Mostrando entradas con la etiqueta esclavos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta esclavos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 21 de junio de 2023

_- España también tuvo esclavos. Y a algunos les marcaban con hierros en la cara.

_- A lo largo del siglo XVI se vendieron en Sevilla decenas de indígenas traídos desde América y algunos dueños los herraron para asegurar la inversión

Existieron dos grandes mercados donde se vendieron indígenas, Sevilla y Lisboa, lo cual tenía su lógica ya que, desde finales del siglo XV, eran los dos grandes centros esclavistas peninsulares. Sevilla tuvo la primacía absoluta porque ostentó durante más de dos siglos el monopolio del comercio colonial, convirtiéndose en “puerto y puerta de las Indias”. Por tanto, era natural, como puerto de arribada de los navíos del Nuevo Mundo, que llegasen allí la mayor parte de ellos. De hecho, en la década de los cuarenta debió de haber en esta capital en torno a dos centenares de indígenas, la mayoría cautivos. Además, a la capital hispalense llegaban mercaderes lusos, por vía marítima o terrestre, a través de Portugal, para vender esclavos de color, pero también una cantidad significativa de indígenas de Brasil y de las Indias Orientales. En el siglo XVI está documentada en Sevilla la venta de 67 esclavos de las colonias portuguesas, de los que al menos siete eran originarios del Brasil.

Años después, y más exactamente a partir de la década de los treinta, la legislación contra su trata se tornó tan severa que el mercado de esclavos indígenas se desplazó a la capital del vecino reino portugués, en concreto a Lisboa. (…) El envío de brasileños a Portugal se mantuvo al menos hasta 1690, cuando se consultó a la Corona sobre el destino de cinco naturales originarios de Pernambuco que habían sido remitidos. Sin embargo, el primer esclavo brasileño vendido en Sevilla fue en 1509 y el último documentado en 1570, por lo que es probable que su tráfico se redujese considerablemente, aunque siguieron llegando, sobre todo procedentes de las Indias Orientales. (…)

Había, incluso, pequeños traficantes en muchas localidades españolas que se dedicaban a comprarlos en la capital portuguesa para luego venderlos en distintas ciudades españolas. Este era el caso de Alonso Sánchez Carretero, vecino de la ciudad de Baeza, que acudió a Lisboa para adquirir una quincena de indígenas, pues tenía por oficio “comprar y vender esclavos”. Así, incluso en el mercado de Valencia se vendió, ya en 1509, a un brasileño, mientras que a fines de 1516 llegaron para su venta otros 85, todos ellos procedentes de la colonia portuguesa.

Algunos llegaron ya herrados, como era el caso de Juan de Oliveros y Beatriz, propiedad de María Ochoa, que, además, lo alegó como prueba evidente de su situación servil. Y a los que arribaban sin marca, trataban de herrarlos en la propia Península por el mismo motivo: porque era la mejor forma de dar legalidad a su situación. De hecho, en casi todos los juicios se alegaba la marca con el hierro real como prueba irrefutable de su condición de cautivo. Así, en el proceso por la libertad de una nativa, propiedad de un tal Cosme de Mandujana, los testigos alegaron que tan solo el hecho de estar marcada con el hierro de su majestad “basta por título, porque así se había usado y acostumbrado después que esas partes se descubrieron”.

Son innumerables los casos que conocemos de aborígenes que llegaron a España sin marca de esclavitud y que fueron herrados con posterioridad. Esto le ocurrió a Catalina Hernández, hija de Beatriz, cuyo dueño, Juan Cansino, era regidor de la villa de Carmona y pertenecía a una de las familias llegadas al lugar tras su ocupación por los cristianos y, por tanto, de las más influyentes de la localidad. Catalina declaró haber sido herrada en la cara, “para poderla vender, porque nadie la quería comprar”. Y dada la influencia de Juan Cansino, simplemente se lo ordenó a “uno que vive junto a la carnicería” para que la marcase como esclava. Tras varios años de pleitos en los tribunales y dos sentencias en contra, en 1574, el Consejo de Indias liberó tanto a Catalina como a sus hermanos y a su hija de diez años. Eso sí, era demasiado tarde para su madre, Beatriz, que había fallecido sin disfrutar de las mieses de la libertad.

Asimismo, el capitán Martín de Prado herró a Pedro en la cara con una C porque supo que pretendía solicitar su ahorría. Incluso conocemos el incidente de otro indígena que intentaba escapar de la injusta servidumbre que le quería imponer su dueña, doña Inés Carrillo. Cuando esta supo que quería reclamar su libertad, lo marcó en la cara y, no contenta con eso, le colocó “una argolla de hierro al pescuezo esculpida en ella unas letras que dicen esclavo de Inés Carrillo, vecina de Sevilla, a la Cestería”. Esta característica argolla, que era relativamente frecuente entre los esclavos de color, también la portaba otro aborigen, llamado Francisco, pues se la mandó colocar Juan de Ontiveros cuando lo adquirió. Aun así, esta opción no era la más dramática: sabemos que un aborigen que Gerónimo Delcia vendió en Sevilla a Diego Hernández Farfán tenía una marca en la cara en la que se podía leer: esclavo de Juan Romero, 7 de diciembre de 1554. Parece plausible la hipótesis que se ha planteado recientemente en torno a una mayor incidencia del herraje entre los esclavos varones originarios de las Indias y de los berberiscos por una mayor probabilidad de fuga, dado que el color de la piel no delataba su origen servil. Conocemos algunos casos de fuga de indígenas en la península Ibérica. Por poner un solo ejemplo, el 22 de diciembre de 1530, Francisco de Cazalla, canónigo de la iglesia de la ciudad de Santo Domingo, estante en Sevilla dio poder a Francisco Hernández para que buscara y encontrase a su indígena fugado, en Lebrija o en otras partes.

Para una más eficaz localización, le dio la descripción detallada del mismo: “Se llamaba Francisco, tenía quince años, vestía sayo negro y estaba herrado en la cara con un hierro del rey en el carrillo y debajo del beço unas letras que dicen del canónigo Cazalla”. Estas marcas en el rostro, selladas a fuego, se aplicaban con bastante frecuencia a los esclavos en la España de la época. Dado que desde muy pronto se limitó la esclavitud indígena, los dueños, que en muchos casos habían comprado legalmente a sus esclavos, buscaban asegurar su inversión herrándolos. Ante esta situación, la Corona prohibió tal práctica por una disposición del 13 de enero de 1532, bajo condena de que “el que lo haga, lo pierda”. Dos años después, ante la reiterada violación de esta disposición, el emperador manifestó su malestar en un escrito dirigido a los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla, en el que decía textualmente: “Por parte de Juan de Cárdenas me ha sido hecha relación en este Consejo que, en Sevilla, hay muchos indios naturales de la Nueva España y de otras partes de las Indias, los cuales, siendo libres, los tienen por cautivos y siervos. Que no se vendan ni hierren porque sabemos que los que los traen los hierran en el rostro o les echan argollas de hierro a la garganta, con letras de sus propios nombres, en que dicen ser sus esclavos”.

Nuevamente volvemos a comprobar el profundo distanciamiento entre la teoría y la praxis, no solo en América, donde se decía que la ley se acataba, pero no se cumplía, sino también en la propia España. Bien es cierto que a la larga esta medida fue un paso más en el proceso por acabar con la trata de indígenas. 

jueves, 16 de febrero de 2023

La verdadera historia de "Peter azotado", el esclavo cuya desgarradora fotografía cambió la percepción de la esclavitud en Estados Unidos

Peter azotado

Una fotografía de un hombre esclavizado que sobrevivió a un feroz azotamiento que le dejó su cuerpo mutilado y con cicatrices ayudó a revelar la brutalidad de la esclavitud en Estados Unidos.

La película "Emancipation", estrenada recientemente y protagonizada por Will Smith, cuenta la historia de ese esclavo, apodado "Peter azotado" (también conocido como Gordon).

Aunque su piel había sido desgarrada numerosas veces por los latigazos y había cicatrizado, Gordon, un hombre esclavizado que había logrado escapar, posó desafiante para un retrato en 1863.

En el apogeo de la Guerra Civil de EE.UU., cuando los horrores de la esclavitud se denunciaban a menudo como falsa propaganda, la escalofriante fotografía reveló la innegable verdad.

Los abolicionistas llamaron al hombre de la foto "Peter azotado", y aunque los historiadores han debatido su verdadero nombre, hay pocas dudas sobre el impacto que tuvo su imagen en la psique estadounidense.

"La fotografía mostraba que estas eran personas reales con experiencias reales. Se tomó para presentar una narrativa visual del horror de la esclavitud durante la Guerra Civil", le dijo a la periodista Chelsea Bailey de la BBC Barbara Krauthamer, una destacada historiadora de la esclavitud y la emancipación de EE.UU. y decana del Colegio de Humanidades y Bellas Artes de la Universidad de Massachusetts Amherst.

Will Smith protagoniza el filme.

"Lo que con frecuencia se pierde es el foco en el hombre mismo: la historia de este hombre que comprende que la Guerra Civil es una oportunidad para, literalmente, tomar posesión de su cuerpo y su vida".

La película protagonizada por Smith y dirigida por Antoine Fuqua se inspiró en la verdadera historia de Gordon.

"Esta no es otra película de esclavos. Esta es una película sobre la libertad", dijo Smith durante el estreno. "Creo que es una historia que todos necesitamos ver, escuchar y sentir".

Fuga
En abril de 1863, pocos meses después de que los esclavos fueran declaradaos libres en la Proclamación de Emancipación, Gordon se topó con un campamento de soldados de la Unión en las afueras de Baton Rouge, Luisiana.

Agotado, muerto de hambre y vestido apenas con harapos, se derrumbó al ver a los soldados negros liberados que luchaban para acabar con la esclavitud en el país, según contaba una columna de diciembre de 1863 del New-York Daily Tribune. Inmediatamente pidió alistarse.

Durante un examen médico, Gordon les dijo a los oficiales que decidió escapar después de sobrevivir a una paliza brutal que lo dejó al borde de la muerte y en coma durante dos meses.

Tras ser perseguido durante 10 días por sabuesos y cazadores de esclavos en los pantanos de Luisiana, Gordon finalmente llegó al campamento de la Unión... y a su libertad.

Dibujo
Dibujo

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,
Los azotes eran una forma de castigo cotidiano para los esclavos.

Luego reveló su "espalda flagelada" como prueba. Los fotógrafos que acompañaban a los soldados tomaron la ahora infame foto de Gordon posando, con la espalda descubierta y la mano en la cadera.

El Tribune señalaba que la vista de su cuerpo mutilado "provocó un escalofrío de horror en todos los blancos presentes, pero los pocos negros que esperaban... prestaron poca atención al triste espectáculo, eran escenas tan terribles pero dolorosamente familiares para todos ellos".

