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martes, 12 de noviembre de 2024

Los brigadistas internacionales en la Guerra Civil: “Voy a luchar contra el fascismo, no a meterme en política”

Morandi, en primer plano, con el jefe del sector del norte de Córdoba, Joaquín Pérez Salas, al teléfono.
Morandi, en primer plano, con el jefe del sector del norte de Córdoba, Joaquín Pérez Salas, al teléfono.
Un libro recupera el diario del militar italiano Aldo Morandi durante su paso por el frente republicano en 1936

Más de 40.000 brigadistas procedentes de 53 países llegaron en 1936 a España para enrolarse en la lucha contra el fascismo, algo que muchos de ellos ya venían padeciendo, como exiliados, debido a la deriva de países como Italia, Alemania o Austria. Entre ellos estaba Aldo Morandi, un veterano de la I Guerra Mundial que salió de París junto a otros 50 compañeros italianos a finales de noviembre de 1936 con destino al frente de Andalucía en la Guerra Civil.

El teniente coronel Morandi, que es descrito como un antifascista indómito por sus biógrafos, recogió en un diario su lucha en los frentes del ejército republicano, tanto en Andalucía como en Las Rozas (Madrid), el Jarama y el Bajo Aragón. El original mecanografiado de ese diario, titulado Guardando il Passato. Un Diario della guerra di Spagna (1936-1939) —Mirando el pasado. Un Diario de la guerra de España— de unos 400 folios, fue cedido recientemente por la familia del militar al historiador español Francisco Moreno Gómez, quien, tras un laborioso trabajo de catalogación, ha publicado el libro Brigadistas Internacionales en la España democrática (Utopía Libros). Junto al diario, Moreno recibió casi un centenar de fotografías que aportan una visión y un testimonio hasta ahora inédito del papel que jugaron los brigadistas internacionales en la Guerra Civil. Se estima que más de 9.000 de estos perdieron su vida luchando contra el fascismo en España.

“Esta publicación es un ejercicio de historia y de memoria democrática y también el cumplimiento del compromiso contraído con la familia de Aldo Morandi, en concreto con Miuccia Gigante, su nieta, y con Pietro Ramella, el tutor de su documentación”, señala el historiador. 

Miembros del ejército republicano, en un tanque ruso T-26 en el norte de Córdoba.Miembros del ejército republicano, en un tanque ruso T-26 en el norte de Córdoba

 Utopía Libros

El libro arranca con la salida de París de Morandi a finales de noviembre de 1936, su formación en la base de Albacete y su llegada al frente de Andalucía, sobre todo Lopera (Jaén), en la Navidad de 1936, bajo la XIV Brigada Internacional, con el general Walter como jefe y con el propio Morandi como capitán jefe de Estado Mayor.

El diario del italiano aporta una versión nueva y detallada de la tragedia del 9º Batallón de esta Brigada, con enormes pérdidas, en el choque inesperado con los franquistas en un cerrillo entre Villa del Río y Bujalance, en el norte de Córdoba. “Hubo masacrados, prisioneros, fusilamientos a cargo de los requetés del teniente coronel Luis Redondo, pero más de la mitad del 9º Batallón logró romper el cerco por la noche, hasta verse frenados por el río Guadalquivir. Era la Nochebuena de 1936″, expone el historiador andaluz.

Morandi, ascendido a mayor el 6 de enero de 1937, se traslada con la Brigada y participa en la batalla de Las Rozas. Después narra su paso por la batalla del Jarama, hasta que aparece, con su 20º Batallón Internacional, en la batalla de Pozoblanco, el 17 de marzo de 1937. Después, ascendido a teniente coronel, mandará la 86ª Brigada Mixta, desde el 8 de abril de 1937. Un año completo estará Morandi en el norte de Córdoba, donde relata un sinfín de luchas, fatigas y peligros y se posiciona en el flanco republicano contra la Peñarroya franquista. 
Morandi, en los días de la Batalla de Lopera (Jaén).

Morandi, en los días de la Batalla de Lopera (Jaén)

 Utopía Libros 

Por otra parte, Morandi ofrece muchísimas referencias del llamado “hospital americano”, dirigido por el doctor Friedman, instalado primero en Valsequillo y, a finales de junio de 1937, en un colegio de Belalcázar. Más adelante se pone al frente de la 63 División, con puesto de mando en Villanueva de Córdoba. Allí, discutiendo un día con el gobernador civil, expresa el objetivo de su vida: “Yo he venido voluntario a España a luchar contra el fascismo y no a meterme en política”. “Este era, en realidad, el lema de los brigadistas internacionales y no otros tópicos que se vienen repitiendo sin fundamento”, señala Moreno.

El libro se detiene más adelante en el paso de Aldo Morandi por El Maestrazgo, en el Bajo Aragón, y al frente de la División de Maniobras de Extremadura. Aterrizan en Villafranca del Cid (Castellón), con el objetivo de reconquistar Alcañiz (Teruel), que no consiguen. En realidad, sufren una penosa retirada constante, frente a las tropas franquistas, que avanzan enloquecidas hacia el mar, objetivo que consiguen el 15 de abril de 1938, por Vinaroz (Castellón). “Morandi sufre una depresión y una recaída en su enfermedad crónica de malaria y se da de baja durante el verano de 1938″, apunta Moreno. 
De izquierda a derecha, el comandante Hans Kahle, Luigi Longo y Aldo Morandi.
De izquierda a derecha, el comandante Hans Kahle, Luigi Longo y Aldo Morandi.
Utopía Libros

Otro momento emotivo del libro se refiere a la retirada de los brigadistas internacionales, la despedida en Barcelona, el 28 de octubre de 1938, y el largo camino hacia la frontera, a pie, por Le Pertus, hasta que pasan, “doliéndose de la tragedia de España”, el 7 de febrero de 1939, todos los italianos juntos, los del Batallón Garibaldi, al mando de Morandi. Durante ese mes de febrero sufren el campo de concentración de Saint Cyprien, con testimonios desgarradores. A finales de ese mes, Morandi consigue, a través de un diputado francés, salir del campo y reunirse con su compañera, Vincenzina Fonti. La II Guerra Mundial la pasan en Suiza. La angustia vital de Morandi termina con su muerte en Milán, en 1975. Veinte años después, le seguirá Vincenzina.

Moreno conoció a la familia de Morandi en 2013, cuando publicó su libro Trincheras de la República. A partir de ahí empezaron a enviarle fotografías con las que llegó a organizar una exposición. “Al final ha merecido la pena: la lucha de Aldo Morandi, de sus internacionales y de sus compañeros españoles no ha quedado en el olvido. Siguen viviendo en los que quieren leer y quieren saber”.

Del bisnieto de Darwin a Robert Capa o Hemingway
Centenares de brigadistas internacionales murieron en la Navidad de 1936, durante la batalla de Lopera (Jaén). Ingleses, franceses y alemanes llegaron voluntarios para luchar contra el fascismo. Entre aquellas milicias, se encontraban los poetas Ralph Fox y John Cornford, este último bisnieto del célebre naturalista Charles Darwin y poeta revolucionario en la Inglaterra de principios del siglo XX. El diario de Aldo Morandi destaca el “heroísmo” de estos intelectuales británicos, caídos frente a la cota 320, a la vista de Lopera. Los mandaba otro excepcional capitán inglés, Georges Nathan, caído luego en la batalla de Brunete.

Junto a la zona conocida como barranco del Setal, en Lopera, pervive enterrada en una olvidada fosa la memoria de los jóvenes brigadistas. En 2016, coincidiendo con el 80º aniversario de la batalla de Lopera, se homenajeó a los brigadistas con la presencia de colectivos llegados desde Irlanda, Gran Bretaña o Francia.

Morandi también relata en su diario las visitas de personalidades al frente del norte de Córdoba, como los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro, además de los escritores Simone Weil o Hemingway, a quien le gustaba pasar horas y horas con la unidad de guerrilleros republicanos.

viernes, 12 de julio de 2024

_- Amor entre el horror de Auschwitz

Rudolf Friemel and Margarita Ferrer Rey
_- Foto de boda de Rudolf Friemel y Margarita Ferrer Rey, 18 de marzo de 1944. Rudolf Friemel Estate.
El enlace entre Margarita Ferrer y el preso austriaco Rudolf Friemel fue el único que se celebró en el campo nazi. El nieto de la pareja ha donado su archivo en Viena.

A Rudolf Friemel le permitieron dejarse crecer el cabello y lucir traje, corbata y zapatos prestados de la guardarropía de las SS. Su padre y su hermano llegaron en tren desde Viena en calidad de testigos, y con ellos la novia, Margarita Ferrer, a la que permitieron entrar en Auschwitz con su hijo común, Édouard, un niño de tres años. Un prisionero polaco hizo las fotografías, hubo un banquete íntimo y los recién casados pasaron la noche de bodas en el prostíbulo del campo, una celda del barracón 24. Al día siguiente se despidieron, Margarita regresó con la familia a Viena y Rudolf continúo su reclusión como preso número 25173. Hasta que la muerte los separe. No se volvieron a ver.

Eran vidas trágicas, desgraciadas, de película. Rudolf Friemel y Margarita Ferrer se conocieron en el frente del Ebro durante la Guerra Civil: él había viajado a España para luchar con las Brigadas Internacionales contra Franco; ella acompañaba al grupo de mujeres antifascistas que hacía excursiones desde la retaguardia para animar las horas muertas de los soldados en las trincheras. Él era de Viena, buena planta, carismático, con el mentón partido de Robert Mitchum, un mecánico de coches que había estado involucrado en el asesinato de un inspector de policía durante el Levantamiento de febrero del 34. Ella era una española de ojos negros que trabajaba como secretaria en Barcelona. Cuando entraron las tropas franquistas en la ciudad, tuvo que huir con su hermana cruzando a pie los Pirineos para acabar en un campo de concentración en Francia.

Saint-Cyprien era una franja a orillas del mar cercada con alambre de espino, sin ni siquiera barracones donde guarecerse ni agua potable, con los refugiados peleando por sobrevivir en la arena. El mismo campo al que pronto llegó Rudolf, pero sin que ninguno de los dos amantes supiera que compartían cautiverio. Antes de que Rudolf fuera deportado a Auschwitz en diciembre de 1941, hubo un feliz reencuentro y Margarita se quedó embarazada de Édouard.

