueda jurar lealtad. Los socialistas actuales deben construir su propia versión independiente de cómo lograr un mundo más justo, empezando desde abajo. Confío en que mi libro, que narra la historia de cómo lo intentaron hace 50 o 70 años, sirva de guía para quienes hoy sienten los mismos impulsos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Vivian Gornick es escritora estadounidense, autora de los libros Apegos feroces, Mirarse de frente y La mujer singular y la ciudad, todos ellos editados por Sexto Piso. Este artículo sirve de nuevo prólogo para su libro The Romance of American Communism, reeditado este mes por Verso Books.

https://elpais.com/cultura/2020/05/04/babelia/1588615984_648296.html?rel=lom

Muere Carlos Martí Arís, un maestro discreto de la arquitectura. El creador, fallecido a los 71 años, tuvo una fructífera carrera en tres frentes: la docencia, la teoría y la construcción.

El 1 de mayo murió de coronavirus en su ciudad, Barcelona, Carlos Martí Arís. Tenía 71 años y era un arquitecto más reconocido que conocido. Tuvo una fructífera carrera en tres frentes: la docencia —fue profesor de proyectos de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y dio clases en el Politécnico de Milán—, la teoría —publicó un puñado de libros y editó muchos más— y la construcción —donde formó equipo con su socio, Antonio Armesto—.

El arquitecto Carlos Martí Arís, en una imagen sin datar.

Martí llevaba cinco años sometido por un parkinson que lo retiró de la vida pública. Justo cuando comenzó a manifestarse esa enfermedad, en 2014, el entonces director de la ETSAB, Jordi Ros, impulsó un homenaje en su honor que —ante un gentío de alumnos y profesores internacionales— lo reconoció como magister honoris causa. “Carlos nos enseñó que una de las aspiraciones del arte es la superación de los aspectos individuales”, declararon Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta —los últimos Pritzker españoles— a EL PAÍS al conocer su muerte. Esa entrega hacia lo colectivo fue creciendo desde unos inicios —justo tras la muerte de Franco, en 1975— en los que otro arquitecto, Emilio Donato, le pidió que le ayudara a encontrar jóvenes para levantar en Argelia un poblado de repoblación tras la reforma agraria. “Martí, contestó que él mismo vendría y estuvo siete meses conmigo diseñando —y construyendo— más de 300 viviendas en condiciones complicadas”. Para Donato esa generosidad de “compartir enseñando pacientemente” es el principal legado de su colega.

Fernando Moral, director del Departamento de Arquitectura de la Universidad Nebrija, lo recuerda como un defensor de “la ciudad para los ciudadanos”. No en vano, ese era el objetivo de la revista 2C Construcción de la ciudad, que Martí codirigió durante 13 años y en la que divulgó las ideas de —entre otros— Aldo Rossi o un joven Rafael Moneo.

Respetado y respetuoso, o por respetuoso respetado, Martí Arís recopiló sus ideas en un puñado de ensayos, Las variaciones de la identidad (1990) La ciudad histórica como presente (1996), Silencios elocuentes (1999), La cimbra y el arco (2005) o Cabos sueltos (2012) y aún así, insistió en el papel secundario de la teoría arquitectónica: “Si algo he aprendido después de muchos años es que todo intento de construcción teórica en nuestro ámbito debe asumir de entrada un papel auxiliar, de condición secundaria, supeditado a las obras, verdaderas depositarias del conocimiento”. Por eso uno de sus más célebres escritos subraya la importancia de la cimbra, la armadura sin la que no se pueden construir los arcos. Se trata de un elemento fundamental que, sin embargo, debe retirarse cuando el arco está terminado. Así, Martí consideraba que un edificio puede apoyarse en una teoría, pero estaba convencido de que una teoría no podía explicar –y menos justificar- ningún edificio.

Como arquitecto, firmó con Armesto barrios de viviendas sociales —como el Conjunto en Poble Nou (1972), el Distrito de San Cosme en el Prat de Llobregat (1986)—, parques —como el de Sant Martí de Provençals (1991)— o el Ayuntamiento de Castellbisbal (1993). En línea con su enseñanza, esas intervenciones en la ciudad transmiten una misma idea de servicio y responsabilidad. Por eso, un oficio en el que el civismo es tan esencial como la necesidad de contribuir a la construcción de la ciudad debe recordar, y agradecer, el trabajo de un profesional como Martí Arís. Rafael Aranda —y sus socios en RCR— lo califican de “maestro de vida y de arquitectura” y lo describen y recuerdan como alguien “generoso, accesible, humilde y capaz de maravillarse”.

https://elpais.com/cultura/2020-05-02/muere-carlos-marti-aris-un-maestro-discreto-de-la-arquitectura.html

lunes, 11 de mayo de 2020

La cruel pedagogía del virus

8 mayo, 2020

Este es el interesante título del pequeño libro que ha escrito el portugués Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940), autor al que sigo con admiración desde hace muchos años, sobre la crisis que estamos atravesando. Altamente recomendable su lectura. Se puede encontrar en cualquier buscador de forma gratuita.

En medio del fárrago de fake news, de comentarios frívolos, de textos vacuos, de visiones apocalípticas y de conjeturas varias, es bueno acercarse a pensadores que, en parte por la edad y la experiencia y en parte por la sabiduría y el estudio profundo de la realidad, pueden aportarnos un análisis rico y riguroso de la crisis en la que estamos inmersos.

El virus está desarrollando una intensa pedagogía sobre el planeta. Imparte lecciones cada día para quien quiera aprender. Después de leer ese libro y muchos otros textos sobre la crisis que estamos atravesando quiero destacar diez ideas que considero importantes para comprender lo que sucede y afrontar el futuro de forma realista y positiva. Las tres primeras pertenecen al magisterio del pensador portugués.

Lección primera. La pandemia causa conmoción en todo el mundo, pero de forma desigual. Médicos sin Fronteras advierte, por ejemplo, de la extrema vulnerabilidad al virus de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en centros de intercambio en Grecia. En uno de ellos (campo de Moria) hay un grifo de agua para 1300 personas y no hay jabón. Los refugiados viven hacinados. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de 300 metros cuadrados. Esto también es parte de Europa, es la Europa invisible. Estas condiciones también prevalecen en la frontera sur de Estados Unidos, hay también allí una América invisible. ¿Nos importa que exista un orden mundial tan discriminatorio?

Lección segunda. El tiempo político y mediático condiciona cómo la sociedad contemporánea percibe los riesgos que corre. Ese camino puede ser fatal. Las crisis graves y agudas, cuya letalidad es muy significativa y rápida, movilizan a los medios de comunicación y poderes políticos, y llevan a tomar medidas que, en el mejor de los casos, resuelven las consecuencias de la crisis, pero no afectan sus causas. Por el contrario, las crisis severas pero de progresión lenta tienden a pasar desapercibidas incluso cuando su letalidad es exponencialmente mayor. La pandemia de coronavirus es el ejemplo más reciente del primer tipo de crisis. Mientras escribo esto, ya ha matado a unas 40.000 personas. La contaminación atmosférica es el ejemplo más trágico del segundo tipo de crisis. Como informó The Guardian el 5 de marzo, según la OMS, la contaminación atmosférica, que es solo una de las dimensiones de la crisis ecológica, cada año mata a 7 millones de personas.

Lección tercera. La extrema derecha y la derecha hiperneoliberal han sido (con suerte) definitivamente desacreditadas. La extrema derecha ha crecido en todo el mundo. Se caracteriza por el impulso antisistema, la manipulación grosera de los instrumentos democráticos, incluido el sistema judicial, el nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo, la defensa de la seguridad que otorga el estado de excepción, el ataque a la investigación científica independiente y la libertad de expresión, la estigmatización de los opositores, concebidos como enemigos, el discurso de odio, el uso de redes sociales para la comunicación política en menosprecio de las herramientas y los medios convencionales. Defiende, en general, el estado mínimo pero aumenta los presupuestos militares y las fuerzas de seguridad. Ocupa un espacio político que a veces le fue ofrecido por el rotundo fracaso de los gobiernos provenientes de la izquierda que se rindieron al catecismo neoliberal bajo la astuta o ingenua creencia en la posibilidad de un capitalismo con rostro humano, un oxímoron que ha existido siempre o, al menos, que existe hoy.

Lección cuarta. De los 194 países soberanos que existen en el mundo reconocidos por la ONU con autogobierno y completa independencia, solo diez están gobernados por mujeres. Pues bien, esos países han tenido una gestión de la crisis más efectiva, más rápida, más audaz. Pensemos lo que ha pasado en Alemania, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia, Noruega, Dinamarca… Solo el 5% de los países del mundo están gobernados por mujeres. Pues bien, de los 12 más efectivos, 7 están dirigidos por mujeres. No es una casualidad. La gestión de la crisis en estos gobiernos ha sido más eficaz, más valiente, más creativa, más compasiva, más ética. (Hemos pensado alguna vez que no ha habido dictadoras en la historia?). Sobra mucha testosterona en el poder.

Lección quinta. En la mayoría de los países, para salir adelante, la oposición se ha mostrado colaboradora con el gobierno que ha tenido que gestionar una crisis sin precedentes a la que ha habido que hacer frente de forma imprevista y apresurada. Un gobierno aislado, machacado, criticado, y zancadilleado puede conseguir con más dificultad el éxito, que un gobierno apoyado, ayudado, estimulado y comprendido. En nuestro país, la actitud de la oposición ha sido escandalosa. El PP ha dicho una y otra vez que el gobierno es un caos y VOX ha insistido en que la solución a la crisis es la caída del gobierno.

Lección sexta. Hemos podido comprobar la importancia que tiene la sanidad pública. Los recortes que se realizaron y la privatización de los servicios han mermado la capacidad de respuesta ante la gravedad de la crisis. ¿Cómo no pensar en una forma segura y estable de garantizar la protección de la salud de todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad, sin entregar su suerte a la herencia o al azar?

