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jueves, 26 de junio de 2025

Entrevista al Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz «Trump quiere ser un dictador»

Fuentes: El diario


El premio Nobel de Economía vino a España para dar una conferencia sobre los peligros de la desinformación, organizada por el Observatorio de Medios, en la que también participó elDiario.es

“La libertad de llevar un fusil AK-47 para algunos es la pérdida de libertad por el miedo de otros”. Con este ejemplo fácil de entender, el Nobel de Economía de 2001 Joseph E. Stiglitz (Estados Unidos, 1943) tumba los argumentos falsos de una derecha entregada a un concepto falso de libertad que, al final, se traduce en la ley de la selva. Defensor acérrimo de un capitalismo progresista donde la regulación debe ordenar las finanzas para acabar con las desigualdades, argumenta que “los mercados sin restricciones no serían libres, acabarían en monopolios”. Stiglitz defiende en su libro Camino de libertad (Editorial Taurus) que “la idea de que deberías ser libre de hacer lo que quieras para construir algo suena bien hasta que te das cuenta de que a menudo es más fácil ganar dinero explotando a otros. Sin embargo, si restringes que alguien pueda explotar a los demás, canalizas las energías de la sociedad hacia formas constructivas para conseguir una economía mejor”.

Este economista no esconde que “hay un miedo abrumador en Estados Unidos” con el presidente Donald Trump, que está conduciendo al país a “un tipo diferente de autoritarismo”. “Lo que está sucediendo hoy en Estados Unidos con Trump es el debilitamiento total de la democracia”, reitera. Y lanza un aviso: “Esperemos que lo que está sucediendo en Estados Unidos sea una llamada de atención para Europa, porque podría ocurrir en cualquier lugar”.

Su libro se titula Camino de libertad. ¿Podría ser el concepto de libertad el más utilizado para destruir la libertad de millones de personas en un sistema como el capitalismo neoliberal que nos tiene secuestrados en una falsa libertad?

El motivo por el que escribí el libro es el abuso del término “libertad”. En Estados Unidos, el grupo de derecha del Partido Republicano llamado Freedom Caucus hace un abuso constante del término: libertad económica, libre empresa, mercados libres. Lo que intento señalar es que en la derecha no se dan cuenta de cómo somos interdependientes en la sociedad. De manera que la libertad de una persona puede quitarle la libertad a otra. Por ejemplo, la libertad de portar un AK-47 te puede quitar la libertad de vivir. En Estados Unidos, tenemos contantemente asesinatos, muchos de ellos en escuelas. Los padres se preocupan por si sus hijos volverán a casa, han perdido la libertad por el miedo. Así que la libertad de llevar un fusil AK-47 para algunos es la pérdida de libertad por el miedo de otros. La libertad de no llevar mascarilla durante la COVID-19 significaba que otras personas iban a morir o la libre empresa y su libertad para contaminar va a incrementar las consecuencias del cambio climático. La derecha asegura que la regulación es perjudicial porque limita la libertad. Pero una simple normativa da más libertad a todo el mundo. Así que restringir la libertad de alguna manera puede ampliarla de una forma más significativa.

Usted escribe en su libro que “resulta sorprendente que, a pesar de todos los fallos y las desigualdades del sistema actual, tanta gente siga defendiendo la economía del libre mercado”. ¿Cómo han conseguido engañar a la gente?

En primer lugar, el sistema económico es muy complicado. Entender cómo encajan todas las piezas es muy difícil. Además, hay un concepto muy atractivo en la idea de espíritu libre, de poder hacer lo que uno quiere. Suena bien, pero todos los juegos requieren reglas y normas. Si no, sería un caos. Los economistas ya han estudiado ese impacto: los mercados sin restricciones no serían libres, acabarían en monopolios. Una de las cosas que le dije a Milton Friedman cuando escribió un libro titulado Libre para elegir fue que el libro realmente debería haberse titulado Libre para explotar. Los mercados no funcionan bien cuando alguien se aprovecha de las personas. Por ejemplo, en 2008, los bancos estadounidenses se dedicaron a conceder préstamos abusivos, con tipos de interés muy elevados, que las personas realmente no tenían capacidad de pagarlos. El resultado fue una gran crisis financiera, todo habría colapsado si el Gobierno no hubiera intervenido para rescatarlos.

Escribí este libro es para intentar explicar de forma sencilla que la idea de que deberías ser libre de hacer lo que quieras para construir algo suena bien hasta que te das cuenta de que a menudo es más fácil ganar dinero explotando a otros. Sin embargo, si restringes que alguien pueda explotar a los demás, canalizas las energías de la sociedad hacia formas constructivas para conseguir una economía mejor. Hay gente que pensaba que el afán de lucro impulsa a las personas a fabricar mejores productos, pero lo cierto es que sin regulaciones, tendrán un incentivo para aprovecharse de otras personas.

Cuando lo entrevisté en 2020, le pregunté qué se puede hacer con ese 1% de ricos que usted apuntaba que en EEUU “iba evolucionando hacia una economía y una democracia del 1%, para el 1% y por el 1%”. Su respuesta fue “frenar su poder político”. Con el resultado de las últimas elecciones en EEUU parece claro que no ha sido suficiente.

¿Quién hubiera pensado que el mundo estaría hablando de oligarcas estadounidenses? Antes hablábamos de los oligarcas rusos como símbolo de lo que había fallado en la sociedad rusa. Creo que lo que ha salido mal es que durante 40 años no prestamos suficiente atención a la desigualdad. Creíamos que liberar el mercado conduciría a un mayor crecimiento y el goteo económico garantizaría que a todos llegarían los beneficios. Pero lo que obtuvimos fue un débil crecimiento y solo se beneficiaron los más ricos. No funcionó. Pero el neoliberalismo fue la religión económica del momento, no basada en la ciencia económica. Varios economistas, entre los que me encuentro, ya habíamos explicado que el neoliberalismo no funcionaría. Pero con la política de la persuasión, Milton Friedman, que era un gran retórico, al igual que Ronald Reagan, convencieron a los estadounidenses y a buena parte de los europeos. Se tragaron la historia, siguieron esperando a que se produjera el goteo de la riqueza pero no se produjo, lo que dio lugar al descontento. Esta desilusión y descontento hizo que muchos ciudadanos se volvieran antisistemas y antigubernamentales, aunque sin el gobierno iban a estar aún menos protegidos.

Es una especie de círculo vicioso donde la desigualdad hace que los populistas neoliberales ganen elecciones que ponen en marcha políticas que acrecentan esa desigualdad, que los progresistas no terminan de solucionar cuando están en el Gobierno, que hace que los neoliberales vuelvan a ganar y la desigualdad no para de crecer.

Totalmente de acuerdo. Lo que está sucediendo hoy en Estados Unidos con Trump es el debilitamiento total de la democracia. En cierta manera, Donald Trump es la conclusión lógica de este círculo vicioso. Lo más decepcionante es que los ciudadanos están tan desilusionados que dicen que la democracia no es tan importante. Así que no les molesta que Trump haya violado el estado de derecho o los principios básicos de la democracia. Creen que lo importante es asegurar que se escuche su voz, porque piensan que nadie les ha escuchado durante 40 años. Esperemos que lo que está sucediendo en Estados Unidos sea una llamada de atención para Europa, porque podría ocurrir en cualquier lugar.

Parecía que el debate de la austeridad estaba definitivamente enterrado, que las lecciones de la crisis de 2008 habían enseñado cómo la austeridad solo acentuó el desastre económico y agravó la situación para millones de personas. Sin embargo, el paso por la Administración estadounidense de un personaje como Elon Musk solo ha sido para hacer recortes.

Es diferente. No se puede describir como austeridad lo que está haciendo Trump, aunque tiene cosas en común. Hay muchos recortes presupuestarios en áreas que son muy importantes para el crecimiento, socavando la investigación científica o las universidades, que son una de las bases de la fortaleza de Estados Unidos. Así que está matando explícitamente a la economía de una manera peor que en Europa. La austeridad europea se basaba en la creencia de querer reducir el déficit, pero Trump solo ha conseguido un aumento del déficit. Está destruyendo áreas de inversión pública para dar más dinero a los oligarcas o para tener más margen para reducir los impuestos a los ricos.

Trump solo ha conseguido un aumento del déficit. Está destruyendo áreas de inversión pública para dar más dinero a los oligarcas o para tener más margen para reducir los impuestos a los ricos

Usted destaca el papel de la educación liberal como fórmula para crear sociedades más justas. Se entienden así los ataques de Trump a una universidad como Harvard.

Las sociedades democráticas necesitan controles y contrapesos, no solo en el gobierno, también en la sociedad. No se puede permitir la concentración de poder, ya sea económico o mediático. Ahora hay demasiado poder en manos de unas pocas personas, los oligarcas. Trump se opone a cualquier cosa que interfiera con lo que él quiere hacer, quiere ser un dictador. Acusa a la prensa de ser enemiga del pueblo por publicar las ilegalidades que comete. Con la libertad académica ocurre más o menos lo mismo. La sociedad crea estas instituciones educativas para seguir desarrollando ideas. Trump odia las universidades porque no quiere ideas que desafíen sus teorías erróneas.

