Hace diez años las protestas contra las políticas de austeridad de la UE sacudieron a Grecia. Aunque el movimiento tuvo la virtud de movilizar a los ciudadanos que no formaban parte de la izquierda organizada, su carencia de orientación política terminó conduciéndolo a la derrota.
La «primavera caliente» de 2011 fue solo una gota en la enorme ola de levantamientos populares que recorrió el mundo ese año. La ola empezó a formarse en la costa sur del Mediterráneo con la Revolución tunecina y las revueltas de la plaza Tahrir. Luego llegó a España de la mano de los indignados y viajó, a través de Grecia, a los Estados Unidos, donde fue recibida por el movimiento Occupy Wall Street, antes de volver al Mediterráneo para la ocupación del Parque Taksim Gezi de Estambul.
Además de formar parte de esta revuelta internacional, la ocupación de las plazas que sacó a la calle a cientos de miles de griegos debe ser analizada en el marco del ciclo nacional de movilizaciones, que había empezado a sacudir al país en mayo de 2010, cuando el parlamento aprobó el primer memorándum con los acreedores europeos de Atenas. La ocupación de las plazas quedó atrás, pero la ola se expandió y tomó distintas formas hasta llegar al verano de 2015.
Aunque hubo muchas diferencias entre los distintos levantamientos, el movimiento griego compartió ciertos rasgos con sus equivalentes extranjeros, especialmente los del Mediterráneo. Todos fueron sorprendentemente masivos, su composición social fue transclasista, los jóvenes estudiantes jugaron un rol destacado y lograron despertar simpatía popular. Además, compartieron un amplio repertorio de acciones, fundamentalmente centrado en la ocupación del espacio público.
No menos notables fueron las semejanzas subjetivas de estos movimientos. En ruptura con los marcos organizativos y las escisiones políticas tradicionales, enfatizaron la autoorganización y combinaron reivindicaciones socieconómicas con la búsqueda de formas de democracia directa o participativa. La presencia ubicua de banderas nacionales y la distancia tomada frente a las referencias históricas y simbólicas de la izquierda, sacaron a luz el carácter «nacional» de las movilizaciones. Aun así, el desarrollo de distintas formas de solidaridad y la circulación transnacional de símbolos, consignas y modos de acción, debe concebirse como una forma renovada de internacionalismo.
Todo esto para decir que comprender la experiencia griega nos permitirá extraer algunas conclusiones generales sobre la paradoja que definió a estos movimientos, a saber, la divergencia entre su dimensión insurreccional masiva y el limitado impacto político que tuvieron. Para decirlo en pocas palabras, fueron incapaces de lograr conquistas duraderas que estuvieran a la altura de los objetivos que se habían propuesto.
Crisis orgánica
Un punto de partida útil para comprender las razones profundas que llevaron a esta situación es el concepto de «crisis orgánica», elaborado por Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel.
El concepto de «crisis orgánica» remite a una ruptura radical y repentina de las relaciones entre las clases sociales y las fuerzas políticas que hasta entonces cumplían funciones representativas. Es una forma específica de crisis política, típica de un régimen parlamentario en el que un sistema institucional ampliado y pluralista organiza los términos del consentimiento de las clases subalternas a la dominación burguesa.
La estabilidad de este sistema hegemónico se viene abajo —de aquí el carácter «orgánico» de la crisis— como resultado de la presión que ejercen dos factores fundamentales. El primero es el fracaso de un proyecto estratégico de la clase dominante, como una guerra o un asunto de importancia nacional. El segundo es el pasaje repentino de las masas de un estado pasivo a una actitud activa. Este cambio —enfatiza Gramsci— conduce a una explosión de reivindicaciones que surgen directamente de las masas movilizadas, aunque, en estas circunstancias, constituyen un todo «inorgánico», es decir, incoherente. Sin embargo, para Gramsci no dejan de ser una «revolución», un movimiento que exige una ruptura radical para ponerle fin a una crisis devenida crisis de hegemonía, es decir, una crisis que afecta a todo el Estado. El concepto de «crisis orgánica» no basta para dar cuenta de la crisis revolucionaria, pero contiene algunos de sus elementos más importantes. El resultado final depende sobre todo de la intervención «subjetiva» de las fuerzas políticas que luchan para tomar la dirección del proceso y canalizarlo en una dirección determinada.
Este análisis nos brinda una clave para comprender los rasgos específicos de la crisis griega de 2011 y los meses subsiguientes. Con toda evidencia, la terapia de choque impuesta por los memorándums manifestó una derrota estratégica de la burguesía griega: deshizo los fundamentos del contrato social forjado luego de la caída del régimen militar en 1974, transformó las perspectivas de «integración europea» de Grecia en una pesadilla e impuso un régimen de tutelaje permanente y una merma considerable de soberanía nacional. Para sostener su dominio sobre el país, la clase dominante tuvo que aceptar un lugar subalterno y un deterioro drástico de su posición internacional.
La combinación de estas tres dimensiones (social, ideológica y nacional) llevó a la deslegitimación, no solo de los estratos políticos dominantes, sino también del sistema hegemónico en su conjunto. De ahí el colapso de la credibilidad en los medios, en los «intelectuales orgánicos» de los sectores dominantes y en las instituciones representativas (incluso en las fuerzas que operaban como una oposición fiel). Todo esto puso en cuestión la capacidad que tenían las élites de dirigir el país y la capacidad del sistema bipartidista de brindar soluciones viables.
Vale la pena enfatizar la dimensión nacional de la crisis. El tutelaje impuesto por la Troika (la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI) privó de su «función nacional» a la clase dominante griega y a sus servidores. La pérdida fue acompañada de un ataque a la clase trabajadora, sin precedentes en las sociedades europeas occidentales de la posguerra, aunque muy similar a los programas de «ajuste estructural» promovidos por el FMI y el Banco Mundial en muchos países del Sur Global y de Europa del Este, a partir de los años 1980.
La combinación entre la pérdida de soberanía nacional y la violencia de la ofensiva antisocial explica la profundidad y el carácter generalizado de la crisis griega, sobre todo si se la compara con la situación portuguesa o española de ese mismo año. También explica por qué el gesto más extendido en las plazas ocupadas fue la flameante bandera griega, que desconcertó a los activistas de izquierda que se negaban a comprender su sentido. Inédita desde los días de la dictadura militar (1967-1974), esta reapropiación de la bandera surgió como una reacción a la imposición de los dictados de la Troika, un mensaje del pueblo que se autoproclamaba como la «verdadera» Grecia, diferenciándose de aquellos que pretendían actuar en su nombre. Este colapso hegemónico también representó una oportunidad histórica para la izquierda más radicalizada. Por primera vez en décadas, la izquierda se encontró en posición de luchar por la hegemonía, es decir, en una situación excepcional en cualquier régimen parlamentario «maduro».
¿Hacia una crisis revolucionaria?
La ocupación de las plazas también develó un segundo aspecto de la crisis orgánica: el momento en que las masas, que excedían por mucho a los militantes que habían dirigido hasta entonces las movilizaciones contra la Troika, pasaron a ocupar el centro de la escena. Esta confluencia no fue en absoluto un proceso automático. Los sindicatos más combativos, y la intervención de la izquierda radical en las asambleas populares celebradas en los espacios ocupados, permitieron superar gradualmente la desconfianza mutua de las primeras semanas, alimentada por los desacreditados dirigentes de la confederación sindical. Sin fusionarse en términos orgánicos, el «pueblo de las plazas» convergió así con el movimiento obrero. La movilización popular alcanzó su momento más álgido en los tres días de huelga general —15, 28 y 29 de junio—, que contó con niveles de participación inéditos desde los años 1970. En este sentido, el movimiento griego siguió un camino distinto al de los indignados españoles, que no tuvieron ningún intercambio significativo con el movimiento obrero, y terminó pareciéndose más a los casos egipcio y tunecino.
Esto hace relucir todavía más la magnitud excepcional del movimiento griego. A todas luces, la proporción de la población movilizada fue más grande que en el caso de España y no es difícil compararla con los levantamientos árabes. Según algunos sondeos, a comienzos de junio de 2011 al menos 2 800 000 griegos —¡el 30% de la población adulta!— declararon que participarían «definitivamente» de las protestas, a los que se suma un amplio 21% que manifestó que asistiría «muy probablemente». Mientras tanto, el 35% declaró haber participado de marchas y otras iniciativas populares organizadas durante el período previo. Una estimación realista es que, en las movilizaciones que acompañaron a la huelga general del 28 y 29 de junio, al menos un tercio de la población participó activamente. Además, en los sondeos del período, al menos dos tercios de los griegos declararon rechazar los memorándums y el régimen de la Troika.
Esta dinámica mayoritaria también explica la duración de las movilizaciones y su intensidad. A pesar del reflujo del movimiento de las plazas que siguió al voto del memorándum «intermedio» del 29 de junio, la movilización alcanzó un nuevo pico pocos meses después. El 19 y 20 de octubre, una huelga general, la más masiva que se haya visto desde la caída de la dictadura, paralizó completamente a Grecia. Una semana después, el 28 de octubre —el feriado en el que se celebra el «No» a Mussolini de 1940—, la gente tomó las calles y forzó la interrupción de los desfiles militares y la retirada de los funcionarios estatales. Al mismo tiempo, el primer ministro George Papandreou, humillado en la cumbre europea celebrada en Cannes, donde propuso un referéndum sobre los memorándums, renunció a su cargo para favorecer un movimiento de coalición amplio guiado por la UE y dirigido por el banquero Loukas Papademos. Al ver que su apoyo mermaba, tanto dentro como fuera del parlamento, Papademos convocó a elecciones anticipadas en mayo de 2012 y, como no logró constituir una mayoría, lo hizo de nuevo en junio. Esta doble elección efectivizó el colapso del sistema bipartidista, cuyos pilares —la socialdemocracia del PASOK y la derecha de Nueva Democracia— pasaron de haber conquistado el 77,4% de los votos en noviembre de 2009 a quedarse tan solo con el 42%.
Por lo tanto, no es exagerado decir que la crisis griega mostró algunos de los rasgos aludidos en la célebre definición que dio Lenin de una situación revolucionaria, que es a la vez una de las principales fuentes de la noción gramsciana de «crisis orgánica»:
La revolución solo puede triunfar cuando los «de abajo» no quieren y los «de arriba» no pueden seguir viviendo como antes. Esta verdad también puede expresarse en otras palabras: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores).
Pero la condición faltante —y la más decisiva— fue otra, una que suele recibir menos atención, pero que también es mencionada por Lenin en este pasaje:
[Q]ue la mayoría de los obreros (o, en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda a fondo la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella.
En otras palabras, no puede haber revolución si las masas no apoyan las soluciones revolucionarias; y este apoyo no es un resultado automático del movimiento de masas. Se necesita cierto tipo de intervención y preparación política. Este tipo de conciencia política no definió a un levantamiento cuyo horizonte se formó exclusivamente en función del rechazo visceral hacia la Troika y hacia los políticos de turno, y no de la voluntad de derrocar el orden social existente. Pero no deja de ser cierto que, por primera vez desde los grandes levantamientos de los años 1960 y 1970, en un país europeo que parecía convertirse de nuevo en el «eslabón débil» del centro continental del capitalismo, se presentó la posibilidad de una ruptura del equilibrio social y político de fuerzas.
La grandeza del movimiento y sus límites
El movimiento de las plazas de 2011 surgió de una larga serie de acontecimientos insurreccionales que puntúan la historia griega moderna. Pero aunque explique su grandeza, el carácter explosivo y repentino del levantamiento también lo convirtió en un hecho sumamente contradictorio. El «pueblo de las plazas» carecía de cualquier experiencia previa de organización o de participación en acciones colectivas, motivo por el que planteó una serie de reivindicaciones y prácticas que Gramsci hubiese definido como «incoherentes». Cualquiera que haya estado en aquel momento en la plaza Síntagma recordará la mezcla de enojo y combatividad, la atmósfera futbolística y el radicalismo genuino, en síntesis, un rechazo indiscriminado hacia la política combinado con una búsqueda de autoorganización y participación directa en los asuntos públicos. Este revoltijo de actitudes y prácticas estaba acompañado por cierta fascinación con encontrar «soluciones mágicas» a la crisis: desde los llamados a recuperar la antigua «democracia ateniense» hasta distintas teorías de la conspiración que pretendían explicar las causas de la deuda pública.
La contradicción más importante tal vez fue la que se expresó en la consigna más popular del movimiento de las plazas: la reivindicación de la άμεση δημοκρατία, generalmente traducida como «democracia directa». Sin embargo, el término griego άμεση se traduce mejor como «inmediata», pues significa «sin mediaciones», es decir, «directa», y a la vez algo que debe realizarse «inmediatamente». En este sentido, uno de los principales límites del movimiento de las plazas reside en el hecho de que no supo dotar de un contenido real a esta reivindicación de «democracia inmediata».
Para muchos, la consigna remitía a una forma de antiparlamentarismo espontánea —o, más bien, brutal—, ilustrada por el impactante y multitudinario canto que se escuchaba en la plaza Síntagma: «Quememos este parlamento, que no es más que un burdel». Para otros remitía a una idea libertaria de democracia sin mediaciones, es decir, un modelo puramente «horizontal» inspirado por las formas de autoorganización que surgían en las plazas ocupadas. También había quienes pensaban que se refería a una reforma institucional tan radical como indefinida, que establecería una «democracia real», o, al menos, un funcionamiento democrático suprimido por el régimen de la Troika y el autoritarismo que conllevó. Además, la convocatoria inicial a ocupar las plazas —que terminó dándole su nombre a la página y al grupo de Facebook del movimiento de la plaza Síntagma— se hizo bajo el título «¡Democracia real ya!», referencia directa a la Puerta del Sol de Madrid.
El movimiento de las plazas no tuvo éxito a la hora de sintetizar estas ideas en función de un proyecto político alternativo, ni tampoco logró generar una reorganización económica alternativa que fuera más allá del rechazo a la austeridad y al tutelaje de la Troika. En este sentido, compartió el carácter «negativo» de los levantamientos de la década pasada, definido por Alain Badiou en función de que su principal factor de unidad, cuando no el único, es el rechazo generalizado hacia los gobernantes. Ahora parece evidente que la ausencia de un proyecto alternativo, lejos de liberar a la política del peso de las «ideologías» y de las «grandes narrativas» —como nos quisieron hacer pensar muchos intelectuales posmodernos—, conduce a la impotencia y, en general, a una restauración reaccionaria, de la que la brutal dictadura de Abdulfatah al Sisi es el ejemplo más terrible.
Sin embargo, el principal límite del movimiento estaba en otro nivel, uno del que surgían, «en última instancia», todos los límites. No se trató solamente de la incapacidad de formular una alternativa global, ni siquiera de la imposibilidad de detener la votación del memorándum en el parlamento. De hecho, bien consideradas las cosas, estos objetivos parecían estar lejos del alcance de un movimiento heterogéneo y eruptivo cuya esperanza de vida se contaba en semanas. El problema decisivo fue que no contó con un marco organizativo —ni siquiera con un proyecto— capaz de elevar la lucha popular a otro nivel.
Con todo, nos dejó algunos elementos valiosos para emprender esta tarea. Básicamente, renovó el repertorio de la acción colectiva y estimuló muchas iniciativas locales de solidaridad, autoorganización y acción directa. Pero no elaboró una forma capaz de organizar y coordinar con autonomía la lucha popular durante el período siguiente, un límite que compartieron otros movimientos similares que irrumpieron en ese entonces y que sigue afectando a muchos que surgen en la actualidad. Entonces, el movimiento fue incapaz de atravesar cierto umbral de sus propias capacidades para desarrollar perspectivas alternativas más amplias e interactuar productivamente con otros actores políticos. Esta fue la causa principal de la discrepancia entre la impresionante fuerza del movimiento y su incapacidad de alcanzar resultados tangibles y positivos.
La capitulación
A primera vista, Grecia parece ser una excepción al principio de unidad estrictamente negativo definido —y criticado— por Alain Badiou. El ciclo de movilización popular de 2010-2012 condujo efectivamente a una transformación real de la escena política, de la que se benefició especialmente Syriza. Fue la única fuerza que mostró disposición a satisfacer la reivindicación de una ruptura política que surgió de las movilizaciones y que estas eran incapaces de conquistar por sus propios medios. En este contexto —siempre teniendo en cuenta el peso simbólico de la izquierda radical en un país que vivió una guerra civil y décadas de persecución anticomunista—, la propuesta de un «gobierno de izquierda antiausteridad» se presentó como una decisión de romper con la situación existente. A pesar de sus objetivos «negativos» o defensivos —poner fin a la austeridad y al tutelaje de la Troika—, se percibió en Syriza un intento de superar el rol tradicional de oposición subordinada que el sistema bipartidista asigna a la izquierda y de plantear la cuestión del poder en términos efectivos. Al menos en este sentido, Syriza emergió como una fuerza que comprendió la oportunidad planteada por la «crisis orgánica». Es una de las lecciones fundamentales que nos deja todo este período: la movilización popular es capaz de crear las condiciones para un desplazamiento hacia la izquierda pero, para que estas condiciones se materialicen, se necesita una propuesta política potencialmente hegemónica.
Esto también plantea el problema de las responsabilidades —y, en última instancia, del fracaso— de la organización que fue capaz de jugar dicho rol. A falta de un análisis sistemático, diremos simplemente que el problema de Syriza estuvo en su gestión estrictamente electoral de la dinámica creada por la movilización desde abajo, es decir, que contuvo el conflicto en los niveles necesarios para tener éxito en las urnas. Nunca propuso un plan para organizar la lucha popular, una perspectiva más general ni se preparó para enfrentar las condiciones más inmediatas que planteaba la posibilidad de un triunfo. Entre estas condiciones, una tenía una importancia estratégica decisiva: la confrontación con la UE y los mecanismos que previsiblemente utilizaría contra el gobierno que se atrevió a desafiar sus políticas, empezando con el «arma nuclear» del BCE, el euro.
La capitulación de Syriza no implica que no haya sucedido nada, es decir, que durante esos primeros siete meses de 2015 no se haya efectuado —y perdido— una apuesta histórica. Pero nos muestra que el momento de verdad no fue tanto el éxito electoral alcanzado por Syriza en enero de 2015, sino el hecho de que este triunfo haya intensificado el ciclo de conflictos previo, iniciado en 2010 y generalizado contra la voluntad de las figuras que la propia movilización había colocado en el gobierno. El momento de verdad llegó en 2015 con el referéndum sobre el paquete de austeridad de la UE. Aunque durante poco tiempo, la «primavera caliente» de 2011 efectivamente resucitó, no en la victoria electoral de Syriza, sino en la movilización del 3 de julio de 2015 en la plaza Síntagma y en el 61,3% de los votos por el «No» en el referéndum del 5 de julio.
Aunque el «No» rotundo provocó la sorpresa de todo el mundo, fue revertido unos pocos días después: en manos de aquellos que lo recibieron como una carga insostenible, se convirtió rápidamente en un «Sí» a la austeridad de la UE. De la noche a la mañana, cuando Alexis Tsipras firmó el tercer memorándum, Grecia dejó de ser un faro de esperanza para convertirse en un trauma del que la izquierda internacional no se recupera.
En cualquier caso, es fundamental que las enseñanzas que nos deja esta experiencia no se pierdan. La primera es que ni siquiera un movimiento de masas tan grande como aquel es capaz de brindar las soluciones necesarias a los problemas que plantea su propio surgimiento. La política sigue siendo necesaria y es a fin de cuentas el factor decisivo que informa el resultado de cualquier situación. Pero también quedó claro que no debemos consentir en cualquier propuesta política que se presenta como «la izquierda» y se rehúsa al mismo tiempo a elaborar los medios capaces de llevar al pueblo a la victoria.
Stathis Kouvelakis. Profesor de teoría política en el King’s College London. Formó parte del comité central de Syriza.
Traducción: Valentín Huarte.
Fuente: https://jacobinlat.com/2021/08/12/el-pueblo-griego-estaba-dispuesto-a-luchar/
https://rebelion.org/el-pueblo-griego-estaba-dispuesto-a-luchar/
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miércoles, 30 de abril de 2025
viernes, 2 de febrero de 2024
La izquierda anti-‘woke’ .
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El objetivo de Sahra Wagenknecht, la figura más relevante de Die Linke, es distanciarse de la superioridad moral de la nueva izquierda culturalista, ecologista, feminista y anticolonialista.
Antes de fin de año es casi seguro que se producirá una escisión en Die Linke, el partido alemán más a la izquierda. Sahra Wagenknecht, su figura más relevante y carismática, está a punto de crear un nuevo partido. Con ello no solo produciría la práctica desaparición parlamentaria de su partido originario, ahora mismo al borde del límite del 5% necesario para acceder al Bundestag, sino que también, y esto es lo extraordinario, puede desinflar considerablemente las expectativas de la extrema derecha, la AfD. ¿Cómo es posible, se preguntarán, que la cara más visible de la extrema izquierda puede atraer a la vez a votantes más ultras de la derecha? Según los sondeos, podría llegar a alcanzar el 10% de los votos totales, más que duplicando los de su partido original, pero podría llevarse 4 de cada 10 votantes de los dos partidos mencionados. En esto consiste el enigma del “conservadurismo de izquierdas” que dice representar. ¿Aparte de su carisma, qué es lo que la hace tan atrayente para quienes se colocan fuera del establishment?
