_- Rafael Poch de Feliu
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Cómo el Parlamento Europeo aprueba la versión de la historia de la Segunda Guerra Mundial de la derecha polaca, de acuerdo con los planes estratégicos de Estados Unidos en el continente.
Con su resolución de 19 de septiembre sobre la Importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa, el Parlamento Europeo, ha dado un nuevo y vergonzoso paso en la reescritura de la historia europea. A iniciativa de 19 diputados, 18 de ellos polacos y uno letón, una feliz coalición de conservadores, liberales, nacionalistas, socialdemócratas y algunos verdes, aprobó, por 535 votos a favor, 66 en contra y 52 abstenciones, “un retroceso ideológico hacia los peores tiempos de la guerra fría”, en palabras de la Federación Internacional de combatientes de la Resistencia (FIR).
La resolución afirma la curiosa tesis de que “La Segunda Guerra Mundial fue el resultado directo del infame Tratado de no Agresión nazi-soviético de 23 de agosto de 1939, también conocido como Pacto Molotov-Ribbentrop”. La Unión Soviética y la Alemania nazi, los dos principales adversarios de la Segunda Guerra Mundial, son de nuevo presentados como gemelos: “dos regímenes totalitarios que compartían el objetivo de conquistar el mundo, repartirse Europa en dos zonas de influencia”. Poniendo un nuevo signo de igualdad, se pide a los estados miembros que “conmemoren el 23 de agosto como Día Europeo de las Víctimas del Estalinismo y del Nazismo a escala tanto nacional como de la Unión”, y se llama a elevar los ánimos bélicos agitando a las “generaciones más jóvenes” para “fomentar la capacidad de resistencia ante las amenazas modernas que se ciernen sobre la democracia”.
Una vieja ideología de nuevo funcional
Esta amalgama no tiene nada de inocente y está directamente relacionada con las actuales y artificiales tensiones de “nueva guerra fría” a las que han conducido un cuarto de siglo de marginación de Rusia de un sistema de seguridad atlantista contra ella dirigido, vía ampliación de la OTAN, abandono de acuerdos de desarme e instalación de infraestructuras militares junto a sus fronteras. Tampoco es algo nuevo.
En el pasado, poner el signo de igualdad entre nazismo y comunismo fue extremadamente funcional en el periodo de posguerra, cuando el frente aliado de la coalición anti Hitler del que la URSS era pilar fundamental, se fracturó dando lugar a la nueva tensión entre potencias del mundo bipolar que conocemos como guerra fría entre Estados Unidos y la URSS. El paralelismo y la equivalencia entre nazismo y comunismo estalinista rehabilitó a los ex nazis alemanes que construyeron la República Federal Alemana , integrándolos en la primera línea del frente común anticomunista en Europa. Gracias a la teoría de los totalitarismos de uno u otro signo , los ex nazis fueron eximidos de la mitad de su culpa: por un lado eran culpables de atrocidades, pero por el otro habían sido precursores en la lucha contra el nuevo enemigo, al que se habían anticipado identificándolo aunque fuera desde una ideología algo equivocada . En Alemania occidental, donde apenas hubo desnazificación, un pequeño ejercicio verbal de arrepentimiento, les bastó para convertirse en cristiano-demócratas, liberales e incluso socialdemócratas, no solo sin renegar de su pulso contra el comunismo, sino reivindicándolo. Franco sacó buen partido de ese mismo recurso reciclando la criminal alianza de su régimen con las potencias del eje para convertir a España en base militar aeronaval del mundo libre y reserva espiritual de Occidente.
Mantener la división continental
Ahora esa misma ideología, que en la Europa de los años, sesenta, setenta y ochenta habría sido considerada desvergonzado disparate reaccionario, avanza impulsada por la dinámica de nueva tensión con la Rusia postsoviética (cuyo “comunismo” es igual a cero), acusada de “amenazar Europa” pese a que su gasto militar es más de catorce veces inferior al del conglomerado noratlántico que la rodea. En este despropósito, que retrata un aspecto del regreso de la Europa parda, no hay nada de casual.
Algunos países del Este de Europa, enemigos históricos de Rusia son utilizados para la estrategia de división continental impulsada desde Washington. Es sabido, y los documentos oficiales de los estrategas de Washington así lo proclaman desde hace años, que imposibilitar el ascenso de la Unión Europea como sujeto autónomo, por ejemplo con una política independiente en Oriente Medio, es el objetivo estratégico de Estados Unidos en el continente, por lo que es imperativo mantener una tensión artificial con Rusia. Una relación normalizada de la Unión Europea con la nación más poblada de Europa y la más rica en recursos, además de su principal suministrador energético, es condición sine qua non para esa hipotética autonomía.
