Enric Llopis
El 24 de marzo de 1980 le abatió un francotirador, de un disparo en el corazón, mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital Divina Providencia de San Salvador. El asesinato de Óscar Arnulfo Romero perpetrado por “escuadrones de la muerte” no sólo representó uno de los grandes ejemplos de la barbarie ultraderechista, sino que abrió el camino a la guerra sostenida en El Salvador entre 1980 y 1992, con decenas de miles de muertos y desaparecidos. El pasado 15 de agosto se cumplió el centenario del nacimiento de Monseñor Romero.
Las palabras de su última homilía dominical, un día antes del asesinato, se han repetido en infinitos medios: “En nombre de Dios, en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, que cese la represión”. Pero no ocurrió así. Una semana después del magnicidio, durante los funerales de Romero estalló una bomba frente a la catedral de San Salvador, donde se congregaban entre 50.000 y 100.000 personas según las fuentes. A la explosión siguieron disparos, atropellamientos, heridos y muertos. El Informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, publicado en 1993, refiere entre 27 y 40 víctimas mortales y más de 200 heridos.
Nacido en Ciudad Barrios (departamento de San Miguel) el 15 de agosto de 1917, ordenado sacerdote en Roma y arzobispo de San Salvador desde febrero de 1977, este cura vinculado a los pobres denunciaba en las homilías las violaciones de los derechos humanos. En la misa del 23 de marzo hizo mención a un reciente paro laboral en el área metropolitana de San Salvador, organizado por la Coordinadora Revolucionaria de Masas; fundada en enero de 1980, en la Coordinadora se integraban organizaciones como el Frente de Acción Popular Unificada, el Bloque Popular Revolucionario o el Movimiento de Liberación Popular.
El paro contó con notable seguimiento en la ciudad y en el campo, pero el Gobierno respondió -entre otras medidas- con los patrullajes urbanos y el tiroteo de la Universidad de El Salvador; Monseñor Romero explicó al auditorio de feligreses que al menos diez obreros resultaron muertos en las fábricas por la protesta y tres trabajadores de la Alcaldía aparecieron sin vida, tras resultar detenidos por la Policía de Hacienda. El mismo día, agregó Óscar Arnulfo Romero, se produjeron otras muertes, entre 60 y 140 según las fuentes. “El paro representó un avance en la lucha popular y fue una demostración de que la izquierda puede paralizar la actividad económica del país”. Ciertamente la Coordinadora cometía errores, explicó el arzobispo, pero ello se debe a que son “perseguidos, masacrados y dificultados en sus labores de organización”.
El 17 de febrero de 1980 Romero dio cuenta de una carta que le dirigió a James Carter, presidente demócrata de los Estados Unidos entre 1977 y 1981. En la misiva señalaba su preocupación por el hecho de que la presidencia estadounidense pudiera apoyar la “carrera armamentista” en El Salvador con asesores y equipos militares; según informaciones periodísticas, se trataría de entrenar a tres batallones en logística, comunicaciones e inteligencia. El religioso afirmaba que las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad salvadoreños “en general sólo han recurrido a la violencia represiva, produciendo un saldo de muertos y heridos mucho mayor que los regímenes militares recién pasados”. Pero aclaró que no estaba en contra de la institución de las Fuerzas Armadas.
El nueve de marzo, en otra de las homilías, el discurso de Romero fue todavía más directo. Las víctimas, que aumentaban a diario, mostraban el objetivo de “extinción violenta de todos aquellos que no estén de acuerdo, desde la izquierda, con las reformas propuestas por el Gobierno y propiciadas por Estados Unidos”. Entre otros ejemplos, el estudiante Rogelio Álvarez, quien murió tras las torturas y ser detenido “ilegalmente” por civiles. O el profesor José Trinidad Canales, acribillado a balazos; o los cuatro campesinos muertos, tras un ataque militar, en Cinquera (departamento de Cabañas). Además de la nómina de represaliados, también Óscar Arnulfo Romero reprodujo sus palabras ante el pontífice Woktyla: “En mi país es muy peligroso hablar de anti-comunismo porque el anticomunismo lo proclama la derecha, no por amor a los sentimientos cristianos sino por el egoísmo de cuidar sus intereses egoístas”.
En mayo de 1980 el militar Roberto D’Aubuisson fue apresado en una finca, junto a un grupo de militares y civiles por la presunta responsabilidad en el crimen. El informe de la Comisión de la Verdad señala a D’Aubuisson, exmayor y fundador en 1981 del partido derechista ARENA (Alianza Republicana Nacionalista), como sujeto que dio la orden de asesinar a Romero. Vinculado al paramilitarismo y a los “escuadrones de la muerte”, fue presidente de la Asamblea Constituyente de El Salvador en 1983 y diputado de la Asamblea Legislativa durante siete años. En el registro se hallaron armas y documentación que implicaban al grupo con la muerte de Óscar Romero y la financiación de los “escuadrones”.
Sin embargo, el informe resalta que ni D’Aubuisson ni sus cómplices fueron llevados ante el poder judicial. Que el intento de asesinato del juez Atilio Ramírez Amaya, asignado para la investigación judicial, tenía como fin que no se resolviera el caso. O que la Corte Suprema de El Salvador desempeñó un rol activo en impedir la extradición desde Estados Unidos del excapitán Saravia, otro de los militares implicados (en mayo de 2017 un tribunal de El Salvador reabrió el proceso contra Saravia, único acusado por el crimen del arzobispo; se anuló de este modo el sobreseimiento judicial ordenado en 1993). Tampoco los policías que en su día se personaron en la capilla, donde se produjo el magnicidio, mostraron diligencia alguna en la recopilación de pruebas.
El nueve de marzo de 1980 monseñor Romero dedicó el ritual a la evocación de Mario Zamora Rivas, Procurador General de Pobres asesinado el 22 de febrero. Al día siguiente se encontró tras el púlpito un maletín con una bomba, que no estalló. La derecha en todas sus variantes, gubernamental, civil y militar, tenía a Óscar Arnulfo Romero en el punto de mira. Era un “subversivo”. El informe de la Comisión de la Verdad recoge artículos de prensa que se hacen eco de estas acusaciones. Así, en un artículo del periódico derechista “El diario de Hoy” de El Salvador (febrero de 1980) se le califica como un arzobispo “demagogo y violento, que estimuló desde la catedral la adopción del terrorismo”; en otro texto del mismo periódico se dice que es conveniente “que la Fuerza Armada empiece a aceitar sus fusiles”.
