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viernes, 2 de junio de 2023

3 falacias que te pueden engañar (y cómo evitar caer en la trampa)

Todos cometemos errores: si contaste cuánta gente hay en un lugar y me dices que 10 cuando son 11, sencillamente te equivocaste. Pero si argumentas que hay cuadrados redondos, eso ya es otra cosa.

Las falacias, en lógica, son razonamientos erróneos que tienen la apariencia de solidez.

Son afirmaciones sin fundamento que a menudo se entregan con tal convicción que las hace parecer como si fueran hechos probados, y pueden adquirir una vida propia cuando se popularizan y se convierten en parte de un credo.

No sólo son incorrectas sino que, usadas a sabiendas, son deshonestas.

De hecho, falacia proviene del latín fallacia, por engaño, así que técnicamente significa una falla en un argumento que lo hace engañoso.

Lo bueno es que una vez detectadas invalidan el argumento.

El filósofo Aristóteles, quien hizo el primer estudio sistemático conocido de las falacias en su De Sophisticis Elenchis (Refutaciones sofísticas), pensaba que era necesario conocerlas para armarnos contra los errores más seductores, y describió 13 tipos.

Hoy en día, los filósofos tienen listas de cientos de falacias con nombre propio.

Escogimos tres para que estés alerta. Todas ellas tienen que ver con políticos, que a menudo se valen de falacias para justificar lo injustificable o para salir de apuros.

La falacia si-por-whisky  
Esta falacia debe su nombre a un discurso considerado como uno de los más astutos en la historia de la política estadounidense.

Pasó a la historia como el "discurso del whisky", y fue pronunciado en 1952 por Noah S. Sweat, un joven legislador de Mississippi, EE.UU., que más tarde fue juez y profesor universitario.

Los legisladores habían estado debatiendo si finalmente se debía levantar la ley seca y de eso habló Sweat a pesar de que, según empezó diciendo, "no tenía la intención de discutir este tema controvertido en este momento en particular".

Lo hizo, afirmó, por que no quería que pensaran que rehuía la controversia: "Por el contrario, tomaré una posición sobre cualquier tema en cualquier momento, independientemente de cuán controvertido sea".

Lo gracioso es que hizo todo lo contrario y de una manera tan magistral que le dio el nombre a esta falacia.

Aquí va el discurso (resumido):

"Me han preguntado qué siento respecto al whisky (...):

"Si por 'whisky' te refieres al brebaje del diablo, el azote del veneno, el monstruo sangriento que contamina la inocencia, destrona la razón, destruye el hogar, crea miseria y pobreza, sí, literalmente toma el pan de la boca de los niños pequeños; si te refieres a la bebida maligna que derroca al hombre y la mujer cristianos del pináculo de la vida recta y llena de gracia al abismo sin fondo de la degradación (...), entonces ciertamente estoy en contra.

"Pero si por 'whisky' te refieres al aceite de la conversación, el vino filosófico (...); la bebida que permite a un hombre magnificar su gozo y su felicidad y olvidar, aunque sólo sea por un momento, las grandes tragedias, los dolores y las tristezas de la vida (...), cuya venta vierte en nuestras tesorerías incontables millones de dólares, que se utilizan para cuidar tiernamente a nuestros pequeños niños lisiados (...), entonces ciertamente estoy a favor".

Terminó declarando: "Esta es mi posición. No me apartaré de ella. No me comprometeré".  Para ser justos, aclaró algunas cosas, pero no precisamente su posición.

Y esa es una táctica común en la política: dar una respuesta a una pregunta que depende de las opiniones del interrogador y utiliza palabras con fuertes connotaciones.

Es una falacia que parece apoyar ambos lados de un problema, y se utiliza para ocultar la falta de una posición o para esquivar preguntas difíciles.

La falacia de McNamara
Otro político, otra falacia.

En este caso, se trata de Robert McNamara, el secretario de Defensa de EE.UU. de 1961 a 1968.

Durante la Segunda Guerra Mundial, McNamara sirvió en el Departamento de Control Estadístico del ejército de EE.UU., donde aplicó una metodología estadística rigurosa a la planificación y ejecución de misiones de bombardeo aéreo, logrando una mejora espectacular en la eficiencia.

Después de la guerra, fue reclutado por Ford Motor Corporation que estaba perdiendo dinero. Con sus habilidades de análisis estadístico racional, McNamara logró mejoras dramáticas.

Cuando llegó al Pentágono, aplicó el mismo riguroso análisis sistémico que le había funcionado tan bien.

A medida que se intensificaba el conflicto en Vietnam, creyó que mientras las bajas del Viet Cong excedieran el número de muertos estadounidenses, la guerra finalmente se ganaría, así que los estadounidenses básicamente se dedicaron a contar cadáveres.  "Las cosas que puedes contar, debes contarlas; la pérdida de la vida es una de ellas", escribió en su libro "En retrospectiva: la tragedia y lecciones de Vietnam".

Pero esta vez estaba trágicamente equivocado. Él mismo admitiría más tarde que el énfasis excesivo en una sola métrica cruda simplificó en exceso las complejidades del conflicto.

Como dice la máxima:
No todo lo que se puede contar cuenta. No todo lo que cuenta se puede contar.

Y algo que no podía contar era la osadía de "movimientos populares altamente motivados".

Su nombre quedó vinculado inextricablemente con el fracaso estadounidense en Vietnam.

En 1972, el sociólogo Daniel Yankelovich acuñó la frase "La falacia de McNamara":

"El primer paso es medir cualquier cosa que se pueda medir fácilmente. Esto está bien hasta cierto punto.

"El segundo paso es descartar lo que no se puede medir fácilmente o darle un valor cuantitativo arbitrario. Esto es artificial y engañoso.

"El tercer paso es suponer que lo que no se puede medir fácilmente en realidad no es importante. Esto es ceguera.

"El cuarto paso es decir que lo que no se puede medir fácilmente en realidad no existe. Esto es suicidio".  Contar sirve, pero no lo es todo.

La falacia de McNamara es una de las trampas más peligrosas pues se ha usado para guiar decisiones políticas en campos tan vitales como la salud y la educación.

Pero que el riesgo exista no quiere decir que se deben abandonar las mediciones y métricas cuantitativas; la cuantificación es una herramienta analítica valiosa.