Los gobiernos de países como Polonia y las repúblicas bálticas actúan como el caballo de Troya de ese propósito, con el que sus gobiernos ultraconservadores sintonizan -por razones históricas bien comprensibles dada la tormentosa relación de esos países con Rusia en el siglo XIX y XX. Su ingreso en la OTAN y en la UE fue priorizado desde Estados Unidos por esa razón y sus gobiernos tienen en ese papel de acicate anti ruso su principal carta de influencia en Washington y en Bruselas. Es significativo que la resolución llame a “fomentar, en particular entre las generaciones más jóvenes, la fuerza de resistencia ante las amenazas modernas que se ciernen sobre la democracia”, dando por buena la leyenda de la “amenaza rusa” sobre Europa que esos países proclaman de forma histérica, así como apelando a tomar “firmes medidas” ante la “guerra de la información librada contra la Europa democrática con el objetivo de dividirla”, es decir a silenciar el aparato de propaganda ruso en el continente que asegura un pluralismo de propagandas que debilita los monopolios establecidos.
La desvergüenza de los diputados polacos, y la tontería de los diputados que han votado esta resolución muchos de ellos seguramente sin leerla o sin entenderla, llega al extremo de solicitar la declaración del “Día Internacional de los héroes de la lucha contra el totalitarismo, el 25 de mayo, aniversario de la ejecución de un militar anticomunista polaco, Witold Pilecki, que fue internado en Auschwitz por los nazis en una rocambolesca historia y posteriormente ejecutado por los comunistas polacos como agente militar del gobierno polaco en el exilio. Aquí la intención que se adivina es eminentemente nacional: blanquear la escandalosa complicidad polaca en el holocausto, así como la sintonía de la Polonia de preguerra con los nazis, con quienes firmó un acuerdo de no agresión en 1934. Polonia fue cómplice en la desmembración nazi de Checoslovaquia en 1938 y sus dirigentes tuvieron una gran responsabilidad en la posterior ruina de su nación, algo de lo que se prefiere no hablar . Europa debe odiar a los rusos, de acuerdo con el nacionalismo polaco, y para ello se falsifica y manipula lo que haga falta.
“Totalitarismos de uno u otro signo”
La llamada teoría de los totalitarismos intentó explicar el hecho histórico de que en el siglo XX algunos sistemas tuvieron un nivel de coerción y control político tan superior al de la mayoría de las dictaduras, que merecían una nueva categoría. Pero el término totalitarismo no tiene un claro contenido y sí claros inconvenientes. Uno de ellos es que no es un concepto histórico, sino propagandístico cuyo uso se generalizó durante la guerra fría. En la práctica sirvió para rehabilitar a los nazis y movilizar a Occidente contra el comunismo. Desde ese término, los propagandistas occidentales introdujeron la idea del “comunismo” y el estalinismo como despotismos sin relación alguna con el pasado, obviando toda explicación histórica. La historia de la autocracia y el absolutismo rusos, con una larga tradición secular y de la que el estalinismo fue genuina expresión en las condiciones técnicas del siglo XX, simplemente desapareció en beneficio de una cruzada ideológica encaminada a demonizar la peligrosa idea de la nivelación social.
Fue así como una teología de la maldad explicó, por ejemplo, la compleja historia del acuerdo germano-soviético de agosto de 1939, que viene después, y no antes, de acuerdos similares de no agresión firmados por Polonia con los nazis contra la URSS, o del espectáculo de Munich que convenció definitivamente a los soviéticos de que los liberales occidentales acabarían aliándose con los nazis contra la URSS, o por lo menos dejándoles hacer en el Este, tal como el propio Hitler confirma en sus reflexiones póstumas transcritas por su último secretario personal, Martin Bormann.
Tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la teoría del totalitarismo se utilizó para presentar al nazismo y al comunismo estalinista como hermanos gemelos, ignorando la diferencia ideológica fundamental; que no puede haber un “buen” nazismo, contrario a todo planteamiento humanista, pero sí un “buen” socialismo que desarrolle ideales humanistas radicalmente antagónicos con el antihumanismo estalinista.
El punto de vista de Primo Levi
Todo esto era bastante banal en la Europa de la guerra fría. En uno de los libros más importantes del siglo, la Trilogía de Auschwitz (1971), Primo Levi, un superviviente de aquella catedral de la historia europea, relataba en estos términos las diferencias entre los Lager alemanes y los soviéticos. La principal, decía, “consiste en su finalidad”:
Los Lager alemanes constituyen algo único en la no obstante sangrienta historia de la humanidad: al viejo fin de eliminar o aterrorizar al adversario político, unían un fin moderno y monstruoso, el de borrar del mundo pueblos y culturas enteros. A partir de más o menos 1941, se volvieron gigantescas máquinas de muerte: las cámaras de gas y los crematorios habían sido deliberadamente proyectados para destruir vidas y cuerpos humanos en una escala de millones; la horrenda primacía le corresponde a Auschwitz, con 24.000 muertos en un solo día de agosto de 1944. Los campos soviéticos no eran ni son, desde luego, sitios en los que la estancia sea agradable, pero no se buscaba expresamente en ellos, ni siquiera en los años más oscuros del estalinismo, la muerte de los prisioneros: era un hecho bastante frecuente y se lo toleraba con brutal indiferencia, pero en sustancia no era querido; era, en fin, un subproducto debido al hambre, el frío, las infecciones, el cansancio. En esta lúgubre comparación entre dos modelos de infierno, hay que agregar que en los Lager alemanes, en general, se entraba para no salir: ningún otro fin estaba previsto más que la muerte. En cambio en los campos soviéticos siempre existió un término: en la época de Stalin los “culpables” eran condenados a veces a penas larguísimas (incluso de quince y veinte años) con espantosa liviandad, pero subsistía una esperanza de libertad, por leve que fuera.