Según la Galería Nacional de Arte, un periodista de Nueva York dijo que la imagen debería "multiplicarse por 100.000 y esparcirse por los estados".

Y eso fue exactamente lo que pasó.

Los horrores de la esclavitud se vuelven virales
El retrato de Gordon fue tomado en un momento en que el país debatía si los esfuerzos de la guerra valían la pena y si los hombres negros, esclavizados o liberados, deberían poder alistarse como soldados.

En su libro "Envisioning Emancipation: Black Americans and the End of Slavery" (Imaginando la emancipación: los afroamericanos y el fin de la esclavitud), la profesora Krauthamer y su coautora, la historiadora de la fotografía Deborah Willis, describen cómo los avances en la fotografía permitieron que la imagen de la espalda azotada de Gordon se reprodujera de manera asequible en pequeñas tarjetas y se compartiera ampliamente.

Los abolicionistas vendieron reimpresiones de la imagen para recaudar dinero para sus esfuerzos. Pero, según explica Krauthamer, las reacciones al retrato fueron mixtas.

"Era muy común que la gente dijera, es falso, no lo creo", dice. "Los blancos no creían que los negros fueran testigos fiables, ni siquiera de sus propias experiencias".

El 4 de julio de 1863, la popular revista "Harper's Weekly" reimprimió un grabado de Gordon/"Peter azotado" junto con imágenes de Gordon con el uniforme de la Unión. El artículo adjunto se titulaba "Un negro típico" y describía el angustioso escape de Gordon de la esclavitud y el valiente historial de servicio en el ejército de la Unión.

Incluso para un artículo en el que se criticaba la esclavitud, los historiadores notaron los matices del racismo cuando el autor se esfuerza por describir la "inteligencia y energía inusuales" de Gordon.

El legado de "Peter azotado"
La Guerra Civil fue el primer conflicto que se documentó a través de la fotografía, pero muy pocas imágenes capturan los horrores y la brutalidad de la esclavitud con tanta claridad como la imagen de "Peter azotado".

Maime, la madre de Emmett Till, cae de rodillas al recibir el cuerpo de su hijo asesinado.

Aunque sus imágenes se convirtieron en una herramienta eficaz para los mensajes y la propaganda contra la esclavitud, Krauthamer señala que se sabe muy poco sobre la vida y el legado de Gordon después de unirse al ejército de la Unión.

"Se debe argumentar que [el retrato] era solo otra forma de objetivizar un cuerpo negro", explica, y agrega que las discusiones modernas sobre el retrato de Gordon subrayan el poder de la fotografía para documentar la verdad.

Menos de un siglo después de que se tomara el retrato de Gordon, la madre de Emmett Till, Maime, celebró el funeral de su hijo con el ataúd abierto después de que este fuera brutalmente secuestrado, torturado y linchado. Según dijo, "quería que el mundo viera lo que le hicieron a mi bebé".

Esa foto del cuerpo mutilado de Till también conmocionó la conciencia estadounidense y reveló el legado perdurable del racismo en EE.UU.

Krauthamer dice que, como historiadora, trata de enfocarse no solo en el dolor sino también en la alegría de la experiencia afroamericana en su trabajo.

"Creo que mucho (....) se ha centrado en '¿cuál es la verdadera historia?' Y yo solo quiero saber, ¿cómo era su vida? ¿A quién amaba? ¿Qué esperaba lograr?

"Mi esperanza es que eso sea lo que la película de Will Smith y esta fotografía hagan: abrir un portal a nuestra capacidad de imaginar esa historia y esa humanidad".

https://www.bbc.com/mundo/noticias-63916536

sábado, 16 de abril de 2022

Un espectáculo de esclavos ambienta la boda entre un aristócrata español y la hija de un político peruano.

La marcha nupcial estuvo acompañada de bailarines que simulaban trabajos forzados y mujeres vestidas de indígenas como escenografía

Perú es un país donde el racismo y la discriminación están presentes en cada esquina, pero la boda de una pareja de novios de la élite peruano-española ha superado lo predecible. El enlace entre Belén Barnechea, hija de un excandidato presidencial peruano , y el aristócrata español Martín Cabello de los Cobos, celebrado en la ciudad de Trujillo, a unos 550 kilómetros al norte de Lima, ha levantado una ola de indignación en el país sudamericano. El motivo de tanto revuelo ha sido la publicación en internet de varios fragmentos de vídeos de la boda que muestran la ambientación que rodea la ceremonia y el posterior convite, con personajes de la época en la que Perú era un virreinato de la corona española (siglo XVI) simulando trabajos forzados, lo que ha generado un rechazo masivo entre la población.

La noticia provocó las primeras críticas en la mañana del miércoles, cuando Trome, el tabloide popular más leído en el país andino, tituló en su web: “¡Boda de la nobleza! Hija de Alfredo Barnechea se casa con nieto de conde de España en Trujillo”. Pero con el paso de las horas, se hicieron virales fragmentos de vídeos. En el primero, la pareja y los invitados caminan por una vía peatonal del centro de Trujillo como parte de un pasacalles con música y fuegos artificiales: mientras la novia se desplaza con la ayuda de niños que sostienen la cola del vestido, jóvenes de largas trenzas y con prendas simples ―como si fueran cocineras indígenas del tiempo del virreinato español― aparentan manipular utensilios de barro y canastas. “¡Qué lindo!”, se oye a una de las asistentes al convite.

En la misma comitiva nupcial aparecen varones con el pecho descubierto y cubiertos por una especie de faldón y taparrabo, que caminan amarrados entre sí por cuerdas y escoltados por una especie de autoridad del Perú antiguo. En otro de los momentos de la boda, en una casona de arquitectura colonial ―de las varias que existen en Trujillo―, mientras la pareja de recién casados y los invitados disfrutan de la fiesta, en los balcones del patio central unos jóvenes disfrazados de esclavos simulan trabajos forzados amarrados a las barandillas.

La herencia de los latifundios y los trabajos forzados sin pago, que se inició en Perú durante la época colonial, continuó en las denominadas haciendas hasta finales de los años 60 del pasado siglo, cuando el Gobierno militar de Juan Velasco estableció una reforma agraria con el lema “La tierra es de quien la trabaja”. Los elementos que ambientaron la boda del sábado remitían a un momento de la historia en el que muchas personas carecían de derechos en Perú.

El padre de la novia, Alfredo Barnechea, fue candidato presidencial en 2016 por el partido de centroderecha Acción Popular y quedó cuarto en la contienda: durante la campaña uno de sus apodos fue el virrey, debido a la soberbia y poca empatía que le caracterizaban, especialmente cuando se dirigía a personas pobres o de un bajo nivel socioeconómico. En una ocasión, durante un acto de campaña, visitó una zona de puestos callejeros de chicharrones, donde es común que las cocineras ofrezcan una degustación a los clientes. Frente a las cámaras, Barnechea devolvió el pedazo de cerdo que le acercaron. Después de ese episodio desafortunado, su candidatura cayó más en los sondeos.

En los años 80, Barnechea pasó de conducir un programa de televisión a ser candidato a la alcaldía de Lima por el Partido Aprista y era amigo de Alan García, presidente de Perú entre 1985 y 2000. Según la revista española Hola, la recién casada, conocida en su país como “la repostera de la jet”, estudió comunicación y publicidad, pero en 2020 abrió un negocio en internet de tartas y pasteles caseros en Madrid.

Un grupo de activistas de igualdad de género y antidiscriminación, Paro Colectiva, emitió un comunicado de rechazo a la ambientación que rodeó a la fiesta. “El genocidio, la esclavitud y la anulación de nuestras culturas no pueden ser usados de manera tan indolente y sobre todo racista, pretendiendo encubrirlas bajo expresiones culturales. El yugo colonial ha terminado hace mucho tiempo, pero el fascismo, el racismo, el clasismo y todas las formas de opresión siguen latentes hasta en los actos más simples y cotidianos”, denunciaron a través de su cuenta en Twitter.

Pese a que el Ministerio de Cultura y el Defensor del Pueblo suelen posicionarse públicamente contra actos discriminatorios y de racismo, en esta ocasión no han emitido ninguna opinión sobre este episodio. El miércoles, Alerta Racismo, organismo que depende del ministerio de Cultura peruano, tuiteó: “Por un país donde existan más motivos para unirnos que para separarnos, por un Perú intercultural, sin discriminación étnico-racial”.

https://elpais.com/gente/2022-04-14/un-espectaculo-de-esclavos-ambienta-la-boda-entre-un-aristocrata-espanol-y-la-hija-de-un-politico-peruano.html

martes, 23 de noviembre de 2021

_- La matanza de 400 esclavos de Pedanio Segundo define (la crueldad de) el mundo romano

        

El descubrimiento de una habitación para siervos en una villa de Pompeya revela las condiciones de vida de unos seres humanos que eran tratados como ganado

La antigüedad era “una sociedad de esclavos”, como la definió el influyente historiador Moses Finley, en la que millones de personas no poseían absolutamente nada, no eran dueños de su vida ni de su voluntad. Podían ser asesinados, violados, obligados a trabajar hasta la extenuación y separados de sus familias. Vivían sometidos al miedo constante a ser vendidos o maltratados pero, sobre todo, estaban “consumidos por el deseo de libertad”, escribe el profesor de Berkeley, Robert C. Knapp, en su clásico ensayo Los olvidados de Roma (Crítica).

El descubrimiento en Pompeya de una habitación de esclavos da nueva información sobre cómo vivían.
 La presencia de los esclavos es constante en la literatura latina, desde El Satiricón de Petronio hasta El asno de oro de Apuleyo. Ahora bien, como explica Knapp, apenas existen restos materiales, puesto que no tenían casi posesiones. Sin embargo, el equipo arqueológico de Pompeya anunció el sábado 6 de noviembre el descubrimiento de una habitación que seguramente ocupaban los esclavos. Se trata de un espacio de 16 metros cuadrados con tres camas y algunos objetos, en la villa de Civita Giuliana, que todavía está siendo excavada, en la ciudad enterrada por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era.

La estancia, que solo tenía una pequeña ventana en la parte superior y carecía de decoración en las paredes, debía ser a la vez dormitorio y almacén. Los objetos que contiene, cuando sean investigados, permitirán conocer mejor la vida cotidiana de seres humanos que representaban en torno al 15% de la población, pero cuya contribución a la economía era esencial. “Aunque sabemos que los esclavos han sido explotados en la mayoría de las sociedades”, escribió Finley, “solo ha habido cinco genuinas sociedades esclavistas, dos de ellas en la antigüedad: Grecia y Roma”. Las otras tres son: Estados Unidos, el Caribe y Brasil hasta bien entrado el siglo XIX.

