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lunes, 4 de julio de 2022

De la teoría a la práctica. Carta a la directora

En una calle con 100 metros de longitud y 10 árboles plantados, la melia * (Melia azedarach, popular cinamomo) absorbería diariamente el CO2 emitido por hasta 10373 vehículos. Son datos obtenidos de un estudio realizado hace ya años en la Universidad de Sevilla que subrayaba la importancia de la vegetación como sumidero natural de CO2. El estudio revelaba que en el arbolado humano, las especies más eficaces son la melia, la acacia de las tres espinas, la jacaranda y el olmo, y las menos eficaces la catalpa, el árbol del amor y el ciruelo japonés. Desde la publicación de este estudio no he visto aumentar en nuestras calles el arbolado más ecoeficiente. ¿de que sirven los estudios sobre medio ambiente si no tenemos en cuenta los resultados de la investigación? 

María del Carmen Ortega Navasa. 
Soria (Castilla y León)

*
Melia azedarach, llamado popularmente cinamomo, agriaz, piocha, canelo,1​ lila, paraíso sombrilla o, de manera más imprecisa, árbol del paraíso (nombre que se refiere en principio a otras especies: Simarouba amara, Eleagnus Angustifolia), es una especie arbórea del género Melia de la familia Meliaceae. Nativo del sureste asiático, se difundió a mediados del siglo XIX como ornamental en Sudáfrica y América, donde se naturalizó con rapidez, convirtiéndose en una especie invasora que desplazó otras autóctonas. Se cultiva aún para decoración y sombra, sobre todo por su ancha y frondosa copa, a la que debe su nombre común.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Entrevista al intelectual estadounidense John Bellamy Foster. “Además de comprender las contradicciones actuales, el propósito del pensamiento ecológico marxista es trascenderlas”

 “Además de comprender las contradicciones actuales, el propósito del pensamiento ecológico marxista es trascenderlas”.

«La mayor parte de mi generación en EE.UU. llegamos al marxismo por oposición al imperialismo. Fue en parte por eso que siempre me atrajo «Monthly Review», ya que desde su nacimiento en 1949 fue una fuente importante de crítica al imperialismo. El hecho de que la perspectiva más revolucionaria en EE.UU. haya venido históricamente del movimiento negro, siempre más internacionalista y antiimperialista, ha sido crucial para definir a la izquierda radical estadounidense», señala John Bellamy Foster.

John Bellamy Foster (Seattle, 1953) me escribe antes de salir de Eugene, en Oregón: “Tuvimos que evacuar y tenemos un largo camino por delante. Pero intentaré enviarte la entrevista por la mañana”. Los incendios masivos en la costa oeste de Estados Unidos habían disparado el índice de calidad del aire (ICA) hasta valores de 450, sobre un máximo de 500; situación extremadamente peligrosa para la salud. 40.000 personas habían dejado sus casas y otro medio millón esperaba para huir si la amenaza crecía. “Así es el mundo del cambio climático”, sentencia Foster. Profesor de sociología en la Universidad de Oregón y editor de la emblemática revista Monthly Review, hace veinte años revolucionó el ecosocialismo marxista con La ecología de Marx 1/. Su libro, junto a Marx and Nature de Paul Burkett, abrió el marxismo a una segunda ola de crítica ecosocialista que enfrentó todo tipo de paradigmas enquistados sobre el propio Marx, para elaborar un método y un programa que impactaron con fuerza en todo el panorama ecologista, como continúan haciéndolo hoy.

El gran desarrollo del ecologismo marxista en años recientes –que ha puesto de manifiesto cómo, a pesar de escribir en el siglo XIX, Marx resulta fundamental para reflexionar sobre la degradación ecológica– es en parte producto de aquel cambio protagonizado por Foster y otros autores vinculados a Monthly Review. Su corriente, que vino a denominarse la escuela de la fractura metabólica, por la noción central que Foster rescató del tomo 3 de El Capital, ha desarrollado todo tipo de líneas de investigación ecológico-materialistas en las ciencias sociales y naturales: desde el imperialismo o el estudio de la explotación de los océanos a la segregación social o la epidemiología (sobre este tema, véase Grandes granjas, grandes gripes, de Rob Wallace, de próxima publicación en castellano).

Lamentablemente, la extensa y muy destacada contribución de Foster y su corriente aún no ha sido lo suficientemente traducida a nuestro idioma. Obras tan importantes para explorar cuestiones centrales al ecosocialismo como, por poner solo dos ejemplos, The Ecological Rift (2010) o The Robbery of Nature (2020) –el primero de Foster, Brett Clark y Richard York; el segundo de Foster y Clark–, aún esperan su oportunidad para ser mejor descubiertas en nuestro contexto. Con motivo de la publicación de su último libro, The Return of Nature, una genealogía monumental de grandes pensadores ecosocialistas que le ha llevado veinte años completar, Foster nos habla del camino que recorrieron estos, desde la muerte de Marx hasta la eclosión del ecologismo en los 60 y 70, así como de la relación de su nuevo libro con La ecología de Marx y con los debates más destacados del ecologismo marxista actual. Sus reflexiones sirven así para repensar el significado de este legado ante la necesidad urgente de un proyecto que trascienda las condiciones que amenazan hoy la existencia en el planeta.

Alejandro Pedregal: En La ecología de Marx rebatiste algunas conjeturas sobre la relación entre Marx y la ecología muy establecidas, tanto dentro como fuera del marxismo, como que el pensamiento ecológico era algo marginal en Marx; que sus pocas ideas ecológicas se encontraban en su obra temprana; que mantenía puntos de vista prometeicos sobre el progreso; que veía en la tecnología y el desarrollo de las fuerzas productivas la solución a las contradicciones de la sociedad con la naturaleza, y que no mostró un interés científico genuino por los efectos de las intervenciones antropogénicas sobre el medio ambiente. Tu trabajo, junto a otros, refutó estos supuestos y modificó muchos paradigmas asociados a ellos. ¿Crees que estas ideas persisten en los debates actuales?

John Bellamy Foster: En los círculos socialistas y ecológicos de habla inglesa, y creo que en la mayor parte del mundo, estas primeras críticas a Marx sobre ecología están hoy refutadas. Están completamente contradichas por la muy poderosa crítica ecológica del propio Marx, que ha sido fundamental para el desarrollo del ecosocialismo y, cada vez más, para todo enfoque científico-social sobre las rupturas ecológicas generadas por el capitalismo. Esto es particularmente evidente en la influencia creciente y generalizada de la teoría de la fractura metabólica de Marx, cuya comprensión sigue expandiéndose, y que se ha aplicado a casi todos nuestros problemas ecológicos actuales. Fuera del mundo de habla inglesa, uno todavía encuentra ocasionalmente algunos de esos conceptos erróneos porque las obras más importantes hasta ahora han sido en inglés y gran parte de ellas aún no se ha traducido. Pero creo que podemos tratar esas críticas anteriores casi universalmente como inválidas, no solo por mi trabajo, sino también por el de Paul Burkett en Marx and Nature, Kohei Saito en Karl Marx’s Ecosocialism 2/y muchos otros. Casi nadie es tan simplista hoy para ver a Marx como un pensador prometeico, que promovía la industrialización por encima de todo. Existe una comprensión generalizada de cómo la ciencia y la concepción materialista de la naturaleza entraron en su pensamiento, reforzada por la publicación de algunos de sus cuadernos de extractos científicos y ecológicos en el proyecto Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA). Por tanto, no creo que la opinión de que el análisis ecológico de Marx sea algo marginal tenga mucha credibilidad, y esa idea está retrocediendo en todo el mundo (mientras el marxismo ecológico es cada vez más relevante). La única forma en que pudiera verse así sería adoptando una definición extremadamente estrecha y contraproducente de la ecología. Además, en ciencia a menudo son las percepciones más marginales de un pensador las que resultan más revolucionarias y avanzadas.

¿Por qué tantos autores estaban convencidos de que Marx ignoró la ecología? Creo que la respuesta más directa es que la mayoría de socialistas simplemente hicieron la vista gorda al análisis ecológico en Marx. Todo el mundo leía las mismas cosas de forma prescrita, saltándose lo que entonces se consideraba secundario. Otros problemas se debían a la traducción. En la traducción inglesa de El Capital, el uso Stoffwechsel o metabolismo por Marx se tradujo como intercambio material, lo que obstaculizaba más que ayudaba a su comprensión. Pero también había razones más profundas, que pasaban por alto lo que Marx entendía por el propio materialismo, y que abarcaba no solo la concepción materialista de la historia, sino también la concepción materialista de la naturaleza.

Lo importante de la crítica ecológica de Marx es que está unida a su crítica político-económica del capitalismo; de hecho, una no tiene sentido sin la otra. La crítica del valor de cambio bajo el capitalismo no tiene sentido fuera del valor de uso, relacionada con las condiciones naturales y materiales. La concepción materialista de la historia no tiene sentido al margen de la concepción materialista de la naturaleza. La alienación del trabajo no puede entenderse sin la alienación de la naturaleza. La explotación de la naturaleza se basa en la expropiación por parte del capital de los obsequios gratuitos de la naturaleza. La propia definición de Marx de los seres humanos como seres automediadores de la naturaleza, como explicó István Mészáros en La teoría de la alienación en Marx, se basa en una concepción del proceso de trabajo como metabolismo entre seres humanos y naturaleza. La ciencia como medio para mejorar la explotación del trabajo no puede separarse de la ciencia como dominio de la naturaleza. La noción de metabolismo social de Marx no puede separarse de la cuestión de la fractura metabólica. Y así sucesivamente. En Marx estas cosas no estaban separadas unas de otras, sino que fueron los pensadores de izquierda posteriores, que generalmente ignoraron las cuestiones ecológicas, o que emplearon perspectivas idealistas, mecanicistas o dualistas, quienes lo hicieron, y así despojaron a la crítica de la economía política de su base material real.

A. P.: A propósito del prometeísmo, en tu obra mostraste cómo las reflexiones de Marx sobre Prometeo debían leerse en relación con su propia investigación académica sobre Epicuro (y con Lucrecio) y repensarse vinculadas al conocimiento secular de la Ilustración, más que como defensa ciega del progreso. No obstante, el uso dominante del término prometeico sigue siendo muy común, también en la literatura marxista, lo que da pie a que ciertas tendencias aceleracionistas y tecno-fetichistas reivindiquen a Marx. ¿Debería disputarse esta noción de forma más efectiva, al menos en relación con Marx y su materialismo?

J. B. F.: Este es un tema muy complejo. Marx elogiaba a Prometeo y admiraba el Prometeo encadenado de Esquilo, que releía con frecuencia. En su tesis doctoral comparó Epicuro con Prometeo, y el propio Marx fue caricaturizado como Prometeo por la supresión de la Rheinische Zeitung [Gaceta Renana]; imagen que aparece en el volumen 1 de las Obras completas de Marx y Engels. Por tanto, fue común que algunos críticos, dentro y fuera del marxismo, caracterizaran a Marx como prometeico, en particular para sugerir que veía al productivismo extremo como el objetivo principal de la sociedad. Al no tener prueba de que Marx antepusiera la industrialización a las relaciones sociales (y ecológicas), sus críticos emplearon el término prometeico para exponer su punto de vista sin evidencia alguna, aprovechando esta asociación común.

Sin embargo, esto era una gran distorsión. En el mito griego, el titán Prometeo desafió a Zeus al entregar el fuego a la humanidad. El fuego, por supuesto, tiene dos cualidades: una es la luz y la otra es la energía o el poder. En la interpretación del mito en Lucrecio, Epicuro era tratado como el portador de la luz o el conocimiento en el sentido de Prometeo, y fue de esta idea que Voltaire tomó la noción de Ilustración3/. Es en este mismo sentido que Marx elogió a Epicuro como Prometeo, celebrándolo como la figura ilustrada de la antigüedad. Además, las referencias de Marx al Prometeo encadenado siempre enfatizaron al protagonista como revolucionario, en desafío a los dioses olímpicos.

Obviamente, durante la Ilustración Prometeo no se veía como un mito de la energía o la producción. Walt Sheasby, con quien trabajé al comienzo de Capitalism, Nature, Socialism mientras yo editaba Organization and Environment, escribió un artículo extraordinario para esta revista en 1999, demostrando que hasta el siglo XIX la noción prometeica era utilizada principalmente en ese sentido ilustrado. No estoy seguro cuándo cambió el uso, pero con Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley y Filosofía de la miseria de Proudhon, lo prometeico pasó a simbolizar la revolución industrial, viéndose a Prometeo como sinónimo de energía mecánica. Es interesante que Marx desafiara el prometeísmo mecanicista de Proudhon, atacando todas esas nociones en Miseria de la filosofía. Pero el mito de Prometeo se reificó como historia de industrialización, algo que los antiguos griegos nunca podrían haber imaginado, y la identificación de Marx con Prometeo se convirtió, por tanto, en una forma de criticarle por motivos ecológicos. Curiosamente, en Leszek Kolakowski, Anthony Giddens, Ted Benton y Joel Kovel esa acusación fue dirigida exclusivamente contra Marx y no contra ningún otro pensador, lo que apunta al carácter ideológico de tal acusación.