Pero hay otra razón por la que Trump y muchos en la derecha detestan las universidades. Ven a los jóvenes que salen de las universidades pensando de una manera diferente a como él piensa ahora. En parte es porque los jóvenes deben pensar por sí mismos, y Trump culpa a las universidades, no quiere que la gente piense con rigor. Por eso tiene tanta animadversión y tanta ira hacia nuestras universidades, pero atacando a las universidades está destruyendo el activo más importante de Estados Unidos.

Trump odia las universidades porque no quiere ideas que desafíen sus teorías erróneas

La derecha en España no tiene otra política económica que bajar impuestos. Usted diferencia claramente entre los ingresos del mercado, que carecen de legitimidad moral, frente a los impuestos, que son un acto moral. ¿Lo podría explicar?

Una de las afirmaciones de la derecha es que tienes derecho a todos los ingresos que ganas, sin tener que pagar impuestos. Pero la realidad es que no habrías podido ganar esos ingresos si no se hubiera construido una sociedad sobre los impuestos que ofrezca educación, infraestructuras, seguridad, etc. Es un acto moral pagar impuestos. En segundo lugar, los salarios, los tipos de interés y los precios surgen en una economía de mercado que reflejan la distribución de la riqueza y el poder en la sociedad, aunque no tenga legitimidad moral. Por ejemplo, si tenemos una sociedad en la que la mayor parte de los ingresos están en manos de personas que explotan a otras, serán ellas las que determinen los salarios, independientemente de que alguien reciba un salario alto o bajo. En Estados Unidos, está muy claro que gran parte de la riqueza se remonta a la esclavitud, al poder de mercado, al tráfico de drogas o al comercio de opio con China, que no es que tengan una legitimidad moral.

Otra parte muy interesante de su libro es cuando explica que el derecho de la propiedad es una construcción social. En España tenemos un grave problema de acceso a la vivienda. Las personas con rentas bajas o los jóvenes tienen serios problemas para acceder a una vivienda mientras que los más ricos o los fondos de inversión acaparan cientos y miles de viviendas en propiedad. ¿Sería legítimamente moral limitar el derecho a la propiedad para asegurar el derecho a una vivienda?

Cuando digo que los derechos de propiedad son una construcción social, es como las leyes. Los decidimos como sociedad a través de procesos democráticos. Las sociedades pueden decidir cómo organizar sus derechos de propiedad, aunque ahora la forma en que lo hacemos es ineficiente. Tenemos que crear comunidades en las que todos puedan convivir y disponer de vivienda es fundamental para el funcionamiento de la sociedad.

Se puede limitar la propiedad o su disponibilidad de varias maneras. Por ejemplo, a través de las infraestructuras y el transporte público. De este modo, la gente puede vivir más lejos y desplazarse, ya que el suelo es muy escaso en el centro. Es más barato vivir más lejos. Si se dispusiera de un buen transporte público, la gente estaría dispuesta a vivir más lejos. Por lo tanto, la vivienda no sería un problema tan grave si se dispusiera de buenas infraestructuras. Otro ejemplo, en el centro de la ciudad de Nueva York, que tiene los inmuebles más caros del mundo, hay muchos apartamentos vacíos, que son de oligarcas rusos o chinos ricos. Quieren tener inmuebles en Estados Unidos tanto para blanquear dinero como para tener un refugio seguro. Creo que deberíamos gravar los apartamentos vacíos con impuestos muy altos para desincentivar que sigan vacíos, pero si permanecen vacíos, al menos se pueden utilizar los ingresos para construir viviendas a precios asequibles.

Deberíamos gravar los apartamentos vacíos con impuestos muy altos para desincentivar que sigan vacíos, pero si permanecen vacíos, al menos se pueden utilizar los ingresos para construir viviendas a precios asequibles

Usted también apunta a las cadenas de la deuda, y señala que para resolver esta crisis, basándose en el principio de que la sostenibilidad de la deuda no debe lograrse a costa del desarrollo humano, ya que las actuales políticas de deuda en muchos países en desarrollo están al servicio de los mercados financieros, no de las personas. ¿Cómo solventamos el problema de la deuda?

Hay dos partes: cómo se evita que se acumule un exceso de deuda y qué ocurre cuando ya hay un exceso de deuda. Todos los países tienen una ley de quiebras que reconoce que a veces las personas se endeudan en exceso. Es tanto un problema del prestamista como del prestatario. Reconocer que la gente a veces no puede pagar es la razón por la que existe la quiebra. Es necesario un sistema de quiebras más humano, que permita a la gente saldar su deuda sin abusos. ¿Qué hacemos con el exceso de deuda cuando se produce ex ante? Un buen sistema de quiebra desincentiva el exceso de préstamos. Pero aun así es necesario contar con una buena normativa para disuadir a las entidades financieras que concedan préstamos abusivos. Hay que promulgar leyes que aumenten la transparencia para que se sepa claramente la deuda en la que se mete la gente… No se puede impedir del todo, pero sí desalentar los créditos abusivos.

Usted ha cuestionado varias veces el compromiso con la democracia de economistas como Friedrich Hayek o Milton Friedman. Ambos ganaron el Nobel de Economía. ¿No es un mensaje aterrador que personas que no defiendan la democracia puedan ganar este premio y, en definitiva, ser referentes para la sociedad?

Se tendría que haber discutido más. Las políticas que defendían no eran muy democráticas. Por ejemplo, Milton Friedman estuvo muy vinculado al dictador chileno Augusto Pinochet. Friedman no tuvo reparos en utilizar a este dictador para imponer políticas de libre mercado y sin utilizar medios democráticos, lo que resultó ser un desastre para Chile…. Friedman y Hayek trataron de hacer un argumento moral a favor de los mercados libres y un argumento de que la libertad económica era necesaria e imperativa para la libertad política, pero no estaban realmente comprometidos con la libertad política.

Usted escribe en su libro que “los mercados libres y desatados defendidos por Hayek, Friedman y tantos otros representantes de la derecha nos han puesto en el camino del fascismo”. ¿Cuánto de cerca estamos realmente de sucumbir a este nuevo fascismo?

Creo que en Estados Unidos estamos muy cerca. No es lo mismo que el fascismo del siglo XX en Italia, España o Alemania. El trumpismo es un tipo diferente del autoritarismo. Estamos hablando mucho sobre si los tribunales serán capaces de frenar a Trump, pero hay un miedo abrumador sobre hacia dónde vamos. En la última semana ha enviado a la Guardia Nacional y a los militares por las manifestaciones contra las deportaciones. El miedo es enorme.

La globalización supuso una integración de los mercados aunque la gobernanza de esos mercados era muy débil. ¿Hacia dónde nos dirigimos ahora?

Vamos a redefinir la globalización en el mundo después de Trump porque ya ha destruido el derecho internacional. Europa y a otros países se tienen que dar cuenta de que las fronteras nacionales importan, ya no es como después de la Segunda Guerra Mundial, cuando trabajábamos por un mundo sin fronteras. Estamos abandonando la ambición de un mundo sin fronteras y con reglas globales que gobernaran a todo el mundo. Tendremos que trabajar más para crear normas donde sea más importante, será una globalización más centrada en asuntos importantes, con instituciones multilaterales para el cambio climático, la cooperación para las pandemias del cambio climático y organizar el comercio, pero reduciremos nuestra ambición respecto a lo que ha dominado la agenda multilateral los últimos 80 años. 

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sábado, 21 de junio de 2025

Libertarios y anarcocapitalistas de todo el mundo unidos… a la teta de los gobiernos

Fuentes: Ganas de escribir

Los medios de comunicación de todo el mundo llevan meses informando de los recortes de Elon Musk en Estados Unidos ejecutados con incesantes soflamas contra el Estado y el despilfarro con que gasta el dinero público. 

 Ahora se pelea con su jefe, el presidente Trump, porque dice que su ley presupuestaria va a producir más déficit y deuda, y este último lo amenaza con quitarle los miles de millones de dólares que recibe del Gobierno.

No es sólo la crónica de un esperpento. Es una muestra más de la incompetencia, la ignorancia, el cinismo y la maldad criminal de los nuevos multimillonarios que están secuestrando a los Estados para estrujarlos como a un limón en su beneficio y que usan como escuadrón ideológico que lo justifique a los economistas libertarios o anarcocapitalistas, como ellos mismos se autodenominan.

Musk, es un buen paradigma y expresión del nuevo tipo de capital tecnológico que se propone dominar el mundo. Existe gracias al dinero público que durante muchos años se ha dedicado a promover la investigación básica y no puede hacer negocios sin ayudas millonarias de los gobiernos, pero ataca sin piedad la intervención del Estado porque quiere tenerlo todo y no está dispuesto a poner ni un dólar en impuestos para contribuir al gasto común.

Musk ha mostrado ser un incompetente. Aseguró que ahorraría dos billones de dólares y sólo ha ahorrado, según la web de su propio departamento, 180.000 millones de dólares. A pesar de haber dispuesto de todos los medios necesarios, lo más probable es que, en realidad, no haya ahorrado ni la mitad de esta última cifra. Y eso, teniendo en cuenta que no se contabilizan los costes que esos recortes van a producirle al gobierno por otras vías.

