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martes, 29 de marzo de 2022

Imanol Uribe vuelve a la madrugada del asesinato de Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuitas en ‘Llegaron de noche’.

                                         

El cineasta narra a través de los ojos de Lucía, la limpiadora superviviente, la matanza perpetrada en 1989 por los militares salvadoreños.

Si me matan de día sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche serán los militares los que me maten”. El jesuita Ignacio Ellacuría (Portugalete, 1930-San Salvador, 1989) sabía lo que le podía pasar durante la guerra civil salvadoreña. Y pasó: el 16 de noviembre de 1989, las tropas del Gobierno salvadoreño, una brutal dictadura militar, entraron en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y asesinaron a cinco jesuitas españoles, entre ellos Ellacuría, a otro religioso salvadoreño, a la cocinera y a su hija de 16 años. Por diversos lazos emocionales, Imanol Uribe (San Salvador, 72 años) se sentía ligado a esa historia. “Conocí de una manera muy circunstancial a Ellacuría”, recuerda. Hacia 1974, el cineasta era amigo de una sobrina del jesuita, ya entonces conocido por su planteamiento religioso-filosófico novedoso, más cercano a los que sufren, como parte de la Teología de la Liberación, y cuando Ellacuría dio una conferencia en Salamanca fue a escucharle. “Incluso me lo presentó. Me llamó mucho la atención el magnetismo que poseía”, explica el director de La muerte de Mikel, Días contados o Bwana. “Tenía un aura”.

Aquella noche de noviembre, los militares dispararon y ejecutaron a quienes encontraron en la zona de la residencia de la UCA, sin darse cuenta de que en un alojamiento en teoría vacío se habían refugiado, huyendo de la guerra civil que ya había asolado su pueblo, una limpiadora, su marido y su bebé. Esa mujer, Lucía Barrera de Cerna, se convirtió en la testigo que señaló a los asesinos. “A mí la matanza me pilló justo en Sudamérica, y me impresionó mucho”, asegura Uribe. “Es más, había estado en el aeropuerto de San Salvador, porque estaba localizando para una serie de TVE que nunca se hizo, y ni pudimos bajar del avión”. Por si fuera poco, el cineasta nació y vivió sus primeros siete años en la capital salvadoreña. “Fue durante una época más tranquila y desde luego completamente alejados de la miseria de las calles, porque residíamos en una colonia para extranjeros”. Y estudió en los jesuitas. Uribe parecía predestinado a dirigir Llegaron de noche, que tras concursar en el Festival de Málaga se estrena comercialmente este viernes.

Aunque el desencadenante final fue la novela Noviembre, de Jorge Galán: “Trata más historias del país centroamericano, como el asesinato de monseñor Romero. Pero ahí ya aparecía Lucía, un vehículo fantástico para contar esa historia”. Lo duro de la historia de Lucías Barrera de Cerna es que huyendo de la guerra se la encontró de frente donde pensaba que estaría a salvo. “Es ese tipo de personajes trágicos que están en el peor sitio en el peor momento, muy tradicionales en el cine. Un solo hecho les cambia completamente la vida. El añadido actual es que en esta época en que la verdad no vale nada, en que estamos rodeados de fake news, la historia de una mujer humilde que por encima de todo, jugándose su vida y la de su familia, se va a sacrificar por que se sepa lo ocurrido es un gran argumento. Me parece fundamental”.

Intereses cruzados
¿Por qué fueron asesinados los jesuitas? Uribe ni duda: “Había muchos intereses cruzados para que se mantuviera el conflicto, y Ellacuría mediaba por alcanzar la paz. El Gobierno estadounidense financiaba la dictadura salvadoreña, y muchos querían que ese grifo económico siguiera abierto”. No rodaron en El Salvador por la violencia que aún bulle en el país. “Y porque muchos de los culpables de aquella matanza siguen en la calle”.

A Uribe le ha costado sacar adelante este proyecto siete años. “Han pasado muchas cosas: cambio de productora, pandemia, búsqueda de fecha de estreno... Además, el cine que yo hago, absolutamente libre, alejado de plataformas, es cada vez más complicado de producir. Son películas que están empezando a desaparecer”, analiza el cineasta. “O te mueves en presupuestos muy pequeños o muy grandes. El resto...”. Y confiesa: “Mi problema es que yo solo puedo hacer lo que me gusta, que tenga sentido. No juzgo a los demás; sin embargo, yo no me veo haciendo series. Y espero morirme rodando”.

Para Llegaron de noche el director volvió a su ciudad natal, habló con más gente relacionada con la historia, como el provincial de los jesuitas José María Tojeira (Carmelo Gómez, en la película), que luchó por revelar lo que había pasado. “Y fuimos a California, a conocer a Lucía, que vive a 240 kilómetros de San Francisco”. Primero fue él. Y tras la pandemia Juana Acosta, su alter ego en el filme, visitó a Barrera. “Tuve muy claro desde que escribimos el primer guion que sería Juana. Pura intuición. Aunque fuera una colombiana de clase alta que encaraba el personaje de una humilde sirvienta salvadoreña”, explica.

Lucía Barrera de Cerna acabó, protegida por los jesuitas, en EE UU. Allí se convirtió en enfermera, “doblando turnos, trabajando sin descanso para mantener a la familia”, cuenta Uribe. El bebé que protegió en 1989 creció; su hija también se convirtió en enfermera en la zona de Oakland. “Un buen final”.

https://elpais.com/cultura/2022-03-24/imanol-uribe-vuelve-a-la-madrugada-del-asesinato-de-ignacio-ellacuria-y-sus-companeros-jesuitas-en-llegaron-de-noche.html

La película, narra la historia real de Lucía, la única testigo conocida en la matanza de los jesuitas en El Salvador. La madrugada del 16 de noviembre de 1989, en plena guerra civil salvadoreña, seis sacerdotes jesuitas, profesores universitarios, y dos empleadas fueron asesinados en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) en San Salvador. Inmediatamente el gobierno culpabiliza a la guerrilla del FMLN, pero una testigo presencial echa por tierra la versión oficial: se llama Lucía Barrera y trabaja como empleada de la limpieza en la UCA. Lucía ha visto quiénes son los verdaderos asesinos: el ejército. Aquella mirada será clave para esclarecer la verdad y hacer justicia, pero además cambiará para siempre su vida y la de su familia. (FILMAFFINITY).

PD.: La pusieron en la 2 de rtve el 1 de diciembre de 2024, y en mi opinión es magnífica,realista y un documento imprescindible. La dirección y el trabajo de todos los actores extraordinarios... La recomiendo totalmente.

domingo, 27 de febrero de 2022

In memoriam. Héctor Samour: filosofía y liberación

Su actividad académica es inseparable del compromiso por el cambio social y la transformación política de la realidad nacional salvadoreña
 
JUAN JOSÉ TAMAYO.


El 10 de febrero falleció en San Salvador (El Salvador, CA) a los 69 años el filósofo y sociólogo Héctor Samour, uno de los mejores especialistas mundiales y principales difusores del pensamiento filosófico de Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), filósofo y teólogo hispano-salvadoreño de la liberación asesinado en noviembre de 1989 por el Ejército salvadoreño. Las reflexiones y los estudios siempre creativos de Héctor sobre Ellacuría constituyen la base de muchas investigaciones para el conocimiento y la interpretación de su obra.

Samour desarrolló toda su actividad académica en la UCA. Desde 1975 fue profesor-investigador del Departamento de Filosofía de dicha universidad, donde impartió cursos sobre historia de la filosofía, metafísica, epistemología, filosofía política, filosofía del derecho y filosofía latinoamericana. De 1993 a 2003 fungió como decano de la facultad de Ciencias del Hombre y de la Naturaleza, y hasta 2010 como jefe de dicho Departamento de Filosofía y director de las carreras de maestría y doctorado en filosofía iberoamericana de la UCA. Fue el creador de la Cátedra Latinoamericana Ignacio Ellacuría, germen de las diferentes Cátedras Ellacuría de todo el mundo, incluida la de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Enseñó como profesor visitante en el Swarthmore College, en Philadelphia (Estados Unidos), y en la Universidad de Granada (España).

Su actividad académica es inseparable del compromiso por el cambio social y la transformación política de la realidad nacional salvadoreña. Ambas opciones se tradujeron en la creación de la Cátedra Latinoamericana Ignacio Ellacuría de Análisis de la Realidad Política y Social y su actividad política como Secretario de Cultura de la Presidencia de El Salvador de 2010-2012 y hasta mayo de 2014 como Viceministro de Educación en gobiernos del Frente Farabundo Martín para la Liberación Nacional (FMLN).

Entre las aportaciones de Ellacuría, Samour destaca las siguientes: el método de historificación de los conceptos filosóficos, políticos y teológicos; las mayorías populares empobrecidas como lugar teológico; la realidad histórica como ámbito por excelencia de la liberación; la toma de conciencia del “mal común” como estado real del mundo en el que la mayoría de la gente vive estructuralmente mal, frente a las proclamas abstractas y falsamente universalistas del bien común, y el bien común como exigencia negadora de la injusticia estructural; la importancia del lugar social en las ciencias sociales; el lugar de las víctimas de los sistemas sociales y económicos; la crítica de la civilización del capital y del neoliberalismo; la tendencia globalizadora de los procesos económicos y sociales; la unidad entre teoría y praxis; la función liberadora de la filosofía;. Estas ideas las desarrolla en dos obras clave: Crítica y liberación. Ellacuría y la realidad histórica contemporánea (2012 y 2018)) y Voluntad de Liberación. La filosofía de Ignacio Ellacuría (2002).

Ellacuría nos ha hermanado en el caminar por las sendas de la filosofía y la teología de la liberación a través de la praxis histórica en clave de utopía. Nuestro reciente y último acto de hermanamiento ha sido la dirección conjunta de Ignacio Ellacuría. 30 años después (Tirant, Valencia, 2021), que recoge las aportaciones de las personas participantes en el Coloquio Internacional celebrado en San Salvador en noviembre de 2019 con motivo del 30 aniversario del asesinato de Ellacuría.

Juan José Tamayo 

sábado, 8 de enero de 2022

_- La Corte Suprema de El Salvador ordena reabrir el caso de la "masacre de los jesuitas"

_- Las ocho víctimas de la masacre fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Amando López, Elba Ramos y su hija Celina Ramos de 16 años.
Las ocho víctimas de la masacre fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Amando López, Elba Ramos y su hija Celina Ramos de 16 años.