De esta diferencia fundamental nacen las demás. Las relaciones entre guardias y prisioneros, en la Unión Soviética, están menos deshumanizadfas: todos pertenecen al mismo pueblo, hablan la misma lengua, no son “superhombres” e “infrahombres” como bajo el nazismo. Los enfermos, aún mal, son atendidos; ante un trabajo demasiado duro es concebible una protesta, individual o colectiva; los castigos corporales son raros y no demasiado crueles: es posible recibir cartas y paquetes de víveres de casa; en una palabra, la personalidad humana no está negada ni se pierde totalmente. En contraposición, al menos por lo que hacía a los judíos y gitanos, en los Lager alemanes el exterminio era casi total: no se detenía ni siquiera ante los niños, que murieron por centenares de miles en las cámaras de gas, caso único entre las atrocidades de la historia humana. Como consecuencia general, los niveles de mortandad resultan bastante diferentes en los dos sistemas. Al parecer, en la Unión Soviética, en el periodo más duro, la mortandad era de un 30 por ciento de la totalidad de los ingresados, un porcentaje sin duda intolerablemente alto; pero en los Lager alemanes la mortandad era del 90-98 por ciento.
En conclusión, los campos soviéticos siguen siendo una manifestación deplorable de ilegalidad y deshumanización. Nada tienen que ver con el socialismo sino al contrario: se destacan en el socialismo soviético como una fea mancha; han de considerarse más bien como una barbarie heredada del absolutismo zarista de la que los gobiernos soviéticos no han sabido o no han querido liberarse. Quien lea las Memorias de la casa de los muertos, escrito por Dostoyevski en 1862, no tendrá dificultad en reconocer los mismos rasgos carcelarios descritos por Solzhenitsin cien años después. Pero es posible o, más bien, es fácil imaginar un socialismo sin Lager: en muchas partes del mundo se ha conseguido. No es imaginable, en cambio, un nazismo sin Lager.
La historia es una obra en construcción. Cada generación, grupo social y nación, la reescribe a su medida constantemente. A lo que asistimos hoy en la Unión Europea es a la reescritura de una versión de la historia de la Segunda Guerra Mundial de la derecha polaca, acorde con los planes estratégicos de Estados Unidos para mantener al continente divido y en tensión interna.
(Publicado en Ctxt)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=261312
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lunes, 14 de octubre de 2019
_- La importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa. No es lo mismo.
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lunes, 6 de agosto de 2018
Condena las crueldades del comunismo, pero no olvides el terrible historial del capitalismo.
eldiario.es
La derecha denuncia los horrores del estalinismo y oculta la miseria humana sobre la que se construyó su modelo económico favorito.
Un fantasma se cierne sobre los medios de comunicación británicos: el fantasma de las opiniones negativas sobre el capitalismo. Desde que la escritora Ash Sarkar pronunció las palabras "¡soy comunista, idiota!" en una cadena de televisión, la derecha se retuerce horrorizada. La rapidez con que los analistas han salido a responder al comentario improvisado de Sarkar es profundamente reveladora.
Desde que hace un año Jeremy Corbyn arrebató la mayoría a los conservadores, la derecha está aterrada al sentir que está perdiendo la guerra ideológica. El accidental rescate de Sarkar de la visión del comunismo de Marx –una sociedad sin Estado, sin clases, en la que la mayoría de la humanidad se haya librado del trabajo asalariado– como contraposición al totalitarismo estalinista hizo que la revista Elle declarara que Sarkar es "literalmente comunista y literalmente nuestra heroína". The Telegraph reflexionó: "El comunismo mató a millones de personas. ¿Por qué es guay llevarlo en una camiseta?" A su vez, según la opinión de Douglas Murray de the Spectator, Sarkar no es mejor que una fascista.
No me malinterpretéis: los regímenes que tomaron el nombre de "comunistas" –desde Stalin a Pol Pot– cometieron crímenes monstruosos e inenarrables. Pero para la derecha, un resurgimiento del interés en la visión del comunismo marxista anterior al estalinismo es el ejemplo más sorprendente y escalofriante del propio colapso de su supremacía ideológica: "comunismo" es sinónimo de millones de muertes y nada más que eso. Por el contrario, presentan al capitalismo como una máquina de prosperidad humana, sin culpa ni sangre.
La historia del capitalismo es algo más complicada que eso. Si queréis leer una efusiva alabanza al capitalismo, la encontraréis en el Manifiesto comunista de Marx y Engels: el dinamismo revolucionario de los capitalistas, escribieron, había creado "maravillas que superan a las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas". Pero el capitalismo es un sistema económico manchado con la sangre de innumerables millones de personas.