Musk ha mostrado que es un ignorante. Se extraña ahora de que los recortes presupuestarios añaden más déficit y deuda, cuando ese ha sido el resultado de todas y cada una de las operaciones de recortes de inspiración neoliberal y libertaria que se han hecho en las últimas décadas. No puede ser de otro modo, cuando lo único que se hace es recortar impuestos a los ricos y gasto social a los más pobres y, al mismo tiempo, se aumenta en mayor medida el gasto militar y el de ayudas a las grandes empresas y al sector financiero.

Musk es un cínico porque despotrica contra el gasto público cuando sus empresas han podido existir y ganar dinero gracias a las ayudas gubernamentales: al menos 38.000 millones de dólares en los últimos cinco años, según The Washington Post. Y sus empresas no han sido las únicas en recibir esas ayudas. Aunque no es fácil determinarlo con exactitud, se calcula que las 500 cotizadas más grandes de Estados Unidos reciben entre 500.000 millones de dólares y 750.000 millones anualmente de dinero público en forma de ayudas, rescates, beneficios fiscales o contratos. Y es imposible calcular el beneficio que reciben por el uso de infraestructuras, investigación o fondos federales por el que no pagan.

Elon Musk y quienes han alentado, apoyado, aplaudido y permitido sus recortes se han comportado, por último, como seres malvados y auténticos criminales. Sólo el desmantelamiento de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) va a provocar la muerte de millones de personas. Y la nueva ley presupuestaria, entre otras consecuencias de ese tipo, va a limitar el acceso a la atención médica a más de 11 millones de ciudadanos de ese país, mientras que baja los impuestos y da ayudas millonarias a los más ricos.

Las industrias y empresas que reclaman la no intervención pública buscan, en realidad, que esta se mantenga con toda su contundencia, pero a su favor. Es lo que ha ocurrido con las grandes tecnológicas que han conseguido que el Estado federal intervenga para prohibir (en la reciente ley presupuestaria) que los diferentes estados legislen sobre Inteligencia Artificial en los próximos diez años para combatir la manipulación y los fraudes. Intervención del Estado a favor de los demás, no; en el suyo, toda la que sea necesaria y mucho más.

Mientras que Elon Musk y Donald Trump han estado haciendo todo esto, han gozado del apoyo y la complacencia de un ejército magníficamente bien pagado de palmeros de medio mundo. Una legión de economistas y periodistas que se dedican a promover la religión de los mercados libres que nadie ha visto nunca, y a justificar bajadas de impuestos y recortes de gastos con datos falsos y teorías económico de las que sólo se ha podido contrastar que, cuando se han puesto en práctica, siempre han tenido el efecto contrario al anunciado (más deuda y peor economía) y el que nunca reconocen (más riqueza y privilegios para los más ricos).

Para semejante proyecto no se puede recurrir sino a lo que se está recurriendo: a la mentira, a la extrema derecha totalitaria y a personajes estrambóticos, drogadictos y viciosos, delincuentes convictos, maleducados y enfermos de avaricia, de poder y egolatría. Lo peorcito de cada casa, pero que sacarán adelante su negocio si no se levanta frente a ellos una oleada de denuncia y transparencia, y un reclamo planetario de verdad, libertad, democracia, justicia y paz. 

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viernes, 9 de mayo de 2025

Trump, guerras, ultras: el fin de II Guerra Mundial en Europa adquiere otro significado 80 años después

Aniversario del fin de la II Guerra Mundial
Los conflictos actuales atraviesan el aniversario de la capitulación de Alemania, que lo conmemora en pleno debate sobre los límites de su modelo de memoria histórica

Del búnker donde el 30 de abril de 1945 Adolf Hitler se suicidó, no queda nada. Un aparcamiento, edificios feos germanorientales de los años ochenta, un restaurante asiático, una tetería, un panel informativo donde se detienen grupos de turistas. El búnker, como Hitler, está y no está. Físicamente, enterrado entre ruinas, inaccesible; simbólicamente, una presencia constante, obsesiva. “Nunca hubo tanto Hitler”, escribía hace unos años el historiador Norbert Frei, en alusión a la presencia mediática del hombre que llevó su país y Europa a la destrucción y al Holocausto de los judíos. Ocho días después de la muerte de Hitler, la Alemania nazi capitulaba incondicionalmente ante los aliados soviéticos y occidentales. Era el fin de la II Guerra Mundial en Europa. Para la URSS de Stalin, el triunfo en la “Gran Guerra Patriótica”. Para EE UU, realmente la última victoria bélica (después vendrían Corea y Vietnam, y más adelante, Irak y Afganistán), la de la heroica greatest generation, la generación de los mejores. Para Alemania fue la derrota, el hundimiento, la hora cero que acabaría percibiéndose no solo como una derrota, sino una liberación.

Ochenta años después, quedan cada vez menos testimonios y supervivientes. La memoria viva deja paso a los memoriales, los libros, los museos, las conmemoraciones: la historia. Y la (geo)política.

La Europa que este jueves conmemora el 80º aniversario —fue el 8 de mayo de 1945— es una Europa fracturada por nuevas guerras. Una Europa que teme a Rusia que, a su vez, ha esgrimido una imaginaria amenaza “nazi” para invadir Ucrania. En Alemania, al mismo tiempo, algunos son reacios a armar a Ucrania debido a la mala conciencia por la devastación que la Alemania nazi dejó en la URSS (aunque Ucrania pertenecía a la URSS y fue uno de los escenarios de los crímenes nazis). Este es un mundo en el que las democracias están al borde del divorcio. El hombre a quien se conocía como “líder del mundo libre” es Donald Trump, un presidente estadounidense que amaga con abandonar a los europeos y acercarse al ruso Vladímir Putin. La fecha de 1945 siempre fue objeto de disputa, pero también de unidad; hoy adquiere significados inesperados.

“La perspectiva de los acontecimientos históricos cambia con el tiempo”, explica el historiador Frei, en su libro 1945 und wir (1945 y nosotros). “Hace 20 años”, recuerda, “las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial celebraron este día junto a los alemanes. Hoy esto sería impensable, por las razones políticas conocidas”. Alemania ha negado la invitación de los embajadores de Rusia y Bielorrusia a la ceremonia en el Bundestag, y al desfile del 9 de mayo en Moscú —la fecha en que Rusia celebra la capitulación— prevén asistir los líderes europeos prorrusos de Eslovaquia y Serbia, Robert Fico y Aleksandar Vucic. “Desde hace tiempo, el recuerdo de los horrores de la historia forma parte de los conflictos del presente, cargados de historia”, observa el Süddeutsche Zeitung.

Alemania se ha visto desde fuera a menudo como un modelo a la ahora afrontar el pasado criminal, pero es un modelo que suscita dudas y debates intensos. Este no es el mismo país de hace justo 40 años, cuando el presidente federal, Richard von Weizsäcker, proclamó: “El 8 de mayo fue un día de liberación”. Este es hoy el país que cinco años después, en 1990, integró a la Alemania Oriental, que se definía como “estado antifascista”: otra cultura de la memoria. Un país diverso, con hijos de la inmigración que no pueden rendir cuentas por lo que hicieron o dejaron de hacer los abuelos alemanes de sus compatriotas.

Susan Neiman, filósofa estadounidense y judía afincada en Berlín, comenta: “Los alemanes están petrificados en su propia culpa”. Y añade: “Están a la merced del Gobierno de Israel”. Neiman formulaba este diagnóstico en abril, después de que su colega israelí Omri Boehm suspendiese, por presiones de la embajada de Israel, un discurso en la ceremonia oficial en el campo de concentración de Buchenwald. Ambos critican que las autoridades alemanas —lógicamente atentas a las señales de aumento del antisemitismo en Europa y obligadas por la responsabilidad histórica hacia Israel— apoyen, con las mínimas objeciones, las políticas de los Gobiernos israelíes. La guerra en Gaza ha exacerbado las discusiones sobre un principio de la política alemana: Israel como “razón de Estado”

El historiador y novelista Per Leo, autor del ensayo Tränen ohne Trauer (Lágrimas sin dolor), distingue, de un lado, entre el trabajo histórico y la obligación de recordar, que se ejemplifica en la labor de los memoriales y museos en campos de concentración y en el trabajo de los historiadores. Y, del otro, lo que se ha llamado la cultura del recuerdo, o de la memoria, que es otra cosa, “una narrativa nacional promovida por los poderes públicos”. “Para que sea eficaz, tiene que ser sencilla”, explica. Leo y otros autores señalan la paradoja de que se haya acabado engendrado una forma de narcisismo: el sentimiento de que nadie lo hace mejor en esta materia y Alemania es el “campeón mundial de la memoria”. Como ha escrito otro historiador, Frank Trentmann, “el largo y amargo conflicto en entorno a la culpa y la memoria dieron a los alemanes una nueva identidad y una seguridad en sí mismos, y les proporcionaron una sensación de orgullo de no estar orgullosos”. El Memorial del Holocausto en Berlín, inaugurado en 2005, podría ejemplificar esta tendencia: ninguna nación ha erigido un monumento a las víctimas de este país en el centro de su capital.