MÁS INFORMACIÓN Auschwitz, la lucha por preservar la memoria del horror

El hijo de Édouard tiene hoy 48 años, es un ingeniero alto y pelirrojo que vive en Marsella y lleva el nombre de su abuelo. Rodolphe Friemel acaba de donar al archivo municipal de Viena los documentos originales que conservaba su familia sobre el enlace en Auschwitz, y la Biblioteca de Viena los exhibirá hasta el 30 de septiembre. El acceso es libre y permite conocer las entrañas del monumental edificio neogótico del Ayuntamiento vienés. El buen castellano que habla Rodolphe no lo aprendió con su abuela Margarita, sino con su segundo marido, Paco Suárez, un republicano español superviviente de Mauthausen que durante años se sirvió el café en latas porque lo demás eran lujos.

“Con Marga nunca hablé de su boda en Auschwitz. Era una cuestión de celos, Paco no lo soportaba”, dice Rodolphe Friemel junto a las vitrinas que exponen las fotos, cartas, tarjetas de boda diseñadas por otros reclusos preferentes y documentos oficiales del enlace de sus abuelos. “Con mi padre conseguí un diálogo fluido al final de su vida. Siempre se negó, era un trauma para él. Una noche le dije: ‘Papá, no soporto la idea de que te mueras, y necesito hablar contigo para aclarar cómo fue tu infancia’. Creo que pensó que se lo debía a su hijo. Murió un año después”.

Margarita and Rudolf
Margarita and Rudolf
Foto de la pareja nupcial con su hijo Edouard, 18 de marzo de 1944. Rudolf Friemel Estate.
BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

El catálogo de la exposición se presenta con un texto del escritor Erich Hackl, autor de Boda en Auschwitz (publicado en España por Destino), un libro de indudable valor como documento histórico: Hackl buscó como un detective las voces de testigos y supervivientes para armar el relato con una detallada historia oral. Incluso tras su publicación siguió encontrando a los protagonistas. En Cracovia conoció al fotógrafo del enlace, Wilhelm Brasse, preso en el campo casi desde su apertura en agosto de 1940 por su rechazo a alistarse en la Wehrmacht. “Brasse había fotografiado los experimentos del doctor Mengele, imágenes terribles como la de los niños siameses cosidos por la espalda. Tomó miles de imágenes para el servicio de identificación, un trabajo que le salvó la vida. Recordaba las fotos de los novios como el único momento feliz en Auschwitz”, dice Hackl. Los retratos están en la exposición. En el dorso de la fotografía que le permitieron a Rudolf enviarle a Margarita, se lee escrito con tinta azul en castellano: “A mi esposa fiel y valiente en su gran día. Su Rudi. Auschwitz, 18-III-44″.

Rudolf Friemel había iniciado tiempo atrás una batalla burocrática con las instituciones del Reich para conseguir el enlace y que su hijo tuviera un padre reconocido. No era judío, sino un preso político que les resultaba muy útil a las SS por su conocimiento de mecánica. Lo consideraban alemán y contaba con ciertos privilegios, como enviar y recibir correspondencia (las cartas con los sellos con la efigie de Hitler y el matasellos del campo de concentración de Auschwitz que se exhiben en Viena).

Auschwitz wedding
Auschwitz wedding

Fotos del servicio de identificación de la Gestapo de Viena, septiembre de 1941. Rudolf Friemel Estate. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

Rudolf Friemel letter to Margarita Friemel
Rudolf Friemel letter to Margarita Friemel Carta de Rudolf Friemel a Margarita Friemel del 30 de julio de 1944. Patrimonio de Rudolf Friemel. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

En Auschwitz-Birkenau, la máquina de exterminio nazi asesinó de forma industrial a más de un millón de personas. En los cinco años que operó el campo solo se celebró esta boda. Se ha interpretado como un pasatiempo cínico de la comandancia, un acto de propaganda como el documental filmado en Terezin, un gesto de humanidad o el triunfo de la voluntad burocrática, película que podría haber rodado Leni Riefenstahl. “Coincidió con el nombramiento de un nuevo comandante, Liebehenschel, que trató de atenuar el terror. Fue él quien lo permitió”, explica Hackl, que añade: “Pero no hay una explicación clara. Las decisiones sobre la vida o la muerte eran arbitrarias. Como me contó un superviviente, 999 presos podían ser apaleados hasta la muerte y el número mil se salvaba. No hay que buscar una razón para cada autorización, cada decreto de excepción”. Y con Liebehenschel el exterminio continuó. La boda se ofició esa mañana esplendorosa que anticipaba la primavera en Auschwitz sin que la chimenea de ladrillo rojo dejara de cubrir el campo con el hedor a carne quemada.

Boda de Auschwitz
Boda de Auschwitz
Nota de felicitación de compañeros del campo, el 18 de marzo de 1944. Patrimonio de Rudolf Friemel. BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VIENA

Entre los presos hubo un sentimiento de victoria. Volvieron fugazmente a las rutinas de la libertad. La euforia los envalentonó y los animó a trazar un plan de huida, que tras ser destapado acabó con Friemel en el cadalso. Lo colgaron el 30 de diciembre con la misma camisa con la que se había casado, apenas un mes antes de que el campo fuera liberado por el ejército soviético. Durante el tiempo que esperó la sentencia, logró enviarle una serie de cartas de amor a Marga con la complicidad de un SS, que también están en la muestra.

El enfrentamiento con el horror nazi de la familia de Rodolphe Friemel no se acaba aquí. Su abuelo materno fue ejecutado en París durante la ocupación alemana. La Gestapo descubrió la imprenta en la que producía L’Humanité y otros panfletos con instrucciones para usar armas de la Resistencia francesa. “También conservo su material, un testimonio directo. Lo llevé al archivo de Francia”, dice Rodolphe Friemel, “pero no lo aceptaron. No disponen de recursos y tiempo para registrarlo. Y es una pena”.

viernes, 5 de julio de 2024

_- MEMORIA HISTÓRICA. El rastro de los brigadistas internacionales en el frente del Ebro: “Esto acabará pronto. No hay salida”.

Brigadistas internacionales preparándose para cruzar el Ebro en julio de 1938, en una imagen cedida por el archivo ALBA.
_- Brigadistas internacionales preparándose para cruzar el Ebro en julio de 1938, en una imagen cedida por el archivo ALBA.

La Generalitat documenta los nombres de 522 voluntarios extranjeros desaparecidos en el frente y tramita con varios países su posible identificación genética.

Una mujer recorre el andén de la estación de tren de Toronto con la foto de su hijo. “¿Le conoces?”, pregunta a los brigadistas canadienses que ese día regresan, derrotados, pero vivos, de la Guerra Civil española. “Mi abuela”, explica Andrew Johnson, “vivió hasta los 101 años, y lo lloró toda su vida”. Arthur Selim Johnson había muerto en Cataluña, en julio de 1938, apenas cinco meses después de llegar a España para combatir. Formaba parte del grupo de 35.000 voluntarios procedentes de 55 países que, convencidos de que la lucha contra el fascismo era una causa común, decidieron unirse a las llamadas Brigadas Internacionales. El departamento de Memoria Democrática de la Generalitat de Cataluña custodia ahora una muestra de ADN de su sobrino por si localizasen la fosa en la que fue enterrado. “Estoy muy agradecido al Gobierno catalán porque gracias al trabajo del historiador Jordi Martí he podido saber mucho más de los últimos movimientos de mi tío y responder a preguntas que me he hecho toda la vida”, explica Johnson al teléfono desde Toronto.

La dirección general de Memoria Democrática de la Generalitat acaba de documentar los nombres de 522 brigadistas internacionales, la mayoría estadounidenses, canadienses —como Arthur Johnson— y británicos, que desaparecieron en Cataluña, sobre todo, durante la batalla del Ebro y la retirada republicana entre marzo y abril de 1938. El proyecto de investigación recibe el nombre de Alvah Bessie, un brigadista norteamericano que sí logró sobrevivir. “Era escritor y periodista”, relata el historiador Jordi Martí Rueda, coordinador del trabajo, “y fue uno de los primeros represaliados en la caza de brujas de Hollywood. Cuando regresó a su país escribió Hombres en combate, sobre su experiencia en la Guerra Civil. Perdió a un amigo en la batalla del Ebro y en los sesenta volvió a España para buscar su tumba. Es decir, él hizo, a nivel personal, lo que hoy hacemos a nivel institucional. Recientemente, hemos descubierto que ese amigo que buscaba falleció en el hospital de Cataluña”.

Arthur Selim Johnson, en una fotografía cedida por la familia.

Arthur Selim Johnson, en una fotografía cedida por la familia.

La investigación ha sido casi detectivesca, siguiendo la pista de los batallones y rastreando cada archivo, cada base de datos y registro para tratar de ofrecer a las familias que aún buscan a los brigadistas desaparecidos datos que les permitan saber qué les ocurrió y sobre todo, dónde pueden estar enterrados. “Mi tío es un misterio y una tragedia”, relata Johnson. “Sabemos que, al terminar el instituto, se había puesto a aprender idiomas por su cuenta mientras ahorraba para viajar. Le interesaba el mundo”. Antes de caer en una guerra ajena, le dio tiempo a conocer Nueva York, Egipto, Bélgica, Alemania, Damasco... En la última carta suya que recibió su familia escribió: “Cuando me fui de casa nunca pensé que terminaría en España y ahora parece que no hay salida. Esto acabará pronto”. Tenía 22 años cuando murió en la zona de Gandesa.

“Los brigadistas lucharon en una inferioridad de condiciones absoluta”, explica Martí. “Cuando se alistaban les hacían un pequeño examen físico y psicológico, pero no les exigían conocimiento militar alguno. La mayoría no había cogido nunca un arma de fuego. También se creó el mito de que eran intelectuales, porque entre ellos había varios escritores, pero el 80% era clase trabajadora. Gente muy joven, en algún caso padre e hijo vinieron juntos a España. La edad media eran 25 años, por eso no les dio tiempo a formar su propia familia. Hoy hablamos, sobre todo, con sobrinos y sobrinos nietos”. El programa de identificación genética de la Generalitat atesora muestras de ADN de unos 25 familiares de brigadistas.

