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viernes, 13 de agosto de 2021

_- "Hoy, el que no tiene más de un par de ojos, está ciego": Benjamín Labatut, el autor chileno de "Un verdor terrible" recomendado por Barack Obama


_- Al escritor chileno, Benjamín Labatut, las historias que más le atraen "son aquellas en las cuales un ser humano se topa de golpe con algo que no es capaz de comprender".

El infortunio de Fritz Haber, el químico que creó el pesticida Zyklon sin saber que los nazis terminarían utilizándolo en los campos de exterminio para asesinar a miembros de su propia familia; las exploraciones matemáticas de Alexander Grothendieck que lo llevaron al delirio místico, al aislamiento y la locura; y la lucha de los dos fundadores de la mecánica cuántica que generó el principio de incertidumbre.

Estas y otras historias son parte de Un verdor terrible, el tercer y último libro del escritor chileno, Benjamín Labatut.

El texto —que, según él, tiene un formato "inclasificable" dentro de las categorías tradicionales de la literatura— ha sido ampliamente reconocido: no solo fue uno de los seis seleccionados en la Lista Corta del prestigioso premio Booker Prize International 2021, sino también fue destacado por personajes como el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien lo recomendó en su última lista de lectura para el verano boreal.

Este éxito algo inesperado le ha dado a su autor una cuota de fama que él mira con desconfianza (y bastante a regañadientes).

"Sé que el Booker va a cambiar mi vida, de hecho, ya la está cambiando. Pero no sé si quiero que mi vida cambie. Al final, no hay ningún premio, ningún reconocimiento que me vaya a hacer escribir mejor", reflexiona.

Nacido en Róterdam, Países Bajos, en 1980, Labatut se crió en distintas ciudades del mundo, pasando por Buenos Aires y Lima, entre otras. A los 14 años se instaló en Santiago, la capital chilena, donde estudió periodismo.

Y luego, se dedicó a escribir. La Antártica empieza aquí y Después de la luz son sus dos primeras obras, también difíciles de clasificar.

En esta entrevista con BBC Mundo, Labatut repasa las motivaciones detrás de sus libros, su interés por la vida —y el delirio—de los científicos, y su particular forma de explorar y presentar la realidad.

Porque la realidad —advierte— no es sólo lo que vemos cuando abrimos los ojos. "La parte más importante, de hecho, solo está al alcance de quien los cierra".

En "Un verdor terrible" los relatos están basados en episodios de la vida de algunos destacados científicos. ¿Qué te atrae particularmente de la vida de ellos y por qué los elegiste como tus personajes principales?

Para bien y para mal, hoy la ciencia es la forma en que el ser humano interactúa con el misterio. A mí, lo que me atrae es la amplitud de su mirada, porque no solo estudia lo trascendental, sino también lo nimio, lo ridículo, lo imperceptible.

Valoro su ambición, porque es absoluta, y creo que su búsqueda —la búsqueda del conocimiento— es un viaje alocado que no tiene fin, ni puerto en que encallar.

Uno de los relatos del último libro de Labatut se relaciona con la creación del pesticida Zyklon que los nazis utilizaban en los campos de exterminio.

Esa fascinación sin límites, es a mi gusto, una parte esencial de lo humano. Es una necesidad tan primordial, poderosa e inconsciente que no debiera sorprendernos el hecho de que la ciencia y la tecnología nos tengan a un paso del abismo.

Cosa que tampoco me parece tan terrible, porque es justamente ahí —de lo hondo, del vacío— donde surgen las maravillas.

¿Qué tipo de historias te interesa contar?

Las historias que me atraen son aquellas en las cuales un ser humano se topa de golpe con algo que no es capaz de comprender.

La diferencia entre los científicos sobre los que escribo y las personas comunes y corrientes como yo, es que ellos no se quedan de brazos cruzados ante lo desconocido; tienen herramientas, tienen un método, tan oscuro como luminoso, para indagar en sus obsesiones y en las preguntas que los torturan.

Están tomados por la duda, sufren sus ganas de saber como quienes sufren el amor, y muchas veces pierden el alma debido a eso, o se queman, o se condenan, o son condenados producto de lo que trajeron al mundo.

Yo uso la ciencia y las matemáticas como una excusa para hablar de aquellas cosas que ni las palabras ni las ecuaciones pueden tocar.

¿Qué puntos de encuentro tienen la literatura y la ciencia?

El deseo que anima a la literatura es tan extremo como el que late detrás de la ciencia: el intento, fallido por principio, de poner el mundo en palabras, de darle una forma humana al caos de la experiencia. Pero la ciencia, a diferencia de la literatura, ha cobrado vida propia; es como si fuese otra mente, un sistema caníbal que opera por sí mismo, que se justifica con su propia lógica y se alimenta de si.

Lo que me atrae tanto de la ciencia es que es —junto con el arte— un ámbito de lo humano que se sale de todos los límites, que no le debe lealtad a nada, y que rompe, casi sin miramientos, con lo que consideramos bueno y malo, moral e inmoral.

Como dijo John von Neumann, es útil para cualquier propósito, pero indiferente ante todos. Esa libertad radical es peligrosa, pero también es muy necesaria, porque tiene que haber un aspecto inhumano en el fenómeno humano, algo que no se arrodille ante los valores de la época, que no reconozca ninguna autoridad, que se cague en lo que está de moda, que se ría de las grandes verdades espirituales, que ignore los triunfos morales y civilizatorios de nuestra especie.

La literatura, por su parte, florece donde asoman los cuernos del diablo, o donde queda algo del polvo que le cae a las hadas, porque la literatura corre detrás de las huellas que va dejando el espíritu. Es una gran herramienta para ahondar en las fallas en la lógica del universo, sirve para para pillarle los errores a dios.

¿Cómo fuiste creando las historias de tu último libro?

A mi me interesan dos cosas que pueden parecer muy alejadas, pero que tal vez sean una sola: los fundamentos, lo que podríamos llamar la base de la realidad, y la carne, las ideas que encarnan.

En este libro me fui topando con cierto tipo de historias, muy específicas, en las cuales algo abstracto de pronto toma cuerpo; es el caso de Karl Schwarschild, que encontró la primera solución a las ecuaciones de la relatividad general mientras agonizaba por una enfermedad necrotizante que le estaba comiendo la piel, en el frente ruso de la Primera Guerra Mundial.

O Werner Heisenberg, que sufrió un ataque de alergia en una isla desierta, y que logró desentrañar las reglas que rigen el mundo subatómico con la cara deformada por la hinchazón y los párpados tan hinchados como los de un boxeador.

En ambos casos, ideas que parecen ser totalmente ajenas al ser humano se vuelven dolorosa materia.

Seguir aquí, https://www.bbc.com/mundo/noticias-57943009

lunes, 17 de febrero de 2020

Ferran Bono, El Espíritu del Tiempo. “Me asombró descubrir el pasado nazi de científicos que había estudiado”

FERRAN BONO
El autor valenciano novela en 'El espíritu del tiempo', ahora traducida al español, la complicidad de la comunidad académica con el régimen totalitario de Hitler.

Mujeres en un mitin nazi en estadio Zeppelin en una imagen sin datar.

Mujeres en un mitin nazi en estadio Zeppelin en una imagen sin datar.  BETTMANN ARCHIVE


Estudiaba los insectos mucho antes de doctorarse en Biología y se hizo un nombre como articulista de divulgación científica antes de impartir clases de Periodismo en la Universitat de València y de dirigir la revista de investigación Mètode. Pero además, Martí Domínguez, valenciano de 53 años nacido en Madrid, es hoy uno de los novelistas más respetados y premiados de la actual literatura en catalán. Ahora ha vuelto a franquear la frontera a menudo impermeable de la traducción al castellano con El espíritu del tiempo (Destino), su última novela que sale mañana a la venta vertida al español por él mismo.

El libro aborda la complicidad entre la comunidad científica y el régimen nazi a través de las andanzas de un investigador austriaco, un tanto cínico, que pasa de esbozar en su casa teorías darwinistas y eugenésicas sobre el comportamiento animal a llevarlas a la práctica con humanos en Polonia. Acaba recibiendo el Premio Nobel muchos años después de la Segunda Guerra Mundial. Es ficción, pero muy real, y basada en hechos documentados.

“Me asombraba descubrir el pasado nazi, que había sido blanqueado, de científicos que yo había estudiado en libros de texto de Biología”, explica Martí Domínguez. “Algunos, cuando volvieron de los campos de concentración soviéticos, como mi personaje, se encontraron con que nadie quería hablar del nazismo. Hay un proceso de silenciar el pasado. Es cierto que se condena el nazismo pero también se condena su memoria. En Polonia, los visitantes de los campos de concentración como el de Auschwitz [de cuya liberación se acaban de cumplir 75 años) son casi todos extranjeros, pero muy pocos polacos. Y menos aún alemanes”.

El protagonista de esta novela creía totalmente en el nazismo. “También era una forma de liberarse del catolicismo. Thomas Bernhard ya decía en sus libros que pasaron del nazismo al catolicismo asfixiante de antes. Mi personaje se queda deslumbrado con el nazismo. Le pasó al mismo Heidegger. Muchos participaron directamente; otros se dejaron arrastrar. También el régimen nazi destinó mucho dinero para la ciencia. Hitler decía que toda ciudad tendría su centro de investigación. Inquieta mucho pensar en ello. Pero es que la comunidad científica veía a Hitler como un demiurgo, un visionario”, relata el autor de El regreso de Voltaire (Premio Josep Pla).

Martí Domínguez en el Jardí Botànic de Valencia. Martí Domínguez en el Jardí Botànic de Valencia. MÒNICA TORRES Domínguez ejerce de periodista y se anticipa a la pregunta: “¿Qué pasaría ahora si hubiera un régimen así? Hemos de aprender de lo que sucedió y de la gran dificultad de oponerse cuando ya se ha implantado un régimen totalitario. Ahora pensamos: qué pocos alemanes se opusieron al nazismo. Y comienzas a buscar nombres importantes, que no fueran judíos o declaradamente marxistas, como Bertolt Brecht, y no hay tantos. Incluso a Thomas Mann le supuso un problema denunciarlo, y no lo hizo hasta que se vio en el exilio. Stefan Zweig, que era judío, no escribió ni una línea contra el nazismo, salvo en sus memorias póstumas. Resultaba muy difícil. Por eso hay que ser muy contundente ante el resurgimiento de ideas totalitaristas antes de que sea demasiado tarde”.

Para documentarse y recrear la trama de su novela, el escritor consultó a historiadores y rebuscó en archivos, además de recorrer escenarios de Austria, Checoslovaquia, Polonia y Bielorrusia. En este último país, llegó a tumbarse en las trincheras nazis de la línea del frente ruso cuya ruptura por parte del ejército soviético “cambió las tornas de la Segunda Guerra Mundial”, aunque la historiografía señale, sobre todo, el desembarco de Normandía, apunta. De aspecto tranquilo y risueño, es más probable imaginar al autor de Las confidencias del conde de Bufon paseando por el Jardí Botànic, donde se ubica su despacho y donde se realizó esta entrevista, que arrastrándose por una antigua trinchera.

