Mostrando entradas con la etiqueta bulling. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta bulling. Mostrar todas las entradas

lunes, 20 de diciembre de 2021

_- El día que quemé mi corazón

_- Resulta dramático que una institución como la escuela, que pretende enseñar el camino de la felicidad, de la convivencia armoniosa y de la paz justa, se convierta para algunos alumnos y alumnas en un infierno. El sufrimiento se hace, a veces, tan insoportable que las víctimas se ven abocadas a tomar la decisión de quitarse la vida.

Es triste pensar en la noche de las víctimas de acoso escolar, que se acuestan pensando en el horror del día que ha pasado y en las seguridad de que al día siguiente volverá a repetirse la tortura. Es probable, además, que el sueño se pueble de pesadillas. ¿Por dónde escapar?

Cuesta pensar en esa horrible sensación de tener que levantarse para ir cada día al potro de tortura. Con la angustita, el miedo y la impotencia grabados a fuego en la piel. Callando por el miedo a que redoblen las agresiones y a que se cumplan las amenazas de los torturadores. Callando porque sienten vergüenza de lo que les está pasando y no lo quieren contar.

– Como digas algo a tus padres o a los profesores, lo pagarás caro.

Hace unos días, la cadena de televisión Antena 3 estrenó una película francesa titulada ”El día que quemé mi corazón”, del director Christophe Lamotte. Una película que cuenta la historia real de un joven estudiante francés que se inmola a los 16 años prendiéndose fuego, como consecuencia de un acoso escolar de más de seis años.

– “El 8 de febrero de 2011, dice el protagonista de la historia, decidí acabar con todo. Compré un litro de alcohol, lo vertí sobre mi ropa y me prendí fuego”.

La película se estrenó el año 2018 en Francia con motivo del Día Internacional contra el acoso escolar, que se celebra el día 2 de mayo desde el año 2011.

El caso de Jonathan Destin fue el origen de la primera ley francesa contra el acoso escolar en colegios e institutos de Francia. Fue necesario que un alumno se prendiera fuego para que se promulgase una ley, que llegó tres años después de la tragedia.

El autor del libro autobiográfico “Condamné à me tuer” (“Condenado a matarme”), Jonathan Dastin (interpretado en la película por el actor Martin Daquin), nació en 1994. Tiene ahora 27 años, si no he hecho mal el cálculo.

Ese libro ha servido para producir la película, que comienza con unas dramáticas imágenes del joven rociándose con gasolina y pendiéndose fuego. La prensa se hace eco de la tragedia con el impactante lema de “La antorcha humana”.

– “Todo empezó cuando tenía 10 años, dice Jonathan. Durante todo ese tiempo me acosaron en la escuela. Me pegaban, me intimidaban, me decían que matarían a mis padres”,

La película, desde el punto de vista cinematográfico, no tiene nada especial. Es una película que está más centrada en el qué cuenta que en el cómo contarlo. Es una película correcta, sin alardes, con inevitables flash backs, con un lenguaje sencillo.

Nos cuenta las burlas, los chantajes, las humillaciones, los golpes, las amenazas con las que se ceban algunos compañeros y compañeras de colegio. Y también algunas escenas de la vida colegial en las que sufre, por ejemplo en las clases de Educación Física. Tiene que saltar el plinton, dar volteretas, suspenderse de barras, dar saltos… Lo que para los demás es algo fácil y divertido para él resulta imposible y, como consecuencia, humillante. Dada su constitución pícnica se muestra incapaz, despertando las risas de sus compañeros y, en algún caso, del profesor. En otra clase, después de recibir un golpe de una compañera se gana sin rechistar la reprimenda de la profesora. Él, como suele suceder en estos casos, no desvela quién ha sido la que ha desencadenado la disrupción. La compañera sonríe cínicamente, alegrándose del injusto reproche que recibe Jonathan.

Le quitaban diariamente los diez euros que sus padres le entregaban para el desayuno. En cierta ocasión le colocaron una pistola en la frente y le exigieron que les diera cien euros.

– Si no nos das el dinero te mataremos y mataremos también a tus padres.

Después de la autoinmolación pasa varios meses en coma, los médicos se plantean hacer alguna amputación porque en las aguas del canal quedó congelado. Ha sido sometido, según cuenta en su libro, a más de veinte operaciones y todavía sigue en terapia para superar aquella tragedia.

La película muestra a los protagonistas de la historia: el acosado, los acosadores y acosadoras, los testigos, la familia (padres y hermana) el profesorado, el jefe de estudios y el director del centro, los padres de los acosadores…

Los acosadores y acosadoras, en realidad, son unos cobardes. Eligen al más débil cono su víctima. Su dolor les divierte. Y se rodean de una camarilla de turiferarios que les ríen las gracias. Porque todas las vejaciones son consideradas graciosas.

El jefe de estudios, interpretado por el excelente actor Patrick Demarescau, que no sabe que su hijo es uno de los acosadores, es una persona cercana a los alumnos. Cuando se entera de lo ocurrido, acude al Hospital donde se encuentra encamado Jonathan, como una momia, completamente oculto por las vendas. Solamente se le ve la nariz y la boca. Permanece en estado de coma desde el día trágico en que tomó la decisión autolítica. Después de incendiarse, diversos recuerdos de la vida familiar le impulsaron a arrojarse a un canal después de recorrer doscientos metros.