Lo que hay que tener en cuenta, como señaló el estadístico W. Edwards Deming, es que "nada se vuelve más importante sólo porque se puede medir. Se vuelve más medible, eso es todo".

La clave es recordar que medir no es entender, que la realidad es multidimensional y que lo cualitativo es tan valioso como lo cuantitativo.

La falacia del político
La última de nuestras falacias no es tan conocida pero probablemente te has topado con ella brotando de labios de un político o de tu jefe.

Tiene un origen gracioso: fue identificada en la serie "Yes, Prime Minister" (Sí, Primer Ministro) de la BBC, una comedia que seguía las batallas entre un primer ministro y su secretario de gabinete.

Aunque obviamente ficticia, retrataba tan bien lo que ocurría en los corredores del poder que varios políticos británicos han dicho que parecía más bien un documental.

Escena de "Sí, Primer Ministro". 
 La serie "Sí, Ministro" se emitió entre 1980 y 1984; su continuación, "Sí, Primer Ministro", entre 1986 y 1988.

La falacia del político fue expuesta en un episodio de 1988 y desde entonces ha hecho eco en el Parlamento británico, en los medios internacionales y toda suerte de análisis y discusiones.

Su modelo es: "Debemos hacer algo, esto es algo, por lo tanto debemos hacer esto".

Conocida también como el silogismo del político, es una falacia lógica, similar a concluir, tras afirmar que algunos estadounidenses son ricos y que algunos pobres son estadounidenses, que algunos pobres son ricos.

A pesar del absurdo, es usada para pretender que se tiene una solución a un problema, sin importar cuán ineficaz o hasta dañina sea.

En tiempos de crisis económicas, por ejemplo, no es raro que se anuncien cortes de impuestos que no mitigan el sufrimiento de los más afectados, ni abordan los factores subyacentes de la emergencia ni determinan cómo prevenir futuras crisis.

Sin embargo, suenan bien y, cuando se trata de política, eso a menudo es equivalente al éxito.

viernes, 4 de marzo de 2022

Sobre las Checas. Ángel Viñas.

 

Contra las falacias y las mentiras que desde 1936 empezó a difundir, en la zona sublevada, la propaganda franquista y que, desde 1939, extendió al resto de España pocos son los temas que hayan gozado de tal predicamento como el de la actividad criminal de las checas, en particular en Madrid y Barcelona. Siempre fueron consideradas como los ejemplos por excelencia del “terror rojo”. Su siniestra fama se divulgó en la literatura. Nombres como el conde de Foxá, Wenceslao Fernández Flores, “El Caballero Audaz” (José María Carretero), “El Duende de la Colegiata” (Adelardo Fernández Arias) y muchos otros la elevaron a la enésima potencia en novelas que traducían odios y miedos viscerales y estaban en consonancia con las necesidades de la propaganda de los sublevados por ocultar sus propios asesinatos y venganzas. En cuanto a los novelistas citados, los dos primeros incluso han sido “rehabilitados”. Los siguientes, de ínfima calidad, todavía no. Todo se andará. Existen unas cuantas editoriales especializadas en difundir tal tipo de basura.


Ni que decir tiene que la historiografía profranquista y filofranquista encontró siempre en el “terror rojo” que emanaba de las checas todo un filón. Dura hasta nuestros días. Los trabajos de empaque académico que sobre el tema se han realizado son relativamente escasos.

Viene ahora a enriquecer la serie de obras esenciales para comprender el fenómeno la adaptación de una tesis doctoral. Hay que seguir de cerca la aprobación de tesis doctorales en historia contemporánea porque, al menos en España, es generalmente de la Universidad de donde proceden los trabajos de una nueva generación de investigadores que combinan el rigor científico y metodológico con su preocupación por temas largo tiempo dejados al arbitrio de numerosos periodistas y de aficionados siempre atentos a ventas fáciles y a excitar el morbo de un sector concreto del público lector (y no lector).

En el caso en cuestión corresponde a un joven historiador formado en la UCM y miembro del grupo de estudios sobre la guerra civil en Madrid el haber abordado, tras una serie de tanteos previos, la tarea de seguir desmitificando la densa nube que rodea el tema de las checas. Se llama Fernando Jiménez Herrera. La Editorial Comares, de Granada, que dirige mi buen amigo Miguel Ángel del Arco Blanco y cuyo catálogo es uno de los más serios y solventes en materia de la Historia que se hace en y desde la Universidad, la ha publicado, imagino que debidamente raspada de toda la parafernalia académica que suele envolver cualquier tesis doctoral que se precie.

Curiosamente la recepción que le han dado los grandes medios de comunicación, atentos a las decenas de títulos sobre temas más o menos estúpidos que aparecen casi todas las semanas, ha sido muy mesurada. Una pena. El trabajo de Jiménez Herrera merece muchísima mayor atención. Tanto de la crítica como de los lectores.

Las preguntas de las que parte este joven historiador constituyen el meollo, el alfa y el omega, de la labor de todo investigador que se respete: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Por qué pasó? Sin plantearse seriamente estos tres interrogantes, y sin basar la respuesta en el descubrimiento y análisis de las evidencias primarias relevantes de época, es imposible dar explicaciones fundadas a las representaciones que el historiador se hace del pasado. Sobre todo, si se trata de temas ya “vistos”. Y, al hacérselas, debe tener cuidado con el lenguaje.

En el caso en cuestión aceptar el término de “checa” es ya un tanto ahistórico. Es el resultado de una importación movida por planteamientos y estímulos propagandísticos. Su origen es ruso o, más exactamente, soviético. Su aplicación al caso español fue una primera victoria de los sublevados de 1936. Estaba en consonancia con la línea fundamental de su propaganda de antes de la guerra y que insufló toda la conspiración monárquico-militar (y fascista). La gran diferencia es que la policía represiva soviética estuvo encuadrada desde el primer momento en las estructuras de un nuevo Estado en formación, en guerra civil y con aspiraciones revolucionarias. Luego, formó parte esencial del aparato de supervisión, vigilancia y castigo de los disidentes (cuya identificación atravesó por numerosas etapas).