Por supuesto que eso no es una excusa para los horrores del estalinismo: el modelo totalitario que creó y exportó el régimen de Stalin le quitó a millones de personas su libertad y en muchos casos también su vida. De igual forma, no debemos olvidar las millones de vidas que se perdieron en la China maoísta por los asesinatos y la hambruna. Aun así, la lista de crímenes del comunismo no ayuda a los campeones del capitalismo tanto como ellos quisieran.
Según el Libro negro del comunismo, un nada respetable punto de referencia para la derecha, casi cien millones de vidas humanas perecieron a manos de los autodenominados regímenes "comunistas", la mayoría víctimas de Mao Zedong en China. El economista Amartya Sen, ganador del premio Nobel, señala que entre 23 y 30 millones de personas murieron como consecuencia de las catastróficas medidas del Gran Salto Adelante de Mao, a fines de los años 50 y principios de los 60.
Pero Sen también destacó en un artículo de 2006 que a mediados del siglo XX China e India tenían la misma esperanza de vida, unos 40 años. Tras la revolución china, la cifra cambió drásticamente. En 1979, la China maoísta tenía una esperanza de vida de 68 años, 28 más que la India capitalista.
El exceso de mortalidad en la India capitalista en relación a la China comunista se estima en la horrorosa cifra de cuatro millones de vidas humanas al año. ¿Entonces por qué India no se estudia como un caso de la naturaleza homicida del capitalismo?
Desde un comienzo, el capitalismo se construyó sobre los cadáveres de millones de personas. Desde el siglo XVII en adelante, el tráfico de esclavos a través del Océano Atlántico se convirtió en un pilar del capitalismo emergente. Mucha de la riqueza de Londres, Bristol y Liverpool –que fue alguna vez el mayor puerto de esclavos de Europa– nació del trabajo de los africanos esclavizados.
El capital acumulado gracias a la esclavitud –en las plantaciones de tabaco, algodón y azúcar– dio pie a la revolución industrial en Manchester y Lancashire, y muchos bancos pueden actualmente rastrear en la esclavitud el origen de sus fortunas.
Incluso cuando el comercio internacional de esclavos comenzó a decaer, el dinero sangriento del colonialismo enriqueció al capitalismo occidental. India fue durante mucho tiempo una colonia del Reino Unido, la potencia capitalista más eminente del mundo: como estudia Mike Davis en su libro Los holocaustos del fin de la era victoriana, unos 35 millones de indios murieron en una hambruna evitable, mientras que Reino Unido se llevaba del país millones de toneladas de trigo.
India fue la gallina de los huevos de oro del capitalismo británico, convirtiéndose en la mayor fuente de beneficios del país a fines del siglo XIX. Occidente está construido sobre la riqueza que robó a aquellos que sometió con un costo humano inmenso.
Ya era el siglo XX cuando Europa comenzó a importar los horrores masivos que antes había impuesto a otros. La Gran Depresión –que sigue siendo la peor crisis capitalista– ayudó a crear las condiciones de descontento popular que llevó al ascenso del nazismo. En los primeros tiempos del régimen nazi, las grandes empresas, temerosas del poder de la izquierda alemana, pactaron con el nacionalsocialismo, ya que veían a los nazis como un instrumento contundente con el que atacar tanto al comunismo como al sindicalismo.
Las empresas alemanas hicieron grandes donaciones a los nazis, tanto antes como después de su ascenso al poder, entre ellas el conglomerado industrial IG Farben y Krupp. Muchas empresas se beneficiaron del trabajo esclavo y del Holocausto nazi, incluyendo a IBM, BMW, el Deutsche Bank y el Grupo Schaeffler.
Es posible creer apasionadamente en el capitalismo, o simplemente resignarse a que es el único sistema viable, pero también hay que reconocer que tiene sus sombras oscuras y sus complicidades con episodios sangrientos de la historia de la humanidad. Por supuesto que el suprimir la noción de que existe una alternativa al capitalismo –una que se apoya en valores y principios diferentes– cumple una función política útil.
Hace mucho que la izquierda radical y democrática repudia la pesadilla del totalitarismo y ha reflexionado mucho sobre por qué sucedió. Pero muchos de los defensores irredentos del capitalismo no han podido analizar su propio pasado: políticos e historiadores respetables todavía defienden al colonialismo, a pesar de sus grotescos horrores. No es justo atacar a los socialistas democráticos del siglo XXI utilizando los días más oscuros del totalitarismo del siglo XX.
Aspirar a un mundo con abundancia material, libre del Estado y basado en la cooperación no lo convierte a uno en un asesino totalitario. Incluso si piensas que eso no podría llegar a pasar jamás, eso no significa que uno deba rendirse al fundamentalismo del mercado, mucho menos cuando el cambio climático –causado por un orden económico insostenible– amenaza con desatar el caos en nuestro planeta. Una nueva sociedad más justa y más democrática está esperando a nacer, una que rompa definitivamente con todos los fallidos sistemas del pasado.
Fuente original:
https://www.eldiario.es/theguardian/crueldades-comunismo-capitalismo-historial-horroroso_0_797220612.html
Traducido por Lucía Balducci
Ver video del dialogo entre Sarkar y Jones:
https://www.youtube.com/watch?v=-H4J7nNazO0&feature=youtu.be
La derecha denuncia los horrores del estalinismo y oculta la miseria humana sobre la que se construyó su modelo económico favorito.