Lección séptima. Se han presentado varios dilemas durante la crisis. Uno de ellos ha sido el de salud versus economía. Cuidar de la salud suponía destruir la economía. El primer ministro inglés Boris Johnson dijo que había que seguir con la actividad a pesar de que hubiera que pagar el tributo de muchas vidas. Luego, no sé si por la presión social o por qué, tuvo que rectificar. Ha habido otro dilema que se ha adueñado de la opinión pública: derecho a la libertad de expresión versus difusión de bulos y fake news. El derecho a la información se ha llenado de confusión y de mentiras. Un tercer dilema ha sido el de salud versus restricción de libertades. El gobierno ha confinado a la población para conseguir frenar la expansión del virus.

Lección octava. Los docentes han trabajado con esfuerzo, creatividad y coraje desde sus domicilios, en una experiencia jamás imaginada: desplegar un Proyecto Educativo desde una institución virtual que se expande por el espacio y por el tiempo y adaptar nuevas metodologías y formas de evaluación. Están siendo héroes anónimos. Es hora de valorar la importancia de la educación y de la investigación. El impacto de la brecha digital va a agrandar las diferencias durante la crisis y se van a hacer más graves e injustas las diferencias. Habrá que ayudar a los más vulnerables a recuperar el espacio perdido.

Lección novena. Nuestros ancianos y ancianas han sido castigados con crueldad por el covid-19. Muchos de ellos han muerto en condiciones lamentables de soledad y angustia. Las Residencias se han convertido en trampas terribles donde han encontrado la muerte muchos mayores por deficiencias de cuidado y de gestión. El personal sanitario se ha visto expuesto a situaciones de alto riesgo y hemos pagado un tributo elevadísimo de bajas y vidas He recibido una desgarradora carta de Rocío Casto Bertomeu en la que me cuenta que ha perdido en la crisis dos familiares a los que ha despedido en condiciones tristísimas: una sanitaria y una queridísima abuela. Cuánto dolor en sectores tan sensibles de la sociedad..

Lección décima. La crisis ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros. En la crisis ha habido actuaciones heroicas sin límite, se ha desplegado un inmenso abanico de acciones generosas. Personas que ha arriesgado la vida para salvar a otros. Personas y grupos que han dedicado su tiempo, su conocimiento y sus bienes a la lucha por la recuperación. La ciudadanía ha respondido con responsabilidad y sacrificio a las exigencia que imponía el bien común. Pero también ha permitido mostrar lo más negativo de nuestro ser: personas que, con irresponsabilidad inconcebible, han contagiado a otras personas, individuos que se han enriquecido de forma injusta…

Después de la crisis seremos distintos, pero no necesariamente mejores. Para ser mejores hará falta algo más que las simples evidencias. Hará falta clarividencia, unidad, solidaridad y voluntad para no repetir los errores. Lecciones duras, difíciles de asimilar. Lecciones que no se aprenden sin esfuerzo y humildad. El aprendizaje tiene que incorporarse a la construcción de una normalidad mejor, de más calidad humana, de más profundidad ética.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/05/08/la-cruel-pedagogia-del-virus/

Cuales son las causas del autismo

Desde los genes hasta el medio ambiente, los expertos han identificado varios factores que influyen en las posibilidades de que un niño tenga autismo. Pero el riesgo no es el destino, dicen.

Melissa Smith siempre había querido tener tres hijos. En abril pasado, cuando intentaba quedar embarazada por tercera vez, supo que su hijo menor era autista. Después de que ella superó la conmoción inicial, la noticia fue un alivio. "Había sabido durante meses que algo andaba mal", dijo. "Definitivamente tener una respuesta y tener un diagnóstico que nos brindaría soluciones y terapia para ayudar, definitivamente fue un alivio".

Aún así, no pudo evitar preocuparse de que su próximo hijo también fuera autista. Se siente en conflicto: ve el autismo de su hijo como un regalo y no lo cambiaría, pero cuidarlo requiere esfuerzo. Un niño adicional con autismo podría hacerlo aún más difícil.

Tener un hijo con autismo significaba que tenía una mayor probabilidad de tener otro, porque tiende a darse en familias. Luego vio un estudio que vinculaba los medicamentos llamados S.S.R.I.s (inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina) con el autismo. La conexión es puramente una asociación más que una prueba de que las drogas causan autismo. Smith, de 30 años, había estado tomando un S.S.R.I. llamado Lexapro durante el año pasado.

Lexapro fue lo único que alivió su ansiedad, que era tan grave que era difícil conducir un automóvil, limpiar la casa o comprar alimentos sin arremeter contra su familia. Su médico no pudo decir con certeza si debería continuar tomando su medicamento, porque otros estudios sugirieron que el estrés de la ansiedad no tratada conllevaba sus propios riesgos prenatales, incluido el parto prematuro, que también es un factor de riesgo para el autismo.

"Me hace sentir atrapada", dijo Smith, quien trabaja como coordinador en una clínica en Salt Lake City que evalúa a los niños en busca de trastornos genéticos y metabólicos.

Luego, a fines de enero, sus preocupaciones ya no eran hipotéticas: estaba embarazada. Smith buscó el consejo de asesores genéticos, pero nadie pudo decirle si tomar su medicamento sería  un mayor riesgo que no tomarlo.

"Si este niño tiene autismo, no quiero pensar, bueno, qué pasaría si hubiera hecho esto o qué hubiera hecho", dijo. "Solo quiero poder vivir conmigo misma al final del día y saber que no fue algo que hice lo que lo causó".

En los últimos 50 años, los científicos han compilado una breve lista de factores, incluidos ciertos genes, parto prematuro y algunos medicamentos, que podrían contribuir al autismo. Han comenzado a comprender qué personas tienen las mayores posibilidades de tener un hijo con autismo, y han identificado algunas cosas que puede hacer para minimizar esas posibilidades.

Aún así, no hay forma de evitar que un niño tenga autismo, en gran parte porque los expertos en realidad no saben qué lo causa en la mayoría de las personas. "Podemos encontrar muchos, muchos factores que se correlacionan con el autismo", dijo la Dra. Katarzyna Chawarska, Ph.D., profesora de psiquiatría infantil en el Centro de Estudios Infantiles de la Universidad de Yale. "Pero en realidad, realmente no sabemos si están involucrados en la causa del autismo".

También es importante tener en cuenta que muchas personas autistas y sus familias ven el autismo como algo para celebrar. Y que los rasgos de autismo existen en todos. "Muchos de ellos, tengan autismo o no, pueden brindarle algo positivo", como una pasión intensa por ciertas materias y un buen ojo para los detalles, dijo Ed Cook, MD, profesor de psiquiatría en la Universidad de Illinois en Chicago.

Una cosa es segura: no hay una sola causa del autismo, y cada caso es producto de múltiples factores que trabajan juntos.

¿Qué hay en tu ADN?
Hasta la década de 1970, muchos expertos se suscribieron a las nociones ahora desacreditadas sobre el autismo causado por estilos de crianza "fríos" o por crecer en un aislamiento extremo (como en el famoso caso del Wild Bo  (el niño salvaje) de Aveyron en Francia a fines de 1700). Desde entonces, los estudios han demostrado que el autismo se produce en familias y han atribuido su heredabilidad a alrededor del 80 por ciento, o tan heredable como la altura o el color de los ojos.

Los científicos no pueden explicar completamente por qué el autismo se da en familias. Sospechan que, como la altura, tiene causas complejas y está determinada por numerosos genes que actúan juntos para influir en las probabilidades de que una persona tenga autismo. Sus estudios sugieren que, colectivamente, estos genes podrían explicar aproximadamente la mitad de la base genética del autismo.

Otro 10 a 20 por ciento puede explicarse por mutaciones raras pero poderosas que ocurren al azar y no están relacionadas con genes que se ejecutan en familias. Los científicos han encontrado unos 100 genes que, cuando mutan, pueden aumentar sustancialmente las probabilidades de que una persona tenga autismo.

Incluso cuando ocurren estas mutaciones, no causan autismo cada vez. "Ninguna de estas cosas es perfectamente predictiva de un diagnóstico de autismo, y cada una de ellas es individualmente bastante rara", dijo el Dr. Jeremy Veenstra-VanderWeele, MD, psiquiatra de niños y adolescentes de la Universidad de Columbia. "Realmente no podemos señalar exactamente cuál será el riesgo para un individuo".

¿Qué más aumenta el riesgo?
Entonces, el autismo es altamente genético, pero eso no significa que los factores ambientales no sean importantes, dijo el Dr. Brian Lee, Ph.D., profesor asociado de epidemiología y bioestadística en el A.J. Drexel Autism Institute en Filadelfia. La altura, por ejemplo, está influenciada por factores ambientales como la desnutrición. "Puede tener un factor genético subyacente que lo pone en riesgo, pero puede ser necesario que haya algún tipo de condición ambiental o desencadenante", dijo Lee.

Los S.S.R.I.s son fuertes candidatos para factores que podrían desencadenar el autismo. Actúan sobre la serotonina química del cerebro, que es importante para la función social y se encuentra en niveles altos en algunas personas autistas, y muchas de ellas pasan de la sangre de una mujer al útero.

Pero el Dr. Alan Brown, M.D., profesor de psiquiatría y epidemiología en la Universidad de Columbia, dijo que es difícil separar los efectos de un medicamento de la razón de una mujer embarazada para tomarlos: su condición subyacente de salud mental. Varios estudios recientes sugieren que el riesgo de autismo asociado con S.S.R.I. el uso es muy pequeño, quizás inexistente. "La literatura es confusa sobre S.S.R.I.s y autismo", dijo Brown. "Algunos estudios muestran la asociación, otros no".

Los investigadores también analizaron la exposición prenatal a las toxinas, como los pesticidas o la contaminación del aire, y obtuvieron resultados igualmente poco concluyentes. No han encontrado un mayor riesgo de autismo relacionado con el tabaquismo prenatal, la cesárea, los tratamientos de fertilidad o las vacunas.

El factor de riesgo más confiable con diferencia es haber tenido un hijo anterior con autismo. Aproximadamente 1 de cada 5 familias como Smith van a tener otro hijo en el espectro. El sexo biológico también es importante: los hombres tienen aproximadamente tres veces más probabilidades que las mujeres de tener autismo, aunque las razones de esto no se entienden completamente. Las posibilidades de tener un hijo autista también aumentan de manera leve y constante con la edad de los padres.