Lo más próximo a que Marx fuera prometeico (como glorificación de la industrialización) sería su panegírico a la burguesía en la primera parte del Manifiesto comunista, pero aquello era solo un preludio de su crítica a la propia burguesía, y páginas más adelante introducía todas las contradicciones del orden burgués: el aprendiz de brujo, las condiciones ecológicas (ciudad y campo), los ciclos económicos y, por supuesto, el proletariado como sepulturero del capitalismo. No hay ningún sitio donde promueva la industrialización como objetivo en sí mismo en oposición al desarrollo humano libre y sostenible. Explicar todo esto, sin embargo, lleva tiempo y, aunque he mencionado todos estos puntos en varias ocasiones, por lo general es suficiente con mostrar que Marx no fue en absoluto un pensador prometeico, si nos referimos a la adoración a la industria, la tecnología y al productivismo, o a la creencia en un enfoque mecanicista del medio ambiente.

A. P.: Veinte años después de La ecología de Marx, el abundante trabajo de la escuela de la fractura metabólica ha transformado los debates sobre marxismo y ecología. ¿Cuáles son las continuidades y los cambios entre aquel contexto y el actual?

J. B. F.: Hay diferentes líneas de debate. En parte se debe a la gran cantidad de investigación sobre la fractura metabólica como forma de entender la actual crisis ecológica planetaria, y a cómo construir un movimiento ecosocialista revolucionario en respuesta a ella. Básicamente, lo que ha cambiado es el espectacular auge de la propia ecología marxista, que ilumina tantas áreas diferentes, no solo en las ciencias sociales, sino también en las naturales. Por ejemplo, Mauricio Betancourt acaba de publicar un maravilloso estudio, “The Effect of Cuban Agroecology in Mitigating the Metabolic Rift”. Stefano Longo, Rebecca Clausen y Brett Clark aplicaron el método de Marx a la fractura oceánica en The Tragedy of the Commodity. Hannah Holleman lo utilizó para explorar los efectos dust bowls 4/ pasados y presentes en Dust Bowls of Empire. Un número considerable de trabajos han utilizado la fractura metabólica para comprender el problema del cambio climático, incluido nuestro The Ecological Rift, que escribí con Brett Clark y Richard York, y Facing the Anthropocene de Ian Angus. Estas obras, junto a otras de Andreas Malm, Eamonn Slater, Del Weston, Michael Friedman, Brian Napoletano y un número creciente de académicos y activistas, pueden verse desde esta perspectiva. Una organización importante en esa línea es la Global Ecosocialist Network, donde John Molyneux tiene un papel destacado, junto a System Change, Not Climate Change! en EE UU. El trabajo de Naomi Klein se ha basado en el concepto de fractura metabólica, y también ha jugado un papel en el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) en Brasil y en los debates sobre la civilización ecológica en China.

Otra línea ha explorado las relaciones entre la ecología marxista, la teoría de la reproducción social feminista marxista y los nuevos análisis del capitalismo racial. Estas tres perspectivas se han basado en el concepto de expropiación de Marx como parte integral de su crítica, yendo más allá de la explotación. Estas conexiones nos motivaron a Brett Clark y a mí a escribir nuestro The Robbery of Nature, sobre la relación entre el robo y la fractura; es decir, la expropiación de la tierra, los valores de uso y los cuerpos humanos, y su relación con la fractura metabólica. Un área importante es el ámbito del imperialismo ecológico y el intercambio ecológico desigual en el que he trabajado con Brett Clark y Hannah Holleman.

Han surgido algunas críticas nuevas, dirigidas a la teoría de la fractura metabólica, planteando que es más dualista que dialéctica. Esto es algo erróneo, porque para Marx el metabolismo social entre la humanidad y la naturaleza (extrahumana), a través del proceso de trabajo y producción, es por definición la mediación de naturaleza y sociedad. En el caso del capitalismo, esto se manifiesta como una mediación alienada en forma de fractura metabólica. Este enfoque, centrado en el trabajo/metabolismo como mediación dialéctica de la totalidad, no podría ser más opuesto al dualismo. Otros han dicho que si el marxismo clásico hubiera abordado las cuestiones ecológicas, habría aparecido en análisis socialistas posteriores a Marx, pero no lo hizo. Esa posición también está equivocada. De hecho, eso es lo que abordo en The Return of Nature, con la intención expresa de explorar la dialéctica entre continuidad y cambio en la ecología socialista y materialista durante el siglo posterior a las muertes de Darwin y Marx, en 1882 y 1883 respectivamente.

A. P.: Efectivamente, en La ecología de Marx te centrabas en el desarrollo del materialismo de Marx en correlación con el de la teoría de la evolución de Darwin y Alfred Russell Wallace, para terminar con la muerte de los dos primeros. Ahora partes de este punto para hacer una genealogía intelectual de pensadores ecosocialistas fundamentales, hasta la aparición del movimiento ecologista en los años 60 y 70. Durante mucho tiempo, algunas de estas historias no recibieron suficiente atención. ¿Por qué llevó tanto tiempo recuperarlas? ¿Cómo nos ayuda el redescubrimiento de estos vínculos a comprender de forma diferente el surgimiento del movimiento ecologista?

J. B. F.: The Return of Nature es una continuación del método de La ecología de Marx. Esto se puede ver al comparar el epílogo del libro anterior con el argumento del último. La ecología de Marx, aparte de su epílogo, termina con la muerte de Darwin y Marx. The Return of Nature comienza con sus funerales y con la única persona que estuvo presente en ambos: E. Ray Lankester, el gran zoólogo británico, protegido de Darwin y Thomas Huxley y amigo cercano de Marx. No se centra solo en el desarrollo de ideas marxistas, sino en los socialistas y materialistas que desarrollaron lo que hoy llamamos ecología como una forma crítica de análisis. Y podemos ver cómo estas ideas se transmitieron de una manera genealógico-histórica.

Como toda historiografía marxista, esta es una historia de orígenes y de la dialéctica entre continuidad y cambio. Presenta una genealogía en gran parte ininterrumpida, aunque de forma compleja, desde Darwin y Marx hasta la explosión de la ecología en los años 60. Parte de mi argumento es que la tradición socialista en Gran Bretaña, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, fue crucial en eso. No solo fue este el principal período de desarrollo del socialismo británico, sino que el trabajo más creativo en las ciencias fue producto de una especie de síntesis de Darwin y Marx a lo largo de las líneas ecológico-evolutivas. Los científicos marxistas británicos estaban estrechamente relacionados con los pensadores marxistas revolucionarios de la fase temprana y más dinámica de la ecología soviética, pero a diferencia de estos, los británicos sobrevivieron y desarrollaron sus ideas, marcando el comienzo de perspectivas socioecológicas y científicas fundamentalmente nuevas.

Desde el principio, una crítica común a La ecología de Marx fue que incluso si Marx hubiera desarrollado una poderosa crítica ecológica, esta no se había completado en el pensamiento socialista posterior. Había dos respuestas a esto. La primera estaba en la afirmación de Rosa Luxemburg de que la ciencia de Marx había ido mucho más allá del movimiento inmediato y los problemas de la época, por lo que, a medida que surgieran nuevos desafíos, se encontrarían nuevas respuestas en su legado científico. Y es cierto que la percepción de Marx de la crisis ecológica del capitalismo, basada en las tendencias de su tiempo, estaba muy por delante de su desarrollo histórico; lo que hace a su análisis aún más valioso, no menos. Pero la otra respuesta era que la presunción de que no hubo un análisis ecológico socialista era falsa: de hecho, la ecología, como campo crítico, fue en gran parte creación de los socialistas. Ya había intentado explicar esto en el epílogo de La ecología de Marx, pero se necesitaba mucho más. El desafío estaba en destapar la historia de la ecología socialista y materialista en el siglo posterior a Marx. Pero esta era una empresa enorme, ya que no había literatura secundaria, excepto, en cierto sentido, el maravilloso Marxism and the Philosophy of Science de Helena Sheehan.

Comencé la investigación para The Return of Nature en el año 2000, cuando se publicó La ecología de Marx. La idea siempre fue explorar más a fondo las cuestiones del epílogo, centrándome en el contexto británico. Pero cuando comencé este trabajo, asumí el cargo de coeditor (y, con el tiempo, editor único) de Monthly Review, y eso naturalmente me devolvió a la economía política, que gobernó mi trabajo durante años. Además, cuando escribí sobre ecología en estos años tuve que lidiar ante todo con la crisis que venía, así que solo pude trabajar en un proyecto tan intensivo cuando la presión era baja, durante breves vacaciones en la docencia, por ejemplo. El trabajo avanzó lentamente. Nunca lo hubiera terminado sin el estímulo de algunos amigos (particularmente John Mage), y por el hecho de que el problema ecológico creció tanto que para Monthly Review la crítica ecológica acabó siendo tan importante como la de la economía política, lo que hacía más necesario que nunca un sistemático enfoque histórico.

Sin embargo, la razón principal por la que el libro tardó tanto fue porque estas historias no se conocían y requerían una enorme investigación archivística y cantidad de fuentes desconocidas; obras que nadie había leído desde hacía más de medio siglo. El papel de J. B. S. Haldane, Joseph Needham, J. D. Bernal, Hyman Levy y Lancelot Hogben en el desarrollo del pensamiento ecológico, a pesar de la relevancia que alcanzaron en su día, fue ignorado después; en parte debido a las luchas intestinas dentro del propio marxismo. También fueron olvidados los grandes clasicistas de izquierda como Benjamin Farrington, George Thomson y Jack Lindsay. Así, captar el vasto alcance de los análisis, colocados en el contexto histórico adecuado, tomó tiempo. Pero los vínculos históricos definitivamente estaban ahí. La historia lleva al final a Barry Commoner y Rachel Carson, y también a Stephen Jay Gould, Richard Levins y Richard Lewontin, Steven y Hilary Rose, Lindsay y E. P. Thompson, que se convirtió en el principal activista antinuclear de Gran Bretaña. La respuesta más sucinta a cómo esta historia puede ayudarnos en las luchas de hoy, quizás la encontremos en Quentin Skinner, a quien cito, que dijo que el único propósito de tales historias es demostrar “cómo nuestra sociedad impone limitaciones a nuestra imaginación”, y que “todos somos marxistas en este sentido”.

A. P.: La ecología de Marx mencionaba cómo tu propia interiorización del legado de György Lukács (y Antonio Gramsci) te había impedido utilizar el método dialéctico para el ámbito de la naturaleza. Señalabas cómo esta debilidad común al marxismo occidental en parte había abandonado el campo de la naturaleza y la filosofía de la ciencia al dominio de variantes positivistas y mecanicistas. Sin embargo, The Return of Nature comienza precisamente cuestionando algunos supuestos sobre Lukács, centrales para el alejamiento del marxismo occidental de la dialéctica de la naturaleza. ¿Qué condiciones retrasaron tanto los hallazgos de esta importancia? ¿Cuáles fueron los principales efectos que estas conjeturas tuvieron en el marxismo, particularmente en relación con la ecología?

J. B. F.: Quizás pueda explicar esto a través de mi propio desarrollo intelectual. Cuando era estudiante, estudié extensamente a Kant, Hegel, Schopenhauer, Marx, Engels, Lenin y Weber, así como a Marcuse, Mészáros, Ernst Cassier, H. Stuart Hughes y Arnold Hauser. Así, cuando llegué al posgrado, tenía una buena idea general de los límites entre kantismo y neokantismo, o hegelianismo y marxismo. Me sorprendió descubrir, en cursos sobre teoría crítica, que la primera proposición que se enseñaba era que la dialéctica no se aplicaba a la naturaleza, de acuerdo principalmente a una nota al pie en Historia y conciencia de clase de Lukács, donde criticaba a Engels por la dialéctica de la naturaleza. Solo rechazando esta, se argumentaba, podría definirse la dialéctica en términos del sujeto-objeto idéntico del proceso histórico. Por supuesto, el propio Lukács, como señalaría más tarde, nunca abandonó totalmente la idea de dialéctica meramente objetiva o dialéctica de la naturaleza, a la que se había referido en otra parte de Historia y conciencia de clase. De hecho, en su prefacio al libro de 1967, Lukács, siguiendo a Marx, insistió en una mediación dialéctica, como metabolismo, entre naturaleza y sociedad por medio del trabajo; en ese sentido, en una dialéctica de la concepción de naturaleza. El mismo argumento aparecía en Conversaciones con Lukács.