Una institución despiadada
En los años cincuenta, Finley fue uno de los primeros historiadores que comenzó a arrojar luz sobre la profunda injusticia que marca el mundo romano y que, hasta entonces, solo aparecía como telón de fondo. “La vida de un esclavo no era muy diferente de la de un animal doméstico”, escribe el profesor de clásicas de Cambridge Jerry Toner en Sesenta millones de romanos (Crítica). “Una vida de trabajo duro, palizas y comida escasa, así como de abusos sexuales, sin apenas derechos. Si debían presentarse ante los tribunales, incluso como testigos, se les torturaba para garantizar que su declaración era fiable. Sometidos a un régimen embrutecedor, su humillación psicológica era total”. Incluso en una sociedad brutal como la romana, la esclavitud era una institución especialmente despiadada.

Aunque casi siempre realizaban los trabajos más duros y peligrosos, no todos los esclavos vivían en las mismas condiciones —no era lo mismo ser un maestro que un trabajador en unas minas de sal o una esclava sexual—, pero todos estaban sometidos al martirio no solo físico, sino también psicológico de carecer de voluntad: estaban obligados a hacer lo que les ordenasen sus amos en el momento en el que se lo pidiesen. La profesora de clásicas de Cambridge Mary Beard escribió el prólogo del libro Cómo manejar a tus esclavos (Esfera de los Libros), en el que un noble romano llamado Marco Sidonio Falco (en realidad, era el profesor de clásicas Jerry Toner) explicaba cómo funciona un sistema basado en la servidumbre, que solo podía mantenerse con la violencia y el terror.

En aquel texto, la investigadora británica recordaba la dificultad para entender, desde el siglo XXI, las relaciones entre amos y esclavos en la Roma clásica. “Estaban preocupados por lo que los esclavos tramaban a sus espaldas. ‘Todos los esclavos son nuestros enemigos’, decía un antiguo lema que Falco conocía bien”, escribe Beard, quien recuerda una historia que resume la brutalidad con la que Roma trataba a los siervos: el asesinato de los 400 esclavos de Lucio Pedanio Secundo, que Tácito recoge en el libro XIV de sus Anales.

Dioses como testigos
Pedanio Secundo era un prefecto de Roma que fue asesinado por uno de sus esclavos en tiempos de Nerón, en el siglo I de nuestra era. “Según la antigua costumbre, procedía que todos los esclavos que habían habitado bajo el mismo techo fueran llevados al suplicio”, escribe el historiador Tácito (55-120), en los Anales (Alianza Editorial, traducción de Crescente López de Juan). La orden provocó grandes tumultos en Roma, seguramente por la alta presencia de libertos en la población. Se produjo una discusión pública a favor y en contra de la matanza, durante la que Cayo Casio Longino pronunció un discurso que refleja perfectamente la mentalidad de muchos romanos hacia sus posesiones humanas.

“Nuestros antepasados desconfiaban de la manera de ser de los esclavos”, recoge Tácito en su crónica, “a pesar de que estos nacían en los mismos campos y casas que ellos y recibían enseguida el cariño de sus señores. Pues bien, una vez que tenemos en nuestras familias de esclavos a naciones con distintos ritos, con religiones extranjeras o carentes de ellas, a todo ese revoltijo no se lo podrá reprimir si no es con el miedo. Es cierto que morirán algunos inocentes. Pero, cuando en un ejército que ha huido uno de cada diez muere apaleado, también los valientes entran en el sorteo. Todo gran escarmiento tiene algo de injusto, pero lo que va en contra de cada uno en particular queda compensado por el interés general”.

Se confirmó la ejecución, pero no se podía realizar porque la multitud impedía el paso de las víctimas hacia el patíbulo. El emperador Nerón, indignado, desplegó sus tropas para permitir que se llevase a cabo la masacre. Este horror recuerda al final de la película de Stanley Kubrick Espartaco, basada en una novela de Howard Fast, cuando todos los que han participado en la rebelión son crucificados en la vía Apia por negarse a delatar a su jefe: el famoso “Yo soy Espartaco”, que impide que el líder revolucionario sea localizado.

En ese mundo cruel, que no cambió con la llegada del cristianismo —San Pablo dijo a los cristianos de Colosas: “Siervos, obedeced en todo momento a vuestros amos de la Tierra”—, también existía la solidaridad. “Nos han llegado muchas pruebas de ayuda mutua y amistad entre esclavos”, escribe Knapp en Los olvidados de Roma. “En circunstancias normales, ya fuese en una casa grande, en un recinto más pequeño o en el ámbito rural, los esclavos creaban vínculos y entablaban relaciones que daban sentido a sus vidas, a pesar de la inseguridad y brutalidad”, prosigue este profesor emérito de Historia Antigua de la Universidad de Berkeley.

Knapp recuerda una inscripción que relata la amistad entre dos esclavos que acabaron como libertos: “Entre tú y yo, mi más apreciado compañero, nunca hubo disputa alguna. Con esta inscripción quiero también que los dioses de arriba y de abajo sean testigos de que tú y yo, comprados como esclavos al mismo tiempo en la misma casa, fuimos liberados juntos. Ningún día estuvimos separados hasta el día de tu fatídica muerte”. 

lunes, 20 de septiembre de 2021

_- Qué puede enseñarnos sobre la felicidad un panadero de la antigua Pompeya

_- A pesar de una pandemia que cambió radicalmente las vidas de miles de millones de personas, el "Informe mundial de la felicidad" indica que eso, la felicidad, se mantiene estable en el mundo, un testimonio de la resiliencia de la raza humana.

Como estudiosa del mundo clásico, no me parecen nada nuevas las discusiones sobre la felicidad que suelen darse en medio de crisis personales o sociales como la que vivimos.

Hic habitat felicitas o "Aquí mora la felicidad", proclama una inscripción hallada en una panadería de Pompeya, unos 2.000 años después de que su dueño viviera y probablemente muriera en la erupción del volcán Vesubio que destruyó la antigua ciudad romana en el año 79 d. C.

¿Qué significaba la felicidad para ese panadero pompeyano?

¿Y cómo puede ayudar la antigua idea romana de felicidad en nuestra búsqueda de lo mismo hoy?

Felicidad para mí, pero no para ti
Los romanos consideraban a Felicitas y a Fortuna, una palabra relacionada, diosas.

Ambas tenían templos en Roma en las que quienes buscaban sus favores depositaban ofrendas y hacían promesas.

Felicitas fue también retratada en monedas romanas desde el siglo I a. C. hasta el IV d. C., lo que indica su posible conexión con la prosperidad de las arcas del Estado.

Los emperadores romanos intentaron asimismo asociar su figura a la de estas diosas, como muestran algunas de las monedas que acuñaron.

"Felicitas Augusti" se leía, por ejemplo, en una moneda de oro del emperador Valeriano, iconografía que parece mostrar que era el hombre más feliz del Imperio y favorecido por las diosas.

Al invocar a Felicitas en su propia morada y negocio, el panadero pompeyano quizá estaba intentando atraerla, con la esperanza de que la bendición de la felicidad recaería sobre su vida y venta.

Pero esta idea del dinero y el poder como fuente de la felicidad encerraba una cruel ironía.

Felicitas y Felix fueron nombres habituales para esclavos de ambos sexos. Por ejemplo, Antonius Felix, gobernador de Judea en el siglo I d. C., era un antiguo esclavo.

No hay duda de que su suerte cambió. Mientras que Felicitas era el nombre de la esclava que fue martirizada junto a Perpetua en el año 203 d. C., hoy ambas adoradas como santas por el cristianismo.

Los romanos veían a los esclavos como prueba del estatus superior de sus dueños y como la encarnación de su felicidad.

Vista de esta manera, la felicidad parece un juego de suma cero, entrelazado con el poder y la dominación. La felicidad en el mundo romano tenía un precio y los esclavizados lo pagaban para entregar el don de la felicidad a sus dueños.

Baste decir que para los esclavizados, sea donde sea que habitara la felicidad, no era en el Imperio romano.

¿Dónde reside realmente la felicidad?
¿Es posible imaginar en la sociedad actual que la felicidad solo exista a costa de otro?

¿Dónde reside la felicidad, si los casos de depresión y otras enfermedades mentales aumentan y las jornadas de trabajo duran cada día más?

Durante las últimas dos décadas, los trabajadores de Estados Unidos han trabajado más y más horas.

Una encuesta de Gallup reveló el año pasado que el 44% de los empleados a jornada completa trabajaban más de 45 horas a la semana, mientras que un 17% llegaba o superaba las 60.

El resultado de esta cultura del exceso de trabajo es que la felicidad y el éxito realmente parece ser también una ecuación de suma cero.

Hay un coste, habitualmente humano, cuando el trabajo y la familia libran un tira y afloja por el tiempo y la atención en el que la felicidad es siempre la víctima.

Esto ya era así mucho antes de la pandemia de covid-19.

Los estudios sobre la felicidad se vuelven más populares en tiempos de alto estrés social.

Quizá no sea casualidad que el más longevo de ellos, el de la Universidad de Harvard, surgiera durante la Gran Depresión de la década de 1930.

En 1938, un grupo de investigadores midió la salud física y mental de 268 estudiantes y les siguieron el rastro a ellos y a sus descendientes durante 80 años.

¿Cuál fue su principal descubrimiento? "Las relaciones estrechas, más que el dinero o la fama, mantienen a la gente feliz a lo largo de sus vidas".

Esto incluye un matrimonio y una familia feliz, y una comunidad cercana de amigos.

Significativamente, las relaciones destacadas en el estudio son las basadas en el amor, el cuidado, y la igualdad, más que en el abuso y la explotación.

Igual que la Gran Depresión motivó el estudio de Harvard, la actual pandemia empujó al científico social Arthur Brooks a lanzar en abril de 2020 una columna semanal sobre la felicidad titulada "Cómo construir una vida".

En el primero de sus artículos, Brooks bucea en los estudios que la fe y trabajar con un sentido, además de las relaciones estrechas, pueden mejorar nuestra felicidad.

Encontrar la felicidad en el caos
Los consejos de Brooks se relacionan con los descubrimientos del "Informe mundial de la felicidad" de 2021, que detectan "alrededor de un 10% de aumento en el número de personas que dijeron haber estado preocupadas o tristes el día anterior".

La fe, encontrarle un sentido al trabajo y las relaciones contribuyen a desarrollar sentimientos de seguridad y estabilidad, ambas han sufrido con la pandemia.

El panadero pompeyano que escogió colocar esa placa en su lugar de trabajo probablemente hubiera estado de acuerdo en que hay una relación significativa entre la felicidad, el trabajo y la fe.

