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lunes, 6 de agosto de 2018

Condena las crueldades del comunismo, pero no olvides el terrible historial del capitalismo.

eldiario.es

La derecha denuncia los horrores del estalinismo y oculta la miseria humana sobre la que se construyó su modelo económico favorito.

Un fantasma se cierne sobre los medios de comunicación británicos: el fantasma de las opiniones negativas sobre el capitalismo. Desde que la escritora Ash Sarkar pronunció las palabras "¡soy comunista, idiota!" en una cadena de televisión, la derecha se retuerce horrorizada. La rapidez con que los analistas han salido a responder al comentario improvisado de Sarkar es profundamente reveladora.

Desde que hace un año Jeremy Corbyn arrebató la mayoría a los conservadores, la derecha está aterrada al sentir que está perdiendo la guerra ideológica. El accidental rescate de Sarkar de la visión del comunismo de Marx –una sociedad sin Estado, sin clases, en la que la mayoría de la humanidad se haya librado del trabajo asalariado– como contraposición al totalitarismo estalinista hizo que la revista Elle declarara que Sarkar es "literalmente comunista y literalmente nuestra heroína".  The Telegraph reflexionó: "El comunismo mató a millones de personas. ¿Por qué es guay llevarlo en una camiseta?" A su vez, según la opinión de Douglas Murray de the Spectator, Sarkar no es mejor que una fascista.

No me malinterpretéis: los regímenes que tomaron el nombre de "comunistas" –desde Stalin a Pol Pot– cometieron crímenes monstruosos e inenarrables. Pero para la derecha, un resurgimiento del interés en la visión del comunismo marxista anterior al estalinismo es el ejemplo más sorprendente y escalofriante del propio colapso de su supremacía ideológica: "comunismo" es sinónimo de millones de muertes y nada más que eso. Por el contrario, presentan al capitalismo como una máquina de prosperidad humana, sin culpa ni sangre.

La historia del capitalismo es algo más complicada que eso. Si queréis leer una efusiva alabanza al capitalismo, la encontraréis en el Manifiesto comunista de Marx y Engels: el dinamismo revolucionario de los capitalistas, escribieron, había creado "maravillas que superan a las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas". Pero el capitalismo es un sistema económico manchado con la sangre de innumerables millones de personas.

Por supuesto que eso no es una excusa para los horrores del estalinismo: el modelo totalitario que creó y exportó el régimen de Stalin le quitó a millones de personas su libertad y en muchos casos también su vida. De igual forma, no debemos olvidar las millones de vidas que se perdieron en la China maoísta por los asesinatos y la hambruna. Aun así, la lista de crímenes del comunismo no ayuda a los campeones del capitalismo tanto como ellos quisieran.

Según el Libro negro del comunismo, un nada respetable punto de referencia para la derecha, casi cien millones de vidas humanas perecieron a manos de los autodenominados regímenes "comunistas", la mayoría víctimas de Mao Zedong en China. El economista Amartya Sen, ganador del premio Nobel, señala que entre 23 y  30 millones de personas murieron como consecuencia de las catastróficas  medidas del Gran Salto Adelante de Mao, a fines de los años 50 y principios de los 60.

Pero Sen también destacó en un artículo de 2006 que a mediados del siglo XX China e India tenían la misma esperanza de vida, unos 40 años. Tras la revolución china, la cifra cambió drásticamente. En 1979, la China maoísta tenía una esperanza de vida de 68 años, 28 más que la India capitalista.

El exceso de mortalidad en la India capitalista en relación a la China comunista se estima en la horrorosa cifra de cuatro millones de vidas humanas al año. ¿Entonces por qué India no se estudia como un caso de la naturaleza homicida del capitalismo?

Desde un comienzo, el capitalismo se construyó sobre los cadáveres de millones de personas. Desde el siglo XVII en adelante, el tráfico de esclavos a través del Océano Atlántico se convirtió en un pilar del capitalismo emergente. Mucha de la riqueza de Londres, Bristol y Liverpool –que fue alguna vez el mayor puerto de esclavos de Europa– nació del trabajo de los africanos esclavizados.

El capital acumulado gracias a la esclavitud –en las plantaciones de tabaco, algodón y azúcar– dio pie a la revolución industrial en Manchester y Lancashire, y muchos bancos pueden actualmente rastrear en la esclavitud el origen de sus fortunas. 

Incluso cuando el comercio internacional de esclavos comenzó a decaer, el dinero sangriento del colonialismo enriqueció al capitalismo occidental. India fue durante mucho tiempo una colonia del Reino Unido, la potencia capitalista más eminente del mundo: como estudia Mike Davis en su libro Los holocaustos del fin de la era victoriana, unos 35 millones de indios murieron en una hambruna evitable, mientras que Reino Unido se llevaba del país millones de toneladas de trigo.

India fue la gallina de los huevos de oro del capitalismo británico, convirtiéndose en la mayor fuente de beneficios del país a fines del siglo XIX. Occidente está construido sobre la riqueza que robó a aquellos que sometió con un costo humano inmenso.

Ya era el siglo XX cuando Europa comenzó a importar los horrores masivos que antes había impuesto a otros. La Gran Depresión –que sigue siendo la peor crisis capitalista– ayudó a crear las condiciones de descontento popular que llevó al ascenso del nazismo. En los primeros tiempos del régimen nazi, las grandes empresas, temerosas del poder de la izquierda alemana, pactaron con el nacionalsocialismo, ya que veían a los nazis como un instrumento contundente con el que atacar tanto al comunismo como al sindicalismo.

Las empresas alemanas hicieron grandes donaciones a los nazis, tanto antes como después de su ascenso al poder, entre ellas el conglomerado industrial IG Farben y Krupp. Muchas empresas se beneficiaron del trabajo esclavo y del Holocausto nazi, incluyendo a IBM BMW, el Deutsche Bank y el Grupo Schaeffler.

Es posible creer apasionadamente en el capitalismo, o simplemente resignarse a que es el único sistema viable, pero también hay que reconocer que tiene sus sombras oscuras y sus complicidades con episodios sangrientos de la historia de la humanidad. Por supuesto que el suprimir la noción de que existe una alternativa al capitalismo –una que se apoya en valores y principios diferentes– cumple una función política útil.

Hace mucho que la izquierda radical y democrática repudia la pesadilla del totalitarismo y ha reflexionado mucho sobre por qué sucedió. Pero muchos de los defensores irredentos del capitalismo no han podido analizar su propio pasado: políticos e historiadores respetables todavía defienden al colonialismo, a pesar de sus grotescos horrores. No es justo atacar a los socialistas democráticos del siglo XXI utilizando los días más oscuros del totalitarismo del siglo XX.

Aspirar a un mundo con abundancia material, libre del Estado y basado en la cooperación no lo convierte a uno en un asesino totalitario. Incluso si piensas que eso no podría llegar a pasar jamás, eso no significa que uno deba rendirse al fundamentalismo del mercado, mucho menos cuando el cambio climático –causado por un orden económico insostenible– amenaza con desatar el caos en nuestro planeta. Una nueva sociedad más justa y más democrática está esperando a nacer, una que rompa definitivamente con todos los fallidos sistemas del pasado.

Fuente original:
https://www.eldiario.es/theguardian/crueldades-comunismo-capitalismo-historial-horroroso_0_797220612.html

Traducido por Lucía Balducci
Ver video del dialogo entre Sarkar y Jones:
https://www.youtube.com/watch?v=-H4J7nNazO0&feature=youtu.be

sábado, 16 de junio de 2018

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta. Los accidentes por sobreesfuerzo físico y mental son la principal causa de baja laboral en España.

El cuerpo de Raquel Martín recuerda de memoria los movimientos que hace al trabajar. En el salón de su casa en Torrejón de Ardoz, sube los brazos y los baja, mete, tira, sacude y presiona para mostrarlo. De 6.30 a 15.00, todas las semanas, lo repite y vuelve a empezar como en una coreografía. Lleva 40 años en la misma empresa de embutidos, cobra 1.200 euros al mes y desde el pasado diciembre está de baja por sobreesfuerzo, el tipo de accidente laboral con baja más frecuente en España.

En 2017 los accidentes laborales con baja por sobreesfuerzo físico o mental en el trabajo —es decir, el esfuerzo que supera los límites que permiten a un empleado volver al día siguiente en la mismas condiciones— afectaron a 191.397 trabajadores, según las cifras provisionales del Ministerio de Trabajo. Estos datos representaron el 38% del total, aunque para la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo el porcentaje desciende cuatro puntos. Es la principal causa en España de baja laboral y en los últimos diez años ese porcentaje se ha movido entre el 36,7% y el 39,8%.

El año pasado en toda España se registraron 503.749 accidentes laborales con baja (sin incluir los causados in itinere, al ir o volver del trabajo), el 5% más que el ejercicio anterior, de los que 3.796 se consideraron graves (una subida del 7,1%) y 484 resultaron mortales (ascenso del 1,7%). La inmensa mayoría de los accidentes por sobreesfuerzo es catalogada como baja leve; de las 191.397 registradas en 2017 solo 188 fueron graves. Del total de los trabajadores que causaron baja por sobreesfuerzos, 187.788 lo hicieron por cargas excesivas que les ocasionaron lesiones en músculos o huesos (crecen el 1% con respecto a 2016). Otros 534 sufrieron traumas psíquicos.

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta Para Pablo López Calle, sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid, las enfermedades profesionales y los accidentes laborales están directamente vinculados con la intensificación del trabajo: “A medida que los trabajos se reducen, el empleo escasea, la gente está más presionada a trabajar a ritmos más altos y a velocidades mayores”, explica el sociólogo por teléfono. Y aunque sostiene que el trabajo es central para la integración de la gente en la sociedad, su independencia y su autonomía, asegura que cada vez hay menos puestos que aseguran esas dimensiones.

“La crisis ha afectado a la empresa y para nuestros cuerpos también ha sido una bajada brutal”, comenta Martín en el salón de su casa. Cada vez que se levanta de la silla, cojea al caminar. No es la primera vez que está de baja por sobreesfuerzo: dos veces la operaron de los meniscos, pasó tres meses con los tendones del codo inflamados y sufre dolor crónico de espalda. “Estamos hechos polvo”, se queja.

Con 3.111 accidentes cada 100.000 trabajadores, España dobló en 2014 —últimos datos publicados por Eurostat— la media europea. Ese año, se ubicó por detrás de Francia y Portugal y por delante de países como Dinamarca, Estonia y Hungría. El mismo índice se situaba en 2012 en 2.849 accidentes por cada 100.000 trabajadores en España, el mínimo desde que comenzó a medirse en 1988. En 2017, la tasa subió a 3.334 accidentes por 100.000 trabajadores. Eso, según Pedro Linares, secretario de Comisiones Obreras, no refleja “todos los daños a la salud que se producen”. “Muchas enfermedades que se están tratando en el sistema público no tienen el reconocimiento como enfermedad profesional o relacionada con el trabajo”, argumenta. El Ministerio de Empleo ha declinado comentar las cifras.

