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lunes, 2 de abril de 2018

Todo lo que saben.

Robert Mercer, dueño de una parte de Cambridge Analytica, tiene un proyecto: derribar cualquier forma de orden político que interfiera con el poderío del dinero.

Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos parte del tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo… Sin embargo, se puede convencer a un número suficiente de gente para monitorearnos a todos, todo el tiempo.
(ETC. Del libro Bienes comunes y ciudadanía.)

La literatura de ficción se queda muy atrás en el retrato de este tiempo de ahora. Desde Ian Fleming a John le Carré, los novelistas han imaginado a megalómanos malvados que aspiran a dominar el mundo, pero ninguna imaginación ha podido concebir a un personaje como Donald Trump, y menos todavía a alguien mucho menos estridente pero tal vez más siniestro, que solo en estos últimos tiempos ha empezado a aparecer en los medios, el megamillonario Robert Mercer. Hasta hace poco Mercer era uno de los hombres más poderosos y a la vez más invisibles del mundo. Yo leí sobre él, y sobre su hija Rebekka, en uno de los extraordinarios reportajes que Jane Mayer escribe desde hace años sobre el poder del dinero en The New Yorker. Algunos de ellos se convirtieron en un libro escalofriante, Dark Money, del que hablé en estas páginas el año pasado. A los pocos meses de su aparición, Mayer publicó una nueva crónica que podría haber sido otro de los capítulos del libro, esta vez dedicada a los Mercer, padre e hija, y a la influencia decisiva que habían tenido en el nombramiento como candidato republicano y en la victoria de Donald Trump. He vuelto a leerlo ahora, y me he llevado la sorpresa de encontrar en él una referencia muy documentada a la compañía Cambridge Analytica, que justo estos días aparece citada en todas partes, en medio del escándalo que está por fin revelando la codicia, la falta de escrúpulos, el cinismo político con que la hasta ahora sacrosanta Facebook comercia con la intimidad de sus usuarios.

Cada día, a cada momento, centenares de millones de personas regalan, con conmovedora generosidad, todos los pormenores de su vida, de sus aficiones, de sus inclinaciones, de sus manías políticas a una empresa que a cambio les provee con una réplica adaptada del mundo, o personalizada, por decirlo con la palabra inevitable, y que al mismo tiempo de confortarlos y de envolverlos en un capullo hermético de certezas compartidas más o menos tribales, los somete a una especie de radiografía íntima, como bacterias en un cultivo biológico o como esos ratones de los laboratorios que rondan por sus laberintos de cartón llevando diminutos electrodos incrustados en el cráneo. Hasta hace poco la cara de Facebook era ese joven perennemente disfrazado de joven, de universitario brillante pero noble en un campus americano. Eran los tiempos en los que Internet y las redes sociales iban a establecer una radiante fraternidad universal que trascendería fronteras, derribaría muros, alimentaría una creatividad no sometida al control de las élites ni a las manipulaciones del comercio, etcétera.

A cada momento, centenares de millones de personas regalan, con conmovedora generosidad, todos los pormenores de su vida a una empresa

Ahora las caras son otras. Está la cara cínica de Alexander Nix, el director de Cambridge Analytica, la empresa a la que Facebook le vendió los datos de 50 millones de personas, que se ufana en público de haber contribuido a la victoria de Donald Trump y del Brexit, y de ser capaz de poner al servicio de cualquier mentira política toda la eficacia de su tecnología. Entre sus muchos logros, Cambridge Analytica incluye la campaña para contrarrestar los cargos de corrupción y abuso de poder del presidente de Kenia, acusado formalmente por el Tribunal Penal Internacional. Con su acento de clase alta inglesa, Nix explica que su empresa diseñó y difundió el mensaje de que las acusaciones respondían a una conspiración imperialista y racista contra un pueblo soberano de África. Pero los servicios de Cambridge Analytica no incluyen solo la tecnología. Según Nix, también pueden contratar a prostitutas del este de Europa para que actúen como cebo para personajes públicos, y difundir luego fotos o vídeos comprometedores en las redes.