El Director de la institución le exige a su jefe de estudios que exima al centro de cualquier responsabilidad. Es la imagen del centro lo que le importa.

– Ya sufría acoso antes de llegar aquí, dice el Director, tratando de eludir cualquier responsabilidad,

Su postura es realmente deleznable. No existe ni una pizca de compasión en sus palabras. Incluso desde el punto de vista profesional adopta una actitud inadmisible:

No es mi trabajo saber si hubo acoso, dice enfadado. Pues yo creo que sí es su trabajo. Más aún, debería saber cómo y por qué no se ha detectado. Y qué responsabilidad existe en el intento de suicidio de uno de sus alumnos.

Los profesores celebran una reunión para analizar los hechos. Es curioso observar la sorpresa de la mayoría. ¿Cómo es posible que no veamos nada de nada, que ni siquiera alberguemos una sospecha? ¿Cómo puede fraguarse la decisión de un suicidio después de años de acoso, como sucedió en este caso, sin percibir ni un solo signo de alarma? Alguno, sin embargo, había observado con más atención y reconoce que Jonathan no se comportaba de una manera espontanea.

Pienso también en el padre, la madre (interpretada por la actriz Camille Chamaux) y la hermana de Jonathan. Porque ellos tampoco se percataron de la tragedia que estaba viviendo Jonathan. Ni siquiera en los álgidos días en que se fragua la fatal decisión. Es más, cuando el padre es informado por su mujer de que su hijo era acosado, dice:

– Es imposible. Él es muy fuerte. Les hubiera dado una paliza a todos.

Es preocupante también la insolidaridad de todos los testigos. Los alumnos y alumnas conocen bien lo que pasa. Son testigos directos de los abusos. Pero se callan. Temen las represalias de los violentos. Saben que ellos pueden pasar a ser las víctimas si hablan.

Escuela y familia tienen una tarea educativa que debe estar encaminada a la prevención de este fenómeno (que hoy se ve agrandado por el uso nocivo de las redes sociales). Y que deben permanecer atentas (hay que educar los ojos para ver, hay que cuidar el corazón para que el otro importe) ante el sufrimiento de las víctimas.

Jonathan no solo ha escrito el libro para ayudar a descubrir y afrontar esta lacra. Imparte conferencias en Colegios e institutos, concede entrevistas (fue entrevistado en Antena 3 con ocasión del estreno de la película), hace campañas… No quiere que nadie viva lo que él tuvo que soportar y que todavía perdura (“Las secuelas psicológicas son las peores”, dice). porque considera que hay que evitar a toda costa esta tragedia.

El acoso escolar es un cáncer de las instituciones educativas. ¿Cómo es posible que nos pase inadvertido tanto dolor, tanta angustia, tanta desesperación? ¿Cómo no detectamos el sufrimiento de esos alumnos y alumnas que viven a la desesperada una vida infeliz, llena de miedo y de dolor?

Y los alumnos y alumnas tienen que saber que es una obligación moral delatar a los torturadores. El silencio les hace cómplices de la tortura. No son chivatos, no son acusicas. Es un error considerarse buenos compañeros porque no hablan. Tienen que ser buenos compañeros de las víctimas.

Blog El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.

jueves, 6 de mayo de 2021

Las orejas de Pablo

Es fácil reírse de alguien cuando se tiene poder. La burla es un arma terrible que se puede manejar de forma cruel sobre quien no tiene posibilidad alguna de defenderse. Es bueno tener sentido del humor, pero no lo es utilizarlo como un arma contra los demás. Me preocupa especialmente el ingenio que se manifiesta de forma hiriente por parte de quien goza de una situación ventajosa. Pasa, a veces, en las aulas. Ante la broma del profesor o de la profesora, los compañeros se ríen mientras el zaherido sonríe desde el fondo de su impotencia. Qué ocurrencia. Qué gracia. Mientras más ingenio, más risa.

Escribí hace unas semanas sobre el bullyng en las escuelas. Una tragedia, decía, que pervive y causa víctimas inocentes que sufren en silecnio bajo la amenaza de los agresores. Lo hacía al hilo del prólogo que he escrito para un libro coordinado por Arnaldo Canales en Santiago de Chile. El libro se titula “Historias que sanan” y ha sido promovido y editado por la Fundación Lidererazgo Chile. Mi prólogo lleva por título “Radiografía del horror”.

Uno de los relatos tiene una peculiaridad que quiero destacar. Porque el agresor no es un alumno o un grupo de alumnos que actúan con crueldad a la espalda de los docentes sino un profesor que, desde el poder que le confiere el cargo, hace bromas que causan un grave daño a su destinatarios. La autora del relato se llama Macarezza Meléndez y voy a utilizar básicamente sus propias palabras.

