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sábado, 16 de septiembre de 2023

El insoportable maniqueísmo de la izquierda «antiimperialista»

El socialista alemán August Bebel comentó una vez que el antisemitismo es el “socialismo de los tontos” porque los antisemitas reconocen la explotación capitalista solo si el explotador era judío, pero de lo contrario haría la vista gorda ante la explotación que emana de otros sectores.

Más de un siglo después, ese socialismo de tontos ha sido resucitado por una autoproclamada izquierda “antiimperialista” que condena la explotación y la represión capitalista en todo el mundo cuando las perpetra por Estados Unidos y otras potencias occidentales o los gobiernos que estas potencias apoyan, pero hace la vista gorda o incluso defiende a los Estados represivos, autoritarios, y dictatoriales simplemente porque estos Estados enfrentan la hostilidad de Washington.

Las políticas de la explotación capitalista y el control social en todo el mundo están moldeadas fundamentalmente por la contradicción entre una economía globalmente integrada al lado de un sistema de dominación política basado en el Estado-nación. La globalización económica y la integración transnacional de capitales brindan un impulso centrípeto al capitalismo global, mientras que la fragmentación política brinda un poderoso contra-impulso centrífugo que está resultando en una escalada del conflicto geopolítico. El abismo se está ampliando rápidamente entre la unidad económica del capital global y la competencia política entre los grupos dominantes que deben buscar la legitimidad y evitar que el orden social interno de sus respectivas naciones se rompa frente a la creciente crisis del capitalismo global. Esta coyuntura global es el telón de fondo del “socialismo de los tontos” contemporáneo.

Discutiré aquí los casos de China, Nicaragua, los BRICS, y la multipolaridad ya que sacan a relucir la lógica enrevesada y la política retrograda de esta izquierda “antiimperialista.”

China y el Desarrollo Capitalista
El capitalismo con peculiaridades chinas ha implicado el surgimiento de poderosos capitalistas transnacionales chinos fusionados con una elite del Partido-Estado dependiente de la reproducción del capital y de estratos medios de alto consumo, alimentados por una devastadora ola de acumulación primitiva en el campo y la explotación de cientos de miles de trabajadores chinos. Chino es ahora uno de los países más desiguales del mundo. Las huelgas y los sindicatos independientes no son legales en China. El Partido Comunista Chino hace tiempo que abandonó cualquier referencia a la lucha de clases o el poder de los trabajadores. A medida que las luchas laborales continúan aumentando en el país, también lo hace la represión estatal contra ellas.

Es cierto que el desarrollo capitalista ha sacado a millones de personas de la pobreza extrema –al menos de acuerdo con las estrechas mediciones de pobreza del Banco Mundial por debajo de $785 dólares en ingresos anuales– y ha provocado una rápida industrialización, progreso tecnológico e infraestructura avanzada. Es igual de cierto que los países centrales de América del Norte y Europa Occidental experimentaron estos logros durante sus periodos de rápido desarrollo capitalista desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. La izquierda nunca vio este desarrollo capitalista en el Occidente como una victoria para la clase trabajadora ni perdió de vista el vínculo entre este desarrollo y la ley de la acumulación desigual y combinada en el sistema capitalista mundial. China se está “poniendo al día”.

El modelo chino se basa en un complejo de empresas estatales y privadas en las que el capital privado representa las tres quintas partes de la producción y las cuatro quintas partes del empleo urbano. China no ha seguido la ruta neoliberal hacia la integración capitalista transnacional. El Estado juega un papel clave en el sistema financiero, en la regulación del capital privado, en el gasto público, especialmente en la infraestructura, y en la planificación. Este puede ser un modelo distinto de desarrollo capitalista que la variante neoliberal occidental, pero sigue obedeciendo las leyes de la acumulación de capital. Tras la apertura al capitalismo global en la década de los 1980, China se convirtió en un mercado para las corporaciones transnacionales y un sumidero de capital excedente acumulado capaz de aprovechar una vasta oferta de mano de obra barata controlada por un estado de vigilancia omnipresente y represivo. Pero al viraje del siglo se estaban acumulando presiones para encontrar salidas en el extranjero para el capital chino excedente acumulado durante años de desarrollo capitalista intensivo.

Sostener este desarrollo pasó a depender ahora de la exportación de capital al exterior. En las dos primeras décadas del siglo XXI, China lideró al mundo en una oleada de inversión extranjera directa (IED) hacia países del Sur y del Norte Global por igual, profundizando la integración transnacional de capitales y acelerando la transformación capitalista en los países en los que invierte. Entre 1991 y 2003, la inversión extranjera directa de China se multiplicó por 10 y luego se multiplicó por 13,7 entre 2004 y 2013, de 45 mil millones de dólares a 613 mil millones de dólares. Para 2015, China se había convertido en el tercer inversor extranjero más grande en el mundo. Se IED saliente comenzó a superar la IED entrante y el país se convirtió en acreedor neto. ¿Qué sucede cuando esta IED china en el exterior aterriza en el antiguo Tercer Mundo?

Despojo y Extracción Se Convierten en “Cooperación Sur-Sur”
Las comunidades indígenas del departamento de Apurímac, en el altiplano de Perú, han librado luchas sangrientas en los últimos años contra la mina de cobre a cielo abierto Las Bambas, de propiedad y operación china, una de las más grandes del mundo, que han dejado decenas de muertos y heridos. De hecho, el estado peruano vende legalmente servicios policiales a las empresas mineras, lo que permite que la MMG de China compre la fuerza física de la policía para avanzar en la extracción de cobre por medios violentos. Si bien este espacio extractivista chino-peruano y otros similares son promocionados por los “antiimperialistas” como un modelo de cooperación Sur-Sur y modernización post-occidental, los agudos observadores reconocerán de inmediato la estructura clásica de extracción imperialista, mediante la cual el capital transnacional desplaza comunidades y se apropia de recursos bajo la protección política y militar de Estados locales encargados de la represión violenta de la resistencia a la expulsión y la explotación.

El patrón es el mismo en toda América Latina. Los bancos chinos han otorgado más de $137 mil millones en préstamos para financiar proyectos de infraestructura, energía y minería. Un informe de 2022 de una coalición de grupos ambientalistas y de derechos humanos analizó 26 proyectos en Argentina, Brasil, Bolivia, México, Perú, y Venezuela. Encontró violaciones generalizadas de los derechos humanos, el desplazamiento de comunidades locales, devastación ambiental y conflictos violentos dondequiera que se realizaran inversiones chinas en minas y megaproyectos. Los defensores de las prácticas crediticias de China afirman que estos préstamos son diferentes de los que provienen de Occidente porque no imponen condiciones como lo hacen los prestamistas occidentales. Esto no es enteramente verdad. Pero incluso si lo fuera, ¿qué diferencia hace eso para los trabajadores, campesinos y comunidades indígenas que resisten la explotación, la represión y la destrucción ambiental asociadas con el capital chino en colaboración con inversionistas transnacionales de otros lugares y Estados capitalistas locales?

El punto no es que el capital chino sea peor o mejor que el capital originario de otros países. El capital es capital independiente de la identidad nacional o étnica de sus portadores. Sin embargo, cuando un Estado capitalista occidental y un Estado capitalista en el Sur Global cooperan para imponer megaproyectos a las comunidades locales o para facilitar el saqueo corporativo transnacional en la extracción o la industria, esta cooperación es condenada (correctamente) como explotación por parte del imperialismo y las clases dominantes locales. Cuando dos Estados capitalistas del Sur Global cooperan para los mismos megaproyectos y la explotación corporativa, esto se elogia como una “cooperación Sur-Sur” progresista y antiimperialista y “que trae desarrollo”.

Organizaciones como la Tricontinental, encabezada por Vijay Prashad, elogian a borbotones este papel chino en el antiguo Tercer Mundo como “mutuamente beneficioso”, “ayudando el desarrollo” y “ganador-ganador” para China y los países en los que invierten sus corporaciones. ¿Realmente debemos creer que los inversionistas chinos están expandiendo las zonas francas industriales y reubicando la producción industrial intensiva en mano de obra de China a zonas de salarios más bajos en Etiopia, Vietnam y otros lugares, ¿no para obtener ganancias sino para “ayudar a estos países a desarrollarse”? ¿No es ese el mismo discurso legitimador del Banco Mundial? Repitiendo el discurso legitimador de la elite china Partido-Estado, la Tricontinental también ha insistido en que “el ascenso pacífico del socialismo con particularidades chinas” proporciona una alternativa al imperialismo occidental. Bueno, lo hace. Pero no una alternativa al despojo y la explotación capitalista. El desarrollo capitalista no es un proceso neutral frente a los antagonismos de clase. Es por definición un proyecto de clase de la burguesía. El desarrollo capitalista, ya sea del Oeste o del Este, se trata de expandir las fronteras de la acumulación.

El Mal Uso de la Soberanía y la Solidaridad
La izquierda “antiimperialista” condena legítimamente la propaganda occidental, pero parece incapaz de denunciar o incluso reconocer la propaganda no occidental en todo el mundo, o peor aún, repite esa misma propaganda como cámara de eco.

Nicaragua proporciona un caso de manual. El régimen de Ortega ha demostrado ser hábil en el uso de un lenguaje que suena radical y una retórica antiimperialista para tocar una cuerda reflexiva de apoyo de apoyo entre la izquierda internacional. Ortega volvió al poder en 2007 a través de un pacto con la tradicional oligarquía de derecha del país, los exmiembros de la contrarrevolución armada y la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica y las sectas evangélicas. Prometiendo respeto absoluto por la propiedad privada y libertad irrestricta para el capital, procedió a cogobernar hasta 2018 con la clase capitalista, otorgando al capital transnacional 10 años de exenciones fiscales, desregulación, libertad irrestricta para repatriar ganancias y represión de los trabajadores en huelga. El 96 porciento de la propiedad del país sigue en manos del sector privado. La dictadura ha reprimido toda la disidencia y ha cerrado más de 3,500 organizaciones de la sociedad civil desde 2018, esto en un país de apenas seis millones de habitantes, porque considera que cualquier vida cívica fuera de la propia es una amenaza.

Muchos progresistas pueden estar genuinamente confundidos debido al merecido apoyo que la revolución Sandinista de 1979-1990 recabó en todo el mundo y la historia de la despiadada intervención norteamericana contra el país. Esa revolución murió en 1990 y lo que llegó al poder en 2007 bajo Ortega fue todo menos revolución. Sin embargo, la izquierda “antiimperialista” ha optado por abrazar calurosamente la dictadura, justificada por los supuestos intentos de Estados Unidos de desestabilizar el régimen y en nombre de la “soberanía”. Pero la evidencia no respalda la afirmación de estos detractores de que Estados Unidos está impulsando un “cambio de régimen contrarrevolucionario” contra Ortega, a pesar retórica de ruido de sables de Washington.

Nicaragua no enfrenta sanciones comerciales o de inversión. Estados Unidos es el principal socio comercial del país (el comercio bilateral superó los $8,3 mil millones en 2022) y la inversión corporativa transnacional continúa llegando, al igual que los préstamos multilaterales al Banco Central. No hay intervención militar o paramilitar estadounidense. Sin embargo, ninguno de estos hechos ha impedido que la organización estadounidense Code Pink, entre otras, afirme que el de Ortega es un “gobierno socialista” bajo la presión de “sanciones devastadoras” y que enfrenta “violentos intentos de golpe de estado”.

Washington si emprende campañas de desestabilización en toda regla, no contra Ortega, sino contra Irán, Venezuela y otros países. Tales crímenes no tienen nada que ver que los intereses de las masas obreras y populares en estos países y deben ser condenados por vehemencia por cualquier izquierdista digno de ese nombre. Pero esto no absuelve a la izquierda del compromiso con el internacionalismo y la solidaridad con los imprimidos solo porque resistimos las pretensiones imperiales de Estados Unidos en todo el mundo. La izquierda “antiimperialista”, sin embargo, le dirá lo contrario. Preste atención a la advertencia de la periodista Caitlin Johnstone: si vives en un país occidental, “simplemente no es posible que prestes tu voz a la causa de los manifestantes en las naciones atacadas por el imperio sin facilitar las campañas de propaganda del imperio sobre esas protestas. O tienes una relación responsable con esta realizad o una irresponsable”. Es así de sencillo. ¡Proletarios de solo algunos países uníos!