Con El espíritu del tiempo, Martí Domínguez se ha introducido en un nuevo territorio literario, alejándose de su apreciado Siglo de las Luces y acercándose a programas como la inseminación de púberes por oficiales de las SS o al secuestro de niños eslavos para repoblar los territorios ocupados como Polonia. “Soy un racionalista puro y duro, pero la ciencia sin conciencia es un error. Siempre debe ir acompañada de ética. Con los nazis la ciencia ocupa el campo de la filosofía para legitimar la masacre. Los judíos eran la punta de lanza. Los campos de concentración se construyeron también para lo que venía después, si llegan a ganar la guerra: millones y millones de eslavos muertos”.

La novela se adentra en el plan nazi para repoblar y germanizar: “El espacio vital de Alemania era el Este, que se consideraba un espacio poblado por subhumanos. A los niños que eran germanizables les quitaban su identidad, los sometían a una rápida educación y los enviaban a familias alemanas, especialmente de las SS. Se recomendaba a las mujeres alemanas que tuviesen al menos cuatro hijos, de modo que pagarían menos impuestos, y también se animaba a las jóvenes de 14 y 15 años a reproducirse, con la apertura de casas de inseminación (Lebensborn). Perdían caudal genético en la guerra y necesitaban repoblar territorios inmensos como Polonia o Ucrania”, explica.

¿Y todo esto no “pertenece al espíritu del tiempo” como dice el escritor y antiguo soldado nazi Ernst Jünger en la cita que abre la novela? “Esa es la gran añagaza, el pretexto para justificar después el enorme silencio. Con los juicios de Nüremberg se condenaron a los principales capitostes, y la sociedad alemana consideró que con esto ya había bastante, y se produjo un inmenso periodo de amnesia colectiva, como denunció el escritor W. G. Sebald en una de sus novelas. No, siempre se debe vigilar el espíritu del tiempo. En ningún caso justifica los hechos”, sostiene Domínguez.

 https://elpais.com/cultura/2020/02/02/actualidad/1580668848_211937.html

Más de Dominguez: Martí Domínguez novela la "épica de la libertad" en 'El retorn de Voltaire'

domingo, 2 de febrero de 2020

Quiénes son los "marcianos" húngaros que ayudaron a Estados Unidos a convertirse en una potencia científica.

"¿Cómo es posible que muchos de los genios del Proyecto Manhattan vengan de un país que la mayoría ni siquiera puede ubicar en un mapa?", preguntó una noche uno de los integrantes del proyecto en un bar provincial en Estados Unidos.

Teller y Wigner

"Bueno, la verdad es que no son humanos: son marcianos", respondió uno de sus compañeros a modo de broma.

Así es como Marina von Neumann Whitman, hija de uno de esos "marcianos", relata la historia que habría dado origen al nombre.

"Y para disimular el hecho de que no son humanos hablan húngaro entre ellos mismos, una lengua que nadie puede entender", prosigue el relato la prominente escritora, autora del libro "The Martians' Daughter: A Memoir" (La hija del marciano: una autobiografía).

La historia se volvió viral y en la actualidad son muchos los intelectuales que han escrito obras en honor a estos genios cuya contribución al mundo de la ciencia y de la física fue inconmensurable.

Pero ¿quienes fueron estos "marcianos" y cómo ayudaron a Estados Unidos a convertirse en una potencia científica?

Leo Szilard.

Derechos de autor de la imagen GETTY
Leó Szilárd (segundo arriba de izquierda a derecha) tuvo una relación cercana con Albert Einstein.

5 genios con mucho en común

Se trata de un grupo de científicos que, escapando de los nazis alemanes y de los comunistas soviéticos, emigraron a Estados Unidos antes o durante la II Guerra Mundial.

"Eran cinco principalmente. Cuatro que trabajaban en el Proyecto Manhattan y un experto en misiles balísticos" le dice von Marina von Neumann Whitman a BBC Mundo.

Efectivamente, en el libro The Martians of Science, ("Los marcianos de la ciencia") el autor István Hargittai, también originario de Hungría, cuenta la historia de este grupo conformado por John von Neumann -padre de la autora del libro-, Theodore von Kármán, Edward Teller, Leó Szilárd y Eugene Wigner.

Eran 5 hombres provenientes de la élite de Budapest, capital del país europeo, criados en familias judías de clase media-alta, todos habían realizado al menos una parte de sus estudios en Alemania, eran políticamente activos y se oponían a todas las formas de totalitarismo.

Un legado incalculable

Hargittai cuenta que todos se hicieron amigos, trabajaron juntos y se influenciaron los unos a los otros hasta la muerte.

Y esta unión impulsó algunos de los desarrollos científicos más importantes del siglo XX.

John von Neumann, considerado como el matemático más destacado del grupo y uno de los más grandes de la historia, fue uno de los impulsores de la computadora moderna con el llamado modelo de von Neumann: una arquitectura de diseño para un computador digital electrónico que hasta el día de hoy es utilizada en casi todos los aparatos.

Eugene Paul Wigner recibió el Premio Nobel de Física en 1963 por "su contribución a la teoría del núcleo atómico y de las partículas elementales, en especial por el descubrimiento y aplicación de los importantes principios de simetría", explica la organización.

Theodore von Kármán
Theodore von Kármán (centro) fue uno de los pioneros de las investigaciones para el desarrollo de la aviación.

Nacido en 1881, Theodore von Kármán realizó importantes aportes en el campo de la aeronáutica y astronáutica y se convirtió en el primer director del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, dándole una base científica a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF, por sus siglas en inglés).

Leó Szilard, por su parte, contribuyó ampliamente en el campo de la física nuclear y la biología molecular y fue el autor de la famosa carta dirigida al expresidente Franklin D. Roosevelt en agosto de 1939 que impulsó el desarrollo de las bombas nucleares lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki seis años más tarde.

Por último, Edward Teller es considerado por muchos como el padre de la bomba de hidrógeno, también conocida como bomba termonuclear, que se ha convertido en una de las armas más destructivas de la historia.

Muchos marcianos, pero solo un gran beneficiado
Si bien las definiciones más estrictas solamente mencionan a 5 "marcianos húngaros", algunas incluyen en el grupo a otros genios como Paul Halmos, un destacado matemático que trabajó un par de años como asistente de John von Neumann, así como a George Pólya, Paul Erdős, el Premio Nobel de Física Dennis Gabory, John George Kemeny, entre otros.

Toda esta emigración tuvo un gran beneficiado: Estados Unidos.

El país logró atraer y nacionalizar a este grupo de genios y les dio herramientas para que desarrollaran al máximo sus capacidades en instituciones como la NASA.

Con esto, el pueblo estadounidense pudo atribuirse grandes desarrollos y descubrimientos físicos y científicos a mediados del siglo XX que ayudaron a la nación a convertirse en la potencia científica que es actualmente.

Von Neumann Whitman es de las que cree que, sin esa inmigración, "a EE.UU. le habría llevado mucho más tiempo desarrollarse científicamente y algunos descubrimientos tal vez no hubieran sucedido en lo absoluto".

La hija del marciano
Marina von Neumann Whitman reunida con el expresidente Richard Nixon, Barbara Franklin, Herbert Stein y George Shultz en la Oficina Oval de la Casa Blanca.

Derechos de autor de la imagen  BIBLIOTECAS PRESIDENCIALES DE EE.UU. Image caption

Marina von Neumann Whitman reunida con el expresidente Richard Nixon, Barbara Franklin, Herbert Stein y George Shultz en la Oficina Oval de la Casa Blanca - 29/01/1972.

Aunque Marina von Neumann Whitman no es considerada una "marciana", pues nació y se crió en EE.UU., tiene mucho en común con su padre y los amigos de este.

En diálogo con BBC Mundo, la también economista y profesora de la Universidad de Míchigan, califica su carrera como "pionera".

Y lo es: se trata de la primera mujer que sirvió en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, también trabajó como directora del Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores en español) y ha recibido una larga lista de doctorados honoris causa.

"Una de las cosas de las que hablo en mi libro The Martian's Daughter es cómo cambió la actitud hacia las mujeres profesionales a lo largo de mi carrera, desde mediados de los 70 hasta finales del siglo XX".

Al hablar de su padre, la autora es modesta "creo que no estoy cualificada para hablar sobre sus logros más importantes, pero puedo decir que lo que más me marcó a mí fue su convicción de que todo el mundo tiene la obligación moral de hacer un uso completo de sus facultades intelectuales. Eso me inspiró".

John von Neumann

La mayoría reconocía a John von Neumann como el matemático más destacado del grupo. La autora recalca que si EE.UU. hubiera tenido una política anti-inmigratoria en el siglo pasado, nada de esto habría sido posible. También asegura que sin estas importaciones "no es muy seguro" que su país hubiera ganado la II Guerra Mundial y la Guerra Fría.

"Estos talentosos inmigrantes contribuyeron enormemente en el desarrollo de estrategias y armas para que EE.UU. se convirtiera también en una potencia militar".

Pero advierte que el enfoque de la política migratoria del actual presidente estadounidense Donald Trump pone en peligro la privilegiada posición de su país como una potencia científica.

"Si Trump es reelegido para un segundo mandato y mantiene esta actitud, pienso que esto podría tener un impacto negativo en el liderazgo científico estadounidense. Los chinos están trabajando duro para ponerse al día y a EE.UU. se le va a hacer muy difícil mantenerse a la vanguardia en este campo sin inmigración", concluye la hija del marciano.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-51036722

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Carta abierta de más de un centenar de científicos a la Unión Europea Europa, ha llegado el momento de terminar con la dependencia del crecimiento

El diario

Esta semana, científicos y políticos se encontrarán en una conferencia clave que se va a celebrar en Bruselas. El objetivo de este encuentro, organizado por los miembros de cinco grupos políticos del Parlamento Europeo, junto con sindicatos y ONG, es el de explorar las posibilidades para una “economía del post-crecimiento” en Europa.

Durante las últimas siete décadas, el crecimiento del PIB ha sido el objetivo económico prioritario de las naciones europeas. Sin embargo, así como nuestras economías han ido creciendo, también lo han hecho los impactos negativos sobre el medio ambiente. Actualmente estamos excediendo el espacio de operación segura (safe operating space en inglés) para la humanidad, y tampoco hay ninguna señal de que la actividad económica se esté desacoplando respecto del uso de recursos o que la contaminación esté disminuyendo en la escala requerida. Hoy, la solución de los problemas sociales entre las naciones europeas no requiere mayor crecimiento. En cambio, se requiere una distribución de la renta y de la riqueza más justa de la que tenemos.

El crecimiento se está convirtiendo en un objetivo cada vez más difícil de alcanzar debido a la caída de las ganancias en productividad, la saturación del mercado y la degradación ecológica. Si la tendencia actual continúa, puede no haber crecimiento en Europa en una década. Ahora mismo la respuesta consiste en intentar activar el crecimiento mediante la expansión de la deuda, el desmantelamiento de las regulaciones ambientales, la extensión de las jornadas de trabajo, y los recortes sociales. Esta agresiva persecución del crecimiento a cualquier coste fragmenta la sociedad, crea inestabilidad económica, y destruye la democracia.