“De niña yo tenía una gran inseguridad: mis orejas. No podían gustarme, sentía que eran muy grandes, que eran muy largas, que eran muy todo. Evitaba recogerme el cabello en una cola, utilizaba siempre mi pelo suelto cubriéndolas o usaba gorros y evitaba que la gente las mirara por mucho tiempo, porque me sentía insegura y en casa lloraba por ello. Algunos compañeros míos me molestaban sistemáticamente, incluso mis amigos, y yo me sentía muy mal al respecto. Siendo una niña, no sabía qué hacer para cambiar las cosas, e incluso llegué a pedirle a mi madre que me operara lo antes posible porque me acomplejaban.

Ella siempre me decía que se me pasaría, y que mis orejas eran lo más bello del mundo y que estuviera agradecida de tenerlas, y tuvo razón. A medida que fui creciendo le fui quitando importancia, pues supe que es mejor tener que no tener y que no había nada de malo conmigo. Mis compañeros dejaron de molestarme gradualmente, por lo que me sentí aliviada y tranquila, olvidando lo que era tener complejos hasta que un día me di cuenta de que otras personas también sufrían de ellos.

Cuatro años después de ese período doloroso de mi vida tenía una importante prueba que dar, a mis doce años, con el profesor favorito de todos, el profe de historia. En este examen, dio las instrucciones en voz alta, pero mi amigo y compañero de clase, Pablo, no le entendió.

– Profesor, ¿puede repetirlo?
El aludido repitió la instrucción, y nuevamente Pablo se vio confundido y preguntó otra vez.
– Disculpe, ¿cómo dijo?
Era el profesor favorito de todos, un hombre de barba simpático que nos hacía reír en cada clase por sus ocurrencias y bromas, pero cuando le respondió de nuevo a mi amigo no me reí con sus palabras.
– ¡Por Dios! ¡Tienes unas orejas enormes y no escuchas nada!

Todos se carcajearon hasta que Pablo, nervioso y con las mejillas encendidas por la vergüenza, se cubrió su cabeza y orejas con el gorro de su chaqueta con los ojos empapados en lágrimas, sollozando en voz baja y poniéndose muy triste y apenado. Entonces se hizo un silencio en la sala, las caras de mis compañeros se llenaron de arrepentimiento y vergüenza y el profesor de historia intentó disculparse con él, pero este no le respondió y lo ignoró hasta que la prueba terminó.

No era la primera vez que molestaban a Pablo por sus orejas, pues siempre sus compañeros e incluso sus amigos decían algún chiste o se burlaban de él en algún momento del día. Sabía que lo molestaban, pero nunca hice nada. Yo era su amiga y jamás le di importancia, no caí en la cuenta de que para él no era fácil y que estaba viviendo algo que también me pasó a mí y que le puede pasar a cualquier persona, que es tener una inseguridad con la que los demás se divierten. Es un sentimiento que nadie debería sufrir nunca, pues yo lo sufrí por años y nadie nunca, más que mi familia, corrió en mi auxilio.

Con este pensamiento, al terminar el examen fui corriendo donde la directora para explicarle la situación, pues yo le consideraba un amigo y no podía creer que un profesor tratara así a un alumno. Cuando terminé de contarle lo sucedido, ella asintió con la cabeza, mostrándose comprensiva, y luego me tranquilizó diciendo que verían de inmediato al profesor y a Pablo para conversar con ellos y arreglar las cosas; llegaron al despacho y conversamos entre todos, luego de una corta charla de la directora, el profesor pidió disculpas y Pablo las aceptó.

Me sentí feliz y al volver a casa le conté a mi madre y ella me felicitó por haber visto más allá de las cosas y pensado en mi amigo, cenamos y luego me dormí nerviosa pensando en qué pasaría al día siguiente.

Cuando llegué a la escuela, me percaté de que nos tocaba con aquel profesor de historia a primera hora del día, por lo que cuando entré a la sala me sentí inquieta y me senté en mi lugar en silencio. Luego de un rato de las clases, nadie mencionó nada, y Pablo estaba tan risueño y normal como siempre, también se reía con las bromas del profesor y con las de los demás. Supuse entonces que todo se había arreglado ayer, pues todo el ambiente era grato y tranquilo, hasta que el profesor hizo un comentario que me dejó perpleja.

Oigan, les quiero contar un secreto, pero me da un poco de miedo que alguien pueda acusarme. Dirigió su mirada hacia a mí y preguntó:
– ¿No es así?
Me quedé en silencio y mis compañeros se rieron.
– ¿Qué?, le pregunté, perpleja.
– Que si no te vas a poner sensible si cuento algo, dijo, socarrón.
– Usted hizo sentir mal a mi amigo. Yo solo hice lo que fue correcto hacer, le dije, sintiendo las mejillas calientes por la situación y nerviosa porque un profesor me estaba tratando de una manera muy inapropiada.
– Pero si no fue para tanto, ¿o sí, Pablo?, le preguntó entonces a mi amigo, y este no fue capaz de mirarme cuando respondió.
– No, yo no le pedí a nadie que hablara por mí. Sé defenderme solito, además, no soy un acusete.
Me sentí triste, decepcionada y humillada, como si hubiera cometido un error, como si me hubiera inmiscuido en los asuntos de los demás. Pero entonces comencé a reflexionar y concluí que no. No estaba equivocada. No era la primera vez que Pablo era molestado. Siempre lo molestaban, y si bien él siempre se reía, había momentos en que no. ¿Por qué entonces él mentía ahora, quitándole importancia al asunto?