El caso español es completamente diferente. Sin conocer la tesis de Jiménez Herrera, pero partiendo del tenor anticomunista de la intoxicadora propaganda que distribuyó la UME (Unión Militar Española), a mí me había llamado la atención el énfasis puesto en el peligro soviético para la alejada España desde los comienzos más serios de la conspiración en 1934. Algo que, en puridad, no era ninguna novedad porque, simplemente, fue una constante en un sector de las derechas españolas desde la implantación del régimen soviético en Rusia. Herbert R. Southworth dedicó una gran parte de su obra a dibujar los contornos de tales planteamientos.

Así, pues, con buen tino, lo primero que hace Jiménez Herrera es llamar a las cosas por su nombre en el título de su libro. El mito de las checas y dedicar el primer capítulo a estudiar la génesis y evolución de este concepto. No es un a priori. Es el resultado de estudiar el movimiento histórico al final del cual, en una coyuntura determinada surgida del fracaso de la sublevación en Madrid y Barcelona, los sublevados aplicaron aquel concepto soviético para enmascarar y/o deformar lo que ocurrió en realidad: la transformación y adaptación de una parte de los núcleos organizativos del proletariado (Casas del Pueblo socialistas, Ateneos Libertarios anarquistas y Radios comunistas) a la tarea ímproba descabezar el movimiento militar y fascista. Sin saber manejar armas, salvo las cortas, y sin organización. Lo que los autores profranquistas o filofranquistas afirman sobre las “milicias” izquierdistas para antes del 18 de julio es de risa. Yo siempre recomiendo leer los camelos de Luis Bolín que he citado en varias de mis obras.

Pues bien, a las tareas habituales propias y que en aquellos núcleos organizativos habían ido perfilándose en los años anteriores a la sublevación (cuando todavía se encontraba en el estadio de proyecto deseado o anhelado) se añadió, casi de forma natural, la expansión a las funciones de control y justicia. Los dos términos, obviamente, no son equivalentes. Vale el primero. El segundo habría que entrecomillarlo. Ambas se materializaron, con todo, en el surgimiento de los más propiamente denominados, que no “checas”, “comités revolucionarios”. El núcleo central del libro se sitúa precisamente en el proceso que acompañó este cambio y que se mantuvo más o menos hasta finales del año 1936.

El pueblo en armas (una de las consecuencias del desplome del aparato de seguridad del Estado, también minado por los conspiradores) asumió, temporalmente, el ejercicio de tales nuevas funciones durante aquellos cinco o seis meses, cruciales eso sí, en la identificación y represión de elementos contrarrevolucionarios (fascistas, monárquicos, clérigos, burgueses y un variopinto etc.), reales o supuestos, que de todo hubo. La eliminación física, al margen de toda la legalidad republicana pre-existente, pasó al primer plano y afectó a un gran número de personas. No es de extrañar, añadiré, que a algunos diplomáticos británicos la evolución les hiciera evocar más los días del Terror en la revolución francesa que el bolchevique tras la revolución rusa.

El autor ha llegado a novedosas conclusiones después de haber pasado varios años estudiando miles de documentos de los que todavía se conservan en una variada gama de archivos. Ante todo, el general e histórico de la Defensa, amén de los archivos de la Guardia Civil y del Ministerio del Interior y del Centro Documental de la Memoria Histórica, complementados con la documentación conservada en el Histórico Nacional, los archivos del PCE, del PSOE, de la CNT y diversos repositorios locales y provinciales. Amén de las fuentes hemerográficas conservadas en más de una docena de sitios en línea y presenciales. Ha debido ser una labor de Sísifo. Basta con echar un vistazo a la serie documental PS relativa a Madrid en Salamanca para que a cualquier investigador se le abran las carnes.

Casi una veintena de tesis doctorales en versión no publicada pero sí disponibles en la red, unas setenta obras de memorias y recuerdos de variado pelaje, recuentos oficiales y una amplia bibliografía española y extranjera complementan las fuentes documentales primarias y secundarias.

Me apresuro a señalar que Fernando Jiménez en modo alguno trata de disminuir el saldo trágico de la actuación de los comités revolucionarios. Llega hasta donde los documentos se lo permiten. En el caso de Madrid, que es en el que se concentra básicamente su relato, se hace eco de las cifras de muertos y “paseados” durante el resto del verano y el otoño de 1936 (en torno a los 8.360) pero también recoge estimaciones más elevadas, que llegan hasta un total de 13.000 personas. No es moco de pavo, bajo ningún concepto. Al tiempo, pasa revista a los intentos de lo que quedaba de poder gubernamental, más o menos respetado, para encauzar la furia popular por canales jurídicamente aceptables en una situación de excepción y, por desgracia, totalmente imprevista.

¿Por qué tales excesos al margen de la legalidad, incluso en evolución? Fernando Jiménez, en la tercera parte de su libro, pasa revista a toda una serie de explicaciones que figuran en la bibliografía generada por los más variados expertos, españoles y extranjeros, que han arrojado luz sobre el fenómeno. ¿Una muestra? Javier Cervera Gil, Francisco Espinosa, Carlos Gil Andrés, Gutmaro Gómez Bravo, José Luis Ledesma, Jorge Marco, Javier Muñoz Soro, Javier Rodrigo, Julius Ruiz, Glicerio Sánchez Recio, María Thomas, Enzo Traverso y otros.

Una nota de advertencia: he sido muy sensible a la lectura de este libro, y confieso que esta breve reseña no le hace justicia en modo alguno, por una razón personal. Francisco Espinosa, cuyo nombre no necesita presentación, Guillermo Portilla, catedrático de Derecho Penal, y un servidor hemos invertido un año, más o menos, en hacer un estudio de las bases conceptuales, jurídicas, filosóficas, políticas, históricas y de contexto de la represión que los sublevados plantearon desde antes del primer momento contra quienes permanecieron fieles al gobierno de la República. Fueron dos mundos diferentes. Nuestro trabajo saldrá para la Feria del Libro.

Cualquier lector que tenga el más mínimo interés por un tema ardientemente discutido y que forma parte del repertorio argumental de las derechas filofranquistas incluso en el día de hoy hará bien en comparar el libro de Jiménez Herrera con el nuestro. Luego decidirá quién tuvo mejor razón, quién fue más salvaje, quién más cruel, quién actuó con mayor premeditación, con más elevado grado de alevosía y sobre quienes debe caer la responsabilidad última de tantos muertos, tantos sacrificios, tantos horrores. Porque la guerra no vino por casualidad ni España o la República estaban señaladas por el dedo del Señor para un castigo bíblico. Alguien la quiso. Alguien la preparó. Alguien se preparó. Y alguien ha seguido y sigue engañando a los españoles. A pesar de todos los esfuerzos de autores extranjeros como, valga el caso, el profesor Sir Paul Preston entre muchos otros colegas británicos.