"La mayoría de los posibles factores de riesgo para el autismo son cosas que ocurren alrededor del nacimiento, cuando ocurre el desarrollo temprano del cerebro", dijo el Dr. Paul Carbone, M.D., pediatra y profesor asociado de pediatría en la Universidad de Utah. “Pero, ¿por sí mismos causan autismo? ¿O es mucho más común que nuestro entorno interactúe de alguna manera con la susceptibilidad genética para aumentar el riesgo de una persona? "

El riesgo no es el destino
Es importante reconocer que la mayoría de las familias con estos factores de riesgo no tienen hijos con autismo. Y el autismo sigue siendo relativamente raro: alrededor del 1,8 por ciento de los niños en los Estados Unidos tienen un diagnóstico, según las últimas estimaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Las tasas de autismo han aumentado en las últimas décadas, pero casi todo eso se debe a una mayor conciencia y cambios en los criterios de diagnóstico que califican a más personas para un diagnóstico, dijo el Dr. Eric Fombonne, MD, profesor de psiquiatría, pediatría y neurociencia conductual en Universidad de Salud y Ciencia de Oregon. "Gran parte del aumento se explica por el hecho de que lo que llamamos autismo hoy es mucho mayor que lo que llamamos autismo hace 50 años", dijo.

Y, quizás lo más importante, la mayoría de las influencias del autismo permanecen fuera de nuestro control de todos modos. "Ciertamente hay muchas cosas que no sabemos sobre las causas del autismo", dijo el Dr. Carbone. "Pero una cosa de la que estamos absolutamente seguros es que los padres no causan autismo".

Smith dijo que su médico entendió sus preocupaciones sobre tomar un S.S.R.I., y le dio un medicamento alternativo llamado Buspar. Pero después de tomarlo durante aproximadamente una semana a principios de marzo, Smith tuvo náuseas y migrañas graves, posibles efectos secundarios del medicamento. Entonces dejó de tomarlo y desde entonces ha estado manejando su ansiedad con ejercicios de meditación y respiración.

En la primera semana de abril, Smith se enteró de que el bebé era un niño. Esto la preocupó al principio, porque los hombres tienen un mayor riesgo de autismo que las mujeres. Pero luego llegó a un acuerdo con eso. "No depende de mí", dijo. "Haré todo lo que pueda para tratar de asegurarme de que este niño esté sano, y eso es todo lo que puedo hacer".

https://www.nytimes.com/2020/04/20/parenting/autism-causes.html?action=click&module=RelatedLinks&pgtype=Article

200 personalidades de la cultura piden un cambio social radical Juliette Binoche es la promotora del manifiesto en 'Le Monde'

"No a un regreso a la normalidad": de Robert De Niro a Juliette Binoche, el atractivo de 200 artistas y científicos Por colectivo

Un grupo de personalidades, incluidas Madonna, Cate Blanchett, Philippe Descola, Albert Fert, lanzan un llamamiento al "Mundo", iniciado por Juliette Binoche y Aurélien Barrau, a los líderes y ciudadanos para cambiar profundamente nuestros estilos de vida, consumo y nuestros ahorros.

Tribuna
La pandemia de Covid-19 es una tragedia. Sin embargo, esta crisis tiene la virtud de invitarnos a enfrentar las preguntas esenciales.

Los resultados son simples: los "ajustes" ya no son suficientes, el problema es sistémico.

Por favor, no volvamos a la normalidad
El desastre ecológico actual es parte de una "metacrisis": la extinción masiva de la vida en la Tierra ya no está en duda y todos los indicadores apuntan a una amenaza existencial directa. A diferencia de una pandemia, por grave que sea, es un colapso global cuyas consecuencias serán más allá de toda medida.

Por lo tanto, solemnemente pedimos a los líderes y ciudadanos que salgan de la lógica insostenible que aún prevalece, para finalmente trabajar en una revisión profunda de los objetivos, valores y economías.

Punto de ruptura
El consumismo nos ha llevado a negar la vida en sí misma: la de las plantas, la de los animales y la de un gran número de humanos. La contaminación, el calentamiento global y la destrucción de espacios naturales están llevando al mundo a un punto de quiebre.

Por estos motivos, combinados con las desigualdades sociales cada vez mayores, nos parece impensable "volver a la normalidad".

La transformación radical que se requiere, en todos los niveles, requiere audacia y coraje. No tendrá lugar sin un compromiso masivo y decidido. ¿Cuándo son los actos? Es una cuestión de supervivencia, tanto como dignidad y consistencia.

Lynsey Addario, reportero senior;
Isabelle Adjani, actriz;
Roberto Alagna, cantante lírico;
Pedro Almodóvar, director;
Santiago Amigorena, escritor;
Angèle, cantante;
Adria Arjona, actriz;
Yann Arthus-Bertrand, fotógrafo, director;
Ariane Ascaride, actriz;
Olivier Assayas, director;
Josiane Balasko, actriz;
Jeanne Balibar, actriz;
Bang Hai Ja, pintor;
Javier Bardem, actor;
Aurélien Barrau, astrofísico,
miembro honorario del Institut universitaire de France;
Mikhail Baryshnikov, bailarín, coreógrafo;
Nathalie Baye, actriz;
Emmanuelle Béart, actriz;
Jean Bellorini, director;
Monica Bellucci, actriz;
Alain Benoit, físico, Academia de Ciencias;
Charles Berling, actor;
Juliette Binoche, actriz;
Benjamin Biolay, cantante;
Dominique Blanc, actriz;
Cate Blanchett, actriz;
Gilles Bœuf, ex presidente del Museo Nacional de Historia Natural;
Valérie Bonneton, actriz;
Aurélien Bory, director;
Miguel Bosé, actor, cantante; Stéphane Braunschweig, director;
Stéphane Brizé, director;
Irina Brook, directora;
Peter Brook, director;
Valeria Bruni Tedeschi, actriz, directora;
Khatia Buniatishvili, pianista;
Florence Burgat, filósofa, directora de investigación en Inrae;
Guillaume Canet, actor, director;
Anne Carson, poeta, escritora, Academia de Artes y Ciencias;
Michel Cassé, astrofísico;
Aaron Ciechanover, Premio Nobel de Química;
François Civil, actor;
François Cluzet, actor;
Isabel Coixet, directora;
Gregory Colbert, fotógrafo, director;
Paolo Conte, cantante;
Marion Cotillard, actriz;
Camille Cottin, actriz;
Penélope Cruz, actriz;
Alfonso Cuarón, director;
Willem Dafoe, actor;
Béatrice Dalle, actriz;
Alain Damasio, escritor;
Ricardo Darin, actor;
Cécile de France, actriz;
Robert De Niro, actor;
Annick de Souzenelle, escritor;
Johann Deisenhofer, bioquímico, Premio Nobel de química;
Kate del Castillo, actriz;
Miguel Delibes Castro, biólogo, Real Academia Española de Ciencias;
Emmanuel Demarcy-Mota, director;
Claire Denis, directora;
Philippe Descola, antropólogo, medalla de oro CNRS;
Virginie Despentes, escritora;
Alexandre Desplat, compositor;
Arnaud Desplechin, director;
Natalie Dessay, cantante lírica;
Cyril Dion, escritor, director;
Hervé Dole, astrofísico, miembro honorario del Institut universitaire de France;
Adam Driver, actor;
Jacques Dubochet, Premio Nobel de química;
Diane Dufresne, cantante; Thomas Dutronc, cantante;
Lars Eidinger, actor;
Olafur Eliasson, artista plástico, escultor;
Marianne Faithfull, cantante;
Pierre Fayet, miembro de la Academia de Ciencias;
Abel Ferrara, director;
Albert Fert, Premio Nobel de física;
Ralph Fiennes, actor;
Edmond Fischer, bioquímico, Premio Nobel de medicina;
Jane Fonda, actriz;
Joachim Frank, Premio Nobel de química;
Manuel García-Rulfo, actor;
Marie-Agnès Gillot, bailarina estrella;
Amos Gitaï, director;
Alejandro Gonzales Iñarritu, director;
Timothy Gowers, medalla Fiels de matemáticas;
Eva Green, actriz;
Sylvie Guillem, bailarina estrella;
Ben Hardy, actor;
Serge Haroche, Premio Nobel de física;
Dudley R. Herschbach, Premio Nobel de química;
Roald Hoffmann, Premio Nobel de química;
Rob Hopkins, fundador de ciudades en transición;
Nicolas Hulot, presidente honorario de la Fundación Nicolas Hulot para la Naturaleza y el Hombre;
Imany, cantante;
Jeremy Irons, actor;
Agnès Jaoui, actriz, directora;
Jim Jarmusch, director;
Vaughan Jones, Medalla Fields de Matemáticas;
Spike Jonze, director;
Camélia Jordana, cantante;
Jean Jouzel, climatólogo, Premio Vetlesen;
Anish Kapoor, escultor, pintor;
Naomi Kawase, directora;
Sandrine Kiberlain, actriz;
Angélique Kidjo, cantante;
Naomi Klein, escritora;
Brian Kobilka, Premio Nobel de Química;
Hirokazu Kore-eda, director;
Panos Koutras, director;
Antjie Krog, poeta;
La Grande Sophie, cantante;
Ludovic Lagarde, director;
Mélanie Laurent, actriz;
Bernard Lavilliers, cantante;
Yvon Le Maho, ecofisiólogo, miembro de la Academia de Ciencias;
Roland Lehoucq, astrofísico;
Gilles Lellouche, actor, director;
Christian Louboutin, creador;
Roderick MacKinnon, Premio Nobel de química;
Madonna, cantante; Macha Makeïeff, directora;
Claude Makélélé, futbolista;
Ald Al Malik, rapero;
Rooney Mara, actriz;
Ricky Martin, cantante; Carmen Maura, actriz;
Michel Mayor, Premio Nobel de física;
Medina, rapero;
Melody Gardot, cantante;
Arturo Menchaca Rocha, físico, ex presidente de la Academia Mexicana de Ciencias;
Raoni Metuktire, jefe indio de Raoni;
Julianne Moore, actriz;
Wajdi Mouawad, director, autor;
Gérard Mouroux, Premio Nobel de física;
Nana Mouskouri, cantante;
Yael Naim, cantante;
Jean-Luc Nancy, filósofo;
Guillaume Néry, campeón mundial de apnea;
Pierre Niney, actor;
Michaël Ondaatje, escritor;
Thomas Ostermeier, director;
Rithy Panh, directora;
Vanessa Paradis, cantante, actriz;