Cuando vuelve la mirada a los últimos años, Norbert Frei concluye que la gran novedad es el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD), partido de extrema derecha cuyos líderes critican “el culto a la culpa”, o sostienen que “Hitler y los nazis no son más que un parpadeo [literalmente, en alemán una cagada de pájaro] en más de mil años de exitosa historia alemana”. Algo ha cambiado cuando una formación que cuestiona la identidad forjada tras la guerra saca 10 millones de votos. ¿Un fracaso de la memoria histórica, la evidencia de que el modelo alemán ha fracasado, de que este ya un país como cualquier otro? ¿O sacar esta conclusión sería precipitado porque, como afirma Per Leo, supone “depositar determinadas expectativas en la cultura de la memoria, es decir, creer que esta nos inmunizará contra el autoritarismo, el racismo, el antisemitismo”?

Cada conmemoración se refiere al pasado, pero habla del presente y de un mundo que ha cambiado. En Moscú, el 9 de mayo, estarán el chino Xi Jinping y el brasileño Lula da Silva; en 2005 asistieron, entre otros, George W. Bush y Gerhard Schröder, Jacques Chirac... En Berlín, el día antes, el Bundestag ofrecerá otra foto de 2025. Una AfD con 152 escaños. Un nuevo canciller, el muy atlantista y proisraelí Friedrich Merz, incómodo ante una Administración de EE UU que califica a su país de “tiranía”. Una tribuna de autoridades sin Rusia. Una geografía urbana que lo dice todo este momento. A ocho kilómetros del Bundestag y del cercano búnker de Hitler, se eleva el imponente Memorial Soviético del parque de Treptow. Una Omaha Beach roja. A sus pies reposan los restos de unos 7.000 soldados que liberaron la ciudad; ahí pueden leerse, en varios paneles, frases del otro gran tirano europeo del siglo XX: Josef Stalin. Este es un monumento a las paradojas de la historia y la memoria, y a sus límites. A una fecha, 1945, que está lejos de haber agotado todos sus significados. 

domingo, 20 de abril de 2025

¿Cuál es el cociente intelectual de Elon Musk?

Por Amanda Hess

Esta cuestionable medida de la inteligencia se está utilizando libremente en el discurso para justificar el poder de Silicon Valley y crear un nuevo sistema de clasificación humana.

Durante meses, un juego de adivinanzas en internet ha girado en torno a la cuestión de dónde se sitúa la inteligencia de Elon Musk en la curva de la campana. El presidente Donald Trump ha calificado a Musk de “individuo con un coeficiente intelectual seriamente alto”. El que fuera biógrafo de Musk, Seth Abramson, escribió en X que él “situaría su CI entre 100 y 110”, y dijo que no había “ninguna prueba en su biografía de que fuera superior”. El comentarista económico Noah Smith estimó el cociente intelectual de Musk en más de 130, una cifra deducida a partir de su calificación en el SAT. Una captura de pantalla que circula muestra que Fox News ha fijado la cifra en 155, citando a Sociosite, un sitio web basura. El encuestador Nate Silver supuso que Musk es “probablemente incluso un ‘genio’”, y teorizó que puede que no siempre lo parezca porque, como dijo en X, “los cocientes intelectuales altos sirven como multiplicador de fuerza tanto para los rasgos positivos como para los negativos”. Cuando especulamos sobre el CI de Musk, ¿de qué estamos hablando realmente?

No de su puntuación en un test de inteligencia; si alguna vez se ha sometido a un test de este tipo, sus resultados no se han hecho públicos. Su “cociente intelectual” se extrapola a partir de su éxito, su riqueza, su biografía y su presentación personal. Asignarle una cifra elevada sirve para explicar su vertiginoso ascenso en la industria tecnológica y, ahora, en el gobierno. Ese razonamiento da vueltas y vueltas. Tiene dinero y poder, por lo que debe ser inteligente; tiene mucho dinero y poder, por lo que debe ser muy inteligente.

Cuando Trump posó con Musk ante la Casa Blanca en marzo, con un concesionario improvisado de Tesla montado en el césped, el presidente imploró a los estadounidenses que compraran los coches y aseguró la relación entre la inteligencia de Musk y su éxito. “Tenemos que cuidar de nuestra gente con alto cociente intelectual”, dijo, “porque no tenemos demasiados”.

Durante más de un siglo, los psicólogos han debatido hasta qué punto un test de CI es capaz de medir el intelecto inherente de una persona (y si tal cosa existe siquiera). Ahora, el “CI” se ha desvinculado del propio test y se utiliza en el discurso para dar un brillo científico a la consolidación de una nueva élite política.

El “CI” es el término elegido por quien no solo se cree listo, sino que se cree más listo que los demás. Los estadounidenses llevan mucho tiempo obsesionados con el CI y las clasificaciones humanas que facilita, pero rara vez se manifiesta esa fijación de forma tan clara, tan incesante y a niveles tan altos. Para algunas de nuestras personas más poderosas, el CI ha llegado a ser la medida totalizadora de una persona, y una justificación del poder que reclaman.

Trump ha pasado gran parte de su segundo mandato clasificando a los seres humanos en “individuos de bajo CI” (Kamala Harris, el diputado Al Green) e “individuos de alto CI” (los impulsores de las criptomonedas, Musk, el hijo de 4 años de Musk).

Pero la fascinación del público por el CI es más amplia. (Robert F. Kennedy Jr. se ha opuesto a la fluoración del agua del grifo, alegando que provoca una disminución del cociente intelectual). El Departamento de Eficiencia Gubernamental de Musk busca aspirantes con un “CI superalto”. El vicepresidente JD Vance ha insultado al ex diplomático británico Rory Stewart en X, escribiendo que “tiene un CI de 110 y cree que tiene un CI de 130”. En febrero, un alto funcionario del gobierno de Trump pidió a los empleados de la Oficina del Programa CHIPS que facilitaran sus puntuaciones del SAT o su CI.

El interés por exprimir el cociente intelectual mediante entrenamiento y suplementos tiende un puente entre la manosfera y el internet para padres. Andrew Tate, un autoproclamado “misógino” e ídolo de la masculinidad en línea que se enfrenta a cargos de tráfico de personas en el Reino Unido y Rumanía, afirma tener un CI superior a 140 y predica en un pódcast sobre cómo “recablear tu cerebro para un éxito implacable”. Nucleus, una start-up de pruebas genéticas respaldada por el cofundador de Reddit Alexis Ohanian y el capitalista de riesgo Peter Thiel, causó revuelo el año pasado con una prueba que supuestamente calcula una “puntuación de inteligencia basada en tu ADN”. Como señaló recientemente el escritor Max Read, algunos usuarios de X han empezado a preguntarse, aparentemente en serio, cómo experimentan el mundo las personas con “bajo coeficiente intelectual”, como si fueran fundamentalmente menos humanas.

Tales fijaciones son una larga tradición estadounidense, y están volviendo a alcanzar su punto álgido ahora en un momento clave de la historia: en la consumación entre el capitalismo de Silicon Valley y el poder político de derecha.

Un sistema de clasificación humana
Las pruebas de inteligencia no surgirían hasta el siglo XX, y la abreviatura “CI” en 1922, pero una primera métrica de la inteligencia fue establecida por Francis Galton en su libro de 1869, Hereditary Genius. Galton, primo de Charles Darwin, fue uno de los principales defensores del darwinismo social, un esfuerzo pseudocientífico por organizar la sociedad humana en torno a la promoción de la “supervivencia del más apto”.

Galton fundó tanto la ideología de la eugenesia como el campo de la psicometría, es decir, la aplicación de medidas objetivas al estudio de la psicología humana. En su libro, intentó realizar un análisis estadístico de la inteligencia humana y argumentó que era un rasgo hereditario. Dijo que los hombres “naturalmente capaces” son casi idénticos a quienes “alcanzan la eminencia”, y trazó densas conexiones genéticas entre varios jueces, estadistas y artistas ingleses ilustres. El nepotismo se convirtió en prueba de superioridad inherente.

Luego llegó el test de inteligencia, que formalizó la naturaleza científica de la investigación, o al menos su sensación científica. En 1905, el psicólogo francés Alfred Binet, junto con el psiquiatra Théodore Simon, desarrolló la primera escala de inteligencia para identificar a los escolares que necesitaban una instrucción correctiva. En 1916, el eugenista estadounidense Lewis Terman adaptó el test para crear la escala Stanford-Binet, que lleva el nombre de la universidad que lo empleó.

Los tests iniciales de Terman, organizados por edades, tenían sesgos culturales manifiestos: a los niños de 7 años se les pedía que describieran una ilustración de una niña neerlandesa llorando con zapatos de madera; a los niños de 14 años se les pedía que enumeraran tres diferencias entre un presidente y un rey; a los adultos se les pedía que interpretaran las lecciones implícitas de las fábulas. Aunque el “CI” sugiere que la inteligencia humana es una cualidad genética singular y fija, como la estatura, lo que el test determina con mayor fiabilidad es el rendimiento de una persona en un test de inteligencia.