Un fantasma se cierne sobre los medios de comunicación británicos: el fantasma de las opiniones negativas sobre el capitalismo. Desde que la escritora Ash Sarkar pronunció las palabras "¡soy comunista, idiota!" en una cadena de televisión, la derecha se retuerce horrorizada. La rapidez con que los analistas han salido a responder al comentario improvisado de Sarkar es profundamente reveladora.
Desde que hace un año Jeremy Corbyn arrebató la mayoría a los conservadores, la derecha está aterrada al sentir que está perdiendo la guerra ideológica. El accidental rescate de Sarkar de la visión del comunismo de Marx –una sociedad sin Estado, sin clases, en la que la mayoría de la humanidad se haya librado del trabajo asalariado– como contraposición al totalitarismo estalinista hizo que la revista Elle declarara que Sarkar es "literalmente comunista y literalmente nuestra heroína". The Telegraph reflexionó: "El comunismo mató a millones de personas. ¿Por qué es guay llevarlo en una camiseta?" A su vez, según la opinión de Douglas Murray de the Spectator, Sarkar no es mejor que una fascista.
No me malinterpretéis: los regímenes que tomaron el nombre de "comunistas" –desde Stalin a Pol Pot– cometieron crímenes monstruosos e inenarrables. Pero para la derecha, un resurgimiento del interés en la visión del comunismo marxista anterior al estalinismo es el ejemplo más sorprendente y escalofriante del propio colapso de su supremacía ideológica: "comunismo" es sinónimo de millones de muertes y nada más que eso. Por el contrario, presentan al capitalismo como una máquina de prosperidad humana, sin culpa ni sangre.
La historia del capitalismo es algo más complicada que eso. Si queréis leer una efusiva alabanza al capitalismo, la encontraréis en el Manifiesto comunista de Marx y Engels: el dinamismo revolucionario de los capitalistas, escribieron, había creado "maravillas que superan a las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas". Pero el capitalismo es un sistema económico manchado con la sangre de innumerables millones de personas.
Por supuesto que eso no es una excusa para los horrores del estalinismo: el modelo totalitario que creó y exportó el régimen de Stalin le quitó a millones de personas su libertad y en muchos casos también su vida. De igual forma, no debemos olvidar las millones de vidas que se perdieron en la China maoísta por los asesinatos y la hambruna. Aun así, la lista de crímenes del comunismo no ayuda a los campeones del capitalismo tanto como ellos quisieran.
Según el Libro negro del comunismo, un nada respetable punto de referencia para la derecha, casi cien millones de vidas humanas perecieron a manos de los autodenominados regímenes "comunistas", la mayoría víctimas de Mao Zedong en China. El economista Amartya Sen, ganador del premio Nobel, señala que entre 23 y 30 millones de personas murieron como consecuencia de las catastróficas medidas del Gran Salto Adelante de Mao, a fines de los años 50 y principios de los 60.
Pero Sen también destacó en un artículo de 2006 que a mediados del siglo XX China e India tenían la misma esperanza de vida, unos 40 años. Tras la revolución china, la cifra cambió drásticamente. En 1979, la China maoísta tenía una esperanza de vida de 68 años, 28 más que la India capitalista.
El exceso de mortalidad en la India capitalista en relación a la China comunista se estima en la horrorosa cifra de cuatro millones de vidas humanas al año. ¿Entonces por qué India no se estudia como un caso de la naturaleza homicida del capitalismo?
Desde un comienzo, el capitalismo se construyó sobre los cadáveres de millones de personas. Desde el siglo XVII en adelante, el tráfico de esclavos a través del Océano Atlántico se convirtió en un pilar del capitalismo emergente. Mucha de la riqueza de Londres, Bristol y Liverpool –que fue alguna vez el mayor puerto de esclavos de Europa– nació del trabajo de los africanos esclavizados.
El capital acumulado gracias a la esclavitud –en las plantaciones de tabaco, algodón y azúcar– dio pie a la revolución industrial en Manchester y Lancashire, y muchos bancos pueden actualmente rastrear en la esclavitud el origen de sus fortunas.
Incluso cuando el comercio internacional de esclavos comenzó a decaer, el dinero sangriento del colonialismo enriqueció al capitalismo occidental. India fue durante mucho tiempo una colonia del Reino Unido, la potencia capitalista más eminente del mundo: como estudia Mike Davis en su libro Los holocaustos del fin de la era victoriana, unos 35 millones de indios murieron en una hambruna evitable, mientras que Reino Unido se llevaba del país millones de toneladas de trigo.
India fue la gallina de los huevos de oro del capitalismo británico, convirtiéndose en la mayor fuente de beneficios del país a fines del siglo XIX. Occidente está construido sobre la riqueza que robó a aquellos que sometió con un costo humano inmenso.