Alexander Nix, como Donald Trump, tiene la desenvoltura de los sinvergüenzas. Robert Mercer, que es dueño de una parte de Cambridge Analytica, parece ser un hombre retraído que habla lo menos posible y lo hace en voz muy baja. Jane Mayer lo retrata con una perspicacia de gran narradora. Mercer, ingeniero informático, amasó su fortuna creando algoritmos para acelerar y automatizar decisiones en el mercado de valores. Posee uno de los yates más grandes del mundo, tan alto que cuando llega a Londres ha de abrirse el puente de la Torre para abrirle paso. Aficionado al maquetismo ferroviario, en su mansión de Long Island ha instalado un tren eléctrico que cuesta 2,7 millones de dólares y que circula por un paisaje en miniatura de una extensión equivalente a media cancha de baloncesto. Robert Mercer es devoto de Ayn Rand y cree que los Gobiernos solo sirven para subvencionar a la gente inútil y perezosa y entorpecer la iniciativa de las personas superiores y el dinamismo del mercado. También cree que Bill y Hillary Clinton ordenaron personalmente algunos asesinatos de adversarios políticos, y que el cambio climático es un fraude, y que en caso de necesidad Estados Unidos puede lanzar bombas nucleares contra un enemigo, dado que una explosión atómica no causa grandes daños más allá de la zona de su caída. El calentamiento global, en caso de que ocurra, creará nuevas especies de animales y de plantas; la bomba de Hiroshima y la de Nagasaki tuvieron a la larga un efecto benéfico sobre la salud de la población japonesa.

En 2012 la familia Mercer, que había invertido mucho dinero en la campaña de Mitt Romney, se llevó el disgusto de que saliera reelegido Obama. Fue entonces cuando decidieron que había que lograr una mayor capacidad de influencia utilizando las redes sociales y el manejo de las cantidades inmensas de datos que podían obtenerse en ellas. Los ejecutivos de Cambridge Analytica lo expresan con toda claridad, y hasta le han dado un nombre, psicografía: “Sabemos a qué clase de mensajes eres susceptible y dónde vas a consumirlos y cuántas veces vamos a tener que llegar a ti con ellos para hacer que cambien tus ideas sobre algo”.

Con su voz susurrante y sus modales helados, con su afición a los trenes eléctricos y a la demagogia truculenta de Ayn Rand, Robert Mercer tiene un proyecto, según le han contado a Jane Mayer algunos de sus allegados: derribar cualquier forma de legalidad o de orden político que interfiera con el poderío y el capricho del dinero. Casi cada uno de nosotros, en diferente medida, en su burbuja de conformidad, en sus vanos aspavientos virtuales, en su incapacidad gradual para hacer frente sin filtros a la crudeza y a la variedad del mundo, pone su grano de arena mínimo pero necesario en esa tarea. Solo hace falta dar un like.

https://elpais.com/cultura/2018/03/27/babelia/1522166283_951846.html

jueves, 29 de junio de 2017

Costa Gravas. “El buen cine se fundamenta en las emociones de la vida” El director ha recibido el premio de honor Luis Buñuel del Festival de Huesca.

El miércoles por la noche, Konstantinos Gavras (Loutra-Iraias, 1933), más conocido como  Costa-Gavras, recibió uno de los dos premios de honor del Festival de Huesca, junto a Álex de la Iglesia. El francogriego posee una carrera impecable, una colección de títulos como Desaparecido, Z, Amén, Estado de sitio, La caja de música...“Mis películas, y en general todas las películas, no son ni pueden ser un discurso político o académico, ni una lección, sino un espectáculo. Ahora bien, todas ellas hablan de la sociedad y de sus problemas, y a final eso las hace un poco políticas”, cuenta por teléfono en su estupendo castellano desde Huesca.

El nombre del premio recibido, Luis Buñuel, lleva a Costa-Gavras a hablar de su pasión por el cineasta español: “Es un grande del cine mundial. Yo estudié en la escuela algunos de sus trabajos y más tarde vi toda su filmografía en Francia. Me interesan mucho las mexicanas”. ¿Puede que porque sean filmes con un mayor trasfondo social, más cercanos al estilo de Costa-Gavras? “Sí, puede, aunque algunas las hizo para sobrevivir [remata en risas]”. Felicitado por su galardón, recuerda: “El pequeño Konstantinos estaría asombrado al recibir algo con el nombre de ese creador. Aunque creo que aún fue mejor el tiempo que pude pasar con él, un domingo en México mientras yo rodaba Desaparecido, gracias a su director de fotografía,  Gabriel Figueroa. Fue muy emocionante”.

Su defensa de su impecabilidad curricular le llevó a rechazar la dirección de la adaptación de El padrino: “El libro de  Mario Puzo era muy malo; Francis Ford Coppola supo sacar de ahí una obra maestra”. Desde El capital (2012) no ha hecho cine, lo que no quiere decir que esté mano sobre mano; dirige la Cinemateca Francesa —es su segundo mandato, ya la presidió en los ochenta— y así mantiene una visión muy fresca del cine actual: “Hay cosas muy interesantes, como la universalización del medio. A cambio, las nuevas compañías como Netflix parecen quererlo todo, solo les preocupa... ¿cómo se dice? [pregunta a alguien a su lado en francés]. Eso, la cuenta de resultados”.

