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jueves, 28 de marzo de 2024

Los orígenes del capitalismo, la esclavitud

Un libro publicado recientemente en el Reino Unido sitúa la esclavitud en el corazón de la Revolución Industrial británica. Un estudio valioso para comprender nuestro mundo y su evolución.

La cuestión de los vínculos entre esclavitud y capitalismo viene de lejos y sigue desatando pasiones y debates. Si bien el estudio de los vínculos entre la producción basada en la esclavitud y el nacimiento de la sociedad capitalista está hoy bien asentado en Estados Unidos, esta labor sigue siendo menos importante para Europa, donde nació el capitalismo.

Estados Unidos es un caso muy especial porque su economía se estructuró en torno a la esclavitud. En el Viejo Continente, los historiadores económicos apologistas del capitalismo han defendido durante mucho tiempo -y siguen haciéndolo- la idea de que la esclavitud fue un factor secundario en el nacimiento de la Revolución Industrial. Para muchos, la trata de esclavos fue una especie de "detalle" en la historia económica del capitalismo.

Un libro publicado en 2023 por Polity y aún no traducido al francés arroja nueva luz sobre las primeras horas del nacimiento del capitalismo y desentraña esta narrativa, construida en gran medida a lo largo del siglo XIX, tras la abolición de la esclavitud.

En Slavery, Capitalism en Industrial Revolution, dos investigadoras, Maxine Berg y Pat Hudson, sitúan la esclavitud y el sistema de plantaciones que surgió de ella en el centro del desarrollo de la economía británica en el siglo XVIII. Y lo convierten en un factor determinante de la Revolución Industrial y de las formas particulares que ha adoptado el capitalismo británico hasta nuestros días.

El libro es importante porque se basa en una gran cantidad de datos que intentan trazar el impacto global de la esclavitud en el desarrollo económico. El objetivo de las dos investigadoras es comprender cómo esta actividad y la de la plantación caribeña, que no podría haber existido sin el comercio de esclavos, tuvieron un impacto más amplio en el conjunto de la economía británica: en el comercio, la industria, las finanzas, la agricultura y el consumo. Y cómo esta influencia sentó las bases de la Revolución Industrial y del poder capitalista británico en el siglo siguiente.

Redescubrir la importancia de la esclavitud en la economía del siglo XVIII

"La esclavitud formó parte [de la transformación de la economía capitalista británica en el siglo XVIII]. Y no sólo formó parte de ella, sino que estuvo en su centro, influyendo en la transformación de la agricultura doméstica, la formación de capital, el cambio tecnológico, la transformación de las prácticas comerciales y financieras, y la revolución de las finanzas públicas y privadas", explican las autoras.

El libro explora cada una de estas facetas, no sólo "siguiendo el rastro del dinero" procedente de los beneficios de las plantaciones y el tráfico de seres humanos hacia las inversiones que alimentaron la Revolución Industrial, sino también considerando cómo estos sectores influyeron en la forma en que la gente hacía negocios, innovaba, contrataba créditos y consumía.

Uno de los grandes intereses de este libro es que no se limita a "rastrear" los flujos financieros, sino que adopta un enfoque más global que ve la trata de esclavos y la industria como lo que realmente fueron: un importante sector capitalista dentro de una economía británica en transición.

Como señalan las autoras, los contemporáneos eran muy conscientes del papel crucial que desempeñaba la esclavitud en la economía británica del siglo XVIII. En 1718, William Word, plantador jamaicano y autor de un Ensayo sobre el comercio, afirmaba que el comercio africano era "la fuente y el progenitor de donde procede todo lo demás".

La influencia de los plantadores y esclavistas en el Parlamento británico era una característica dominante de la política británica a principios del siglo XVIII. Es cierto que el país que se convirtió en el Reino Unido de Gran Bretaña en 1707 mediante la unión de Inglaterra y Escocia iba a dominar el comercio de esclavos durante todo el siglo.

Los británicos, que a finales del siglo XVII todavía aventajaban a los portugueses en la deportación de africanos, acapararon casi el 43% del comercio de esclavos entre 1751 y 1775, frente al 27% de los portugueses y el 17% de los franceses. A finales de siglo, seguían controlando el 37% de este espantoso mercado.

El objetivo de estas deportaciones era abastecer las inmensas plantaciones de las numerosas islas antillanas controladas por los británicos, como Jamaica y Barbados, donde se producía café, tabaco y, sobre todo, azúcar. El azúcar estaba en el corazón de la primitiva máquina capitalista que había comenzado con la esclavitud.

El gusto por el azúcar lo cambia todo

Las dos autoras explican cómo se modificaron el consumo y los gustos de los europeos para que la producción de las plantaciones pudiera beneficiarse de un mercado inmenso y en constante crecimiento. "A medida que crecía la oferta de azúcar, también lo hacía su popularidad", resumen las autoras. Entre 1700 y 1783, la producción de azúcar en las Antillas británicas se cuadruplicó.

Este fenómeno se logró a través de dos canales que no son ajenos a los mecanismos del capitalismo actual: la atracción del consumo de lujo que se había vuelto asequible, y la adicción al propio producto, que se convirtió en una "necesidad".

La imposición del azúcar al consumo de los europeos, incluidos los más pobres, en el siglo XVIII es, en cierto modo, la primera victoria del marketing en apoyo de la producción en masa. Es un recordatorio de que la demanda y el consumo son a menudo las consecuencias más que las causas de las opciones de producción.

Pero lo que el libro muestra es que esta revolución culinaria, concebida para garantizar la rentabilidad de las plantaciones de caña de azúcar basadas en la esclavitud, tuvo un efecto general en cadena sobre la economía. En primer lugar, alimentó la demanda de bebidas azucaradas procedentes de otras plantaciones esclavistas (café, chocolate) o del comercio asiático, como el té.

La fiebre del azúcar también impulsó otros sectores, en el propio Reino Unido, como la cerámica, el comercio minorista, los intermediarios financieros y las infraestructuras portuarias. Todos estos sectores impulsaron a su vez el resto de la economía, en particular la producción de metales y minerales.

Lo que Maxine Berg y Pat Hudson muestran es el efecto en cadena de esta industria basada en la esclavitud sobre la dinámica capitalista e industrial general del Reino Unido. Esta dinámica no siempre es inmediatamente visible. Pero las autoras destacan, por ejemplo, hasta qué punto esta revolución del consumo fue un elemento clave de la "revolución industrial", un cambio significativo en la relación con el trabajo que hizo posible la revolución industrial.

Así, señalan, "el deseo de una nueva variedad de bienes condujo a cambios graduales en el comportamiento de los hogares ordinarios de Europa Occidental". Poco a poco, para poder permitirse el lujo ahora alcanzable del azúcar, se abandonó la economía de subsistencia en favor del trabajo asalariado. La gente estaba dispuesta a trabajar más y durante más tiempo para adquirir estos bienes, que se habían convertido, según los propios relatos de finales del siglo XVIII, en necesidades esenciales.

Al mismo tiempo, el sistema de plantaciones sentó las bases de la futura organización capitalista del trabajo y la producción. La industria azucarera de la época era una "síntesis de campo y fábrica", un verdadero "agronegocio" que no se parecía a "nada conocido entonces en Europa". El jugo de la caña de azúcar debía procesarse rápidamente tras la cosecha para producir cristales de azúcar y melazas que, una vez destiladas, producían ron, un producto que pronto se popularizaría también en los mercados europeos.

Productividad, innovación y disciplina style="font-size: large;">
La plantación era, por tanto, un sistema integrado que requería importantes innovaciones para su época con el fin de organizar y mejorar la producción. El sistema de contabilidad que se implantó permitió calcular con mayor precisión los rendimientos y, por consiguiente, reducir las "necesidades" de los esclavos en materia de alimentación, vivienda y vestido para extraer el máximo valor posible.

Estas prácticas contables iban a desempeñar un papel decisivo en el nacimiento y desarrollo del capitalismo. "La contabilidad normalizada hizo posible la separación de la propiedad y la gestión, separación que sigue siendo poco frecuente en las empresas británicas y europeas más de un siglo después", señalan las autoras.