Me di cuenta más temprano que tarde de que Pablo con tal de ser aceptado entre sus compañeros y el amado profesor, con tal de no ser el objeto de esa burla, mintió y me hizo hacer sentir mal a mí, para que él no fuera el herido.

Independiente de si somos niños o adultos…Si somos maltratados, si somos golpeados, si somos el hazmerreír, entonces las cosas no son fáciles. Entonces, las personas por ser aceptadas aguantan. Las personas con tal de ser incluidas fingen. Las personas con tal de pertenecer, aparentan. Y eso no está bien…”.

La historia sigue. Con muchas cuestiones de interés. Pero yo no tengo más espacio. Quiero agradecer a Macarezza el relato. Y felicitarla por su valentía. Era más fácil reirse con todos y callarse, que es lo que suele suceder. Es más fácil situarse del lado del agresor y reirle las gracias. Es más fácil quitarle importancia al asunto y decir con el bromista: “no es para tanto”. O quizás: hay que tener sentido del humor.

Lo que pretendo con estas líneas es destruir ese arsenal de armas que son las burlas sobre los demás. Sobre todo, de esas burlas que maneja impunemente quien tiene poder. Lo que deseo es terminar con ese martirio que son las risas que despiertan los comentarios ingeniosos y mordaces de quien se esconde en el burladero que tiene el que manda. Esas risas que se repiten en el silencio de la noche, mientras quien las ha provocado duerme a pierna suelta. Me preocupan en la polìtica, en la industria, en el comencio, en el deporte, en el ejército… Pero, sobre todo, en el escenario segrado de la educación. El Adarve.

lunes, 15 de junio de 2020

_- “Hiciste de mi vida un infierno”: Hollywood ya delata a los malos compañeros, ¿por qué España no se atreve? La crisis de imagen que atraviesan figuras sagradas de la televisión en Estados Unidos como Ellen Degeneres o estrellas como Lea Michele dejan claro que ya no hay miedo a hablar de la crueldad en el set de rodaje, pero en nuestro país todavía no hemos abierto esa puerta

_- Un solo tuit del cómico Kevin Porter sirvió el pasado marzo para hacer que la imagen de Ellen Degeneres, "la mujer más divertida de América", una de las presentadoras y cómicas más queridas y poderosas de la televisión en Estados Unidos, cayese por los suelos. "Ellen Degeneres es una de las personas más crueles que hay. Contesta a este hilo con la peor historia que hayas escuchado sobre Ellen siendo cruel y por cada respuesta donaré dos euros al banco de alimentos de Los Ángeles". Cinco mil respuestas después, Ellen sufre una crisis de relaciones públicas y publicaciones especializadas como Variety han dedicado artículos para dar voz a empleados y compañeros que han dibujado una cara muy distinta de la que conoce el público.

"En España, enemistarte en público con alguien puede dejarte sin trabajo. Nadie quiere ser tachado de conflictivo o de tener la piel fina, así que en esos casos lo más común es apretar los dientes", afirma una trabajadora de la industria del entretenimiento

Es la eterna historia de lo que se sabe, pero no se cuenta. O de lo que se cuenta en camerinos, en pasillos, en bares o en fiestas privadas, pero no tiene proyección más allá del ámbito profesional. Algo que sucede en todos los ámbitos: el jefe que te hace la vida imposible o el compañero que pisaría tu cabeza para conseguir un ascenso lo ha sufrido, más o menos, todo el mundo. Pero en el mundo del espectáculo el poder no solo imponía a la hora de hablar, sino que una calculada estrategia de relaciones públicas (de la que además dependían millones en publicidad) opacaba cualquier intento de desenmascarar a alguien. ¿Se dice en los círculos televisivos que la todopoderosa Oprah Winfrey puede ser déspota, calculadora y cruel? Sí. ¿Trasciende a los medios? Apenas. Cuando en 2011 Kitty Kelley publicó una escandalosa biografía de la presentadora y empresaria, casi ningún programa ni canal quisieron dedicarle un solo segmento de su programación. Enfadar a Oprah era enfadar al monstruo.

Pero está ocurriendo ahora. Paralelamente al movimiento #MeToo, obviamente de implicaciones mucho más profundas y graves, en el mundo del espectáculo se está normalizando que artistas y trabajadores hablen sin tapujos de quién fue un dolor de muelas en un rodaje o quien les hizo la vida imposible cuando estaban comenzando su carrera. Hoy es actualidad Lea Michele, cantante y actriz conocida sobre todo por Glee. El 29 de mayo escribió un tuit donde lamentaba la muerte de George Floyd con su correspondiente hashtag "black lives matter". Muy poco después, el pasado martes 2 de junio, la actriz Samantha Marie Ware (que hizo de Jane en la temporada 6 de la serie de Ryan Murphy) respondió lo siguiente y en mayúsculas (que, en Internet, indica que estás gritando):

"¡Me parto! ¿Te acuerdas de cuando hiciste de mi primer papelito en televisión un infierno en la tierra? Porque yo nunca lo olvidaré. Creo que le dijiste a todo el mundo que, si tenías oportunidad, cagarías sobre mi peluca, entre otras microagresiones traumáticas que hicieron que me cuestionase si quería una carrera en Hollywood", escribió la actriz. Leah no tardó en responder con un comunicado oficial un día después, lo cual da una idea de que la historia había dado donde le dolía y, tal vez, había verdad en ella. Pese a que, según afirma en el comunicado, publicado por la revista People, no recordaba ese incidente en particular al que se refería la actriz, Lea remataba: "He escuchado esas críticas y estoy aprendiendo a la vez que pido perdón. Seré mejor persona en el futuro tras esta experiencia".