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta


Pilar Casorla, una camarera de piso de 43 años, está de baja desde hace más de dos años. En 2016, una empresa externalizada le pagaba 600 euros mensuales por limpiar al menos 24 habitaciones al día sin ayuda. Tenía un contrato de seis horas, pero siempre trabajaba más; no le permitían comer, solo beber agua, y a veces no descansaba ni un día a la semana, según cuenta. A eso se sumaba la tensión de hacerlo rápido y bien, de subir y bajar, de cargar camas supletorias y dejar todo listo antes de que llegaran los clientes. Como negarse a trabajar más horas o quejarse por algún dolor podía suponer perder el trabajo, exigió su cuerpo hasta el final. Así, terminó con los tendones de la mano pegados y un 33% de discapacidad en la mano derecha por sobreesfuerzo. Diez años antes, cobraba el doble por la mitad de trabajo.

Cuando hay desempleo y precarización, la competencia se intensifica, señala López Calle. En los puestos de trabajo descualificados —aquellos con tareas repetitivas y estandarizadas, en las que los trabajadores tienen poca autonomía y capacidad de negociación— los empleados pueden ser sustituidos más fácilmente y, entonces, lo que resta es competir en términos de carga de trabajo, de velocidad, de esfuerzo, de disponibilidad y de trabajo nocturno.

La crisis de los ‘supertrabajadores’: cuando el cuerpo dice basta

Aunque López Calle reconoce que también existen bajas injustificadas, advierte de que eso no puede tapar el fenómeno general. El sociólogo señala que la precariedad oculta muchas enfermedades que los empleados no manifiestan para poder seguir trabajando. Y además apunta a la fatiga como un fenómeno que no siempre aparece en la coyuntura: “La acumulación de los esfuerzos no siempre se manifiesta en la baja laboral. En trabajos que exige mucho esfuerzo físico y mental, las edades medias de la población son bajas”.

Raquel Martín, que ha visto la devaluación de su trabajo a los largo de los años, no se resigna: “Sigo trabajando porque me hace falta”. Siente su cuerpo destrozado y recuerda: “Cuando eres joven puedes con todo y solo quieres que te caiga dinero al final del mes”. Pero cuando piensa en toda la salud que ha dejado en el camino siente rabia y coraje: “Después de tantos años, nos vamos con un montón de dolores a casa y sin un duro”.

MENOS TIEMPO, MÁS TRABAJOc
Javier Llaneza Álvarez, presidente de la Asociación de Ergonomía de España, resume el fenómeno en una ecuación: “Menos tiempo, menos recursos, más trabajo”. El sobreesfuerzo también aparece en puestos mejor cualificados, aunque como traumas psíquicos y de agotamiento, que están ligados a la demanda de rendimiento y de compromiso. Álvarez indica que en los niveles más altos de la jerarquía a muchos trabajadores “se les exige como si fueran accionistas”. Aunque estos accidentes representan un porcentaje menor, en 2017 hubo 545 bajas por ese motivo, según datos del Ministerio de Trabajo.

“Es cuestión de que las organizaciones apliquen nuevas técnicas para mejorar las condiciones sin disminuir la rentabilidad”, señala Álvarez. Pero el ergónomo critica que la salud de los trabajadores no siempre es la prioridad en muchas empresas. Esa responsabilidad, se carga sobre los empleados, que para ser más resistentes y productivos deben hacer más ejercicios, aprender técnicas de respiración y concentración y alimentarse mejor. “Te dicen que tienes que ir al gimnasio, pero termina siendo una actividad de negocio. La gente va corriendo en la hora del almuerzo o a la medianoche”, ejemplifica Álvarez.

https://elpais.com/economia/2018/04/16/actualidad/1523902874_185578.html?rel=lom

martes, 21 de noviembre de 2017

_- Día Mundial de los Niños. El mundo sigue siendo un lugar muy injusto y peligroso para millones de niños

EFE


Cada 20 de noviembre se celebra en todo el mundo la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño que tuvo lugar en 1989. Es el Tratado Internacional más ratificado de la Historia: lo han suscrito todos los países del mundo menos Estados Unidos. Su puesta en marcha marcó un antes y un después en la manera en que los gobiernos y las sociedades tratan -o deberían tratar- a sus ciudadanos más jóvenes.

La Convención, como primera ley internacional sobre los derechos de los niños y niñas, es de carácter obligatorio para los Estados firmantes y ha servido para reforzar el reconocimiento de la dignidad humana fundamental de la infancia así como la necesidad de garantizar su protección y desarrollo.

Desde su aprobación se han producido en todo el mundo avances considerables en el cumplimiento de los derechos de la infancia a la supervivencia, la salud y la educación; así como un reconocimiento cada vez mayor de la necesidad de establecer un entorno protector que defienda a los niños y niñas de la explotación, los malos tratos y la violencia.

En UNICEF centramos nuestros esfuerzos en hacer cumplir la Convención: que todos los niños y niñas del mundo estén donde estén vean cumplidos sus derechos. Y con su respaldo hemos avanzado mucho en las últimas décadas: el número de personas que viven en la extrema pobreza en todo el mundo es casi la mitad que en la década de 1990; las tasas mundiales de mortalidad de menores de cinco años se han reducido en más de la mitad en los últimos 20 años; han mejorado la nutrición y el acceso a agua potable; hoy más niños y niñas que nunca van a la escuela y reciben una educación que les permitirá romper el círculo de la pobreza.

Pero a pesar de esos avances el mundo sigue siendo un lugar muy injusto y peligroso para millones de niños que se enfrentan a una vida de pobreza y de falta de oportunidades: 15.000 niños menores de 5 años siguen muriendo cada día -5,6 millones al año- por causas que se pueden prevenir, como la diarrea, la neumonía o la malaria; 535 millones de niños -1 de cada 4- viven en países afectados por los conflictos, desastres naturales, epidemias y otras emergencias; 385 millones de niños viven en extrema pobreza; 264 millones de niños y adolescentes están fuera de la escuela; 168 millones de niñas y niños de entre 5 y 17 años trabajan; de ellos, 85 millones en labores peligrosas.

Y las perspectivas no son nada halagüeñas. A menos que intensifiquemos la velocidad de los progresos, en el año 2030, 167 millones de niños vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños menores de 5 años morirán por causas evitables y 60 millones de niños en edad de asistir a la escuela seguirán sin escolarizar.

En este Día Mundial de los Niños necesitamos más que nunca compromiso político, recursos y voluntad colectiva. Y necesitamos también escuchar y dar la voz a los niños. Eso es lo que hemos hecho: les hemos preguntado -en una encuesta realizada a más de 11.000 niños de entre 9 y 18 años de 14 países- por lo que les preocupa. Y nos han dicho que la violencia, el terrorismo, el acoso escolar y la educación; que les inquieta el trato que se profesa a las personas refugiadas y migrantes; y que los líderes mundiales deberían abordar y dar soluciones a estos temas y a otros como la pobreza.

La sociedad tiene -tenemos- la obligación de escuchar a los niños. Tenemos la obligación de dejarles un mundo mejor, de respetar y hacer cumplir sus derechos. Se lo debemos. La Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 debe servirnos como eje canalizador para lograrlo.

Hoy los niños alzan su voz. El resto del año no podemos olvidar que siguen ahí, porque no hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana. Como dijo Nelson Mandela: “No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad que la forma en que se trata a sus niños”.

Carmelo Angulo Barturen, presidente de UNICEF Comité Español

Fuente: http://www.efedocanalisis.com/noticia/dia-del-nino/

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Salir de la zona de confort y demás pamplinas. Cada vez más empresas recurren a técnicas psicológicas para buscar una adhesión más íntima y emocional de sus empleados

Adrián era amarillo: cuando se incorporó a una pequeña empresa de marketing digital le hicieron un test de personalidad. Rojos los líderes, amarillos los creativos, verdes los generadores de buen ambiente, azules los dóciles. Al llegar cada mañana al trabajo, tenía que elegir un emoticono que describiese su estado de ánimo, igual que al salir al final de la jornada (aunque no siempre era sincero y solía suavizar sus emociones, no fuera a dar mala impresión en las altas esferas). Algunos días había clases de yoga, otros mindfulness o dinámicas para abrirse a los demás y vencer la timidez; algunos fines de semana, prácticas de team building.

Un mentor guiaba a Adrián y sacó su número dentro de la teoría psicológica del eneagrama de la personalidad. Era un tres. Y toda esta información se compartía con la dirección de la empresa. “Todo tenía una pátina de pensamiento positivo, de modernidad tipo Silicon Valley”, recuerda Adrián, que prefiere no revelar su identidad, “pero yo tenía la sensación de que invadían mi intimidad, de que manipulaban mi mente. Mis trabajos psicológicos prefería hacerlos por mi cuenta”. Finalmente, por cuestiones como estas, Adrián renunció a aquel puesto.

Este tipo de prácticas y discursos (aunque no necesariamente con la intensidad descrita en este caso) llegan a las empresas, sobre todo en el ramo de la llamada nueva economía: consultoría, marketing, tecnología, etcétera. Y sobre todo procedentes del mundo anglosajón y nórdico, donde son más comunes. Se justifican por el bien de la empresa y del trabajador, como una forma de innovación y de cercanía, unas formas más humanas, más friendlies. Pero para muchos resultan invasivas y se asemejan más a un método de control.

“Estas nuevas culturas empresariales buscan un compromiso del trabajador diferente del que se había pedido tradicionalmente”, explica Carlos Jesús Fernández, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). “Antes había que saber hacer un trabajo y desempeñarlo durante ocho horas diarias. Ahora se buscan unas características personales, unas competencias de personalidad”. De ahí las charlas motivacionales que fomentan palabras mágicas como liderazgo, emprendimiento, riesgo o ese mantra tan extendido como es “la necesidad de salir de nuestra zona de confort”. De ahí también la proliferación de libros de autoayuda vinculados al mundo empresarial. El problema, según Fernández, es que “existe un vacío de regulación que controle estas prácticas”, lo que hace que en ocasiones vayan demasiado lejos.

“Lo que persiguen principalmente estas técnicas es que los trabajadores se identifiquen con su empresa”, dice Óscar Pérez Zapata, profesor de Organización de Empresas en ICADE y la Universidad Carlos III de Madrid y director de investigación del think tank Dubitare. “Se quiere crear una cultura de empresa fuerte en la que los elementos emocionales e íntimos, como las llamadas a la pasión, son cada vez más importantes”, añade. Algo que no es nuevo, pues desde hace décadas los trabajadores se identifican con su compañía, sobre todo si esta es grande y poderosa: pero, entonces, también, los contratos eran para toda la vida.