En su libro Die Selbstgerechten (Los fariseos), no deja títere con cabeza. Su objetivo es distanciarse de la superioridad moral de la nueva izquierda culturalista, ecologista, feminista y anticolonialista, que habría sido conquistada por el liberalismo de izquierdas de raigambre woke; esto es, del discurso que se habría hecho fuerte en partidos como Los Verdes para desde allí buscar su hegemonía en la opinión pública.
Al final se acabaría enredando en cuestiones sobre qué estilos de vida son los políticamente correctos en vez de sobre lo que de verdad debería preocupar a la izquierda: las cuestiones relativas a quién ostenta el verdadero poder; el económico, por supuesto. A aquellos les preocupa más, a la postre, fiscalizar el lenguaje para sostener el blablablá feminista y ecologista que cambiar la base material que hace imposible la cohesión social o que pueda traducirse en algo verdaderamente emancipador. Dicho en buen marxista, serían recursos ideológicos destinados a encubrir la reproducción del poder de siempre, el del capital; cambiarlo todo para que todo siga igual. Las empresas reemplazan sus fuentes de negocios mediante la creación de productos ecológicos o introduce mujeres en sus órganos de dirección, pero su situación de poder social permanece inalterada.
Estos tics anti-woke son agua de mayo también para los electores de ultraderecha, así como el pacifismo radical de Wagenknecht en el conflicto de Ucrania o el establecer claros límites a la inmigración. Los hipermoralizados verdes no tienen ningún problema, dice, en aplaudir el rearme del país, y el problema no es ocuparnos de los asilados, sino de eliminar la explotación en África; antes de acoger a los de fuera hay que velar además por el bienestar de los de dentro. Lo que predica, en suma, conecta bien con gran parte de los grupos que votan a la AfD porque se sienten social y económicamente marginados y alienados por el nuevo discurso, que perciben como intolerante frente a quienes disienten de él. Lo que está por ver es si bastará para reconducirlos hacia una izquierda que se ve a sí misma como la “auténtica”, la de siempre. Aunque ya nada puede evaluarse con las categorías tradicionales.
Antes de fin de año es casi seguro que se producirá una escisión en Die Linke, el partido alemán más a la izquierda. Sahra Wagenknecht, su figura más relevante y carismática, está a punto de crear un nuevo partido. Con ello no solo produciría la práctica desaparición parlamentaria de su partido originario, ahora mismo al borde del límite del 5% necesario para acceder al Bundestag, sino que también, y esto es lo extraordinario, puede desinflar considerablemente las expectativas de la extrema derecha, la AfD. ¿Cómo es posible, se preguntarán, que la cara más visible de la extrema izquierda puede atraer a la vez a votantes más ultras de la derecha? Según los sondeos, podría llegar a alcanzar el 10% de los votos totales, más que duplicando los de su partido original, pero podría llevarse 4 de cada 10 votantes de los dos partidos mencionados. En esto consiste el enigma del “conservadurismo de izquierdas” que dice representar. ¿Aparte de su carisma, qué es lo que la hace tan atrayente para quienes se colocan fuera del establishment?
En su libro Die Selbstgerechten (Los fariseos), no deja títere con cabeza. Su objetivo es distanciarse de la superioridad moral de la nueva izquierda culturalista, ecologista, feminista y anticolonialista, que habría sido conquistada por el liberalismo de izquierdas de raigambre woke; esto es, del discurso que se habría hecho fuerte en partidos como Los Verdes para desde allí buscar su hegemonía en la opinión pública.
Al final se acabaría enredando en cuestiones sobre qué estilos de vida son los políticamente correctos en vez de sobre lo que de verdad debería preocupar a la izquierda: las cuestiones relativas a quién ostenta el verdadero poder; el económico, por supuesto. A aquellos les preocupa más, a la postre, fiscalizar el lenguaje para sostener el blablablá feminista y ecologista que cambiar la base material que hace imposible la cohesión social o que pueda traducirse en algo verdaderamente emancipador. Dicho en buen marxista, serían recursos ideológicos destinados a encubrir la reproducción del poder de siempre, el del capital; cambiarlo todo para que todo siga igual. Las empresas reemplazan sus fuentes de negocios mediante la creación de productos ecológicos o introduce mujeres en sus órganos de dirección, pero su situación de poder social permanece inalterada.
Estos tics anti-woke son agua de mayo también para los electores de ultraderecha, así como el pacifismo radical de Wagenknecht en el conflicto de Ucrania o el establecer claros límites a la inmigración. Los hipermoralizados verdes no tienen ningún problema, dice, en aplaudir el rearme del país, y el problema no es ocuparnos de los asilados, sino de eliminar la explotación en África; antes de acoger a los de fuera hay que velar además por el bienestar de los de dentro. Lo que predica, en suma, conecta bien con gran parte de los grupos que votan a la AfD porque se sienten social y económicamente marginados y alienados por el nuevo discurso, que perciben como intolerante frente a quienes disienten de él. Lo que está por ver es si bastará para reconducirlos hacia una izquierda que se ve a sí misma como la “auténtica”, la de siempre. Aunque ya nada puede evaluarse con las categorías tradicionales.
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sábado, 16 de septiembre de 2023
El insoportable maniqueísmo de la izquierda «antiimperialista»
El socialista alemán August Bebel comentó una vez que el antisemitismo es el “socialismo de los tontos” porque los antisemitas reconocen la explotación capitalista solo si el explotador era judío, pero de lo contrario haría la vista gorda ante la explotación que emana de otros sectores.
Más de un siglo después, ese socialismo de tontos ha sido resucitado por una autoproclamada izquierda “antiimperialista” que condena la explotación y la represión capitalista en todo el mundo cuando las perpetra por Estados Unidos y otras potencias occidentales o los gobiernos que estas potencias apoyan, pero hace la vista gorda o incluso defiende a los Estados represivos, autoritarios, y dictatoriales simplemente porque estos Estados enfrentan la hostilidad de Washington.
Las políticas de la explotación capitalista y el control social en todo el mundo están moldeadas fundamentalmente por la contradicción entre una economía globalmente integrada al lado de un sistema de dominación política basado en el Estado-nación. La globalización económica y la integración transnacional de capitales brindan un impulso centrípeto al capitalismo global, mientras que la fragmentación política brinda un poderoso contra-impulso centrífugo que está resultando en una escalada del conflicto geopolítico. El abismo se está ampliando rápidamente entre la unidad económica del capital global y la competencia política entre los grupos dominantes que deben buscar la legitimidad y evitar que el orden social interno de sus respectivas naciones se rompa frente a la creciente crisis del capitalismo global. Esta coyuntura global es el telón de fondo del “socialismo de los tontos” contemporáneo.
Discutiré aquí los casos de China, Nicaragua, los BRICS, y la multipolaridad ya que sacan a relucir la lógica enrevesada y la política retrograda de esta izquierda “antiimperialista.”
China y el Desarrollo Capitalista
El capitalismo con peculiaridades chinas ha implicado el surgimiento de poderosos capitalistas transnacionales chinos fusionados con una elite del Partido-Estado dependiente de la reproducción del capital y de estratos medios de alto consumo, alimentados por una devastadora ola de acumulación primitiva en el campo y la explotación de cientos de miles de trabajadores chinos. Chino es ahora uno de los países más desiguales del mundo. Las huelgas y los sindicatos independientes no son legales en China. El Partido Comunista Chino hace tiempo que abandonó cualquier referencia a la lucha de clases o el poder de los trabajadores. A medida que las luchas laborales continúan aumentando en el país, también lo hace la represión estatal contra ellas.
Es cierto que el desarrollo capitalista ha sacado a millones de personas de la pobreza extrema –al menos de acuerdo con las estrechas mediciones de pobreza del Banco Mundial por debajo de $785 dólares en ingresos anuales– y ha provocado una rápida industrialización, progreso tecnológico e infraestructura avanzada. Es igual de cierto que los países centrales de América del Norte y Europa Occidental experimentaron estos logros durante sus periodos de rápido desarrollo capitalista desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. La izquierda nunca vio este desarrollo capitalista en el Occidente como una victoria para la clase trabajadora ni perdió de vista el vínculo entre este desarrollo y la ley de la acumulación desigual y combinada en el sistema capitalista mundial. China se está “poniendo al día”.
El modelo chino se basa en un complejo de empresas estatales y privadas en las que el capital privado representa las tres quintas partes de la producción y las cuatro quintas partes del empleo urbano. China no ha seguido la ruta neoliberal hacia la integración capitalista transnacional. El Estado juega un papel clave en el sistema financiero, en la regulación del capital privado, en el gasto público, especialmente en la infraestructura, y en la planificación. Este puede ser un modelo distinto de desarrollo capitalista que la variante neoliberal occidental, pero sigue obedeciendo las leyes de la acumulación de capital. Tras la apertura al capitalismo global en la década de los 1980, China se convirtió en un mercado para las corporaciones transnacionales y un sumidero de capital excedente acumulado capaz de aprovechar una vasta oferta de mano de obra barata controlada por un estado de vigilancia omnipresente y represivo. Pero al viraje del siglo se estaban acumulando presiones para encontrar salidas en el extranjero para el capital chino excedente acumulado durante años de desarrollo capitalista intensivo.
Sostener este desarrollo pasó a depender ahora de la exportación de capital al exterior. En las dos primeras décadas del siglo XXI, China lideró al mundo en una oleada de inversión extranjera directa (IED) hacia países del Sur y del Norte Global por igual, profundizando la integración transnacional de capitales y acelerando la transformación capitalista en los países en los que invierte. Entre 1991 y 2003, la inversión extranjera directa de China se multiplicó por 10 y luego se multiplicó por 13,7 entre 2004 y 2013, de 45 mil millones de dólares a 613 mil millones de dólares. Para 2015, China se había convertido en el tercer inversor extranjero más grande en el mundo. Se IED saliente comenzó a superar la IED entrante y el país se convirtió en acreedor neto. ¿Qué sucede cuando esta IED china en el exterior aterriza en el antiguo Tercer Mundo?
Despojo y Extracción Se Convierten en “Cooperación Sur-Sur”
Las comunidades indígenas del departamento de Apurímac, en el altiplano de Perú, han librado luchas sangrientas en los últimos años contra la mina de cobre a cielo abierto Las Bambas, de propiedad y operación china, una de las más grandes del mundo, que han dejado decenas de muertos y heridos. De hecho, el estado peruano vende legalmente servicios policiales a las empresas mineras, lo que permite que la MMG de China compre la fuerza física de la policía para avanzar en la extracción de cobre por medios violentos. Si bien este espacio extractivista chino-peruano y otros similares son promocionados por los “antiimperialistas” como un modelo de cooperación Sur-Sur y modernización post-occidental, los agudos observadores reconocerán de inmediato la estructura clásica de extracción imperialista, mediante la cual el capital transnacional desplaza comunidades y se apropia de recursos bajo la protección política y militar de Estados locales encargados de la represión violenta de la resistencia a la expulsión y la explotación.
El patrón es el mismo en toda América Latina. Los bancos chinos han otorgado más de $137 mil millones en préstamos para financiar proyectos de infraestructura, energía y minería. Un informe de 2022 de una coalición de grupos ambientalistas y de derechos humanos analizó 26 proyectos en Argentina, Brasil, Bolivia, México, Perú, y Venezuela. Encontró violaciones generalizadas de los derechos humanos, el desplazamiento de comunidades locales, devastación ambiental y conflictos violentos dondequiera que se realizaran inversiones chinas en minas y megaproyectos. Los defensores de las prácticas crediticias de China afirman que estos préstamos son diferentes de los que provienen de Occidente porque no imponen condiciones como lo hacen los prestamistas occidentales. Esto no es enteramente verdad. Pero incluso si lo fuera, ¿qué diferencia hace eso para los trabajadores, campesinos y comunidades indígenas que resisten la explotación, la represión y la destrucción ambiental asociadas con el capital chino en colaboración con inversionistas transnacionales de otros lugares y Estados capitalistas locales?
El punto no es que el capital chino sea peor o mejor que el capital originario de otros países. El capital es capital independiente de la identidad nacional o étnica de sus portadores. Sin embargo, cuando un Estado capitalista occidental y un Estado capitalista en el Sur Global cooperan para imponer megaproyectos a las comunidades locales o para facilitar el saqueo corporativo transnacional en la extracción o la industria, esta cooperación es condenada (correctamente) como explotación por parte del imperialismo y las clases dominantes locales. Cuando dos Estados capitalistas del Sur Global cooperan para los mismos megaproyectos y la explotación corporativa, esto se elogia como una “cooperación Sur-Sur” progresista y antiimperialista y “que trae desarrollo”.
Organizaciones como la Tricontinental, encabezada por Vijay Prashad, elogian a borbotones este papel chino en el antiguo Tercer Mundo como “mutuamente beneficioso”, “ayudando el desarrollo” y “ganador-ganador” para China y los países en los que invierten sus corporaciones. ¿Realmente debemos creer que los inversionistas chinos están expandiendo las zonas francas industriales y reubicando la producción industrial intensiva en mano de obra de China a zonas de salarios más bajos en Etiopia, Vietnam y otros lugares, ¿no para obtener ganancias sino para “ayudar a estos países a desarrollarse”? ¿No es ese el mismo discurso legitimador del Banco Mundial? Repitiendo el discurso legitimador de la elite china Partido-Estado, la Tricontinental también ha insistido en que “el ascenso pacífico del socialismo con particularidades chinas” proporciona una alternativa al imperialismo occidental. Bueno, lo hace. Pero no una alternativa al despojo y la explotación capitalista. El desarrollo capitalista no es un proceso neutral frente a los antagonismos de clase. Es por definición un proyecto de clase de la burguesía. El desarrollo capitalista, ya sea del Oeste o del Este, se trata de expandir las fronteras de la acumulación.
El Mal Uso de la Soberanía y la Solidaridad
La izquierda “antiimperialista” condena legítimamente la propaganda occidental, pero parece incapaz de denunciar o incluso reconocer la propaganda no occidental en todo el mundo, o peor aún, repite esa misma propaganda como cámara de eco.
Nicaragua proporciona un caso de manual. El régimen de Ortega ha demostrado ser hábil en el uso de un lenguaje que suena radical y una retórica antiimperialista para tocar una cuerda reflexiva de apoyo de apoyo entre la izquierda internacional. Ortega volvió al poder en 2007 a través de un pacto con la tradicional oligarquía de derecha del país, los exmiembros de la contrarrevolución armada y la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica y las sectas evangélicas. Prometiendo respeto absoluto por la propiedad privada y libertad irrestricta para el capital, procedió a cogobernar hasta 2018 con la clase capitalista, otorgando al capital transnacional 10 años de exenciones fiscales, desregulación, libertad irrestricta para repatriar ganancias y represión de los trabajadores en huelga. El 96 porciento de la propiedad del país sigue en manos del sector privado. La dictadura ha reprimido toda la disidencia y ha cerrado más de 3,500 organizaciones de la sociedad civil desde 2018, esto en un país de apenas seis millones de habitantes, porque considera que cualquier vida cívica fuera de la propia es una amenaza.
Muchos progresistas pueden estar genuinamente confundidos debido al merecido apoyo que la revolución Sandinista de 1979-1990 recabó en todo el mundo y la historia de la despiadada intervención norteamericana contra el país. Esa revolución murió en 1990 y lo que llegó al poder en 2007 bajo Ortega fue todo menos revolución. Sin embargo, la izquierda “antiimperialista” ha optado por abrazar calurosamente la dictadura, justificada por los supuestos intentos de Estados Unidos de desestabilizar el régimen y en nombre de la “soberanía”. Pero la evidencia no respalda la afirmación de estos detractores de que Estados Unidos está impulsando un “cambio de régimen contrarrevolucionario” contra Ortega, a pesar retórica de ruido de sables de Washington.
Nicaragua no enfrenta sanciones comerciales o de inversión. Estados Unidos es el principal socio comercial del país (el comercio bilateral superó los $8,3 mil millones en 2022) y la inversión corporativa transnacional continúa llegando, al igual que los préstamos multilaterales al Banco Central. No hay intervención militar o paramilitar estadounidense. Sin embargo, ninguno de estos hechos ha impedido que la organización estadounidense Code Pink, entre otras, afirme que el de Ortega es un “gobierno socialista” bajo la presión de “sanciones devastadoras” y que enfrenta “violentos intentos de golpe de estado”.
Washington si emprende campañas de desestabilización en toda regla, no contra Ortega, sino contra Irán, Venezuela y otros países. Tales crímenes no tienen nada que ver que los intereses de las masas obreras y populares en estos países y deben ser condenados por vehemencia por cualquier izquierdista digno de ese nombre. Pero esto no absuelve a la izquierda del compromiso con el internacionalismo y la solidaridad con los imprimidos solo porque resistimos las pretensiones imperiales de Estados Unidos en todo el mundo. La izquierda “antiimperialista”, sin embargo, le dirá lo contrario. Preste atención a la advertencia de la periodista Caitlin Johnstone: si vives en un país occidental, “simplemente no es posible que prestes tu voz a la causa de los manifestantes en las naciones atacadas por el imperio sin facilitar las campañas de propaganda del imperio sobre esas protestas. O tienes una relación responsable con esta realizad o una irresponsable”. Es así de sencillo. ¡Proletarios de solo algunos países uníos!
Los “antiimperialistas” han vuelto a una concepción de soberanía, no del pueblo o de las clases trabajadoras, sino de los gobiernos en los países que defienden. Las luchas anticolonialistas y antiimperialistas del siglo XX defendieron la soberanía nacional, no estatal, frente a la injerencia de las potencias imperiales. Los Estados capitalistas usan este reclamo de soberanía como un “derecho” para explotar y oprimir dentro de las fronteras nacionales libres de injerencia externa. Nosotros la izquierda no tenemos reparos en “violar la soberanía nacional” para condenar los abusos de los derechos humanos por parte de los regímenes pro-occidentales, y tampoco deberíamos tenerlos en defensa de los derechos humanos en aquellos regímenes no favorecidos por Washington.
El internacionalismo proletario llama a las clases trabajadoras y oprimidos de un país a extender la solidaridad no a los Estados sino a las luchas de las clases trabajadoras y oprimidas de otros países. Los Estados merecen el apoyo de la izquierda en la medida –y sólo en la medida– que impulsan las luchas emancipatorias de las clases populares y trabajadoras, que impulsen, o se vean obligados a impulsar, políticas que favorezcan a estas clases. Los “antiimperialistas” confunden el Estado con la nación, el país, y el pueblo, generalmente careciendo de cualquier concepción teórica de estas categorías y avanzando en la orientación policía populista sobre la de clase. Nosotros en la izquierda, condenamos la invasión y ocupación estadounidense de Irak a principios de este siglo. Lo hicimos no porque apoyáramos al régimen de Saddam Hussein –solo un tonto podría haberlo hecho– sino porque nos solidarizamos con el pueblo iraquí y porque todo el proyecto imperial para el Medio Oriente equivalía a un ataque contra los pobres y los oprimidos en todas partes.
BRICS: Sustitución de la Contradicción Capital-Trabajo por una Contradicción Norte-Sur
Los “antiimperialistas” aplauden a los BRICS como un desafío del Sur al capitalismo global, una opción progresista, incluso antiimperialista, para la humanidad. Solo pueden hacer tal afirmación reduciendo el capitalismo y el imperialismo a la supremacía occidental en el sistema internacional. En el apogeo del colonialismo y sus secuelas inmediatas, las clases dominantes locales eran, en el mejor de los casos, antiimperialistas, pero no anticapitalistas. Su nacionalismo borró las divisiones de clase al proclamar una identidad de intereses entre los ciudadanos de un país en particular.
Este nacionalismo tuvo un aspecto progresista y, a veces, en la medida en que todos los miembros del país en cuestión estaban oprimidos por la dominación colonial, los sistemas de castas que impuso y la supresión de capital endógena. Los “antiimperialistas” de hoy se entusiasman por los BRICS como un “proyecto del Tercer Mundo” revivido, en palabras de Prashad, una nostalgia anticuada por ese momento anticolonial de mediados del siglo XX que oscurece las contradicciones de clase internas junto con la red de las relaciones de clase transnacionales en las que están enredados. Dos referencias bastarán para ilustrar cuán desconectado está ese pensamiento de la realidad del siglo XXI.
Hace varios años tue la oportunidad de dar una charla en Manila a un grupo de activistas revolucionarios filipinos. Una mujer presente, originaria de la India, se opuso a mi análisis del surgimiento de una clase capitalista transnacional que incorporó contingentes del antiguo Tercer Mundo. Me dijo que en la India “estamos luchando contra el imperialismo y por la liberación nacional”. Le pregunté qué quería decir con esto. Los capitalistas centrales estaban explotando a los trabajadore indios y transfiriendo el excedente a los países imperialistas siguiendo las líneas que analizó Lenin, respondió ella.
Fue pura coincidencia que en la misma semana de mi charla, el conglomerado corporativo global con sede en la India, Tata Group, que opera en más de 100 países en seis continentes, había adquirido una serie de íconos corporativos de su antiguo amo colonial británico, entre ellos, Land Rover, Jaguar, Tetley Tea, British Steel, y la cadena de supermercados Tesco, lo que convirtió a Tata en el mayor empleador del Reino Unido. Entonces, estos capitalistas con base en la India se habían convertido en los mayores explotadores individuales de los trabajadores británicos. ¡Según la propia lógica de esta mujer, el Reino Unido ahora era víctima del imperialismo indio!