Fuente de la imagen,Getty Images

 
Pie de foto,
La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador ordenó este miércoles reabrir el caso conocido como la "masacre de los jesuitas".

Lo hizo tras admitir un amparo presentado por el fiscal general, Rodolfo Delgado, en el que pedía que se revisara la resolución de 2020 en la que se ordenó el cierre de la causa penal.


El suceso tuvo lugar la madrugada del 16 de noviembre de 1989, cuando soldados de élite del Batallón de Infantería de Reacción Inmediata "Atlacatl", un comando entrenado en Estados Unidos, accedió al campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y mataron a seis religiosos de la orden de los jesuitas y a dos mujeres.

Ocurrió en medio de la mayor ofensiva guerrillera registrada durante la guerra civil salvadoreña (1979-1992).

El conflicto dejó más de 75.000 muertos y desaparecidos (en su mayoría civiles), y obligó a cientos de miles de salvadoreños a abandonar sus hogares.

El Constitucional, también ha dado 10 días a la Sala de lo Penal para que "modifique" la resolución de 2020 en la que cerraba el caso alegando que se "violó el derecho de acceso a la justicia de las víctimas".

La Sala de lo Penal de la Corte Suprema dictó en 2020 el cierre del proceso penal y también ordenó "que no se investigue a los señalados como autores intelectuales de la masacre".

Las ocho víctimas fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Amando López, Elba Ramos y su hija Celina Ramos.

Uno de los curas asesinados fue Ignacio Ellacuría, entonces rector de la Universidad Centroamericana (UCA).

Más de 30 años después la mayoría de los responsables no ha enfrentado la justicia, con una excepción.

En septiembre de 2020, el excoronel Inocencio Montano, que en aquella época se desempeñaba como viceministro de Defensa, fue condenado a más de 130 años de cárcel por la Audiencia Nacional de España.

La Justicia española inició en 2011 un proceso penal bajo el principio de justicia universal dado que cinco de las víctimas tenían nacionalidad española.

La guerra civil en El Salvador tuvo lugar entre 1979 y 1992. La ONU estima que murieron más de 75.000 personas.

martes, 25 de agosto de 2020

Ellacuría. Juicio contra los autores intelectuales del asesinato de los jesuitas y otras personas en 1989 en El Salvador. Manuel García Fonseca. 18/07/2020.

- La citación a la Audiencia Nacional, a la que acudí en junio de este año, no tiene vinculación con nuestra presencia como observadores en el simulacro de juicio que se hizo en El Salvador en 1991. El juicio actual va en serio. A mí me preguntaron hace varios meses si aceptaría asistir como testigo en la AN en el juicio contra los autores intelectuales del asesinato, 31 años antes, de los jesuitas de la Universidad centroamericana. Me sorprendió muy gratamente la noticia de que asociaciones de derechos humanos de España y de Estados Unidos promovieran un juicio que se dirigiera específicamente contra las autoridades salvadoreñas, los altos mandos militares y del gobierno, y que el juicio fuera real.

- Yo había participado en viajes solidarios al Salvador y, colateralmente, tuve una entrevista con el nuevo rector de los jesuitas, el padre Tojeiras (?), y él fue quien me manifestó con indignación que siendo españoles cinco de las victimas (en total asesinaron a otro jesuita salvadoreño y dos mujeres que trabajaban en la casa central: iban a matar a Ellacuría, pero no podían dejar con vida a ningún testigo) un año después todavía no había habido ninguna presencia del parlamento y gobierno español a interesarse por el tema, mientras sí recibieron visita de diputados estadounidenses y de otros países europeos, interesados en que se hiciera investigación sobre los autores. Me comprometí a presentar el tema en el Congreso de los Diputados. Desde el grupo parlamentario de IU, del que formaba parte, logramos que el Congreso formara una comisión de diputados, con representación de todos los grupos, para ir al Salvador y hacer un informe sobre las causas y autores de la masacre.
En cinco días recogimos información de todas las instancias políticas, sociales, jurídicas, y de diversos colectivos populares. Nos acompañaba Álvarez Miranda, ex embajador de España en el Salvador, y su aportación al trabajo de investigación fue muy importante, y personalmente fue de él de quien recibí más apoyo y sugerencias para las personas a entrevistar y las cuestiones a preguntarles. Él tenía un gran conocimiento de los políticos salvadoreños, del gobierno y de la oposición, y como embajador fue también muy apreciado por organizaciones populares.

El informe lo hizo suyo el Congreso de Diputados, y pienso que influyó en que el Gobierno salvadoreño decidiera hacer un amañado juicio a los militares que mataron por órdenes superiores. A ese juicio volvimos como observadores la misma comisión autora del informe.

La presencia en aquel simulacro de juicio fue muy impactante. Los militares (soldados, algún mando medio y el coronel Benavides) comparecían en uniforme de gala. El que estaba más cerca de mi sitio en las lecturas, era el que mató a las mujeres, que como se relataba en las lecturas de fiscales, mientras tomaba una cerveza Pilsen, incrustándoles, al disparar, el fusil en la vagina. Tenerlo delante de mí, separados por una simple barandilla, impávido mientras se leía en tres ocasiones el atestado, era repulsivo.

- La comunidad jesuítica dice que no es el actor principal del juicio. De hecho, son los familiares y asociaciones por los derechos humanos de España y de Estados Unidos. Creo que los jesuitas siempre quisieron cuidar no ser los protagonistas por este crimen terrible que les afectó a compañeros destacados; vivían muy desde dentro la permanente matanza de campesinos y de cualquier tipo de oposición que se daba en El Salvador. Sus muertos eran cinco entre cientos de miles masacrados por el ejército y las fuerzas del gobierno. Tenían que seguir denunciando los actores de la masacre a los pobres y opositores en general.

No se las causas por las que el juicio en España se hace ¡¡ 30 años !! después de la matanza. Supongo que la dificultad es la de juzgar en España a asesinos de otro país con mucho poder.

De hecho, en la sesión en la que estuve como testigo, 11 de junio, solo estaba uno de los acusados, alto mando militar a quien en esta ocasión solo lo vi de espaldas. Creo que piden para él 20 años por cada asesinado/a. Y porque el Partido Popular siempre se negó a utilizar la ley de aplicación a delitos por encima de las fronteras (después de su aplicación a Pinochet, de esa instancia legal, por el juez Garzón).

El militarismo, la guerra represiva, y la impunidad no era una característica de los militares y oligarcas salvadoreños autores de este crimen. Era una política general en toda Centroamérica, la misma que aplicaban en toda América del Sur contra toda protesta o movilización popular y, por supuesto, contra la lucha armada que surgió como último recurso contra la injusticia y el crimen.

En el caso de los jesuitas, el embajador de Estados Unidos y el presidente salvadoreño culparon a la guerrilla (Frente Farabundo Martí) de la matanza. Y el FBI y la CIA se negaron a entregar o informar de las pruebas que ellos habían recogido en el lugar del crimen.

El Pentágono de USA, ya desde la Trilateral, consideraba que era fundamental para mantener su explotación en el continente suramericano programar con todos los medios económicos y políticos, el exterminio de la teología de la liberación, uno de cuyos máximos promotores era Ellacuría.

Para mí, visitar la Universidad Centroamericana fue una experiencia única: no conocí ninguna institución universitaria que haya creado una formación universitaria de la mayor calidad técnica y de una absoluta orientación social para alumnos de las clases populares.

Los asesinados fueron:

Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López, Julia Elba Ramos y Celina Mariceth Ramos.

Manuel García Fonseca "Pole" es un veterano resistente antifranquista, profesor de filosofía y diputado de IU Asturies de 1986 a 1995.

Fuente:
http://causaarabeblog.blogspot.com/

miércoles, 10 de junio de 2020

_- En busca de justicia 30 años después: comienza la vista en la Audiencia Nacional por la matanza de jesuitas en El Salvador. Los compañeros de las víctimas creen que el proceso en España impulsará el iniciado en el país centroamericano.

_- Tras una batalla de más de 30 años, este lunes se sentarán finalmente en el banquillo de la Audiencia Nacional el excoronel Inocente Orlando Montano, exviceministro de Seguridad Pública de El Salvador, y uno de sus subordinados, acusados de participar en el “diseño” y “ejecución” de la matanza de los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, perpetrada en 1989 y entre cuyas víctimas se encontraban cinco españoles. Uno de ellos, el teólogo Ignacio Ellacuría. La Fiscalía pide una condena de 150 años de cárcel para el primero, y 5 para el segundo.

“Para nosotros, celebrar este juicio es un paso muy importante”, se sincera José María Tojeira, compañero de las víctimas y posterior rector de la UCA. “El proceso en España siempre ha tenido mucha repercusión en El Salvador y ha servido para reimpulsar aquí la causa contra otros presuntos autores intelectuales del asesinato, que actualmente se encuentra prácticamente parada”, relata el jesuita por teléfono, apenas un día antes de que arranque en la Audiencia Nacional la vista oral contra dos acusados por la matanza de hace tres décadas.

La Fiscalía y la Asociación Pro Derechos Humanos de España centran su acusación en el excoronel Montano, que entonces ocupaba el cargo de viceministro de Seguridad. Según el ministerio público, este reconocido miembro de La Tandona, una promoción de oficiales ultraderechistas que ocupó puestos clave en el Ejército, formó parte del grupo de autoridades que decidió y ordenó que los militares irrumpieran durante la madrugada del 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana, donde tirotearon a seis sacerdotes jesuitas —los españoles Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno; y el salvadoreño Joaquín López— y a la mujer e hija del guardián de la universidad, Elba y Celina Ramos. Son “los mártires de la UCA”, como los ha bautizado el propio centro docente, que recibió en 1990 el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por “su denodada defensa de la libertad” y “el diálogo”. “Supremos valores, en cuya defensa ha dado heroico testimonio el claustro de sus profesores”, destacó el jurado.

Montano, encarcelado en España desde 2017 después de que Estados Unidos lo entregara tras una ardua pelea judicial, fue señalado como uno de los autores intelectuales. El ahora septuagenario destacaba por sus arremetidas contra Ellacuría y sus compañeros, a los que acusaba de conexiones con “terroristas”. Como dijo el juez Manuel García-Castellón cuando lo envió a prisión a la espera de que se celebrase el juicio, el coronel utilizó la emisora de radio oficial del Estado para lanzar amenazas de muerte solo unos días antes del asesinato múltiple. Además, era miembro de “una estructura al margen de la legalidad, que alteró gravemente la paz pública con ejecuciones civiles y desapariciones forzosas”, añade la Fiscalía. A la investigación se han incorporado archivos desclasificados del Departamento de Estado, la CIA y el Departamento de Defensa de EE UU.