Costa-Gavras se siente europeo. Hace años se declaraba indignado con la situación política y social en la UE. Hoy defiende que existen atisbos de optimismo. “Desde la misma UE empieza a salir un mensaje de cambio, son conscientes de que las instituciones y sus mecanismos necesitan mejorar. Y en Francia ya se ha notado con la elección de nuestro joven presidente, Emmanuel Macron. Él está realizando declaraciones en un sentido muy acertado: o cambia Europa o desaparece. La idea original de unión era extraordinaria, y políticos como José Manuel Durão Barroso —el actual presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker es un poco mejor, pero tampoco...— casi acaban con ella. No son los horizontes que necesita la actual Europa. Hay que impulsar una Europa unida en lo político, lo cultural y lo educativo”. Es decir, que es optimista. “Escuchando lo que últimamente se dice, sí. Aunque si los gobernantes se dejan llevar por las pequeñas problemáticas... entonces no”.

Costa-Gavras nunca ha olvidado que él fue un inmigrante, y que, señala, “cualquier europeo tiene un abuelo de otra región o de otro país”, con lo que sigue con atención las noticias sobre los refugiados y el avance del integrismo islámico: “No creo que haya un apoyo a ese terrorismo, pero sí es cierto que crece su caldo de cultivo y que no hay voces generales desde la comunidad islámica europea que pidan parar eso. Es un peligro considerable porque es impredecible”.

Cuando se estrenó en España su último trabajo en 2012, El capital, sobre la corrupción y los manejos del poder, aún no habíamos vivido la explosión diaria de noticias sobre el lodo de putrefacción político-económica en el que chapoteamos. Costa-Gavras se echa a reír: “No es solo un problema español, sino de la sociedad actual. Porque el dinero hoy no es ideología, sino religión. La sociedad actual se mueve con un solo faro, la economía, y por tanto empuja a la gente al individualismo”.

¿No se ha perdido la fuerza moral en los nuevos cineastas que tenía la generación de Costa-Gavras? “La respuesta es compleja, prefiero quedarme en que cada uno hace lo que puede”. Y a continuación advierte que no cree en generaciones: “El cine es ante todo personal, luego nacional y finalmente europeo. Cierto, la Unión Europea debería de apoyar mucho más a que cada país ayude a su cine. Otra cosa es si muchas naciones quieren que haya un cine nacional, como un museo nacional... El cine son imágenes que viajan, aunque imágenes aferradas a una identidad, que suele ser la nacional. Luego, si los filmes son buenos alcanzan a espectadores de otros territorios. Hoy no sé muy bien qué pasará por la cabeza de los jóvenes espectadores con esas películas estadounidenses basadas solo en efectos especiales. La industria ha cambiado, olvida que el buen cine se fundamenta en las emociones de la vida”.

Desde 2012, Costa-Gavras no ha rodado: “Dediqué un año y medio a escribir un libro, y posteriormente estuve pensando varios proyectos. Ahora por fin he encontrado las condiciones adecuadas para dirigir mi siguiente película”. ¿Y sobre qué irá? “Es actual. No puedo contar más”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/15/actualidad/1497553041_050759.html



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lunes, 16 de enero de 2017

John Berger. Dónde hallar nuestro lugar. Diez comunicados

1
Alguien pregunta: ¿todavía eres marxista? Nunca antes ha sido tan extensa como hoy la devastación ocasionada por la búsqueda de la ganancia, según la define el capitalismo. Casi todo mundo lo sabe. Cómo entonces es posible no hacerle caso a Marx, quien profetizó y analizó tal devastación. La respuesta sería que la gente, mucha gente, ha perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no saben a dónde se dirigen.

2
Todos los días, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino a un destino elegido. Señales carreteras, señales de embarque en algún aeropuerto, avisos en las terminales. Algunos hacen sus viajes por placer, otros por negocios, muchos motivados por la pérdida o la desesperación. Al llegar, terminan por darse cuenta que no están en el sitio indicado por la señales que siguieron. Donde se encuentran tiene la latitud, la longitud, el tiempo local y la moneda correctos, y no obstante no tiene la gravedad específica del destino que escogieron.

Se hallan junto al lugar al que escogieron llegar. La distancia que los separa de éste es incalculable. Puede ser únicamente la anchura de un vía pública, puede estar a un mundo de distancia. El sitio ha perdido lo que lo convertía en un destino. Ha perdido su territorio de experiencia.