Poco después de su primera toma de posesión, en 2003, y luego nuevamente en 2010 durante su segundo mandato presidencial, el presidente brasileño Lula cargó un avión del gobierno con ejecutivos corporativos brasileños y se dirigió a África. El séquito presidencial-corporativo presionó a Mozambique y otros países africanos para que se abrieran a la inversión en los abundantes recursos minerales del continente por parte de la corporación minera transnacional con sede en Brasil, Vale, que también opera en los seis continentes, bajo la retórica de la “solidaridad Sur-Sur”. No está claro qué había de antiimperialista, y mucho menos anticapitalista, en los safaris corporativos africanos de Lula y, por extensión, en la agenda de “cooperación Sur-Sur” que personifica, o porque la izquierda debería aplaudir la expansión del capital con sede en Brasil en África, capital con sede en China en América Latina, capital con sede en Rusia en Asia Central o capital con sede en India en el Reino Unido.
Podemos apoyar las políticas (ligeramente) redistributivas a nivel doméstico y la política exterior dinámica en el extranjero de gobiernos como el de Lula. Todos los Estados capitalistas no son iguales y es muy importante quién está en el gobierno. Pero un gobierno “progresista” no es necesariamente socialista ni tampoco necesariamente antiimperialista. Para los miopes, la expansión hacia el exterior del capital chino, indio o brasileño es vista como una especie de liberación del imperialismo. ¿Qué se puede hacer con la extraña afirmación del Geopolitical Economy Research Group (Grupo de Investigación de Economía Geopolítica) con sede en Canada y el International Manifesto Group (Grupo de Manifiesto Internacional) que patrocina, para quienes el compromiso ideológico triunfa sobre los hechos, de que los BRICS se encuentran “entre los éxitos más conocidos” en los esfuerzos por promover “desarrollo nacional e industrialización autónomos e igualitarios para romper las cadenas imperialistas”?
Si bien los BRICS no representan una alternativa al capitalismo global y la dominación del capital transnacional, sí señala el cambio hacia un sistema interestatal más multipolar y equilibrado dentro del orden capitalista global. Pero tal sistema interestatal multipolar sigue parte de un mundo capitalista global brutal y explotador en el que los capitalistas y Estados BRICS están tan comprometidos con el control y la explotación de las clases trabajadoras y populares globales como sus contrapartes del Norte. A medida que aumenta la membresía de los BRICS, los nuevos candidatos para unirse al bloque en 2023 incluyen Estados tan magníficamente “autónomos e igualitarios” que luchan contra las “cadenas imperialistas” como Arabia Saudita, Egipto, Baréin, Afganistán, Nigeria y Kazajstán.
Multipolaridad: El Nuevo Albatros
La invasión rusa de Ucrania en 2022 y la respuesta política, militar y económica radical de Occidente pueden señalar el golpe de gracias de un orden interestatal decadente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Un capitalismo global cada vez más integrado es incompatible con un orden político internacional y una arquitectura financiera controlados por Estados Unidos y el Occidente, y con una economía global denominada exclusivamente en dólares. Estamos al comienzo de una reconfiguración radical de las alineaciones geopolíticas globales al ritmo de la creciente turbulencia económica y el caos político. Sin embargo, la crisis de hegemonía en el orden internacional tiene lugar dentro de esta economía global única e integrada. El pluralismo capitalista global emergente puede ofrecer un mayor margen de maniobra para las luchas populares en todo el mundo, pero un mundo políticamente multipolar no significa que los polos emergentes del capitalismo global sean menos explotadores u opresores que los centros establecidos.
Por el contrario, el Occidente establecido y los centros emergentes en este mundo policéntrico están convergiendo en turno a tropos de “Gran Potencia” notablemente similares, especialmente el nacionalismo jingoísta, a menudo étnica, y la nostalgia de una “civilización gloriosa” mitificada que ahora debe recuperarse. Las narrativas spenglerianas difieren de un país a otro según las historias y culturas particulares, a saber:
En China el hipernacionalismo se combina con la obediencia confuciana a la autoridad, la supremacía étnica Han y una nueva Gran Marcha para recuperar el estatus de gran potencia. Para Putin son los días de gloria de un imperio de la “Gran Rusia” anclado en Eurasia, políticamente respaldado por un conservadurismo patriarcal extremo que Putin llama “valores espirituales y morales tradicionales” que encarnan la “esencia espiritual de la nación rusa sobre el Occidente decadente”. En EEUU, es la bravuconería hiperimperial de una Pax Americana menguante, legitimada por la doctrina de “excepcionalismo estadounidense” y la grandilocuencia de la “democracia y la libertad”, en cuyo margen siempre ha estado la supremacía blanca, ahora encarnada en un movimiento fascista en ascenso como “teoría del reemplazo”. A estos podríamos agregar el panturquismo, el nacionalismo hindú y otras ideologías cuasi fascistas en este mundo policéntrico en ascenso. ¡Haz América Grande de Nuevo! ¡Haz China Grande de Nuevo! ¡Haz Rusia Grande de Nuevo!
Estados Unidos puede ser el mandamás y el criminal más peligroso entre los cárteles de Estados criminales que compiten entre sí. Debemos condenar a Washington por instigar una Nueva Guerra Fría y por empujar a Rusia a través de una expansión agresiva de la OTAN para que invada Ucrania. Sin embargo, la izquierda “antiimperialista” insiste en que hay un solo enemigo, Estados Unidos y sus aliados. Este es un cuento maniqueo del “Occidente y el resto”. Tal narrativa metafísica de Star Wars (Guerra de las Galaxias) sobre la lucha virtuosa contra el singular Imperio del Mal termina legitimando la invasión rusa de Ucrania. Y al igual que Star Wars, se vuelve difícil distinguir el balbuceo fantástico de un mundo de fantasía del balbuceo de la izquierda “antiimperialista”.
William I. Robinson. Distinguido Profesor de Sociología. Universidad de California en Santa Barbara.
Publicado en inglés en Los Angeles Review of Books (The Philosophical Salon)
Traducido por el Autor
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Más de un siglo después, ese socialismo de tontos ha sido resucitado por una autoproclamada izquierda “antiimperialista” que condena la explotación y la represión capitalista en todo el mundo cuando las perpetra por Estados Unidos y otras potencias occidentales o los gobiernos que estas potencias apoyan, pero hace la vista gorda o incluso defiende a los Estados represivos, autoritarios, y dictatoriales simplemente porque estos Estados enfrentan la hostilidad de Washington.
Las políticas de la explotación capitalista y el control social en todo el mundo están moldeadas fundamentalmente por la contradicción entre una economía globalmente integrada al lado de un sistema de dominación política basado en el Estado-nación. La globalización económica y la integración transnacional de capitales brindan un impulso centrípeto al capitalismo global, mientras que la fragmentación política brinda un poderoso contra-impulso centrífugo que está resultando en una escalada del conflicto geopolítico. El abismo se está ampliando rápidamente entre la unidad económica del capital global y la competencia política entre los grupos dominantes que deben buscar la legitimidad y evitar que el orden social interno de sus respectivas naciones se rompa frente a la creciente crisis del capitalismo global. Esta coyuntura global es el telón de fondo del “socialismo de los tontos” contemporáneo.
Discutiré aquí los casos de China, Nicaragua, los BRICS, y la multipolaridad ya que sacan a relucir la lógica enrevesada y la política retrograda de esta izquierda “antiimperialista.”
China y el Desarrollo Capitalista
El capitalismo con peculiaridades chinas ha implicado el surgimiento de poderosos capitalistas transnacionales chinos fusionados con una elite del Partido-Estado dependiente de la reproducción del capital y de estratos medios de alto consumo, alimentados por una devastadora ola de acumulación primitiva en el campo y la explotación de cientos de miles de trabajadores chinos. Chino es ahora uno de los países más desiguales del mundo. Las huelgas y los sindicatos independientes no son legales en China. El Partido Comunista Chino hace tiempo que abandonó cualquier referencia a la lucha de clases o el poder de los trabajadores. A medida que las luchas laborales continúan aumentando en el país, también lo hace la represión estatal contra ellas.
Es cierto que el desarrollo capitalista ha sacado a millones de personas de la pobreza extrema –al menos de acuerdo con las estrechas mediciones de pobreza del Banco Mundial por debajo de $785 dólares en ingresos anuales– y ha provocado una rápida industrialización, progreso tecnológico e infraestructura avanzada. Es igual de cierto que los países centrales de América del Norte y Europa Occidental experimentaron estos logros durante sus periodos de rápido desarrollo capitalista desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. La izquierda nunca vio este desarrollo capitalista en el Occidente como una victoria para la clase trabajadora ni perdió de vista el vínculo entre este desarrollo y la ley de la acumulación desigual y combinada en el sistema capitalista mundial. China se está “poniendo al día”.
El modelo chino se basa en un complejo de empresas estatales y privadas en las que el capital privado representa las tres quintas partes de la producción y las cuatro quintas partes del empleo urbano. China no ha seguido la ruta neoliberal hacia la integración capitalista transnacional. El Estado juega un papel clave en el sistema financiero, en la regulación del capital privado, en el gasto público, especialmente en la infraestructura, y en la planificación. Este puede ser un modelo distinto de desarrollo capitalista que la variante neoliberal occidental, pero sigue obedeciendo las leyes de la acumulación de capital. Tras la apertura al capitalismo global en la década de los 1980, China se convirtió en un mercado para las corporaciones transnacionales y un sumidero de capital excedente acumulado capaz de aprovechar una vasta oferta de mano de obra barata controlada por un estado de vigilancia omnipresente y represivo. Pero al viraje del siglo se estaban acumulando presiones para encontrar salidas en el extranjero para el capital chino excedente acumulado durante años de desarrollo capitalista intensivo.
Sostener este desarrollo pasó a depender ahora de la exportación de capital al exterior. En las dos primeras décadas del siglo XXI, China lideró al mundo en una oleada de inversión extranjera directa (IED) hacia países del Sur y del Norte Global por igual, profundizando la integración transnacional de capitales y acelerando la transformación capitalista en los países en los que invierte. Entre 1991 y 2003, la inversión extranjera directa de China se multiplicó por 10 y luego se multiplicó por 13,7 entre 2004 y 2013, de 45 mil millones de dólares a 613 mil millones de dólares. Para 2015, China se había convertido en el tercer inversor extranjero más grande en el mundo. Se IED saliente comenzó a superar la IED entrante y el país se convirtió en acreedor neto. ¿Qué sucede cuando esta IED china en el exterior aterriza en el antiguo Tercer Mundo?
Despojo y Extracción Se Convierten en “Cooperación Sur-Sur”
Las comunidades indígenas del departamento de Apurímac, en el altiplano de Perú, han librado luchas sangrientas en los últimos años contra la mina de cobre a cielo abierto Las Bambas, de propiedad y operación china, una de las más grandes del mundo, que han dejado decenas de muertos y heridos. De hecho, el estado peruano vende legalmente servicios policiales a las empresas mineras, lo que permite que la MMG de China compre la fuerza física de la policía para avanzar en la extracción de cobre por medios violentos. Si bien este espacio extractivista chino-peruano y otros similares son promocionados por los “antiimperialistas” como un modelo de cooperación Sur-Sur y modernización post-occidental, los agudos observadores reconocerán de inmediato la estructura clásica de extracción imperialista, mediante la cual el capital transnacional desplaza comunidades y se apropia de recursos bajo la protección política y militar de Estados locales encargados de la represión violenta de la resistencia a la expulsión y la explotación.
El patrón es el mismo en toda América Latina. Los bancos chinos han otorgado más de $137 mil millones en préstamos para financiar proyectos de infraestructura, energía y minería. Un informe de 2022 de una coalición de grupos ambientalistas y de derechos humanos analizó 26 proyectos en Argentina, Brasil, Bolivia, México, Perú, y Venezuela. Encontró violaciones generalizadas de los derechos humanos, el desplazamiento de comunidades locales, devastación ambiental y conflictos violentos dondequiera que se realizaran inversiones chinas en minas y megaproyectos. Los defensores de las prácticas crediticias de China afirman que estos préstamos son diferentes de los que provienen de Occidente porque no imponen condiciones como lo hacen los prestamistas occidentales. Esto no es enteramente verdad. Pero incluso si lo fuera, ¿qué diferencia hace eso para los trabajadores, campesinos y comunidades indígenas que resisten la explotación, la represión y la destrucción ambiental asociadas con el capital chino en colaboración con inversionistas transnacionales de otros lugares y Estados capitalistas locales?
El punto no es que el capital chino sea peor o mejor que el capital originario de otros países. El capital es capital independiente de la identidad nacional o étnica de sus portadores. Sin embargo, cuando un Estado capitalista occidental y un Estado capitalista en el Sur Global cooperan para imponer megaproyectos a las comunidades locales o para facilitar el saqueo corporativo transnacional en la extracción o la industria, esta cooperación es condenada (correctamente) como explotación por parte del imperialismo y las clases dominantes locales. Cuando dos Estados capitalistas del Sur Global cooperan para los mismos megaproyectos y la explotación corporativa, esto se elogia como una “cooperación Sur-Sur” progresista y antiimperialista y “que trae desarrollo”.
Organizaciones como la Tricontinental, encabezada por Vijay Prashad, elogian a borbotones este papel chino en el antiguo Tercer Mundo como “mutuamente beneficioso”, “ayudando el desarrollo” y “ganador-ganador” para China y los países en los que invierten sus corporaciones. ¿Realmente debemos creer que los inversionistas chinos están expandiendo las zonas francas industriales y reubicando la producción industrial intensiva en mano de obra de China a zonas de salarios más bajos en Etiopia, Vietnam y otros lugares, ¿no para obtener ganancias sino para “ayudar a estos países a desarrollarse”? ¿No es ese el mismo discurso legitimador del Banco Mundial? Repitiendo el discurso legitimador de la elite china Partido-Estado, la Tricontinental también ha insistido en que “el ascenso pacífico del socialismo con particularidades chinas” proporciona una alternativa al imperialismo occidental. Bueno, lo hace. Pero no una alternativa al despojo y la explotación capitalista. El desarrollo capitalista no es un proceso neutral frente a los antagonismos de clase. Es por definición un proyecto de clase de la burguesía. El desarrollo capitalista, ya sea del Oeste o del Este, se trata de expandir las fronteras de la acumulación.
El Mal Uso de la Soberanía y la Solidaridad
La izquierda “antiimperialista” condena legítimamente la propaganda occidental, pero parece incapaz de denunciar o incluso reconocer la propaganda no occidental en todo el mundo, o peor aún, repite esa misma propaganda como cámara de eco.
Nicaragua proporciona un caso de manual. El régimen de Ortega ha demostrado ser hábil en el uso de un lenguaje que suena radical y una retórica antiimperialista para tocar una cuerda reflexiva de apoyo de apoyo entre la izquierda internacional. Ortega volvió al poder en 2007 a través de un pacto con la tradicional oligarquía de derecha del país, los exmiembros de la contrarrevolución armada y la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica y las sectas evangélicas. Prometiendo respeto absoluto por la propiedad privada y libertad irrestricta para el capital, procedió a cogobernar hasta 2018 con la clase capitalista, otorgando al capital transnacional 10 años de exenciones fiscales, desregulación, libertad irrestricta para repatriar ganancias y represión de los trabajadores en huelga. El 96 porciento de la propiedad del país sigue en manos del sector privado. La dictadura ha reprimido toda la disidencia y ha cerrado más de 3,500 organizaciones de la sociedad civil desde 2018, esto en un país de apenas seis millones de habitantes, porque considera que cualquier vida cívica fuera de la propia es una amenaza.
Muchos progresistas pueden estar genuinamente confundidos debido al merecido apoyo que la revolución Sandinista de 1979-1990 recabó en todo el mundo y la historia de la despiadada intervención norteamericana contra el país. Esa revolución murió en 1990 y lo que llegó al poder en 2007 bajo Ortega fue todo menos revolución. Sin embargo, la izquierda “antiimperialista” ha optado por abrazar calurosamente la dictadura, justificada por los supuestos intentos de Estados Unidos de desestabilizar el régimen y en nombre de la “soberanía”. Pero la evidencia no respalda la afirmación de estos detractores de que Estados Unidos está impulsando un “cambio de régimen contrarrevolucionario” contra Ortega, a pesar retórica de ruido de sables de Washington.
Nicaragua no enfrenta sanciones comerciales o de inversión. Estados Unidos es el principal socio comercial del país (el comercio bilateral superó los $8,3 mil millones en 2022) y la inversión corporativa transnacional continúa llegando, al igual que los préstamos multilaterales al Banco Central. No hay intervención militar o paramilitar estadounidense. Sin embargo, ninguno de estos hechos ha impedido que la organización estadounidense Code Pink, entre otras, afirme que el de Ortega es un “gobierno socialista” bajo la presión de “sanciones devastadoras” y que enfrenta “violentos intentos de golpe de estado”.
Washington si emprende campañas de desestabilización en toda regla, no contra Ortega, sino contra Irán, Venezuela y otros países. Tales crímenes no tienen nada que ver que los intereses de las masas obreras y populares en estos países y deben ser condenados por vehemencia por cualquier izquierdista digno de ese nombre. Pero esto no absuelve a la izquierda del compromiso con el internacionalismo y la solidaridad con los imprimidos solo porque resistimos las pretensiones imperiales de Estados Unidos en todo el mundo. La izquierda “antiimperialista”, sin embargo, le dirá lo contrario. Preste atención a la advertencia de la periodista Caitlin Johnstone: si vives en un país occidental, “simplemente no es posible que prestes tu voz a la causa de los manifestantes en las naciones atacadas por el imperio sin facilitar las campañas de propaganda del imperio sobre esas protestas. O tienes una relación responsable con esta realizad o una irresponsable”. Es así de sencillo. ¡Proletarios de solo algunos países uníos!
Los “antiimperialistas” han vuelto a una concepción de soberanía, no del pueblo o de las clases trabajadoras, sino de los gobiernos en los países que defienden. Las luchas anticolonialistas y antiimperialistas del siglo XX defendieron la soberanía nacional, no estatal, frente a la injerencia de las potencias imperiales. Los Estados capitalistas usan este reclamo de soberanía como un “derecho” para explotar y oprimir dentro de las fronteras nacionales libres de injerencia externa. Nosotros la izquierda no tenemos reparos en “violar la soberanía nacional” para condenar los abusos de los derechos humanos por parte de los regímenes pro-occidentales, y tampoco deberíamos tenerlos en defensa de los derechos humanos en aquellos regímenes no favorecidos por Washington.
El internacionalismo proletario llama a las clases trabajadoras y oprimidos de un país a extender la solidaridad no a los Estados sino a las luchas de las clases trabajadoras y oprimidas de otros países. Los Estados merecen el apoyo de la izquierda en la medida –y sólo en la medida– que impulsan las luchas emancipatorias de las clases populares y trabajadoras, que impulsen, o se vean obligados a impulsar, políticas que favorezcan a estas clases. Los “antiimperialistas” confunden el Estado con la nación, el país, y el pueblo, generalmente careciendo de cualquier concepción teórica de estas categorías y avanzando en la orientación policía populista sobre la de clase. Nosotros en la izquierda, condenamos la invasión y ocupación estadounidense de Irak a principios de este siglo. Lo hicimos no porque apoyáramos al régimen de Saddam Hussein –solo un tonto podría haberlo hecho– sino porque nos solidarizamos con el pueblo iraquí y porque todo el proyecto imperial para el Medio Oriente equivalía a un ataque contra los pobres y los oprimidos en todas partes.
BRICS: Sustitución de la Contradicción Capital-Trabajo por una Contradicción Norte-Sur
Los “antiimperialistas” aplauden a los BRICS como un desafío del Sur al capitalismo global, una opción progresista, incluso antiimperialista, para la humanidad. Solo pueden hacer tal afirmación reduciendo el capitalismo y el imperialismo a la supremacía occidental en el sistema internacional. En el apogeo del colonialismo y sus secuelas inmediatas, las clases dominantes locales eran, en el mejor de los casos, antiimperialistas, pero no anticapitalistas. Su nacionalismo borró las divisiones de clase al proclamar una identidad de intereses entre los ciudadanos de un país en particular.
Este nacionalismo tuvo un aspecto progresista y, a veces, en la medida en que todos los miembros del país en cuestión estaban oprimidos por la dominación colonial, los sistemas de castas que impuso y la supresión de capital endógena. Los “antiimperialistas” de hoy se entusiasman por los BRICS como un “proyecto del Tercer Mundo” revivido, en palabras de Prashad, una nostalgia anticuada por ese momento anticolonial de mediados del siglo XX que oscurece las contradicciones de clase internas junto con la red de las relaciones de clase transnacionales en las que están enredados. Dos referencias bastarán para ilustrar cuán desconectado está ese pensamiento de la realidad del siglo XXI.
Hace varios años tue la oportunidad de dar una charla en Manila a un grupo de activistas revolucionarios filipinos. Una mujer presente, originaria de la India, se opuso a mi análisis del surgimiento de una clase capitalista transnacional que incorporó contingentes del antiguo Tercer Mundo. Me dijo que en la India “estamos luchando contra el imperialismo y por la liberación nacional”. Le pregunté qué quería decir con esto. Los capitalistas centrales estaban explotando a los trabajadore indios y transfiriendo el excedente a los países imperialistas siguiendo las líneas que analizó Lenin, respondió ella.