Y todo se envuelve en un barniz de sonrisas, de ese pensamiento positivo tan en boga que critican libros como Sonríe o muere (Turner), de Barbara Ehrenreich, o La industria de la felicidad (Malpaso), de William Davies. “Se trata de una mentalidad que encaja muy bien con lo que se pretende”, opina Pérez Zapata, “el pensamiento positivo elimina cualquier posibilidad de crítica y desplaza las culpas y los porqués al individuo y no a la estructura donde se desenvuelve. Conecta con la línea fantasiosa del yo emprendedor, de la iniciativa personal del héroe que todo lo puede con autogestión y que en el extremo es únicamente responsable de éxitos y fracasos”.

Problemas como estos son analizados por los llamados critical management studies (CMS), un conjunto de disciplinas surgidas en los años noventa que estudian el funcionamiento de las empresas de forma crítica, a partir de la obra de pensadores como Michel Foucault (sobre todo sus estudios sobre la sociedad disciplinaria), la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort o la teoría del proceso del trabajo, entre otras fuentes teóricas. Surgieron de profesores en escuelas de negocio y Facultades de Administración de Empresas, como Mats Alvesson o Hugh Will­mott, que proponían una perspectiva crítica y que trataban de sacar a la luz las relaciones de poder en el seno de las organizaciones empresariales. “Aunque la palabra crítica parezca muy beligerante, puede ser una crítica constructiva para la empresa”, dice Pérez Zapata. “En cuanto a este tipo de técnicas, lo que hace el veneno es la dosis”.

El panorama descrito es el propio del trabajo en la era posfordista, donde se da la desprotección, la movilidad y la flexibilidad laboral, la disolución de las clases sociales bien definidas y la atomización de las relaciones laborales. La conexión permanente vía Internet, además, hace borrosos los confines de los horarios, los límites de las jornadas. Lo referente al trabajo también se vuelve líquido. “Se rompen así los límites y regulaciones de casi todo: dónde se trabaja, cuánto se trabaja, con quién, cómo, etcétera, ahora mucha de esta responsabilidad recae sobre el trabajador”, dice Pérez Zapata. “Habitualmente se produce una sobrecarga sobre el trabajador al que se pide simultáneamente trascender sus límites y también saber ponérselos a sí mismo”.

“Existe una individualización y psicologización creciente”, señala Luis Enrique Alonso, catedrático de Sociología de la UAM y coordinador del grupo de investigación de Estudios sobre trabajo y ciudadanía. “Lo que se busca es la completa adhesión psicológica y que no haya ningún intermediario entre el trabajador y la empresa, que no haya ningún tipo de acción ni identidad colectiva”, dice. Ese aire de creatividad individualista y modernidad hipster bien podría ser una herencia de la contracultura de los años sesenta asimilada por el capitalismo contemporáneo: la rebeldía individualista antisistema convertida en ambición individualista empresarial, como señalan Chiapello y Boltanski en El nuevo espíritu del capitalismo (Akal). El futbolín en la oficina. “Lo cierto es que hablar hoy día de organización y derechos colectivos suena muy antiguo”, concluye el catedrático, “lo que nos lleva a una especie de darwinismo social propiciado por la precariedad existente. Se enmascara así una lucha encarnizada por los escasos puestos disponibles: sálvese quien pueda”.

“¿Estamos actuando de forma ética en las empresas?”, se pregunta Fernández. “Proliferan los discursos de innovación, pero por detrás cada vez se trabaja más, cada vez hay más disciplina, se sufre más y el consumo de ansiolíticos para soportarlo va en aumento”




OTROS TEMAS SOBRE TRABAJADORES Y EMPRESAS PUBLICADOS EN IDEAS


Es hora de apagar el móvil. La conexión continua mina nuestras relaciones, nuestra creatividad.
El mundo más allá de las redes. Alejarse de Internet periódicamente tiene beneficios. La hiperconexión afecta al cerebro, aunque no se sabe cómo


https://elpais.com/economia/2017/10/24/actualidad/1508848045_385114.html

martes, 13 de junio de 2017

El trabajo infantil en 10 reportajes. Unos 168 millones de menores son víctimas del trabajo infantil en el mundo, según las últimas estimaciones de la Organización Mundial del Trabajo.

No tienen tiempo para jugar, ni mucho menos para ir a la escuela. En el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, recorremos el mundo, de Myanmar a Ghana, de Bangladesh a Turquía, para contarte a través de 10 reportajes publicados en Planeta Futuro la vida de los 168 millones de menores víctimas del trabajo infantil en el mundo, según las últimas estimaciones de la Organización Mundial del Trabajo

Los avances registrados en este ámbito son muy débiles: en comparación con el año 2000, hay un 40% menos de niñas trabajando y un 25% menos de niños, mientras que las tareas peligrosas también se han reducido, de 171 millones en 2000 a 85 millones hoy.

http://elpais.com/elpais/2017/06/09/planeta_futuro/1497008402_534611.html?por=mosaico

jueves, 1 de junio de 2017

_--Cultura de autoayuda y mundo del trabajo. Una crítica a la ideología.

_--Santiago Garcés Correa

"Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve por ello y punto”. Esto le dice el personaje de Chris Gardner, interpretado por Will Smith, a su pequeño hijo en uno de los momentos álgidos del blockbuster hollywoodense En Búsqueda de la Felicidad. La película es una adaptación de la autobiografía de Gardner, en donde narra su tránsito de la pobreza a la riqueza a partir de su esfuerzo personal. Hoy en día el millonario es un conferencista “motivacional” mundialmente reconocido.

“Pero el problema no es la economía, sino tú. ¿Estás molesto por la corrupción del ámbito corporativo? ¿Estás enojado con Wall Street y los grandes bancos por permitir que sucediera esta crisis? ¿Con el gobierno por no hacer lo necesario, por hacer demasiado poco o por equivocarse tanto y no hacer lo correcto? ¿Estás molesto contigo mismo por no asumir el control desde antes? La vida es difícil. Pero ¿qué piensas hacer al respecto? Quejarte y despotricar no asegurará tu futuro. Tampoco te servirá culpar a Wall Street, a los grandes banqueros, al Estados Unidos corporativo, ni al gobierno. Si deseas un futuro sólido, necesitas crearlo. La única forma de que asumas el control de tu futuro es haciéndote cargo de tu fuente de ingresos. Necesitas tener tu propio negocio”. Esto escribe en un texto reciente Robert Kiyosaki, autor de la célebre serie de libros sobre “inteligencia financiera” y emprendimiento “Padre Rico, Padre Pobre”.

"Póngase una mano en el corazón y diga: ¡Admiro a la gente rica! ¡Bendigo a la gente rica! ¡Amo a la gente rica! ¡Y yo también voy a ser una de esas personas ricas". Este es el mantra recomendado a sus lectores por T. Harv Ecker, autor del best seller “Los Secretos de la Mente Millonaria. Como dominar el juego interior de la riqueza”.

En un artículo reciente de la revista colombiana Dinero, leemos el siguiente titular: “Trabajadores felices, hacen empresas más rentables y exitosas: No existen fórmulas para alcanzar la felicidad, sin embargo las empresas que no invierten en esta cultura pierden billones de dólares al año, revela Sunny Grosso, la Coach de la felicidad en el trabajo que visitó Colombia.”. La inversión en esta cultura pasa por el uso del coaching, método que consiste en el “entrenamiento” a una persona o grupo de personas de parte de un “coach”, con el objetivo de cumplir una serie de metas o desarrollar un conjunto de habilidades específicas. En otro artículo de la revista colombiana Portafolio, leemos: “las sesiones de coaching han ido más allá, pasando del plano personal al laboral, de hecho han sido creadas organizaciones legalmente constituidas para abarcar este segmento dentro del mercado, el del coaching empresarial. Estas firmas son contactadas por compañías que desean fomentar al interior de sus colaboradores, el espíritu de trabajo en equipo, la comunicación y potenciar al máximo las habilidades, así como mejorar debilidades de los trabajadores.”

¿Qué tienen en común los ejemplos recién mencionados? Ya sea que se trate de libros, películas o conferencias, nos encontramos ante la presencia de la cultura de autoayuda orientada a la vida laboral y económica de las personas.

La cultura de la autoayuda se ha vuelto un elemento omnipresente en nuestra contemporaneidad. Los ámbitos de la misma son tantos como dimensiones de la vida humana donde haya una “interioridad” susceptible de ser transformada; el amor, la sexualidad, la identidad de género, la amistad, las relaciones familiares, y como se dijo más arriba, la vida laboral y económica de las personas.

Si se mira atentamente, en el transporte público es extraño no encontrar algún pasajero inmerso en algún libro de autoayuda en medio del hacinamiento matutino. Las estanterías delanteras de las librerías del mundo se encuentran saturadas en demasía de estos pequeños libros parsimoniosamente repetitivos y orientados a la mercantilización masiva. Familiares, amigos e incluso nosotros mismos alguna vez hemos buscado en las páginas de un libro de autoayuda o una conferencia motivacional recetas específicas para mejorar algún aspecto de nuestro “desempeño” en la vida. ¿Qué hay detrás de este fenómeno y cómo se cruza con el mundo de vida del trabajo en nuestra contemporaneidad? En este breve texto pretendo elaborar algunas respuestas a este interrogante.

¿Qué es la cultura de autoayuda? Es aquella identificable por ofrecer recetas encaminadas a la auto-transformación de la propia “interioridad”. De maneras muy diversas, ofrece a las personas la idea común de que la propia auto-transformación, en un sentido adaptativo, sería la clave para resolver inquietudes y carencias emocionales, económicas, laborales e incluso de la sociedad en su conjunto. La expresión prototípica de esta cultura es la literatura de autoayuda, sin embargo, esta trasciende las especificidades de dicho género literario. Puede expresarse en conferencias motivacionales, películas, series de televisión, talk-shows, etc. Vania Papalini nos aporta una definición que sirve para dar cuenta de los rasgos principales de dicha cultura en su conjunto; se trata de aquella que prescribe recetas de auto-transformación subjetiva con las consignas de mejorar las habilidades de comunicación, de cambio y adaptación, de autosuperación y afirmación, de mayor eficacia, de manejo del estrés y de control del tiempo. Esto en el marco de grandes significaciones sociales como el éxito, la competencia, la flexibilidad y la velocidad.