Y, aunque no vivió una pandemia, o al menos no han encontrado constancia de ello, no era ajeno al estrés social... seguir leyendo aquí,... https://www.bbc.com/mundo/noticias-58483070

lunes, 5 de abril de 2021

La constitución de Cádiz de 1812

Uno de los pasajes menos conocidos del proceso social y político que derivó en la Independencia de Hispanoamérica ha sido la convocatoria y discusión de las Cortes de Cádiz (1810-1812), que redactaron la Constitución Política que lleva el nombre de esta ciudad, y que históricamente ha sido llamada “La Pepa”, por haber sido proclamada el 19 de marzo de 1812, día de San José. La Constitución de Cádiz fue la reordenación institucional más liberal del sistema político español, aunque se quedó a medio camino entre el absolutismo y el liberalismo consecuente, llegó tarde para evitar la Independencia, y tal vez la propició con sus medidas discriminatorias contra los americanos, además, tuvo una vida efímera, dada la resistencia de Fernando VII a ver limitados sus poderes.

La Constitución de Cádiz fue la primera constitución política moderna de Hispanoamérica. Lleva el nombre de esa ciudad porque en ella se reunieron, el 24 de septiembre de 1810, los diputados de las Cortes para redactarla debido a que el resto de España se encontraba bajo la ocupación militar francesa. Esta Constitución fue proclamada el 19 de marzo de 1812, y en ella se estableció un sistema político basado en una Monarquía constitucional, división de poderes del Estado, y garantías democráticas como la libertad de opinión, de imprenta, el debido proceso judicial, etc. La Constitución de Cádiz tuvo una vigencia corta, pero su influencia se percibe en las constituciones políticas españolas e hispanoamericanas, posteriores a la Independencia.

La ocupación francesa y la convocatoria a las Cortes de Cádiz
A partir de la ocupación francesa empieza un proceso revolucionario en toda España y América en el que, bajo el ropaje de resistencia al invasor y la defensa de Fernando VII como legítimo rey, se producen sublevaciones populares (como la del 2 de Mayo en Madrid), guerra de guerrillas y el surgimiento de nuevas formas de autogobierno municipal (Juntas) que, en el fondo eran la revolución burguesa española porque implicaban la ruptura del régimen absolutista precedente. Estos sucesos son conocidos en la historia de España como la “Guerra de la Independencia”.

Guerra que se extiende en dos fases. En la primera, el verano-otoño de 1808, en la que diversas ciudades y regiones se insurreccionan contra la ocupación francesa dirigidas por las Juntas de gobierno y fuerzas militares locales, sin coordinación nacional, pero que asestan importantes derrotas a los ocupantes. En la segunda, a partir de noviembre de 1808, hasta enero de 1809, Napoleón en persona asume las operaciones en España y al frente de la Grande Armeé (250.000 soldados) logra consolidar la ocupación.

En un principio el Consejo de Castilla, un organismo tradicional de la monarquía, en agosto de 1808, llama a desconocer las Abdicaciones de Bayona y convoca una reunión de las Cortes Generales, bajo el criterio tradicional del organismo estamental. Pero las Juntas Provinciales, encabezados por la Junta de Sevilla, organismos novedosos y revolucionarios, en choque con el Consejo de Castilla, exigen una convocatoria a Cortes rompiendo el criterio tradicional, y exigiendo que la representación atendiera a criterios demográficos y regionales. De esta manera, el 25 de septiembre de 1808, se instala en Aranjuez la Junta Central Gubernativa del Reino, intentado sostener un gobierno central contra la ocupación. Pero la Junta Central tuvo que moverse a Sevilla ante el avance de Napoleón y luego refugiarse en Cádiz a fines de 1809.

Pese a que el Consejo de Castilla había convocado a las Cortes desde agosto de 1808, y que la Junta Central había ratificado la convocatoria en septiembre de 1809, los vaivenes de la guerra y las disputas internas sobre el carácter de las Cortes y la forma de la representación retardaron su convocatoria formal hasta el 1 de enero de 1810, cuando la Junta Central dio paso a un gobierno constituido bajo el nombre de Consejo de Regencia cuyo contrapeso serían las propias Cortes.

“Desde este momento, españoles americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres; no sois ya los mismos de antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro, mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o escribir el nombre del que ha venir a representaros en el Congreso Nacional, vuestros destinos no dependen ya de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos”, dice el Consejo de Regencia desde Cádiz.

Esa convocatoria es la que dispara en América el proceso independentista, pues en ella, además de pedir que se enviaran delegados, se exhorta a crear en las capitales virreinales y capitanías generales Juntas de Gobierno con participación de los criollos como iguales en derechos ciudadanos que los peninsulares. Derecho éste que había sido negado hasta ese momento por las leyes de la monarquía absoluta, que había establecido un sistema de castas en las colonias en la que los únicos con plenos derechos políticos lo eran los nacidos en la Península Ibérica. Agudizó el conflicto en las ciudades americanas el hecho de que los virreyes intentaran ocultar la convocatoria del Consejo de Regencia, para no compartir el poder político con las Juntas que se proponían.

Esto motivó las primeras sublevaciones populares que desplazaron por la fuerza a los virreyes y gobernadores (a lo largo de 1810), e impusieron las Juntas de Gobierno criollas, todas jurando en un principio lealtad a Fernando VII y al Consejo de Regencia. Pero las victorias de las Juntas fueron relativas, ya que sectores realistas o absolutistas del ejército se hicieron fuertes en diversas ciudades y regiones, con lo que también se radicalizó el proceso en las ciudades que, un año después (1811), en medio de guerras civiles llevó al poder a sectores más radicales de capas medias que sí proclamaron la independencia completa de España. El estado de guerra civil se mantuvo aún bajo la restauración de Fernando VII (1814).

Un motivo de discordia, lo fue el hecho de que la convocatoria a estas Cortes se basó en el desigual criterio de que cada provincia peninsular tendría dos delegados, mientras que los Virreinatos y Capitanías se les pedía enviar un delegado. Esa resistencia de los españoles peninsulares, incluso los más liberales, a reconocer la completa igualdad a los españoles americanos se va a mantener durante los propios debates de las Cortes de Cádiz y se va a formalizar en la propia Constitución emanada de ellas. Esta actitud reforzará políticamente a los radicales independentistas de este lado del mar y debilitará a los moderados que pudieron sentirse cómodos con una monarquía constitucional.

Las reformas políticas de la Constitución de 1812
Su Artículo 1 define: “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”, con lo cual deja abierta la posibilidad de salvar la integridad del Estado y evitar la Independencia de Hispanoamérica. Pero, como se ha dicho antes, llegó tarde, pues un año antes de su proclamación ya se había avanzado en la independencia absoluta en lugares como Caracas, Bogotá, Cartagena, México (con Hidalgo, aunque no formalmente), etc. Su Artículo 5 establece que son españoles: “Todos los hombres libres nacidos y avecinados en los dominios de España, y los hijos de éstos”; “los libertos desde que adquieran la libertad en las Españas”; lo cual reconoce a los criollos y mestizos la nacionalidad, pero no a los negros esclavos que eran muchos.

Sin embargo, al fijar la ciudadanía se hicieron las siguientes distinciones: “aquellos españoles que por ambas líneas tienen su origen en los dominios españoles de ambos hemisferios” (Art. 18); “A los españoles que por cualquier línea son habidos y reputados por originarios del África, les queda abierta la puerta de la virtud y del merecimiento para ser ciudadanos: en consecuencia las Cortes concederán carta de ciudadano a los que hicieren servicios calificados a la Patria, o a los que por su talento, aplicación, y conducta, con la condición de de que sean hijos de legítimo matrimonio de padres ingenuos; de que están casados con mujer ingenua, y avecinados en los dominios de las Españas, y de que ejerzan alguna profesión, oficio o industria útil con un capital propio” (Art. 22). Respecto al derecho al voto para escoger diputados se agrega: “Esta base es la población compuesta de los naturales que por ambas líneas sean originarios de los dominios españoles, y de aquellos que hayan obtenido en las Cortes carta de ciudadano…” (Art. 29).

El ejercicio de la ciudadanía se suspendía en casos como, entre otros (Art. 25): “En virtud de interdicción judicial por incapacidad física o moral”; “Por el estado de deudor quebrado, o de deudor de los caudales públicos”; “Por el estado de sirviente doméstico”; “Por no tener empleo, oficio o modo de vivir conocido”; “Por hallarse procesado criminalmente”; “Desde el año mil ochocientos treinta deberán saber leer y escribir…”.

Esta definición de ciudadanía no podía ser satisfactoria para los españoles americanos, tal vez salvo para aristocracia criolla, porque (además de dejar por fuera a las mujeres, algo común en la época para todos los países) dejaba por fuera del ejercicio de la ciudadanía a la mayoría de los mulatos de América, no sólo a los negros esclavos. Algunos autores opinan que esta medida discriminatoria se debía al temor de los liberales españoles de que se vieran rebasados en número de diputados provenientes de América.

En plano político la Constitución de Cádiz avanzó mucho más, como en la limitación de los poderes del Rey, partiendo de los siguientes principios: “La Nación española es libre e independiente, y no puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona” (Art. 2); “La soberanía reside en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer las leyes”; “El objeto del Gobierno es la felicidad de la nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen” (Art. 13); “El Gobierno de la Nación española es una Monarquía moderada hereditaria” (Art. 14); “La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey” (Art. 15); “La potestad de hacer ejecutar las leyes reside en el Rey” (Art. 16); “La potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales reside en los tribunales establecidos por la ley” (Art. 17).
En algunos aspectos sociales se registraron conquistas democráticas, como por ejemplo en el Capítulo III: se estableció las bases del debido proceso, se prohibió la tortura, la confiscación de bienes, el traspaso a la familia de las sanciones, la inviolabilidad del domicilio, etc. El artículo 339 estableció que “Las contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno”. El artículo 366 estableció la educación pública para enseñar a “leer, escribir y contar” a los niños. El artículo 371 estableció el principio de la libertad de opinión e imprenta.

La restauración de Fernando VII y el final de la Constitución de 1812
Retornado a Madrid, en mayo de 1814, Fernando VII ordenó la disolución de las Cortes y la suspensión de la Constitución de 1812. En Hispanoamérica, ese año marcó la contraofensiva del absolutismo español que derivó en la derrota de los sectores más radicales que luchaban por la independencia. La durísima represión desatada por las fuerzas de la restauración, liquidarían las esperanzas de conquistar espacios democráticos bajo una monarquía constitucional española. Con ello se preparó el camino para que Simón Bolívar volviera de su exilio y culminara la Independencia del continente entre 1819 y 1825.

La Constitución de 1812 habría de ver un nuevo resurgimiento en 1820, con un alzamiento militar de las tropas preparadas para marchar a América a aplastar los últimos focos de resistencia independentista, que exigió a Fernando VII someterse a ella. La sublevación inició cerca de Sevilla, el 1 de enero de 1820, dirigida por el general Rafael del Riego, cubrió Andalucía y Galicia, hasta que una explosión popular en Madrid el 7 de marzo, pone en jaque al rey. El día 10 de marzo, éste emite el “Manifiesto del Rey a la Nación”, por el cual proclama: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”.