Fue pura coincidencia que en la misma semana de mi charla, el conglomerado corporativo global con sede en la India, Tata Group, que opera en más de 100 países en seis continentes, había adquirido una serie de íconos corporativos de su antiguo amo colonial británico, entre ellos, Land Rover, Jaguar, Tetley Tea, British Steel, y la cadena de supermercados Tesco, lo que convirtió a Tata en el mayor empleador del Reino Unido. Entonces, estos capitalistas con base en la India se habían convertido en los mayores explotadores individuales de los trabajadores británicos. ¡Según la propia lógica de esta mujer, el Reino Unido ahora era víctima del imperialismo indio!
Poco después de su primera toma de posesión, en 2003, y luego nuevamente en 2010 durante su segundo mandato presidencial, el presidente brasileño Lula cargó un avión del gobierno con ejecutivos corporativos brasileños y se dirigió a África. El séquito presidencial-corporativo presionó a Mozambique y otros países africanos para que se abrieran a la inversión en los abundantes recursos minerales del continente por parte de la corporación minera transnacional con sede en Brasil, Vale, que también opera en los seis continentes, bajo la retórica de la “solidaridad Sur-Sur”. No está claro qué había de antiimperialista, y mucho menos anticapitalista, en los safaris corporativos africanos de Lula y, por extensión, en la agenda de “cooperación Sur-Sur” que personifica, o porque la izquierda debería aplaudir la expansión del capital con sede en Brasil en África, capital con sede en China en América Latina, capital con sede en Rusia en Asia Central o capital con sede en India en el Reino Unido.
Podemos apoyar las políticas (ligeramente) redistributivas a nivel doméstico y la política exterior dinámica en el extranjero de gobiernos como el de Lula. Todos los Estados capitalistas no son iguales y es muy importante quién está en el gobierno. Pero un gobierno “progresista” no es necesariamente socialista ni tampoco necesariamente antiimperialista. Para los miopes, la expansión hacia el exterior del capital chino, indio o brasileño es vista como una especie de liberación del imperialismo. ¿Qué se puede hacer con la extraña afirmación del Geopolitical Economy Research Group (Grupo de Investigación de Economía Geopolítica) con sede en Canada y el International Manifesto Group (Grupo de Manifiesto Internacional) que patrocina, para quienes el compromiso ideológico triunfa sobre los hechos, de que los BRICS se encuentran “entre los éxitos más conocidos” en los esfuerzos por promover “desarrollo nacional e industrialización autónomos e igualitarios para romper las cadenas imperialistas”?
Si bien los BRICS no representan una alternativa al capitalismo global y la dominación del capital transnacional, sí señala el cambio hacia un sistema interestatal más multipolar y equilibrado dentro del orden capitalista global. Pero tal sistema interestatal multipolar sigue parte de un mundo capitalista global brutal y explotador en el que los capitalistas y Estados BRICS están tan comprometidos con el control y la explotación de las clases trabajadoras y populares globales como sus contrapartes del Norte. A medida que aumenta la membresía de los BRICS, los nuevos candidatos para unirse al bloque en 2023 incluyen Estados tan magníficamente “autónomos e igualitarios” que luchan contra las “cadenas imperialistas” como Arabia Saudita, Egipto, Baréin, Afganistán, Nigeria y Kazajstán.
Multipolaridad: El Nuevo Albatros
La invasión rusa de Ucrania en 2022 y la respuesta política, militar y económica radical de Occidente pueden señalar el golpe de gracias de un orden interestatal decadente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Un capitalismo global cada vez más integrado es incompatible con un orden político internacional y una arquitectura financiera controlados por Estados Unidos y el Occidente, y con una economía global denominada exclusivamente en dólares. Estamos al comienzo de una reconfiguración radical de las alineaciones geopolíticas globales al ritmo de la creciente turbulencia económica y el caos político. Sin embargo, la crisis de hegemonía en el orden internacional tiene lugar dentro de esta economía global única e integrada. El pluralismo capitalista global emergente puede ofrecer un mayor margen de maniobra para las luchas populares en todo el mundo, pero un mundo políticamente multipolar no significa que los polos emergentes del capitalismo global sean menos explotadores u opresores que los centros establecidos.
Por el contrario, el Occidente establecido y los centros emergentes en este mundo policéntrico están convergiendo en turno a tropos de “Gran Potencia” notablemente similares, especialmente el nacionalismo jingoísta, a menudo étnica, y la nostalgia de una “civilización gloriosa” mitificada que ahora debe recuperarse. Las narrativas spenglerianas difieren de un país a otro según las historias y culturas particulares, a saber:
En China el hipernacionalismo se combina con la obediencia confuciana a la autoridad, la supremacía étnica Han y una nueva Gran Marcha para recuperar el estatus de gran potencia. Para Putin son los días de gloria de un imperio de la “Gran Rusia” anclado en Eurasia, políticamente respaldado por un conservadurismo patriarcal extremo que Putin llama “valores espirituales y morales tradicionales” que encarnan la “esencia espiritual de la nación rusa sobre el Occidente decadente”. En EEUU, es la bravuconería hiperimperial de una Pax Americana menguante, legitimada por la doctrina de “excepcionalismo estadounidense” y la grandilocuencia de la “democracia y la libertad”, en cuyo margen siempre ha estado la supremacía blanca, ahora encarnada en un movimiento fascista en ascenso como “teoría del reemplazo”. A estos podríamos agregar el panturquismo, el nacionalismo hindú y otras ideologías cuasi fascistas en este mundo policéntrico en ascenso. ¡Haz América Grande de Nuevo! ¡Haz China Grande de Nuevo! ¡Haz Rusia Grande de Nuevo!
Estados Unidos puede ser el mandamás y el criminal más peligroso entre los cárteles de Estados criminales que compiten entre sí. Debemos condenar a Washington por instigar una Nueva Guerra Fría y por empujar a Rusia a través de una expansión agresiva de la OTAN para que invada Ucrania. Sin embargo, la izquierda “antiimperialista” insiste en que hay un solo enemigo, Estados Unidos y sus aliados. Este es un cuento maniqueo del “Occidente y el resto”. Tal narrativa metafísica de Star Wars (Guerra de las Galaxias) sobre la lucha virtuosa contra el singular Imperio del Mal termina legitimando la invasión rusa de Ucrania. Y al igual que Star Wars, se vuelve difícil distinguir el balbuceo fantástico de un mundo de fantasía del balbuceo de la izquierda “antiimperialista”.
William I. Robinson. Distinguido Profesor de Sociología. Universidad de California en Santa Barbara.
Publicado en inglés en Los Angeles Review of Books (The Philosophical Salon)
Traducido por el Autor
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
viernes, 2 de junio de 2023
Resultados de las elecciones. La izquierda se devora a sí misma. Ahora ¿qué?
Los resultados electorales del domingo pasado representan una derrota sin paliativos de las izquierdas que creo se pueden explicar por cuatro factores a tener muy en cuenta si se quiere que las generales recién convocadas de un vuelco y permitan renovar un gobierno progresista.
El primero de ellos es el acierto del PP.
Sus dirigentes se han limitado a asegurar la permanencia de su electorado tradicional y que el de Ciudadanos se fuera a su cesta de votos. Para ello, han centrado la campaña en un discurso muy elemental y conocido: Pedro Sánchez sólo ha buscado y busca mantenerse en el poder por cualquier medio, para ello se ha aliado con quienes desean destruir España y con los herederos de ETA en particular, y ha formado un gobierno dividido internamente que destruye España.
Gracias a ello, el Partido Popular ha obtenido 1,89 millones de votos municipales más que en 2019, es decir, no sólo los 1,69 millones que ha perdido Ciudadanos, sino otros 200.000 añadidos que habrá quitado a PSOE, o incluso a Vox, gracias a la radicalización de su discurso.
El segundo factor es que la estrategia del PSOE (centrar la campaña en Pedro Sánchez con relatos y propuestas de alcance nacional) no ha podido ser muy buena, pues ha obtenido 407.000 votos menos que en 2019.
Los dirigentes que han perdido alcaldías o que han recogido menos votos de los esperados coinciden en que eso explica su derrota. Pero no creo que eso sea achacable tan solo a la decisión de su líder.
El problema, a mi juicio, es que el PSOE está siendo en los últimos años un partido sin norte, sin proyecto y con una militancia y organización de base (su gran valor y la fuente de sus grandes éxitos electorales) desanimada, desmovilizada e incapaz de hacer política al lado de la gente.
El PSOE, como otros partidos de izquierdas, se ha convertido en una organización cesarista, en donde ya no hay apenas debate y en donde la estrategia se determina al margen de los órganos del Partido y, por supuesto, de la militancia. El partido socialista, como las izquierdas en general, lleva muchos años sin ser uña y carne de la gente de los barrios, sin vivir en el día a día sus problemas y sin construir de su mano la esperanza en un futuro diferente. Y eso se paga con paralización, lejanía y desafecto; y con menos votos.
Por añadidura, el PSOE sigue siendo lamentablemente incapaz de deshacerse de unos pocos oportunistas que suponen, sin embargo, un lastre insoportable para la inmensa mayoría comprometida y honesta de su militancia.
El tercer factor que a mi juicio explica los resultados electorales es la irresponsabilidad histórica de los dirigentes de las organizaciones a la izquierda del PSOE.
Es una irresponsabilidad la desunión con la que se ha acudido a estas elecciones municipales y autonómicas porque se sabía perfectamente que esa división iba a impedir que, en un número muy elevado de municipios y comunidades, la izquierda del PSOE fuese la tercera fuerza o que, directamente, se superase la barrera del 5% que la ley electoral establece para obtener concejalías.
Es una irresponsabilidad histórica porque la alternativa a los gobiernos de centro izquierda es una derecha que se radicaliza constantemente llevada de la mano de los grandes grupos financieros y empresariales que la financian y a quienes la democracia ya les viene grande porque sus negocios son cada día más incompatibles con la transparencia, la competencia, las preferencias ciudadanas y los derechos humanos.
Y lo más grave de esta irresponsabilidad es que no basta con acudir a las elecciones en las mismas candidaturas. Es necesario ir unidos que no es exactamente lo mismo. La experiencia ha mostrado hasta la saciedad que no basta con sumar siglas ni juntarse mientras unos ponen verdes a los otros. Y la realidad es que ni siquiera se han dado tregua en las elecciones.
¿A quién le gusta salir de copas o irse a cenar con una pareja que no para de discutir y se ataca constantemente? A nadie en su sano juicio, y eso mismo es lo que le pasa a la gente corriente cuando ve a las izquierdas dedicadas sin parar a criticarse y hacerse zancadillas, a pelearse y condenar a los demás sin descanso.
Cuesta decirlo, pero esa irresponsabilidad que ha implicado dejar en manos de la derecha cada día más extrema a cientos de municipios y casi todas las autonomías provocará el dolor de millones de personas, el sufrimiento y malestar de los españoles más desfavorecidos. No vale criticar tanto las maldades del capitalismo y luego actuar de modo que se facilite la llegada a los gobiernos de quien lo lleva a sus últimos extremos y con menos escrúpulos.
Finalmente, hay un factor, concomitante con los dos anteriores, que a mi juicio también explica la derrota de la izquierda y que es achacable (no estoy seguro de en qué proporción) a los socios que conforman el gobierno.
Como escribí hace tiempo, este último viene tomando medidas que protegen a la inmensa mayoría de los españoles y con las que estos manifiestan estar de acuerdo muy mayoritariamente en las encuestas. Sin embargo, los partidos que forman el gobierno no logran concitar suficiente apoyo electoral y más bien parece que actúan en contra de la mayoría de todos los españoles.
A mi juicio, la causa de esto es triple.
En primer lugar, el gobierno no ha gestionado bien la comunicación social para contrarrestar la desinformación y las mentiras constantes de los medios privados. Lo ha hecho mal porque en España se ha producido un caso posiblemente único en el mundo: en lugar de apostar por su democratización, el gobierno deja los medios públicos en manos de su oposición. Algo que se puede comprobar fácilmente viendo sus contenidos informativos y el tipo de opinión mayoritaria que difunden. Y, además, porque al mismo tiempo no crea ni despliega un sistema de mediación social (la organización y militancia de los partidos) alternativo al que sostienen los capitales privados. El resultado es que el relato dominante desvirtúa y falsea la información y hace que la población actúe verdaderamente a ciegas.
En segundo lugar, el gobierno se ha dejado llevar y no ha dejado de meterse continuamente en charcos y de hacer un ruido con asuntos de segundo orden, echando por alto sus logros más transversales, importantes y valiosos. Y, digámoslo claro de una vez, porque ha tenido una agenda legislativa al servicio de intereses o planteamientos periféricos y minoritarios claramente contrarios al sentir común de la mayoría de los españoles. Si este gobierno ha roto al movimiento feminista o está haciendo que se abran varios frentes en su seno, o que sus socios se den la espalda en asuntos fundamentales ¿cómo se puede esperar que se mantenga unida en torno a él la mayoría de la población? En particular, el gobierno ha dado giros para la gente incomprensibles (como ante Marruecos), ha elaborado leyes sobre principios para la mayoría social inasumibles, como la ley trans o el cambio de penas del Código Penal, o se ha empeñado en hacer creer que para garantizar la gobernabilidad de España hay que someterse a la voluntad de quienes afirman que esta «le importa un comino». O todo eso se explica bien, o se produce un roto electoral irresoluble.
En tercer lugar, yo creo que la gente corriente no puede entender que unos socios del gobierno digan cosas tan fuertes sobre los demás y sigan ocupando ministerios, que se muestren las desavenencias en público y no se sea capaz de arreglarlas en los despachos.
Cuando todo esto ocurre y, al mismo tiempo, se quiere que la situación nacional condicione el voto municipal o autonómico, es lógico que los resultados sean nefastos.
Ahora qué la reacción del presidente del Gobierno no se ha hecho esperar, convocar inmediatamente elecciones.
La decisión es sorprendente por varias razones.
En primer lugar, porque -aunque la decisión corresponde al Presidente del Gobierno- parece lógico que hubiera valorado los resultados y consultado la estrategia con su Ejecutiva. No es la mejor forma de desprenderse del cesarismo que tanto daño hace a la izquierda; más bien lo agudiza.
En segundo lugar, parece una falta de respeto a la normalidad institucional que se haga coincidir la constitución de ayuntamientos y parlamentos y gobiernos autonómicos con nuevas elecciones.
El primero de ellos es el acierto del PP.
Sus dirigentes se han limitado a asegurar la permanencia de su electorado tradicional y que el de Ciudadanos se fuera a su cesta de votos. Para ello, han centrado la campaña en un discurso muy elemental y conocido: Pedro Sánchez sólo ha buscado y busca mantenerse en el poder por cualquier medio, para ello se ha aliado con quienes desean destruir España y con los herederos de ETA en particular, y ha formado un gobierno dividido internamente que destruye España.
Gracias a ello, el Partido Popular ha obtenido 1,89 millones de votos municipales más que en 2019, es decir, no sólo los 1,69 millones que ha perdido Ciudadanos, sino otros 200.000 añadidos que habrá quitado a PSOE, o incluso a Vox, gracias a la radicalización de su discurso.
El segundo factor es que la estrategia del PSOE (centrar la campaña en Pedro Sánchez con relatos y propuestas de alcance nacional) no ha podido ser muy buena, pues ha obtenido 407.000 votos menos que en 2019.
Los dirigentes que han perdido alcaldías o que han recogido menos votos de los esperados coinciden en que eso explica su derrota. Pero no creo que eso sea achacable tan solo a la decisión de su líder.
El problema, a mi juicio, es que el PSOE está siendo en los últimos años un partido sin norte, sin proyecto y con una militancia y organización de base (su gran valor y la fuente de sus grandes éxitos electorales) desanimada, desmovilizada e incapaz de hacer política al lado de la gente.
El PSOE, como otros partidos de izquierdas, se ha convertido en una organización cesarista, en donde ya no hay apenas debate y en donde la estrategia se determina al margen de los órganos del Partido y, por supuesto, de la militancia. El partido socialista, como las izquierdas en general, lleva muchos años sin ser uña y carne de la gente de los barrios, sin vivir en el día a día sus problemas y sin construir de su mano la esperanza en un futuro diferente. Y eso se paga con paralización, lejanía y desafecto; y con menos votos.
Por añadidura, el PSOE sigue siendo lamentablemente incapaz de deshacerse de unos pocos oportunistas que suponen, sin embargo, un lastre insoportable para la inmensa mayoría comprometida y honesta de su militancia.
El tercer factor que a mi juicio explica los resultados electorales es la irresponsabilidad histórica de los dirigentes de las organizaciones a la izquierda del PSOE.
Es una irresponsabilidad la desunión con la que se ha acudido a estas elecciones municipales y autonómicas porque se sabía perfectamente que esa división iba a impedir que, en un número muy elevado de municipios y comunidades, la izquierda del PSOE fuese la tercera fuerza o que, directamente, se superase la barrera del 5% que la ley electoral establece para obtener concejalías.
Es una irresponsabilidad histórica porque la alternativa a los gobiernos de centro izquierda es una derecha que se radicaliza constantemente llevada de la mano de los grandes grupos financieros y empresariales que la financian y a quienes la democracia ya les viene grande porque sus negocios son cada día más incompatibles con la transparencia, la competencia, las preferencias ciudadanas y los derechos humanos.
Y lo más grave de esta irresponsabilidad es que no basta con acudir a las elecciones en las mismas candidaturas. Es necesario ir unidos que no es exactamente lo mismo. La experiencia ha mostrado hasta la saciedad que no basta con sumar siglas ni juntarse mientras unos ponen verdes a los otros. Y la realidad es que ni siquiera se han dado tregua en las elecciones.
¿A quién le gusta salir de copas o irse a cenar con una pareja que no para de discutir y se ataca constantemente? A nadie en su sano juicio, y eso mismo es lo que le pasa a la gente corriente cuando ve a las izquierdas dedicadas sin parar a criticarse y hacerse zancadillas, a pelearse y condenar a los demás sin descanso.
Cuesta decirlo, pero esa irresponsabilidad que ha implicado dejar en manos de la derecha cada día más extrema a cientos de municipios y casi todas las autonomías provocará el dolor de millones de personas, el sufrimiento y malestar de los españoles más desfavorecidos. No vale criticar tanto las maldades del capitalismo y luego actuar de modo que se facilite la llegada a los gobiernos de quien lo lleva a sus últimos extremos y con menos escrúpulos.
Finalmente, hay un factor, concomitante con los dos anteriores, que a mi juicio también explica la derrota de la izquierda y que es achacable (no estoy seguro de en qué proporción) a los socios que conforman el gobierno.
Como escribí hace tiempo, este último viene tomando medidas que protegen a la inmensa mayoría de los españoles y con las que estos manifiestan estar de acuerdo muy mayoritariamente en las encuestas. Sin embargo, los partidos que forman el gobierno no logran concitar suficiente apoyo electoral y más bien parece que actúan en contra de la mayoría de todos los españoles.
A mi juicio, la causa de esto es triple.
En primer lugar, el gobierno no ha gestionado bien la comunicación social para contrarrestar la desinformación y las mentiras constantes de los medios privados. Lo ha hecho mal porque en España se ha producido un caso posiblemente único en el mundo: en lugar de apostar por su democratización, el gobierno deja los medios públicos en manos de su oposición. Algo que se puede comprobar fácilmente viendo sus contenidos informativos y el tipo de opinión mayoritaria que difunden. Y, además, porque al mismo tiempo no crea ni despliega un sistema de mediación social (la organización y militancia de los partidos) alternativo al que sostienen los capitales privados. El resultado es que el relato dominante desvirtúa y falsea la información y hace que la población actúe verdaderamente a ciegas.
En segundo lugar, el gobierno se ha dejado llevar y no ha dejado de meterse continuamente en charcos y de hacer un ruido con asuntos de segundo orden, echando por alto sus logros más transversales, importantes y valiosos. Y, digámoslo claro de una vez, porque ha tenido una agenda legislativa al servicio de intereses o planteamientos periféricos y minoritarios claramente contrarios al sentir común de la mayoría de los españoles. Si este gobierno ha roto al movimiento feminista o está haciendo que se abran varios frentes en su seno, o que sus socios se den la espalda en asuntos fundamentales ¿cómo se puede esperar que se mantenga unida en torno a él la mayoría de la población? En particular, el gobierno ha dado giros para la gente incomprensibles (como ante Marruecos), ha elaborado leyes sobre principios para la mayoría social inasumibles, como la ley trans o el cambio de penas del Código Penal, o se ha empeñado en hacer creer que para garantizar la gobernabilidad de España hay que someterse a la voluntad de quienes afirman que esta «le importa un comino». O todo eso se explica bien, o se produce un roto electoral irresoluble.
En tercer lugar, yo creo que la gente corriente no puede entender que unos socios del gobierno digan cosas tan fuertes sobre los demás y sigan ocupando ministerios, que se muestren las desavenencias en público y no se sea capaz de arreglarlas en los despachos.
Cuando todo esto ocurre y, al mismo tiempo, se quiere que la situación nacional condicione el voto municipal o autonómico, es lógico que los resultados sean nefastos.
Ahora qué la reacción del presidente del Gobierno no se ha hecho esperar, convocar inmediatamente elecciones.
La decisión es sorprendente por varias razones.
