Premio Nobel de Economía en 2008, profesor en las universidades más prestigiosas del mundo, escritor y comentarista, Paul Krugman se despide después de casi 25 años como columnista de The New York Times, una tribuna desde la cual ha arremetido contra las políticas de austeridad (“es una idea realmente mala en una economía deprimida”, escribía en 2019), ha deliberado sobre la actualidad y la teoría económica y ha sacado el látigo contra la clase política. Economista de corte progresista, crítico acérrimo de Donald Trump —tituló una de sus opiniones Donald Trump y su equipo de imbéciles— y de George W. Bush —tanto en política económica como exterior; condenó severamente la guerra en Irak—, también ha censurado más de una decisión de la Administración de Barack Obama. Se va justo a la víspera de la vuelta de Trump a la Casa Blanca, un timing que parece ir más allá de la coincidencia, anunciándolo en un artículo publicado en el rotativo estadounidense y titulado Mi última columna: encontrar esperanza en una era de resentimiento.
Al igual que empezó a escribir en el periódico neoyorquino el 2 de enero de 2000 con una reflexión “sobre la economía mundial”, dice adiós con otra: “Parece una buena oportunidad para reflexionar sobre lo que ha sucedido cambiado en estos últimos 25 años”. El estilo es siempre el mismo —directo, pese a la complejidad de las materias tratadas, y parco en adjetivos—, pero el tono ha dado un viraje radical: la ilusión que sentía al inicio del nuevo siglo ha sido desplazada por la desesperanza. Todo el texto está impregnado de desánimo hacia la clase dirigente y la sociedad. “Lo que me sorprende, mirando hacia atrás, es cuán optimistas eran muchas personas, tanto aquí como en la mayoría del mundo occidental, en aquel entonces, y la medida en que ese optimismo ha sido reemplazado por la ira y el resentimiento”, escribe el economista, cuyos artículos se han publicado cada semana en el suplemento económico de EL PAÍS, Negocios.
“No me refiero solo a los miembros de la clase trabajadora que se siente traicionada por las élites, algunas de las personas más enfadadas y resentidas de Estados Unidos en este momento: gente que parece muy probable que tenga mucha influencia en la Administración entrante de Trump son multimillonarios que no se sienten lo suficientemente admirados”, continúa el también ganador del Premio Princesa de Asturias. “Es difícil expresar lo bien que se sentía la mayoría de los estadounidenses en 1999 y principios de 2000. Las encuestas mostraron un nivel de satisfacción con la dirección del país que parece surrealista comparada con los estándares actuales. Mi sensación de lo que ocurrió en las elecciones de 2000 [ganadas por George W. Bush] fue que muchos estadounidenses dieron por sentado la paz y la prosperidad, por lo que votaron por el tipo que parecía más divertido para pasar el rato”.
Pese a que no todo entonces fuera de color rosa, había esperanza en el futuro. Ahora, predomina el resentimiento, alimentado por un colapso de la confianza en las élites, sean los gobernantes, los bancos o las grades tecnológicas y sus dueños millonarios. “El rencor puede poner a personas malas en el poder, pero a la larga no puede mantenerlas allí. En algún momento el público se dará cuenta de que la mayoría de los políticos que critican las élites en realidad son élites (...) y empezarán a pedirles responsabilidades por no cumplir con sus promesas”, escribe. Mientras tanto, deja una esperanza, al menos para sus lectores: “Me retiro de The Times, no del mundo, así que seguiré expresando mis visiones en otros lugares”.