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lunes, 22 de abril de 2024

"Oppenheimer": Joseph Rotblat, el único científico que abandonó el Proyecto Manhattan por motivos morales (y ganó el Nobel de la Paz)

 Joseph Rotblat en su biblioteca

"¿Una historia sobre el dilema ético de las armas nucleares que recauda US$1.000 millones?", bromeó el actor Robert Downey Jr. cuando ganó su Globo de Oro al mejor actor de reparto en la película "Oppenheimer".

Ciertamente, sobre el papel, la idea no debió haber sonado muy atractiva.

Sin embargo, la epopeya sobre el padre de la bomba atómica, J. Robert Oppenheimer, no sólo ha sido la estrella en la temporada de galardones de la industria y llega a los premios Oscar con nominaciones en 13 categorías, sino también un éxito de taquilla.

La cerebral película de Christopher Nolan sobre un físico teórico torturado animó al público a acudir a los cines en masa para conocer más sobre ese crucial momento histórico y político.

Y, por supuesto, para saber más de la ciencia detrás de la bomba; después de todo el objetivo del Proyecto Manhattan que Oppenheimer dirigió fue fusionar los conocimientos y talento de las mentes científicas más brillantes de la época para producir un arma de destrucción masiva aprovechando el incomparable poder del átomo.

Varios de los muchos cientos de científicos asociados con el proyecto desfilan por la pantalla durante las tres horas que dura el filme, pero inevitablemente hay grandes ausencias.

Una de ellas es la de Joseph Rotblat, un físico que se distinguió por hacer lo que ningún otro de los renombrados científicos del Proyecto Manhattan hizo: abandonarlo por razones éticas.
Póster de la película Oppenheimer

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 "Oppenheimer" tiene lo que gusta en los premios Oscar: mérito artístico y éxito comercial.

Vida marcada por las guerras

Joseph Rotblat nació en Varsovia, Polonia, en el seno de una próspera familia judía.

Su infancia fue "idílica" hasta el gobierno decomisó los caballos del negocio de transporte de su padre cuando empezó la Primera Guerra Mundial, contó en conversación con la BBC en 1998.

"Casi de un día para el otro, pasó a la penuria absoluta".

La pobreza le quitó la comida, el calor, la salud y la posibilidad de estudiar.

"Dejó una marca indeleble en mí. Nunca volví a comer patatas, pues su sabor me trae recuerdos escalofriantes de ese entonces".

"Fue en ese entonces que empecé a pensar que la guerra no debía existir, y a creer que la ciencia y la tecnología eran la solución para prevenirla", recordó.

A pesar de no contar con educación secundaria formal, perseveró y logró un magistrado en ciencia de la Universidad Libre de Polonia en 1932, y un doctorado en física nuclear de la Universidad de Varsovia seis años después.

En 1938 aceptó una oferta para trabajar en la Universidad de Liverpool, en Reino Unido, con el premio Nobel James Chadwick, el físico que probó la existencia del neutrón.

Allá estaba cuando, en diciembre de 1938, la fisión, la base de la bomba atómica, fue inesperadamente descubierta en la Alemania nazi menos de un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial por los radioquímicos Otto Hahn y Fritz Strassmann. (olvidan a Lise Meitner)

En agosto de 1939, Rotblat volvió a Polonia para llevarse a su esposa a Inglaterra, pero ella no pudo viajar por problemas de salud.

Tuvo que irse, con el plan de que ella iría cuando mejorara.

No sabía que tomaría uno de los últimos trenes que salieron de Polonia antes que Alemania invadiera el 1 septiembre y estallara la guerra.

Tampoco sabía que nunca volvería a ver a su esposa, quien murió en el Holocausto, a pesar de sus esfuerzos por salvarla. A él, estar en Liverpool le salvó la vida.

"Todos mis colegas fueron exterminados en las cámaras de gas... la física polaca fue destruida".

Bomba

Bomba

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Trinity fue el nombre en clave de la primera detonación de un dispositivo nuclear, realizada por el ejército (Proyecto Manhattan) de Estados Unidos hace 75 años.

Sin propósito

Tras el descubrimiento de la fisión, como a muchos científicos, le había quedado claro que si bien ésta podía producir una gran cantidad de energía para generar calor y electricidad, una reacción desenfrenada podría crear una explosión de enorme fuerza... una bomba atómica.

"Nunca se me ocurrió que trabajaría para crear un arma, menos una de destrucción masiva", señaló.

Sin embargo, también como muchos otros científicos, lo hizo por miedo. 
Temía que otros científicos no fueran tan escrupulosos, particularmente los alemanes.

"Me pareció que la única manera de prevenir que Hitler usara la bomba contra nosotros era tener también la bomba y amenazar con usarla como represalia".

Era lo que después se conocería como el principio de destrucción mutua asegurada (o MAD, por sus siglas en inglés), estrechamente relacionado con la teoría de disuasión.

"Mi propósito era trabajar en la bomba para que esta no fuera usada por nadie".

Y estaba en el lugar indicado.

"Los primeros fundamentos científicos de la bomba se desarrollaron en Birmingham y en Liverpool, en el laboratorio de Chadwick".

Sabía, no obstante, que era imposible que Reino Unido la pudiera lograr durante la guerra, "pues la separación de isótopos requería una inversión de fondos que el país no podía permitirse".

Con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en 1941 y la posterior decisión de desarrollar la bomba atómica, pronto se encontró en el centro del Proyecto Manhattan en Los Álamos, Nuevo México.

Sin embargo, apenas escuchó la confirmación, proporcionada por informes de inteligencia científica a finales de 1944, de que los científicos alemanes habían desestimado su programa de bomba atómica, decidió abandonarlo. 

"Mi propósito ya no era válido".

 Sospechoso de espionaje

Klaus Fuchs
 
Klaus Fuchs

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En Los Álamos, la CIA sospechó que había un espía, pero no era Rotblat sino el físico alemán Klaus Fuchs (en la imagen), quien le pasó información a la URSS durante y después de la guerra.

Cuando Chadwick le informó al jefe de inteligencia en Los Álamos de la renuncia de Rotblat, le mostraron un expediente con pruebas que aparentemente lo señalaban como espía.

Como había tomado lecciones de vuelo, creían que su plan era lanzarse en paracaídas sobre la Polonia ocupada por los soviéticos y entregarles los secretos de la bomba atómica.

Afortunadamente, el expediente podía ser fácilmente refutado, y se le permitió marcharse, pero bajo amenaza de arresto si revelaba sus motivos para irse o establecía contacto con sus colegas del Proyecto.

Mantuvo su silencio hasta que en agosto de 1945, estando de vuelta en Liverpool, se enteró del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

"Fue un shock terrible. Pero no fue sólo shock, sino temor por el futuro de la humanidad, porque yo sabía que la bomba atómica era apenas el primer paso, y que ya se estaba trabajando en un arma mil veces más poderosa: la bomba de hidrógeno".

"Sabía que apenas EE.UU. demostrara su enorme poderío militar, la URSS iba a tratar de tener su propia bomba, y eso dispararía la carrera armamentista".

En su mente retumbaba el eco de una conversación que escuchó en 1944 en Los Álamos, mucho antes de que la bomba fuera una realidad. 

