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viernes, 24 de septiembre de 2021

Paulo Freire está siendo

Por Colectivo de Educadorxs Desde el Sur | 21/09/2021 | Otro mundo es posible

Fuentes: La Tinta
El próximo fin de semana, se presenta “Paulo Freire. Semillas por otras educaciones”, un compilado a cargo del Colectivo Educadorxs Desde el Sur y editado por Ecoval Ediciones. Escrito en pandemia, el libro incluye veinticinco artículos de relatos, reflexiones y experiencias de más de 40 educadorxs, una entrevista al educador y referente Nano Balbo, y el arte gráfico de Noe Gaillardou. Un homenaje al maestro y una oportunidad para dialogar sobre los modos en los que el legado freireano atraviesa el presente

Paulo Freire hubiera cumplido este 19 de septiembre 100 años de vida, y todo el 2021 viene siendo un festejo. A lo largo y ancho del planeta, se celebran jornadas, congresos, encuentros. Podemos pensar, a propósito de esta fecha, que Freire no deja de nacer en cada uno de los diálogos que se realizan homenajeándolo, poniendo en el centro su obra como algo vivo, en movimiento, resignificada y perenne. Como una especie de coincidencia cabulera, en el 2020, se cumplieron 50 años de la primera edición del libro “Pedagogía del Oprimido” en 1970. Este libro, escrito por el pedagogo brasilero durante su exilio en Chile, al calor de las experiencias de alfabetización y educación popular, es una referencia fundamental en la formación de cualquier educadorx. Marcó un camino político y pedagógico fundamental, no solo en el Abya Yala, sino también en el mundo. Las fechas a veces nos remiten a ciclos largos y nos traen de vuelta, desde el pasado, momentos luminosos. La tarea de recordar, de resignificar y la invitación a escribir semillas es una manera de zambullirnos también nosotrxs en esa pedagogía viva que supimos conocer de la mano de sus libros.

Desde el Colectivo de Educadorxs Desde el Sur, durante el año 2020, en plena pandemia, convocamos a educadorxs y organizaciones, a recuperar y recrear en textos propios, reflexiones pedagógicas, sindicales y políticas del maestro. Una pregunta como puntapié, ¿qué aportan las palabras freireanas a nuestras prácticas educativas?, invitó a recuperar las propias experiencias, más que a discusiones conceptuales. Con el propósito de comunicar y visibilizar que la educación popular se encuentra en movimiento, y que, especialmente en Córdoba, numerosos espacios se reconocen en el camino de las pedagogías freireanas.

¿Por qué Freire?
“No podemos existir sin interrogarnos sobre el mañana, sobre lo que vendrá,
a favor de qué, en contra de qué, a favor de quién, en contra de quién vendrá;
sin interrogarnos sobre cómo hacer concreto lo ‘inédito viable’
que nos exige que luchemos por él”.
(Freire, Pedagogía de la esperanza)

Paulo Freire ha insistido en que las prácticas educativas no son neutrales, sino de naturaleza política. Su indudable vigencia se mantiene entre otros aportes, en las críticas a la educación bancaria y sus pedagogías, desocultando la matriz colonial que atraviesa al modelo pedagógico hegemónico, en los modos de vinculación con el saber y en las prácticas educativas. Estas ideas se actualizan ante un presente de crisis, que algunos llaman sistémica o planetaria, lo que no parece estar en crisis es el modelo neoliberal que la desencadenó, profundizando todas las desigualdades -de género, raza, clase, edad- y la exclusión brutal que existía previamente.

El libro “Paulo Freire. Semillas por otras educaciones” propone un diálogo con lxs lectorxs, para recuperar el debate profundo en relación a la urgencia de una Educación Transformadora en este tiempo. Que ubique en el centro de ese diálogo la condición de lxs oprimidxs de hoy y las formas de educarnos y construir el mundo que soñamos; más en estos momentos en que la derecha liberal capta exitosamente voluntades en los sectores populares, a través de un discurso que oculta el origen de la riqueza concentrada en unxs pocxs, provocando enfrentamientos entre lxs de abajo y desdibujando las relaciones de explotación.

La pandemia y el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio hicieron polvo el trabajo en espacios de formación colectiva, tal como estábamos acostumbradxs. Lxs docentes estábamos saturadxs de trabajo y lejos de lxs estudiantes así como de nuestrxs compañerxs, entonces, consideramos que era un momento importante para encontrar algún proyecto que nos mantuviera en movimiento, desde el diálogo, la producción de saberes valiosos que pocas veces nos detenemos a elaborar, sistematizar y socializar. Casi como una cuestión de supervivencia de los lazos, comenzamos una serie de intercambios y un trabajo que se acompañaba con las reuniones donde invitamos al maestro y educador popular Orlando Nano Balbo. De ahí surgió el texto de la Primera Parte: “Lo pedagógico en el centro: Freire no deja de interpelarnos”, que recoge las entrevistas que le hicimos.

Lo demás, fue osadía: le preguntamos a la genia de la Noe Gaillardou si nos diseñaba la tapa y, sorpresivamente, no tardó más que unos minutos en sumarse al proyecto. Luego, empezamos el trabajo de convidar a muchas de las personas con quienes compartimos la escuela y la militancia. Semana a semana, fue creciendo y armándose, con el entusiasmo de sumar participación y con la incertidumbre de no saber si íbamos a llegar con los tiempos. Se armó un grupo de trabajo que se puso al hombro la tarea de materializar el libro, para muchxs, la primera experiencia de este tipo.

Los aportes de más de 40 compañerxs militantes, educadorxs, docentes en los 25 artículos reunidos muestran -como dice el Nano Balbo- que Freire hoy “está siendo” y que nuestra forma de homenajearlo es asumir el enorme desafío de no parafrasearlo livianamente, sino de ser creativxs y responsables a la hora de comprender e intervenir en nuestra propia realidad. Participan compañerxs educadorxs principalmente de Córdoba, pero también de diferentes provincias del país, de México y Uruguay.

La presentación se realizará el sábado 25/09 a las 18 horas en Ecoval Librería Café, ubicada en la vieja estación de trenes de Unquillo. Se solicita reservar con anticipación y confirmar asistencia, debido a los protocolos vigentes para eventos y la capacidad del lugar. Pueden comprar el libro aquí.

Este libro es un homenaje al maestro que nos abrió caminos en nuestra América para hacer otra educación posible y una oportunidad para encontrarnos en la urdimbre de lo que vamos construyendo desde nuestros territorios.

*Por Colectivo de Educadorxs Desde el Sur para La tinta / Imagen de portada: Cultura Inquieta.

Fuente: https://latinta.com.ar/2021/09/paulo-freire-siendo/

miércoles, 24 de marzo de 2021

Erradicar la pobreza requiere capacidad, voluntad y la mayor movilización de la historia

Fuentes: The conversation [Foto: Campo de refugiados de Atmeh, en Idlib, Siria, en 2013. Shutterstock / John Wreford] 

El desarrollo social y económico, desde mediados del pasado siglo, se ha ido consolidando como el emprendimiento multidisciplinar más ambicioso que se ha impuesto la humanidad a sí misma, ya que tiene por fin la erradicación de la pobreza, en todas sus dimensiones, y el avance hacia un mundo próspero, justo, sostenible y pacífico para todos.

Esta afirmación inicial parece una evocación poética, mística, metafórica; sin embargo, constituye un enunciado descriptivo del significado de un campo de acción y de estudio que no puede condensarse en una sola disciplina.

Esta esfera de empeño, que tras 70 años ha traído múltiples mejoras al mundo pero que no ha logrado sus fines –a pesar del ingente número de recursos humanos y financieros dedicados a la tarea–, vuelve a ser vital, puesto que la pandemia amenaza, según los cálculos de la misma ONU, con un resurgimiento de la pobreza extrema en zonas donde ya había desaparecido.

El recientemente fallecido Dr. Farzam Arbab, bahaísta de origen iraní pero formado en física de partículas en Estados Unidos, dedicó gran parte de su vida en Colombia, a través de la Fundación para la Aplicación y Enseñanza de las Ciencias que instituyó, tanto al empoderamiento de los campesinos y de la gente común para hacerse cargo de su desarrollo como al pensamiento del desarrollo como área interdisciplinar.

Con motivo del lanzamiento de un documental titulado Labradores de esperanza, que pretende honrar su legado, este artículo explora brevemente algunas de las que pueden ser consideradas sus principales contribuciones y que parecen ser cruciales para avanzar inexorablemente hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Un marco que guíe el aprendizaje, el discurso y la acción
El mundo del desarrollo, desde sus orígenes, a fin de dotar de coherencia y rigor a sus propuestas, se fundamentó, en primer lugar, en teorías descriptivas de cómo se produce el desarrollo —modernización, dependencia, sistemas mundiales— que también prescribían las políticas para lograrlo y, en segundo, en ideologías totalizantes que aspiraban a transformar integralmente la vida política, económica y social. Los científicos sociales también buscaban modelos rigurosos.

El Dr. Arbab, consciente de la necesidad de aprender sistemáticamente de la acción, por un lado, de recurrir a la ciencia, por el otro, y de no caer presos de modelos cuantitativos que parecen precisos, pero que en realidad esconden rigidez, planteó la necesidad de que los actores del desarrollo operaran bajo un marco conceptual evolutivo, donde los enfoques y métodos, convicciones, valores y principios que resultasen más efectivos en la práctica pudieran acumularse y orientar a todos los protagonistas de esta empresa mundial con anclaje local.

La generación del conocimiento, eje del desarrollo
Un elemento fundamental del marco conceptual reside en la noción de que la generación de conocimiento –así como su aprendizaje, aplicación y difusión– ha de ser el principio motriz del desarrollo.

En otras palabras, se debe reemplazar a la economía como proceso central de la existencia social por la generación de conocimiento y el aprendizaje acerca del desarrollo. De este modo, la economía en sí se volvería un ámbito de aprendizaje y se podría abordar como un tema de estudio y acción transformadora, como lo son la salud, la educación y la producción agropecuaria.

Esto implica ir más allá de las modas, los paquetes y las fórmulas simplistas de desarrollo que plantean que este puede ser algo que se entrega a los necesitados, por muy importantes que sean: infraestructuras, tecnología, educación, salud…

Además, requiere la democratización de la ciencia, la apertura de espacios, no necesariamente de investigación vanguardista, donde las masas pudieran participar en cierto grado en la producción científica sobre el desarrollo.

Las fuentes del conocimiento
Otra cuestión clave del pensamiento del Dr. Farzam Arbab, relacionada con la noción anterior, es la idea de que el conocimiento necesario para forjar el desarrollo, además de proceder de la experiencia práctica por propiciar el progreso social, debe proceder de tres fuentes en interacción: la ciencia, el conocimiento tradicional de la población local o regional que asume su sendero de desarrollo y el acervo moral y espiritual de la humanidad –la religión–.

Sin esta interacción, se erosiona el conocimiento tradicional, no se logra conectar con la población local donde se suele concentrar la acción, se puede llegar a romantizar el conocimiento autóctono desacreditando a la ciencia o se pueden asumir inconscientemente nociones perjudiciales para fomentar actitudes proclives al desarrollo relacionadas con la naturaleza humana, los fines y los medios y el progreso.

La visión que se tiene de los campesinos y de los pobres es uno de esos temas a los que le dio la mayor relevancia, puesto que, tanto el programa de modernización, como la revolución verde, el enfoque de las necesidades básicas e incluso el marco del desarrollo humano, solían pecar del mismo defecto: ver a las personas a quienes supuestamente se ha de empoderar como vagos e improductivos, en el peor de los casos, o conglomerados problemas a resolver y de necesidades a satisfacer, en el mejor.

Al igual que encontrar formas de producción más eficientes y ecológicas –por poner un ejemplo– debía ser el objeto de un escrutinio científico riguroso, identificar nociones sobre el ser humano que induzcan confianza en su potencial también debería ser estudiado en profundidad.

La participación y el empoderamiento
Ante la moda de la participación, ya sea en los servicios que se ofrecen, en los proyectos o en los procesos de toma de decisiones, el Dr. Arbab desde el inicio consideraba que la gente debía ser la protagonista del desarrollo. Sin embargo, muchas fuerzas sociales impiden que el potencial humano se libere.