Fue así como interioricé hasta cierto punto, a nivel práctico, la noción del marxismo occidental de que la dialéctica solo era aplicable al ámbito histórico y no a las ciencias naturales, que se entregaron así al mecanicismo o el positivismo. Llegué a ver la dialéctica histórica de acuerdo al principio de Giambattista Vico, según el cual podemos entender la historia porque la hemos hecho, como fomentó E. P. Thompson. Pero a un nivel más profundo esto no me resultaba satisfactorio, porque los seres humanos no hacen la historia solos, sino junto al metabolismo universal de la naturaleza del que la sociedad emerge como parte. Pero mis intereses en los años 80 se centraron principalmente en la economía política e historia, donde esos problemas rara vez surgían.

Fue cuando volví a la cuestión de la ecología a finales de los 80 y en los 90 que este asunto se volvió inevitable. La dialéctica de la naturaleza solo podría dejarse de lado sobre bases idealistas o materialistas mecanicistas. Sin embargo, dada la complejidad del tema, en La ecología de Marx evité conscientemente, en su mayor parte, cualquier consideración explícita y detallada de la dialéctica de la naturaleza en relación con Marx (que entonces no estaba preparado para abordar), aunque el concepto de metabolismo social de Marx me llevaba en esa dirección. Así, en el epílogo me limité a señalar la referencia de Marx al “método dialéctico” como la forma de abordar el “libre movimiento de la materia”, y cómo esto era parte de la herencia de Epicuro y otros materialistas anteriores, mediada por Hegel. Como enfoque epistemológico, indiqué que esto podía defenderse como equivalente heurístico al papel de la teleología para la cognición humana en Kant. Pero evité en su mayor parte la cuestión ontológica más amplia, de una dialéctica meramente objetiva como apareció en Engels (y en Lukács), y su relación con Marx.

No abordé la dialéctica de la naturaleza en detalle hasta 2008, en un capítulo para un libro editado por Bertell Ollman y Tony Smith, luego incluido en The Ecological Rift. Aún estaba atrapado en el problema de Lukács, aunque entendía que para el Lukács tardío el metabolismo de Marx ofrecía un amplio camino para salir del dilema epistemológico-ontológico (mientras otro camino, sostuve, estaba en lo que Marx llamó la “dialéctica de la certeza sensible”, representada por el materialismo de Epicuro, Bacon y Feuerbach, e incorporada en sus primeros trabajos). Sin embargo, aunque fuera un paso adelante, mi enfoque no era el adecuado en varios sentidos. Como luego entendí, en parte la dificultad radicaba en las limitaciones filosóficas (al tiempo de un alcance científico mucho más amplio) de una dialéctica materialista, que nunca podría ser un sistema circular cerrado, como en la filosofía idealista de Hegel, o totalizador que consistiera exclusivamente en relaciones internas y mónadas sin ventanas al exterior. La dialéctica de Marx era abierta, igual que el propio mundo físico.

La cuestión de la dialéctica de la naturaleza sería central en The Return of Nature, así como lo sería el Lukács tardío, en particular el de El joven Hegel y Ontología del ser social. Fue clave el tratamiento por Lukács de las determinaciones de la reflexión de Hegel, que me ayudó a comprender la forma en que el naturalismo dialéctico de Engels se había inspirado en gran medida en la “Doctrina de la esencia” de la Ciencia de la lógica. Otro elemento vital en La ecología de Marx fue el realismo crítico de Roy Bhaskar, especialmente su Dialectic: The Pulse of Freedom. Pero en el corazón de The Return of Nature estaba el examen detenido de la Dialéctica de la naturaleza de Engels (así como de los escritos filosóficos de Lenin), que tenía una profundidad incalculable. Esto me permitió trazar la influencia de Engels sobre pensadores posteriores –sobre todo, Needham, Christopher Caudwell y Lindsay–. Además, William Morris en las artes y Haldane, Bernal, Hogben y Levy en las ciencias ofrecieron una variedad de poderosas ideas sobre la ecología dialéctica y materialista.

A. P.: Lukács advirtió también cómo la división del trabajo alienado en el capitalismo servía para incrementar la división disciplinaria del conocimiento, de acuerdo a las necesidades de especialización funcional del capital. Como filosofía de la praxis, el marxismo se propone como un proyecto totalizador, entre otras cosas, para recomponer las muy variadas fracturas que el capitalismo ha expandido o impuesto: naturaleza y sociedad, pero también ciencia y arte. Un tema central de tu nuevo libro es la existencia de enfoques paralelos de ecología y socialismo en la ciencia y el arte. ¿Cómo contribuyeron estos vínculos al pensamiento ecosocialista materialista? ¿Cómo pueden ayudar a repensar esta interacción en relación con la ecología y la crisis ecosocial?

J. B. F.: Al escribir The Return of Nature, la declaración de Morris en Noticias de ninguna parte de que había dos formas insuperables de conocimiento, las ciencias y las artes, estuvo constantemente en mi mente. Todos los pensadores marxistas preocupados por la ecología cruzaron esos límites de diversas maneras, por lo que cualquier relato genealógico-histórico debía examinar sus desarrollos paralelos. Evidentemente, el análisis de la ecología como ciencia y su relación con la dialéctica de la naturaleza evolucionó principalmente a través de la corriente científica. Pero era difícil aislar esto de la estética socialista.

Así, Lankester era amigo de Morris y los prerrafaelistas. Hogben tomó de Morris la principal inspiración para su socialismo. Morris concebía que todo trabajo no alienado contiene arte, noción que sacó de John Ruskin, pero a la que añadió profundidad a través de Marx. Morris también reprodujo, independiente de Marx, la noción del carácter social de todo arte. Caudwell captó brillantemente tanto las vertientes estéticas como científicas de la crítica ecológica general. Su estética se valió del concepto de mimesis de Aristóteles y la tradición clásica británica radical de los ritualistas de Cambridge, representada por Jane Harrison, que luego unió a la dialéctica materialista. El poderoso enfoque de Caudwell llevó a los extraordinarios análisis de Thomson sobre los orígenes de la poesía y el drama. Todo este desarrollo estético-ecológico de la izquierda culminó con Lindsay, quien, debido a su enorme variedad de estudios clásicos, literarios, filosóficos y científicos, acabó por reunir nociones sobre la dialéctica de la naturaleza, basándose tanto en la estética como en la ciencia. No es casualidad que Lukács, Mészáros y Thompson tuvieran en tan alta estima a Lindsay, cuya obra no es lo suficientemente valorada, tal vez porque navegar por sus 170 volúmenes sea demasiado abrumador.

A. P.: Engels es un personaje clave en tu libro. Durante mucho tiempo, en ciertos marxismos, Engels fue acusado de vulgarizar el pensamiento de Marx, pero tú señalas la relevancia y complejidad del materialismo dialéctico de Engels para una crítica social y ecológica del capitalismo. Aunque se reconoce cada vez más, persiste cierto desdén hacia Engels y hacia los vínculos de su obra con Marx. ¿Por qué sucede esto? ¿Cuáles son los aspectos esenciales que conocemos hoy para rebatir esas posiciones desde el pensamiento ecológico marxista?

J. B. F.: Recuerdo escuchar a David McLellan en 1974, poco después de escribir su biografía sobre Marx, y quedarme desconcertado por su extraordinaria diatriba contra Engels. Esta fue mi introducción real a los ataques contra Engels que de múltiples formas definieron al marxismo occidental durante la Guerra Fría y se han trasladado a la era posterior. Todo esto, obviamente, no era tanto sobre Engels como sobre los dos marxismos, como lo llamó Alvin Gouldner. El marxismo occidental, y en gran medida el mundo académico, reclamaron a Marx como propio, como un pensador urbano, pero en su mayor parte rechazó a Engels por ser demasiado crudo, adjudicándole el papel de saboteador que había creado el marxismo, que no tenía nada que ver con Marx. Engels era responsable del economicismo, el determinismo, el cientificismo y las perspectivas filosóficas y políticas vulgares de la Segunda Internacional y, más allá, hasta Stalin. Quizá no debería sorprendernos, por tanto, que si bien podemos encontrar cientos y miles de libros y artículos que mencionan Dialéctica de la naturaleza, apenas se puede aprender nada de ellos, porque o tratan al libro de manera doctrinaria (como hacía parte del antiguo marxismo oficial) o, en el caso del marxismo occidental, simplemente se citan algunas líneas de él (o, a veces, del Anti-Dühring) para establecer su vulgarización del marxismo.

En términos de ecología marxista, Engels es esencial. Por brillante que sea el análisis de Marx, no podemos ignorar las vastas contribuciones de Engels a la epidemiología de clase en La situación de la clase obrera en Inglaterra, a la crítica de la conquista de la naturaleza o a la comprensión del desarrollo evolutivo humano. Su apropiación crítica de Darwin en el Anti-Dühring fue fundamental para el desarrollo de la ecología evolutiva. El materialismo emergentista de Dialéctica de la naturaleza es clave para una visión científica crítica del mundo.

A. P.: Monthly Review siempre ha mostrado gran sensibilidad hacia las luchas revolucionarias del Tercer Mundo. La teoría del imperialismo de Lenin junto a la del capital monopolista de Paul Sweezy y Paul Baran, la teoría de la dependencia (en Ruy Mauro Marini o Samir Amin, entre otros) y su diálogo con el análisis de sistemas-mundo, o los aportes de István Mészáros, entre muchas otras influencias, han sido esenciales para la elaboración de vuestra crítica ecosocialista. Sin embargo, el vínculo entre ecología e imperialismo a menudo se ha subestimado en otras corrientes marxistas y ecologistas. Incluso algunos consideran el imperialismo como una categoría obsoleta para lidiar con el capitalismo global. ¿A qué se debe que esta separación entre geopolítica y ecología siga siendo tan fuerte en ciertos sectores de la izquierda? ¿Es posible un enfoque diferente de estos asuntos?

J. B. F.: La mayor parte de mi generación atraída por el marxismo en EE UU, impactada por la guerra de Vietnam y el golpe en Chile, llegamos a él por oposición al imperialismo. Fue en parte por eso que siempre me atrajo Monthly Review, ya que desde su nacimiento en 1949 fue una fuente importante de crítica del imperialismo; incluyó a la teoría de la dependencia y el análisis de sistemas-mundo. Los escritos de Harry Magdoff en La era del imperialismo e Imperialism: From the Colonial Age to the Present son fundamentales para nosotros, así como los de Paul Baran, Paul Sweezy, Oliver Cox, Che Guevara, André Gunder Frank, Walter Rodney, Samir Amin, Immanuel Wallerstein y muchos otros. El hecho de que la perspectiva más revolucionaria en EE.UU. haya venido históricamente del movimiento negro, siempre más internacionalista y antiimperialista, ha sido crucial para definir a la izquierda radical estadounidense. Con todo, siempre ha habido importantes figuras socialdemócratas, como Michael Harrington, en paz con el imperialismo estadounidense. Hoy algunos representantes del nuevo socialismo democrático hacen a menudo la vista gorda ante las implacables intervenciones de Washington en el exterior.

Por supuesto, nada de esto es nuevo. El conflicto sobre el imperialismo dentro de la izquierda se puede encontrar desde los inicios del movimiento socialista en Inglaterra. H. M. Hyndman, fundador de la Federación Socialdemócrata, y George Bernard Shaw, uno de los principales fabianos, apoyaron al Imperio británico y el socialimperialismo. Del otro lado estaban figuras asociadas con la Liga Socialista, como Eleanor Marx, Morris y Engels, todos antiimperialistas. El imperialismo fue la cuestión más divisiva para el movimiento socialista europeo en la Primera Guerra Mundial, como se relata en El imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin. En la Nueva Izquierda en Gran Bretaña, desde los años 60, el imperialismo fue una gran fuente de disputa. Aquellos identificados con la Primera Nueva Izquierda, como E. P. Thompson, Ralph Miliband y Raymond Williams, eran fuertemente antiimperialistas, mientras que la Segunda Nueva Izquierda, asociada a la New Left Review, o veían el imperialismo como una fuerza progresista de la historia, como Bill Warren, o tendían a restarle importancia. El resultado, en especial con la ideología de la globalización en este siglo, fue un declive dramático en los estudios del imperialismo (acompañado por crecientes estudios culturales de colonialismo y poscolonialismo) en Gran Bretaña y EE UU. La consecuencia lógica de esto es que alguien tan influyente en la academia de izquierda como David Harvey declare, como hizo recientemente, que el imperialismo se ha “revertido”, con Occidente ahora en el lado perdedor.