La contabilidad también permitió aumentar el control y la intensificación de la mano de obra. El sistema de plantaciones confirmó la observación que Marx haría un siglo más tarde: el aumento de la productividad iba de la mano del deterioro de las condiciones de trabajo. El libro señala que "las condiciones de trabajo empeoraban a medida que mejoraban la gestión y la tecnología". Poco a poco, las plantaciones de las Indias Occidentales británicas del siglo XVIII se asemejaron a las grandes fábricas del siglo siguiente, con la violencia añadida del régimen esclavista, donde los rebeldes eran azotados, apaleados y ahorcados.

Al mismo tiempo, la plantación también se esforzaba por mejorar la productividad mediante una mecanización cada vez mayor. Una vez más, vemos hasta qué punto es erróneo el argumento clásico (y ahora insostenible) de que la esclavitud impediría cualquier aumento de la productividad necesario para el desarrollo capitalista.

Los autores muestran con gran detalle la importancia del sistema de plantaciones en las innovaciones clave del periodo. Esto fue particularmente cierto en términos de energía, donde el vapor se utilizó a escala masiva desde finales del siglo XVIII en las Indias Occidentales británicas, en un momento en que su uso era muy limitado en el Viejo Continente. Lo mismo ocurrió con la maquinaria y las técnicas agrícolas de selección y mejora de semillas. Todo ello fomentó la innovación en la metrópoli y fue una de las claves del avance británico a principios del siglo XIX.

La financiarización de la economía

La alta productividad del sistema de plantaciones y el atractivo de sus productos permitieron a Inglaterra, un país pequeño con muy pocos recursos naturales, "salir de las limitaciones de [su] economía doméstica" multiplicando los recursos agrícolas y los ingresos comerciales. De hecho, toda la economía británica iba a ser remodelada por el sistema esclavista.

Los puertos comerciales del Atlántico, principalmente Liverpool y Glasgow, desarrollaron un hinterland que suministraba los productos manufacturados necesarios para el comercio triangular basado en la esclavitud, sobre todo textiles y productos metálicos. La geografía económica del Reino Unido se vio profundamente alterada como consecuencia de ello, y las principales zonas industriales ya estaban implantadas a principios del siglo XIX, antes de que se generalizaran la energía, el vapor y el ferrocarril, impulsados por el comercio atlántico.

Una de las aportaciones más interesantes de este libro es el examen del desarrollo de las finanzas en el contexto del sistema esclavista. La magnitud de las inversiones necesarias para desarrollar las plantaciones hizo rápidamente imprescindible el uso de cartas de crédito y deudas. Del mismo modo, los riesgos inherentes al comercio marítimo condujeron al desarrollo del sistema de seguros. Por último, los colosales beneficios de la esclavitud alimentaron la necesidad de un sistema financiero capaz de gestionar su reinversión, según la lógica capitalista clásica.

Londres se convirtió rápidamente en el primer centro financiero del mundo, superando a Amsterdam a finales del siglo XVII. Los financieros londinenses desarrollaron innovaciones que serían cruciales para el futuro desarrollo del capitalismo.

Se estableció un sistema de garantías sobre los préstamos contraídos por los traficantes de esclavos, lo que permitió a los británicos intensificar el comercio de esclavos, mientras que holandeses y franceses tuvieron que hacer frente a la falta de crédito y a elevados riesgos. Al mismo tiempo, se desarrolló un verdadero mercado de bonos privados emitidos por las plantaciones. Se convirtieron en verdaderos instrumentos de pago que permitieron la industrialización de las zonas portuarias del interior.

El dinero de la metrópoli se dirigía hacia las necesidades de las plantaciones, y luego volvía a Inglaterra y Escocia para financiar los sectores impulsados por el comercio triangular, pero también para financiar al Estado. Las autoras hacen especial hincapié en el hecho de que la demanda de deuda pública por parte de los plantadores permitió estructurar nuevos instrumentos que aún hoy constituyen la base de las finanzas, y que no sólo proporcionaron un apoyo estatal esencial para el desarrollo capitalista británico, sino que también financiaron las guerras coloniales que reforzaron el sistema de plantaciones. style="font-size: large;">

El efecto a largo plazo de la esclavitud sobre el capitalismo style="font-size: large;">
Maxine Berg y Pat Hudson no defienden, como ellas mismas afirman en su prefacio, la idea de que exista un vínculo causal o necesario entre esclavitud y capitalismo. Por el contrario, su meticuloso estudio pretende volver a situar la esclavitud en el centro del proceso que condujo a la constitución de la primera sociedad capitalista del mundo. Este intento fue lanzado por el historiador del Trinity College in Hartford, Connecticut, Eric Williams en 1944, pero desde entonces ha sido combatido y soslayado por la mayoría de los historiadores de la Revolución Industrial en el Reino Unido.

Su trabajo permite restablecer la conciencia del papel formativo y central que desempeñó la industria esclavista en el surgimiento del capitalismo, así como captar la huella que tal hecho pudo dejar en el desarrollo de la historia económica británica.

La esclavitud proporcionó al capitalismo moderno algunas de sus estructuras fundamentales de producción y consumo.

Y, de hecho, los dos últimos capítulos del libro se esfuerzan por mostrar este impacto duradero. La abolición del comercio de esclavos por Londres en 1807, seguida de la abolición de la esclavitud entre 1833 y 1838, no puso fin al dominio de la esclavitud sobre el capitalismo británico.

Los inversores londinenses no sólo siguieron apoyando masivamente las industrias basadas en la esclavitud en el sur de Estados Unidos, Cuba y Brasil, sino que reprodujeron una forma de sucedáneo de la esclavitud en las plantaciones de Guyana y el Caribe, con la deportación y la explotación violenta de trabajadores del sur de Asia.

El impacto también es evidente a más largo plazo. La financiarización de la economía británica en los años 80 parece haber perpetuado la lógica de la plantación. No es casualidad, además, que muchas de las dependencias de la Corona caribeña, como las Islas Caimán y las Islas Vírgenes Británicas, se hayan convertido en paraísos fiscales paralelos en apoyo del poder global de la City.

Los autores rastrean claramente una serie de rasgos de la sociedad británica contemporánea hasta esta historia original: no sólo el racismo, sino también el alto nivel de desigualdad, la formación muy estrecha de las élites y la fortísima división geográfica de Inglaterra.

"La esclavitud dio al capitalismo moderno algunas de sus estructuras fundamentales de producción y consumo y promovió las desigualdades de raza, clase y lugar que han caracterizado a Gran Bretaña y al resto del mundo en los últimos tres siglos", escriben Maxine Berg y Pat Hudson. Esta conclusión coincide con muchos análisis recientes, algunos de los cuales adoptan un enfoque diferente, como el reciente de Sylvie Laurent (véase su entrevista aquí).

style="font-size: large;"> ¿Por qué el Reino Unido? style="font-size: large;"> style="font-size: large;">
Por último, hay una cuestión que sigue siendo importante. El Reino Unido no fue la única potencia europea implicada en la esclavitud. El sistema de plantaciones y la deportación de esclavos comenzaron en el siglo XVI con Portugal, que, junto con Brasil (que no abolió la esclavitud hasta 1888), fue un actor importante a largo plazo. En Santo Domingo, Francia tenía la colonia azucarera más productiva del mundo y, junto con los Países Bajos, también fue un actor importante en este sistema.

Entonces, ¿por qué surgió primero el capitalismo industrial en el Reino Unido? Sin duda, nos hubiera gustado contar con más elementos comparativos en este libro para entenderlo. Pero el libro proporciona algunas pistas interesantes. En primer lugar, hay que recordar que el capitalismo no es sólo el producto de la esclavitud. Algunas otras estructuras institucionales y económicas desempeñaron un papel importante, sobre todo en la agricultura.

El terreno sobre el que se construyó el sistema de plantaciones no fue el mismo en todas partes. La resistencia de las estructuras feudales y del consumo de lujo en Francia y Portugal bloqueó sin duda la lógica de acumulación del mercado que funcionaba al otro lado del Canal de la Mancha.

El libro aporta, sin embargo, pruebas más concretas del desarrollo británico, en particular la existencia de un centro financiero ya globalizado y muy innovador en Londres, y el efecto de arrastre hasta al menos 1776 de los asentamientos europeos en Norteamérica, que actuaron como correa de transmisión de los fenómenos antes descritos.

