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miércoles, 6 de marzo de 2024

Una historia de amor en la mediana edad con un final explosivo. En su nueva novela, “Leaving”, Roxana Robinson reúne a una ex pareja. Uno de ellos está divorciado; el otro todavía está casado. ¿Ahora qué?

En su nueva novela, “Leaving”, Roxana Robinson reúne a una ex pareja. Uno de ellos está divorciado; el otro todavía está casado. ¿Ahora que?

Toda historia de amor necesita un obstáculo, alguien o algo que amenace con mantener separados a los amantes. ¿Qué obstáculos son adecuados para una historia de amor estadounidense contemporánea? El escritor de una historia de este tipo tal vez desee evitar la sobrecomunicación, la tolerancia (real o representada) y el hastío que disipan la tensión romántica. ¿Pueden los amantes todavía estar “desventurados”, condenados desde el principio a trabajar bajo una “estrella maligna”?

Pueden, dice Roxana Robinson, en su elegante historia de amor “Leaving”. (Robinson es autor de nueve obras de ficción anteriores, así como de una biografía de Georgia O'Keeffe).

Warren y Sarah, dos personas de 60 años que fueron pareja en su juventud, se cruzan durante la presentación de “Tosca”. Años atrás, Sarah había pensado en casarse con Warren, pero decidió que sería una elección imprudente como pareja. Las mismas cosas que lo hacen encantador una vez que reaparece a los 60 años (su entusiasmo, su intenso deseo de intimidad) asustaron a la joven Sarah y, en cambio, apostó por Rob. Resultó ser una elección equivocada y el matrimonio fue un fracaso. Cuando Warren y Sarah se encuentran en la ópera, tienen asuntos pendientes.

Los dos viven felices hasta este encuentro. Warren está casado, mientras que Sarah, madre de dos hijos mayores y divorciada desde hace mucho tiempo de Rob, está casada con su hogar en el bosque, su soledad y su perro excepcionalmente humano. Pero a medida que la narrativa avanza suavemente entre los dos puntos de vista, los vemos asombrarse y cambiarse el uno por el otro. El asunto que sigue es maduro, aunque sea destructivo. Sarah, producto de un entorno intensamente de clase alta, es una mujer comedida que habla con frases autoeditadas. Apreciamos su metaconocimiento de su posición. A una amiga que soportó la aventura de su propio marido, Sarah le señala: “Yo soy la otra mujer”.

Imagen La portada de "Leaving" es de color verde brillante, con un lirio tigrado descolorido visible a la izquierda del título, que aparece en letras minúsculas blancas.

Tampoco nos desagrada Janet, la esposa de Warren, pero no nos gustaría casarnos con ella. Ella es un poco tonta, demasiado literal y "tiene miedo de personas diferentes a ella". Por otro lado, ella no merece la duplicidad de Warren, quien intenta “ejecutar su matrimonio sin causar dolor”.

Todos los adultos del libro están representados con delicadeza. Años después de la aventura, Warren le escribe a su hija todavía furiosa: "He hecho algo para dañar nuestra relación, pero como sabes, he hecho todo lo que está en mi poder para expiar lo que he hecho". Expía, lo hace.

Resulta que es Kat, la hija adulta de Warren, quien es la antagonista de esta historia de amor. Cuando Kat se entera de que Warren ha decidido dejar a su madre por Sarah, le ruega: “Por favor, no lo hagas, papá. Aún no lo has hecho. No. Nos matarás. Matarás a nuestra familia”. El dolor de la hija pronto se endurece y se vuelve algo más severo. Finalmente, Kat establece sus condiciones: “Si te divorcias de mamá, yo me divorciaré de ti. Me divorciaré de ti por completo”. Lo que sigue puede poner a prueba la credulidad de algunos lectores y resultar incómodamente realista para otros. Vemos a Warren vacilar ante el exilio de su única hija. “Resultó que era más que nada un padre. Él fue el primero”.

Las demandas de Kat son escandalosas y, sin embargo, hay algo de lógica en ellas. No estamos “casados” con nuestros hijos, pero estamos involucrados en algo profundamente contractual. Podemos situar culturalmente la posición de Warren como el resultado final del estado actual de la paternidad (algunos dirían que la paternidad es excesiva) que se ha convertido en la norma de muchas familias que cuentan con los medios y el tiempo para ello. Esta intimidad que tuvimos o intentamos tener con nuestros hijos tiene un precio y nos deja más desposeídos sin ellos. Un padre de este estilo no puede invocar retroactivamente imperativos sociales de antaño, cuando los niños eran culpables del deber y del contacto continuo.

En lo más profundo del libro, “Leaving” parece una remezcla de Westchester de “La dama del perro” de Chéjov, otra historia de adulterio con un enfrentamiento en el teatro. La narración de Robinson es clásica, página tras página de escenas que se mueven rápidamente y una escritura tan precisa como hileras de tierra labrada. Robinson reelabora musicalmente la frase corta, repitiendo y volviendo hasta que las palabras expresan su significado. Cuando era niña, Sarah “nunca había pasado mucho tiempo con niños; los encontró misteriosos. ¿De qué querían hablar? ¿Qué se les permitía decir a las mujeres? No estaba permitido el desacuerdo con su padre; no le gustó. No hagas una escena, decía su madre. ¿Qué estaba permitido decirles a los niños? Por momentos, la moderación de los personajes me pareció propia de otra época. Pero me relajé con las cadencias y perspicacias magistrales de Robinson. Después de leer “Leaving” y su novela sobre adicción de 2008, “Cost”, leí cualquier historia que tuviera para contar.

Tenía la esperanza, debido a mis tiernos sentimientos por todos los involucrados, que esta historia terminaría con las mismas garantías que la de Chéjov. Pero resulta que cuando Robinson dice "Tosca", quiere decir "Tosca". El final es un bombazo, eminentemente discutible. Esta ágil novela fascina. Robinson demuestra que los escritores todavía pueden evocar los silencios y las renuncias que frustran el deseo y que las estrellas aún se cruzan.

domingo, 31 de diciembre de 2023

Nadie había encontrado el lenguaje para contar esta historia ‘Diario de un peón’.

Diario de un peón’, de Thierry Metz, un libro que es a la vez crónica y poema, narra el trabajo de los más pobres, el trabajo más duro, el de un obrero.

Este es un libro que cuenta una historia que nadie había contado hasta ahora. El librito, sereno y apasionado a la vez, es Diario de un peón, de Thierry Metz. Narra, día a día, el trabajo de los más pobres, el trabajo más duro, el de un peón. Pero este libro, único en su especie, es a la vez crónica y poema. En cierto modo, es un milagro, ya que, en principio, un hombre que trabaja siete u ocho horas al día en una obra, cargando sacos de cemento, descargando bloques de hormigón y cavando zanjas, no tiene ni tiempo ni oportunidad para escribir. A veces lo vemos trabajando de lejos, en la calle o al borde de la carretera. Reconocemos su silueta, pero no sabemos nada de su existencia ni de sus cualidades interiores. Y es que, desde la noche de los tiempos, la escritura ha sido el privilegio de unos pocos, un pequeño grupo de escribas, hombres de letras.

Thierry Metz es un poeta francés contemporáneo; murió en 1997, a los 40 años. Era hijo de un repartidor parisino. En casa de sus padres no había un solo libro. Tampoco había dinero. Thierry Metz bregó toda su vida como peón, jornalero, trabajador agrícola y albañil. Se mataba a trabajar y, durante los periodos de desempleo, escribía.

Metz nos dice cómo el esfuerzo transforma el cemento, el golpe del pico, la jornada de trabajo, en pan, pan de verdad 

Y nos ha legado, entre otros, este libro sereno y apasionado a la vez, Diario de un peón, que relata en un lenguaje nuevo, encendido y conciso, lo que nadie había relatado antes. Y es una de las obras más logradas y admirables jamás escritas. Arthur Rimbaud escribió en un momento de rebeldía: “Siento horror por todos los oficios”. Thierry Metz no sentía horror por su oficio. No lo idealizaba, sino que expresaba toda su crudeza en una prosa densa y clara. Sabía perfectamente que era prescindible, que le utilizaban, que utilizaban a los obreros; era consciente del desequilibrio de su situación y no pretendía escapar de los condicionantes sociales escribiendo. Pero por mucho que le disgustara el materialismo vulgar, pese a la dureza del trabajo y de la injusticia social, no se olvidaba del sol, ni del áspero mango de la herramienta, ni del profundo silencio de sus compañeros, ni de la intensidad del más repetitivo de los trabajos, el inmenso esfuerzo realizado por el mayor número de personas desde tiempos inmemoriales y que constituye el motor esencial de la historia de la humanidad. 

Así, desde el prosaísmo infinito de sus obras, Thierry Metz descubrió una forma de susurrarnos, en un lenguaje modesto pero altivo, meditativo y concreto, el enigma de nuestra condición: “Me gusta creer que, tal vez un buen día, un dios sin nombre se sentará en este montoncito de tierra y ocupará su sitio en la tumba iluminada de mis esfuerzos con palabras cotidianas, meros gorriones. Recobrará el aliento y volverá adonde tienen lugar las cosas, a los desiertos donde se hallan los hombres y sus obras. ‘¡Viernes!’ Ese será su nombre”.

Descubrió una forma de susurrarnos, en un lenguaje modesto pero altivo, meditativo, el enigma de nuestra condición 

En este breve pasaje de Diario de un peón, se ve enseguida por qué Thierry Metz no podía contentarse con ser un simple narrador; habría traicionado su vocación de poeta, habría debido quemar las fórmulas del lenguaje que le había salvado; pero tampoco podía ser solo poeta, habría tenido que olvidar a los suyos, los albañiles y porteadores que, desde Mesopotamia, trajinan en las obras del mundo. Y por eso tuvo que elevar el lenguaje a un punto de equilibrio al que nadie lo había llevado antes que él; tuvo que escribir a la vez un poema y un relato, sin separar el uno del otro, sin dejar nunca que el relato cayera junto al saco de cemento, y sin dejar nunca que el poema volara con los pajarillos. Era necesario que las dos partituras se convirtieran en una, que las contradicciones de la vida social se fundieran en la escritura, y que el dolor del esfuerzo redundara un poco en la belleza del mundo.