La aparición de narrativas similares a la cultura de autoayuda contemporánea en tanto que recursos para orientar la vida laboral y económica de las personas es un fenómeno que se remonta varios siglos atrás. Podríamos pensar en la obra de Benjamin Franklin de 1748 Consejos a un joven comerciante en donde se encuentra la célebre máxima “Recuerda que el tiempo es dinero”, o las investigaciones del sociólogo Max Weber durante el siglo XIX a propósito de la relación entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Sin embargo, no es el objetivo de este artículo exponer la historia de este fenómeno. En las siguientes líneas me limitaré a exponer las características principales de la presencia de la cultura de autoayuda en el mundo laboral y a criticar dicho fenómeno desde una perspectiva solidaria con los intereses de quienes vivimos de nuestro trabajo. Terminaré con una reflexión a propósito de la necesidad de promover que las inquietudes emocionales y subjetivas que subyacen al uso de la autoayuda se dirijan hacia proyectos de transformación menos centrados en la interioridad de los individuos, y más preocupados por las condiciones sociales en donde los propios individuos se construyen y se desenvuelven.

La preocupación por el bienestar en el trabajo
El discurso mainstream de gestión de recursos humanos se caracteriza por una inusitada preocupación de las gerencias por el bienestar y la felicidad de sus trabajadores. Detrás de dicha preocupación, se encuentra la intención de lograr una mayor productividad y un mayor compromiso en el trabajo mientras se intenta expulsar de la vida laboral el conflicto. Ya sea que nos encontremos ante la promoción de técnicas de “mindfulness” para disminuir el estrés laboral, de sesiones de coaching empresarial, de fomento de la “inteligencia emocional” o de promoción del llamado “pensamiento positivo”, el propósito permanece idéntico.

Según Eva Illouz, socióloga marxista estudiosa del impacto del capitalismo sobre la esfera cultural, la literatura y la cultura de autoayuda como elemento de la cultura organizacional de las empresas, ha ayudado a construir la idea de “la ética comunicativa como el espíritu de la empresa” (Illouz, 2010, 119). Dicha ética “explica el conflicto y los problemas como resultado de una comunicación emocional y lingüística imperfecta; a la inversa, considera que la comunicación lingüística y emocional adecuada es la llave para lograr relaciones sociales deseables” (2010,119). Además, nos explica de qué manera la autoayuda apuntala dicho modelo: “La literatura de autoayuda acerca de la administración exitosa requiere incesantemente que uno se examine a sí mismo como si lo hiciera a través de los ojos de otro, sugiriendo así que uno adopta el punto de vista del otro para incrementar las propias posibilidades de éxito” (2010,121).

¿Por qué deberíamos sospechar de las buenas intenciones de las gerencias? ¿La preocupación por el bienestar de los trabajadores de parte de las patronales no es acaso síntoma de un nuevo capitalismo más amigable y menos explotador? ¿Cuál es el problema con que se busque expulsar el conflicto del lugar de trabajo a través de la promoción del auto-control emocional y de la mejora continua de las habilidades de comunicación?
El problema fundamental es que la preocupación contemporánea por la felicidad y el bienestar busca lograr mayor motivación y compromiso en el marco de situaciones que generan descontento, y no transformar las realidades laborales que producen la infelicidad. Un movimiento emancipador preocupado por el bienestar en el trabajo buscaría superar las condiciones sociales y organizacionales que generan infelicidad, por el contrario en el marco del uso patronal de la cultura de autoayuda, estamos ante la idea de motivar a los trabajadores en situaciones de intensificación del trabajo y de precarización de sus condiciones laborales. El objetivo es transformar la actitud de desaliento, y no las circunstancias que generan el desaliento.

Barbara Ehrenreich, nos cuenta que el boom del pensamiento positivo en el mundo empresarial estadounidense desde la década de los setenta se explica como una forma innovadora y barata de las multinacionales para subirle la moral a sus empleados, desmoralizados por los despidos masivos. De igual manera relata cómo el sector de los coaches o entrenadores le debe su enorme crecimiento en la década de 1990 al fin del empleo vitalicio (2011).

Aunque aún es necesario mayor investigación empírica para comprender el alcance real y las particularidades de este fenómeno en Colombia, la evidencia indica que la preocupación por el bienestar como factor de productividad por parte de las patronales permanece siendo un proyecto de aumento de la felicidad y del compromiso en el trabajo en el marco de situaciones laborales precarias que no se buscan modificar, y que en ocasiones son ocasionadas por la propia patronal. A propósito de esto, podemos leer en un artículo de la revista colombiana Portafolio la declaración de la fundadora de una empresa colombiana de coaching empresarial: “el coaching busca apoyar a las personas en cualquier tipo de pérdida o duelo que puede llegar a ser por muerte, enfermedad, divorcio, pérdida de trabajo, cambios organizacionales, robo, secuestro, entre otros” (2016). Que se admita que las situaciones laborales en las cuales los coaches están llamados a intervenir son análogas a la muerte de un ser querido o al secuestro es un reconocimiento de que el conjunto del esfuerzo de las patronales va dirigido a transformar la manera como los trabajadores perciben situaciones difíciles y no las causas sociales, organizacionales o económicas de dicho malestar subjetivo.

“Amo a la gente millonaria”: El emprendimiento como autoayuda
En un primer momento, “Emprendedor” es la manera contemporánea de los discursos pro-capitalistas para referirse a los empresarios de manera apologética. Si un político en tiempos de elecciones dice que gobernará en favor de los empresarios, aún hoy esto puede generar resquemores y suspicacias en la inmensa mayoría de la población. Después de todo, es un asunto de sentido común. ¿No es acaso un descaro poner las instituciones al servicio de los grupos sociales que no necesitan del Estado pues ya poseen fortuna?

Por el contrario si se el mismo político proclama a viva voz que gobernará al servicio de los emprendedores, probablemente disminuyan las suspicacias. Esto es así porque dicho concepto- tan de moda hoy en día en los medios de comunicación, las instituciones del Estado, la cultura de masas y hasta en las universidades - resalta ciertas características “positivas” de algunos empresarios en momentos específicos, como es la capacidad de innovar en productos y procesos atendiendo necesidades sociales. Pero esta no es la razón fundamental; la sustitución en el discurso público de la palabra empresario por la de emprendedor busca que las personas que vivimos de nuestro trabajo, que no poseemos grandes medios de producción ni tampoco tenemos grandes capitales para invertir nos identifiquemos como emprendedores o potenciales emprendedores, ¿De qué trata el “emprendimiento”, cómo se relaciona con la cultura de autoayuda y porqué deberíamos sospechar de este discurso?

Para empezar, pasemos revista al concepto de emprendimiento. Camilo Guevara, en su tesis de maestría sobre la cultura del emprendimiento en Bogotá reseña una serie de definiciones a partir de la literatura mainstream sobre este tema: el emprendimiento dice ser una actitud de las personas, una cultura, una capacidad central de las empresas y una característica del entorno competitivo en las ciudades y los países (Guevara, 2013). Más adelante nos dice que el emprendedor “es aquel que a partir de la identificación de una oportunidad decide aprovecharla poniendo toda su capacidad al servicio de la nueva aventura, buscando, encontrando y organizando los recursos técnicos, humanos y de capital para poner en marcha su ejecución” (Guevara, 2013).

En el papel que le asigna al individuo y a la cultura, el discurso del emprendimiento se funde con la cultura de autoayuda, pues ser emprendedor pasa por el aprendizaje de una serie de habilidades y de actitudes ante la vida que supuestamente estarían al alcance de todos.

Bajo esta forma de ver el mundo, desaparecen las diferencias insalvables entre empresarios y trabajadores. Si se considera que cualquiera puede alcanzar el éxito económico a través del aprendizaje del emprendimiento, el reverso necesario es considerar que los ricos y poderosos lo son porque “saben” algo que el resto no. Como ha dicho Edisson Aguilar, esta traducción de las desigualdades sociales a diferencias cognitivas posibilita el auge de la literatura de autoayuda, pues sus autores pretenden que ese “saber” de los “ricos” puede codificarse y enseñarse a las personas que viven de su trabajo para que logren ascender socialmente (Aguilera, 2014).

La consideración de que en las sociedades capitalistas todos podríamos ser emprendedores se entronca con el pensamiento económico neoclásico según el cual las clases sociales son una mera ficción intelectual, y la realidad consiste en mercados en donde se encuentran compradores y vendedores de diferentes mercancías, en donde la fuerza de trabajo sería una mercancía más, cuyo precio, al igual que el del resto de mercancías, sería supuestamente definido en virtud de las leyes inquebrantables de la oferta y la demanda. El gran banquero, la trabajadora por cuenta propia que tiene su puesto callejero de venta de alimentos, el burócrata estatal de bajo nivel y la estudiante que trabaja en un call center para pagar sus estudios universitarios; todos serían potenciales emprendedores que van al mercado a ofrecer sus servicios al mejor precio posible.

En la práctica, en contraste, la difusión del emprendimiento funciona como una manera de estilizar situaciones de precariedad creciente para los trabajadores mientras los grandes empresarios ven aumentar sus ganancias a partir de estrategias de reducción de costos que explican la precariedad laboral. Bajo esta cosmovisión, se busca que la precariedad sea interpretada por las personas que la sufren como producto de las vicisitudes de la “vida empresarial”, al tiempo que están llamados a superar estas dificultades de manera heroica en vez de cuestionar si esa situación que padecen es producto de alguna injusticia estructural.

El objetivo de este discurso es lograr que quienes vivimos de nuestro trabajo canalicemos nuestro descontento hacia el aprendizaje vano de “los secretos de la mente millonaria” y hacia la auto-transformación en virtud de dichos preceptos, en vez de canalizarlo de manera colectiva hacia la superación de injusticias como la desigualdad de oportunidades, las políticas estatales en favor de los ricos y poderosos y en contra de los trabajadores, y en última instancia, la desigualdad estructural entre el capital y el trabajo.

El rechazo a este discurso no apunta a impugnar como erróneo el hecho de que las personas legítimamente busquen técnicas que involucren la transformación de sus propios pensamientos y emociones para mejorar sus vidas, sino a señalar que este discurso no es neutral ni inofensivo, sino que termina por ayudar a reproducir las realidades de injusticia que generan el descontento y el malestar, en la medida en que impide tomar conciencia sobre dichas situaciones. Además de esto, puede en ocasiones empeorar los padecimientos subjetivos que supuestamente contribuiría a resolver. Esto es claro cuando tenemos en cuenta que el discurso del emprendimiento -y de la autoayuda laboral en general- tiende a depositar en las personas la culpa y la responsabilidad de padecimientos por los que sin lugar a duda no deberían responder. Esto puede llegar a niveles absurdos y francamente irracionales. Miremos el ejemplo del denominado “Coaching laboral”, que busca enseñarle a las personas a conseguir empleo. Dentro de este “entrenamiento” se usa sin ambages el discurso del emprendimiento pues uno de los “consejos para encontrar trabajo” que se le imparte a los trabajadores desempleados es el de mirarse a sí mismos “como una empresa”.