Por último, hay un elemento central: el Estado británico fue un decidido partidario del sistema de producción de plantaciones, y lo demostró no sólo en el plano institucional, sino también en el militar. La derrota de Francia y los Países Bajos en 1763 al final de la Guerra de los Siete Años es, desde este punto de vista, un acontecimiento capital en la historia del capitalismo.

El libro de Maxine Berg y Pat Hudson es una importante contribución a la historia de la Revolución Industrial, un tema que ha sido objeto de mucho debate en los últimos años. Sólo cabe esperar que esta obra se amplíe y extienda a otros países, como Francia.

Desde este punto de vista, cabe señalar que la idea del libro surgió a raíz de la "descolocación" de las estatuas de esclavos en Bristol en 2021. Así pues, el movimiento de la sociedad fomenta y hace avanzar la investigación, contrariamente a lo que afirma el pensamiento conservador. Este no es el menor de los mensajes positivos del libro.

Romaric Godin es periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web, luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019.

Fuente:

martes, 30 de enero de 2024

Se estanca el progreso social

El capitalismo ha traído consigo los avances más extraordinarios de la historia de la humanidad. Es una evidencia que ya reconocieron Marx y Engels en las primeras páginas de su Manifiesto Comunista. Sin embargo, hay otra quizá más relevante aún e igual de indiscutible: una muy gran parte del mundo capitalista no disfruta de esos avances. Hoy día, cuando disponemos de más recursos y dinero que nunca en la historia humana para poder evitarlo, la mitad de la población mundial no tiene acceso a saneamiento seguro, y cada día mueren 1.000 niños y niñas por falta de agua y unas 25.000 personas por desnutrición.

En las últimas décadas podría decirse que el capitalismo ha sido más capitalismo que nunca, puesto que se ha dado plena libertad de movimientos al capital y se han liberalizado todos los mercados, para que las grandes corporaciones no tengan prácticamente ninguna atadura a la hora de obtener más beneficio. Pero, justo entonces, ha sido cuando más crisis económicas ha habido (más de 400 desde 1970), menos crecimiento económico, peor empleo y menos inversión productiva. El capitalismo de nuestros días solo ha funcionado bien para hacer que los ya de por sí más ricos lo sean cada vez más. Y el progreso social, entendido como la mejora general de las condiciones de vida de la población, se detiene o incluso se deteriora.

Esto último es lo que señala un informe que acaba de publicarse hace unos días en Estados Unidos sobre el progresos social analizado con 12 componentes y 57 indicadores en 170 países. De todos estos, 61 registraron una disminución significativa en 2023, 77 se estancaron y sólo 32 mejoraron.

Es muy significativo que de los cuatro países que han reducido su índice de progreso social desde 2011 dos hayan sido las grandes potencias del capitalismo, Estados Unidos y Reino (junto a Venezuela y Siria). En general, el informe refleja que cuatro de cada cinco personas de todo el mundo viven en países cuyo progreso social se estanca o disminuye.

Estos datos se registran al mismo tiempo que la fortuna de los grandes milmillonarios del planeta se multiplica, tal y como acaba de indicar el último informe sobre la desigualdad global de Oxfam internacional: la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado en los dos últimos años y los beneficios de las mayores empresas aumentaron el 89 %, mientras que la riqueza de las 5.000 millones más pobres se ha reducido.

Vivimos en una economía capitalista, así que no se puede responsabilizar a otro sistema de esta desigualdad a la hora de repartir los frutos del progreso y de provocar la inestabilidad y el mal rendimiento económico que todo eso lleva consigo. Lo que sorprende es que las fuerzas políticas que dicen enfrentarse a estas situaciones no pongan en cuestión las bases del capitalismo ni diseñen un relato de largo plazo alternativo. Entre nosotros, en España, no lo hace el PSOE, a pesar de su nombre, cuyos documentos ideológicos apuntan, si acaso, a “otro capitalismo; ni tampoco las nuevas formaciones de izquierda, como Sumar.

Sin abordar la causa profunda y real de los problemas, y sin luces largas para pensar en el futuro y ofrecer a la gente una propuesta de sociedad diferente, no se podrá avanzar mucho. En realidad, eso es lo que estamos viendo que le ocurre a las izquierdas de todo el mundo en las últimas décadas, demasiado presentismo y mucha superficialidad que las hace incapaces de propulsar cambios sociales de envergadura y las deja impotentes ante la ofensiva de las derechas que hacen política en beneficio de quien más tiene.

jueves, 14 de diciembre de 2023

¿Forzar a los mercados o ir más allá de ellos?

Publicado en Alternativas Económicas nº 118, noviembre 2023

Cuando se empieza a discutir la posible formación de un nuevo gobierno de coalición progresista en España vuelve a hablarse de medidas económicas que suelen concitar bastante desacuerdo entre economistas.

Con los precios de muchos bienes y servicios básicos, como los alimentos o la vivienda, todavía subiendo, aunque el índice general se haya frenado, desde la izquierda se proponen controlarlos legalmente. Para mejorar las condiciones del empleo se reclama que suba de nuevo el salario mínimo y, cuando se ha comprobado el aumento extraordinario de márgenes en algunas empresas y de los grandes patrimonios, se proponen aumentos impositivos para compensar el enriquecimiento tan desigual que se viene produciendo.

Son propuestas que la izquierda defiende por razones fundamentalmente de equidad, aunque no sólo por ellas, sino considerando además que la desigualdad es también un freno para el crecimiento económico. Y medidas, por otra parte, que los economistas liberales o más ortodoxos critican porque consideran que atentan contra las leyes de la oferta y la demanda, en el caso de los controles, provocando así problemas más graves que los que se desea resolver; o, cuando se trata de medidas fiscales redistributivas, porque creen que expulsan la inversión y destruyen empleo, pues disminuyen los beneficios empresariales.

Estas últimas críticas liberales no tienen demasiado fundamento, ni desde el punto de vista teórico ni tomando en consideración la evidencia empírica.

En el caso de los topes a los precios o de la fijación de salarios mínimos el argumento liberal se basa en afirmar que, si los gobiernos establecen precios por encima (salario mínimo) o por debajo (precios máximos) del precio de equilibrio, lo que ocurrirá será que haya exceso de oferta (paro) o de demanda (escasez de bienes).

Se trata de una argumentación que no puede tomarse del todo en serio por una razón muy sencilla, aunque sorprendentemente muy desconocida, incluso entre los propios economistas, acostumbrados a que los manuales de economía y muchas investigaciones la oculten utilizando razonamientos, intelectualmente hablando, del todo fraudulentos.

En realidad, es material y matemáticamente imposible determinar una sola función de oferta y otra de demanda en un mercado y, por tanto, no es posible establecer que haya «un» precio de equilibrio que pueda ser «violentado» por esos topes máximos o salarios mínimos.

Se trata de algo que Sonnenschein, Mantel y Debreu demostraron en 1972 y 1973, pero que se oculta en la inmensa mayoría de los manuales de economía en donde supuestamente aprendemos los economistas: no se puede obtener una función de demanda de todo el mercado agregando las individuales.

Incluso se podría ir más allá. Es también prácticamente imposible determinar una función de demanda individual real. Como es sabido, esta es la que indica la cantidad de un bien o servicio que un consumidor está dispuesto a adquirir a los diferentes precios del mercado, suponiendo que no varían otros factores que, sin embargo, sabemos con toda seguridad que sí influyen en su decisión, como su renta, sus preferencias o gustos y el precio de otros bienes vinculados con el consumo del que desea adquirir.

La mejor prueba de lo que acabo de señalar es que resulta imposible encontrar un solo libro de economía en cualquier biblioteca del mundo que muestre una función de demanda real, no ya de mercado sino incluso de un solo individuo, que tenga la forma que dicen los manuales que ha de tener.

La conclusión de todo esto, por tanto, es que el efecto de ese tipo de medidas mencionadas es, en la realidad, indeterminado. Y, de hecho, eso es lo que se descubre cuando se realizan análisis empíricos a posteriori para saber qué ha ocurrido tras haberse establecido topes máximos a los precios en algunos mercados o cuando se han fijado salarios mínimos.