Esto nos lleva al muy débil desempeño de la izquierda en el desarrollo de una teoría del imperialismo ecológico o del intercambio ecológico desigual; producto del fracaso sistemático para explorar la despiadada expropiación capitalista de los recursos y la ecología en casi todo el mundo. Se trata del valor de uso, no solo del valor de cambio. Así, por ejemplo, las hambrunas en la India bajo el dominio colonial británico tuvieron que ver con cómo los británicos alteraron por la fuerza el régimen alimentario en la India, modificando los valores de uso, las relaciones metabólicas y la infraestructura hidrológica esencial para la supervivencia humana, al tiempo que drenaban el excedente del país. Aunque este proceso de expropiación ecológica ha sido entendido durante mucho tiempo por la izquierda en la India y en gran parte del resto del Sur Global, todavía no es enteramente comprendido por los marxistas en el Norte Global. Una excepción es el excelente Los holocaustos de la era victoriana tardía de Mike Davis. De manera similar, la expropiación masiva de guano en Perú –que incluyó la importación de trabajadores chinos en condiciones “peores que la esclavitud”– para fertilizar el suelo europeo, que había sido despojado de sus nutrientes, tendría todo tipo de efectos negativos a largo plazo en el Perú. Todo esto está ligado a lo que Eduardo Galeano llamó Las venas abiertas de América Latina.

La ecología y el imperialismo siempre han estado íntimamente relacionados y se entrelazan cada vez más. El informe Ecological Threat Register 2020 del Instituto para la Economía y la Paz indica que hasta 1.200 millones de personas podrían ser desplazadas, como refugiados climáticos, para 2050. En tales condiciones, el imperialismo ya no puede ser analizado al margen de la destrucción ecológica planetaria a la que ha llevado. Esto fue lo que Brett Clark y yo buscamos transmitir en The Robbery of Nature, y que junto a Hannah Holleman explicamos en “Imperialism in the Anthropocene”. En ese artículo concluimos que “no puede haber revolución ecológica frente a la actual crisis existencial a menos que sea antiimperialista, extrayendo su poder de la gran masa de la humanidad que sufre. (…) Los pobres heredarán la tierra o no quedará tierra para heredar”.

A. P.: Como hemos visto, el interés por el ecosocialismo de Marx ha crecido mucho en las últimas décadas. Pero esto va más allá de su contexto histórico particular. ¿Por qué es importante para el pensamiento ecológico actual volver a las ideas de Marx? ¿Y cuáles son los principales desafíos para el pensamiento ecológico marxista hoy?

J. B. F.: La ecología de Marx es un punto de partida, no un punto final. En el pensamiento de Marx encontramos los fundamentos de la crítica de la economía política, y también una crítica de las depredaciones ecológicas del capitalismo. Esto no era algo accidental, ya que Marx presentaba el proceso de trabajo de forma dialéctica, como la mediación entre naturaleza y sociedad. En Marx, el capitalismo, al alienar el proceso de trabajo, aliena también el metabolismo entre humanidad y naturaleza generando así una fractura metabólica. Marx llevó esto a sus conclusiones lógicas, argumentando que nadie es dueño de la tierra, sino que la gente simplemente tiene la responsabilidad de cuidarla y si es posible mejorar sus condiciones para las generaciones futuras, como si fueran cabezas de familia. Definió el socialismo como la regulación racional del metabolismo entre humanidad y naturaleza, con el fin de conservar la mayor cantidad posible de energía y promover el desarrollo humano pleno. No hay nada en la teoría verde convencional o incluso de izquierda, aunque el capitalismo sea cuestionado en parte, que tenga esta unidad entre crítica ecológica y económica, o una síntesis histórica tan completa. Por tanto, ante nuestra emergencia planetaria, el ecosocialismo ha acabado por descansar inevitablemente en la concepción fundacional de Marx. El movimiento ecologista, para que tenga alguna importancia, tiene que ser ecosocialista. Pero nuestra tarea no es entretenernos en el pasado, sino unir todo esto para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. Marx sirve para mostrar la unidad esencial de nuestras contradicciones político-económicas y ecológicas, y su fundamento en el orden social y ecológico alienado actual. Esto nos ayuda a desenmascarar las contradicciones del presente. Para llevar a cabo el cambio necesario debemos tener en cuenta cómo el pasado informa al presente y nos permite visualizar la acción revolucionaria necesaria.

El propósito del pensamiento ecológico marxista, además de comprender nuestras actuales contradicciones sociales y ecológicas, es trascenderlas. Dado que la humanidad se enfrenta a mayores peligros que nunca antes, dentro de un tren desbocado que se dirige al acantilado, esta debe ser nuestra principal preocupación. Hacer frente a la emergencia planetaria significa que debemos ser más revolucionarios que nunca, y no tener miedo a plantear la cuestión de alterar la sociedad (“de arriba abajo”, como decía Marx), partiendo de donde estamos. El enfoque fragmentado y reformista de la mayor parte del ambientalismo, que pone su fe en el mercado y la tecnología mientras se reconcilia con gran parte del sistema imperante, no va a funcionar; ni siquiera a corto plazo. Disponemos de más de un siglo de crítica socialista de las contradicciones ecológicas del capitalismo, con su enorme poder teórico, que apunta a una filosofía de la praxis diferente. En nuestro creciente reconocimiento de que no hay más remedio que dejar la casa en llamas del capitalismo, necesitamos una comprensión teórica más profunda de la posibilidad humana, social y ecológica de libertad como necesidad, como ofrece el marxismo ecológico. Como dijo Doris Lessing en su El cuaderno dorado, “el marxismo ve las cosas como una totalidad, relacionadas las unas con las otras”. Esta es la capacidad revolucionaria que más necesitamos hoy.

Alejandro Pedregal es escritor, cineasta y profesor en la Universidad Aalto, Finlandia. Su libro más reciente es Evelia: testimonio de Guerrero (Akal/Foca, 2019)

Notas

1/ Foster, John Bellamy (2004) La ecología de Marx. Marxismo y naturaleza. Barcelona: El Viejo Topo.

2/ De próxima publicación en castellano por Bellaterra y en catalán por Tigre de Paper.

3/ Los términos Lumière en francés y Enlightenment en inglés, que se refieren a la Ilustración, se pueden traducir como iluminación o esclarecimiento, además de significar luz en el caso del francés.

4/ Literalmente cuencos de polvo, en referencia a uno de los mayores desastres ecológicos del siglo XX.

Fuente:

jueves, 3 de septiembre de 2020

_- Entrevista a Yayo Herrero, antropóloga y activista. «No hay economía ni tecnología ni política ni sociedad sin naturaleza y sin cuidados»

_- Por Martín Cúneo | 03/01/2020 | Feminismos
Fuentes: El Salto

Antropóloga, ingeniera, profesora y activista, Yayo Herrero se ha configurado como una de las principales defensoras en España del ecofeminismo, una teoría y una práctica que permite vincular opresiones y entender el mundo combinando las herramientas de la ecología social y el feminismo.

Declararle la guerra a quienes han declarado la guerra a la vida. El ecofeminismo es una teoría o conjunto de teorías que permite vincular diversas opresiones, pero también es un movimiento social, aunque según dice la activista Yayo Herrero, las «etiquetas» no son lo importante, sino «lo que hay de fondo», es decir, «la defensa de la tierra y, por otro lado, un proceso emancipador de mujeres que se presentan y se configuran como agentes clave para defender y proteger la vida».

Yayo Herrero, una de las principales activistas y pensadoras ecofeministas en el Estado español, desgrana en esta entrevista la historia, el presente y el futuro de esta teoría que intenta vincular la ideas del feminismo y la ecología con una única misión: poner en el «centro lo que es necesario para sostener la vida».

¿Qué tiene que ver la ecología con el feminismo?
El vínculo entre la ecología y el feminismo y su potencial diálogo tiene que ver con la pregunta de «qué es lo que sostiene la vida». Y si nos preguntamos qué es lo que sostiene la vida tenemos que reconocer que somos seres radicalmente dependientes de un planeta tierra que tiene límites físicos y somos dependientes, además, de esos bienes fondo de la tierra que no son fabricados ni controlados a voluntad por los seres humanos. Esto quiere decir que no hay economía ni tecnología ni política ni sociedad sin naturaleza.

Pero, por otro lado, los seres humanos también vivimos encarnados en cuerpos, en cuerpos que son vulnerables, en cuerpos que son finitos, en cuerpos que tienen que ser cuidados a lo largo de toda la vida y sobre todo en algunos momentos del ciclo vital, como puede ser la infancia, la vejez, los momentos de enfermedad o toda la vida en algunos casos de diversidad funcional. Lo que sucede es que a lo largo de toda la historia quienes se han ocupado mayoritariamente de los cuerpos vulnerables han sido y son mujeres, y no porque estemos mejor dotadas genéticamente para hacerlo, sino porque vivimos en sociedades que distribuyen de forma no libre, en el momento del nacimiento, en el que se te asigna determinado sexo, la tarea del cuidado.

Cuando nos planteamos qué es lo que sostiene la vida, topamos de forma directa con las reivindicaciones y con las luchas que han mantenido históricamente, desde hace mucho más tiempo el movimiento feminista en su afán de repartir, de desfeminizar los cuidados, de corresponsabilizar al conjunto social de la reproducción cotidiana y generacional de la vida de los seres humanos y las reivindicaciones del ecologismo.

Desde mediados de los 90 hasta ahora se han producido, especialmente en América Latina, pero también en África o India, una serie de luchas ambientales protagonizadas por mujeres. ¿Se puede ser ecofeminista sin saberlo?

La verdad es que asignar la etiqueta de ecofeministas a las luchas sinceramente me da igual. Lo que me interesa es ver lo que hay de fondo y lo que reclaman todas estas luchas. Igual que hay ecologismos que no se reclaman como ecologismos, lo que según Martínez Alier son los ecologismos del sur o los ecologismos de los pobres. Hay muchísimas luchas lideradas por mujeres que no se han reivindicado como ecofeministas, pero en esas luchas sí se presenta, por un lado, la defensa de la tierra y, por otro lado, un proceso emancipador de mujeres que se presentan y se configuran como agentes clave para defender y proteger la vida. En ese sentido, se llamen como se llamen sí que encontramos un nexo y un vínculo y una complicidad con todas esas luchas.

Las madres o incluso las abuelas de estas mujeres habían liderado un movimiento también de defensa de la vida, pero la vida de sus familiares, de sus hijos, de sus nietos desaparecidos por las dictaduras. ¿Qué vínculo hay entre esa generación de defensoras de la vida y las actuales?

Nosotras nos consideramos aprendices y conectadas por una genealogía con todas esas mujeres. Cuando miramos a las Madres de la Plaza Mayo y nos encontramos con mujeres que empiezan a entrar de despacho en despacho en una de las dictaduras más sangrientas que hemos conocido, reclamando la aparición de sus hijos desaparecidos, lo que estamos viendo muchas veces son mujeres que, a partir de la tarea del cuidado, a partir de un rol tradicionalmente despreciado y subordinado como es el de ser madre, de repente son capaces de combatir una dictadura más feroces que hay en el mundo. Muchas de las mujeres que están luchando contra el extractivismo o muchas de las mujeres que están luchando por respirar un aire que se pueda respirar son también mujeres que están confrontando con intereses muy importantes poniendo en el centro lo que es necesario para sostener la vida. Hay un hilo de continuidad en todas esas formas de defensa de lo que es importante para continuar vivos y vivas.

Para una comunidad afectada por una mina o por un accidente como el de Bhopal parece bastante claro para qué puede servir el ecofeminismo, pero una sociedad urbana ¿en nos puede ayudar esta mirada del mundo?

La sociedades occidentales y urbanas también tienen una parte importante de luchas que son ecofeministas o que tienen rasgos de ecofeminismo. Por ejemplo, es impresionante, cómo hemos encontrado conexiones importantes y una sintonía importante con todos los movimientos en defensa de la vivienda. Defender tu vivienda es lo más parecido a defender el territorio próximo en el marco de la sociedad urbana, porque defender tu vivienda no es defender solamente las paredes donde cocinas, duermes o mantienes relaciones sexuales, sino también es defender un espacio que te conecta con el territorio próximo, es mantener los vínculos vecinales, mantener la pertenencia al barrio en el que estás. Pero, además, tenemos luchas que tienen que ver con la calidad del aire, que tienen que ver con detener las olas de calor, por ejemplo, que se producen en el entorno urbano con el cambio climático.

También dentro del espacio semiurbano estamos conociendo algunas luchas contra el extractivismo, por ejemplo, la plataforma contra la mina de cobre que está pegada a Santiago de Compostela, las minas de litio en Cáceres… todas esas luchas son luchas que se conectan con las otras y que están mayoritariamente protagonizadas por mujeres. En esas plataformas hay montones de mujeres. Si a esto le añadimos todo lo que tiene que ver con la contaminación química, los productos que son disruptores endocrinos o alteradores hormonales que afectan en mayor medida al cuerpo de las mujeres y, cuando no, afectan a las personas más pequeñas o a las más mayores, que son cuidadas mayoritariamente por mujeres, vemos que en realidad hay muchas luchas.