En un artículo del periódico El Espectador publicado en 2014, en donde se habla de manera positiva del incipiente coaching laboral en Colombia podemos leer el siguiente titular: “ Los 1,99 millones de desempleados que hasta 2013 registró el país seguramente están cometiendo el mismo error.”. Esta idea no podría ser más perniciosa: se pretende que los desempleados analicen su situación como producto de errores propios, como si el desempleo de un millón de personas -y la informalidad de otras decenas de millones- no fuera una realidad que obedece a situaciones estructurales como la ausencia de una matriz productiva diversificada y la reprimarización de nuestra economía.

Si más desempleados del mundo asumieran como propio este discurso y actuaran en consecuencia ¿Se acabaría el desempleo o aumentaría más aún la feroz competencia por las plazas existentes que ya caracteriza a nuestras sociedades, sin que aumente considerablemente el tamaño del pastel a repartir? Sin duda que la segunda opción se ajusta mucho más a la realidad. Verdades de a puño como éstas son absolutamente ignoradas bajo la cosmovisión de la cultura de autoayuda.

Una paradoja del capitalismo: ¿Siembra desarraigo y cosecha compromiso?
La presencia de la cultura de autoayuda en el mundo del trabajo obedece a una contradicción más general del capitalismo ubicada al nivel de los procesos productivos y de las relaciones laborales. Mientras que la flexibilización del mercado de trabajo y el aumento general de la precariedad laboral siembran desarraigo entre los trabajadores, se pretende cosechar de parte de los mismos mayores niveles de compromiso, ya sea que se trate de trabajadores asalariados o de trabajadores ”atípicos” inmersos en distintas formas de informalidad laboral.

El economista político William Davies, estudioso la psicología económica y de la contemporánea “industria de la felicidad”, sintetiza esta contradicción de la siguiente manera: “Desde los años sesenta, las economías occidentales han tenido que afrontar un problema fundamental: dependen cada vez más de nuestro compromiso psicológico y emocional (ya sea en el trabajo, con las marcas comerciales, con nuestra propia salud y bienestar), pero también cada vez les resulta más difícil conseguirlo. Las formas de renuncia personal a dicho compromiso, muchas veces manifestadas como depresión y enfermedades psicosomáticas, no sólo redundan en el sufrimiento experimentado por el individuo sino que alcanzan consecuencias económicas, con la consiguiente preocupación para gobernantes y directivos. Sin embargo, lo datos que aporta la epidemiología social describen un panorama inquietante, en el que la infelicidad y la depresión se concentran en las sociedades muy desiguales, marcadas por los valores fuertemente materialistas y competitivos. En los lugares de trabajo se hace creciente hincapié en el compromiso comunitario y psicológico, pero las tendencias económicas a largo plazo discurren en sentido contrario, hacia la atomización y la inseguridad. Tenemos, así, un modelo económico que atenúa los atributos psicológicos que, a la vez, precisa para su supervivencia. En este sentido más general e histórico, los gobiernos y los negocios han “creado los problemas que ahora están tratando de resolver” (Davies, 2015,16)

El fragmento recién expuesto me permite resaltar que el creciente hincapié en el compromiso comunitario y psicológico que las patronales buscan lograr a través de la difusión de la cultura de autoayuda no debe malinterpretarse unilateralmente como un síntoma de la capacidad del capital para “apropiarse” de una vez y para siempre de las subjetividades de los trabajadores, proyecto por demás imposible de concretar. El malestar y el descontento a los cuales dichos discursos pretenden ser una respuesta son en sí mismos un síntoma de la resistencia de quienes padecen condiciones oprobiosas. Por otra parte no se debe confundir el hecho constatable de que las patronales buscan transformar la cultura y las subjetividades de los trabajadores con la idea pesimista e insostenible de que por el mero hecho de intentarlo efectivamente lo logran en todas las oportunidades.

Sin embargo, de ser exitoso el esfuerzo porque las personas interioricen la autoayuda en contextos laborales, las consecuencias pueden ser enormemente negativas. Vania Papalini nos presenta algunas de ellas: opera un enmascaramiento de los malestares subjetivos y la disolución de los primeros síntomas de alerta, ayuda a crear personas resilientes que soportan más la explotación en vez de desafiarla, y finalmente se educa en la auto-responsabilización y la solución instrumental de los problemas, encubriendo de esta manera condiciones más amplias y generales que hacen posibles dichos problemas, desactivando de esa manera potenciales conflictos y reclamos (Papalini, 2015)

De “Querer es poder” a “Es preciso soñar...”: recuperemos la política
La frase “Querer es poder” es casi un leitmotiv de la cultura de autoayuda. Bajo dicha formación discursiva, se trata de una idea en exceso subjetivista que ensalza la voluntad sin tener en cuenta las condiciones de posibilidad de concretar dicha voluntad. Cuando se formula como máxima a propósito de la vida laboral y económica de las personas, no pasa de ser una versión sofisticada de la vieja idea reaccionaria y conservadora según la cual las personas son pobres porque quieren y lo único que se necesita para ascender socialmente es “Echarle ganas”. Pero en vez de rechazar el ensalzamiento vitalista de la voluntad podríamos intentar que asuma un cariz menos individualista, más orientado a la transformación colectiva, y libre de autoengaño.

Juan Carlos Monedero, uno de esos pensadores imprescindibles para pensar la política en el mundo contemporáneo, nos plantea lo siguiente: “Frente una sociedad que ofrece como solución leer libros de autoayuda, yo creo que la única autoayuda que funciona es la autoayuda colectiva, y la autoayuda colectiva se llama política”. Se podría argüir que es poco realista que la alternativa a la cultura de autoayuda sea simplemente la lucha política. Y esto es verdad hasta cierto punto. Después de todo, la autoayuda aparece como alternativa precisamente porque ayuda a lograr que los sujetos agobiados, sin cambiar las condiciones sociales y económicas, resistan y no colapsen en su cotidianidad. Y la cotidianidad no puede estar atravesada en cada momento por la lucha política.

Sin embargo, no dejan de ser falsificaciones las ideas centrales de la cultura de autoayuda según las cuales las condiciones en las que se desenvuelven los individuos son intransformables o incluso la idea de que el cambio social puede ser impulsado simplemente a partir del movimiento de cada “interioridad”. Por más difícil, y a veces decepcionante, que pueda ser el intento de transformar las estructuras económicas y sociales, esta permanece siendo una opción más realista y justa que la que nos ofrecen los discursos dominantes bajo el neoliberalismo. Por tal razón, mientras se busca promover que las inquietudes emocionales y subjetivas que subyacen al uso de la autoayuda por parte de las personas se canalicen hacia proyectos de transformación colectiva, habría que volver a la máxima leninista: “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía“.

Bibliografía
Aguilar Torres, Eddison (2014), "Empresarios de sí mismos. La literatura de autoayuda y el mercadeo en red en la constitución de sujetos ético-económicos". En Artes de vida, gobierno y contraconductas en la prácticas de sí. Universidad Nacional de Colombia
Davies, William (2016) La Industria de la felicidad. Cómo el gobierno y las grandes empresas nos vendieron el bienestar. Malpaso Ediciones, S.L.U. Barcelona.
Ecker, T. Harv (2005) Los Secretos de la Mente Millonaria
Ehrenreich, Barbara (2011) Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo. Turner publicaciones.
Guevara, Camilo (2013) La Cultura emprenderista en Bogotá: consecuencias de las nuevas formas de gestionar el desempleo. Tesis de maestría en sociología. Universidad Nacional de Colombia
Illouz, Eva (2010) Introducción, en “La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de autoayuda.” Katz Editores
Papalini, Vania (2015) Garantías de felicidad. Estudio sobre los libros de autoayuda. Adriana Hidalgo Editora
“Entrevista a Juan Carlos Monedero: La política es conflicto” (2016) Horizontal http://horizontal.mx/la-politica-es-conflicto-entrevista-a-juan-carlos-monedero/
“¿Cuándo una hoja de vida es exitosa?” (2014) Periódico El Espectador http://www.elespectador.com/noticias/economia/cuando-una-hoja-de-vida-exitosa-articulo-472884
“Trabajadores felices hacen empresas más rentables y exitosas” (2016) Revista Dinero
http://www.dinero.com/empresas/articulo/trabajadores-felices-hacen-empresas-mas-rentables-y-exitosas/239207
“El “Coaching”, cada vez más presente en el mundo de los negocios” (2016) Revista Portafolio
http://www.portafolio.co/tendencias/coaching-empresarial-una-tendencia-en-alza-499236
Santiago Garcés Correa, Sociólogo. Estudiante de la Maestría en Estudios Sociales, en la línea de estudios laborales, de la UAM-Iztapalapa.

martes, 18 de agosto de 2015

Los 'pepenadores' alemanes utilizan Internet y el celular. Las botellas vacías han creado un gran negocio en Alemania para más de dos mil recolectores de basura

Hace un par de semanas, Robert, un receptor de la ayuda social alemana de 63 años, recibió una noticia que le cambió la vida. Un amigo indigente le contó sobre la existencia de pfandgeben.de, un portal en Internet que concentra un banco de datos de recolectores de botellas en toda Alemania, un pequeño ejército de pobres e indigentes que nació el 1 de mayo de 2006, cuando entró en vigor una ley casi revolucionaria en el país. La nueva ley, convirtió a varios miles de habitantes de este rico país en alumnos aventajados de los miserables 'pepenadores' mexicanos, ese grupo de indigentes que nace, vive y muere en los grandes basureros recogiendo cualquier objeto de valor que les reporte un par de pesos.

Desde mayo de 2006, todas las tiendas que venden bebidas, incluidas las alcohólicas, con una superficie mayor de 200 metros cuadrados, quedaron obligadas por ley a pagar entre 13 y 34 centavos de dólar por cada envase que lleva una etiqueta mágica: 'retornable'. La noticia se propagó de boca a boca entre los indigentes, los parados y también los jóvenes que visitan religiosamente los institutos de Enseñanza Básica y Media en el país. De la noche a la mañana, los contenedores de basura se habían convertido en pequeñas islas del tesoro que ofrecían sus riquezas (los envases retornables) a los modernos piratas de la sociedad alemana.

Este nuevo fenómeno social, que nació gracias a la titánica lucha que libró el ex ministro de Medio Ambiente Jürgen Trittin (1998-2005), un combativo militante de los Verdes, para ponerle precio a la basura, es un ejemplo patético de que en la rica Alemania existe un grupo social que las estadísticas no toman en cuenta: los pobres.