Las investigaciones dedicadas a analizar este último caso, empezando por las pioneras de David Card y Alan Krueger en Estados Unidos, han mostrado que no es cierto que la fijación de un salario mínimo traiga necesariamente consigo aumento del desempleo, tal y como pontifican los economistas liberales. Cuando se han analizado los efectos de controles sobre los precios en diferentes tipos de mercados se ha concluido lo mismo: en unos casos, se han contenido sin mayores problemas; en otros, sólo a corto plazo o no han tenido efecto; en algunos, se ha reducido la oferta, provocando escasez, aunque eso no ha ocurrido en todas las experiencias. Y algo parecido sucede en el caso de las subidas de impuestos. También es sencillamente incierto que cualquier subida (y menos cuando se ha tratado de aumentos en circunstancias extraordinarias) haya provocado siempre los indeseables efectos sobre la inversión y el empleo que aseguran los liberales que en cualquier ocasión se producen. Es más, ni siquiera tienen por qué provocar disminución de beneficios, puesto que las empresas pueden reaccionar aumentando la productividad o ampliando su mercado y sus ventas, como de hecho ha ocurrido en diferentes etapas históricas y, generalmente, en las economías más avanzadas; las que lo son, precisamente, porque han sido capaces de reducir la desigualdad en mayor medida con políticas fiscales progresivas.

¿Quiere decir todo lo anterior que las medidas de control y de redistribución que propone la izquierda son las más adecuadas?

La respuesta es clara, por las mismas razones que acabo de señalar para rechazar la crítica liberal. Pueden tener efectos positivos, pero igualmente pueden ser negativos, en función de las circunstancias, los tipos de mercado, el plazo considerado o la forma de implementarlas.

Quizá podría decirse, en general, que estas medidas pueden estar tanto más justificadas cuanto más excepcional sea la situación, si bien tampoco se puede descartar que esta excepcionalidad provoque un efecto perverso más potente. La realidad es que no se sabe de antemano qué efecto van a tener. No se puede, pues, generalizar, sino que parece obligado analizar cada caso con ponderación, detenimiento y rigor. El infierno, como es sabido, está lleno de buenas intenciones.

Lo que sí me parece que constituye un error importante de las políticas económicas que tradicionalmente han defendido las izquierdas es confiar en tan gran medida y tan permanentemente en la redistribución y en el control de los mercados.

Estos últimos son instituciones anteriores al capitalismo y que seguirán existiendo si este es alguna vez sustituido por otro sistema económico, y lo que a mi juicio deberían hacer las políticas progresistas no es intentar forzarlos sino, por un lado, procurar que funcionen siempre con la máxima competencia y tratar de establecer derechos o poderes de apropiación que eviten el gran número de imperfecciones que provoca el ilimitado afán de lucro que los guía en el capitalismo; por otro, que no dependa de los mercados el uso de recursos que no han sido creados para convertirse en mercancías. Y, con respecto a la distribución del ingreso y la riqueza, me parece que lo que debería hacerse es procurar que los procesos de producción no se lleven a cabo generando la gran desigualdad que hoy día generan. Es decir, no confiar tan ciegamente en que cualquier distribución primaria puede resolverse a través de medidas redistributivas.

Naturalmente, esto último es mucho más difícil que establecer por decreto un control de precios, conceder un subsidio o aumentar los impuestos. Pero, por muy complicado que sea, me parece que es el reto al que deben enfrentarse las políticas progresistas de nuestro tiempo si quieren salir adelante ante la exagerada desigualdad y la extraordinaria concentración del poder y la riqueza hoy día existentes. Y, sobre todo, si lo que se busca es transformar el sistema económico y no limitarse a parchearlo cuando hace aguas por todas partes.

Es imprescindible avanzar en la desmercantilización de actividades que, en el seno del mercado, generan ineficiencias, costes exagerados, externalidades insoportables e injusticias por doquier. Se debe promover la creación de empresas basadas en la cooperación para poder fomentar y expandir nuevas formas de producción, distribución comercial y consumo al margen de los mercados que dominan los grandes capitales o, lo que es peor, grupos financieros con objetivos no productivos, sino meramente especulativos.

En especial, habría que diseñar y apoyar estrategias para sacar de estos circuitos a los medios de pago, el crédito y los recursos naturales, garantizando que su uso social responda a su naturaleza de bienes comunes y de interés público (lo que, por cierto, no tiene nada que ver con ser gratuitos). Para poder impulsar una deseable economía del cuidado y la austeridad en su sentido auténtico, circular, sostenible y eficiente es imprescindible crear formas y medios de pago descentralizados, sistema de crédito sin interés, mecanismos efectivos para internalizar todo tipo de externalidades, incluidas las que suponen inequidad y sufrimiento humano y, por supuesto, la medioambientales, además de mecanismos que garanticen rentas mínimas y protección a toda la población, sin depender del mercado que sólo busca el beneficio privado.

Las izquierdas han actuado y actúan casi siempre considerando que la intervención del Estado es por sí sola suficiente, y que los enemigos del progreso y el bienestar son el capital y las empresas, ignorando que ambos son imprescindibles en cualquier tipo de sistema económico mínimamente avanzado. Lo que produce miseria, despilfarro, insatisfacción o destrucción del medio ambiente… no es ni el capital ni las empresas, sino el permitir su apropiación y uso sin más objetivo que el lucro privado, sin considerar su efecto sobre terceros y dejar que actúen al margen de cualquier responsabilidad o criterio ético. Y también, no se olvide, una mala intervención pública.

La respuesta a los problemas que produce el mal funcionamiento de los mercados en la economía capitalista no puede ser la ingenua de querer forzarlos, sino ir más allá y poner en marcha nuevas formas de producción de la riqueza y relaciones sociales basadas en la cooperación y la solidaridad que den prioridad al uso de los recursos que satisfaga las necesidades humanas y garantice la vida presente y futura en el planeta.

Juan Tottes López,

sábado, 14 de octubre de 2023

_- Yanis Varoufakis: “El capitalismo está muerto. El nuevo orden es una economía tecno-feudal”.

Varoufakis creó en febrero de 2016 Democracy in Europe Movement 2025 (DiEM25)._- Varoufakis creó en febrero de 2016 Democracy in Europe Movement 2025 (DiEM25).

El exministro de Finanzas griego advierte que los políticos no tienen nada que hacer ante el creciente poder de las grandes empresas.

Yanis Varoufakis (Atenas, 1961) enciende el portátil que arranca el Zoom que ilumina la cámara del estudio de su casa de Atenas. Uno de los economistas más conocidos e influyentes del mundo saluda, amable, al otro lado. Por primera vez en muchos años —se lo había prometido a su mujer, Danae— se ha tomado unos días de vacaciones en agosto en el Egeo. Pero un mes después está, puntual, el día acordado. “He vuelto a coger las herramientas”. “Vamos allá”, lanza. Comencemos por la memoria.

Varoufakis estudió en el colegio privado Moraitis, y después cursó dos posgrados en Matemáticas y Economía en las universidades de Essex y Birmingham. Ha enseñado en Australia, Estados Unidos, y desde 2000 imparte clases de Economía en la Universidad de Atenas. Pero su vida, y por qué no, su “mito”, procede de la política. Fue ministro de Finanzas griego entre enero y julio de 2015. Días de piedra —su enfrentamiento con Wolfgang Schäuble, exministro de Finanzas de la antigua canciller Angela Merkel, se cuenta ya en los libros de historia económica y se contempla en la película Comportarse como adultos (2019), del director Costa-Gavras—, meses interminables de la crisis soberana griega. Cuando la Troika (Banco Central Europeo, BCE, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea) exprimió, con sus condiciones para el rescate, hasta el último euro del pueblo griego. Los ciudadanos votaron en contra de un sufrimiento social —denominado austeridad— que duraría años. Varoufakis dimitió a los cinco meses del cargo.