 "El general Leslie Groves, quien comandaba todo el Proyecto Manhattan, en una conversación casual remarcó: 'Son conscientes, por supuesto, de que el propósito principal del proyecto es dominar a los rusos'. 

 "¡Yo pensando que estábamos en guerra con Hitler y los nazis! Los rusos eran nuestros aliados, miles estaban muriendo a diario... ¡y me dicen que todo el proyecto es contra ellos!... nunca lo olvidé". 

 La utopía 

Rotblat en una reunión organizada por la Asociación de Científicos Atómicos en Londres, 1948.

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Rotblat en una reunión organizada por la Asociación de Científicos Atómicos en Londres, 1948.

Lo ocurrido en Japón le obligó a cambiar su vida "por completo", le dijo Rotblat a la BBC.

"Cambié la dirección de mi trabajo de investigación y me dediqué a la física médica y a esforzarme para hacer que los científicos tomaran conciencia de los peligros que pueden resultar del desarrollo de la ciencia". Para él, era una cuestión de responsabilidad.

"Todos somos responsables de nuestros actos, pero eso se aplica particularmente a la ciencia, debido al papel dominante que desempeña en todos los ámbitos de la vida. Nos afecta a cada uno individualmente y determina el destino de las naciones. Por lo tanto, los científicos tienen que ser responsables.

"A menudo pueden prever con mucha más antelación que otros grupos de la sociedad cuáles podrían ser las consecuencias de su trabajo.

"No necesitamos hacer todo en la ciencia... Hay mucho que hacer sin cubrir ciertos campos que pueden ser perjudiciales".

Respecto a las armas de destrucción masiva, revaluó el argumento de la disuasión nuclear que había sido su justificación para colaborar en la creación de la bomba atómica.

Concluyó que el concepto era fundamentalmente erróneo.

"No funciona con personas irracionales, y hasta la gente razonable se comporta de forma irracional en la guerra, especialmente si se enfrenta a la derrota".

Sin embargo, las opiniones de alguien calificado de traidor por abandonar el Proyecto Manhattan no habrían hecho mella de no haber sido por su incansable labor de divulgación y la fundación de foros como la Asociación Británica de Científicos Atómicos (1946) o la Campaña por el Desarme Nuclear (1958).

Y, sobre todo, por su crucial contribución a la creación de la Conferencia Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales. 

 No hay victoria en una guerra nuclear 

Bertrand Russell leyendo el Manifiesto Russell-Einstein

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Bertrand Russell leyó ante la prensa en julio de 1955 el Manifiesto Russell-Einstein, que este último había firmado al final de su vida. 

 Había conocido al renombrado matemático y filósofo Bertrand Russell cuando ambos aparecieron en un programa de la BBC sobre la bomba de hidrógeno.

Russell quedó tan perturbado por lo que Rotblat dijo que, convencido de que eran los científicos quienes debían intentar prevenir la guerra nuclear, contactó a Albert Einstein para que lo apoyara, y redactó el famoso Manifiesto Einstein-Russell.

Rotblat presidió el lanzamiento del documento en 1955, firmado por Einstein dos días antes de su muerte, y por otros nueve científicos de fama mundial.

Afirmando que nadie salía victorioso de una guerra nuclear, planteaba una elección ineludible: "¿Acabaremos con la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra?" y les pedía que los científicos del mundo que se reunieran "para evaluar los peligros surgidos como resultado del desarrollo de armas de destrucción masiva".

Ese llamado a los científicos al diálogo constructivo fue respondido.

El industrial canadiense Cyrus Eaton, admirador de Russell y pacifista, ofreció los fondos necesarios para una conferencia internacional a cambio de que se celebrara en el pueblo de sus antepasados: Pugwash, ​​en Nueva Escocia.

A partir de 1957, aproximadamente una vez al año se celebraban conferencias, organizadas por Rotblat, quien fue secretario general de Pugwash y luego su presidente a nivel mundial.

Acudían hasta 100 participantes de la crema y nata de la ciencia internacional de ambos lados de la Cortina de Hierro.

Aunque no asistían como representantes de gobiernos, para poder hablar libre e informalmente, eran tan eminentes que influían en las decisiones políticas.

Paz, escrita en un farol
Paz, escrita en un farol

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Un mundo libre de guerra, afirmaba, no es una utopía.

En 1995, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado conjuntamente a Rotblat y a la Conferencia Pugwash "por sus esfuerzos para disminuir el papel desempeñado por las armas nucleares en la política internacional y, a largo plazo, eliminarlas".

En su discurso de aceptación, Rotblat dejó ver el alcance de su visión, compartida por Russell, Einstein y los otros signatarios del Manifiesto 40 años antes.

"Por el bien de la humanidad, debemos deshacernos de todas las armas nucleares", clamó, pero añadió que no era suficiente.

"Si bien eso eliminaría la amenaza inmediata, no brindará seguridad permanente.

"Las armas nucleares no se pueden desinventar. El conocimiento de cómo hacerlas no se puede borrar. Hasta en un mundo libre de armas nucleares, si alguna de las grandes potencias se involucrara en una confrontación militar, se sentiría tentada a reconstruir sus arsenales nucleares (...) El peligro de la catástrofe definitiva seguiría ahí.

"La única manera de evitarla es abolir la guerra por completo".

Admitió que eso "será visto por muchos como un sueño utópico."

"No es utópico. Ya existen en el mundo grandes regiones, por ejemplo la Unión Europea, en las que la guerra es inconcebible".

Y citó un pasaje del Manifiesto Russell-Einstein:

"Hacemos un llamado, como seres humanos, a los seres humanos: recuerden su humanidad y olviden el resto. Si puedes hacerlo, el camino está abierto para un nuevo paraíso; si no, se alza ante nosotros el riesgo de la muerte universal".

"La búsqueda de un mundo libre de guerras tiene un propósito básico: la supervivencia", subrayó.

Y fantaseó con que "si en el proceso aprendemos cómo lograrlo mediante el amor en lugar del miedo, la bondad en lugar de la compulsión; combinando lo esencial con lo placentero, lo conveniente con lo benévolo, lo práctico con lo bello, esto será un incentivo extra para embarcarnos en esta gran tarea".

Una tarea "aparentemente utópica" que nos dejó para este siglo, como escribió en un artículo para Physics World. 

viernes, 27 de octubre de 2023

Oppenheimer y Japón

Visitors pay in front of the cenotaph dedicated to the victims of the atomic bombing at the Hiroshima Peace Memorial Park in Hiroshima

Acto de recuerdo en memoria de las víctimas de Hiroshima el pasado 6 de agosto, en el 78º aniversario del lanzamiento  

Las heridas que dejaron las dos bombas atómicas siguen abiertas en un país que siempre ocultó y marginó a las víctimas de la radiación, quienes recordaban un pasado que había empeño en olvidar a toda costa


Oppenheimer, la película de Christopher Nolan, se ha convertido en uno de los grandes éxitos cinematográficos del momento, una buena opción para las tardes de verano. La película es larga y exhaustiva si vamos con la expectativa de conocer una historia más, sin mayores pretensiones que evadirnos de la rutina cotidiana. En cambio, nos parecerá que no sobra ni el más mínimo detalle, e incluso se nos hará corta, si nos interesa en detalle la vida de este físico, considerado el padre de la bomba atómica; el contexto y circunstancias históricas y las consecuencias y repercusiones de su trabajo. A través del proceso de descrédito mediante juicio sumarísimo, amañado y sin pruebas, al que se vio sometido Oppenheimer, y que desembocó en su exilio académico, por su libertad de expresión contra el poder establecido y sus simpatías con el partido comunista, se puede constatar una vez más cómo se comportan incluso los colegas más próximos ante este tipo de situaciones: reminiscencias del experimento de Milgram.