James Peebles, Premio Nobel de física;
Corine Pelluchon, filósofa;
Joaquin Phoenix, actor; Apple, cantante; Iggy Pop, cantante; Olivier Py, director; Radu Mihaileanu, director; Susheela Raman, cantante;
Edgar Ramirez, actor;
Charlotte Rampling, actriz;
Raphaël, cantante;
Eric Reinhardt, escritor;
Residente, cantante;
Jean-Michel Ribes, director;
Matthieu Ricard, monje budista;


Richard Roberts, Premio Nobel de medicina;
Isabella Rossellini, actriz;
Cecilia Roth, actriz;
Carlo Rovelli, físico,
miembro honorario del Institut universitaire de France;
Paolo Roversi, fotógrafo;
Ludivine Sagnier, actriz;
Shaka Ponk (Sam y Frah), cantantes;
Vandana Shiva, filósofa, escritora;
Abderrahmane Sissako, director;
Gustaf Skarsgard, actor;
Sorrentino Paolo, director;
Sabrina Speich, oceanógrafa, medalla Albert Defant;
Sting, cantante;
James Fraser Stoddart, Premio Nobel de química;
Barbra Streisand, cantante, actriz, directora;
Malgorzata Szumowska, directora;
Béla Tarr, directora;
Bertrand Tavernier, director;
Alexandre Tharaud, pianista;
James Thierré, director, bailarín;
Mélanie Thierry, actriz;
Tran Anh Hung, director;
Jean-Louis Trintignant, actor;
Karin Viard, actriz;
Rufus Wainwright, cantante;
Lulu Wang, directora;
Paul Watson, navegante, escritor;
Wim Wenders, director;
Stanley Whittingham, Premio Nobel de química;
Sonia Wieder-Atherton, violonchelista;
Frank Wilczek, Premio Nobel de física;
Olivia Wilde, actriz;
Christophe Willem, cantante;
Bob Wilson, director; b Lambert Wilson, actor;
David Wineland, Premio Nobel de física;
Xuan Thuan Trinh, astrofísico;
Muhammad Yunus, economista, Premio Nobel de la Paz;
Zazie, cantante.

domingo, 10 de mayo de 2020

La penúltima batalla de las perdedoras de la guerra. Supervivientes e historiadores recuerdan las agresiones que sufrieron las mujeres en el fin de la contienda y su papel protagonista en la reconstrucción del país.

Un grupo de mujeres limpia ladrillos recogidos de los escombros provocados por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, en 1946 en Berlín. / WALTER GIRCKE (GETTY)
Un grupo de mujeres limpia ladrillos recogidos de los escombros provocados por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, en 1946 en Berlín. / WALTER GIRCKE (GETTY)ULLSTEIN BILD DTL. / EL PAÍS.
Cuando se conmemora el fin de la Segunda Guerra Mundial hace ahora 75 años y de la derrota del régimen nazi que aniquiló a seis millones de judíos, Cent-Velden y otras testigos directas rememoran la esperanza ante el fin de la guerra. Pero también los abusos, el miedo, la lucha por sacar adelante a la familia y hasta los suicidios de mujeres del bando perdedor, que se sintieron incapaces de afrontar un futuro que Joseph Goebbels había pintado con rabo y cuernos de diablo. Los investigadores han ido arrojando en los últimos años luz sobre la lucha por la supervivencia de las mujeres de a pie en aquellos meses, en los que la barbarie de la guerra había condenado a muchos hombres al frente o a la tumba.

A sus 93 años, Cent-Velden posa hoy sonriente en su apartamento berlinés, dos calles más allá de la casa en la que creció. Ha perdido la vista, pero mantiene una memoria y una locuacidad envidiables. “Los soldados soviéticos se llevaron a muchas mujeres de los sótanos para divertirse. En mi barrio hubo muchas violaciones y suicidios”, recuerda. Ella vivía junto al Tiergarten, donde los soldados fueron entrando casa por casa. Cerca de la suya, había un hospital en el que las enfermeras “sufrieron mucho, porque los rusos se portaron muy mal”. Cent-Velden logró esquivar hasta dos veces a aquellos soldados soviéticos que hablaban una lengua que no entendía y que le resultaban temibles.

Las agresiones de las que habla Cent-Velden no son un caso aislado. Las estimaciones de Miriam Gebhardt, profesora de Historia de la Universidad de Constanza hablan de cientos de miles de víctimas de violaciones y no todas a manos de los temidos soldados rusos, sino también de americanos, franceses e ingleses. Gebhardt, autora de Als die Soldaten kamen (Cuando llegaron los soldados), explica que “cuando llegaban los vencedores, registraban las casas para buscar a gente del partido y armas. Primero confiscaban los objetos de valor y a veces también violaban a las mujeres. Hubo agresiones en grupo, en las casas, en los bosques o en burdeles ambulantes montados en hoteles”, detalla.

Sus estimaciones, basadas en parte en extrapolaciones, hablan de cerca de 860.000 víctimas. Gebhardt reconoce que se trata solo de una aproximación, que no es posible tener una cifra concreta porque muy pocas mujeres hablaban de lo que les había pasado, en parte porque temían que les culparan de haber tratado de seducir a su agresor. “Fueron episodios generalizados de violaciones contra las mujeres en toda Alemania”. La violencia contra las mujeres duró hasta el final de la ocupación en 1955, según Gebhardt, quien explica que el tema se abordó al principio para determinar si el Estado pagaría pensiones a los niños nacidos de esas violaciones, pero que luego cayó en el olvido. Las memorias anónimas tituladas Una mujer en Berlín, en la que la autora narra la violencia sexual durante aquellos meses tardó décadas en convertirse en superventas.

Cent-Velden explica el por qué del silencio. “Conocí a mujeres que habían sido violadas por los rusos, pero entonces, no se hablaba de las cosas terribles que le había pasado a cada uno. Todo el mundo estaba traumatizado. Empezaron a hablar poco a poco, en los meses siguientes. Yo misma no pude hablar de lo que me pasó hasta la reunificación”. Los relatos, muchos ya perdidos, forman parte del sufrimiento de la gente corriente del bando agresor y vencido, que tardó más en aterrizar en los libros de historia y de asentarse en la memoria colectiva.
Helga Cent-Velden, este jueves en su casa de Berlín.
Helga Cent-Velden, este jueves en su casa de Berlín. PATRICIA SEVILLA CIORDIA / EL PAÍS

Marita Krauss, historiadora de la universidad de Augsburgo, describe cómo fue la lucha por la supervivencia de las mujeres en aquellos meses y semanas. Cómo por todas partes la gente, sobre todo las mujeres, trataban de conseguir comida, de vender joyas, alfombras. “Se buscaban la vida, para alimentar a la familia con lo que fuera. Iban al campo a recoger cardos y hierbas para ensaladas, bellotas para moler y hacer harina pan o caracoles para dar proteínas a los niños, pero sobre todo patatas, muchas patatas”. Cuenta Krauss que enseguida hubo periódicos de mujeres donde imprimían recetas con ingredientes de emergencia, con las que se esforzaban por crear la ilusión de una cierta normalidad. Las mujeres fueron asumiendo mayores puestos de responsabilidad, por ejemplo subiendo escalones en las empresas y reemplazando a hombres que se habían ido a la guerra.

Ilse Grob tiene ahora 90 años y vivió la guerra en el norte, en el Estado de Schleswig Holstein, recuerda bien las sensaciones contradictorias con las que abordaron el fin de la guerra. “Estábamos muy contentos de que no hubiera más combates, pero teníamos miedo de los fanáticos del nacionalsocialismo que andaban por ahí y de qué iba a ser de nosotros. Éramos los perdedores y los que habíamos empezado la guerra”.

Ese profundo sentimiento de inseguridad llevó a decenas de miles de alemanes a suicidarse, según la investigación del historiador Florian Huber. “En Alemania tenemos desde hace décadas un debate interno sobre nuestro pasado, pero no hablamos de la gente que se suicidó, porque no encajan en la narrativa de buenos y malos”, sostiene Huber, autor de Kind, versprich mir dass du dich erschiesst, algo así como Hijo, prométeme que te dispararás. “Los suicidios fueron un fenómeno en toda Alemania, pero sobre todo en la zona soviética, porque la gente tenía miedo de las represalias y las mujeres temían las violaciones”, explica ahora en una entrevista.

Las investigaciones de Huber le llevan a concluir que no había un perfil determinado, que los suicidios afectaron a todo tipo de gente corriente y tanto a nazis como a izquierdistas. “La primera causa fue la experiencia de la violencia, de quienes vieron cómo mataron a sus maridos o de mujeres que fueron violadas y no pudieron superar el dolor y la humillación que sentían. Pero también estaba el propio miedo a la violencia. Habían escuchado historias de que los soldados arrancarían la lengua de sus hijos y los ojos de las mujeres, que violarían a todo el mundo. Cundía la sensación de que no había futuro”. Cent-Velden coincide: “Muchas mujeres se suicidaron porque no sabían qué iba a ser de ellas ni de su familia. La propaganda nazi nos había dicho que iba a ser más terrible de lo que luego fue. Sí, fue terrible, pero sobrevivimos”.

Había además, según Huber, “un sentimiento de culpa y de complicidad por lo que había pasado con los judíos. Todos los adultos sabían lo que pasó en los campos”. Krauss explica que “el conocimiento de lo que había pasado con los judíos estaba presente. La gente había visto cómo desaparecían, cómo los deportaban. Puede que muchos no supieran qué pasaba exactamente con ellos, pero todo el que tuviera un familiar en el frente lo sabía y la gente escuchaba en secreto la BBC, pero no se hablaba de ello en público”. Grob asegura que antes de terminar la guerra ya sabían que había gente que había desaparecido y que había rumores de que había campos de concentración. “Fue después, en la radio de los ingleses, donde empezamos a conocer el detalle de las atrocidades”.