En febrero de 2016 creó Democracy in Europe Movement 2025 (DiEM25) y en mazo de 2018 —como antiguo miembro del partido de izquierdas Syriza— funda MeRA25, la “rama política” del movimiento. Regresa al parlamento heleno. Desde entonces, este “marxista libertario” —así se define, con evidente sentido de la provocación— ha encadenado, también, éxitos en los anaqueles de las librerías. Adults in the Room (Comportarse como adultos, editorial Deusto) y And the Weak Suffer What They Must? (¿Y los pobres sufren lo que deben?, Deusto) fueron superventas. Y también ha dado a la imprenta Talking to My Daughter: A Brief History of Capitalism, The Global Minotaur (El minotauro global, editorial Capitan Swing) o Technofeudalism. What Killed Capitalism (acaba de publicarse en inglés por Random House y en España lo publicará Deusto en febrero de 2024 con el título de Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo).

Brillante con los títulos, uno de sus últimos artículos se titula: Dejemos arder los bancos. También ha acuñado términos para una época: “Capitalismo en la nube”, “colonialismo moderno”, “desdolarización”, “austeridad global”, “riesgo moral”, “modificación de la conducta” o “tecnofeudalismo”. Pese a que no lo pretenda, se impregna algo, en muchos de sus párrafos, del pesimismo del filósofo Emil Cioran (1911-1955) y su tentación de existir: “Escribir es una cuestión de vida o muerte”.

Sin duda, su último libro también posee el horizonte de cierta tristeza. Nace de una conversación, hace muchos años, en 1993, en la casa de Paleo Faliro, con su padre, comunista, Giorgios. Estaba intentando conectarle a internet. “¿Ahora que las computadoras hablan unas con otras, esta Red hará imposible derrocar al capitalismo?”, “¿o finalmente revelará su talón de Aquiles?”.

Pregunta. ¿O lo ha mostrado ya?
Respuesta. Alexa, de Amazon, por ejemplo, no es nada más que un portal detrás del cual hay un sistema totalitario centralizado creado para satisfacer a su dueño, Jeff Bezos. Hace cuatro cosas al mismo tiempo. Nos entrena para que le dictemos lo que queremos. Nos vende de manera directa lo que sabemos que “queremos”, prescindiendo de cualquier mercado real. Logra que reproduzcamos su capital en la nube (es decir, es una máquina inmensa de modificación del comportamiento), porque con nuestro trabajo, sin remunerar, publica reseñas o valora productos. Y, finalmente, amasa enormes rentas de los capitalistas que están dentro de esta red, generalmente el 40% del precio de venta. Esto no es capitalismo ¡Bienvenidos al tecnofeudalismo!

P. ¿Cuál es su hipótesis?
R. El capitalismo ahora está muerto. Ha sido reemplazado por la economía tecno-feudal y un nuevo orden. En el fondo de mi tesis existe una ironía que puede sonar al principio confusa, pero que queda clara en el libro: lo que está matando al capitalismo… es el propio capitalismo. No el capital que conocíamos desde el amanecer de la era industrial. Sino una nueva forma, una mutación, que ha ido creciendo en las dos últimas décadas. Mucho más poderoso que su predecesor que, como un virus estúpido y demasiado entusiasta, ha matado a su huésped. ¿Por qué se ha producido esto? Debido a dos causas principales: la privatización de internet por Estados Unidos, pero también las grandes tecnológicas chinas. Junto a la manera en la cual los gobiernos occidentales y los bancos centrales respondieron a la gran crisis de 2008.

El capitalismo ha sido reemplazado por la economía tecno-feudal y un nuevo orden

El último libro de Varoufakis advierte de la imposibilidad hoy de la socialdemocracia o de esa falsa promesa que es el mundo cripto. “Detrás de la criptoaristocracia, los únicos verdaderos beneficiarios de estas tecnologías han sido las mismas instituciones que estos criptoevangelistas se suponía querían derrocar: Wall Street y el conglomerado de las grandes tecnológicas. Por ejemplo, “JP Morgan y Microsoft recientemente han unido fuerzas para dirigir un “consorcio de cadenas de bloques”, basado en los centros de datos de Microsoft, con el objetivo de aumentar su poder en los servicios financieros”, escribe el exministro en Tecnofeudalismo.

P. Vamos camino de los 600 días desde que empezó la guerra en Ucrania. ¿Qué piensa y qué impacto tiene en la economía?
R. Mis pensamientos son los mismos que el primer día que Putin invadió Ucrania. Es una guerra que acabará rápidamente si hay un acuerdo de paz, de lo contrario puede durar décadas. Si continúa no habrá ganadores, solo perdedores. Cientos de miles de ucranios muertos, cientos de miles de rusos muertos. Empobrecerá a Europa y hará más miserable a África. Occidente debe ofrecer al mandatario ruso un acuerdo muy sencillo. Volver a donde estaba antes de febrero de 2022. A cambio, Ucrania nunca será miembro de la OTAN. Es la solución austriaca —forma parte de Europa, tiene Ejército, es una democracia liberal—, pero no de la Organización. Es la única posibilidad que coincide con los intereses ucranios, y evita el sacrificio y el empobrecimiento.

Varoufakis creó en febrero de 2016 Democracy in Europe Movement 2025 (DiEM25).

P. Europa envejece, el crecimiento es lento, el centro económico del mundo se desplaza al sur de Asia. ¿Qué futuro aguarda al continente? ¿Un resort de lujo para las vacaciones de extranjeros millonarios?
R. No habrá una ruptura de la Unión Europa. Ha sido salvada por Mario Draghi [expresidente del BCE] gracias a la inyección de billones de euros. Estamos entrando en un periodo de declive. Estuve reunido hace un mes con el presidente de México, López Obrador, y la Unión Europea no les preocupa. Desde luego quieren tener buenas relaciones, y todo eso. Pero lo que cuenta para ellos es Estados Unidos y los BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]. Piense en la geopolítica, sobre todo después de la guerra en Ucrania. Piense en la OTAN, sea lo que sea. No es la política europea: es la suya. Su secretario general es quien decide nuestra política. Imagine —ojalá fuera así— que mañana hay una mesa de paz. ¿Quiénes estarían sentados? Zelenski (Ucrania), Putin (Rusia), Xi Jinping (China), Modi (India) y Biden (Estados Unidos). ¿Quién representaría a Europa? Nadie. No tenemos líderes. Los polacos, estonios, lituanos no confían en Emmanuel Macron [presidente de Francia] ni en Olaf Scholz [canciller alemán] porque piensan que están demasiado cerca de Putin. ¿Imagina una Unión Europea representada por alguien distinto a Alemania o Francia? Es peor que una crisis, nos estamos convirtiendo en irrelevantes.

P. Ahora algunos políticos alemanes reconocen el error de la austeridad, como usted defendió cuando negociaba el rescate griego.
R. Solo dicen eso después de retirarse. Deberías ser juzgado por lo que haces cuando estás en la Administración. Eso es lo que cuenta. El resto nada me importa. El ministro de finanzas germano, Christian Lindner, está impulsando la austeridad. Nunca admitirán que se equivocan. El modelo económico alemán está muriendo y Europa le sigue detrás. ¿Cuáles son las industrias del futuro? Energía solar, eólica, baterías y desarrollo de software. La UE ni siquiera existe porque no invierte nada. ¿Qué van a hacer con China, que tiene el monopolio absoluto de las baterías?

P. ¿Por qué no existe en Europa un metaverso o un Amazon?
R. Por lo mismo: nadie invierte. Hemos perdido 14 años practicando la austeridad. El sistema de telefonía móvil de Alemania resulta casi tercermundista. Es un país subdesarrollado en temas de digitalización. Han aprobado, con todos esos años de retraso, un presupuesto de digitalización de 200.000 millones de euros en el próximo quinquenio. Unos 50.000 millones menos de lo previsto. ¿Sabe que aún usan el fax?

“No tenemos un Amazon porque hemos perdido 14 años con la austeridad”

P. ¿Qué poderes tienen los políticos frente a las grandes corporaciones?
R. Cero [hace el gesto con los dedos frente a la cámara]. Hace tiempo los políticos tenían un peso. Franklin Roosevelt (Estados Unidos), Willy Brandt (Alemania), Harold Wilson (Reino Unido) o incluso Nixon. Podían cambiar las cosas. Sentar a la gente alrededor de la mesa. Ahora ya no existen los sindicatos. No hay nadie que se siente con ellos. Pero si chocas contra el sistema, te elimina.