La plétora de programas políticos así como de iniciativas civiles de cooperación, muchas veces iban acompañadas de estilos de liderazgo paternalistas y de intereses demasiado estrechos que, en ningún caso, lograban colocar a las personas en el medio.

En línea con la perspectiva de la concienciación de Freire, pero probablemente llevando el principio de participación a un nivel de radicalidad mayor, veía a la humanidad entera como protagonista irreemplazable de la empresa global del desarrollo. Sin el concierto de todos, no se podrían superar los desafíos históricos.

En las localidades menos favorecidas, donde la mayoría ve dolor, pobreza y sufrimiento, se ha de aprender a identificar, por encima de todo, el potencial, a fin de que este, mediante la educación, pueda ser cultivado.

Además, la separación entre ellos (quienes sufren) y nosotros (quienes ayudamos) se debería disolver, puesto que todos somos los partícipes de un camino que ha de conducir a un modelo de desarrollo y organización social que genere bienestar para todos.

La educación integradora
Lo anterior se vincula con la convicción que tenía el Dr. Arbab de que la educación era una de las claves para el desarrollo; la cantidad de materiales educativos, la innovación pedagógica que gestó y los programas de educación para el desarrollo que cuajaron bajo su guía, lo acreditan.

Se adelantó a la idea de competencias y de interdisciplinariedad con la herramienta de desarrollo curricular que diseñó: la noción de capacidad, entendida como un entramado de cualidades y actitudes, conceptos e información, herramientas y habilidades para emprender acciones transformadoras y que se agrupan en capacidades científicas, tecnológicas, matemáticas, del lenguaje y la comunicación y del servicio comunitario. Aquí también fue pionero.

Hoy se habla de aprendizaje y servicio como uno de los enfoques más innovadores y los trabajadores sociales lo estudian con entusiasmo. En los años 70 ya lo aplicaba este visionario, puesto que los programas de FUNDAEC colocan a la acción en el centro y empoderan, a través del estudio, la conversación y la actividad intensa para servir a la comunidad con creciente efectividad.

Algunos de estos programas de educación para el desarrollo, como el SAT –también impulsó, entre otros, dos licenciaturas, dos posgrados y diversos programas informales como el Preparación para la Acción Social extendida por casi todos los continentes hoy día–, han sido reconocidos por diferentes gobiernos como currículos oficiales y sistemas alternativos que se han extendido masivamente para ofrecer una educación de alta calidad a zonas donde no llega el sistema formal.

Este apartado de la visión de la educación que el Dr. Arbab poseía y de los logros cosechados en este campo se prestaría para un libro extenso.

Las estructuras locales y la creación de capacidad
De todo lo propuesto hasta ahora, se puede observar que la creación de capacidad representa el rasgo central del enfoque para el desarrollo del Dr. Farzam Arbab.

En última instancia, consideraba que la creación de capacidad en los individuos, en la comunidad y en las instituciones –al mismo tiempo– debía ser la preocupación central de todo esfuerzo por lograr la prosperidad y ayudar a una población a adueñarse de su progreso. La modernización había erosionado las estructuras tradicionales sin reemplazarlas por otras, lo que había sido una de las principales causas de la desolación de esos territorios.

Sin estructuras pertenecientes a la gente que puedan impulsar procesos de aprendizaje y de investigación-acción, que permitan la interacción del conocimiento científico y del tradicional, que faciliten la introducción de programas educativos que empoderen sin dividir, la sistematización de los aprendizajes y la difusión del conocimiento generado a través de la misma población, lograr el desarrollo es solo una utopía, una quimera.

Esta perspectiva condujo al Dr. Arbab a la creación de la Universidad Rural, una institución que ha permitido vertebrar los objetivos recién señalados.

Desde ella, la población del Norte del Cauca, por ejemplo, ha podido emprender, y sigue emprendiendo –aspirando a la sostenibilidad y al crecimiento en escala–, múltiples proyectos, programas e investigaciones sobre los distintos procesos de vida –agricultura, ganadería, procesamiento, comercialización, transformación industrial, educación, socialización y comunicación…– que, cuando logran un éxito relativo, se sistematizan y documentan para incorporarse a los nuevos materiales educativos, a fin de formar a la misma población y diseminar el conocimiento.

Integración, complejidad y sentido de misión histórica
A pesar de la magnitud de la tarea, el desarrollo ha de comenzar de manera sencilla, con una o dos líneas de acción que, a medida que se crea mayor capacidad, se logra implicar a más gente local y se consiguen más recursos, se complementan con otras líneas de acción que se van integrando en un enfoque holístico coherente que, a toda costa, evita la fragmentación tal prevalente en la vida moderna.

Por último, el Dr. Arbab veía al desarrollo dentro de un proceso histórico mundial de transformaciones que parecían estar forzando a la humanidad a repensar los fundamentos últimos sobre los que se erige la civilización.

El reconocimiento de la unicidad del género humano alcanzado por la antropología y la genética a principios del siglo XX –un principio también presente en las diferentes tradiciones indígenas, religiosas y espirituales de la mayoría de los pueblos–, la justa distribución de recursos entre individuos, grupos y naciones y el respeto y fortalecimiento de la diversidad cultural de la especie debían imprimir la motivación, constituir la visión de futuro e informar los medios y los enfoques para una movilización masiva de alcance glocal que permitiera alcanzar dicho estado de prosperidad y justicia colectiva sin precedentes.

Aunque no existan, el Dr. Arbab fue un gigante, un genio invisible entre la gente que pasó desapercibido, aunque no su legado… porque así él lo decidió.

Sergio García Magariño. Investigador de I-Communitas, Institute for Advanced Social Research, Universidad Pública de Navarra

Fuente: 

miércoles, 30 de septiembre de 2020

El mundo no es como crees, los pobres no son pobres porque quieren

Publicamos un fragmento del libro dedicado a desmontar mitos, de la web de información internacional El Orden Mundial


Imagina que naces en Dinamarca y el destino ha querido que tu familia esté en el 10 % más pobre de sus habitantes. Aunque el país nórdico no es ni mucho menos de los peores sitios para nacer en el mundo, no cabe duda de que tampoco es sencillo formar parte del estrato más humilde. Tu intención, como es lógico, es salir de la pobreza a base de trabajo y también gracias al amplio sistema de bienestar danés. Lo más probable es que no lo consigas y mueras perteneciendo a ese mismo estrato. Eso mismo les ocurrirá a tus hijos, que en buena medida heredarán la falta de oportunidades que te tocó a ti a lo largo de la vida y desaparecerán del mundo sin haber disfrutado de una posición acomodada. Sin embargo, tus nietos es probable que estén cerca de la media del país. En aproximadamente sesenta años tu familia danesa habrá dejado atrás la pobreza para vivir en unas condiciones más o menos similares a las de la mayoría de la población del país.

Dos generaciones y más de medio siglo parece mucho tiempo, pero es el ascensor social más rápido que existe entre los países de la OCDE, las economías más avanzadas del planeta. En el resto de los países nórdicos serán tres generaciones (noventa años); en lugares como Canadá o España, cuatro generaciones; en Estados Unidos, cinco; en Francia, Alemania o Argentina, seis; mientras que en Colombia, el extremo opuesto, harán falta once generaciones (trescientos treinta años).

Es evidente que estas grandes disparidades encierran complejas explicaciones. La pobreza suele ser la consecuencia de multitud de cuestiones entrelazadas. Es complicado no ser pobre si tu país está constantemente arrasado por los conflictos armados, si la corrupción campa a sus anchas, si apenas tiene recursos que poder explotar o si permanece ajeno a las dinámicas internacionales, entre otras muchas variables. Sin embargo, para explicar todo esto a menudo se recurre a una llamativa simplificación: los pobres son pobres porque quieren. Según esta tesis, la pobreza y la riqueza son cuestiones de voluntad personal, un deseo sin ningún otro tipo de condicionante.

Compremos esta tesis por un segundo, aunque sea difícil entender las razones por las que una persona querría ser pobre. Supongamos que las personas que ya son ricas quieren seguir siendo ricas. Entonces ¿por qué en Estados Unidos desde hace cincuenta años existe una probabilidad del 60 % de que una nueva generación tenga menos ingresos que sus predecesores y una probabilidad superior al 50 % de que la riqueza de los hijos sea menor que la de los padres? Quizá existan factores más allá del simple deseo.

Esta lógica también es aplicable a otro mantra relativamente extendido según el cual los pobres son pobres porque no se esfuerzan. Se esfuercen o no, ¿por qué en muchos países, también desarrollados, lo más probable es que sigan siendo pobres al final de su vida? ¿Por qué en muchos países las personas más adineradas siguen siendo ricas al final de su vida, con independencia del empeño que pongan en ello? De nuevo, tal vez haya más factores aparte del esfuerzo personal. Los que tienen una influencia considerable en el desarrollo intergeneracional se pueden agrupar en dos niveles, más allá de que siempre existe un componente de imprevisibilidad que puede afectar (accidentes fortuitos, cuestiones genéticas como enfermedades, etc.).

El primero sería la simple y llana herencia, aunque no en un sentido estrictamente económico. Cada uno de nosotros tenemos, además de un sueldo y ciertos bienes, otros activos tales como un capital cultural (conocimientos) y un capital social (amistades, conocidos o distintos contactos personales o laborales). Todo suma a la hora de traspasar esa riqueza a la generación siguiente. Quizá tus descendientes no reciban propiedades inmobiliarias o acciones de bolsa, pero sí que pueden aprovecharse de una importante red de contactos que has desarrollado a lo largo de tu vida y que, de una forma u otra, les abre la puerta a distintas oportunidades educativas o laborales. Además, la tendencia natural a relacionarnos con personas de nuestro círculo cercano, que tendrán un perfil socioeconómico similar al nuestro, dificulta en algunos aspectos la movilidad social tanto en sentido ascendente como descendente. Quienes más activos heredan tienen muchos más recursos para poder mantenerse en el mismo estrato o incluso ascender, y quienes menos activos reciben de sus progenitores es más probable que se queden en el mismo punto o incluso que desciendan al tener muchas menos cartas que jugar.

Esta situación era lo que se venía produciendo hasta finales del siglo xix y principios del xx en la gran mayoría de los países occidentales: quienes más tenían (clases acomodadas o nobles) perpetuaban su estatus social y económico gracias a esa herencia. Para poner cierto freno a dicha retroalimentación, que solo creaba más desigualdad al acumular la riqueza en unas pocas manos y familias, se crearon los primeros impuestos sobre sucesiones, aunque no lograron reequilibrar la balanza. Esto solo se consiguió con el auge de los Estados del Bienestar.

Uno de los objetivos de los sistemas públicos de bienestar es, precisamente, corregir las ineficacias del modelo implantado hoy en día, y permitir que todo el mundo tenga las mismas oportunidades para adquirir una serie de mínimos activos que luego emplearán en la etapa adulta. Así, la educación pública garantiza que cualquier persona que lo desee o lo necesite tenga un mínimo capital cultural con el que luego manejarse con cierto margen para optar a distintos trabajos; la sanidad pública garantiza que una enfermedad no supone un desembolso importante para quien la padece, dejándolo sin recursos o con deudas (como a menudo ocurre en Estados Unidos), y las transferencias públicas (seguros de desempleo, jubilaciones, becas, etc.) hacen posible que una persona mantenga un mínimo nivel de vida y eso suponga, a su vez, un colchón de seguridad para la generación siguiente. Si alguien en una posición más o menos acomodada de pronto perdiese el trabajo y padeciese una enfermedad costosa, probablemente se quedaría en una situación de indigencia, y obligaría a sus hijos a partir desde ese punto en un futuro, no desde el que estaban. Así pues, ambos sistemas buscan a su manera impulsar hacia arriba y también evitar que caigan por debajo quienes ya han alcanzado ese nivel.

El resultado de estas políticas que distribuyen la riqueza está más que comprobado. El Índice de Gini mide la distribución de los ingresos en una sociedad. Un índice 100 significaría la desigualdad absoluta (una persona tiene todo y el resto, nada) y un índice 0 significaría que todas las personas ganan absolutamente lo mismo. Por los datos disponibles en Eurostat se puede comprobar que los ingresos antes de cualquier redistribución en todos los países de la Unión Europea se sitúan en una banda de entre 60 y 40 puntos; tras realizar transferencias (pensiones, ayudas, etc.), en la mayoría de los países cae por debajo de los 30 puntos.