Quienes están en el poder no han intentado hacer nada sobre estas cuestiones, al menos hasta ahora. El proyecto de la Comisión Europea Beyond GDP (Más allá del PIB) acabó convirtiéndose GDP and Beyond (El PIB y Más allá). El mantra oficial sigue siendo el del crecimiento — revestido con el añadido de “sostenible”, “verde”, o “inclusivo” —, pero el crecimiento en primer lugar y prioritariamente. Incluso los nuevos Objetivos del Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas incluyen el objetivo del crecimiento económico como meta política para todos los países, a pesar de la contradicción fundamental entre crecimiento y sostenibilidad.

La buena noticia es que ha emergido un movimiento post-crecimiento desde la sociedad civil y el mundo académico. Este movimiento ha surgido bajo diferentes términos en diferentes lugares: décroissance (decrecimiento en francés), Postwachstum (decrecimiento en alemán), steady-state (estado estacionario) o doughnut economics (economía rosquilla), prosperity without growth (prosperidad sin crecimiento), por citar unos pocos. Desde el año 2008 se han celebrado de manera regular conferencias sobre el decrecimiento a las que han asistido miles de participantes. Una nueva iniciativa global, la Wellbeing Economies Alliance (or WE-All) (Alianza de Economías del Bienestar), está realizando conexiones entre estos movimientos, mientras que la red europea de economía post-crecimiento está trabajando con nuevos ‘”modelos macroeconómicos ecológicos”. Estos trabajos sugieren que es posible mejorar la calidad de vida, restaurar la Biosfera reducir la desigualdad, y proveer trabajos decentes y con sentido –todo ello sin la necesidad de crecimiento económico, siempre que se lleven a cabo políticas orientadas a superar nuestra actual dependencia del crecimiento-.

Algunos de los cambios que han sido propuestos incluyen límites al uso de recursos, fiscalización progresiva para detener la creciente desigualdad, y la reducción gradual del tiempo de trabajo. El uso de recursos podría frenarse mediante la introducción de un impuesto sobre el carbono, y los ingresos podrían retornarse como un dividendo para todos o utilizarse para financiar programas sociales. La introducción de una renta básica y máxima permitiría reducir todavía más la desigualdad, mientras que al mismo tiempo ayudaría a redistribuir el trabajo de los cuidados y disminuir los desequilibrios del poder que socavan la democracia. Las nuevas tecnologías podrían emplearse para reducir el tiempo de trabajo y mejorar la calidad de vida, en lugar de utilizarse como se hace hoy en día para despedir masas de trabajadores y aumentar los beneficios de unos pocos privilegiados.

Dada la gravedad de la situación, sería una irresponsabilidad que la clase política no explorara las posibilidades para un futuro sobre la base del post-crecimiento. La conferencia que tendrá lugar en Bruselas es un inicio prometedor. Sin embargo, se necesitan compromisos mucho más contundentes. Como grupo de científicos sociales y naturales comprometidos y presentes en toda Europa, hacemos un llamamiento a la Unión Europea, sus instituciones, y estados miembros para:

1. Constituir una comisión especial sobre el Futuro en Post-Crecimiento en el Parlamento de la UE. Esta comisión debería debatir activamente sobre el futuro del crecimiento, concebir políticas alternativas para unos futuros de post-crecimiento, y reconsiderar la persecución del crecimiento como un objetivo general de todas las políticas.

2. Incorporar indicadores alternativos en los marcos macroeconómicos de la UE y sus estados miembros. Las políticas económicas deberían ser evaluadas en relación con su impacto sobre el bienestar humano, el uso de recursos, la desigualdad, y la generación de trabajo decente. Estos indicadores deberían tener mayor importancia en los procesos de decisión que el PIB.

3. Transformar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en Pacto de Estabilidad y Bienestar (PEB). El PEC es un conjunto de normas orientadas para limitar los déficits públicos y la deuda pública. El pacto debería ser revisado para garantizar que los estados miembros puedan satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía, al mismo tiempo que se reduce el uso de recursos y las emisiones contaminantes a unos niveles sostenibles.

4. Crear un Ministerio para la Transición Económica en cada uno de los estados miembros. Una nueva economía que se centre directamente en el bienestar humano y ecológico podría ofrecer un futuro mucho mejor que aquel que estructuralmente depende del crecimiento económico.