Cuando las bombas dejaron de caer, el paisaje de muchas ciudades alemanas amaneció sembrado de escombros. Ocho millones de hogares habían sido destruidos. La reconstrucción física del país corrió en paralelo a la psicológica de hombres y mujeres rotos por la guerra. Como miles de mujeres, Cent-Velden se puso manos a la obra y se convirtió en una de las célebres mujeres de los escombros, las Trümmerfrauen, que trabajaron con sus manos para devolver la normalidad al país, y que hoy son una figura mítica en Alemania. Muchos hombres estaban muertos, heridos o encarcelados. Más de una decena de estatuas rinden tributo a estas mujeres en toda Alemania.

Primero le tocó la zona de Tiergarten, donde había que retirar todo lo que los soldados habían dejado atrás: mochilas, cascos, botas, ropa, munición y hasta granadas de mano, que tiraban al lago y algunas de las cuales terminaron por estallar. Más tarde, fue destinada a una cuadrilla en la Postdamer Strasse, donde recogió escombros con las manos desnudas. “No éramos heroínas; era una situación de emergencia y teníamos que trabajar para comer”, reflexiona Cent-Velden.

Recientemente ha surgido un cierto debate sobre la verdadera dimensión del fenómeno de las Trümmerfrauen, tras la publicación del trabajo de la historiadora Leonie Treber, que sostiene que no fueron tan numerosas como a menudo se cree y que dependió mucho de la zona del país. Asegura además que “a partir de 1946 ese trabajo ya empezó a profesionalizarse. No fue tanto un fenómeno colectivo como regional”. Polémicas aparte, el lugar que ocupan las mujeres de los escombros en la memoria colectiva de Alemania es indisputable. “Sin esas mujeres, las Trümmerfrauen, la vida en Alemania habría sido insoportable. Su fuerza, emocional y física puso en pie al país”, escribe Neil Mac Gregor en Alemania, memorias de una nación.

Refugiadas
Karin Voss era una niña cuando acabó la guerra y recuerda el cielo rojo, ardiendo un día y cómo llovieron cenizas al día siguiente, cerca de Hamburgo, en una zona bajo control británico tras la capitulación. Recuerda también “la sensación de alivio” y el desembarco de miles de refugiados del Este de Europa. A Alemania llegaron cerca de 11 millones de refugiados de Prusia, Pomerania o Silesia entre otras zonas y en varias oleadas, huyendo del Ejército Rojo. En casa de Voss, como en muchas otras en el campo, se instalaron unos 25, también madres con hijos. “Las refugiadas contaban historias de cómo habían sufrido ataques en el camino. Historias terribles de cómo violaban a las jóvenes”, asegura Voss.

Voss recuerda bien las cadenas humanas de mujeres encaramadas a las montañas de escombros. “Llevaban la cabeza cubierta con un pañuelo para protegerse del polvo”. Habla también de las dificultades para conseguir comida y objetos para quemar. “Ese invierno fue terrible y la gente murió de frío y de hambre. Los primeros diez años después de la guerra fueron muy difíciles”, cuenta esta mujer que trabajó como agricultora y después como agente inmobiliaria. En aquellos años, cuando viajaba de su pueblo a Hamburgo veía desde la ventanilla del tren cómo cada vez había menos escombros y más casas. “Nuestro único deseo era que no hubiera nunca más una guerra”.

Cada vez quedan menos voces como la de Voss, Cent-Velden o la de Grob. Son mujeres que han ido muriendo y su testimonio corre el riesgo de perderse. Cent-Velden, que ha sido maestra e histórica militante socialdemócrata, se esfuerza para que su mensaje no se olvide. “Soy una detractora fanática de la guerra. Siempre pelearé para que lo que pasó en tiempos de Hitler no vuelva a suceder. En Alemania tenemos paz desde hace 75 años y eso es sobre todo gracias a Europa, a la Unión Europea. No debemos olvidarlo”.

https://elpais.com/internacional/2020-05-07/la-penultima-batalla-de-las-perdedoras-de-la-guerra.html?rel=lom

¿Qué debo hacer si creo que mi hijo tiene autismo?

El trastorno del espectro autista afecta a aproximadamente uno de cada 54 niños. Un diagnóstico temprano puede significar un acceso más rápido a los servicios médicos, conductuales y sociales que un niño pueda necesitar.

Tiffany Lewis no necesitaba un médico que le dijera que el discurso de su hijo se retrasó. Como tutor de educación especial, sabía que él debería haber podido decir más de dos o tres palabras a los 18 meses. No podía decir "mamá" ni nada parecido. Cuando un pediatra le dijo que los niños pequeños a su edad solían usar docenas de palabras, ella se puso ansiosa.

El pediatra remitió a Lewis a un terapeuta del habla y un pediatra del desarrollo, pero la primera cita disponible estaba a meses de distancia.

Su hijo, Cooper, finalmente fue evaluado a los 2 años. Se retrasó al menos el 90 por ciento de los niños de su edad en dos áreas clave de comunicación: articulación de sus propios pensamientos y comprensión de lo que la gente le decía. Pronto comenzó a trabajar con un terapeuta del habla y fue reevaluado a los 2 años y medio. Fue diagnosticado con trastorno del espectro autista o A.S.D.

Los investigadores del autismo están de acuerdo: cuanto antes se pueda diagnosticar a los niños, más efectivas serán sus opciones de tratamiento. El diagnóstico temprano puede significar un acceso más rápido a los servicios médicos, conductuales y sociales que un niño pueda necesitar. Y los estudios han demostrado que la intervención temprana puede conducir a una mejor calidad de vida para ese niño en el futuro, especialmente cuando se trata de lo académico y las relaciones.

En los Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades informan que A.S.D. afecta a aproximadamente uno de cada 54 niños en los Estados Unidos, y la edad promedio de diagnóstico es de poco más de 4 años, aunque a muchos expertos les gustaría que esa edad sea menor. Por ahora, "el diagnóstico temprano se refiere principalmente a niños de 2 años", dijo Catherine Lord, Ph.D., psicóloga clínica que ha estado estudiando autismo durante 50 años y enseña psiquiatría en la Facultad de Medicina David Geffen en U.C.L.A.

Muchos padres han buscado en línea usando frases como "18 meses de edad sin mirarme" o "niño que no habla y autismo". Esto está bien, pero si realmente le preocupa que su hijo tenga A.S.D, se recomienda que vaya al médico lo antes posible. "Si está preocupado, no se lo guarde y no le pregunte a sus amigos en Facebook", dijo Susan L. Hyman, MD, pediatra de desarrollo y profesora del Centro Médico de la Universidad de Rochester, quien co-escribió El último informe clínico de la Academia Americana de Pediatría sobre TEA

A continuación se encuentran las preguntas frecuentes sobre el autismo y la intervención temprana:

¿Es efectiva la intervención temprana para el autismo?
La prevalencia de A.S.D. en niños ha aumentado con el tiempo, según la Academia Estadounidense de Pediatría. La investigación temprana puede ser una herramienta efectiva en el desarrollo, según muestra una investigación. El poder de la intervención temprana proviene de la neuroplasticidad del cerebro o la capacidad de cambiar. La neuroplasticidad es lo que permite a una persona aprender y retener nuevas habilidades. Por lo tanto, cuanto antes los niños puedan comenzar a recibir terapias, mayores serán las posibilidades de que adquieran las habilidades necesarias para manejar ciertas experiencias, lo que puede conducir a una mejor calidad de vida.

"En la intervención temprana, los niños aprenden a aprender", dijo Rebecca Landa, Ph.D., fundadora y directora ejecutiva del Centro de Autismo y Trastornos Relacionados en el Instituto Kennedy Krieger en Baltimore. Dependiendo del niño, esto podría significar aprender a jugar con juguetes, turnarse, resolver problemas o evitar berrinches. "A medida que los niños aprenden cómo hacer estas cosas, cambia la forma en que las personas interactúan con ellos y les hablan", dijo el Dr. Landa.

Esas terapias pueden allanar el camino a experiencias de vida más valiosas, como asistir a fiestas de cumpleaños, que los niños con autismo a menudo se pierden, dijo el Dr. Lord. "Su falta de experiencias es lo que les duele", dijo. Por ejemplo, los niños autistas pueden no parecer interesados ​​en una actividad, por lo que las personas pueden dejar de hablar con ellos o dejar de incluirlos.

Algunos niños con A.S.D. necesitará más intervenciones que otras. Y encontrar las terapias y los expertos que mejor se adaptan a las necesidades de un niño puede ser frustrante y llevar mucho tiempo. Pero hacerlo, y temprano, puede tener un efecto positivo duradero, dijo el Dr. Landa.

¿Cómo sé si mi hijo muestra signos de autismo?
Los síntomas del autismo a cualquier edad se dividen en dos categorías: habilidades de comunicación social y comportamientos o intereses repetitivos. Los síntomas pueden variar ampliamente en severidad y de un individuo a otro. Debido a que el autismo es un espectro tan amplio, las evaluaciones se realizan teniendo en cuenta múltiples criterios, incluidos el historial de desarrollo del niño y las observaciones de su comportamiento. El conjunto de necesidades del niño se puede combinar con el conjunto de servicios apropiado.

En los niños pequeños, hay varios signos clave. Si un niño de 18 meses evita constantemente el contacto visual, existe una buena posibilidad de que A.S.D. u otro trastorno neurológico está en juego. Otro

Un signo para buscar antes de los 2 años es la falta de conexión social y compromiso, dijo el Dr. Landa. Preste atención al tiempo de juego: se debe evaluar a los niños menores de 2 años que no expresan interés en compartir o mostrar juguetes o insisten en alinearlos en lugar de jugar con ellos. Otro indicador fuerte en los niños de esta edad es que generalmente no responden a sus nombres.