Los países donde más se reduce la brecha son, precisamente, Suecia, Dinamarca o Finlandia, aquellos en los que se tarda menos generaciones en salir de la pobreza.

viernes, 21 de agosto de 2020

Por qué juzgamos más duramente las decisiones de los pobres

Una serie de estudios realizados en Harvard destapa un prejuicio: la gente con menos recursos debería conformarse con menos, incluso si perjudica su salud o seguridad

“Para ustedes será basura, para esos padres no era basura. Cuando hablan de esa manera, no me ofenden a mí, les ofenden a ellos”. Cuando Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, defendió con estas palabras los menús de Telepizza para menores vulnerables, quizá el debate de fondo no era sobre la calidad de la comida. Porque los especialistas no tenían dudas. Un estudio de la Universidad de Harvard recién publicado señala que quizá el debate era, en realidad, sobre lo que consideramos aceptable para las familias pobres. ¿Está ese listón más abajo para la gente con menos recursos? Unas investigadoras de la universidad estadounidense quisieron responder esa pregunta y las conclusiones de su trabajo son reveladoras: “Tenemos un doble rasero preocupante”.

A través de 11 experimentos, las investigadoras muestran que las personas de bajos ingresos son juzgadas de manera más negativa por consumir los mismos artículos que otras con mayores ingresos, lo que añade una presión social extra a las restricciones materiales que ya sufren. Pero no es porque tengan menos para gastar, sino porque se considera que sus necesidades deberían ser más frugales. “Descartamos la explicación de que a las personas de mayores ingresos se les permite consumir socialmente más simplemente porque pueden pagar más; al contrario, observamos que a las personas de bajos ingresos se les permite socialmente consumir menos porque se supone que necesitan menos”, aclara Serena Hagerty, autora principal del trabajo. Según Hagerty, las necesidades básicas tienen que ser más básicas para los pobres.

“Una implicación de este doble rasero es que la gente parece más cómoda dirigiendo y limitando las decisiones de gasto de los pobres”
SERENA HAGERTY, UNIVERSIDAD DE HARVARD

En una de las pruebas, se presenta la historia de Joe a dos grupos distintos: para uno este personaje tiene bajos ingresos, para otro tiene buena renta. A Joe le tocan 200 dólares en una rifa, ¿está bien que los gaste en una televisión nueva? Si Joe tiene pocos ingresos, está mucho peor visto que si tiene una vida acomodada. Curiosamente, hay un grupo de control al que no se le dice nada sobre la situación económica de Joe. Para este grupo, es igual de permisible que el Joe neutro se compre la tele que para el grupo del Joe rico. Solo está mal visto para el pobre.

A medida que se profundiza en el estudio, publicado en PNAS, los experimentos se van complicando para perfilar mejor los mecanismos que juzgan a las personas según sus recursos. Por ejemplo, en otro se pregunta qué tarjeta regalo le regalarían al Joe pobre o al Joe rico, una de 100 dólares para comprar comida o una de 200 para una tele. El Joe pobre recibe sobre todo la tarjeta para comida mientras el Joe rico recibe la que permite comprar una tele, que supone el doble de dinero. De promedio, finalmente, se le regalan 125 dólares al Joe pobre y 152 al rico. Es decir, incluso cuando se trata de un regalo, quien tiene más merece más y quien tiene menos, obtiene un regalo inferior. Incluso si saben que Joe ha dicho expresamente que le gustaría una tele nueva, los participantes en el estudio le regalan mucho menos la tele al Joe pobre que al rico.

Se considera superfluo para una familia pobre que pretenda una casa cerca de un hospital o en un vecindario seguro, lo que implica que, con poca renta, incluso buscar seguridad se considera un capricho innecesario

“Una implicación de este doble rasero es que la gente parece más cómoda dirigiendo y limitando las decisiones de gasto de los pobres”, resume Hagerty. Este estudio es muy revelador en el contexto actual, como indican estas investigadoras, en el que se debate el desarrollo de rentas mínimas en países como España. “Una crítica potencial al ingreso mínimo vital puede ser que las personas de bajos ingresos gastarán el dinero en cosas equivocadas”, indica Hagerty sobre el caso español. “Sin embargo, es probable que este miedo esté influido en primer lugar por una visión limitada de qué productos se consideran necesarios para las personas de bajos ingresos”, apunta.

Es algo que queda claro en otros de sus experimentos, como en el que se muestran 20 objetos de consumo cotidiano que podría comprar una familia: periódicos, mobiliario, relojes, ordenadores, material deportivo, etcétera. En todos está peor visto que los compre una familia de ingresos menores, salvo en uno: los productos de higiene corporal. Con este mismo planteamiento, se proponen 20 criterios a tener en cuenta por una familia que busca una casa nueva: garaje, aire acondicionado, vecindario ruidoso, cercanía a zonas de ocio, etcétera. Todos están peor vistos si los considera una familia de poca renta, salvo dos: que la casa esté cerca del supermercado y del transporte público. Lo que es más revelador: se considera superfluo para una familia pobre que pretenda una casa cerca de un hospital o en un vecindario seguro, lo que implica que, con poca renta, incluso buscar seguridad se considera un capricho innecesario.

“Definimos las necesidades a partir de los recursos que tiene la gente, porque lo que definimos como necesario o superfluo cambia según los ingresos de la persona”, afirma el economista Luis Miller La seguridad como un lujo para familias sin recursos también aparece en otro de los experimentos del estudio, en el que se propone la compra de un coche con sistema de cámara trasera. Incluso cuando a la audiencia se le explica que es un extra importante para la seguridad del vehículo, se considera menos necesario para una familia de pocos recursos. Está mal visto que el pobre compre un objeto que para el rico es básico para su seguridad. De nuevo, no es que el pudiente se permita más, es que el vulnerable no merece tanto, incluso si está en juego su salud.

“La principal contribución de este estudio es que definimos las necesidades a partir de los recursos que tiene la gente, porque lo que definimos como necesario o superfluo cambia según los ingresos de la persona”, el economista Luis Miller, investigador del CSIC. Y añade: “Esto tiene implicaciones importantes sobre todo en el ámbito de lo que llamamos la trampa de la pobreza, ese círculo vicioso que niega los recursos necesarios para acceder a más recursos”. Cuando se critica a un sin techo o un refugiado por tener un smartphone se considera que es un capricho innecesario, aunque para todos sea una herramienta imprescindible para relacionarnos con nuestros familiares, empleadores o clientes. Sin este tipo de recursos, es imposible romper el círculo del que habla Miller: sin una casa, una ducha, un móvil, etcétera, es imposible conseguir un trabajo que permita salir de esa trampa de la pobreza.

“Existe esta idea de que si das ayudas a una familia, haces que trabajen menos. No solo no les hace más vagos, sino que les da un bienestar y una seguridad que les hace más productivos” .
ESTHER DUFLO, PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA

“Existe esta idea de que si das ayudas a una familia, haces que trabajen menos. Un proyecto de seguimiento estuvo analizándolo y no es así”, decía recientemente Esther Duflo, premio Nobel de Economía, “no solo no les hace más vagos, sino que les da un bienestar y una seguridad que les hace más productivos”. Todas las personas necesitan salir de la “visión de túnel” que imponen las carencias, esas penurias que impiden tomar decisiones sosegadas, como explicaban Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir en su libro Escasez (Fondo de Cultura Económica): “La escasez captura nuestra atención y esto nos proporciona un beneficio muy estrecho: tenemos un mejor desempeño al ocuparnos de las necesidades más apremiantes. Pero de manera más amplia, pagamos un costo: descuidamos otros asuntos y somos menos eficientes en el resto de nuestra cotidianeidad”. Regalarle una tele al Joe pobre quizá le proporciona el estímulo emocional que le permite amanecer con más ánimo por la mañana. O no. Pero por lo general pensamos que debería conformarse con lo que tiene y centrarse en comprar lo imprescindible para subsistir.

Miller cree que estos mecanismos se producen en España de una manera más matizada, porque aquí las encuestas muestran unas preferencias claras por la redistribución y no existe con tanto peso “la figura del libertario estadounidense, ese que dice que cada cual tiene lo que se merece”. Y añade: “Aquí esos mecanismos tienen más que ver con la necesidad de diferenciarnos del pobre”. Según explica Hagerty por email, la renta de los sujetos que participaron en el estudio no influía en sus opiniones: al margen de sus ingresos, todos reducían el círculo de las compras aceptables para el Joe pobre, incluso si ponían en riesgo su salud, como una sillita para niños en el coche, un barrio sin delincuencia o un acceso cercano a un centro de salud, que se ven casi como caprichos solo si se tienen pocos ingresos. “Que le demos menos margen de maniobra a las decisiones de los desfavorecidos económicamente parece expresar nociones más básicas de mérito y autonomía”, apunta la investigadora.

Volviendo al menú de Telepizza, Hagerty tiene una respuesta clara a la luz de su trabajo: “Esta visión parcial de la necesidad también puede explicar por qué se les dio comida basura a los niños de bajos ingresos [en Madrid], cuando la misma comida puede no ser adecuada para los niños de mayores ingresos”. Y apunta que sus hallazgos sugieren que en debates como ese en realidad se están haciendo dos preguntas distintas que tendrán dos respuestas sustancialmente diferentes: ¿es necesario el acceso a alimentos saludables? y ¿es necesario el acceso a alimentos saludables para las personas de bajos ingresos? “Esto debe tenerse en cuenta en el debate político: ¿cómo se realizan las preguntas relevantes en política y qué prejuicios implícitos pueden influir en sus respuestas?”.

https://elpais.com/ciencia/2020-07-02/por-que-juzgamos-mas-duramente-las-decisiones-los-pobres.html

martes, 11 de agosto de 2020

Ha muerto Pedro Casaldáliga, obispo en Brasil y defensor de los indígenas más pobres

"Las fronteras de la educación.
Un viejo proverbio enseña que enseñar a pescar es mejor que dar pescado.
El obispo Pedro Casaldáliga, que vive en la región amazónica, dice que sí, que eso está muy bien, muy buena idea, pero ¿qué pasa si alguien compra el río, que era de todos, y nos prohíbe pescar? ¿O si el río se envenena, y envenena a sus peces, por los desperdicios tóxicos que le echan? O sea: ¿qué pasa si pasa lo que está pasando?"
Eduardo Galeano

Descanse en paz el obispo Pedro Casaldáliga.

"Somos soldados derrotados de una causa invencible."
Pedro Casaldáliga

martes, 10 de septiembre de 2019

El Mediterráneo, cementerio de pobres

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

Mientras la culta Europa mira hacia otro lado, miles de subsaharianos mueren ahogados en las aguas de un mar cuya historia está cargada de acontecimientos. Tres civilizaciones, dirá Braudel, han confluido en su articulación política, dando vida a personajes, proyectos de dominación y desencuentros. Ha sido campo de guerra, de control imperial. Ha enfrentado a Occidente, Roma y Grecia; cristianos, ortodoxos, y musulmanes. Hoy es un cementerio de indigentes. La aporofobia: miedo, rechazo, aversión a los pobres se apodera de las clases dominantes de la Europa mediterránea. Miles de emigrantes viven una tragedia, huyen del hambre, la tortura, guerras civiles, canallas, operaciones humanitarias organizadas por la OTAN y los países civilizados, Libia sin ir más lejos. Ingenuos, piensan ser recibidos con los brazos abiertos, tal y como reza el nombre de uno de los barcos que los ha recogido en alta mar: Open Arms . Sin embargo, no son bienvenidos por los gobiernos y autoridades. Provienen de una patera, no de yates o cruceros que hacen la ruta turística por un Mediterráneo donde todo es maravilloso. De ser sus ocupantes los damnificados nadie recriminaría la acción de salvamento. Pero los sobrevivientes son pobres, sus historias irrelevantes. No pertenecen a la beatiful people , ni beben champagne , ni poseen generosas cuentas bancarias. Deberían haber muerto, no tienen derecho a una vida digna. Constituyen un problema. El mismo que enfrentó el Ocean Viking , barco fletado por Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée, con 356 personas rescatadas a bordo, que no tenía donde atracar. Sus ocupantes son apestados. Para justificar su rechazo se les estigmatiza, si se les acoge otros vendrán a continuación, produciéndose un efecto llamada. Hay que ser inflexibles. Su destino es ahogarse o la repatriación.