En primer lugar, porque -aunque la decisión corresponde al Presidente del Gobierno- parece lógico que hubiera valorado los resultados y consultado la estrategia con su Ejecutiva. No es la mejor forma de desprenderse del cesarismo que tanto daño hace a la izquierda; más bien lo agudiza.
En segundo lugar, parece una falta de respeto a la normalidad institucional que se haga coincidir la constitución de ayuntamientos y parlamentos y gobiernos autonómicos con nuevas elecciones.
En tercer lugar, produce un efecto de imprevisibles consecuencias en el funcionamiento de la presidencia europea. No es fácil entender que se haya dado lugar a que esta se desarrolle con un gobierno en funciones. Y, finalmente, porque la decisión de convocar elecciones cuando el adversario está más fuerte y pletórico parece políticamente incomprensible. Como también lo es que se renuncie a medio año de puesta en valor de lo realizado a lo largo de la anterior legislatura. A primera vista, la decisión del Presidente Sánchez parece que equivale a un sálvese quien pueda, a un salir corriendo de la quema sin apenas recoger los papeles. Y eso, si no lleva consigo la renuncia a volver a presentarse.
¿Podrán tener las elecciones del 23 de julio un resultado diferente a las de ayer domingo?
Quizá eso pueda ser posible pero, desde luego, no actuando de cualquier forma.
Obviamente no hay tiempo para hacer planteamiento de medio o largo plazo.
El Partido socialista tiene muchos años a su espalda, está curtido en mil batallas y si algo tiene su actual secretario general es determinación y coraje. No sería la primera batalla dada por perdida de antemano que termina ganando. En unas semanas veremos si su partido ha podido recomponerse instantáneamente, algo que sólo será posible si prevalecen la unidad y la movilización de su militancia.
A su izquierda las cosas son más difíciles que nunca. No hay tiempo sino para presentar candidaturas de unidad que no sean, otra vez, el resultado de un mero acuerdo desde arriba. La única posibilidad de que la izquierda del PSOE recupere electorado (a su vez, quizá la única de que haya un nuevo gobierno progresista) es que, liderada por Yolanda Díaz, actúe con inteligencia y generosidad y presente candidaturas unitarias, de amplio liderazgo social, que reflejen el compromiso, la inteligencia colectiva y la lucha por la defensa de los intereses de las mayorías sociales, atractivas, un espejo donde se refleje lo mejor de nuestra sociedad.
Y, por supuesto, que se haga una campaña en la que se dé prioridad a lo que une a las izquierdas, en la que se coopere y no se divida.
Es imprescindible tener presente, ahora más que nunca, que una estrategia política nunca puede llegar a ser mayoritaria si se centra en planteamientos, intereses o identidades periféricos. Si la izquierda quiere ser la columna vertebral de la transformación social debe basar su discurso en lo que afecta y preocupa a las mayorías, en el sentido común de la gente y en planteamiento transversales. Una cosa es reconocer y defender los derechos de las periferias y otra confundirse con ellos.
Las izquierdas no pueden renunciar a vertebrar a España ni avergonzarse de que ese ha de ser su principal objetivo. Deben ofrecer un proyecto de interés nacional, única forma de enfrentarse al nacionalismo español y a los periféricos que polarizan sin cesar la actividad política y degeneran la vida social.
¿Podrán tener las elecciones del 23 de julio un resultado diferente a las de ayer domingo?
Quizá eso pueda ser posible pero, desde luego, no actuando de cualquier forma.
Obviamente no hay tiempo para hacer planteamiento de medio o largo plazo.
El Partido socialista tiene muchos años a su espalda, está curtido en mil batallas y si algo tiene su actual secretario general es determinación y coraje. No sería la primera batalla dada por perdida de antemano que termina ganando. En unas semanas veremos si su partido ha podido recomponerse instantáneamente, algo que sólo será posible si prevalecen la unidad y la movilización de su militancia.
A su izquierda las cosas son más difíciles que nunca. No hay tiempo sino para presentar candidaturas de unidad que no sean, otra vez, el resultado de un mero acuerdo desde arriba. La única posibilidad de que la izquierda del PSOE recupere electorado (a su vez, quizá la única de que haya un nuevo gobierno progresista) es que, liderada por Yolanda Díaz, actúe con inteligencia y generosidad y presente candidaturas unitarias, de amplio liderazgo social, que reflejen el compromiso, la inteligencia colectiva y la lucha por la defensa de los intereses de las mayorías sociales, atractivas, un espejo donde se refleje lo mejor de nuestra sociedad.
Y, por supuesto, que se haga una campaña en la que se dé prioridad a lo que une a las izquierdas, en la que se coopere y no se divida.
Es imprescindible tener presente, ahora más que nunca, que una estrategia política nunca puede llegar a ser mayoritaria si se centra en planteamientos, intereses o identidades periféricos. Si la izquierda quiere ser la columna vertebral de la transformación social debe basar su discurso en lo que afecta y preocupa a las mayorías, en el sentido común de la gente y en planteamiento transversales. Una cosa es reconocer y defender los derechos de las periferias y otra confundirse con ellos.
Las izquierdas no pueden renunciar a vertebrar a España ni avergonzarse de que ese ha de ser su principal objetivo. Deben ofrecer un proyecto de interés nacional, única forma de enfrentarse al nacionalismo español y a los periféricos que polarizan sin cesar la actividad política y degeneran la vida social.
lunes, 13 de junio de 2022
_- Las izquierdas van a ganar en Andalucía
_- La tesis de la inevitabilidad del triunfo de las derechas ha sido puesta en circulación con una cantidad de medios extraordinarios y de manera muy prolongada en el tiempo con la finalidad de desmovilizar a los electores de las diferentes izquierdas para que no acudan a las elecciones
Antonio Avendaño, muy buen amigo y excelente analista, publicó el pasado domingo, 5 de julio, un artículo en El Plural Andalucía con el título “El 19-J en diez claves y un prólogo”, que comenzaba así: “estas son las primeras elecciones andaluzas en cuarenta años donde existe certeza de que la izquierda no gobernará”.
Como habrán visto por el título que he puesto a esta entrada del blog, que no por casualidad se llama “Contracorriente”, no estoy de acuerdo con esta tajante afirmación de Antonio Avendaño. Tal como yo veo el proceso electoral que finalizará el próximo domingo, la tesis de la inevitabilidad del triunfo de las derechas ha sido puesta en circulación con una cantidad de medios extraordinarios y de manera muy prolongada en el tiempo con la finalidad de desmovilizar a los electores de las diferentes izquierdas para que no acudan a las elecciones. No viene de estos meses finales, sino que es una tesis que se viene reiterando de manera asfixiante desde que empezó la legislatura en diciembre de 2018. “Andaluz de izquierdas: estas no son tus elecciones”. Este es el mensaje.
Y es el que se ha concretado con la elección de la fecha electoral. El jueves 16 es el día del Corpus, que es festivo en varias provincias andaluzas y supone un corte en la semana final de la campaña electoral. Es un día del que se hace uso como comienzo de puente por muchas familias, especialmente cuando el calor aprieta, como lo está haciendo este año. La elección del 19-J no ha sido una elección inocente. Es un obstáculo más para la movilización del electorado de izquierda.
Y también con el planteamiento de la campaña electoral, en la que el PP y el Gobierno de la Junta de Andalucía están jugando a que las elecciones pasen desapercibidas, con la finalidad de que no haya debate que pueda despertar la atención de los electores. Ya tuvimos ocasión de comprobarlo en el primer debate electoral en televisión. La actitud cuasi ausente del candidato del PP, Juanma Moreno, fue, para mí, lo más llamativo del debate. Parecía casi que estuviera evacuando un trámite penoso y no participando en un acto central de la liturgia democrática. Su único objetivo parecía ser dejar que pasara el tiempo sin involucrarse en discusión de ningún tipo. Ni con los otros partidos de la derecha ni con los de las izquierdas. Lo único que faltó es que mirara su reloj, como hizo el Presidente Bush padre en el debate con Bill Clinton en 1992.
No tengo la menor duda de que esa va a ser su actitud esta semana final y especialmente en el debate de este lunes. Es algo para lo que los partidos de las izquierdas tienen que estar preparados. Con educación, pero con firmeza, tienen que reprocharle al Presidente Moreno Bonilla la forma en que ha comprometido nada menos que al Rey Felipe VI en su campaña electoral. Sería el momento oportuno para que se formulara la pregunta de si la Casa Real ha sido consultada por la dirección del PP antes de hacer uso de su imagen. No se puede tolerar que el juego sucio se lleve hasta hacer uso de la figura del rey.
Todo ello es indicativo de la inseguridad de las derechas en general y del PP en particular. Saben que son minoría y que únicamente si consiguen desmovilizar a los votantes de izquierda, pueden ganar. No es una campaña ganadora en la que se confía en el propio programa y su fuerza atractiva. No confían en ganar convenciendo, sino en ganar embarrando el terreno de juego para que la ciudadanía se ausente.
Esta fue la estrategia del Gobierno de Adolfo Suárez en el referéndum del 28-F, para impedir el acceso a la autonomía por la vía del artículo 151 de la Constitución. La reacción del cuerpo electoral andaluz desbarató dicha estrategia.
En este 19-J se está ensayando la misma estrategia con la finalidad de ir erosionando lo conseguido en las décadas que siguieron al 28-F. La movilización del cuerpo electoral no es menos importante en este 19-J de lo que lo fue en el 28-F. No hay que dar credibilidad a las encuestas y hacer oídos sordos a todos los mensajes para que la gente se quede en su casa. Si las izquierdas vamos a las urnas, ganamos.
Tenemos que prepararnos para celebrar el 19-J como un éxito. No aceptemos que nos condenen a la resignación.
https://www.eldiario.es/contracorriente/izquierdas-ganar-andalucia_132_9075256.html
Antonio Avendaño, muy buen amigo y excelente analista, publicó el pasado domingo, 5 de julio, un artículo en El Plural Andalucía con el título “El 19-J en diez claves y un prólogo”, que comenzaba así: “estas son las primeras elecciones andaluzas en cuarenta años donde existe certeza de que la izquierda no gobernará”.
Como habrán visto por el título que he puesto a esta entrada del blog, que no por casualidad se llama “Contracorriente”, no estoy de acuerdo con esta tajante afirmación de Antonio Avendaño. Tal como yo veo el proceso electoral que finalizará el próximo domingo, la tesis de la inevitabilidad del triunfo de las derechas ha sido puesta en circulación con una cantidad de medios extraordinarios y de manera muy prolongada en el tiempo con la finalidad de desmovilizar a los electores de las diferentes izquierdas para que no acudan a las elecciones. No viene de estos meses finales, sino que es una tesis que se viene reiterando de manera asfixiante desde que empezó la legislatura en diciembre de 2018. “Andaluz de izquierdas: estas no son tus elecciones”. Este es el mensaje.
Y es el que se ha concretado con la elección de la fecha electoral. El jueves 16 es el día del Corpus, que es festivo en varias provincias andaluzas y supone un corte en la semana final de la campaña electoral. Es un día del que se hace uso como comienzo de puente por muchas familias, especialmente cuando el calor aprieta, como lo está haciendo este año. La elección del 19-J no ha sido una elección inocente. Es un obstáculo más para la movilización del electorado de izquierda.
Y también con el planteamiento de la campaña electoral, en la que el PP y el Gobierno de la Junta de Andalucía están jugando a que las elecciones pasen desapercibidas, con la finalidad de que no haya debate que pueda despertar la atención de los electores. Ya tuvimos ocasión de comprobarlo en el primer debate electoral en televisión. La actitud cuasi ausente del candidato del PP, Juanma Moreno, fue, para mí, lo más llamativo del debate. Parecía casi que estuviera evacuando un trámite penoso y no participando en un acto central de la liturgia democrática. Su único objetivo parecía ser dejar que pasara el tiempo sin involucrarse en discusión de ningún tipo. Ni con los otros partidos de la derecha ni con los de las izquierdas. Lo único que faltó es que mirara su reloj, como hizo el Presidente Bush padre en el debate con Bill Clinton en 1992.
No tengo la menor duda de que esa va a ser su actitud esta semana final y especialmente en el debate de este lunes. Es algo para lo que los partidos de las izquierdas tienen que estar preparados. Con educación, pero con firmeza, tienen que reprocharle al Presidente Moreno Bonilla la forma en que ha comprometido nada menos que al Rey Felipe VI en su campaña electoral. Sería el momento oportuno para que se formulara la pregunta de si la Casa Real ha sido consultada por la dirección del PP antes de hacer uso de su imagen. No se puede tolerar que el juego sucio se lleve hasta hacer uso de la figura del rey.
Todo ello es indicativo de la inseguridad de las derechas en general y del PP en particular. Saben que son minoría y que únicamente si consiguen desmovilizar a los votantes de izquierda, pueden ganar. No es una campaña ganadora en la que se confía en el propio programa y su fuerza atractiva. No confían en ganar convenciendo, sino en ganar embarrando el terreno de juego para que la ciudadanía se ausente.
Esta fue la estrategia del Gobierno de Adolfo Suárez en el referéndum del 28-F, para impedir el acceso a la autonomía por la vía del artículo 151 de la Constitución. La reacción del cuerpo electoral andaluz desbarató dicha estrategia.
En este 19-J se está ensayando la misma estrategia con la finalidad de ir erosionando lo conseguido en las décadas que siguieron al 28-F. La movilización del cuerpo electoral no es menos importante en este 19-J de lo que lo fue en el 28-F. No hay que dar credibilidad a las encuestas y hacer oídos sordos a todos los mensajes para que la gente se quede en su casa. Si las izquierdas vamos a las urnas, ganamos.
Tenemos que prepararnos para celebrar el 19-J como un éxito. No aceptemos que nos condenen a la resignación.
https://www.eldiario.es/contracorriente/izquierdas-ganar-andalucia_132_9075256.html
domingo, 12 de junio de 2022
_- Por qué votaré a la izquierda
_- Ya sé que las encuestas son favorables a la derecha andaluza. Veo eufóricos a sus líderes porque se sienten a unos centímetros de mantenerse en el poder. Nadie cuestiona a su candidato porque será quien reparta puestos y prebendas. Yo votaré a la izquierda, estaré del lado de los hipotéticos perdedores y voy a explicar por qué.
Diré, antes de justificar el sentido de mi voto, que iré a votar. Creo que es una obligación ciudadana a la que no se debe renunciar. Ni todos los políticos son malos ni todos son iguales. El ejercicio de votar es el único que permite decidir quiénes van a tener la responsabilidad y el honor de gobernar a un pueblo. No votar es dejar las decisiones en manos del azar o de los demás. Y reconocer implícitamente que sería mejor que un caudillo o un salvador nos gobernase, sin necesidad de hacer elección alguna.
Votaré a la izquierda, aunque parezca torpe apuntarse al caballo perdedor. Y aunque parezca equivocado no sumarse al coro de alabanzas (unas, fundadas; otras, no), sobre lo que ha hecho la derecha en estos casi cuatro años. Quien oye al Presidente y al Vicepresidente, podría concluir que antes de llegar ellos al poder, solo había torpeza, estancamiento, clientelismo y corrupción. ¿No se hizo nada bien? ¿No se mejoró nada? ¿No se prosperó en nada? ¿Todos los gobiernos y todos los gestores socialistas fueron corruptos? ¿Cómo hemos sido tan tontos quienes hemos seguido votando a la izquierda una elección tras otra? ¿Cómo no vimos antes (y no vemos ahora) a los salvadores de Andalucía?
“Hemos hecho un esfuerzo”, “hemos destinado tantos millones”, “hemos creado tantos empleos”… Pues claro, no lo va a hacer la oposición sin tener presupuesto ni capacidad de decisión.
Le he oído decir al señor Feijoó que se puede ser socialista y votar al PP. ¿Le parecía tan razonable decir que se puede pertenecer al PP y votar al partido socialista o a Adelante Andalucía? Hágalo usted así, señor presidente, y actúe con el rigor de su propia lógica.
El Presidente Moreno Bonilla, a quien conocí siendo alumno de mi Facultad cuando él era vicedecano de alumnos y yo de profesorado, ha vuelto a visitar a la vaca Fadi. Una simpática broma. No me parece tan plausible hacerse una foto con el Rey para pedir el voto. Y creo que no hace falta explicar por qué.
El señor obispo de Huelva, en su homilía de la romería del Rocío, ha pedido el voto de la ciudadanía para la derecha. El prelado pide que los votantes tengan en cuenta las afinidades o incompatibilidades de los principios morales católicos. Muchas gracias por su consejo, Eminencia, me ha dado un nuevo argumento para votar a la izquierda.
He visto el debate de Televisión Española con los seis candidatos a la Presidencia. Es necesario informarse. Es obligatorio informarse. Escuchar a la paracaidista Olona desgranar su ideario, me dio otro nuevo argumento para votar a quien pienso votar. El contenido y el tono me asustaron: xenofobia, misoginia, homofobia… Lo peor de lo peor. La ultraderecha en estado puro. Como existe la posibilidad (yo diría la seguridad) de que si el PP necesita el apoyo de Vox, se lo va pedir, incluso para formar gobierno como ha pasado en Castilla-La Mancha, mi voto irá a la izquierda.
Sé que han existido en la política nacional, en la autonómica y en la local comportamientos torpes e, incluso, torticeros concebidos en la mente y salidos de las manos de políticos de izquierdas. Y he de decir que esos comportamientos me parecen deleznables en una democracia porque suponen un abuso de la confianza entregada por la ciudadanía. Comportamientos que me duelen más y desapruebo con más contundencia cuando se producen en la izquierda.
Voy a tratar de explicar las razones por las cuales depositaré mi confianza de nuevo en la izquierda. Es una obligación meter en la urna un voto argumentado, un voto racional.
Votaré a la izquierda porque, en todas las cuestiones esenciales de la vida, encarna lo que considero un ideario más elevado, más progresista, más cercano a los desfavorecidos, más abierto de mente, más sensible a los problemas de la sociedad. Concretaré.
Cuando se trata de defender la enseñanza pública o la sanidad pública, la izquierda se muestra más sensible, más cercana a una concepción del sistema educativo de calidad para todos y para todas. La escuela pública y la sanidad pública es para la izquierda la causa de la justicia.
Cuando se dirime la cuestión de lo público y lo privado, la izquierda se muestra más preocupada por quienes no tienen nada o tienen poco y rehúye la filosofía de que quien tenga dinero tendrá enseñanza, quien tenga dinero tendrá sanidad, quien tenga dinero tendrá seguridad, quien tenga dinero tendrá transporte… La derecha, cuando puede, privatiza.
Cuando se trata de separar el poder de la Iglesia y del Estado, la izquierda está por la labor de que cada poder mantenga su parcela sin interferencias de la Jerarquía en la ordenación de la vida y costumbres de la ciudadanía.
Cuando se procede a repartir los bienes, abundantes o escasos, tiene una mayor sensibilidad para los desfavorecidos, para los pobres, para quienes Paulo Freire denominaba “los desheredados de la tierra”.
Cuando se legisla sobre el aborto es más sensible con la decisión de las mujeres. Y no manipula la realidad con frases huecas y consignas tramposas. Nadie está a favor de la muerte. Me gustaría saber cuántos votantes de la derecha, indignados contra la ley del aborto, han acudido luego a practicarlo a escondidas.
Cuando se trata de defender los derechos de los homosexuales, de las lesbianas, de los transexuales…, está más cerca de quienes sufren que de quienes han ejercido la violencia homófoba durante siglos y de quienes siguen ejerciéndola ahora. Les reconoce su dignidad y sus derechos a emparejarse y a ejercer de padres y madres.
Cuando se revisa la historia, pretende recuperar el derecho de quienes fueron destruidos por la violencia y pasaron cuarenta años de silencio y de oprobio. Pretende reconocer derechos, no abrir heridas.
Cuando se plantean adhesiones o decisiones sobre la guerra, la izquierda es más reticente y, a la vez, más propensa a la negociación y a la palabra.
Cuando se proponen acciones sociales, la izquierda tiene más sensibilidad para atender a quienes tienen necesidades apremiantes, como ha sucedido en el caso de la Ley de dependencia.
Cuando se plantea la decisiva cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres, la izquierda crea un Ministerio de Igualdad que es objeto de brutales descalificaciones y de inadmisibles bromas por parte de la derecha. La ultraderecha ni siquiera reconoce que exista la violencia de género. ¿Cuántas mujeres más tienen que morir cada día a manos de sus parejas para que abran los ojos? La violencia de género no llama asesinos a los hombres, llama asesinos a los hombres que matan a sus mujeres.
Cuando hay conflictos laborales está más cercana a los trabajadores que a los empresarios. Es decir, está más cerca de quienes tienen menos dinero y menos poder. Sin olvidar que si no va bien la empresa, nadie irá bien.
Cuando se legisló sobre el matrimonio, legalizó el divorcio, que hoy nos parece a todos un derecho sin el cual estaríamos condenados a mantener una relación desgraciada de por vida. La derecha, que se opuso, tiene entre sus militantes y admiradores, no pocos divorciados y divorciadas que rehicieron oportunamente sus vidas.
Lo mismo sucede con otras cuestiones de capital importancia: la eutanasia, el medio ambiente, la cadena perpetua, la gratuidad de la enseñanza… Es otro modo de ver la vida, de ver la sociedad. No es igual una posición que otra, como algunos sostienen.