Ellacuría, nacido en Portugalete (Bizkaia) en 1930, se había convertido en una figura muy incómoda para el Gobierno y en la bestia negra de los grupos de ultraderecha que operaban en el país en plena guerra. Este comprometido teólogo de la liberación apostaba por el diálogo para lograr la paz entre la guerrilla revolucionaria del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el régimen.

“Requiere un gran coraje vivir en un país donde las armas de la muerte estallan con desesperada frecuencia en la más amenazadora de las proximidades”, denunciaba el jesuita unos días antes de su muerte, durante un viaje a España. “Estoy abrumado por el hecho terrorista. Estoy dispuesto a trabajar por la promoción de los derechos humanos. [...] Quisiera apoyar todo esfuerzo razonable para que prosiga el diálogo/negociación de la manera más efectiva posible”, escribía en una carta fechada en Salamanca el 9 de noviembre de 1989 y dirigida al ministro de la Presidencia, el coronel Juan Antonio Martínez Varela, donde le anunciaba su vuelta a El Salvador el día 13.

José María Tojeira cree que el juicio —en el que también se encuentra acusado Rene Yushsy Mendoza, un antiguo teniente del ejército salvadoreño y miembro del batallón Atlacatl, ejecutor de los asesinatos— servirá para reimpulsar la causa abierta en El Salvador contra otros cinco supuestos autores intelectuales de la matanza. “Aquí siempre ha habido muchas reticencias a investigar. Pero en 2016 logramos, gracias también a la presión internacional, que se declarara inconstitucional la ley de amnistía que lo impedía. Eso permitió reabrir la causa, que ahora mismo se encuentra casi parada”, apunta el jesuita, que añade: “Ha pasado mucho tiempo. Nosotros no tenemos problema de que, después de los juicios, se les puedan dar medidas de gracia por la edad. Creemos en la verdad y en la justicia para que no se repitan estos crímenes. Y también en el perdón”. 

https://elpais.com/espana/2020-06-07/en-busca-de-justicia-30-anos-despues-comienza-la-vista-por-la-matanza-de-jesuitas-de-1989.html

Justicia contra impunidad. El crimen de 1989 contra los jesuitas se inscribió en el clima de persecución de los poderes oligárquicos contra el cristianismo liberador.

El 16 de noviembre de 1989 el batallón Atlacatl, el más sanguinario del Ejército de El Salvador (Centroamérica), asesinó con premeditación, nocturnidad, alevosía e impunidad en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) a los jesuitas Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Juan Manuel Moreno, Joaquín López, Amando López e Ignacio Ellacuría, a Julia Elba Ramos, trabajadora doméstica, y a su hija Celina Ramos, de 15 años. Anteriormente, la UCA había sido objeto de cateos, ataques con bombas que destruyeron parte de las instalaciones, del material informático y de la documentación universitaria. Su rector, Ignacio Ellacuría, recibió numerosas amenazas de muerte que le obligaron a abandonar el país en repetidas ocasiones.

Los crímenes, que causaron una gran conmoción mundial, se inscribían en el clima de persecución de los poderes oligárquicos, el Gobierno, el Ejército, la Guardia Nacional y los escuadrones de la muerte, todos coaligados, contra el cristianismo liberador de El Salvador, formado por las comunidades de base, un sector del clero del lado de las organizaciones populares y los teólogos y científicos sociales de la UCA que educaban al alumnado y a la ciudadanía en una conciencia crítica al servicio de las mayorías populares bajo la guía de la teología de la liberación.

Los jesuitas estaban comprometidos en el trabajo por la justicia en una sociedad estructuralmente injusta, en la lucha por los derechos humanos en un país donde se transgredían sistemáticamente, en la defensa de la vida de quienes la tenían más amenazada, y en el trabajo por la paz a través de la no violencia activa en medio de la violencia institucional.

La persecución se producía con el silencio cómplice del Vaticano bajo el pontificado de Juan Pablo II, y de su principal ideólogo el cardenal Ratzinger, quienes acusaron a los teólogos de la UCA de abrazar el marxismo acríticamente, haber creado división en la Iglesia salvadoreña e incluso legitimar la violencia.

En la represión contra la Iglesia de los pobres había sido asesinado antes por la Guardia Nacional el jesuita Rutilio Grande, junto con el campesino Manuel Solórzano y el joven Nelson Rutilio Lemus, por haber contribuido a despertar la conciencia del campesinado en la defensa de sus derechos; monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, por sus sistemáticas denuncias de la violación de los derechos humanos y de las masacres contra poblaciones enteras; cuatro religiosas estadounidenses por su opción en favor de los sectores más vulnerables de la sociedad; y líderes de comunidades de base y activistas de los derechos humanos.

Las personas asesinadas pusieron en práctica la máxima de Epicuro: “Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia del ser humano”. Hicieron realidad el verso del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”. Y pusieron en práctica el principio-compasión con las víctimas formulado por Jesús de Nazaret: “Misericordia quiero, no sacrificios”. Como dijera Ignacio Ellacuría, “no lucharemos por la justicia sin pagar un precio”. Y bien caro que lo pagaron.

Durante más de treinta años, los crímenes de aquella fatídica madrugada de noviembre de 1989, decididos por el Estado Mayor del Ejército salvadoreño y ejecutados por el Batallón Atlacatl, han quedado impunes. Hace más de diez años la Asociación Pro Derechos Humanos (APDHE) y la familia de Ignacio Martín-Baró interpusieron una querella contra los responsables de tamaños crímenes para que se hiciera justicia a las víctimas y al pueblo salvadoreño. Tras una investigación judicial compleja, se inicia este lunes el juicio en la Audiencia Nacional contra Inocente Orlando Montano, coronel y viceministro de Seguridad Pública entonces, acusado de asesinato y terrorismo cometidos en el contexto de crímenes internacionales. El proceso será dirigido por los abogados Almudena Bernabéu y Manuel Ollé en nombre de la APDHE y de las víctimas.

Estamos ante un día histórico ya que se abre el camino para terminar con tan larga impunidad, buscar la verdad, hacer justicia a las víctimas y rehabilitarlas en su dignidad negada por tantos años de olvido judicial.

Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor, con José Manuel Romero, de Ignacio Ellacuría, Teología, filosofía y critica de la ideología (Anthropos).

https://elpais.com/espana/2020-06-07/justicia-contra-impunidad.html

viernes, 6 de diciembre de 2019

_- Ellacuría y el testimonio de la filosofía de vida.

_- Agustín Ortega Cabrera
Rebelión

Se ha dicho muy bien que se entiende mejor la obra de un autor, y con más razón tratándose de un filósofo, si se une a lo que fue su vida. En Ignacio Ellacuría, uno de los conocidos como jesuitas mártires de la UCA, al que rendimos memoria por el Día Mundial de la Filosofía en el 30 aniversario de su martirio, se da en forma luminosa esta unión de obra y vida. En este sentido, en nuestras actividades académicas y formativas, por esta semana de conmemoración del 30 aniversario del martirio de los queridos Ellacuría y jesuitas de la UCA, estuvimos presentando el libro “Ellacuría en las fronteras”, editado por la Universidad Jesuita Ibero de México. En dicha publicación soy coautor y hago un capitulo con el título: “Filosofía de la acción-formación social en el horizonte de la espiritualidad. Claves desde Ellacuría, Martín-Baró y los jesuitas mártires de la UCA”. Hicimos esta presentación en algunos centros universitarios de Lima, donde actualmente realizo mi misión en América Latina y soy profesor e investigador.

Tal como muestra uno de conocedores, A. González, es “la forma socrática de filosofar y de ser filósofo, la primera clave para aproximarnos a la obra de Ignacio Ellacuría. Parafraseando a Zubiri, podríamos trazar un paralelo con Sócrates diciendo que lo característico de la labor intelectual de Ellacuría no consiste tanto en haber puesto la praxis histórica de liberación en el centro de sus reflexiones filosóficas, sino en haber hecho de la filosofía un elemento constitutivo de una existencia dedicada a la liberación”. De forma similar a otros pensadores y filósofos, además del propio Sócrates como E. Mounier y S. Weil e incluso ese maestro que fue L. Milani, Ellacuría aprehendió el pensamiento en unidad inseparable con la acción, con la praxis y compromiso solidario por la justicia con los pobres, oprimidos y víctimas de la historia. Una filosofía al servicio de la vida y promoción liberadora e integral de las personas, los pueblos y los excluidos frente a la violencia estructural del mal, desigualdad e injusticia social (global), la violencia represora y personal; con un compromiso claro por el dialogo, la reconciliación, la no violencia, la paz, la libertad e igualdad.

Es esa inteligencia social e histórica desde una filosofía honrada con lo real, empleando las mediaciones socio-analíticas como son las ciencias sociales, que se hace cargo de la realidad analizándola críticamente en sus posibilidades, capacidades y estructuras con sus poderes o dominaciones; que carga con la realidad en esa inteligencia ética de la compasión, asumiendo solidariamente el sufrimiento de los pueblos crucificado que son siempre el signo de los tiempos, en una hermenéutica histórica de la realidad "passionis". Y se encarga de la realidad, con la inteligencia que se hace praxis liberadora de los pueblos crucificados para bajarlos de la cruz, en la opción por los pobres como sujetos de su liberación integral.

En esta línea, sigue afirmando González, que “Ellacuría mostró con su vida (y - ¿por qué no decirlo? - también con su muerte) que la función social de la filosofía no es primeramente una función académica, y mucho menos una función legitimadora de uno u otro poder, sino -al menos como posibilidad- una función liberadora. Y que esta función liberadora no consiste en primera línea en la trasmisión de una determinada filosofía, de una determinada tradición o de unos determinados conocimientos filosóficos, sino, como también fue el caso de Sócrates, en una tarea mayéutica y crítica…, en un sentido más cercano a la expresión original griega maieúomai (ayudar en el parto, desatar). Pues se trata de acompañar filosóficamente la difícil hora histórica de los pueblos del Tercer Mundo, situándose parcialmente del lado de quienes tratan de impedir que triunfe la muerte y del lado de la nueva vida que, a pesar de todas las dificultades, pugna por nacer”.