Cuando se produjo el asesinato de Romero, regía los destinos del país la Segunda Junta de Gobierno, con el coronel Arnaldo Majano como presidente; le sucedió en la presidencia José Napoleón Duarte, a partir de diciembre de 1980, con quien empezó a caminar la Tercera Junta de Gobierno. A finales de 1980 se formó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
¿En qué contexto se produjo el asesinato de Romero? La Comisión de la Verdad registró más de 22.000 denuncias de violencia “grave” entre enero de 1980 y julio de 1991, de las que más de un 60% correspondían a ejecuciones extrajudiciales, el 25% a desapariciones forzadas y en el 20% de los casos se denunciaron también torturas. El 85% de los testimonios imputaron las violaciones de derechos humanos a agentes del estado, “escuadrones de la muerte” y paramilitares. Socorro Jurídico Cristiano “Arzobispo Óscar Romero” contabilizó la muerte de 7.916 campesinos en 1981. La Comisión No-Gubernamental de Derechos Humanos de El Salvador informó en noviembre de 1981 de que en el lugar conocido como “El Playón”, podían visibilizarse las masacres, detenciones arbitrarias y desapariciones de los últimos meses: allí se habían arrojado los cadáveres de más de 400 personas. La Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES) dio cuenta de la ejecución de 136 maestros en el primer semestre de 1981.
Socorro Jurídico Cristiano “Arzobispo Óscar Romero” denunció el número de víctimas entre la población civil. 11.903, en 1980; otras 16.266 en el año 1981; y 5.962 víctimas, en 1982. Pero además de los balances estadísticos, es posible trazar un memorial de las masacres. En la de El Calabozo (agosto 1982), en el departamento de San Vicente, el ejército asesinó a más de 200 personas con el pretexto de “limpiar” la zona de guerrilleros. En el caserío El Mozote del departamento de Mozarán (diciembre de 1981) la cifra de campesinos asesinados podría alcanzar los 900; y en la masacre de Sumpul (Chalatenango), en mayo de 1980, el ejército de El Salvador y grupos paramilitares abatieron a no menos de 300 civiles desarmados (unos meses después el presidente José Napoleón Duarte afirmó que se trataba de “guerrillas comunistas”). Óscar Arnulfo Romero pensaba de otro modo: “Éste es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana”.
La muerte de Romero no fue la única sufrida por religiosos. En diciembre de 1980 fueron violadas y asesinadas por agentes de la Guardia Nacional de El Salvador tres monjas norteamericanas y una misionera laica. En “El miedo a la democracia” (Crítica, 1991), el lingüista y politólogo Noam Chomsky afirma que los medios de comunicación en intelectuales “ignoraron en gran medida el asesinato del arzobispo Romero, que no mereció siquiera un editorial en The New York Times”. Chomsky reproduce las informaciones del sacerdote católico Daniel Santiago en la revista jesuita América, sobre las acciones de la Guardia Nacional salvadoreña y el efecto del adiestramiento militar por parte de Estados Unidos; por ejemplo, una mujer campesina que encontró, al retornar al hogar, a su madre, hermana y tres hijos decapitados. Úteros extirpados con los que se cubrían las caras de las víctimas o genitales mutilados e introducidos en la boca, se utilizaban como estrategia de intimidación.
El intelectual estadounidense recuerda el panorama siniestro de la época: fuerzas armadas que iniciaban la recluta a partir de los 13 años, y enseñaban rituales de las SS, incluidas las violaciones. Además, en ocasiones “el partido ARENA en el gobierno denominaba ‘ejército de salvación nacional’ a los escuadrones de la muerte; los miembros de este partido (incluyendo al presidente Cristiani) prestaban juramento de sangre al ‘líder vitalicio’, Roberto D’Aubuisson”, explica Chomsky. Casi una década después de la muerte de Óscar Romero, militares salvadoreños asesinaron en la sede de la Universidad Centroamericana en San Salvador a Ignacio Ellacuría y otros cinco jesuitas, además de una trabajadora del centro y su hija.
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sábado, 19 de agosto de 2017
sábado, 1 de agosto de 2015
Beato Romero, el día que la Iglesia reconoció al santo de los salvadoreños
Y vio la Iglesia que era bueno.
Un día reconoció a Óscar Romero.
"San Romero de América", santo para el pueblo católico de El Salvador desde el momento en que el arzobispo de la capital fue asesinado mientras daba misa 35 años atrás, es desde este sábado beato.
En una ceremonia en la capital del país de poco más de dos horas y media de duración, el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, dijo la palabra tan esperada. "Beato".
Al leer una carta del papa Francisco, aseguró: "En virtud de nuestra autoridad apostólica facultamos para que el venerado siervo de Dios, Oscar Arnulfo Romero Galdámez, obispo, mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico de los reinos de Dios, reino de justicia fraternidad y paz, en adelante se le llame beato".
Era lo que los cientos de miles de fieles presentes en la Plaza Salvador del Mundo habían venido a escuchar.
Por la canonización. Beatificación de Óscar Romero
La ceremonia se extendió por poco más de horas y media.
Pero los católicos salvadoreños no se conforman.
Casi en un acto de gula santoral, aseguran que ahora van por más.
"Ahora a orar por la canonización. Que el Papa lo haga santo oficialmente en el Vaticano. En mi corazón monseñor Romero ya lo es", le dice Lilián a BBC Mundo.
"Tus paisanos esperamos tu pronta canonización", se lee en las camisetas que llevan un grupo de jóvenes de Ciudad Barrios, lugar de nacimiento de Romero.
Uno de ellos, Erbert Cruz, de 19 años, asegura que "tiene que ser reconocido como santo porque luchó por la justicia en El Salvador y por los oprimidos, por ellos luchó Romero".
Romero alcanzó el arzobispado en San Salvador en un momento ríspido de la historia del país, que se agravaría con su muerte. Beatificación de Óscar Romero
Romero alcanzó el arzobispado en San Salvador en un momento ríspido de la historia del país, que se agravaría con su muerte. La guerra civil que se inició poco después de su asesinato a manos de la extrema derecha, y culminó en 1992, dejó unos 70.000 muertos.
Es la cantidad de víctimas en crímenes que ha sufrido El Salvador desde entonces, un país que se consume por la violencia de las pandillas.
Un tema presente en la ceremonia, en menciones y en omisiones. Por respeto a Romero, las maras prometieron evitar actos violentos durante el fin de semana.
Día de ceremonia
Fue un día en el que dos palabras se repitieron sin césar: Romero y agua.
Si algo no tuvo piedad este sábado, fue el sol; inclemente, abrasó pieles. La brisa, ocasional, se prestaba a la plegaria. Pero el cielo también regaló el momento perfecto: un arcoiris que formó un halo sobre una imagen gigantesca de Romero colocada sobre el lateral de un edificio.