Pero le costó caro, demasiado caro, un precio muy alto, querer seguir viviendo entre los suyos, en un mundo de polvo y ladrillos, de sed y dolor, y buscar, en esta dura estancia, el oro del tiempo. Hace falta un esfuerzo inconmensurable, es una tarea imposible; pero la tenaz determinación de Thierry Metz nos ha dejado un librito único, tristemente único, en el que un joven fornido, lleno de esperanza, de palabras, de fuerza y también de tristeza, ha intentado decirnos a gritos, pero en un lenguaje muy dulce y hermoso, a través de la dureza del trabajo, de la desigualdad de condiciones y de la modestia de los salarios, hasta qué punto las palabras de cada día y de cada uno son poesía, y cómo el esfuerzo o el hastío, mediante una transubstanciación muy real, transforman el cemento, el golpe del pico, la jornada de trabajo, en pan, pan de verdad. Pero por el camino, el jefe saca tajada; y la poesía, ¿qué saca?

Éric Vuillard, escritor y cineasta, ganó el premio Goncourt en 2017 por su novela ‘El orden del día’.

‘Diario de un peón’. Thierry Metz. Traducción de Vanesa García Cazorla. Periférica, 2023. 128 páginas. 15 euros.

martes, 7 de noviembre de 2023

“Lo decadente puede convertirse fácilmente en una fuente de inspiración”: Geoff Dyer, el escritor que exploró el final de grandes carreras de la historia

Geoff Dyer, retratado por Matt Stuart.

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA DE GEOFF DYER.

Pie de foto,

Geoff Dyer es autor de novelas como "Amor en Venecia" y "Muerte en Benarés".

Leer "Los últimos días de Roger Federer", del británico Geoff Dyer, es como subirse a una montaña rusa de estados de ánimo.

A veces ríes a carcajadas, a veces te invade la nostalgia. A veces aparecen frases tan certeras que estremecen.

Esta sobre el envejecimiento no tiene pérdida:

“El verdadero interés es cómo cambian las cosas gradualmente y no de repente. Tan gradual que es imperceptible. Nadie lo ha dicho mejor que George Oppen (poeta estadounidense) sobre hacerse viejo: ‘qué extraña cosa que le pasa a un niño pequeño’”.

"Los últimos días de Roger Federer" es un libro “inclasificable”, como muchos críticos definen la obra y estilo de Dyer.

Es una retahíla de pensamientos del autor sobre el final de la carrera de algunas de las personalidades más brillantes de la historia (Bob Dylan, Nietzsche, Beethoven, Jim Morrison, De Chirico y muchos otros) y de la suya propia, y de todos los placeres, culpas, logros y frustraciones que ha dejado por el camino a sus 65 años.

El título es un homenaje a uno de sus grandes ídolos contemporáneos, el tenista Roger Federer, que se retiró en septiembre de 2022.

Pero, extrañamente, Federer apenas aparece en el libro.

Por eso arrancamos así esta entrevista con Dyer, que realizamos en el marco del Hay Festival de Querétaro, que se celebra entre el 7 y 10 de septiembre en esa ciudad mexicana.

En "Los últimos días de Roger Federer" Dyer reflexiona sobre el paso del tiempo. En esta foto aparece en su niñez, vestido de vaquero.
Geoff Dyer, vestido de vaquero cuando era niño.

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA DE GEOFF DYER.

Pie de foto,
¿Por qué “Los últimos días de Roger Federer” si el tenista casi no aparece en el libro?

Reflejar cómo acaban las carreras era un tema que planeaba por mi mente y esto fue acentuado por el hecho biológico de que ya no soy un tipo de 35 años.

Era consciente de que estaba cerca de ese estadio en mi vida y pensé que usar el nombre de Roger Federer era una buena forma de condensar todos los argumentos y temas del libro en una persona.

Cuando arranqué el texto me preguntaba si Roger continuaba jugando, no porque fuera a ganar otro Grand Slam, que parecía casi imposible, sino porque realmente amaba lo que hacía y le daba sentido a su vida.

Pensé que él era un buen emblema del tema, aunque el libro nunca fuera a tratar sobre él.

Pero cuando escribiste el libro todavía no se había retirado. ¿Cómo viviste su retiro y último partido en 2022?

Fue muy bueno para mí, porque cuando anunció su retirada, el libro ya estaba publicado, y le dio un nuevo empujón en ventas (ríe).

Su anuncio fue una sorpresa, aunque de alguna forma ya había casi parado de jugar.

Y ese último partido a dobles que jugó con Nadal…

El tenis no fue para nada interesante y la Laver Cup tampoco es un torneo interesante, pero esa fotografía en que ambos aparecen llorando agarrados de la mano fue una forma maravillosa de terminar su carrera.
 
Nadal y Federer lloran durante la despedida de Federer en la Laver Cup.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

Nadal y Federer, rivales y amigos, protagonizaron una icónica y emotiva escena el día del retiro del suizo.


En el libro hablas de lo mucho que lloras últimamente. ¿Lloraste también con esa imagen?

Claro que lloré. Aunque para mi crédito diré que las lágrimas de Roger parecían también deberse a esa terrible canción pop que pusieron en su homenaje.

Pienso que mis lágrimas tenían un motivo mucho más profundo (dice entre risas).

En el libro sigues haciendo honor a tu fama de autor “inclasificable”: lo mismo hablas de finales de carrera, que de etapas de tu vida, que de cómo afrontar libros que en principio parecen aburridos...

Lo digo de todos mis libros: nunca siento que encajan en ninguna categoría que reciben.

Quizás más que otro, este es simplemente un libro de esos que no están definidos por su contenido sino por la forma en que el autor, en este caso yo, llena sus páginas con su conciencia.

De eso trata, de lograr que mi conciencia interese lo suficiente al lector aunque no conozca o esté interesado en algunas de las personas sobre las que escribo.

¿Y alguna recomendación para lectores obsesivos como yo que no podemos dejar un libro sin acabar por muy malo que sea?

Con respecto a lo de cuándo saber si abandonar un libro, a mí me gustan los libros que se revelan gradualmente, que sorprenden.

Hay una tendencia en las editoriales que no me gusta nada, que es escribir introducciones que preparen al lector, un tanto emulando las intenciones con las que el escritor vendió su obra a la editorial. Se usa la introducción como instrumento de venta.

Tampoco me gusta cuando en las introducciones te anuncian de lo que va a tratar cada capítulo.

Es una de las razones por las que mi libro tiene una estructura tan sutil, para que el lector tenga que averiguar por sí mismo lo que está ocurriendo.

Frase de Geoff Dyer.
Cuando exploraste todos estos finales de carrera, ¿quién crees que la acabó de la forma más divertida y quién de la más trágica?

Diría que el final más trágico de carrera fue el de Nietzsche, que sufrió un severo deterioro mental.

Acaba viviendo como un zombie y tiene una especie de vida póstuma cuando en realidad sigue vivo. Y luego se complica más al enfrentarse al antisemitismo que le hizo terminar odiando a su hermana. Es muy desafortunado.

Pero luego también "su regreso" fue espectacular. De alguna forma, su reputación ha trascendido más que la de Marx o Freud, otros de los padres del pensamiento moderno.

La vida de Hemingway también acabó de forma terrible, no solo por su suicidio, sino porque su declive duró mucho tiempo.

Y cuando pienso en el mejor final, ese tiene que ser el de Beethoven. Esos últimos cuartetos son tan avanzados musicalmente y tienen una profundidad psicológica tan grande que para mí son realmente un triunfo.

Geoff Dyer

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA DE GEOFF DYER.

Pie de foto,

Geoff Dyer es graduado de la Universidad de Oxford en Reino Unido.


¿Y para ti qué imaginas como final de carrera?

Difícil de decir.

En mi caso, el final ideal de carrera sería llegar a un punto en que pueda continuar diciendo lo que quiera decir y, sobre todo, sin abandonar este modo de vida de escritor por culpa de otras personas o circunstancias, como tener poco dinero o no conseguir una editorial que publique mis libros.

Quiero que mi final sea que simplemente no quise escribir más. Lo más importante es acabar la carrera de forma independiente.

Una de las cosas más reconfortantes sobre la vida de escritor es que es una prueba constante de tus habilidades cognitivas.

Es muy interesante, cuando uno va envejeciendo, ir probándose y ver si uno es capaz, si tiene el poder mental de seguir.

Todo el tiempo que estuve analizando este desarrollo potencial en la vida de otros era consciente de que quizás no solo estaba mirando estas vidas a través de una ventana, sino también mi propia situación a través de un espejo.

Tu libro en muchos momentos es una oda a la decadencia, un estado que muchos aceptan por la nostalgia, la belleza o la sabiduría, pero que muchos otros rechazan por viejo y anticuado ¿En qué grupo te encuentras tú?

Es sorprendente, pero lo decadente o lo que está en declive puede convertirse fácilmente en una especie de inspiración, y permitirnos continuar.

La decadencia puede transformarse en una especie de cualidad habilitadora.

lunes, 7 de agosto de 2023

En el "El Nombre de la Rosa" de Umberto Eco.

...Cuando el abad ciego pregunta al investigador William de Baskerville: “¿Qué anheláis verdaderamente?”

Baskerville contesta: “Quiero el libro griego, aquél que, según vosotros, jamás fue escrito. Un libro que sólo trata de la comedia, que odiáis tanto como a la risa. Se trata probablemente del único ejemplar conservado de un libro de poesía de Aristóteles. Existen muchos libros que tratan de la comedia. ¿Por qué este libro es precisamente tan peligroso?”

