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jueves, 22 de mayo de 2025

La rutina es un cáncer

He participado en el “Congreso Internacional por la educación socioemocional” (CIPESE), celebrado en la ciudad colombiana de Villavicencio los pasados días 7 y 8 de mayo. El Congreso tuvo carácter gratuito y estuvo organizado por la Fundación “Crear soluciones con las manos”, dirigida con indudable eficacia por Martha Prieto e integrada por un grupo de jóvenes empáticos, entusiastas y trabajadores. También organizaba el Congreso Cofrem, una importante Caja de compensación familiar de El Meta, cuya capital es Villavicencio. Respondieron a la convocatoria más de ochocientas personas, en su mayoría docentes.

Se fueron desarrollando las diferentes actividades (conferencias, talleres paneles…) en el Parque de la Vida, anexo al Colegio Vainilla en el que tuve la feliz oportunidad de conversar con tres grupos de alumnos y alumnas en un clima de receptividad, de apertura y de intensa emoción. Formidables jóvenes que te hacen soñar con un mundo que será mejor del que nosotros les dejamos. Una de las alumnas, en el trascurso de la conversación, cuando les decía que tenían que atreverse a pedir, a dar, a recibir, a rechazar y a encajar, levantó la mano y me preguntó:

¿Puedo darle un abrazo?
Claro que sí, le dije. Ahora mismo.

Nos dimos un abrazo que sus compañeros aplaudieron. Al volver a su puesto se aplaudía a sí misma por su coraje, dando saltos y batiendo las palmas por encima de su cabeza.

Cada vez se hace más patente la necesidad de la educación emocional. La felicidad de los seres humanos echa sus raíces en el ámbito de nuestra salud emocional. No está conectada con el dinero conseguido, el poder alcanzado o la fama conquistada. Por otra parte, en el mundo de los sentimientos afianzamos la autoestima, garantizamos la salud mental, encontramos las estrategias para la comunicación sana con el prójimo y alimentamos la disposición emocional hacia el aprendizaje.

Sin embargo, la escuela sigue siendo el reino de lo cognitivo, pero no el reino de lo afectivo. La pregunta de la escuela es cuánto sabes, pero no cómo te sientes. Y el currículum fija sus objetivos en el conocimiento académico pero no en el reconocimiento de las emociones y en su regulación. Ya en 1978, Alexander Neill, fundador de la escuela de Summerhill, tituló así uno de sus libros: “Corazones, no solo cabezas en la escuela”.

Fueron dos días de intenso trabajo, de numerosos encuentros y de ricos aprendizajes. Claro que la tarea fundamental que se nos presenta a los asistentes es trasladar a la vida cotidiana y al trabajo todo aquello que aprendimos durante esos dos días trepidantes. Mi temor radica en que todo el esfuerzo realizado por los organizadores, por los expositores y por los participantes quede reducido a la entrega de una certificación académica.

Sucede algunas veces. Al regresar al trabajo o a la familia, los participantes son destinatarios de una lógica pregunta:

¿Qué vas a hacer ahora?
Pregunta que, a veces recibe una decepcionante respuesta:

¿Cómo ahora, si el Congreso terminó ayer por la tarde?
¿Para qué sirvió, entonces? Esa es la cuestión. Hay una perversión meritocrática que consiste en medir la bondad de la formación de un profesional por el ángulo que forman los certificados que ha ido acumulando durante la vida cuando los coloca debajo de los brazos. Nada cambia en la escuela. O, mejor dicho, nada mejora. Hago esta distinción porque no todos los cambios son mejoras. Un amigo le dice a otro:

¡Qué pena esta vida, nadie cambia.
El interpelado contesta.
No digas eso porque yo he cambiado muchísimo desde el año pasado.
Observación que matiza el amigo:

Me refería para bien.

Esta tremenda trampa se ve muy bien reflejada cundo al comenzar una experiencia de formación, dice uno de los asistentes a la organización:

¿A cuánto se puede faltar?
Es decir, ¿cuánto tiempo me puedo ahorrar con tal de que me entreguen el certificado? Claro que es más grave, como me ha comentado que sucedió no hace mucho tiempo, que formule la pregunta quien va a impartir la sesión.