La discusión, animada por propagandistas y políticos atentos a hacer de la historia, del pasado, su particular campo de Agramante, probablemente continuará durante bastante tiempo. Las evidencias primarias permiten, sin embargo, llegar a respuestas muy diferenciadas respecto al cómo y al por qué de procesos históricos que, para bien o para mal, siguen pesando sobre la conciencia de los españoles de nuestro tiempo.

Ángel Viñas,  Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM.

Fuente:
https://www.angelvinas.es/?p=2548

miércoles, 5 de enero de 2022

3 formas de ser más racional este año según Steven Pinker, profesor de Harvard

Mucha gente usa el inicio de un nuevo año para pasar página y tratar de ser más racional para procurarse bienestar. Sin embargo, hay que confesar que es más difícil de lo que parece.

Aquí hay tres ejemplos de trampas de irracionalidad comunes que menciono en mi serie Think with Pinker("Piensa con Pinker") y formas para evitarlas.

1. Tu futuro "tú"
Cuando las personas comparan lo que "piensan" con lo que "sienten", a menudo lo que tienen en mente es la diferencia entre el disfrute inmediato y el de largo plazo.

Por ejemplo, un banquete ahora y un cuerpo delgado mañana; una baratija hoy y dinero suficiente para cuando llegue el día de pagar el alquiler; una noche de pasión y lo que puede traernos la vida nueve meses después.

Este contraste entre momentos puede parecer una lucha con nosotros mismos, como si tuviéramos un yo que disfruta de una serie de televisión y otro que lo hace de las buenas calificaciones obtenidas en un examen.

En un episodio de "Los Simpson", Marge le advierte a su esposo que se arrepentirá de su conducta, y él responde: "Eso es un problema para el Homero del futuro. No envidio a ese tipo".

Esto plantea una pregunta: ¿deberíamos sacrificarnos ahora para beneficiarnos a nosotros mismos en el futuro?

Y la respuesta es: no necesariamente.

"Descontar el futuro", como lo llaman los economistas, es hasta cierto punto racional.

¿Valen la pena los sacrificios?

Por eso insistimos en los intereses bancarios, para compensarnos por entregar efectivo ahora para tener efectivo más tarde.

Después de todo, tal vez muramos y nuestro sacrificio haya sido en vano. Como advierte la pegatina que llevan algunos autos: "La vida es corta. Cómete el postre primero".

Tal vez la recompensa prometida nunca llegue, como cuando un fondo de pensiones quiebra.

Y, después de todo, solo se es joven una vez. No tiene sentido ahorrar durante décadas para comprar un costoso sistema de sonido en una edad en la que ya no puedes notar la diferencia.

Por tanto, nuestro problema no es que descartemos el futuro, sino que lo descartamos abruptamente.

Comemos, bebemos y nos regocijamos como si nos fuéramos a morir en unos pocos años.

¿Dejarías que alguien eligiera por ti qué serie ver? Qué es la fatiga de decisión
Y descartamos el futuro con miopía.

Sabemos que en algún momento deberíamos empezar a ahorrar para los días difíciles, pero nos aventamos a gastar el dinero que tenemos.

La lucha entre un "yo" que prefiere una pequeña recompensa ahora y un "yo" que se inclina por una recompensa más grande después está entretejida en la condición humana. Y hace mucho que se representa en el arte y en los mitos.

Está la historia bíblica de Eva comiendo la manzana a pesar de la advertencia de Dios de que ella y Adán serán expulsados del paraíso si lo hace.

Está el saltamontes de la fábula de Esopo, que pasó el verano tocando música y cantando mientras la hormiga trabaja para almacenar comida, y en invierno se encuentra pasando hambre.

Pero la mitología también ha representado una famosa estrategia de autocontrol. Odiseo se ató al mástil para que no pudiera ser atraído por la seductora canción de las sirenas.

Es decir, nuestro "yo" presente puede ser más astuto que un "yo" futuro al restringir sus opciones.

Cuando estamos satisfechos podemos deshacernos del chocolate para que cuando tengamos hambre no lo tengamos a la mano.

Cuando aceptamos un trabajo, autorizamos a nuestros empleadores a diezmar parte de nuestro salario para la jubilación, para que no tengamos excedentes que gastar a fin de mes.

Es una forma en la que podemos usar la razón para vencer la tentación, sin depender de la fuerza de voluntad, que es fácilmente superada en el momento de la tentación.

2. "Parece una comadreja"
Hamlet no fue el único observador del cielo que vio cosas en "aquellas nubes". Es un pasatiempo de nuestra especie.

Buscamos patrones en el caleidoscopio de la experiencia porque pueden ser signos de una causa o agente oculto. Pero esto nos deja vulnerables a alucinaciones o falsas causas.

... o en este caso, un perro.

Cuando los eventos ocurren de manera fortuita, inevitablemente se agruparán en nuestras mentes, a menos que haya algún proceso no aleatorio que los separe.

Así, cuando experimentamos eventos fortuitos en la vida, es probable que pensemos que las cosas malas suceden de a tres, que algunas personas nacen bajo una mal signo o que Dios está probando nuestra fe.

El peligro radica en la idea misma de "aleatoriedad", que en realidad son dos ideas.

La aleatoriedad puede referirse a un proceso anárquico que arroja datos sin ton ni son, como el lanzamiento de un dado o de una moneda.

Pero también puede referirse a los datos en sí mismos, cuando es difícil agruparlos de alguna manera.

Por ejemplo, si lanzamos una moneda y da "cara, sello, sello, cara, sello, cara" parece aleatorio, mientras que "cara, cara, cara, sello, sello, sello" no, porque el segundo se puede comprimir en "tres caras, tres sellos".

La gente cree que la segunda secuencia es menos probable, aunque lo cierto es que ambas son igual de probables.

Incluso pueden apostar a que después de una larga serie de caras, la moneda caerá en sello, como si tuviera memoria y un deseo de parecer justa. Esa es la llamada falacia del jugador.