El abad contesta: “Porque es de Aristóteles y va a hacer reír”.

Baskerville replica: “¿Qué hay de inquietante en el hecho de que los hombres puedan reir?”

El abad: “La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe. Aquél que no teme al Demonio no necesita más de Dios."

🔸El nombre de la rosa.
El nombre de la rosa (título original Il nome della rosa en italiano) es una novela histórica de misterio escrita por Umberto Eco y publicada en 1980.

Ambientada en el turbulento ambiente religioso del siglo XlV, la novela narra la investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk alrededor de una misteriosa serie de crímenes que suceden en una abadía del norte de Italia.

La gran repercusión de la novela provocó que se editaran miles de páginas de crítica de El nombre de la rosa, y se han señalado referentes que incluyen a Jorge Luis Borges, Arthur Conan Doyle y el escolástico Guillermo de Ockham.

En 1987 el autor publicó Apostillas a El nombre de la rosa, una especie de tratado de poética en el que comentaba cómo y por qué escribió la novela, aportando pistas que ilustran al lector sobre la génesis de la obra, aunque sin desvelar los misterios que se plantean en ella. El nombre de la rosa ganó el Premio Strega en 1981 y el Premio Médicis Extranjero de 1982, entrando en la lista «Editors' Choice» de 1983 del New York Times.

El gran éxito de crítica y la popularidad adquirida por la novela llevó a la realización de una versión cinematográfica homónima, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud en 1986, con Sean Connery como el franciscano Guillermo de Baskerville y Christian Slater encarnando a su discípulo, Adso.

#losretosdelarazón #elnombredelarosa

sábado, 7 de enero de 2023

_- José Manuel Fajardo: “El mal social se nutre de la gente corriente” El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos

_- El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos


Lleva escribiendo desde los ocho años. Quizá por eso José Manuel Fajardo (Granada, 65 años) ha llegado siempre demasiado pronto a casi todo. Escribía novelas históricas como Carta del fin del mundo (1996) antes de que el género viviera el bum de los últimos años. Con Una belleza convulsa (2001), sobre el secuestro de un periodista a manos de ETA, se adelantó 15 años al fenómeno que supuso Patria, de Fernando Aramburu. “Así me va”, bromea el escritor, que ha publicado una novela breve en la que une dos ciudades y dos tiempos distintos a través de la fina línea del odio. El libro, editado por el Fondo de Cultura Económica, se llama precisamente así: Odio. Granadino de nacimiento aunque criado desde los cuatro años en Madrid. Fajardo ha vivido en el País Vasco, donde escribía de terrorismo en El Mundo, hasta que la presión del entorno de ETA le hizo tomar la decisión de salir de España. ”Apliqué la técnica del yudo: utilizar la energía del enemigo contra él. Estaba agobiado y enfurecido. Así que un día me dije que tenía que pensar en mi carrera de escritor’, y decidí hacer lo que siempre había soñado: irme a París a vivir como escritor”. Recuerda. Diez años después se mudó a Lisboa, donde vive desde hace doce.

Pregunta. Llevaba diez años sin publicar. Pero ¿cuánto tiempo llevaba sin escribir?

Respuesta. He estado cinco sin escribir ficción. Tuve un frenazo inesperado, porque, después de publicar mi anterior novela, Mi nombre es Jamaica, en 2010, cerré en cierto modo un ciclo de escritura que había durado 20 años, con libros muy distintos pero que daban vueltas a las mismas ideas y preocupaciones, y me encontré en busca de un territorio nuevo. Pensé que sobre esos aspectos de la extraña construcción de España a través de amputarnos miembros de la sociedad, a fuerza de exilios, abandonos y persecuciones, ya había dicho todo lo que tenía que decir. Y me costó un tiempo encontrar un nuevo territorio.

P. ¿Llegó demasiado pronto a la novela histórica?
R. En realidad yo nunca he tenido voluntad de escribir novela histórica, yo escribo historias que ocurren en determinado momento histórico. A mí la literatura me gusta como descubrimiento, me gusta escribir desde donde no sé si soy capaz de hacerlo. Cuando ya sé que puedo escribir desde un cierto punto ya no quiero seguir ahí, quiero descubrir nuevos territorios de escritura. Eso para mí hace que la literatura siga siendo divertida y una fuente de conocimiento.

P. Da la sensación de que Odio está escrito de un tirón, igual que se lee. ¿Cómo fue el proceso?
R. Me encanta que dé esa sensación, porque es completamente falsa. La novela está escrita a lo largo de cinco años. Muy despacio, porque me costó mucho dar con la estructura. Hay una parte que transcurre en el Londres de finales del siglo XIX, pero yo no quería escribir una novela más sobre el Londres victoriano. Me rompí mucho la cabeza hasta que me di cuenta de que la intención fundamental era escribir sobre el odio en épocas distintas. Cuando comprendí que esa era la estructura que debía tener el libro, fue cuando ya di con la forma de escribirlo. Y eso me ha costado tiempo.

P. Todo empezó con un cuento, ¿verdad?
R. El origen es un cuento que escribí a petición de Fernando Marias, que era un buen amigo. A él le gustó mucho, pero me dijo que ahí había una novela, y que yo tenía que escribirla. Así que disciplinadamente me puse a darle la vuelta a esa tortilla. Quería entrar en la época del Londres victoriano y enfrentarla como en un juego de espejos al París del presente, para relatar cómo nuestro lado oscuro se manifiesta a lo largo del tiempo. Porque el odio de hoy no es una novedad. Es un odio viejo, que viene de muy atrás, y para poder entenderlo me pareció una buena idea presentarlo así.

El escritor y periodista José Manuel Fajardo, en Madrid. JUAN BARBOSA

P. Dice que quería escribir un libro que fuera como un directo a la mandíbula. ¿Lo ha conseguido?
R. Lo que buscaba era divertirme mucho escribiéndolo. Mi idea era hacer una de esas novelas cortas que a mí me encantan. Yo soy devoto de Pedro Páramo o La balada del café triste o Bartleby, el escribiente, libros que son como diamantes, pequeños, brillantes, tallados y duros. Espero haberlo logrado, pero eso lo tiene que decir el lector. Quería que fuera un libro de impacto y para eso tenía que ser breve.

P. Ninguno de los dos protagonistas son personas especialmente desgraciadas, ¿por qué los ha escogido?
R. Porque el mal social se nutre de la gente corriente. Cuando una sociedad se desquicia, no lo hace por los desesperados. Estos viven en la marginalidad y su resentimiento y odio pueden hacer ruido, pero raramente perturban el orden social, o pueden hundir la sociedad en un abismo. Esto sucede cuando las personas que no están desesperadas se psicopatizan, cuando se dejan llevar por miedos más fantasmales que reales y empiezan a temer que van a perder lo que tienen o lo que no han llegado a tener y creen que ya no van a conseguir. Empiezan a sentirse frustrados en sus deseos y a considerar que la violencia está legitimada como herramienta. Entonces esas personas normales, que no han sido víctimas de grandes afrentas, empiezan a comportarse como marginados, a convertirse en seres furibundos y a odiar a quienes son más débiles que ellos. Cuando encuentran esa espita para dar salida a su odio es cuando una sociedad se desmorona. Es lo que pasó con los fascismos del siglo XX y es un poco lo que está ocurriendo en el mundo de hoy. El libro nace por mi preocupación por este auge de la irracionalidad, el odio y la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero viven, gritan, se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo.

Me preocupa este auge de la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo

P. ¿Cuál es el germen del odio?
R. El odio es muchas veces heredado. En la novela los padres de los protagonistas son dos misóginos y estos también lo son. En gran medida de lo que hablo es del odio al otro, al que no tiene tu color de piel, al que no tiene tu religión, no tiene tu estatus social o no es de tu país, es decir, el que es distinto. Y el primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La primera otredad. Según un informe de la ONU de 2019, más del 90% de los homicidios en el mundo los cometen hombres. Cómo no va a existir la violencia de género. La violencia tiene género, y es esencialmente masculina. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

El primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

P. ¿Se ha dado cuenta de que dedica muchas más palabras a describir la fealdad y la miseria que la belleza?
R. En este libro es inevitable porque estoy hablando de la fealdad humana. La descripción es un agente activo de la narración, para mí. En estos lugares de la novela la descripción juega como espejo del alma de los personajes, esa fealdad que los rodea es el reflejo de lo que está creciendo dentro de ellos. Yo creo que, al igual que la belleza puede ser sanadora, si vives rodeado de fealdad, si comes en unos platos de plástico y vives rodeado de mugre, si todo a tu alrededor es tosco, eso enferma, eso hace que te vuelvas miserable.

P. ¿Cómo ve España cuando vuelve a su país?
R. Encuentro un país que me fascina y del que no me sé desentender. Yo creo que para mi salud espiritual y mental es bueno que viva fuera de España, porque me desespera a veces tanto que, si viviera inmerso en la sopa nacional, acabaría de los nervios de nuevo y no tengo ganas. Me da pena, porque yo luché de joven por la democracia. Es una tristeza ver cómo ahora vuelven los discursos franquistas después de habernos librado de toda esa pobreza de espíritu, porque esa dictadura, además de terrible, era mediocre, gris, sucia, con una moral infame. Me vuelve loco pensar que todo esto pueda volver.



jueves, 17 de febrero de 2022

Isaac Rosa gana el premio Biblioteca Breve de novela con una picaresca antidistópica que imagina otro mundo posible


‘Lugar seguro’ retrata con ironía a tres generaciones de una familia que se aprovecha de las grietas del sistema en su beneficio.