“Mi padre tenía 12 años más que mi tío”, explica Johnson, de 68. “En casa no hablábamos mucho del tema porque era doloroso para mi abuela. Yo sentía su dolor. Era algo que estaba siempre ahí, como una nube”. Por su cuenta, empezó a investigar. “Cuando era adolescente, compré un libro de las Brigadas Internacionales y salía una foto de mi tío que confirmaba que había muerto cerca de Gandesa. Fue muy emocionante ver algo suyo. A los 19, viajé a España y visité el sitio donde lo mataron. Pisaba la tierra y pensaba: ‘Quizá esté enterrado aquí'. Era julio de 1975 y Franco aún vivía”.

En algunas de las fosas que ya han sido exhumadas en Cataluña, los expertos hallaron objetos que indican que algunas de esas víctimas pueden ser brigadistas: un anillo hecho en Birmingham, una moneda de Francia... “Como no teníamos muestras de ADN con los que cotejarlos”, explica Alfons Aragoneses, director general de Memoria Democrática de la Generalitat, “no hemos podido identificarlos hasta ahora, pero estamos en contacto con consulados de distintos países que han mostrado mucho interés en nuestro estudio. La idea es poder identificar restos ya exhumados o que vayamos a exhumar para reinhumarlos con dignidad. Es un momento muy importante, de cambio generacional, y necesitamos avanzar en la exhumación de las fosas, satisfacer el derecho a la verdad de las familias y colaborar para que esa memoria individual, familiar, pase a ser colectiva y pueda transmitirse a toda la sociedad”.

Imagen exterior
Los progresos de la Generalitat para documentar los últimos pasos en Cataluña de esos 522 voluntarios extranjeros, entre ellos, dos mujeres, coinciden con la disputa entre el Gobierno central y el Ayuntamiento de Madrid, en manos del PP, por la posibilidad de que exista una fosa con 450 brigadistas en Montecarmelo, donde el Consistorio pretende construir un cantón de basuras. El Ejecutivo seleccionó a una empresa especializada para realizar catas en la zona y comprobar si allí hay restos humanos, pero el Ayuntamiento les denegó el permiso para actuar, contrató a otra empresa y oculta desde hace meses los resultados de esa prospección. El hallazgo de la Generalitat que ha puesto en contacto a media docena de países se produce también en plena batalla entre Administraciones por los planes para derogar las leyes regionales de memoria. “Esto no es un tema de ideologías, es una política de Estado y así la tratan los países de nuestro entorno”, rebate Aragoneses. “Una cuestión internacional de derechos humanos que afecta a la imagen exterior de España, país que durante mucho tiempo se asoció a una leyenda negra, a la Inquisición, y que ahora tiene la oportunidad de participar en un consenso global sobre la memoria”, añade.

Los planes de los bipartitos de PP y Vox han llegado hasta Toronto. “Me horroriza que ocurra eso”, explica Johnson “Conocer lo que pasó, honrar a los que murieron, a los que se sacrificaron o se exiliaron forma parte de la salud democrática de un país”. 

sábado, 10 de junio de 2023

_- MEMORIA HISTÓRICA. Jesús García, de 104 años, el hombre que sobrevivió a todo: “Nos mandaron al frente después de ocho días de formación”.

_- El último brigadista recuerda la batalla del Ebro, con 21.500 muertos, y el desfile de despedida del ejército de voluntarios en Barcelona: “La Pasionaria me besó”.

Jesús García Martínez nació en otro siglo, en otro mundo, el 30 de octubre de 1918 en Baza (Granada). Hasta hace poco, iba a ver a sus amigos en bicicleta. Poco es un concepto distinto cuando se tienen 104 años y cada día es una conquista, un desafío a la estadística. El último brigadista internacional vivo emigró con su familia a Francia antes de empezar a hablar, siendo todavía un bebé. “Soy un titi parisien”, bromea, refiriéndose a uno de esos chicos rebeldes de la capital francesa que Víctor Hugo retrató en el Gavroche de Los Miserables. Aunque habla castellano, la mayor parte de la entrevista es en francés. No oye bien. “Se resiste al sonotone”, explica su hijo Robert, de 74 años. Es coqueto. Camina sin bastón. Antes de charlar el pasado lunes con EL PAÍS, subió cinco peldaños de una escalera hasta el escenario del centro cultural de Colliure, donde el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, le entregó un diploma en reconocimiento a su sacrificio en defensa de los valores democráticos. El salón de actos entero le aplaudió en pie. Al concluir la ceremonia por el día oficial del exilio, el público hacía cola para llevarse una foto con él. Hubo que sacarlo de allí en volandas, como a las estrellas tras un concierto, para que pudiera contar qué tuvo que hacer para cambiar el mundo, para sobrevivir al siglo que descubrió el fascismo.

A los 18 años decidió unirse a las Brigadas Internacionales. ¿Por qué lo hizo? ¿Se sentía español? ¿Creía que estaba defendiendo a su país o algo más grande?

—Me sentía español porque soy español. Aunque hable francés, aunque haya estudiado en colegios franceses. Me uní a las Brigadas Internacionales para defender a la República española y para combatir el fascismo.


Francia aportó casi 9.000 brigadistas a un ejército de 35.000 voluntarios, entre ellos, 700 mujeres, que, procedentes de 55 países acudieron al rescate de un Gobierno legítimo tras el golpe de Estado de Franco en 1936. Fue su mejor amigo, vecino del barrio, quien animó a Jesús a combatir. Se conocían desde niños y Jesús repite constantemente su nombre: “Antonio murió a mi lado, en la batalla del Ebro. Tenía la misma edad que yo, 18 años”. “La guerra…”, suspira.

El curso de formación para ir al frente duró “ocho días” en Albacete, cuartel general de las brigadas. Allí, explica Jesús, se pusieron a las órdenes de André Marty, líder comunista francés. Al llegar, prometían una declaración solemne que decía: “Soy voluntario porque admiro profundamente el valor y heroísmo del pueblo español en lucha contra el fascismo internacional; porque mis enemigos de siempre son los mismos que los del pueblo español. Porque si el fascismo vence en España, mañana vencerá en mi país y mi hogar será devastado. Porque soy un trabajador, un obrero, un campesino que prefiere morir de pie a vivir de rodillas. Estoy aquí porque soy un voluntario y daré, si es preciso, hasta la última gota de mi sangre por salvar la libertad de España, la libertad del mundo…”.

Con esos ocho días de entrenamiento, fueron enviados a a la guerra. Jesús se integró en la XIV Brigada, compuesta fundamentalmente por franceses y belgas. Aunque algunos tenían experiencia militar, la mayoría de los integrantes de este ejército de voluntarios nunca había empuñado un arma. Eran campesinos, mineros, estudiantes, abogados, escritores, políticos… Jesús había aprendido el oficio de mecánico y se ganaba la vida repartiendo periódicos en bicicleta. “En Albacete nos enseñaron a disparar. ¿El qué? Bueno, había un poco de todo”, recuerda . “Nos hicieron una faena porque ningún país quería ayudar con eso”, explica, refiriéndose a su inferioridad de condiciones respecto a las fuerzas franquistas.

En la primera semana de la Guerra Civil, como recuerda el catedrático de historia Enrique Moradiellos, tanto el Gobierno republicano como Franco pidieron ayuda a las potencias europeas porque en España no había medios suficientes para sostener el conflicto. El Gobierno legítimo se dirigió en primer lugar a Francia; los sublevados, a Italia y Alemania. Las autoridades francesas rechazaron la petición de la República y promovieron, con el firme apoyo de los británicos, el Acuerdo de no intervención en España, que conllevaba un embargo de armas y munición para ambos bandos en todos los países europeos. Pero Hitler y Mussolini prestaron un apoyo armamentístico y financiero decisivo a Franco —casi 80.000 soldados italianos y unos 19.000 soldados alemanes tomarían parte en casi todas las batallas al lado del bando nacional— y los republicanos solo recibieron intermitentes suministros soviéticos “incapaces de contrarrestar en cantidad o calidad a los enviados regularmente por las potencias del eje italo-germano a Franco”, como explica Moradiellos en el libro La Guerra civil española, coordinado por Julián Casanova y Paul Preston.

En el verano de 1938, Jesús participó en la batalla del Ebro, la más cruenta de la Guerra Civil, en la que murieron 6.500 hombres del bando nacional y casi 15.000 en el republicano. “Cruzamos el río, llegamos a un pueblo que se llamaba Gandesa y nos bombardearon los alemanes y los italianos”, recuerda el brigadista. Preston relata en El holocausto español que “500 cañones dispararon más de 13.500 proyectiles al día durante cuatro meses”, el tiempo que le llevó a Franco —con ayuda de alemanes e italianos— recuperar el terreno que la República había conquistado en una semana. “En uno de esos bombardeos de los alemanes, murió mi mejor amigo, Antonio”, explica Jesús. “Cuando volví a París, fui a contarle a sus padres lo que había pasado, pero no fui capaz. Solo les dije que le había perdido de vista. Pensaron que había desaparecido. Vi muchísimos cadáveres, cubiertos de sangre, en aquella batalla…”.

Él también resultó gravemente herido por la artillería de la legión Cóndor en la batalla del Ebro. Robert pide a la periodista que toque a su padre el brazo izquierdo. Al palpar, bajo el jersey, solo se aprecia el hueso. “Un poco más y me quedo también allí. Perdí todo el músculo. Se acabó el boxeo”, lamenta Jesús, quien antes de sumarse a las Brigadas Internacionales, había participado en peleas en varios campeonatos. “Ya me habían herido otra vez, en la batalla de Teruel. Supongo que eso y la edad que tengo demuestran que soy un hombre fuerte”.