Gracias a Jürgen Trittin, miles de 'pepenadores' en todo el país, tienen ahora la posibilidad de ganar algunos euros extras recogiendo envases vacíos. La nueva invasión está causando estragos en los grandes supermercados, donde los clientes habituales se abastecen de cerveza y agua mineral.

Decenas de indigentes y parados esperan con paciencia infinita su turno para depositar el tesoro en máquinas especiales para poder canjear los envases vacíos retornables por un cupón que amortiza la compra de las bebidas y forman colas que pueden durar hasta un par de horas.

Robert es un pepenador de Berlín y sus ingresos de multiplicaron gracias a otra idea genial, esta vez diseñada por un diseñador gráfico, que no sabía que hacer con las botellas que se juntaban después de las fiestas en su departamento ubicado en Friedrichshein, un barrio de moda de la capital

“Después de cada fiesta o reunión con mis compañeros de piso quedaban decenas de botellas en la cocina. Con un amigo pensamos que sería de gran ayuda avisarles a los recolectores de botellas: en mi cocina tengo muchas botellas y las puedes venir a recoger”, contó Jonas Kakoschke, creador de pfandgeben.de.

Jonas preparó un catálogo de preguntas, salió a la calles de Berlín a entrevistar a los recolectores y les explicó su idea. Investigó cuántos de ellos contaban con un teléfono móvil. La mayoría le facilitó con gusto su número teléfono y en la actualidad tiene registrados alrededor de dos mil recolectores. Para que el botellero sea ubicado en su localidad tiene que estar registrado en la página. Por semana hay entre cinco y diez nuevos registros. Los interesados en deshacerse de sus botellas eligen en el portal su lugar de ubicación y éste arroja los números telefónicos de los botelleros en el área. El resto se coordina directamente entre el donador y el recolector. Kakoschke no interviene, ni exige dinero por el servicio.

“Gracias a Pfandegen.de mis ingresos aumentaron y ya puedo darme algunos lujos”, dijo Robert, quien trabaja hurgando en los basureros en los alrededores del Europa Center de la capital alemana. A pesar de seguir saliendo a las calles en busca de botellas, la plataforma web le ha facilitado su trabajo de pepenador: “Lo tengo que seguir haciendo. No soy el tipo de persona que pediría limosna en la calles, mejor recolecto botellas”.´

Eduard Lüning también es un pepenador alemán que nació hace 51 años en Münster y es el único que ha escrito un libro sobre su experiencia como recolector de envases vacíos retornables. Pero Lüning, a diferencia de Robert, el pepenador de Berlín, es un hombre famoso y está en camino de almacenar una pequeña fortuna gracias al tesoro que sus compatriotas abandonan en los contenedores de basura o dejan tirados en el suelo durante los grandes festivales de música

Hace ocho años y mientras intentaba dormír en su coche, Lüning observo como un anciano escarbaba en un contenedor armado de una linterna. “Busco botellas” le dijo el anciano. Al fin de semana siguiente, Lüning armado de varias bolsas espero la llegada de los trenes en la estación de Münster.

Fue el comienzo de una aventura que aún no finaliza. En una entrevista reciente, el ex taxista y obrero de la construcción admitió que ganaba más de 10.000 euro al mes recolectando botellas y latas de cerveza. Lüning viaja con su caravan por todo el país, visitando festivales de música

“Me sigue fascinando como se puede ganar dinero con la basura de los demás”, dijo el más famoso de los pepenadores alemán, quien gracias a la iniciativa del ex ministro Jürgen Trittin, se convirtió en un exitoso empresario que está en camino de hacerse rico con los envases que abandonan sus compatriotas.

¿Hay algo de esto en España?
Ha habido un proceso de apoderamiento por las grandes empresas de los productos que pueden ser reciclado y una eliminación de este mercado de los más pobres y necesitados.

¿Cómo ha ocurrido? pues mediante la prohibición de compra de esos productos por las empresas que los compraban. Ahora no se compran libremente ni papel, ni cartón, ni envases de plásticos, metal o vidrio. Y son grandes empresas las que los compran y mediante los contenedores de recogida, puesto por los Ayuntamientos, y las campañas de "concienciación" ciudadana.

Somos los vecinos quienes hacemos el trabajo gratis de llevarles los objetos a los contenedores de esas empresas. Para ello se llevan a cabo campañas de responsabilidad social y ecológica. Productos que luego ellos se encargan de vender.

Mientras, a la multitud de necesitados, que no tenían otro medio de vida que la recogida de esos productos, se les ha privado y expropiado de esa posibilidad y se les ha arrojado aún más a la marginación y la pobreza aumentando la desigualdad.

¿No es hora de hacer algo por ellos?
Creo que sí, son muchos millones de euros que se llevan a costa del trabajo gratis* de muchos vecinos y que podría ser el origen de miles de empleo.

   *Con respecto al trabajo gratis y que, por lo tanto, no ganamos nada con ello y en consecuencia no produce empleo, hay mucho que hablar:

Cada vez hay más gasolineras que no tienen empleados, su trabajo, que antes eran empleos, se ha trasladado gratis al público y no dan nada a cambio por ello, un trabajo peligroso y especializado. Las ganancias pasan integras y únicamente al empresario.

Lo mismo está ocurriendo en multitud de gestiones con los bancos, es un proceso lento y parece imparable.
Han pasado de poner un cajero gratuito para acceder a nuestro dinero en cualquier momento, lo que sin duda es un buen servicio, a delegar trabajos de transferencia, pago de impuestos, de recibos, etc. al cliente de forma gratuita y a cobrar por su utilización. Y se da la paradoja que, en muchos casos, tenemos que ser nosotros, los clientes, quienes le hacemos el trabajo voluntario a personas mayores que, por falta de visión o habilidades, no son capaces de realizar las gestiones en el cajero automático.

Y así con la gestión de multas, de compras de entradas, etc. etc.

Trabajos todos ellos no remunerado que beneficia exclusivamente al empresario y que supone la eliminación de miles de puestos de trabajo.

Lo mismo sucede con la implantación paulatina del autoservicio en bares y restaurantes que no repercute en el comprador o cliente.

Y todo esto está ocurriendo en una sociedad con más del 20% de paro y cientos de miles de jóvenes que se ven expulsados del país para poder sobrevivir. Ello significa una vuelta de tuerca más en la explotación, la desigualdad y la lucha de clases. Aparentemente a cambio de nada.

Digo aparentemente porque en realidad no es a cambio de nada, es a beneficio exclusivamente del empresario con el consiguiente aumento de la marginación y desigualdad. Es decir, para poner un ejemplo, cuando los "buenos y responsables ciudadanos" hacemos el trabajo de clasificar las basuras y llevarlas al contenedor adecuado, estamos ayudando al empresario a ganar más dinero a la vez que se lo quitamos al que antes recogía y podía vender esos productos,... con lo cual ayudamos a crear más pobreza y marginación, de forma voluntaria con un trabajo no remunerado que le hacemos al capitalista.  Esos trabajos deberían beneficiar a los que hacemos el trabajo y en todo caso a los parados.

¡Hasta cuando vamos a aceptar estos trabajos voluntarios que significan arrojar al paro a miles de trabajadores!!
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/01/07/actualidad/1389119012_397307.html

lunes, 5 de mayo de 2014

Esclavos del mundo libre. El clásico sobre la explotación laboral, 'Los filántropos en harapos', se publica en España

"Los filántropos en harapos" de Tressell, entregan su trabajo a los patronos a cambio de migajas

Es extraño que esta novela haya necesitado cien años para ver su versión española. Las razones son varias. Por un lado, era moderna cuando se escribió a principios del siglo XX, y aún sigue siéndolo en cierto modo. Por otro, se resiste a ser considerada meramente una obra de ficción, aunque el tono y el estilo lo sean, quizá no tanto la intención de su autor,  Robert Tressell  (Dublín, 1870-Liverpool, 1911). Puede leerse como un panfleto novelado socialista, y de hecho así lo leyeron Orwell y Allan Sillitoe, quedando fascinado el segundo por “su entusiasmo y patetismo”. Algo de Tressell hay detrás de los relatos de La soledad del corredor de fondo que inauguran la literatura working class inglesa. Esos personajes desesperados para los que ni siquiera la astucia es un verdadero capital son herederos de aquellos filántropos en harapos que con una increíble lucidez, ternura y oficio narrativo, levantó el diestro empapelador Tressell. Si pensamos en las novelas realistas de Galdós en el cambio de siglo nos damos cuenta de que la Inglaterra de ese tiempo era otro planeta. Un lugar en el que el capitalismo había sentado sus reales y donde los trabajadores manuales creían que sus empleadores les estaban haciendo un favor dándoles trabajo. Donde el control de los obreros era tal que debían rellenar unas fichas diarias con las labores realizadas y los tiempos empleados, y no podían perder un segundo ni para comer.

Por eso les llama Tressell “filántropos”: entregaban su trabajo a cambio de migajas a unos patronos que los amenazaban con despedirlos a la mínima distracción, creyendo que ese era el único mundo que Dios tenía reservado para ellos. Con este libro producto de la rabia y de la ilusión de cambio, Tressell se dedicó a tocar unas agudas campanillas para despertarlos de su letargo. Y lo hizo con imágenes elocuentes, agudos diálogos, didácticos razonamientos, personajes de carne y hueso, emociones. Es decir, viene a ser un cóctel del  Manifiesto Comunista y  Das Kapitaltraducido al francés y, luego, por alguien acostumbrado a embellecer molduras y ejecutar trampantojos, vertido por fin al lenguaje de la novela moderna. Un producto bien acabado, la maravilla de un talento desviado. Y olvidado, al menos como autor, aunque sea festejado en las webs del social-comunismo anglosajón.

Un hombre sin apenas formación es capaz de explicar con sencillez la teoría monetaria de Marx (“la gran trampa del dinero”, le llama) y a la vez hacernos ver de una manera clara cómo malvivían los obreros eduardianos en un pueblo de la costa sur de Inglaterra, dejándonos la sensación de que, pese al vuelco de los tiempos y la supuesta caída de muros, la situación no ha cambiado tanto y seguimos siendo filántropos vestidos por Zara. En otras palabras, pobres diablos que ya ni esperan ni creen en revolución alguna. Con el personaje de Owen, pintor escrupuloso y sensible, Tressell trazó un camino a la vez desesperanzado y utópico. Porque esos obreros cuyo destino consiste en “triste esclavitud, hambre, harapos y muerte prematura” no hacen más que ensalzar y votar a quienes les explotan y roban.