Isaac Rosa ha ganado este lunes el 64º premio Biblioteca Breve con Lugar seguro, una novela que retrata con ironía a una familia de picaros en un escenario social que se prepara para el apocalipsis. “Un retrato genial de tres generaciones de granujas de una misma familia que se aprovechan de las grietas del sistema en su propio beneficio”, ha destacado el jurado. El premio que convoca y dota con 30.000 euros la editorial Seix Barral, uno de los más importantes del panorama literario en español, ha distinguido la obra de Rosa entre 858 manuscritos en un acto en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

“Desde aquí, en línea recta hacia el sudoeste, podría llegar a mi casa avanzando bajo tierra”, comienza la obra de Rosa (Sevilla, 48 años), que expone un día en la vida de Segismundo García, un comercial venido a menos que cree haber encontrado el negocio que lo sacará de su crítica situación: la construcción y venta de búnkeres low-cost dirigidos a las clases más humildes. Esto cuando la construcción de refugios entre la clase alta se ha convertido en una tendencia para protegerse de futuros desastres. El lugar seguro al que alude el título es el nombre de la empresa y aquello que ofrece su protagonista: “un sálvese quien pueda”, en palabras del autor, en medio de la obsesión por el fin del mundo y la creciente mercantilización del miedo y la inseguridad.

El padre del protagonista, que lleva el mismo nombre, acaba de salir de la cárcel por un fraude con una red de clínicas dentales; y el hijo, Segis, recurre a la tecnología para crear negocios que se aprovechan de los vacíos legales. “Los tres Segismundos vienen de abajo y se estrellan una y otra vez, los llamamos pillos; pero cuando triunfan los consideramos emprendedores, modelos de éxito”, reflexiona el autor. Rosa mantiene que su protagonista, un tipo cínico, irónico y descreído, es sin embargo un personaje “imprescindible” para aquello que intenta transmitir con su novela: “Un futuro en el que, sin haber desaparecido los actuales problemas, sí se abre paso una posible alternativa que no conduce al abismo”.

Este es el desafío de la obra: “Ser capaz de imaginar otro futuro”; de aquí que se despliegue de fondo un movimiento ciudadano que plantea una alternativa a la visión escéptica del protagonista. Pero hay que ser cautelosos, sugiere Rosa: “Quería contar esa posibilidad desde los ojos de alguien descreído porque es la manera de no caer en la idealización o ingenuidad, y la forma de mostrar las limitaciones de cualquier intento de cambio”.

Isaac Rosa, que ha hecho referencia durante la presentación a algunas influencias como la del relato El nadador, de John Cheever, ha publicado nueve novelas y ha ganado importantes premios, como el Rómulo Gallegos, el de la Fundación José Manuel Lara o el Premio Andalucía de la Crítica. Lugar seguro, considera su autor, es su novela “más divertida”: “Se puede leer como una comedia amarga, que son las que me gustan”, ha comentado.

El objetivo del premio Biblioteca Breve desde su fundación, en 1958, ha sido estimular “una auténtica vocación renovadora”, así como abordar “la problemática literaria y humana estrictamente de nuestro tiempo”, según dejó sentado en su primer veredicto el editor Carlos Barral. Lugar seguro, que estará en librerías desde el 9 de marzo, ha sido distinguida por un jurado conformado por Pere Gimferrer, Benjamín Prado, Elena Ramírez, Andrea Stefanoni y Juan Manuel Gil, el último galardonado, con la obra Trigo limpio. El Biblioteca Breve tiene una amplia tradición en el panorama literario en español. Ha reconocido a autores como Juan Marsé, Gioconda Belli, Carlos Fuentes o al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, cuya obra, La ciudad y los perros, obtuvo el premio en 1962, y fue determinante en el desarrollo del boom latinoamericano.

https://elpais.com/noticias/premio-biblioteca-breve/

jueves, 10 de febrero de 2022

'Ulises' de James Joyce: cómo pasó de ser "obscena" y "tonta" a "la mejor novela del siglo XX"


En la primavera de 1921, la librera parisina Sylvia Beach se jactó de sus planes de publicar una novela que consideraba una obra maestra que estaría "clasificada entre los clásicos de la literatura inglesa".

"'Ulises' hará que mi librería sea famosa", escribió sobre la aclamada y desafiante novela de James Joyce, escrita durante siete años en tres ciudades que describen los eventos de un sólo día en Dublín.

Y así fue.
El 2 de febrero de 1922, Beach publicó la primera edición del libro "Ulises", justo a tiempo para el 40 cumpleaños de Joyce.

Estilísticamente denso en partes, cuenta las historias de tres personajes centrales: Stephen Dedalus, Leopold Bloom y su esposa, Molly, y ahora se celebra como uno de los textos más influyentes del mundo.

Fue incluso declarada por un panel de prestigiosos escritores y académicos como la mejor novela escrita en inglés del siglo XX.

Pero no siempre fue así.
'Tontería'
El poeta, dramaturgo y crítico literario británico-estadounidense T.S. Eliot declaró en 1923 que Ulises era "la expresión más importante que ha encontrado la era actual", "de la que ninguno de nosotros puede escapar".

Pero el camino hacia la publicación no fue fácil.

La novela generó controversia y fue rechazada por muchos, incluso algunos miembros de la comunidad literaria.  La librería parisina de Sylvia Beach fue un paraíso para los expatriados estadounidenses durante las décadas de 1920 y 1930.

La destacada escritora vanguardista británica Virginia Woolf describió la novela como una "tontería".

Tras la serialización de algunos pasajes en la revista estadounidense Little Review en 1920, hubo un juicio por obscenidad que concluyó con una multa a los editores y la orden de suspender su publicación. La novela también fue censurada en Reino Unido.

No obstante Beach, propietaria de Shakespeare & Company en la Rue Dupuytren, estaba decidida a publicarla en forma de libro, lo cual hizo, financiándolo en parte con su propio dinero con la promesa de suscriptores.

Al escribir sobre cómo lo logró, contó que tuvo que "apartar cada centavo para pagar" la imprenta del libro.

La decisión de Beach de publicar la convirtió en una "heroína cultural de la vanguardia", señaló Keri Walsh, directora del Instituto de Estudios Irlandeses de la Universidad Fordham de Nueva York.

"Había una sensación de que éste iba a ser uno de los libros que definirían el modernismo, por lo que entendió que se aseguraría su propio lugar en la historia literaria al ser su editora", le dijo Walsh a BBC News NI.  

Sylvia Beach y James Joyce.
Joyce y Beach se conocieron en 1920, poco después de que él se mudara a París.

Hacía tiempo que había dejado Irlanda en un exilio autoimpuesto, y había vivido en Trieste y Zúrich antes de llegar a la capital francesa.

Beach describió ese encuentro como un momento poderoso, contó Walsh.

"Joyce estaba muy cansado en este momento. Había pasado tanto tiempo luchando para terminar de escribir 'Ulises', superar [la Primera Guerra Mundial] y sobrevivir, que sintió que ella podía proporcionarle a él y su familia algún tipo de estabilidad y apoyo".

"Ella era mucho más que una editora: banquera, agente, administradora, amiga de la familia. Durante mucho tiempo esa relación funcionó bien".

Pero luego de disputas sobre los derechos de publicación, la relación entre Joyce y Beach se agrió y esta última finalmente cedió los derechos de la novela, escribe Walsh en "Las cartas de Sylvia Beach".  Una de las primeras ediciones de "Ulises".

La casa editorial Random House publicó "Ulises" en 1934 después de que el año anterior se anulara la prohibición estadounidense de publicación.

Así se comercializó a una audiencia más grande, pero pasaron 20 años antes de que los escritores comenzaran a reconocer su valor, dice John McCourt, profesor de inglés en la Universidad de Macerata en Italia.

Si bien Joyce estaba profundamente frustrado por la recepción que había recibido "Ulises", era implacable, agrega el profesor McCourt.

"No permitía que se cambiara ni una coma para ajustarla más a lo que el público que consideraba aceptable".

Aunque "Ulises" había sido prohibido en Estados Unidos y Reino Unido, nunca lo fue formalmente en la Irlanda natal de Joyce.

Las autoridades irlandesas creían que tan pocos leerían la novela que no necesitaban prohibirla, argumenta McCourt. 
James Joyce y su esposa Nora Barnacle, 1930.

"Joyce era como un forastero que exploraba Irlanda", dice.

"En cuanto a la recepción en su país, los irlandeses se resintieron profundamente porque, desde el exterior, se atrevía a criticar a la Irlanda de 1922, su nacionalismo y los límites de ese Estado cerrado que fue montado y dominado por Iglesia católica".

'La seguridad de la distancia'
El autor tenía una relación enormemente complicada con su país de nacimiento, y viceversa.

Se fue en 1904, cuando tenía poco más de 20 años de edad, e hizo cuatro visitas posteriores, pero después de 1912 nunca más regresó.

Y, sin embargo, sus obras están ambientadas en Irlanda, con Dublín en muchos sentidos como un personaje en sí mismo.  El río Liffey en Dublín, presente en varias obras de Joyce.

Joyce quería cambiar Irlanda transformando la forma en que los irlandeses se veían a sí mismos, argumenta el profesor McCourt.

"Estaba muy conectado con Irlanda. Sabía que no iba a hacer amigos a través de sus libros, no podría haberlo hecho si se hubiera quedado en Irlanda".

"Tuvo que hacerlo desde lo que él llamó 'la seguridad de la distancia' en su novela cómica 'Finnegans Wake'".

Sin embargo, hubo algunos que reconocieron la importancia de Joyce, apunta el profesor McCourt.

Entre ellos el ministro del gobierno irlandés, Desmond Fitzgerald, quien lo visitó en París y propuso que fuera nominado para el Premio Nobel de Literatura.

Pero, en general, la hostilidad hacia Joyce continuó hasta su muerte en 1941 en Zúrich, al punto de que no hubo representación oficial irlandesa en su funeral.  Escultura de James Joyce que está detrás de su tumba en el cementerio de Fluntern en Zúrich.

Fanáticos
La marea de la opinión tardó mucho en cambiar.

El primer Bloomsday —una celebración que tiene lugar cada 16 de junio, que es el día de 1904 en el que transcurre la novela—, se celebró en 1954.