En la clausura hice alguna reflexión al respecto. Formulé el siguiente interrogante: ¿Y ahora qué? Porque es ahora cuando empieza de verdad el Congreso. Es ahora cuando se puede comprobar para qué ha servido tanto trabajo y tanto esfuerzo

Alguien hizo referencia en la clausura a un cuento que he incluido en mi último libro “La caja mágica. Historias para pensar y para sentir”.

Cuentan que en la historia del mundo hubo un día terrible en el que el Odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas actitudes, convocó a una reunión urgente a los sentimientos más oscuros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano. Éstos llegaron a la reunión con la curiosidad de saber cuál era el propósito. Cuando estuvieron todos, habló el Odio y dijo:

Les he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien.
Los asistentes no se extrañaron mucho, pues era el Odio el que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien. Sin embargo, todos se preguntaban entre sí quién sería tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos.

Quiero que maten al Amor, dijo.
Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno quería destruirlo. El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo:
Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto, provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará. Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el informe del Mal Carácter quedaron decepcionados.

Lo siento, lo intenté todo; pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante. Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la Ambición que, haciendo alarde de su poder dijo:

En vista de que el Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo de la riqueza y el poder. Y empezó la Ambición el ataque hacia su víctima, que efectivamente cayó herida y adoró a los ídolos, que son una tentación constante y una causa frecuente del alejamiento del amor verdadero. Pero después de luchar por salir adelante, el Amor renunció a todo deseo desbordado de poder y placer y triunfó de nuevo.

Furioso el Odio por el fracaso de la Ambición, envió a los Celos quienes, burlones y perversos, intentaban toda clase de artimañas para despistar al Amor y lastimarlo con dudas y sospechas. Pero el Amor, confundido, lloró y pensó que no quería morir, y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos y los venció.

Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros. Envió a la Frialdad, al Egoísmo, a la Indiferencia, a la Pobreza, a la Enfermedad, y a muchos otros que fracasaron siempre; porque cuando el Amor se sentía desfallecer, tomaba de nuevo fuerza y lo superaba todo. Cuando venían las desgracias parecía sucumbir, pues los golpes imprevistos no permiten muchas veces reaccionar, a causa del abatimiento y turbación que se levantan en el alma; pero, con un poquito de paciencia, el Amor salió victorioso. El Odio, convencido de que el Amor era invencible, les dijo a los demás:

Veo que el Amor es invencible. Nadie ha podido matarlo. El Amor ha superado todas las pruebas. Ha sido más fuerte que todas las dificultades.

De pronto, en un rincón del salón, se levantó alguien poco reconocido que vestía de negro y llevaba un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver. Su aspecto era fúnebre como el de la muerte.

Yo mataré al Amor, dijo con seguridad.

Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo lo que ninguno había podido. El Odio dijo:

Ve y hazlo.

Había pasado poco tiempo, cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles que después de mucho esperar, por fin el Amor había muerto. Todos estaban felices, pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló:

Ahí les entrego al Amor totalmente muerto y destrozado, Y sin decir más, se iba.

Espera, dijo el Odio, en tan poco tiempo eliminaste por completo al Amor, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?»

El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo:

Soy la Rutina.

La rutina es ausencia de amor, es monotonía, y la monotonía es falta de energía y de coraje. La rutina es el cáncer de las instituciones. La energía que ha generado el Congreso ha de servir para alimentar el amor a la tarea y el amor a las personas con quienes se trabaja. Ha de romper la rutina a través de la innovación. Dice Emilio Lledó que la profesión docente gana autoridad por amor a lo que se enseña y por el amor a quienes se enseña.


El Adarve, Miguel Ángel Santos Guerra

lunes, 1 de noviembre de 2021

Militantes del egoísmo

Todos conocemos a personas egoístas que solo miran por sí mismas. Esa preocupación obsesiva por el propio interés acaba dañando a los demás. Porque el egoísta piensa que lo suyo es suyo y que también debería ser suyo lo de los demás. “El egoísta es capaz de prender fuego a la casa del vecino para freírse un huevo”, dice Sir Francis Bacon. La metáfora me parece excelente porque para obtener un pequeño beneficio, el egoísta no duda en hacer un grave daño.

“El egoísmo es la tendencia, la actitud personal o el principio doctrinal que impulsa a una persona a optar por su interés propio con exclusión del interés de los demás”, se dice en el Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades mentales”, de Jorge Vigil Rubio.