Los resultados “siempre han producido una especie de fotografía de la estructura de clases existente, en la que los grupos económicos y étnicos mejor situados resultan ser más inteligentes y los peor situados, menos”, escribe el periodista Nicholas Lemann. La versión actual del test pretende medir el razonamiento fluido, el razonamiento cuantitativo, el procesamiento visual-espacial, la memoria de trabajo y el conocimiento acumulado, quizá no por casualidad, las mismas formas de inteligencia que se valoran en la industria tecnológica.

En su historia de 2023 Palo Alto, Malcolm Harris escribe sobre Stanford como una institución construida sobre el pensamiento eugenésico. Antes de que Leland Stanford fundara la Universidad de Stanford, estableció lo que denominó el “Sistema de Palo Alto” para clasificar, entrenar y criar caballos de carreras superiores a un intenso ritmo de producción, un sistema que a veces provocaba la rotura de los tendones de los potros más débiles, pero que tenía la ventaja de eliminar a los caballos inferiores antes de invertir demasiado en su desarrollo. Una vez que Stanford aplicó este sistema de castigo a los logros humanos, sembró en Silicon Valley —y en los Estados Unidos a los que fue dando forma— una obsesión de un siglo de duración por la puntuación de la inteligencia.

El test de Binet-Simon tenía un objetivo integrador: los niños discapacitados de Francia corrían el riesgo de ser trasladados a centros psiquiátricos; al clasificar a todos los alumnos en la misma escala de inteligencia, se podía mantener a esos niños en las escuelas y recomendarles una educación adaptativa.

Pero la escala Stanford-Binet se generalizó en un test de inteligencia que podía utilizarse para medir y clasificar a todos los seres humanos, y asignarles una puntuación relativa a una norma de 100. Pronto Terman inscribió a su propio hijo Frederick en un estudio sobre niños “genios” y vendió sus hallazgos al ejército estadounidense.

Fue Estados Unidos el pionero en el uso del CI con fines punitivos, utilizando las puntuaciones bajas para denegar la entrada en el país a determinados inmigrantes, esterilizar por la fuerza a personas discapacitadas y empujar a soldados de bajo rango a la línea de fuego mientras se elevaba a puestos de oficiales a los que obtenían puntuaciones altas.

Aunque los crímenes de la Alemania nazi comprometieron la popularidad mundial de la eugenesia y fomentaron la desautorización de la palabra, las victorias británica y estadounidense en la II Guerra Mundial también sirvieron para refrendar el uso de los tests de inteligencia en la organización de la guerra y, de forma más general, en la identificación de las élites.

En 1958, el sociólogo británico Michael Young utilizó el término “meritocracia” para describir una sociedad emergente organizada en torno al “mérito” como nueva justificación del poder jerárquico, que definió como una combinación de puntuaciones de CI y esfuerzo. Su obra satírica, The Rise of the Meritocracy, fue escrita desde la perspectiva de un futuro sociólogo (también llamado Michael Young) que deseaba preservar la meritocracia frente a sus críticos.

Pero el verdadero Young era más escéptico. “Si la cultura general animara a los ricos y poderosos a creer que merecen plenamente todo lo que tienen, qué arrogantes podrían llegar a ser”, escribió, “qué despiadados a la hora de perseguir su propio beneficio”.

Young sugirió que la idea meritocrática era tentadora para los padres a quienes se les habían negado los placeres del éxito, pero que, sin embargo, podían invertir en la posibilidad de que sus hijos, o los hijos de sus hijos, fueran juzgados lo bastante inteligentes y trabajadores como para reclamarlos. Cuanto más frustrados estaban con los resultados de sus propias vidas, más maníacos se volvían por asegurar las oportunidades de sus hijos.

Cuando la inteligencia es una mercancía
Veo ecos de las ideas de Young en el internet para padres, que se apodera de su entusiasmo por los suplementos que supuestamente fortalecen el cerebro y los consejos granulares para el desarrollo infantil. En cuanto di a luz a mi primer hijo, me inundaron las redes sociales con consejos para padres y marcas de juguetes inspirados en Montessori. Puntuaban sus argumentos de venta con emoticones de cerebritos rosas, como si quisieran sugerir que sus productos podían infundirse en el mismo órgano.

Los videos de Baby Einstein de la década de 1990, en los que las marionetas y los juguetes se ambientaban con música clásica, parecen totalmente descerebrados en comparación. Es concebible que cualquier actividad de la vida —destete, alimentación, masaje— pueda aprovecharse ahora para optimizar el cerebro de los niños pequeños, asegurando a los padres inteligentes que, con suficiente esfuerzo, sus hijos pueden convertirse en pequeños genios.

Young describió a los padres de mediados de siglo que intentaban evitar la “movilidad descendente” obsesionándose con amplificar el cociente intelectual de sus hijos. Tiene sentido que los milénials —una generación estadounidense para la que la movilidad económica descendente es probable— se adhieran al proyecto con especial celo.

Mientras los padres se afanan por acaparar los últimos restos de ventaja meritocrática, el propio discurso en torno a la inteligencia se está adaptando a los juegos de poder bruto de la élite de Silicon Valley. La nueva y burlona invocación del CI anuncia, quizás, que la meritocracia ha llegado a un punto de ruptura. El esfuerzo sincero y directo está fuera de lugar. También lo está el test de CI. El número de una puntuación de CI imaginaria no se refiere a nada, pero es un indicador adecuado de la confluencia del poder político y tecnológico, el lugar donde la postura política se encuentra con la producción capitalista.

Trump hizo eco del Sistema de Palo Alto (y de los programas eugenésicos que engendró) en un mitin de victoria en enero, en el que declaró que el hijo de 4 años de Musk es muy inteligente, no porque tenga una visión particular del desarrollo infantil temprano, sino porque sabe quién es el padre del niño. “Si creen en la teoría del caballo de carreras, él tiene un hijo simpático e inteligente”, dijo Trump.

Al mismo tiempo, el resurgimiento del insulto “retrasado” sirve de contundente apoyo a la obsesión por los genios. El término fue en su día un diagnóstico médico extraído de las escalas de inteligencia, antes de transformarse en peyorativo y convertirse finalmente en algo inaceptable en los años ochenta. Pero ahora puede oírse de nuevo en el discurso de ciertos capitalistas de riesgo, agentes políticos, conductores de pódcast y comediantes por igual. En su uso actual, el insulto se burla de las personas discapacitadas, marca a los oponentes políticos como intrínsecamente inferiores y señala el ascenso de una nueva élite a la que no se aplican las antiguas normas de urbanidad.

Hay una sensación de totalidad en el CI, el número que determina todos los demás. Su particular destilación de la inteligencia —un conjunto de capacidades de procesamiento, memoria y alfabetización— solo ha adquirido mayor relevancia a medida que el capitalismo estadounidense se ha transformado en una economía de la información, en la que la producción se centra cada vez más en la manipulación de códigos y datos en lugar de palancas y arados.

También halaga al oligarca de la tecnología, quien ahora se encuentra en una posición de gran influencia política. Sin embargo, no se contenta con reclamar simplemente el estatus de nerd enclenque. Un CI alto funciona como un sistema de clasificación humana de uso general, que implica invencibilidad, prosperidad y virilidad. Figuras como Musk, Thiel y Sam Altman han invertido en empresas de biotecnología y gambitos de longevidad que pretenden convertir el conocimiento en formas físicas sobrehumanas, convirtiendo a los hombres inteligentes en hombres fortachones y produciendo herederos genéticamente optimizados.

Resulta apropiado que el producto que Silicon Valley pretende vender ahora por encima de todos los demás se llame inteligencia artificial: una visión del intelecto refinado en pura mercancía, que puede privatizarse y venderse.

Los promotores de la IA están ansiosos por anunciar el momento (inminente, nos aseguran) en que la inteligencia artificial igualará o superará las capacidades humanas. Todo este concurso de élite para medir la inteligencia prepara el terreno para que el líder tecnológico de “alto cociente intelectual” se haga con la propiedad del concepto de inteligencia en sí mismo y, en última instancia, someta a todas las personas a su control. Como Musk publicó recientemente en X, la plataforma de la que es propietario: “Cada vez parece más que la humanidad es un cargador de arranque biológico para la superinteligencia digital”.


sábado, 15 de marzo de 2025

_- "Estamos en una era dominada por formas extremas de crueldad, que además no están ocultas y se reciben con cierto nivel de alegría"

Henry A. Giroux.

_- Henry A. Giroux.

El video en la cuenta oficial de la Casa Blanca en la red social X que muestra a deportados siendo esposados de manos y pies y encadenados.

Las palabras del presidente de Estados Unidos, Donald Trump con las que anuncia la ampliación del centro de detención de migrantes en la base de Guantánamo para recibir "a los peores extranjeros ilegales criminales".

Para el académico Henry A. Giroux todo ello forma parte de lo que él ha denominado la "cultura de la crueldad".

Teórico fundador de la pedagogía crítica y director de Centro para la Investigación del Interés Público de la Universidad McMaster (Hamilton, Ontario, Canadá), Giroux lleva años ahondando en el concepto.

"La crueldad parece ser el principio organizador central de la política hoy", le dice el estadounidense-canadiense a BBC Mundo, refiriéndose también a la idea de que EE.UU. pueda llegar a asumir la "propiedad" de Gaza para levantar allí "la Riviera de Oriente Medio", o la reducción a su mínima expresión de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID), una de las mayores organizaciones de ayuda humanitaria del mundo.