El nombre del evento viene del personaje central de Ulises Leopold Bloom, cuya vida y los pensamientos desde las 8 de la mañana hasta las primeras horas de la mañana siguiente son el tema de la novela.

Anualmente, los entusiastas se disfrazan como los personajes de la obra o al menos con ropa del estilo de la época.

Muchos toman el mismo desayuno que Bloom ese mañana —que incluye hígado y riñones asados en mantequilla, tostadas y, por supuesto, una taza de té— y, si están en Dublín, peregrinan a los distintos lugares de la novela, o asisten a charlas o representaciones.  La farmacia Sweny, donde el protagonista de Ulises compra una medicina y jabón de limón, se ha mantenido intacta.

En junio de 1962, el Museo James Joyce fue inaugurado por Beach en la Torre Martello en el suburbio de Sandycove, al sur de Dublín.

En 1982 se organizaron eventos en el país para conmemorar el centenario del nacimiento de Joyce.

Un informe de The New York Times sobre la "celebración nacional" del día reflejó el cambio en la opinión pública.

"En su centenario, Dublín honra al Joyce que alguna vez despreció", decía su titular.

Ahora, cien años después de la publicación de "Ulises", Joyce es reverenciado en casa y en el extranjero.

Desafiante
Ese cambio en las actitudes ha sido tan radical que McCourt argumenta que Joyce se ha convertido en un "producto de consumo, en muchos sentidos anulando, borrando con aerógrafo, el hecho de que gran parte de lo que escribe sobre Irlanda es negativo".

"No veo nada de malo en que la gente se disfrace, pero no convirtamos a Joyce en algo inofensivo", opina McCourt, autor de "Consumiendo Joyce: 100 años de Ulises en Irlanda".  Fanáticos de la novela se disfrazan para celebrar Bloomsday cada año.

"Su libro tiene ese filo cortante. Te obliga a buscar un equilibrio. Su novela no debería ser un vehículo para la nostalgia de un Dublín mágico del pasado en el que todos vestían trajes eduardianos y se divertían".

"Joyce retrata un Dublín muy diferente, muy pobre e introvertido".

Irlanda apenas ahora está aprendiendo a lidiar con ese legado, argumentan algunos expertos.

"[Ulises] no estaba realmente en el dominio público, estaba en el dominio de los académicos, de una élite", explica Darina Gallagher, directora del Centro James Joyce en Dublín.

"Realmente no conocíamos a los personajes de la novela. Sólo los estamos conociendo ahora, explorando y encontrando un legado en ellos, lo cual es fascinante".

Una exploración que definitivamente vale la pena, asegura el escritor irlandés Colm Tóibín.  "Joyce toma una epopeya, la 'Odisea' de Homero, y la torna ordinaria. Y al hacerlo, crea una enorme cantidad de energía alrededor de un día común y corriente, en el que varias personas se encuentran o se evitan en Dublín.

"Hay tanto de lo que llamamos 'vida' en el libro y cosas que reconocemos, que hace del libro uno increíblemente humano, en el sentido de que sus dimensiones son las nuestras.

"Es una novela para este momento y está teniendo su centenario como documento vivo. Quien lo lee sabe que trata cuestiones realmente grandes que aún nos preocupan".

Aunque muchos que aseguran haberlo leído, comenta Tóibín, realmente no lo han hecho: "Ulises"tiene la reputación de ser una lectura desafiante y, a veces, impenetrable.

Consejos para leer "Ulises"
"Aférrate al ahora, al aquí, a través del cual el futuro se sumerge en el pasado", es la cita de "Ulises" en este cartel en Dublín.  

De Darina Gallagher, Centro James Joyce, Dublín
No le tengas miedo.
Lee "Retrato del artista adolescente", pues puede ayudarte con los personajes.

Del escritor Colm Tóibín
Hay una gran cantidad de escritura crítica sobre "Ulises", y lo mejor con la mayor parte es no leerla, porque realmente está escrita para especialistas o para académicos.
Penguin publicó un libro del crítico Terrence Killeen que está lleno de conocimiento pero escrito de manera muy clara. Además, le encanta la novela y esa admiración es contagiosa. Killleen te lleva a través del libro de una manera que creo que buena para abordar esta obra: episodio por episodio y durante un largo invierno.

De John McCourt, Universidad de Macerata, Italia
Nadie está completamente preparado para leer el libro.
Si sabes algo de música, será de gran ayuda.
Si sabes algo sobre Irlanda y su historia, ayuda.
No intentes leerlo demasiado rápido.
Léelo en voz alta, ya que cobra vida.

De Dan Mulhall, embajador de Irlanda a EE.UU.
Cuanto más he profundizado en él, más lo he disfrutado.
Si estás en busca una lectura fácil, no es para ti.
Es desafiante, pero vale la pena, porque tiene una gran profundidad.
Si descubres que un episodio es demasiado difícil, no te desanimes y sigue adelante.
Esta no es una novela de detectives en la que tienes que obtener las pistas en el capítulo 3 para poder leer el capítulo 4.

De Keri Walsh, Instituto de Estudios Irlandeses, Universidad de Fordham, Nueva York
Forma un grupo de lectura. Cobra vida si lo lees junto con otros.
Léelo y detente en pasajes cortos a la vez.
Tómatelo con calma.

martes, 18 de enero de 2022

Réquiem de John le Carré por un mundo acabado.

La novela póstuma del maestro de los libros de espionaje alberga un reguero de claves sobre su mirada decepcionada a la sociedad británica. “El país en el que creyó se estaba evaporando”, cuenta su hijo Nick.

Un caballero inglés que se deja caer por una nueva librería de pueblo y que entabla amistad con su dueño hasta el punto de sugerirle una comunidad en torno a los clásicos podría ser tan entrañable como parece, salvo —¡cuidado!— en una novela de John le Carré. El viejo maestro de las novelas de espionaje, fallecido de neumonía a los 89 años hace 13 meses, no nos abandonó a nuestra suerte sino que dejó sembradas sorpresas. Y la más importante de ellas sale ya a la luz: Proyecto Silverview (Planeta) es su obra póstuma, un auténtico réquiem por ese mundo británico que ha descarrilado. La novela guarda claves de su pensamiento decepcionado y de una concepción de la lealtad aferrada a los principios por encima de cualquier imposición. Como El Cid, Le Carré seguirá ganando guerras después de su muerte.

Una novela póstuma, último misterio de John le Carré
“Es un réquiem por el servicio de inteligencia tal y como él lo había descrito hasta entonces”, cuenta su hijo más joven, Nick Cornwell, por videoconferencia desde Londres. “En todas sus novelas siempre quedaba alguien íntegro como Smiley que hacía lo que había que hacer, capaz de llevar el Santo Grial y sacar el mundo adelante en medio de una catástrofe. Y en esta novela ya no queda nadie. Creo que mi padre encontró esa idea muy difícil cuando la escribió y que esa es una de las razones por las que la guardó”.

Tres años antes de morir, David Cornwell, al que todos conocemos como John le Carré (1931-2020), encargó a su hijo Nick que se hiciera cargo de sus obras si quedaba algo inacabado. Hay fragmentos, hay artículos o material que siguen en revisión, pero lo más completo y coherente que dejó sin publicar fue esta novela de 2014, guardada casi como ese luminoso Santo Grial que solo Smiley podría llevar a su altar. “Estuvo a punto de enviarla para su publicación cuando la terminó y por alguna razón la aparcó. A veces hablaba de retomarla, de trabajarla más, como cualquier escritor. Cuando fui a leerla yo temía que fuera mala pero me encontré que era perfecta: completa, reflexiva, corta como sus primeras obras, contenida, centrada en la hipocresía británica y muy próxima a Una verdad delicada, que es la perfecta destilación de su escritura”, cuenta el hijo. La edición ha sido mínima porque, como asegura su hijo, “él corrió la maratón y yo le di el empujoncito final para que cruzara la meta”. El resultado “es un clásico de Le Carré en todos los sentidos”.

¿Es por tanto un réquiem por Inglaterra?
—Cuando la escribió no era tanto un réquiem como esa música que suena en una película justo antes de que muera el personaje. En 2014 hubo unas elecciones en las que pasó lo contrario de lo esperado, luego vino el Brexit y ahí seguimos, en nuestra decadencia. Es un libro que observa y reconoce el momento en el que todo empieza a torcerse.

Los servicios de espionaje eran para John le Carré una metáfora de la propia sociedad británica, cuenta su hijo. Y el aroma a decepción que traza la novela desde la mirada de ese caballero que frecuenta la librería y que —sí, lo han adivinado— es un viejo espía será indeleble. “El fin de la verdad y la integridad en el servicio de inteligencia se convierte aquí en una acusación al Reino Unido”.

Los (buenos) espías de Proyecto Silverview han perdido la fe en su país y en el servicio de inteligencia; y el libro rezuma esa pelea habitual en Le Carré entre la lealtad a los principios, a los amigos y amores que lo han dado todo, frente a la lealtad a los funcionarios, a la burocracia, a las órdenes frías dictadas tantas veces por la conveniencia política y los intereses oscuros. Y ese sentimiento que plasmó Le Carré en 2014 en estas páginas solo fue creciendo y profundizándose en él al mismo ritmo en que el Reino Unido optó por el Brexit y la distancia del mundo. “El país en el que él creyó”, asegura Nick Cornwell, “se estaba evaporando”.

Y eso no significa que tuviera nostalgia de la Guerra Fría. Él la odiaba por todo lo que se hizo mal en la época que tan bien supo reflejar y, por el contrario, albergó grandes esperanzas en la oportunidad que se abrió a su término: aspiró entonces y creyó posible un futuro de libertad, a salvo de totalitarismos y de unilateralidad, de gran acercamiento a Europa y con soluciones para los más vulnerables, describe Cornwell con gran emoción en su tono. “Toda su escritura es sobre compasión, sobre comunidad. ¿Significa eso que perdió la fe? No lo sé, pero que se desaprovechara esa oportunidad disparó su ira e hizo su escritura más feroz”. De lo que tuvo nostalgia, lo que lamentó, es que el mundo no aprovechara esa oportunidad. “Él siempre miró al futuro, quería un futuro mejor en lugar de un pasado mejor”.