El beso de la Pasionaria
Tras el bombardeo, fue evacuado a un hospital de Barcelona. Ya recuperado, el 1 de noviembre de 1938 participó en el desfile de despedida de las Brigadas Internacionales, donde Dolores Ibárruri, La Pasionaria, pronunció un emocionante discurso de agradecimiento: “Razones políticas, razones de Estado, la salud de esa misma causa por la cual vosotros ofrecisteis vuestra sangre con generosidad sin límites os hacen volver a vuestras patrias a unos, a la forzada emigración a otros. Podéis marcharos orgullosos. Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia frente al espíritu vil y acomodaticio de los que interpretan los principios democráticos mirando hacia las cajas de caudales o hacia las acciones industriales que quieren salvar de todo riesgo”. Jesús llegó a hablar con ella. “Se acercó, le expliqué que venía de Francia, que mi amigo había muerto. Nos felicitó, dijo que estaba muy orgullosa de nosotros, agradeció que hubiésemos luchado por la República española y me dio un beso”, recuerda. “La Pasionaria me besó”, repite con una sonrisa de oreja a oreja.

También presume Jesús de haber conocido, en un baile —su otra gran pasión— a Jean Gabin, célebre actor francés que se alistaría en la marina para combatir en la II Guerra Mundial y que mantuvo romances con Ginger Rogers y Marlene Dietrich.

Al volver a Francia, se unió a la Resistencia. Posteriormente, tuvo que huir a España tras enfrentarse en París a un colaboracionista nazi. En Barcelona se puso a trabajar en una obra. “El capataz era republicano y me cubría cuando hacía misiones en Francia, para verme con los maquis”, relata. En 1943, conoció al amor de su vida, Fernanda, andaluza como él. “Ella vendía tabaco en la calle, yo no fumaba…”. El flechazo duró ocho décadas y el matrimonio tuvo cuatro hijos: Jesús, Carmen, Robert y Jean-Pierre. Los últimos años, ella estaba muy enferma y dejó de hablar. Jesús, cuenta Robert, la cuidó sin descanso hasta el final. A su padre le cuesta hablar de eso. Ha pagado en despedidas y entierros su desafío a la estadística: nadie a su alrededor ha cumplido 104 años.

Cuando Carmen tenía 24 meses, por la misma carretera de Le Perthus por la que miles de españoles habían huido del franquismo al perder la guerra, Jesús y su familia volvieron a Francia para instalarse definitivamente en Toulouse. “Hacía todos los días 25 kilómetros de ida y otros 25 de vuelta en bici para ir a trabajar a Grenade”, recuerda el brigadista, que se empleó como marmolista. “Y eso sin nada de músculo en un brazo”, subraya, como si fuera posible restarle mérito a cualquiera de las cosas que ha contado. Su amigo Henri Farreny, de 77 años, presidente de la asociación de antiguos guerrilleros en Francia y Fuerzas Francesas del Interior, se despide del brigadista con un abrazo largo. Sabe que cada minuto con Jesús, último testigo de tantas páginas de historia, es un tesoro.

martes, 1 de febrero de 2022

_- Las brigadistas judías en la Guerra Civil: de España, rumbo a la tragedia europea.

                Las llamadas mamás belgas, en la plaza de Cataluña a su llegada a Barcelona en mayo de 1937.

Sven Tuytens recupera en ‘Las mamás belgas’ a 30 voluntarias que ejercieron de enfermeras en la contienda española

Cuando Vera, Golda y Rachel Luftig se enteraron del bombardeo de Gernika, decidieron que debían comprometerse con la República Española. Rachel vendió su bicicleta y tanto ella como sus dos hermanas hicieron la maleta con lo justo para trasladarse desde Bélgica a la frontera pirenaica. No era su primer viaje, ni sería el último. A los Países Bajos habían llegado huyendo del antisemitismo que desde principios de la década de los treinta sacudía Polonia, su país de origen. De España, con la derrota a cuestas y zumbando, volverían al norte. Golda y Rachel acabaron en los campos de concentración con suertes dispares. Vera se libró de ellos sin dejar un constante activismo como espía contra el enemigo en plena ocupación nazi.

Las tres ejemplifican la incierta y trágica odisea del siglo XX. Ese paréntesis en la historia que se mueve entre los ideales y el apocalipsis. Comprendieron pronto que su condición de perseguidas las obligaría a no quedarse paradas. También, que España representaba el primer frente de una guerra total en el continente, con los judíos en el amenazante punto de mira. Por eso, junto a otras 30 mujeres residentes en Bélgica entonces, pero provenientes de la diáspora del este europeo ―Polonia, Checoslovaquia, Hungría o Rumania―, se decidieron a arrimar el hombro en pro de los republicanos durante la Guerra Civil. Así lo cuenta el libro Las mamás belgas, del periodista Sven Tuytens, publicado por la editorial El Mono Libre.

Querían luchar, fusil en mano, “pero el machismo de las facciones dominantes respecto a las Brigadas [Internacionales] en el bando republicano, los comunistas, ante todo, no lo permitían”, comenta Tuytens. Acabaron de enfermeras en Ontinyent (Valencia) en un hospital improvisado en un convento franciscano que llegó a tener 1.000 camas. El edificio sigue en pie, pero sin rastro del episodio.

Sin embargo, la memoria de Rosario Llin Belda, Rosariet, custodia aquellos días. “Yo había cumplido 15 años y entré a trabajar allí como voluntaria. Entonces tenía dos hermanas enfermas y me iba a ser más fácil conseguir comida y medicinas para ellas desde dentro”, comenta en su casa de Ontinyent, con 97 años a cuestas y suficiente lucidez sobre el pasado. “Las primeras dos semanas me las tiré limpiando el sudor a los doctores mientras operaban. Hasta que les dije: '¿Voy a estarme así toda la vida?' Porque yo quiero hacer algo”.

“Yo sí tengo una foto de su madre”
Miriam Luftig no partió a España con sus tres hermanas para enrolarse en las Brigadas Internacionales. Acababa de tener un hijo y decidió seguir en Amberes. Pero eso no quería decir que su destino fuera más seguro. "En una de esas razias, [redadas que los nazis hicieron en las ciudades belgas], cayó presa", cuenta Sven Tuytens, autor de Las mamás belgas. De ahí pasó a Malinas, una localidad ferroviaria desde donde partieron 25.000 judíos residentes en la zona hacia los campos de concentración y exterminio. "Los alemanes dejaron constancia rigurosa de todo, con nombres, procedencias y fotografías de los prisioneros", asegura el autor. Tuytens tuvo acceso a estos archivos en perfecto estado cuando investigaba para su libro. Un buen día, Jacob Baal-Schem se puso en contacto con él. Era el hijo de Miriam. Vivía en Tel Aviv y quería información sobre la familia Luftig para seguir el rastro de su madre: "Tengo 76 años y nunca he visto su fotografía", le confesaba a Sven. "Yo sí", respondió el periodista. La había encontrado en los archivos. Se la envió a Israel a su hijo, quien la enmarcó y hoy preside el salón de su casa, donde se la enseña a sus amigos y familiares. Su historia pone de relieve el verdadero valor de un retrato.

Trabajaban a destajo: “Llegué a ver como en dos horas curaron 28 hernias y una fimosis”, rememora. Montaron un quirófano en el coro de la iglesia y poco a poco fueron poniendo en marcha mejoras para sanar a los heridos. Llegaban en tromba y a centenares desde frentes encarnizados y masacres como la del bombardeo de Játiva. De esa forma se convirtió en un centro más que decente y con medios provistos por la Internacional Socialista. “Lo utilizaron con cierto propósito propagandista”, dice Tuytens, autor también de un documental titulado como el libro.

Contaba con máquinas de rayos X, avances en ortopedia, laboratorio y especialidad en venéreas: “A ese último espacio de enfermedades contagiosas ninguna queríamos entrar, la llamábamos la sala de los toreros”, recuerda Rosario. Ella pronto se convirtió en una especie de mascota. “Vera Luftig me adoptó, me protegían y me enseñaban. Eran todas excepcionales, muy agradables y muy trabajadoras”.

No solo Vera y las Luftig, también aquellas cerca de 30 mujeres ―21 de origen judío―, entre las que destacaban Genia Gross, Henia Hass, Lya Berger o las hermanas Anna y Adela Korn, todas ellas retratadas en el libro. Cada una, por diversos motivos y un muy arraigado ideal, formó parte de las Brigadas Internacionales. “Si algo destaco de su ejemplo fue ese compromiso generoso sin esperar nada a cambio, tan extraño en estos tiempos de narcisismo exacerbado por las redes sociales”, comenta Tuytens.

La asombrosa humildad del héroe es lo que deslumbró a este corresponsal en España de la radio y televisión pública belga para contar sus historias. Algunas, como Vera o Genia Gross, llegaron con sus esposos y novios en el frente. El de la primera, Emiel Akkerman, cayó muy pronto defendiendo Madrid. Maks Stark, en cambio, murió en Teruel. Genia lo supo cuando le enviaron devuelto el paquete con leche condensada que le había enviado. La primera pareja se había conocido en el Kultur Farein de Amberes y casado en 1934. Al principio ella no comprendió porqué Emiel quiso arriesgarse a ir a un país extraño: “No puedo quedarme de brazos cruzados mientras mujeres como tú o niños inocentes caen a diario asesinados”, le explicó.

Vera quedó tan impresionada por su experiencia que no solo se implicó ella, también lideró al grupo en que estaban sus hermanas. Pero cuando llegaron la división en el bando republicano ya agrietaba la victoria. “Se presentaron en Barcelona en mayo de 1937, pocos días antes de que los estalinistas aniquilaran al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). La idea de la división como motivo de la derrota anda por todo el libro”, remata el autor.

Su trabajo en Ontinyent fue un capítulo activo en la cápsula de una vida plagada de vicisitudes no siempre buscadas, a las que no tuvieron más remedio que hacer frente. De las tres hermanas, Vera se comprometió como espía a favor de los soviéticos cuando los nazis tomaron Bélgica. “Eso la marcó también después en la Guerra Fría como sospechosa”, asegura Tuytens. Murió de cáncer en 1959. Rachel fue enviada al campo de Ravensbrück, pero sobrevivió. Golda, en cambio, acabó como sus padres: en Auschwitz-Birkenau, sin poder contarlo.