Los “antiimperialistas” han vuelto a una concepción de soberanía, no del pueblo o de las clases trabajadoras, sino de los gobiernos en los países que defienden. Las luchas anticolonialistas y antiimperialistas del siglo XX defendieron la soberanía nacional, no estatal, frente a la injerencia de las potencias imperiales. Los Estados capitalistas usan este reclamo de soberanía como un “derecho” para explotar y oprimir dentro de las fronteras nacionales libres de injerencia externa. Nosotros la izquierda no tenemos reparos en “violar la soberanía nacional” para condenar los abusos de los derechos humanos por parte de los regímenes pro-occidentales, y tampoco deberíamos tenerlos en defensa de los derechos humanos en aquellos regímenes no favorecidos por Washington.

El internacionalismo proletario llama a las clases trabajadoras y oprimidos de un país a extender la solidaridad no a los Estados sino a las luchas de las clases trabajadoras y oprimidas de otros países. Los Estados merecen el apoyo de la izquierda en la medida –y sólo en la medida– que impulsan las luchas emancipatorias de las clases populares y trabajadoras, que impulsen, o se vean obligados a impulsar, políticas que favorezcan a estas clases. Los “antiimperialistas” confunden el Estado con la nación, el país, y el pueblo, generalmente careciendo de cualquier concepción teórica de estas categorías y avanzando en la orientación policía populista sobre la de clase. Nosotros en la izquierda, condenamos la invasión y ocupación estadounidense de Irak a principios de este siglo. Lo hicimos no porque apoyáramos al régimen de Saddam Hussein –solo un tonto podría haberlo hecho– sino porque nos solidarizamos con el pueblo iraquí y porque todo el proyecto imperial para el Medio Oriente equivalía a un ataque contra los pobres y los oprimidos en todas partes.

BRICS: Sustitución de la Contradicción Capital-Trabajo por una Contradicción Norte-Sur

Los “antiimperialistas” aplauden a los BRICS como un desafío del Sur al capitalismo global, una opción progresista, incluso antiimperialista, para la humanidad. Solo pueden hacer tal afirmación reduciendo el capitalismo y el imperialismo a la supremacía occidental en el sistema internacional. En el apogeo del colonialismo y sus secuelas inmediatas, las clases dominantes locales eran, en el mejor de los casos, antiimperialistas, pero no anticapitalistas. Su nacionalismo borró las divisiones de clase al proclamar una identidad de intereses entre los ciudadanos de un país en particular.

Este nacionalismo tuvo un aspecto progresista y, a veces, en la medida en que todos los miembros del país en cuestión estaban oprimidos por la dominación colonial, los sistemas de castas que impuso y la supresión de capital endógena. Los “antiimperialistas” de hoy se entusiasman por los BRICS como un “proyecto del Tercer Mundo” revivido, en palabras de Prashad, una nostalgia anticuada por ese momento anticolonial de mediados del siglo XX que oscurece las contradicciones de clase internas junto con la red de las relaciones de clase transnacionales en las que están enredados. Dos referencias bastarán para ilustrar cuán desconectado está ese pensamiento de la realidad del siglo XXI.

Hace varios años tue la oportunidad de dar una charla en Manila a un grupo de activistas revolucionarios filipinos. Una mujer presente, originaria de la India, se opuso a mi análisis del surgimiento de una clase capitalista transnacional que incorporó contingentes del antiguo Tercer Mundo. Me dijo que en la India “estamos luchando contra el imperialismo y por la liberación nacional”. Le pregunté qué quería decir con esto. Los capitalistas centrales estaban explotando a los trabajadore indios y transfiriendo el excedente a los países imperialistas siguiendo las líneas que analizó Lenin, respondió ella.

Fue pura coincidencia que en la misma semana de mi charla, el conglomerado corporativo global con sede en la India, Tata Group, que opera en más de 100 países en seis continentes, había adquirido una serie de íconos corporativos de su antiguo amo colonial británico, entre ellos, Land Rover, Jaguar, Tetley Tea, British Steel, y la cadena de supermercados Tesco, lo que convirtió a Tata en el mayor empleador del Reino Unido. Entonces, estos capitalistas con base en la India se habían convertido en los mayores explotadores individuales de los trabajadores británicos. ¡Según la propia lógica de esta mujer, el Reino Unido ahora era víctima del imperialismo indio!

Poco después de su primera toma de posesión, en 2003, y luego nuevamente en 2010 durante su segundo mandato presidencial, el presidente brasileño Lula cargó un avión del gobierno con ejecutivos corporativos brasileños y se dirigió a África. El séquito presidencial-corporativo presionó a Mozambique y otros países africanos para que se abrieran a la inversión en los abundantes recursos minerales del continente por parte de la corporación minera transnacional con sede en Brasil, Vale, que también opera en los seis continentes, bajo la retórica de la “solidaridad Sur-Sur”. No está claro qué había de antiimperialista, y mucho menos anticapitalista, en los safaris corporativos africanos de Lula y, por extensión, en la agenda de “cooperación Sur-Sur” que personifica, o porque la izquierda debería aplaudir la expansión del capital con sede en Brasil en África, capital con sede en China en América Latina, capital con sede en Rusia en Asia Central o capital con sede en India en el Reino Unido.

Podemos apoyar las políticas (ligeramente) redistributivas a nivel doméstico y la política exterior dinámica en el extranjero de gobiernos como el de Lula. Todos los Estados capitalistas no son iguales y es muy importante quién está en el gobierno. Pero un gobierno “progresista” no es necesariamente socialista ni tampoco necesariamente antiimperialista. Para los miopes, la expansión hacia el exterior del capital chino, indio o brasileño es vista como una especie de liberación del imperialismo. ¿Qué se puede hacer con la extraña afirmación del Geopolitical Economy Research Group (Grupo de Investigación de Economía Geopolítica) con sede en Canada y el International Manifesto Group (Grupo de Manifiesto Internacional) que patrocina, para quienes el compromiso ideológico triunfa sobre los hechos, de que los BRICS se encuentran “entre los éxitos más conocidos” en los esfuerzos por promover “desarrollo nacional e industrialización autónomos e igualitarios para romper las cadenas imperialistas”?

Si bien los BRICS no representan una alternativa al capitalismo global y la dominación del capital transnacional, sí señala el cambio hacia un sistema interestatal más multipolar y equilibrado dentro del orden capitalista global. Pero tal sistema interestatal multipolar sigue parte de un mundo capitalista global brutal y explotador en el que los capitalistas y Estados BRICS están tan comprometidos con el control y la explotación de las clases trabajadoras y populares globales como sus contrapartes del Norte. A medida que aumenta la membresía de los BRICS, los nuevos candidatos para unirse al bloque en 2023 incluyen Estados tan magníficamente “autónomos e igualitarios” que luchan contra las “cadenas imperialistas” como Arabia Saudita, Egipto, Baréin, Afganistán, Nigeria y Kazajstán.

Multipolaridad: El Nuevo Albatros
La invasión rusa de Ucrania en 2022 y la respuesta política, militar y económica radical de Occidente pueden señalar el golpe de gracias de un orden interestatal decadente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Un capitalismo global cada vez más integrado es incompatible con un orden político internacional y una arquitectura financiera controlados por Estados Unidos y el Occidente, y con una economía global denominada exclusivamente en dólares. Estamos al comienzo de una reconfiguración radical de las alineaciones geopolíticas globales al ritmo de la creciente turbulencia económica y el caos político. Sin embargo, la crisis de hegemonía en el orden internacional tiene lugar dentro de esta economía global única e integrada. El pluralismo capitalista global emergente puede ofrecer un mayor margen de maniobra para las luchas populares en todo el mundo, pero un mundo políticamente multipolar no significa que los polos emergentes del capitalismo global sean menos explotadores u opresores que los centros establecidos.

Por el contrario, el Occidente establecido y los centros emergentes en este mundo policéntrico están convergiendo en turno a tropos de “Gran Potencia” notablemente similares, especialmente el nacionalismo jingoísta, a menudo étnica, y la nostalgia de una “civilización gloriosa” mitificada que ahora debe recuperarse. Las narrativas spenglerianas difieren de un país a otro según las historias y culturas particulares, a saber:

En China el hipernacionalismo se combina con la obediencia confuciana a la autoridad, la supremacía étnica Han y una nueva Gran Marcha para recuperar el estatus de gran potencia. Para Putin son los días de gloria de un imperio de la “Gran Rusia” anclado en Eurasia, políticamente respaldado por un conservadurismo patriarcal extremo que Putin llama “valores espirituales y morales tradicionales” que encarnan la “esencia espiritual de la nación rusa sobre el Occidente decadente”. En EEUU, es la bravuconería hiperimperial de una Pax Americana menguante, legitimada por la doctrina de “excepcionalismo estadounidense” y la grandilocuencia de la “democracia y la libertad”, en cuyo margen siempre ha estado la supremacía blanca, ahora encarnada en un movimiento fascista en ascenso como “teoría del reemplazo”. A estos podríamos agregar el panturquismo, el nacionalismo hindú y otras ideologías cuasi fascistas en este mundo policéntrico en ascenso. ¡Haz América Grande de Nuevo! ¡Haz China Grande de Nuevo! ¡Haz Rusia Grande de Nuevo!

Estados Unidos puede ser el mandamás y el criminal más peligroso entre los cárteles de Estados criminales que compiten entre sí. Debemos condenar a Washington por instigar una Nueva Guerra Fría y por empujar a Rusia a través de una expansión agresiva de la OTAN para que invada Ucrania. Sin embargo, la izquierda “antiimperialista” insiste en que hay un solo enemigo, Estados Unidos y sus aliados. Este es un cuento maniqueo del “Occidente y el resto”. Tal narrativa metafísica de Star Wars (Guerra de las Galaxias) sobre la lucha virtuosa contra el singular Imperio del Mal termina legitimando la invasión rusa de Ucrania. Y al igual que Star Wars, se vuelve difícil distinguir el balbuceo fantástico de un mundo de fantasía del balbuceo de la izquierda “antiimperialista”.

William I. Robinson. Distinguido Profesor de Sociología. Universidad de California en Santa Barbara.

Publicado en inglés en Los Angeles Review of Books (The Philosophical Salon)

Traducido por el Autor

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

viernes, 18 de agosto de 2023

‘Succession’ acabó con uno de los grandes mitos estadounidenses

Tom Wambsgans of “Succession” looks askance while in the background the Roy siblings look on.
Tom Wambsgans, interpretado por Matthew Macfadyen, en SuccessionCredit...Ilustración por Sam Whitney/The New York Times; imágenes por Macall B. Polay/HBO y David M. Russell/HBO

Mis amigos que nunca han visto Succession, la exitosa serie de HBO que acabará pronto, dicen que no tienen interés en ver a gente rica que se porta mal. Esta serie de humor negro encaja a la perfección con eso: sigue las peripecias de la familia Roy, cuyo patriarca, Logan Roy, es una representación de Rupert Murdoch y cuyos hijos, Shiv, Kendall y Roman, compiten sin cesar, y sin éxito, por heredar su trono.

Los personajes están inmersos en un mundo insular donde los accesorios de la riqueza obscena —aviones privados, guardarropas de lujo, varias casas en lugares costosos— se despliegan de manera casual, como un telón de fondo constante, y las consecuencias más amplias de lo que sucede en este mundo son visibles solo en ocasiones. (Más recientemente, las disputas infantiles entre los vástagos de los Roy pueden haber impulsado la victoria a un candidato presidencial de extrema derecha). Es comprensible que, en el mundo real, en medio de rumores de recesión y tras una pandemia mundial, las preocupaciones de la familia Roy puedan parecer… irrelevantes.

Sin embargo, Succession no trata solo de ricos y del drama que generan. Sus resonancias con la actualidad no son el punto central, aunque ilustran de forma útil lo que está en juego al sacrificar la integridad, las relaciones y el interés público para alcanzar objetivos egoístas.

De lo que trata la serie desde el primer episodio es la actitud de los estadounidenses ante las clases sociales: a quién se le permite acumular estatus y poder y a quién no, así como en qué casos son aceptables o no las muestras manifiestas de ambición.

Las ambiciones individuales de los Roy a veces son risibles, pero nunca nos demandan preguntarnos por qué son ambiciosos. Excusamos el hecho de que sean despiadados y conspiradores porque la gente se hace rica siendo despiadada y conspiradora, sin importar que los niños Roy se hicieron ricos simplemente por haber nacido.