El comunicado era de diez, pero no evitó que otras personas que han trabajado con Lea Michele apoyasen a Samantha Marie Ware compartiendo sus propias historias, como Heather Morris, que indicó –también en Twitter– que Michele era "muy desagradable como compañera".

¿Ha creado la pandemia y su consiguiente confinamiento una tormenta perfecta para que empecemos a ver a las celebridades de otra manera? Un compartidísimo análisis de The New York Times habló el pasado abril de cómo el propio concepto de la celebridad se reveló no solo inútil durante estos tiempos difíciles, sino desagradable para la gente de a pie: ver a esas superestrellas pedir que todos nos quedásemos en casa desde sus espectaculares jardines con hechuras de parque temático fue un golpe de realidad. ¿Pero por qué esto apenas ocurre en España? Mientras en Estados Unidos se ha hecho habitual desenmascarar a esos que crean ambientes tóxicos en el mundo del espectáculo, apenas hemos visto una ola correspondiente en España.

Pocos aquí se han atrevido a hablar mal de un compañero de trabajo. Apenas se recuerda el caso de Pilar Punzano contra Imanol Arias, que en 2015 publicó una carta contra el actor en su perfil de Facebook que recogieron todos los medios. "Este señor que a la mayoría le parece entrañable", escribió Punzano, "jamás me preguntó cómo estaba en cinco años. No sabe nada de los delitos que han cometido contra los derechos de los trabajadores dicha productora en mi caso, ¿o sí?". Es una de las pocas que, con razón o sin ella (en una posterior entrevista a EL PAÍS aseguró no tener problemas con Imanol y haber aceptado sus disculpas), se han atrevido a dar el paso de criticar públicamente a una figura sagrada de los medios en España.

Según una trabajadora de la industria de la televisión en España, sí hay casos de vacas sagradas en la industria adoradas por el público y cuyo comportamiento con el equipo ha suscitado a menudo críticas, pero nunca públicas. "La manera como tratamos a las estrellas en los rodajes, junto a los rasgos narcisistas que en muchos casos van unidos a la vocación interpretativa, da lugar a comportamientos tiránicos por parte de los actores que jamás se tolerarían en otros ámbitos profesionales, ni siquiera a los jefes", explica tras pedir que se mantenga su anonimato. "Y a pesar de que en los últimos años se ha tomado más conciencia de esto (las denuncias de los abusos sexuales son un buen ejemplo), todavía hay cierta sensación de impunidad".

"Los que sufren las consecuencias de estas actitudes, sobre todo trabajadores, pero también algunos actores, no quieren hablar públicamente de ello porque su pan está en juego", prosigue. "En España más aún, porque se trata de una industria más pequeña y más precaria en la que enemistarte en público con alguien puede dejarte sin trabajo. Nadie quiere ser tachado de conflictivo o de tener la piel fina, así que en esos casos lo más común es apretar los dientes, aguantar lo que dure el proyecto, y esperar no volver a cruzarte con según qué personajes". Así, a menudo la charla de colegas tras las cámaras, cuando nadie escucha, se convierte en una especie de recuerdo de guerra en el que técnicos, actores secundarios y guionistas se preguntan: "¿Y tú a quién sobreviviste?".

https://elpais.com/elpais/2020/06/04/icon/1591263139_424967.html

viernes, 9 de febrero de 2018

La bebé que ayuda a prevenir el bullying en una escuela de Canadá.

Naomi tiene solo siete meses, pero tiene un trabajo serio: visita regularmente una clase de niños y niñas de 10 años para enseñarles a ser más cariñosos y menos agresivos.

Como parte de un programa llamado Raíces de Empatía (Roots of Empathy), Noemi y su mamá van a la escuela con regularidad. Relacionarse con alguien más vulnerable, dicen los promotores del proyecto, hace que los niños desarrollen su empatía.

Las clases con bebés de Raíces de Empatía se llevan a cabo en Canadá y en otros siete países. Según los estudios hasta ahora, reducen los casos de acoso y agresión en el año escolar.


http://www.bbc.com/mundo/media-42805107

jueves, 27 de julio de 2017

_- Cómo es KiVa, el exitoso método creado en Finlandia para combatir el bullying que están empezando a usar en escuelas de América Latina

_- Da igual si son privadas o públicas, si están en barrios privilegiados o en zonas pobres, en China, Reino Unido o en Uruguay.

En la mayoría de las escuelas del mundo se generan -en mayor o menor medida- situaciones de bullying o acoso escolar. Finlandia -un país líder en temas de educación- no es una excepción a la regla.

Sin embargo, desde 2009, el acoso en las escuelas de ese país ha disminuido drásticamente gracias a un método revolucionario para combatir estas situaciones en las que un estudiante o un grupo de estudiantes hostiga de forma sistemática a un compañero.