Votaré a la izquierda. Sin decir por ello que de un lado estén los buenos y del otro los malos. No. No lo digo. Porque esa dicotomía es un grave error y una lamentable injusticia. Estoy convencido de que hay gobernantes y militantes de derechas que tienen la voluntad de conseguir una sociedad mejor. Lo que me separa de su ideología es que creo que es retrógada, insolidaria y despectiva con quienes piensan de otra forma.
Enhorabuena a quien gane. Aunque sería más certero poder felicitar a la sociedad por el hecho de que quien salga ganador garantice mejor la defensa de los intereses de todos y de todas en una sociedad más libre y más justa.
Fuente: El Adarve, blog de Miguel Ángel Santos Guerra.
Diré, antes de justificar el sentido de mi voto, que iré a votar. Creo que es una obligación ciudadana a la que no se debe renunciar. Ni todos los políticos son malos ni todos son iguales. El ejercicio de votar es el único que permite decidir quiénes van a tener la responsabilidad y el honor de gobernar a un pueblo. No votar es dejar las decisiones en manos del azar o de los demás. Y reconocer implícitamente que sería mejor que un caudillo o un salvador nos gobernase, sin necesidad de hacer elección alguna.
Votaré a la izquierda, aunque parezca torpe apuntarse al caballo perdedor. Y aunque parezca equivocado no sumarse al coro de alabanzas (unas, fundadas; otras, no), sobre lo que ha hecho la derecha en estos casi cuatro años. Quien oye al Presidente y al Vicepresidente, podría concluir que antes de llegar ellos al poder, solo había torpeza, estancamiento, clientelismo y corrupción. ¿No se hizo nada bien? ¿No se mejoró nada? ¿No se prosperó en nada? ¿Todos los gobiernos y todos los gestores socialistas fueron corruptos? ¿Cómo hemos sido tan tontos quienes hemos seguido votando a la izquierda una elección tras otra? ¿Cómo no vimos antes (y no vemos ahora) a los salvadores de Andalucía?
“Hemos hecho un esfuerzo”, “hemos destinado tantos millones”, “hemos creado tantos empleos”… Pues claro, no lo va a hacer la oposición sin tener presupuesto ni capacidad de decisión.
Le he oído decir al señor Feijoó que se puede ser socialista y votar al PP. ¿Le parecía tan razonable decir que se puede pertenecer al PP y votar al partido socialista o a Adelante Andalucía? Hágalo usted así, señor presidente, y actúe con el rigor de su propia lógica.
El Presidente Moreno Bonilla, a quien conocí siendo alumno de mi Facultad cuando él era vicedecano de alumnos y yo de profesorado, ha vuelto a visitar a la vaca Fadi. Una simpática broma. No me parece tan plausible hacerse una foto con el Rey para pedir el voto. Y creo que no hace falta explicar por qué.
El señor obispo de Huelva, en su homilía de la romería del Rocío, ha pedido el voto de la ciudadanía para la derecha. El prelado pide que los votantes tengan en cuenta las afinidades o incompatibilidades de los principios morales católicos. Muchas gracias por su consejo, Eminencia, me ha dado un nuevo argumento para votar a la izquierda.
He visto el debate de Televisión Española con los seis candidatos a la Presidencia. Es necesario informarse. Es obligatorio informarse. Escuchar a la paracaidista Olona desgranar su ideario, me dio otro nuevo argumento para votar a quien pienso votar. El contenido y el tono me asustaron: xenofobia, misoginia, homofobia… Lo peor de lo peor. La ultraderecha en estado puro. Como existe la posibilidad (yo diría la seguridad) de que si el PP necesita el apoyo de Vox, se lo va pedir, incluso para formar gobierno como ha pasado en Castilla-La Mancha, mi voto irá a la izquierda.
Sé que han existido en la política nacional, en la autonómica y en la local comportamientos torpes e, incluso, torticeros concebidos en la mente y salidos de las manos de políticos de izquierdas. Y he de decir que esos comportamientos me parecen deleznables en una democracia porque suponen un abuso de la confianza entregada por la ciudadanía. Comportamientos que me duelen más y desapruebo con más contundencia cuando se producen en la izquierda.
Voy a tratar de explicar las razones por las cuales depositaré mi confianza de nuevo en la izquierda. Es una obligación meter en la urna un voto argumentado, un voto racional.
Votaré a la izquierda porque, en todas las cuestiones esenciales de la vida, encarna lo que considero un ideario más elevado, más progresista, más cercano a los desfavorecidos, más abierto de mente, más sensible a los problemas de la sociedad. Concretaré.
Cuando se trata de defender la enseñanza pública o la sanidad pública, la izquierda se muestra más sensible, más cercana a una concepción del sistema educativo de calidad para todos y para todas. La escuela pública y la sanidad pública es para la izquierda la causa de la justicia.
Cuando se dirime la cuestión de lo público y lo privado, la izquierda se muestra más preocupada por quienes no tienen nada o tienen poco y rehúye la filosofía de que quien tenga dinero tendrá enseñanza, quien tenga dinero tendrá sanidad, quien tenga dinero tendrá seguridad, quien tenga dinero tendrá transporte… La derecha, cuando puede, privatiza.
Cuando se trata de separar el poder de la Iglesia y del Estado, la izquierda está por la labor de que cada poder mantenga su parcela sin interferencias de la Jerarquía en la ordenación de la vida y costumbres de la ciudadanía.
Cuando se procede a repartir los bienes, abundantes o escasos, tiene una mayor sensibilidad para los desfavorecidos, para los pobres, para quienes Paulo Freire denominaba “los desheredados de la tierra”.
Cuando se legisla sobre el aborto es más sensible con la decisión de las mujeres. Y no manipula la realidad con frases huecas y consignas tramposas. Nadie está a favor de la muerte. Me gustaría saber cuántos votantes de la derecha, indignados contra la ley del aborto, han acudido luego a practicarlo a escondidas.
Cuando se trata de defender los derechos de los homosexuales, de las lesbianas, de los transexuales…, está más cerca de quienes sufren que de quienes han ejercido la violencia homófoba durante siglos y de quienes siguen ejerciéndola ahora. Les reconoce su dignidad y sus derechos a emparejarse y a ejercer de padres y madres.
Cuando se revisa la historia, pretende recuperar el derecho de quienes fueron destruidos por la violencia y pasaron cuarenta años de silencio y de oprobio. Pretende reconocer derechos, no abrir heridas.
Cuando se plantean adhesiones o decisiones sobre la guerra, la izquierda es más reticente y, a la vez, más propensa a la negociación y a la palabra.
Cuando se proponen acciones sociales, la izquierda tiene más sensibilidad para atender a quienes tienen necesidades apremiantes, como ha sucedido en el caso de la Ley de dependencia.
Cuando se plantea la decisiva cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres, la izquierda crea un Ministerio de Igualdad que es objeto de brutales descalificaciones y de inadmisibles bromas por parte de la derecha. La ultraderecha ni siquiera reconoce que exista la violencia de género. ¿Cuántas mujeres más tienen que morir cada día a manos de sus parejas para que abran los ojos? La violencia de género no llama asesinos a los hombres, llama asesinos a los hombres que matan a sus mujeres.
Cuando hay conflictos laborales está más cercana a los trabajadores que a los empresarios. Es decir, está más cerca de quienes tienen menos dinero y menos poder. Sin olvidar que si no va bien la empresa, nadie irá bien.
Cuando se legisló sobre el matrimonio, legalizó el divorcio, que hoy nos parece a todos un derecho sin el cual estaríamos condenados a mantener una relación desgraciada de por vida. La derecha, que se opuso, tiene entre sus militantes y admiradores, no pocos divorciados y divorciadas que rehicieron oportunamente sus vidas.
Lo mismo sucede con otras cuestiones de capital importancia: la eutanasia, el medio ambiente, la cadena perpetua, la gratuidad de la enseñanza… Es otro modo de ver la vida, de ver la sociedad. No es igual una posición que otra, como algunos sostienen.
Votaré a la izquierda. Sin decir por ello que de un lado estén los buenos y del otro los malos. No. No lo digo. Porque esa dicotomía es un grave error y una lamentable injusticia. Estoy convencido de que hay gobernantes y militantes de derechas que tienen la voluntad de conseguir una sociedad mejor. Lo que me separa de su ideología es que creo que es retrógada, insolidaria y despectiva con quienes piensan de otra forma.
Enhorabuena a quien gane. Aunque sería más certero poder felicitar a la sociedad por el hecho de que quien salga ganador garantice mejor la defensa de los intereses de todos y de todas en una sociedad más libre y más justa.
Fuente: El Adarve, blog de Miguel Ángel Santos Guerra.
sábado, 21 de mayo de 2022
_- ¿Qué está pasando en Podemos?
_- ¿Cómo es posible que la dirección de Podemos no se haya dado cuenta de que había partido en Andalucía y que ella tenía que ser la que tomara la iniciativa de configurar la coalición de izquierda que saltara al terreno de juego?
— La Junta Electoral de Andalucía rechaza incluir a Podemos en la coalición andaluza de izquierdas
En buena lógica la coalición de las izquierdas que, por el motivo que sea, no se reconocen en el partido socialista, debería estar siendo liderada por Podemos. No solamente en Andalucía de cara a las elecciones del próximo 19 de junio, sino en el conjunto del Estado, ya que no se puede perder de vista que en mayo de 2023 habrá elecciones municipales en todos los municipios y elecciones autonómicas en 12 Comunidades Autónomas más las dos Ciudades Autónomas. Y que a finales de 2023 habrá elecciones generales en el supuesto de que no se celebren antes, cosa que, tal como está el patio, no es descartable.
Con el resultado de las elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid se abrió un nuevo ciclo electoral, ya que la dirección del PP en ese momento creyó que se le abría una oportunidad de reforzar su liderazgo y de frenar a Vox con la anticipación de las elecciones primero en Castilla y León e inmediatamente después en Andalucía. Aunque el resultado de las elecciones en Castilla y León no fue el que la dirección del PP esperaba, el adelanto electoral en Andalucía se ha producido en todo caso.
Nadie en el terreno de la izquierda no socialista puede llamarse a engaño. Todos las diferentes formaciones políticas en dicho terreno sabían que el calendario electoral era el que iba a ser y con unas fechas previsibles, mes arriba mes abajo. Para competir eficazmente, era obvio que había que iniciar la negociación de la forma en que se iba a concurrir en cada Comunidad Autónoma y en los municipios más importantes. Los programas y los candidatos que tendrían que explicárselos a los ciudadanos tenían que ser acordados. Y esto solo hay una forma de hacerlo: negociando entre las direcciones de todas las formaciones que estuvieran dispuestas a hacerlo.
Dada la primacía de Podemos, cabía esperar que fuera dicha formación política la que hubiera tomado la iniciativa y hubiera convocado a las demás para empezar a discutir el qué y el cómo de lo que se iba a producir inexorablemente. Podemos ha sido la gran novedad en la izquierda del sistema de partidos español. Hasta su aparición, PSOE e IU habían ocupado el espacio casi por completo. La llegada de Podemos revolucionó dicho espacio. Lo hizo con una eficacia extraordinaria. Yo milité en el PCE y fui candidato en las elecciones de 1977 y 1979 y recuerdo la imposibilidad en que nos encontramos de llegar más allá de los 23 escaños. Por eso valoré y sigo valorando la hazaña que supuso la irrupción de Podemos de la forma tan extraordinaria en que lo hizo.
Lo que no acabo de entender es por qué habiendo hecho lo más difícil, romper el corsé que entre la Ley para la Reforma Política de 1976 y el Real Decreto-ley de normas electorales de marzo de 1977 impuso al ejercicio del derecho de sufragio, que supuso décadas de bipartidismo, esté renunciando a ocupar la posición que había conseguido y a dirigir la única coalición que puede consolidar dicha posición.
En Castilla y León la situación para las izquierdas era muy difícil, pero en Andalucía no lo era. Con la aprobación de la reforma laboral y con la visibilidad de los efectos de la misma, que conlleva un cierre de filas de los sindicatos en torno a las candidaturas de izquierda, socialistas y no socialistas, se había abierto una posibilidad de competir con la derecha en un partido de resultado abierto.
¿Cómo es posible que la dirección de Podemos no se haya dado cuenta de que había partido en Andalucía y que ella tenía que ser la que tomara la iniciativa de configurar la coalición de izquierda que saltara al terreno de juego? Para mí no es que me haya parecido incomprensible que se haya firmado por Podemos fuera de plazo la formalización de la coalición ante la Junta Electoral, sino que no haya sido el primer firmante al que hubieran seguido todos los demás.
Me temo que para las elecciones andaluzas ya no hay solución. Podemos no va a poder formar parte, jurídicamente, de la coalición electoral de las izquierdas, aunque en las listas puedan figurar dirigentes de Podemos sin aparecer identificados como tales. En el terreno electoral, el componente jurídico del proceso político es muy importante y, en consecuencia, el error tiene un coste alto para ellos.
De los errores se aprende o, mejor dicho, se debe aprender. Y esto es lo que tendría que hacer Podemos. Además de participar en la campaña electoral como si formalmente figurara en la coalición electoral, debería poner en marcha el proceso de preparación de todos los procesos electorales del 2023. Le va en ello su propia supervivencia.
https://www.eldiario.es/contracorriente/pasando_132_8978850.html
— La Junta Electoral de Andalucía rechaza incluir a Podemos en la coalición andaluza de izquierdas
En buena lógica la coalición de las izquierdas que, por el motivo que sea, no se reconocen en el partido socialista, debería estar siendo liderada por Podemos. No solamente en Andalucía de cara a las elecciones del próximo 19 de junio, sino en el conjunto del Estado, ya que no se puede perder de vista que en mayo de 2023 habrá elecciones municipales en todos los municipios y elecciones autonómicas en 12 Comunidades Autónomas más las dos Ciudades Autónomas. Y que a finales de 2023 habrá elecciones generales en el supuesto de que no se celebren antes, cosa que, tal como está el patio, no es descartable.
Con el resultado de las elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid se abrió un nuevo ciclo electoral, ya que la dirección del PP en ese momento creyó que se le abría una oportunidad de reforzar su liderazgo y de frenar a Vox con la anticipación de las elecciones primero en Castilla y León e inmediatamente después en Andalucía. Aunque el resultado de las elecciones en Castilla y León no fue el que la dirección del PP esperaba, el adelanto electoral en Andalucía se ha producido en todo caso.
Nadie en el terreno de la izquierda no socialista puede llamarse a engaño. Todos las diferentes formaciones políticas en dicho terreno sabían que el calendario electoral era el que iba a ser y con unas fechas previsibles, mes arriba mes abajo. Para competir eficazmente, era obvio que había que iniciar la negociación de la forma en que se iba a concurrir en cada Comunidad Autónoma y en los municipios más importantes. Los programas y los candidatos que tendrían que explicárselos a los ciudadanos tenían que ser acordados. Y esto solo hay una forma de hacerlo: negociando entre las direcciones de todas las formaciones que estuvieran dispuestas a hacerlo.
Dada la primacía de Podemos, cabía esperar que fuera dicha formación política la que hubiera tomado la iniciativa y hubiera convocado a las demás para empezar a discutir el qué y el cómo de lo que se iba a producir inexorablemente. Podemos ha sido la gran novedad en la izquierda del sistema de partidos español. Hasta su aparición, PSOE e IU habían ocupado el espacio casi por completo. La llegada de Podemos revolucionó dicho espacio. Lo hizo con una eficacia extraordinaria. Yo milité en el PCE y fui candidato en las elecciones de 1977 y 1979 y recuerdo la imposibilidad en que nos encontramos de llegar más allá de los 23 escaños. Por eso valoré y sigo valorando la hazaña que supuso la irrupción de Podemos de la forma tan extraordinaria en que lo hizo.
Lo que no acabo de entender es por qué habiendo hecho lo más difícil, romper el corsé que entre la Ley para la Reforma Política de 1976 y el Real Decreto-ley de normas electorales de marzo de 1977 impuso al ejercicio del derecho de sufragio, que supuso décadas de bipartidismo, esté renunciando a ocupar la posición que había conseguido y a dirigir la única coalición que puede consolidar dicha posición.
En Castilla y León la situación para las izquierdas era muy difícil, pero en Andalucía no lo era. Con la aprobación de la reforma laboral y con la visibilidad de los efectos de la misma, que conlleva un cierre de filas de los sindicatos en torno a las candidaturas de izquierda, socialistas y no socialistas, se había abierto una posibilidad de competir con la derecha en un partido de resultado abierto.
¿Cómo es posible que la dirección de Podemos no se haya dado cuenta de que había partido en Andalucía y que ella tenía que ser la que tomara la iniciativa de configurar la coalición de izquierda que saltara al terreno de juego? Para mí no es que me haya parecido incomprensible que se haya firmado por Podemos fuera de plazo la formalización de la coalición ante la Junta Electoral, sino que no haya sido el primer firmante al que hubieran seguido todos los demás.
Me temo que para las elecciones andaluzas ya no hay solución. Podemos no va a poder formar parte, jurídicamente, de la coalición electoral de las izquierdas, aunque en las listas puedan figurar dirigentes de Podemos sin aparecer identificados como tales. En el terreno electoral, el componente jurídico del proceso político es muy importante y, en consecuencia, el error tiene un coste alto para ellos.
De los errores se aprende o, mejor dicho, se debe aprender. Y esto es lo que tendría que hacer Podemos. Además de participar en la campaña electoral como si formalmente figurara en la coalición electoral, debería poner en marcha el proceso de preparación de todos los procesos electorales del 2023. Le va en ello su propia supervivencia.
https://www.eldiario.es/contracorriente/pasando_132_8978850.html
sábado, 18 de diciembre de 2021
_- Yolanda y Francisco
_- Por Gorka Larrabeiti | 13/12/2021 | Opinión
Fuentes: Ctxt [Foto: Reunión del papa Francisco con la vicepresidenta segunda del Gobierno español Yolanda Díaz,11 de diciembre de 2021 (Vatican Media)]
Es para celebrarlo. Esa pareja feliz es una noticia muy buena y muy rara. Es muy rara porque el debate político y la agenda mediática, como repite siempre Steven Forti, bailan desde hace tiempo al compás de los escándalos y las provocaciones de la extrema derecha global. Hoy, en cambio, en la prensa ha sonado un discreto, emotivo y elegante tango gallego, y han sido las redes de extrema derecha las que han bailado a un ritmo que les es ajeno soltando coces. Y es muy buena porque en esa pareja feliz vemos el manual de instrucciones que propone Steven Forti para combatir la extrema derecha 2.0 llevado sencillamente a la práctica.
Son tiempos de revival nacional católico y de regreso a la teología de la Reconquista. Reconquête se llama, de hecho, el movimiento de un Eric Zemmour que viaja a Armenia a lanzar un “mensaje de esperanza a todos los cristianos de Oriente abandonados hoy día por un Occidente que pierde el hilo de su civilización” y que quiere salvar la catedral de Notre-Dame, “centro de gravedad de la cristiandad francesa y símbolo de nuestra Nación”, de la “deconstrucción”. Que Notre-Dame vuelva a ser Notre-Dame, escribe Zemmour. Integrismo y antimodernidad. Volviendo a este lado de los Pirineos, recordemos que Vox suele empezar sus campañas electorales “Por España” en Covadonga “con espíritu de Reconquista”.
“Definir un fenómeno es el primer paso para poder entenderlo”, escribe Forti en el primer capítulo de Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla. Tras enjundiosas páginas sobre las razones, los momentos y las características del populismo y el fascismo, Forti los descarta como términos válidos para definir el fenómeno global actual. Giustissimo. El libro resulta particularmente útil cuando Forti detecta y describe el papel de las nuevas tecnologías en la propaganda del amplio espectro de formaciones políticas objeto de análisis. Bravissimo. Acierta otra vez al indicar los mínimos comunes denominadores de la extrema derecha 2.0: “marcado nacionalismo, identitarismo o el nativismo, la recuperación de la soberanía nacional, una crítica profunda al multilateralismo – y en Europa, un alto grado de euroescepticismo –, la defensa de los valores conservadores, la defensa de la ley y el orden, la islamofobia, la crítica al multiculturalismo y las sociedades abiertas, el antiintelectualismo y la toma de distancia formal de las pasadas experiencias de fascismo” (p. 85). Es la primera vez en el libro que aparece la palabra “islamofobia”. Aún no ha aparecido la palabra “cristiano”, ni tampoco “católico”. Raro. Forti vuelve a acertar cuando dice que estos partidos no quieren “crear una religión política” (p. 81). Y no es eso.
Ahora bien: si hay un punto en el que Forti, a mi modo de ver, ha fallado –más por prisa que por otra cosa– es al no otorgar a la religión el papel central que juega en la extrema derecha 2.0. No es que el tema no aparezca en el libro, no. Al contrario, lo atraviesa físicamente, como un elefante. Se denuncian los colmillos de la financiación integrista católica; los conceptos “valores” o “identitarismo” van apareciendo con el extraño swing que tienen la probóscide o la cola de los paquidermos. Pero no basta.