Lo que no es aceptable, dentro de la lógica moral de la serie, es la ambición de esos personajes que no nacieron con dinero y poder, pero quieren obtenerlos. Los diálogos están llenos de golpes —sutiles y no tan sutiles— de unos personajes a otros, lo que indica un alto grado de conciencia sobre los significantes de clase y lo que significan. Una mujer que acude a la fiesta de cumpleaños de Logan Roy con un bolso grande Burberry grande es objeto de burlas porque ha traído un “bolso ridículamente amplio” a un evento en el que solo son apropiados los bolsos de noche del tamaño de la palma de la mano. Los Pierce (inspirados en parte en la familia Bancroft, que vendió The Wall Street Journal a Rupert Murdoch) afirman su condición de clase pretendiendo que cualquier discusión sobre dinero está por debajo de ellos. La matriarca del clan califica de “repugnante” una oferta multimillonaria por el imperio de su familia: burda, indigna, no es algo de lo que hable la gente civilizada (aunque no descarta pensar en una cifra aún mayor). “Te lo digo”, le dice Kendall a Shiv, en referencia al empresario tecnológico arribista que intenta comprar su empresa, “dinero nuevo: tienes que sostener esos billetes frescos bajo la luz”.

Sin embargo, el conflicto entre los ricos y los emergentes es más evidente en la relación entre Shiv y su marido, Tom Wambsgans. A lo largo de la serie, la familia, incluyendo a Shiv, lo considera un intruso. A él no le gusta, pero lo tolera, hasta que el matrimonio de la pareja —que no es una situación igualitaria de ensueño— empieza a desmoronarse y Tom y Shiv abordan el tema que hasta ahora habían evitado: él nunca será considerado un verdadero miembro de la familia porque quiere conseguir aquello con lo que ella y sus hermanos simplemente nacieron. El poder y el dinero están bien si ya se tienen. El problema es querer adquirirlos.

En un episodio a mitad de la temporada final, Tom admite ante Shiv que le preocupan esas cosas. La verdad, dice, es que “toda mi vida he pensado un poco en el dinero, en cómo conseguirlo, en cómo conservarlo”. Y continúa: “Me gustan las cosas buenas. Me gustan”. Él le dice: “Si crees que eso es superficial, ¿por qué no tiras todas tus cosas por amor? Tira tus collares y tus joyas a cambio de una cita en un restaurante italiano de tres estrellas. ¿Sí? Ven a vivir conmigo en un campamento de caravanas. ¿Sí? ¿Vienes?”. En una brutal discusión posterior, Shiv ataca el punto más vulnerable de Tom. “Eres pueblerino”, dice, “toda tu familia se esfuerza y es provinciana”. Esforzarse es el mayor insulto de todos.

En 2021, un perfil del New Yorker sobre el actor Jeremy Strong, quien interpreta a Kendall Roy, se hizo viral, en parte porque un compañero suyo de Yale se burló de él por tener un “impulso arribista”. En respuesta, escribí sobre el desprecio que suelen sentir las personas de clase media acomodada y adinerada por quienes intentan elevarse por encima de su posición, especialmente cuando dejan claro que a ellos también les interesan el dinero y el poder.

En teoría, Estados Unidos adora a los luchadores, a las personas que empiezan con muy poco y, con mucho trabajo y determinación, consiguen alcanzar el éxito. En la práctica, es un país donde las personas que han superado enormes dificultades para llegar hasta aquí son recibidas con hostilidad, en el que las personas que trabajan en varios empleos de salario mínimo son avergonzadas si también necesitan ayuda del gobierno y en el que a los pobres les dicen que aprendan a programar como si la idea de capacitarse para ejercer trabajos de cuello blanco simplemente nunca se les hubiera ocurrido. Los estadounidenses pensamos que amamos a la gente valiente que sale adelante por sus propios medios. Lo que realmente nos gusta es el dinero y el poder, punto. En cierto modo, creemos que tenerlos indica que te los mereces.

Esa es otra creencia fundamental que Succession desbarata de manera hábil: la idea de que los ricos de algún modo son mejores, más inteligentes, más competentes. Los hijos de los Roy no son especialmente competentes y, desde luego, no son más competentes que Tom. Van a tientas, hacen cosas estúpidas y —con la excepción de algunos comentarios ingeniosos— no muestran ninguna inteligencia especial o destacable.

Es un tipo de torpeza que no vemos a menudo en el mundo real, pues el dinero también evita que la gente sea sometida al escrutinio, gracias a los profesionales de las relaciones públicas, los abogados y el aislamiento de lujo. (Aunque cualquiera que siga a Elon Musk en Twitter ahora mismo está vislumbrándolo). Como sociedad, hemos interiorizado la idea de que la riqueza es en gran medida producto de una buena toma de decisiones y que cualquiera puede convertirse en un Logan Roy. Satanizamos y a veces criminalizamos la pobreza porque la imaginamos como el resultado de errores catastróficos e inmorales.

En Succession no hay verdaderos héroes, solo una sala de juntas llena de nihilistas, niños emocionalmente atrofiados que no dejan de meter la pata. Hay comedia e incluso catarsis en ver cómo la gente que se cree mejor que los demás demuestra que no lo es y que incluso puede haber adquirido disfunciones extraordinarias como subproducto de su riqueza. Tom desmiente la idea de que las personas ambiciosas y trabajadoras son recompensadas con riqueza y poder. La reacción más común ante las personas que se esfuerzan —como en el caso de la persona que se coló a la fiesta que lleva una bolsa ridículamente grande— es que les dicen que no pertenecen ahí.

Elizabeth Spiers, columnista de la sección de Opinión, es periodista y estratega de medios digitales.
https://www.nytimes.com/es/2023/05/25/espanol/opinion/succession-final.html

jueves, 1 de junio de 2023

_- “Ser casero conlleva una responsabilidad social. Es algo que puede generar mucho sufrimiento a la gente”.

_- El periodista Sergio C. Fanjul desgrana en ‘La España invisible’ las causas de la pobreza y la desigualdad extremas en España y analiza el porqué del fin de la conciencia de clase obrera.

Ya cuando Sergio C. Fanjul (Oviedo, 42 años) era solo un niño que jugaba por las calles de su ciudad natal le resultaba especialmente incomprensible que hubiese gente pidiendo limosna. “¿Por qué unos tienen que hacer eso y otros no?”, se preguntaba. Ahora que, tras la pandemia, las cifras de gente en riesgo de exclusión grave en nuestro país son las más altas de Europa este periodista de EL PAÍS (licenciado en astrofísica) se ha propuesto contestar a aquella pregunta en La España invisible (Arpa), un ensayo en el que analiza las causas de la pobreza y desigualdad extremas. Y entre otras muchas cosas, con su trabajo ha descubierto por qué en su infancia aquella imagen le resultaba tan dolorosa: “A los niños la desigualdad no les parece lógica. La idea de la pobreza como algo inevitable se va legitimando a través de los años pero las personas nacen con resistencias naturales a estar contentas con eso”.

Pregunta. Ha hablado durante meses con gente que vive en la calle y con organizaciones que se dedican a ayudar y acoger a estas personas. ¿Qué ha aprendido de esa forma de vida que cree que todo el mundo debería saber?
Respuesta. Todo el mundo debería saber que vivir en la calle no es estar tirado a la bartola, tocándose las narices. Que, como me explicó Pedro Cabrera, uno de los sociólogos con más conocimiento sobre este tema en España, también hay que hacer méritos para vivir en la calle y que es muy complicado. Las personas sin hogar tienen que enfrentarse cada día, por ejemplo, a vivir sin un baño que no solo comporta que no te puedas asear ni tener cierta intimidad, sino que tampoco puedas hacer tus necesidades cuando quieras. Luego está el reto diario de “buscar el chupano”, que es encontrar un sitio ni muy oculto ni muy expuesto, para que no te molesten ni molestes pero a la vez que seas visible, para que si te atacan alguien lo vea y no te pase como a aquella señora a la que unos chicos quemaron en un cajero de Barcelona sin que nadie la socorriera.

P. Usted acaba de ser padre. ¿Se puede entrenar la empatía en los niños?
R. Yo tengo la sensación de que la paternidad en sí misma te hace más empático. Antes de ser padre me decían: “Cuando tengas un hijo, todos los niños serán el tuyo”. Y es un poco verdad. Ahora cada vez que veo a un niño desgraciado pienso: “Esa podría ser Candela”. Cuando ella nació mucha gente me preguntó si la iba criar en el barrio en el que vivía, Lavapiés, que aunque tiene una comunidad de padres muy unida no está especialmente diseñado para los niños; pero allí, cuando crezca, verá muchas realidades que no vería en otros sitios: para empezar, gente de otras culturas, de otros países y por otro lado, también problemas sociales como el sinhogarismo o la droga. Eso no me parece negativo. Al contrario. Tengo un amigo que es profesor en un colegio de élite y muchos de sus alumnos no han estado en contacto con personas pobres, personas sin hogar, ni siquiera con personas homosexuales. Creo que ahí está la clave de que a alguna gente le resulte tan complicado empatizar. Y por eso la segregación urbana también es un problema.

P. De hecho habla de cómo las ciudades ahora se diseñan para expulsar a los pobres. ¿Diría que Madrid es una ciudad con un urbanismo aporófobo?
R. Decididamente sí. En realidad es vecinófoba, porque no se lo pone fácil a ningún ciudadano que quiera sombra, agua, asientos, pocos ruidos, poca contaminación y por ende, es peor aún para las personas sin hogar, que son las que más se exponen a la arquitectura hostil: las superficies llenas de pinchos para que no te tumbes, las superficies inclinadas para lo mismo, los bancos antipobres, con brazos que impiden que se pueda dormir en ellos, y también el hostigamiento de la policía municipal, que es muy común. Es verdad que en las grandes ciudades hay comedores sociales y por tanto más oportunidades de conseguir alimento y por eso mucha gente pobre se junta en los centros urbanos.

P. ¿Y a esa línea de gestión aporófoba la llamaría simplemente “maldad”?
R. No creo que la gente que diseña las ciudades de esta forma lo haga pensando en dañar a los pobres. Simplemente, los pobres están fuera de la lógica del mercado y de la economía actual. No aportan, no compran ni venden. Las ciudades ahora no están pensadas para nuestro propio cuidado, sino para la producción y el consumo.

P. Cuenta usted en el libro que el proceso por el que alguna gente de la parte baja de la clase media se despeña hacia la pobreza y decide tirar la toalla se denomina “desafiliación”. ¿Cuáles son los puntos de inflexión que llevan a una persona a dejar de intentar estar en el sistema?
R. Está muy estudiado que para acabar en una situación de sinhogarismo y pobreza extrema tiene que haber una concatenación de causas. Por ejemplo, uno puede perder el trabajo pero si tiene una red familiar o una casa en propiedad, puede aguantar y no caer en la calle. Pero si de repente uno se divorcia, no tiene familia, es alcohólico y pierde el trabajo, entonces, no hay red. Pero mucho ojo, porque también hay gente pobre que tiene casa y esa es la que más me costó encontrar porque no vas a un centro de día y los encuentras ahí. Esos pobres no están en albergues, no están en la calle. Son tus vecinos o los vecinos de los barrios más pobres y hacen una vida supuestamente normal, pero se alimentan mal, no pueden pagar las facturas y acumulan todas esas pobrezas a las que se pone nombre, de la energética a la infantil, y que constituyen la pobreza en sí misma.

P. Tras la pandemia han aparecido los llamados “nuevos pobres”, gente que estaba en el extremo bajo de la clase media que ha acabado descarrilando silenciosamente.
R. Sí, y que es curioso, pero se examinan como si fueran mejores que los “pobres de siempre” porque son víctimas de una injusticia: estas eran gentes de bien, eran gente productiva, eran gente que tenía un negocio, no eran vagos ni maleantes, pero por la mala suerte de la macroeconomía, pues de repente se van a pique. Son vistos mejor que cualquier otro pobre que tenga adicciones o que esté en la calle tirado con una raigambre de años.