Algunas veces algunos cuantos de estos viajeros emprenden un viaje privado y hallan el lugar que anhelaban alcanzar, que a veces es más rudo de lo que imaginaban, aunque lo descubren con alivio sin límites. Muchos nunca lo logran. Aceptan los signos que siguieron y es como si no viajaran, como si se quedaran siempre donde ya estaban.

...

9
A un kilómetro de distancia de donde escribo, hay un campo donde pastan cuatro burros, dos hembras y dos burritos. Son de una especie particularmente pequeña. Cuando las madres aguzan sus orejas ribeteadas de negro, me llegan a la altura del mentón. Los burritos, de unas cuantas semanas de edad, son del tamaño de unos perros terrier grandes, con la diferencia de que sus cabezas son casi tan grandes como sus costados.

Me brinco la barda y me siento en el campo apoyando la espalda en el tronco de un manzano. Ya tienen sus rutas propias por todo el campo y pasan por debajo de ramas tan bajas que yo tendría que ir a gatas. Me observan. Hay dos áreas en donde no hay pasto alguno, sólo tierra rojiza, y es en uno de estos anillos a donde vienen varias veces en el día a rodarse sobre su lomo. Primero las madres, luego los burritos. Éstos tienen ya una franja negra en los lomos.

Ahora se aproximan. El olor de los burros y el salvado --no el de los caballos, que es más discreto. Las madres rozan mi cabeza con sus quijadas. Son blancos sus hocicos. Alrededor de sus ojos hay moscas, mucho más agitadas que sus propias miradas interrogantes.

Cuando se quedan a la sombra, en el lindero del bosque, las moscas se marchan y pueden quedarse casi inmóviles por media hora. En la sombra del medio día, el tiempo se alenta. Cuando uno de los burritos mama (la leche de burra es la más semejante a la humana), las orejas de la madre se echan hacia atrás y apuntan a la cola.

Rodeado de los cuatro burros en la luz del día, mi atención se fija en sus patas, dieciséis de ellas. Son esbeltas, contundentes, contienen concentración, seguridad. (Las patas de los caballos parecen histéricas en comparación.). Estas son patas para cruzar montañas que ningún caballo se atrevería, patas para soportar cargas inimaginables si se consideran tan sólo las rodillas, las espinillas, las cernejas, los jarretes, las canillas, los cuartos, las pezuñas. Patas de burro.

Deambulan, con la cabeza baja, pastando, mientras sus orejas no se pierden de nada; los observo, con sus ojos cubiertos de piel. En nuestros intercambios, tal como ocurren, en la compañía de mediodía que nos ofrecemos ellos y yo, hay un sustrato de algo que sólo puedo describir como gratitud. Cuatro burros en un campo, mes de junio, año 2005.

10
Si, entre otras muchas cosas sigo siendo marxista.

John Berger

Fuente y leer más
http://www.sinpermiso.info/textos/dnde-hallar-nuestro-lugar-diez-comunicados

domingo, 10 de julio de 2016

La mentira. Aznar es el único que hasta el momento no ha pedido perdón a su país por llevarlo a una guerra injusta e injustificada.

Siempre recordaré el aplauso de los diputados de las bancadas del Partido Popular en el Congreso tras la aprobación de la decisión del Gobierno de Aznar de ir a la guerra de Irak, que apoyaron sin una sola excepción, contra la opinión de millones de españoles, que nos habíamos manifestado en contra. Nunca había visto a nadie tan contento de ir a una guerra; mejor dicho: tan contento de que fueran otros, pues ni los diputados ni los ministros ni el presidente del Gobierno iban a ir. Para eso están los profesionales.

El informe Chilcot, elaborado por un comité independiente de Reino Unido a petición del Gobierno de ese país, acaba de poner negro sobre blanco las cosas que ya se sabían o se sospechaban de aquella guerra: que la decisión de invadir Irak estaba tomada antes de su justificación, que ésta se hizo sobre una gran mentira: la posesión por Sadam Hussein de armas químicas y biológicas prohibidas (nunca he entendido por qué están prohibidas unas armas y otras no, será que soy un poco panoli), y que, en el triunvirato que se formó al frente de los belicistas, Aznar jugó el papel de becario, ni siquiera de George Bush, el jefe de la coalición, sino del británico Toni Blair, ante la retirada del resto de los países europeos, con Alemania y Francia a la cabeza. “No se puede pedir ayuda a un amigo y luego, cuando él te la pide a ti, negársela”, se justificaría tiempo después en el más puro estilo Benzema el héroe de Perejil, el único que hasta el momento no ha pedido perdón a su país por llevarlo a una guerra injusta e injustificada, como si en el cumplimiento de su deber de amistad pudiera disponer de la voluntad y las vidas de sus compatriotas.