Además, y por encima de eso, poder solidarizarnos con las mujeres que luchan contra los extractivismos en el sur global, que luchan contra la incidencia de un sistema y un modelo extractivista brutal capitalista y depredador, racista y colonial, depende mucho del cambio de los hábitos de consumo y las miradas. Aquí depende de frenar el TTIP, depende de frenar el CETA, el TiSA y depende de poner freno a esas políticas también muchas veces protagonizadas por empresas del Ibex35 que están masacrando la vida de otras mujeres. No hay solidaridad feminista sin esos movimientos aquí que tratan también de frenar y proteger lo que hay allí.

Con esta defensa que se hace de la figura de la «madre coraje», de la mujer defensora de la vida y de sus hijos, del medioambiente y de la salud, ¿no se enquistan estos roles que el patriarcado reserva a las mujeres?

Claramente. Si el planteamiento es darle palmaditas a las mujeres en las espaldas -«¡Qué bien cuidáis la vida!»- sin que se produzca ningún tipo de proceso emancipador, sobre todo sin que se produzca una corresponsabilidad en el cuidado de los cuerpos que sean asumidas por personas, por hombres, por mujeres, que se definan como se definen, que no las asumen las instituciones, si no las asumen las comunidades, pues estamos haciendo una política de defensa de la vida, pero que sigue con cargo fundamentalmente al cuerpo de las mujeres. Es decir, esa redistribución de las obligaciones que comporta tener cuerpo y ser especie, esa desfeminización del trabajo de cuidados sobre cuerpos sobre todo femininos es absolutamente clave.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ecofeminismo/entrevista-yayo-herrero-econom%C3%ADa-tecnolog%C3%ADa-pol%C3%ADtica-sociedad-naturaleza-cuidados

martes, 3 de diciembre de 2019

La economía ecológica frente al discurso de la extrema derecha. Entrevista a Unai Pascual, investigador del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3), a raíz de su artículo "Economía ecológica en la era del miedo".-

Eduardo Robaina
La Marea

El crecimiento, cada vez mayor, de movimientos populistas de extrema derecha está afectando “no sólo a la gobernanza de los regímenes democráticos, sino también a la relación entre ciencia y política, y a la agenda medioambiental mundial”. Así lo defiende un artículo publicado esta semana en la revista científica Ecological Economics titulado Economía ecológica en la era del miedo.

Con el fin de entender la relevancia de este movimiento, los autores ahondan en las raíces de lo que llaman “insurgencia de la extrema derecha”. Señalan que la economía ecológica, a través del desarrollo de una agenda de investigación relevante, puede ser una herramienta clave para defender una «política de esperanza” que haga frente a la «política del miedo de la que dependen los regímenes autoritarios emergentes”.

A pesar de que estos movimientos de extrema derecha “no tienen posiciones homogéneas”, sí que comparten “al menos diez características comunes”, recoge la investigación. Entre ellas, destaca el rechazo al «globalismo» y la preferencia por el nacionalismo económico; la oposición a la inmigración, así como a aquellas acciones que favorezcan a los grupos sociales más desfavorecidos; el nulo interés por las cuestiones medioambientales, entre las que se incluye el cambio climático; o la indiferencia por las evidencia científica, los hechos históricos y los datos empíricos que contradicen sus posturas ideológicas y sus valores fundamentales, entre otras características.

Unai Pascual (Vitoria-Gasteiz 1973) es, junto a Roldan Muradian, el autor de este artículo. Doctor en Economía y Política Ambiental, Pascual es Profesor Ikerbasque en el equipo científico del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3). Entre 2015 y 2018, fue miembro del Comité Multidisciplinar de Expertos del IPBES -el equivalente al IPCC en biodiversidad-, formado por 25 científicos de reconocido prestigio internacional. El año pasado, fue nominado a su vez copresidente de la Evaluación de los Valores de la Naturaleza de IPBES (2018-2021).

¿Cuáles son los aspectos más importantes en los que incidís en el artículo?

Hemos hecho un análisis interdisciplinario desde la economía, la sociología y la psicología social y política, porque parece que podríamos estar en un momento clave de rápidos cambios sociales, y donde se está dando lo que llamamos insurgencia de la extrema derecha. Es un movimiento coordinado que ya está ocupando bastantes puestos de poder directos en algunos países e influenciando el discurso y las políticas en muchos otros.

Tratamos de entender qué repercusión tiene esto en dos aspectos. Por un lado, para reflexionar sobre el diseño de la ciencia de la sostenibilidad, dado los retos socio-ecológicos que tenemos a nivel de civilización y planetario. Retos como, por ejemplo, el cambio climático o la pérdida de biodiversidad en un mundo cada vez más desigual. Es decir, qué repercusión puede tener la coyuntura actual, con el auge de los populismos de extrema derecha, en el diseño y alineamiento de políticas públicas para las sostenibilidad. Por otro lado, tratamos de sugerir unos anclajes en los que la economía ecológica debería profundizar y ayudar a identificar una agenda de investigación global para las siguientes dos o tres décadas.

Hacéis mucho hincapié en lo que denomináis la “política de la postverdad”.

Si bien a la ciencia y a los científicos se nos reconoce socialmente el rol de ofrecer información objetiva y neutral para la toma de decisiones, los políticos o los tomadores de decisiones siempre han tomado esos conocimientos de manera estratégica. Sobre todo cuando se alinean con sus intereses. Eso es algo que está ahí y nosotros lo vemos como un hecho.

El resurgimiento de los movimientos populistas de extrema derecha se está produciendo, a la vez que las redes sociales están adquiriendo mucho poder. El periodismo tradicional puede estar perdiendo ese rol que tenía antes muy dominante: la de ser la autoridad dominante en la que podía confiar la ciudadanía para recibir información.

Los populismos de extrema derecha se están aprovechando del uso desde las fake news hasta poner en cuestión la evidencia científica y el rol de los medios de comunicación tradicionales. Eso se está canalizando, sobre todo, a través de las redes sociales o medios de comunicación alternativos. Medios que hasta ahora no han sido dominantes, pero que están empezando a jugar un papel fundamental en la transmisión de ideas y valores. La emergencia de la extrema derecha se basa también en sus estrategias de comunicación.

Saben cómo trasladar diferentes ideas, ya sean fakes news o teorías conspiratorias, y cómo poner en duda la evidencia científica sin ningún argumento. Tenemos muchos ejemplos, como es el caso de las vacunas o el del cambio climático. Esto se ha experimentado bastante durante los últimos años, y creemos que se ha refinado mucho.

Por tanto, lo que decimos es que hay que prestar atención a lo que se denomina como ecología de la comunicación. Hay muchos tipos de comunicación y formatos, y vemos que la gente que se está alineando con este tipo de discursos más populistas se está aislando comunicativamente. En vez de abrirse a escuchar, ver o leer diferentes discursos, ideas, opiniones, y obtener diferentes perspectivas y datos, se quedan en esos ecosistemas aislados de la comunicación porque reciben una información que les conviene, pues se ajusta a su visión del mundo.

Esto hace que se aíslen aún más desde el punto de vista del conocimiento y lo que realmente está pasando a su alrededor. Eso genera una gran polarización de las perspectivas políticas que, a su vez, provocan un impacto directo en cómo la gente está dispuesta a actuar, o no, ante estos retos ambientales.

A raíz de esto que comentas. Se discute mucho sobre qué hacer con la extrema derecha que niega la ciencia del cambio climático. Dices que son personas en ‘ecosistemas de información’ aislados. ¿Cuál crees que es la mejor forma de enfrentarse a ellos?

Lo primero es darse cuenta que la insurgencia de la extrema derecha, como movimiento coordinado global, es un hecho. Luego, se trata de confrontar y entender por qué se está dando este fenómeno. Cuál es su origen. Porque si no entendemos el origen nunca le vamos a poder dar una solución real. Para nosotros está clarísimo que la insurgencia de la extrema derecha es muy peligrosa para la agenda multilateral sobre los retos medioambientales.

Por tanto, es necesario no ocultar el problema y hacer análisis correctos. A partir de esto, por un lado, las agendas de investigación tienen que tener muy claro que el mundo está cambiando en muchos aspectos. Tenemos que entender cómo la globalización neoliberal, que lleva ya décadas en marcha, está generando en capas sociales muy amplias una sensación de vulnerabilidad y una incertidumbre existencial de no saber qué puede pasar mañana.

Personalmente, a la extrema derecha, como se dice popularmente, ni agua. Entender por qué existe, sí, pero sin dejar de confrontar, en el debate científico y social, las mentiras y la política de la posverdad que emplean para seguir creciendo.

Tenemos que seguir ofreciendo información basada en la evidencia científica, pero de modo que la gente la pueda entender. Que entiendan, por ejemplo, por qué la crisis climática les puede afectar y que pueden hacer para hacerle frente. Necesitamos que los discursos que se nutren de la ciencia sean más pedagógicos y se enfrenten directamente con la política de la posverdad.

¿Merece la pena y el esfuerzo confrontarles con una evidencia científica que les da igual que esté ahí? Ellos ya tienen su propia verdad y es la única que les interesa.

Bueno, hay que saber quiénes son «ellos». ¿Son los líderes de los movimientos de la insurgencia de la extrema derecha? ¿o es la gente corriente que les apoya, los que se ven seducidos por sus discursos basados muchas veces en el engaño y la mentira? Creo que es mucho más importante concentrarse en entender la psicología de la gente para saber por qué apoya discursos populistas, y confrontar la información engañosa y las mentiras que reciben desde los líderes de esos movimientos. En esto hay que ser muy directos, y para eso son fundamentales los medios de comunicación serios. También es importante que ese debate no se quede solo en las élites de la comunicación y la política, sino que baje a la sociedad, a pie de calle. Ese es el esfuerzo que hay que hacer, también desde la comunidad científica.

En el artículo hacéis mención directa a países y sus respectivas figuras, como es el caso de Bolsonaro o Trump. No así con España o VOX.

Mencionamos una serie de países donde la extrema derecha populista ya ha llegado al poder, pero también decimos que en otros países están teniendo influencia en el discurso político general, lo cual implica también una influencia directa en las políticas públicas, marcos legislativos, etc.

En el artículo nos hemos centrado en dos ejemplos. Uno es el de Trump, y el otro el de Bolsonaro. Uno ha llegado al poder en uno de los países más influyentes y dominantes del mundo, que es Estados Unidos. El otro en Brasil, que es uno de los países más influyentes entre los países en desarrollo. Sobre todo, teniendo en cuenta la influencia que tiene el país en la agenda ambiental multilateral: es uno de los lugares de mayor biodiversidad del mundo, de mayor capacidad de absorción del CO2…

Usamos esos dos casos como ejemplos paradigmáticos, pero el análisis que realizamos se puede exportar fácilmente a diferentes países y contextos, tanto en los países desarrollados como en los países en vías de desarrollo: en España con VOX, en Francia con el movimiento de Le Pen… La insurgencia de la extrema derecha es un fenómeno coordinado y global que comparte muchas similitudes a pesar de ocurrir en países diferentes.

Lo estamos viendo en Chile con las reivindicaciones sociales. También en Bolivia, con el litio de por medio. Lo mismo Brasil, con los pueblos indígenas y la destrucción de la Amazonia. Se está mandando un mensaje, y es que la justicia climática no será posible sin justicia social.

Estoy completamente de acuerdo. No es posible hablar de buscar una solución al problema ambiental global de manera separada de los retos sociales.

Y no solo está ocurriendo en América Latina. En muchos de los países donde hay revueltas sociales, éstas están asociadas a la desigualdad en el reparto de la riqueza. Y este hecho suele estar íntimamente ligado con el reparto de los derechos en el acceso a los recursos naturales, como el agua, la tierra, etc., y los beneficios que se consiguen de los sectores extractivistas, como la minería, la industria forestal, las pesquerías…

En un contexto de negación de la ciencia por parte de los regímenes autoritarios y con el antiambientalismo como bandera, ponéis en valor la figura de la economía ecológica. ¿Qué papel debe jugar la economía ecológica ante la insurgencia de la extrema derecha?

La economía ecológica ya lleva unas cuantas décadas funcionando como disciplina científica a nivel mundial. Es un campo de investigación consolidado que se basa en la idea de la transdisciplinariedad. Es decir, va más allá de la interdisciplinariedad científica, y aboga por la participación social a la hora de compartir y generar conocimiento útil para la gente. Los actores sociales también tienen que demandar conocimiento específico que les ayude, ya sea para vivir mejor, o para, como es el caso de la economía ecológica, diseñar instrumentos económicos que favorezcan la sostenibilidad del planeta. La economía ecológica trasciende las necesidades de las generaciones presentes y también pretende aportar conocimiento y análisis para el bienestar de las generaciones futuras.

Como cualquier campo científico, la economía ecológica evoluciona según el contexto histórico en el que se encuentra en cada momento. Ahora, lo que nosotros vemos es que con el peligro del resurgimiento de la extrema derecha a nivel mundial, la ciencia de la sostenibilidad y la economía ecológica en particular, tienen que redefinir sus prioridades de cara a las próximas décadas. Y cuanto antes lo hagamos mejor. Este es uno de los aportes que hacemos en el artículo.