Beatificación de Óscar Romero
A la celebración asistieron los presidentes Rafael Correa, de Ecuador, y Juan Carlos Varela, de Panamá.
Ni los previsores que llegaron con paraguas se salvaron.
"El que no baja la sombrilla no es católico", gritó una mujer tres o cuatro veces.
Si el sol golpeó durante la mañana, fue la lluvia la que puso a prueba a los fieles durante la noche.
Pisando los 60 años, a Doris Villalba y a su amiga no les importó llegar a las seis de la tarde del viernes y pasar la noche a la intemperie.
Dieciséis horas de espera. Cantando alabanzas, rezando, en vigilia, celebrando.
"Esto se vive una vez en la vida, era grato para nosotros vivir con los demás hermanos este momento. Es importante estar acá porque Romero dio la vida por el pueblo oprimido", asegura.
"Me gustaría", añade, "que fuera canonizado para que sea reconocido en el mundo entero".
Doris es una de las tantas personas que lleva la indumentaria (casi) oficial de la beatificación: una camiseta con la cara del ahora beato.
El rol de Francisco
El papa Francisco logró estar presente sin dejar el Vaticano.
"Gracias papa Francisco", decía el cartel que Julio y César Segura, padre e hijo, sostenían durante la ceremonia.
Un día antes compraron un par de camisetas para venir a juego con una frase que Romero dijo en 1977: "Hay que obedecer la ley de Dios aún cuando suponga el riesgo de morir".
Beatificación de Óscar Romero
La ropa ensangrentada de Romero fue enseñada durante la ceremonia.
César, de 20 años, destaca la "iniciativa" del primer Papa latinoamericano, el argentino Jorge Mario Bergoglio.
"Hemos estado esperando 35 años por esto. Sabíamos por ahí que había algunos cardenales latinoamericanos que se oponían (a la beatificación)", le dice a BBC Mundo.
"Pero hoy gracias a Dios, gracias al papa Francisco, que conoce muy bien la historia latinoamericana, cómo se vive la fe aquí en El Salvador, se beatifica a monseñor".
Los sectores más conservadores dentro del Vaticano habían tenido éxito en ir bloqueando el proceso.
Fue en febrero pasado, tras la decisión de Francisco de declararlo "mártir", de haber sido asesinado "en odio a la fe", que se abrió la puerta a que fuera beatificado sin que se compruebe que haya realizado un milagro.
Muchos salvadoreños piden que Beato Romero ahora sea canonizado.
A la distancia, dijo Francisco en un momento de la ceremonia del sábado: "La voz del nuevo beato sigue resonando hoy". La gente asintió.
El mensaje de Romero "está vivo", le dice a BBC Mundo Israel Sánchez, "porque hay necesidad de sus "homilías de amor al prójimo".
"Su lema, estar siempre con los pobres. Romero encontró a Dios en los pobres, ahí se manifestó Dios", agrega.
El "santo" Romero es ahora beato.
Un momento trascendente para el catolicismo latinoamericano. Una ceremonia de beatificación y, para muchos también, una instancia de reivindicación.
BBC
Un día reconoció a Óscar Romero.
"San Romero de América", santo para el pueblo católico de El Salvador desde el momento en que el arzobispo de la capital fue asesinado mientras daba misa 35 años atrás, es desde este sábado beato.
En una ceremonia en la capital del país de poco más de dos horas y media de duración, el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, dijo la palabra tan esperada. "Beato".
Al leer una carta del papa Francisco, aseguró: "En virtud de nuestra autoridad apostólica facultamos para que el venerado siervo de Dios, Oscar Arnulfo Romero Galdámez, obispo, mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico de los reinos de Dios, reino de justicia fraternidad y paz, en adelante se le llame beato".
Era lo que los cientos de miles de fieles presentes en la Plaza Salvador del Mundo habían venido a escuchar.
Por la canonización. Beatificación de Óscar Romero
La ceremonia se extendió por poco más de horas y media.
Pero los católicos salvadoreños no se conforman.
Casi en un acto de gula santoral, aseguran que ahora van por más.
"Ahora a orar por la canonización. Que el Papa lo haga santo oficialmente en el Vaticano. En mi corazón monseñor Romero ya lo es", le dice Lilián a BBC Mundo.
"Tus paisanos esperamos tu pronta canonización", se lee en las camisetas que llevan un grupo de jóvenes de Ciudad Barrios, lugar de nacimiento de Romero.
Uno de ellos, Erbert Cruz, de 19 años, asegura que "tiene que ser reconocido como santo porque luchó por la justicia en El Salvador y por los oprimidos, por ellos luchó Romero".
Romero alcanzó el arzobispado en San Salvador en un momento ríspido de la historia del país, que se agravaría con su muerte. Beatificación de Óscar Romero
Romero alcanzó el arzobispado en San Salvador en un momento ríspido de la historia del país, que se agravaría con su muerte. La guerra civil que se inició poco después de su asesinato a manos de la extrema derecha, y culminó en 1992, dejó unos 70.000 muertos.
Es la cantidad de víctimas en crímenes que ha sufrido El Salvador desde entonces, un país que se consume por la violencia de las pandillas.
Un tema presente en la ceremonia, en menciones y en omisiones. Por respeto a Romero, las maras prometieron evitar actos violentos durante el fin de semana.
Día de ceremonia
Fue un día en el que dos palabras se repitieron sin césar: Romero y agua.
Si algo no tuvo piedad este sábado, fue el sol; inclemente, abrasó pieles. La brisa, ocasional, se prestaba a la plegaria. Pero el cielo también regaló el momento perfecto: un arcoiris que formó un halo sobre una imagen gigantesca de Romero colocada sobre el lateral de un edificio.
Beatificación de Óscar Romero
A la celebración asistieron los presidentes Rafael Correa, de Ecuador, y Juan Carlos Varela, de Panamá.
Ni los previsores que llegaron con paraguas se salvaron.
"El que no baja la sombrilla no es católico", gritó una mujer tres o cuatro veces.
Si el sol golpeó durante la mañana, fue la lluvia la que puso a prueba a los fieles durante la noche.
Pisando los 60 años, a Doris Villalba y a su amiga no les importó llegar a las seis de la tarde del viernes y pasar la noche a la intemperie.
Dieciséis horas de espera. Cantando alabanzas, rezando, en vigilia, celebrando.
"Esto se vive una vez en la vida, era grato para nosotros vivir con los demás hermanos este momento. Es importante estar acá porque Romero dio la vida por el pueblo oprimido", asegura.