Muchos miembros de esta extrema derecha se autodefinen “cristianos”. Yo-soy-Giorgia Meloni se dice “cristiana” antes incluso que “italiana”; Salvini se decía “orgulloso de llevar el rosario en el bolsillo”; en el artículo 3 del estatuto del partido europeo Identidad y Democracia se lee que los miembros del grupo ID “reconocen el legado grecorromano y cristiano como pilares de la civilización europea”. Abundan los ejemplos y hay estudios sobre por qué esta extrema derecha explota el cristianismo. En el libro de Forti se señalan agudamente la centralidad de las guerras culturales y el gramscismo de derecha, que instrumentaliza la religión a fin de hacerse con la hegemonía cultural. Sin embargo, se echa de menos un punto de vista fundamental, a mi modo de ver: la teología política. Sin ella, digamos que se disipan –borrosos– los perfiles del elefante. Sin la giusta teología política, ni se entiende de dónde nace eso que el cardenal Spadaro y Marcelo Figueroa acuñaron como “ecumenismo del odio”, ni se comprende la labor antifascista que emana del Vaticano, ni se comprende, en fin, por qué Francisco es el blanco de mucho de ese odio global.
Las izquierdas, escribe Forti, “han ido abandonando la batalla cultural, sobre todo tras el final de la Guerra Fría” (p. 178). Añadiría que la izquierda que tanto cita a Gramsci le ha regalado a la derecha la Iglesia, como si fuera un terreno ajeno a la hegemonía cultural. Persiste rancia la tesis clásica de la izquierda ilustrada: “la teología clerical es el mayor obstáculo a la promoción del pueblo”. Lo escribía el jesuita Álvarez Bolado en el brillante El experimento del nacional-catolicismo (1939-1975) culpando de ello a una Iglesia de derecha.
Creo que las cosas han cambiado. Hoy hay una Iglesia muy preocupada por el avance de esta extrema derecha 2.0. Hoy hay una izquierda consciente de que, como reza el manual de instrucciones para combatirla, “toca elaborar una respuesta poliédrica” y que “necesitamos un enfoque holístico que considere soluciones a largo plazo, basado en una alianza de sectores y partidos políticos diferentes”, que “Nada sobra, nada es inútil. Todo suma”. En definitiva, que la izquierda “tiene que superar bloqueos mentales para llegar a pactos con las derechas clásicas”.
No sé qué pensará Forti, pero a mí esa pareja feliz me parece que transmite un buen programa político contra las extremas derechas y que, en definitiva, constituye la mejor reseña imaginable de su libro.
Fuente: https://ctxt.es/es/20211201/Firmas/38141/yolanda-diaz-papa-vaticano-religion-extrema-derecha-gorka-larrabeiti.htm
Fuentes: Ctxt [Foto: Reunión del papa Francisco con la vicepresidenta segunda del Gobierno español Yolanda Díaz,11 de diciembre de 2021 (Vatican Media)]
Es para celebrarlo. Esa pareja feliz es una noticia muy buena y muy rara. Es muy rara porque el debate político y la agenda mediática, como repite siempre Steven Forti, bailan desde hace tiempo al compás de los escándalos y las provocaciones de la extrema derecha global. Hoy, en cambio, en la prensa ha sonado un discreto, emotivo y elegante tango gallego, y han sido las redes de extrema derecha las que han bailado a un ritmo que les es ajeno soltando coces. Y es muy buena porque en esa pareja feliz vemos el manual de instrucciones que propone Steven Forti para combatir la extrema derecha 2.0 llevado sencillamente a la práctica.
Son tiempos de revival nacional católico y de regreso a la teología de la Reconquista. Reconquête se llama, de hecho, el movimiento de un Eric Zemmour que viaja a Armenia a lanzar un “mensaje de esperanza a todos los cristianos de Oriente abandonados hoy día por un Occidente que pierde el hilo de su civilización” y que quiere salvar la catedral de Notre-Dame, “centro de gravedad de la cristiandad francesa y símbolo de nuestra Nación”, de la “deconstrucción”. Que Notre-Dame vuelva a ser Notre-Dame, escribe Zemmour. Integrismo y antimodernidad. Volviendo a este lado de los Pirineos, recordemos que Vox suele empezar sus campañas electorales “Por España” en Covadonga “con espíritu de Reconquista”.
“Definir un fenómeno es el primer paso para poder entenderlo”, escribe Forti en el primer capítulo de Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla. Tras enjundiosas páginas sobre las razones, los momentos y las características del populismo y el fascismo, Forti los descarta como términos válidos para definir el fenómeno global actual. Giustissimo. El libro resulta particularmente útil cuando Forti detecta y describe el papel de las nuevas tecnologías en la propaganda del amplio espectro de formaciones políticas objeto de análisis. Bravissimo. Acierta otra vez al indicar los mínimos comunes denominadores de la extrema derecha 2.0: “marcado nacionalismo, identitarismo o el nativismo, la recuperación de la soberanía nacional, una crítica profunda al multilateralismo – y en Europa, un alto grado de euroescepticismo –, la defensa de los valores conservadores, la defensa de la ley y el orden, la islamofobia, la crítica al multiculturalismo y las sociedades abiertas, el antiintelectualismo y la toma de distancia formal de las pasadas experiencias de fascismo” (p. 85). Es la primera vez en el libro que aparece la palabra “islamofobia”. Aún no ha aparecido la palabra “cristiano”, ni tampoco “católico”. Raro. Forti vuelve a acertar cuando dice que estos partidos no quieren “crear una religión política” (p. 81). Y no es eso.
Ahora bien: si hay un punto en el que Forti, a mi modo de ver, ha fallado –más por prisa que por otra cosa– es al no otorgar a la religión el papel central que juega en la extrema derecha 2.0. No es que el tema no aparezca en el libro, no. Al contrario, lo atraviesa físicamente, como un elefante. Se denuncian los colmillos de la financiación integrista católica; los conceptos “valores” o “identitarismo” van apareciendo con el extraño swing que tienen la probóscide o la cola de los paquidermos. Pero no basta.
Muchos miembros de esta extrema derecha se autodefinen “cristianos”. Yo-soy-Giorgia Meloni se dice “cristiana” antes incluso que “italiana”; Salvini se decía “orgulloso de llevar el rosario en el bolsillo”; en el artículo 3 del estatuto del partido europeo Identidad y Democracia se lee que los miembros del grupo ID “reconocen el legado grecorromano y cristiano como pilares de la civilización europea”. Abundan los ejemplos y hay estudios sobre por qué esta extrema derecha explota el cristianismo. En el libro de Forti se señalan agudamente la centralidad de las guerras culturales y el gramscismo de derecha, que instrumentaliza la religión a fin de hacerse con la hegemonía cultural. Sin embargo, se echa de menos un punto de vista fundamental, a mi modo de ver: la teología política. Sin ella, digamos que se disipan –borrosos– los perfiles del elefante. Sin la giusta teología política, ni se entiende de dónde nace eso que el cardenal Spadaro y Marcelo Figueroa acuñaron como “ecumenismo del odio”, ni se comprende la labor antifascista que emana del Vaticano, ni se comprende, en fin, por qué Francisco es el blanco de mucho de ese odio global.
Las izquierdas, escribe Forti, “han ido abandonando la batalla cultural, sobre todo tras el final de la Guerra Fría” (p. 178). Añadiría que la izquierda que tanto cita a Gramsci le ha regalado a la derecha la Iglesia, como si fuera un terreno ajeno a la hegemonía cultural. Persiste rancia la tesis clásica de la izquierda ilustrada: “la teología clerical es el mayor obstáculo a la promoción del pueblo”. Lo escribía el jesuita Álvarez Bolado en el brillante El experimento del nacional-catolicismo (1939-1975) culpando de ello a una Iglesia de derecha.
Creo que las cosas han cambiado. Hoy hay una Iglesia muy preocupada por el avance de esta extrema derecha 2.0. Hoy hay una izquierda consciente de que, como reza el manual de instrucciones para combatirla, “toca elaborar una respuesta poliédrica” y que “necesitamos un enfoque holístico que considere soluciones a largo plazo, basado en una alianza de sectores y partidos políticos diferentes”, que “Nada sobra, nada es inútil. Todo suma”. En definitiva, que la izquierda “tiene que superar bloqueos mentales para llegar a pactos con las derechas clásicas”.
No sé qué pensará Forti, pero a mí esa pareja feliz me parece que transmite un buen programa político contra las extremas derechas y que, en definitiva, constituye la mejor reseña imaginable de su libro.
Fuente: https://ctxt.es/es/20211201/Firmas/38141/yolanda-diaz-papa-vaticano-religion-extrema-derecha-gorka-larrabeiti.htm
miércoles, 5 de mayo de 2021
¿Izquierda versus derecha o democracia versus totalitarismo?
"Lo que está en crisis son las creencias y los principios en los que se basaba la sociedad moderna desde que los Modernos habían ganado su famosa batalla contra los Antiguos en el amanecer del s. XVIII: esos postulados racionalistas y humanistas, comunes al capitalismo liberal y al comunismo, que hicieron posible su breve pero decisiva alianza contra el fascismo, que los rechazaba".
Eric J. Hobsbawm, L'Âge des extrèmes. Histoire du court XXe siècle 1914-1991, A. Versaille éd., 2008 (1ª ed. inglesa, 1994).
El titular que rotula esta reflexión mía expresa el interrogante que suscita en mi mente la propuesta de Pacto de Estado que, al parecer, pretendería alcanzar el Presidente del actual gobierno de coalición progresista español con las fuerzas 'conservadoras', a estas horas posicionadas de facto en una ejecutoria de extrema derecha fascista. Porque me pregunto: ¿la dialéctica política en curso durante esta gravísima 'crisis del coronavirus' tiene su eje primordial en la confrontación entre izquierda y derecha, cosa normal, con diversa intensidad, en todo régimen democrático, o bien encierra en su seno el conflicto entre dos concepciones antitéticas del poder político, y por lo mismo entre dos antitéticos modelos de Estado, a saber, la democrático-republicana y la totalitaria-fascista?
La cuestión no me parece menor, porque atañe a la índole misma de la contradicción en juego, y por tanto condiciona el planteamiento mismo de la estrategia y los métodos adecuados para afrontarla y resolverla. Si el conflicto contrapone entre sí ideologías e intereses sociales progresistas y conservadores, políticamente representados por fuerzas que asumen, respetan y practican todas ellas los valores democráticos -y, a poder ser, republicanos- cabe que, en circunstancias excepcionales, en las que están en juego las condiciones vitales de existencia del conjunto de la ciudadanía, pongan unas y otras el valor superior del 'bien común' por encima de sus respectivos intereses peculiares y acuerden remar juntas para superar y resolver esa situación social y políticamente crítica. Una vez resuelta, reanudarán el normal combate democrático entre ellas.
Mas si el conflicto confronta entre sí una concepción democrática y otra antidemocrática, o sea, larvada o explícitamente fascista-totalitaria, cualquier negociación para un acuerdo 'de Estado' resultará ser un juego trucado, porque para uno de los interlocutores el objetivo encubierto no será el 'bien común' ciudadano, sino la sustitución del poder democrático por el poder totalitario, el derribo o la subversión de las existentes instituciones democráticas constituidas. A no ser algo peor: que esas instituciones resulten estar vaciadas ya de contenido -y que unos y otros jueguen a la gallina ciega con ellas, y con los derechos y necesidades de un ingenuo o alienado común ciudadano.
¿En cuál de esos tres supuestos encaja la actual confrontación política en el Reino de España? Descartemos el tercero -a pesar de que, como llevo dicho y escrito reiteradamente desde hace unos años, los gobiernos y mayorías absolutas del PP han derogado en la práctica, con la connivencia del Tribunal Constitucional, buena parte de las normas constitucionales del Título I relativas a los derechos y libertades de los ciudadanos, mediante prácticas de gobierno e inclusive leyes que las conculcaban, en un auténtico proceso deconstituyente operado desde el propio poder político. Aun así, descartémoslo, porque es una evidencia que las fuerzas que integran el actual gobierno de coalición, además de todas las que le prestan apoyo parlamentario, no solo no están vulnerando aquellas normas constitucionales, sino que por el contrario intentan aplicarlas en defensa del común ciudadano, y singularmente de los segmentos sociales más desvalidos en esta atroz situación que constituye un verdadero 'estado de necesidad'.
Pero las otras, las de la derecha, ¿están poniendo la defensa del común ciudadano frente a la pandemia del coronavirus y a la grave agresión que conlleva a sus condiciones materiales y sociales de existencia por encima de sus intereses partidistas -incluidos los espurios? ¿Muestran siquiera sensibilidad moral o humanitaria ante la desgracia y el sufrimiento de las gentes, de sus conciudadanos? ¿O utilizan y manipulan esa trágica situación social y humana, mediante un verdadero proceso 'sedicioso' -éste si- para intentar provocar el caos y derribar el gobierno que está afrontando la crisis sanitaria y social como mejor sabe y puede en un auténtico 'estado de sitio' político? La inequívoca respuesta está dándola la ruin ejecutoria -incluso 'antipatriótica', por emplear la inversa del concepto que ellos invocan a destajo en falso- de la pareja siamesa pepero-vociferante.
Intento comprender semejante conducta antipolítica y anticívica. Intento comprenderla más allá de las banales motivaciones del sectarismo partidista, de la cegata egolatría de los aspirantes a duce o führer de farsa de marionetas, de su ignara estulticia, de su abisal y pluridimensional incultura, de todas las deformidades que se hacen visibles en la epidermis de ese asombroso fenómeno. Intento atisbar las causas profundas. Busco luces más diáfanas y penetrantes que las mías propias. Y revisito a Hobsbawm, uno de mis grandes maestros. El último volumen de su magna historia política y social de la Europa moderna, el referido al siglo XX. Y me reencuentro con el pasaje que preside esta reflexión mía. Precoz e insólita diagnosis de una de las causas germinales de la gran crisis sistémica que llevamos decenios padeciendo. Precoz porque fue enunciada hace ya cerca de treinta años, allá por 1993. E insólita porque, cuando los focos del análisis se proyectaban primordialmente sobre la crisis económica y social, Hobsbawm ilumina con ellos el nivel axiológico de la realidad, el sistema de valores de la cultura cívica, social y política de los modelos de sociedad nacidos de la Revolución Francesa.
Así la crisis, más allá de sus dimensiones económica y política, es la crisis de los valores de la modernidad que habían desplazado a los del Antiguo Régimen. Las creencias, principios y postulados "racionalistas y humanistas" que los "Modernos", los Ilustrados y los revolucionarios del s. XVIII, hicieron triunfar por entonces. Principios que Hobsbawm considera "comunes al capitalismo liberal y -ojo- al comunismo", y que, en el siglo XX, "hicieron posible su decisiva alianza contra el fascismo, que los rechazaba". En otras palabras, alianza de demócratas conservadores, progresistas y revolucionarios. Alianza anti-fascista, por lo tanto. En el pasado, claro está. ¿Y en el presente? ¿Quién fue el que dijo aquello de que la historia nos da lecciones, pero son pocos los que las aprenden? ¿Las aprenderemos nosotros? ¿Las aprenderán las fuerzas que integran el gobierno en el Reino de España y las que lo invistieron? Tal vez otro día prosiga con mis reflexiones -si me soportáis, por supuesto.
Xosé Manuel Beiras miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, es el más destacado dirigente de la izquierda nacionalista gallega. Profesor de economía en la Universidad de Santiago de Compostela, ha sido uno de los políticos más sólidos, imaginativos e independientes de las izquierdas durante la Transición política en el Reino de España.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 3-5-20
Eric J. Hobsbawm, L'Âge des extrèmes. Histoire du court XXe siècle 1914-1991, A. Versaille éd., 2008 (1ª ed. inglesa, 1994).
El titular que rotula esta reflexión mía expresa el interrogante que suscita en mi mente la propuesta de Pacto de Estado que, al parecer, pretendería alcanzar el Presidente del actual gobierno de coalición progresista español con las fuerzas 'conservadoras', a estas horas posicionadas de facto en una ejecutoria de extrema derecha fascista. Porque me pregunto: ¿la dialéctica política en curso durante esta gravísima 'crisis del coronavirus' tiene su eje primordial en la confrontación entre izquierda y derecha, cosa normal, con diversa intensidad, en todo régimen democrático, o bien encierra en su seno el conflicto entre dos concepciones antitéticas del poder político, y por lo mismo entre dos antitéticos modelos de Estado, a saber, la democrático-republicana y la totalitaria-fascista?
La cuestión no me parece menor, porque atañe a la índole misma de la contradicción en juego, y por tanto condiciona el planteamiento mismo de la estrategia y los métodos adecuados para afrontarla y resolverla. Si el conflicto contrapone entre sí ideologías e intereses sociales progresistas y conservadores, políticamente representados por fuerzas que asumen, respetan y practican todas ellas los valores democráticos -y, a poder ser, republicanos- cabe que, en circunstancias excepcionales, en las que están en juego las condiciones vitales de existencia del conjunto de la ciudadanía, pongan unas y otras el valor superior del 'bien común' por encima de sus respectivos intereses peculiares y acuerden remar juntas para superar y resolver esa situación social y políticamente crítica. Una vez resuelta, reanudarán el normal combate democrático entre ellas.
Mas si el conflicto confronta entre sí una concepción democrática y otra antidemocrática, o sea, larvada o explícitamente fascista-totalitaria, cualquier negociación para un acuerdo 'de Estado' resultará ser un juego trucado, porque para uno de los interlocutores el objetivo encubierto no será el 'bien común' ciudadano, sino la sustitución del poder democrático por el poder totalitario, el derribo o la subversión de las existentes instituciones democráticas constituidas. A no ser algo peor: que esas instituciones resulten estar vaciadas ya de contenido -y que unos y otros jueguen a la gallina ciega con ellas, y con los derechos y necesidades de un ingenuo o alienado común ciudadano.
¿En cuál de esos tres supuestos encaja la actual confrontación política en el Reino de España? Descartemos el tercero -a pesar de que, como llevo dicho y escrito reiteradamente desde hace unos años, los gobiernos y mayorías absolutas del PP han derogado en la práctica, con la connivencia del Tribunal Constitucional, buena parte de las normas constitucionales del Título I relativas a los derechos y libertades de los ciudadanos, mediante prácticas de gobierno e inclusive leyes que las conculcaban, en un auténtico proceso deconstituyente operado desde el propio poder político. Aun así, descartémoslo, porque es una evidencia que las fuerzas que integran el actual gobierno de coalición, además de todas las que le prestan apoyo parlamentario, no solo no están vulnerando aquellas normas constitucionales, sino que por el contrario intentan aplicarlas en defensa del común ciudadano, y singularmente de los segmentos sociales más desvalidos en esta atroz situación que constituye un verdadero 'estado de necesidad'.
Pero las otras, las de la derecha, ¿están poniendo la defensa del común ciudadano frente a la pandemia del coronavirus y a la grave agresión que conlleva a sus condiciones materiales y sociales de existencia por encima de sus intereses partidistas -incluidos los espurios? ¿Muestran siquiera sensibilidad moral o humanitaria ante la desgracia y el sufrimiento de las gentes, de sus conciudadanos? ¿O utilizan y manipulan esa trágica situación social y humana, mediante un verdadero proceso 'sedicioso' -éste si- para intentar provocar el caos y derribar el gobierno que está afrontando la crisis sanitaria y social como mejor sabe y puede en un auténtico 'estado de sitio' político? La inequívoca respuesta está dándola la ruin ejecutoria -incluso 'antipatriótica', por emplear la inversa del concepto que ellos invocan a destajo en falso- de la pareja siamesa pepero-vociferante.
Intento comprender semejante conducta antipolítica y anticívica. Intento comprenderla más allá de las banales motivaciones del sectarismo partidista, de la cegata egolatría de los aspirantes a duce o führer de farsa de marionetas, de su ignara estulticia, de su abisal y pluridimensional incultura, de todas las deformidades que se hacen visibles en la epidermis de ese asombroso fenómeno. Intento atisbar las causas profundas. Busco luces más diáfanas y penetrantes que las mías propias. Y revisito a Hobsbawm, uno de mis grandes maestros. El último volumen de su magna historia política y social de la Europa moderna, el referido al siglo XX. Y me reencuentro con el pasaje que preside esta reflexión mía. Precoz e insólita diagnosis de una de las causas germinales de la gran crisis sistémica que llevamos decenios padeciendo. Precoz porque fue enunciada hace ya cerca de treinta años, allá por 1993. E insólita porque, cuando los focos del análisis se proyectaban primordialmente sobre la crisis económica y social, Hobsbawm ilumina con ellos el nivel axiológico de la realidad, el sistema de valores de la cultura cívica, social y política de los modelos de sociedad nacidos de la Revolución Francesa.
Así la crisis, más allá de sus dimensiones económica y política, es la crisis de los valores de la modernidad que habían desplazado a los del Antiguo Régimen. Las creencias, principios y postulados "racionalistas y humanistas" que los "Modernos", los Ilustrados y los revolucionarios del s. XVIII, hicieron triunfar por entonces. Principios que Hobsbawm considera "comunes al capitalismo liberal y -ojo- al comunismo", y que, en el siglo XX, "hicieron posible su decisiva alianza contra el fascismo, que los rechazaba". En otras palabras, alianza de demócratas conservadores, progresistas y revolucionarios. Alianza anti-fascista, por lo tanto. En el pasado, claro está. ¿Y en el presente? ¿Quién fue el que dijo aquello de que la historia nos da lecciones, pero son pocos los que las aprenden? ¿Las aprenderemos nosotros? ¿Las aprenderán las fuerzas que integran el gobierno en el Reino de España y las que lo invistieron? Tal vez otro día prosiga con mis reflexiones -si me soportáis, por supuesto.