Las preocupaciones de Lewis sobre Cooper estaban relacionadas con el retraso del lenguaje. Sin embargo, otros indicadores iniciales pueden ser menos obvios. Los movimientos repetitivos, como agitar las manos, por ejemplo, pueden ser un signo temprano, pero por sí solos no necesariamente apuntan fuertemente al autismo. Sin embargo, en combinación con otras preferencias o comportamientos inusuales, como caminar de puntillas de manera persistente, agitar las manos "podría ser una bandera roja" en un niño pequeño, dijo Adriana Di Martino, MD, neuróloga pediátrica y directora fundadora de investigación en el Centro de Autismo en el Child Mind Institute en Manhattan.

¿Cómo pueden ayudar los padres con la intervención temprana?
Pase mucho tiempo con su hijo y manténgase comprometido. Únete a las actividades que le gustan. Imite su juego e intente agregar un nuevo elemento sin obligarlo a cambiar lo que está haciendo. Experimentar. Parte de la intervención temprana estándar es ayudar a los padres a identificar la zona de confort de sus hijos y aprender a empujarlos suavemente fuera de ella. Descubra "lo que su hijo puede tolerar", dijo el Dr. Lord, "y luego empújelo un poco".

Lewis recurrió a varias terapias para ayudar a su hijo Cooper a continuar desarrollando sus habilidades de comunicación, motricidad y empatía, desde deportes hasta música y paseos a caballo. Cooper, que ahora tiene 11 años, está en la cima de su clase en una escuela privada para niños con discapacidades del desarrollo. Tiene un vocabulario avanzado y puntajes altos en las pruebas estandarizadas, dijo Lewis, quien atribuye esos primeros años de terapia del habla y del comportamiento con el progreso académico de su hijo. "No sé dónde estaríamos ahora si no hubiéramos recibido una intervención temprana", dijo.

¿Debería preocuparme si me he perdido la ventana para un diagnóstico temprano?
"Trate de no preocuparse", dijo el Dr. Lord. La investigación ha encontrado que los niños que son diagnosticados más tarde probablemente tengan síntomas más leves, dijo, por lo que pueden requerir menos intervenciones o menos intensas.

De hecho, algunos niños que son diagnosticados después de los 5 años de edad ya pueden tener habilidades cognitivas y de lenguaje promedio o superiores, dijo el Dr. Landa. "Para esos niños en particular, el aprendizaje ha estado ocurriendo a un ritmo típico, al menos en los dominios intelectuales y de lenguaje, y esa es una buena noticia".

El Dr. Di Martino estuvo de acuerdo en que los padres no deberían darse una paliza ni sentirse culpables si un diagnóstico se perdió desde el principio. "Nunca es demasiado tarde", dijo.

Dicho esto, puede ser difícil para algunos niños mayores romper patrones de comportamiento y aprender nuevas habilidades sociales. Para cuando se hace el diagnóstico, "pueden haber desarrollado formas inflexibles de pensar o hacer las cosas", dijo el Dr. Landa. Algunos niños pueden haberse vuelto rígidos en ciertas rutinas, por ejemplo, como insistir en un orden específico de objetos o actividades y enfadarse, o montar rabietas, si ese orden se interrumpe. "Eso podría dificultarles aprender bien en la escuela, hacer y mantener amigos, para que los padres controlen su comportamiento en casa, y así sucesivamente", dijo. "Algunos de estos problemas podrían haberse evitado si la intervención se hubiera iniciado antes".

En estos días, Lewis a veces comparte actualizaciones sobre Cooper en Facebook y a menudo encuentra conexiones a través de grupos de apoyo para el autismo. De vez en cuando, los padres le escriben con inquietudes sobre sus propios hijos pequeños y le preguntan qué piensa que deberían hacer. Su consejo se hace eco del de muchos expertos: no se sienta culpable si omitió algunas de las señales. No te compares con otros padres o familias. Concéntrese en lo que su hijo necesita en este momento y en lo que necesitará en el futuro y luego "siga adelante y encuentre respuestas".

Catherine Zuckerman es una escritora con sede en Washington, D.C., cuyo trabajo ha sido publicado en National Geographic, The Washington Post y otros.

https://www.nytimes.com/2020/04/30/parenting/toddler/autism-early-diagnosis.html?algo=identity&fellback=false&imp_id=527684309&imp_id=986157033&action=click&module=Science%20%20Technology&pgtype=Homepage

sábado, 9 de mayo de 2020

No quiero ser una mamá divertida

En la cena nos damos la vuelta y nos contamos nuestra parte favorita del día. La mayoría de los días, mis dos hijas dicen que lo más destacado es "Capture la bandera con papá". La mayor parte de mí está tan contenta de escuchar que tienen un nuevo ritual que adoran, uno que saca sus yayas para que puedan irse a dormir a una hora razonable.

Una pequeña parte de mí se siente un poco amarga. Eso es porque el coronavirus ha revelado una pequeña línea de falla: no soy el divertido. No soy el que reparte chips de maíz para el desayuno de vez en cuando ("El maíz azul es un vegetal", dijo mi esposo), y no soy el que hará un rompecabezas de 400 piezas durante varios días, o llevará una pelea de almohadas. Yo soy quien cocina comidas nutritivas, se asegura de que mis hijos tengan zapatos que se ajusten y aplaude los abucheos creados por las peleas de almohadas. Soy muy consciente de que esto no es un problema en este momento. Pero aún así, molesta.

En las parejas heterosexuales, el padre "divertido" no rompe limpiamente las líneas de género, dijo Brigid Schulte, directora del Better Life Lab de la fundación New America, que se enfoca en temas de vida laboral. Algunos de ser percibido como el padre "divertido" tiene que ver con los intereses específicos de sus hijos y cómo se alinean con los suyos. Hay toneladas de mamás construyendo fuertes de cartón y jugando a la pelota Wiffle. Y los padres están mucho más involucrados en el cuidado infantil que antes, en promedio. Para su crédito eterno, mi esposo ha tomado la delantera en el aprendizaje a distancia de mis hijos.

Sin embargo, cuando observa los datos de uso del tiempo, lo que tiene género es las tareas organizativas y emocionales que requieren mucho tiempo, que tienden a recaer más en las madres. Hay un cuerpo de investigación de las últimas dos décadas sobre parejas heterosexuales que muestra que los padres tienen más probabilidades de participar en juegos "recreativos" con los niños y más probabilidades de estar con sus hijos cuando su pareja está presente que las madres. Según las investigaciones, es más probable que las mamás realicen el trabajo diario de cambio de pañales y compra de ropa, y pasan más tiempo solo con los niños.

Leah Ruppanner, Ph.D., profesora asociada de sociología y codirectora del Policy Lab de la Universidad de Melbourne, dijo que el trabajo pesado emocional y organizacional que hacen las madres en tiempos normales puede sentirse especialmente intenso en este momento. En situaciones donde ambos padres trabajan desde casa, el Dr. Ruppanner se preguntó: "¿Quién está trabajando en la mesa de la cocina y quién está trabajando en la oficina en casa? ¿De quién es el día de trabajo que se interrumpe constantemente? Si las madres intentan mantener unida a la familia y su trabajo, no queda mucho espacio para la "diversión".

Entonces, ¿dónde deja eso a las mamás? Le pregunté a Jacob Towery, M.D., un psiquiatra de niños, adolescentes y adultos en Palo Alto, California, si tener a mi esposo como el padre más "divertido" afectó mi relación con mis hijos. "No creo que todos los padres necesiten hacer snowboard o skate con entusiasmo con sus hijos ni que sean la vida de la fiesta de cumpleaños", respondió el Dr. Towery en un correo electrónico. "Si al menos uno de los padres está modelando el juego, eso es saludable para los niños".

Si usted y su cónyuge están en desacuerdo con la división de responsabilidades en sus hogares, "no se sienten, cocinen a fuego lento y guinden el resentimiento", dijo Sinead Smyth, terapeuta matrimonial y familiar con licencia y maestra entrenadora del Instituto Gottman, Una organización con un enfoque basado en la evidencia para el asesoramiento de parejas. Ella recomendó reservar 20 minutos cada día, lejos de sus hijos, para conectarse y compadecerse de su cónyuge, y tratar de reparar cualquier desequilibrio. El Dr. Smyth también dijo que deberíamos tomarnos el tiempo para felicitar a nuestros socios, ya que todos estamos bajo una gran cantidad de estrés. "Si no hacemos una pausa y buscamos lo bueno y las cosas que apreciamos de nosotros mismos y de nuestros padres, no lo veremos", dijo el Dr. Smyth.

Estoy tratando de ser más amable conmigo mismo en ese frente. Como Jancee Dunn, el autor de "Cómo no odiar a su esposo después de los niños" y colaborador frecuente de NYT Parenting, me aconsejó, debería crear un tipo diferente de diversión con mis hijos que no necesariamente implique juegos físicos o juegos de mesa . La verdad es que no quiero jugar a capturar la bandera. Solo quiero querer jugar, porque quiero poder alegrar a mis hijos en un momento en que sus emociones normales se cancelan. Puedo seguir horneando con ellos, leer con ellos y hacer mosaicos adhesivos con ellos sin cesar.

Lo peor que puedes hacer como padre es tratar de forzar la "diversión" cuando en realidad no es divertido para ti. Drew Magary, columnista interno de la revista GEN de Medium y autor de la novela "Punto B", dijo que si se esfuerza demasiado por la diversión de romper las reglas, ya no es un padre. "Usted es el tío que está presentando cigarrillos a sus hijos", dijo Magary, que tiene tres hijos, de 14, 11 y 8 años. Nadie quiere ser ese tipo.

P.D .: Today's One Thing proviene de Elizabeth Kitchens, madre de un niño de 4 y 2 años en Los Ángeles. Ella y sus hijos hicieron títeres con platos de papel y pajitas, luego colgaron una manta sobre una puerta para bebés para crear un D.I.Y. escenario para su espectáculo de marionetas. "Fue sin duda la actividad de cuarentena más exitosa hasta la fecha", dijo.

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75 ANIVERSARIO DE LA II GUERRA MUNDIAL. Lo que no acabó el 8 de mayo de 1945. La capitulación de Alemania, hace ahora 75 años, no significó el final del sufrimiento de los civiles en Europa, ni del conflicto.