Por ejemplo, vemos que, hasta ahora, en la economía ecológica se ha hecho mucho énfasis en entender cuáles son los valores económicos de los activos naturales para tratar de convencer a los políticos y tomadores de decisiones que los recursos naturales no son gratis y tienen un valor mucho más allá del valor que el mercado asigna vía precios. La economía ecológica ha hecho grandes aportaciones para demostrar que muchas veces, los beneficios en la conservación de los activos naturales, normalmente, suelen ser mayores que los beneficios de su explotación, sobre todo cuando ésta no es sostenible en el futuro.

Pensamos que la economía ecológica debe también estar preparada para atraer y utilizar el conocimiento de la psicología social y política para entender cómo se forman los valores, nuestras preferencias como individuos y como sociedad, lo que nos asusta, lo que nos atrae, lo que nos bloquea, etc. Necesitamos incluir este conocimiento para entender el comportamiento humano, sobre todo, en una era donde las cosas parecen estar cambiando de manera muy rápida.

La economía ecológica puede, y debe, hacer un aporte importante a la ciencia de la sostenibilidad ayudando a entender las bases del comportamiento humano en esta época de capitalismo global para, desde ahí, contribuir a diseñar transformaciones socio-ecológicas para conseguir un mundo más sostenible y más justo. No olvidemos que la economía ecológica se fundamenta en el reconocimiento de su carácter normativo.

En el artículo se afirma que la economía ecológica puede contribuir a una «política de esperanza» en respuesta a la «política de miedo» de la que viven regímenes autoritarios emergentes. ¿De qué manera?

El miedo es un instrumento muy poderoso que está utilizando el populismo, sobre todo el de extrema derecha, para conseguir apoyos de la sociedad y perseguir sus fines.

Eso hay que confrontarlo, y la economía ecológica tiene que ayudar a entender cómo funciona el discurso artificial sobre el miedo, porque al final es este sentimiento lo que hace que mucha gente se paralice o actué de forma que impida avanzar hacia la sostenibilidad. Desde la ciencia debemos aportar lo necesario para confrontar y erosionar esa política del miedo, porque si se afianza lo vamos a tener muy difícil para conseguir transformaciones sociales y económicas que sirvan para hace frente a los retos ambientales como la crisis climática y la pérdida acelerada de biodiversidad global.

Una de las peores consecuencias, ya visibles, de la crisis climática son las personas que se ven obligadas a desplazarse por motivos climáticos. Este es otro miedo con el que juega el populismo.

Movimientos migratorios siempre ha habido en la historia del planeta, es una cosa natural. Lo que hace el populismo de extrema derecha es utilizar el discurso de la inmigración para agrandar la sensación de inseguridad que puede estar sintiendo una capa social cada vez más amplia que ve cómo su situación socio-económica se está precarizando. El discurso contra la inmigración es un instrumento que ha utilizado siempre y que comparte el movimiento de la insurgencia de la extrema derecha en todo el mundo.

Es muy posible que los movimientos migratorios forzados se agraven por la crisis climática. Estoy seguro que los movimientos populistas de extrema derecha van a utilizar estas situaciones, muy graves a nivel humanitario, para su propio beneficio e infundiendo todavía más miedo en la población autóctona.

Hay que estar muy atentos para desmontar estos discursos del miedo ante el fenómeno universal de la inmigración, sobre todo para explicar que los movimientos migratorios debidos a la escasez de recursos naturales. Por ejemplo, debido a la escasez de agua, catástrofes alimentarias, pérdida de tierra fértil, enfermedades- también tienen que ver con la crisis climática. Hay que explicar con datos en la mano que el cambio climático es un multiplicador de la inestabilidad política en muchos rincones del planeta, y que la crisis climática tiene unos responsables. Y curiosamente, una gran parte de la responsabilidad recae en la elite económica con la cual la insurgencia de la extrema derecha tiene vínculos muy estrechos e intereses compartidos.

Muchas veces se cataloga al ecologismo (partidos o movimientos), como el mejor antídoto frente a la extrema derecha. ¿Cree que realmente es así o que es un papel que no le corresponde?

El ecologismo es un movimiento vivo que tiene diferentes maneras de articularse y expresarse en la sociedad. Puede ser un instrumento válido para confrontar esa política del miedo, pero siempre dándonos cuenta de que el ecologismo no es algo que solo tenga que ver con el medio ambiente; también tiene que ver con la sociedad en su conjunto. El ecologismo como movimiento se ha dado cuenta hace mucho que debe tener un enfoque integrado, tanto ambiental como social. Un enfoque socio-ecológico.

El ecologismo, si actúa de forma independiente, lo tendrá muy difícil para enfrentarse a un reto tan importante como es esta insurgencia de la extrema derecha populista. Sin embargo, se ve que está evolucionando hacia maneras de colaboración con otros movimientos sociales: el feminismo, los derechos sociales de los trabajadores, el antirracismo… Es algo que llevamos viendo desde hace tiempo, y es que todos estos movimientos se están dando cuenta de que tienen que trabajar juntos y que comparten muchas de sus demandas. Esa agenda compartida es la que se necesita para hacer frente a la insurgencia de la extrema derecha.

Fuente:
https://www.climatica.lamarea.com/la-economia-ecologica-frente-al-discurso-de-la-extrema-derecha/

viernes, 12 de abril de 2019

_- Entrevista a Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica. “Hay una enorme mayoría sensible al cambio climático y una minoría dispuesta a movilizarse y a comprometerse”.

_- Yayo Herrero
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Teresa Ribera (Madrid, 1969) aparece resuelta y sonriente en el antedespacho del Ministerio de Transición Ecológica. La experta en cambio climático ha pasado nueve meses como ministra de Transición Ecológica del Gobierno de Pedro Sánchez, y se muestra convencida de que el 28 de abril los votantes y las alianzas posteriores le permitirán continuar la ingente tarea, apenas esbozada, de pactar un Green New Deal a la española. Ribera es consciente de las limitaciones económicas y humanas que tiene su departamento, y de las dificultades de llegar a acuerdos con los tiburones del sector eléctrico, aunque subraya que la conciencia ecológica de los jóvenes y los líderes políticos ha evolucionado mucho en los últimos ocho años, desde que dejó la secretaría de Estado con Zapatero.

El periodo de Gobierno ha sido muy corto. Indudablemente el tema energético se ha colocado en la agenda con más fuerza y se han llevado adelante acciones. ¿Qué balance hace?

Creo que hemos iniciado el camino con fuerza y una buena orientación. Afrontar la transición energética requiere tener visión de conjunto. Es preciso tener claro a dónde se quiere llegar. Y es preciso hacerlo de forma adecuada para consolidar la confianza en la capacidad de cambio. Cometer errores puede llevar a frenar el proceso. Hay muchos temas diversos en torno a la transición energética. Hemos avanzado enormemente pero nos queda trabajo, por ejemplo, en torno a la fiscalidad sobre la energía, un asunto enormemente complejo. Las instituciones beneficiarias de la recaudación no son siempre las mismas y esto hace que el establecimiento de políticas fiscales requiera un análisis fino y una negociación nada sencilla. Nos preocupa también todo lo relativo al almacenamiento y la adecuación y modernización de las redes de transporte, distribución y conexión.

Ha sorprendido sin embargo cierta marcha atrás en el compromiso de cierre de nucleares ¿Cómo lo están planteando?

No ha habido marcha atrás. La política en el sector nuclear ha estado tan abandonada como en el del carbón. No existía un plan de residuos que permita organizar un desmantelamiento seguro. Es preciso avanzar de una forma segura, tanto en el ámbito del suministro como en el financiero en varios planos: descarbonización, cierre de nucleares, despliegue de renovables. En diez años podríamos conseguir una disminución del 37% de las emisiones. Nos parece un logro importante.

Tampoco ha habido avances en la fijación del precio de la energía, una cuestión central para poder conseguir una transición ecológica, y crucial para encarar las preocupantes cifras de pobreza energética. ¿Qué ha pasado y qué se plantea hacer el Gobierno?

En estos meses hemos realizado un importante trabajo interno de análisis y preparación pero no ha dado tiempo a transformarlo en política pública, aunque está esbozada. Nos preocupa cómo hacer funcionar la fijación del precio. Tenemos el objetivo claro de desarrollar el autoconsumo, activar las subastas por tecnologías y dar paso a un crecimiento renovable que se notará rápidamente. Al mismo tiempo, la Estrategia de Pobreza Energética nos ayudará a identificar causas y articular coberturas para atacar este problema, con objetivos claros de reducción. El reto es realizar intervenciones que sean compatibles con el marco comunitario

Una transición energética que aborde los retos actuales en términos de descarbonización y de declive de los fósiles afecta a todas las áreas de Gobierno. En el pasado, hubo importantes incoherencias entre políticas públicas. ¿Hay en este equipo convicción para sacar este reto adelante?

Sin duda. Todo el equipo de Gobierno está alineado con los objetivos. Cuando en las reuniones planteo los retos y los plazos en los que hay que hacerlos, somos conscientes de la dificultad y complejidad de lo que tenemos por delante, pero también la necesidad.

¿Tiene su propio ministerio, en el que ya estuvo hace ocho años, recursos suficientes para cumplir una agenda tan ambiciosa?

No, no está dimensionado para esa agenda, debe crecer en recursos humanos y económicos. Falta mucho por hacer. La expectativa de los jóvenes es muy grande pero no la puedes gestionar de manera inmediata. Requiere cambios muy profundos, y hace falta tiempo. La gobernanza es clave y estamos trabajando en el fortalecimiento de los funcionarios y en la dotación de medios para poder llevarla a cabo. Hemos recopilado y ordenado el material e información disponible y comprobado que hay margen para hacer las cosas mejor. Creo que en el trabajo interno se ha avanzado mucho.

¿Y los otros ministros le siguen?

Respecto a hace ocho años, hoy el debate es más maduro y somos más conscientes de sus implicaciones. El presidente sabe que es prioritario. La ministra de Educación, la de Hacienda, el de Fomento… todos están concienciados. Creo que eso es muy positivo.

¿No han quedado fuera de la agenda muchas otras cuestiones importantísimas para la transición ecológica, como por ejemplo el agua?

El problema del agua en este país es acuciante y todas las previsiones y escenarios que nos ofrece la comunidad científica indican que se va a ir agravando. Y las políticas llevadas a cabo en los últimos años abocan a una situación de desabastecimiento. La UE nos advierte de incumplimientos en la obligada depuración y los propios tribunales impelen a abordar unas políticas completamente diferentes. Ha sido otro tema dejado de lado. El eslogan “Agua Para Todos” se convirtió una especie de mantra que nadie se atrevía a desobedecer. Igual que con respecto a la energía, necesitamos un planteamiento con visión de conjunto y de medio plazo.

¿Y con el tema del regadío?

En el asunto de los regadíos nos encontramos con situaciones de diferente tipo. La más importante es la necesidad de terminar con las extracciones ilegales. Además, es preciso empezar a pensar en el medio y largo plazo, analizando qué implicaciones tiene el cambio climático en la disponibilidad de la reserva hídrica. Esto nos obliga a abordar la política hidrológica desde una perspectiva diferente, impulsando la desalación o la reutilización.

Otro asunto del que se ha hablado poco en este período ha sido el de la biodiversidad. ¿Cómo se plantea si vuelven a gobernar?

Estoy particularmente obsesionada con romper la falsa y estereotipada oposición entre “urbanitas” y habitantes del medio rural. Lo que tiene que ver con la ordenación del territorio, los desequilibrios demográficos, la gestión de los parques o la biodiversidad estaba, hasta ahora, muy desconectado entre sí y, sin embargo, debe ser gestionado con una mirada integral. Faltaba una visión de conjunto, que es la que estamos diseñando. De hecho, estimo que la Subdirección de Biodiversidad está infradimensionada y hemos de fortalecerla para realizar esas políticas transversales.

Con todo, estamos satisfechos de algunos de los logros alcanzados, especialmente en torno a la biodiversidad marina y, sobre todo, con la ampliación del Parque Nacional de Cabrera y la aprobación del Corredor Migratorio de Cetáceos en el Mediterráneo. A esto hay que sumar el fortalecimiento de la lucha contra las especies exóticas invasora o la gestión del Plan Estratégico de Patrimonio Natural y Biodiversidad.

¿Qué ha hecho y qué hará el Gobierno socialista, si sigue gobernando, respecto al asunto Castor?

Se trata de una infraestructura sin recorrido y, por ello, hemos de emprender el desmantelamiento seguro del almacén y aclarar la compleja situación jurídica. La primera medida es asegurar el taponamiento definitivo de los pozos y, luego, desmantelar la plataforma.