Otro fenómeno, nada nuevo, que podemos observar en esta película es el sempiterno silencio y olvido que recae sobre las mujeres. Toda la película gira en torno a Oppenheimer, Albert Einstein (¿deberíamos hablar más de Mileva Maric y menos de Einstein?)y otros físicos varones, con una marcada mirada androcéntrica. La figura de Lise Meitner, científica que descubrió la fisión nuclear que hizo posible la creación de la bomba atómica; la de Elda Emma Anderson, primera persona en obtener una muestra pública de uranio, y las de otras científicas no aparecen y ni siquiera se las menciona. Seguimos sin rescatar a importantes mujeres de la ciencia y la cultura que pueden servir como referentes a futuras generaciones.

En el otro extremo del mundo, en Japón, hay una gran oposición a que la película llegue a las pantallas por considerarse irrespetuosa con las víctimas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Una actitud más que comprensible teniendo en cuenta que las heridas siguen abiertas y que no han pasado aún ni dos generaciones. Todos los 6 de agosto vemos en los medios de comunicación el respetuoso y sentido homenaje que Japón rinde en Hiroshima a sus víctimas, que hasta hace muy poco han seguido muriendo por las devastadoras consecuencias del bombardeo. Para conocer el horror de la bomba atómica de primera mano nada mejor que leer el testimonio de Pedro Arrupe (1907-1991), bilbaíno de nacimiento, Yo viví la bomba atómica. Considerado el héroe español de Hiroshima, estaba diciendo misa en esa ciudad en el mismo momento en que cayó la bomba, y allí siguió socorriendo a las víctimas, al pie de la destrucción, con muy pocos medios pero auxiliado por sus conocimientos como doctor en Medicina. En Japón, el fenómeno social y el consiguiente revuelo que ha causado esta película, junto con la taquillera Barbie, se ha denominado Barbenheimer.

Qué duda cabe de que ambas bombas causaron una de las mayores tragedias humanas de la historia, arrasando todo a su paso y devastando la vida y los sueños de millones de personas y de familias. También es cierto que siempre hay que ver más allá de la información cotidiana y profundizar en los hechos con el fin de esclarecerlos y arrojar luz para que no vuelvan a repetirse. Lo que no es tan conocido es el hecho de que Japón siempre ha ocultado y marginado —les negaron los cuidados más básicos y fueron tratados como apestados— a las víctimas (hibakusha) de la radiación, que quedaron muertos en vida con heridas y enfermedades crónicas, físicas y mentales; situación considerada como “paz negativa” por  el científico noruego Johan Galtung. A menudo se cancelan sibilinamente documentales sobre el tema o eventos u homenajes a estas víctimas. Recordaban un pasado que Japón se empeñaba en olvidar a toda costa, al menos a corto plazo, y eran incómodas para sus objetivos más inmediatos: resurgir de sus cenizas cual ave fénix y demostrar al mundo el milagro japonés que se llevó a cabo en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964.

Y como en cada empresa titánica y descomunal que emprende el ser humano, siempre hay que pagar un precio, siempre se deja algo por el camino. Y el milagro japonés no fue una excepción. Millares de familias crecieron con un padre ausente que trabajaba de sol a sol y que vivía en la empresa; millares de trabajadores fallecieron por el colapso cerebral que acarrea trabajar a destajo sin descanso alguno y por un mal entendido amor a la patria. Esta enfermedad tiene un nombre en japonés: karoshi, literalmente, muerte por exceso de trabajo, algo quizá tan antiguo como la vida sobre la tierra y que nunca ha dejado de producirse. De hecho, la mayoría de las muertes en el actual Japón se producen por dicha causa o por el suicidio (80 personas al día) al que aboca semejante callejón sin salida.

Robert Oppenheimer también pagó su precio. El precio de expresar libre y públicamente sus opiniones y dilemas morales sobre las armas nucleares. El precio de la envidia al convertirse en el científico más famoso y recibir honores y cargos importantes tras la Segunda Guerra Mundial.

Elena Gallego Andrada es profesora del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad Sofía de Tokio y traductora.

https://elpais.com/opinion/2023-09-02/oppenheimer-y-japon.html

martes, 3 de octubre de 2023

La esquizofrenia, inteligencia, sangre y delicadeza de Robert Oppenheimer.

El responsable científico del ‘proyecto Manhattan’, que desarrolló la bomba atómica, fue una de las personas más singulares del siglo XX por su carácter enigmático y complejo y por las circunstancias que le tocó vivir. Christopher Nolan le dedica su nuevo filme.

Yugoslavia aún era un buen país en 1980 y sus escuelas de verano de física para postgraduados nos gustaban mucho a los jóvenes doctores. El Adriático se extendía ante John, Dora y yo. Aunque nuestros encuentros fueran esporádicos, quizás aquel fuera el tercero, siempre nos caímos bien. Había tres temas en nuestras conversaciones. La preferida de Dora era la situación política en España. La de John era mi trabajo sobre las reacciones entre núcleos pesados. La mía era, evitando en todo lo posible alusión delicada alguna, indagar sobre algunos intríngulis del proyecto Manhattan, de los que sabía que John era uno de los máximos expertos. Quizás alentados por nuestros segundos slivovicas, John se soltó un tanto ante la mirada perdida de Dora. Y al rato de escucharlo absorto hice la pregunta fatal: “¿Cómo era Robert Oppenheimer, John?”. Él apenas apagó su sempiterna sonrisa, pero Dora me miró seria, después sonrió, se levantó y me revolvió el pelo antes de marcharse diciéndome algo así como que era un charming Spanish baby boomer. Pedí excusas a John (Robert Huizenga) y me apenó perder la compañía de su joven esposa (25 años menor que él: otra baby boomer nacida tras la Segunda Guerra Mundial), Dorothy Koeze.

A partir de entonces empecé a indagar sobre el director científico de la primera bomba atómica. Leí mucho sobre él, pero lo que más me interesó fue el testimonio de algunos de sus colaboradores directos y, sobre todo, de los discípulos de aquellos que tenían mi edad más o menos. La mayor fuente de información la obtuve, como es lógico, a lo largo de los 18 años que colaboré con el Instituto Niels Bohr de Copenhague.
Este jueves se estrena la película dedicada a él, que promete ser la revelación cinematográfica de 2023. No me extrañaría que fuera así porque trata de una las personas más singulares del siglo XX por su carácter enigmático y complejo y las circunstancias que le tocó vivir.