Ellacuría comprende el para qué de la filosofía en su función liberadora, a la búsqueda del verdadero ser y sentido en la realidad promoviendo la vida, la libertad y la justicia liberadora con los pobres con una tarea "desideologizadora" de lo real. Se trata de buscar la verdad que es aprisionada por la injusticia (Rm 1, 18), desenmascarando a los ídolos de muerte que niegan la vida de los pueblos y de los pobres. Liberarnos de las idolatrías de la riqueza-ser rico, del capital, poder y la violencia estructural para que las mayorías populares (empobrecidas) tengan ser, vida y vida en abundancia (Jn 10, 10); frente a la nada, el no ser, que padecen los pueblos crucificados. La realidad estructural con su dinamismo, en su unidad de naturaleza e historia, de inter-relaciones de los seres humanos con el mundo, se convierte en praxis social e histórica. Empleando el método de "historización" de las claves filosóficas, como es la justicia con los derechos humanos en la opción por los pobres, para que sean verificados en la realidad histórica. De esta forma, se desvela la mentira ideológica que niega la vida y la liberación integral de la humanidad.

En oposición a esos falsos dioses de la civilización del capital y de la riqueza, para revertir la historia y lanzarla en otra dirección, Ellacu contrapone la civilización del trabajo y la pobreza. Esto es, la dignidad de las personas trabajadoras y la humanización del mundo social e histórico, con una economía al servicio de la vida y las necesidades de los pueblos, que nos libera del lucro y del beneficio-capital como motor de la historia. Y ello en la civilización de la pobreza, con la solidaridad compartida como sentido de la historia en lo real desde esos “pobres con espíritu”. La existencia solidaria de compartir la vida, los bienes y la lucha por la justicia con los pobres que nos libera de las esclavitudes del tener, poseer e ídolo de la riqueza-ser rico.

Tal como afirma Ellacuría, es “una filosofía hecha desde los pobres y oprimidos, en favor de su liberación integral y de una liberación universal que, en su autonomía, puede ponerse en el mismo camino por el que marcha el trabajo en favor del reino de Dios, tal como se prefigura en el Jesús histórico”. Para Ellacuría la historia tiene sentido en “forma utópica y esperanzadamente: creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”. La realidad histórica, en su dinamismo estructural, está abierta a la trascendencia y esperanza, al Dios trascendente en lo real e histórico. El sentido de la utopía profética y la esperanza en “ese futuro siempre mayor, más allá de los futuros histórico, donde se avizora el Dios salvador, el Dios liberador” (Ellacuría).

Agustín Ortega Cabrera (España), misionero canario laico, es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología ULPGC). Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía, Teología y Moral, Doctor en Humanidades y Teología (UM). Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.

viernes, 10 de mayo de 2019

La Fiscalía pide 150 años de cárcel para un coronel salvadoreño implicado en el asesinato de Ellacuría

Inocente Montano participó en el "diseño y ejecución" de la matanza de seis jesuitas en 1989.*

Madrid 10 MAY 2019

La Fiscalía de la Audiencia Nacional ha pedido para el coronel Inocente Orlando Montano 150 años de cárcel por su participación en el asesinato en noviembre de 1989 en El Salvador del rector de la Universidad Centroamericana (UCA), el jesuita vasco Ignacio Ellacuría, y de otros cinco sacerdotes pertenecientes a esta orden religiosa, cuatro de ellos españoles.

El ministerio público solicita para Montano 30 años de prisión por cada uno de los “cinco asesinatos terroristas” de los religiosos españoles y la privación de todos los honores militares, según un escrito al que ha tenido acceso EL PAÍS.

Montano era en 1989 viceministro de Seguridad Pública de El Salvador. Insigne miembro de La Tandona, promoción de una veintena de oficiales ultraderechistas que ocupó puestos clave en el Ejército, el mando se hizo célebre por su fiereza contra los jesuitas, a los que atribuía conexiones terroristas. "Los jesuitas están plenamente identificados con los movimientos subversivos", llegó a clamar Montano días antes del 16 de noviembre de 1989.

Un grupo de militares salvadoreño asesinó esa madrugada a Ellacuría. Filósofo y teólogo de la liberación, el religioso se había convertido en un personaje perturbador para la dictadura. Sus posiciones proclives al diálogo y su voluntad para alcanzar la paz entre la guerrilla revolucionaria del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el Ejecutivo situaron al cura en la mirilla de los cenáculos más reaccionarios del Gobierno controlado por la formación Alianza Republicana Nacionalista.

Montano fue uno de los cinco coroneles considerados clave en el caso. El mando actuó bajo las órdenes del entonces jefe del Estado Mayor René Emilio Ponce, fallecido en 2014.

El ministerio público solicita también cinco años de prisión menor para el teniente René Yusshy Mendoza, miembro del batallón Atlacatl, grupo encargado de ejecutar la matanza.

La Fiscalía considera que Mendoza “ha colaborado activamente con la investigación” y “tenía notablemente disminuida su capacidad” porque la desobediencia a las órdenes del Estado Mayor podía suponer riesgo para la vida.

Montano, hoy con 76 años, “participó en la decisión, diseño y ejecución de los asesinatos”, según el escrito presentado por la Fiscalía al Juzgado Central de Instrucción número 6 de la Audiencia Nacional. El documento estima que el procesado constituyó “una estructura al margen de la legalidad, que alteró gravemente la paz pública […] con ejecuciones civiles y desapariciones forzosas”.

La Audiencia Nacional abrió la causa por la matanza de los jesuitas en 2011 en virtud del principio de justicia universal. EE. UU., donde Montano aterrizó en 2001 con documentación falsa, entregó al coronel a España en 2017. El juez envió en noviembre de ese año a Montano a prisión por su participación en el plan que culminó con el asesinato de Ellacuría y de los jesuitas españoles Ignacio Martín Baró, Segundo Montes Mozo, Armando López Quintana y Juan Ramón Moreno Pardo.

Con documentos desclasificados de EE. UU., la investigación judicial estima que Montano fue testigo del momento en el que el coronel y ministro de Defensa René Emilio Ponce ordenó a su subordinado Guillermo Alfredo Benavides asesinar a Ellacuría y no dejar testigos.

Días antes de la matanza, el Ejército había orquestado una campaña de desprestigio contra los jesuitas vinculados a la Universidad Centroamericana (UCA), según la Fiscalía. “A Ellacuría se le acusó en repetidas ocasiones de ser uno de los principales consejeros y estrategas del FLMN […]. Los jesuitas eran extranjeros enviados por España para recolonizar el país, eran líderes de hordas terroristas”, sostiene el ministerio público en un escrito firmado por Teresa Sandoval.

El viceministro de Defensa Juan Orlando Zepeda alegó incluso que los sacerdotes fueron cómplices del asesinato del fiscal general de El Salvador. “El enemigo está entre nosotros. Debe ser identificado y denunciado. Por tanto, por tanto, vamos a tomar la decisión final para resolver esta situación”.

https://elpais.com/internacional/2019/05/09/actualidad/1557420850_050890.html

* Hace ya 30 años del asesinato, la justicia tan lenta no es justicia, es lo mínimo que se puede decir.

Estos jesuitas lo que hicieron es ponerse del lado de la justicia, del pueblo, de la verdad, la luz, la bondad, la humanidad, el bien, la educación, el conocimiento, el saber, la ciencia, la liberación, la libertad, la alegría.

Los militares se situaron del lado de la injusticia, los poderosos, represión, el crimen, la mentira, la explotación, la violencia, la tortura, la maldad, la dominación, el sufrimiento, el mal, el oscurantismo, la ignorancia, la manipulación, la alienación, la esclavitud, la servidumbre...

viernes, 23 de febrero de 2018

Henry Giroux: El neoliberalismo y el asedio a la educación superior




Desde hace varias décadas Henry Giroux viene denunciando el auge y despliegue de lo que hoy podemos denominar el autoritarismo del siglo XXI. La consumación de un proceso originado a partir de la reestructuración total del poder por parte de las élites norteamericanas, cuyo eje central y estratégico es el ataque directo sobre las instituciones fundamentales para la democracia y el control pleno sobre ellas.

En parte, este proyecto surge como respuesta a la ola democratizadora que afectó significativamente a mediados del siglo pasado los Estados Unidos. La amenaza que supuso esta fuerza democratizadora al poder y privilegios de los grupos hegemónicos empresariales, les hizo tomas consciencia de la urgente necesidad de transformar la política en una cuestión privada, que debía tener lugar al margen de los ciudadanos. Este es uno de los principales rasgos del nuevo autoritarismo; la conformación de un tipo de estado fundido y dominado completamente por el minoritario grupo empresarial dominante que concibe a sus propios ciudadanos como enemigos y ve con urgencia la necesidad de despolitizarlos, convirtiéndolos en meros consumidores, mediante la imposición de una propaganda que hace concentrar la atención sobre las cosas más superficiales. Lo que Chomsky ha llamado una “filosofía de la futilidad” (Chomsky, 2004, p.203).

En buena medida uno de los principales blancos de ataques han sido las universidades, las cuales tienen una enorme importancia, en tanto dispositivos culturales, en la configuración de los deseos, las identidades, el accionar de los sujetos y la creación de imaginarios. Henry Giroux, uno de los más destacados críticos culturales y representante de la pedagogía radical norteamericana, pone el acento a lo largo de su vasta obra, sobre el peligro que acecha a las universidades, y a la educación pública en general. El curso de los acontecimientos no ha hecho hasta ahora más que confirmar sus “predicciones”.

La actual etapa de capitalismo neoliberal se caracteriza por un constante ataque hacia la democracia, y consecuentemente hacia sus instituciones fundamentales (Giroux, 2015a, p. 16). Las raíces de este ataque tienen que ver con el peligro que la democracia le representa al poder. Hay que hacer notar que en una democracia verdadera la opinión pública tiene peso e incide directamente sobre las decisiones del gobierno. Por esta razón a los poderosos nunca les ha gustado la democracia pues implica restarles poder y ponerlo en manos de la población mayoritaria.