¿Y quién pagará la deuda? Santander, CaixaBank y Bankia han presentado ante el Supremo una demanda contra el Estado por los 1.350 millones de euros que aportaron para el almacén y que el Gobierno de Mariano Rajoy se comprometió a devolver en 30 años, con cargo a la factura…

El asunto está judicializado y es de enorme complejidad. Tras las sentencias, es importante evaluar los distintos escenarios con los grupos parlamentarios para poder encajar la mejor solución posible en el marco de una nueva ley.

¿Se arrepiente de haber dado luz verde a aquel decreto?

La propuesta de Declaración de Impacto Ambiental del proyecto llegó avalada por todo tipo de organismos e instituciones, e incluía sistemas de alerta durante las operaciones que funcionaron. Sería frívolo pensar que una secretaria de Estado puede sustituir el criterio de tantos técnicos e instituciones sobre una declaración que, por otro lado, no fue recurrida por nadie, cuando lo habitual, sobre todo en casos complejos, es que se recurra.

Pero es que, en este caso, el inversor, Florentino Pérez, no arriesgaba nada. Si salía mal, cobraba igual.

Este asunto pone sobre la mesa un debate muy necesario: qué riesgos estamos dispuestos a asumir y cómo se fijan los límites a las garantías del Estado sobre este tipo de proyectos.

¿Sabe ya cuál será el coste final del proyecto para las arcas públicas?

Sabremos el coste una vez tengamos clara la dimensión de esta operación y sus requerimientos técnicos.

El Castor tiene elementos comunes con lo que se deriva de los tratados del libre comercio ¿no? La soberanía nacional cede ante las presiones empresariales…

Efectivamente. Los tratados, como el CETA, presentan importantes problemas. No solo por el asunto de los tribunales de arbitraje, sino porque están pensados para garantizar el statu quo de hoy, no el de la transición que necesitamos. Que los grandes flujos comerciales sean ventajosos para los grandes operadores no significa que se produzca un reparto mejor y equitativo de ese beneficio.

Ahora que va a ser diputada, díganos. ¿Está usted en la línea Ábalos de pactar con Ciudadanos, o prefiere un pacto con Unidas Podemos y los nacionalistas?

¡Yo estoy en la línea de sumar 176! Mi prioridad es facilitar el avance de la agenda de transición ecológica con la mayor participación y respaldo posibles, de acuerdo con lo que marque el secretario general de mi partido, candidato a la presidencia del Gobierno.

¿Y se ha sentido más cómoda estos meses hablando de cambio climático con Podemos o con C’s?

Como en el resto de la sociedad, hay gente en los partidos que tiene sensibilidad para la transición ecológica, y otros que no. He tenido acuerdos y desacuerdos con todas las fuerzas parlamentarias, desde Cs a Podemos.

¿Y diría que en el Parlamento hay una mayoría que entiende la necesidad de emprender la transición ecológica?

En estos nueve meses he llevado tres decretos al Congreso y no me los han aprobado como a Pedro Duque, con el 100% de los votos, pero casi. Creo que hay una enorme mayoría sensible al cambio climático y una minoría dispuesta a movilizarse y a comprometerse con las medidas que hace falta tomar.

¿Está asumida la necesidad de la transición a nivel social?

Tenemos que hacer un importante trabajo educativo. Hay una mayoría que entiende el titular y una minoría que comprende el calado de lo que implica.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20190403/Politica/25369/Teresa-Ribera-entrevista-Yayo-Herrero-transicion-ecologica-Florentino-Perez.htm#.XKnBdCU-QjI.twitter

jueves, 26 de julio de 2018

La gentrificación, además de otras cosas, perjudica nuestra alimentación

FUHEM

FUHEM Ecosocial publica un nuevo dossier bajo el título: “Gentrificación, privilegios e injusticia alimentaria” que analiza como las transformaciones comerciales de nuestras ciudades están creando nuevos hábitos de alimentación y nuevas formas de exclusión social.

Algunos lo llaman food porn por la forma en la que la comida se presenta como un objeto de deseo inalcanzable. Los medios de comunicación, con programas de cocina, revistas de gastronomía o de estilo de vida, etc. aceleran lagourmetización de ciertos productos, prácticas o lugares. Son dinámicas que se insertan dentro de procesos más amplios de gentrificación y turistificación de las ciudades.

Las ciudades se han subido al carro de la gourmetización y el turismo gastronómico para atraer a más turistas y fomentar el consumo. Así, gourmetización y gentrificación entran en relación, trasformando los paisajes comerciales y gastronómicos de las ciudades y creando nuevas fronteras y segregación. La búsqueda de estas experiencias gastronómicas asociadas a espacios particulares en la ciudades no está solo restringida a los turistas, los propios residentes se comportan cada vez más como turistas locales.

La turistificación dirigida y promovida por el Estado mediante la gentrificación de los establecimientos comerciales, impregna las ciudades españolas. ”Sin intervenciones políticas que prevengan y retrasen la gentrificación o sin una redistribución equitativa del poder económico, seguiremos viendo cómo los alimentos sirven de herramienta para desplazar a la población con menor poder adquisitivo”, apunta Joshua Sbicca Profesor de Sociología en la Universidad Estatal de Colorado.

Mercados de abastos: escaparates gastronómicos
Los mercados de abastos fueron construidos en su mayoría entre la mitad del siglo XIX y principios del XX, cuando el Estado era más proclive a involucrarse en la organización o regulación del abastecimiento y su comercio. El modelo más famoso internacionalmente es el del Mercado San Miguel en Madrid, un mercado tradicional de hierro abierto en 1916 y localizado en el centro histórico de la ciudad que fue después remodelado y reabierto en 2009 como “meca de los sibaritas”. Este mercado está ya firmemente establecido como parte de rutas turísticas, tiene horarios nocturnos (hasta las 2 de la madrugada los fines de semana), y consta principalmente de puestos de degustación de comida y bebida con algún puesto selecto de comida preparada (pescadería especializada). En el mercado de la Boquería de Barcelona, el 20% de las paradas o los puestos vendían comida para llevar (tipo cestillos de fruta cortada), y el número de turistas con cámaras sobrepasa por mucho al de vecinos que hacen la compra.

Estas nuevas prácticas gastronómicas generan nuevas formas de exclusión: ”Por un lado de grupos vulnerables como personas de rentas bajas, minorías étnicas y emigrantes o personas mayores que usaban el mercado de abastos en su función de servicio o espacio público y, por otro lado, el desplazamiento de los comerciantes más “débiles” que no consiguen adaptarse a la nueva situación, es decir, los grupos más vulnerables de las ciudades ven cómo otro espacio más se hace inaccesible”, según argumenta Sara González, profesora asociada de Geografía en la Universidad de Leeds.

Desiertos alimentarios
En Estados Unidos, la distancia media para encontrar comercios de alimentación que cubran las necesidades básicas está entre 21 y 57 kilómetros. Un desierto alimentario es considerado una zona caracterizada por la ausencia o escasez significativa de comercios de alimentación, que impide la adquisición habitual de alimentos y su posterior consumo a la población que allí reside. “Esta situación podría implicar la aparición de problemas de salud pública, como consecuencia de las dificultades para acceder a una alimentación saludable y económicamente asequible” advierte Guadalupe Ramos Truchero, profesora del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad de Valladolid y miembro del Grupo de investigación de Sociología de la alimentación de la Universidad de Oviedo.

Para considerar una zona como desierto alimentario se estableció una distancia entre 500 y 1.000 metros o un trayecto de 10 a 15 minutos a pie para llegar a un establecimiento comercial. Pero también se añadió la opción del uso del medio de transporte público, considerando una combinación de un viaje de 10 minutos y 50 metros de recorrido de ida y vuelta andando. Lo que venía a ser unos 3 kilómetros de distancia.

La alternativa ecológica
Los últimos informes indican que el gasto por persona en España en productos ecológicos es de 36,33 euros al año, un 69% superior al consumo medio del año 2012. Por su parte, las más de 3.800 empresas industriales de agricultura ecológica generan un volumen de mercado de 1.700 millones de euros y una ocupación de 85.000 puestos de trabajo.

A pesar de estos datos positivos, el poder de transformación de la alimentación ecológica presenta límites: la mercantilización (los sellos que determinan que un producto es ecológico impactan en su coste); la posible desconexión con la persona que lo produce, ya que podemos consumir un producto adquirido en una gran cadena comercial que no contemple las condiciones sociales de las personas que lo han cultivado o elaborado; escaso compromiso político, la aproximación al consumo ecológico no tiene un carácter de transformación que permita proponer o promocionar nuevos espacios políticos; y por último, el origen no es una prioridad, disponemos de productos ecológicos que han recorrido miles de kilómetros, por lo cual, la nominación eco no considera el impacto ambiental de su transporte.

“El hecho de que las grandes cadenas de distribución hayan entrado en la corriente de lo eco, no es una buena noticia. Se convierten en centros de poder, ya que ejercen un control sobre todo el proceso que recorre un alimento desde su producción a su comercialización”, afirma Ricard Espelt, investigador en Digital Commons (DIMMONS) e Internet Interdisciplinary Institute en la Universitat Oberta de Catalunya.

Más información:

Enlace al dossier: Gentrificación, privilegios e injusticia alimentaria
Departamento de Comunicación de FUHEM
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t +34 91 431 02 80. Ext. 161

Fuente: www.fuhem.es

martes, 17 de julio de 2018

“Pagamos tres veces por la gestión de los envases abandonados”. Entrevista a Julià Álvaro, exsecretario autonómico de Calidad Ambiental y Cambio Climático del País Valencià.

Entrevista a Julià Álvaro, exsecretario autonómico de Calidad Ambiental y Cambio Climático del País Valencià

Ramón Plaza
El Salto

Julià Álvaro, ex secretario autonómico de Calidad Ambiental y Cambio Climático del País Valencià, salió del Govern del Botánic destituido en febrero sin poder implantar el Sistema de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR). El pasado 28 de mayo la Comisión Europea publicó una nueva directiva contra los productos de plástico de un solo uso que decreta la obligación de recuperar el 90% de las botellas de plástico en 2025. No solo eso, sino que recomienda la instalación de sistemas de retorno de envases para la consecución de dicho objetivo, tal y como defiende Álvaro.

Julià Álvaro nos recibe en el salón de su casa en València, una estancia luminosa y trufada de libros que llaman la atención desde el desorden leve de las estanterías. El ex secretario autonómico de Calidad Ambiental y Cambio Climático nos hace esperar unos minutos mientras observamos algunos títulos sobre el mundo de la comunicación y de la ecología política. Álvaro responde a una fusión entre ambas facetas, dos de los elementos centrales de su vida. Fue periodista de la extinta Canal 9, donde trabajó como redactor, corresponsal en las Guerras del Golfo y Yugoslavia y miembro del Comité de Redacción de la entidad.

Más tarde, se implicó de manera notoria en las protestas de la plantilla al calor de las disputas abiertas a raíz del cierre irregular por el despilfarro de la televisión pública valenciana, los despidos masivos y la manipulación de los contenidos. El antiguo reportero volvió a aparecer entre las filas de Equo del País Valencià y en octubre de 2014 empezó a ejercer de coportavoz de la formación Verds-Equo dentro de la coalición de Compromís que presentaría su candidatura a las elecciones autonómicas de 2015. Tras los comicios, el Pacte del Botànic consensuado entre el partido de Mónica Oltra y el PSPV de Ximo Puig le hace aterrizar en la Secretaría Autonómica antes mencionada.

Una vez allí, y tras el primer año de gobierno, se dieron las primeras noticias del enfrentamiento velado entre Álvaro y la consellera de Agricultura y Medio Ambiente, Elena Cebrián, en la forma y aplicación de ciertas políticas verdes. El principal elemento de disenso fue el Sistema de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR) de envases, que venía a sustituir el modelo de gestión vigente. Finalmente, tras una enorme presión ejercida por las entidades y corporaciones que se sintieron amenazadas por la implantación del nuevo sistema, el gobierno del Botànic tomó la decisión de cesar al ex-periodista de su cargo.

¿Por qué optó por el Sistema de Depósito, Devolución y Retorno (SDDR) como uno de los proyectos principales, símbolo de su gestión?
Junto al cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la salud de los mares es una de las cuestiones clave del campo medioambiental. En este sentido, los plásticos representan un peligro muy grave que se puede abordar mediante una gestión alternativa de los envases. El SDDR cumple dicha función, los envases se tratan de otra manera para garantizar que volúmenes inmensos de plásticos no acaben en el mar. También es responsabilidad de las instituciones que los espacios públicos estén libres de basura. En este ámbito, los envases son un grupo numeroso y fácil de acotar, lo que permite un tratamiento particularizado a través del sistema de retorno de envases. Un sistema que tiene precedentes y ejemplos en todo el mundo y cada vez más.