Ya era el siglo XX cuando Europa comenzó a importar los horrores masivos que antes había impuesto a otros. La Gran Depresión –que sigue siendo la peor crisis capitalista– ayudó a crear las condiciones de descontento popular que llevó al ascenso del nazismo. En los primeros tiempos del régimen nazi, las grandes empresas, temerosas del poder de la izquierda alemana, pactaron con el nacionalsocialismo, ya que veían a los nazis como un instrumento contundente con el que atacar tanto al comunismo como al sindicalismo.
Las empresas alemanas hicieron grandes donaciones a los nazis, tanto antes como después de su ascenso al poder, entre ellas el conglomerado industrial IG Farben y Krupp. Muchas empresas se beneficiaron del trabajo esclavo y del Holocausto nazi, incluyendo a IBM, BMW, el Deutsche Bank y el Grupo Schaeffler.
Es posible creer apasionadamente en el capitalismo, o simplemente resignarse a que es el único sistema viable, pero también hay que reconocer que tiene sus sombras oscuras y sus complicidades con episodios sangrientos de la historia de la humanidad. Por supuesto que el suprimir la noción de que existe una alternativa al capitalismo –una que se apoya en valores y principios diferentes– cumple una función política útil.
Hace mucho que la izquierda radical y democrática repudia la pesadilla del totalitarismo y ha reflexionado mucho sobre por qué sucedió. Pero muchos de los defensores irredentos del capitalismo no han podido analizar su propio pasado: políticos e historiadores respetables todavía defienden al colonialismo, a pesar de sus grotescos horrores. No es justo atacar a los socialistas democráticos del siglo XXI utilizando los días más oscuros del totalitarismo del siglo XX.
Aspirar a un mundo con abundancia material, libre del Estado y basado en la cooperación no lo convierte a uno en un asesino totalitario. Incluso si piensas que eso no podría llegar a pasar jamás, eso no significa que uno deba rendirse al fundamentalismo del mercado, mucho menos cuando el cambio climático –causado por un orden económico insostenible– amenaza con desatar el caos en nuestro planeta. Una nueva sociedad más justa y más democrática está esperando a nacer, una que rompa definitivamente con todos los fallidos sistemas del pasado.
Fuente original:
https://www.eldiario.es/theguardian/crueldades-comunismo-capitalismo-historial-horroroso_0_797220612.html
Traducido por Lucía Balducci
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https://www.youtube.com/watch?v=-H4J7nNazO0&feature=youtu.be
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martes, 3 de abril de 2012
Ha muerto Lise London, la última brigadista internacional.
La revolucionaria y luchadora española contra el fascismo del siglo XX muere a los 96 años en París.
Antes de despedirme de Lise London a finales del pasado mes de noviembre en la bucólica clínica para víctimas del nazismo a las afueras de París, donde se encontraba internada ya muy enferma a sus 96 años, tras pasar toda una tarde con ella, le pregunté si había valido la pena toda su lucha.
El sufrimiento, la tortura y la cárcel que le provocaron su batalla contra el fascismo durante la Guerra Civil española junto a las Brigadas Internacionales, en la resistencia contra Hitler en Francia, en los campos de exterminio nazis y en la oposición al estalinismo; parir a sus hijos en la cárcel, ser deportada, condenada a muerte y apartada durante años de su marido por el régimen estalinista checo. Se incorporó de golpe de su cama hospitalaria, se echó la mano en el corazón, me miró con esos ojos de eterna adolescente y le brotaron de muy dentro sus ancestros aragoneses en un español con acento francés: “¡Por supuesto que valió la pena; combatimos por la libertad de Europa! ¡Valió la pena!”
Lise London, fallecida el 31 de marzo, era la última brigadista internacional; la última mujer entre los 35.000 voluntarios de todo el mundo que llegaron a España en el otoño de 1936 para luchar durante más de dos años contra Franco en los frentes de Madrid, Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro. Artur London, intelectual comunista, veterano de las Brigadas, esposo, camarada de partido y padre de los tres hijos de Lise, daría la clave de aquella gesta heroica: “En Madrid, el checo iba a luchar por Praga; el francés, por París; el austriaco, por Viena; el alemán por liberar su país de Hitler y el italiano por expulsar a Mussolini de su país”. Un tercio de aquellos románticos que se enfrentaron a Franco cuando todo parecía perdido para la República e hicieron inmortal el grito de “¡No pasarán!", reposa en España en tumbas sin nombre. Muchos iniciaron malheridos la retirada de la derrota a finales de 1938 y murieron en campos de concentración franceses. Los que sobrevivieron, entre ellos Lise y Artur, formaron una estrecha comunidad de sangre que nunca nadie logró romper y que junto a los republicanos españoles exiliados siguieron enfrentándose a Hitler hasta el final de la contienda; fueron los primeros en liberar París con las armas en la mano.
