domingo, 27 de julio de 2025
Los irresponsables: los que llevan al fascismo al poder
Después de un discurso de Franz Von Pappen, en 1932, a la sazón canciller de la República de Weimar, Goebbels comentó: “Papen ha hablado en la radio. Un discurso que viene de nuestras propias ideas, de la A a la Z”.
Von Papen, hijo de una rica familia católica de Westfalia fue dirigente del Zentrum hasta que fue expulsado por favorecer la caída de Brüning, el canciller del centro-derecha que quiso mantener el espíritu de acuerdo y negociación con la socialdemocracia, principalmente. Von Papen, se convirtió en canciller legislando de manera autoritaria con la connivencia de Hindenburg, el presidente de la República, aplicando el famoso artículo 48 de la Constitución de Weimar, pensado para situaciones de excepción y convertido, por la voluntad de los máximos dignatarios de Alemania, en el modus operandi normal con el único fin de eludir el parlamento, limitar los derechos sociales y condicionar autoritariamente la reforma del estado.
Entre los logros indiscutidos de Von Papen: el golpe de estado contra el Land de Prusia, el más grande y determinante del país; la restitución de la legalidad a las tropas de asalto nazis, que utilizaron sin rubor las nuevas condiciones de tolerancia por parte del gobierno para aplicar de manera sistemática el terror y la eliminación de adversarios. Y el que fue su mayor logro, sin duda: la de hacer posible la llegada de los nazis al poder con el nombramiento de Hitler como canciller y él mismo como vicecanciller en 1933. La arrogancia de las clases dominantes, que es factor a considerar, le llevó a pensar que sería posible neutralizar a Hitler, un don nadie, compitiendo con él, todo un señor y político y militar experimentado. Lo que ocurrió ya lo sabemos.
En estas semanas, en las que una buena cantidad de libros recuerdan la experiencia de Weimar, me gustaría destacar el escrito por Johann Chapoutot Les irresponsables, Qui a porté Hitler au pouvoir? (no traducido) que se detiene a explicar una de las enseñanzas de Weimar: la connivencia de una parte sustancial de la vieja elite política y económica de la Alemania del momento con los nazis. Ellos fueron artífices indispensables en la materialización de la hipótesis nazi con los que compartían, en menor o mayor grado, dos elementos sustanciales de lo que ha sido el argumentario reaccionario desde mediados del siglo XIX: el desprecio hacia la democracia y el odio a las políticas sociales.
Ambos elementos se declinaban entonces en parecidos términos a como lo hacen ahora: el pluripartidismo como problema; el parlamentarismo como poco funcional; la necesidad de aislar temas del control democrático; la política social como generadora de una sociedad sin valores y “afeminada” y la creación de un enemigo interno: en su caso los judíos y el marxismo.
En palabras de Hitler, había en Alemania quince millones de personas ajenas al sentimiento nacional. Se refería, básicamente, a los votantes del Partido Socialdemócrata y del Partido Comunista de Alemania, “su misión (la de Hitler) es clara: destruir, exterminar el marxismo”.
En relación con las políticas sociales, solo un ejemplo, la patronal alemana persiguió afanosamente durante el período de Weimar, la cancelación de los acuerdos de Stinnes-Legien de 1918 que instauraron la jornada de 8 horas, la semana de cinco días, el derecho de desempleo, así como el principio de representatividad sindical en las fábricas. En este punto, Hitler fue siempre un hombre al lado de los patronos. Una de sus primeras leyes, 20 de enero de 1934, fue precisamente la derogación de todos esos derechos sociales.
Hay dos elementos más a reseñar en esta revivificación del “momento Weimar” al calor de lo que están viviendo (y sufriendo) nuestras sociedades. En primer lugar, se ha enfatizado la idea de que “el ascenso del fascismo era evitable” y es completamente cierto. Pero lo es a condición de ser claros respecto a cuales fueron los principales elementos que condicionaron ese ascenso y sobre los que arrojar luz.
En este punto, nuevamente, es muy importante hacer referencia a los dos principales elementos de contenido que ayudaron a amalgamar el bloque socio-político sobre el que se elevó el fascismo y, en segundo lugar, la evidencia de que los partidos de derechas, pero también los de izquierda, minusvaloraron el rol del nazismo como catalizador de un nuevo momento histórico.
Los partidos de derecha entonces y ahora, consideraron que una estrategia de acercamiento y aggiornamiento sería suficiente para integrar a los nuevos sujetos políticos en la lógica del mainstream de derechas. Estos partidos subvaloraron el profundo desprecio de los nazis a la vieja política y su voluntad de modificar el statu quo de manera radical e irreversible. Su connivencia ayudó a convertirlos en partidos “normales”, sin riesgo para el sistema democrático.