Fernando juró de esta manera someterse a la Constitución de 1812, abriendo un periodo liberal de tres años. Pero era un juramento falso, pues conspiró con los gobiernos más reaccionarios de Europa, agrupados en la Santa Alianza, para acabar con la “monarquía moderada” y restaurar el absolutismo. El 7 de abril de 1823, un ejército francés al mando del Duque de Angulema, y con el apoyo de la Santa Alianza, invadió España y restituyó los poderes conculcados a Fernando. El general del Riego, al igual que otros, moriría ahorcado en noviembre de ese año y con él la Constitución de 1812.

Olmedo Beluche (Fragmento del libro Independencia hispanoamericana y lucha de clases, IV Ed.), sociólogo y analista político panameño, profesor de la Universidad de Panamá y militante del Partido Alternativa Popular.

Fuente:
www.sinpermiso.info, 27 de marzo 2021-

viernes, 12 de febrero de 2021

Paul Robeson, la voz libre de América


Por Higinio Polo | 03/02/2021 | Cultura

La voz profunda de Paul Robeson surgió del aliento perseguido de los esclavos, de las cárceles y plantaciones donde la segregación racial había encerrado a los negros estadounidenses, y esa voz nos la trae ahora el magnífico libro de Paula Park, Paul Robeson, Artista y revolucionario, que pone su figura al alcance de todos por primera vez en castellano. Paula Park documenta la vida de Robeson, y habla también de la ferocidad del racismo en Estados Unidos, de la lacra de la persecución contra los negros, de los linchamientos, los crímenes impunes, acompañado todo ello de una extensa y útil bibliografía.

Robeson era hijo de un esclavo, uno de aquellos chicos negros que con apenas quince años había huido de las cadenas de los amos en el ferrocarril subterráneo, una red clandestina que en el siglo XIX ayudaba a los cautivos que perseguían la libertad. Durante la infancia de Robeson, su padre se enfrentó a los linchamientos, a las siniestras hordas de blancos que salían a la caza de negros para ahorcarlos y quemarlos ante la multitud satisfecha, actitud que le hizo perder su ocupación en una iglesia presbiteriana y dedicarse a trabajos ocasionales cuando tenía ya casi sesenta años. Estados Unidos era el país donde el celebrado Griffith de El nacimiento de una nación llamaba a los negros “animales viciosos”.

Paul Robeson pudo estudiar gracias a una beca, pero sufrió la hostilidad durante sus años de estudiante universitario. Jugó al fútbol padeciendo muchas veces que otros equipos se negasen a jugar con el suyo porque tenía un jugador negro: eran los Estados Unidos de la matanza de Tulsa en 1921, donde hordas de blancos armados, en colaboración con la policía, incendiaron las casas y asesinaron a centenares de negros. Esforzado, Robeson consiguió hablar chino, alemán, ruso y árabe, entre otras lenguas. Fue un abogado que apenas ejerció, que cantó después en el Cotton Club de Nueva York, fue actor con Eugene O’Neill, y con menos de treinta años realizó giras por Europa, y trabajó en Londres en musicales. Canta, rueda películas como The Proud Valley, el valle orgulloso de los mineros galeses. En los años treinta vive en Londres, y es ya una figura mundial, conoce a Kenyatta y a Nehru, colabora con los sindicatos y se acerca al Partido Comunista Británico; trabaja en el teatro independiente de izquierdas, participa en todo tipo de iniciativas solidarias con las organizaciones obreras,

Es un hombre comprometido con el socialismo, solidario con la Unión Soviética, adonde viajó en 1934 para comprobar la ausencia de racismo en la revolución bolchevique, y que le llevó a escribir: “aquí me siento como un ser humano por primera vez. Aquí no soy un Negro, sino un ser humano. Aquí, por primera vez en mi vida, ca­mino en plena dignidad humana”. Constata entonces que las mujeres se han incorporado a todas las actividades, que la cultura pertenece al pueblo, que los trabajadores llenan teatros, cines, auditorios, museos, y que la Unión Soviética representa un aliado fundamental para luchar contra el racismo y el colonialismo. Allí conoció a Eisenstein.

Robeson vino a España durante la guerra civil: el 24 de enero de 1938 llega a Barcelona, donde conoce a Nicolás Guillén; después, a Valencia, Benicassim, Albacete, al Cuartel General de las Brigadas Internacionales; y a Madrid, donde conoce a Dolores Ibárruri y canta en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Antes, había cantado en Londres para recaudar fondos para la República y para los niños, y había celebrado la victoria republicana en Teruel. El 28 de enero de 1938, María Teresa León lo presenta en Madrid, en el teatro de la Zarzuela, donde el Teatro del Arte que dirigían ella y Rafael Alberti le había organizado un homenaje. Robeson cantó una canción de los negros norteamericanos y otra de la guerra civil española, haciendo votos por la victoria de la República. Siempre consideró su visita a la España de la guerra civil como una de las impresiones más grandes de su vida, e impulsó después la solidaridad con el pueblo español en su resistencia ante el franquismo. Durante su estancia, se rodó un documental de diez minutos, Canciones de Madrid, interpretadas por Robeson, que el ministro de Estado Álvarez del Vayo utilizaría después para contar al mundo el esfuerzo de guerra republicano. Cuando Robeson vuelve a Estados Unidos, en 1939, el poder y la prensa conservadora no le perdonan sus elogios a la Unión Soviética, su simpatía por el comunismo, le apodan el “Stalin negro”: va a iniciarse la caza de brujas mccarthysta que intentará ahogar su voz.

Paul Robeson siempre luchó contra el racismo, como en la iniciativa para salvar a los seis negros de Trenton, acusados de un asesinato que no cometieron, campaña que impulsaron el Partido Comunista y organizaciones negras de derechos civiles, apoyados por Robeson, Einstein, Pete Seeger y muchos otros. Estados Unidos era el país que, mientras hablaba de libertad al mundo, contemplaba como los negros podían ser asesinados impunemente. Robeson, de hecho, fue el precursor e inspirador del movimiento por los derechos de los negros que después encabezarían Martin Luther King y Malcom X.

Siempre cercano, solidario, fraternal, Robeson ayudó a los trabajadores de la Ford, con quienes arrancó a la empresa el primer convenio colectivo; colaboró intensamente con la campaña para conseguir la libertad de Earl Browder, el presidente del Partido Comunista estadounidense que estaba encarcelado. Era incansable, y aunque no podía cantar en salas de conciertos[UdW1] por la persecución anticomunista, durante años lo hizo ante las puertas de las fábricas, en las bocas de las minas, en los campos de algodón, en los piquetes de los obreros del acero, marchando siempre con los trabajadores.

Después, tuvo que soportar la persecución del FBI, la retirada del pasaporte, la prohibición de sus conciertos, los interrogatorios policiales del HUAC, el siniestro comité del mccarthysmo. Se quedó sin medios de vida y vio truncada su carrera artística. Los periódicos dejaron de citarlo, los auditorios y salas de conciertos se negaron a programarlo, las tiendas retiraron sus discos, la radio y la televisión dejaron de emitir sus canciones: lo enterraron en vida. Junto a Robeson, permanecieron los comunistas estadounidenses y científicos como Albert Einstein, y los veteranos de la Brigada Lincoln, que le nombraron miembro honorario de las Brigadas Internacionales, distinción que llevó siempre con orgullo.

El acoso a Robeson fue feroz. La policía hizo centenares de informes sobre sus actividades, siguiéndolo a todas partes. Los miembros del Ku Klux Klan colaboraban con la policía en la persecución de los asistentes a actos del cantante, apedreándolos, agrediéndolos con bates de béisbol. Incluso congresistas del Partido Demócrata le acusaron de ser un “agente provocador comunista”. La ley McCarran añadió más sufrimiento: los comunistas no podían viajar con libertad, ni podían optar a trabajos en la administración del país. Pero Robeson no se rindió. Defendió a los dirigentes comunistas estadounidenses encarcelados, militó en la causa de la paz, apoyó a la Unión Soviética, denunció el peligro del armamento atómico y el horror de Hiroshima y Nagasaki. Amigo de Benjamin J. Davis, dirigente comunista y editor del diario The Daily Worker, Robeson se mantuvo siempre junto al CPUSA, el Partido Comunista estadounidense.

En 1951, Robeson presentó ante la ONU (junto a William L. Patterson, también hijo de esclavos y dirigente del CPUSA) un documento (We Charge Genocide) auspiciado por el Civil Rights Congressdonde acusaban al gobierno de Estados Unidos de genocidio contra los negros. El exhaustivo informe documentaba que a causa de la marginación, la pobreza y la falta de atención médica, más de treinta mil negros morían cada año en los Estados Unidos. Nunca se lo perdonaron, pero hasta su muerte, en 1976, se mantuvo fiel al socialismo; no en vano, Pablo Neruda escribió que Robeson cantaba como la tierra. En 1937, en un discurso en el Royal Albert Hall de Londres en solidaridad con España, Robeson había proclamado: “El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud”. Porque él fue siempre una voz libre, y sabía que América solo ofrecía a los negros una patria de escombros.

Fuente: Mundo Obrero, febrero de 2021.

martes, 27 de octubre de 2020

Marx, pensador del racismo sistémico


Fuentes: Le Grand Soir [Imagen: Esclavos triturando café y esclavas desgranándolo en una plantación de Surinam. Créditos: L'Illustration (1857); tomado de @Marzolino]

En este artículo el autor sostiene que Marx elaboró su teoría sobre la génesis del capitalismo industrial como un producto del racismo sistémico de las sociedades europeas.

Entre las incongruencias leídas aquí y allá en los últimos tiempos se encuentra la idea que sostiene que es escandaloso proclamarse marxista y al mismo tiempo combatir el racismo. Alegan como motivos que para Marx el capital no tenía color, que defendía a la mayoría y no a las minorías, y que lo esencial es la lucha de clases y no la lucha de razas, entre otros argumentos del mismo tipo.

El problema es que Marx percibió perfectamente la conexión entre la discriminación racial y la opresión de clase, y escribió páginas luminosas sobre la cuestión. Incluso le dedicó un capítulo completo de El capital, el capítulo 31 de la octava sección del libro I (1), en el que describe el nacimiento del capitalismo moderno a partir del dominio colonial y la esclavitud en las plantaciones.

Nos contentaremos con citar algunos extractos:

“Los tesoros expoliados fuera de Europa directamente por el saqueo, por la esclavización y las matanzas con rapiñas, refluían a la metrópoli y se transformaban allí en capital”. (2)

“El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista”.