Pero no solo en EE.UU., también cada vez más a nivel global, subraya.

En BBC Mundo hablamos con este intelectual de izquierda que tilda a Trump de "testaferro de una oligarquía".

El título de tu artículo más reciente es "El teatro de la crueldad de Trump". Podría haber descrito su recién estrenada presidencia de distintas formas. ¿Por qué eligió definirla así?

La elegí porque es una palabra muy poderosa que, de cierta forma, apunta a un cambio importante en la política de EE.UU.

Es que de repente nos encontramos en una era dominada por lo que yo llamaría formas extremas de crueldad, formas que además no están ocultas y que parecen ser recibidas con cierto nivel de alegría, por no decir un rechazo abyecto a reconocer cuán malvadas son estas políticas.

Y en cierta forma creo que se han convertido en el centro mismo de la política. La crueldad parece ser el principio organizador central de la política.

Pero la crueldad no es una novedad en la historia política de EE.UU. No hay más que remontarse a las leyes Jim Crow de segregación racial, por poner un ejemplo. ¿Qué hay de distinto o nuevo hoy?

EE.UU. tiene, efectivamente, un largo historial de crueldad. Podríamos empezar hablando de la eliminación de la población indígena, o la esclavitud, o el internamiento de los japoneses (en campos de concentración)...

Todo eso está ahí, ese es el legado, aunque en muchos casos parece oculto. La gente trata de no recordar esos momentos de la política estadounidense.

Lo que creo que estamos viendo con Trump no es un incidente aislado de crueldad, un momento específico basado en racializaciones o en una forma específica de nativismo, como en la época de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que estamos viendo es un principio de crueldad que afecta todos los aspectos de la vida estadounidense, ya sea en forma de ataques a las escuelas, a los inmigrantes indocumentados o a las personas transgénero.

Pero según usted, ¿es un tiempo más cruel sólo en la forma, en el lenguaje que se utiliza, que es más obvio y menos pudoroso, o es una cuestión más de fondo?

Hoy la crueldad no solo emerge en forma de un lenguaje deshumanizador. También emerge en las políticas.

Y para hablar de la naturaleza histórica de esta crueldad y de dónde proviene, me parece que hay que remontarse a la década de 1980.

¿Qué pasó en los 80?

Surge el neoliberalismo y empieza un proceso de divorcio del concepto de responsabilidad social. Lo que importa son las ganancias, todo lo demás es visto como una forma de debilidad.

El concepto de la política como la posibilidad de comunidad empieza a morir, como también empieza a morir cualquier noción viable de lo social.

El presidente Donald Trump firma una orden ejecutiva en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 14 de febrero de 2025 en Washington, DC. (Foto de Andrew Harnik/

El presidente Donald Trump firma una orden ejecutiva en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 14 de febrero de 2025 en Washington, DC.  (Foto de Andrew Harnik/Getty Images)

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Según Henry A. Giroux, el presidente de EE.UU., Donald Trump, es la cabeza visible de una oligarquía. 

Y la crueldad de la que habla, según usted ¿es un método? ¿Una estrategia política? ¿Un mecanismo de unión, como apuntan algunos analistas? Hay expertos que incluso dicen que es un fin en sí mismo.

Es una gran pregunta. Yo creo que es un principio organizador central.

Lo vemos en el lenguaje deshumanizador que usa Trump, pero también en sus políticas: en la decisión de enviar deportados a Guantánamo, un símbolo absoluto de la tortura que ahora está resucitando; lo vemos en sus políticas en lo referente a los programas de diversidad, equidad e inclusión (diseñados para fomentar la igualdad en ámbitos laborales y educativos, especialmente para comunidades históricamente marginadas, y que quiere eliminar); ya vimos lo que hizo con USAID…

Es un principio central, una forma de hacer política que se nutre de odio y de intolerancia. Y no es casual ni es un rasgo de la personalidad.

Lo que estamos viendo ahora es una fusión de crueldad y política de maneras nunca antes vistas y celebradas, una crueldad que emerge en el día a día.

¿Cómo definiría la forma de gobernar de Donald Trump? ¿Qué tipo de presidencia es la suya?

Lo definiría como un gobierno fascista. La prensa establecida no lo está llamando así, aunque a veces se habla de autoritarismo. Pero Joe Biden, al dejar la presidencia, advirtió que Trump era fascista, algo que también dijeron en su momento generales retirados como John Kelly.

(En sendas entrevistas con The New York Times y The Atlantic en octubre, y después de años de compartir sus críticas hacia Trump con los reporteros de manera más moderada, Kelly, quien fue jefe de gabinete de la Casa Blanca y secretario del Departamento de Seguridad Nacional de Trump, advirtió del presunto peligro que suponía para la democracia estadounidense que el republicano fuera reelegido.

En declaraciones sin precedentes para un exfuncionario estadounidense de alto nivel, Kelly dijo que Trump encaja en la definición de fascista. "Ciertamente el expresidente está en el área de la extrema derecha, ciertamente es un autoritario, admira a dictadores, él mismo lo ha dicho. Así que ciertamente cabe en la definición general de fascista, eso seguro", le dijo a The New York Times).


Si se puede o no aplicar ese término a Trump genera debate entre historiadores y analistas prácticamente desde su primera campaña presidencial en 2016, y hay quienes advierten que es políticamente imprudente tildarlo así.

El suyo es un gobierno fascista, y te diré por qué.

Lo es porque no cree en el estado de derecho, porque cree que el poder y la violencia son fundamentales para la política, pero, sobre todo, es fascista porque está organizado en torno al nacionalismo cristiano blanco. Y ese es el núcleo del fascismo.

Se define un país de una manera muy limitada y exclusiva, y se pone en marcha una política de lo desechable. Comienza con el lenguaje deshumanizante, sigue con las políticas de expulsión de personas, luego se mete a los críticos y a otros en las cárceles…

Un inmigrante guatemalteco indocumentado, encadenado por ser acusado como criminal, se prepara para abordar un vuelo de deportación a la Ciudad de Guatemala, Guatemala, en el Aeropuerto Phoenix-Mesa Gateway el 24 de junio de 2011 en Mesa, Arizona. (Foto de John Moore/Getty Images)

Un inmigrante guatemalteco indocumentado, encadenado por ser acusado como criminal, se prepara para abordar un vuelo de deportación a la Ciudad de Guatemala, Guatemala, en el Aeropuerto Phoenix-Mesa Gateway el 24 de junio de 2011 en Mesa, Arizona. (Foto de John Moore/Getty Images)

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Un inmigrante guatemalteco espera esposado y encadenado el momento de abordar un avión que lo deportará a su país de origen. 

En su artículo más reciente sobre la actual presidencia de EE.UU. subraya que "Trump no gobierna solo", sino que es "el testaferro de una oligarquía que abandonó incluso la pretensión misma de una democracia". Sin embargo, gobierna con el apoyo de la mayoría de los estadounidenses. En las elecciones de noviembre ganó el voto popular, algo que ningún republicano había logrado desde 2004. ¿Qué nos dice eso?

Nos dice algo que hemos ignorado durante mucho tiempo: que la educación es central en la política.

La educación puede ser no sólo una herramienta de emancipación, también de enorme opresión. Puede inculcar nociones de odio, resentimiento e intolerancia, entre otros.

Y lo que tenemos hoy por hoy en EE.UU. es un aparato cultural que básicamente se ha convertido en un tsunami de odio e intolerancia dirigido por multimillonarios tecnológicos.

Lo que hemos visto desde la década de 1980, dado el control corporativo de los medios de comunicación, es una maquinaria cultural y de enseñanza que ha tenido un éxito enorme a la hora de producir lo que yo llamo ignorancia fabricada.

¿Ignorancia fabricada?

No puedes tener una democracia, ni siquiera una débil, sin un público informado.

Y lo que la derecha ha aprendido es que, si se controlan los medios de comunicación y de educación, no hacen falta ejércitos. Lo que se necesita son modos potentes de persuasión y el control de los sistemas de información.

Ahora, con las redes sociales, estamos en un periodo muy difícil en lo referente a ser crítico y hacer que el poder rinda cuentas.

Y todos los elementos del fascismo que vemos surgir en Hungría, en Argentina, en Italia no son nuevos, pero se están sucediendo a una escala que me parece casi inédita.

Es un fenómeno que va más allá de EE.UU: partidos extremistas que ganan terreno, la polarización del discurso, candidatos que hablan abiertamente de crueldad… Un líder regional del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), Björne Höcke, declaró abiertamente que se necesita "una crueldad bien afinada" para expulsar a migrantes y refugiados de Alemania.

Es un fenómeno global, efectivamente. Pero una cosa es eso y otra es que el país más poderoso del mundo ahora tome la delantera a la hora de reforzar la afirmación de (el presidente de Hungría, Viktor) Orbán de que la democracia es demasiado débil. Esto no tiene precedentes.

Si esto hubiera surgido en los años 70, incluso a principios de los 80, la gente diría: "Es un movimiento marginal". Pero ya no lo es. Es un movimiento en el centro de la política de EE.UU. y en el de la política global.