Hoy en día el poder de las corporaciones alcanza niveles apenas imaginables hace algunas décadas. Esto no es más que la culminación de un proceso que inició aproximadamente en la década de los 60 la cual estuvo marcada por un enorme activismo social y expansión democrática. Ello movió a las élites estadounidenses a poner en marcha un ambicioso plan para contener lo que llamaron un “exceso de democracia” (Giroux, 2006, p. 18). Ante la ausencia de propuestas alternativas definitorias de los conceptos básicos constitutivos de un discurso progresista, fue tomando fuerza creciente un discurso público cuyo pilar era la ausencia de ciudadanía crítica y un patriotismo despojado de las notas emancipatorias propias de la democracia. En la práctica, este discurso ha derivado en una serie de agresiones militares externas y en la militarización interna de la sociedad norteamericana (Giroux, 2006, p. 15). Mediante la amnesia total respecto del importante papel que históricamente ha jugado la lucha popular en la historia de la democracia, ha tenido lugar una deconstrucción de la noción de ciudadanía y, con ello, la subordinación de las libertades individuales a la seguridad nacional y el orden interno. Bajo este esquema las universidades, la prensa independiente y los movimientos sociales se conciben como un peligroso desafío a la autoridad gubernamental (Giroux, 2006, p. 18). Es fácil entender la necesidad imperiosa sentida por los dueños de la sociedad estadounidense para lanzar la ofensiva en contra de las instituciones fundamentales encargadas de limitar el sufrimiento de los más débiles. La crisis que vive actualmente la educación superior debe verse enmarcada en esta crisis mayor de la democracia (Giroux, 2015a, p. 16).

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Marlon Javier López es profesor de filosofía en la Universidad de El Salvador (UES)

martes, 12 de diciembre de 2017

Un halo de justicia en la matanza de los jesuitas españoles en El Salvador. Estados Unidos extraditará a España a uno de los militares que participaron en la masacre de seis sacerdotes, entre ellos Ignacio Ellacuría.

La madrugada del 16 de noviembre de 1989 un grupo de militares salvadoreños irrumpió en la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador. Ordenaron a seis sacerdotes y dos mujeres que salieran al jardín. Que se acostaran boca abajo. Al día siguiente, aparecieron muertos. Ignacio Ellacuría, rector de la institución y firme opositor al Gobierno, era una de las víctimas. 28 años después, se abre un halo de esperanza para que se haga justicia.

El homenaje que cada año se realiza en honor de los fallecidos iba a pasar casi desapercibido, pero desde Estados Unidos llegó una de las noticias más esperadas: el Tribunal Supremo ha dado luz verde esta semana a la extradición a España del excoronel Inocente Orlando Montano, tras rechazar su petición de permanecer en Estados Unidos, donde llegó, con documentación fraudulenta, en 2001, y donde trató de vivir desapercibido. Montano, que cumplía condena por fraude migratorio, es uno de los 17 militares salvadoreños sobre los que pesa una orden de detención solicitada por el juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco.

“Nos muestra que en Estados Unidos las cosas funcionan mejor que en nuestro país y son más respetuosos de sus propias leyes y acuerdos internacionales”, ha celebrado el actual rector de la UCA, Andreu Oliva, quien ha asegurado que la extradición es “cuestión de tiempo”. La institución prepara ahora una solicitud para reabrir la causa penal, después de que el Constitucional anulase una ley de amnistía el pasado año, que bloqueaba cualquier intento de reabrir el proceso. El juicio, celebrado en 2012, dejó solo dos condenados.

Montano era viceministro de Seguridad Pública [Defensa] en el momento de la matanza. A sus 74 años, es el primer militar salvadoreño que responderá en España por el asesinato de Ignacio Ellacuría y sus compañeros, los también sacerdotes españoles Armando López, Juan Ramón Moreno, Segundo Montes e Ignacio Martín. El cura salvadoreño asesinado era Joaquín López; las dos mujeres, Elba Julia Ramos y su hija Celina. Montano ha tratado en vano de frenar su extradición argumentando problemas de salud.

Según documentos judiciales de la época, Montano había participado en una reunión con el coronel René Ponce, quien encargó al batallón el asesinato de los curas, una versión que ha sido, no obstante, contradicha por algunos militares. De lo que no hay duda es que durante la Guerra Civil de El Salvador, Montano dirigió uno de los batallones más sanguinarios que combatió al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Montano salió de El Salvador en 2001. Viajó a Estados Unidos y se acogió al Estatus Temporal de Protección (TPS, en sus siglas en inglés). Para ello, utilizó documentación falsa, en tanto ocultó su pasado como militar para no levantar sospechas. Durante 10 años vivió cerca de Boston, hasta que fue detenido.

El aniversario de la matanza coincide con la visita a El Salvador del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, quien se refirió al crimen, casi tres décadas después. "Me he sentido conmovido por la historia de los jesuitas en El Salvador y la búsqueda de la verdad, la justicia, reparación y no repetición", aseguró Zeid Ra'ad.

https://elpais.com/internacional/2017/11/17/actualidad/1510911238_303442.html

sábado, 19 de agosto de 2017

Se cumplen cien años del nacimiento del arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980 por “escuadrones de la muerte”. Monseñor Romero: cura de los pobres, víctima de los paramilitares.

Enric Llopis

El 24 de marzo de 1980 le abatió un francotirador, de un disparo en el corazón, mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital Divina Providencia de San Salvador. El asesinato de Óscar Arnulfo Romero perpetrado por “escuadrones de la muerte” no sólo representó uno de los grandes ejemplos de la barbarie ultraderechista, sino que abrió el camino a la guerra sostenida en El Salvador entre 1980 y 1992, con decenas de miles de muertos y desaparecidos. El pasado 15 de agosto se cumplió el centenario del nacimiento de Monseñor Romero.

Las palabras de su última homilía dominical, un día antes del asesinato, se han repetido en infinitos medios: “En nombre de Dios, en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, que cese la represión”. Pero no ocurrió así. Una semana después del magnicidio, durante los funerales de Romero estalló una bomba frente a la catedral de San Salvador, donde se congregaban entre 50.000 y 100.000 personas según las fuentes. A la explosión siguieron disparos, atropellamientos, heridos y muertos. El Informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, publicado en 1993, refiere entre 27 y 40 víctimas mortales y más de 200 heridos.

Nacido en Ciudad Barrios (departamento de San Miguel) el 15 de agosto de 1917, ordenado sacerdote en Roma y arzobispo de San Salvador desde febrero de 1977, este cura vinculado a los pobres denunciaba en las homilías las violaciones de los derechos humanos. En la misa del 23 de marzo hizo mención a un reciente paro laboral en el área metropolitana de San Salvador, organizado por la Coordinadora Revolucionaria de Masas; fundada en enero de 1980, en la Coordinadora se integraban organizaciones como el Frente de Acción Popular Unificada, el Bloque Popular Revolucionario o el Movimiento de Liberación Popular.

El paro contó con notable seguimiento en la ciudad y en el campo, pero el Gobierno respondió -entre otras medidas- con los patrullajes urbanos y el tiroteo de la Universidad de El Salvador; Monseñor Romero explicó al auditorio de feligreses que al menos diez obreros resultaron muertos en las fábricas por la protesta y tres trabajadores de la Alcaldía aparecieron sin vida, tras resultar detenidos por la Policía de Hacienda. El mismo día, agregó Óscar Arnulfo Romero, se produjeron otras muertes, entre 60 y 140 según las fuentes. “El paro representó un avance en la lucha popular y fue una demostración de que la izquierda puede paralizar la actividad económica del país”. Ciertamente la Coordinadora cometía errores, explicó el arzobispo, pero ello se debe a que son “perseguidos, masacrados y dificultados en sus labores de organización”.

El 17 de febrero de 1980 Romero dio cuenta de una carta que le dirigió a James Carter, presidente demócrata de los Estados Unidos entre 1977 y 1981. En la misiva señalaba su preocupación por el hecho de que la presidencia estadounidense pudiera apoyar la “carrera armamentista” en El Salvador con asesores y equipos militares; según informaciones periodísticas, se trataría de entrenar a tres batallones en logística, comunicaciones e inteligencia. El religioso afirmaba que las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad salvadoreños “en general sólo han recurrido a la violencia represiva, produciendo un saldo de muertos y heridos mucho mayor que los regímenes militares recién pasados”. Pero aclaró que no estaba en contra de la institución de las Fuerzas Armadas.

El nueve de marzo, en otra de las homilías, el discurso de Romero fue todavía más directo. Las víctimas, que aumentaban a diario, mostraban el objetivo de “extinción violenta de todos aquellos que no estén de acuerdo, desde la izquierda, con las reformas propuestas por el Gobierno y propiciadas por Estados Unidos”. Entre otros ejemplos, el estudiante Rogelio Álvarez, quien murió tras las torturas y ser detenido “ilegalmente” por civiles. O el profesor José Trinidad Canales, acribillado a balazos; o los cuatro campesinos muertos, tras un ataque militar, en Cinquera (departamento de Cabañas). Además de la nómina de represaliados, también Óscar Arnulfo Romero reprodujo sus palabras ante el pontífice Woktyla: “En mi país es muy peligroso hablar de anti-comunismo porque el anticomunismo lo proclama la derecha, no por amor a los sentimientos cristianos sino por el egoísmo de cuidar sus intereses egoístas”.

En mayo de 1980 el militar Roberto D’Aubuisson fue apresado en una finca, junto a un grupo de militares y civiles por la presunta responsabilidad en el crimen. El informe de la Comisión de la Verdad señala a D’Aubuisson, exmayor y fundador en 1981 del partido derechista ARENA (Alianza Republicana Nacionalista), como sujeto que dio la orden de asesinar a Romero. Vinculado al paramilitarismo y a los “escuadrones de la muerte”, fue presidente de la Asamblea Constituyente de El Salvador en 1983 y diputado de la Asamblea Legislativa durante siete años. En el registro se hallaron armas y documentación que implicaban al grupo con la muerte de Óscar Romero y la financiación de los “escuadrones”.

Sin embargo, el informe resalta que ni D’Aubuisson ni sus cómplices fueron llevados ante el poder judicial. Que el intento de asesinato del juez Atilio Ramírez Amaya, asignado para la investigación judicial, tenía como fin que no se resolviera el caso. O que la Corte Suprema de El Salvador desempeñó un rol activo en impedir la extradición desde Estados Unidos del excapitán Saravia, otro de los militares implicados (en mayo de 2017 un tribunal de El Salvador reabrió el proceso contra Saravia, único acusado por el crimen del arzobispo; se anuló de este modo el sobreseimiento judicial ordenado en 1993). Tampoco los policías que en su día se personaron en la capilla, donde se produjo el magnicidio, mostraron diligencia alguna en la recopilación de pruebas.