Esta Europa, cuna del renacimiento, orgullosa de practicar los derechos civiles y las libertades públicas, con un Parlamento y tribunales que velan por el mantenimiento y respeto de los derechos humanos, discrimina entre náufragos ricos e inmigrantes pobres. Sus fragatas vigilan para evitar la llegada de indeseables: dicen defender el derecho internacional y a occidente. No hay trabajo, primero los nuestros. Fomentan el miedo y el racismo. Los rescatados son pobres, constituyen un peligro. Se convierten en inmigrantes indocumentados, potenciales asesinos, ladrones, agentes del islam. Si por un casual, alcanzan las costas son confinados en centros de acogida, verdaderas cárceles. Se les insulta, desprecia y acusa de mentir. Vienen a perturbar la paz, pobres de solemnidad, negros y musulmanes.

El ex vicepresidente mundial de Coca Cola, anterior director en España, diputado y miembro de la ejecutiva de Ciudadanos, el más acaudalado de los 350 legisladores, Marcos de Quinto, se refirió a los rescatados por el Open Arms como bien comidos pasajeros . Vox pide la incautación del barco y acusa a la ONG Proactiva de favorecer la inmigración ilegal , uso fraudulento de las leyes del mar y complicidad con las mafias internacionales del tráfico de personas . El Partido Popular, acusa al gobierno de improvisación, favorecer el efecto llamada y alentar a las mafias. Más de lo mismo. En Italia, Matteo Salvini, en Francia Marie Le Pen, despliegan los mismos argumentos. Hay acuerdo, practican la aporofobia.

Han destruido países con guerras canallas, pero eluden responsabilidades. La crisis del barco Open Arms , como la crisis del Aquarius en 2018 y ahora el Ocean Viking , demuestra como las vidas humanas y el rescate en alta mar pasan a segundo plano. Todos se tiran la pelota. A Italia le vienen bien los exabruptos xenófobos y racistas de su ministro de Interior Matteo Salvini. El barco podía haber atracado, pero esperó 19 días. Se jugó con la desesperación de los sobrevivientes. Mientras, España desojaba la margarita. Todos criticando al gobierno y el gobierno criticando a Italia. Italia denunciando a la Unión Europea y la derecha sacando partido. Poco importa el sufrimiento de personas que han sido torturadas, violadas, con familias asesinadas y quemadas en su presencia. Sólo en 2017 se ahogaron 2 mil 835 personas cuando intentaban cruzar el mar desde Libia, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones.

Desde Libia o Sudán, la historia es recurrente. Así relata a Médicos Sin Fronteras un joven de 16 años su experiencia antes de ser rescatado: Salí de Sudán después que un grupo armado matara a mi padre (...) Tarde siete días en cruzar el Sahara (...) Traté de cruzar dos veces, pero fui capturado por la Guardia Costera de Libia (...) Estaba en Tayura cuando el Centro de detención fue bombardeado . Mucha gente murió. Logre escapar (...) puedes ver las cicatrices en los pies. Corrí descalzo por las llamas (...) quiero ir a Europa; donde se respeten los derechos humanos, donde me traten como un ser humano y donde pueda encontrar trabajo... Y Yuka Crickmar, técnica de asuntos humanitarios de MSF remata: Cada persona con la que he hablado ha sido encarcelada, ha sufrido extorsión, ha sido forzada a trabajar en condiciones de esclavitud o tortura. También he visto las cicatrices (...) cuando miro sus ojos queda claro por lo que han pasado estas personas. Me decían que estaban listas para morir en el mar, en lugar de pasar otro día más sufriendo en Libia .

Son pobres, existen para ser explotados y extraditados al infierno. No han ganado el primer millón de euros en YouTube, ni son influencers . ¿Para qué rescatarlos? Esta es la verdadera Europa humanitaria. No nos engañemos.

Fuente:
https://www.jornada.com.mx/2019/08/25/opinion/022a1mun

miércoles, 17 de abril de 2019

Enriquecer a los ricos y asfixiar a los pobres

El programa fiscal del PP es una provocación a quienes aún sufren las secuelas sociales de los recortes
XAVIER VIDAL-FOLCH
15 ABR 2019.

En síntesis apretadísima, el programa fiscal del PP consiste en bajar los impuestos a los ricos y reducir los ingresos de los pobres. En resumen menos apretado, eso se traduce en bajar el impuesto de sociedades (por debajo del 20%), suprimir al 99% el de sucesiones (herencias) y al 100% el de patrimonio, podar a fondo el impuesto sobre la renta (40% el tipo máximo), rebajar el salario mínimo (a 850 euros) y pegar un hachazo a las pensiones. ¡Mientras el FMI aconseja aumentar impuestos a los ricos!

Es una provocación a quienes aún sufren las secuelas sociales de los recortes tras la Gran Recesión. El alma social de este PP no es la centroderechista de Mariano. Es simple ignorancia, cruel y ultra, del dolor social. No es conservadurismo social, sino incitación a la rebelión de las masas. Amén de una gravísima irresponsabilidad política para un partido de los de gobierno, atenta contra la viabilidad económica del Estado, cuyos ingresos fiscales son un 7% inferiores a la media europea.

A no ser que alguien se crea las paparruchas del parlanchín Arthur Laffer. Este —maestro de Daniel Lacalle, el consejero económico de Pablo Casado— fue quien engañó a Ronald Reagan asegurándole (vía Dick Cheney y otros tristes patriotas carniceros) que una rebaja fiscal general, incondicional e inmediata relanzaría la economía. Acabó provocando uno de los peores fiascos presupuestarios (disparo del déficit y de la deuda) de toda la historia americana posterior a la Gran Recesión.

Algunas de las medidas resumidas se aplican en autonomías de la derecha, son clásicas en el programa pepero. Las peores han sido anunciadas oralmente, y claro, luego reinterpretadas y lanzadas contra los mensajeros, acusándoles de tergiversación. Da igual. Ahí están, en el fondo del armario Casado-Lacalle.

Preguntado el primero si desharía la subida del salario mínimo, dijo que sí, pero con el típico circunloquio. “Lo que haré es cumplir la negociación a la que llegó el Gobierno” de Rajoy, “para subir a 850 euros el salario mínimo en 2020”. O sea, hoy, bajarlo. Avisado de su pifia, la disfrazó con que primero escucharía a patronal y sindicatos. Pero hay que agradecerle su sinceridad inicial. Sabemos lo que piensa de verdad, en el fondo.

Lo mismo le pasó a Lacalle tras declarar a El Economista (31 de marzo) que el debate de las pensiones españolas “no es cuánto se revalorizan, sino cuánto se recortan, un 20%, un 30% o un 40%”. También dijo, donde dije digo, digo Diego. Gracias, sincero.

Fuente:
https://elpais.com/elpais/2019/04/14/opinion/1555244562_311678.html

jueves, 28 de junio de 2018

Entrevista a Gonzalo Pontón sobre La lucha por la desigualdad (y II) “El pensamiento científico del siglo XVIII no tuvo nada de original, los verdaderos logros se alcanzaron con Galileo, Bacon, Descartes, Newton”.

Salvador López Arnal
El viejo topo

Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UB. A los veinte años se incorporó a la editorial Ariel y ha sido fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011). Se calcula que a lo largo de 50 años, ha publicado más de dos mil títulos, de los cuales unos mil son libros de historia. En 2016 publicó su primer libro: La lucha por la desigualdad que sido Premio Nacional de Ensayo de 2017 otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. V

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Nos habíamos quedado aquí. Lo mejor de la Ilustración del XVIII, ha afirmado usted, ya había nacido en el XVII con Newton y Descartes. No dudo de la grandeza científico-filosófica de Descartes y Newton, cuyas obras conozco un poco, pero políticamente no eran nada del otro mundo en mi opinión. Newton, cuando tuvo responsabilidades en asuntos de política monetaria, no se anduvo con muchos miramientos compasivos y Descartes, con su moral provisional, más bien aconsejaba ocultarse para vivir bien, tranquilo y sin muchas complicaciones. No hay mucho de ruptura en sus posiciones.

Lo que sostengo en mi libro es que el pensamiento filosófico y científico del siglo XVIII no tuvo nada de original, porque los verdaderos logros se habían alcanzado ya en el siglo XVII con Galileo, Bacon, Descartes, Newton, Kepler, Boyle, Euler, Van Leeuwenhoek, Grocio, Puffendorf, etc. Sus descubrimientos filosóficos, técnicos y científicos están en la base del éxito económico burgués. Pero no el pensamiento contrario a ese proyecto, encabezado por Baruch Spinoza, cuya filosofía igualitaria fue perseguida a muerte por la inmensa mayoría de los "ilustrados".

Me viene a la memoria una expresión de Marx del Manifiesto: conquista de la democracia. Si no usamos un concepto muy demediado de democracia reduciéndolo a contiendas electorales con muy diferentes medios, ¿usted ve posible conciliar democracia y el capitalismo realmente existente en unas fases históricas más salvajes e inhumanas? Si fuera que no su respuesta, ¿qué hacer entonces sin soñar mundos ficticios aunque sean agradables?

Marx solo habla una vez de la democracia en el Manifiesto comunista y la identifica con el paso del proletariado a clase dominante. En otros escritos suyos (en los Manuscritos de París, por ejemplo) llega a exprimir la esencia de lo que él considera democracia: en ella el hombre no existe para la ley, sino que la ley existe para el hombre, e insiste en que la Constitución la ley, el estado son solo características que el pueblo se da a sí mismo. La democracia formal de nuestras sociedades modernas no tiene nada que ver con la idea de democracia de Marx. Al capitalismo realmente existente no le molesta lo más mínimo que la gente vote cada cuatro años. Como dijo una vez Golda Meir, si el voto sirviera para algo ya lo habrían prohibido. En realidad no hace falta soñar con mundos ficticios, basta con cambiar el que tenemos.

"La vigilia de la razón" es el título del capítulo IX, el último de su libro. ¿Debemos seguir siendo racionalistas? ¿Incluso después de Hiroshima, y teniendo en cuenta el momento en que estamos, próximos al desastre ambiental y al enfrentamiento militar atómico? ¿No es a eso, a todo eso y a más infiernos, a lo que nos ha llevado la racionalidad tecnocientífica contemporánea?

De alguna manera, ese el punto de la Escuela de Frankfurt contra la Ilustración. Max Horkheimer y Theodor Adorno escribieron en su Dialéctica de la Ilustración que había sido el sueño de la razón el que había producido los monstruos del nazismo y el estalinismo y que por culpa de esa razón la "emancipación" propuesta por la Ilustración había conducido de nuevo a un periodo de barbarie, de lo que deducían que los grandes enemigos de la humanidad eran la tecnología y las instituciones del mundo contemporáneo. Este libro procedía de una conversación que Horkheimer y Adorno mantuvieron en Nueva York, en 1946, adonde habían llegado huyendo de la Alemania nazi. No tenían razón, pero hay que entender sus emociones en el marco de su tiempo y de sus peripecias personales. También el ayatolá Jomeini dijo que los derechos humanos y la justicia universal no eran más que productos de la razón europea. Siguiendo esa deriva, seguramente habría que acusar a Einstein de genocidio. El desastre ambiental y el enfrentamiento atómico al que te refieres no surgen de la razón, sino, precisamente, de la irracionalidad y de las vísceras; no hay más que pensar en lo razonables que son sus principales protagonistas: Trump y Kim Jong-un.

Cambio un poco de tercio si no le importa. El Romanticismo impugna el racionalismo ilustrado y exalta los sentimientos, se suele afirmar. El nacionalismo, se afirma también, es hijo del Romanticismo: "apela a las emociones, a las vísceras y proyecta mundos imaginarios, fantásticos". Son palabras suyas; también éstas: "Y los nacionalistas han sustituido el mundo por una novela de ciencia ficción. El imaginario nacionalista se asemeja al del cristianismo primitivo: los pobres heredarán la tierra. En el caso catalán, los catalanes heredarán esa tierra prometida que llaman República Catalana". Pero si es así, si la metáfora que usted nos regala es exacta, si el nacionalismo ideológico tiene contornos de creencia religiosa, ¿cómo avanzar, cómo aproximarnos, cómo disolver la situación de alta tensión que se ha ido creando y que se sigue creando por ejemplo aquí, en Cataluña?