A menudo pasamos por alto que un proceso aleatorio puede generar datos de apariencia no aleatoria. De hecho, está garantizado que eso ocurrirá todo el tiempo.

Nos impresionan las coincidencias porque nos olvidamos de la cantidad de formas en las que pueden ocurrir.

Por ejemplo, si estás en una fiesta con 24 invitados, ¿cuál es la probabilidad de que dos cumplan años el mismo día?

La respuesta es "más de 50-50". ¡Y con 60 invitados, es el 99%!

¿Cuántos cumplen el mismo día?
Las probabilidades altas nos sorprenden porque sabemos que es poco probable que un invitado al azar comparta nuestro cumpleaños o cualquier otro cumpleaños.

Lo que olvidamos es cuántos cumpleaños hay —366 en algunos años— y por lo tanto cuántas oportunidades hay para las coincidencias.

La vida está llena de estas oportunidades.

Quizás la matrícula del auto que tengo delante coincide con parte de mi número de teléfono al revés. Quizás un sueño o un presentimiento se haga realidad; después de todo, miles de millones de sueños flotan en la mente de las personas todos los días.

El peligro de sobreinterpretar las coincidencias explota cuando las hacemos notar después de que haya ocurrido un hecho, como el psíquico que se jacta de una predicción correcta escogida de entre una larga lista de errores que espera que todos hayan olvidado.

A eso se le conoce como la falacia del francotirador de Texas, refiriéndose a quien dispara una bala contra una pared y luego pinta una diana circular alrededor del agujero para que parezca que es un gran tirador.

Detectar patrones es especialmente tentador cuando elegimos el patrón solo después de haberlo mirado. Cuando decimos, como Hamlet con sus nubes, si es una comadreja, un camello o una ballena.

La sobreinterpretación de la aleatoriedad es un riesgo cuando se monitorea el camino aleatorio de los mercados financieros, mientras que resistir la tentación brinda una oportunidad para el inversionista con conocimientos cognitivos.

También brinda la oportunidad de vivir una vida propia: evitar pensar que todo sucede por una razón y evitar guiar sus elecciones personales por razones que no existen.

3. Estar en lo correcto o hacer lo correcto
Siempre que participamos en una discusión intelectual, nuestro objetivo debe ser converger en la verdad. Pero los humanos somos primates y, a menudo, el objetivo es convertirse en el polemista alfa.

Se puede hacer de manera no verbal: la postura arrogante, la mirada dura, la voz profunda, el tono perentorio, las interrupciones constantes y otras demostraciones de dominio.

La dominación también se puede perseguir en el contenido de una discusión, utilizando una serie de trucos sucios diseñados para hacer que un oponente parezca débil o tonto.

Algunos ejemplos:

Argumentar ad hominem: atacar a la persona en lugar del argumento en sí
Derribar a un "hombre de paja": distorsionar el argumento de la otra persona y luego atacar la distorsión
Culpa por asociación: en lugar de exponer las fallas de un argumento, llamar la atención sobre personas de mala reputación que simpatizan con ese argumento

El combate intelectual, sin duda, puede ser un deporte emocionante para los espectadores. Los lectores de revistas literarias saborean las fulminantes réplicas entre gladiadores intelectuales.

En YouTube es popular el tipo de videos en el que un héroe "destruye" o "derriba" a un desventurado que lo cuestiona.

Pero si el objetivo del debate es aclarar nuestra comprensión sobre un tema, en lugar de inclinarnos ante un alfa, deberíamos encontrar formas de controlar estos malos hábitos.

Todos podemos promover la razón cambiando las costumbres de la discusión intelectual, de modo que la gente trate sus creencias como hipótesis que deben probarse, en lugar de eslóganes que deben defenderse.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59846250

miércoles, 17 de agosto de 2016

Falacias argumentales: las más comunes y cómo vencerlas

Uno de los aspectos más fundamentales del pensamiento lógico es la capacidad de identificar falacias en los argumentos de otras personas, así como de evitarlas en nuestros propios procesos de pensamiento. Los razonamientos falaces nos impiden llegar al conocimiento de la verdad, y nos hacen susceptibles de ser manipulados por personas hábiles en el arte de la retórica.

Una falacia lógica es un error de razonamiento: cuando una persona llega a una conclusión o defiende un argumento basándose en un proceso de razonamiento viciado, está cometiendo una falacia. Un argumento puede ser falaz por razones estructurales (fallas en su construcción lógica) o por un sinnúmero de otras razones, y las falacias que solemos llamar "argumentales" por lo general lo son a causa de razones que no se derivan directamente de su estructura lógica. Algunas son más comunes que otras, y una vez que aprendemos sobre ellas se vuelve mucho más fácil identificarlas en discusiones cotidianas.

Argumento ad hominem
Un argumento ad hominem es un tipo de falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una determinada afirmación, teniendo como base quién la ha emitido o la defiende. Es decir, en un argumento ad hominem se intenta desacreditar el argumento al desacreditar a la persona que lo sostiene:

Pepe dice que las vacunas no causan autismo, pero Pepe es un imbécil que copiaba en sus exámenes de matemática en el colegio, por lo tanto, las vacunas causan autismo.

Una vez conscientes de la naturaleza de un argumento ad hominem, es sumamente fácil desarmarlo, simplemente separando la afirmación y evaluándola por sí misma, sin tener en cuenta elementos externos.

Eludir la carga de la prueba
Eludir la carga de la prueba consiste en asumir que una declaración es verdadera (o falsa) simplemente por no aportar razones que fundamenten la conclusión. En Derecho, el principio clásico sostiene que quien afirma algo debe probarlo, ya que los hechos negativos no admiten prueba. En este contexto, mi ejemplo favorito lo da la Wikipedia:

«Sobre la cuestión del divorcio no quiero ni oír hablar. Como te he dicho, creo que el vínculo del matrimonio es indivisible y punto».

En este caso, quien sostiene la afirmación no ofrece absolutamente ningún argumento para sustentarla, sino que se niega a oír razones que lo convenzan de lo contrario.

Falacia del punto medio
Se basa en afirmar que la verdad debe encontrarse en el punto medio entre dos extremos. A veces esto puede ser cierto, pero tomarlo como principio puede constituirse en un sesgo, ya que a veces uno de los extremos es verdad, y en consecuencia, el otro extremo es una mentira, según nos dice el principio de no contradicción: una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo.