El nueve de marzo de 1980 monseñor Romero dedicó el ritual a la evocación de Mario Zamora Rivas, Procurador General de Pobres asesinado el 22 de febrero. Al día siguiente se encontró tras el púlpito un maletín con una bomba, que no estalló. La derecha en todas sus variantes, gubernamental, civil y militar, tenía a Óscar Arnulfo Romero en el punto de mira. Era un “subversivo”. El informe de la Comisión de la Verdad recoge artículos de prensa que se hacen eco de estas acusaciones. Así, en un artículo del periódico derechista “El diario de Hoy” de El Salvador (febrero de 1980) se le califica como un arzobispo “demagogo y violento, que estimuló desde la catedral la adopción del terrorismo”; en otro texto del mismo periódico se dice que es conveniente “que la Fuerza Armada empiece a aceitar sus fusiles”.

Cuando se produjo el asesinato de Romero, regía los destinos del país la Segunda Junta de Gobierno, con el coronel Arnaldo Majano como presidente; le sucedió en la presidencia José Napoleón Duarte, a partir de diciembre de 1980, con quien empezó a caminar la Tercera Junta de Gobierno. A finales de 1980 se formó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

¿En qué contexto se produjo el asesinato de Romero? La Comisión de la Verdad registró más de 22.000 denuncias de violencia “grave” entre enero de 1980 y julio de 1991, de las que más de un 60% correspondían a ejecuciones extrajudiciales, el 25% a desapariciones forzadas y en el 20% de los casos se denunciaron también torturas. El 85% de los testimonios imputaron las violaciones de derechos humanos a agentes del estado, “escuadrones de la muerte” y paramilitares. Socorro Jurídico Cristiano “Arzobispo Óscar Romero” contabilizó la muerte de 7.916 campesinos en 1981. La Comisión No-Gubernamental de Derechos Humanos de El Salvador informó en noviembre de 1981 de que en el lugar conocido como “El Playón”, podían visibilizarse las masacres, detenciones arbitrarias y desapariciones de los últimos meses: allí se habían arrojado los cadáveres de más de 400 personas. La Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES) dio cuenta de la ejecución de 136 maestros en el primer semestre de 1981.

Socorro Jurídico Cristiano “Arzobispo Óscar Romero” denunció el número de víctimas entre la población civil. 11.903, en 1980; otras 16.266 en el año 1981; y 5.962 víctimas, en 1982. Pero además de los balances estadísticos, es posible trazar un memorial de las masacres. En la de El Calabozo (agosto 1982), en el departamento de San Vicente, el ejército asesinó a más de 200 personas con el pretexto de “limpiar” la zona de guerrilleros. En el caserío El Mozote del departamento de Mozarán (diciembre de 1981) la cifra de campesinos asesinados podría alcanzar los 900; y en la masacre de Sumpul (Chalatenango), en mayo de 1980, el ejército de El Salvador y grupos paramilitares abatieron a no menos de 300 civiles desarmados (unos meses después el presidente José Napoleón Duarte afirmó que se trataba de “guerrillas comunistas”). Óscar Arnulfo Romero pensaba de otro modo: “Éste es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana”.

La muerte de Romero no fue la única sufrida por religiosos. En diciembre de 1980 fueron violadas y asesinadas por agentes de la Guardia Nacional de El Salvador tres monjas norteamericanas y una misionera laica. En “El miedo a la democracia” (Crítica, 1991), el lingüista y politólogo Noam Chomsky afirma que los medios de comunicación en intelectuales “ignoraron en gran medida el asesinato del arzobispo Romero, que no mereció siquiera un editorial en The New York Times”. Chomsky reproduce las informaciones del sacerdote católico Daniel Santiago en la revista jesuita América, sobre las acciones de la Guardia Nacional salvadoreña y el efecto del adiestramiento militar por parte de Estados Unidos; por ejemplo, una mujer campesina que encontró, al retornar al hogar, a su madre, hermana y tres hijos decapitados. Úteros extirpados con los que se cubrían las caras de las víctimas o genitales mutilados e introducidos en la boca, se utilizaban como estrategia de intimidación.

El intelectual estadounidense recuerda el panorama siniestro de la época: fuerzas armadas que iniciaban la recluta a partir de los 13 años, y enseñaban rituales de las SS, incluidas las violaciones. Además, en ocasiones “el partido ARENA en el gobierno denominaba ‘ejército de salvación nacional’ a los escuadrones de la muerte; los miembros de este partido (incluyendo al presidente Cristiani) prestaban juramento de sangre al ‘líder vitalicio’, Roberto D’Aubuisson”, explica Chomsky. Casi una década después de la muerte de Óscar Romero, militares salvadoreños asesinaron en la sede de la Universidad Centroamericana en San Salvador a Ignacio Ellacuría y otros cinco jesuitas, además de una trabajadora del centro y su hija.

lunes, 14 de diciembre de 2015

El precio del coraje. Nunca quiso abandonar su país. Le ha expulsado la sombra de sus asesinos. Ese ha sido el precio de su decencia

ALMUDENA GRANDES
La memoria no tiene que ver con el pasado. La memoria es una pieza fundamental para construir el presente de una sociedad, una exigencia imprescindible para afrontar el futuro.

El 16 de noviembre de 1989 un grupo de soldados armados entraron por la noche y a la fuerza en la casa de la comunidad jesuita de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador. Eran miembros del denominado Batallón Atlácatl, un grupo de asalto de élite fundado en 1980 en la Escuela Militar de las Américas, creada por iniciativa del ejército de los Estados Unidos de América con sede en Panamá. El Batallón Atlácatl, bautizado así en honor de un legendario guerrero cusclateco cuya existencia nunca se ha podido demostrar, se alzó con una sangrienta y merecida reputación criminal a lo largo de la guerra civil que azotó El Salvador en los años ochenta. Su mayor hazaña militar, su victoria más famosa, consistió en asesinar a sangre fría a seis jesuitas, cinco españoles y un salvadoreño, profesores de la Universidad, y a dos mujeres, la que limpiaba y guisaba para ellos y su hija de 16 años, que decidieron quedarse aquella noche a dormir allí porque les dio miedo volver a su casa mientras los combates entre el ejército y la guerrilla se libraban ya en el centro de la ciudad.

Los jesuitas de la UCA, referentes de la Teología de la Liberación en Centroamérica, estaban formalmente amenazados de muerte desde el 12 de marzo de 1977. El rector de la Universidad, Ignacio Ellacuría, prestigioso teólogo, intelectual respetado en dos continentes, vizcaíno de nacimiento pero naturalizado salvadoreño, estaba en España en esas fechas. Podría haberse quedado aquí, pero volvió a El Salvador en 1988 para seguir trabajando por la paz, mediando entre la guerrilla y el presidente Alfredo Cristiani, amigo personal suyo, como había sido amigo suyo Óscar Romero, arzobispo metropolitano de San Salvador, que luchó por los derechos humanos hasta que le asesinaron de un balazo mientras celebraba una misa, en 1980.

Todo esto es historia. Los soldados llegaron, Ellacuría salió a su encuentro, les pidió que sólo le mataran a él, y le mataron, y luego mataron a sus compañeros, uno, dos, tres, cuatro, cinco hombres más, y mataron a una mujer, y mataron a su hija, casi una niña. Los asesinos sembraron el escenario del crimen de pruebas falsas, destinadas a incriminar a la guerrilla, antes de escapar. Casi todos fueron muriendo después, también ellos uno a uno, para que no pudiesen arrepentirse, contarle a nadie lo que habían hecho. Todo esto es historia, y que como ya no existían los autores materiales, nunca llegó a celebrarse un juicio en El Salvador.

Pero la memoria no tiene que ver con el pasado, sino con el presente. En los últimos años, mi amigo Jorge Galán ha escrito una novela sobre la matanza de los jesuitas, sobre la maldición de la violencia que sigue destrozando El Salvador, sobre la impunidad de los autores intelectuales de aquella matanza, los mandos militares que dieron la orden y han seguido viviendo sus plácidas vidas de privilegiados sin pagar jamás por lo que hicieron. Noviembre se publicó hace sólo unas semanas. Es un libro tan valiente como sus personajes, porque su autor lo es, porque siente que no podía honrar la memoria de Ignacio Ellacuría, de Joaquín López y López, de Armando López, de Ignacio Martín-Baró, de Segundo Montes, de Juan Ramón Moreno, sino desde la verdad, desde el coraje que a ellos, y a Elba Ramos, y a su hija Celina, les costó la vida.

Noviembre se publicó hace sólo unas semanas. Inmediatamente después, Jorge Galán se ha convertido en un personaje de su novela. Más de 25 años después de aquel crimen, las redes sociales hierven en amenazas de muerte escritas con las mismas palabras, los mismos adjetivos que Ellacuría y sus compañeros merecieron entonces. Hace sólo unos días, cuando salía de su casa, un coche se paró a su lado y el conductor le llamó por su nombre, le dijo que sabía dónde vivía, adónde iba, se abrió la americana, le enseñó una pistola.

Ahora, Jorge está en Madrid. Ha venido para pedir asilo político y no sabe cuánto tiempo pasará hasta que pueda volver a su país, ese pequeño paisito que él nunca quiso abandonar, por muchas oportunidades que tuviera para hacerlo, y del que ahora le ha expulsado la sombra de unos asesinos. Ese ha sido el precio de su coraje, de su decencia.

Pero la memoria es la clave del presente.

No hay futuro sin memoria, y él lo sabe.

http://elpais.com/elpais/2015/12/07/eps/1449516106_474460.html

domingo, 16 de noviembre de 2014

Ellacuría vive. La influencia del filósofo y teólogo se mantiene en su obra 25 años tras su asesinato

"Ellacuría debe ser eliminado y no quiero testigos". Fue la orden que dio el coronel René Emilio Ponce al batallón Atlacatl, el más sanguinario del ejército salvadoreño. La orden se cumplió la noche del 16 de noviembre de 1989 en que fueron asesinados con premeditación, nocturnidad y alevosía seis jesuitas y dos colaboradoras, madre e hija, Elba y Celina, esta de 15 años en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, de San Salvador (UCA). Entre los asesinados se encontraba el jesuita vasco, nacionalizado salvadoreño, Ignacio Ellacuría, rector de la UCA, discípulo de Zubiri y editor de algunas de sus obras. Era filósofo y teólogo de la liberación, científico social y e impulsor de la teoría crítica de los derechos humanos, cuatro dimensiones que son difíciles de encontrar y de armonizar en una sola persona, pero, en este caso, convivieron no sin conflictos internos y externos, y se desarrollaron con lucidez intelectual y coherencia vital.

"Revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección", "sanar la civilización enferma", "superar la civilización del capital", "evitar un desenlace fatídico y fatal", "bajar a los crucificados de la cruz" (son expresiones suyas) fueron los desafíos a los que quiso responder con la palabra y la escritura, el compromiso político y la vivencia religiosa. Y lo pagó con su vida.

25 años después de su asesinato Ellacuría sigue vivo y activo en sus obras, muchas de ellas publicadas póstumamente. En 1990 y 1991 aparecieron dos de sus libros mayores: Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, de la que es editor junto con su compañero Jon Sobrino, entonces la mejor y más completa visión global de dicha corriente teológica latinoamericana, y Filosofía de la realidad histórica, editada por su colaborador Antonio González, cuyo hilo conductor es la filosofía de Zubiri, pero recreada y abierta a otras corrientes como Hegel y Marx, leídos críticamente. Es parte de un proyecto más ambicioso trabajado desde la década los setenta del siglo pasado y que quedó truncado con el asesinato. Posteriormente la UCA publicó sus Escritos Políticos, 3 vols., 1991; Escritos Filosóficos, 3 vols., 1996, 1999, 2001; Escritos Universitarios, 1999; Escritos Teológicos, 4 vols., 2000-2004.

En el cuarto de siglo posterior a su asesinato se han sucedido ininterrumpidamente los estudios, monografías, tesis doctorales, congresos, conferencias, investigaciones, cursos monográficos, círculos de estudio, Cátedras universitarias con su nombre, que demuestran la "autenticidad" de su vida y la creatividad y vigencia de su pensamiento en los diferentes campos del saber y del quehacer humano: política, religión, derechos humanos, universidad, ciencias sociales, filosofía, teología, ética, etc.

Lo que descubrimos con la publicación de sus escritos y los estudios sobre su figura es que Ellacuría tuvo excelentes maestros: Rahner en teología, Zubiri en filosofía, monseñor Romero en espiritualidad y compromiso liberador, de quienes aprendió a pensar y actuar. Pero su discipulado no fue escolar, sino enormemente creativo, ya que, inspirándose en sus maestros, desarrolló un pensamiento propio y él mismo se convirtió en maestro, si por tal entendemos no solo el que da lecciones magistrales en el aula, sino, en expresión de Kant aplicada al profesor de filosofía, el que enseña a pensar. Ellacuría parte del pensamiento de sus maestros, pero no se queda en ellos; avanza, va más allá, los interpreta en el nuevo contexto y, en buena medida, los transforma. Su relación con ellos es, por tanto, dialógica, de colaboración e influencia mutuas. Sus obras así lo acreditan y los estudios sobre él lo confirman.

Teología
Su colega y amigo Jon Sobrino ha escrito páginas de necesaria lectura sobre el "Ellacuría olvidado", en las que recupera tres pensamientos teológicos fundamentales suyos: el pueblo crucificado, el trabajo por una civilización de la pobreza, superadora de la civilización del capital y la historización de Dios en la vida de sus testigos, que Ellacuría acuñó con una aforismo memorable: "Con monseñor Romero Dios pasó por la historia". Ellacuría entiende la teología de la liberación como teología histórica a partir del clamor ante la injusticia, establece una correcta articulación entre teología y ciencias sociales y asume un compromiso por la transformación de la realidad histórica desde los análisis políticos y desde su función como mediador en los conflictos. Son tres aspectos que desarrolla José Sols Lucia. El teólogo austriaco Sebastián Pittl recupera la primera idea destacada por Jon Sobrino y la interpreta teológicamente: la realidad histórica de los pueblos crucificados como lugar hermenéutico y social de la teología. Asimismo hace una lectura de la concepción ellacuriana de la espiritualidad radicada en la historia desde la opción por los empobrecidos

El resultado es una teología posidealista cuyo método no es el trascendental de sus maestros, sino la historización de los conceptos teológicos y el punto de partida, la praxis histórica. La teología de Ellacuría tiene un fuerte componente ético-profético. Aplicándole a ella la consideración lévinasiana de la ética como filosofía primera, bien podría decirse que, para el teólogo hispano-salvadoreño, la ética es la teología primera y el profetismo la manifestación crítico-pública de la ética.

Filosofía
El objeto de su filosofía es la realidad histórica como unidad física, dinámica, procesual y ascendente. De aquí emanan los conceptos y las ideas fundamentales de su pensamiento: historia (materialidad, componente social, componente personal, temporalidad, realidad formal, estructura dinámica), praxis histórica, liberación y unidad de la historia. Su método es la historización de los conceptos filosóficos para liberarlos del idealismo y de la idealización en que suelen incurrir la filosofía y la teoría universalista de los derechos humanos. H. Samour, uno de sus mejores intérpretes y especialistas, reinterpreta al maestro relacionando su pensamiento con la realidad histórica contemporánea, al tiempo que considera la filosofía de la historia como filosofía de la praxis. Recientemente se está desarrollando una nueva línea de investigación del pensamiento filosófico de Ellacuría: la que hace una lectura pluridimensional con las siguientes derivaciones creativas, que enriquecen, recrean y reformulan su filosofía:

a) Su conexión con la dialéctica hegeliano-marxista, que implica analizar la concepción que Ellacuría tiene de la dialéctica, la utilización del método dialéctico en su análisis político e histórico, y la dialéctica entre historia personal -biografía- e historia colectiva -el pueblo salvadoreño-, en otras palabras, el impacto y la capacidad transformadora de su vida y de su muerte en la historia de El Salvador (Ricardo Ribera).

b) Su conexión con la teoría crítica de la primera Escuela de Frankfurt, que integra dialécticamente las diferentes disciplinas dando lugar a un conocimiento emancipador, así como su incidencia en la negatividad de la historia (L. Alvarenga).

c) Su conexión con la filosofía utópica de Bloch en uno de los últimos textos más emblemáticos de Ellacuría: "Utopía y profetismo en América Latina" (Tamayo).

d) Su original teoría del "mal común" como mal histórico, la crítica de la civilización del capital y las diferentes formas de superarla (Hector Samour).

e) La recuperación filosófica del cristianismo liberador (Carlos Molina).

f) La fundamentación moral de la actividad intelectual y la relevancia del lugar de los oprimidos en los diferentes campos y facetas de quehacer teórico (J. M. Romero).

Teoría crítica de los derechos humanos
Ellacuría ha hecho aportaciones relevantes en el terreno de la teoría y de la fundamentación de los derechos humanos. Cabe destacar a este respecto su contribución a la superación del universalismo jurídico abstracto y de una visión desarrollista de los derechos humanos, y a la elaboración de una teoría crítica de los derechos humanos (J. A. Senent, A. Rosillo).

El pensamiento de Ellacuría no es intemporal, sino histórico, y debe ser interpretado no de manera esencialista (aun cuando algunas de sus primeras obras escritas bajo el discipulado escolar y la influencia de Zubiri tuvieron esa orientación), sino históricamente, en diálogo con los nuevos climas culturales. Así leído e interpretado puede abrir nuevos horizonte e iluminar la realidad histórica contemporánea.

MÁS INFORMACIÓN

Conversión de la Iglesia al reino de Dios. Ignacio Ellacuría. Sal Terrae, Santander 1984
Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, 2 vols. Ignacio Ellacuría. Trotta, Madrid 1990
Filosofía de la realidad histórica. Ignacio Ellacuría. Trotta, Madrid 1991
El legado de Ignacio Ellacuría. José Sols Lucia. Cuadernos Cristianisme i Justicia, Barcelona 1998
Crítica y liberación. Ellacuría y la realidad histórica. H. Samour. ADG-N LIBROS, Valencia 2013
La realidad histórica del pueblo crucificado como lugar de la teología. Sebastian Pittl. ADG-N LIBROS, 213
Ignacio Ellacuría. Utopía y teoría crítica. J. J Tamayo y L. Alvarenga (dirs.) Tirant lo Blanch, València 2014
La lucha por la justicia. Selección de textos de Ignacio Ellacuría, ed. de J. A. Senent de Frutos, Universidad de Deusto, Bilbao 2013
Fuente: El País, Babelia.
Palabras de Ignacio: "Aquellos que odian la injusticia están obligados a luchar, con cada onza de sus fuerzas. Ellos deben trabajar para un mundo nuevo en que la avaricia y el egoísmo sean finalmente vencidos".

sábado, 16 de noviembre de 2013

Ciencia y compromiso en Ignacio Martín-Baró, jesuita y profesor de psicología, asesinado en el Salvador junto a Ellacuría.

…la Psicología ha estado por lo general muy poco clara acerca de la íntima relación entre desalienación personal y desalienación social, entre control individual y poder colectivo, entre la liberación de cada persona y la liberación de todo un pueblo. Ignacio Martín-Baró.

El 16 de noviembre de 1989 es recordado por el infame asesinato de Elba Ramos, su hija Celina y los jesuitas de la UCA, Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López e Ignacio Martín-Baró.

Veintidós años han pasado desde que se cometió este asesinato por parte de miembros del ejército salvadoreño. Contrario a la intención de sus hechores, la condena que recibió el gobierno de El Salvador fue tan fuerte que influyó en la realización de las negociaciones de paz en este país.

Pero además de recordar el infame crimen y sus consecuencias, es bueno recordar la vida y la obra de los jesuitas. En este caso particular, el importante legado que dejó Ignacio Martín-Baró.

Martín-Baró fue, además de sacerdote jesuita, un psicólogo social y fundador, con su obra, del movimiento de la llamada Psicología de la Liberación, que cuenta ya con la producción de diversos trabajos, la celebración de varios congresos en distintos países de América Latina y el andar que muchos psicólogos comprometidos realizan en sus países y comunidades de origen.

Dicha psicología de la liberación, además del esfuerzo de Martín-Baró y de otros psicólogos comprometidos, nace en la realidad social y del ambiente cultural propio del contexto. Es parte de una genuina producción que se realizó más ampliamente en América Latina y que comparte preocupaciones y un claro aire de familia con la teoría de la dependencia, la teología latinoamericana de la liberación y la pedagogía del oprimido, aportes nacidos de una realidad sociohistórica común y de un talante comprometido y crítico.