Xosé Manuel Beiras miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, es el más destacado dirigente de la izquierda nacionalista gallega. Profesor de economía en la Universidad de Santiago de Compostela, ha sido uno de los políticos más sólidos, imaginativos e independientes de las izquierdas durante la Transición política en el Reino de España.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 3-5-20
jueves, 2 de julio de 2020
_- Manuel Vicent: "La derecha siempre ha tratado a la izquierda como el amo del cortijo trata al aparcero"
_- Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) dice que ha pasado el confinamiento razonablemente bien. Vive en un chalé con su patio, cuenta, donde por lo menos hace un poco ejercicio. "Pero el problema del confinamiento es mental", señala por teléfono. "Esto que dicen que los escritores siempre estamos confinados y que por lo tanto estamos acostumbrados... Eso no es verdad. El escritor tiene que salir, porque la creación se nutre de vivir, y de vivir fuera". Su nueva novela, Ava en la noche (Alfaguara), se libró por los pelos de quedar encerrada en las librerías: tenía que salir el 26 de marzo, a tiempo para la campaña primaveral, las ferias del libro y las compras de verano. Se edita ahora, en un mundo completamente distinto a aquel en el que fue escrita. A cambio, Vicent contesta desde casa a los periodistas. Algo es algo.
El mundo de Ava en la noche queda muy, muy lejos de este 2020. Estamos en el Madrid de finales de los cincuenta, que era el Madrid gris de la dictadura y los barrios hambrientos, pero también era otra cosa: una extensión de Hollywood en la que reinaba Ava Gardner, con el Chicote, el Hilton, Lana Turner, Frank Sinatra... Otro mundo. Y también ahí el reverso de la moneda, el lujo y la riqueza tocados por la oscuridad: José María Jarabo Pérez-Morris, hijo de la altísima burguesía, socialite, bon vivant, estafador y, finalmente, asesino, ejecutado a garrote vil en 1959. Dos Españas de sombras chinescas que funcionan de manera similar a los universos que se cruzaban en su anterior novela, la ácida La regata. Aquí, el protagonista, un estudiante de Derecho valenciano recién llegado a Madrid, podría parecer un trasunto de Vicent, con el que comparte varios rasgos biográficos. Pero quizás también eso sea solo un espejismo.
Pregunta. En Ava en la noche describe la presencia casi mítica de la actriz en aquel Madrid. ¿De qué era símbolo entonces?
Respuesta. En ese momento, Ava Gardner era el símbolo de una libertad que se le negaba a los españoles. Ava ejercía esa libertad de manera absoluta, sin darse cuenta de que la ejercía en medi de una dictadura. Era una libertad casi como espectáculo, como una seducción o una fascinación. Los españoles se limitaban a contemplarla como un espectáculo. Era la misma que ejercían los actores y actrices de Hollywood y de los distintos países, que venían a rodar aquí, celebraban sus fiestas, y la gente común, la gente subalterna y tributable, se limitaban a ver cómo se divertían. De hecho, ese ha sido un modo peculiar durante siglos en España: la diversión de los pobres ha sido contemplar cómo se divertían los ricos. Ese era el mito de Ava Gardner. En la novela se desarrolla como un mito inalcanzable, como la propia libertad. Está y no está, acaba de salir, no ha venido todavía, enseguida vendrá. Algo inalcanzable que se alejaba en el momento en que creías acercarte a ella. Es una metáfora, porque el protagonista de la historia no llega a verla nunca.
P. Pero usted sí llegó a verla, algo más tarde, ¿no?
R. Sí, sí, fue más tarde, en el Oliver una noche... Pero no le di ninguna importancia, porque, aparte de que por entonces no me interesaba mucho, el mito estaba ya desactivado, todo el limón estaba exprimido ya. Alguien dijo: "Mira, ahí está Ava Gardner". Pues nada.
P. Insiste en que ella se divertía, como otros actores, sin ser consciente de que lo hacía en una dictadura. Ahora quizás eso nos parezca cuestionable, pero entonces ¿se le criticaba esto, había cierta oposición?
R. No, no. Algunos, por supuesto sí, los más concienciados políticamente o quienes estaban en la lucha clandestina. Pero era algo de otro mundo. Todas esas fantasmagorías que los chavales veían en las pantallas, resultaba que todos esos héroes eran de carne real y mortal en aquel Madrid de la noche. Tú podías ver a Audrey Hepburn o a Rita Hayworth o a Gary Cooper, y era... era un horizonte inalcanzable. No llegabas a protestar ni nada, era una fascinación más. Otra forma de adoración.
P. Por una parte, estas figuras desafiaban toda la moralidad franquista, pero por otra parte funcionaban como propaganda.
R. Claro, ellos estaban muy protegidos por la policía, e incluso a los periodistas no se les permitía acercarse demasiado a ellos, y mucho menos sacar escándalos. A la dictadura le servía: mirad, Hemingway, aquel que vino con la Guerra Civil al bando republicano, y aquí está, tomando vino en la Cervecería Alemana, o aquí en Botín tomando cochinillo, o en los toros en Pamplona; aquí está Gary Cooper, el de Por quién doblan las campanas, pues aquí está, bailando en el Hilton. Estaban también vigilados, claro pero se les dejaba hacer porque daban muy buena imagen.
P. En una novela con Ava Gardner en portada, el lector puede esperar un cierto glamour. Pero lo que nos encontramos en las primeras páginas es un ajusticiamiento con garrote vil. ¿Cómo existía ese pequeño Hollywood entre tanta miseria?
R. El caso de Jarabo fue muy famoso. El hecho de que ajusticiaran con garrote vil nada menos que a un tipo que había estudiado en el Colegio del Pilar... Agarrotar a un pilarista, en los años cincuenta, era una cosa explosiva. ¡Un vástago de la oligarquía madrileña, sobrino del presidente del Tribunal Supremo! Eso era una sombra oscurísima en aquel Madrid de las fiestas y los artistas de Hollywood. El contraste, desde luego, es muy violento. Porque el glamour era una pantalla.
P. En el proceso de escritura, ¿cuándo llegó la idea de insertar el crimen de Jarabo?
R. Yo conocí el crimen, la experiencia del protagonista es la mía. Yo estaba estudiando en València y el defensor de Jarabo era el catedrático mío de Derecho Penal. Él, en nuestras clases, nos contaba todos los pormenores tanto del crimen como de la defensa y el juicio. Yo lo vivía lleno de fascinación, en ese momento penal, porque este hombre puso de moda la teoría del psicópata como atenuante. Por otra parte, aunque en València había crímenes —el del Cine Ideal, la envenenadora...—, lo de Madrid sonaba como una especie de modernidad delictiva. Eso sí que son verdaderamente criminales, nos decíamos, no los de València, que son como crímenes pasionales, muy poco sofisticados. Cuando llega el protagonista a Madrid, se encuentra con la doble fantasmagoría: por una parte, el rumor casi literario de que Jarabo no había sido ejecutado realmente, sino que se había salvado y sobrevivía; por otra, el fantasma de Ava Gardner, que estaba en su momento de máximo esplendor nocturno. Alguien que presumía de haberle encendido un pitillo a Ava Gardner, ese ya había hecho su biografía. Y no digamos el que había subido con ella en el ascensor del Hilton.
P. Entonces el lector tiene razón al sospechar que tras el protagonista se esconden algunas de sus experiencias biográficas.
R. Son experiencias... ¿Es real todo lo que se cuenta? Pues es verosímil, no real. La realidad, en las novelas, destruye la imaginación. El protagonista vivió lo que yo viví también, de una forma distinta. Él quiere ser director de cine, y no sé si lo consigue al final, y yo me dediqué a escribir. Ya está.
P. ¿Qué queda de aquel Madrid, de ese pequeño Hollywood?
R. No queda nada, absolutamente nada. Aquello era mujeres imposibles, héroes en las sombras y una férrea dictadura y una lucha clandestina y también emocionante, las juergas y las luchas... Había una doble alcantarilla, una alcantarilla de conspiración y otra alcantarilla de alcohol. Después esos dos mundos llegaron a cruzarse, ya alrededor de la muerte de Franco. En ese momento se producía un hecho muy evidente, que es que la dictadura había sido ya quebrada por la clase media. El hecho de que un aparato como el 600 te permitiera moverte, quebrar el tiempo y el espacio... Yo siempre lo he repetido mil veces, que para mí Franco murió atropellado por el 600. Que falleciera diez años después no es más que la causa biológica. La dictadura estaba quebrada ya por esas conquistas pequeñas de placeres cotidianos, de sueños que se estaban realizando, y eso rompió el espinazo de la dictadura. El impulso hacia ese horizonte de libertad era muy fuerte. En parte porque ahí se habían sumado los hijos de los vencedores a los hijos de los vencidos, que habían confluido en la universidad.
P. En la novela, insiste en la relación entre la política y la estética. De hecho, el protagonista se ve fascinado estéticamente, y no solo políticamente, por la izquierda. ¿Piensa que la batalla política es todavía estética, y viceversa?
R. Las ideologías se difunden sobre un campo estético. Primero es la estética, que es la que abre el camino. En los años setenta en España, ser comunista era, más que un principio político y de lucha contra la dictadura, que lo era, un principio estético, era lo que se tenía que llevar. Después, ser progre era estéticamente lo que había que ser. Y luego ser progre ha resultado ser un insulto, una cosa revenida, pasada de moda. Evidentemente, el nazismo y el fascismo italiano tuvieron una parafernalia estética. El franquismo no, el franquismo siempre ha sido cutre. También la revolución bolchevique tuvo una primera oleada de estética. El castrismo, cuando bajan los barbudos de la sierra, Fidel y el Che Guevara, es un momento estético absolutamente irrefrenable. Aquí parece que juega mucho la frivolidad, pero no hay que confundir la estética con la estéticienne. ¿Dónde está hoy la estética? No lo sé, no lo sé, en ninguna parte.
P. ¿Ahora es estéticamente atractiva la izquierda?
R. No, yo creo que va muy mal, por desgracia. Y tampoco sé si ser un Borjamari es estético o no, si andar dándole vueltas a las llaves de la moto o del Ferrari es estético. No, creo que los Borjamaris que se manifiestan no tienen ninguna estética.
P. Algunos manifestantes de las marchas convocadas por Vox tomaron una decisión que pordía calificarse tanto de política como de estética: sacar la bandera franquista de nuevo a la calle. ¿Qué sensación le produjo a usted?
R. Es lo de siempre: la derecha se cree que este país es suyo, es su finca, y a la izquierda siempre la ha tratado como el amo del cortijo trata al aparcero. Le exige que sea honrado en el mejor de los casos, que pague lo que le debe y que se porte bien. Por otra parte, la izquierda tiene una sensación de okupa, tiene interiorizado todavía que este país es de los otros, incluso ganando por mayoría absoluta. Felipe González, después de dos o tres mayorías, seguía teniendo complejo, esto de que cualquier día vienen y nos echan. A la derecha le cabrea muchísimo que la izquierda ocupe el poder, no lo concibe, no entra en su ADN. Piensan que no les toca estar ahí, porque la izquierda no ama España como ellos: la bandera es suya, España es suya, los sentimientos patrióticos son suyos... Hubo un momento en la Transición en que ese virus estaba muy aminorado, cuando, por lo que sea, por la ilusión de libertad o por el miedo a la izquierda, aceptaron tirar del carro de la democracia. Pero volvió el odio, y en eso estamos.
Info Libre.
El mundo de Ava en la noche queda muy, muy lejos de este 2020. Estamos en el Madrid de finales de los cincuenta, que era el Madrid gris de la dictadura y los barrios hambrientos, pero también era otra cosa: una extensión de Hollywood en la que reinaba Ava Gardner, con el Chicote, el Hilton, Lana Turner, Frank Sinatra... Otro mundo. Y también ahí el reverso de la moneda, el lujo y la riqueza tocados por la oscuridad: José María Jarabo Pérez-Morris, hijo de la altísima burguesía, socialite, bon vivant, estafador y, finalmente, asesino, ejecutado a garrote vil en 1959. Dos Españas de sombras chinescas que funcionan de manera similar a los universos que se cruzaban en su anterior novela, la ácida La regata. Aquí, el protagonista, un estudiante de Derecho valenciano recién llegado a Madrid, podría parecer un trasunto de Vicent, con el que comparte varios rasgos biográficos. Pero quizás también eso sea solo un espejismo.
Pregunta. En Ava en la noche describe la presencia casi mítica de la actriz en aquel Madrid. ¿De qué era símbolo entonces?
Respuesta. En ese momento, Ava Gardner era el símbolo de una libertad que se le negaba a los españoles. Ava ejercía esa libertad de manera absoluta, sin darse cuenta de que la ejercía en medi de una dictadura. Era una libertad casi como espectáculo, como una seducción o una fascinación. Los españoles se limitaban a contemplarla como un espectáculo. Era la misma que ejercían los actores y actrices de Hollywood y de los distintos países, que venían a rodar aquí, celebraban sus fiestas, y la gente común, la gente subalterna y tributable, se limitaban a ver cómo se divertían. De hecho, ese ha sido un modo peculiar durante siglos en España: la diversión de los pobres ha sido contemplar cómo se divertían los ricos. Ese era el mito de Ava Gardner. En la novela se desarrolla como un mito inalcanzable, como la propia libertad. Está y no está, acaba de salir, no ha venido todavía, enseguida vendrá. Algo inalcanzable que se alejaba en el momento en que creías acercarte a ella. Es una metáfora, porque el protagonista de la historia no llega a verla nunca.
P. Pero usted sí llegó a verla, algo más tarde, ¿no?
R. Sí, sí, fue más tarde, en el Oliver una noche... Pero no le di ninguna importancia, porque, aparte de que por entonces no me interesaba mucho, el mito estaba ya desactivado, todo el limón estaba exprimido ya. Alguien dijo: "Mira, ahí está Ava Gardner". Pues nada.
P. Insiste en que ella se divertía, como otros actores, sin ser consciente de que lo hacía en una dictadura. Ahora quizás eso nos parezca cuestionable, pero entonces ¿se le criticaba esto, había cierta oposición?
R. No, no. Algunos, por supuesto sí, los más concienciados políticamente o quienes estaban en la lucha clandestina. Pero era algo de otro mundo. Todas esas fantasmagorías que los chavales veían en las pantallas, resultaba que todos esos héroes eran de carne real y mortal en aquel Madrid de la noche. Tú podías ver a Audrey Hepburn o a Rita Hayworth o a Gary Cooper, y era... era un horizonte inalcanzable. No llegabas a protestar ni nada, era una fascinación más. Otra forma de adoración.
P. Por una parte, estas figuras desafiaban toda la moralidad franquista, pero por otra parte funcionaban como propaganda.
R. Claro, ellos estaban muy protegidos por la policía, e incluso a los periodistas no se les permitía acercarse demasiado a ellos, y mucho menos sacar escándalos. A la dictadura le servía: mirad, Hemingway, aquel que vino con la Guerra Civil al bando republicano, y aquí está, tomando vino en la Cervecería Alemana, o aquí en Botín tomando cochinillo, o en los toros en Pamplona; aquí está Gary Cooper, el de Por quién doblan las campanas, pues aquí está, bailando en el Hilton. Estaban también vigilados, claro pero se les dejaba hacer porque daban muy buena imagen.
P. En una novela con Ava Gardner en portada, el lector puede esperar un cierto glamour. Pero lo que nos encontramos en las primeras páginas es un ajusticiamiento con garrote vil. ¿Cómo existía ese pequeño Hollywood entre tanta miseria?
R. El caso de Jarabo fue muy famoso. El hecho de que ajusticiaran con garrote vil nada menos que a un tipo que había estudiado en el Colegio del Pilar... Agarrotar a un pilarista, en los años cincuenta, era una cosa explosiva. ¡Un vástago de la oligarquía madrileña, sobrino del presidente del Tribunal Supremo! Eso era una sombra oscurísima en aquel Madrid de las fiestas y los artistas de Hollywood. El contraste, desde luego, es muy violento. Porque el glamour era una pantalla.
P. En el proceso de escritura, ¿cuándo llegó la idea de insertar el crimen de Jarabo?
R. Yo conocí el crimen, la experiencia del protagonista es la mía. Yo estaba estudiando en València y el defensor de Jarabo era el catedrático mío de Derecho Penal. Él, en nuestras clases, nos contaba todos los pormenores tanto del crimen como de la defensa y el juicio. Yo lo vivía lleno de fascinación, en ese momento penal, porque este hombre puso de moda la teoría del psicópata como atenuante. Por otra parte, aunque en València había crímenes —el del Cine Ideal, la envenenadora...—, lo de Madrid sonaba como una especie de modernidad delictiva. Eso sí que son verdaderamente criminales, nos decíamos, no los de València, que son como crímenes pasionales, muy poco sofisticados. Cuando llega el protagonista a Madrid, se encuentra con la doble fantasmagoría: por una parte, el rumor casi literario de que Jarabo no había sido ejecutado realmente, sino que se había salvado y sobrevivía; por otra, el fantasma de Ava Gardner, que estaba en su momento de máximo esplendor nocturno. Alguien que presumía de haberle encendido un pitillo a Ava Gardner, ese ya había hecho su biografía. Y no digamos el que había subido con ella en el ascensor del Hilton.
P. Entonces el lector tiene razón al sospechar que tras el protagonista se esconden algunas de sus experiencias biográficas.
R. Son experiencias... ¿Es real todo lo que se cuenta? Pues es verosímil, no real. La realidad, en las novelas, destruye la imaginación. El protagonista vivió lo que yo viví también, de una forma distinta. Él quiere ser director de cine, y no sé si lo consigue al final, y yo me dediqué a escribir. Ya está.
P. ¿Qué queda de aquel Madrid, de ese pequeño Hollywood?
R. No queda nada, absolutamente nada. Aquello era mujeres imposibles, héroes en las sombras y una férrea dictadura y una lucha clandestina y también emocionante, las juergas y las luchas... Había una doble alcantarilla, una alcantarilla de conspiración y otra alcantarilla de alcohol. Después esos dos mundos llegaron a cruzarse, ya alrededor de la muerte de Franco. En ese momento se producía un hecho muy evidente, que es que la dictadura había sido ya quebrada por la clase media. El hecho de que un aparato como el 600 te permitiera moverte, quebrar el tiempo y el espacio... Yo siempre lo he repetido mil veces, que para mí Franco murió atropellado por el 600. Que falleciera diez años después no es más que la causa biológica. La dictadura estaba quebrada ya por esas conquistas pequeñas de placeres cotidianos, de sueños que se estaban realizando, y eso rompió el espinazo de la dictadura. El impulso hacia ese horizonte de libertad era muy fuerte. En parte porque ahí se habían sumado los hijos de los vencedores a los hijos de los vencidos, que habían confluido en la universidad.
P. En la novela, insiste en la relación entre la política y la estética. De hecho, el protagonista se ve fascinado estéticamente, y no solo políticamente, por la izquierda. ¿Piensa que la batalla política es todavía estética, y viceversa?
R. Las ideologías se difunden sobre un campo estético. Primero es la estética, que es la que abre el camino. En los años setenta en España, ser comunista era, más que un principio político y de lucha contra la dictadura, que lo era, un principio estético, era lo que se tenía que llevar. Después, ser progre era estéticamente lo que había que ser. Y luego ser progre ha resultado ser un insulto, una cosa revenida, pasada de moda. Evidentemente, el nazismo y el fascismo italiano tuvieron una parafernalia estética. El franquismo no, el franquismo siempre ha sido cutre. También la revolución bolchevique tuvo una primera oleada de estética. El castrismo, cuando bajan los barbudos de la sierra, Fidel y el Che Guevara, es un momento estético absolutamente irrefrenable. Aquí parece que juega mucho la frivolidad, pero no hay que confundir la estética con la estéticienne. ¿Dónde está hoy la estética? No lo sé, no lo sé, en ninguna parte.
P. ¿Ahora es estéticamente atractiva la izquierda?
R. No, yo creo que va muy mal, por desgracia. Y tampoco sé si ser un Borjamari es estético o no, si andar dándole vueltas a las llaves de la moto o del Ferrari es estético. No, creo que los Borjamaris que se manifiestan no tienen ninguna estética.
P. Algunos manifestantes de las marchas convocadas por Vox tomaron una decisión que pordía calificarse tanto de política como de estética: sacar la bandera franquista de nuevo a la calle. ¿Qué sensación le produjo a usted?
R. Es lo de siempre: la derecha se cree que este país es suyo, es su finca, y a la izquierda siempre la ha tratado como el amo del cortijo trata al aparcero. Le exige que sea honrado en el mejor de los casos, que pague lo que le debe y que se porte bien. Por otra parte, la izquierda tiene una sensación de okupa, tiene interiorizado todavía que este país es de los otros, incluso ganando por mayoría absoluta. Felipe González, después de dos o tres mayorías, seguía teniendo complejo, esto de que cualquier día vienen y nos echan. A la derecha le cabrea muchísimo que la izquierda ocupe el poder, no lo concibe, no entra en su ADN. Piensan que no les toca estar ahí, porque la izquierda no ama España como ellos: la bandera es suya, España es suya, los sentimientos patrióticos son suyos... Hubo un momento en la Transición en que ese virus estaba muy aminorado, cuando, por lo que sea, por la ilusión de libertad o por el miedo a la izquierda, aceptaron tirar del carro de la democracia. Pero volvió el odio, y en eso estamos.
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