P. Dice usted en el libro que tener un trabajo ya no significa necesariamente no ser pobre.
R. El fenómeno de los trabajadores pobres ha sido común en Estados Unidos pero en España es nuevo. Gente que tiene varios empleos y aún así no le llega para vivir. Por el contrario, está toda esa gente rica que defiende que lo es por meritocracia. Me parece mucho más honesta la gente rica que dice “soy rentista y por eso tengo dinero”. No tengo un problema con ellos, sino con el sistema. Si alguien ha heredado muchos pisos, pues mejor para él. Eso sí, que le crujan a impuestos. Quien posee pisos, inmuebles o terrenos tiene una responsabilidad social. No es una cosa como otra cualquiera: son cosas que generan mucho sufrimiento en la vida de la gente y no pueden basarse solo en la rentabilidad.

P. ¿Y cómo se educa al casero en la empatía?
R. Pues como cuando me preguntabas por los niños, creo que de nuevo es una cuestión de visibilidad. En parte por eso yo escribí este libro, para que la gente vea que la gente sufre mucho por la ideología que domina el mundo. Es como el tema de la sociedad low cost [bajo coste]: siempre que algo es low cost se está pagando con el sufrimiento de alguien.

P. ¿No es ingenuo pensar que la conciencia de la desgracia ajena despierta conciencias? La gente sigue pidiendo a Glovo, a pesar de que todo el mundo conoce la terrible precariedad de sus trabajadores.
R. Es muy curioso porque el CEO del Glovo es un chico con una pinta adorable. Antes los empresarios se presentaban con una chistera y un puro, parecían seres malvados. Ahora son chavales muy jóvenes, con pinta muy amable, a los que ves incapaces de hacer algo malo. Se produce una enorme disonancia cognitiva entre su imagen y el sufrimiento que crean.

P. En dos décadas en España la cantidad de gente que se considera de clase obrera ha pasado del 50 al 16 por ciento. ¿Por qué cree que ha pasado eso?
R. La clase obrera ha dejado de ser algo deseable. Nunca lo fue, pero antes había un orgullo de pertenecer a ella: aunque fuera la clase más desfavorecida, estaba preñada del futuro. Iba a hacer la revolución, se organizaba, tenía sus formas de resistencia, sus redes sociales, sus sindicatos, sus economatos, sus barrios. Al desaparecer ese orgullo, ya no tiene ese poder transformador, ya no es algo de lo que puedas estar orgulloso. Ahora, gracias a la cultura del esfuerzo y el emprendimiento, la gente en vez de pensar “soy clase obrera y estoy orgulloso”, piensa: “Soy pobre, pero algún día podré avanzar”. Estamos en un régimen de trabajo posfordista donde ya no hay grandes factorías y el trabajo se ha atomizado en pequeñas empresas, en autónomos. Cada uno va a lo suyo y los sindicatos están muy preocupados porque se han perdido esos lazos.

P. ¿Quizá sea un pensamiento anticuado por parte de los sindicatos? Hay minorías muy oprimidas que han conseguido unirse gracias a lo remoto y a las redes sociales.
R. No creo que sea imposible lograr una nueva organización a través de las redes sociales, de Internet o de las videollamadas. El fin de la conciencia de clase no solo tiene que ver con el fin de los grandes centros de trabajo, sino también con la ideología imperante.

P. ¿Y es necesario tener conciencia de clase para acabar con la pobreza?
R. Las nuevas luchas para acabar con las injusticias no tienen que pasar necesariamente por tener conciencia de clase obrera pero sí por la conciencia de los problemas.

sábado, 13 de mayo de 2023

_ - Dosier sobre Mandela


Nelson Mandela en su primer viaje a Estados 

_- Nelson Mandela: Debemos usar el tiempo sabiamente y darnos cuenta que siempre es el momento de hacer las cosas bien. Discurso del Nobel Nelson Mandela

“Su Majestad el Rey, Su Alteza Real, Honorable Primer Ministro, señora Gro Brundtland, ministros, parlamentarios y embajadores, Señores Miembros del Comité Noruego del Nobel, miembro laureado, Sr. FW de Klerk, distinguidos invitados, amigos, señoras y señores:

Estoy verdaderamente honrado de estar aquí hoy para recibir el Premio Nobel de la Paz de este año.

Extiendo mi más sincero agradecimiento al Comité Nobel noruego por elevarnos a la condición de un ganador del Premio Nobel de la Paz. También me gustaría aprovechar esta oportunidad para felicitar a mi compatriota y compañero de premio, el Presidente del Estado F.W. de Klerk, en su recepción de este alto honor.

Juntos, nos unimos a dos distinguidos sudafricanos, el difunto Jefe Albert Luthuli y Su Gracia el arzobispo Desmond Tutu, a cuyas contribuciones a la lucha pacífica contra el perverso sistema del apartheid pagó homenaje merecido al otorgarles el Premio Nobel de la Paz. No voy a ser presuntuoso por nuestra parte si añadimos también, entre nuestros predecesores, el nombre de otro ganador del Premio Nobel de la Paz, el fallecido estadista e internacional afroamericano, el reverendo Martin Luther King Jr.

Él también luchó y murió en el esfuerzo de hacer una contribución para la justa solución de los mismos grandes temas actuales a los que hemos tenido que enfrentarnos como sudafricanos.

Hablamos aquí de la impugnación de las dicotomías de la guerra y la paz, la violencia y la no violencia, el racismo y la dignidad humana, la opresión y la represión y la libertad y los derechos humanos, la pobreza y la miseria.

Estamos aquí hoy nada más que como representante de los millones de nuestra gente que se atrevieron a levantarse contra un sistema social cuya esencia misma es la guerra, la violencia, el racismo, la opresión, la represión y el empobrecimiento de todo un pueblo. También estoy aquí hoy como representante de los millones de personas en todo el mundo, el movimiento anti – apartheid, los gobiernos y las organizaciones que se unieron con nosotros, no para luchar contra Sudáfrica como país o cualquiera de sus pueblos, sino para oponerse un sistema inhumano y para un rápido fin del crimen del apartheid contra la humanidad.

Estos innumerables seres humanos, tanto dentro como fuera de nuestro país, tuvieron la nobleza de espíritu para estar en el camino contra la tiranía y la injusticia, sin buscar ganancia egoísta. Reconocieron que un ataque contra uno es un ataque contra todos y por lo tanto actuaron juntos en defensa de la justicia y la decencia humana común.

Debido a su valentía y persistencia durante muchos años, podemos, hoy en día, incluso fijar las fechas en las que toda la humanidad se unirá para celebrar una de las victorias humanas sobresalientes de nuestro siglo.

Cuando llegue ese momento, veremos, en conjunto, como se regocijan en una victoria común sobre el racismo, el apartheid y el gobierno de la minoría blanca.

Ese triunfo llevará finalmente a su fin una historia de 500 años de AFC de los metales nobles y piedras preciosas que se apoyan en las entrañas de la tierra africana que pisamos las huellas de nuestros antepasados. Será y debe medirse por la felicidad y el bienestar de los niños, a la vez los ciudadanos más vulnerables de cualquier sociedad y el más grande de nuestros tesoros.

Los niños tienen que, por fin, jugar en la sabana abierta, ya no torturados por los dolores del hambre o devastados por la enfermedad o amenazados con el flagelo de la ignorancia, el abuso sexual y el abuso, y ya no se requieren para participar en actos cuya gravedad excede las demandas de su corta edad.

Frente a esta distinguida audiencia, nos comprometemos a una nueva Sudáfrica en la búsqueda incesante de los fines establecidos en la Declaración Mundial sobre la Supervivencia, la Protección y el Desarrollo del Niño.

La recompensa de la que hemos hablado, también se debe medir por la felicidad y el bienestar de las madres y los padres de estos niños, que deben caminar por la tierra sin miedo a ser robados, matados por el beneficio político o material, o escupidos porque son mendigos. Ellos también deben ser relevados de la pesada carga de la desesperación que llevan en sus corazones, nacido de hambre, falta de vivienda y el de

El valor de ese regalo para todos los que han sufrido debe ser medido por la felicidad y el bienestar de todos los habitantes de nuestro país, que han derribado las paredes inhumanas que los dividen.

Estas grandes masas han dado la espalda al grave insulto de la dignidad humana que describe a algunos como jefes y otras personas como sirvientes, y transforma cada uno en un depredador cuya supervivencia dependía de la destrucción del otro.

El valor de la recompensa compartida debe medirse por la paz gozosa que triunfará, porque la humanidad común que une tanto a blancos como a negros en una sola raza humana, le han dicho a cada uno de nosotros que todos hemos de vivir como los niños del paraíso.

Por lo tanto vamos a vivir, porque habremos creado una sociedad que reconoce que todas las personas nacen iguales, con cada derecho en igual medida a la vida, a la libertad, la prosperidad, los derechos humanos y el buen gobierno.

Tal sociedad no debe permitir de nuevo que deba haber presos de conciencia, o que los derechos humanos de cualquier persona sean violados. Tampoco debe nunca suceder que una vez más los caminos hacia el cambio pacífico sean bloqueados por usurpadores que pretenden tomar el poder de la gente, en pos de sus propios fines innobles.

En relación con estas cuestiones, hacemos un llamamiento a los que gobiernan Birmania para que liberen a nuestro compañero laureado con el Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, y nos comprometemos a ella y a los que ella representa en un diálogo serio, en beneficio de todo el pueblo de Birmania.

Oramos para que aquellos que tienen el poder de hacerlo, sin más demora, permitan que ella utilice sus talentos y energías para el bien de la gente de su país y de la humanidad en su conjunto. Lejos de la caída áspera y de la política de nuestro propio país, me gustaría aprovechar esta oportunidad para formar parte del Comité Nobel noruego y rendir homenaje a mi premio conjunta, el Sr. FW de Klerk. Él tuvo el coraje de admitir que un terrible error se había hecho en nuestro país y la gente a través de la imposición del sistema de apartheid. Él tuvo la visión de entender y aceptar que todo el pueblo de Sudáfrica debe, a través de negociaciones y de los participantes en pie de igualdad en el proceso, así como determinar lo que quieren hacer con su futuro.

Pero todavía hay algunos dentro de nuestro país que erróneamente creen que pueden hacer una contribución a la causa de la justicia y de la paz por el apego a las consignas que se han demostrado para deletrear nada más que desastres.

Sigue siendo nuestra esperanza de que estos también serán bendecidos con la razón suficiente para darse cuenta de que la historia no se puede negar y que la nueva sociedad no se puede crear mediante la reproducción del pasado repugnante, sin embargo refinado o seductoramente re envasado.

Vivimos con la esperanza de que como ella lucha para rehacer a sí misma, Sudáfrica será como un microcosmos del nuevo mundo que está luchando para nacer.

Este debe ser un mundo de democracia y respeto de los derechos humanos, un mundo liberado de los horrores de la pobreza, el hambre, la privación y la ignorancia, aliviado de la amenaza y el azote de las guerras civiles y la agresión externa y sin la carga de la gran tragedia de millones forzada a convertirse en refugiados.

Los procesos en los que Sudáfrica y el sur de África en su conjunto ha sido contratada, hacen señas y nos instan a todos los que nos tomamos esta marea en pleamar y hacen de esta región un ejemplo vivo de lo que todas las personas de conciencia les gustaría que el mundo fuera.

No creemos que este Premio Nobel de la Paz pretenda ser un elogio de los asuntos que le han pasado y pasan.

Oímos las voces que dicen que se trata de una apelación de todos los que, en todo el universo, buscaba poner fin al sistema de apartheid.

Nosotros atenderemos su llamada, le dedicaremos lo que queda de nuestra vida con el uso de la experiencia única y dolorosa de nuestro país para demostrar, en la práctica, que la condición normal de la existencia humana es la democracia, la justicia, la paz, el no-racismo, el no-sexismo, la prosperidad para todos, un medio ambiente sano y la igualdad y la solidaridad entre los pueblos. 

Movido por esa apelación e inspirado por la eminencia que ha lanzado sobre nosotros, nos comprometemos a que nosotros también haremos todo lo posible para contribuir a la renovación de nuestro mundo para que nadie, en el futuro, sea descrito como los condenados de la tierra.

Que nunca se diga por las generaciones futuras que la indiferencia, el cinismo y el egoísmo nos hizo fallar para vivir de acuerdo con los ideales de humanismo que el Premio Nobel de la Paz encapsula en los esfuerzos de todos nosotros, y demostrar a Martin Luther King Jr haber estado en lo correcto cuando dijo que la humanidad ya no puede estar trágicamente unida a la medianoche sin estrellas del racismo y la guerra.

Hagamos que los esfuerzos de todos nosotros, demuestren que él no era un simple soñador cuando hablaba de que la belleza de una verdadera fraternidad y la paz es más preciosa que los diamantes o la plata o el oro.