De hecho, algunos ideólogos como Curtis Yarvin, invitado habitual de medios conservadores y a cuyas ideas ha hecho referencia el vicepresidente JD Vance, argumenta que en EE.UU. la democracia debería sustituirse por una "monarquía" encabezada por lo que él llama un CEO, una especie de director ejecutivo. ¿Qué diría a los que, como él, defienden que tener a un "CEO eficiente" al frente del gobierno es mejor para la gente?

Es el clásico ejemplo del tipo de discurso que moriría en una democracia vibrante. El hecho de que se le dé una plataforma a alguien con esas ideas es impactante.

¿Qué dirías a alguien que defiende que la democracia está muerta y que lo que realmente necesitamos es acostumbrarnos a las dictaduras porque funcionan, y que deben estar encabezadas por gente como Elon Musk?

Usted ha escrito desde hace años, sobre la "cultura de la crueldad". Y afirma que "prospera cuando los miedos compartidos sustituyen a las responsabilidades compartidas". ¿Cuáles son esos miedos y qué responsabilidades compartidas sustituyen?

Las responsabilidades que sustituyen son aquellas que se toman en serio los derechos sociales, políticos y económicos, y los valores compartidos como la compasión, el cuidado del otro, el sentido de comunidad, el reconocimiento del sufrimiento ajeno y la necesidad de abordarlo y acabar con él; la necesidad de eliminar los cimientos del sufrimiento y la violencia.

Desde el surgimiento del neoliberalismo en la década de 1980, ese argumento es visto como una debilidad, y la bondad es vista como la virtud de los tontos.

Debemos preguntarnos qué pasó con esos principios, con esas virtudes y valores como la compasión, la confianza, la amabilidad, el cuidado del otro, la justicia, la igualdad y la inclusión, si están o no siendo destruidos, por quién y en interés de quién.

A lo largo de la historia política estadounidense, presidentes de uno u otro partido han hecho hincapié en la idea de la autoridad moral de EE.UU., en que debe servir de ejemplo para el mundo. ¿Sigue siendo así?

No. En ese sentido EE.UU. se traicionó a sí mismo, cayó en una forma de autosabotaje.

Aunque nunca fue un país verdaderamente democrático: se construyó sobre las espaldas de los esclavos, a las mujeres se les negó el derecho al voto durante mucho tiempo, y continuamente ha reinventado una forma de colonialismo que exhibe el nombre de Destino Manifiesto o excepcionalismo estadounidense.

Hoy no hay más que ver lo que ocurre en Gaza. ¿Cómo se puede tomar en serio esta noción del excepcionalismo estadounidense?

Una mujer y un niño caminan de la mano entre los edificios destruidos por ataques israelíes en Beit Lahia, una ciudad del norte de la Franja de Gaza, el 18 de febrero de 2025. (Foto: Abd Khaled/Anadolu vía Getty Images) 
Una mujer y un niño caminan de la mano entre los edificios destruidos por ataques israelíes en Beit Lahia, una ciudad del norte de la Franja de Gaza, el 18 de febrero de 2025.  (Foto: Abd Khaled/Anadolu vía Getty Images)

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La idea de levantar una "Riviera de Medio Oriente" sobre los escombros de Gaza forma parte de la "cultura de la crueldad", según Henry A. Giroux.

Es de sobra conocido que el lema de Trump es "Volver a EE.UU. grande de nuevo" (Make America Great Again, MAGA). ¿Qué cree que significa la grandeza en este contexto?

Creo que significa "volver EE.UU. blanco de nuevo", además de eliminar todos aquellos derechos que desde la década de 1950 se fueron consiguiendo para las mujeres, el colectivo LGBTQ, etcétera, y revertirlos.

Sin embargo, aunque el voto blanco fue su voto más fuerte, Trump obtuvo un avance histórico en lo que respecta al apoyo latino en las urnas, sobre todo entre los hombres hispanos.

Se debe a varios factores.

Por una parte, lo democrático como alternativa al fascismo dejó de ser atractivo para muchos. La democracia no significa nada cuando no tienes comida, una atención médica adecuada, un cuidado infantil adecuado. Y en ese estado de ansiedad absoluta, muchos inmigrantes votaron por Trump.

Y por otra parte, el lenguaje del miedo y la intolerancia ha tenido un éxito tal en la esfera mediática de Trump que creo que la gente básicamente terminó internalizándolo.

El problema no es que van a venir otros a quitarles el trabajo. El problema en EE.UU. es una enorme desigualdad y la concentración del poder en pocas manos, lo que desemboca en menos servicios públicos, la destrucción del estado de bienestar y la criminalización de los problemas sociales.

La noción de comunidad se vuelve vacía porque vives en una sociedad que te dice que el individualismo lo es todo, que todos los problemas son individuales.

Así que temes a la horda de invasores. Es el lenguaje del poder y la gente acaba comprando el discurso.

Pero también parece que hay una especie de retroalimentación en bucle. Cuanto más polarizado es el discurso, más amplia parece ser la base de quienes lo apoyan, y viceversa. ¿Es solo una percepción?

No, es así, absolutamente.

¿Y cómo se contrarresta la escalada?

Primero que nada, hay que nombrar el problema. No podemos simplemente decir que Trump y su administración son neofascistas.

Eso es cierto, pero de lo que realmente tenemos que hablar es de la forma en la que se ha subvertido la democracia y empezar a detallar en el lenguaje de la vida cotidiana en qué impacta esto: malas escuelas, inflación, precios más altos de los alimentos, intolerancia...

Necesitamos resucitar el lenguaje de la democracia en términos de valores que la gente pueda compartir y con los que pueda identificarse.

También necesitamos un movimiento de clase trabajadora multirracial y amplio. Los movimientos aislados no sirven. Y una demostración masiva de resistencia colectiva.

¿Cree que es algo que está tomando forma?

No veo que vaya a suceder en las próximas dos semanas, pero (la administración Trump) está trabajando a una velocidad tal para imponer un grado de fascismo en este país, que creo que los resultados van a ser abrumadores en los próximos seis meses y, ciertamente, en los próximos dos años.

Esto generará una enorme cantidad de resentimiento y la gente va a despertar. Y el grupo que más va a despertar es el de los jóvenes, jóvenes que se sienten alejados de la política de Trump y que se dan cuenta que están siendo excluidos del guion de la democracia.

Todo es venganza. Es la política de la venganza, el odio, la crueldad y el racismo.

viernes, 17 de enero de 2025

_- El gobierno de los millonarios. Por vez primera, los dueños de inmensos monopolios, digitales o no, han llegado directamente al poder político para defender sus intereses

_- Uno. Hace muchos años, a mediados del siglo XIX, el multifacético pensador de Tréveris, un tal Karl Marx, llevado de su acendrado espíritu crítico, sostuvo que los gobiernos eran los consejos de administración de los intereses de la burguesía en su conjunto. Quizá cuando fue escrita esa frase respondía o reflejaba buena parte de la realidad, pero con el paso del tiempo y la evolución de las luchas sociales y políticas acabó perdiendo virtualidad. Sólo tenemos que pensar que a mediados del XIX no existía el sufragio universal —las mujeres tenían vetado el derecho al voto y para los hombres todavía funcionaba el voto censitario, esto es el de los pudientes—. Los partidos obreros no habían nacido y las formaciones conservadoras y/o liberales únicamente representaban a las clases propietarias, por lo que aquel dicho o reflexión pudo tener sentido. Luego, con la extensión del sufragio a partir de la II Guerra Mundial, y la aparición de los partidos de izquierda a finales del siglo XIX, la situación empezó a cambiar, y, con el tiempo, estos partidos alcanzaron los gobiernos y ya no se podía sostener que representasen los intereses de la burguesía.

Dos. A partir de entonces, los partidos políticos, aunque encarnasen diferentes intereses económicos en función de las clases y sectores en que está dividida la sociedad, no eran una simple nomenclatura mimética de esas clases o sectores, pues las personas no piensan y actúan sólo por apetencias económicas. Por el contrario, les motiva una mayor variedad de causas e impulsos: creencias religiosas y actitudes morales; concepciones ideológicas; sentimientos identitarios; estructuras culturales o costumbres ancestrales. De ahí que, como señala nuestra Constitución en su artículo 6, “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Tan fundamental que sin ellos no existe democracia ni nada que se le parezca. Por eso vengo insistiendo desde hace muchos años en que el ataque sistemático, venga o no a cuento, a los partidos, a los políticos, a la política no son más que acometidas contra la democracia. Desde luego, supone una actitud bien diferente la crítica concreta y razonada sobre decisiones políticas o comportamientos individuales a la genérica descalificación de partidos o políticos como si fuesen una “clase” o “casta” con intereses propios, versión que se ha ido extendiendo como la lepra con gran daño a la democracia.