“El trato dado a los aborígenes alcanzaba los niveles más vesánicos, desde luego, en las plantaciones destinadas al comercio de exportación, como las Indias Orientales, y en los países ricos y densamente poblados, entregados al saqueo y al cuchillo, como México y las Indias Orientales”.

Una de las muchas formas de trato vejatorio a que eran sometidos los esclavos que ‘merecían ser castigados’. Tomado de answerafrica.com

La verdad, como podemos ver, es que Marx entendió que el racismo sistémico inherente a la esclavitud de mercado era el certificado de nacimiento del capitalismo moderno; que este último pronto adoptará la lógica de lo que Samir Amin llamará “desarrollo desigual”; que una vez establecidas las relaciones de dependencia entre el Norte y el Sur, esta desigualdad daría su verdadera estructura al sistema mundial; que entre el centro y la periferia habría una división del trabajo que asignaría a esta última el papel de proveedor de mano de obra barata y materias primas a bajo precio; que al generar una explotación en cascada, esta jerarquía del mundo perpetuaría relaciones de explotación de las que el Occidente capitalista obtendría su prosperidad y cuyas consecuencias aún son visibles.

Marx también escribió muchos artículos sobre el colonialismo británico en la India. En un texto publicado por el New York Daily Tribune el 22 de julio de 1853 (2) subrayaba que la brutalidad de la burguesía europea en las colonias podía manifestarse sin trabas:

“La profunda hipocresía y la barbarie propias de la civilización burguesa se presentan desnudas ante nuestros ojos cuando, en lugar de observar esa civilización en su casa, donde adopta formas honorables, la contemplamos en las colonias, donde se nos ofrece sin ningún embozo”.

Lejos de ser indiferente a la cuestión racial, Marx percibió su carácter originario, vio que era inseparable de la génesis del modo de producción capitalista. Pintó el retrato de una dominación sin precedentes, que extendió la descarada ley del capital a toda la tierra volviendo a entroncar con unas prácticas ancestrales de violencia inaudita. Azotado, mutilado o quemado vivo al menor intento de rebelión, el esclavo negro de las colonias era la metáfora de un mundo donde el racismo de Estado justificaba todas las transgresiones. Representaba la punta extrema de un sistema globalizado de explotación que pronto transformaría a los trabajadores, fueran del color que fueran, en simples mercancías destinadas a acumular beneficios.

“Al mismo tiempo que introducía la esclavitud infantil en Inglaterra, la industria algodonera daba el impulso para la transformación de la economía esclavista más o menos patriarcal de Estados Unidos en un sistema comercial de explotación. En general, la esclavitud disfrazada de los asalariados en Europa exigía, a modo de pedestal, la esclavitud desembozada en el Nuevo Mundo”.

La esclavitud racial existía como tal y Marx la tuvo en cuenta en su análisis de las relaciones sociales capitalistas. No es una coincidencia que cite la esclavitud en las plantaciones en Estados Unidos. Sabía que el racismo instituido allí era uno de los cimientos de la llamada democracia estadounidense. Por eso se puso públicamente del lado de la Unión contra la Confederación durante la Guerra Civil, un simple hecho que invalida cualquier interpretación dirigida a minimizar la cuestión racial en su pensamiento. Para Marx, que sabía muy bien que Lincoln estaba defendiendo los intereses de la burguesía industrial del Norte, la abolición de la esclavitud racial practicada en el Sur era una prioridad absoluta.

Lo que Marx muestra brillantemente es que el capital instituyó el racismo sistémico desde sus inicios, que es un hecho estructural indiscutible y que es independiente de las actitudes individuales. Si bien Marx no habla de nuestro tiempo, sí habla de lo que le precede y le subyace, y, como él mismo dijo, es tan cierto que «la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos» (3).

Olvidar esta lección es olvidar a Marx.

Notas del traductor:

(1) El epígrafe sexto del capítulo XXIV de la sección VII: Génesis del capital industrial

(2) Los textos están extraídos de las traducciones de fuentes originales; en este caso, la traducción empleada es la de Pedro Scarón, que usó la versión francesa, revisada por el propio Marx, y que por lo tanto más se parece a la edición que emplea el autor de este artículo.

(3) Se trata del artículo Futuros resultados de la dominación británica en la India.

(4) Cita tomada del libro El 18 brumario de Luis Bonaparte.

Fuente: https://www.legrandsoir.info/marx-penseur-du-racisme-systemique.html

lunes, 31 de agosto de 2020

Esclavitud. Amplio estudio de ADN muestra el legado de la brutalidad de la esclavitud. NYT, Large DNA Study Traces Violent History of American Slavery.


Un diagrama de sección transversal de 1823 de un barco utilizado para transportar personas esclavizadas. La ilustración, que se utilizó en campañas abolicionistas y contiene varias inexactitudes históricas, se ha convertido en una de las representaciones más famosas de la trata transatlántica de esclavos.Credit ... incamerastock / Alamy

By 
Científicos de la compañía de genética de consumo 23andMe han publicado el estudio de ADN más grande hasta la fecha de personas con ascendencia africana en las Américas.

Más de un siglo y medio después de que terminó la trata transatlántica de esclavos, un nuevo estudio muestra cómo el trato brutal de las personas esclavizadas ha moldeado el ADN de sus descendientes.

El informe, que incluyó a más de 50,000 personas, 30,000 de ellas con ascendencia africana, está de acuerdo con el registro histórico de dónde fueron tomadas las personas en África y dónde fueron esclavizadas en las Américas. Pero también encontró algunas sorpresas.

Por ejemplo, el ADN de los participantes de los Estados Unidos mostró una cantidad significativa de ascendencia nigeriana, mucho más de lo esperado según los registros históricos de los barcos que transportan personas esclavizadas directamente a los Estados Unidos desde Nigeria.

Al principio, los historiadores que trabajan con los investigadores "no podían creer la cantidad de ascendencia nigeriana en los Estados Unidos", dijo Steven Micheletti, genetista de población de 23andMe que dirigió el estudio.

Después de consultar a otro historiador, los investigadores descubrieron que las personas esclavizadas fueron enviadas desde Nigeria al Caribe Británico, y luego fueron comercializadas en los Estados Unidos, lo que podría explicar los hallazgos genéticos, dijo.

El estudio ilumina uno de los capítulos más oscuros de la historia mundial, en el que 12.5 millones de personas fueron sacadas de sus países de origen en decenas de miles de barcos europeos. También muestra que los registros históricos y genéticos juntos cuentan una historia más estratificada e íntima que cualquiera de las dos por sí sola.

El estudio, que fue publicado el jueves en el American Journal of Human Genetics, representa "un progreso real en la forma en que pensamos que la genética contribuye a contar una historia sobre el pasado", dijo Alondra Nelson, profesora de ciencias sociales en el Instituto de Avanzado Estudie en Princeton, NJ, que no participó en el estudio.

Aunque el trabajo es encomiable por hacer uso tanto de datos históricos como genéticos, dijo el Dr. Nelson, también fue "una oportunidad perdida de dar el paso completo y realmente colaborar con los historiadores". La historia de los diferentes grupos étnicos en África, por ejemplo, y cómo se relacionaban con los límites geográficos modernos e históricos, podría haberse explorado en mayor profundidad, dijo.

El estudio comenzó como un proyecto soñado por Joanna Mountain, directora senior de investigación en 23andMe, incluso antes de que la empresa tuviera clientes. Durante 10 años, ella y su equipo construyeron una base de datos genéticos. Principalmente, los participantes eran clientes de 23andMe cuyos abuelos nacieron en una de las regiones geográficas de la esclavitud transatlántica. Todos los participantes dieron su consentimiento para que se utilizara su ADN en la investigación.

En el nuevo estudio, el equipo del Dr. Micheletti comparó esta base de datos genética con una histórica, Slave Voyages, que contiene una enorme cantidad de información sobre la esclavitud, como los puertos de embarque y desembarque, y la cantidad de hombres, mujeres y niños esclavizados.

Los investigadores también consultaron con algunos historiadores para identificar lagunas en sus datos, dijo el Dr. Mountain. Los historiadores les dijeron, por ejemplo, que necesitaban representación de regiones críticas, como Angola y la República Democrática del Congo. El equipo trabajó con académicos conectados con instituciones de África occidental para encontrar esa información.

El tamaño del conjunto de datos del proyecto es "extraordinario", dijo David Reich, profesor de genética en Harvard que no formó parte del proyecto.

Debido a que atrajo a los participantes de una base de datos directa al consumidor de millones de personas, el estudio pudo "hacer y responder preguntas sobre el pasado y sobre cómo las personas se relacionan entre sí" que los académicos como él no podían hacer, él dijo. En el mejor de los casos, los proyectos académicos pueden estudiar a cientos o algunos miles de personas, y en general esos datos no incluyen la información genealógica que proporcionaron los participantes de la investigación 23andMe.

Los hallazgos muestran una notable alineación con el registro histórico. Los historiadores han estimado, por ejemplo, que 5.7 millones de personas fueron trasladadas de África Central Occidental a las Américas. Y el registro genético muestra una conexión muy fuerte entre las personas en África Central Occidental y todas las personas con ascendencia africana en las Américas.

Los historiadores también han notado que las personas que fueron llevadas a América Latina desde África desembarcaron de África Central Occidental, pero muchas fueron tomadas originalmente de otras regiones como Senegambia y la Bahía de Benin. Y la nueva evidencia genética respalda esto, mostrando que los descendientes de personas esclavizadas en América Latina generalmente tienen conexiones genéticas con dos o tres de estas regiones en África.

La evidencia histórica muestra que las personas esclavizadas en los Estados Unidos y el Caribe Británico, por el contrario, fueron tomadas de un mayor número de regiones de África. El estudio halló que sus descendientes muestran una conexión genética con personas en seis regiones de África.

El registro histórico muestra que de los 10.7 millones de personas esclavizadas que desembarcaron en las Américas (después de que casi 2 millones de personas murieron en el viaje), más del 60 por ciento eran hombres. Pero el registro genético muestra que fueron principalmente mujeres esclavizadas las que contribuyeron al acervo genético actual.

La asimetría en la experiencia de hombres y mujeres esclavizados, y de hecho, muchos grupos de hombres y mujeres en siglos pasados, se entiende bien. Los hombres esclavizados a menudo morían antes de tener la oportunidad de tener hijos. Las mujeres esclavizadas a menudo fueron violadas y obligadas a tener hijos.

El proyecto 23andMe encontró este patrón general, pero también descubrió una sorprendente diferencia en la experiencia de hombres y mujeres entre las regiones de las Américas.

Los científicos calcularon que las mujeres esclavizadas en los Estados Unidos contribuyeron 1.5 veces más al acervo genético moderno de personas de ascendencia africana que los hombres esclavizados. En el Caribe latino, contribuyeron 13 veces más. En el norte de América del Sur, contribuyeron 17 veces más.