"Me gustaría", añade, "que fuera canonizado para que sea reconocido en el mundo entero".
Doris es una de las tantas personas que lleva la indumentaria (casi) oficial de la beatificación: una camiseta con la cara del ahora beato.
El rol de Francisco
El papa Francisco logró estar presente sin dejar el Vaticano.
"Gracias papa Francisco", decía el cartel que Julio y César Segura, padre e hijo, sostenían durante la ceremonia.
Un día antes compraron un par de camisetas para venir a juego con una frase que Romero dijo en 1977: "Hay que obedecer la ley de Dios aún cuando suponga el riesgo de morir".
Beatificación de Óscar Romero
La ropa ensangrentada de Romero fue enseñada durante la ceremonia.
César, de 20 años, destaca la "iniciativa" del primer Papa latinoamericano, el argentino Jorge Mario Bergoglio.
"Hemos estado esperando 35 años por esto. Sabíamos por ahí que había algunos cardenales latinoamericanos que se oponían (a la beatificación)", le dice a BBC Mundo.
"Pero hoy gracias a Dios, gracias al papa Francisco, que conoce muy bien la historia latinoamericana, cómo se vive la fe aquí en El Salvador, se beatifica a monseñor".
Los sectores más conservadores dentro del Vaticano habían tenido éxito en ir bloqueando el proceso.
Fue en febrero pasado, tras la decisión de Francisco de declararlo "mártir", de haber sido asesinado "en odio a la fe", que se abrió la puerta a que fuera beatificado sin que se compruebe que haya realizado un milagro.
Muchos salvadoreños piden que Beato Romero ahora sea canonizado.
A la distancia, dijo Francisco en un momento de la ceremonia del sábado: "La voz del nuevo beato sigue resonando hoy". La gente asintió.
El mensaje de Romero "está vivo", le dice a BBC Mundo Israel Sánchez, "porque hay necesidad de sus "homilías de amor al prójimo".
"Su lema, estar siempre con los pobres. Romero encontró a Dios en los pobres, ahí se manifestó Dios", agrega.
El "santo" Romero es ahora beato.
Un momento trascendente para el catolicismo latinoamericano. Una ceremonia de beatificación y, para muchos también, una instancia de reivindicación.
BBC
miércoles, 27 de mayo de 2015
Jon Sobrino: "Hace tiempo nos pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero 'aguado'"
Alver Metalli
Tierras de América
En el Centro Monseñor Romero, plantado en el corazón de la Universidad Católica, Jon Sobrino se mueve como si danzara. Lo fundó después de la masacre de sus hermanos jesuitas –"no terminé como ellos sólo porque estaba en Tailandia”, recuerda- y a él se dedica como si fuera la última misión de su vida, que ya llega a los 77 años. Un promedio de unos veinte años más de lo que vivieron Ignacio Ellacuria y sus compañeros, derribados por balas asesinas el 16 de noviembre de 1989.
Jon Sobrino conoce muy bien las resistencias, las acusaciones de izquierdista y filoguerrillero que llovían contra Romero en El Salvador y que recibían oídos condescendientes en Roma. Por eso no puede dejar de alegrarse por la beatificación. Pero no es así. O por lo menos tiene que puntualizar muchas cosas al respecto. Le preguntamos si hace unos años hubiera imaginado que llegaría un día como hoy, como el sábado 23 de mayo, para ser exactos. En la sala principal del mausoleo de los "mártires de la UCA”, agita el cuerpo delgado y suelta un provocatorio "Nunca me interesó”. Vuelve a repetirlo, para que quede bien claro. "En serio… lo digo en serio: nunca me interesó la beatificación de Romero”.
Esperamos la aclaración. Debe haber una, lo que acaba de decir no pueden ser sus últimas palabras. "Cuando lo mataron, la gente de aquí –no los italianos y mucho menos el Vaticano- los salvadoreños, nuestros pobres, dijeron inmediatamente: "¡Es santo!”. Pedro Casaldáliga cuatro días después escribió un gran poema: «¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!»”. Recuerda que también Ignacio Ellacuría, abatido a pocos metros del lugar donde nos encontramos, "tres días después del asesinato de Romero celebró misa en un aula de la UCA y en la homilía dijo: "«Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador»”.
Respira hondo como si le faltara el aire. "Eso sí. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiera decir algo así. Que lo beatifiquen está bien; tardaron 35 años, pero no es lo más importante”. Se asegura de que el interlocutor haya recibido el golpe. "¿Entiendes lo que te estoy diciendo?”, exclama dibujando una sonrisa indulgente en sus labios finos.
Por toda respuesta recibe otro pedido de explicación. "Se entiende que no lo convence algo de lo que está ocurriendo…”. Cerca de nosotros están descargando los paquetes con el último número de Carta a las Iglesias, la revista que él dirige. "Está bien que lo beatifiquen, no digo que no, pero me hubiera gustado que fuera de otra manera… y todavía no sé lo que va a decir el cardenal Angelo Amato pasado mañana; no sé, no sé si sus palabras me van a convencer o no”.
Pero Sobrino no podrá escuchar la homilía del Prefecto que viene de Roma, o no quiere escucharla. "Sabemos que se va, que ha programado un viaje y que el sábado no estará en la plaza junto con todos. ¿Lo hizo a propósito?”.
Demora en responder, como si se estuviera preguntando cómo se supo. Después llega la aclaración: "Voy a Brasil, porque en Río de Janeiro se celebran los 50 años de la revista Concilium. He trabajado en esa revista los últimos 16 años. Debo dar un discurso y me retiro de la revista. La beatificación coincide con este encuentro. No es que me vaya, veré por televisión la ceremonia de beatificación y un poco antes del mediodía iré al aeropuerto”.
Dieciséis años en Concilium y Sobrino que se retira el día de la beatificación de Romero. Esto también es una noticia.
En la pared que tenemos delante, los "Padres de la Iglesia latinoamericana” escuchan muy serios. La galería comienza con monseñor Gerardi, asesinado en Guatemala en 1998, y prosigue con el colombiano Gerardo Valente Cano, el argentino Enrique Angelelli asesinado en 1976, Hélder Pessoa Câmara, brasileño en olor de santidad, el mexicano Sergio Méndel Arceo con otro compatriota al lado, Samuel Ruiz, y el ecuatoriano Leónidas Proano, seguidos por monseñor Roberto Joaquín Ramos (El Salvador 1938-1993) y el padre Manuel Larrain, chileno y fundador del CELAM, para terminar con el sucesor de Romero, el salesiano Arturo Rivera y Damas, figura clave en la historia de Romero e injustamente ignorado en las celebraciones de estos días.