Parte del legado de Martín-Baró se encuentra en la producción que realizó en libros, compilaciones y artículos. De hecho, en este año también se celebra el 30 aniversario de presentación del extraordinario libro Acción e ideología. Psicología social desde Centroamérica.

Editado por la Universidad Centroamericana Simeón Cañas (UCA), lleva ya dieciséis reimpresiones al 2013 y sigue teniendo una actualidad y vigencia enormes.

En las páginas de este libro se combinan el riguroso examen de una ciencia en crisis (llena de problemas epistemológicos, teóricos y metodológicos importantes), con el compromiso con la realidad del pueblo salvadoreño y, por extensión, de los sectores populares centroamericanos, proponiéndose pensar y acompañar tal realidad.

Entre otros aportes, la discusión respecto al objeto de estudio de la psicología social es totalmente pertinente y actual. Según Martín-Baró, la psicología social estudia la acción en cuanto ideológica, es decir, en cuanto referida a una significación social producida desde unos intereses sociales determinados (a lo que se puede añadir, atravesados de relaciones de poder).

En otras palabras, más que estudiar exclusivamente los “mecanismos” formales de la acción de las personas y grupos como lo hacen muchas expresiones de la psicología, se trata de comprender las determinaciones que van más allá de lo meramente “interpersonal” y que se anclan en las condiciones sociales que les dan sentido.

Esto puede resultar demasiado “comprometido” para un tiempo en que priva una actitud “light” y de indiferencia, en que la hegemonía del capitalismo, pese a las crisis, sigue siendo parte efectiva de la configuración del mundo y de la realidad personal y colectiva.

Precisamente los planteamientos que realiza Martín-Baró respecto al objeto de estudio de la psicología social (y muchos otros que se encuentran en su producción científica y académica), pueden ayudar a comprender las vinculaciones que se establecen entre la realidad social y la realidad personal, a darle respuesta a las preguntas sobre cómo se reproduce lo social en lo personal y cómo lo personal se recrea en lo social.

Fenómenos tan diversos como el impacto de la globalización en el esquema neoliberal, la apatía en la participación política, el anhelo y la aceleración del consumo en amplios sectores de la población, la violencia en sus distintas formas, la integración en grupos como las pandillas y el narcotráfico, la migración, etc., pueden ser enriquecidos desde una perspectiva que pueda engarzar la relación entre lo personal y lo social como proponía Martín-Baró.

Acción e ideología y su continuación Psicología, sistema y poder, así como compilaciones y artículos que produjo Ignacio Martín-Baró, resultan referencias necesarias para seguir pensando la realidad. Para seguir cuestionándola. Un primer paso para su transformación.

Como dice en el prólogo de este libro:
“Se trata de una psicología social desde Centroamérica, encaminada a desentrañar los intereses agazapados tras el hacer y quehacer de grupos y personas en estas sociedades conflictivas, orientada a poner de manifiesto la ideología que se materializa en la acción cotidiana. Intencionadamente se asume una postura crítica, pero sin desechar el acervo de conocimiento disponible. Hay en este libro un esfuerzo por construir una psicología social que, recogiendo lo mejor de su tradición, intenta dar respuesta a las acuciantes preguntas que plantean los procesos que hoy viven los pueblos centroamericanos”.
Intención admirable y actual que constituye uno de los mejores legados de Ignacio Martín-Baró. Fuente: Mariano González.

sábado, 1 de junio de 2013

Dios y Beatriz. El caso de Beatriz en El Salvador demuestra hasta dónde llega la obsesión y el cinismo de los fanáticos

Amanecemos casi cada día con la noticia de otra mujer asesinada a manos de un macho que la consideraba una posesión doméstica. Una mezcla de animal de compañía, criada y esclava sexual. Para los que de verdad defienden la vida, creyentes o no, esta modalidad de terror debería ser el primer problema de España. Pero, ¿qué tenemos? Declaraciones breves, balbucientes, con el rostro compungido de quien parece tratar con un enemigo imposible o una fatalidad ancestral. Unas medidas tibias, de quita y pon. Porque al mismo tiempo que la actualidad vomita otro crimen, una comandancia combinada de políticos y jefes religiosos opera con las leyes a la manera del posadero Procusto con los huéspedes en la cama de hierro: les serraba los pies para ajustarlos a las medidas del lecho. Renunciar a dominar, esa es la prueba de la propia libertad. Pero del integrismo prehistórico hemos pasado al poshistórico y la mujer sigue siendo la principal víctima. Y las adolescentes. Y las niñas. Resolvamos de una vez el dilema de la educación ética en España. En vez de Religión o Valores Cívicos deberían enseñarles Artes Marciales. Por cierto, la activista tunecina Amina Tyler está procesada por “profanación” (¡enseñar los pechos!) y portar un “arma inflamable”: un aerosol defensivo. En nombre de Dios, la cuestión es dominar. Serrar los pies a las mujeres. Una identidad delictiva muy internacional. Fe o ideología que ocultan un interés: aprovecharse de ellas. Explotarlas. En casa, en la fábrica, en un prostíbulo. Y para eso hay que anular su voluntad: culpabilizarlas, humillarlas. El caso de Beatriz en El Salvador demuestra hasta dónde llega la obsesión y el cinismo de los fanáticos. Quienes martirizan a esta muchacha son de la casta de los poderosos machos que en Guatemala anularon la condena al genocida Ríos Montt. Si hay un Dios, será también diosa y hembra. Debe estar aterrorizado con esta tropa que lo invoca. Fuente: Manuel Rivas, El Pais.

lunes, 12 de abril de 2010

Sin justicia para Arnulfo Romero, Obispo de San Salvador

La incompetencia de los tribunales salvadoreños para hacer justicia y la elusión del Vaticano para incluirlo en su santoral son coincidentes

Acabamos de saber que al arzobispo Óscar Arnulfo Romero lo mató un sicario por 114 dólares. El dato lo reveló en una entrevista el ex capitán Rafael Álvaro Saravia, única persona condenada hasta hoy por el asesinato. Saravia, prófugo de la justicia desde que un tribunal estadounidense lo condenó en 2004, desapareció ese año y comenzó a huir de sí mismo, según escribe el periodista Carlos Dada en la entrevista publicada recientemente en el diario salvadoreño El Faro.
Monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante el ofertorio de la misa que oficiaba en la iglesia de la Divina Providencia de San Salvador. Bastó un disparo en el corazón, ejecutado a poco más de 30 metros con un rifle con mira telescópica, para acabar con su vida. Desde ese día hasta la fecha, según la Organización No Gubernamental Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas –la misma que posibilitó el procesamiento de Saravia–, no se ha hecho prácticamente nada en el país centroamericano para saber la verdad. Es posible que el asesinato de Romero fuera decidido por el fallecido líder anticomunista Roberto d’Aubuisson, fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que gobernó El Salvador desde 1989 hasta el año pasado.
Saravia no niega la participación de D’Aubuisson, pero sí que el ejecutor perteneciera a su equipo. Según el ex capitán, que huyó a California nada más cometerse el magnicidio, fue Mario Molina, otro conspirador e hijo del ex presidente Arturo Armando Molina, quien contrató al tirador, compró el arma y buscó la escolta que protegió al sicario. Sólo el chofer del vehículo que condujo al asesino hasta la iglesia pertenecía al equipo de D’Aubuisson. Confiesa Saravia que fue él quien pagó al ejecutor la cantidad de mil colones, 114 dólares al cambio actual.
Según Jesús Delgado, biógrafo de Óscar Arnulfo Romero, Roberto d’Aubuisson únicamente fue una pieza de la llamada Operación Piña, no el inductor de asesinato para la que fue programada. Por eso, mientras se desconozca la autoría de quienes idearon el magnicidio, el caso sigue abierto hasta que el Estado se decida a investigarlo y no se limite, como hizo recientemente el actual presidente salvadoreño Mauricio Funes, a pedir perdón en nombre del Estado.
Si esta es la censurable actitud de la justicia 30 años después, no menos recriminable es la de la Iglesia vaticana con relación a uno de sus pastores, cuyo compromiso con el mensaje solidario del Evangelio en pro de los más humildes fue decisivo para que acabaran con su vida...Dos veces se entrevistó el arzobispo con Juan Pablo II. En la primera le presentó un amplio informe sobre las violaciones de los derechos humanos en El Salvador, ante el que Wojtyla se limitó a objetar que tenía poco tiempo para tanta lectura, así como a recomendarle que “le convenía ir de acuerdo con el Gobierno”. Cuenta su biógrafo que monseñor Romero salió llorando de esa audiencia, celebrada en mayo de 1979, el mismo año en que se inició en su país una larga y sangrienta Guerra Civil: “El Papa no me ha entendido, no puede entender porque El Salvador no es Polonia”.
El segundo encuentro fue en enero de 1980. Juan Pablo II celebró que defendiera la justicia social pero también le advirtió de los riesgos del marxismo, a lo que el arzobispo replicó que “el anticomunismo de las derechas no defendía la religión sino el capitalismo”. El sentido de estas palabras fue similar al de las pronunciadas dos meses después con inmediatez premonitoria por monseñor Romero, segundos antes de su asesinato: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.
Dice el jesuita Jon Sobrino que la historia de la Iglesia en América Latina se divide en antes y después de monseñor Romero. La incompetencia de los tribunales para hacer justicia y la elusión del Vaticano para incluirlo en su santoral son coincidentes. Los primeros son incapaces de buscar y sentenciar a los culpables y la Iglesia echa en el olvido a uno más de sus mártires comprometidos con la Teología de la Liberación. Al fin y al cabo, Romero no hizo caso a Wojtyla: no se acomodó al Gobierno que trajo, entre tantas muertes impunes, la suya propia. Leer todo el artículo aquí. Las fotos están tomadas en el Valle del Jerte la tarde del 10-4-10.(de Félix Población. Público)

sábado, 27 de marzo de 2010

La monja, Luz Isabel Cueva presenció el asesinato de monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980 en El Salvador.

La monja, Luz Isabel Cueva fue una de las pocas personas que presenció el asesinato del monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980.
En el testimonio ofrecido a BBC Mundo sobre lo ocurrido aquel trágico día, la religiosa dijo que no sintió miedo, sino rabia.

Más sobre el obispo Óscar Romero. Y más aquí.