ALGUNAS FIRMAS (para ver el listado completo pincha AQUÍ ):
Dr Dan O'Neill, Associate Professor, University of Leeds, UK
Dr Federico Demaria, Researcher, Universitat Autònoma de Barcelona, Spain
Dr Giorgos Kallis, Professor, Universitat Autònoma de Barcelona, Spain
Dr Kate Raworth, Lecturer, Oxford University, UK
Dr Tim Jackson, Professor, University of Surrey, UK
Dr Jason Hickel, Lecturer, Goldsmiths, University of London, UK
Dr Lorenzo Fioramonti, Professor, University of Pretoria, South Africa
Dr Marta Conde, President of Research & Degrowth, Spain
Dr Kevin Anderson, Deputy Director, Tyndall Centre for Climate Change Research, UK
Dr Saskia Sassen, Professor of Sociology, Columbia University, USA
Dr. David Graeber, Professor, London School of Economics, UK
Dr. Ann Pettifor, Director, Policy Research in Macroeconomics (PRIME), UK
Dr Serge Latouche, Université Paris Sud, France 
Dr Kate Pickett, Professor, University of York, UK
Dr Susan George, President of the Transnational Institute-TNI, Netherlands
Dr Joan Martinez Alier, Professor, Universitat Autònoma de Barcelona, Spain
Dr Juan Carlos Monedero Fernández, Universidad Complutense de Madrid, Spain
Dr Dominique Méda, Professor, University Paris Dauphine, France
Dr Ian Gough, Visiting Professor, London School of Economics, UK
Dr Lourdes Beneria, Professor Emerita, Cornell University, USA
Dr Inge Røpke, Professor, Aalborg University, Denmark
Dr Niko Paech, Professor, University of Siegen, Germany
Dr Jean Gadrey, Professor, University of Lille, France
Dr Nadia Johanisova, Lecturer, Masaryk University, Brno, Czech Republic
Dr Wolfgang Sachs, Research Director Emeritus, Wuppertal Institut, Germany
Dr Stefania Barca, Senior Researcher, Centre for Social Studies, University of Coimbra, Portugal
Dr Gilbert Rist, Emeritus Professor, Graduate Institute of International and Development Studies, Switzerland
Dr György Pataki, Professor, Corvinus University of Budapest, Hungary
Dr Simone D'Alessandro, Professor, University of Pisa, Italy
Dr Iñigo Capellán-Pérez, Researcher, University of Valladolid, Spain
Dr Amaia Pérez Orozco, Researcher, Colectiva XXK, Spain
Dr Max Koch, Professor, Lund University, Sweden
Dr Fabrice Flipo, Professor, Institut Mines Télécom-BS et LCSP Paris 7 Diderot, France
Dr Matthias Schmelzer, Researcher, University of Jena and Konzeptwerk Neue Ökonomie, Germany 
Dr Óscar Carpintero, Associate Professor, University of Valladolid, Spain
Dr Hubert Buch-Hansen, Associate Professor, Copenhagen Business School, Denmark
Dr Christos Zografos, Pompeu Fabra University, Spain
Dr Tereza Stöckelová, Associate Professor, Institute of Sociology of the Czech Academy of Sciences, Czech Republic
Dr Alf Hornborg, Professor, Lund University, Sweden
Dr Eric Clark, Professor, Lund University, Sweden
Dr Miklós Antal, Researcher, University of Leeds, UK.
Dr Jordi Roca Jusmet, Professor, Universitat de Barcelona, Spain
Dr Philippe Defeyt, Chairman, Institute for Sustainable Development, Belgium
Dr Erik Swyngedouw, Professor, University of Manchester, UK
Dr Christian Kerschner, Assistant Professor, Modul University Vienna, Austria
Dr Agata Hummel, Assistant Professor, University of Adam Mickiewicz, Poland
Dr Frank Moulaert, Emeritus Professor, Katholieke Universiteit Leuven, Belgium
Dr Frank Adler, Researcher, Brandenburg-Berlin Institute for Social Scientific Research, Germany
Dr Janne I. Hukkinen, Professor, University of Helsinki, Finland
Dr Jorge Riechmann, Professor, Universidad Autónoma de Madrid, Spain Samuel Martín-Sosa Rodríguez, Responsable de Internacional, Ecologistas en Acción, Spain
Dr John Barry, Professor, Queen’s University Belfast, Northern Ireland
Dr Linda Nierling, Senior Scientist, Karlsruhe Institute of Technology, Germany
Dr Ines Omann, Senior Researcher, Austrian Foundation for Development Research, Austria
Dr Hug March, Associate Professor, Universitat Oberta de Catalunya, Spain
Dr Jakub Kronenberg, Associate Professor, University of Lodz, Poland
Yayo Herrero, Miembro del Foro de Transiciones, Spain
Dr Isabelle Anguelovski, Professor, Universitat Autònoma de Barcelona, Spain
Dr François Schneider, Researcher, Research &  Degrowth, France
Dr Vasilis Kostakis, Senior Researcher, Tallinn University of Technology, Estonia
Dr Enric Tello, Professor, University of Barcelona, Spain
Dr Andrew Sayer, Professor, Lancaster University, UK
Dr Kate Soper, Emerita Professor, London Metropolitan University, UK
Dr Klaus Hubacek, Professor, International Institute for Applied Systems Analysis, Austria
Dr Brent Bleys, Assistant Professor, Ghent University, Belgium
Dr Jill Jäger, Independent Scholar, Vienna, Austria
Dr Mauro Gallegati, Professor, Università Politecnica delle Marche, Italy
Dr Peadar Kirby, Professor Emeritus, University of Limerick, Ireland
Dr Inés Marco, Researcher, University of Barcelona, Spain
Dr Ivan Murray Mas, Assistant Lecturer, Universitat de les Illes Balears, Spain
Dr Alexandros Kioupkiolis, Assistant Professor, Aristotle University of Thessaloniki, Greece
Dr Aurore Lalucq, Co-Director, Veblen Institute, France
Dr Gaël Plumecocq, Researcher, French National Institute for Agricultural Research (INRA), France 
Dr David Soto Fernández, Associate Professor, Universidad Pablo de Olavide, Spain
Dr Christian Kimmich, Researcher, Masaryk University Brno, Czech Republic
Dr Giacomo D'Alisa, Researcher, Centre for Social Studies, University of Coimbra, Portugal
Dr Seth Schindler, Senior Lecturer, University of Manchester, UK
Dr Philippe Roman, Researcher, ICHEC Brussels Management School, Belgium
Dr Lorenzo Pellegrini, Associate Professor, Erasmus University Rotterdam, Netherlands
Dr Erik Gómez-Baggethun, Professor, Norwegian University of Life Sciences, Norway
Dr Tommaso Luzzati, Assistant Professor, University of Pisa, Italy
Dr Christoph Gran, ZOE Institute for Future Fit Economies, Germany
Dr Tor A. Benjaminsen, Professor, Norwegian University of Life Sciences, Norway
Dr Barry McMullin, Professor, Dublin City University, Ireland
Dr Edwin Zaccai, Professor, Université Libre de Bruxelles, Belgium
Dr Jens Friis Lund, Professor, University of Copenhagen, Denmark
Dr Pierre Ozer, Researcher, Université de Liège, Belgium
Dr Louison Cahen-Fourot, Researcher, Institute for Ecological Economics, Wirtschaftsuniversität Vienna, Austria
Dr Tommaso Rondinella, Researcher, Italian National Institute of Statistics, Italy
Dr Julia Steinberger, Associate Professor, University of Leeds, UK
Dr Andrew Fanning, Marie Curie Research Fellow, University of Leeds, UK Jose Luis Fdez Casadevante Kois, Miembro del Foro Transiciones, Spain
Dr Seema Arora-Jonsson, Professor, Swedish University of Agricultural Sciences, Sweden
Dr Astrid Agenjo Calderón, Lecturer, Universidad Pablo de Olavide, Spain
Dr Tom Bauler, Professor, Université Libre de Bruxelles, Belgium
Dr Gregers Andersen, Independent Researcher, Denmark
Dr Peter Söderbaum, Professor Emeritus, Mälardalen University, Sweden
Dr Lourenzo Fernandez Priero, Professor, Universidade de Santiago de Compostela, Spain
Dr John R Porter, Emeritus Professor, University of Copenhagen, Denmark
Dr François Thoreau, Senior Researcher, University of Liege, France
Mariagiulia Costanzo Talarico, Researcher, Universidad Pablo de Olavide, Spain
Dr Maria Nikolaidi, Senior Lecturer, University of Greenwich, UK
Dr Ekaterina Chertkovskaya, Lecturer, Lund University, Sweden
Dr Stefan Gaarsmand Jacobsen, Assistant Professor, University of Roskilde, Denmark Dimitar Sabev, Researcher, University of National and World Economy, Bulgaria
Dr Mladen Domazet, Research Director, Institute for Political Ecology, Croatia
Dr Hans Diefenbacher, Professor, University of Heidelberg, Germany
 Dr Marco Armiero, Director of the Environmental Humanities Laboratory, Royal Institute of Technology, Sweden
Dr Irene Ring, Professor, Technische Universität Dresden, Germany
Dr Christine Bauhardt, Professor, Humboldt-Universität zu Berlin, Germany
Dr Dominique Bourg, Professor, University of Lausanne, Switzerland
Dr Tomas Ryska, Lecturer, University of Economics, Czech Republic
Dr Filka Sekulova, Researcher, Universitat Autònoma de Barcelona, Spain
Dr Andrej Lukšič, Associate Professor, University of Ljubljana, Slovenia
Dr Adrian Smith, Professor, University of Sussex, UK
Dr Serenella Iovino, Professor, Università di Torino, Italy
Dr Helga Kromp-Kolb, Professor, University of Renewable Resources and Life Sciences, Vienna, Austria
Dr Roberto De Vogli, Associate Professor, University of Padova, Italy
Dr Danijela Dolenec, Assistant Professor, University of Zagreb, Croatia
Dr Alexandra Köves, Senior Lecturer, Corvinus University of Budapest, Hungary
Dr Antoine Bailleux, Professor, Université Saint-Louis - Bruxelles, Belgium
Dr Christof Mauch, Director, Rachel Carson Centre for Environment and Society, Germany
Ajda Pistotnik, Independent Researcher, EnaBanda, Slovenia
Dr Branko Ančić, Researcher, Institute for Social Research for Social Research in Zagreb, Croatia
Dr Marija Brajdic Vukovic, Assistant Professor, University of Zagreb, Croatia
Dr Manuel González de Molina, Professor, Universidad Pablo de Olavide, Spain
Dr Kye Askins, Reader, University of Glasgow, UK
Dr Carlos de Castro Carranza, Profesor Titular de Física Aplicada, Universidad de Valladolid, Spain Dr Annika Pissin, Researcher, Lund University, Sweden
Dr Eva Fraňková, Assistant Professor, Masaryk University, Czech Republic
Dr Helga Kromp-Kolb, Professor, University of Renewable Resources and Life Sciences, Vienna, Austria
Dr Lidija Živčič, Senior Expert, Focus, Association for Sustainable Development, Slovenia
Dr Martin Pogačar, Research Fellow, ZRC SAZU, Slovenia
Dr Peter Nielsen, Associate Professor, Roskilde University, Denmark
Yaryna Khmara, Researcher, University of Lodz, Poland
Dr Ika Darnhofer, Associate Professor, University of Natural Resources and Life Sciences, Austria
Dr Isabelle Cassiers, Professor, Université catholique de Louvain, Belgium
Dr Mihnea Tanasescu, Researcher, Research Foundation Flanders (FWO) and Vrije Universiteit Brussel (VUB), Belgium
Dr Daniel Hausknost, Assistant Professor, Institute for Social Change and Sustainability, Vienna University of Economics and Business, Austria
Dr Christoph Görg, Professor, University of Natural Resources and Life Sciences Vienna, Austria
Dr Andreas Novy, Professor, Vienna University of Economics and Business, Austria
Dr Fikret Adaman, Professor, Boğaziçi University, Turkey
Dr Bengi Akbulut, Assistant Professor, Concordia University, Canada
Dr Kevin Maréchal, Professor, Université de Liège, Belgium.
Dr Anke Schaffartzik, Researcher, Universitat Autònoma de Barcelona, Spain
Dr Milena Buchs, Associate Professor, University of Leeds, UK
Dr Jean-Louis Aillon, Researcher, University of Genova, Italy
Dr Melanie Pichler, Researcher, University of Natural Resources and Life Sciences, Austria
Dr Helmut Haberl, Associate Professor, Institute of Social Ecology, University of Natural Resources and Life Sciences, Austria
Dr Julien-François Gerber, Assistant Professor, International Institute of Social Studies, Netherlands Dr John Holten-Andersen, Associate Professor, Aalborg University, Denmark
Theresa Klostermeyer, Officer for Sustainability and Social Change, German
League for Nature, Animal and Environmental Protection, Germany
Dr Lyla Mehta, Professor, Institute of Development Studies, UK
Dr Geneviève Azam, Professor, Université Jean Jaurès, France
Dr. Hermann E. Ott, Professor, University of Sustainable Development Eberswalde, Germany
Dr Angelika Zahrnt, Professor, Institute for Ecological Economic Research, Germany
Dr Melissa Leach, Director, Institute of Development Studies (IDS), University of Sussex, UK
Dr Irmi Seidl, Assistant Professor, Swiss Federal Research Institute WSL, Switzerland
Dr Shilpi Srivastava, Research Fellow, Institute of Development Studies, UK
Dr Elgars Felcis, Researcher, University of Latvia, Chairman of Latvian Permaculture Association, Latvia
Dr Tilman Santarius, Professor, Technische Universität Berlin and Einstein Center Digital Futures, Germany
Nina Treu, Coordinator of Konzeptwerk Neue Ökonomie, Germany
Dr Laura Horn, Associate Professor, Roskilde University, Denmark
Jennifer Hinton, Researcher, Stockholm Resilience Centre, Stockholm University, Sweden
Dr Friedrich Hinterberger, President, Sustainable Europe Research Institute, Austria
Dr Miriam Lang, Assistant Professor, Universidad Andina Simón Bolivar, Ecuador
Dr Susse Georg, Professor, Aalborg University, Denmark
Dr Silvio Cristiano, Researcher, Università degli Studi di Napoli 'Parthenope' &   Università Ca' Foscari Venezia, Italy
Dr Petr Jehlička, Senior Lecturer, Open University, UK
Dr Maja Göpel, Professor, Leuphana University, Member Club of Rome, Germany
Dr Geraldine Thiry, Associate Professor, ICHEC Brussels Management School, Belgium
Dr Olivier Malay, Researcher, University of Louvain, Belgium
Dr Richard Lane, Researcher, Copernicus Institute of Sustainable Development, Utrecht University, Netherlands
Dr Laura Centemeri, Researcher, National Centre for Scientific Research, France
Dr Stephan Lessenich, Professor, Ludwig Maximilians University, Germany Timothée Parrique, Researcher, Stockholm University, Sweden
Dr Ludivine Damay, Lecturer, Université libre de Bruxelles, Belgium
Dr Janis Brizga, Researcher, University of Latvia, Latvia
Dr Claudio Cattaneo, Associate Professor, Universitat Autònoma de Barcelona, Spain
Dr Miquel Ortega Cerdà, Advisor, Barcelona City Council
Dr Olivier De Schutter, Professor, Catholic University of Louvain, Belgium
Dr Annalisa Colombino, Assistant Professor, Institute of Geography and Regional Sciences, University of Graz, Austria
Dr Philip von Brockdorff, Head of the Department of Economics, University of Malta, Malta
Dr Sarah Cornell, Senior Researcher, Stockholm Resilience Centre, Stockholm University, Sweden Dr Ruth Kinna, Professor of Political Theory, Loughborough University, UK Francesco Gonella, Professor, Department of Molecular Sciences and Nanosystems, Università Ca' Foscari Venezia, Italy  Orsolya Lazanyi, Researcher, Corvinus University of Budapest, Hungary
Dr Eva Friman, Director at Swedesd, Uppsala University, Sweden
Dr Pernilla Hagbert, Researcher, KTH Royal Institute of Technology, Sweden 
Vincent Liegey, Co-Author of "A Degrowth Project", Hungary
Dr Manlio Iofrida, Associate Professor, Department of Philosophy and Communication, University of Bologna, Italy
Dr Mauro Bonaiuti, Lecturer, University of Turin, Italy
Dr Marco Deriu, Researcher, University of Parma, Italy
Dr Eeva Houtbeckers, Postdoctoral Researcher, Aalto University, Finland
Dr Guy Julier, Professor of Design Leadership, Aalto University, Finland
Dr Anna Kaijser, Lecturer, Linköping University, Sweden
Dr. Petter Næss, Professor in Planning in Urban Regions, Norwegian University of Life Sciences, Norway
Dr. Irina Velicu, Researcher, Center for Social Studies, University of Coimbra, Portugal
Dr. Ulrich Brand, Professor, University of Vienna, Austria
Dr. Christina Plank, Researcher, University of Natural Resources and Life Sciences, Austria
Dr. Karolina Isaksson, Senior research leader, Swedish national road and transport research institute, Sweden
Dr. Jin Xue, Associate Professor, Norwegian University of Life Sciences, Norway
Dr- Rasmus Steffansen, Researcher, Norwegian University of Life Sciences, Norway
Dr. Irmak Ertör, Researcher, Institute of Environmental Science and Technology, Autonomous University of Barcelona, Spain
Dr. Maria Hadjimichael, Researcher, Department of Social and Political Sciences, University of Cyprus, Cyprus
Dr. Carlo Aall, Researcher in Societal transformation and climate change, Western Norway Research Institute, Norway
Dr. Claudiu Craciun, Lecturer, National School of Political Studies and Administration (SNSPA), Romania

Fuente:
https://www.eldiario.es/ultima-llamada/Europa-llegado-terminar-dependencia-crecimiento_6_814428550.html

domingo, 18 de febrero de 2018

Hirotugu Akaike, el matemático de las estadísticas más exactas. Desde la experiencia propia y la creatividad, el investigador japonés formuló una ecuación para poder identificar el mejor modelo estadístico a aplicar en cada caso.