Julius Robert Oppenheimer nació en Nueva York en 1904 en el seno de una familia rica de orígenes judíos y alemanes. Posiblemente, lo más notable de su adolescencia fue el diagnóstico que le hicieron por su carácter oscuro: demencia precoz, es decir, esquizofrenia. Siempre fue enormemente generoso a la vez que mezquino y arrogante; enclenque de salud precaria y agresivo hasta llegar al límite de dos intentos de homicidio; pacato de carácter, pero jinete temerario y navegante audaz; odiado e idolatrado; sexualmente confuso al que amaron mujeres de singular inteligencia y fuerte personalidad. Resalto solo esto último e invito a que se indague más sobre Charlotte Riefenstahl, Jean Tatlock y Katherine Puening. La primera lo dejó para casarse, dos veces, con Fritz Houtermans, físico nuclear al que los nazis detuvieron y torturaron acusado de espía soviético y los estalinistas hicieron lo propio acusado de espía nazi. Tatlock fue una comunista y psiquiatra de gran renombre, que acabó suicidándose. Kitty, con la que Oppenheimer tuvo hijos, había sido viuda de un brigadista internacional en España, comunista enardecido, acribillado en el Ebro. Robert siempre negó haber sido comunista, pero su hermano Frank lo fue y él mismo contribuyó decididamente con oratoria y dinero a defender la República española.

Robert Oppenheimer, al final de su vida, en los años sesenta.Robert Oppenheimer, al final de su vida, en los años sesenta.

Oppenheimer fue tan extraordinariamente inteligente que podía aprender idiomas extraños, como el neerlandés o el sánscrito, en meses y asimilar cualquier teoría física por compleja que fuera. Eso fue lo que hizo con la mecánica cuántica cuando sus padres le financiaron una larga estancia en Europa. Aquí conoció al patriarca de esa ciencia, el danés Niels Bohr. Al regreso a Estados Unidos se percató de que nadie en el país tenía noticia de aquella nueva ciencia física y de ambos acabaron diciendo que Bohr era dios y Oppie (Oppenheimer) su profeta en aquella tierra. Pero ahí estaba la esquizofrenia de nuevo. Entre los grandes físicos europeos se impuso el consenso de que las ideas de Oppenheimer eran todas interesantes y sus cálculos, todos incorrectos. Le fallaban las matemáticas y no podía pisar un laboratorio sin estropear algo. Lo primero lo fue arreglando, lo segundo ni lo intentó: llegó a ser un profesor desastroso y un venerado maestro de doctorandos.

Lo último que considero que caracterizó a Oppenheimer fue lo que le respondió a su amigo judío y gran físico Isidor Rabi al comentarle este que del cristianismo le desconcertaba su combinación de sangre y delicadeza: “Justo eso es lo que más me atrae”.

La fisión nuclear
En cuanto los alemanes Strassmann y Hahn sospecharon que habían encontrado fragmentos de un núcleo pesado y Frish y, particularmente, su tía Lise Meitner explicaron el mecanismo de esa fisión nuclear, se intuyó que estaban ante la posible liberación de una energía descomunal. Einstein y, sobre todo, el húngaro Leó Szilárd escribieron al presidente de los Estados Unidos, el progresista Franklin D. Roosevelt, para alertarlo de que los alemanes tenían toda la capacidad científica y tecnológica para desarrollar una bomba atómica que, sin duda, decidiría la victoria nazi en la guerra.

Estados Unidos hacía tiempo que se había impregnado de anticomunismo, por lo que se enfrentaba a un dilema con la guerra en Europa desencadenada. Si sus aliados naturales caían en manos del nazismo, su papel en el futuro quedaría desdibujado. Pero quien más ferozmente estaba luchando contra los nazis era la Unión Soviética, por lo que, tras el teatral por falso pacto entre Stalin y Hitler, los rusos se habían convertido en el mejor aliado de la Europa libre y de Estados Unidos. Si los nazis conseguían la bomba atómica, el futuro estaba decidido; pero si los soviéticos los arrollaban, ese futuro, aunque en el sentido opuesto, sería tan distante del espíritu estadounidense como el nazi.

Los primeros cálculos fueron estremecedores: aquello implicaría la tarea de decenas de miles de personas encabezadas por los mejores físicos e ingenieros del país, con una inversión escalofriante y con el Ejército detrás de toda esa organización. El proyecto se denominó Manhattan porque allí estaba la sede del regimiento de ingenieros. El jefe militar de aquella tremenda organización fue fácilmente decidido: el coronel Leslie Groves, que acababa de dirigir la construcción del mayor edificio en planta del mundo, el Pentágono.

El problema era quién dirigiría a los científicos. El dilema era inquietante: por inteligencia, capacidad de liderazgo entre científicos iguales y sobre todo superiores, versatilidad temática, conocimiento personal de los físicos alemanes sin duda implicados en la bomba nazi, y muchas otras características, el candidato ideal era Robert Oppenheimer. Por su tendencia declaradamente comunista, si había algún científico invalidado para el puesto de director científico del proyecto era él mismo. Y ahí intervino la arrolladora personalidad del ya general Groves. Si Oppenheimer era idóneo para dirigir el proyecto, de las posibles consecuencias de su ideología se responsabilizaba él. Uno de los comentarios que hizo Oppenheimer al aceptar, para mayor inquietud de los militares, fue que, si los españoles hubieran resistido un poco más, Franco y Hitler habrían compartido la misma tumba.

Aquella fue una de las mayores hazañas científicas de la historia de la humanidad llevada a cabo en tan solo dos años y medio, pero el resultado fue tan espantoso que se consideró que había supuesto el fin de la física, cuando no el de la ciencia. Los científicos e ingenieros decisivos en el proyecto se sublevaron al ver que el mediocre y artero Truman, sustituto por fallecimiento del inteligente Roosevelt, podía acceder al deseo de los militares y lanzar la bomba sobre población civil no solo desarmada sino derrotada. Alemania estaba destruida desde los cimientos, Hitler hacía meses que se había suicidado y Japón, tras ser arrasada con napalm, solo estaba discutiendo los términos de la rendición.
 
OppenheimerOppenheimer, con Albert Einstein en 1950.

Meses antes, los físicos habían propuesto firmemente invitar a Los Álamos, la sede central del proyecto, a científicos rusos y hacer que los resultados de la ciencia fueran, como había sido siempre, patrimonio de la humanidad. El secretismo solo llevaría a una carrera armamentística nuclear global. Del principal inspirador de esta postura, el consagrado Niels Bohr, se dice que fue amenazado por Winston Churchill al sugerir que aquella postura era “mortal”.

Pero estas son historias que sin duda la película de Christopher Nolan nos desvelará con todo rigor y dramatismo, así como reflejará la compleja personalidad de uno de los personajes más decisivos y turbadores del siglo XX.
Oppenheimer y el general Leslie R. Groves, en Alamogordo (Nuevo México), en septiembre de 1945.Oppenheimer y el general Leslie R. Groves, en Alamogordo (Nuevo México), en septiembre de 1945.

Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan junto a otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica, en Almogordo, Nuevo México. GETTY

A veces recuerdo el amable desplante de Dora Huizenga aquel atardecer en el Adriático, así como la infinidad de conversaciones que he tenido con otros físicos nucleares de mi generación baby boomer. Creo que todos, en particular los de carácter progresista, hemos llegado a la misma conclusión que nos atenazará hasta que nos extingamos: si nos hubiésemos enfrentado a la disyuntiva de unirnos o no al terrible proyecto Manhattan, habríamos aceptado participar en él.