P. China, Singapur, India, Arabia Saudí, entre otros, han demostrado que se puede crecer y generar prosperidad, siendo en la práctica dictaduras, autarquías o naciones con dudoso respeto a los derechos humanos, o sea, sin ser democracias.
R. Nos olvidamos de la historia. La democracia nunca fue parte del capitalismo. Ya en el siglo XIX, en Gran Bretaña, el filósofo John Stuart Mill (1806-1873) defendía el liberalismo frente a la democracia. Respetaba los derechos de propiedad, la libertad de expresión… Pero el liberalismo era lo contrario al capitalismo. El partido oficial chino dice, bien: nosotros somos liberales como los británicos. Reconocen la propiedad privada, si tienes una casa no te la pueden quitar, puedes acumular tanto dinero como quieras, hacer negocios. Esto es liberalismo. Mientras no digas nada en contra del partido. ¿Esto es tan diferente en Gran Bretaña? ¿Vio la coronación de Carlos III? Había fuera de la Cámara de los Comunes un profesor que mostró una pancarta en blanco. Fue arrestado por falta de respeto al Rey. Bien. ¿Esto no es libertad de expresión, verdad? ¿Son los Estados Unidos una democracia? ¿En serio? Tienes un partido en el Gobierno con dos caras distintas. Trump era una pobre excusa como ser humano. Cambió el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, deshizo el pacto nuclear que Obama había firmado con Irán, empezó la guerra fría contra China. Llegó Biden. Se supone que iba a ser el anti-Trump. ¿Ha cambiado algo? No, lo ha empeorado. Aumentó la guerra fría, se ha enemistado más con Irán, y Cuba sufre un embargo peor que con el expresidente. Claro que prefería cenar con Biden antes que con Trump. Sin embargo, se supone que esto no es lo que debería ser una democracia.

P. ¿Es el feminismo compatible con el actual sistema económico?
R. El capitalismo solo trae enormes cargas, terribles. Una es la explotación de la mujer. La única forma de que las mujeres puedan prosperar es a costa de otras mujeres. No, al final, y en la práctica, el feminismo y el capitalismo democrático son incompatibles.

El capitalismo solo trae enormes cargas, terribles. Una es la explotación de la mujer
Si algo es Yanis Varoufakis es duro. Quizá proceda de los días en que su padre, Giorgios, un ingeniero especializado en el acero, comunista, le enseñaba frente al fuego de una chimenea de ladrillos rojos (en una casa modesta) las propiedades de los metales. Le ha servido en la formación, en la política europea o cuando en marzo pasado un grupo de “matones a sueldo”, en palabras de Varoufakis, le dio una tremenda paliza mientras el exministro cenaba en el popular barrio de Exarchia de Atenas con varios activistas europeos. Los “matones” le gritaban y le acusaban de que se había “vendido a la Troika”. Tras el incidente, el exministro de Finanzas acabó en el hospital. “No vamos a dejar que nos dividan”, escribió en Twitter. “¡Seguimos adelante!”.

Nacido en la década de 1920, Giorgios, cuyos padres eran griegos, creció en El Cairo (Egipto) antes de entrar en la Universidad de Atenas para estudiar Química. Pero se vio atrapado en la guerra civil griega (marzo de 1946-octubre de 1949). Fue detenido e interrogado por la policía. Se negó a denunciar a sus compañeros comunistas y pasó cuatro años en la cárcel. Más tarde, cuando reinició sus estudios, una mujer conservadora se fijó en él. Su nombre: Eleni. La futura madre de Varoufakis. Al final, las ideas de su padre calaron en ella y el comunismo se convirtió en el paisaje de sus conversaciones.

Años después preguntaría a sus padres qué era para ellos la libertad. Su madre, dijo, la posibilidad de escoger a tus socios y tus proyectos. Su padre replicó: tiempo para leer, experimentar y escribir.

Esta enseñanza trascurre en todos sus libros. Incluso en el peor de los tiempos. Giorgios, sometido al régimen de extrema derecha, tuvo muchos problemas para encontrar trabajo. La policía secreta hacía todo lo posible para que fuera despedido. Con cierta fortuna —aunque el sueldo era inferior al que le correspondía— le contrató la acería Halyvourgiki, como asistente del director. En una especie de justicia aplazada, con el tiempo llegó a ser presidente del consejo de administración.

Este fue su entorno. La cárcel, la dureza, los represaliados. Pero el régimen no tardó en colapsar. Quizá gracias a este sentido de que, pese a todo, la vida también es perseverancia, tenga dos doctorados (Economía y Matemáticas), haya sido exministro de finanzas o imparta clases en Estados Unidos, Australia o Atenas. Todo ocurre en la infancia. El resto es la inexorable repetición de los días. En la Universidad de Sídney, cuando estaba dando clases, conoció a Margarite, la madre de Xenia, una profesora de historia greco-australiana. Se enamoraron y se casaron. Fueron a vivir a Grecia. Pero la relación no funcionó y rompieron. Margarite regresó a Australia sin saber que estaba embarazada. Cuando se enteró volvió a Grecia. Tenían que darse otra oportunidad. “Sin embargo, la relación no funcionaba. Y ella se marchó de nuevo a Australia. Fue una pesadilla. Porque echaba mucho de menos a mi hija”, comentó en The Guardian. Como consuelo, la dormía por las noches a través de Skype.

En este frágil estado emocional descubrió por casualidad en una galería de arte la instalación titulada Breathe, un trabajo de la creadora Danae Stratou. Una obra en la que respiran el agua y la tierra. Quedó impresionado. Coincidieron en una cena y se enamoraron. Ahora vive en Atenas con los dos hijos de Stratou. Ella —que participó en la 48ª edición (1999) de la prestigiosa Bienal de Venecia— procede de una familia muy adinerada gracias a la empresa textil, Peiraiki-Patraiki, creada por su padre, Phaidron Stratos, rondando el Peloponeso.

“Me gusta que el Gobierno de coalición español siga junto pese a los problemas”

P. Pocos economistas dudan de que hoy resulta más importante, para prosperar en la vida, la familia en la que naces que todo el esfuerzo que le dediques.
R. Así es. La lotería del nacimiento. Vivimos en sociedades muy desiguales. El mayor predictor de nuestro futuro es la riqueza y la situación de nuestras familias.

P. Por primera vez en décadas de democracia, hay un Gobierno en España que es una coalición progresista.
R. Mis mejores deseos. Me gusta que permanezcan juntos a pesar de los problemas. Pero será imposible cambiar las cosas hasta que haya una respuesta muy clara a la pregunta: ¿qué se debería hacer con la Unión Europa? España jamás ha tenido una contestación y es un error.

P. En su libro Talking to My Daughter (Conversaciones con mi hija, editorial Destino) muestra a Xenia las amenazas del capitalismo. ¿En qué mundo cree que vivirá?
R. Nunca, nunca, nunca hago predicciones, porque si me forzara a responderle mi contestación sería muy triste. Desde luego, no creo que las cosas en el futuro vayan bien. Esto es distinto a dar las noticias del tiempo. Las sociedades carecen del derecho a vaticinar porque lo que cuenta es el resultado de nuestras acciones, de lo que hacemos. Somos depositarios del deber moral de actuar.

P. En su nuevo libro, BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo por activos bajo gestión, es parte del problema. Cuando escucha a Larry Fink, su presidente, comentar que seguirá invirtiendo en petróleo y gas porque lo demandan sus clientes a pesar de su apuesta por los fondos sostenibles, ¿qué piensa?
R. Tiene razón. La única solución es desmantelar la compañía.