Muchos nacionalismos tienen una base religiosa indiscutible. Acordémonos del "Gott mit uns", del "Por Dios, por la patria y el rey", de los nacionalismos más racistas, o del "Dios es inglés" o "Dios es belga" de los brutales colonizadores europeos de África. Por las venas del nacionalismo catalán también corre la mística: "Catalunya serà cristiana o no serà" es un mot de ralliement que compartieron elites eclesiásticas y laicas: Torras i Bages y Prat de la Riba; Vidal i Barraquer y Cambó, Aureli Escarré y Jordi Pujol…. con la sanción "modernizadora", como siempre, de la intelligentsia pesebrista: D’Ors, Riba, Calvet, Cardó, Galí, Triadú, Cahner, Comín… Y precisamente "cristiana", no católica, que tiene una dimensión universal. El cristianismo catalán es de souche terrienne, muy adecuado para una sociedad de propietarios rurales y de pagesos y masovers cuasipropietarios que entregan sus hijos a una iglesia que, teóricamente dependiente de Roma, crea estructuras propias independientes e incluso su propio Vaticano en Montserrat, que ilumina, solo, "la catalana terra". De esa sociedad de kulaks, que cree no tener en su seno contradicciones de clase porque las resuelve la caridad cristiana, se nutrirán el irracionalismo carlista, el nacionalista e, incluso, el independentista.

Los hijos y nietos de esa Cataluña rural desarrollarán las estructuras comerciales, industriales y bancarias del Principado sin abandonar nunca su cristianismo étnico, una fe –más que una religión— muy parecida al acomodaticio anglicanismo, que será uno de los mecanismos de control social de la burguesía británica, espejo lejano e inalcanzable de la catalana. La fuerza de cohesión ("fem pinya"), el sentido de identidad ("un sol poble"), la ortodoxia ("nosaltres sols") y la carga soteriológica del cristianismo ("Catalunya serà cristiana o no serà") se convertirán en las señas de identidad dominantes, porque son las de la clase hegemónica ("el pal de paller"). De todas ellas, la soteriología será el instrumento principal de la razón práctica de los dirigentes catalanes (que siguen siendo buenos cristianos, por supuesto, como lo son Puigdemont o Junqueras) que, llegado el momento, avisarán al conjunto de los creyentes –la comunión de los santos- de la inminencia del Santo Advenimiento, desatando una pulsión de urgencias, un fervor de corte milenarista, que roza el éxtasis. Por eso no se puede comprender la ceguera de los gentiles ni su blasfemia al no reconocer el reino de dios en la tierra. El paso de "Catalunya serà cristiana o no serà" a "Cataluña serà independent o no serà" es casi automático. Y cargado de un irracionalismo militante que, pasado el Milenio, puede derivar en un martirologio sacrificial.

Cuando trabajó de joven en la editorial Ariel coincidió con Manuel Sacristán. Como usted también es traductor déjeme preguntarle por la labor socrático-traductora del autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger. ¿Fue un buen traductor? El mismo comentó en una entrevista con la revista mexicana Dialéctica en 1983 que una parte de sus traducciones fueron pane lucrando.

Es bien cierto que Manuel Sacristán tuvo que ganarse la vida recurriendo a la traducción. No fue, en principio, voluntad suya. Su vocación era universitaria, pero en 1965 fue expulsado de la Universidad de Barcelona por su militancia comunista. Tres años antes le habían negado la cátedra de Lógica de la Universidad de Valencia por la misma razón. A pesar de que en 1972 la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona le contrató de nuevo, al finalizar el curso no le renovaron el contrato y, más tarde, siempre que le permitieron volver a enseñar, lo tuvo que hacer en precario, con contratos temporales hasta poco antes de su muerte, cuando ocupó, durante unos pocos meses, una cátedra extraordinaria.

De modo que Manuel Sacristán tuvo que ganarse la vida sobre todo traduciendo. Como escribió el mismo, se pasó la vida "de trabajar para una editorial a la Universidad y viceversa". Sacristán era un gran traductor del alemán, del inglés, del francés, del italiano… era un gran traductor de cualquier idioma porque lo que dominaba como nadie era la lógica, la semántica y las leyes internas de la lengua castellana. Sacristán tradujo e introdujo en España el primer libro de Marx publicado desde la guerra civil, Revolución en España, bajo el seudónimo de "Manuel Entenza", uno de los varios que utilizaba ("Juan Manuel Mauri", "Máximo Estrella"…) para escapar al control de la policía franquista. La lista de autores que tradujo bajo su propio nombre es apabullante: Marx, Engels, Lukács, Gramsci, Adorno, Hull, Quine, Galbraith, Bunge, Copleston, Havemann, Dutschke, Dubcek, Korsch, Marcuse, Schumpeter… Tradujo un promedio de seis libros por año durante muchos años. Por otra parte, la calidad de su trabajo, las peticiones que recibía, le permitieron escoger y proponer textos de agitación cultural que las editoriales aceptaban sin rechistar. Él mismo lo expresaba así hacia el final de su vida: "Al traducir no solo me ganaba la vida, sino que colocaba producto intelectual en la vida cultural del país".

Jamás se quejó de su trabajo de traductor, pero es obvio que si hubiera destinado ese tiempo a escribir su propia obra en libertad esta habría sido intelectualmente muy poderosa… y muy "peligrosa". Como escribió Francisco Fernández Buey, su mejor discípulo: "Si Manuel Sacristán solo hubiera escrito la monografía sobre Heidegger, que fue su tesis doctoral, y la Introducción a la lógica y al análisis formal, ya con eso habría entrado en la historia de la filosofía universal como un filósofo importante del siglo XX, como un filósofo de los que tienen pensamiento propio".

Usted ha sido durante años militante del PSUC si ando errado. Aparte del PSUC-viu y de Iniciativa, no queda mucho de aquel gran proyecto político. ¿Se arrepiente de aquellos años de militancia? ¿Cómo puede explicarse la grandeza y ahora casi desaparición de ese proyecto transformador socialista-comunista con muy fuerte arraigo social?

El PSUC fue una máquina de guerra casi perfecta contra el franquismo. Tras el fracaso de la "huelga nacional pacífica" en 1959 (una fantasmagoría de Carrillo y compañía), su alma de frente popular le llevó a tratar de aglutinar en una sola fuerza la lucha contra el fascismo. Apoyó el movimiento obrero, la agitación estudiantil universitaria, las fuerzas de la cultura, de los colegios profesionales, de las asociaciones vecinales y de ciudadanía, incluso la herejía obrerista de la Iglesia católica. El PSUC fue la fuerza política tras la CONC, la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes, de la Taula Rodona Democràtica, de la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques de Catalunya, de la Assemblea Permanent d’Intel.lectuals de Catalunya y de la Assemblea de Catalunya, que llegó a contar con 45 partidos y organizaciones cívicas. En 1978 el partido de los comunistas catalanes alcanzó la cifra de 40.000 militantes, algo que el resto de partidos no podía ni soñar. Nadie, nunca, llegó a preocupar tanto al Régimen como el PSUC.

Junto a su incesante voluntad de unificación de las fuerzas antifascistas, que le supuso renunciar a políticas que más tarde le pasarían factura, otro de los signos de identidad del PSUC fue constituirse en un partido "nacional y de clase", otro paso que tendría graves consecuencias en el futuro. Sin embargo, en las elecciones de 1977, el PSUC consiguió más del 18 % de los votos que, junto con el 28,38 % obtenido por el PSC, hubiera permitido una Cataluña gobernada por la izquierda (la derecha solo consiguió el 33%). Pero el anticomunismo vulgar de Joan Reventós y el anticatalanismo garbancero de Felipe González y Alfonso Guerra lo impidieron. Aun así, la derecha catalana, asustada, recurrió a sus correligionarios españoles para hacer frente al "peligro rojo". Diseñaron entonces la operación Tarradellas que consiguió desmontar las plataformas unitarias, liberar de compromisos "frentepopulistas" a los distintos partidos y, pese a que la izquierda volvió a ganar las elecciones generales y municipales de 1979, facilitar el triunfo de la derecha catalana y cristiana en las elecciones al Parlament de 1980 que entronizaron en el poder a Jordi Pujol durante 23 años.

A partir de ahí, estallaron todas las costuras del PSUC dejando al descubierto sus contradicciones externas -la soterrada pero inacabable lucha con el PCE por mantener su independencia- e internas: ruptura entre los cuadros sindicales y la dirección, lucha de los aparatchikis por el control del partido; defección de la mayoría de los intelectuales burgueses que –tras un recorrido por el utopismo- regresaron a los espacios propios de su clase: a CiU, al PSC o incluso al PP. Pero lo peor de todo fue perder su capacidad de movilización "en un proceso en que el desarme ideológico impuesto por el PCE lo arrastró finalmente a la destrucción" (Fontana). Tras el 5º Congreso del partido, en 1981, la militancia se había reducido a 12.000 afiliados.

La politiquería, el tacticismo y el posibilismo de los dirigentes del PSUC, ansiosos de tocar poder, naufragaba en el marco temporal de los años 80, tan distinto del de los 60, y le dejaba, al fin, ante el cruel dilema histórico del movimiento socialista: revolución (ya imposible) o reforma (donde habría de competir con los demás partidos). Al no poder resolverlo, el PSUC quedó anclado entre dos orillas, in mezzo al guado. La dirección del partido se equivocó muchas veces, pero, como escribió Manuel Sacristán "ninguna historia de errores, irrealismos y sectarismos es excepción en la izquierda española".

Si en los años 80 Cataluña, con la inexorable reducción del sector secundario, se había convertido ya en una sociedad de clases medias controlada por la burguesía de "soca-rel", a partir del ingreso de España en la Unión Europea y, sobre todo, del derrumbe del "socialismo" de la Unión Soviética y el triunfo del capitalismo neoliberal, en el siglo XXI las hijuelas del PSUC, de verde o de violeta, no tenían nada que ofrecer a una "sociedad opulenta" (Galbraith). El movimiento de los indignados ante la gran recesión iniciada en 2007 pareció encender, por un momento, la vieja chispa igualitaria, pero su deriva en Podem o Catalunya en Comú la ha apagado en seguida sumergiéndola en la vieja charca del modo burgués de hacer política. Los hechos son tozudos: en las elecciones del 21 de diciembre de 2017, los partidos que no se plantean una alternativa al capitalismo coparon 123 de los 135 escaños del Parlament de Cataluña.

La lucha del capitalismo por la desigualdad continúa. Pero siempre nos quedará el viejo topo.

Muchas gracias por sus reflexiones. Y tiene razón: siempre nos quedarán el viejo topo y El Viejo Topo.

viernes, 22 de junio de 2018

La guerra de Trump contra los pobres. Está claro que el dolor que infligen las políticas republicanas es un objetivo, no una consecuencia.

  Estados Unidos no ha estado siempre, ni siquiera habitualmente, gobernado por los mejores ni por los más brillantes; a lo largo de los años, los presidentes han dado empleo a muchos sinvergüenzas e imbéciles.
Pero no creo haber visto nunca semejante colección de estafadores y malhechores de poca monta como la que rodea a Donald Trump. Price, Pruitt, Zinke, Carson y ahora Ronny Jackson: a estas alturas, nuestra suposición por defecto debería ser que algo malo debe de tener cualquier persona a la que el presidente quiera en su equipo. Aun así, no debemos bajar la guardia. Las gratificaciones que muchos de los miembros del Gobierno de Trump exigen —viajes gratuitos en primera clase, dobles cabinas telefónicas supersecretas e insonorizadas y otras cosas por el estilo— son indignantes, y nos dicen mucho sobre la clase de gente que son. Pero lo que realmente importa son sus decisiones políticas. La insistencia de Ben Carson en gastarse 31.000 dólares de los contribuyentes en unos muebles de comedor es ridícula; pero su propuesta de aumentar el gasto en vivienda a centenares de miles de familias estadounidenses necesitadas, triplicándoles el precio del alquiler social a algunas de las más pobres, es atroz.