En la página 55 de la estupenda novela de Fernando Aramburu “Los vencejos” me he encontrado con esta significativa definición con la que el protagonista califica a dos miembros de su familia, Amalia, su mujer, y Raúl, su hijo: son “militantes del egoísmo”. Ser militante del egoísmo, pienso yo, no es lo mismo que ser egoísta, es mucho más. Es ser un acérrimo defensor de una sola causa. Y la causa es el propio individuo.

En un pueblo de la provincia de Córdoba hay una familia que tiene un peculiar apodo. Son los “To pa mí”. No sé cuál es el origen y la antigüedad del mote, pero describe muy bien la obsesiva pretensión de los miembros de la saga. Obsérvese que no dice “lo mío para mí”, sino “todo para mí”. Lo mío y lo de los demás. Lo mío y lo de los demás. Para los militantes del egoísmo el ombligo propio es el centro del universo.

Hay un egoísmo grupal. Pienso, por ejemplo, en familias como la que acabo de describir. Todo es para nosotros. A costa de quien sea y de lo que sea. Pienso también en una institución religiosa, deportiva o cultural. Todo para nosotros por encima de todo y de todos.

Cuando era estudiante, un profesor colocaba una máxima semana en le encerado. En una ocasión escribió lo siguiente: “Lo mejor y lo primero, para mi compañero”. Un espabilado compañero, cambió de lugar la coma. Y la frase quedó así: “Lo mejor y lo primero para mí, compañero”. Es un buen lema para los militantes del egoísmo.

Hoy me quiero centrar en los egoístas antisociales. Y voy a referirme a cinco grupos de forma especial. No son los únicos, claro está.

El primer grupo es el de los evasores fiscales. Personas que no tienen ningún remilgo en buscar su beneficio evadiendo impuestos a pesar del daño que causan al bien común. El perjuicio en la calidad de la educación, la sanidad, y demás servicios públicos es evidente. Pero, claro, ellos tienen satisfechas sus necesidades y sus caprichos. Lo tienen todo bien resuelto. Lo estamos viendo estos días con los llamados Papeles de Pandora. Qué tremendo escándalo. Políticos, escritores, cantantes, entrenadores, deportistas multimillonarios guardan sus fortunas en paraísos fiscales. ¿Para cuándo un control mundial sobre estos delitos? Cómo es posible que se pueda hacer impunemente esta trampa? ¿Cómo es posible que no haya acceso de la justicia a esos bancos que son reductos del delito? Es como si hubiese lugares en los que se pudiera asesinar impunemente, sin que la policía o la justicia pudiera acceder a ellos.

El segundo grupo es el de los narcotraficantes. Lo he pensado muchas veces. ¿Cómo puede buscarse el enriquecimiento egoísta a costa de la destrucción de la vida de muchos jóvenes, de tantas personas que van a consumir esas sustancias que se despachan como venenos a los consumidores? ¿Por qué no existe un mayor control sobre ese mercado destructor? Habrá personas que perderán la vida en el consumo, habrá familias que serán destruidas por completo, habrá zonas que convertirán en guetos malditos. Y todo por alimentar un enriquecimiento egoísta. No importa hacer escaleras que llevan a la riqueza con los cadáveres del prójimo.

El tercer grupo es el de los negacionistas. Se trata de personas que anteponen sus prejuicios, sus miedos, sus caprichos o sus veleidades al interés común. Es indiscutible la eficacia de las vacunas para frenar el contagio del virus. No podemos superar la pandemia sin la solidaridad. Pero estos militantes del egoísmo no hacen caso más que a su ego. Piensan de una manera y actúan de forma coherente con su interés, sin pensar en que dañan a los demás.

Forman el cuarto grupo de militantes del egoísmo las personas corruptas. Pienso especialmente en los políticos que, en una democracia, abusan de la confianza del pueblo que los elige. Los votantes les colocan en un puesto de responsabilidad para gestionar lo público y aprovechan la ocasión para burlarse de quienes les colocaron en ese puesto. No sirven al pueblo, se sirven de él para alimentar sus intereses. Decía Concepción Arenal que los grandes egoístas son el plantel de los grandes malvados.

El quinto grupo de militantes del egoísmo está integrado por los maltratadores. Su ego se alimenta del poder del patriarcado. Las mujeres son objetos que se manipulan y maltratan sin pudor. La violencia se descarga sin piedad sobre la víctima. Al maltratador solo le importa el daño que hace porque eso es lo que alimenta su miserable y cobarde poder. El ensañamiento puede llegar hasta causar la muerte de la victima. El yo del maltratador se acrecienta en la medida que destruye al tú que es la víctima.