P. Drástico.
R. Bueno, también el capitalismo hay que desmontarlo. Soy de izquierdas.


Las fuentes de donde beben sus recuerdos
Los mitos clásicos griegos, el Manifiesto comunista (Marx), la Teoría de la Relatividad de Albert Einsten, la serie de televisión Mad Men, y el papel de Don Draper, Star Trek, la Teoría general del empleo, el interés y el dinero (John Keynes), la película Metrópolis (1927) o el tratado utópico La ciudad del sol del filósofo y dominico italiano Tommaso Campanella. El economista griego Yanis Varoufakis es capaz de usar estas telas tan dispares para construir un brillante patrón con el que narra el mundo en el que vivimos. El peligro cierto de las grandes tecnológicas, la falta de apoyo a la transición verde, la guerra en Ucrania o cómo la socialdemocracia es ahora imposible. Este es el recorrido que plantea al lector en su último libro, Tecnofeudalismo. El asesinato del capitalismo (Random House). No es solo un texto de economía. Es el propio Varoufakis, sus recuerdos de niño, su relación con sus padres, el aprendizaje del pensamiento crítico. El viaje a la noche más oscura del alma con uno de los pensadores más luminosos de nuestro tiempo. Ya saben. Quien toca este libro toca a un hombre.

domingo, 14 de agosto de 2022

Entrevista a Dennis Meadows, autor de Los límites del crecimiento. “El crecimiento se va a detener, por una razón o por otra”

 




Inflación galopante. De dos cifras. Guerra. Problemas energéticos cada vez más graves. Olas de calor más potentes y tempranas. Detenciones de científicos. Matanzas en las fronteras. Retroceso en los derechos de la mujer en la –supuesta– cima del Imperio, que nos lleva 50 años atrás… Justo 50 años. ¿Tiene todo esto alguna relación?

En realidad sí.

Se cumplen 50 años de la publicación de uno de los trabajos más importantes del siglo XX, Los límites del crecimiento. Aquel informe encargado al MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) que ya en 1972 avisaba de que el planeta tenía límites y poco tiempo para enfrentar el choque contra los mismos.

Por ello, Dennis Meadows (EE.UU., 1942), uno de los dos autores principales del estudio, ha estado concediendo entrevistas para medios como Le Monde o el Suddeutsche Zeitung. Fue un honor entrevistarle para CTXT.

En el cincuentenario de la publicación del informe, uno de los escenarios –el standard– de su modelo sigue siendo muy similar y consistente con la realidad; en él adelantaban que el crecimiento se detendría por la fuerza alrededor del 2020. ¿Es esto lo que estamos experimentando ya? ¿Fue una previsión o una predicción?

Nosotros no hicimos predicciones. Ya dijimos que es imposible “predecir” con exactitud nada en lo que el comportamiento humano sea un factor, lo que hicimos fue modelar 12 escenarios consistentes con las reglas físicas y sociales. 12 futuros posibles. Uno de ellos, el standard, como sabes, mostraba que el crecimiento se iba a detener cerca del año 2020. Entonces todas las variables (producción industrial, de alimentos, etc.) tocaban techo y en unos 15 años comenzaban a declinar inexorablemente.

¿Se parece esto a lo que estamos viviendo? Yo diría que sí. El mundo está mostrando cada vez más consecuencias de un choque contra los límites.

Lo que sí tuvimos fue mucho cuidado, ya en 1972, dejando claro que después del pico de cualquier variable todo se vuelve aún más impredecible, porque entran en juego factores que no podían ser representados en nuestro modelo. Una vez llegados a este punto es obvio que vamos a ser dirigidos más por factores psicológicos, sociales y políticos que por limitaciones físicas.

Le he escuchado denominar al cambio climático como un “síntoma”, ¿de qué exactamente?

Es esencial reconocer que el cambio climático, la inflación, la escasez de alimentos, a veces son considerados problemas, pero en realidad son síntomas de un problema mayor.

Así como un dolor de cabeza persistente puede en ocasiones ser un síntoma de cáncer, muchas dificultades actuales son síntomas de niveles de consumo de materiales que han crecido más allá de los límites del planeta. Por supuesto que los síntomas son importantes. Un dolor de cabeza merece una respuesta. Sin embargo, una aspirina puede hacer que el paciente se sienta mejor temporalmente, pero no resuelve el problema de fondo. Para ello hay que tratar el crecimiento incontrolado de las células cancerosas en el cuerpo.

No se puede sostener el crecimiento, digamos, enfrentándonos a problemas uno por uno. Aunque solucionásemos el cambio climático, nos encontraríamos con el siguiente problema al empecinarnos en seguir creciendo, ya sea escasez de agua, de alimentos o de otros recursos cruciales. El crecimiento se va a detener, por una razón o por otra.

Llegados a este punto, por el retraso en la acción necesaria, ya no podemos evitar un cambio climático grave. Hagamos lo que hagamos. Aunque siempre hay grados.

El mito del progreso, de que la tecnología vendrá al rescate, es una de las ideas más paralizantes para hacer frente al problema real: el decrecimiento es inevitable, ya que esto no se trata de un problema técnico. ¿Quizá lo que necesitamos es un cambio cultural, moral y ético?

Llegados a este punto, por el retraso en la acción necesaria, ya no podemos evitar un cambio climático grave. Hagamos lo que hagamos. Aunque siempre hay grados

Sí, completamente, ese era uno de los puntos cruciales de nuestra obra hace ya medio siglo. En condiciones ideales, la tecnología puede darte más tiempo, pero no va a solucionar el problema. Te puede ampliar el margen, la oportunidad de hacer los cambios políticos y sociales que son necesarios. Pero mientras tengas un sistema que se basa en el crecimiento para solucionar cada problema, la tecnología no podrá evitar que se sobrepasen muchos límites cruciales, como ya estamos viendo.

Pese a la tremenda utilidad e importancia de su trabajo, a usted y sus compañeros les criticaron mucho. Esto sigue ocurriéndole a cualquiera que se sale del discurso dominante: la “happycracia”. ¿Existe una imposibilidad social para hablar de según qué temas porque te convierten en el catastrofista, el pesimista que amarga?

Yo era muy ingenuo en los setenta, cuando lanzamos el libro. Fui formado como científico, y tenía la impresión de que utilizando el método científico, producíamos datos incuestionables, y si se los enseñábamos a la gente, entonces esto bastaría para producir un cambio en la mirada y las acciones de las personas. Eso fue ingenuidad cuanto menos.

Hay dos maneras de enfrentar estas situaciones: en una recoges datos y entonces decides qué conclusiones son consistentes con los datos, la manera científica. En la otra, muy habitual, decides qué conclusiones son importantes, y buscas datos que cuadren y apoyen tus “conclusiones”. Esto es lo que ocurre con los negacionistas climáticos, por ejemplo.

No he tratado de ganar esos debates entre pesimistas y optimistas, con este tipo de personas. Cuando alguien viene enfadado a acusarme de lo que sea, simplemente les digo: “ojalá tengas razón”, y sigo adelante.

Existe una tendencia en los sistemas, las empresas, las personas hacia la autopreservación, fundamentándonos muchas veces en miradas cortoplacistas que no nos dejan avanzar a largo plazo, ¿cómo luchar contra estas inercias y hábitos?

Sí, la única manera de gestionar esto es ampliar el horizonte temporal y espacial. Y así ver con perspectiva los posibles costes y beneficios. Un ejemplo: la pandemia y la gestión en mi país [EE.UU.] ha sido lamentable, muy corta de miras. Si no extiendes las vacunas a todo el espacio, al resto del mundo, no son tan útiles.

¿Cómo ampliar ese marco temporal? Con las siguientes generaciones. La mayoría de la gente tiene preocupaciones legítimas, genuinas, sobre el futuro de sus hijos, sobrinos, nietos.

En España últimamente estamos teniendo buenas noticias al respecto del decrecimiento: la primera asamblea ciudadana por el clima ha elegido entre sus 172 medidas la necesidad de hacer pedagogía con el decrecimiento, varios políticos –incluyendo al ministro de Consumo– han hecho declaraciones a favor de abrir este debate ineludible, y el IPCC cada vez incluye más esta palabra en sus informes.

¿Estamos más cerca de un Tipping Point social –como suele decir Timothy Lenton–, o tendremos que esperar a que las crisis sean aún más patentes para reaccionar?

La respuesta a ambas cuestiones es sí. Estamos más cerca de un punto de vuelco social positivo, pero por otro lado, me temo que tendremos que esperar al agravamiento de las crisis para reaccionar. Y es aún peor: si nos hubieran descrito nuestra actual situación en, digamos, el año 2000, habríamos pensado que eso era ya una crisis catastrófica. Somos la rana que no salta de la olla, cocida demasiado a fuego lento. Desgraciadamente creo que esa es nuestra situación.