Manuel Lozano Leyva es catedrático emérito de Física Atómica y Nuclear de la Universidad de Sevilla. Su último libro es La hechicera, el gato y el demonio, de Zenón de Elea a Stephen Hawking: Los doce experimentos imaginados que cambiaron la historia (Debate, 2023)

miércoles, 9 de agosto de 2023

_- Lise Meitner


Feb, 11, 1939: Lise Meitner, 'Our Madame Curie' | WIRED

_- Hasta 1938 se creía que los elementos con números atómicos superiores a 92 (los elementos transuránidos) podían aparecer cuando se bombardeaban los átomos de uranio con neutrones. Fue la química Ida Noddack la que propuso en 1934 que probablemente ocurriría lo contrario. En 1938, Otto Hahn, Lise Meitner, Fritz Strassmann y Otto Frisch fueron los primeros en demostrar experimentalmente que el átomo de uranio, al ser bombardeado con neutrones, en realidad se fisiona.

Con el doctorado por la Universidad de Marburg (Alemania) en la mano y con la ilusión puesta en ser un químico industrial en una empresa internacional, Otto Hahn viajó a Inglaterra para mejorar su conocimiento del inglés. Para mantenerse mientras estudiaba encontró un trabajo de ayudante en el laboratorio de William Ramsay en el University College (Londres). Hahn sobresalió pronto por su enorme capacidad como científico experimental: su primer gran resultado fue el aislamiento de torio radiactivo. Con el gusto por la investigación básica bien arraigado, Hahn continuó su formación con Ernest Rutherford en Montreal. Finalmente volvió a su Alemania natal para unirse al instituto Emil Fischer de la Universidad de Berlín.

Hahn buscaba un colaborador con el que proseguir sus estudios sobre radioactividad experimental y terminó encontrando a Lise Meitner. Ella había ido a Berlín para asistir a las conferencias sobre física teórica de Max Planck, tras haber terminado su doctorado en la Universidad de Viena en 1905 (dirigido por Ludwig Boltzmann). En el primer año de la asociación Hahn-Meitner los investigadores tuvieron que trabajar en una carpintería en Dahlem dado que la universidad no aceptaba mujeres. En los años siguientes las cosas cambiaron bastante. Para 1912 el grupo de investigación trabajaba en el Sociedad Kaiser Wilhelm, en la que Fritz Haber era director del instituto de química física, Hahn lo era del de radioactividad y, desde 1918, Meitner era jefa del departamento de física de éste. Durante la I Guerra Mundial (1914-1918), Hahn trabajó en el servicio de armas químicas (gases) que dirigía Haber y Meitner fue enfermera voluntaria especializada en rayos X en el ejército austriaco.

El descubrimiento del neutrón en 1932 por James Chadwick dio un nuevo impulso a los estudios sobre la radioactividad porque esta partícula atómica sin carga podía usarse con éxito para bombardear el núcleo atómico. Meitner, Hahn y un alumno de doctorado de éste, Fritz Strassmann, que trabajaba con los socios desde 1929, estaban enfocados en la identificación de los productos del bombardeo con neutrones y lo patrones de desintegración del uranio, siguiendo el trabajo que Enrico Fermi y su equipo había iniciado en 1934.

En 1938 Meitner tuvo que huir de Berlín ya que la persecución de los judíos era ya abierta. Encontró acogida en el Instituto Nobel de Estocolmo (Suecia). Su sobrino, Otto Frisch, trabajaba cerca, en el instituto de Niels Bohr en Copenhague (Dinamarca). Mientras tanto, Hahn y Strassmann se encontraban con que habían obtenido bario de forma inesperada en sus experimentos, un elemento mucho más ligero que el uranio, e informaron de ello a Meitner.

En el número 47 de Angewandte Chemie (1934), Ida Tacke-Noddack (codescubridora del renio y varias veces candidata al Nobel) había escrito en contra de la opinión general: “Es concebible que cuando los núcleos pesados son bombardeados con neutrones estos núcleos puedan descomponerse en varios fragmentos bastante grandes, que son ciertamente isótopos de elementos conocidos, pero no vecinos [en la tabla periódica] de los elementos irradiados”.

Meitner y Frisch hicieron cálculos teóricos usando el modelo de Bohr de “gota líquida” (1935) para el núcleo atómico y pudieron confirmar que lo que se había producido era una fisión del núcleo. Pronto quedó claro que el bario estaba entre los isótopos estables producto de la desintegración radioactiva de los elementos transuránidos que se habrían formado tras el bombardeo con neutrones del uranio. Las noticias de la fisión del átomo y sus increíbles posibilidades corrieron como la pólvora, el 2 de agosto de 1939 Albert Einstein firmaría la famosa carta al presidente Roosevelt (Escrita en su mayor parte por Leó Szilárd, con la colaboración de Edward Teller y Eugene Wigner) que terminaría dando origen al Proyecto Manhattan.

Hahn, Meitner y Strassmann no intervinieron en la investigación de armas nucleares durante la II Guerra Mundial. Al final de la guerra Hahn se enteraría de tres cosas que lo dejaron pasmado: que le habían concedido el premio Nobel de química de 1944, que no se lo habían concedido a Meitner y que fue el hallazgo de su equipo de 1938 el que había dado comienzo a la creación de la bomba atómica.

Hahn llegó a ser director de la Sociedad Max Planck (sucesora de la Kaiser Wilhelm) y un destacado opositor al uso armamentístico de la energía atómica. Meitner se quedó en Suecia investigando. Strassmann dio origen a toda una escuela de químicos nucleares en Maguncia (Alemania). Los tres recibieron el premio Enrico Fermi en 1966.

Su historia, es muy parecida a la de otras Mujeres que a lo largo de la historia, no tuvieron el reconocimiento que merecían, y en algunos casos fueron directamente olvidadas.

Lise Meitner nació un 7 de noviembre de 1878 en Viena, por esa época capital de Imperio Austro-Húngaro.

Creció en el seno de una familia judía con un elevado nivel cultural y una relativa tranquilidad económica.

Desde muy pequeña mostró una atracción natural por la ciencia y le gustaban sobre todo las matemáticas, un talento visto y potenciado por sus padres Philipp Meitner, abogado y maestro de ajedrez, y Hedwig Skovran, una muy buena música aficionada, que contrataron profesores particulares para ayudarla a seguir aprendiendo al -margen de los contenidos escolares.

Cuando Lise terminó los estudios obligatorios básicos, a los 14 años no pudo acceder al instituto para preparar su ingreso a la universidad, porque las Mujeres no podían legalmente acceder a estudios superiores.

No obstante, ella siguió formándose por su cuenta, con los libros y materiales que podía conseguir, y perfeccionarse como pianista.

Cuando en 1897 las Mujeres fueron finalmente admitidas, y aunque Lise no había tenido la posibilidad de una preparación formal, en el verano de 1901, y con 23 años se convertía en la primera mujer  admitida en la carrera de física en la Universidad de Viena.