Y esta atrocidad forma parte de un patrón más amplio.
El año pasado, Trump y sus aliados en el Congreso dedicaron la mayor parte de sus esfuerzos a mimar a los ricos; eso es algo que queda de manifiesto en la Ley sobre la Rebaja de Impuestos y Creación de Empleo, pero hasta el ataque al Obamacare tenía por objetivo el asegurar a los ricos una rebaja de miles de millones de dólares en sus impuestos. Este año, sin embargo, la principal prioridad de los conservadores parece ser la de declarar la guerra a los pobres.
Esa guerra se está librando en múltiples frentes. La medida para reducir las ayudas a la vivienda sigue a otras que han aumentado los requisitos para quienes solicitan cupones de alimentos. Por otra parte, el Gobierno ha concedido a los Estados controlados por los republicanos exenciones que les permiten imponer duros requisitos laborales a los perceptores del Medicaid, requisitos cuya principal consecuencia no será la de aumentar el número de trabajadores, sino la de reducir el número de personas que reciben asistencia sanitaria básica. Hasta la liberalización financiera de facto —la eliminación de la protección financiera del consumidor— llevada a cabo por el Gobierno debería considerarse un ataque a los menos adinerados, ya que las familias pobres y los trabajadores con menos formación académica son las víctimas más probables de banqueros explotadores.

La cuestión interesante no es si Trump y sus amigos están intentando hacer la vida de los pobres más desagradable, brutal y breve. Porque lo están haciendo. La pregunta es más bien por qué. ¿Se trata de ahorrar dinero? Los conservadores se quejan del coste del colchón de seguridad, pero es difícil tomarse en serio unas quejas que proceden de gente que acaba de aprobar unas rebajas de impuestos enormes que dispararán el déficit presupuestario. Es más, hay pruebas de que algunos de los programas que están siendo objeto de ataques hacen lo que no hacen las rebajas fiscales: acabar devolviendo una parte importante de sus costes iniciales al promover un mejor rendimiento económico. Por ejemplo, la creación del programa de cupones de alimentos no solo facilitó un poco la vida a sus perceptores. También tuvo grandes efectos positivos en la salud a largo plazo de los niños de las familias más pobres, y eso los convirtió en adultos más productivos, con más probabilidades de pagar impuestos, y menos de seguir necesitando ayuda pública. Lo mismo puede decirse de Medicaid; nuevos estudios indican que más de la mitad de cada dólar gastado en atención sanitaria a niños acaba recuperándose en forma de aportaciones tributarias más elevadas de unos adultos más sanos.

¿Y qué decir de la idea de que los programas para combatir la pobreza crean una 'trampa de pobreza' al reducir el incentivo para que las personas se abran camino hacia una vida mejor mediante el trabajo? Es una idea popular en la derecha.
Pero lo cierto es que hay muy pocos estadounidenses perceptores de cupones de alimentos o de Medicaid que podrían y deberían seguir trabajando pero no lo hacen. Es verdad que, según algunos cálculos, los planes de ayuda basados en la donación de recursos —programas disponibles solo para aquellas personas con rentas bajas— pueden desincentivar la búsqueda de trabajo remunerado. Pero las pruebas indican que si bien los programas sociales tienen cierto efecto adverso sobre los incentivos, dicho efecto es mucho menor de lo que los políticos creen. Además, se podrían reducir esos desincentivos creando programas más generosos, no menos, es decir, proporcionando más ayuda a los casi pobres en vez de menos ayuda a los pobres. Por alguna razón, los conservadores no parecen plantearse nunca esa opción.

¿Qué hay realmente tras la guerra contra los pobres? Está bastante claro que el dolor que esta guerra infligirá es un objetivo, no una consecuencia.
Trump y sus amigos no están castigando a los pobres a regañadientes, porque crean que deben ser crueles para ser benévolos. Quieren ser crueles sin más. Glenn Thrush, de The New York Times, informaba de lo siguiente: "Según sus asesores, Trump se refiere a casi todos los programas que proporcionan ayudas a los pobres como 'asistencia social', una expresión que él considera despectiva". Y supongo que cualquiera ve de dónde viene eso. Al fin y al cabo, él es un hombre hecho a sí mismo que no puede atribuir nada de su propio éxito a, digamos, la riqueza heredada. Ah, que no es eso. En serio, muchos miembros de este Gobierno y del Congreso no sienten ninguna empatía por los pobres. Parte de esa falta de empatía refleja animosidad racista. Pero aunque la guerra contra los pobres perjudicará de manera desproporcionada a grupos minoritarios, también perjudicará a muchos blancos con rentas bajas; de hecho, acabará perjudicando a muchos de los que votaron a Trump. ¿Se darán cuenta?

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.  The New York Times.

 https://elpais.com/economia/2018/04/27/actualidad/1524839396_187470.html

jueves, 1 de febrero de 2018

España va mal

Si un país define a la mayoría social que lo conforma, los datos económicos son claros: España va mal. España es, con Grecia y Chipre, uno de los tres países de la Unión Europea donde más ha crecido el riesgo de pobreza desde el inicio de la crisis. Uno de cada cuatro españoles sufre ya carencias severas, hay un millón más de parados que en 2008 y los trabajadores son más pobres. Entonces, ¿dónde ha ido el crecimiento del PIB o la reducción de la deuda? A los grandes bancos, que han aumentado sus beneficios; a las grandes empresas, que han ganado más, y al bolsillo del 1% más rico. Mientras, los salarios más bajos se han reducido un 15%.— David Fernández Calderón. El Rompido, Cartaya (Huelva). Cartas al Director

jueves, 2 de noviembre de 2017

Ken Loach: La derecha trata a los pobres como si fuesen culpables de serlo

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El cineasta britanico Ken Loach, de 80 años, denunció que la derecha europea trata a los pobres como si fuesen culpables de serlo, durante la presentación comercial en Francia de su último filme, el premiado "I, Daniel Blake".
"Hay una tendencia de la derecha, por toda Europa, de tratar a las personas pobres como si fuesen culpables de serlo", manifestó el realizador en una entrevista difundida hoy por la radio "France Inter".

"I, Daniel Blake" ("Yo, Daniel Blake"), vencedor de la Palma de Oro del pasado Festival de Cannes, se estrena el 26 de octubre en las pantallas de Francia y su director aprovechó para relacionar la temática de la película con la actualidad política y social de Europa.

"El Gobierno incita al suicidio de los parados", denunció el veterano autor, en alusión de la diatriba de su protagonista, un enfermo del corazón de 59 años al que obligan a buscar empleo para no ser sancionado.

"Se trata de una humillación calculada y organizada para mostrar que, si no trabajas o si estás enfermo, es tu culpa. Tu pobreza te la has labrado tú mismo. Si no tienes empleo, eres un paria", expuso.

Ken Loach, conocido por sus posturas de izquierda, volvió a elogiar al líder laborista británico, Jeremy Corbyn, y atacó al actual Ejecutivo de la conservadora Theresa May.

"La nueva primera ministra comienza citando a San Agustín y, después, se dedica a aniquilar a las personas", señaló Loach, quien consideró que este Gobierno británico "parece estar aún más a la derecha" que en el anterior de David Cameron.

https://www.efe.com/efe/espana/gente/ken-loach-la-derecha-trata-a-los-pobres-como-si-fuesen-culpables-de-serlo/10007-3068093

sábado, 16 de septiembre de 2017

Entrevista a Recce Jones, geógrafo y autor de "Violent Borders". “El poder usa las fronteras para limitar el acceso de los pobres a salarios más altos”.

Álvaro Guzmán Bastida
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¿Por qué se han convertido en cementerios las fronteras del mundo? Tan incómoda pregunta rondaba la mente del geógrafo Reece Jones (Virginia, 1976) cuando escribía su penúltimo libro. Tras quince años estudiando el fenómeno migratorio, Jones terminaba un trabajo sobre tres fronteras concretas --las que separan EE.UU. de México, Israel de Palestina e India de Bangladesh-- cuando se percató de que las muertes en esos y otros puntos fronterizos no paraban de aumentar. Decidió investigar por qué. El resultado, Violent Borders, es una demoledora radiografía de la violencia en las fronteras de todo el mundo. A través de un minucioso análisis histórico, jurídico, sociológico y económico, trufado de historias personales de los migrantes que tratan de cruzar esas fronteras, Jones dibuja un siniestro panorama en el que las políticas diseñadas para limitar la migración fracasan en ese propósito, y en cambio desvían los flujos migratorios hacia rutas más violentas, llenando las fronteras marítimas y terrestres de cadáveres. Jones, profesor de geografía en la Universidad de Hawaii, atiende por Skype a CTXT para detallar las causas y consecuencias de la violencia fronteriza y exponer su propuesta para solucionarla: abrir las fronteras a las personas y ponerle coto al capital.

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Dedica gran parte del libro a examinar las causas y efectos de la migración a nivel global. ¿Qué ha descubierto acerca de los motivos que llevan la gente a emigrar?

Varían mucho según el lugar de origen y las circunstancias. Por un lado, existe un gran grupo de sirios y eritreos que cruzan a Europa huyendo de la violencia o la represión estatal. Por otro, hay otra mucha gente que emigra por motivos económicos, al escasear el trabajo y las oportunidades en los lugares donde viven y existir estos en otros países. Por ejemplo, los sirios han sido mayoría entre quienes viajaban a Europa en los últimos años, pero hasta el momento en 2017 el país de donde más gente cruza el Mediterráneo es Bangladesh, donde no hay una guerra sino necesidad económica, y gente que toma la decisión de salir en busca de oportunidades.

Uno de los asuntos centrales de su trabajo es la erosión del derecho a la libre circulación de las personas. ¿Cómo se ha limitado ese derecho?

Existe una larga historia de Estados y gente en posiciones de poder que usan las restricciones a la libre circulación de las personas para limitar el acceso de los pobres a salarios más altos. En el libro, trazo una conexión entre el sistema actual y la esclavitud, la servidumbre, el feudalismo y las leyes de pobres, vagos y maleantes. Todos eran mecanismos para limitar la capacidad de los pobres de desplazarse para buscar salarios más altos y para obligarles a seguir viviendo en una zona concreta, y así acceder a su mano de obra y explotarla para lucrarse. Hoy en día vemos un proceso similar a mayor escala. Lo que antes sucedía dentro de cada país ahora sucede entre países, de modo que los pobres hoy están ‘contenidos’ por fronteras, pasaportes o el concepto de ciudadanía, produciendo una relación muy parecida a la de antaño. Desde hace cien años se está erosionando el derecho a la libre circulación. En EE.UU., por ejemplo, no hubo ninguna restricción sobre quién podía entrar en el país hasta la década de 1880, con la Ley de Exclusión China. Hasta 1924, el país no tuvo un sistema universal que regulase quién podía entrar en él o convertirse en ciudadano, y muchos de los pobres de Europa pudieron hacerlo a finales del XIX.

Dedica el primer capítulo del libro a la que llama “la frontera más mortífera del mundo”, en referencia a la que rodea a la UE. ¿Cómo pasó Europa de desmantelar las fronteras nacionales hace un par de décadas a convertirse en una fortaleza, y por qué es la frontera más letal del planeta?

En cierto modo, la narrativa de que la UE ha eliminado las fronteras es falsa. Más bien las movió de sitio. Aunque es cierto que la UE eliminó las divisiones entre sus países miembros, nunca deshizo las fronteras externas. Todo lo contrario. En los últimos veinte años, mientras aumentaba el número de migrantes, la UE ha dedicado gran empeño a restringir el movimiento, en especial en el Mediterráneo. España, por ejemplo, permitió el libre movimiento desde el Norte de África hasta que se unió al Tratado Schengen, en los noventa. Francia permitía sin restricciones reales la inmigración de África durante los ochenta. Tanto en la frontera Sur de EE.UU. como en las de la UE, se observa una tendencia clara: mientras se levantan muros, se endurecen los controles migratorios, se destinan más agentes a patrullar los espacios fronterizos, no se consigue el objetivo de frenar la inmigración, pero sí que se disparen las muertes. En 2017, mueren dos personas de cada cien que intenta cruzar el Mediterráneo. Esa cifra era de 0,3 en 2015. Hay muchísimos más barcos patrullando, y se han construido muros, por ejemplo en los Balcanes, cerrando una ruta de acceso relativamente fácil a la UE. Todo este endurecimiento empuja a la gente hacia rutas realmente peligrosas y hace que muera mucha más gente en los viajes.