Allí ingresó Golda Luftig con el número 175. El siguiente, 176, se lo plantaron a su hijo, concebido precisamente en Ontinyent con el soldado Berliner, otro brigadista. El niño se llamaba Madrid.

https://elpais.com/cultura/2019/02/26/actualidad/1551171907_654454.html#?rel=mas

viernes, 12 de febrero de 2021

Paul Robeson, la voz libre de América


Por Higinio Polo | 03/02/2021 | Cultura

La voz profunda de Paul Robeson surgió del aliento perseguido de los esclavos, de las cárceles y plantaciones donde la segregación racial había encerrado a los negros estadounidenses, y esa voz nos la trae ahora el magnífico libro de Paula Park, Paul Robeson, Artista y revolucionario, que pone su figura al alcance de todos por primera vez en castellano. Paula Park documenta la vida de Robeson, y habla también de la ferocidad del racismo en Estados Unidos, de la lacra de la persecución contra los negros, de los linchamientos, los crímenes impunes, acompañado todo ello de una extensa y útil bibliografía.

Robeson era hijo de un esclavo, uno de aquellos chicos negros que con apenas quince años había huido de las cadenas de los amos en el ferrocarril subterráneo, una red clandestina que en el siglo XIX ayudaba a los cautivos que perseguían la libertad. Durante la infancia de Robeson, su padre se enfrentó a los linchamientos, a las siniestras hordas de blancos que salían a la caza de negros para ahorcarlos y quemarlos ante la multitud satisfecha, actitud que le hizo perder su ocupación en una iglesia presbiteriana y dedicarse a trabajos ocasionales cuando tenía ya casi sesenta años. Estados Unidos era el país donde el celebrado Griffith de El nacimiento de una nación llamaba a los negros “animales viciosos”.

Paul Robeson pudo estudiar gracias a una beca, pero sufrió la hostilidad durante sus años de estudiante universitario. Jugó al fútbol padeciendo muchas veces que otros equipos se negasen a jugar con el suyo porque tenía un jugador negro: eran los Estados Unidos de la matanza de Tulsa en 1921, donde hordas de blancos armados, en colaboración con la policía, incendiaron las casas y asesinaron a centenares de negros. Esforzado, Robeson consiguió hablar chino, alemán, ruso y árabe, entre otras lenguas. Fue un abogado que apenas ejerció, que cantó después en el Cotton Club de Nueva York, fue actor con Eugene O’Neill, y con menos de treinta años realizó giras por Europa, y trabajó en Londres en musicales. Canta, rueda películas como The Proud Valley, el valle orgulloso de los mineros galeses. En los años treinta vive en Londres, y es ya una figura mundial, conoce a Kenyatta y a Nehru, colabora con los sindicatos y se acerca al Partido Comunista Británico; trabaja en el teatro independiente de izquierdas, participa en todo tipo de iniciativas solidarias con las organizaciones obreras,

Es un hombre comprometido con el socialismo, solidario con la Unión Soviética, adonde viajó en 1934 para comprobar la ausencia de racismo en la revolución bolchevique, y que le llevó a escribir: “aquí me siento como un ser humano por primera vez. Aquí no soy un Negro, sino un ser humano. Aquí, por primera vez en mi vida, ca­mino en plena dignidad humana”. Constata entonces que las mujeres se han incorporado a todas las actividades, que la cultura pertenece al pueblo, que los trabajadores llenan teatros, cines, auditorios, museos, y que la Unión Soviética representa un aliado fundamental para luchar contra el racismo y el colonialismo. Allí conoció a Eisenstein.

Robeson vino a España durante la guerra civil: el 24 de enero de 1938 llega a Barcelona, donde conoce a Nicolás Guillén; después, a Valencia, Benicassim, Albacete, al Cuartel General de las Brigadas Internacionales; y a Madrid, donde conoce a Dolores Ibárruri y canta en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Antes, había cantado en Londres para recaudar fondos para la República y para los niños, y había celebrado la victoria republicana en Teruel. El 28 de enero de 1938, María Teresa León lo presenta en Madrid, en el teatro de la Zarzuela, donde el Teatro del Arte que dirigían ella y Rafael Alberti le había organizado un homenaje. Robeson cantó una canción de los negros norteamericanos y otra de la guerra civil española, haciendo votos por la victoria de la República. Siempre consideró su visita a la España de la guerra civil como una de las impresiones más grandes de su vida, e impulsó después la solidaridad con el pueblo español en su resistencia ante el franquismo. Durante su estancia, se rodó un documental de diez minutos, Canciones de Madrid, interpretadas por Robeson, que el ministro de Estado Álvarez del Vayo utilizaría después para contar al mundo el esfuerzo de guerra republicano. Cuando Robeson vuelve a Estados Unidos, en 1939, el poder y la prensa conservadora no le perdonan sus elogios a la Unión Soviética, su simpatía por el comunismo, le apodan el “Stalin negro”: va a iniciarse la caza de brujas mccarthysta que intentará ahogar su voz.

Paul Robeson siempre luchó contra el racismo, como en la iniciativa para salvar a los seis negros de Trenton, acusados de un asesinato que no cometieron, campaña que impulsaron el Partido Comunista y organizaciones negras de derechos civiles, apoyados por Robeson, Einstein, Pete Seeger y muchos otros. Estados Unidos era el país que, mientras hablaba de libertad al mundo, contemplaba como los negros podían ser asesinados impunemente. Robeson, de hecho, fue el precursor e inspirador del movimiento por los derechos de los negros que después encabezarían Martin Luther King y Malcom X.

Siempre cercano, solidario, fraternal, Robeson ayudó a los trabajadores de la Ford, con quienes arrancó a la empresa el primer convenio colectivo; colaboró intensamente con la campaña para conseguir la libertad de Earl Browder, el presidente del Partido Comunista estadounidense que estaba encarcelado. Era incansable, y aunque no podía cantar en salas de conciertos[UdW1] por la persecución anticomunista, durante años lo hizo ante las puertas de las fábricas, en las bocas de las minas, en los campos de algodón, en los piquetes de los obreros del acero, marchando siempre con los trabajadores.

Después, tuvo que soportar la persecución del FBI, la retirada del pasaporte, la prohibición de sus conciertos, los interrogatorios policiales del HUAC, el siniestro comité del mccarthysmo. Se quedó sin medios de vida y vio truncada su carrera artística. Los periódicos dejaron de citarlo, los auditorios y salas de conciertos se negaron a programarlo, las tiendas retiraron sus discos, la radio y la televisión dejaron de emitir sus canciones: lo enterraron en vida. Junto a Robeson, permanecieron los comunistas estadounidenses y científicos como Albert Einstein, y los veteranos de la Brigada Lincoln, que le nombraron miembro honorario de las Brigadas Internacionales, distinción que llevó siempre con orgullo.

El acoso a Robeson fue feroz. La policía hizo centenares de informes sobre sus actividades, siguiéndolo a todas partes. Los miembros del Ku Klux Klan colaboraban con la policía en la persecución de los asistentes a actos del cantante, apedreándolos, agrediéndolos con bates de béisbol. Incluso congresistas del Partido Demócrata le acusaron de ser un “agente provocador comunista”. La ley McCarran añadió más sufrimiento: los comunistas no podían viajar con libertad, ni podían optar a trabajos en la administración del país. Pero Robeson no se rindió. Defendió a los dirigentes comunistas estadounidenses encarcelados, militó en la causa de la paz, apoyó a la Unión Soviética, denunció el peligro del armamento atómico y el horror de Hiroshima y Nagasaki. Amigo de Benjamin J. Davis, dirigente comunista y editor del diario The Daily Worker, Robeson se mantuvo siempre junto al CPUSA, el Partido Comunista estadounidense.

En 1951, Robeson presentó ante la ONU (junto a William L. Patterson, también hijo de esclavos y dirigente del CPUSA) un documento (We Charge Genocide) auspiciado por el Civil Rights Congressdonde acusaban al gobierno de Estados Unidos de genocidio contra los negros. El exhaustivo informe documentaba que a causa de la marginación, la pobreza y la falta de atención médica, más de treinta mil negros morían cada año en los Estados Unidos. Nunca se lo perdonaron, pero hasta su muerte, en 1976, se mantuvo fiel al socialismo; no en vano, Pablo Neruda escribió que Robeson cantaba como la tierra. En 1937, en un discurso en el Royal Albert Hall de Londres en solidaridad con España, Robeson había proclamado: “El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud”. Porque él fue siempre una voz libre, y sabía que América solo ofrecía a los negros una patria de escombros.

Fuente: Mundo Obrero, febrero de 2021.

viernes, 27 de julio de 2018

80 años de la batalla del Ebro, la última gran ofensiva republicana.



La fallida operación relámpago del ejército leal para recuperar territorio a los sublevados al sur del río derivó en un frente estancado en el que en 114 días de combates murieron 20.000 personas y hubo otros tantos prisioneros y 70.000 heridos.

“La batalla del Ebro, como la de Belchite o la de Teruel, se encuentran entre las batallas míticas de la guerra civil, por la ferocidad con la que se combatió y por el volumen de tropas que intervinieron, aunque realmente apenas tuvieron trascendencia más allá del desgaste humano y militar que supusieron”, explica el historiador José María Maldonado.

El próximo 25 de julio se cumple el octogésimo aniversario de la última gran ofensiva del ejército republicano, en la que, en una operación inspirada por el presidente del Gobierno, Juan Negrín, y planificada por el general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor, las tropas leales cruzaron el Ebro hacia el sur por las provincias de Zaragoza y Tarragona, donde se encontraba estabilizado el frente, para adentrarse en el territorio de los sublevados, centrados entonces en la ofensiva hacia Valencia desde Teruel, el llamado frente de Levante, y comenzar a recuperar terreno.

La operación, diseñada como una ofensiva relámpago, comenzó bien para el ejército republicano. Los sublevados se tragaron los señuelos planeados por Rojo (era una de sus especialidades) en la zona del delta, que hacían pensar que la ofensiva iba a comenzar por allí, y pudieron avanzar varios kilómetros tras iniciar los movimientos por las localidades zaragozanas de Mequinenza y Fayón.