Pocos científicos tienen el honor de que utilicen sus descubrimientos continuamente y en todo el mundo sin que se les conozca por algo más que por llevar el apellido en el hallazgo. Hirotugu Akaike es uno de esos extraños casos en el que su gran descubrimiento no viene acompañado de su recorrido académico y vital, más allá de unas pinceladas. Esa circunstancia revela dos aspectos de su personalidad: su discreción y que vivió entregado a la investigación.

Hirotugu Akaike nació un 5 de noviembre, de 1927 en la provincia japonesa de Shizuoka, muy cerca del monte Fuji. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial estudió matemáticas en la Universidad de Tokio y durante esos años también se casó y tuvo tres hijas. Su mujer falleció prematuramente y esa circunstancia lo marcó para siempre, aunque animado por sus hijas volvió a casarse de nuevo.

La carrera profesional de Hirotugu Akaike se desarrolló entre 1952 y 1994 en el Instituto de Estadística Matemática de Japón, donde terminó siendo director general antes de ser nombrado profesor emérito.

A principios de la década de 1950, el joven científico Hirotugu Akaike se hizo la crucial pregunta de cómo podría variar el resultado de una estadística según las variables que introduzcamos. Después de más de dos décadas de investigación, logró dar respuesta a su inquietud con una simple ecuación conocida como el Criterio de Información de Akaike.

Con el Criterio de Información de Hirotugu Akaike (AIC) los analistas seleccionan un modelo entre un conjunto de opciones que les permite conocer lo cerca que estarán los resultados de la verdad. AIC se basa en la teoría de la información de los datos de que disponemos.

Para el matemático japonés era tan importante la experiencia como la creatividad, y para encontrar una solución al problema de la calidad de las estadísticas, tener una experiencia propia y una sensación directa de lo que se conoce como vibraciones aleatorias, compró un ‘scooter’ y lo utilizó en las inmediaciones del monte Fuji. Esta experiencia de primera mano lo ayudó a diferenciar entre las vibraciones de conducir en carreteras normales y con mucho tráfico y hacerlo en un camino de montaña, algo que aplicó después a su descubrimiento.

Con más de un centenar de publicaciones científicas en prestigiosas revistas matemáticas y decenas de charlas y seminarios, en el año 2006 Hirotugu Akaike fue galardonado con el Premio Kyoto por el desarrollo del Criterio de información de Akaike (AIC), entre otros logros. El descubridor de cómo controlar las variables y los datos a la hora de plantearse una estadística para asegurar sus resultados como los más cercanos a la realidad murió en el año 2009, a los 81 años.

El buscador Google realiza hoy un homenaje a Hirotugu Akaike con un retrato del matemático en el día en que habría cumplido 90 años. El doodle presenta su cara en medio de una aproximación de funciones, parámetros y sus respectivas curvas para destacar el resultado de su trabajo más conocido en todo el mundo: el Criterio de Información de Akaike.

Gracias a él, los resultados de las estadísticas nos gustarán más o menos, pero Hirotugu Akaike fue capaz de realizar una sistematización sobre como se afronta la elaboración de esta disciplina matemática y, además, garantizar su cercanía a lo más exacto posible a la realidad.

https://elpais.com/elpais/2017/11/05/ciencia/1509868066_437268.html?rel=str_articulo#1517315906482

martes, 11 de agosto de 2015

Mi tabla periódica. Me entristece no ser testigo de la nueva física nuclear, ni de otros miles de avances en las ciencias físicas y biológicas

Espero con entusiasmo, casi ansiosamente, la llegada semanal de revistas como Nature y Science, y me dirijo inmediatamente a los artículos sobre ciencias físicas, y no, como tal vez debería, a los que tratan de biología y medicina. Las ciencias físicas fueron las primeras en fascinarme siendo niño.

En una reciente edición de Nature había un apasionante artículo del físico Frank Winczek, ganador de un premio Nobel, sobre una nueva manera de calcular las masas ligeramente diferentes de los neutrones y los protones. El nuevo cálculo confirma que los neutrones son muy poco más pesados que los protones (la ratio entre sus masas es de 939,56563 a 938,27231). Se podría pensar que la diferencia es insignificante, pero si no fuese así, el universo, tal como lo conocemos, nunca habría llegado a desarrollarse. La capacidad de calcular algo así, dice Wilczek, “nos anima a predecir un futuro en el que la física nuclear alcanzará el nivel de precisión y versatilidad ya logrado por la física atómica”, una revolución que, por desgracia, yo nunca veré.

Francis Crick estaba convencido de que “el problema difícil” —entender cómo el cerebro produce la conciencia— estaría resuelto en 2030. “Tú lo verás”, solía decirle a Ralph, mi amigo neurólogo, “y tú también, Oliver, si llegas a mi edad”. Crick vivió hasta avanzados los 80 años, trabajando y pensando sobre la conciencia hasta el final. Ralph murió prematuramente, a la edad de 52 años, y ahora yo sufro una enfermedad terminal a los 82. Debo decir que no tengo demasiada experiencia con el “problema difícil” de la conciencia. La verdad es que no lo veo como un problema en absoluto, pero me entristece no ser testigo de la nueva física nuclear que vislumbra Wiczek, ni de otros miles de avances en las ciencias físicas y biológicas.

Vi el cielo entero “salpicado de estrellas”. Me hizo darme cuenta de repente de qué poca vida me quedaba

Hace unas semanas, en el campo, lejos de las luces de la ciudad, vi el cielo entero “salpicado de estrellas” (en palabras de Milton). Un cielo así, imaginé, solo se debía de poder contemplar en altiplanos secos y elevados como el de Atacama, en Chile (donde se encuentran algunos de los telescopios más potentes del mundo). Fue ese esplendor celestial el que me hizo darme cuenta de repente de qué poco tiempo, qué poca vida me quedaba. Para mí, mi percepción de la belleza del cielo, de la eternidad, estaba asociada indisolublemente a una sensación de fugacidad y muerte.

Dije a mis amigos Kate y Allen: “Me gustaría ver un cielo así cuando esté muriendo”.

Ellos me respondieron: “Nosotros empujaremos la silla de ruedas”.

Desde que en febrero escribí que tenía cáncer con metástasis, los cientos de cartas recibidas, las expresiones de cariño y aprecio, y la sensación de que (a pesar de todo) he vivido una vida buena y provechosa, me han consolado. Estoy muy feliz y agradecido por todo ello, pero nada me ha impactado tanto como lo hizo aquel cielo nocturno cubierto de estrellas.

Desde mi infancia he tenido la tendencia a afrontar la pérdida —pérdida de personas queridas— recurriendo a lo no humano. Cuando, siendo un niño de seis años, me enviaron a un internado a principios de la II Guerra Mundial, los números se hicieron mis amigos; cuando regresé a Londres a los 10, los elementos y la tabla periódica se convirtieron en mis compañeros. Las épocas de tensión a lo largo de mi vida me han llevado a volverme, o a volver, a las ciencias físicas, un mundo en el que no hay vida, pero tampoco muerte.

Y ahora, en este punto crítico, cuando la muerte ya no es un concepto abstracto, sino una presencia —demasiado cercana e innegable— vuelvo a rodearme, como cuando era pequeño, de metales y minerales, pequeños emblemas de eternidad. En un extremo de mi escritorio, en un estuche, tengo el elemento 81 que me enviaron unos amigos de los elementos de Inglaterra; en el estuche dice: “Feliz cumpleaños de talio”, un recuerdo de mi 81º cumpleaños, el pasado julio. Y después está el reino dedicado al plomo, el elemento 82, por mi 82º cumpleaños, que acabo de celebrar a principios de este mes. En él hay también un pequeño cofre de plomo que contiene el elemento 90: torio, torio cristalino, tan bello como los diamantes, y, por supuesto, radioactivo (de ahí el cofre de plomo).

Tengo náuseas y pérdida de apetito; escalofríos de día y sudores de noche; y un cansancio generalizado

A principios de año, las semanas después de enterarme de que tenía cáncer, me sentía muy bien a pesar de que la mitad de mi hígado estaba invadido por la metástasis. Cuando, en febrero, se aplicó a mi enfermedad un tratamiento consistente en inyectar gotas minúsculas en las arterias hepáticas (un procedimiento conocido como embolización), me encontré fatal durante un par de semanas, pero luego me sentí fenomenal, cargado de energía física y mental. (Casi todas las metástasis habían sido aniquiladas por la embolización). No se me había concedido una remisión, pero sí un descanso, un tiempo para profundizar amistades, visitar pacientes, escribir y volver a mi país natal, Inglaterra. Entonces la gente apenas podía creer que estuviese en fase terminal, y yo mismo podía olvidarlo fácilmente.

Esa sensación de salud y energía empezó a decaer cuando mayo dejó paso a junio, pero pude celebrar mi 82º cumpleaños por todo lo alto. (Auden solía decir que uno debería celebrar siempre su cumpleaños, no importa cómo se encuentre). Pero ahora tengo un poco de náusea y pérdida de apetito; escalofríos durante el día y sudores por la noche; y, sobre todo, un cansancio generalizado acompañado de agotamiento repentino cuando hago demasiadas cosas. Sigo nadando a diario, aunque ahora más despacio, ya que estoy empezando a notar que me falta un poco el aliento. Antes podía negarlo, pero ahora sé que estoy enfermo. Un TAC realizado el 7 de julio confirmó que las metástasis no solo se habían reproducido en el hígado, sino que se había extendido más allá de él.

La semana pasada empecé un nuevo tipo de tratamiento: la inmunoterapia. No está exenta de riesgos, pero espero que me proporcione unos cuantos buenos meses más. No obstante, antes de empezar con ella, quería divertirme un poco haciendo un viaje a Carolina del Norte para ver el maravilloso centro de investigación sobre lémures de la Universidad de Duke. Los lémures están próximos a la estirpe ancestral de la que surgieron todos los primates, y me gusta pensar que uno de mis propios antepasados, hace 50 millones de años, era una pequeña criatura que vivía en los árboles no tan diferente de los lémures actuales. Me encantan su saltarina vitalidad y su naturaleza curiosa.

Junto al círculo de plomo de mi mesa está la tierra del bismuto: bismuto de origen natural procedente de Australia; pequeños lingotes de bismuto en forma de limusina de una mina de Bolivia; bismuto fundido y enfriado lentamente para formar hermosos cristales iridiscentes escalonados como un poblado hopi; y, en un guiño a Euclides y la belleza de la geometría, un cilindro y una esfera hechos de bismuto.

El bismuto es el elemento 83. No creo que llegue a ver mi 83º cumpleaños, pero creo que hay algo esperanzador, algo alentador en tener cerca el “83”. Además, siento debilidad por el bismuto, un humilde metal gris, a menudo desdeñado e ignorado, incluso por los amantes de los metales. Mi sensibilidad de médico hacia los maltratados y los marginados se extiende al mundo inorgánico y encuentra un paralelo en mi simpatía por el bismuto.

Es casi seguro que no seré testigo de mi cumpleaños de polonio (el número 84), ni tampoco querría tener polonio cerca de mí, con su radiactividad intensa y asesina. Pero en el otro extremo de mi mesa —de mi tabla periódica— tengo un bonito trozo de berilio (elemento 4) elaborado mecánicamente para que me recuerde mi infancia y lo mucho que hace que empezó mi vida próxima a acabar.