María dice que las vacunas causan autismo, pero Luis dice que esto es mentira.
Pedro ofrece un término medio: las vacunas causan algunos casos de autismo, pero no todos.

La mitad del camino entre una verdad y una mentira sigue siendo una mentira, aunque queramos pecar de balanceados.

Falacias argumentales

Falsa dicotomía
Este argumento suele utilizarse en política, y en muchos otros contextos altamente polémicos: quien argumenta presenta dos estados alternativos como si fueran las únicas posibilidades, cuando en realidad existen muchas otras. Esta falacia puede ser particularmente tramposa, porque en apariencia resulta lógica, pero se requiere un análisis más cercano para notar que hay otras opciones que no han sido presentadas. Todos los argumentos que señalan que si no apoyas un determinado programa, política o partido, estás apoyando a los enemigos, ("si no estás conmigo estás contra mí") caen en esta categoría.

Falacia anecdótica
Consiste en utilizar una experiencia personal o un ejemplo aislado como una prueba que pretende reemplazar un argumento bien fundamentado o evidencia científica. Sucede porque es fácil creer que las cosas que nos son cercanas, o tangibles, son más "ciertas" que otras verdades más "abstractas", como la investigación científica y las estadísticas.

"Dicen que el cigarrillo causa cáncer, pero mi abuelo se fumaba 20 cigarrillos al día y vivió hasta los 90 años."

La pendiente resbaladiza
Ésta es la falacia de quienes sostienen que si "A" sucede, entonces "Z" sucederá eventualmente. Consiste en llevar los razonamientos a puntos extremos, sin presentar pruebas que permitan vincular causalmente por qué "A" llevaría a "Z", con el objetivo de movilizar las emociones de la gente y generar miedo, de este modo ganando partidarios.

"Si permitimos que las personas del mismo sexo se casen, en unos meses estaremos dejando que la gente se case con su perro"

En todo argumento que encontremos, es importante aprender a distinguir los vínculos de causalidad entre los distintos eventos, así como comprender muy claramente que no toda correlación implica una relación de causa y efecto.

Apelación a la autoridad
Consiste en sostener que algo es verdad simplemente porque una persona con autoridad lo afirma. Esto no significa que debamos descartar todo lo que han dicho los expertos o científicos, pero sí significa que debemos tomar los argumentos por sí mismos, ya que cualquier persona o institución puede equivocarse, y su autoridad no tiene un valor intrínseco con respecto a los argumentos que sostenga.

"Conozco a un científico que dice que la teoría de la evolución no es real".

Éstas son tan sólo algunas de las falacias más comunes. Contrarrestarlas puede ser tan sencillo (o tan difícil) como prestar suficiente atención a la relación lógica entre las diferentes partes de un argumento, aprender a identificarlas y explicarle a nuestro interlocutor (o a nosotros mismos) por qué son falacias, y cómo puede probarse su falsedad. Todos podríamos beneficiarnos de tener conversaciones mucho más lógicas con nuestros amigos y conocidos.

Fuente: https://hipertextual.com/2016/07/falacias-argumentales

domingo, 10 de julio de 2016

George Bush: Reseña. La biografía ‘Bush’ destroza el legado del expresidente


Si algún día la historia juzga a Bush de manera más compasiva, como él espera, el punto de partida no será Bush, de Jean Edwards Smith, un recuento extenso y persuasivo, puntualizado con veredictos mordaces de todos los momentos en los que el autor cree que el presidente número 43 de Estados Unidos se descarriló.

Aunque no es un retrato fresco, es uno que vale la pena debatir en un momento en que la clase política busca entender el ascenso de Trump.

El nombre del magnate de las bienes raíces no aparece en ningún lado en Bush, pero queda claro que la revuelta populista que lo catapultó hacia la nominación republicana tuvo sus raíces en la presidencia de Bush.

Como biógrafo, Smith no hace comparaciones con el líder republicano actual, pero sin lugar a dudas es parte de aquellos que ven la presidencia de Bush de manera sombría, aunque pueda deberse a razones radicalmente distintas.

Smith no esconde su postura sobre el lugar que Bush ocupa en la historia. La primera oración del libro es: “Muy pocas veces en la historia de Estados Unidos, la nación ha sido tan maltratada como lo fue durante la presidencia de George W. Bush”.

Y la última señala: “Habrá un gran debate sobre si George W. Bush fue el peor presidente en la historia de Estados Unidos, pero su decisión de invadir Irak es de lejos la peor decisión de política internacional que haya tomado un presidente estadounidense”.

Entre esas dos frases hay más de 650 páginas de una biografía vertiginosa y dura. No le hizo caso a los generales ni a los diplomáticos. Tuvo una pésima respuesta ante el huracán Katrina. Lideró la pérdida de los valores estadounidenses al autorizar la tortura y el espionaje.

“Al creer que era agente de la voluntad de Dios y que actuaba con la guía divina, George W. Bush llevó a la nación hacia dos desastrosos crímenes contra la paz”, escribe Smith.

“La personalización de Bush de la guerra contra el terrorismo, combinada con su firmeza machista como comandante en jefe de la nación, fueron una receta para el desastre”, agrega después.

El valor del recuento de Smith no está en que sea un reportaje original, sino en su asimilación exhaustiva de los registros existentes. Bush se negó a hablar con él, como lo ha hecho con otros autores desde que dejó el poder.

Smith entrevistó al exvicepresidente Dick Cheney y al exsecretario de defensa Donald Rumsfeld, pero la mayor parte de su trabajo se basó en la literatura disponible para contar una historia completa de la vida de Bush.

Smith muestra a un presidente que, a pesar de todas sus fallas, solía ser gracioso y amable, que desdeñaba el tipo de ataques divisorios que le apetecen a Trump y que no puso obstáculos para lograr una transición exitosa con Barack Obama. Rechaza la caricatura de un presidente que simplemente seguía órdenes de su vicepresidente.

La crítica fundamental de Smith es que considera que Bush exageró ante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. “Los eventos del 9/11 fueron trágicos, pero realmente no catastróficos”, escribe. Esto llevó a Bush, según Smith, a promover políticas injustificadas ante el peligro verdadero.