¡Dejad que una nueva era amanezca! Gracias.”

Rosa Parks

El 1° de diciembre de 1955, Rosa Parks se hizo famosa por negarse a darle su asiento en el autobús a un pasajero blanco en Montgomery, Alabama, hecho que dio inicio al actual movimiento por los derechos civiles. El lunes 4 de febrero se cumplieron cien años de su nacimiento. En 2005, Rosa falleció a los 92 años de edad y gran parte de los medios la describieron como una costurera cansada, no como una persona problemática. Pero los medios se equivocaron. Rosa Parks era una rebelde de primera categoría.

La catedrática Jeanne Theoharis derriba el mito de la apacible costurera, en su nuevo libro “The rebellious life of Mrs. Rosa Parks” (La vida rebelde de Rosa Parks). Theoharis me dijo: “Se trata de la historia de una vida de activismo, la historia de una vida que ella misma describiría como ‘rebelde’ y que comienza décadas antes del histórico incidente del autobús y se prolonga décadas después”.

Rosa Parks nació en Tuskegee, Alabama y le enseñaron que tenía derecho a ser respetada y a exigir ese respeto. Las leyes de Jim Crow estaban muy arraigadas en aquel entonces y la segregación se aplicaba en forma violenta. En Pine Level, Alabama, donde vivía Parks, los niños blancos iban a la escuela en autobús, mientras que los niños afroestadounidenses debían caminar. Rosa Parks recordó: “Ese era un modo de vida. No teníamos otra alternativa más que aceptar lo que era la costumbre. El autobús fue una de las primeras cosas que me hizo ver que había un mundo para negros y otro para blancos”.

En la última etapa de su adolescencia Rosa conoció a Raymond Parks, con quien se casó. Raymond, el primer activista que Rosa conoció, era miembro de la filial de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP , por sus siglas en inglés) en Montgomery y cuando Rosa se enteró de que las mujeres podían participar en las reuniones, asistió a una y fue elegida secretaria de la filial en su primera reunión.

Fue allí donde Rosa conoció a E.D. Nixon, un dirigente obrero revolucionario con quien trabajó. En 1955 Rosa pudo asistir a la escuela Highlander Folk en Tennessee, un lugar de encuentro de activistas (blancos y negros) comprometidos a superar la segregación donde se desarrollaban estrategias y tácticas de resistencia no violenta. Fue allí donde Pete Seeger y otros músicos escribieron la canción “We shall overcome” que luego se convirtió en el himno del movimiento por los derechos civiles.

Rosa Parks regresó a Montgomery y volvió a trabajar como costurera. El 1° de diciembre de 1955, luego de salir del trabajo, tomó el autobús hacia su casa. “El conductor dijo que si me negaba a dar mi asiento, iba a tener que llamar a la policía. Y le dije ‘Llámela’”, afirmó Parks en una entrevista con Radio Pacífica en abril de 1956. “Había llegado el momento, después de haber sido maltratada hasta un punto que ya no podía tolerar”. Su arresto aquel día provocó el boicot a los autobuses de la ciudad de Montgomery, que duró más de un año. El boicot fue encabezado por un joven que acababa de instalarse en la ciudad: el Dr. Martin Luther King Jr., en cuyo lanzamiento participó Rosa Parks. Durante el boicot, alrededor de 50.000 afroestadounidenses viajaban juntos en sus automóviles, utilizaban vehículos de la iglesia, tomaban taxis de propietarios afroestadounidenses y caminaban. La medida perjudicó los negocios de los blancos y el sistema de transporte público. Parks y otros activistas interpusieron un recurso judicial contra la segregación y en junio de 1956 un tribunal federal declaró la inconstitucionalidad de la segregación en los autobuses.

Los Parks se mudaron a Detroit. Rosa continuó con su activismo, reaccionó frente a los disturbios de Detroit de 1967, consultó a miembros del movimiento “Black Power”, como Stokely Carmichael, y se opuso a la guerra de Vietnam. La historiadora Theoharis señala que el mayor héroe de Parks era Malcolm X.

“Sentía un gran respeto por King, pero decía que Malcolm X era su héroe personal. La disposición de Malcolm X para hablar sobre el liberalismo del norte y la hipocresía del norte, su temprana oposición a la guerra de Vietnam, todas esas cosas eran muy cercanas a su postura política”.

En la década de 1980, Rosa Parks luchó contra el apartheid y se sumó a las protestas frente a la embajada de Sudáfrica en Washington D.C.

Cuando Parks conoció a Nelson Mandela, después de que fuera liberado, Mandela le dijo: “Ud. me dio ánimo todos esos años en prisión”.

Rosa Parks fue la primera mujer estadounidense en ser enterrada en la rotonda del Capitolio. Cuando murió, me apuré para llegar a Washington D.C. a cubrir su funeral; allí encontré a una joven estudiante universitaria y le pregunté por qué estaba ahí junto a cientos de personas escuchando el funeral a través de los parlantes. La joven dijo con orgullo: “Les escribí a mis profesores para avisarles que hoy no asistiría a clase. Hoy voy a aprender algo importante”. Tenemos mucho que aprender de Rosa Parks. De hecho, ella y otras jóvenes se habían negado a dar sus asientos en el autobús antes del 1° de diciembre de 1955. Nunca se sabe cuándo llegará ese momento mágico.

El próximo 4 de febrero la oficina de Correos de Estados Unidos emitirá una estampilla denominada ‘Rosa Parks Forever’ (Por siempre, Rosa Parks), una muestra de la marca indeleble que dejó su activismo.

Rosa Parks no era ninguna costurera cansada. Como ella misma dijo en referencia a la valiente decisión que tomó: “Si había algo de lo que estaba cansada era de ceder”. “No tenía miedo. Había decidido que de una vez por todas tenía que saber qué derechos tenía como ser humano y como ciudadana, incluso en Montgomery, Alabama”.

Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.

© 2013 Amy Goodman

Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 750 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 400 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.

Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: Gabriela Díaz Cortez y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org Fuente: http://www.democracynow.org/es/blog/2013/2/1/por_siempre_rosa_parks_la_mujer_que_dio_inicio_al_movimiento_contra_la_segregacin Amy Goodman. Democracy Now!

_--La luz de Nelson Mandela

_--Después de 27 años en la cárcel y ser elegido en 1994 presidente electo de Sudáfrica, Nelson Mandela compartió con el mundo entero uno de sus poemas favoritos, escrito por Marianne Williamson:

“Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados.

Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos.

Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la que nos atemoriza.

Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso?

En realidad, ¿quién eres para no serlo?

Infravalorándote no ayudas al mundo.

No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti.

Esta grandeza de espíritu no se encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos.

Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo.

"Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros.
La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría” (Solomon Asch)

 ...El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.

¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad

Fuente:

El País.

El Síndrome de Solomon.

Discurso de Nelson Mandela ante el tribunal que lo condeno a prisión perpetua.

NELSON MANDELA 1918-2013

El líder ‘antiapartheid’ compareció el 20 de abril de 1964 ante el Tribunal Supremo de Pretoria y explicó por qué recurrió a la violencia para combatir el racismo. Fue condenado a cadena perpetua. El discurso marcó para siempre su biografía. Estas fueron sus palabras:

Soy el primer acusado. Soy licenciado en arte y he ejercido como abogado en Johannesburgo durante algunos años en colaboración con Oliver Tambo. Soy un prisionero condenado a cinco años por salir del país sin permiso y por incitar a la gente a hacer huelga a finales de mayo de 1961.

De entrada, quiero decir que la insinuación de que la lucha en Sudáfrica esté influida por extranjeros o comunistas es absolutamente falsa. Sea lo que sea lo que he hecho, lo he hecho por mis experiencias en Sudáfrica y mis raíces africanas, de las que me siento orgulloso, y no por lo que cualquier extranjero pueda haber dicho. Durante mi juventud en Transkei, escuché a los ancianos de la tribu contar historias sobre los viejos tiempos. Entre las historias que me narraron se encuentran las de las batallas libradas por nuestros antepasados en defensa de la patria. Los nombres de Dingane y Bambata, Hintsa y Makana, Squngthi y Dalasile, Moshoeshoe y Sekhukhuni, eran elogiados y considerados el orgullo de toda la nación africana. Por entonces yo esperaba que la vida pudiese ofrecerme la oportunidad de servir a mi pueblo y hacer mi humilde contribución a su lucha por la libertad. Algunas de las cosas que se le han dicho al tribunal hasta ahora son ciertas, y otras falsas. No niego, sin embargo, que planeé un sabotaje. No lo hice movido por la imprudencia ni porque sienta ningún amor por la violencia. Lo planeé como consecuencia de una evaluación tranquila y racional de la situación política a la que se había llegado tras muchos años de tiranía, explotación y opresión de mi pueblo por parte de los blancos.

Admito de inmediato que yo fui una de las personas que ayudó a crear Umkhonto we Sizwe [brazo armado del Congreso Nacional Africano]. Niego que Umkhonto fuese responsable de una serie de actos que claramente están al margen de las políticas de la organización y de los que se nos ha acusado. Yo y las demás personas que fundaron la organización pesamos que sin violencia no se abriría ninguna vía para que el pueblo africano venza en su lucha contra el principio de la supremacía blanca. Todas las formas legales de expresar la oposición a este principio habían sido proscritas por ley y nos veíamos en una situación en la que teníamos que elegir entre aceptar un estado permanente de inferioridad o desafiar al Gobierno. Optamos por desafiar la ley. Primero infringimos la ley de un modo que eludía todo recurso a la violencia; cuando se legisló contra esta vía, y a continuación el Gobierno recurrió a una demostración de fuerza para aplastar la oposición a sus políticas, solo entonces decidimos responder a la violencia con violencia.

El Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) se constituyó en 1912 para defender los derechos del pueblo africano, que se habían visto gravemente coartados. Durante 37 años – es decir, hasta 1949 — llevó a cabo una lucha estrictamente constitucional. Pero los Gobiernos blancos se mantuvieron inamovibles y los derechos de los africanos se redujeron en vez de ampliarse. Incluso después de 1949, el ANC seguía decidido a evitar la violencia. En esa época, sin embargo, se tomó la decisión de protestar contra el apartheid mediante manifestaciones pacíficas, aunque ilegales. Más de 8.500 personas fueron a la cárcel. Pero no hubo ni un solo caso de violencia. Yo y 19 compañeros fuimos condenados por organizar la campaña, pero nuestras condenas se suspendieron, principalmente porque el juez consideró que en todo momento se había hecho hincapié en la no violencia y la disciplina.

Durante la campaña de desafío, se aprobaron las leyes de Seguridad Pública y de Enmienda del Código Penal. Estas contemplaban unos castigos más duros por las protestas contra [las] leyes. A pesar de ello, las protestas continuaron y el ANC se mantuvo firme en su política de no violencia. En 1956, 156 miembros destacados de la Alianza del Congreso, entre los que me encontraba, fuimos detenidos. La política no violenta del ANC fue puesta en tela de juicio por el Estado, pero cuando el tribunal emitió su veredicto unos cinco años después, halló que el ANC no tenía una política de violencia.

En 1960 se produjo el tiroteo de Sharpeville, que tuvo como consecuencia la ilegalización del ANC. Mis compañeros y yo, tras meditarlo detenidamente, decidimos que no íbamos a acatar ese decreto. El pueblo africano no formaba parte del Gobierno y no hacía las leyes por las que debía regirse. Creíamos en las palabras de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que dice que “la voluntad del pueblo será la base de la autoridad del Gobierno” y, para nosotros, aceptar la prohibición equivalía a aceptar que se silenciase a los africanos para siempre. El ANC se negó a disolverse, y, en vez de eso, pasó a la clandestinidad. En 1960, el Gobierno celebró un referéndum que condujo a la instauración de la república. Los africanos, que representaban aproximadamente el 70% de la población, no tenían derecho a votar y ni siquiera se les consultó. Asumí la responsabilidad de organizar la campaña nacional para que la gente se quedara en casa coincidiendo con la declaración de la república. Puesto que todas las huelgas de los africanos son ilegales, la persona que organice dichas huelgas debe evitar ser detenida. Tuve que dejar mi casa y mi familia y mi trabajo para esconderme y evitar que me detuvieran. El quedarse en casa debía ser una manifestación pacífica. Se dieron instrucciones precisas para evitar cualquier brote de violencia.