Oliver Sacks es profesor de neurología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York. Su último libro es la autobiografía On the move (En movimiento). Este artículo se publicó originalmente en The New York Times
© Oliver Sacks, 2015

viernes, 7 de agosto de 2015

Científicos contra robots armados. Un millar de expertos critican las armas autónomas porque carecen de criterios éticos.

La inteligencia artificial está llegando a un desarrollo tan intenso que inquieta incluso a sus investigadores por el mal uso que se puede hacer de ella. Más de 1.000 científicos y expertos en inteligencia artificial y otras tecnologías han firmado una carta abierta contra el desarrollo de robots militares que sean autónomos y prescindan de la intervención humana para su funcionamiento. El físico Stephen Hawking, el cofundador de Apple, Steve Wozniak, y el de PayPal, Elon Musk, figuran entre los firmantes del texto, que se presentó ayer en Buenos Aires en la Conferencia Internacional de Inteligencia Artificial, un congreso donde se presentan más de 500 trabajos de esta especialidad y a la que acuden varios de los firmantes del manifiesto.

El documento no se refiere a los drones ni misiles comandados por humanos, sino a armas autónomas que dentro de pocos años podrá desarrollar la tecnología de inteligencia artificial y que supondrían una “tercera revolución en las guerras, después de la pólvora y el armamento nuclear”.

Los expertos reconocen que existen argumentos a favor de los robots militares, como el hecho de que reducirían las bajas humanas en conflictos bélicos. A diferencia de las armas nucleares, las autónomas no requieren altos costes ni materias primas difíciles de obtener para su construcción, según los firmantes. Por eso advierten de que es “solo cuestión de tiempo” que esta tecnología aparezca en el “mercado negro y en manos de terroristas, dictadores y señores de la guerra”. “Son ideales para asesinatos, la desestabilización de naciones, el sometimiento de poblaciones y crímenes selectivos de determinadas etnias”, alertan los científicos, que proponen que la inteligencia artificial se use para proteger a los humanos, en especial a los civiles, en los campos de batalla. “Empezar una carrera militar de armas de inteligencia artificial es una mala idea”, advierten. Comparan esta tecnología con las bombas químicas o biológicas.

“No se trata de limitar la inteligencia artificial, sino de introducir límites éticos en los robots, lograr que sean capaces de vivir en sociedad y, eso sí, rechazar de forma clara las armas autónomas sin control humano”, explica Francesca Rossi, presidenta de la conferencia internacional y una de las firmantes del texto. “Con la carta queremos tranquilizar a la gente que desde fuera de este mundo mira la inteligencia artificial con una preocupación a veces exagerada. A nosotros también nos interesan los límites éticos. Queremos reunir no solo a expertos en este asunto, sino a filósofos y psicólogos para lograr límites éticos en los robots similares a los de los humanos”, señala.

El peligro de reprogramar
El argentino Guillermo Simari, de la Universidad Nacional del Sur, organizador del congreso, comparte la filosofía de la carta. “Las máquinas pueden tomar decisiones con las que el humano no está de acuerdo. Los hombres tenemos filtros éticos. Se puede programar un filtro ético a la máquina, pero es muy fácil quitarlo”. Simari cree que el gran problema es la facilidad con la que puede reprogramarse una máquina. “Para hacer una bomba atómica uno necesita uranio enriquecido, que es muy difícil de conseguir. Para reprogramar una máquina militar basta con alguien con un ordenador escribiendo software”.

En el congreso también hay quien se sitúa en contra de la filosofía de la carta. “Aquí estamos los que creemos que hay que seguir desarrollando la inteligencia artificial y que puede ser controlada”, explica Ricardo Rodríguez, profesor de la Universidad de Buenos Aires y organizador del encuentro. El debate entre los científicos está vivo y ahora pasará a toda la sociedad.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/28/actualidad/1438078885_287962.html

viernes, 15 de mayo de 2015

Crear o innovar: ¿el arte contra la ciencia?

El mito atribuye la creatividad a los artistas y la innovación a los ingenieros e inventores. Pero el científico no es un esforzado peón ni un detective, también es un creador

Existen dos palabras que suenan como El Dorado que perseguían los conquistadores, dos palabras presentes, a pesar de que no se nombrasen, a lo largo de toda la historia de la humanidad, aunque haya sido en las últimas décadas cuando su presencia se ha manifestado con abrumadora intensidad; dos palabras sobre las que pivota una buena parte del mundo actual, en las que depositamos nuestras esperanzas de un futuro mejor y a las que nos esforzamos por adecuar nuestros sistemas educativos, empresas o negocios. Son creatividad e innovación. Se trata de términos polisémicos y no sólo eso, entrelazados: no hay innovación sin creatividad. De esos significados, entresaco los siguientes del Diccionario de la Real Academia Española: “Creatividad: Facultad de crear”; “Crear: 1. Producir algo de la nada. 2. Establecer, fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado”; “Innovación: Creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado”.

Con más frecuencia de la deseada (al menos para quien escribe estas líneas) se habla de creatividad con relación a los artistas (escritores, músicos, pintores), mientras que la innovación se adjudica a ingenieros e inventores, con los científicos a caballo entre ambas categorías. Buen ejemplo, en este sentido, son dos libros recientemente publicados: El misterio de la creación artística (Ediciones Sequitur, 2015), del gran Stefan Zweig, y Los innovadores (Debate, 2014), de Walter Isaacson, periodista y celebrado autor de las biografías de Benjamin Franklin, Henry Kissinger (no traducidas al español), Albert Einstein y Steve Jobs (ambas en Debate).

Creatividad, un concepto caleidoscópico
“De todos los misterios del universo”, escribía Zweig, “ninguno más profundo que el de la creación. Nuestro espíritu humano es capaz de comprender cualquier desarrollo o transformación de la materia. Pero cada vez que surge algo que antes no había existido —cuando nace un niño o, de la noche a la mañana, germina una plantita entre grumos de tierra—, nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana, divina”. Y un poco más adelante, añadía: “A veces nos es dado asistir a ese milagro, y nos es dado en una esfera sola: en la del arte”. Para Zweig, vemos, el acto de crear es un atributo de los artistas, de los —son sus ejemplos— Rembrandt, Goya, Greco, Mozart, Beethoven, Shakespeare o Cervantes, pero “no estamos en condiciones de participar del acto creador artístico, sólo podemos tratar de reconstruirlo, exactamente como nuestros hombres de ciencia tratan de reconstruir, al cabo de miles y miles de años, unos mundos desapa­recidos y unos astros apagados”.

Ahí está, por fin aparece, el viejo mito, el consuelo, y la propaganda, sempiterna del “artista” frente al “científico”, convertido éste en una especie de esforzado y, en el fondo, parece, rutinario albañil, o detective, en la búsqueda de regularidades en los fenómenos que tienen lugar en el universo. No nos detengamos —es, seguramente, una metáfora poco afortunada— en los ejemplos del nacimiento de un niño o la germinación de una planta, hechos que la ciencia permite comprender a partir de leyes universales; pensemos únicamente en la idea del científico como un peón de la observación, metódica y desapasionada, eso sí, y de la identificación de conexiones y repeticiones en los fenómenos naturales. Quien piensa así, lo hace por ignorancia. La creatividad auténtica se da en los científicos al igual que en los artistas. Y como en ellos, aparece raramente. Escribir un libro, pintar un cuadro, componer una sinfonía no hace a uno necesariamente “creador”, lo mismo que sucede con un científico por el mero hecho de que éste practique su disciplina. Pero si pudiéramos comprender sus productos, sus creaciones, algo que exige educación, dominar una serie de conocimientos y técnicas especializadas, ¿podría negar alguien que el Albert Einstein de la teoría de la relatividad especial (1905) y, sobre todo, el de la relatividad general (1915) no fue un creador supremo? En ciencia, no conozco ningún momento creativo superior que el proceso que llevó a Einstein, entre 1907 y 1915, a producir, a crear, una teoría de la fuerza gravitacional que exige un marco geométrico en el que espacio y tiempo se funden en una unidad, el espacio-tiempo, cuya forma, variable, depende de su contenido energético-material.

¿Y qué decir del Isaac Newton que produjo (1687), basándose en una nueva matemática que él mismo inventó, el cálculo infinitesimal (de fluxiones en su terminología), una dinámica (teoría del movimiento) basada en tres leyes, y que acompañó, en lo que fue una Gran Unificación, la Primera Gran Unificación científica, de una ley de gravitación universal en la que la fuerza que hace caer un cuerpo hacia la superficie de la Tierra es la misma que la responsable del movimiento de los planetas? Los Rem­brandt, Goya, Greco, Mozart, Beethoven, Shakespeare o Cervantes de la ciencia existen, y se llaman —son algunos ejemplos, mis ejemplos canónicos— Einstein, Newton, Darwin, Aristóteles, Euclides, Arquímedes, Galois, Cantor, Galileo, Euler, Faraday, Maxwell, Kekulé, Turing, Gödel, Cajal, Páv­lov, Bohr, Ramanujan, Heisenberg, Schrödinger, Poincaré, Pasteur, Riemann, Watson, Crick, Mandelbrot o Feynman.

La creatividad como “misterio”
Zweig consideraba que el acto creativo constituye un misterio impenetrable, pero no está claro que sea así; en la era de la genómica, acaso resulte que la creatividad, y la innovación, se vean favorecidas —junto a circunstancias sociales, por supuesto— por alguna combinación de genes, una posibilidad a la que alude, en el caso de la innovación, Nicholas Wade en su reciente y controvertido Una herencia incómoda (Ariel, 2014). En cualquier caso, la creatividad no tiene por qué ser más misteriosa —sí menos frecuente— que “pensar”, “tener conciencia, y consciencia, de uno mismo”, actividades para las que las neurociencias tampoco tienen aún respuestas definitivas, no construcciones teóricas como, por ejemplo, puede ser la física cuántica para los fenómenos del microcosmos (y también para algunos más “macroscópicos”), o el modelo de la doble hélice del ADN para entender los mecanismos de la herencia. “¿Cómo es posible que cosas objetivas como las neuronas cerebrales produzcan experiencias subjetivas como el sentimiento de que ‘yo’ camino por la hierba? La neurociencia explica cada vez mejor cómo el cerebro discrimina colores, resuelve problemas y organiza acciones —pero el arduo problema persiste—. El mundo objetivo que nos rodea y las experiencias subjetivas de nuestro interior parecen ser de naturaleza distinta. Preguntarse de qué modo el uno produce las otras parece un sinsentido”, ha escrito Susan Blackmore (Las grandes preguntas de la ciencia, Harriet Swann. Crítica, 2011).

La creatividad científica
Me sorprende más la creatividad de que hizo gala Georg Cantor cuando, a finales del siglo XIX, dio origen a una nueva rama de la matemática, la de los números transfinitos (hay infinitos diferentes y es posible contarlos), que la que admiramos (con toda razón) en Cervantes, Shakespeare o Dante, independientemente de que algunos puedan agradecer más la de éstos que la de los científicos. Puedo imaginar más fácilmente cómo el conjunto de las experiencias, ideas, emociones que acumuló Cervantes a lo largo de su vida, su “sensibilidad”, produjo El Quijote que la que llevó a August Kekulé a pensar (1865) en la estructura del benceno como un anillo hexagonal con seis átomos de carbono interrelacionados y unidos a átomos de hidrógeno; no en vano el historiador de la química William Brock escribió (Historia de la química, Alianza Editorial) que “Kekulé transformó la química como después Picasso transformó el arte, permitiendo al espectador ver dentro y detrás de las cosas”.