“No hemos cambiado el mundo”, reflexiona uno de los viejos espías que protagonizan Proyecto Silverview. “Creo que yo habría sido más útil en un club juvenil”.

Y ese derrotismo concentrado en el microcosmos de un pequeño pueblo en la costa británica que reúne todos los males del mundo, como describe su hijo, es el sabor que deja la novela en el paladar.

—¿Recibió el reconocimiento que sintió que merecía?
—No creo que ningún autor del mundo crea que le han reconocido como se merece. En el mundo anglosajón y sobre todo en Reino Unido fue interpretado como autor de thriller porque cometió la temeridad de vender libros. Pero solo tenía que viajar y verse fuera para ser acogido como escritor esencial, literario, único para reflejar la Guerra Fría y sus consecuencias.

El libro también es un libro sobre la muerte. La de Deborah, una de las protagonistas, es un retrato premonitorio de la de la propia esposa de John le Carré, fallecida de cáncer apenas dos meses después que él. Pero tras las reflexiones sobre la lucha, la ira y la fragilidad que desencadena la enfermedad se cierra el telón, se vuelve a abrir y llega lo más parecido a la inmortalidad. “Es imposible saber si él será eterno, pero mientras debatamos sobre Guerra Fría, el siglo XX y sus consecuencias en el siglo XXI habrá que hacer referencias a él porque capturó ese momento de una manera única”, asegura Nick. “Su habilidad para detectar historias que con el tiempo se convierten en titulares fue especial, así que concluyo que sí: él estará ahí para siempre”. Su gran legado, si por algo quisiera ser recordado Le Carré, dice, es por la compasión.

Cornwell, cuarto hijo del autor, afrontó las muertes de su padre (en diciembre por neumonía) y de su madre (en febrero por cáncer) en plenas restricciones por la pandemia y por ello no perdona al habitante de Downing Street: “Sí, soy uno de tantos que no pudimos hacer lo que hubiéramos querido haber hecho por nuestros padres en sus últimos días, mientras el primer ministro bebía vino en Downing Street. Por eso estoy enfadado con él”. El episodio de las fiestas de Boris Johnson mientras los ciudadanos sufrían bien podría ser otro capítulo de un libro de Le Carré, pero ese no lo veremos. A cambio, leeremos Proyecto Silverview.

El País. https://elpais.com/cultura/2022-01-13/requiem-de-john-le-carre-por-un-mundo-acabado.html

sábado, 11 de diciembre de 2021

El fenómeno planetario Irene Vallejo o cómo Ovidio llamó al placer por su nombre

‘El infinito en un junco’ salta a decenas de países como en su día lo hizo ‘El mundo de Sofía’ y abre el debate sobre la traducción de los clásicos

El éxito de Irene Vallejo no solo sigue imparable en España con más de 400.000 ejemplares vendidos, sino que empieza a multiplicarse en decenas de países de varios continentes en un fenómeno que se compara ya al de aquel El mundo de Sofía, el repaso de la filosofía desde la mirada de una adolescente que situó al noruego Jostein Gaarder en la cima mundial del best seller de calidad. Con esa prosa cálida y luminosa que la ha conectado con el público y el ambicioso recorrido por la narración literaria como nutriente que es El infinito en un junco (Siruela), la zaragozana de 42 años afronta asombrada —cuenta— una escalada que jamás imaginó para un ensayo que aspiraba simplemente a publicar.

“Ni siquiera es un sueño cumplido”, cuenta, “porque jamás me habría atrevido a ir tan lejos en mis fantasías. Cuando lo escribía, sin contacto alguno con ninguna editorial, a la intemperie, pensaba que un ensayo sobre el mundo clásico y la reivindicación de las humanidades tenía papeletas para interesar a pocos en el mejor de los casos”. Pero suma en poco tiempo nueve ediciones en Holanda, varias en Italia, en Portugal, en Francia; recién salido en Serbia, en Polonia, en Taiwán y en plena circulación en América Latina, ya son más de 35 los países que lo han acogido y acumula montones de críticas positivas e invitaciones infinitas. La experiencia no es solo motivo de asombro y aplauso ante un acontecimiento que jamás habían vivido en Siruela, su editorial, sino que abre un debate vivo y enriquecido cada día sobre los límites de las traducciones para llevar una obra tan cargada de citas y referencias clásicas a los idiomas e idiosincrasias de tantos países. Los traductores no han dejado de contactarla con desafíos interesantes.

“Hemos librado una pequeña batalla para que la traducción de los clásicos que cito sea fiel a la mía y no a esas traducciones establecidas, algunas del siglo XIX, cargadas de una corrección y elegancia que no recoge las barbaridades y palabras malsonantes que usaban los clásicos. Yo hice mis propias traducciones del latín y del griego, libres y literarias, y en algunos países no están acostumbrados, pero hemos conseguido que lo asumieran como parte del contenido del libro”, dice Vallejo.

Por ejemplo: Monica R. Bedana, la traductora para el edición italiana, relata cómo su primera versión “hizo saltar las alarmas de la editorial”. “Chocaba especialmente el registro empleado en las citas latinas y griegas y me plantearon cambiarlas, sacarlas de las ediciones italianas más reconocidas, como se suele hacer en los ensayos al uso”. Bedana hizo la prueba insertando las citas que proponían en algunos capítulos de una nueva versión. “El resultado fue un engendro. Era otro libro, ya no era El infinito en un junco, sino un libro inútil, algo mil veces visto. Nos reímos después del susto y volvieron a mi primera entrega”, cuenta.

Arquíloco, poeta díscolo que se ufanaba de salir corriendo en la batalla —un tabú para un soldado de la antigua Grecia como él, como es lógico— o que hablaba explícitamente de deseo y de sexo, ha sido siempre edulcorado por la traducción convencional, algo que Vallejo se ha saltado en su obra. Como detalla Bedana, para el mundo editorial italiano “Arquíloco no puede decir ‘culo’, aunque en realidad lo diga: siempre serán ‘posaderas’ las suyas; tampoco dirá ‘sobaco’, sino ‘axila’; por no hablar de los ‘coños’ de Ovidio en el Ars amandi, que se volverán, rigurosamente, ‘partes pudendas’. Marcial no se ‘cagará en todo’; como mucho, ‘se quejará con fuerza”.

Pero si Vallejo había optado por reflejar la verdadera voluntad de Ovidio cuando habló de la necesidad de esperar al orgasmo de las mujeres o de Safo cuando mencionó las relaciones eróticas en lugar del “internado para señoritas” con el que lo había edulcorado un filólogo alemán, así lo han respetado en general sus traductores y ella lo agradece. “Es una traducción muy exigente porque es un libro que abre la puerta a muchos libros”, asegura ella. “Cómo nos acercamos a los clásicos, si los vemos como fueron y sin tantas capas de interpretación y en un pedestal, sin aceptar que dijeran ciertas cosas, es una de las dimensiones importantes de mi libro”.

Tono accesible y oral
Uno de los dos traductores al portugués, Àlex Tarradellas, reconoce que también se abrió el debate sobre la traducción de las citas clásicas que usa Vallejo, pero la dificultad de consultar tantos libros con las bibliotecas cerradas por la pandemia y la propia lógica de la obra les ayudaron a tomar la decisión. “El tono accesible y oral que le da Irene a sus traducciones no coincidía con muchas de estas versiones y el cambio de tono habría podido chocar al lector. Optamos por traducirlo todo”. Para él fueron algunos falsos amigos del portugués y el español los que representaron “un peligro constante”. El “caudal” español, por ejemplo, acabó en “fertilidade”.

La traductora francesa Anne Plantagenet optó en ocasiones por recurrir a traducciones oficiales de clásicos y en otras por mantener la voz de Vallejo, pero destaca sobre todo las razones por las que ha conectado con los lectores galos: “El público francés está muy acostumbrado a una literatura que mezcla la investigación, los temas graves o eruditos, o de sociedad, con lo íntimo”, relata. Y ahí están Annie Ernaux o Emmanuel Carrère como grandes baluartes del género. “Y cuando la voz íntima es muy bonita, evidente, inmediatamente reconocible y familiar, puede llevar al lector a cualquier sitio. La voz de Irene es la voz encantadora de la madre que cuenta historias por la noche antes de dormir. Eso y la modernidad de la estructura explican para mí su éxito”. Annakarin Thoburn, que lo ha traducido al sueco, ha necesitado sacar de la biblioteca más de cien libros para acometer el proyecto que más ha tardado en trabajar, y no por la cantidad de páginas. “Ha sido un viaje largo, emocionante, cautivador, desafiante...”, cuenta. “He descubierto muchos libros que después he seguido leyendo. Irene describe de forma muy hermosa este amor por los libros, como objetos mágicos, y eso también lo he podido vivir durante el trabajo”.

Sin traducciones, pero con igual expectación, el junco ha saltado a Latinoamérica, que lo ha acogido, asegura Vallejo, con la conexión de quien ha compartido el amor por la narración que palpita en la obra y que también se vive en el continente. La literatura está llena de metáforas relacionadas con lo textil, como “bordar un discurso, nudo, desenlace, hilo de una historia o de Ariadna, el tejido que Penélope hace y deshace...”, y en las comunidades indígenas los tejidos y nudos se han utilizado históricamente como forma de expresión e identidad, incluso para enviarse mensajes. “Si en mi libro propongo que las mujeres que tejían fueron fundamentales para la narración de historias e hicieron saltar sus metáforas al mundo literario, en estas comunidades me he encontrado historias concretas y bonitas en este mismo sentido que me dan mucho material”.