El 8 de mayo de 1945, hace ahora 75 años, terminó la Segunda Guerra Mundial en Europa con la entrada en vigor de la rendición incondicional de Alemania. Sin embargo, esto no significó el final del sufrimiento en el continente para millones de civiles, ni siquiera el final de la guerra, que continuó en Asia hasta agosto y en varios países europeos, donde se combatió hasta casi los años cincuenta. El Día de la Victoria empezó la reconstrucción de un continente devastado por el mayor conflicto de su historia, pero la paz todavía era un objetivo lejano. “Europa entera vivió durante décadas bajo la alargada sombra de los dictadores y las guerras de su pasado inmediato”, escribió el historiador británico Tony Judt en su clásico Postguerra (Taurus).

El Viejo Continente se convirtió en el escenario de un nuevo tipo de conflicto, la Guerra Fría, que se saldaría con la condena a vivir en dictaduras del socialismo real para millones de ciudadanos de Europa del Este y con guerras civiles en Grecia o Yugoslavia. La inmensa mayoría de los europeos vivían en la pobreza extrema, entre las ruinas y el hambre constante, mientras se producían oleadas de refugiados. “Todos y todo, con la notable excepción de las bien alimentadas fuerzas de ocupación aliadas, parecían acabados, sin recursos, exhaustos”, explica Judt. Los antiguos nazis trataban de escabullirse, mientras los supervivientes del Holocausto encontraban muy pocos lugares seguros en los que refugiarse. En gran parte del continente se produjeron episodios de violencia aunque la mayoría de los combates habían finalizado. Algo que no ocurrió en Asia, el otro gran frente de la Segunda Guerra Mundial.

Los combates en el Pacífico
Ni la destrucción de Alemania, ni el suicidio de Hitler, ni el derrumbe del Tercer Reich, ni el sufrimiento atroz para millones de personas, llevaron al Japón imperial a rendirse. “Al día siguiente de la rendición incondicional de Alemania, Japón anunció desafiante al mundo su voluntad de seguir luchando”, escribe Max Hastings en Némesis (Crítica), el ensayo en el que este gran historiador de la Segunda Guerra Mundial analiza la derrota de Japón en 1945. Los B-29 estadounidenses llevaban meses portando muerte y destrucción al corazón de Japón en forma de bombardeos masivos –una cuarta parte de Tokio fue destruida en la noche del 9 al 10 de marzo con bombas incendiarias–, pero la derrota parecía lejana. Una invasión terrestre del archipiélago era demasiado costosa y existía el peligro de que Rusia se adelantase, por lo que Estados Unidos ya había tomado la decisión de utilizar la bomba atómica, primero contra Hiroshima (6 de agosto) y luego contra Nagasaki (9 de agosto). Para muchos historiadores, aquellas nuevas armas no significaron solo el final de la Segunda Guerra Mundial, sino el principio de la Guerra Fría, que ya había empezado en Europa incluso antes de la rendición de Alemania.

La Guerra Fría
Los Aliados se dividieron Europa en cuatro conferencias: Teherán, Yalta, Potsdam y la menos conocida de Moscú, en la que, sin la presencia del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, Josif Stalin y Winston Churchill decidieron el destino de los Balcanes en un trozo de papel garabateado. La desconfianza había marcado toda la fase final del conflicto y cada vez estaba más claro que una parte del continente iba a quedar sometida a la URSS en lo que el historiador Keith Lowe llama “la subyugación del este de Europa” en Continente salvaje (Galaxia Gutenberg). “La toma del este de Europa por el comunismo no fue un proceso pacífico”, explica Lowe, quien señala que los combates continuaron en Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia, Estonia y Polonia, esta vez contra los partisanos. “Los partidos comunistas adoptaron una estrategia de presión encubierta, seguida de otra de terror y represión”, escribe Tony Judt. Incluso países como Checoslovaquia, donde el Partido Comunista apenas había logrado un 10% de los votos antes de la guerra, estaban sentenciados. Alemania quedó rápidamente rota. Solo con la caída del Muro de Berlín, en 1989, aquellos millones de europeos del Este recuperarían la libertad.

La expulsión de los alemanes
Desde el final de la Primera Guerra Mundial, los países de Europa del Este habían sido una mezcla de culturas, lenguas y pueblos. En 1945, ese crisol se terminó de manera brutal en la mayoría de aquellos Estados, sobre todo con la expulsión masiva de los alemanes étnicos, uno de los grandes dramas del conflicto y, a la vez, el menos conocido. Los alemanes pasaron de ser los verdugos, porque su apoyo masivo al nazismo fue indiscutible hasta el final, a ser las víctimas, sobre todo las mujeres que padecieron las violaciones masivas de los soldados soviéticos.

La firma de la rendición alemana, en Berlín, el 8 de mayo de 1945. La firma de la rendición alemana, en Berlín, el 8 de mayo de 1945.

El éxodo de los alemanes étnicos representó la mayor oleada de refugiados de la guerra. “Las estadísticas relacionadas con la expulsión de los alemanes entre 1945 y 1949 superan la imaginación”, escribe Keith Lowe. “La mayor cantidad de ellos proceden de las tierras que se incorporaron a la nueva Polonia: casi siete millones. Otros tres millones fueron expulsados de Checoslovaquia y más de 1,8 millones de otras tierras”. Llegaban a un país en el que no habían estado nunca, arrasado no solo física sino también moralmente (solo en Berlín, el 75% de los edificios había sufrido daños). Cientos de miles murieron por el camino.

Un continente de refugiados
Mientras llegaban oleadas y oleadas de alemanes, a su vez millones de personas trataban de regresar a sus países desde las ruinas del Tercer Reich. Solo en Alemania estaban varados ocho millones de trabajadores esclavos de toda Europa, que querían volver sin recursos en medio del caos. Uno de ellos era el padre del escritor holandés Ian Buruma, que cuenta su retorno en Año cero. Historia de 1945 (Pasado Y Presente). Llegó tan hambriento y deteriorado a Holanda, explica Buruma, “que seis meses después, aún era visible en él la hinchazón de la hidropesía causada por la falta de alimentos”. Sin embargo, muchos otros refugiados no tenían un lugar al que volver, sobre todo los judíos, las principales víctimas del horror nazi.

“Los judíos de todas las nacionalidades descubrirían que el fin del dominio alemán no significaba el fin de la persecución. Ni mucho menos. Pese a todo lo que habían sufrido los judíos, el antisemitismo aumentaría al final de la guerra”, argumenta Lowe. Polonia era un lugar especialmente peligroso, donde los pogromos fueron frecuentes, el peor de ellos en Kielce, el 4 de julio de 1946. “El regreso de los judíos al este nunca se consideró siquiera, ya que nadie en la URSS, Polonia ni ningún otro lugar mostraba el más mínimo interés en su regreso. Tampoco los judíos fueron especialmente bienvenidos en el oeste”, explica por su parte Tony Judt.

El final de la Segunda Guerra Mundial también representó el principio de la construcción europea. Los países vencedores habían aprendido del error del Tratado de Versalles y comprendieron que solo una Europa unida, que incluyese a Alemania, podría evitar un tercer conflicto mundial. Sobre las ruinas de Europa, en aquel desolador y a la vez esperanzador año 1945, se empezó a construir el futuro.

https://elpais.com/internacional/2020-05-07/lo-que-no-acabo-el-8-de-mayo-de-1945.html?rel=cla_articulo#1588936904423

_- Desfachatez

_- En los últimos meses hemos aprendido muchas palabras nuevas, pero la pandemia ha revalorizado otras muy antiguas. Desfachatez, por ejemplo. Cuando ya sabíamos que el redemsivir fabricado por los laboratorios Gilead —¿se acuerdan de El cuento de la criada— no había demostrado eficacia en estudios clínicos independientes, Trump firmó con pompa y ceremonia la autorización de su uso en los enfermos más graves. La presentó como una de sus medidas para impulsar la reactivación de la economía y no pasó nada.

Desde la aparición del virus, yo pensaba que el laboratorio que desarrollara un tratamiento eficaz se iba a forrar, pero nunca pensé que alguno llegaría a forrarse gracias a un tratamiento ineficaz. La única explicación posible es que Trump asume que se mueran todos los que se tengan que morir con tal de que la crisis económica no perjudique su campaña electoral.
El mismo argumento sostiene actuaciones menos pavorosas pero igualmente inmorales en países de todo el mundo, cuyos dirigentes hacen contabilidad creativa con el número de víctimas o se encomiendan a la Virgen María para no confinar a la población, o para desconfinarla antes de tiempo.

Se diría que los muertos pierden importancia con el tiempo, que quienes murieron hace dos meses son más importantes que quienes murieron ayer. Tal vez por eso, Abascal denuncia que el estado de alarma es un instrumento que vulnera las libertades. Los españoles deben ser libres para enfermar y para morir, cabría concluir.

Según Arrimadas, la responsabilidad de las muertes y de la caída del PIB no es del virus, sino del Gobierno. Ayuso intentó culpar en un primer momento a Podemos de las aglomeraciones en Ifema. La desfachatez es un virus que crece exponencialmente. Almudena Grandes. El País, 4 de mayo.

viernes, 8 de mayo de 2020

Ken Loach: “Una economía de mercado no puede estar preparada para una crisis sanitaria”. Entrevista

Ricky, el protagonista de la última película de Ken Loach, Sorry We Missed You, es un repartidor con vehículo, mientras que su mujer, Abby, es trabajadora social. Cerca siempre de la clase trabajadora, de los desposeídos, de la gente común, Loach cuenta la historia de una familia que sobrevive apenas, pese a su trabajo incesante y agotador.

Esos personajes, o más bien, esta gente, vienen claramente a la cabeza cuando Europa, y el mundo, se ven devastados por la crisis del coronavirus y divididos entre quienes pueden “permitirse” el confinamiento y quienes se ven obligados a seguir trabajando o se arriesgan a perder su empleo. Hemos conseguido contactar por teléfono al cineasta para hablar de esta crisis [explica Giovanna Branca, que realizó la entrevista para el diario il manifesto].

Al leer estos días las noticias, vuelve una y otra vez a la cabeza Sorry We Missed You: los repartidores con vehículo están entre quienes más trabajan —y arriesgan—, llevando bienes no esenciales, mientras que se dispara el valor de empresas como Amazon.