El sábado al mediodía, según el programa que difundió el Cominé para la beatificación, se debería leer el decreto que incluirá formalmente al siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez entre los beatos de la Iglesia Católica. Probablemente Jon Sobrino no tendrá tiempo de escucharlo. Pero no le preocupa. Explica en cierta forma sus razones presentando el material de Carta a las Iglesias año XXXIII, número 661, que lleva en la tapa un mural que representa a Romero llevando de la mano a la hija de un campesino que acaba de cortar con una hoz un racimo de bananas.
"Dos artículos son críticos. El padre Manuel Acosta critica la actuación de la comisión oficial de preparación de la beatificación. Luis Van de Velde es más crítico con la jerarquía. Se pregunta si monseñor Romero se reconocería el día de su beatificación. Hace tiempo que pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado. Existe ese riesgo; esperemos que beatifiquen a un Romero vivo, más cortante que una espada de doble filo, justo y compasivo”.
La ropa que vestían los jesuitas amigos y colegas suyos el último día de su vida se exhibe colgada en una vitrina de la sala contigua, como si estuviera en un armario. La sotana marrón de Ellacuría, un albornoz, un par de calzoncillos un poco amarillentos, todos perforados por los proyectiles que los militares no se molestaron en ahorrar. Resuta natural pensar en ellos y en el proceso de su beatificación que empezó hace poco.
"Eso tampoco me preocupa”, exclama Sobrino. "Estaba en Tailandia ese día y por eso no me mataron. He visto correr la sangre de mucha gente en El Salvador, no me interesan las beatificaciones, espero que mis palabras ayuden a conocer más y mejor a Ellalcuría, tratamos de seguir su camino. Éso es lo que me interesa”.
¿Ni siquiera una señal de reconocimiento para el Papa argentino que impulsó la causa de Romero? "No, no me interesa aplaudir, y si aplaudo no es por el hecho de que el Papa sea argentino o jesuita, sino por lo que dice, por la manera como se comportó en Lampedusa, por ejemplo. Lo que me interesa es que haya alguien que diga que el fondo del Mediterráneo está lleno de cadáveres. Yo no aplaudo la resurrección de Jesús. Aplaudir no es lo mío”.
La atención se dirige ahora a pasado mañana. "He visto horrores que nunca se denunciaron, como los denunciaba monseñor Romero. Veremos si el sábado resuenan sus palabras”. Para estar seguro de que no lo malinterpreten, Jon Sobrino las recita de memoria: "En nombre de Dios y en nombre de este pueblo sufriente, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que termine la represión”. Ésto se lo escuché a él y me quedó grabado en la cabeza”.
El resto de su pensamiento sobre Romero, un Romero "no edulcorado”, el Romero "real”, se encuentra en el artículo que escribió para la Revista latinoamericana de Teología de la Universidad Católica, en cuyo comité de dirección figuran entre otros Leonardo Boff, Enrique Dussel y el chileno Comblin.
"Muestro lo que monseñor Romero sintió y dijo en el último retiro espiritual que predicó un mes antes de ser asesinado; después ofrezco tres puntos de reflexión que considero importantes. Recuerdo que un campesino dijo:
"Monseñor Romero nos defendió a los pobres; no solo nos ayudó, no solo hizo la opción por los pobres, que eso ya es un eslógan. Salió a defendernos a los pobres. Y si uno viene a defender es porque alguien necesita que lo defiendan, y necesita defensa el que es atacado. Por eso –dijo con segura certeza este campesino- lo mataron. Madre Teresa que era buena y no molestaba a nadie recibió el Premio Nobel, monseñor Romero que dio fastidio no recibió ningún Premio Nobel”.
Fuente: Tierras de America
Evangelio de justicia
“Voz de los sin voz”, monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en plena misa
La Razón (Edición Impresa) / José Rafael Vilar 26 de mayo de 2015
“En medio de un Padre Nuestro entró el Matador / y sin confesar su culpa le disparó / (…) y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez estaba el Cristo / de palo pegado a la pared (...)” (fragmento de la canción El padre Antonio y el monaguillo Andrés del cantante y compositor panameño Rubén Blades, compuesta en homenaje al arzobispo Óscar Arnulfo Romero).
Para muchos, San Romero de América, el asesinado arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, defensor de los derechos humanos y los pobres (“la misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así ésta encuentra su salvación”), declarado por el papa Francisco como “mártir de la Iglesia, asesinado por odio a la fe”, fue beatificado el sábado frente a 300.000 personas de 57 países en la ciudad donde ejerció su apostolado y donde fue asesinado (San Salvador), convirtiéndose en el primer beato salvadoreño y el primer arzobispo mártir de América. “Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor”, lo describió el papa Francisco en su carta a los fieles congregados para la ceremonia.
“Voz de los sin voz”, monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980, preludio de la Semana Santa y de la cruenta guerra civil salvadoreña, cuando iba a consagrar la hostia en la misa que oficiaba en la capilla del hospital Divina Providencia de San Salvador por militares presuntamente a las órdenes del mayor Roberto d'Aubuisson Arrieta y del expresidente coronel Arturo Armando Molina. El asesino recibió 114 dólares por su crimen.
Hombre de paz, monseñor Romero fue uno más de los casi 80.000 muertos (la mayoría no beligerantes) de la guerra civil que azotó El Salvador entre 1979 y 1992, y que concluyó con los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el Gobierno y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional bajo tutela de Naciones Unidas. Defensor de los derechos de los desprotegidos y de mayor justicia social, fue seguidor de una Iglesia que respondiera a los “signos de los tiempos”, indignada ética y teológicamente con las situaciones de injusticia y marginación, como propuso la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) promovida dentro de los postulados del Concilio Vaticano II por el papa Pablo VI (de quien Romero fuera alumno cuando éste aún era monseñor Giovanni Batista Montini).
“Fiesta de paz, fraternidad y perdón...”, mencionó el cardenal Angelo Amato, enviado del Papa, porque “su opción por los pobres no era ideológica, sino evangélica. Su caridad se extendía a los perseguidores”. El mejor ejemplo de que “Romero no es símbolo de división, sino de fraternidad y de concordia” fue que Marisa d'Aubuisson, hermana del autor intelectual del crimen, creó la fundación que promovió su beatificación, y que entre los invitados a la ceremonia estaba Roberto d'Aubuisson, hijo de éste. Pocos días antes de su asesinato Romero dijo: “Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás... Si me matan, resucitaré en el Pueblo.”