El infinito en un junco, titulado en otras versiones como Papirus, El infinito en un papiro, La eternidad en un junco..., lanza así a la autora a un universo que en ocasiones quema, como Gaarder llegó a confesar. Ella, por el momento, avanza sin miedo: “Asumo que tiene riesgos, pero nunca he sentido más presión que cuando escribía sin saber si podría publicar, cuando dudaba de si este sueño era demasiado grande y a mi alrededor me preguntaban por qué no buscaba un trabajo de verdad. Intentaré que esto se traduzca en libertad creativa”. Hoy por hoy, en suma, lo disfruta.

El País

domingo, 15 de agosto de 2021

Leonardo Sciascia, 100 años de la conciencia de Italia

Varias reediciones celebran el centenario del autor siciliano, que analizó en su obra lo que todo poder tiene de “hecho criminal”. El tiempo le dio la razón en sus denuncias de la connivencia entre mafia y política

Dos años antes de su muerte, Leonardo Sciascia (Racalmuto, 1921-Palermo, 1989) decidió arremeter no sólo contra la Mafia, piedra negra de su país y de su tierra natal, Sicilia, sino contra aquellos que se aprovechaban de sus denuncias contra esa organización criminal para medrar en los negocios y en la política, entre ellos los líderes visibles e invisibles de la Democracia Cristiana, que dejó morir a Aldo Moro, secuestrado por esa otra banda implacable que fue la sangrienta Brigadas Rojas. En aquel país poseído por el gen más peligroso desde el fascismo de Mussolini, la arriesgada denuncia del hombre que había sido llamado “conciencia de Italia” le costó a Sciascia ataques que él arrostró sin otro apoyo, casi, que el que le dio el periodista más importante de entonces, Indro Montanelli, que dijo que no hacía nada sin pensar qué hubiera hecho en su lugar el autor de Todo modo.

Sciascia sobrellevó aquella polémica como una más de una vida que lo llevó del periodismo a la política y a la ficción literaria. Marcado por aquel asesinato (primavera de 1978) del influyente líder político abandonado por los suyos escribió El caso Aldo Moro, “terrible panfleto escrito cuando la muerte y el crimen atraparon a Italia del todo”, como escribió aquí Rafael Conte. Hasta entonces prácticamente todos sus libros, incluidas las ficciones (como A cada cual lo suyo, 1966, o Todo modo, 1974, reeditados ahora por Tusquets), tuvieron que ver con esa amenaza que removió la conciencia intelectual, política y poética del escritor de Racalmuto.

A cada cual lo suyo es el desarrollo, lleno de humor, de un incidente de cuernos que ocurre en un pueblo sin nombre que se va desarrollando de acuerdo con las instrucciones que hicieron visible el poder de la mafia. No hay en este libro, entre los primerizos de su obra, tan solo un relato de lo que ocurre en un pueblo cuando desvarían sus fortalezas morales, sino una crítica sistemática de los distintos poderes simbólicos manejados por la mafia para chantajear a la sociedad. Todo modo, por otra parte, es quizá la novela más completa en cuanto que reúne en un escenario perfecto para Sciascia, una iglesia que deviene en hotel, a un sacerdote que resulta ser como el capo de una mafia peculiar y a un grupo selecto de funcionarios y políticos que llevan a sus amantes a unos ejercicios espirituales en los que irrumpe dramáticamente el hábito mafioso del chantaje y el asesinato. Un pintor muy conocido, detrás del que se adivina el propio narrador, va interpretando las paradojas crueles que dan de sí las distintas escenas de aquella sucesión de hipocresías, como si estuviera describiendo los distintos estadios a los que llega la Mafia en su sistemática destrucción de instituciones e individuos.

Como suele ocurrir en Sciascia, especialmente en Todo modo, se muestran atisbos de las pasiones literarias que están detrás de su propia escritura, como Cervantes, Borges, Stendhal o los clásicos italianos. A esos escritores literarios él añadía Bertrand Russell y José Ortega y Gasset. Al pensador español llegó por casualidad cuando descubrió (según contó en un artículo publicado en EL PAÍS, donde colaboró habitualmente) en una librería un volumen traído de España por un soldado italiano que aquí hizo la guerra en el bando fascista. “Ortega. Me apasiona. Me ha enseñado tantas cosas. En un momento se le alejó de la cultura contemporánea. Fue una injusticia y un error”.

Como suele ocurrir en Sciascia, especialmente en ‘Todo modo’, se muestran atisbos de las pasiones literarias que están detrás de su escritura Entró en política, como concejal, en Sicilia, de la mano del Partido Comunista, aunque no militó (“estuve cerca del PCI porque era liberal”). A finales de los años setenta del siglo XX aceptó ser diputado del Partido Radical, y como tal presidió la comisión que estudió el asesinato de Aldo Moro, pero luego se cansaría de las servidumbres de ese oficio, que había alternado con la literatura, se retiró a vivir a París, a cumplir con la pasión de escribir y de editar, pues fue colaborador decisivo de la firma Sellerio, donde él descubriría para Italia al entonces (1983) muy joven pensador español Fernando Savater.

El caso Moro, y su interpretación del mismo, lo pusieron al rojo vivo contra la política oficial italiana. Él llegó a decir que semejante proceso representaba “una negación del Estado”. “Se ha querido afirmar contra Moro la existencia del Estado y en realidad era la negación”, dijo en EL PAÍS a José Martí Gómez y Josep Ramoneda. “Un Estado que permite que se pueda secuestrar al presidente del partido político más importante; un Estado que en 55 días no lo consigue más que muerto, y aún porque se le ha indicado el sitio; un Estado que no consigue proteger a ningún ciudadano… Un Estado así no tiene el derecho de afirmar la razón de Estado y de no negociar. La vida del ciudadano inocente está por encima de todo y hay que negociar”.

Su pasión por poner al servicio del compromiso político su propia vocación literaria venía, dijo él, de la experiencia de los pelotones de fusilamiento que ejecutaban a los enemigos de Mussolini, “una visión del poder como hecho criminal”. “El poder del Estado. El poder de la Iglesia. El poder mafioso”. Y serían esos poderes los que, en ficción y en periodismo o investigación, serían las dianas en las que clavó las flechas, a veces proféticas, de la prosa que lo convirtieron en la conciencia de Italia, como fue llamado por sus contemporáneos.

Fue, además, una persona extraordinaria, muy querido en Italia y por donde fue. De ese aspecto humano, uno de sus grandes amigos, el periodista Juan Arias, entonces corresponsal de EL PAÍS en Roma, que sigue en este periódico desde Brasil, nos hizo este apunte: “De Sciascia siempre aprecié su autenticidad. No tenía dobleces ni tampoco se doblegaba. Era austero en su vida e incorruptible. Fiel a sus amigos y siempre reservado. Era la conciencia crítica del país y siempre estuvo fuera de las modas. Era entrañable”.

https://elpais.com/babelia/2021-08-14/leonardo-sciascia-100-anos-de-la-conciencia-de-italia.html

miércoles, 24 de febrero de 2021

_- El Hombre delgado, Dashiell Hammett,

_-

En El hombre delgado, la última novela de Dashiell Hammett, destaca un personaje infrecuente en el género negro, Nora Charles. Es la esposa del duro detective y el trato entre ellos parece ser entre iguales.

Nora ofrece una mezcla peculiar de lealtad y espíritu crítico, de inteligencia y compasión, de sensibilidad y súbita ingenuidad, de frivolidad social y generosidad, de radicalidad en los certeros juicios, de máxima apertura… A Lillian Hellman le explicó Hammett que había construido a Nora sobre su modelo, que Nora era ella. Ambos formaron una singular pareja durante treinta y un años, desde la juventud de ella hasta la muerte de él. La obra de Hellman (1905-1984), sus “comedias airadas” –una docena de obras de teatro y otros tantos guiones para películas–, supone un nudo tenso del arte dramático contemporáneo, vigente aún en variedad de adaptaciones y versiones. Sin embargo, su nombre, por esas cosas del periodismo y de la historia, quedó sobre todo vinculado a su declaración en 1952 ante el Comité de Actividades Antiamericanas, el órgano principal del macartismo y su caza de brujas.

De aquel trance, se retuvo en especial una frase de Hellman: “No puedo recortar mi conciencia para ajustarla a la moda de este año”. Pero hay alguna quizá más precisa: “La verdad lo convertía a uno en traidor como a menudo sucede en tiempos de canallas”. Y tituló Tiempo de canallas su relato de los hechos. Hechos que descubren una raíz de fascismo inscrita en el aparato de estado de las democracias: la persecución de la libertad de ideas, la promoción de las delaciones, la represión judicial, social y económica contra los disidentes… y todo ello en el país que entonces acuñaba orgulloso la etiqueta de cabeza del mundo libre. Repasar de vez en cuando aquel momento, junto a episodios europeos coetáneos y posteriores, valdría para conocer mejor el mundo que habitamos. Hellman, que no tuvo una militancia política como tal, fue, igual que muchos otros intelectuales y artistas, investigada, incluida en la lista negra, forzada a vender sus propiedades para sobrevivir, limitada en sus derechos y sus retribuciones, difamada, acosada. Y supo ver el momento clave que le tocaba, la oportunidad de dar un giro a la situación; por encima de las frases, eso definió su actitud: aceptó declarar sobre sí misma, responder a todas las preguntas, sin acogerse al derecho constitucional a no hacerlo (como era la práctica de quienes no cedían), con la única condición de no declarar sobre otros. Ese modo de asumir la propia dignidad y señalar el núcleo de la vergüenza desconcertó al Comité y obtuvo una sorprendente cascada de apoyos en la prensa hasta entonces enmudecida. Debía realizar una lectura en Nueva York a los pocos días, dentro de una ópera basada en un texto suyo, y la multitud asistente la aclamó, ante su perplejidad, como pocas veces se había visto.