Además, en los Estados Unidos, los hombres europeos contribuyeron tres veces más al acervo genético de personas de ascendencia africana que las mujeres europeas. En el Caribe británico, contribuyeron 25 veces más.

Esta evidencia genética, dicen los científicos, puede explicarse por las prácticas locales. En los Estados Unidos, la segregación entre las personas esclavizadas y la población europea puede haber hecho más probable que el hijo de una madre esclava tenga un padre esclavo. Pero en otras regiones donde los hombres esclavizados tenían menos probabilidades de reproducirse, las prácticas peligrosas como el cultivo de arroz, en las que las duras condiciones y los campos fangosos hicieron que sea más fácil ahogarse, y la malaria era común, pueden haber matado a muchos de ellos antes de que pudieran tener hijos.

En algunas regiones de América Latina, el gobierno promulgó programas que llevaron a hombres de Europa a engendrar hijos con mujeres esclavizadas a fin de disminuir intencionalmente el acervo genético africano.

El estudio ilustra la cantidad de violencia física y sexual que formaron parte de la esclavitud, y cómo todavía están incorporados a nuestra sociedad, dijo el Dr. Nelson. Confirma el "maltrato, la discriminación, el abuso sexual y la violencia que ha persistido por generaciones", dijo, y de las que muchas personas protestan hoy.

Corrección: 23 de julio de 2020 Una versión anterior de este artículo fue imprecisa al discutir algunas investigaciones históricas. Existen registros históricos que muestran que las personas esclavizadas fueron enviadas directamente de Nigeria a los Estados Unidos, pero no en la medida indicada por la nueva evidencia genética.

Una versión de este artículo aparece impresa el 24 de julio de 2020, Sección A, página 14 de la edición de Nueva York con el título: Estudio de ADN muestra el legado de la brutalidad de la esclavitud.

 https://www.nytimes.com/2020/07/23/science/23andme-african-ancestry.html?surface=home-discovery-vi-prg&fellback=false&req_id=691326358&algo=identity&imp_id=394539967&action=click&module=Science%20%20Technology&pgtype=Homepage

domingo, 26 de julio de 2020

_- La otra esclavitud: La historia oculta de indios y esclavos

_-  La última oleada internacional de revisión de la historia colonial, que, partiendo de movilizaciones norteamericanas, se ha traducido, entre otras cosas, en el derribo y pintarrajeo de las estatuas de numerosos próceres, ha movido a la revista The New York Review of Books a exhumar la reseña crítica de un libro importante de Andrés Reséndez, que se editó en 2016. El libro, del que ya dimos cuenta en su día [https://www.sinpermiso.info/textos/indios-y-negros-esclavos-en-el-nuevo-...], se publicó además en versión castellana el año pasado. SP.

The Other Slavery: The Uncovered Story of Indian Enslavement in America, de Andrés Reséndez [Houghton, Mifflin Harcourt 2016]. [La otra esclavitud: Historia oculta del esclavismo indígena, Ed. Grano de sal, 2019]

El mercado europeo de esclavos africanos, que se inició con un cargamento de negros mauritanos desembarcados en Portugal en 1441, y el explorador Cristóbal Colón, nacido en Génova diez años antes, estuvieron estrechamente vinculados. La consiguiente Era de los Descubrimientos, con su expansión de los imperios y la explotación de los recursos del Nuevo Mundo, se vio acompañada de la captura y el trabajo forzado de seres humanos, empezando por los nativos americanos.

Valorar esa oportunidad comercial le aconteció de modo natural a un emprendedor como Colón, lo mismo que la presión de sus patrocinadores sobre él para que encontrara metales preciosos y las contradictorias preocupaciones de su religión, tanto para proteger como para convertir a sus paganos. El día después de que Colón desembarcara en 1492 en una isla de las actuales Bahamas y viera a sus isleños taínos, escribió que “con cincuenta hombres podrían haber sometido a todos y haberles obligado a hacer todo lo que desearan”. Pronto el comercio africano comenzó a cambiar la vida de España; en cien años, la mayoría de las familias de las ciudades poseían uno o más sirvientes negros, más del 7 % de Sevilla era negro, y una nueva categoría social de mulatos de mezcla racial se sumó a los escalones inferiores de una escalera social codificada por colores.

A Colón le gustaron los indígenas taínos, “afectuosos y sin malicia”, de habla arawak. Juzgó a los hombres, altos, apuestos y buenos agricultores, a las mujeres, atractivas, semidesnudas, y aparentemente disponibles. A cambio de cuentas de cristal, cascabeles y estrafalarias capas rojas, los marinos recibieron hilo de algodón, cotorras y alimentos de los huertos de los nativos. El pescado y la fruta frescas eran abundantes. El centelleo de los adornos que llevaban los nativos prometía oro, y éstos sabían supuestamente dónde encontrar más. Aparte de algún estallido, no hubo hostilidades graves. Colón regresó a Barcelona con seis indígenas taínos que desfilaron como curiosidades, no como esclavos, ante el rey Fernando y la reina Isabel.

Al año siguiente, Colón llevó diecisiete barcos de los que descendieron 1.500 potenciales colonos a las playas del Caribe. Cuando se quedaron, degeneraron las relaciones con los indios. Lo que pronto se impuso fue “la otra esclavitud”, que el historiador Andrés Reséndez, del campus de Davis de la Universidad de California, discute en su síntesis del último medio siglo de investigación académica sobre el esclavizamiento del indio norteamericano. Vino primero la exigencia de los mineros de cavar buscando oro. Los taínos de fácil trato se convirtieron en bateadores de oro que trabajaban bajo capataces españoles.

Los españoles explotaron asimismo las formas de servidumbre humana que ya existían en las islas. Los caribes de las Antillas Menores, una tribu más agresiva, realizaban regularmente incursiones entre los taínos, comiéndose supuestamente a los hombres, pero conservando a modo de séquito a mujeres y niños. Una discriminación semejante basada en edad y género prevalecería a lo largo de los siguientes cuatrociemtos años de servidumbre de unos indios por otros. Tal como lo formularon Bonnie Martin y James Brooks en su antología Linking the Histories of Slavery: North America and Its Borderlands [Vínculos de las Historias de la Esclavitud: América del Norte y sus tierras fronterizas]:

“América del Norte era un inmenso y palpitante mapa de de comercio, incursiones y reasentamientos. Ya se tratara de esos sistemas anteriores o posteriores al contacto con los indígenas, colonos europeos o nacionales norteamericanos, se desarrollaron en matrices culturales complejas en las que el poder social y de la riqueza económica creado al recurrir a la esclavitud se demostró indivisible. Los sistemas esclavistas indígenas y euro-norteamericanos evolucionaron e innovaron como respuesta unos de otros”.

Contra los taínos que se resistían a los españoles se abalanzaban los perros, y eran destripados por espadas, quemados en la hoguera, pisoteados por caballos, atrocidades “a las que ninguna crónica podría hacer justicia”, escribió Fray Bartolomé de las Casas, defensor de los derechos de los indios, en 1542. Contra los caribes, los españoles tuvieron más dificultades, librando batallas campales, pero capturando también cientos de esclavos. Colón navegó de vuelta a casa de su segundo viaje con más de un millar de cautivos destinados a las subastas de esclavos en Cádiz (muchos murieron en el camino y sus cuerpos se lanzaron por la borda). Contemplaba un mercado futuro para el oro, especias, algodón del Nuevo Mundo, y “tantos esclavos como Vuestras Majestades ordenen hacer, de entre aquellos que son idólatras”, cuyas ventas podrían financiar posteriores expediciones.

Así se convirtió el descubridor del Nuevo Mundo en su primer traficante humano, un negocio suplementario emprendido por la mayoría de los conquistadores del Nuevo Mundo hasta que, a mediados del siglo XVII, España se opuso oficialmente a la esclavitud. Y la visión de Colón de un “cruce de vuelta del Atlántico” se desmoronó cuando los clientes españoles prefirieron a los sirvientes africanos. Los indios eran más caros de adquirir, no eran lo bastante dóciles, eran más difíciles de adiestrar, poco fiables a lo largo de los años y susceptibles a la nostalgia del hogar, a marearse en el mar, y a las enfermedades europeas. Entre otros obstáculos se contaban los recelos de la iglesia y las autoridades reales, lo que puede explicar el énfasis de Colón en “idólatras” como los caribes, cuyo estatus como “enemigos” y caníbales les hacían más idóneos legalmente para ser esclavizados.

Los indios sufrieron a causa del exceso de trabajo en los lechos auríferos, así como debido a los patógenos extraños para los que no tenían anticuerpos, y por causa del hambre como resultado del exceso de actividad cazadora y la falta de cultivo agrícola. En el curso de dos generaciones, la población indígena caribeña se enfrentó a un “declive cataclísmico”. En la isla de La Española, de una población indígena estimada en 300.000 personas, quedaban sólo 11.000 taínos vivos para 1517. En diez años, seiscientas aldeas o más quedaron vacías.

Pero aun mientras se procedía a la limpieza étnica del Caribe de sus habitantes originarios, un caso de mala conciencia sacudió Iberia. Tuvo sus orígenes en la ambivalencia del rey Fernando y la reina Isabel acerca de cómo tratar a los indios. En la primavera de 1495, sólo cuatro días después de que las regias personas aconsejaran a su obispo a cargo de los asuntos exteriores [Rodrigo Jiménez de Cisneros] que los esclavos “se venderían más fácilmente en Andalucía que en otros lugares”, ordenaron que se detuviera todo esclavizamiento humano hasta que la Iglesia les informará de “si podemos venderlos o no”. La indignación fue más evidente en la polémica de Las Casas, que había emigrado a las islas en 1502. Había sido propietario de esclavos para renunciar luego a esta práctica en 1515. Después de tomar sus votos como fraile dominico, contribuyó a impulsar las Leyes Nuevas de Indias por medio del sistema legal español en 1542. Los intereses esclavistas recurrieron a una sucesión de estrategias verbales para justificar y conservar el trabajo indio que no era libre. En fecha tan temprana como 1503, las tribus designadas como “caníbales” se convirtieron en presa vulnerable, al igual que los prisioneros tomados en “guerras justas”. Catalogados en lo sucesivo, de esclavos de guerra, se les marcó en las mejillas con una “G”. Servidumbre era lo que les esperaba automáticamente a cualquiera de los desventurados indios, conocidos como esclavos de rescate, a los que los esclavizadores españoles habían liberado de otros indios que ya les habían esclavizado; la letra “R” se les marcaba a fuego en el rostro.