José Rafael Vilar
Tierras de América
En el Centro Monseñor Romero, plantado en el corazón de la Universidad Católica, Jon Sobrino se mueve como si danzara. Lo fundó después de la masacre de sus hermanos jesuitas –"no terminé como ellos sólo porque estaba en Tailandia”, recuerda- y a él se dedica como si fuera la última misión de su vida, que ya llega a los 77 años. Un promedio de unos veinte años más de lo que vivieron Ignacio Ellacuria y sus compañeros, derribados por balas asesinas el 16 de noviembre de 1989.
Jon Sobrino conoce muy bien las resistencias, las acusaciones de izquierdista y filoguerrillero que llovían contra Romero en El Salvador y que recibían oídos condescendientes en Roma. Por eso no puede dejar de alegrarse por la beatificación. Pero no es así. O por lo menos tiene que puntualizar muchas cosas al respecto. Le preguntamos si hace unos años hubiera imaginado que llegaría un día como hoy, como el sábado 23 de mayo, para ser exactos. En la sala principal del mausoleo de los "mártires de la UCA”, agita el cuerpo delgado y suelta un provocatorio "Nunca me interesó”. Vuelve a repetirlo, para que quede bien claro. "En serio… lo digo en serio: nunca me interesó la beatificación de Romero”.
Esperamos la aclaración. Debe haber una, lo que acaba de decir no pueden ser sus últimas palabras. "Cuando lo mataron, la gente de aquí –no los italianos y mucho menos el Vaticano- los salvadoreños, nuestros pobres, dijeron inmediatamente: "¡Es santo!”. Pedro Casaldáliga cuatro días después escribió un gran poema: «¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!»”. Recuerda que también Ignacio Ellacuría, abatido a pocos metros del lugar donde nos encontramos, "tres días después del asesinato de Romero celebró misa en un aula de la UCA y en la homilía dijo: "«Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador»”.
Respira hondo como si le faltara el aire. "Eso sí. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiera decir algo así. Que lo beatifiquen está bien; tardaron 35 años, pero no es lo más importante”. Se asegura de que el interlocutor haya recibido el golpe. "¿Entiendes lo que te estoy diciendo?”, exclama dibujando una sonrisa indulgente en sus labios finos.
Por toda respuesta recibe otro pedido de explicación. "Se entiende que no lo convence algo de lo que está ocurriendo…”. Cerca de nosotros están descargando los paquetes con el último número de Carta a las Iglesias, la revista que él dirige. "Está bien que lo beatifiquen, no digo que no, pero me hubiera gustado que fuera de otra manera… y todavía no sé lo que va a decir el cardenal Angelo Amato pasado mañana; no sé, no sé si sus palabras me van a convencer o no”.
Pero Sobrino no podrá escuchar la homilía del Prefecto que viene de Roma, o no quiere escucharla. "Sabemos que se va, que ha programado un viaje y que el sábado no estará en la plaza junto con todos. ¿Lo hizo a propósito?”.
Demora en responder, como si se estuviera preguntando cómo se supo. Después llega la aclaración: "Voy a Brasil, porque en Río de Janeiro se celebran los 50 años de la revista Concilium. He trabajado en esa revista los últimos 16 años. Debo dar un discurso y me retiro de la revista. La beatificación coincide con este encuentro. No es que me vaya, veré por televisión la ceremonia de beatificación y un poco antes del mediodía iré al aeropuerto”.
Dieciséis años en Concilium y Sobrino que se retira el día de la beatificación de Romero. Esto también es una noticia.
En la pared que tenemos delante, los "Padres de la Iglesia latinoamericana” escuchan muy serios. La galería comienza con monseñor Gerardi, asesinado en Guatemala en 1998, y prosigue con el colombiano Gerardo Valente Cano, el argentino Enrique Angelelli asesinado en 1976, Hélder Pessoa Câmara, brasileño en olor de santidad, el mexicano Sergio Méndel Arceo con otro compatriota al lado, Samuel Ruiz, y el ecuatoriano Leónidas Proano, seguidos por monseñor Roberto Joaquín Ramos (El Salvador 1938-1993) y el padre Manuel Larrain, chileno y fundador del CELAM, para terminar con el sucesor de Romero, el salesiano Arturo Rivera y Damas, figura clave en la historia de Romero e injustamente ignorado en las celebraciones de estos días.
El sábado al mediodía, según el programa que difundió el Cominé para la beatificación, se debería leer el decreto que incluirá formalmente al siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez entre los beatos de la Iglesia Católica. Probablemente Jon Sobrino no tendrá tiempo de escucharlo. Pero no le preocupa. Explica en cierta forma sus razones presentando el material de Carta a las Iglesias año XXXIII, número 661, que lleva en la tapa un mural que representa a Romero llevando de la mano a la hija de un campesino que acaba de cortar con una hoz un racimo de bananas.
"Dos artículos son críticos. El padre Manuel Acosta critica la actuación de la comisión oficial de preparación de la beatificación. Luis Van de Velde es más crítico con la jerarquía. Se pregunta si monseñor Romero se reconocería el día de su beatificación. Hace tiempo que pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado. Existe ese riesgo; esperemos que beatifiquen a un Romero vivo, más cortante que una espada de doble filo, justo y compasivo”.
La ropa que vestían los jesuitas amigos y colegas suyos el último día de su vida se exhibe colgada en una vitrina de la sala contigua, como si estuviera en un armario. La sotana marrón de Ellacuría, un albornoz, un par de calzoncillos un poco amarillentos, todos perforados por los proyectiles que los militares no se molestaron en ahorrar. Resuta natural pensar en ellos y en el proceso de su beatificación que empezó hace poco.
"Eso tampoco me preocupa”, exclama Sobrino. "Estaba en Tailandia ese día y por eso no me mataron. He visto correr la sangre de mucha gente en El Salvador, no me interesan las beatificaciones, espero que mis palabras ayuden a conocer más y mejor a Ellalcuría, tratamos de seguir su camino. Éso es lo que me interesa”.
¿Ni siquiera una señal de reconocimiento para el Papa argentino que impulsó la causa de Romero? "No, no me interesa aplaudir, y si aplaudo no es por el hecho de que el Papa sea argentino o jesuita, sino por lo que dice, por la manera como se comportó en Lampedusa, por ejemplo. Lo que me interesa es que haya alguien que diga que el fondo del Mediterráneo está lleno de cadáveres. Yo no aplaudo la resurrección de Jesús. Aplaudir no es lo mío”.
La atención se dirige ahora a pasado mañana. "He visto horrores que nunca se denunciaron, como los denunciaba monseñor Romero. Veremos si el sábado resuenan sus palabras”. Para estar seguro de que no lo malinterpreten, Jon Sobrino las recita de memoria: "En nombre de Dios y en nombre de este pueblo sufriente, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que termine la represión”. Ésto se lo escuché a él y me quedó grabado en la cabeza”.