Sin embargo, y aun valorando su posición cívica como merece, mi aprecio por Hellman siempre se ha debido a su obra. La leí con asiduidad a mediados, creo, de los ochenta, y la relectura de ahora ha revivido sin merma la intensidad y la emoción que recordaba. Y no ya sus notables piezas dramáticas, sino los volúmenes de sus memorias son los que encuentro excepcionales. En ellos –Una mujer inacabada, Pentimento, Tiempo de canallas, Quizás– está el friso vívido de una época cuya estela llega hasta aquí: las imágenes del Sur, donde nació y creció, de su economía sustentada en el racismo y de las formas de este en lo cotidiano, el mundo efervescente e industrial del Hollywood clásico, una extraña bohemia adinerada, los ríos de alcohol, los viajes emblemáticos a la guerra de España y al frente ruso de la segunda Guerra Mundial, la vida en la granja que pudo comprar con el éxito de The little foxes y que tuvo que vender al empezar los cincuenta; y los innúmeros personajes: Dorothy Parker, las memorables mujeres negras, su amiga Julia (que en el cine –Julia, 1970– fue Vanessa Redgrave), Eisenstein, el mafioso Costello, Samuel Goldwin y William Wyler, las cambiantes luces que recaen sobre Hemingway, Faulkner y Fitzgerald… Pero todo ello sería anecdótico si no se insertara en la trama de un inclemente y especialísimo autoanálisis: “mi padre dijo una vez que yo vivía dentro de un interrogante”.

El eje de tal pregunta continua es lo que ella llama “mi carácter” –“tengo un carácter irascible, que se despierta en los momentos más insólitos por las razones más insólitas, y que, una vez despertado, se encuentra fuera de mi dominio”–, algo que percibe como lo más íntimo y que también se contempla desde un exterior, que se conoce muy bien pero no se llega a entender nunca, un pulso permanente tanto con el mundo como con la propia conciencia: “a los 16 años me rebelaba abiertamente contra casi todo. Sabía que las semillas de la rebelión eran dispersas y carentes de objetivo en una naturaleza con unas ansias locas de acabar con algo, lo que fuera, y encontrar algo distinto, y poseía suficiente sentido común para comprender que si era demasiado orgullosa, demasiado sensible y demasiado osada se debía a que era tímida y estaba asustada”. Y el núcleo de ese carácter se revela, como todo lo constitutivo, casi incomunicable. Aunque este constante salir de sí, y su correlato de querer saber, generan una forma de lengua privada que, en el cuerpo de la escritura, se vuelve pasión del lector.

La capacidad de indignación, el impulso negativo –dirigido a menudo contra sí misma– y violento, las oscuras e irrompibles fidelidades, el rechazo de la hipocresía y la falsedad, la sensación de que cada instante está vivo…, no sé si podrían componer un proyecto de vida, pero aparecen como su afirmación intransigente. Con su aguda percepción y su permanente malestar, estas memorias proponen el valeroso relato de la dificultad para alcanzar una verdadera madurez personal, y de los extraños vínculos con esa dificultad que mantiene la lucidez. La de comprender que la energía invertida en perseguir una verdad, en encontrar un sentido, quizá obedeciese a un mito que la distraía de sí misma y dejaba a la persona inacabada. Y saber mostrarlo.

Lillian Hellman consideraba que su “rebelión contra el sentimentalismo” era generacional y “había nacido de la aversión al fingimiento”. Y es cierto que este rechazo está también, por ejemplo, en Dorothy Parker –que fue su mejor amiga durante varias décadas–, por más que sus sutiles cuentos chejovianos fueran tan contenidos, de ira tan ensordecida. Lo que Hellman aporta es una capacidad especial para expresar los sentimientos como pensamientos, como formas de conciencia, dándoles a unos y otros una movilidad que solo se decanta en hechos, en objetos, en situaciones. El poder del detalle, un memorable arte del punctum, determina esta escritura, y permite decirlo todo sin nada explicitar. La vemos subir en Madrid a un piso recién bombardeado, retener todos los detalles de lo cotidiano interrumpido como si los absorbiera –un plato de ensalada, un libro en francés abierto, una tabla de planchar caída con una falda aún encima–, hundirse entre los cascotes de los pocos peldaños que quedaban en pie… Y conservar para toda la vida dos botellitas de porcelana con rosas pintadas, y el retrato de una muchacha, que recogió allí. Su escritura, su conciencia es indistinta de las cosas. Y permanecen activas en el papel hasta el límite. Pero esos viajes como sin red –así, la travesía de Siberia en un avión lentísimo, sin asientos ni calefacción, con una neumonía aguda, sin saber ruso– solo cobran peso por el mundo real que los atraviesa, la gente normal, la que no tiene nombre y lleva consigo sus enseres, sus afectos y su dolor. Eso es lo que opera el difícil tránsito entre la sociedad bohemia y la disensión, lo que proporciona la materia de una rebeldía incesante y sin programa.

En este mordisco de realidad viene inevitablemente el tacto, el peso del tiempo. Es la sensación que se objetiva en lágrimas al descender sobre el aeropuerto de Moscú veintidós años después de la estancia durante la guerra. Lo irrecuperable no es solo lo que se vivió, sino quien lo vivió. El pasaje inicial de Pentimento recuerda el significado de este término técnico: “La antigua pintura al óleo, al correr del tiempo, en ocasiones pasa a ser transparente. Cuando esto sucede, es posible, en algunos cuadros, ver los trazos originales: aparecerá un árbol a través del vestido de una mujer, un niño abre paso a un perro, un barco grande ya no se ve en un mar abierto […]. Esto es cuanto quiero decir respecto a la gente en este libro. Ahora la pintura ha envejecido… y he querido ver lo que fue para mí una vez, lo que es para mí ahora”. Así, hay escritores –Elías Canetti, Lorenzo García Vega– que encuentran en las memorias el núcleo de su escritura, en vez de asumirlas como un género, de incorporar un marco y unas reglas; Lillian Hellman es de ellos, de quienes encienden la vida en su vida. No reconstruye una biografía, se mueve a saltos, atrás y adelante, con la implicación de una lógica personal en las historias y los personajes, sin cronología ni aparente estructura. En la evidencia de sus sentimientos-pensamiento, botellitas de porcelana. Con un habla propia, perceptible en su no cerrar el relato, en la arbitrariedad y potencia de las emociones que señalan la exterioridad de un sentido: “lo que jamás recordamos o jamás supimos de nosotros mismos suele ser lo más importante”. Y así desemboca en Quizás, donde persigue a un personaje fantasmagórico, una vieja amiga de huellas borradas, de la que a cada paso se va desmintiendo todo lo sabido y vivido: un dinámico ensayo sobre el desconcierto acerca de la memoria y de la propia realidad, narrando y suspendiendo en la indefinición, afirmando y negando a la par. Es un libro de 1980 y algo en él retrata también, con voz cristalina y mirada sabiamente borrosa, el temblor de la vejez.

Vuelve ahí el antiguo tema de la balanza, los pesos y contrapesos de los ritmos y necesidades de cada día, y también la imagen de sus platillos arrojados a la cuneta, oxidados. El cotejo entre el cambio de vida y el cambio de la vida, como dos pulsiones radicales y no sé si ajenas. Tan presente todo ello en la escritura de Hellman, me lleva a evocar aquella cápsula narrativa que Hammett escondió en medio de El halcón maltés. Un personaje está a punto de ser aplastado por un tablón que cae de pronto sobre la acera, y entonces reacciona abandonándolo de golpe todo: su familia, esposa e hijos, su trabajo, su ciudad, sus rutinas y seguridades. Y años después será encontrado en otra ciudad, haciendo de nuevo el mismo tipo de vida, con otra familia, otro trabajo, idénticas rutinas. Hammett publica la novela en 1929, pero dice que estos hechos habían ocurrido en 1922. A finales de este año, apareció “Qué bonita estampa”, un cuento de Dorothy Parker, cuyo protagonista –un empleado, con casa y jardín, mujer e hija– ha leído en una revista la historia de un hombre como él, de hábitos arraigados y exactos, a quien un día al poner el pie en el andén de la estación, bajando del cotidiano tren, se le oye decir: “¡Qué demonios!”, y se le ve marchar en dirección contraria, desaparecer. Mientras poda el jardín, el personaje de Parker no cesa de imaginar, con lujo de detalles, el momento en que él diría también: “¡Qué demonios!”. Tal vez Hammett y Parker vieron la misma revista, o Hammett leyó el cuento de ella. Pero igualmente pudieron imaginarlo por separado: las memorias de Lillian Hellman, tan próxima a los dos, están llenas de ese vértigo –“unas ansias locas de acabar con algo, lo que fuera, y encontrar algo distinto”–, de personajes que quiebran su trayectoria, que se niegan de pronto a sí mismos y para siempre, de papeles que nunca se dan por asumidos de manera definitiva. Cambiar la vida, el pensamiento de la rebeldía. Cambiar de vida, el sentimiento de sí.

Lecturas.–
Lillian Hellman, Una mujer con atributos. Barcelona, Lumen, 2014. Incluye: Una mujer inacabada, traducción de Mireia Bofill (1979), y Pentimento, traducción de Marta Pessarrodona (1979).

–– Tiempo de canallas. Traducción de Rosario Ferré. México, Fondo de Cultura Económica, 1979.

–– Quizás. Un relato. Traducción de Felipe Garrido. México, Fondo de Cultura Económica, 1984.

–– La loba (The Little Foxes). Versión de Ernesto Caballero. Traducción de Ana Riera. Madrid, Centro Dramático Nacional, 2012.

--Dashiell Hammett, El hombre delgado. Traducción de Fernando Calleja. Madrid, Alianza, 1985(5ª).

–– El halcón maltés. Traducción de Fernando Calleja. Madrid, Alianza, 1985 (7ª).

--Dorothy Parker, Narrativa completa. Traducción de Jordi Fibla, Celia Filipetto, Carmen Francí e Isabel Núñez. Barcelona, Debolsillo, Penguin Random House, 2011.