Tres. Ahora bien, una vez superada la representación estamental, propia del Antiguo Régimen, de base material agraria, y constituidas las naciones a partir de la Revolución Francesa, los partidos políticos se fueron erigiendo en la representación esencial de las democracias como cuerpo intermedio entre la ciudadanía y el poder político. Al tiempo, se fueron creando nuevas instituciones, como las que conforman los diferentes poderes del Estado, los propios medios de comunicación y, al calor de la revolución industrial, las organizaciones sindicales y patronales. Todas ellas con la finalidad, entre otras, de evitar la excesiva concentración del poder en sus diferentes formas y de ir logrando un sano equilibrio en el funcionamiento del sistema. Un proceso que ha venido desarrollándose en las democracias, más o menos avanzadas, que hemos conocido hasta el presente. Unas democracias, por cierto, cuya base material o física, mueble o inmueble, han sido en esencia los objetos, las manufacturas propias de esa revolución industrial con su correspondiente “propiedad de los medios de producción”, adecuada al capitalismo. Sin embargo, lo anterior está empezando a cambiar de forma acelerada como consecuencia de los efectos de la revolución digital si, por ejemplo, somos conscientes de que dicha mutación —inteligencia artificial y otras— todavía está en su más tierna infancia. Y, sin embargo, ya está teniendo consecuencias notables en el funcionamiento de nuestra vida política, ya que su materia prima no son los objetos, sino nosotros mismos y la rapiña de nuestros datos.

Cuatro. Uno de estos efectos, que golpea en el corazón de la democracia, consiste en que fuerzas muy poderosas entienden, en virtud del control que tienen de esas tecnologías, que sus instituciones —partidos, sindicatos, elementos del propio Estado o medios de comunicación— son un estorbo, lo que vengo calificando de jibarización de la democracia. Un ejemplo de lo que expongo está sucediendo en EE UU, a partir del triunfo de Trump/Musk. Una primera manifestación ha consistido en el hecho de que, por vez primera de una manera tan obscena, grandes propietarios o gestores de inmensos monopolios, digitales o no, han accedido directamente al poder político y desde él han expresado, nítidamente, sus intereses particulares. Si uno observa los nombramientos de Trump podrá certificar que no pocos de ellos han recaído en millonarios que pertenecen a los mismos sectores económicos de los que se tienen que hacer cargo políticamente, empezando por Musk. En efecto, las líneas maestras que se desprenden de las intenciones de estos poderosos millonarios se podrían resumir en los siguientes epígrafes: de entrada, estamos ante una Administración de Trump/Musk y no del Partido Republicano, que ha quedado abducido por el magnate y sus amiguetes y familiares, sin necesidad de partidos ni de Consejos de Ministros, pues ellos son la fusión, ósmosis o acoplamiento de la economía y la política. Una deriva harto peligrosa cuyo antecedente europeo, a mucho menor escala, fue la Italia de Berlusconi y ya vemos cómo ha terminado. Luego, en la misma línea, ese eslogan que lanzó Musk, o míster X, el día que ganaron las elecciones, dirigiéndose al público: “Ahora vosotros sois los medios de comunicación”; es decir, yo soy la opinión, pues sobran todos los medios tradicionales —periódicos, radios o televisiones—, porque las redes sociales y algoritmos que yo y mis compinches controlamos somos el pueblo y nos sobra todo lo demás. Si cunde el ejemplo, vamos a pasar de la propiedad privada de los medios de producción a la propiedad privada de las conciencias y opiniones, a través de X, Google o TikTok. De ahí que también se pretenda reducir el Estado a su mínima expresión, labor a la que se dedicarán en el futuro Musk y otro millonario cuando declaran que sobran millones de funcionarios y todas las agencias estatales que se dedican a las pocas labores sociales que hay en EE UU. Si estuviesen en Europa se pondrían las botas. En el fondo, un alarde de anarco-liberalismo-nihilismo, que permita de paso una bajada radical de impuestos que acabe con lo que quede de Estado de bienestar, artefacto que, a juicio de sus más eximios teóricos como Milei y compañía es un robo. Para terminar la faena una pasada por el negacionismo medioambiental, pues no hay que preocuparse si nuestro planeta se va al carajo, ya que según la tesis creacionista de Mayor Oreja y otros algún Creador benefactor nos lo repondrá o incluso nos proporcionara uno nuevo. La conclusión final de todo ello no es otra que, si estas teorías y políticas triunfasen, supondría la evaporación de la democracia social que conocemos y, desde luego, no convendría tentar la suerte y creerse esos estrambotes del creacionismo, no vaya a ser que sean un camelo y sólo se salven los que puedan irse a Marte con Musk y sus conmilitones.

domingo, 22 de diciembre de 2024

_- Los ultraliberales se retratan apoyando a Donald Trump

_- La composición del voto que ha recibido Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos es una buena muestra de que el mundo de nuestros días ha perdido la cabeza o, como decía Eduardo Galeano, de que está patas arriba.

Un estudio reciente muestra que casi la tercera parte de sus votantes (31%) son «conservadores acérrimos», defienden el tradicionalismo moral y que ser cristiano es un componente muy o bastante importante para ser un verdadero estadounidense. Otro 20% de sus votantes está formado por lo que podría traducirse como «conservacionistas» de lo americano. Es el grupo más propenso a decir que la religión es “muy importante” y que su identidad cristiana también lo es para ellos personalmente. Prácticamente el mismo porcentaje (19%) son «anti-élites» y finalmente, aunque siendo el segundo porcentaje más elevado, se encontrarían los defensores del mercado y el libre comercio (25%).

En resumen, casi la mitad de las personas que han votado a Trump se consideran cristianas, portadoras de altos valores morales y creen que esto es lo que caracteriza o debe tener un buen americano. A pesar de ello, han votado a un candidato que ha sido condenado en firme por cometer 34 delitos, entre otros, falsificación de documentos o pagar a una actriz porno con la que tuvo relaciones sexuales estando casado para que guardase silencio. Un candidato que, para definir a su primera esposa, Marla Maples, no se le ocurrió otra cosa que decir: «Un diez en tetas y un cero en cerebro». De moral intachable.

Por otro lado, una quinta parte de los votantes de Trump son anti-élites, a pesar de que su principal apoyo ha sido el hombre más rico del mundo o que financiaba su campaña con cenas organizadas por millonarios en las que había que pagar hasta 250.000 dólares para poder asistir.

Sin embargo, los apoyos más surrealistas son los de ese 25% de sus votantes que se consideran defensores de la economía de libre mercado y del libre comercio. Digo que son los más surrealistas porque, en ese caso, no hay que incluir tan sólo a gente de la calle que pudiera pensarse que no esté bien informada. En ese grupo están -votando si viven en Estados Unidos o reconociendo a Trump como su líder- miles de economistas de prestigio mediático y personajes relevantes de todo el mundo que proclaman su fe liberal como si fuera una verdad científica.

Es ciertamente surrealista comprobar que los ultra-mega-hiper-liberales como Milei de todo el planeta se hayan encandilado con Trump. O, mejor que surrealista, una auténtica confesión de parte. Un verdadero autorretrato.

Quienes dicen defender las virtudes de la competencia, del mercado libre y el librecambismo en el comercio internacional votan y ensalzan como líder a quien ya ha demostrado ser, en sus anteriores cuatro años de mandato presidencial, un gobernante hiperintervencionista, destructor del libre comercio y firme partidario de utilizar la política fiscal, aunque para distribuir a favor de sus grupos de interés y saltándose a la torera cualquier principio que suponga promover la igualdad de oportunidades que garantiza el efectivo ejercicio de la libertad. El mismo que ahora vuelve a asegurar que subirá los aranceles para proteger a unos cuantos negocios (a costa de una inevitable subida de precios y de pérdida de ineficiencia general) en cuanto comience a gobernar.

Los ultraliberales que preconizan la disminución del Estado y la deuda pública han votado, apoyan y arropan como su líder, dentro y fuera de Estados Unidos, a quien ha sido el mayor fabricante de deuda pública de los últimos tiempos: durante su mandato de 2016 a 2020 aprobó 8,8 billones de dólares de nuevo endeudamiento bruto y redujo el déficit en 443.000 millones de dólares; a diferencia de lo ocurrido con Biden, quien aumentó la deuda en 2,6 millones menos (8,2 6,2 millones) y logró una reducción del déficit 4,2 veces mayor (1,9 billones).

El apoyo a un intervencionista como Trump, a quien utiliza sin descanso los resortes del Estado para beneficiar a unos pocos, por quienes se autoproclaman defensores acérrimos de la libertad, la competencia de mercado, el libre comercio y enemigos del Estado es la mejor prueba que pueda encontrarse del fraude intelectual, del cinismo y la miseria moral que esconde su ideología.

Detrás de Trump, Milei y de quienes defienden sus mismas ideas anti-Estado sólo hay una enorme y cada vez más patente falsedad. No buscan realmente lo que dicen, sino favorecer a la parte ya de por sí más favorecida de la sociedad. Los ingresos del 95% por ciento de la población se mantuvieron, en promedio, prácticamente constantes de 2016 a 2019, en el primer mandato de Trump, mientras que los del 5% más rico aumentaron un 17%. Esa es la realidad del «liberalismo» que pregonan. El editor de economía de Financial Times, Martin Wolf, la denomina «plutopopulismo», el populismo de los ricos; en realidad, de los muy, muy ricos, para quedarse con la riqueza de todos los demás.

Lo preocupante es que han acumulado mucho poder y que será muy costoso y complicado lograr que la gente salga del engaño y descubra la realidad.