Kekulé sostuvo que la idea del anillo de benceno le llegó mientras soñaba, una asociación no infrecuente en los actos creativos, y que podemos entender como la continuación, inconsciente, de la meditación consciente. Pero la creatividad es hija de muchas madres. Mozart y Beethoven ejemplifican magníficamente tal pluralidad de orígenes; citando de nuevo a Zweig: “Mientras que en el caso de Mozart tenemos la sensación de que el proceso creador es un estado bienaventurado, un cernirse y hallarse lejos del mundo, Beethoven debe de haber sufrido todos los dolores terrenales de un alumbramiento. Mozart juega con su arte como el viento con las hojas; Beethoven lucha con la música como Hércules con la hidra de las cien cabezas; y la obra de uno y otro produce la misma perfección”.

En la ciencia, no conozco mejor análogo a un Mozart que el matemático indio Srinivasa Ramanujan (1887-1920). A pesar de haber recibido una instrucción bastante elemental, Ramanujan podía “ver”, que no demostrar, complejas relaciones matemáticas en la teoría de números, o soluciones de intrincadas ecuaciones. Su capacidad, su habilidad, como la de Mozart, nos enfrenta, con una claridad y violencia tan apabullante como desmoralizadora, al problema de cómo funciona el cerebro. Seguramente no es ... Seguir aquí en El País.

Guía básica para conocer la gran creatividad científica
Galileo Galilei, Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano (1632; Alianza Editorial, 2011).
Lavoisier, Tratado elemental de química (1789; Crítica, 2007).
Charles Darwin, El origen de las especies (1859; Espasa, 2008).
Santiago Ramón y Cajal, Recuerdos de mi vida (1923; Crítica, 2006).
Alfred Wegener, El origen de los continentes y océanos (1915; Crítica, 2009).
Godfrey Hardy, Apología de un matemático (1940; Nivola, 1999).
Max Planck, Autobiografía científica (1948; Nivola, 2000).
Albert Einstein, Notas autobiográficas (1949; Alianza Editorial, 2003).
Erwin Schrödinger, ¿Qué es la vida? (1944; Tusquets, 1983).
James Watson, La doble hélice (Alianza, 2000).
Murray Gell-Mann, El quark y el jaguar (1994; Tusquets, 1995).
Benoît Mandelbrot, El fractalista (2012; Tusquets, 2014).

https://elpais.com/cultura/2018/06/17/actualidad/1529236079_289932.html?rel=lom

sábado, 24 de enero de 2015

BRIAN COX | Físico y conductor de "EL UNIVERSO HUMANO". “Cuanta más ciencia haya en la televisión mejor nos va a ir como sociedad”

Carl Sagan tuvo más de un hijo intelectual.
Uno de ellos, por ejemplo, es el físico teórico estadounidense Brian Greene, que explora los pilares de la realidad en libros como El universo elegante. Otro, el astrofísico neoyorquino Neil deGrasse Tyson, recorre la historia de la ciencia y del universo en la nueva versión de Cosmos. Así y todo, el verdadero heredero de Carl Sagan es inglés y se llama Brian Cox: en cada documental, este físico de partículas —ex tecladista de una banda pop, miembro de la Orden del Imperio Británico y considerado, muy a su pesar, uno de los hombres más sexis del mundo por la revista People— ratifica su puesto como la estrella más brillante de la divulgación científica inglesa. Así lo demuestra en El universo humano, una producción de la BBC recientemente estrenada en La 2 de TVE (jueves a las 22) en la que, con pasión y asombro, reflexiona sobre las implicancias filosóficas y existenciales de los más recientes descubrimientos de las ciencias. "En toda la historia de la vida sobre la Tierra, de todas las criaturas que han vivido alguna vez en los océanos, en la tierra o en el cielo, solo una ha desarrollado la habilidad para hacer preguntas profundas sobre el cosmos y reflexionar acerca de su lugar en él", asegura Cox por teléfono desde su casa en Manchester.

Pregunta. Los astrónomos nos recuerdan que somos físicamente insignificantes en el universo. ¿Cómo ha de hacernos sentir este hecho?
Respuesta. Comprender nuestro lugar en el tiempo y en el espacio ha sido una de nuestras mayores hazañas intelectuales como especie. De creer que éramos las criaturas más importantes de toda la creación, ahora sabemos que habitamos un planeta que rodea una estrella entre 200.000 millones de estrellas en uno de los cientos de miles de millones de galaxias que hay en el universo observable. Es más, nuestras mejores teorías sugieren que existe un número infinito de universos. Sí, somos insignificantes en un universo indiferente, pero también somos únicos. Y el ser únicos nos hace valiosos.

P. ¿Somos afortunados de existir?
R. Eso parece. La Tierra orbita a la distancia exacta alrededor de una estrella para que la temperatura en su superficie permita que el agua líquida exista. Vivimos en un universo que se expande a la velocidad exacta para que estrellas y galaxias se formen. Somos felices accidentes.

P. ¿Cree que estamos solos?
R. Quizás en unos años la misión ExoMars de la Agencia Espacial Europea encuentre vida en Marte. O en las lunas de Júpiter y Saturno donde hay océanos de agua líquida debajo de la superficie. Pero si hallamos algo serán formas simples de vida. Hay dos opciones. O hay miles de millones de mundos parecidos a la Tierra habitables ahí fuera en la galaxia, y aún así estamos solos. O hay miles de millones de mundos parecidos a la Tierra habitables ahí fuera en la galaxia y no estamos solos. Una de estas declaraciones es verdad. Cualquiera que sea la respuesta, es inquietante.

P. En su programa recorre Etiopía, India, Japón, Perú, Chile y también las cuevas prehistóricas del Monte Castillo en Cantabria para explorar nuestros orígenes. ¿Cuál fue la principal innovación que nos permitió pasar de las cavernas a las estrellas?
R. La escritura nos permitió compartir información tanto de generación en generación, como de país en país. Desde entonces, el conocimiento siempre aumentó y permitió a muchos cerebros trabajar en conjunto. En sólo 500 años, nos convertimos en una civilización que viaja por el espacio.

P. ¿La sociedad ha perdido el entusiasmo por la exploración espacial?
R. Quizás se debe a que no hemos hecho nada tan espectacular como ir a la Luna. La misión Rosetta fue increíblemente popular. Cautivó la imaginación de millones. La exploración espacial es vital no sólo por el conocimiento científico que genera o por los spin-offs tecnológicos y los enormes beneficios económicos que acarrea sino porque la exploración en sí misma es crucial para nuestra especie. Es una fuente de inspiración. El progreso humano ha sido siempre impulsado por la exploración. No hemos sido lo suficientemente ambiciosos y el interés se disipó. Necesitamos liderazgo político para hacer ver lo valiosa que es la exploración espacial tanto económica como culturalmente. Necesitamos un nuevo Kennedy. Alguien que diga "Elegimos ir a Marte" o "Elegimos ir más allá porque queremos".

P. ¿Qué lugar tiene la televisión en la alfabetización científica?
R. Uno central. La ciencia es muy importante como para no estar en la cultura popular. Y la televisión sigue siendo su centro de gravedad. Lo más importante como civilización es acumular conocimientos y educar a los más jóvenes. La ciencia debe estar en el centro de la escena cultural. La idea y la emoción de la exploración espacial debe estar ahí, a la par de los deportes, la música, los shows de talento y las noticias del espectáculo. Debemos presionar a los medios y luchar para que incluyan a la ciencia en su programación. Cuanta más ciencia haya en la televisión mejor nos va a ir como sociedad. Cuando yo tenía 11 años vi Cosmos y me influyó profundamente. Carl Sagan me enseñó que la ciencia es central para la experiencia humana. Es una parte central de la cultura. Debemos enseñarles a las nuevas generaciones a usar la luz de la razón para deshacer la oscuridad de la superstición. Por primera vez nuestra civilización tiene el poder de moldear el futuro del planeta entero. Y eso es gracias al conocimiento científico.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/01/15/ciencia/1421341077_331685.html

miércoles, 7 de enero de 2015

¿Ha matado la ciencia a la filosofía? Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, aseguraba con mala uva que el único filósofo de la historia que había tenido éxito era Albert Einstein

No tan muerta
Por Javier Sampedro

Yo, señor, soy un científico raro. Sé que meterse con los filósofos es una de las aficiones favoritas de los científicos. Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, aseguraba con característica mala uva que el único filósofo de la historia que había tenido éxito era Albert Einstein. El genetista y premio Nobel Jaques Monod dedicó un libro entero, El azar y la necesidad, a reírse de los filósofos marxistas, y el cosmólogo Stephen Hawking ha declarado con gran aparato eléctrico que “la filosofía ha muerto”, lo que ha dejado de piedra a los filósofos y seguramente a los muertos. Pero fíjense en que todos esos dardos venenosos no son expresiones científicas, sino filosóficas, y que por tanto se autorrefutan como una paradoja de Epiménides (ya les dije que yo era un científico raro).

¿Qué quiere decir Hawking con eso de que la filosofía ha muerto? Quiere decir que las cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del universo no pueden responderse sin los datos masivos que emergen de los aceleradores de partículas y los telescopios gigantes. Quiere decir que la pregunta “¿por qué estamos aquí?” queda fuera del alcance del pensamiento puro. Quiere decir que el progreso del conocimiento es esclavo de los datos, que su única servidumbre es la realidad, que cuando una teoría falla la culpa es del pensador, nunca de la naturaleza. Un físico teórico sabe mejor que nadie que, pese a que la ciencia es solo una, hay dos formas de hacerla: generalizando a partir de los datos y pidiendo datos a partir de las ecuaciones. Einstein trabajó de la segunda forma, pensando de arriba abajo. Pero ese motor filosófico también le condujo a sus grandes errores, como la negación de las aplastantes evidencias de la física cuántica con el argumento de que “Dios no juega a los dados”. Como le respondió Niels Böhr: “No digas a Dios lo que debe hacer”.

La ciencia no matará a la filosofía: solo a la mala filosofía.

Una cooperación fecunda
Por Adela Cortina

La filosofía es un saber que se ha ocupado secularmente de cuestiones radicales, cuyas respuestas se encuentran situadas más allá del ámbito de la experimentación científica. El sentido de la vida y de la muerte, la estructura de la realidad, por qué hablamos de igualdad entre los seres humanos cuando biológicamente somos diferentes, qué razones existen para defender derechos humanos, cómo es posible la libertad, en qué consiste una vida feliz, si es un deber moral respetar a otros aunque de ello no se siga ninguna ganancia individual o grupal, qué es lo justo y no sólo lo conveniente. Sus instrumentos son la reflexión y el diálogo bien argumentado, que abre el camino hacia ese “uso público de la razón” en la vida política, sin el que no hay ciudadanía plena ni auténtica democracia. El ejercicio de la crítica frente al fundamentalismo y al dogmatismo es su aliado.