No obstante, los Hombres dominaban el ámbito de la Ciencia. El químico Otto Hahn le propuso colaborar con él, pero el laboratorio no podía aceptar mujeres y Lise tuvo que trabajar en un sótano que antes había sido el taller de un carpintero. Su trabajo no era remunerado, ya que por ser mujer no recibía ningún dinero, y su labor en el Kaiser Wilhelm Institut era gratuita.

Esta situación cambió en 1913 cuando el mismísimo Max Planck, su antiguo profesor, la contrató como asistenta en su laboratorio.

Durante la I G. M., además, trabajó como técnica de rayos X en el hospital Lichterfelde de Berlín.

En 1926, Lise obtuvo una plaza como profesora titular de Física Nuclear Experimental en la Universidad de Berlín, siendo la primera Mujer en conseguirlo. Con la llegada al poder de Hitler, una gran mayoría de Científicos Judíos huyeron de Alemania, Lise decidió continuar su trabajo en Berlín, pero perdió su cátedra. 

La situación política se fue agravando. Fue privada de su nacionalidad y al tratar de abandonar el país, el gobierno Nazi le quitó el pasaporte y debió escapar. Finalmente consiguió llegar a Estocolmo en 1938, dónde encontró asilo y adoptó la nacionalidad Sueca, retomado allí sus investigaciones en un nuevo laboratorio, a condición de no publicar con su nombre los resultados de sus experimentos.

Por ello, un artículo crucial sobre la división del átomo, publicado el 6 de enero de 1939 en Naturwissenschaften, solo llevó la firma de Hann, por temor a ser descubierta.

En 1942 rechazó la oferta de unirse al Proyecto Manhattan, el grupo de científicos creado para conseguir la bomba atómica. Aún siendo consciente de la guerra y del peligro que el nazismo suponía para el Mundo Libre y la supervivencia del Pueblo Judío, no quería ser partícipe de la creación de un arma de destrucción masiva.

Aunque fue la responsable de la fisión nuclear, un hito de la Ciencia Moderna, sólo su compañero Hahn recibió el Premio Nobel en 1944 por los hallazgos que realizaron juntos.

Gran parte de la comunidad científica, con Niels Bohr a la cabeza, protestaron por lo injusto de esa omisión.

Aunque Hahn minimizó la colaboración (crucial) de Lise, dió a Lise parte del dinero en efectivo de su Premio Nobel, que ella donó al Comité de Emergencia de Científicos Atómicos de Albert Einstein, que estaba promoviendo el uso pacífico de la energía nuclear.

Al acabar la guerra, su trabajo quedó en el olvido. Dió conferencias y siguió trabajando en Estocolmo hasta que se jubiló en 1953.

Finalmente su aporte a la Ciencia fué reconocido, entre otros, por las medallas Max Planck, la Wilhelm Exner, y la Dorothea Schlözer de Göttingen. Es la única mujer que tiene un elemento en la tabla periódica en su honor, el Meitnerio. Murió en 1968. De ella dijo Einstein, "Es la María Curie alemana".

Sobre su lápida se lee: "Lise Meitner: una Física que nunca perdió su Humanidad”.

La química y la física se superponen en el nivel en el que se llevan a cabo las investigaciones de las partículas más pequeñas de la materia. Por lo tanto, fue apropiado que Otto Hahn, Lise Meitner y Fritz Strassmann se unieran para combinar su experiencia en ambos campos.

Carrera temprana de Otto Hahn
Con un doctorado en mano de la Universidad de Marburg en Alemania, Hahn (1879–1968) tenía la intención de hacer carrera como químico industrial en una empresa con conexiones comerciales internacionales. Viajó a Inglaterra para mejorar sus habilidades en el idioma inglés y encontró un trabajo como asistente en el laboratorio de William Ramsay en el University College de Londres. Hahn demostró rápidamente su gran habilidad como experimentador al aislar torio radiactivo. Después de trabajar con Ernest Rutherford en Montreal, se unió al instituto de Emil Fischer en la Universidad de Berlín, donde ascendió en la facultad.

Colección Conmemorativa Edgar Fahs Smith, Centro Kislak de Colecciones Especiales, Libros Raros y Manuscritos, Universidad de Pensilvania, Hahn y Meitner colaboran

Hahn fue en busca de un colaborador con quien realizar estudios sobre radiactividad experimental y se asoció con Meitner (1878-1968). Había venido a Berlín para asistir a las conferencias de Max Planck sobre física teórica después de recibir su doctorado en física de la Universidad de Viena en 1905, el segundo doctorado en ciencias de esa universidad otorgado a una mujer. En el primer año de la asociación Hahn-Meitner tuvieron que trabajar en un taller de carpintería remodelado porque la universidad aún no aceptaba mujeres de manera oficial.

En 1912, su grupo de investigación se trasladó a la nueva Kaiser Wilhelm Gesellschaft, donde Fritz Haber fue director del instituto de química física, Hahn fue director del instituto de radiactividad y, desde 1918, Meitner fue directora del departamento de física del instituto de radiactividad. Durante la Primera Guerra Mundial, Hahn sirvió en el servicio de guerra de gas alemán encabezado por Haber, y Meitner se ofreció como enfermera de rayos X para el ejército austríaco.

Estudios en Radiactividad
Max-Planck-Gesellschaft, Múnich
El descubrimiento del neutrón por James Chadwick en 1932 dio un nuevo impulso a los estudios de radiactividad porque esta partícula atómica sin carga podía penetrar los secretos del núcleo atómico con mayor éxito.

Meitner, Hahn y otro químico, Strassmann (1902-1980), que había trabajado con los socios desde 1929, estuvieron profundamente involucrados en la identificación de los productos del bombardeo de neutrones de uranio y sus patrones de descomposición. En general, se esperaba que se produjeran elementos cercanos en número atómico, muy posiblemente elementos con números atómicos más altos que el uranio.

Fisión nuclear anunciada
En 1938 Meitner tuvo que abandonar Berlín porque los nazis se estaban acercando a todas las personas de ascendencia judía. Pronto encontró un entorno agradable para su investigación en el Instituto Nobel de Estocolmo. Su sobrino, el físico Otto Frisch, estaba ubicado en el instituto de Niels Bohr en Copenhague. Mientras tanto, Hahn y Strassmann descubrieron que inesperadamente habían producido bario, un elemento mucho más liviano que el uranio, y le informaron de ello a Meitner.

Ella y su sobrino elaboraron los cálculos físicos del fenómeno basándose en el modelo de "gota" del núcleo de Bohr y establecieron claramente que se había producido la fisión nuclear del uranio. Rápidamente se reconoció que el bario se encontraba entre los isótopos estables que eran los productos de la descomposición radiactiva de los elementos transuránicos que deben haberse formado inicialmente después del bombardeo de uranio con neutrones. Bohr llevó la noticia de la división del átomo y sus asombrosas posibilidades a los científicos de los Estados Unidos y, en última instancia, dio como resultado el Proyecto Manhattan.

Investigación nuclear posterior
Hahn, Meitner y Strassmann no participaron en la investigación de armas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial. Al final de la guerra, Hahn se sorprendió al saber que había ganado el Premio Nobel de Química en 1944 y que se habían desarrollado bombas nucleares a partir de su descubrimiento básico. Más tarde, como director de Max-Planck-Gesellschaft (el sucesor de la posguerra del Kaiser Wilhelm Gesellschaft), se pronunció enérgicamente contra el mal uso de la energía atómica. Meitner, quien muchos pensaron que debería haber recibido el Premio Nobel con Hahn, continuó realizando investigaciones nucleares en Suecia y luego en Inglaterra. Strassmann fomentó el estudio de la química nuclear en Mainz, Alemania.