Y también los trabajadores sociales: están incluso más en peligro en nuestro país, porque carecen de equipo de protección. Para muchos de nosotros, eso demuestra que una economía de mercado no puede estar preparada para una crisis sanitaria como ésta. La economía de mercado, y los políticos que representan esa idea de mercado, sencillamente fracasan: le fallan a la gente y fallan a la hora de planificar.

En nuestro país no había planes para suministrar equipos de seguridad, ni planes para hacer pruebas, ni para más camas de hospital, hasta que tuvimos encima el desastre. Y seguimos todavía sin tener “tests”, y hay medicos, enfermeras y trabajadores sociales que siguen trabajando sin equipos de protección. Por encima de todo, los que más sufren son los trabajadores sociales: todos los días hay alguna historia de trabajadores sociales que van a las casas de la gente –puede que tengan el virus, pero no lo saben– muchos de ellos trabajan enfermos, la gente está totalmente aislada en su casa.

Y en las residencies grandes, en las que vive mucha gente mayor o discapacitada, mueren en gran número. Una vez que entra el virus en la residencia, los trabajadores carecen de protección, la gente mayor está en su habitación, muchos de ellos sufren demencia, de modo que no saben lo que está pasando, sus parientes no pueden verles. El fracaso a la hora de planificar deja verdaderamente al descubierto al gobierno de la derecha, no pueden planificar y las consecuencias de ello son bastante peores de lo que tendrían que ser.

Sólo hace un par de semanas, el primer ministro Boris Johnson iba hablando de inmunidad de grupo.

No tenían un plan general, de manera que fueron corriendo de un problema a otro. Ya en enero sabían que se avecinaba la crisis y da la impresión de que no hicieron nada. El otro día, en mitad de la crisis, pedían a las empresas que se prestaran voluntariamente a confeccionar ropas de protección: ¿por qué no se hizo esto a principios de febrero, cuando sabían que iba a pasar? ¿Por qué no empezaron a hablar de los suministros médicos necesarios para realizar pruebas? El gobierno del libre mercado: ese es el problema. La idea de que el Estado organiza las cosas colectivamente les resulta ajena. Lo que es importante decir es que no se trata de un buen sistema que funcione de manera ineficiente, se trata de un sistema que es por naturaleza incapaz de planificar. Es una revelación acerca del capitalismo mismo, no de gente que resulta que es ineficiente.

Aquí en Italia una de las razones por las que la propagación del virus va descendiendo, pero no lo bastante, considerando que llevamos casi dos meses de confinamiento, es que muchas fábricas, sobre todo en el norte, han seguido funcionando. Mientras algunos se pueden “permitir” el confinamiento, otros siguen trabajando como si no hubiera cambiado nada.

Eso también es verdad en Gran Bretaña . El gobierno dio instrucciones muy confusas, sobre todo a la gente que trabaja en obras de construcción. Las instrucciones generales eran: si se pueden mantener dos metros de distancia, en ese caso pueden trabajar. Pero las obras de construcción entendieron que esto significaba que siguieran trabajando, pero, por supuesto, no hay manera de que los trabajadores de la construcción vayan a mantenerse a dos metros de distancia. Eso lo sabe todo el mundo, es ridículo.

La otra observación que hay que hacer, me parece, es que la clase trabajadora es la que más sufre, puesto que hace un trabajo manual y se ve obligada a trabajar.

¿Qué opinión tiene del nuevo dirigente laborista, Keir Starmer?

Creo que en lo esencial es un gestor para la socialdemocracia y que sus instintos son de derechas. Creo también que fue muy inteligente al seguir trabajando con Jeremy Corbyn y no abandonarle, porque eso hizo que siguiera siendo bastante popular entre los afiliados. Pero, en realidad, fue responsable del desastre del Brexit, la postura laborista fue un verdadero desastre… y eso nos hizo perder las elecciones.

Pero las opciones entre los candidatos eran muy mediocres. Teníamos una candidata de izquierdas [Rebecca Long Bailey], pero no resultó tan sólida como algunos de nosotros habíamos esperado. Keir Starmer parece un político convencional: un hombre blanco de mediana edad, con traje, de aspecto pulcro, que puede hablar con frases bastante claras y puede manejarse en el diálogo politico con bastante eficacia. Pero en lo que toca a tener alguna vision radical… no tiene ninguna. El ala derecha le votó, los medios de comunicación se sienten muy cómodos con él, porque actúa de un modo al que están acostumbrados.

Hice un programa de television con él hace algunos años, y descubrí que tenía muy poco que decir en lo que respecta a la comprensión de las grandes fuerzas de clase que operan en conflicto. ÉI hablaba de cuestiones de gestión. Creo que es un hombre acostumbrado a tener bandeja de entrada, a tomar una hoja de la bandeja, escribir un correo electrónico y ponerla en la bandeja de salida. Y hasta ahí me parece que llega su visión.

¿Qué tipo de vision le haría falta ahora mismo al Partido Laborista?

Tiene que tratar de acertar por la izquierda. Hay que desmantelar toda la privatización del servicio sanitario, porque muchas de sus funciones están subcontratadas a empresas privadas. Eso se tiene que acabar. Los grandes servicios públicos deberían convertirse en propiedad pública, y lo mismo las infaestructuras: transportes, correos, telecomunicaciones, energía, agua. Los elementos punteros de la industria deberían transformarse en cooperativas, o deberían ser de propiedad colectiva, de manera que podamos empezar a levantar una economía que pueda cumplir con las cuestiones climáticas, pero también que proporcione trabajo seguro.

Y también necesitamos grandes bancos públicos de inversion para invertir en las regiones en las que existe una verdadera pobreza endémica y nada de empleo, como el noroeste [de Gran Bretaña]. Es posible un programa masivo, aún dentro de los límites de la socialdemocracia, que sin embargo podría ser una primera piedra para una economía socialista.

Pero el gran vacío es: ¿dónde está la izquierda europea? Tuvimos una posibilidad con el liderazgo de Jeremy Corbyn, pero en lo que respecta al movimiento de masas, de Europa no llegó nada: nos quedamos aislados. Eso podría haber supuesto una gran diferencia. No fue solo una derrota de la izquierda en Gran Bretaña: puso de manifiesto la ausencia de una izquierda congruente en el resto de Europa.

El único movimiento de masas que parece haber surgido en estos años es el que combate el cambio climático.

Pero no se basa en una política de clase. Carece de un análisis estructural de la estructura dominante de la economía. No puedes controlar a las grandes empresas multinacionales y decirles cómo producir, dónde conseguir las materias primas. No puedes planificar lo que no es de tu propiedad. Y si no tenemos la propiedad, no podemos planificarla, y si no podemos planificarla no podemos proteger el planeta. Nos hace falta liderazgo: una masa de gente se verá motivada para organizarse si ve un problema grande, pero la cuestión del liderazgo estriba en comprender las raíces del problema y liderar luego partiendo de esa base. Nos devuelve a la idea de Lenin del Partido: hay que tener un análisis coherente del corazón del movimiento; de lo contrario, se dispersa.

En esos días los migrantes siguen inundando las fronteras de Europa, pero parece que nos hubiéramos olvidado de ellos por completo, mientras que ellos se encuentran entre los más expuestos a esta crisis.

Por supuesto, no tienen ninguna protección. No solo los migrantes: Siria, los rohinyas, la gente de Gaza, de Cisjordania. Los pueblos por doquier oprimidos. Probablemente, el virus sea lo ultimo en lo que estén pensando: se están preguntando, “¿dónde voy a comer?, ¿dónde me voy a refugiar esta noche?, ¿voy a sobrevivir mañana tal como están las cosas?”.

La gente se apiña en la pobreza en las islas griegas, en los campos de refugiados y en las favelas de América Latina. En cuanto entra el virus, la perspectiva se vuelve aterradora. Creo que demuestra que hay un problema inherente al Derecho internacional, a las Naciones Unidas; nos hace falta un Derecho internacional que pueda llevarse a la práctica, pero, mientras países como los Estados Unidos —y China y Rusia— no lo acepten y rechacen la responsabilidad colectiva, es muy poco lo que podemos hacer. Las Naciones Unidas son una organización que hace campaña, no puede llevar a la prácica nada. Y sin eso estamos perdidos.

¿Tampoco la Unión Europea parece desempeñar un papel positivo?

A Italia, como a Grecia, la han dejado sola. El norte de Europa le volvió la espalda: se supone que estamos juntos en esto, pero ya se arreglan ustedes. La hipocresía de la Unión Europea es sencillamente repugnante cuando se enfrenta a un problema de verdad que poner en común. No coincido en lo politico con Angela Merkel, evidentemente, pero por lo menos ella reaccionó de un modo humano.

¿Cómo puede, o cómo debería afrontar el cine esta crisis cuando llegue el momento?

La cuestión preponderante para el cine es que necesitamos tener cines, en ciudades grandes y pequeñas, porque el impulso de ver películas en casa, el modelo de Netflix, es para mí desastroso. La opción de elegir película en los multicines se está haciendo cada vez más reducida y el cine independiente se queda fuera. La única forma de sobrevivir, me parece, es que los cines sean de propiedad municipal, con una programación a cargo de gente que se preocupe por el cine. Necesita intervenciones poíticas, de modo que lo tratemos igual que a las galerías de arte, y que el dinero público se invierta en cines que proyecten películas del mundo: europeas, del Lejano Oriente, de América Latina, África y Norteamérica, por supuesto. Podrían ser lugares estupendos y podríamos volver a disfrutar de las películas de nuevo, con público.

Las comedias, por ejemplo: la risa es contagiosa, si te sientas en tu casa a ver una comedia, lo más probable es que no te rías igual que si estuvieras sentado entre una multitud de gente que se ríe. Y si hay algo conmovedor o trágico, lo sientes más entre el público que si estás sentado tu solo en tu habitación, y parándote una y otra vez para hacerte un té.

Ken Loach Ken Loach (1936) es el mayor de los cineastas políticamente comprometidos del realismo social británico.

https://www.sinpermiso.info/textos/ken-loach-una-economia-de-mercado-no-puede-estar-preparada-para-una-crisis-sanitaria-entrevista