Tressell, cuyo verdadero nombre era Noonan, y que trabajó casi una década en Sudáfrica y pretendía llegar a Canadá cuando le sorprendió la muerte, escribió durante dos años esta novela en Hastings, pueblo costero que le sirvió de modelo para Mugsborough. Allí un grupo de pintores y ebanistas son empleados por Rushton & Co para decorar mansiones. Reciben un salario de miseria y además están sometidos a la competencia feroz de las otras empresas del ramo. Abocados a la indigencia, tanto si tienen trabajo como si no, y muchas veces al suicidio, viven inmersos en un sistema perverso cuyos mecanismos son misteriosos e incuestionables. Robert Tressell muestra muy bien el sistema mediante la obra que ejecutan para un rico “haragán” en una casa llamada platónicamente La Caverna. Muestra que Harlow, Easton, Slyme y los demás obedecen al capataz Crass, que a su vez tiene como supervisor al ubicuo Hunter, el cual da cuentas al negrero Rushton. Por suerte para ellos están Owen y Burlington, los cuales se dedican a abrirles los ojos. Les dicen que si el aire y la luz del sol se pudiesen monopolizar, ya se habría hecho y todo el mundo iría por ahí comprando metros de luz o campanas de aire para no morir.

La novela tiene un punto dickensiano, cierto contenido de sentimentalismo, y es muy precisa en la caracterización de personajes. Robert Tressell sabe crear atmósfera y empatía. Las mujeres de los obreros, sus hijos, el teatro que se organiza para mostrar el “sistema”, la comilona que tiene lugar en la última parte: todo remite a una “realidad” que es en último término “literaria” y a la vez producto de la experiencia y de ese generoso rasgo anglosajón de dejar testimonio y aviso para navegantes.

Los filántropos en harapos. Robert Tressell.
Traducción de Ricardo García Pérez. Capitán Swing.
Madrid, 2014. 742 páginas. 26 euros.

Fuente:
JOSÉ LUIS DE JUAN, 3 MAY 2014, El País, Babelia.

lunes, 6 de enero de 2014

Francisco Ferreira, El joven portugués Robin Hood del becario

Francisco Ferreira, un joven portugués que se había quedado en paro, crea una web exitosa en la que denuncia las miserables condiciones laborales de los licenciados de su generación


Licenciado en Comunicación y Publicidad de 30 años de Oporto se quedó en paro en diciembre. Comenzó entonces a rastrear los anuncios de trabajo por Internet y a facturar currículos y cartas de presentación a cientos de ellos. En Portugal, el paro escala por encima del 17%, una cifra jamás alcanzada en el país, así que Ferreira no se limitó a las convocatorias relacionadas con su profesión. Con sorpresa comprobó que nadie le respondía. Nadie. Ferreira supuso que era demasiado mayor para ser becario, demasiado universitario para algunos trabajos y demasiado reivindicativo para los tiempos que corren.

Descubrió que el mercado laboral portugués, a juzgar por muchos de los anuncios que encontraba, rayaba a veces la pura miseria, lleno de becarios obligados a trabajar meses enteros sin sueldo o empleadores que pedían a sus trabajadores que se hicieran autónomos (y que se pagaran el coche, el ordenador y el teléfono) para luego obligarlos a hacer turnos de más de ocho horas de oficina. También que existía una especie de mercado paralelo al de los anuncios de trabajo: que bastaba que él enviara un currículo a una empresa (teóricamente) interesada en sus conocimientos y aptitudes para que, pasadas unas horas, comenzara a recibir en su correo electrónico tal cantidad de publicidad engañosa que le hizo sospechar que muchos de esos anuncios no eran sino estrategias de bases de datos para recaudar información.

Algo harto y rodeado de amigos también hartos, con mucho tiempo libre (aún andaba en el paro) y crecientemente indignado, concibió un blog precario y muy rudimentario en el que comenzó a denunciar esos anuncios que ofrecían trabajos directamente ilegales y apeló a otras personas a que le enviaran testimonios de esta moderna explotación laboral que consiste, sobre todo, en ponerle el título de becario a todo el que no cobra un sueldo digno.

Pronto el blog creció hasta transformarse en una web con más de 12.000 seguidores en Facebook. Se denomina Ganhem Vergonha, algo así como “avergüéncense”, y subtitulada “plataforma de denuncia de empleadores sin vergüenza”. Un vistazo a la página permite localizar algunas de las perlas con las que se encuentra Ferreira cada vez que escruta el mercado laboral. Por ejemplo, una tienda de un centro comercial de Oporto que solicita “una becaria no remunerada con incorporación inmediata”. O una empresa que busca ingenieros (con menos de cinco años de experiencia) dispuestos a trabajar como becarios, durante cuatro meses, sin cobrar un euro. Al comentar lo de los cinco años, Ferreira se pregunta: “¿Cuánto tiempo tiene uno que trabajar para dejar de ser becario?”.

La página comenzó a ganar lectores, adeptos y denuncias. El correo electrónico se llenó de testimonios que Ferreira (todavía en el paro) se lanzaba a investigar. Porque desde el principio se obligó a no colgar ninguna denuncia que no hubiera sido comprobada. Y a las denuncias les siguieron las amenazas: “Ya he recibido por lo menos cuatro llamadas de abogados de cuatro empresas que aseguran que me van a llevar a los tribunales. Naturalmente, ninguno lo ha hecho”.

Hubo un caso paradigmático: una empresa de diseño creativo de Oporto que empleaba a becarios (sin pagarles nada, por supuesto) durante más de cuatro meses, a razón de más de ocho horas al día, fines de semana incluidos y, encima, con un ambiente de trabajo que, según supo Ferreira tras hablar con cinco testigos, rayaba el acoso laboral. “Además, si los llamados becarios hacían un diseño de algo que rindiera beneficios, estos, por supuesto, iban a parar a la empresa”. El caso llegó hasta la televisión pública portuguesa, la RTP, que se basó en el trabajo de Ganhem Vergonha para denunciar a la empresa en cuestión.

La página ganó aún más adhesiones, registró aún más denuncias y salió del anonimato. Pero Ferreira, al principio, se escondió detrás de un colectivo ficticio: “Pensaba que si decía en la televisión o en los medios que era yo solo el que había montado todo, no me tomarían en serio. Así que contaba que éramos una agrupación de jóvenes y que yo era solo el representante”.

Asegura que, pese a todo, solo ha denunciado el 10% de los casos que le llegan. “La inmensa mayoría no tienen pruebas, y yo carezco de medios y de tiempo para investigar”, dice, sonriendo, encogiéndose de hombros. Porque, mientras su web crecía y le llovían los mensajes (“ahora tengo decenas sin leer del otro día”), Ferreira encontró trabajo en una agencia de publicidad y ya no dispone de tantas horas para ocuparse de las condiciones laborales de los otros. Confiesa que le encantaría, porque hay sectores jugosos en los que casi ni ha pisado: “En el del Derecho, por ejemplo, donde también recibo denuncias de muchos becarios que trabajan sin recibir un euro”. Trató de que su página web rindiera algún beneficio, pero las donaciones se atascaron en los 130 euros.

...Obsesionado desde sus tiempos de buscador de empleo con los anuncios trampa, ha organizado en Internet una recogida de firmas a fin de que todos los que se publican incluyan el nombre de la empresa y el sueldo que está dispuesta a pagar...
Fuente: El País.

lunes, 23 de septiembre de 2013

23 de septiembre, Día Internacional contra de la Explotación Sexual y Trata de Personas. Contra la esclavitud y la explotación sexual, ¡ni un paso atrás!

Colectivo Feminista Trece Rosas

Hoy, Día Internacional contra de la Explotación Sexual y Trata de Personas, desde el Colectivo Feminista Trece Rosas, manifestamos nuestro compromiso en la lucha contra cualquier forma de esclavitud y violación de los derechos humanos. La trata de personas con fines de explotación sexual afecta a todas las regiones del mundo, especialmente a las más pobres, siendo especialmente vulnerables mujeres, niñas y niños de Europa del Este, África o América Latina y Asia.

Organismos internacionales como la OIT estiman que la esclavitud con fines de explotación sexual afecta cada año a unas 2.500.000 personas, constituyéndose como un mercado humano transnacional que genera miles de millones de dólares anuales, situándose en el tercer lugar entre los negocios ilícitos más lucrativos, tras el tráfico de drogas y de armas.

Las víctimas de este crimen ven privados sus derechos más básicos, como el derecho a la vida, a la seguridad, a la integridad física, a vivir sin sufrir violencia, a la libertad sexual y reproductiva, o a tener una infancia y adolescencia libres, entre otros muchos. También son forzadas a prácticas crueles como abortos forzados, matrimonios serviles, mendicidad y trabajos forzados, e incluso a la extracción de órganos.

Además de ser una grave violación de los derechos humanos, la trata de personas con fines de explotación sexual es violencia machista. Aproximadamente el 90% de sus víctimas son mujeres y niñas en situaciones de especial vulnerabilidad, explotadas sexualmente en el negocio mundial de la prostitución. Estas mujeres, son objeto de tratos degradantes e inhumanos, por parte de las redes y mafias así como por parte de los hombres que compran mujeres en el mercado prostitucional.

Es de vital importancia concienciar a la sociedad de que los hombres consumidores de prostitución son cómplices de esta esclavitud inhumana y responsables de su existencia. Con su comportamiento, favorecen la extorsión, la explotación, la opresión, los malos tratos y la violencia que sufren las víctimas de la trata de personas.

La prostitución es una forma más de violencia de género que afecta a las mujeres por el hecho de serlo. Y en particular a las mujeres pobres o en situación de vulnerabilidad social, principales objetivos de las redes y mafias de trata de personas.

Ante este problema, desde el Colectivo Feminista Las Trece Rosas reivindicamos:

Que los poderes públicos sitúen los derechos de las víctimas de trata dentro de sus prioridades políticas, para darles una atención adecuada que garantice su protección, asistencia y reparación de los daños sufridos.

Compromiso de todos los agentes implicados en el problema, especialmente cuerpos y fuerzas de seguridad y del sistema judicial, para castigar este crimen sin hacer pasar a las mujeres por una doble victimización.

Visibilización de la violencia sufrida por las víctimas de la trata con fines de explotación sexual, tanto por parte de las redes y mafias como en los círculos de la prostitución, y aumentar los niveles de protección para aumentar las denuncias de dichos delitos.

Sensibilización por parte de los medios de comunicación, evitando la publicación de anuncios de contactos, que encubren en muchos casos a redes organizadas de explotación sexual.

Rechazo social de la prostitución y de cualquier forma de explotación sexual.

Reconocimiento legal de la prostitución como violencia de género y como base de la existencia de la trata de personas con fines de explotación sexual.

Rechazo social del demandante de prostitución, principal causante de la trata de personas con fines de explotación sexual.

Trabajar en el ámbito de la prevención incidiendo en las raíces culturales de la demanda de prostitución.