El resto de su pensamiento sobre Romero, un Romero "no edulcorado”, el Romero "real”, se encuentra en el artículo que escribió para la Revista latinoamericana de Teología de la Universidad Católica, en cuyo comité de dirección figuran entre otros Leonardo Boff, Enrique Dussel y el chileno Comblin.
"Muestro lo que monseñor Romero sintió y dijo en el último retiro espiritual que predicó un mes antes de ser asesinado; después ofrezco tres puntos de reflexión que considero importantes. Recuerdo que un campesino dijo:
"Monseñor Romero nos defendió a los pobres; no solo nos ayudó, no solo hizo la opción por los pobres, que eso ya es un eslógan. Salió a defendernos a los pobres. Y si uno viene a defender es porque alguien necesita que lo defiendan, y necesita defensa el que es atacado. Por eso –dijo con segura certeza este campesino- lo mataron. Madre Teresa que era buena y no molestaba a nadie recibió el Premio Nobel, monseñor Romero que dio fastidio no recibió ningún Premio Nobel”.
Fuente: Tierras de America
Evangelio de justicia
“Voz de los sin voz”, monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en plena misa
La Razón (Edición Impresa) / José Rafael Vilar 26 de mayo de 2015
“En medio de un Padre Nuestro entró el Matador / y sin confesar su culpa le disparó / (…) y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez estaba el Cristo / de palo pegado a la pared (...)” (fragmento de la canción El padre Antonio y el monaguillo Andrés del cantante y compositor panameño Rubén Blades, compuesta en homenaje al arzobispo Óscar Arnulfo Romero).
Para muchos, San Romero de América, el asesinado arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, defensor de los derechos humanos y los pobres (“la misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así ésta encuentra su salvación”), declarado por el papa Francisco como “mártir de la Iglesia, asesinado por odio a la fe”, fue beatificado el sábado frente a 300.000 personas de 57 países en la ciudad donde ejerció su apostolado y donde fue asesinado (San Salvador), convirtiéndose en el primer beato salvadoreño y el primer arzobispo mártir de América. “Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor”, lo describió el papa Francisco en su carta a los fieles congregados para la ceremonia.
“Voz de los sin voz”, monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980, preludio de la Semana Santa y de la cruenta guerra civil salvadoreña, cuando iba a consagrar la hostia en la misa que oficiaba en la capilla del hospital Divina Providencia de San Salvador por militares presuntamente a las órdenes del mayor Roberto d'Aubuisson Arrieta y del expresidente coronel Arturo Armando Molina. El asesino recibió 114 dólares por su crimen.
Hombre de paz, monseñor Romero fue uno más de los casi 80.000 muertos (la mayoría no beligerantes) de la guerra civil que azotó El Salvador entre 1979 y 1992, y que concluyó con los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el Gobierno y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional bajo tutela de Naciones Unidas. Defensor de los derechos de los desprotegidos y de mayor justicia social, fue seguidor de una Iglesia que respondiera a los “signos de los tiempos”, indignada ética y teológicamente con las situaciones de injusticia y marginación, como propuso la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) promovida dentro de los postulados del Concilio Vaticano II por el papa Pablo VI (de quien Romero fuera alumno cuando éste aún era monseñor Giovanni Batista Montini).
“Fiesta de paz, fraternidad y perdón...”, mencionó el cardenal Angelo Amato, enviado del Papa, porque “su opción por los pobres no era ideológica, sino evangélica. Su caridad se extendía a los perseguidores”. El mejor ejemplo de que “Romero no es símbolo de división, sino de fraternidad y de concordia” fue que Marisa d'Aubuisson, hermana del autor intelectual del crimen, creó la fundación que promovió su beatificación, y que entre los invitados a la ceremonia estaba Roberto d'Aubuisson, hijo de éste. Pocos días antes de su asesinato Romero dijo: “Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás... Si me matan, resucitaré en el Pueblo.”
José Rafael Vilar
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lunes, 12 de abril de 2010
Sin justicia para Arnulfo Romero, Obispo de San Salvador
La incompetencia de los tribunales salvadoreños para hacer justicia y la elusión del Vaticano para incluirlo en su santoral son coincidentes
Acabamos de saber que al arzobispo Óscar Arnulfo Romero lo mató un sicario por 114 dólares. El dato lo reveló en una entrevista el ex capitán Rafael Álvaro Saravia, única persona condenada hasta hoy por el asesinato. Saravia, prófugo de la justicia desde que un tribunal estadounidense lo condenó en 2004, desapareció ese año y comenzó a huir de sí mismo, según escribe el periodista Carlos Dada en la entrevista publicada recientemente en el diario salvadoreño El Faro.
Monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante el ofertorio de la misa que oficiaba en la iglesia de la Divina Providencia de San Salvador. Bastó un disparo en el corazón, ejecutado a poco más de 30 metros con un rifle con mira telescópica, para acabar con su vida. Desde ese día hasta la fecha, según la Organización No Gubernamental Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas –la misma que posibilitó el procesamiento de Saravia–, no se ha hecho prácticamente nada en el país centroamericano para saber la verdad. Es posible que el asesinato de Romero fuera decidido por el fallecido líder anticomunista Roberto d’Aubuisson, fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que gobernó El Salvador desde 1989 hasta el año pasado.
Saravia no niega la participación de D’Aubuisson, pero sí que el ejecutor perteneciera a su equipo. Según el ex capitán, que huyó a California nada más cometerse el magnicidio, fue Mario Molina, otro conspirador e hijo del ex presidente Arturo Armando Molina, quien contrató al tirador, compró el arma y buscó la escolta que protegió al sicario. Sólo el chofer del vehículo que condujo al asesino hasta la iglesia pertenecía al equipo de D’Aubuisson. Confiesa Saravia que fue él quien pagó al ejecutor la cantidad de mil colones, 114 dólares al cambio actual.
Según Jesús Delgado, biógrafo de Óscar Arnulfo Romero, Roberto d’Aubuisson únicamente fue una pieza de la llamada Operación Piña, no el inductor de asesinato para la que fue programada. Por eso, mientras se desconozca la autoría de quienes idearon el magnicidio, el caso sigue abierto hasta que el Estado se decida a investigarlo y no se limite, como hizo recientemente el actual presidente salvadoreño Mauricio Funes, a pedir perdón en nombre del Estado.