En sus épocas de mayor esplendor la filosofía ha trabajado codo a codo con las ciencias más relevantes, y ha sido la fecundación mutua de filosofía y ciencias la que ha logrado un mejor saber. Porque la filosofía que ignora los avances científicos se pierde en especulaciones vacías; las ciencias que ignoran el marco filosófico pierden sentido y fundamento.

Hoy en día son especialmente las éticas aplicadas a la política, la economía, el desarrollo, la vida amenazada y tantos otros ámbitos las que han mostrado que el imperialismo de un solo saber, sea el que fuere, es estéril, que la cooperación sigue siendo la opción más fecunda. Habrá que mantener, pues, la enseñanza de la ética y de la filosofía en la ESO y en el bachillerato, no vaya a ser que, al final, científicos como Hawking o Dawkins acaben dándole la razón a la LOMCE.

Fuente: El País, Babelia.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/12/30/babelia/1419956198_209450.html

jueves, 10 de abril de 2014

CAFÉ CON... PHILIP BALL “La Iglesia execraba la curiosidad tanto como el cotilleo”

Este editor de la revista ‘Nature’ dice que no hay garantías de entender el mundo


¿Por qué la curiosidad se considera un don y la cotillería una lacra? Más aún, ¿por qué tenemos dos palabras para esas dos cosas que significan algo tan parecido? ¿No es investigar, después de todo, un eufemismo de fisgar, de espiar o de meter las narices donde a uno no le llaman? Un científico dirá que la curiosidad es el motor de la ciencia, y no mentirá, pero si lo hubiera dicho en el siglo XVI lo más probable es que se hubiera metido en un buen lío. Como químico, investigador, periodista científico, editor de la revista Nature y autor de seis libros de divulgación, Philip Ball puede aspirar al título de la persona más curiosa del mundo. Pero, curiosamente, no da por hecho que eso sea algo bueno. Y en su última obra, Curiosidad; por qué todo nos interesa, recién editada en español por Turner Noema, muestra con lujo erudito que no siempre fue así.

“Cualquiera que tenga hijos, como yo mismo, sabe que la curiosidad no es una rareza de los científicos o de un pequeño grupo de gente”, dice sorbiendo su café con una mano y frotándose con la otra su flamante pierna rota. “Es fácil pensar que interesarnos por el entorno ha sido para nuestra especie una necesidad evolutiva, pero basta mirar a la historia para percibir que la cuestión es mucho más complicada, porque desde la Grecia clásica hasta la Edad Media la curiosidad estuvo muy mal considerada, y la Iglesia la execraba tanto como el cotilleo; en mi libro argumento que no fue hasta finales del XVI cuando la curiosidad empezó a prestigiarse”.

Ball estaba a punto de venir a Madrid para presentar su libro cuando, hace un par de semanas, se rompió la pierna derecha jugando al fútbol en algún campo de su Londres natal. Ahora lleva una de esas escayolas modernas y maneja con soltura sus dos muletas para desplazarse ligero hasta donde le dice el fotógrafo, que siempre es el que manda en estas situaciones. Ha cumplido 51 años, y su cara de resignación presagia que va a tener que abandonar su deporte favorito y dedicar más horas a navegar por la Red.

“Internet lo ha cambiado todo, y también la práctica de la curiosidad, pero se requiere alguna guía para saber qué pequeña parte de todo ese marasmo de información es fiable”. Opina que, en buena medida, este es exactamente el mismo problema al que se enfrentaban los científicos en el siglo XVII, saber si debían fiarse o no de un informe extraño sobre un acontecimiento maravilloso en los cielos o una bestia feroz con un solo ojo, siete patas y afiladas fauces. “Los académicos tenemos herramientas para filtrar la información fiable, pero para la mayor parte del público este es un problema muy considerable”.

¿Por qué el universo es comprensible?, le pregunto parafraseando a Einstein, y responde: “Realmente no sabemos si lo es. Los científicos nos asombramos continuamente de que podamos entender las cosas, los fenómenos del mundo, y la ciencia prosigue su investigación en la suposición de que seguirá siendo así. Pero, cuando uno piensa en las cuestiones más profundas de nuestro tiempo, como el hecho de que la inmensa mayoría del universo esté constituido por la enigmática materia oscura y la aún más misteriosa energía oscura, debemos admitir que no tenemos la menor garantía de poder entender el cosmos en el futuro”.
Fuente El País

lunes, 4 de noviembre de 2013

Un viaje a los fundamentos del mundo moderno

Los científicos no atisban el alcance de sus experimentos pero saben de su potencial práctico
La comprensión de la naturaleza siempre augura grandes transformaciones

Einstein se apoyó en su amigo Grossman para formular su teoría.
Pocas noticias científicas han alcanzado el impacto  del reciente descubrimiento del bosón de Higgs en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) junto a Ginebra, tal vez lo más parecido a una catedral que ha producido la ciencia moderna. Mueve a la sorpresa que un hallazgo de esta naturaleza, relativo al más oscuro y abstruso rincón de la ya de por sí oscura y abstrusa mecánica cuántica, consiga una repercusión pública de tal magnitud, aunque es cierto que todo parece haber conspirado en este caso para violar los preceptos del periodismo o incluso del sentido común.

Para empezar, el LHC es la mayor y más compleja máquina construida jamás, o “uno de los grandes hitos de la ingeniería humana”, en palabras de sus constructores del  CERN, o Laboratorio Europeo de Física de Partículas. Situada en un túnel subterráneo de 27 kilómetros de perímetro bajo la frontera francosuiza, cuenta con los más avanzados instrumentos y detectores; 10.000 científicos de 100 países están implicados en su diseño y construcción y tiene un presupuesto cercano a los 7.500 millones de euros. Cuando se emplea la expresión Gran Ciencia, esto es exactamente lo que uno tiene en la cabeza.

Y eso no es todo, desde luego. Esta prodigiosa pieza de ingeniería se concibió para permitir a la comunidad internacional de físicos poner a prueba los ingredientes más fundamentales de sus teorías sobre el mundo subatómico, y uno de ellos era el bosón de Higgs cuya existencia se ha confirmado este mismo año, no mucho después de que la mayor máquina construida por la humanidad superara sus previsibles problemas de rodaje. El hallazgo de la partícula de Higgs puede considerarse uno de los mayores éxitos de la ciencia experimental de todos los tiempos, y así lo ha entendido la academia sueca  al conceder el último premio Nobel de Física a François Englert y Peter Higgsdos de los teóricos que propusieron su existencia en los años sesenta. Todos los ingredientes de una gran noticia están ahí, y esto explica en retrospectiva el impacto mediático de la noticia.

Hay sin embargo una pregunta que se hace cualquier miembro informado del público, que aparece en todos los foros y que posee toda la lógica si se tienen en cuenta los 10 años que ha llevado construir el LHC, los 10.000 científicos que han intervenido y los 7.500 millones de euros asignados al proyecto: ¿para qué sirve esto? ¿Cuál es la utilidad del celebérrimo bosón de Higgs? ¿Cómo piensan los científicos devolver semejante inversión a la sociedad que la ha financiado con sus impuestos? Es una buena pregunta, y una que resulta condenadamente difícil de responder. Y sin embargo, por paradójico que resulte, no es una pregunta que preocupe demasiado a los científicos.

Porque los científicos no saben cuáles son las consecuencias prácticas del bosón de Higgs. Pero saben que serán enormes, porque eso es lo que se desprende de la no muy larga historia de la ciencia. La comprensión profunda de la naturaleza es siempre el prólogo de un conjunto de aplicaciones prácticas que ni siquiera los descubridores de un fenómeno suelen intuir. Pero que siempre tienen escondido en su núcleo el potencial para transformar el mundo de forma radical: las claves del progreso, la receta del futuro. Basta echar un vistazo a la historia de la ciencia para comprobarlo una y otra vez.

Tomen a Newton, el genio británico que fundó la ciencia moderna: no solo sus principios fundamentales, sino también sus modos y sus estrategias, el estilo y la pericia que los científicos siguen usando tres siglos después. Newton se sintió obsesionado desde chaval por unos cuantos enigmas que habían planteado dos gigantes de las generaciones anteriores a la suya: las elegantes curvas elípticas que describían los planetas en su armoniosa órbita alrededor del Sol, tal y como había descubierto Kepler; y el extraño comportamiento de los objetos sometidos a la gravedad de la Tierra que, contra toda intuición —y contra el conocimiento milenario recibido de las ingeniosas ocurrencias de Aristóteles— había demostrado experimentalmente Galileo unas décadas antes.

Las llamadas leyes de Kepler eran, desde luego, un enigma a la altura de la mente más curiosa. Johannes Kepler formuló sus dos primeras leyes en 1609, basándose en las detalladas observaciones de los movimientos planetarios amasadas pacientemente por el astrónomo danés del siglo XVI Tycho Brahe, de largo las más precisas de la época, y de cualquier época anterior. La primera ley no solo dice que los planetas se mueven alrededor del Sol, confirmando el modelo heliocéntrico de Copérnico, sino también la forma matemática exacta que siguen sus órbitas: no son círculos, sino elipses, unas curvas ya descubiertas en tiempos de Platón, pero en un contexto completamente distinto: junto a las hipérbolas y las parábolas, las elipses forman una especie de aristocracia geométrica: las cónicas, los tres tipos de curvas que pueden resultar de cortar un cono, o de tirar al mar un gorro de bruja. Pero ¿por qué los planetas habrían de moverse en elipses?

La segunda ley planteaba un puzle todavía más impenetrable. Los planetas no se movían con la misma velocidad a lo largo de toda su órbita: aceleraban al acercarse al Sol y se frenaban al alejarse. Y no de cualquier forma: Kepler había sido capaz de cuantificar el efecto con precisión matemática, aunque de un modo realmente chocante: si el planeta estuviera unido al Sol por una cuerda imaginaria, la cuerda barrería la misma área por unidad de tiempo. Y la tercera ley, descubierta por Kepler nueve años después que las dos primeras, no hacía más que rizar el rizo: el tiempo que un planeta tarda en dar la vuelta al Sol —lo que en la Tierra llamamos un año— guarda una sorprendente relación con la distancia del planeta al Sol: el cuadrado del periodo de revolución (el cuadrado de lo que dure el año del planeta en cuestión) varía con el cubo de la distancia del planeta al Sol. Estas relaciones matemáticas son tan chocantes que el propio Kepler se dejó llevar a un delirio geométrico para explicarlas, donde cada planeta ocupaba uno de los llamados sólidos platónicos —cubos, tetraedros, icosaedros y cosas así— en una versión reeditada y hasta mejorada de la armonía de las esferas pitagórica.

Pero ese rompecabezas laberíntico de curvas cónicas, cuadrados, cubos y áreas barridas por unidad de tiempo fue exactamente lo que motivó a Newton al reto enorme de resolverlo. El resultado fue la ciencia moderna y la práctica totalidad de la tecnología de los tres últimos siglos —lo que diferencia nuestro tiempo de un mundo de caballos, floretes y mosquetones—, pero la intención de Newton nunca fue cambiar el mundo ni la forma de pensar sobre el progreso de la humanidad. Su motivación fue entender el mundo: aceptar el desafío de sus enigmas físicos y matemáticos, y adoptar la actitud teórica y experimental adecuada para resolverlo. De ahí venimos. Una vez entendido un proceso, la revolución tecnológica es poco menos que inevitable.
Fuente: El País.