Según un estudio en el que participaron 30.000 estudiantes de entre 7 y 15 años, este sistema desarrollado en la Universidad de Turku, en el suroeste de Finlandia, logró eliminar el acoso en cerca del 80% de las escuelas y lo redujo en el otro 20%.

El éxito de este programa bautizado KiVa (acrónimo de Kiusaamista Vastaan, que en finés significa en contra del bullying) no pasó desapercibido en Europa, donde cerca de 20 países decidieron implementarlo. Y, ahora, varias instituciones educativas en países de América Latina -entre ellos Argentina, Chile, Colombia y Perú- están empezando a usarlo.

El rol de los testigos
La clave de KiVa es que, a diferencia de las metodologías tradicionales, además de trabajar con las víctimas y los acosadores, "incorpora a los testigos", le dice a BBC Mundo Francisca Isasmendi, psicopedagoga y encargada del programa en el Colegio Santa María de Salta, una de las instituciones pioneras en la implementación de KiVa en Argentina.

Es decir, "toma en cuenta a las personas que se quedan calladas y sufren pasivamente el acoso".
"Porque si bien a nadie le gustar ser partícipe de una situación donde se violenta a una persona, muchos chicos no saben qué hacer para salir del paso o cómo defender a la víctima", añade Isasmendi.

Aunque los testigos no son los protagonistas obvios de la historia, con su silencio o sus risas refuerzan el poder del agresor. Incidencia del bullying en América Latina

32% estudiantes de secundaria reconocen haber sufrido la rotura de objetos llevados a la escuela

12% - 14% experimentó violencia verbal

10% dice haber sufrido amenazas de un compañero.

8% fue víctima de exclusión social

37,2% de los chicos de sexto grado dice haber sido insultado o amenazado.

CEPAL y Bullying Sin Fronteras (2014)

Si se trabaja con los observadores para que puedan tomar conciencia de su rol en esta situación y estos modifican su comportamiento, el agresor pierde su público.

"Y cuando el grupo lo deja de apoyar y se queda solo, el acosador para", explica la psicopedagoga. Una vez que se identifica en la clase una situación de acoso, un equipo entrenado trabaja siguiendo un protocolo específico con la víctima, el acosador y los testigos de forma individual, sin enfrentarlos.

Si bien a nadie le gustar ser partícipe en una situación donde se violenta a una persona, muchos chicos no saben qué hacer para salir del paso o cómo defender a la víctima

"El impacto del sistema se siente sobre todo en los acosadores, porque si cambian las actitudes de los demás, (acosar) ya no es tan divertido", le explica a BBC Mundo Tiina Mäkelä, directora del programa KiVa del Instituto Escalae en España y entrenadora del programa en los países de habla hispana.

Antes de que ocurra
Otro componente fundamental -en el que participan todos- es la prevención. "Esto incluye lecciones y actividades que se imparten dos veces al mes, durante 45 minutos, donde no se habla de casos particulares sino de conceptos generales", dice Tiina Mäkelä

Todas estas actividades apuntan a crear un ambiente amable, generoso y respetuoso con los demás. Se les enseña a los niños a diferenciar entre un conflicto entre pares (aceptable) y una situación de bullying, que no debe ser tolerada.

Iván Galindo, dueño y director del Colegio Erik Erikson en Querétaro, a dos horas de Ciudad de México, cuenta que actuar antes de que se desarrollen situaciones de bullying fue importante para mejorar el bienestar de los niños en su escuela.

"Nosotros antes actuábamos cuando nos dábamos cuenta de que algo estaba pasando, cuando la leche ya se había derramado", le dice a BBC Mundo.

"Ahora nos anticipamos al problema y es más fácil identificarlo, porque los niños ya saben de qué se trata" y cómo evitarlo, explica.

Antes actuábamos cuando la leche ya se había derramado. Ahora nos anticipamos al problema y es más fácil identificarlo que antes Iván Galindo, director del Colegio Erik Erikson

Isasmendi coincide con Galindo. "Los chicos saben ahora que si están en una situación en la que no se sienten cómodos o se sienten violentados pueden pedir ayuda", dice Isasmendi.

Y este trabajo de prevención y concientización alcanza también a los padres y a los docentes.

"Hay que cambiar la cultura, porque aquí el bullying se toma muchas veces como algo normal y dicen 'son cosas de chicos, que lo resuelvan entre ellos'. Y, como consecuencia, muchos chicos transitan toda su escolaridad sintiéndose mal", explica la psicopedagoga.

Isasmendi reconoce que es un trabajo lento pero que da resultados, aunque paradójicamente ahora, según su experiencia, parece haber más casos. No es porque antes no ocurriesen, aclara, sino que "ahora se ven más porque hay una mayor conciencia de que no es normal que esto pase".

De Finlandia a América Latina
¿Pero en qué medida un método creado para una cultura y una sociedad tan diferentes a la nuestra puede brindar los mismos resultados?

"Hay problemas básicos que son iguales en todos los países", dice Mäkelä, aunque reconoce que ciertos aspectos de la metodología requieren aquí más atención.

"Los docentes aquí necesitan más apoyo que en Finlandia, porque ellos allí tienen más autonomía y más tiempo para preparar sus clases".