Sin embargo, pronto cambiarían las cosas: Franco desactiva el frente de Levante y traslada las tropas al Ebro, reforzadas por otras llegadas de Madrid, con lo que, en una zona montañosa, el avance se estabiliza. De hecho, los republicanos ni siquiera pudieron llegar a Alcañiz, situado a menos de 30 kilómetros del río en línea recta y uno de los objetivos declarados de la ofensiva.

La estabilización del frente, de unos 70 kilómetros de longitud y cuyos últimos reductos resistieron hasta el 16 de noviembre, dio lugar a una sangrienta batalla de 114 días en la que murieron cerca de 20.000 combatientes y hubo otros tantos prisioneros, además de 70.000 heridos. Los republicanos habían cometido el error de atacar dejando el río a sus espaldas, lo que tenía bastante de autoencerrona. Y los sublevados lo aprovecharon para machacarlos con el notable apoyo de las aviaciones alemana e italiana y su superioridad en artillería.

Los motivos estratégicos de la ofensiva
¿Por qué apostaron el Gobierno y el Estado Mayor republicanos por una ofensiva de este tipo, con escasas posibilidades reales de salir adelante dada la diferencia de fuerzas? Nunca estuvo claro del todo, aunque Maldonado apunta una hipótesis: “La guerra civil estaba decidida desde marzo, cuando el ejército de Franco se impuso en el frente de Aragón, llegó a Vinaroz a primeros de abril y partió en dos la España republicana. Sin embargo, Negrín estaba convencido de que pronto iba a estallar la guerra mundial a intentaba resistir” con la esperanza de que, en ese caso, llegara el apoyo de las democracias occidentales.

El ejército franquista optó por una batalla de desgaste que, en cualquier caso, perjudicaba más a los republicanos que a sus fuerzas. “La batalla fueron unos kilómetros”, señala Maldonado, aunque la ferocidad de los combates, con episodios como los de Gandesa, que intentó tomar sin éxito la misma XV Brigada Internacional que unos meses antes había resistido allí para cubrir la retirada de republicana ante el avance de los sublevados, resultó despiadada.

Rojo y Negrín optaron por lanzar el frente del Ebro ante la desconcertante estrategia de Franco, que en abril, tras tomar Lleida y Vinaroz, frenó los avances hacia Barcelona y Valencia para hacerlo a finales de ese mes en dirección a la última de estas ciudades.

Esa ofensiva, no obstante, topó con la resistencia de la línea de fortificaciones XYZ en las inmediaciones de Sagunto. Barcelona caería el 26 de enero de 1939, cuando todavía no habían transcurrido dos meses y medio desde que finalizó la batalla del Ebro, lo que provocó el éxodo de medio millón de republicanos hacia Francia.

Una cúpula militar de peso político
“Franco optó por enviar allí al grueso de sus fuerzas, pero la guerra ya estaba decidida y el desgaste perjudicaba en mayor medida a los republicanos que a sus tropas”, apunta Maldonado.

La batalla del Ebro, el último episodio bélico en el que participaron las Brigadas Internacionales, supuso la movilización de la ‘quinta del biberón’, jóvenes de 17 y 18 años movilizados en la zona republicana, principalmente en Catalunya. La inexperiencia de la tropa siempre ha sido incluida por los historiadores entre los motivos del fracaso de la operación.

En cualquier caso, Maldonado destaca el peso político que el Gobierno de Negrín intentó dar a la ofensiva del Ebro, en la que participaron varios de los jefes militares más políticos de su ejército, como Enrique Líster, Valentín González ‘El campesino’ o Antonio Beltrán ‘El Esquinazau’. *

@e_bayona 

Fuente:
https://www.publico.es/politica/batalla-ebro-80-anos-batalla-ebro-ultima-gran-ofensiva-republicana.html

*.Manuel Tagüeña, fue el Comandante más joven que dirigió el XV Cuerpo de Ejercito, en la batalla del Ebro. El primero que lo cruzó y el último que se retiró. Después dio clases en la academia militar de Moscú sobre organizar y planificar retiradas.

sábado, 14 de abril de 2018

¡Por la III República española, contra las falsas repúblicas que nos dividen y distancian!

Salvador López Arnal

Rebelión

Para Federico García Lorca (1898-1936), el poeta republicano asesinado por el fascismo a los 38 años. In memoriam et ad honorem.

Para Carlos Jiménez Villarejo, un jurista machadiano de la cabeza a los pies, de la mente al corazón.

Para Mario Gaviria (1938-2018), del que tanto aprendimos. In memoriam et ad honorem.

Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la ideal central del marxismo, me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que es ésa la gran experiencia humana de nuestros días, a la que todos de algún modo debemos contribuir.
Antonio Machado (1º de mayo de 1937)



Para nosotros, la cultura ni proviene de energía que se degrada al propagarse ni es caudal que se aminore al repartirse; su defensa, obra será de actividad generosa que lleva implícita las dos más hondas paradojas de la ética: solo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da.
Antonio Machado (1937)


España, por fortuna, la España leal a la nuestra gloriosa República, cuantos combaten la invasión extranjera, sin miedo a lo abrumador de la fuerza bruta, habrán salvado, con el honor de la Europa occidental, la razón de nuestra continuidad en la Historia.
Antonio Machado (1939)

Porque la República solo puede llegar de las manos populares: tiende a olvidarse que la II República española representó, en la Europa que veía agitarse el monstruo fascista de otra racionalidad capitalista, una esperanza en la capacidad de resistencia de la honradez y la decencia democráticas; simbolizó la confianza, aunque fuera derrotada, en el valor de la resistencia a la barbarie, el aliento antifascista; pero también las certezas depositadas en un horizonte que quería restaurar la dimensión humana donde pudiese vivirse de otra forma.
Higinio Polo (2018)

Por último, y no menos sino más importante, que igual que a mucha gente le interesó destacar, a mucha más, parece haberle importado también con una constancia igual de admirable durante todo el tiempo de la historia humana, mantener la igualdad y el que ‘nadie sea más que nadie.
Víctor M. Fernández Martínez (2007)

Al poeta, a nuestro poeta, siempre ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, le hubiera complacido la reflexión con la que Víctor M. Fernández Martínez cierra Prehistoria. El largo camino de la Humanidad [1]. También, por supuesto , las consideraciones republicano-democráticas de Higinio Polo. Las suyas, las palabras del autor de Juan de Mairena, del poeta que conversaba con el hombre que siempre iba con él, también siempre en nuestra memoria. En la de todos, en la de todas (y aunque no se aproximara bien, ese 1º de mayo de 1937, no es eso, no es eso, a la que llama, sin serlo, idea central del marxismo).

Una reflexión del profesor José Luis Martín Ramos, sobre una arista esencial de la política internacional que nos preocupa a todos en tiempos bélicos que pueden ser aún más bélicos:

Macron dice que tiene pruebas del ataque de Al Assad con armas químicas; Teresa May dice que también; Merkel no se arriesga tanto y dice que probablemente fue así. De Trump no hace falta hablar. Hasta el editorial de La Vanguardia ya cae en la tentación de hablar del "cada vez más evidente nuevo ataque con armas químicas", en el que el "nuevo" no es inocente y revalida anteriores ataques de los que también se dijo que habían pruebas… que nunca han sido mostradas de manera irrefutable. Ahora no lo son de ninguna manera. Toda la prueba son una curiosas imágenes con niños limpiados a manguerazos o con máscaras impuestas sobre la cara, que no demuestran absolutamente nada, y la información que procede de la organización "Cascos blancos", una ONG islamista financiada por los gobiernos de la OTAN. Repito que ni siquiera el Observatorio Sirio de DD.HH. de Londres -nada imparcial- se ha atrevido a convalidar. Y se afirma que ya hay pruebas cuando todavía no se ha hecho la encuesta sobre el terreno de la organización Internacional para la Prohibición de Armas Químicas, que ya ha llegado a Damasco y que la hará, sin que el gobierno sirio lo haya impedido.

Extraño, muy extraño. Claro que nuestras sospechas podrían ser fruto de esa inveterada costumbre de los rojos recalcitrantes de caer en la tentación de la teoría del complot (por cierto, ¿por qué Tomás Alcoverro no ha hablado en su artículo de La V de “El complot”, convicto y en gran parte confeso, del trío de las Azores, fabricando "pruebas" y mostrándolas impúdicamente al mundo para justificar el mal que está en el origen del embrollo actual: la invasión y destrucción de Irak como estado unificado?). Podrían ser fruto de nuestros prejuicios… si no fuera porque en la misma LV, que editorializa con la ligereza que lo hace, su corresponsal de Estambul nos informa que ayer el Secretario de Defensa de Estados Unidos, Jim Mattis, "reconocía que no tenía pruebas, más allá de lo que había visto y leído en las redes sociales". ¿Increíble? Y Mattis no ha dimitido, ni ha sido obligado a dimitir por desmentir a Trump, Macron, May, Merkel.

Si Mattis no tiene pruebas y todo lo que sabe es por las redes sociales y esto no es un montaje que baje Dios y lo vea.