Hay más grupos de militantes del egoísmo, como decía. Dejémoslo aquí para pensar en las soluciones. Una de carácter preventivo que es la que considero más importante.. Educar para la solidaridad es el mejor antídoto contra la proliferación del egoísmo. La empatía nos hace capaces de ponernos en el lugar del otro, de pensar en el otro, de procurar el bien del otro.

La educación emocional tiene en cuenta el desarrollo de habilidades sociales impregnadas de respeto a la dignidad del prójimo. La empatía no es solo un sentimiento de comprensión y aceptación del otro. Conlleva el compromiso de la acción. Dicen Ciaramicoli y Ketchman: “La empatía comienza con la comprensión pero, contrariamente a lo que mucha gente piensa, no termina allí. La persona empática no dice simplemente entiendo lo que estás sintiendo o pensando. Ese es solo el primer paso de un proceso largo y lleno de esfuerzo. Porque una vez que se tiene suficiente conocimiento y comprensión, la empatía requiere que nuestras ideas se transformen en acción”.

La escuela no tiene como objetivo que seamos buenos súbditos o buenos clientes. Tiene como tarea fundamental ayudarnos a ser buenos ciudadanos y ciudadanas. Freire decía que la educación no cambia el mundo, sino que forma a las personas que van a cambiar el mundo. Comparto la tesis de Nelson Mandela: la educación es el arma más poderosa para transformar el mundo.

En el año 2006, Barack Obama ofreció un discurso en el acto de graduación de la Universidad de Northwestern. En el mismo afirmó: “En este país se habla mucho sobre el déficit federal. Pero yo creo que deberíamos hablar más del déficit de empatía, de la habilidad de ponernos a nosotros mismos en los zapatos del otro, de ver el mundo a través de quienes son diferentes… El mundo no gira solo a tu alrededor”.

Tiene que haber una vigilancia extrema para que no se produzcan estos comportamientos que envilecen a la sociedad. Despreocuparse de estos hechos, no tratar de evitarlos, conduce a su proliferación. Cuando el clima moral se relaja, cada uno trata de aprovechar las ocasiones de obtener beneficios que conllevan el daño del prójimo.

La otra solución es de carácter coercitivo. Tiene que actuar la justicia con la necesaria contundencia cuando se descubren estos comportamientos egoístas, miserables, destructivos. No es la solución perfecta. Sin la primera que he planteado, se podría producir un mecanismo peligroso: que lo importante no sea evitar esos hechos sino evitar que sean detectados y castigados por la justicia.

El Adarve.

jueves, 2 de mayo de 2019

_- “La base de un cerebro sano es la bondad, y se puede entrenar”

_- Richard Davidson, doctor en Neuropsicología, investigador en neurociencia afectiva

Nací en Nueva York y vivo en Madison (Wisconsin), donde soy profesor de Psicología y Psiquiatría en la universidad. La política debe basarse en lo que nos une, sólo así podremos reducir el sufrimiento en el mundo.

Creo en la amabilidad, en la ternura y en la bondad, pero debemos entrenarnos en ello

Yo investigaba los mecanismos cerebrales implicados en la depresión y en la ansiedad.

...Y acabó fundando el Centro de Investigación de Mentes Saludables.

Cuando estaba en mi segundo año en Harvard se cruzó en mi camino la meditación y me fui a la India a investigar cómo entrenar mi mente. Obviamente mis profesores me dijeron que estaba loco, pero aquel viaje marcó mi futuro.

...Así empiezan las grandes historias.

Descubrí que una mente en calma puede producir bienestar en cualquier tipo de situación. Y cuando desde la neurociencia me dediqué a investigar las bases de las emociones, me sorprendió ver cómo las estructuras del cerebro pueden cambiar en tan sólo dos horas.

¡En dos horas!

Hoy podemos medirlo con precisión. Llevamos a meditadores al laboratorio; y antes y después de meditar les tomamos una muestra de sangre para analizar la expresión de los genes.

¿Y la expresión de los genes cambia?