Otro punto es la colaboración con las familias.
"Muchas veces en América Latina, en vez de colaborar se busca a los culpables: la familia culpa a la escuela y viceversa. En vez de buscar culpables hay que buscar soluciones", agrega Mäkelä.

En el caso de la escuela de Salta, involucrar a las familias ayudó a agilizar los cambios. "Nosotros necesitamos que las familias participaran porque notamos que cuando lo hacían, veíamos cambios muchos más rápidos", cuenta Isasmendi.

A poco más de un año de su implementación, todavía es temprano para cuantificar el impacto de KiVa en Argentina, pero a juzgar por los testimonios de alumnos y maestros, la mejoría en el ambiente escolar es evidente. "(Kiva) me hace sentir más seguro y más confiado. Las clases de KiVa me hicieron más empático y más social", dice un alumno de 4º del Colegio Erik Erikson.
"Ha motivado a los alumnos a mostrarse más reflexivos y a tomar más en cuenta al otro", comenta una coordinadora de la misma institución.

Para Isasmendi, se trata mucho más que de una herramienta válida para intervenir en un medio escolar. "Es más que un programa antibullying. Es una filosofía de vida que apunta al bienestar escolar, a crear un clima de trabajo donde los chicos puedan tener tolerancia y respeto".

http://www.bbc.com/mundo/noticias-39845405#


ESTAMPAS FINESAS


• Es el país con mayores niveles de democracia y el menos corrupto del mundo. Fue el primero en permitir que las mujeres fueran parlamentarias y el segundo en permitir el voto femenino.
• Dos de las profesiones públicas mejor pagadas son la de policía y de maestro.
• Está en el euro desde 2002 pero es uno de los seis miembros de la UE que no pertenecen a la OTAN.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Los hijos más inesperados. Andrew Solomon firma un conmovedor libro sobre las implicaciones de ser padre


Seres humanos, no simplemente casos. Este es un libro con nombres propios, que muestra hasta qué punto el conocimiento comporta el enigma y el misterio de lo imprevisto y de lo inclasificable de la vida. Más exactamente, el dolor y el sufrimiento, o el encuentro con formas inauditas de sentido y hasta de alegría, en situaciones verdaderamente límite. Es un libro sobre las relaciones entre padres y madres y sus hijos e hijas, y no un catálogo que pretende clasificar experiencias, muchas de las cuales se ordenan como enfermedades o anomalías, algo sin duda polémico para quienes desconfían, con razón, de la tipificación de “lo normal”. Baste el índice para ratificarlo: “Hijo, Sordos, Enanos, Síndrome de Down, Autismo, Esquizofrenia, Discapacidad, Prodigios, Violación, Crimen, Transgénero, Padre”. Con trescientas páginas de bibliografía, índices y notas, y aún más en su edición digital, el volumen, que supera las mil, muestra una decidida voluntad de corresponder a los avatares y progresos de la ciencia, también en su dimensión social y humana. Los terrenos son, sin embargo, tan resbaladizos y los avatares de la existencia tan desconcertantes que pronto comprendemos, a pesar de su atractiva lectura, que ni es tan fácil, ni tan posible saber en muchas ocasiones qué es mejor. Más concretamente, qué es mejor hacer.

Andrew Solomon, profesor de psiquiatría en la Universidad de Cornell, tras ser reiteradamente galardonado con El demonio de la depresión, se muestra también en esta ocasión concernido, hasta conmocionado, más allá de su voluntad de presentar un estudio elaborado, en al menos diez años, con alrededor de trescientas familias que han aprendido a vivir, a convivir y a sobrevivir en situaciones de enorme complejidad, incluso extremas. La propia historia de Solomon se ofrece como una suerte de relato de alumbramiento. “Emprendí esta obra para perdonar a mis padres y la concluí concibiendo un hijo. Comprender el pasado me ha dado libertad para vivir el presente”. “Solo reconocí que era gay cuando comprendí que la homosexualidad no tiene que ver con la conducta, sino con la identidad”. Tal vez únicamente en este sentido define su obra como de autoayuda, como una suerte de proceso para convertirse en padre, en creador y descubridor, más aún que en reproductor, para proyectar y aceptar simultáneamente. “Este es un manual para aprender a ser receptivo”, para “tolerar aquello que no puede curarse y una ilustración de que curar, aunque sea factible, no siempre es lo apropiado”. Se trata de elegir, de poder elegir. Y en esto no se sabe qué es peor, estigmatizar o atribuir un aire romántico a lo que nos enfrentamos.