Por parte de la izquierda, el Partido Comunista Alemán y su estrategia sectaria del socialfascismo abrió una auténtica autopista al partido nazi. La idea de que la socialdemocracia era tan peligrosa como los nazis, impidió la construcción de un acuerdo de defensa de la república democrática y dividió al conjunto de los trabajdores en un momento clave de la confrontación de clase en toda Europa. La socialdemocracia no está exenta de responsabilidades. Su ausencia de firmeza en momentos clave impidió desmantelar los elementos estructurales que hicieron posible, posteriormente, la victoria del fascismo. Privilegiar el acuerdo con la derecha, para detener a los nazis, y la ausencia de una iniciativa extrainstitucional fueron, ambos, parte de una estrategia tan equivocada como insuficiente.
La condición para hacer posible un aprendizaje constructivo de la República de Weimar es no olvidar estos condicionantes estructurales que determinaron el futuro de Weimar y de la democracia en Alemania y en Europa. Los factores personales no dejan de tener importancia, claro está. Sujetos como Von Papen; Hindenburg; el magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg, el denominado “Führer olvidado”; el brillante militar e intrigante Schleicher, que jugueteó a “utilizar” a los nazis hasta que se dio cuenta, demasiado tarde, del peligro que había ayudado a desatar. Scheleicher, por cierto, fue asesinado por los nazis, junto a su mujer, en 1934.
Sin olvidar, que el momento determinante, el que precipitó el ascenso de Hitler a la Cancillería, vino precedido de una denuncia por corrupción, aireada en medios de comunicación cercanos al partido nazi, y que ofreció un papel singular a uno de los hijos menos dotado de luces de Hindenburg, Oskar.
Estos elementos son irrepetibles, claro está, y fueron relevantes en la trama palaciega que también cuenta para explicar qué es lo que pasó. Pero los elementos de fondo, al menos los tres que he pretendido destacar: el desprecio a la democracia, el odio a las políticas sociales por parte de las elites políticas y económicas y las estrategias sectarias o faltas de determinación por parte de la izquierda, son elementos sobre los que repensar el nuevo escenario político.
El elemento determinante, a mi juicio, es valorar el nuevo momento global, la radical novedad de este momento histórico, y el modo en que se insertan los diferentes actores, en particular la extrema derecha. Esta radical noveda emparenta el momento Weimar con la situación actual. Ahora, como entonces, estamos en esa situación de interregno tan bien descrita por Gramsci, de cambio estructural del sistema de dominio y de resistencia. Por eso, resucitar viejas prácticas o esquemas de relación entre fuerzas políticas de los años 90 forma parte de los errores que condujeron a la República de Weimar a un final dramático.
Para abundar en esta idea, de la radical novedad, dos elementos más, ambos vinculados. El concepto de “populismo” que con tanta ligereza ha sido usado y abusado, sugiere dos diferencias sustanciales de este momento respecto al de Weimar en relación con la caracterización de la extrema derecha: el alineamiento de estos partidos, en la situación actual, a la democracia; y la ausencia de violencia estructural con fines políticos.
Creo que ambos elementos se han quedado obsoletos. La extrema derecha ha encontrado el modo de vaciar de contenido la democracia liberal sin, necesariamente, cuestionar el concepto. Y en ese propósito cuenta con poderosos aliados, uno de los más conspicuos y virulentos, el partido de las Togas, un aparato judicial servidor de los intereses de las clases dominantes. Respecto al segundo, después de la ocupación del capitolio en enero de 2021 o los eventos de violencia racista y sectaria en algunos países, ya no podemos considerar que ambos elementos sean un límite a la comparación histórica y la evaluación de la situación.
El énfasis debe ponerse, entonces, en la construcción de esa coalición socio-política que pueda consolidar una democracia con un claro contenido social y transformador. En ese itinerario, el BOE, la acción de gobierno, es super importante, pero no puede ser la única opción. Por sí mismos, los textos y normas publicados como leyes no son suficientes para levantar un poderoso movimiento de reivindicación democrática que ponga freno, primero y revierta después, el ascenso de la extrema derecha.
La idea de un proyecto democrático socialmente inclusivo y avanzado; preocupación por limitar la brecha de desigualdad en nuestras sociedades; recuperar la confianza en “lo público” (no solo y no tanto en la política); construir un proyecto de sociedad para los próximos veinte años sobre la base de la participación, la colaboración y el protagonismo para el activo civil, social y académico que hay que movilizar para controlar, primero y detener después al odio y al miedo convertidos en oferta electoral.
El modo en el que esto debe declinarse en términos electorales, viene después.
Siguiendo a Einstein: “en medio de la dificultad reside la oportunidad”
Pedro Chaves profesor de CC. Política en la Universidad Carlos III de Madrid y Asesor en el Grupo Parlamentario Plurinacional de Sumar.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 16 de julio 2025
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