Si esta es la censurable actitud de la justicia 30 años después, no menos recriminable es la de la Iglesia vaticana con relación a uno de sus pastores, cuyo compromiso con el mensaje solidario del Evangelio en pro de los más humildes fue decisivo para que acabaran con su vida...Dos veces se entrevistó el arzobispo con Juan Pablo II. En la primera le presentó un amplio informe sobre las violaciones de los derechos humanos en El Salvador, ante el que Wojtyla se limitó a objetar que tenía poco tiempo para tanta lectura, así como a recomendarle que “le convenía ir de acuerdo con el Gobierno”. Cuenta su biógrafo que monseñor Romero salió llorando de esa audiencia, celebrada en mayo de 1979, el mismo año en que se inició en su país una larga y sangrienta Guerra Civil: “El Papa no me ha entendido, no puede entender porque El Salvador no es Polonia”.
El segundo encuentro fue en enero de 1980. Juan Pablo II celebró que defendiera la justicia social pero también le advirtió de los riesgos del marxismo, a lo que el arzobispo replicó que “el anticomunismo de las derechas no defendía la religión sino el capitalismo”. El sentido de estas palabras fue similar al de las pronunciadas dos meses después con inmediatez premonitoria por monseñor Romero, segundos antes de su asesinato: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.
Dice el jesuita Jon Sobrino que la historia de la Iglesia en América Latina se divide en antes y después de monseñor Romero. La incompetencia de los tribunales para hacer justicia y la elusión del Vaticano para incluirlo en su santoral son coincidentes. Los primeros son incapaces de buscar y sentenciar a los culpables y la Iglesia echa en el olvido a uno más de sus mártires comprometidos con la Teología de la Liberación. Al fin y al cabo, Romero no hizo caso a Wojtyla: no se acomodó al Gobierno que trajo, entre tantas muertes impunes, la suya propia. Leer todo el artículo aquí. Las fotos están tomadas en el Valle del Jerte la tarde del 10-4-10.(de Félix Población. Público)
Acabamos de saber que al arzobispo Óscar Arnulfo Romero lo mató un sicario por 114 dólares. El dato lo reveló en una entrevista el ex capitán Rafael Álvaro Saravia, única persona condenada hasta hoy por el asesinato. Saravia, prófugo de la justicia desde que un tribunal estadounidense lo condenó en 2004, desapareció ese año y comenzó a huir de sí mismo, según escribe el periodista Carlos Dada en la entrevista publicada recientemente en el diario salvadoreño El Faro.
Monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante el ofertorio de la misa que oficiaba en la iglesia de la Divina Providencia de San Salvador. Bastó un disparo en el corazón, ejecutado a poco más de 30 metros con un rifle con mira telescópica, para acabar con su vida. Desde ese día hasta la fecha, según la Organización No Gubernamental Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas –la misma que posibilitó el procesamiento de Saravia–, no se ha hecho prácticamente nada en el país centroamericano para saber la verdad. Es posible que el asesinato de Romero fuera decidido por el fallecido líder anticomunista Roberto d’Aubuisson, fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que gobernó El Salvador desde 1989 hasta el año pasado.
Saravia no niega la participación de D’Aubuisson, pero sí que el ejecutor perteneciera a su equipo. Según el ex capitán, que huyó a California nada más cometerse el magnicidio, fue Mario Molina, otro conspirador e hijo del ex presidente Arturo Armando Molina, quien contrató al tirador, compró el arma y buscó la escolta que protegió al sicario. Sólo el chofer del vehículo que condujo al asesino hasta la iglesia pertenecía al equipo de D’Aubuisson. Confiesa Saravia que fue él quien pagó al ejecutor la cantidad de mil colones, 114 dólares al cambio actual.
Según Jesús Delgado, biógrafo de Óscar Arnulfo Romero, Roberto d’Aubuisson únicamente fue una pieza de la llamada Operación Piña, no el inductor de asesinato para la que fue programada. Por eso, mientras se desconozca la autoría de quienes idearon el magnicidio, el caso sigue abierto hasta que el Estado se decida a investigarlo y no se limite, como hizo recientemente el actual presidente salvadoreño Mauricio Funes, a pedir perdón en nombre del Estado.
Si esta es la censurable actitud de la justicia 30 años después, no menos recriminable es la de la Iglesia vaticana con relación a uno de sus pastores, cuyo compromiso con el mensaje solidario del Evangelio en pro de los más humildes fue decisivo para que acabaran con su vida...Dos veces se entrevistó el arzobispo con Juan Pablo II. En la primera le presentó un amplio informe sobre las violaciones de los derechos humanos en El Salvador, ante el que Wojtyla se limitó a objetar que tenía poco tiempo para tanta lectura, así como a recomendarle que “le convenía ir de acuerdo con el Gobierno”. Cuenta su biógrafo que monseñor Romero salió llorando de esa audiencia, celebrada en mayo de 1979, el mismo año en que se inició en su país una larga y sangrienta Guerra Civil: “El Papa no me ha entendido, no puede entender porque El Salvador no es Polonia”.
El segundo encuentro fue en enero de 1980. Juan Pablo II celebró que defendiera la justicia social pero también le advirtió de los riesgos del marxismo, a lo que el arzobispo replicó que “el anticomunismo de las derechas no defendía la religión sino el capitalismo”. El sentido de estas palabras fue similar al de las pronunciadas dos meses después con inmediatez premonitoria por monseñor Romero, segundos antes de su asesinato: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.
Dice el jesuita Jon Sobrino que la historia de la Iglesia en América Latina se divide en antes y después de monseñor Romero. La incompetencia de los tribunales para hacer justicia y la elusión del Vaticano para incluirlo en su santoral son coincidentes. Los primeros son incapaces de buscar y sentenciar a los culpables y la Iglesia echa en el olvido a uno más de sus mártires comprometidos con la Teología de la Liberación. Al fin y al cabo, Romero no hizo caso a Wojtyla: no se acomodó al Gobierno que trajo, entre tantas muertes impunes, la suya propia. Leer todo el artículo aquí. Las fotos están tomadas en el Valle del Jerte la tarde del 10-4-10.(de Félix Población. Público)
sábado, 27 de marzo de 2010
La monja, Luz Isabel Cueva presenció el asesinato de monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980 en El Salvador.
La monja, Luz Isabel Cueva fue una de las pocas personas que presenció el asesinato del monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980.
En el testimonio ofrecido a BBC Mundo sobre lo ocurrido aquel trágico día, la religiosa dijo que no sintió miedo, sino rabia.
Más sobre el obispo Óscar Romero. Y más aquí.
En el testimonio ofrecido a BBC Mundo sobre lo ocurrido aquel trágico día, la religiosa dijo que no sintió miedo, sino rabia.
Más sobre el obispo Óscar Romero. Y más aquí.
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