En cada página del libro hay algo que problematizar o discutir, algo que cuestiona nuestras posiciones o prejuicios, que nos inquieta, que nos da que pensar, que nos convoca a debatir. No nos deja indiferentes. Todos sentimos más o menos cerca la irrupción de lo más inesperado. Ni los imprescindibles diagnósticos y pronósticos logran finalmente esquivar lo que llega a calificarse en el libro como “un sufrimiento infinito”, que conlleva en determinados momentos la necesidad de los padres de proteger de su propia desesperación a sus hijos. No falta aliento, ni ánimo, ni fuerzas, pero tampoco Solomon claudica ante fáciles alivios o consuelos. Se trata de afrontar y de procurar acompañar, de cuidar y de remediar, pero sin precipitarse en el uso de la palabra “enfermedad”, ni en el abuso de la palabra “curar”. Llega a decirse que es una puesta en duda y en evidencia de las diversas formas de amar y de los conceptos divergentes del amor, y de entender lo que cabe esforzarse por hacerlo cuando hay que cruzar líneas divisorias. Tanto que Solomon viene a señalar que “la pasión confunde, y la mayoría de estos padres actúan de tal modo arrastrados por ella que identificarla como amor o como odio es quitarle importancia. Ellos no saben lo que sienten; solo conocen la fuerza de su sentimiento”. Las historias y las experiencias de estas relaciones no permiten precipitadas tomas de posición. Se trata, en ocasiones, de buscar simplemente no hacernos daño cuando la autonomía tarda en llegar, y ya cuesta esperarla.

Se precisa, sin embargo, intervenir. No son espacios de pasividad. Y hay conocimiento y oficio y ayuda, y es necesario buscarlos, requerirlos, pero ello no siempre libera de lo que incluso la palabra “temor” parece no alcanzar a decir. Y hay entrega, la que Solomon encuentra hasta extremos insospechados. “Si un ángel glorioso descendiera de los cielos hasta mi salón para decirme que me cambiaría mis hijos por otros que fueran más listos, amables, divertidos, cariñosos, disciplinados o dotados, me aferraría a los que tengo y, como la mayoría de los padres, le rogaría a ese atroz espectro que volviera por donde había venido”. No es simple resignación, es expresión de una sociedad para Solomon cada vez más diversa y tolerante. La regularización, la inclusión, la desinstitucionalización, el movimiento por los derechos de los discapacitados y las políticas de identidad son el camino. Y esta tarea nos compromete. Más aún, Solomon no olvida el valor y la generosidad de tantas personas para abrazar la más inesperada y concreta diferencia.

Lejos del árbol. Andrew Solomon. Traducción de Sergio Lledó Rando y Joaquín Chamorro Mielke. Debate. Barcelona, 2014. 1.064 páginas. 39,90 euros (electrónico: 12,99)
Fuente: El País, Babelia.

domingo, 27 de abril de 2014

Finlandia combate el acoso escolar con un programa eficiente desarrollado por la Universidad de Turku

El país nórdico, reconocido por su excelencia educativa, exporta a Europa un sistema que ayuda a prevenir y solucionar los casos de abuso entre estudiantes


En la ciudad de Espoo, a unos 25 kilómetros al noroeste de Helsinki, la escuela primaria Karamzin fue pionera en la implantación del programa KiVa para prevenir y neutralizar el acoso escolar. En una clase, la maestra proyecta una serie de dibujos que muestran diferentes situaciones de conflicto entre alumnos. “¿Es esto acoso?”, pregunta. “Sííí”, contestan en bloque la decena de niños de siete años. “¿Y esto?”. Pero la respuesta ya no es tan homogénea. “Las imágenes les enseñan a diferenciar las situaciones, algunos son simples conflictos y otros son casos de acoso”, dice la maestra.

Kiva, en finlandés coloquial, se usa para describir algo agradable y, al mismo tiempo, es el acrónimo de Kiusaamista Vastaan (contra el acoso escolar). El programa, desarrollado por la Universidad de Turku, arrancó en 2007 y ya se aplica en el 90% de las escuelas finlandesas y se ha exportado a casi una decena de países, entre ellos Holanda, Reino Unido, Francia, Bélgica, Italia, Estonia, Suecia y Estados Unidos. Los estudiantes asisten en tres etapas de su vida escolar —a los siete, los 10 y 13 años de edad— a una veintena de clases en las que aprenden a reconocer el acoso y donde realizan ejercicios para mejorar la convivencia.

“KiVa se puso en marcha en esta escuela en 2008”, dice Jouni Horkko, director de Karamzin. “Por entonces, nuestros casos de acoso superaban la media de las escuelas finlandesas, pero tras el primer año de implementación redujimos la cifra en un 60%. Hoy tenemos 500 alumnos y en torno a 14 casos al año”, explica. En cada centro que adopta KiVa hay un equipo de profesores que son los que actúan en caso de denunciarse un caso, pero son todos los docentes los que están atentos a posibles conflictos y los que avisan al equipo KiVa para que intervenga.

Los docentes de KiVa se entrevistan con el o los acosadores, la víctima y a cuantos alumnos crean conveniente citar; sopesan en qué momento es mejor comunicar la situación a los padres y hacen un seguimiento del caso. “Generalmente, tras la entrevista donde el acosador es apercibido, deja de hacerlo. Hay casos difíciles, que pueden llevarnos a cambiar a la víctima de grupo, pero son francamente excepcionales”, comenta una de las responsables del equipo KiVa. Los miembros del grupo contra el acoso (en el caso del colegio Karamzin son cuatro) se compone de maestros que el propio director suele elegir teniendo en cuenta sus cualificaciones universitarias en temas relacionados con la violencia escolar o estudios de comportamiento de grupos, entre otras disciplinas.

Leer más en El País. Más sobre la educación en Finlandia, aquí en la BBC.