Al describir la frontera entre México y EE.UU., relata una sorprendente historia: dicha frontera no se marcó con piedras hasta 1890, y no se empezó a patrullar hasta 1924.

La Patrulla Fronteriza de EE.UU. se creó en 1924, que fue el mismo año en el que se aprobó por primera vez una ley migratoria nacional. Ambos hechos están íntimamente relacionados. Había policía patrullando las zonas limítrofes antes de eso. No cabe duda de que hubo un proyecto coordinado de ‘anglicanización' de esos espacios, de expulsar a los nativos americanos y a lo antiguos ciudadanos mexicanos que se habían quedado en Texas. Pero la línea fronteriza en sí misma no se patrullaba. La gente podía cruzarla libremente.

Describe cómo esa misma frontera se militarizó tras el 11-S. ¿Que llevó a su militarización y cuáles fueron las consecuencias de la misma?

Son tendencias que se remontan a finales de los noventa, pero que se aceleran tras el 11-S, cuando empiezan a llover los fondos gubernamentales. Entra una gran cantidad de dinero en la Patrulla Fronteriza y el Departamento de Seguridad Nacional, que lleva a la militarización de la frontera. Cuando hablo de militarización, me refiero a varias cosas. En primer lugar, al reciclado de tecnologías bélicas desarrolladas para Iraq o Afganistán, utilizadas ahora en la frontera. Luego está el creciente número de veteranos de esas guerras, que al dejar el ejército ingresan en la Patrulla Fronteriza. Hay una ley en el Congreso ahora mismo, impulsada por John McCain, que pretende agilizar ese proceso al facilitar la contratación de veteranos de guerra para hacer de guardas fronterizos. Luego está el cambio de mentalidad de los propios agentes. En los setenta y ochenta eran muy parecidos a la policía: buscaban a gente que infringía la ley migratoria o de tráfico de personas, a los que arrestaban y mandaban de vuelta a México. Desde el 11-S, se reimaginó la frontera como un lugar en el que detener el terrorismo, los agentes fronterizos hoy en día piensan, y actúan, en la frontera como la primera línea de batalla contra el terrorismo. Una vez que se produce ese cambio de mentalidad, cambia la manera en la que interactúan con la gente. Tienden a pensar en las personas como potenciales terroristas, y a recurrir a la violencia como primera opción, en lugar de respetar la presunción de inocencia.

Ha mencionado antes el papel de las fronteras para controlar el movimiento de los pobres. ¿Qué influencia tienen las diferencias de clase y el desarrollo desigual en la configuración de las políticas fronterizas?

Durante su campaña presidencial, Trump hablaba mucho sobre las fronteras, y su discurso se centraba en el impacto negativo de la globalización y la conexiones económicas transfronterizas en la clase trabajadora estadounidense. Pero esa narrativa obvia algo fundamental: que el mismo impacto negativo se ha producido al otro lado de la balanza. Lo que ha hecho la globalización ha sido abrir las fronteras para el capital. Se han levantado las barreras para las corporaciones mediante todos los acuerdos de libre comercio que permiten que las grandes empresas operen en múltiples jurisdicciones, buscando los salarios más bajos, pero no se han abierto esas barreras para los trabajadores, que se ven contenidos en bancos de mano de obra barata. También se ha levantado las barreras regulatorias. Las grandes multinacionales acceden a diferentes regímenes regulatorios en los que no hay salario mínimo, ni protecciones medioambientales ni laborales, lo que permite que las corporaciones se queden con todos los beneficios. La globalización ha producido esa competencia a la baja, que ha perjudicado a los trabajadores de EE.UU. y Europa, pero también a los del otro extremo del mundo. Los beneficios resultantes han ido a parar a las corporaciones, lo que exacerba las desigualdades.

En su relato, las fronteras realmente no sirven para proteger a las sociedades, sino que generan no solo desigualdad, sino violencia hacia las personas y el medioambiente. Escribe que “el endurecimiento de las fronteras es una fuente de violencia, no una respuesta a la misma”. ¿De qué manera generan violencia las fronteras?

Crear una frontera es un acto inherentemente violento, porque tras dibujar una línea en un mapa, uno tiene que imponer esa división sobre el terreno, estableciendo que un grupo de personas controla los recursos, la tierra y a la gente en ese espacio geográfico, lo que por definición excluye a otra gente del derecho a trasladarse a ese lugar. La única manera de imponer eso es, en último término, mediante el uso de la violencia. La violencia es producto de la frontera, no del movimiento de la gente.

Sobre su respuesta a la retórica de la campaña de Trump, y su argumento de que los controles fronterizos contribuyen a la desigualdad: ¿Cómo hacen las fronteras que aumenten las desigualdades?

Déjame que le dé la vuelta a la pregunta. Un gran número de economistas ha demostrado que la manera más fácil de aumentar la riqueza de la gente en zonas pobres es eliminar restricciones a su libre movimiento, porque esto les permite acceder a los salarios más altos trasladándose a donde están esos salarios. Es una forma de encuentro entre el capital y los trabajadores más eficiente. El actual sistema retiene a los trabajadores en ciertos lugares y permite que el capital se mueva libremente para aprovecharse de las concentraciones de mano de obra barata. Una de las formas más claras de ponerle freno a eso es abrir las fronteras al libre movimiento, permitiendo que los trabajadores se desplacen. Aunque parezca lo contrario, los estudios demuestran que el movimiento de las personas traspasando las fronteras resulta beneficioso a ambos lados de la balanza: no solo para los trabajadores que se trasladan, sino para las economías que los reciben. En EE.UU., por ejemplo, la inmigración ha tenido un impacto neto positivo en la economía del país.

Hemos hablado de Europa y EE.UU., pero la realidad de estas fronteras, y su militarización, se ha expandido por todo el planeta, desde Israel a Australia. Leyendo su libro aprendemos que la frontera entre India y Bangladesh es en la que más gente matan las fuerzas de seguridad, y que India es el país del mundo con más kilómetros de vallas y muros. Si los muros tienen que ver con la preservación de la riqueza y el privilegio, ¿cuál es su papel en el Sur del planeta?

Un colega francés y yo hemos cruzado el PIB per cápita de diversos países con los datos sobre dónde se construyen nuevos muros. La correlación es clarísima: se levantan muros allá donde hay un país más pobre que otro que hacen frontera. El PIB per cápita de la India es mucho más alto que el de Bangladesh, y hay veinte millones de bengalíes trabajando en India. El aspecto económico está clarísimo.

A menudo escuchamos a los gobiernos occidentales echar la culpa de las muertes de refugiados y migrantes a los traficantes. Y sin embargo, usted defiende que esas muertes son parte integral del régimen fronterizo, y que la responsabilidad última corresponde a los estados. ¿Qué hace que muera tanta gente en las fronteras?

Si la gente tuviera una forma segura de viajar de un país a otro, no recurriría a los traficantes. Les cuesta cinco, seis o siete mil dólares viajar de Bangladesh a Europa. Un billete de avión se consigue por mil. El que no existan vías seguras para el viaje arroja a los migrantes a los brazos de los traficantes. Su negocio se basa en esas restricciones fronterizas. La verdadera culpa recae en la UE y los gobiernos que implementan las políticas que obligan a la gente a tomar rutas cada vez más peligrosas.

Al analizar la actual crisis de los refugiados, dedica bastante espacio a examinar la Paz de Westfalia. ¿Qué papel juegan las fronteras del pasado en el desplazamiento de los refugiados del presente?

Un papel enorme. La historia del colonialismo pasa por el expolio de recursos de otras regiones para cimentar la riqueza de Europa y EE.UU. Y entonces, cuando termina el colonialismo tras la Segunda Guerra Mundial, las fronteras que quedaron habían sido dibujadas por las potencias europeas, a menudo los británicos. Esas fronteras no representan entidades políticas históricas, ni estados coloniales. Son fronteras coloniales superpuestas a los diferentes grupos culturales, lingüísticos, étnicos, que trajeron consigo grandes conflictos, porque los diferentes grupos pasan a competir por el control de esos espacios. Esa violencia luego hace que la gente cruce las fronteras camino de Europa. La gente que intenta entrar en Europa hoy huye en realidad de fronteras que dejó tras de sí el colonialismo europeo.

También escribe sobre la progresiva disolución de la barrera entre los Estados que controlan sus fronteras y el negocio privado que penetra un nuevo mercado. Por ejemplo, cita estudios que proyectan que la industria de las seguridad fronteriza alcanzará un astronómico volumen de ciento siete mil millones de dólares de facturación para 2020. ¿Cómo ha emergido esa industria y qué efecto tiene su desarrollo?

Toda esta industria ha surgido en los últimos treinta años. La gente a menudo piensa en el complejo industrial-militar, pero existe un nuevo complejo de seguridad-industrial, en el que toda una serie de empresas --a menudo de armas-- produce equipamiento y tecnología orientada hacia el mercado de la seguridad fronteriza. Esto despegó de verdad tras el 11-S. Al tiempo que el terrorismo pasaba a ser la prioridad de los espacios fronterizos, toda una serie de empresas se lanzaron a aprovecharse de todo ese influjo de dinero público dirigido hacia las fronteras. Se creó un ciclo en el cual las empresas tienen grandes ingresos, que utilizan para hacer lobby y conseguir que los gobiernos gasten más dinero en seguridad fronteriza, aumentando sus ingresos. Cada vez que se produce un atentado terrorista, el miedo que se produce se canaliza en más gasto en medidas de seguridad, a menudo en las fronteras. Ha emergido todo un mercado para la seguridad en las fronteras, del mismo modo que emergió el complejo militar-industrial en los cincuenta, después de la Segunda Guerra Mundial. Y luego está la privatización directa, como ha sucedido con los centros de detención de inmigrantes en EEUU.

En el plano político, tanto el Brexit como la elección de Trump llegaron de la mano de un renovado énfasis en el control fronterizo. Lo mismo sucede con el avance de la extrema derecha en Occidente. ¿Qué le sugiere el que las llamadas a aumentar el control fronterizo movilicen a una parte tan importante del electorado? ¿Que espera la gente que logren las fronteras?

Tanto el Brexit como Trump se basaron en un miedo muy real entre el electorado. Lo hemos hablado antes: muchos trabajadores han perdido empleos estables, bien pagados y con planes de pensiones o acceso sanitario por culpa de la globalización. Se han deslocalizado a otros países, y no se han sustituido por puestos de trabajo con condiciones similares. Fue muy efectivo políticamente defender que una manera de mejorar su situación era cerrar las fronteras y crear la idea histórica de una América separada del resto del mundo. El segundo factor es que el racismo es una fuerza muy potente. Desgraciadamente, el miedo al otro, a la amenaza de una supuesta invasión de gente de otras culturas, de creencias diferentes o con otro color de piel, es una forma muy eficaz de lograr apoyos para estas políticas excluyentes.

Y, sin embargo, usted defiende que las fronteras no son eficaces para atajar los problemas reales que moviliza el racismo.

En absoluto. Pero son una narrativa muy potente. Trump fue capaz de crear una serie de símbolos --como la construcción del muro-- que evocaban soluciones que la gente podía entender. Lo mismo sucede con el cierre de fronteras al comercio. Es un símbolo poderoso, que parece resolver problemas reales de la gente, pero en realidad no los solucionará.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, escribe, había sólo cinco muros fronterizos en el mundo. En 1990, tras la caída del Muro de Berlín, había quince, y hoy hay casi setenta. Si los muros son tan dañinos e ineficaces como ha descrito, ¿por qué no dejan de proliferar?

Hay un buen número de factores. Por un lado, el símbolo poderoso del que acabo de hablar: demuestran que el país está haciendo algo para resolver los problemas de la gente. Luego está la proliferación de esta industria, que presiona para que los Estados gasten más en seguridad. Una vez que se han construido unos cuantos muros, necesitan que se erijan más.