El tema de hoy, sin más preámbulos.
Nos lo enseñó Brecht a propósito de Galileo: “Se impone tanta verdad en la medida en que nosotros la impongamos; la victoria de la razón sólo puede ser la victoria de los que razonan”. Razonemos, pues, digamos y luchemos por la verdad (y tengamos muy en cuenta la advertencia de Martin Luther King: “Lo que dices puede ayudarte a conseguir una beca de una fundación, pero no te hará entrar en el Reino de la Verdad”), y recordemos también las sabias palabras del cante del maestro Fosforito: “Ni toda el agua del río ni toda el agua del mar podrán apagar el fuego de un corazón encendido”. Y el nuestro, nuestro corazón, es hoy, 14 de abril, un corazón encendido. No alimentaremos sin embargo ningún mito encubridor, ninguna falsedad histórica interesada, ni olvidaremos momentos oscuros, negros, criminales incluso, durante aquellos años llenos de esperanza y esperancismo pero también de reacción: la derecha no cesó de acechar desde el primer momento. Pero, eso sí, pensaremos (y sentiremos) lo que significó y significa para nosotros, para la historia de nuestro país (pensada y sentida desde abajo, desde los más desfavorecidos) aquella República democrática de trabajadores y trabajadoras de toda clase, que se organizaba en Régimen de libertad y justicia y renunciaba a la guerra como instrumento de política nacional. Aquella República que representó una verdadera y real esperanza de transformación, de cambio, de avance social, de equidad, de justicia, de solidaridad, de libertad real, para millones y millones de ciudadanos-trabajadores, de obreros y campesinos pobres (muy pobres) de nuestro país. Aquella República que hizo huir a los Borbones. La misma que -¡por fin!- posibilitó que las mujeres pudieran ejercer su voto (adelantándonos de mucho a otras “naciones civilizadas”). Aquella República que permitió que niños y niñas de clases empobrecidas, que apenas nunca antes habían podido ir a la escuela

(Philipon de La Madeleine, una especie de Bravo Murillo del siglo XVIII: “No hay arma más peligrosa que el conocimiento en manos del pueblo al que hay que engañar para que no rompa sus cadenas”), poblaran sus aulas. Aquella República que logró extraer de mucha gente, y no solo de gente proletaria, su mejor yo-nosotros, su mejor ser y estar en comunidad libre, fraternal y equitativa.

La misma República que dio pasos gigantescos en los avances autonómicos de las nacionalidades españolas y en la consideración de sus lenguas y que afirmaba en su Constitución que el Estado español carecía de religión oficial. La misma República de trabajadores que supo a qué atenerse en asuntos de reforma agraria (Miguel Hernández -¡Josefina, Josefina, Josefina!-:

“Andaluces de Jaén, /
aceituneros altivos,/
decidme en el alma, quién,/
quién levantó los olivos,/
andaluces de Jaen”),

consciente de la temible y probable reacción de los terratenientes y de sus grupos de acción.

Pensaremos también en el triunfo del Frente Popular, objeto hoy de revisión por parte de historiadores, criticados y refutados, entre otros, por el profesor José Luis Martín Ramos.

Recordaremos los nombres de Manuel Azaña, de Juan Negrín, de Joan Comorera, de Buenaventura Durriti (“A nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Ese mundo está creciendo en este instante”), de José Díaz, y de tantos otros. También los de Federica Montseny, de La Pasionaria, de Clara Campoamor, de María Teresa León, de María Zambrano (“Lo que hoy he sido, y soy, es republicana”), de Rosa Chacel. No olvidaremos tampoco los nombres de Salvador Seguí, Joan Salvat Papasseit ("Vosaltres no sabeu que és guardar fusta al moll!”), Salvador Espriu, Mercè Rodoreda y Bartomeu Rosselló-Pòrcel. Recordemos con tristeza e indignidad la bajeza moral de los que se levantaron en armas contra la democracia republicana (León Felipe: “La verdad es que, cuando Franco, ese sapo iscariote y ladrón, con su gran escuadrón de cardenales y banqueros, se atrevió a decir que la guerra de España era una “cruzada religiosa“ y que Dios estaba con ellos… al poeta le entraron unas ganas irrefrenables de blasfemar”).

Recordaremos, con deseos de justicia pero no de venganza, sus incontables y casi inenarrables prácticas criminales (Víctor Pardo Lancina: “Hay historias que sobrepasan lo imaginable como la del alcalde de la localidad de Loporzano, Rafael Montori Ara, de 39 años, padre de cuatro hijas, encarcelado en Huesca desde el primer momento tras la sublevación. El 12 de agosto, cuando su hija Presentación, de 15 años, le llevó a la cárcel la fiambrera con la comida le devolvieron la cesta con la cabeza cortada de su padre. Presentación enloqueció, enfermó gravemente y murió muy joven. Esa cabeza fue expuesta en la plaza más céntrica de Huesca para escarmiento y amenaza de toda la población”). No habita nuestro olvido en el heroísmo -palabra ajustada- de millones y millones de ciudadanos-trabajadores resistentes, muchos de ellos antepasados nuestros, culpables, se les dijo, infundio sobre indignidad, de “rebelión militar” por defender la Constitución y legalidad republicanas, para ser luego condenados a muerte, fusilados y arrojados al estiércol. Sentiremos de nuevo y haremos nuestro el “recuérdalo tú y recuérdalo a otros” del poeta sevillano de los placeres prohibidos. Volveremos a homenajear en nuestras almas a los brigadistas internacionales (¡y a las brigadistas!), a aquellos luchadores imprescindibles nunca olvidados. Pensaremos en su antifascismo, en su entrega, en su generosidad, en muchas de sus vidas arrebatadas por ladrones de vidas hace mil siglos

(“Gracias, Compañero, gracias/
Por el ejemplo. Gracias porque me dices/
Que el hombre es libre/
Nada importa que tan pocos lo sean: /
Uno, uno tan sólo basta/
Como testigo irrefutable/
De toda la nobleza humana”).

Pensaremos en ellos y también en nuestros muertos, en nuestros desaparecidos, en nuestros torturados, en nuestros vejados, en nuestros asesinados, en las mujeres del pueblo que resistieron lo indecible, plantando cara en circunstancias que ni siquiera somos capaces de imaginar y sin que apenas nadie hable de ellas una vez muertas. Recordaremos los bombardeos de la aviación fascista italiana y los de la Legión Cóndor alemana. Pensaremos en la Operación Rügen, en Gernika, en Barcelona, en Madrid

 (Octavio Paz: “Madrid, 1937,/
en la Plaza del Ángel las mujeres/
cosían y cantaban con sus hijos,/
después sonó la alarma y hubo gritos,/
casas arrodilladas en el polvo,/
torres hendidas, frentes esculpidas/
y el huracán de los motores, fijo:/
los dos se desnudaron y se amaron/
por defender nuestra porción eterna...”)

y en tantas otras ciudades y pueblos. Pensaremos en las gentes de las que provenimos, en sus luchas, en sus trabajos, en el “pagaron con su vida la lucha por la dignidad”. Somos ellos, nos han hecho. No lo olvidaremos. Recordemos los nombres de nuestros poetas, de los poetas de todos. Pensaremos en Antonio Machado, en León Felipe

(“Y he visto:/
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,/
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,/
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,/
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,/
y que el miedo del hombre…/
ha inventado todos los cuentos...” ), en el poeta asesinado

(“... porque queremos el pan nuestro de cada día, /
flor de aliso y perenne ternura desgranada, /
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra/
que da sus frutos para todos”)

y en tantos otros… y otras que a veces no recordamos suficientemente. Tampoco habita nuestro olvido sobre las puñaladas por la espalda que algunos dieron a la II República. Recordaremos las cínicas políticas de las “democracias occidentales”, la hipocresía antihumanista de la no intervención, y la decisiva solidaridad de los pueblos de la Unión Soviética y de México y de otros lugares y países del mundo.

Recordaremos a Norman Bethune, a César Vallejo, la “España en el corazón” de Pablo Neruda

(“Chacales que el chacal rechazaría,/
piedras que el cardo seco mordería escupiendo, /
víboras que las víboras odiaran!/
Frente a vosotros he visto la sangre /
de España levantarse/para ahogaros en una sola ola /
de orgullo y de cuchillos!”).

Pensaremos con emoción en el Winnipeg y en los amigos chilenos, Salvador Allende entre ellos (“La historia es nuestra y la hacen los pueblos”), en los que fueron a recibir a nuestros refugiados republicanos. Pensaremos también en los exiliados (estos sí, de verdad) y en las duras condiciones de su exilio. Recordaremos Argelès-sur-Mer (Argelers) y yo pensaré en Eduard Rodríguez Farré (y también en Álvaro Iglesias Barriga, el abuelo paterno de mi esposa-compañera). También en los presos políticos (también estos de verdad), y en las gentes que se confiaron por no haber participado en actos violentos y fueron asesinados en tiempos de posguerra (que fueron propiamente de guerra), durante diez o quince años, en Barcelona, por ejemplo, en el Camp de la Bota, sin ningún miramiento, sin piedad, sin ninguna compasión (José Arnal, no Josep Arnau, por ejemplo). Recordaremos, admirados, a aquellos luchadores antifascistas que siguieron combatiendo el fascismo en Europa, que liberaron París, prisioneros algunos de ellos en campos de concentración y exterminio donde tantos y tantos perdieron sus vidas. Pensaremos en Montserrat Roig y en otras escritores que nos hicieron conscientes de ello. Recordaremos el Movimiento Democrático de Mujeres, como recordamos también a las Mujeres Libres.

Rechazaremos infundios -que duelen en lo más hondo- como la falsa afirmación de una guerra española contra Cataluña. Recordaremos toda las personas, todos las compañeras y compañeros que lucharon, casi desde el primer momento, en una España llena de falangistas, tradicionalistas, militares fascistas y aguiluchos, en todos los que dedicaron tiempo, esfuerzo e incluso su vida con el objetivo de traer de nuevo una República federal de trabajadores a nuestro país. Una República para todos, una República que nos uniese en nuestras diversas diversidades. Recordaremos, conviene hacerlo para no equivocarnos, los días de la abdicación del Borbón corrupto y como aquí, en Barcelona, en la plaza de Cataluña y de los indignados, mientras unos hablábamos de la III República, otros (ERC y grupos de Revolta global) hablaban de República catalana, sin relación alguna con el sentimiento republicano que irrumpió en muchos lugares de España (a pesar de la dura represión borbónica sufrida). Un sentimiento, una tradición, que nada tiene que ver con falsas repúblicas de opereta que nos rompen por la mitad y aspiran a levantar muros entre nosotros y nuestros hermanos, mientras dicen, publicitan y cuentan que esas, las suyas, son finalidades democráticas y revolucionarias (Higinio Polo: “esa “república” teatral y falsaria que proclamaron lo único que ha hecho ha sido dañar a la reivindicación de la República, favorecer a la monarquía, poner dificultades a la imprescindible y necesaria III República española”).