Siete años les ha costado a los miembros del comité encabezado por John Chilcot, un alto funcionario británico de gran prestigio, y la consulta de miles de documentos, así como entrevistar a un centenar y medio de testigos, llegar a unas conclusiones que, pese a no suponer ninguna novedad, no dejan de estremecer de rabia y de consternación. Que tres hombres por su santa voluntad provocaran lo que han provocado: miles de muertos y heridos y la ruptura del frágil equilibrio en que vivía una región del mundo que ahora se desangra en guerras y actos de terrorismo que nos están afectando a todos (a España especialmente el 11-M) deberían provocar más que una crítica formal y abstracta. En el mundo han sido juzgados por crímenes de guerra o contra la humanidad muchos dirigentes con menos delito que el trío de las Azores.

http://elpais.com/elpais/2016/07/08/opinion/1467979566_242541.html

martes, 2 de febrero de 2016

Portugal: la codicia del Santander

El Banco Santander anunció el miércoles 27 de enero, sus resultados de 2015. Es interesante que reconozca que, ya en 2015, tuviera ganancias derivadas de la compra de Banif de 283 millones de euros (véase la página 18 de este informe). [1] Es decir, para el Santander el activo adquirido por 150 millones de dólares a las 23: 30h del 20 de diciembre 2015 valía al final del día 31 de diciembre 2015, 433 millones de euros. Un retorno neto de + 188,7%, en 11 días "de trabajo", o el equivalente a una tasa del 10.1% por día (que fue mayor debido a que el Santander no transfirió casi seguro los 150 millones de euros que pagó por la compra el 20 de diciembre).

No está mal. La tasa anualizada es astronómica, por lo tanto no voy siquiera a molestar al lector con tantos ceros (17) [2] y voy a utilizar la fórmula exponencial: 1,89E + 17%. No es probable que haya habido en ninguna parte del mundo en 2015 una tasa de retorno comparable a esta (para una cantidad de este tipo) y, por tanto, el Santander se sitúa en el palmarés de los beneficios, tal vez junto con algunos especuladores del franco suizo o el rublo ruso - pero evidentemente ha tenido ayuda ....

Al Santander le interesa ser modesto: las ganancias derivadas de la compra de Banif son probablemente mucho mayores que las declaradas. El Banco de Santander reconocerá en los próximos años las plusvalías resultantes de la compra de Banif, pero ya diluidas con el resto de los negocios del banco. Por lo tanto, me parece que el Santander es un serio aspirante a una entrada en el Libro Guinness de los Récords del año 2015.

Lo interesante son las declaraciones del presidente del Santander-Totta de que "el banco cambió, a petición del fondo de rescate, su propuesta de compra de Banif", sin aclarar en qué consistieron esos cambios. ¿Habrá lugar a dudas de que ha pecado de generosidad por exceso en su oferta?

El presidente del Santander-Totta también argumentó que la garantía dada por el Estado de 323 millones de euros no podrá compensar pérdidas futuras. Esperamos que sí, pero la decisión del Consejo de Administración de Banco de Portugal es claro: la deuda con garantía del Estado entregada al Santander "para que no haya dudas" (linea c, p. 24) fue de 746 millones de euros y establece que las pérdidas del Banif son asumidos por la Sociedad de fondo de rescate. Esta deuda garantizada ha sido entregado, como se suele decir, "para que no haya dudas". ¿Las palabras del presidente del Santander-Totta significan que el banco va a devolver pronto 323 de los 746 millones de la deuda garantizada por el Estado que le fue entregada? De todos modos, en medio de tantos millones, que son más o menos 323 millones "para evitar dudas"?

Me alegro por lo menos de que la controversia aparentemente ha servido para contener un poco la codicia del Santander ...

Notas:
[1] Los resultados del 4T del 2015 del Santander y su presentación sugieren que las ganancias de capital obtenidas con Banif están limpias de cualquier condición. No identifico ninguna nota en sentido contrario.
[2] Es decir, 189 seguido de 15 ceros y el signo de porcentaje.
Ricardo Cabral ingeniero eléctrico y economista. Contribuye al blog del periódico portugués Publico "No todo es economía".
Fuente: Sin Permiso y
http://blogues.publico.pt/tudomenoseconomia/2016/01/28/santander-et-al/
Traducción: G. Buster