En 1502, el nuevo gobernador de La Hispañola, Nicolás de Ovando, recurrió a una vieja práctica feudal para asegurarse el control sobre los cuerpos de los trabajadores. Para retener a los mineros indígenas, pero controlar la crueldad incontrolada, Ovando otorgó a los colonizadores prominentes concesiones de tierras (encomiendas) que incluía derechos de tributo y trabajo de los indios que ya residían allí. Aunque todavía vasallos, seguían siendo nominalmente libres de “propiedad”. Podían residir en sus propias aldeas, estaban teóricamente protegidos de la depredación sexual y la venta secundaria , y se suponía que recibían instrucción religiosa y una compensación en especie de un peso de oro al año, beneficios que con frecuencia se ignoraban. En los dos siglos siguientes, el sistema de la encomienda y otras formas locales de trabajo no libre se utilizaron para crear una mano de obra india esclavizada a lo largo y ancho de México, Florida, el Sudoeste norteamericano, y así hasta las Filipinas.

La historia del esclavizamiento de los nativos americanos que cuenta Reséndez se confunde con la enrevesada interacción de los sistemas indígenas e importados de servidumbre humana. Pese a su afirmación de que descubre “la otra esclavitud”, cuando habla de las demás formas de servidumbre impuestas a los indios, no llega a reconocer que no existía institución monolítica alguna semejante a esa “peculiar” y transatlántica que quedaría identificada con el Sur norteamericano, que importaba africanos vendidos como mercancías. Hasta la distinción que establecen varios investigadores académicos entre esas “sociedades esclavistas” y “sociedades con esclavos” (dependiendo de si el trabajo esclavo era o no esencial para la generalidad de la economía) se aplica sólo en parte a las situaciones enormemente complejas y hondamente localistas de los indios norteamericanos esclavizados. Pues éstas mezclaban una vertiginosa variedad de prácticas acostumbradas con sistemas coloniales para mantener una mano de obra indígena forzosa. Si Reséndez afirma abarcar toda a tragedia de la esclavitud india “a lo largo y ancho de América del Norte”, no distingue entre los diferentes sistemas coloniales de servidumbre india — que hacían posible los aliados indios de los colonizadores — que existieron bajo los regímenes inglés, francés y holandés.

Durante el siglo XVII, mientras algunos españoles seguían suscitando la pregunta de la moralidad de la esclavitud, se abrieron minas de plata en el norte de México y se incrementó la demanda de mano de obra india. Este auge iba a requerir más trabajadores que los campos de oro caribeños y duraría bastante más tiempo. Ahora el esfuerzo físico pasó de cribar la superficie o cavar trincheras de poca profundidad a abrir pozos decenas de metros por debajo del suelo. Más rentable que el oro, la plata era también más penosa de extraer. Los mineros cavaban, cargaban y arrastraban rocas en una obscuridad casi completas a veces durante días. En torno a la actual Zacatecas, se levantaron montañas enteras del mineral gris-negro.

Para satisfacer la creciente demanda de mano de obra, el esclavizamiento español e indio se expandió más allá del Sudoeste norteamericano, mandando a las minas esclavos pueblo y comanches, y capturando esclavos de los desafiantes chichimecas del norte de México a lo largo de campañas especialmente violentas entre las décadas de 1540 y 1580. Desde principios del siglo XVI hasta la primera década del XIX, se extrajo doce veces más plata de más de cuatrocientas minas repartidas por todo México que oro durante toda la Fiebre del Oro californiana.

En Parral, un centro de minería de plata en el sur de Chihuahua, que era en 1640 la ciudad más grande al norte del Trópico de Cáncer, más de siete mil obreros descendían diariamente a los pozos, la mayoría de ellos nativos esclavizados de lugares tan lejanos como Nuevo México, que pronto se convirtió en “poco más que un centro de suministro para Parral”. Después de que se instituyera en 1573 el sistema dirigido por el Estado para reclutar forzosamente trabajo indio en las minas de plata latinoamericanas, siguió en funcionamiento durante 250 años y una media de diez mil indios al año de más de doscientas comunidades indígenas.

Conforme Reséndez desplaza su relato al continente mexicano, sin embargo, uno se ve obligado a hacer otra pregunta a un autor que afirma haber “descubierto” el arco panorámico de la esclavitud india. ¿No deberíamos saber más de la historia de estos esclavos indios de indios de los que fue testigo Colón y que se volvieron esenciales para llevar trabajadores a las minas mexicanas, a los hogares de Nuevo México, o a sus propias aldeas indígenas? A lo largo y ancho de las Américas precolombinas, los cautivos menores de edad y femeninos de guerras intertribales se convertían de manera rutinaria en trabajadores domésticos que llevaban a cabo tareas del hogar. Algunos fueron repatriados mediante rescate físico o económico, en tanto que muchos continuaron como servidumbre el resto de su vida. Pero unos cuantos acabaron absorbidos en los asentamientos que los albergaban mediante formas de parentesco imaginario, tales como la adopción ceremonial o, más corrientemente, por medio del matrimonio.

Entre las culturas indias de los valles del Missisipi que elevaban montículos, , esos prisioneros de guerra formaban una clase marginal como de siervos. Esta civilización se derrumbó en el siglo XIII y las tribus que las sucedieron conocidas como choctaw, cheroquis, creek, y otras, perpetuaron la práctica de la servidumbre; las partidas de guerreros cheroquis proveían las reservas de cada aldea de atsi nahsai, o “el que es propiedad”. La costumbre continuó a lo largo de la Norteamérica indígena, donde se prefería generalmente mujeres en edad fértil y varones preadolescentes. Sus esposos y padres eran más corrientemente asesinados. Reséndez apenas menciona la posterior participación de esas mismas tribus en la “peculiar institución” del hombre blanco basada en la raza. Compraban y vendían esclavos afroamericanos para trabajar sus plantaciones propiedad de indios. Una vez que estalló la Guerra Civil se produjo una ruptura dolorosamente divisiva de las naciones indias sureñas entre aliadas de los confederados y de la Unión.

Como en el caso de la depredación de los taínos a manos de los caribes, no era inusual que tribus más fuertes se cebaran en víctimas perennes. En el sudeste, los chickasaws tomaban regularmente esclavos de los choctaws; en la Gran Cuenca, los utes robaban mujeres y niños de los paiutes (y luego comerciaban con ellos con hogares mormones que estaban encantados de pagar por ellos); en California, los modoc del noreste acosaban regularmente a los cercanos atsugewi, mientras los mojave que habitaban junto al río Colorado llevaban a cabo incursiones rutinarias entre los chemehuevi del lugar. Estas relaciones entre presas y predadores podían extenderse durante generaciones. Sólo entre los órdenes jerárquicos de la costa del noroeste, aparentemente, se trataba tradicionalmente a los esclavos como mercancías, que podían comprarse, ser objeto de comercio o entregadas como regalo.

Indirectamente, los españoles contribuyeron a instigar el siguiente incremento del tráfico humano a lo largo del oeste norteamericano. Sus caballos — criados en el norte de Nuevo México, y luego robados o intercambiados hacia el norte después de finales del siglo XVIII— hicieron posible una revolución ecuestre a lo largo y ancho de las llanuras. Las relaciones entre unas cuantas tribus indios cambiaron de modo drástico, conforme los pueblos cazadores y recolectores de a pie se transformaban gracias a los caballos en veloces nómadas que se volvieron dependientes de los búfalos y acosaban a sus vecinos. En la cultura popular norteamericana blanca, las culturas ecuestres se presentarían como estereotipos de los espectáculos del Salvaje Oeste y las pantallas cinematográficas, vestidos con sus tocados, viviendo en sus tipis y ululando con sus gritos de guerra. Entre ellos figuraban los comanches de las llanuras meridionales y los utes de las tierras fronterizas de la Gran Cuenca.

Para mediados del siglo XVIII, la máquina militar comanche había puesto freno al expansionismo español. Sus regimientos de caballería, de quinientos o más jinetes disciplinados, llevaban a cabo viajes de ochocientas millas en dirección norte hasta el río Arkansas, y en dirección sur hasta distancias a unos cientos de millas de Ciudad de México. Los esclavos que arrancaban a apaches, indios pueblo y navajos e convirtieron en la moneda principal ens tratos de negocios con con mexicanos, novomexicanos y norteamericanos. En improvisadas subastas y en encrucijadas establecidas se vendían esclavos indígenas norteamericanos, mexicanos y anglos, algunos sometidos sucesivamente a nuevos amos. Hasta que los conquistó el gobierno norteamericano, los comanches dominaron más de un cuarto de millas cuadradas de las zonas fronterizas norteamericanas y mexicanas.

Reséndez argumenta las continuidades de este tráfico inhumano hasta el mismo presente. Pero esta brusca transición al presente tras la derrota de los comanches sólo refuerza nuestra sensación de que su esfuerzo ha sido excesivamente ambicioso y frágilmente concebido, como si lograr la síntesis prometida en un tema tan complejo y persistente le hubiera abrumado sencilla (y comprensiblemente). Su tratamiento de las prácticas multinacionales de la esclavitud del periodo colonial es desigual y parece quitarse importancia a las ubicuas tradiciones de esclavizamiento de los nativos a manos de nativos.

Reséndez estima holgadamente que entre unos 2,5 y 5 millones de indios quedaron atrapados en esta “otra esclavitud”, en la que el trabajo excesivo y el abuso físico contribuyeron sin duda al descenso en un 90 % de la población india de América del Norte entre los días de Colón y 1900. Pero en cierto modo poco de ese tormento se transmite con viveza en La otra esclavitud. Se nos dice que los navajos llamaron “Tiempo del Temor” a la década de 1860, cuando el conjunto de la tribu se vio acosada por el encarcelamiento en el sur de Nuevo México. Aparte de ese atisbo del impacto emocional colectivo del lado de las víctimas, se nos ofrecen pocos testimonios que reflejen la inquietud y el terror que hay detrás de los muchos resúmenes de Reséndez del sufrimiento humano, dislocaciones tribales, vidas furtivas en fuga, y derechos de nacimiento perdidos para siempre.

Una sensación más convincente de la discriminación y el odio raciales que impulsaron y perpetuaron los sistemas de esclavitud debatidos en el libro de Reséndez proviene incluso de una película melodramática como es The Searchers [Centauros del desierto] (1956), de John Ford, mientras que los terrores de sobrevivir en el Oeste del siglo XVIII entre bandas itinerantes de despiadados cazadores de esclavos quedan mejor evocados en la obra maestra granguiñolesca de Blood Meridian [Meridiano de sangre] (1985). Leyendo el relato de Reséndez, se aguarda en vano algo similar al tranquilo comentario de Rebecca West en Black Lamb and Grey Falcon (1941), su crónica de las animosidades multiétnicas yugoslavas: “A veces resulta muy difícil señalar la diferencia entre la historia y el olor de una mofeta”.

Peter Nabokov antropólogo y escritor, especialista en las culturas indígenas de Norteamérica, es profesor de UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles.

Fuente:
The New York Review of Books, de 2016 Traducción:Lucas Antón