Sí, y vemos como en las zonas en las que había inflamación o tendencia a ella, esta des­ciende abruptamente. Fueron descubrimientos muy útiles para tratar la depresión. Pero en 1992 ­conocí al Dalái Lama y mi vida cambió.

Un hombre muy nutridor.

“Admiro vuestro trabajo, me dijo, pero considero que estáis muy centrados en el estrés, la ansiedad y la depresión; ¿no te has planteado enfocar tus estudios neurocientíficos en la amabilidad, la ternura y la compasión?”.

Un enfoque sutil y radicalmente distinto.

Le hice la promesa al Dalái Lama de que haría todo lo posible para que la amabilidad, la ternura y la compasión estuvieran en el centro de la investigación. Palabras jamás nombradas en ningún estudio científico.

¿Qué ha descubierto?

Que hay una diferencia sustancial entre empatía y compasión. La empatía es la capacidad de sentir lo que sienten los demás. La compasión es un estadio superior, es tener el compromiso y las herramientas para aliviar el sufrimiento.

¿Y qué tiene que ver eso con el cerebro?

Los circuitos neurológicos que llevan a la empatía o a la compasión son diferentes.

¿Y la ternura?

Forma parte del circuito de la compasión. Una de las cosas más importantes que he descubierto sobre la amabilidad y la ternura es que se pueden entrenar a cualquier edad.

Los estudios nos dicen que estimulando la ternura en niños y adolescentes mejoran sus resultados académicos, su bienestar emocional y su salud.

¿Y cómo se entrena?

Les hacemos llevar a su mente a una persona próxima a la que aman, revivir una época en la que esta sufrió y cultivar la aspiración de librarla de ese sufrimiento. Luego ampliamos el foco a personas que no les importan y finalmente a aquellas que les irritan. Estos ejercicios reducen sustancialmente el bullying en las escuelas.

De meditar a actuar hay un trecho.

Una de las cosas más interesantes que he visto en los circuitos neuronales de la compasión es que la zona motora del cerebro se activa: la compasión te capacita para moverte, para aliviar el sufrimiento.

Ahora quiere implementar en el mundo el programa Healthy minds (mentes sanas).

Fue otro de los retos que me lanzó el Dalái Lama, y hemos diseñado una plataforma mundial para diseminarlo.

El programa tiene cuatro pilares: la atención; el cuidado y la conexión con los otros; la apreciación de ser una persona saludable (encerrarse en los propios sentimientos y pensamientos es causa de depresión)...

...Hay que estar abierto y expuesto.

Sí. Y por último tener un propósito en la vida, algo que está intrínsecamente relacionado con el bienestar.

He visto que la base de un cerebro sano es la bondad, y la entrenamos en un entorno científico, algo que no se había hecho nunca.

¿Cómo se puede aplicar a nivel global?

A través de distintos sectores: educación, sanidad, gobiernos, empresas internacionales...

¿A través de los que han potenciado este mundo oprimido en el que vivimos?

Tiene razón, por eso soy miembro del consejo del Foro Económico Mundial de Davos, para convencer a los líderes de que hay que hacer accesible lo que sabe la ciencia sobre el bienestar.

¿Y cómo les convence?

Mediante pruebas científicas. Les expongo, por ejemplo, una investigación que hemos realizado en distintas culturas: si interactúas con un bebé de seis meses a través de dos marionetas, una que se comporta de forma egoísta y otra amable y generosa, el 99% de los niños prefieren el muñeco cooperativo.

Cooperación y amabilidad son innatas.

Sí, pero frágiles, si no se cultivan se pierden, por eso yo, que viajo muchísimo (una fuente de estrés), aprovecho los aeropuertos para enviar mentalmente a la gente con la que me cruzo buenos deseos, y eso cambia la calidad de la experiencia. El cerebro del otro lo percibe.

Apenas un segundo para seguir en lo suyo.

La vida son sólo secuencias de momentos. Si encadenas esas secuencias, la vida cambia.

El mindfulness es hoy un negocio.

Cultivar la amabilidad es mucho más efectivo que centrarse en uno mismo. Son circuitos cerebrales distintos. A mí no me interesa la meditación en sí misma sino cómo acceder a los circuitos neuronales para cambiar tu día a día, y sabemos cómo hacerlo.

https://www.lavanguardia.com/lacontra/20170327/421220248157/la-base-de-un-cerebro-sano-es-la-bondad-y-se-puede-entrenar.html