No en nuestro nombre, no en nombre de una tradición que ellos, los que ahora se dicen republicanos, apenas han cultivado mientras otros, que ellos nunca han considerado (ni incluso en actos conjuntos), hemos intentado llenar calles y plazas en este día, tan nuestro, recordando lo que es parte de nuestra historia común, de la historia de todos. También de ellos aunque quieren arrojarla a la cuneta de la historia cuando afirman, sin matices ni miramientos, que España -el estado español dicen en su lenguaje ofensivo- siempre ha sido un país de fachas, carcas y corruptos, no como su país, que quieren para ellos y en exclusiva, más culto, más moderno, más democrático, más justo, más de todo. Nos han contado todos los cuentos y no queremos más cuentos falsarios. No queremos ser piedras de ninguna iglesia ni de ningún palacio ni de ningún centro de poder. Solo guijarros humildes de carreteras. No padecemos verbo (logo) fobia ni gefidrofobia. No tenemos miedo a las palabras ni a transitar por los puentes de nuestros caminos, que queremos compartir, pero no estamos dispuestos a hablar de cualquier forma, insultando a veces, distinguiendo entre los que vivimos más acá del Ebro, dicen sin saber lo que dicen, de los que viven más allá, los que han llamado murcianos o xarnegos cuando ha venido a nuestra tierra a desempeñar, la mayor parte de las veces, los trabajos más duros, los más ingratos, los menos considerados, los peor remunerados. Los trabajos de los que nunca hablan. No están en su mundo.

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jueves, 8 de junio de 2017

_--La guerra es bella* (?), de James Neugass. Diario de un voluntario norteamericano, de las Brigadas Internacionales, en la Guerra Civil Española.

Resultado de imagen de James Neugass_--En su introducción a La guerra es bella, los editores, Peter N. Carroll y Peter Glazer, aportan los datos esenciales de la biografía de James Neugass. Nace este en Nueva Orleans en 1905 en el seno de una familia judía acomodada de origen alemán, y en su juventud realiza estudios variados y viaja por Europa. De regreso a América en 1932, se ocupa en diferentes trabajos, que hace compatibles con una producción poética cuyos frutos llevan ya tiempo apareciendo en revistas especializadas. En 1937 toma la decisión de viajar a España, y aquí conduce ambulancias y participa también en violentos combates hasta marzo de 1938, lo cual constituye la historia que se narra en el libro. De vuelta en Estados Unidos, Neugass trabajó de ebanista y luego de capataz en un taller mecánico, mientras daba forma a una extensa novela, Rain of Ashes, que consiguió ver publicada en junio de 1949, tres meses antes de sufrir un letal ataque al corazón en una estación del metro neoyorkino.


La guerra es bella fue escrito durante su estancia en España y algunos fragmentos se integraron en 1938 en un folleto sobre la Guerra Civil, pero hubo que esperar hasta el año 2000 para que el librero Burton Weiss localizara una copia mecanografiada del texto en una librería de viejo y la enviara a la biblioteca de la Universidad de Illinois, donde llamó la atención de los editores. Levemente retocado para evitar repeticiones y aderezado con notas explicativas, el libro vio la luz en 2008, y en versión española (Papel de liar, trad. de Felipe Osanz) en 2010. El título ironiza con una frase del tristemente célebre poema-soflama de Marinetti, prontuario de locura al servicio de los poderes más oscuros de la Historia.

La acción arranca el 5 de diciembre de 1937, cuando Neugass, que había llegado en noviembre a España, es chófer de ambulancias en el hospital americano de Saelices (Cuenca), donde convive con otros jóvenes voluntarios estadounidenses, excitados todos por la posibilidad de entrar pronto en combate: “Estoy aquí en España porque la historia siempre produce hombres en la línea de Espartaco, que o ponen sus palabras en acción o se vuelven neuróticos mortificándose a sí mismos.” En Tarancón, tras un bombardeo de los facciosos, ve sus primeros muertos en España.

A partir del 12 de diciembre, James Neugass recorre diversas zonas de Aragón con su novia, metamorfoseada en ambulancia, acompañando a su jefe, Edward K. Barsky (1897-1975), legendario cirujano neoyorquino que tuvo un importante papel en los servicios médicos del frente republicano. Los diálogos entre los dos hombres son un arroyo de ironía inteligente que destella en el corazón de la guerra: “¿Sabes, Jim?, no me preocupa que un chófer se ponga a escribir poesía, pero que un poeta se ponga a conducir…” Neugass trasporta médicos, heridos y suministros en un grupo quirúrgico vinculado a la 15ª Brigada Internacional, y tras unas semanas de consumirse en la retaguardia mientras llegan noticias de la batalla por Teruel, al fin el 31 de diciembre parten para el frente. Las continuas nevadas complican el viaje y tras una noche interminable, la unidad médica consigue reagruparse en Aliaga, 50 km al nordeste de Teruel. El 6 de enero Neugass está ya en un hospital precariamente instalado desde el que oye el crepitar de las ametralladoras.

Conviene recordar aquí que el frente establecido en el sur de Aragón en el verano de 1936 tenía un trazado recto norte-sur con una invaginación dentro del territorio republicano que dejaba la ciudad de Teruel en manos de los franquistas. Su conquista en diciembre de 1937 fue una gran noticia para las armas leales, pero las acometidas que se producen en ese sector a partir de ese momento tendrán carácter devastador y acabarán poniendo de manifiesto la inferioridad de las fuerzas republicanas en una estrategia convencional de frentes, ofensivas y contraofensivas.

El 13 de enero, Neugass pasa unas horas en Teruel, ciudad en ruinas llena de caballos muertos, y el día siguiente descubre en Tortajada una novedosa técnica médica al presenciar cómo un joven doctor inglés extrae la sangre de cadáveres recientes para usarla en transfusiones. El desigual equipamiento de los dos bandos es un rasgo esencial de esta guerra, e impregna todas las sensaciones cotidianas. Neugass conduce su ambulancia camuflada con barro por carreteras maltratadas para abastecer de carne doliente los hospitales de campaña que el movimiento de los frentes obliga a improvisar en cualquier sitio, y nos sumerge en los ciclos mentales del que coquetea con la muerte: ocasionales crisis de pánico que domina la voluntad terca de cumplir un deber.

Tras una semana inmovilizado por la fiebre, a primeros de febrero, Neugass disfruta con su unidad de tres días de permiso en Valencia: “Nada puede perturbar la tranquilidad de la luz del sol a orillas del Mediterráneo y la pureza relajante de sus olas, ni siquiera los hombres que tienen tantas ansias de demostrar que la humanidad puede ser repugnante.” Pero es en ese momento precisamente cuando comienza la gran ofensiva franquista sobre Teruel y el día 14 ya está de nuevo en el frente con su ambulancia. El día 17, Muniesa, 100 km al norte de Teruel y su hospital son bombardeados. Neugass, sin perder jamás el humorismo elegante que marca su estilo, nos aporta los detalles sobrecogedores del miedo y la impotencia, del barro ensangrentado y los cuerpos despedazados, aunque luego sus nervios estén de punta y su ánimo roto.Resultado de imagen de James Neugass, fotos

Siguen días tranquilos en Muniesa, a donde llegan los heridos de la 15ª Brigada Internacional en la ofensiva que ésta emprende como maniobra de distracción en la lucha por Teruel. Para finales de febrero, la ciudad está ya en manos de los facciosos, que en poco tiempo avanzan rápido. Neugass sirve con su “cariñito” en el hospital de Híjar y después se ve envuelto en el dantesco horror de lo que se ha denominado “gran retirada”. Tras el 12 de marzo, el diario, fragmentario, deja de consignar fechas y dibuja escenas del heroísmo desesperado de internacionales y españoles en la resistencia imposible. Neugass participa en violentos combates y logra llegar maltrecho a Barcelona, donde toma la decisión de regresar a los Estados Unidos. El 24 de marzo escribe en Cervère (Francia) la última anotación de su diario; resurrección tras semanas en una sucursal del infierno.

Tenemos en las manos el texto que James Neugass tejía en sus ratos libres, a veces sobre el volante de su coche, y en él tienen su lugar las frecuentes bromas de los que lo veían absorto en esta labor. La obra nos acerca a las rutinas y rituales de la guerra, y de la retaguardia ociosa y anhelante a los horrores del frente, una prosa brillante desgrana lo que trae cada día con sabor a vida fresca y un humor inglés y yiddish a la vez. Ante nosotros quedan los hombres animosos y mal equipados que plantaron cara al fascismo mientras el mundo claudicaba, sin que falten descripciones amorosas de un país que sedujo a Neugass con la dignidad de su pobreza, ni anécdotas del desconcierto político que reinaba tras el asalto al poder de los estalinistas. Las notas de los editores aportan un minucioso listado de combatientes internacionales con esbozos biográficos.

James Neugass, un poeta treintañero espigado y miope, no se lo piensa dos veces a la hora de venir a España y arriesgar su pellejo por lo que cree que es justo. Es un intelectual, pero de otra pasta que los que más abundan, esos que usan su intelectualismo para arrebatar privilegios y se construyen de esa forma un refugio. Otros como él pueblan las páginas del libro, y algunos de ellos dejaron su vida en el intento de parar al fascismo en España. Paul y Jim, los hijos de Neugass, muy jóvenes a la muerte de su padre, descubrieron en las páginas de La guerra es bella a un personaje cautivador desconocido para ellos. Lo mismo le ocurre a cualquier lector de la obra.

¿Por qué vine a España?, se pregunta Neugass recurrentemente, y en un momento cree haber hallado la respuesta: “Estas son las claves de la guerra que se libra aquí. Que los teóricos y los sofistas hablen cuanto quieran de guerra ‘religiosa’, de ‘conspiración bolchevique’ y de ‘ley, orden y renovación de España’. Esta guerra es la lucha internacional del campesino pobre, del pequeño comerciante liberal (…), de los parados y de los obreros industriales contra las charreteras, mitras y plumas de oro internacionales que se lamentan, con extremas demostraciones de silenciosa paciencia, por la sangre que hay que derramar inevitablemente para ‘renovar España’ (…) ¿Por qué vine? No tanto por amor como por asco, supongo.”

*El título ironiza con una frase del tristemente célebre poema-soflama de Marinetti, prontuario de locura al servicio de los poderes más oscuros de la Historia.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/