La carta Einstein-Szilárd (del inglés: Einstein–Szilard letter) fue una carta escrita por Leó Szilárd y firmada por Albert Einstein, enviada al Presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, el 2 de agosto de 1939.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Lise Meitner, una de las científicas más brillantes del siglo XX que no fue reconocida.

Esta es la historia de la única mujer que da nombre a un elemento en la tabla periódica: el meitnerio.

Lise Meitner nació en Viena en 1878 en el seno de una familia judía de clase media-alta. Su padre fue un prestigioso abogado. Desde pequeña se interesó por las matemáticas y la física. En la Universidad de Viena fue alumna de Ludwig Boltzmann, uno de los físicos más brillantes de todos los tiempos. Intentó trabajar con Marie Curie en París, pero no fue aceptada. Para poder mantenerse, daba clases en un colegio por las mañanas e investigaba por las tardes. A pesar de que ya había desarrollado sus primeras investigaciones, no estaba a gusto en Viena y vio que allí no podía seguir su carrera como científica. Con la ayuda de sus padres, se estableció en Berlín. En 1907 acudió a la Universidad Humboldt para seguir clases con otro gran físico, Max Planck. En aquella época las universidades de Prusia no admitían mujeres, pero ella fue una excepción. Para seguir investigando, se dirigió al Instituto de Física Experimental, donde el científico Otto Hahn mostró interés en investigar con ella. Debido a su condición de mujer, no tenía derecho a contrato ni a sueldo, ni siquiera podía utilizar el cuarto de baño de la institución, teniendo que ir a un restaurante cercano, y estaba obligada a acceder al edificio por una puerta trasera, para respetar las convenciones de solo hombres.

En 1912, Otto Hahn recibe una invitación para trasladarse al Instituto Kaiser Wilhelm de Física, que acepta y sigue contando con Meitner, pero como asistente sin sueldo. Finalmente fue contratada en el puesto más bajo del escalafón de investigadora. En el periodo entre las dos guerras mundiales, Lise Meitner y Otto Hahn descubrieron un elemento químico nuevo al que llamaron protactinio. En la década de los treinta, siguiendo las leyes raciales de Núremberg, Lise fue desposeída de todos sus cargos académicos por tener ascendencia judía, aunque esto no le impidió seguir investigando en Alemania.

Llegó un momento en que la situación para Meitner se hizo insostenible en Alemania, por lo que tuvo que escapar en una huida de película. En el plan para no ser apresada por los nazis participaron algunos de los físicos más famosos de la historia como Niels Bohr o Dirk Coster, descubridor del elemento químico hafnio, que se hizo pasar por su esposo para que pudiera salir de Alemania y cruzar la frontera hasta Holanda y de allí, vía Copenhague, recalar en Suecia.

Esto ocurrió a la vez que sucedían algunos de los descubrimientos más trascendentes. En 1938, Otto Hahn y Fritz Strassmann habían descubierto que bombardeando con neutrones diferentes átomos se formaban isótopos de átomos diferentes, algo que no podían explicar. Meitner y Hahn describieron, en un artículo publicado en la revista Nature en 1939, que lo que estaban viendo era la evidencia de que se estaba produciendo la fisión nuclear por la que unos átomos inestables se dividen en un proceso en el cual se libera energía. La fisión nuclear es la base de todo el armamento atómico y también de la energía nuclear. El problema es que el artículo solo lo firmó Otto Hahn, alegando que las autoridades no iban a dejar que lo rubricara una autora judía. Y que Lise Meitner no firmara el artículo, a pesar de haber realizado ella la investigación, fue el argumento esgrimido por la Comisión Nobel cuando en 1944 le otorgó el Premio Nobel a Otto Hahn en solitario por el descubrimiento de la fisión atómica. La realidad es que la interpretación de los resultados fue obra de Lise Meitner, aunque se quedó sin el galardón.

La aportación de Lise Meitner a la humanidad no acaba aquí. En 1942, cuando estaba exiliada en Suecia, le ofrecieron un visado para Estados Unidos e incorporarse al Proyecto Manhattan que estaba desarrollando la bomba atómica. Un trabajo que le habría facilitado la vida por alejarse de Europa, pero se negó en rotundo porque dijo que no quería participar en la fabricación de ninguna bomba, ya que eso iba en contra de sus principios. Al final llegó a Estados Unidos en 1946, donde el presidente Harry S. Truman, responsable en última instancia del lanzamiento de la primera bomba atómica, la recibió con todos los honores y fue nombrada mujer del año. A Hollywood no se le pasó por alto la historia de su huida y le ofrecieron rodar una película contando su historia. Se negó también, aseguró que nada de lo que iban a contar tenía sentido.

Reconocimiento póstumo
— La historia de Lise Meitner encierra una de las mayores injusticias cometidas por los premios Nobel. Fue nominada en numerosas ocasiones, pero nunca lo obtuvo. Como desagravio, fue invitada a participar en 1962 en la reunión de premios Nobel de Lindau. En 1997, años después de su fallecimiento el 27 de octubre de 1968, recibió uno de los mayores honores a los que puede aspirar un científico. El elemento químico 109 lleva su nombre. Dado que el número 96 —el curio— fue llamado así en honor de Pierre y Marie Curie, pero utilizando el apellido del marido, el meitnerio se convirtió en el único elemento de la tabla periódica bautizado con un nombre de mujer.

J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.

lunes, 28 de noviembre de 2022

LIBROS El último superviviente del amable poblado donde se creó la bomba atómica

Un libro y un documental recogen el testimonio del Nobel de Física Roy J. Glauber sobre su trabajo en el laboratorio de Los Álamos

Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan junto a otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica, en Nuevo México.
Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.


Los Álamos era un apacible poblado habitado por parejas jóvenes, abundantes niños, trabajadores con tiempo libre para disfrutar de la naturaleza circundante y del buen clima del estado de Nuevo México. Después de la jornada laboral se podían dar paseos, disfrutar de proyecciones de cine por 10 centavos, asistir a alguna conferencia o bailar en alguna fiesta. Las bebidas disponibles eran de baja graduación alcohólica, dado el carácter militar del recinto, pero alguno de los abundantes científicos fabricaban alcohol en secreto, porque la ciencia tiene múltiples aplicaciones. En el amable poblado de Los Álamos, a principios de los años cuarenta, estas jóvenes familias estaban trabajando en producir algunos horrores por venir y una potencia de destrucción que aún tiene en vilo al mundo. Estaban construyendo la bomba atómica. La primera de esas que todavía, y sobre todo hoy, siguen siendo una amenaza para la supervivencia de la Humanidad.

Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan. Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

La macrohistoria de la bomba es bien conocida: en 1938 los científicos alemanes Lise Meitner y Otto Hahn descubren la posibilidad de fisionar el átomo de uranio liberando grandes cantidades de energía, según había establecido Albert Einstein en la ecuación más célebre de la ciencia: E=mc². Ante el poderío de este proceso natural y sus posibilidades militares, el físico Leó Szilárd ve el futuro retorciéndose y convence a Einstein para que firme una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, urgiéndole a desarrollar el arma antes de que lo hagan los nazis. Roosevelt pone en marcha el ambicioso Proyecto Manhattan, cuyo epicentro es el laboratorio de Los Álamos. De ahí salieron Little Boy y Fat Man, las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki en 1945 y que cambiaron la historia para siempre. Desde entonces la civilización se puede destruir a sí misma con cierta facilidad. En eso estamos.

Lo que ahora podemos conocer con más detalle es la microhistoria de aquel lugar, en boca del físico estadounidense Roy J. Glauber (New York, 1925 - Massachussets, 2018), que fue el más joven de los participantes del área teórica del Proyecto Manhattan, y que ganó posteriormente, en 2005, el premio Nobel de Física por otras cosas: sus trabajos en el campo de la Óptica Cuántica, disciplina de la que se le considera pionero. Su testimonio se recoge en el libro La última voz (Ariel) y el documental That’s the Story (se puede ver en YouTube), ambos obra de María Teresa Soto-Sanfiel, doctora en Comunicación Audiovisual y profesora de la Universidad de Nacional de Singapur, y el físico José Ignacio Latorre, catedrático de la Universidad de Barcelona y director del Centre for Quantum Technologies de Singapur.

Todo empezó con unas copas. “Estábamos en un congreso en Benasque y me llevé a Glauber a tomar algo que no conociese, como los mojitos, porque a un premio Nobel siempre hay que tratarle bien”, bromea Latorre. Animado por el brebaje, Glauber comenzó a contar anécdotas que implicaban a grandes nombres de la Física del siglo XX. ¿Por qué les conocía? “Es que trabajé en el Proyecto Manhattan, a los 18 años”, dijo Glauber, que era, por tanto, uno de los últimos supervivientes de los que colaboraron en la fabricación de la bomba. A partir de esos mojitos, y a través de varios encuentros fortuitos (en Singapur, en el MIT de Massachusetts, etc), los autores fueron grabando el material. Curiosamente, cuando se disponían a ilustrar el documental, se desclasificaron los archivos del Proyecto Manhattan y consiguieron 17 horas de imágenes de la época, muchas de las cuales se muestran por primera vez al público. “En nuestros encuentros Glauber era muy minucioso con los detalles, de modo que nos dio una fotografía muy viva de aquellos tiempos”, explica Soto-Sanfiel, “es la vida en Los Álamos contada por un protagonista, y eso es algo inusual”.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.

Glauber describe en varias ocasiones Los Álamos como un lugar utópico (aunque en esa pequeña utopía científica se empezaran a generar algunas distopías que nos quitan el sueño desde entonces), y eso que también habla de su austeridad: era un lugar perdido de la mano de Dios, no se cobraba demasiado y tampoco había demasiado con qué llenar el tiempo más allá del trabajo. “Pero se encontraban elementos que a un joven como aquel le maravillaban”, dice Latorre, “al parecer la comida era muy buena (Glauber seguía siendo un gran comilón a sus 90 años), hacía buen tiempo y, sobre todo, estaba rodeado de los mejores cerebros de la época”.

En Los Álamos se concentró un poderío intelectual que deslumbraba al joven Glauber, que, destinado allí para hacer cálculos complejos, ni siquiera había terminado los estudios en Harvard. El de Robert Oppenheimer, director científico, que tenía una gran facilidad para entender la física y comunicarla (por ejemplo, al general Leslie Groves, responsable supremo del proyecto). Glauber le describe como un intelectual romántico, gran conocedor de los textos clásicos hinduistas (dominaba el sánscrito), que contrastaba con el típico pensamiento pragmático de los científicos estadounidenses. Cuando vio estallar la primera bomba, en el desierto de Nuevo México, se recitó estos versos del Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”. El director Christopher Nolan prepara una película sobre su figura, que se estrenará en 2023.

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

También Hans Bethe, responsable del área teórica del proyecto, al que Glauber describe como de gran inteligencia y comprensión con sus colaboradores; Enrico Fermi, capaz de hacer ingeniosos cálculos y aproximaciones para abordar los problemas; o el célebre Richard Feynman, todo un personaje capaz de pensar la física de otra manera y ser el centro de atención con sus eternas historias y anécdotas (como se muestra en su conocida biografía ¿Está usted de broma, Sr. Feynman?, que sirve de inspiración a estudiantes de todo el planeta). A Glauber, sin embargo, parece no convencerle del todo la figura de Feynman, al que considera un hombre demasiado centrado en seducir a los demás interpretando a su personaje estrambótico. “Glauber era un hombre serio, poco dado a los aspavientos, pero Feynman era todo lo contrario, alguien que brillaba”, dice Soto-Sanfiel, “así que le consideraba un poco fantasma, aunque le tenía gran respeto intelectual”.

Glauber presenció en primera persona el primer estallido de la bomba, la prueba Trinity, sucedida en julio de 1945 en el desierto de Nuevo México. No estaba invitado, por su condición de físico teórico, pero junto con unos colegas se apostó como espectador en una montaña cerca de Albuquerque, a unas 70 millas (algo más de 112 kilómetros) de la explosión. Cuando la bomba, de 20 kilotones, estalló, se quedaron aterrados. El primer hongo nuclear surgió contra el cielo nocturno y, en el lugar de la detonación, la arena del suelo se fundió formando una sustancia verde y brillante como el jade, que luego se bautizó como trinitita. Glauber describió el evento como algo “muy grande y siniestro”. Durante el mes siguiente nadie en el laboratorio quiso hablar de lo que había visto.

El relato del libro y el documental no se queda en la experiencia de Los Álamos, sino que también narra la posterior caída en desgracia de Oppenheimer, víctima de la caza de brujas y defenestrado por el físico Edward Teller (algo así como el malo de esta historia), que le acusó de comunista y que era partidario, contra el primero, y aún después de los horrores de Japón, de seguir desarrollando bombas de mayor potencia, como la de hidrógeno. Así se hizo.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.

Glauber falleció en diciembre de 2018, con el libro ya en fase de edición, de modo que no llegó a presenciar el inicio de la guerra de Ucrania, en la que Vladímir Putin ha vuelto a agitar los miedos nucleares que tanto inquietaron la segunda mitad del siglo XX, en la Guerra Fría. “Entonces no se hablaba casi del peligro nuclear y, como comprobamos al mostrar una primera versión del documental en diferentes centros de investigación, había cierto consenso en que la posibilidad de una destrucción total había mantenido una larga paz en Europa”, dice Latorre.

El físico neoyorquino nunca expresó arrepentimiento por participar en el Proyecto Manhattan, por varios motivos: entonces era un chaval sin ninguna importancia al que solo le requerían para hacer ciertos cálculos y, además, en aquel momento miles de jóvenes soldados morían “como moscas” en la guerra mientras que los nazis podían estar construyendo su propia bomba. “Eso sí”, agrega Soto-Sanfiel, “cuando se lanzaron las bombas en Japón, Glauber abandonó el proyecto y nunca quiso saber más de la carrera armamentística”.

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