La negación de Bush a enfrentar el hecho de que Irak no tenía armas no convencionales “sugiere un terquedad cercana a la psicosis”. El discurso de apertura de su segundo periodo, en el que su principal objetivo fue promover la democracia, “debe ser uno de los peor pensados de todos los tiempos”.

Smith lleva esta acusación mucho más allá que otros al criticar incluso la decisión de haber emprendido una guerra en Afganistán, y sugiere que fue un error fusionar a los talibanes con Al-Qaeda.

Por supuesto que Smith cuenta con el beneficio de un espejo retrovisor. Aun si tiene razón, pocos líderes en cada partido, si es que hubo alguno, se opusieron a la invasión en aquel momento y se suele pasar por alto la evolución y modificación de las políticas de Bush, y no sobra decir que Obama mantuvo muchas de sus disposiciones de seguridad nacional después de haber asumido la presidencia.

A Bush solo le queda esperar que mejore su reputación con el paso del tiempo a pesar de esta valoración, como sucedió con su padre. El joven Bush debe esperar lo mismo, y tener en cuenta que las comparaciones con Trump seguramente serán para su beneficio.

http://www.nytimes.com/es/2016/07/07/resena-la-biografia-bush-destroza-el-legado-del-expresidente/?smid=fb-espanol&smtyp=cur

miércoles, 29 de julio de 2015

Refugiados: los criminales de Estado no pueden resolver el crimen. La tapadera del humanitarismo.

Luz Gómez
Eldiario.es

La crisis de los refugiados que vive Europa ha puesto al descubierto dos falacias: la del humanitarismo y la de la propia Europa. El humanitarismo, convertido en un mal menor, se ha adueñado de la política de asilo europea hasta el punto de ser ya un objetivo en sí mismo, sin relación alguna con la resolución del conflicto que lo hizo necesario. No es nada nuevo, si bien los últimos acontecimientos evidencian sin tapujos esta deriva. Así, el adjetivo “humanitario” ha acabado por neutralizar a todos los sustantivos imaginables, por muy contradictorios que pudieran parecer: guerra, ayuda, corredor, ataque, control, crisis, administración, labor, drama, asistencia, campamento, llamamiento, derecho... hasta de “banco humanitario” se habla. Pero solo cuando los refugiados han llegado al corazón de Europa perforando sus fronteras y la han puesto ante el espejo de sus vergüenzas, la comunidad internacional, otra entelequia como el humanitarismo, ha empezado a preocuparse por esta “crisis humanitaria sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial”.

Hace tres años que se suceden las llamadas de auxilio de las agencias para los refugiados de Líbano, Jordania y Turquía, los países limítrofes con Siria e Irak que vienen soportando el grueso del éxodo masivo de civiles (cerca de 4 millones según las estimaciones de Naciones Unidas). El 85% de estos refugiados se reparte entre estos tres países. No nos engañemos: que 200.000 refugiados (también son cálculos de Naciones Unidas) puedan conseguir abrir una brecha en la fortaleza europea no es nada en comparación con estas otras cifras, por más que los líderes de una Europa en extinción mercadeen con las cuotas de acogida.

Los refugiados que ahora llegan son mayoritariamente jóvenes, mujeres y hombres, que han logrado ir atravesando fronteras en periplos que cuestan entre 3.000 y 10.000 euros. Los gobernantes europeos saben lo que esto supone en términos de “clase social”, expresión tabú, si bien no esconden su cinismo; al contrario, es un cinismo que sirve para ganar votos: “¡Qué buena mano de obra la siria, tan bien cualificada para las industrias alemana y holandesa!”; “¡Qué bien que el número de cristianos calme los fantasmas otomanos de Hungría y Eslovaquia!”. Mientras, en Siria se acelera el ritmo del desplazamiento interno de la población (ya casi la mitad de sus 23 millones de personas) y la inmensa mayoría de los que están refugiados continúa en condiciones infrahumanas en los campamentos turcos, jordanos y libaneses. Y así pasarán otro invierno, pues los gobiernos europeos siguen discutiendo qué hacer aquí, para no hacer nada allí. Y con ello calmarán su conciencia humanitaria, al menos de momento.

El cinismo se agrava a la hora de repartir responsabilidades. El discurso bienpensante ya ha encontrado la causa de la avalancha inesperada en Europa: el avance del ISIS en Siria e Irak. Es un argumento útil en muchos sentidos, por más que las cifras revelen, otra vez, una realidad distinta: entre enero y julio han sido asesinados en Siria 2.209 niños, de ellos el 82% por ataques de las fuerzas de Al-Asad, y el 5,2% por los del ISIS y el Frente Al-Nusra; es más, el 90% de los civiles sirios heridos se debe a ataques del régimen. Aunque hace apenas un año que Abu Bakr Al-Bagdadi apareció en la mezquita de Mósul proclamando su califato, el Estado Islámico hace meses que es el protagonista absoluto de la guerra en Oriente Medio, con sus secuelas en Europa. Con ello Al-Asad se ha convertido en el criminal indispensable para resolver su crimen: la coalición que nunca se formó para luchar contra su régimen se ha aliado con él contra el nuevo enemigo común, el ISIS. La incapacidad de la política y la diplomacia europeas ha encontrado en las barbaridades del ISIS una gran excusa para justificar lo injustificable.

Con el argumento de la prioridad de la lucha contra el yihadismo, los gobiernos occidentales se apresuran estos días a reciclar el régimen de Al-Asad. Staffan de Mistura, el enviado especial de Naciones Unidas para Siria, expresó bien claro ya en febrero que “ el presidente Al-Asad es parte de la solución”. Lo hizo con matizaciones como que no es “amigo” o “socio” sino una necesidad ante lo perentorio de la lucha contra el ISIS. Fue la señal de que se abría un nuevo tiempo, y desde entonces esta consigna ha venido marcando la hoja de ruta de los líderes europeos, con altisonantes desmentidos y retruécanos varios. Pero Mistura se reafirmó a primeros de septiembre en su encuentro en Beirut con el viceministro iraní de Exteriores, Husein Amir Abdolahian. Aquí en España el vocero de esta tesis ha sido el ministro de Exteriores García-Margallo, quien en su reciente viaje oficial a Teherán ha manifestado que “ ha llegado el momento de entablar negociaciones con el régimen de Al-Asad”. Irán, parte necesaria de la solución, sabe que no habrá presiones mientras el Congreso de EEUU no apruebe el acuerdo nuclear, a finales de año. Para 2016 una distribución de fuerzas distinta estará consolidada.