La respuesta del Gobierno fue aprobar leyes nuevas y más estrictas, movilizar a las fuerzas armadas y enviar mercenarios, vehículos armados y soldados a los municipios segregados en lo que constituyó un alarde de fuerza masivo para intimidar a la gente. El Gobierno había decidido gobernar exclusivamente por la fuerza y esta decisión marcó un punto de inflexión en el camino hacia Umkhonto. ¿Qué debíamos hacer nosotros, los líderes de nuestro pueblo? No teníamos la menor duda de que teníamos que proseguir la lucha. Cualquier otra decisión habría sido una vil rendición. Nuestra duda no era si debíamos luchar, sino la manera de continuar la lucha.

Los miembros del ANC siempre hemos defendido una democracia no racista y nos alejábamos de cualquier acción que pudiese distanciar aún más las razas. Pero la dura realidad era que lo único que había conseguido el pueblo africano tras 50 años de no violencia era una legislación cada vez más represiva y unos derechos cada vez más mermados. Por entonces, la violencia ya se había convertido, de hecho, en un elemento característico de la escena política sudafricana.

Hubo violencia en 1957 cuando a las mujeres de Zccrust se les ordenó que llevasen un pase encima; hubo violencia en 1958 con el sacrificio selectivo del ganado en Sekhukhuneland; hubo violencia en 1959 cuando la gente de Cato Manor protestó por los controles de los pases; hubo violencia en 1960 cuando el Gobierno intentó imponer autoridades bantúes en Pondoland. Cada altercado apuntaba a la inevitable intensificación entre los africanos de la creencia de que la violencia era la única salida; mostraba que un Gobierno que emplea la fuerza para imponer su dominio enseña a los oprimidos a usar la fuerza para oponerse a él. Llegué a la conclusión de que, puesto que la violencia en este país era inevitable, sería poco realista seguir predicando la paz y la no violencia. No me fue fácil llegar a esta conclusión. Solo cuando todo lo demás había fracasado, cuando todas las vías de protesta pacífica se nos habían cerrado, tomamos la decisión de recurrir a formas violentas de lucha política. Lo único que puedo decir es que me sentía moralmente obligado a hacer lo que hice.

Eran posibles cuatro formas de violencia. Está el sabotaje, está la guerra de guerrillas, está el terrorismo y está la revolución abierta. Optamos por adoptar la primera. El sabotaje no conllevaba la pérdida de vidas y era lo que ofrecía más esperanzas para las relaciones interraciales en el futuro. El resentimiento sería el mínimo posible y, si la estrategia daba sus frutos, el Gobierno democrático podría llegar a ser una realidad. El plan inicial se basaba en un análisis pormenorizado de la situación política y económica de nuestro país. Creíamos que Sudáfrica dependía en gran medida del capital extranjero. Pensábamos que la destrucción planificada de centrales eléctricas, y la interrupción de las comunicaciones telefónicas y ferroviarias, ahuyentarían la inversión en el país, lo que empujaría a los votantes a replantearse su postura. Umkhonto llevó a cabo su primera operación el 16 de diciembre de 1961, cuando fueron atacados varios edificios del Gobierno en Johannesburgo, Port Elizabeth y Durban. La selección de los blancos es una prueba de la política a la que me he referido. Si hubiésemos pretendido atentar contra las personas, habríamos seleccionado objetivos en los que se congrega la gente y no edificios vacíos y centrales eléctricas. Los blancos no fueron capaces de responder proponiendo cambios; respondieron a nuestro llamamiento proponiendo los laager, una especie de fortines improvisados. Por el contrario, la respuesta de los africanos fue de ánimo. De repente, volvía a haber esperanza. La gente empezaba a hacer conjeturas sobre cuándo llegaría la libertad.

Pero en Umkhonto sopesábamos la respuesta de los blancos con desasosiego. Se estaban trazando líneas. Los blancos y los negros se estaban pasando a bandos diferentes y la posibilidad de evitar una guerra civil se reducía. Los periódicos blancos publicaban artículos diciendo que el sabotaje se castigaría con la muerte. Si eso era cierto, ¿cómo podíamos seguir manteniendo a los africanos alejados del terrorismo?

Nos sentíamos en el deber de prepararnos para usar la fuerza a fin de defendernos frente a ella. Decidimos por tanto tomar medidas para la posibilidad de una guerra de guerrillas. Todos los blancos pasan por un servicio militar obligatorio, pero a los africanos no se les proporciona ese entrenamiento. Desde nuestro punto de vista, era esencial crear un núcleo de hombres entrenados que fuesen capaces de proporcionar el liderazgo que se necesitaría si estallaba una guerra de guerrillas. ...Seguir leyendo en el enlace de El País.

https://docs.google.com/document/d/1HMZDGpvowDQU47BGAO9SuZLC-sM-YkjxDFxfgXiYcpk/edit?usp=sharing

La guerra de Irak no fue una metedura de pata: fue un crimen

Owen Jones
The Guardian / El Diario

Elogiemos la investigación Chilcot por darle sello oficial a las verdades que siempre hemos sabido, que ya estaban ahí mucho antes de que se abrieran las puertas del infierno.

Hemos visto encubrimientos de las élites en el pasado: del Domingo Sangriento a Hillsborough, las autoridades han conspirado a menudo para esconder la verdad por el interés de los poderosos. Pero esta vez no. La investigación Chilcot se estaba convirtiendo en una forma satírica de referirse a tardar un tiempo ridículamente largo en ejecutar una tarea, pero sir John pasará sin duda a la historia por dictar el veredicto más devastador y exhaustivo sobre un primer ministro moderno.

Los que nos manifestamos en su momento contra el desastre de Irak no podemos reivindicar nada, solo tristeza por no haber conseguido evitar un desastre que robó cientos de miles de vidas, entre ellas las de 179 soldados británicos, y que hirió, traumatizó y desplazó a millones de personas, en un desastre que cultivó extremismo a un nivel catastrófico.

Un legado de Chilcot debería ser animarnos a ser más atrevidos en nuestros desafíos a la autoridad, en ser escépticos con las afirmaciones oficiales, en permanecer firmes contra una agenda agresiva tejida por los medios. "Hay que aprender las lecciones", declararán ahora los defensores de la guerra. No les dejemos irse de rositas. Las lecciones fueron obvias para muchos de nosotros antes de que empezaran a caer las bombas.

Lo que ha hecho Chilcot es ilustrar que las afirmaciones del movimiento contrario a la guerra no eran teorías de la conspiración ni reclamaciones disparatadas o desorbitadas. "Cada vez parece más que tenemos un gobierno que busca un pretexto para la guerra más que la forma de evitarla", dijo el diputado laborista que se oponía a la guerra Alan Simpson varias semanas antes de la invasión. De hecho, como reveló Chilcot, Blair le dijo a George W. Bush en julio de 2002: "Estaré contigo, pase lo que pase".

Esta, como señala Chilcot, no fue una guerra de "último recurso": fue una guerra elegida, desatada "antes de que se agotaran las opciones pacíficas para el desarme". Simpson dijo: "Parece que elaboramos dossieres de engaño masivo, cuyas afirmaciones se tachan de irrisorias casi tan pronto como se publican". Y ahora Chilcot está de acuerdo en que la guerra se basó realmente en "datos de inteligencia y valoraciones deficientes" que no fueron "cuestionadas, y deberían haberse cuestionado". Nelson Mandela era uno de los que, en el periodo previo a la guerra, acusó a Blair y Bush de desautorizar a Naciones Unidas. Mandela queda reivindicado. Como dice Chilcot: "Consideramos que Reino Unido debilitó la autoridad del Consejo de Seguridad".

Hubo muchas advertencias. Un mes antes de la invasión, el senador estadounidense Gary Hart dijo que la guerra aumentaría el riesgo de terrorismo. "Vamos a abrir la caja de Pandora y no estamos preparados para eso en este país", avisó.

Tengamos en cuenta también esta cita de la web contraria a la guerra Dissident Voice un mes antes del conflicto: "Un ataque estadounidense y una posterior ocupación de Irak proporcionarán más motivación –y más facilidades para reclutar– a Al Qaeda y otros grupos terroristas y estimulará un mayor riesgo de terrorismo a largo plazo, ya sea en suelo estadounidense o contra los ciudadanos de este país en el extranjero". No es subestimar a los autores decir que esta fue una afirmación de lo obvio, excepto para los responsables de la guerra y sus acólitos. Pues Chilcot dice: "Blair fue advertido de que una invasión incrementaría la amenaza terrorista de Al Qaeda y otros grupos". 

El exprimer ministro aseguró que las terribles consecuencias solo han resultado obvias a posteriori, pero la ONG Christian Aid advirtió de "caos y sufrimiento significativos en Irak mucho después de que hayan acabado los ataques militares". Una agencia de cooperación tenía una previsión mucho mejor que el alto cargo militar que –en una conversación off the record en la que participé en la universidad– aseguró que el 99% de Irak echaría flores a los soldados invasores. Como señala Chilcot, el Gobierno "no tuvo en cuenta la magnitud de la tarea de estabilizar, administrar y reconstruir Irak".

La afirmación irrisoria de Blair es errónea: como indica Chilcot, "las conclusiones a las que llegó Blair tras la invasión no requerían de un conocimiento posterior". Todas las amenazas, desde la intromisión de Irán hasta la actividad de Al Qaeda, "fueron cada una identificadas de forma explícita antes de la invasión". Cuando Robin Cook dimitió del Gobierno antes de la invasión, declaró que "es probable que Irak no tenga armas de destrucción masiva en el sentido del término conocido por todos". Chilcot ha condenado ahora a los servicios de inteligencia por creer lo contrario.

La Campaña por el Desarme Nuclear amenazó con un recurso legal contra el Gobierno en 2002 si emprendía la guerra sin una segunda resolución del Consejo de Seguridad. Varios juristas y Kofi Annan, el entonces secretario general de la ONU, están entre quienes desde entonces han calificado la invasión de ilegal.

El informe original que elaboró el fiscal general de Reino Unido, lord Goldsmith, decía de hecho que una guerra sin segunda resolución sería ilegal, pero Chilcot subraya el hecho de que, cuando Goldsmith hizo posteriormente una comparecencia oral, pareció haber cambiado misteriosamente de opinión.

Puede que la legalidad de la guerra no esté en los cometidos de Chilcot, pero incluso así concluye que el proceso por el que el Gobierno llegó a su base legal "no fue satisfactorio". Sin duda, ahora hay que recurrir la legalidad de esta guerra catastrófica ante los tribunales.

Siempre dijimos que la guerra de Irak estaba basada en mentiras. Leer artículos anteriores a la invasión, como The lies we are told about Iraq de Los Angeles Times, es realmente instructivo. El informe Chilcot no acusa a Blair de mentir. Pero se pone demasiado énfasis en esa cuestión. Blair estaba claramente determinado a ir a la guerra desde mucho antes. Se basaba en pruebas dudosas para su defensa, unas pruebas que otros en aquel momento sabían que eran dudosas. ¿Se engañó a sí mismo, engañó a la sociedad o solo lo conducía la virtud de un complejo mesiánico? Emprendió una guerra con una propuesta arriesgada que muchos en aquella época –incluidos 139 diputados laboristas– sabían que resultaría en desastre. Y eso ya es suficientemente condenatorio.

Elogiemos la investigación Chilcot por darle sello oficial a las verdades que siempre hemos sabido, pero seamos conscientes de que eso es todo lo que ha hecho. Las verdades que ha expuesto ya estaban ahí, mucho antes de que se abrieran las puertas del infierno, como advirtió de que pasaría el secretario general de la Liga Árabe antes de la invasión.

Fue la obviedad de lo que iba a ocurrir lo que creó el mayor movimiento contrario a la guerra de la historia. Fue un movimiento denigrado, en especial por los medios que apoyaron en gran medida las prisas por la guerra. Fue tan perverso que quienes se opusieron o criticaron la guerra –de políticos a directivos de la BBC– fueron quienes perdieron sus trabajos, mientras que Blair desde entonces ha desarrollado su rentable carrera trabajando para dictadores.

Muchos acólitos de esta gran catástrofe siguen mostrando pocos remordimientos o penitencias. Algunos incluso interrumpieron al líder laborista, Jeremy Corbyn –que hizo campaña tanto contra el apoyo británico a Sadam Hussein cuando gaseó a los kurdos en los años 80 como contra la invasión de 2003– mientras pronunciaba este miércoles su respuesta parlamentaria a Chilcot.