En su conclusión, reclama la apertura de fronteras para permitir la libre circulación de personas, y el establecimiento de una serie de condiciones laborales y protecciones medioambientales globales. ¿Cómo sería un mundo sin fronteras?

Es difícil de imaginar, porque aún no lo hemos probado. Pero lo fundamental es que esas medidas tienen que darse a la vez. No basta con abrir las fronteras. Aunque las abramos y permitamos la libre circulación de personas, si mantenemos las diferencias de derechos según la nacionalidad, los que tienen plenos derechos en un lugar concreto podrán abusar de quienes no los tienen. Se trata de abrir fronteras, pero también de generar igualdad de derechos en los territorios. También sugiero la idea de un salario mínimo global, que no sería el mismo en todo el mundo, sino más bien una serie de mínimos dependiendo de las circunstancias, que disminuyan los incentivos que tienen las grandes corporaciones para desplazar el empleo a los lugares con el menor salario posible. Si tuviéramos todo eso -igualdad de derechos en diferentes lugares, libertad de circulación entre esos lugares, un salario mínimo y regulaciones laborales similares a escala global- mejoraríamos drásticamente las condiciones de trabajo a ambos lados de la balanza. Sería bueno para los trabajadores de Europa y EE.UU., y también para los de los países pobres. La única parte que saldría perdiendo serían las corporaciones transnacionales, porque perderían la capacidad de aprovecharse de las divergencias en regulaciones y salarios.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20170823/Politica/14632/Ctxt-Reece-Jones-fronteras-violencia-entrevista.htm

miércoles, 2 de agosto de 2017

España es el paraíso (Más bien el infierno) de los trabajadores pobres (empobrecidos)

Jose A. Llosa
Ctxt

Jóvenes, mujeres, mayores de 45 años y autónomos sufren especialmente la precariedad laboral, que anula las tradicionales funciones del trabajo: seguridad, bienestar, dignidad, salud y ciudadanía

Sucede que al hablar de “juego estadístico” contamos con dos partículas: la primera es el juego, y no conviene olvidar que jugar, en último término, es un ejercicio de manipulación; la segunda es la estadística, la autoproclamada diosa de la nueva era social. La unión del juego y la estadística tiende a confluir en discurso político. Así, resulta escalofriante la cualidad legitimadora de los porcentajes cuando simplemente se descontextualizan. No es necesario más que situar el foco sobre un par de datos convenientes de la Encuesta de Población Activa para envolver en rigor científico lo que en realidad acaba siendo una mirada simplista, sesgada y posiblemente malintencionada de la realidad del trabajo.

El reciente hincapié sobre el descenso del desempleo en España sirve como ejemplo. Todo un discurso de recuperación económica sustentado sobre una tasa de paro, un indicador que viene rondando el 18%, que efectivamente desciende respecto a los datos cercanos al 25% de los últimos años, pero que duplica con holgura la media europea, situada en el 8,5% en 2016. Hacer discurso de un dato pésimo parece un juego peligroso, máxime cuando, tal y como indican los últimos datos de FOESSA, el 70% de familias españolas no ha percibido ninguna clase de mejoría respecto a su situación durante la crisis.

En una mesa redonda en la que tuve la suerte de participar recientemente, el profesor Josep M. Blanch afirmaba que los occidentales seguimos pensando como trabajadores fordistas aunque estemos trabajando en precario.
Trabajo líquido, casi gaseoso, frente al sólido trabajo de antaño. Un millennial, continuaba argumentando, maltrabaja hoy en condiciones de perpetua flexibilidad sin mayor inquietud, pero, si se le pregunta por su futuro a diez años vista, describirá el trabajo estable y asentado propio del Estado del bienestar. Tras el discurso de la recuperación en torno al empleo está la ilusión de rebobinado al mercado de trabajo estable, lo que ya es animal mitológico. El problema es que, mientras despertamos de la ensoñación, los derechos laborales están siendo triturados en un agresivo proceso de desregulación de las condiciones de trabajo. Y esto también nos lo muestran las cifras. Las cifras, las mismas que sirven para dar las buenas noticias por el incremento de la ocupación, muestran que el trabajo temporal alcanza cifras históricas con una tasa del 26,1% (tasa anual de 2016), la más alta desde 2008. Aquí la tendencia sí está clara: más del 90% de los nuevos contratos firmados en España son temporales.

No es necesario realizar un análisis especialmente profundo para concluir que, tras ese descenso en picado del mercado de trabajo, la recomposición no tiene como finalidad volver al estatus anterior, no es “el retorno al Sueño Americano” que promete Trump, sino que tiene como destino la precarización. La crisis ha servido de estrategia para amparar una nueva reconversión del mundo laboral, una más, en este caso diseñada bajo el dogma del empleo de mala calidad y la precariedad normalizada. Y la cara más extrema de estos nuevos modos de operar se encuentra en los trabajadores pobres: población ocupada que vive por debajo del umbral estandarizado de pobreza. Familias que, pese a contar con puestos de trabajo, sufren una situación económica extrema. En España nos situamos también a la cabeza en esta cuestión, con un 13,1% de trabajadores pobres; únicamente por detrás de Grecia y Rumanía, y alejados de la media de la Unión Europea.

Más allá de los fríos números, la cruda realidad nos presenta a cuatro grupos principalmente afectados por el trabajo en pobreza.

1. En primer lugar, los jóvenes como termómetro perpetuo de la incipiente precariedad. Los analistas europeos contemplan perplejos la alta edad de emancipación de los jóvenes españoles, mientras realmente nadie se está preguntando por las implicaciones de diversa índole que esta situación va a generar en un futuro inmediato. Ante la escasa cantidad y calidad de ofertas de trabajo, seguir viviendo en casa de los padres se convierte en la única salida para evitar, en muchos casos, entrar en procesos de exclusión. Eso aquí se sabe bien.

2. El segundo caso, también relacionado con la edad, es el denominado “edadismo”: personas mayores de 45 años que han perdido su trabajo a raíz de la crisis y descubren lo fatídico del reenganche al mundo laboral.
La recuperación del empleo no pasa por el retorno al estatus perdido; tras la Reforma Laboral de 2012, las nuevas oportunidades laborales se dibujan en el mundo de la precariedad. El sociólogo Robert Castel se refería a este reenganche como “la desestabilización de los estables”. Lo terrible es que este proceso es una condena vitalicia. Al mermar la posibilidad de nuevas oportunidades laborales por encima de los 45 años, y especialmente por encima de los 55, la salida tras el agotamiento de las insuficientes prestaciones por desempleo pasa por el acceso a pensiones no contributivas, lo que penaliza sustancialmente la cuantía de la jubilación, condicionando el resto de la trayectoria vital en la vejez. En España, cabe recordar que más del 50% de los parados supera los 40 años, fenómeno que se entrelaza con el edadismo y que da lugar a una situación dramática. No sólo en lo económico, también en el plano psicológico, pues hablamos de edades de importantes cargas familiares, que al menos en lo material no se pueden satisfacer. En estos días, Netflix estrena la segunda temporada de F is for Family, una serie de animación que narra el desempleo en personas de mediana edad como consecuencia de la crisis del petróleo. El momento de ese retrato venido desde los 70 parece especialmente pertinente, porque expone los procesos de reevaluación personal repetidos en cada crisis. Sin embargo, la crisis actual tiene sus propias reglas: la individualidad se ha apoderado del modo de vida y, con los sindicatos arrinconados, al trabajador actual se le ha convencido de que la incapacidad de encontrar un trabajo digno queda bajo su responsabilidad. Su fracaso. Quizá por no estar lo suficientemente formado. O por estar formado hasta el absurdo y entonces no disponer de las competencias adecuadas, lo cual es difícil de controlar. O simplemente por no compartir los valores de las organizaciones, y esto ya no hay quien lo controle. La desazón de no lograr satisfacer el rol que cada uno se impone acarrea en último término un proceso existencial con el que es difícil lidiar, y de ahí emerge el alcoholismo, el consumo abusivo de psicofármacos, y, como recuerda Ángeles Maestro en Salud mental y capitalismo (Cisma Editorial, 2017), los suicidios en las vías ferroviarias de Madrid de los que nadie habla.

3. Por otro lado está el caso de las mujeres,
que tampoco se libran de trabajar en pobreza. Trabajadoras o no, sufren el complejo proceso de la feminización de la pobreza. Centrándonos en el plano laboral, sabemos que las mujeres son protagonistas de las jornadas laborales más insólitas, a fin de combinar el trabajo fuera de casa y las tareas domésticas y de cuidado. El caso de la jornada parcial en España es un buen ejemplo de esto: el número de mujeres triplica al de hombres. Lo más alarmante es que los hombres que trabajan en este tipo de jornada de manera voluntaria lo hacen para mejorar su formación, mientras que las mujeres lo hacen por motivos relacionados con el cuidado de familiares. Emerge, una vez más, la muestra de que la pobreza en el trabajo está vinculada de manera íntima a los procesos familiares patriarcales, y que, en España, la nula política familiar desarrollada y destinada a ofrecer apoyo lleva a situaciones tan absurdas como que tener hijos se pueda convertir en factor de pobreza para una familia.

4. Por último, nos encontramos con los (llamémosles así) emprendedores. 
Uno ya no sabe cómo llamar a los autónomos entre la colección de neolenguaje que se ha dibujado para impulsar de manera fraudulenta el mercado de trabajo. La figura del emprendedor se ha presentado como el héroe del nuevo milenio, apoyado en sus primeros pasos, claro está, por el Estado, que entiende el mercado de trabajo como un juego de dominó en el que, impulsando la primera pieza, la del emprendedor, se logrará activar el resto a continuación. Un mecanismo infalible… Pero no comprender, o no querer hacerlo, que el problema de lo laboral es estructural hace que el empujón al emprendedor sea un empujón al vacío. La realidad tras el neolenguaje del emprendedurismo muestra el autoempleo como último recurso del que no logra reengancharse. Así, los trabajadores autónomos tienden a terminar sin nada y con deudas, reconocidos por la Organización Internacional del Trabajo como grupo vulnerable al tender a “carecer de protección social y de redes de seguridad para protegerse frente al descenso de la demanda económica”, y siendo a menudo “incapaces de generar suficiente ahorro para mantenerse a sí mismos y a sus familias en épocas de crisis”.

En último término, lo amplio de los grupos vulnerables descritos para el riesgo de convertirse en trabajadores pobres indica dos cosas:
1. que prácticamente cualquier trabajador puede terminar siendo trabajador pobre, y
2. que nos encontramos ante una problemática integral y estructural.

Integral en la medida en la que afecta a la persona a todos los niveles: económico, social, familiar, pero también físico y psicológico. Si el éxito del ciudadano pasa por desarrollar una actividad laboral, pero su desarrollo no le impide salir del riesgo de exclusión social, el mensaje contradictorio que se fragua en cada trabajador pobre concluye en un evidente y marcado deterioro de su salud psicológica. La premisa de que el trabajo proporciona una buena salud mental, mientras que el desempleo se asocia a la depresión y a otros trastornos psicológicos pierde el sentido en este caso. Los datos no dejan lugar a dudas: la salud psicológica de los trabajadores pobres es tan mala como la de las personas en situación de desempleo, y siempre claramente peor a la del resto de trabajadores. Miguel Laparra expone, de forma tan brillante como dura, la implicación integral del fenómeno cuando afirma que “el fenómeno de los trabajadores pobres es especialmente llamativo por poner en cuestión algunos de los valores más básicos de sociedades que se pretenden meritocráticas”.

En definitiva, la existencia de trabajadores pobres evidencia que algo funciona mal en la sociedad actual y pone de manifiesto que han quedado anuladas las tradicionales funciones del trabajo: económicas, de seguridad, de bienestar, de dignidad, de salud mental, y de ciudadanía. Por todo ello, es preciso dejar a un lado la obsesión con las cifras de desempleo, pues no son más que una cortina de humo que nos impide acudir al verdadero problema: la penosa calidad del empleo generado.

Jose A. Llosa. Equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20170719/Politica/14094/Trabajo-pobreza-mujeres-jovenes-autonomos-CTXT.htm