Además, se está gestionando en contra del interés general en términos medioambientales, sino también en el aspecto económico. Quien está asumiendo el coste de esta mala gestión es la ciudadanía, que está pagando tres o más veces por un servicio cuya regulación exige que ha de ser cubierto por las entidades que ponen en el mercado un producto envasado. Los grandes embotelladores han puesto en marcha empresas como Ecoembes para llevar a cabo esa gestión y, mientras, mantienen un modelo con el que están sacando un beneficio desmesurado.

¿Cómo es posible que paguemos tres veces por la gestión de los envases?
Por ley, el responsable del residuo envase es quien lo pone en el mercado. Ecoembes, una organización sin ánimo de lucro es quien gestiona dichos envases en nombre de las principales empresas que venden productos envasados, compañías como Coca-Cola, Pepsi-Co, Nestlé o Danone que integran el consejo de administración de esta entidad. Para llevar a cabo el proceso de tratamiento, se aplica el Sistema Integrado de Gestión (SIG) gracias al punto verde que figura en los envases, un impuesto de pocos céntimos que el embotellador repercute en el precio para no perder margen de beneficio y que garantiza, supuestamente, la gestión por parte de Ecoembes. Este caso muestra como el consumidor paga por el servicio de gestión del residuo envase a través del precio del producto, cuando tendría que abonarlo la empresa y restar dicho valor de sus ganancias.

Así deberían de verse cubiertos los costes de tratar y reciclar el material de envase, pero eso no pasa: aproximadamente dos tercios de los envases que se ponen en el mercado no van al contenedor amarillo y quedan abandonados. La consecuencia es que si un envase es arrojado a la vía pública, a un contenedor gris o a una papelera, ha de ser recogido por los servicios públicos que también corren a cuenta de la ciudadanía. Es decir, en dos de cada tres envases se paga dos veces por la gestión de un envase. Después, esos envases se meten en un camión que cobra por el peso de lo transportado, para llegar a la planta de gestión de residuos donde se vuelve a pagar por el peso de la basura que reciben dichas instalaciones. Es decir, la ciudadanía paga punto verde, recogida, transporte y entrada en planta.

¿Dónde va el dinero que se abona a través del punto verde?
El dinero se lo llevan las empresas a través de Ecoembes, que mueve alrededor de 450 millones de euros al año, de los que se gasta 100 millones en publicidad, más o menos. Ecoembes cobra el importe del punto verde por el 100% de los envases pero solo efectúa la recogida del 30% de los mismos. Dos tercios de dinero que acaban en Ecoembes sin la prestación del servicio asociado. Puesto que no es una entidad con afán de lucro, aprovecha estos ingresos para llevar a cabo campañas publicitarias, para las generosas retribuciones de sus directivos y para ser un agente importante de presión en favor del sistema actual del cual se beneficia.

¿Qué acciones (de lobby, mediáticas y discrecionales) emprendió Ecoembes para vilipendiar la propuesta del SDDR? ¿Cuáles fueron sus métodos?
Las actividades de lobby a favor del SIG son las más notorias de la entidad, sólo hay que mirar su presencia en redes y otros medios como la televisión. También tiene una considerable influencia en la información elaborada por los principales medios de comunicación por el peso de la ingente publicidad que otorga a dichos medios gracias a sus grandes ingresos. No deja de ser lo mismo que hacen todos los grupos de presión que influyen en la esfera pública y privada en defensa de intereses particulares.

Ecoembes se presenta como una organización sin ánimo de lucro que defiende los valores ecologistas del reciclaje. A la luz de su composición entitaria, ¿es lícito que venda esa imagen mientras perpetúa un modelo de gestión insostenible? ¿cómo se puede desenmascarar a Ecoembes?
Ecoembes tiene ciertas actitudes cercanas a la preocupación por las cuestiones ecológicas, su gestión permite que se alcance un determinado nivel de reciclaje que, en el caso de los envases, ronda el 30 o el 35%. Pero, a la vez, representa los intereses del poder corporativo y están frenando la llegada de una iniciativa que puede aspirar a reciclar el total de los envases consumidos.

Ecoembes tiene un interés superior a su sensibilidad ecológica: mantener la tasa de ganancia de sus entidades fundadoras. El problema es que, fruto de su potencia de fuego mediático, se presta mucha atención a las campañas de sostenibilidad, mientras se evita poner el foco en que la perpetuación del SIG retrasa la implantación de un sistema mejor y en quién está detrás de esta entidad de tintes verdes cuyos propietarios nada tienen que ver con la construcción de un mundo más sostenible.

Ecoembes es una entidad que, dado que su gestión es deficiente y sólo llega a controlar una tercera parte de todos los envases que le corresponde gestionar, pone una buena porción de esos ingresos, el dinero que cobra por encima de los residuos que maneja, al servicio de esa imagen verde y el grueso telón que cubre a las compañías que están detrás.

La tarea de los medios de comunicación es explicarlo y la de las instituciones ponerlo de manifiesto. Pero topar con las grandes estructuras de presión supone dificultades para los medios, que tienen que renunciar a ciertos ingresos publicitarios, y para los gobiernos que tienen que soportar inmensas presiones.

¿Cumple Ecoembes una función de Responsabilidad Social Corporativa?
Sí, ofrece una imagen de una gestión preocupada por obtener resultados que no es real. El modelo SIG de diversos contenedores, que era bueno hace 20 años cuando no había ningún mecanismo de separación en origen, está llegando a su límite operativo en el que solo podemos mejorar en milésimas porcentuales. Si tenemos en cuenta que es un mecanismo que lleva dos décadas vigentes, cuyos contenedores están al alcance de casi toda la población y acompañado de potentes y frecuentes campañas de sensibilización, no hay otra forma de explicar que no mejoren las cifras.

Ha tocado tope. Sobre todo en el caso de los envases. Se sabe que en Alemania, los resultados no son del 30%, sino que rozan el 100%. Dado que vemos como se apuesta cada vez más por quintos contenedores de materia orgánica o por la recogida puerta a puerta, podemos concluir que existen niveles de concienciación ciudadana que permiten ir más allá de los contenedores del SIG. Por responsabilidad, las instituciones deberían promover y poner en marcha estos cambios para velar por el interés general. Las empresas, por su parte, deben adaptarse a las nuevas realidades legales y lo harán.

Movimiento 83 ha elaborado este vídeo para denunciar las promesas incumplidas del Govern: http://www.youtube.com/watch?v=Yl2w8XO1Vr0 Muchos han dicho que no se puede extrapolar el éxito del SDDR en otros países a nuestro entorno.

¿Tiene el País Valencià alguna particularidad que suponga un obstáculo para la implantación de este sistema?
No, no lo creo. Se dice que no estamos preparados para cosas que funcionan en otros lados pero eso nos lleva a supuestos absurdos como que la conducta de una población en concreto no esté configurada para la democracia. Aquí pasa un poco lo mismo, es una cuestión de voluntad política. Y tenemos ejemplos por todo el globo, hay SDDR en Australia, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Alemania, Croacia, en sitios muy dispares.

¿Qué resistencias se encontró a la hora de intentar implementar el sistema de retorno de envases? ¿Cuáles fueron los sectores más beligerantes?
A parte de la incesante oposición de Ecoembes, los supermercados también cumplieron un papel relevante. Consideraban que podía afectar a su volumen de negocio por el coste que supondría la instalación de las máquinas de retorno y el espacio que quitarían a la venta de productos. Esta argumentación tiene poco fundamento: es verdad que la tarea de gestionar sus envases puede ser al principio una molestia añadida para el supermercado, pero es una responsabilidad social que deben asumir como tantas responsabilidades asume la ciudadanía. Todos los sectores deben contribuir a una economía más sostenible.

Además, la gestión de dichos envases viene compensada por dos céntimos en cada unidad, lo que supone la ganancia de enormes cantidades de dinero si tenemos en cuenta el volumen de envases que se maneja en el País Valencià. Los supermercados alemanes, por ejemplo, tienen importantes ingresos gracias a esos 'céntimos'.

Más allá de eso, sucede que todo el sector empresarial (las grandes empresas envasadoras y su tejido asociado) se ha movido en contra de la instalación del sistema de retorno de envases ya que supone ciertos cambios para las condiciones y los equilibrios del mercado en el que compiten. Son sectores que siempre intentan retrasar dichas modificaciones. Pero, cuando ya no tienen más remedio (como pasa con el etiquetado), se suman a la transición e intentan sacar rentabilidad de ella.

La revisión del Pacte del Botànic no incluyó ninguna referencia o mención a la implantación del SDDR pese a la expectación creada por los diversos pronunciamientos dentro del Govern a favor de esta medida. ¿Por qué no se dice nada del SDDR en la revisión del pacto?
El Pacte del Botànic nunca bajaba a las cosas concretas, era más bien una declaración genérica de principios. El SDDR figuraba en el programa electoral de Compromís que se manifiesta en dicho pacto a través de una mención a la necesidad de caminar hacia economías más sostenibles. Después, las Cortes valencianas se pronunciaron en apoyo al sistema de retorno de envases, lo que cristalizó en una resolución tomada en el debate sobre el estado de la Comunidad de 2016 que instaba al gobierno autonómico a poner en marcha el SDDR. Más tarde, durante el seminario semestral del Govern de julio de 2016 celebrado en Torrevieja, el ejecutivo se comprometió a iniciar la implantación del sistema.

Tuvimos diversas menciones y compromisos: programa electoral, pronunciamiento y resolución de las Cortes y compromiso explícito del Govern. Nada de eso se ha cumplido. Es cierto que la revisión del Botànic generó cierta expectación, pero el compromiso ya estaba presente en otras instancias. No se ha querido cumplir, es un problema de voluntad política.

¿Cree que Compromís asumió su destitución para reducir la tensión y las suspicacias entre las formaciones que componen la coalición de gobierno? ¿Cómo valoras esta actuación por parte de Compromís y Verds-Equo?
Se ha preferido poner el listón medioambiental a una altura que no dificultara la relación entre los socios de gobierno. En un gobierno de coalición con diversas sensibilidades, es necesario negociar y ceder en ciertos puntos. En este marco, Compromís ha aceptado reducir sus exigencias ambientales a cambio de otras cosas que se habrán acordado y que no conozco.

Así es como se han sacrificado políticas ambientales importantes y de gran alcance. De esta manera, las prioridades ecológicas han sido cuestiones de segunda o tercera categoría ya que, en pos del rédito electoral, se opta por medidas cuyas consecuencias son visibles en el corto plazo, lo que no suele coincidir con los márgenes necesarios para notar la efectividad de las políticas ambientales. Yo creo que es un gran error.

¿Cómo valora sus dos años y medio al frente de la Secretaria Autonómica de Calidad Ambiental y Cambio Climático? ¿Cuáles han sido sus principales logros? ¿Y sus errores y omisiones más destacadas?
Estos últimos dos años y pico han sido positivos, muy intensos y gratificantes. Me siento muy agradecido por haber tenido esta oportunidad pero lamento mucho no haber finalizado la legislatura porque se podría haber rematado una labor muy buena y dejar ciertos avances blindados ante los intentos de futuros gobiernos de acabar con esta senda verde.

Lo mejor de nuestra gestión ha sido la simple puesta en marcha de políticas medioambientales. Hasta nuestra llegada, la gestión medioambiental de la Comunidad Valenciana no existía más allá del apellido verde que figuraba en la cartera. Las políticas del Partido Popular nada tenían que ver con un tratamiento coherente y coordinado de la protección del entorno natural.

Lo que se ha conseguido en estos dos años y medio es establecer la idea de que hay que visibilizar la política medioambiental y el resto de políticas (urbanismo, industria, etc.) deben de tenerla en cuenta. Esto puede parecer genérico pero es básico. De hecho, nos topamos con una serie de actividades económicas vinculadas, en su mayoría, al mundo de la construcción y de la gestión de residuos que no estaban acostumbradas a tener que lidiar con una gestión medioambiental efectiva que no supeditaba sus decisiones a intereses externos al bien común. Es este conflicto el que puso en crisis esta etapa.

Pese a ello, hemos dado pasos muy importantes. Emprendimos proyectos de recuperación de agua para no depender de trasvases y otros métodos de gran impacto ambiental. Se ha implantado la separación en origen de la materia orgánica en muchos municipios y los consorcios de gestión de residuos, que estaban acostumbrados a prácticas mafiosas, se han ido adaptando al nuevo modelo.

Tampoco volveremos nunca a la máxima de 'todo espacio es un solar'. Se ha entendido que la prevención de incendios no es una parte de la extinción, sino que la extinción se puede evitar si se hace una buena prevención que, a su vez, está muy relacionada con la gestión territorial basada en la conservación ecológica. Claro que en dos años no se revierte una mala gestión de veinte años, pero si pormenorizamos se aprecian los avances.

Fuente:
http://www.elsaltodiario.com/residuos/julia-alvaro-pagamos-tres-veces-envases-abandonados