Y el horror continúa: los 250 iraquíes asesinados por coches bomba este fin de semana son un recordatorio devastador del caos ante el que Blair debe asumir responsabilidades. No fue una metedura de pata, ni un error, ni una confusión: decida lo que decida la ley, este fue –desde cualquier punto de vista moral– uno de los crímenes más graves de nuestros tiempos. Los responsables estarán condenados para siempre. Después de este miércoles, podemos señalarlos y llamarlos por su nombre.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/guerra-Irak-error-crimen_0_534746951.html

Saturados de injusticias. Indignados y tocados, así nos sentimos muchos ante la corrupción, la codicia, los recortes… La ira nos moviliza, pero también puede engullirnos si nos enrocamos en ella

Un día en el que un caso de corrupción, de los que ya son cotidianos, había saltado a los periódicos, durante una comida con una elegante y entrañable señora de 85 años. Con su dulce voz dijo: “Yo, gracias a Dios, estoy bien, pero cuando pienso en todas las personas que no tienen nada y veo cómo algunos dirigentes estafan esas cantidades de dinero, entendería que alguna persona desesperada cometiera cualquier tipo de barbaridad”. Sus palabras chocaban con la dulzura de su voz, pero no con la indignación que le hervía por dentro.

En este mismo semanario, días atrás, Rosa Montero confesaba que, pese a que siempre intenta ser mesurada a la hora de escribir, había llamado criminales a los parlamentarios contrarios a la iniciativa legislativa popular que pide la dación en pago en los desahucios. Y, lejos de retirar sus palabras, reafirmaba que lo seguía pensando. Su ira es representativa del sentimiento de muchos ciudadanos. Multiplicada a extremos insufribles en aquellos que se encuentran directamente afectados.

Motivación y emoción son dos palabras que los psicólogos solemos asociar. De hecho, Motivación y emoción es el nombre de una asignatura de la licenciatura de Psicología, el título de una revista científica y de libros sobre el tema. Son dos conceptos que se solapan, que se entrelazan con fuerza. Podríamos decir que la emoción nos activa y la motivación nos dirige. A los homínidos, esta combinación nos ha permitido durante miles de años adaptarnos al medio. Las emociones negativas, como el miedo o la ira, activan una serie de procesos fisiológicos que nos permiten protegernos y defendernos. Esto es, la emoción supone una activación fisiológica que nos motiva o nos empuja a realizar una acción. “Me dio tanta rabia, que no pude más y se lo dije; probablemente si no me hubiera enfadado, no lo habría hecho”, “me calentó y estallé”, “si me enfrío, ya sé que no voy a hacer nada”. A veces necesitamos la rabia para movernos, pero ¿es una condición indispensable?

Los desahucios, los sobres, la codicia, los recortes, los sueldos abultados de muchos políticos… se han convertido en una realidad irrespirable. La ira y el enfado que nos provocan nos empujan a luchar. Nos movilizamos, protestamos, nos manifestamos, surgen iniciativas populares para ayudarnos entre nosotros. Estas acciones tan necesarias están en muchos casos impulsadas por la furia, por ese resentimiento que sentimos por este vergonzoso panorama. ¿Qué pasará si esa serpiente que se enrosca en nuestro estómago sigue siendo la que motive nuestras acciones? Quizá nos comerá a nosotros antes de que podamos cambiar algo.

La vida no es justa y nunca lo ha sido. La falacia de justicia se considera una distorsión cognitiva dentro de la psicología. Una distorsión que se caracteriza por considerar injusto todo lo que no coincide con nuestras creencias o valores. Nos exasperamos, experimentamos arranques de venganza, cuando creemos que el mundo es injusto con nosotros. Es el típico razonamiento de ¿por qué a mí?

Desgastamos la mente intentando entender las barbaridades que suceden a nuestro alrededor para digerirlas mejor. Todo sería más fácil si aprendiéramos a admitir que el mundo está lleno de injusticias y que algunas nos pueden tocar a nosotros. Cargar la mente con porqués incontestables nos consume. Aceptar duele menos. Cuando atravesamos épocas duras y vemos quién nos ayuda y quién no, nos solemos llevar auténticas sorpresas. Suele doler mucho cuando esperas algo de alguien y no ves movimiento alguno. Sin embargo, cuando recolocas a esa persona en otro sitio de tu cerebro, cuando ya sabes de qué palo va, pierde su capacidad de herirte. Si lográramos aceptar cómo es la naturaleza humana, quizá sería más fácil aceptar (que no resignarse) las injusticias. Solo podemos avanzar si sabemos dónde estamos y aceptamos la realidad tal cual es. Intentar ser activos desde la aceptación y no desde el resentimiento.

Cada día se escuchan más historias sobre cómo la dura situación por la que están atravesando muchísimas personas se traduce en un auténtico infierno doméstico. Dentro de las cuatro paredes donde se convive, gritos y menosprecios van golpeando a las parejas, a los niños, a los abuelos. Las emociones negativas se nos desparraman y ya lo están tiñendo todo. Somos animales. No podemos dejar de experimentar emociones. ¿Cómo manejar la rabia, la ira, el resentimiento que provocan las desigualdades que estamos viviendo? 

No todos controlamos igual las emociones. Algunas personas son capaces de ponerlas en un cajón, en una mochila, esto es, les dejan un espacio limitado. No las eliminan; muy al contrario, las reconocen, lloran si hace falta, las explican a algún amigo… Sienten la rabia, la pena… Las miran, no las evitan, no huyen. Los sentimientos que soslayamos se vuelven más borrosos y se desbocan con más facilidad. Si los observamos, sus contornos se van volviendo más nítidos, se concretan.

El resentimiento es una de las emociones más amargas; observarla de cerca para comprobar su inutilidad nos puede ayudar a dejarla atrás. Hace unos meses, durante el coloquio que siguió a una charla en una cárcel catalana, un interno explicó que había vivido ocho años con mucho resentimiento por lo que le había hecho un amigo y también por un incidente relacionado con su exnovia. Contó su corrosiva amargura. “Un día me levanté y vi que aquello no tenía sentido, y se me fue. De repente pasé página con una facilidad venida del cielo…”. El rencor contra los demás solo sirve para devorarnos por dentro, pero los otros se quedan igual. Como muy bien expresó William Shakespeare, “la ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro”. A aquel interno, el día que tuvo la certeza de la inutilidad de ese sentimiento le desapareció el odio incrustado.

Ese interno vivió durante ocho años en dos prisiones: en la real y en la del resentimiento. ¿Cuál es peor de las dos? Al tiempo de abandonar la cárcel, Nelson Mandela declaró: “Al salir y ver toda aquella gente sentí mucha rabia por los 27 años de vida que me habían robado; pero entonces el espíritu de Jesús me dijo: ‘Nelson, cuando estabas en prisión eras libre, ahora que eres libre no te conviertas en tu prisionero”. Mandela vivió 27 años encerrado en la cárcel, aunque no en el resentimiento. La serenidad que logró cultivar fue la que le dio la fuerza para luchar contra las injusticias.

La vergüenza que provocan esas injusticias en quien las oye o lee en los medios de comunicación, la rabia e indefensión en quien las sufre en sus carnes, nos cargan de energía contaminante. Si queremos cambiar el mundo, mejor que nos recarguemos con la energía que proviene de las pequeñas alegrías que nos regala el día. Aunque ahora parecen estar muy escondidas, siguen ahí. “El resentimiento no daña a la persona contra la cual mantiene esta emoción; el resentimiento le está comiendo por dentro a usted” Norman Vincent Peale 

Palabra de sabio

Mahatma Gandhi: “No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores. Recordad que a lo largo de la historia siempre ha habido tiranos y asesinos, y por un tiempo han parecido invencibles. Pero siempre han acabado cayendo. Siempre”.

Martin Luter King: “Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien. Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad, y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”.

Nelson Mandela ha fallecido a la edad de 95 años. Descanse en paz.

Invictus. Este Poema, según Mandela, le ayudó en su duro cautiverio de 27 años.

Fuera de la noche que me cubre, Negra como el abismo de polo a polo, Agradezco a cualquier dios que pudiera existir Por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias Ni he gemido ni he gritado. Bajo los golpes del azar Mi cabeza sangra, pero no se inclina.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas Es inminente el Horror de la sombra, Y sin embargo la amenaza de los años Me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha sea la puerta, Cuán cargada de castigos la sentencia. Soy el amo de mi destino: Soy el capitán de mi alma.

Texto original inglés Out of the night that covers me, Black as the pit from pole to pole, I thank whatever gods may be For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance I have not winced nor cried aloud. Under the bludgeonings of chance My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears Looms but the Horror of the shade, And yet the menace of the years Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate, How charged with punishments the scroll, I am the master of my fate: I am the captain of my soul.

"Invictus" es un poema breve del poeta inglés William Ernest Henley (1849–1903). Escrito en 1875, fue publicado por primera vez en 1888 en el "Libro de Poemas" del mismo.

Invictus también es una película de 2009 dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, basada en el libro "El Factor Humano" de John Carlin. Trata sobre Nelson Mandela y su uso de la Copa de Mundo de Rugby de 1995 como una oportunidad para unir al país. El título tiene su origen en el hecho histórico que Mandela tuvo el poema escrito en una hoja de papel durante su prisión, ayudándole a sobrellevar su encarcelamiento. En la película, Mandela le escribe el poema al capitán de la selección surafricana, Francois Pienaar antes del comienzo del campeonato, si bien en la realidad Mandela le dio un extracto de un discurso de Theodore Roosevelt, "The Man in the Arena".

"The Man in the Arena" es el título del discurso que Theodore Roosevelt dio en La Sorbona en París, Francia, el 23 de abril de 1910. Posteriormente fue reimpreso en su libro Citizenship in a Republic.

El fragmento más notable y famoso del discurso es este:

No es el crítico quien cuenta; ni aquellos que señalan como el hombre fuerte se tambalea, o en qué ocasiones el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece realmente al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo, sudor y sangre; al que se esfuerza valientemente, yerra y da un traspié tras otro pues no hay esfuerzo sin error o fallo; a aquel que realmente se empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, grandes devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasa, al menos caerá con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías (tibias) y tímidas que no conocen ni la victoria ni el fracaso.

Nelson Mandela dio una copia de este discurso a Francois Pienaar, capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, antes del inicio de la Copa de Mundo de Rugby de 1995, aunque en la película Invictus que narra ese hecho, Mandela entrega una copia del poema Invictus de William Ernest Henley.

Referencia del original: http://www.theodore-roosevelt.com/trsorbonnespeech.html

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Invictus_(poema) 

Página sobre Mandela, http://archives.nelsonmandela.org/home más aquí,  En el NYT

PELÍCULAS – Inside job, de Charles Ferguson. – Cadena perpetua, de Frank Darabont. – Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. – Pena de muerte, de Tim Robbins.


LIBROS

– Los rostros de la injusticia, de Judith Shklar. Editorial Herder, 2013. Un ensayo que muestra las mil caras de la injusticia y plantea la actitud con que afrontarla.

“Solo si nos comprometemos y, mediante procedimientos democráticos, expresamos permanentemente nuestro sentido de la injusticia, conseguiremos que los gobernantes se impliquen en tratar de aminorarla”.

“Yo no tenía una creencia específica, excepto que nuestra causa era justa, era muy fuerte y que estaba ganando cada vez más y más apoyo” Nelson Mandela  Fuente: El País Semanal.

Otra manera de hacer política. Mandela demostró que hay otras formas de hacer política.

Me admira que, tantos días después, sigamos pegados a la catarata de las páginas necrológicas de Mandela sin repulsión ni hastío, que es lo que se suele experimentar en este tipo de hemorrágicos ditirambos mortuorios. De Mandela, en cambio, nos interesa todo, desde los magníficos textos de Carlin hasta las imágenes de esa fiesta interminable que está siendo su despedida. La intensidad de nuestro interés nos da la medida de lo muy necesitados que todos estamos de creer en lo que Mandela representa: alguien a quien la adversidad no doblegó, a quien el odio no envenenó, a quien el poder no corrompió. Era un político que honró la política. 