En el otro bando, el que la Unión Europea quiere ignorar a la hora de buscar culpables, Arabia Saudí y los países del Golfo saben igualmente que nadie va a poner trabas a sus designios contrarrevolucionarios, si es que hubiera alguien dispuesto, mientras no se aclare “el expediente iraní”. Lo mismo que saben que toda solución en Oriente Medio pasa por sus manos. En Yemen, vecino siempre díscolo y en el que la revuelta iniciada en 2011 había alumbrado una peculiar transversalidad social, los saudíes están jugando nuevas bazas al estilo de las de Siria, a golpe de yihadismo y talonario: en 2014, Arabia Saudí superó a la India como primer importador mundial de armas, y se prevé que en 2015 pague uno de cada siete dólares que la industria mundial exporte. Los yemeníes están pagando muy cara la recomposición geoestratégica en marcha: según estimaciones de Naciones Unidas, el 80% de la población precisa asistencia alimentaria. Es la misma ONU que acaba de llamar a Arabia Saudí “el Reino Humanitario” por su disposición a financiar la ayuda a los desplazados internos yemeníes, fruto de la agresión militar liderada ¡por la misma Arabia Saudí! En estos meses de guerra, Yemen se ha convertido en un país igual de devastado que Siria. Yemen queda lejos, no será fácil que los refugiados lleguen al Mediterráneo de momento, pero puede dar idea de la desesperación reinante el que Somalia y Yibuti, dos de los países más pobres del mundo, sean los principales lugares de acogida de los 60.000 yemeníes que ya han abandonado el país.

La crisis de los refugiados ha devuelto el protagonismo a la política común europea, aunque seguramente sea para enterrarla. Porque mientras solo sirva para idear soluciones caseras sobre reparto y gestión de cupos o sobre el desafío yihadista, los criminales seguirán sabiéndose necesarios, y actuarán en consecuencia. A Europa le convendría asumir que mientras en el Sur no haya eso que llama “estabilidad”, en el Norte cada vez habrá menos.

Fuente: http://www.eldiario.es/contrapoder/refugiados-humanitarismo-crimenes_de_guerra_6_431216900.HTML

lunes, 7 de julio de 2014

Austeridad letal

Varios libros coinciden en demostrar que el mito de los recortes como terapia eficaz contra la crisis es una falacia. ENRIQUE GIL CALVO

Los poderes opacos
Enrique Gil Calvo (Autor)
“Los poderes opacos” presenta un análisis crítico del régimen de austeridad imperante en la actualidad, que los gobiernos europeos han adoptado a partir del estallido de la crisis griega en 2010. Sus efectos, sin embargo, han sido contraproducentes, lo que ha provocado la recaída de toda Europa en una segunda recesión que afecta sobre todo a su periferia meridional. De ahí que, para prevenir la resistencia popular, indignada por los recortes del gasto público, la política de austeridad se haya aplicado en régimen de opacidad, velando estratégicamente sus verdaderas intenciones ocultas. Enrique Gil Calvo descubre esa cara oculta del poder y la política, hecha de corrupción, ineficacia y fraude, y propone una teoría de la opacidad del poder centrándose sobre todo en el ámbito de la comunicación política, a partir de la flagrante contradicción que suele presentarse entre el discurso público y lo que realmente se hace.
Colección: Alianza Ensayo. Páginas: 232. Publicación: Octubre 2013.

El  final de la segunda recesión ha permitido al Gobierno español cantar victoria, asegurando que, gracias a la austeridad, ya se habría iniciado la recuperación. Para ello poco importa que el crecimiento sea ínfimo, el desempleo apenas descienda y se haya duplicado la deuda pública, con tal de presumir que la política de austeridad ha vencido a la crisis.

Pero en esto el Gobierno no está solo, pues también la UE, la  OCDE y el propio  FMI insisten en hacer del caso español un ejemplo del éxito que habría obtenido la austeridad como terapia anticrisis. Y de ser cierto, eso pondría fin al largo debate entre keynesianos y neoliberales acerca de cómo combatir las depresiones económicas, si con estímulos estatales para favorecer la demanda de consumo o con restricciones del gasto público para favorecer la oferta empresarial, habiéndose impuesto finalmente la tesis de la austeridad. ¿Cuánto hay de verdad en ello?  ¿Estamos ante una demostración incontrovertible o se trata de pura propaganda política? He aquí cuatro libros recientes que coinciden en desmontar el mito de la austeridad como terapia eficaz.

Austeridad. Historia de una idea peligrosa. Mark Blyth. Crítica
Por qué la austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte. David Stuckler y Sanjay Basu. Taurus
La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Christian Laval y Pierre Dardot. Gedisa
La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal. Maurizio Lazzarato. Amorrou

Por otra parte, dos Premios Nobel de Economía han escrito y escriben contra el mito de la austeridad: Krugman y Stiglitz
Leer más aquí.

miércoles, 4 de julio de 2012

Un empresario americano, Nick Hanauer, denuncia en TED, la falacia de que los ricos, los ahora llamados emprendedores en vez de lo que son realmente, capitalistas, son los que crean empleos.



Enlace alternativo al vídeo censurado https://www.youtube.com/watch?v=cLm4QF3IPdU
Es evidente que si no hay demanda, ni actividad económica, el paro seguirá aumentando, en un circulo vicioso; más paro trae menos demanda, menos demanda trae más paro. El empobrecimiento de la mayoría de la población y su influencia negativa en la economía no es compensado por el enriquecimiento cada vez mayor de los más ricos. La parte de los salarios dedicada a impuestos entre IRPF, impuestos municipales sobre basuras, agua, alcantarillado, vehículos, viviendas, ... han crecido de media más que los salarios desde los 70.

 Los impuestos sobre energía (combustibles, gas, electricidad), el IVA sobre el consumo, sobre los medicamentos, la falta de becas el pago de transporte para los estudiantes, amas de casa y trabajadores,... hacen que suponga una perdida de más del 35% de sus ingresos. Mientras los grandes Banco y Fortunas cotizan un 1%, cuando no evaden todo mediante los paraísos fiscales. Es evidente, y así lo defienden prestigiosos economistas como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, que es necesario un cambio.