Lise era hija de españoles, nació como Elisa Ricol en un pueblo minero francés. Los Ricol representaban el prototipo del proletariado de comienzos del siglo XX: pobres, analfabetos, desertores del campesinado y emigrantes. El viejo Ricol era un picador que arrastraba la silicosis y militaba en sindicatos comunistas. Lise nació en 1916. De niña vendía helados por las calles. A los 15 años ingresó en las Juventudes Comunistas. Era una revolucionaria profesional. Una fuerza de la naturaleza; una mujer valiente que conoció y trató a Stalin, Tito, Pasionaria y Ho Chi Minh. En Moscú, donde había sido fichada por la Internacional, se enamoró de Artur London, un joven comunista de 19 años; alto, guapo, elegante y tuberculoso; un intelectual checo de origen judío que contraponía al ímpetu descarnado de Lise un carácter calmado y reflexivo. Juntos recorrerían medio siglo convulso de la historia de Europa, del Albacete de la Guerra Civil al París ocupado; de los campos nazis a la Praga que se batía por la libertad en los cincuenta. Nunca se rindieron.
Santiago Carrillo y Lise London se conocieron durante aquellos días terribles de finales de 1936 con el Ejército de Franco a un tiro de piedra de Madrid. Era el bautismo de fuego de la joven revolucionaria, embarazada de su primer hijo, que perdería. En aquel Madrid de pesadilla se iba a enfrentar sin pestañear a los tableteos de las ametralladoras y los bombardeos sobre la población civil en la Ciudad Universitaria; sería testigo de los miles de mujeres y niños refugiados en las estaciones de metro y sentiría las balas silbando sobre su cabeza en la Universitaria; cuando se despidió de Carrillo, este le regaló un Quijote encuadernado en cuero que Lise ha conservado hasta el final de su vida. Su amistad ha resistido 75 años...
..."Seguro que los recuerdos se le agolpaban en la memoria: Lise London, que sigue siendo comunista, citaba a su marido, que fue perseguido por el estalinismo y que, sin embargo, siguió manteniendo su militancia comunista hasta el fin de sus días. La propia Lise London, nos ha dejado escrita en sus memorias, que todos los jóvenes deberían leer, la razón de su prolongado esfuerzo por conseguir la libertad y la dignidad humana: "En La confesión, Gérard (Artur London) había descrito las facetas más sombrías de la historia del comunismo en el siglo XX. Pero también habíamos pensado contar las otras, luminosas, que habían deslumbrado y arrastrado a nuestra generación." Por eso las escribió, y por eso hablaba ahora Lise, recordando a los voluntarios de las Brigadas Internacionales, insistiendo en la necesidad de continuar con el esfuerzo colectivo por cambiar un sistema miserable, por acabar con un capitalismo de gangrena que sigue pisoteando la libertad y la razón y sembrando la muerte, como ahora mismo en Iraq o en Afganistán.
Casi parecía mentira, Lise London hablando a los hombres de las Brigadas Internacionales, defendiendo las mismas ideas que abrazó en su juventud: mientras la oía, yo creía escuchar el eco persistente de la sonrisa de los milicianos de 1936, las historias aún sin desvelar del éxodo y la derrota, el canto de la Internacional y las canciones anarquistas, creía escuchar las voces de la república, las notas sencillas del himno de Riego que se derramaban desde un lugar oculto, porque todos los que estábamos allí sabíamos, sabemos, que la digna república española está en alguna parte y volverá. Con la misma fuerza de su juventud, con la misma sonrisa con que la vemos en una fotografía de 1937, en un balcón de Valencia, al salir del hospital, Lise London, estaba allí ahora, con un vestido negro, como en los días de los partisanos franceses con los que compartió los años oscuros del nazismo. Lise London hablaba, y los hombres de las Brigadas Internacionales, los voluntarios de la libertad de la guerra de España, asentían a sus palabras, sabiendo todo lo que resta por hacer..."
El año pasado culminó la producción de El rojo de las cerezas,
http://elrojodelascerezas.blogspot.com.es/ un emotivo docu-ficción sobre Lise y Artur London, dirigido por Emilio Garrido, que esperemos ver pronto proyectado al menos en TVE. ver aquí.
Leer más aquí en El dominical del País.
Antes de despedirme de Lise London a finales del pasado mes de noviembre en la bucólica clínica para víctimas del nazismo a las afueras de París, donde se encontraba internada ya muy enferma a sus 96 años, tras pasar toda una tarde con ella, le pregunté si había valido la pena toda su lucha.
El sufrimiento, la tortura y la cárcel que le provocaron su batalla contra el fascismo durante la Guerra Civil española junto a las Brigadas Internacionales, en la resistencia contra Hitler en Francia, en los campos de exterminio nazis y en la oposición al estalinismo; parir a sus hijos en la cárcel, ser deportada, condenada a muerte y apartada durante años de su marido por el régimen estalinista checo. Se incorporó de golpe de su cama hospitalaria, se echó la mano en el corazón, me miró con esos ojos de eterna adolescente y le brotaron de muy dentro sus ancestros aragoneses en un español con acento francés: “¡Por supuesto que valió la pena; combatimos por la libertad de Europa! ¡Valió la pena!”