Corren malos tiempos para la democracia. Veo en todo el mundo una crisis en la credibilidad de este sistema, un creciente enojo ante sus abusos evidentes, ante su hipocresía y su cinismo. Nadie parece confiar en los políticos: la frase “todos son iguales” es el lema de moda. Y los únicos que parecen un poco menos iguales, justamente, son los que preconizan las hogueras purificadoras y la mano dura. Quiero decir que veo brotar por doquier la flor negra de la añoranza de la tiranía. Haber nacido en una dictadura me vacunó contra ello, pero el mundo está lleno de ignorantes que, escandalizados por las corruptelas democráticas, creen que los sistemas dictatoriales son más limpios sólo porque son infinitamente más opacos: no sólo la porquería y los abusos no trascienden, sino que además dan respuestas simples a los problemas complejos y luego se encargan de ocultar todo el daño que esa simplificación ha provocado. Yo sigo creyendo, en fin, que la democracia es el sistema menos malo, y que, con todas sus contradicciones, ha permitido mejorar notablemente la situación del mundo. Y también creo que no hay que rendirse y que hay otra manera de hacer política. Lo demostró Mandela. ROSA MONTERO. El País.  Más sobre Mandela en el NYT. Aprenda con el NYT, para centros educativos, vídeo.

Todos somos Mandela
Mandela dibujó un camino, y los demás hemos de consolidar la senda. La tremenda orfandad de líderes, de referentes, de valores, que estamos viviendo nos empuja a exigir a otros lo que nosotros no somos capaces de hacer. Para que Mandela pudiera hacer lo que hizo fue precisa una masa crítica, un número crítico suficiente de personas que respaldara sus pensamientos y sus actos. Y en esa tarea entramos todos. La teoría es fácil: ¿qué diría Mandela en esta situación? ¿Callaría ante este atropello? ¿Qué decisión tomaría en mi comunidad de vecinos? ¿Cómo sería Mandela en mi puesto de trabajo?

La lucha contra la segregación solo ha comenzado, quedan aspectos relevantes pues es patente que hoy, en los albores del tercer milenio, no todos somos iguales ante la ley. Hay hombres y hay mujeres; hay doctoras y hay limpiadoras; hay catedráticas y princesas; hay jueces y excluidos sociales, dependientes y cuidadores, etcétera. Una gran parte de nuestra sociedad se refugia en su colectivo, rechaza al diferente sea cual sea el motivo. Se hace especialmente cruda la segregación entre ricos y pobres. Evidentemente, la igualdad de oportunidades está —como poco— en entredicho.

Los valores asociados a Mandela viven escondidos en cada uno de nosotros. Todos tenemos dentro un trocito de integridad, de generosidad, de tenacidad, de talento. Busquemos esos valores, apliquémoslos todos en la vida diaria y por fuerza surgirá a nuestro alrededor el liderazgo necesario para el entusiasmo, para la esperanza.— Elena Anadón Santafé. Zaragoza, cartas al director. El País.

Reflexión amarga con motivo de la muerte de Mandela
Joaquim Sempere
Mientras tanto electrónico

Llama la atención la doble cara del legado político de Nelson Mandela. Por una parte, la derrota del apartheid y la implantación de un régimen de libertades políticas sin distinciones étnicas —una persona, un voto—, mediante un proceso casi totalmente pacífico y marcado por la altura moral excepcional del principal promotor del proceso: Nelson Mandela. Por otra parte, no sólo la pervivencia de la pobreza y de las desigualdades, sino su acentuación. Salvo la emergencia de una nueva clase media negra, el panorama social sólo ha variado substancialmente para empeorar.

Para entenderlo basta con leer el capítulo 10 de La doctrina del shock, de Naomi Klein. En treinta páginas se condensa convincentemente qué ocurrió para que el programa del CNA con el que éste ganó las elecciones de 1994 quedara completamente anulado en sus facetas económico-sociales. Ese programa se inspiraba en la Carta de la Libertad (Freedom Charter), aprobada en una asamblea de 1955 en Kliptown a la que asistieron unos tres mil activistas y donde se sintetizaban las demandas populares recogidas durante meses por unos 50.000 voluntarios que recorrieron pueblos y ciudades de todo el país. La Carta contenía no sólo el fin del apartheid y la implantación del sufragio universal y los derechos humanos, sino también un programa económico-social de nacionalización de la banca, las minas, los servicios públicos y de distribución de la tierra.
La clave del asunto, según Naomi Klein, está en que las negociaciones a las que se dio más importancia y visibilidad mediática fueron las que tuvieron lugar entre Mandela y De Klerk en torno al modelo político. Mandela logró salirse con la suya e impuso su modelo democrático no racista. Pero mientras tanto, entre bambalinas y lejos de los focos, se cocinaban las decisiones sobre el sistema económico en el clima de hegemonía neoliberal entonces ya imperante en el mundo. Las presiones del FMI, el GATT (luego OMC) y de los movimientos de capitales consiguieron anular todos los proyectos contenidos en la Carta de la Libertad. Veinte años después ni siquiera se han logrado las conquistas en materia de enseñanza y sanidad previstas, y la separación de clases no ha cesado de profundizarse. Naomi Klein subraya la escasa atención que el conjunto de la organización del CNA prestó a aquellas negociaciones. Sólo conociendo cómo se coció aquella peculiar transición puede entenderse la frustración en la que desembocó.
La celebración de la magnanimidad, de la grandeza de alma, que Desmond Tutu atribuye como principal virtud a nuestro héroe, es un espectáculo reconfortante. Indica que todavía hay un terreno moral de confluencia en torno a ciertas conductas políticas —aunque haya que descontar la hipocresía, “ese homenaje que el vicio rinde a la virtud”, de muchos de los que hoy le elogian—. La capacidad para ponerse en el lugar del otro —y en particular cuando el otro ha sido un opresor brutal— y para mostrar una generosidad que acaba suscitando en ese otro el respeto y un cierto nivel de arrepentimiento, son una herencia moral de Nelson Mandela que, por sí sola, tiene un valor incondicional. Nos permite pensar que la humanidad puede alcanzar cimas morales elevadas, y esto por sí solo da sentido a mucho de lo que hacemos, aunque esas cimas convivan con abismos de perversión. Pero inmediatamente después de pensar esto nos embarga de nuevo el espanto de ver hasta qué punto la maldad sigue encontrando vías retorcidas para neutralizar la bondad alcanzada.  Durante los dos primeros años de gobierno del CNA se construyeron más de cien mil viviendas para las personas pobres y se realizaron millones de conexiones en hogares privados con las redes de agua, electricidad y teléfono. Pero abrumado por la deuda y presionado internacionalmente para privatizar esos servicios, el gobierno pronto empezó a subir sus precios. Tras una década de gobierno del CNA, millones de personas han visto interrumpidos sus recién conectados servicios de suministro de agua y electricidad por impago de las facturas. Las minas, la banca y los monopolios que —siguiendo las orientaciones de la Carta de la Libertad asumidas como programa electoral por el CNA— debían ser nacionalizadas, siguieron en manos de las mismas compañías privadas. La propiedad de la tierra estaba en 2006 en un 70% en manos de los mismos propietarios blancos de siempre, que constituían el 10% de la población. Un dato resume la situación sanitaria del país: entre 1990 y 2006 la esperanza de vida de los sudafricanos había descendido en trece años (aunque a los factores sociales haya que añadir la difusión del sida).
La clave de esa evolución fue la tremenda presión a que fue sometido el nuevo gobierno implantado tras las primeras elecciones libres por parte del poder financiero, del país y de fuera, para que aceptara la libertad de movimiento de los capitales, la prohibición de ventajas a la industria nacional, la renuncia a la reforma agraria, el pago de una deuda exterior enorme contraída por los últimos gobiernos del apartheid, pago que dejaba exhaustas las arcas estatales, etc. “Al nuevo gobierno se le dio las llaves de la casa pero no la combinación de la caja fuerte”, dice Klein.

Según los testimonios recogidos por Naomi Klein, los acuerdos políticos arrancados a los blancos por el gobierno del CNA fueron un éxito, pero mientras tanto se imponían compromisos económicos leoninos al nuevo gobierno por parte de la oligarquía blanca del país y las entidades supranacionales. Hasta llegó a remitirse el programa económico del CNA a Harry Oppenheimer (expresidente de las gigantes mineras Anglo-American y De Beers) para que éste diera su visto bueno, tratando de evitar shocks de los mercados.  No es nada fácil juzgar las decisiones de los nuevos dirigentes. Las presiones se ejercían en forma de caída en las bolsas de los valores sudafricanos, huida de capitales y chantajes económicos. Pero además el desenlace de la fuerte tensión social podía llevar a un baño de sangre. Como recuerda uno de los líderes del CNA, William Gumede, Sudáfrica corrió el riesgo real de guerra civil durante todo el periodo de transición. Los pobladores de los townships vivían aterrorizados por bandas armadas del Partido Nacional, la policía seguía practicando matanzas, numerosos dirigentes negros eran asesinados. Chris Hani, un militante joven que muchos veían como el sucesor de Mandela, murió bajo los tiros de un asesino racista.

Estas fueron las circunstancias de aquella particular transición. Si hoy el panorama social de Sudáfrica es el que es, se debe a la interferencia brutal de la oligarquía nacional e internacional del dinero. Los nuevos dirigentes del país no se arriesgaron a resistir por la fuerza, temiendo un baño de sangre. Vivieron, además, en pleno apogeo del neoliberalismo, que les fue impuesto con toda clase de amenazas y chantajes. Esta es la otra parte de la historia, la que no se ha contado, la que pone en evidencia la dictadura del gran capital financiero sobre los pueblos de la Tierra. Todo ello pone en evidencia la hipocresía política y mediática con que se ha manipulado un homenaje más que merecido. No es aventurado pensar que si Mandela hubiera optado por resistir, hoy sería demonizado como terrorista (Thatcher ya le endosó este epíteto en su momento) en vez de celebrado como humanista de gran altura moral. Fuente:http://www.mientrastanto.org/boletin-120/notas/reflexion-amarga-con-motivo-de-la-muerte-de-mandela 

Nelson Mandela ha fallecido a la edad de 95 años. Descanse en paz.

Invictus. Este Poema, según Mandela, le ayudó en su duro cautiverio de 27 años.

Fuera de la noche que me cubre,
Negra como el abismo de polo a polo,
Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias
Ni he gemido ni he gritado.
Bajo los golpes del azar
Mi cabeza sangra, pero no se inclina.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas
Es inminente el Horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha sea la puerta,
Cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.


Texto original inglés

Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.

"Invictus" es un poema breve del poeta inglés William Ernest Henley (1849–1903). Escrito en 1875, fue publicado por primera vez en 1888 en el "Libro de Poemas" del mismo.

Invictus también es una película de 2009 dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, basada en el libro "El Factor Humano" de John Carlin. Trata sobre Nelson Mandela y su uso de la Copa de Mundo de Rugby de 1995 como una oportunidad para unir al país. El título tiene su origen en el hecho histórico que Mandela tuvo el poema escrito en una hoja de papel durante su prisión, ayudándole a sobrellevar su encarcelamiento. En la película, Mandela le escribe el poema al capitán de la selección surafricana, Francois Pienaar antes del comienzo del campeonato, si bien en la realidad Mandela le dio un extracto de un discurso de Theodore Roosevelt, "The Man in the Arena".

"The Man in the Arena" es el título del discurso que Theodore Roosevelt dio en La Sorbona en París, Francia, el 23 de abril de 1910. Posteriormente fue reimpreso en su libro Citizenship in a Republic.  El fragmento más notable y famoso del discurso es este: 

No es el crítico quien cuenta; ni aquellos que señalan como el hombre fuerte se tambalea, o en qué ocasiones el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece realmente al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo, sudor y sangre; al que se esfuerza valientemente, yerra y da un traspié tras otro pues no hay esfuerzo sin error o fallo; a aquel que realmente se empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, grandes devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasa, al menos caerá con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías (tibias) y tímidas que no conocen ni la victoria ni el fracaso.

Nelson Mandela dio una copia de este discurso a Francois Pienaar, capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, antes del inicio de la Copa de Mundo de Rugby de 1995, aunque en la película Invictus que narra ese hecho, Mandela entrega una copia del poema Invictus de William Ernest Henley.

Referencia del original: http://www.theodore-roosevelt.com/trsorbonnespeech.html
Fuente:
http://es.wikipedia.org/wiki/Invictus_(poema)
Página sobre Mandela,http://archives.nelsonmandela.org/home más
aquí,
En el NYT