Contra la esclavitud y la explotación sexual, ¡ni un paso atrás!

miércoles, 22 de mayo de 2013

Bangladesh, desposesión y explotación. Muerte de trabajadoras.

Las tareas de rescate terminaron y en los escombros de lo que fue el edificio de nueve plantas Rana Plaza en el distrito de Sava (Dacca) en Bangladesh, se llegaron a encontrar oficialmente hasta 1.127 cadáveres de trabajadores; o mejor dicho, trabajadoras, pues la mayoría eran mujeres jóvenes, como son inmensa mayoría en el sector textil (80%). La cifra de heridos se eleva a 2.438. Además de cinco fábricas textiles, el edificio contaba con tiendas y bancos en los pisos bajos. La indescriptible tragedia sigue al incendio de la fábrica Tazreen Fashion en Dacca que mató a 124 trabajadoras en noviembre de 2012 y a otros derrumbes, como el que mató a otro centenar en el mismo distrito en otro mes de abril, en 2005. La magnitud del desastre no solo ha puesto de relieve las penosas condiciones laborales de las trabajadoras del sector textil -muchas de ellas sin contrato formal- en el segundo exportador mundial de ropa, sino la deshumanización que conlleva la reducción de la vida a un mero factor de producción.

Según informó la prensa bangladesí, en los días previos al colapso se habían detectado grietas en la estructura del edificio y se había recomendado su cierre. Sin embargo, los propietarios de las fábricas (por lo general, hombres) presionaron para que las trabajadoras acudieran al trabajo, alegando que los ingenieros habían dado su visto bueno. Algunos llegaron a amenazar con no pagar un mes de sueldo. En el incendio de Tazreen los propietarios habían cerrado las puertas. Esta coacción laboral criminal pone en entredicho los elogios a la proletarización que se han escrito con el objetivo de contrarrestar las críticas a la explotación en Bangladesh. La proletarización no ha sido el resultado de una comparación racional entre oportunidades económicas por parte de sujetos iguales en un mercado libre. Tampoco se debe a un fatalismo demográfico y medioambiental. Aunque las condiciones ecológicas y de sobrepoblación son muy duras en Bangladesh, de ningún modo exigen una servidumbre que se presenta interesadamente como única alternativa posible de supervivencia.

El éxodo rural ha sido el producto de toda una historia de conflictos por el acceso a la tierra que se viene arrastrando desde el período colonial, que continuó durante el período postcolonial de Paquistán Oriental y tras la independencia en 1971, y que se agravó desde la década de 1980 con los programas de ajuste estructural promovidos por el FMI y el Banco Mundial. Un proceso que bien puede caracterizarse como de acumulación por desposesión, siguiendo el concepto de David Harvey, y que en el campo condujo a un acaparamiento de tierras cultivables (land grabbing).

Todo ello coincide con la génesis histórica del trabajo asalariado en la llamada acumulación primitiva. En este sentido, la acumulación primitiva no constituiría una etapa situada cronológicamente en un tiempo anterior, en la prehistoria del capitalismo por así decirlo, sino que forma parte del presente continuo del capitalismo. Y en todo proceso de acumulación primitiva (o por desposesión) el papel del Estado es fundamental. La remuneración que procura el trabajo asalariado dependiente no basta para canalizar la movilidad en interés del capital, como ya se ha explicado en otra parte. Mientras el trabajador potencialmente dependiente disponga de un ingreso suficiente, que puede provenir de un patrimonio (en el caso de los campesinos, puede ser simplemente el usufructo de unas tierras) o de la venta del producto de su trabajo, es decir, mientras haya cierto grado de igualdad económica y de dignidad, la libertad no favorece al capitalista. Sin mecanismos sociales extremadamente elaborados que solo pueden ser puestos en marcha por un Estado centralizador y homogeneizador, las externalidades positivas que produce la relación salarial son superadas por las externalidades negativas y se pierden. De ahí que la relación salarial clásica suela convivir con la imposición desde arriba de relaciones de trabajo forzado o servil en sus distintas variantes.

En Bangladesh, fue precisamente el Estado -colonial primero, postcolonial después- antes que las corporaciones extranjeras el principal agente encargado de arrebatar las tierras a los campesinos pobres (hindúes sobre todo) y redistribuirlos en favor de la nueva oligarquía agraria musulmana (jotedar) por medio de cambios en la legislación sobre la propiedad agraria, programas de desarrollo (la famosa "revolución verde"), y mecanismos informales (corrupción). Los propietarios adinerados se apoyaron también en la violencia de grupos paramilitares (lathiyals), en el caso de las islas formadas por sedimentos aluviales (char). Por otra parte, los programas de ajuste estructural aplicados por sucesivas dictaduras militares facilitaron la privatización y desaparición de las empresas públicas, con lo que se desactivó a los sectores más belicosos de los sindicatos obreros que habían contribuído a las luchas por la independencia y se incrementó notablemente el número de desempleados.

Una tesis doctoral del profesor bangladesí A.Q.M. Mahbub (Population mobility in rural Bangladesh; the circulation of working people) escrita en 1986, en plena etapa de ajuste estructural y de aceleración de la proletarización urbana, resumía el proceso de este modo: "Las personas de clase baja son campesinos pobres que han sido desvinculados de su tierra. Vienen de familias consideradas de clase media que han sido gradualmente degradadas socialmente como resultado de la masificación rural. Mukherjee (1948) describía la clase media como el campesinado autosuficiente en el Bengal rural. Pero hoy, cuatro décadas después de esta investigación, la mayor parte de las familias de clase media pertenecen sin lugar a dudas a un campesinado dependiente. También es evidente que un gran número de familias de clase media están siendo "expulsadas" e incluidas en las clases bajas -la clase que ha ido creciendo rápidamente.

A lo largo del tiempo, la movilidad de clase en Bangladesh muestra una clara tendencia hacia abajo que conduce al empobrecimiento (si no proletarización) por medio de la desintegración de la clase media". Podemos discutir la aplicación del término "clase media" en el Bangladesh de la época, pero está claro hacia dónde apunta el autor. En ciudades como Dacca las apropiaciones de tierras, con frecuencia ilegales, dieron lugar a expulsiones que sirvieron a la especulación inmobiliaria y al desarrollo industrial de las maquilas en el área metropolitana de Dacca: el mismo edificio Rana Plaza fue levantado sobre terreno que había sido apropiado por un líder político local con vínculos con el crimen organizado, y el edificio de la Bangladesh Garment Manufacturers and Exporters Association (BGMEA) se construyó sobre terreno público. Mientras, los migrantes rurales fueron hacinándose en los suburbios. El desarrollo de sector textil, orientado a la exportación y basado en la explotación intensiva de trabajadoras jóvenes doblemente subcontratadas (las empresas localizadas en las zonas francas industriales subcontratan fuera de las mismas el grueso de la producción) con salarios paupérrimos y condiciones laborales inhumanas, fue el corolario de las reformas estructurales. Los propietarios de las fábricas, que suelen ser a su vez parlamentarios, ministros o dueños de medios de comunicación, lograron reducir los salarios reales entre 1993 y 2006. Un éxito en competitividad frente a unos vecinos del sudeste asiático que han visto incrementarse los salarios reales en el sector industrial.

Evolución de la escala salarial de los trabajadores del sector textil en Bangladesh. Fuente: Anu Muhammad (EPW, 2011). Esta situación no surgió espontáneamente como ejemplo de la teoría de las ventajas comparativas: el Estado lo promovió con fuertes incentivos fiscales, las instituciones financieras internacionales lo financiaron y los países occidentales lo estimularon con acuerdos comerciales que integraron Bangladesh en lo más bajo de una cadena de producción liderada por corporaciones multinacionales. "Sin embargo, la industria textil orientada a la exportación no ha representado una mejora clara en las condiciones laborales comparado con el resto de la economía", escriben desde la secretaría de la Commonwealth en el marco de un programa de género. El carácter forzado tiene de hecho bastante que ver con el "elevado nivel de rotación. Estas mujeres son fuente de trabajo explotado, trabajan intensamente por un período de tiempo y luego se van, solo para ser reemplazadas por un continuo suministro de mujeres jóvenes del campo. Los graves daños a la salud y los conflictos en la vida marital hacen que la industria textil sea insostenible a largo plazo. No obstante, las que consiguen algún dinero tienen la oportunidad de empezar su propio negocio después, y las mujeres han sido capaces de cambiar su papel como dependientes."

Esta transformación de la subjetividad femenina en busca de una mayor autonomía se refleja también en las fuertes resistencias laborales que han sido reprimidas duramente por la policía. Al margen de los sindicatos tradicionales, las mujeres del sector textil han protagonizado las movilizaciones laborales más potentes de los últimos años, en reclamo de mayores salarios, el pago de salarios atrasados, la reducción de la jornada laboral (actualmente una media de 12 horas diarias), mayor seguridad en el trabajo y fin del acoso sexual en las fábricas y del abuso físico, cuando no tortura. Las trabajadoras lograron arrancar incrementos en el salario mínimo en 2006 y 2010 (aún así, el más bajo de los trabajadores textiles a nivel mundial) pero de momento estos logros han resultado insuficientes frente al incremento del coste de la vida. Ya el año pasado las multinacionales extranjeras que compraban las prendas fabricadas en Bangladesh (Walmart, Inditex, H&M, Carrefour, Tesco, JC Penney, Nike, Marks & Spencer, Levi's) mostraron su preocupación ante el gobierno por la situación de los trabajadores en el país, pero no por una súbita responsabilidad social corporativa, sino porque la continua rebelión interrumpía los flujos de aprovisionamento. "Las interrupciones industriales y las quejas de los trabajadores están impactando ahora nuestra habilidad para gestionar nuestros negocios en Bangladesh", declaró uno de ellos al diario bangladesí Daily Star.

La indignación que provoca la crueldad, la injusticia y la explotación no tiene nada de moralista, como han escrito algunos. Es, eso sí, una posición ética. "La indignación es el odio hacia alguien que ha hecho mal a otro" (Spinoza, Etica, III, def. XX de las pasiones). No es conmiseración, sino empatía, reconocimiento de ese común expoliado que llamamos humanidad, aunque haya grados y clases en un escalafón en el que es fácil descender si el gobierno de los pocos así lo exige. Las primeras que expresaron esta indignación fueron las propias mujeres trabajadoras bangladesíes, que se unieron frente al mando capitalista y patriarcal exigiendo dignidad. Son ellas las que nos dicen que siempre hay alternativas y que la miseria no es lo que definen desde arriba para chantajear con un empleo servil, sino la desposesión y opresión que genera la acumulación insolente de la riqueza de todos.
Samuel
Blog del autor: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/
Leer la noticia sobre las luchas de los trabajadores textiles (pues los trabajadores siempre luchan aunque no lo digan las noticias) y como los reprime la policía aquí.