Lise London, fallecida el 31 de marzo, era la última brigadista internacional; la última mujer entre los 35.000 voluntarios de todo el mundo que llegaron a España en el otoño de 1936 para luchar durante más de dos años contra Franco en los frentes de Madrid, Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro. Artur London, intelectual comunista, veterano de las Brigadas, esposo, camarada de partido y padre de los tres hijos de Lise, daría la clave de aquella gesta heroica: “En Madrid, el checo iba a luchar por Praga; el francés, por París; el austriaco, por Viena; el alemán por liberar su país de Hitler y el italiano por expulsar a Mussolini de su país”. Un tercio de aquellos románticos que se enfrentaron a Franco cuando todo parecía perdido para la República e hicieron inmortal el grito de “¡No pasarán!", reposa en España en tumbas sin nombre. Muchos iniciaron malheridos la retirada de la derrota a finales de 1938 y murieron en campos de concentración franceses. Los que sobrevivieron, entre ellos Lise y Artur, formaron una estrecha comunidad de sangre que nunca nadie logró romper y que junto a los republicanos españoles exiliados siguieron enfrentándose a Hitler hasta el final de la contienda; fueron los primeros en liberar París con las armas en la mano.
Lise era hija de españoles, nació como Elisa Ricol en un pueblo minero francés. Los Ricol representaban el prototipo del proletariado de comienzos del siglo XX: pobres, analfabetos, desertores del campesinado y emigrantes. El viejo Ricol era un picador que arrastraba la silicosis y militaba en sindicatos comunistas. Lise nació en 1916. De niña vendía helados por las calles. A los 15 años ingresó en las Juventudes Comunistas. Era una revolucionaria profesional. Una fuerza de la naturaleza; una mujer valiente que conoció y trató a Stalin, Tito, Pasionaria y Ho Chi Minh. En Moscú, donde había sido fichada por la Internacional, se enamoró de Artur London, un joven comunista de 19 años; alto, guapo, elegante y tuberculoso; un intelectual checo de origen judío que contraponía al ímpetu descarnado de Lise un carácter calmado y reflexivo. Juntos recorrerían medio siglo convulso de la historia de Europa, del Albacete de la Guerra Civil al París ocupado; de los campos nazis a la Praga que se batía por la libertad en los cincuenta. Nunca se rindieron.
Santiago Carrillo y Lise London se conocieron durante aquellos días terribles de finales de 1936 con el Ejército de Franco a un tiro de piedra de Madrid. Era el bautismo de fuego de la joven revolucionaria, embarazada de su primer hijo, que perdería. En aquel Madrid de pesadilla se iba a enfrentar sin pestañear a los tableteos de las ametralladoras y los bombardeos sobre la población civil en la Ciudad Universitaria; sería testigo de los miles de mujeres y niños refugiados en las estaciones de metro y sentiría las balas silbando sobre su cabeza en la Universitaria; cuando se despidió de Carrillo, este le regaló un Quijote encuadernado en cuero que Lise ha conservado hasta el final de su vida. Su amistad ha resistido 75 años...
..."Seguro que los recuerdos se le agolpaban en la memoria: Lise London, que sigue siendo comunista, citaba a su marido, que fue perseguido por el estalinismo y que, sin embargo, siguió manteniendo su militancia comunista hasta el fin de sus días. La propia Lise London, nos ha dejado escrita en sus memorias, que todos los jóvenes deberían leer, la razón de su prolongado esfuerzo por conseguir la libertad y la dignidad humana: "En La confesión, Gérard (Artur London) había descrito las facetas más sombrías de la historia del comunismo en el siglo XX. Pero también habíamos pensado contar las otras, luminosas, que habían deslumbrado y arrastrado a nuestra generación." Por eso las escribió, y por eso hablaba ahora Lise, recordando a los voluntarios de las Brigadas Internacionales, insistiendo en la necesidad de continuar con el esfuerzo colectivo por cambiar un sistema miserable, por acabar con un capitalismo de gangrena que sigue pisoteando la libertad y la razón y sembrando la muerte, como ahora mismo en Iraq o en Afganistán.
Casi parecía mentira, Lise London hablando a los hombres de las Brigadas Internacionales, defendiendo las mismas ideas que abrazó en su juventud: mientras la oía, yo creía escuchar el eco persistente de la sonrisa de los milicianos de 1936, las historias aún sin desvelar del éxodo y la derrota, el canto de la Internacional y las canciones anarquistas, creía escuchar las voces de la república, las notas sencillas del himno de Riego que se derramaban desde un lugar oculto, porque todos los que estábamos allí sabíamos, sabemos, que la digna república española está en alguna parte y volverá. Con la misma fuerza de su juventud, con la misma sonrisa con que la vemos en una fotografía de 1937, en un balcón de Valencia, al salir del hospital, Lise London, estaba allí ahora, con un vestido negro, como en los días de los partisanos franceses con los que compartió los años oscuros del nazismo. Lise London hablaba, y los hombres de las Brigadas Internacionales, los voluntarios de la libertad de la guerra de España, asentían a sus palabras, sabiendo todo lo que resta por hacer..."
El año pasado culminó la producción de El rojo de las cerezas,
http://elrojodelascerezas.blogspot.com.es/ un emotivo docu-ficción sobre Lise y Artur London, dirigido por Emilio Garrido, que esperemos ver pronto proyectado al menos en TVE. ver aquí.
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