Según el modelo HANDY –otro modelo de dinámica de sistemas– un parámetro fundamental para causar colapsos es la desigualdad, que crece en paralelo a la falta de confianza entre semejantes, otra de las principales razones de los colapsos. El diseño de nuestro sistema económico hace que ambas aumenten cada año. Y hace imposible ajustarse a los límites, porque la élite –que suele estar alejada de la realidad y por tanto no detecta las alarmas– es la que sirve de modelo. ¿Cómo desenredar semejante lío?

La verdad no se encuentra en unas pocas ecuaciones, obviamente. Se encuentra en la historia. Y nuestra historia durante miles de años muestra que los poderosos buscan más poder, y lo tienen más fácil por su situación para encontrarlo, es un bucle de retroalimentación positivo. En dinámica de sistemas esto se llama “éxito para los ya exitosos”. Rara vez nos desviamos de ese fenómeno.

Si nos hubieran descrito nuestra actual situación en, digamos, el año 2000, habríamos pensado que eso era ya una crisis catastrófica

Nadie puede desenredar este enredo. No creo que exista ninguna acción o ley que pueda hacer eso. En unas pocas culturas, sin embargo, se han visto mecanismos evolucionados de redistribución. En el Noroeste de los Estados Unidos hay algunas tribus que tienen una costumbre llamada “Potlatch”, es una ceremonia en la que los jefes de la tribu, los más ricos, regalaban parte de sus posesiones –estoy simplificándolo, seguro–. En el budismo también hay una tradición de desapego a lo material en muchos de sus practicantes. Pero son raras excepciones. En nuestro mundo la tendencia es a acumular poder y, como dices, eso ayuda a estar desapegado de la realidad. Es entonces cuando se acaba produciendo un colapso –también del propio poder– y todo vuelve a empezar de nuevo. Es un proceso que se produce como respuesta a los límites. Y la desigualdad está creciendo en todos los países.

¿Hasta qué punto están las élites anticipando la necesidad matemática de reducir la desigualdad? ¿O solo se están preocupando por su supervivencia?

Bueno, no se puede hablar con propiedad de “élites”. Algunas élites están preocupadas y hacen todo lo que pueden para reducir la desigualdad, otras ni siquiera piensan en ello, –probablemente la mayoría–, y otras, sin duda, están trabajando para hacerla cada vez más grande. Desde luego no hay una tendencia hacia la reducción de la desigualdad. Y a veces se dice que el crecimiento ayuda a que llegue riqueza a todo el mundo, lo cual, viendo cómo han crecido simultáneamente las tasas de crecimiento y de desigualdad, es manifiestamente falso.

¿Ve hoy en día más preocupación por el colapso de la civilización en los círculos de poder, económicos y políticos? ¿O siguen con los beneficios a corto plazo como siempre?

Yo no estoy en círculos de poder así que no puedo responder a eso. Soy un profesor jubilado de 80 años. Es el 50 aniversario de Los límites del crecimiento y salvo por las entrevistas que se hacen sobre un libro que aún despierta interés, no hay tanta atención como podría parecer.

Teniendo en cuenta la miopía espacial y temporal respecto a los límites, ¿no cree que la visión moderna del mundo está obsoleta? ¿Podría sugerir algunas ideas filosóficas para una transición hacia una nueva cosmología?

Gracias por imaginar que puedo tener la capacidad de hacer tales cosas. Que la actual forma de ver el mundo está obsoleta es obvio solo con mirar las noticias. Casi nadie puede estar contento con el estado del mundo.

Sobre una nueva cosmología: hay una diversidad enorme de filosofías, prácticas espirituales, muchas de ellas consistentes con el funcionamiento del mundo. Cualquiera que vaya a funcionar tiene que reconocer la interacción y dependencia que tenemos con el mundo natural. Ya hemos comentado el extendido mito de que la tecnología nos llevará a superar cualquier obstáculo. Lo vemos con el reto climático: existe esta cosa llamada Captura y Secuestro de Carbono (CCS). A pesar del hecho irrefutable de que es más barato, rápido y fácil reducir el consumo energético, la tendencia es buscar la solución tecnológica que nos permita hacer lo que ya no podemos seguir haciendo sin causar graves daños. Es una fantasía total. Lo mejor que podemos decir del CCS es que es una idea que va a hacer a unas pocas personas ganar mucho dinero.

Estamos como en una cinta de correr que se acelera rápidamente. Ya sabes, esas cintas en las que corres pero no vas a ningún sitio. Eso es lo que estamos haciendo. A medida que vamos tomando malas decisiones, eso nos aboca a crisis que por obligación acortan nuestra perspectiva temporal, todo se vuelve reactivo mientras aceleramos. Eso a su vez ayuda a que tomemos más malas decisiones, porque estrechamos más y más nuestro horizonte temporal. Es un círculo vicioso.

Creo que vamos a ver más cambios en los próximos 20 años que los que hemos vivido en los últimos 100. No quiero que pase lo que voy a decir, pero creo que es lo más probable: habrá desastres significativos debido al caos climático y al agotamiento de los combustibles fósiles, esto devolverá a la humanidad a estados más descentralizados y desconectados. Lentamente, evolucionarán culturas que estén más preparadas para la situación. Solo así, creo, podrá aparecer una “nueva cosmología” apropiada.

¿Cree que una coalición de élites dotadas podría cambiar el curso de los acontecimientos?

¿Élites dotadas? Me suena a oxímoron.

Fuente: 

jueves, 30 de diciembre de 2021

_- Prólogo de ‘Ausencias y extravíos’ de Yayo Herrero. El capitalismo extraterrestre y los monstruos del desamor



_- Empecemos por el final, que en un libro es siempre —en el orden de la gestación y en el de la relevancia— el título. Ausencias y extravíos, rubro de la obra de Yayo Herrero que el lector tiene entre las manos, es un felicísimo hallazgo, hasta el punto de que podría dar nombre a un poemario, si es que aceptamos la definición de Vladimir Nabokov según la cual la poesía «no es la disciplina de los pensamientos abstractos sino de las imágenes concretas». Cada una por su cuenta, las palabras «ausencia» y «extravío» fecundan y hacen germinar docenas de imágenes concretas que se arraciman en largos recorridos luminosos que enhebran la emoción, el peligro y la tradición. Por paradójico que parezca, «ausencia» es uno de los términos más llenos de cosas del diccionario: está lleno, de hecho, de todas las cosas que se pierden, que se han perdido, que ya no vemos, y por eso, tal y como sugiere el conocido soneto de Lope de Vega, la ausencia no es un descanso, como la muerte, sino que «se siente» y «duele» tan radicalmente que es difícil representarse un vínculo más poderoso con el mundo que el de su repentina desaparición.

En cuanto al «extravío», prolonga, de entrada, el campo semántico de la «ausencia», casi a modo de un pleonasmo, pues no en vano hablamos, por ejemplo, de «cosas extraviadas» o de «extraviar el camino». Ahora bien, el verbo «extraviar» y el sustantivo «extravío» no se limitan a sustituir sin más a sus vocablos afines «perder» y «pérdida»; de uno a otro se produce un desplazamiento —de lo material a lo moral— que interpela inmediatamente a la imaginación, si se quiere, en otra zona del alma, más tormentosa y comprometida: «extravío» implica, sí, la idea de des orientación ética y mental y, por extensión, de locura, demencia y desatino. Se pierde el reloj, se extravía el sentido. Que el título utilice el plural en ambos casos (Ausencias y extravíos), hace las «ausencias», por así decirlo, más tangibles y los «extravíos» menos abstractos; cada ausencia tiene su nombre propio, cada extravío su propio camino.

Ahora bien, el libro, al enlazar ambos términos por esa ligera conjunción «y», genera una nueva imagen, en la que los «extravíos» no se limitan a existir al lado de las «ausencias» sino que son su consecuencia. De manera concomitante, como por una sombra retrospectiva que el «extravío» proyecta sobre su causa, ésta —la «ausencia»— adopta de pronto una figura nueva. Yayo Herrero, en efecto, nos habla de «ausencias» cuya particularidad y peligro, al contrario de lo que ocurre con las amorosas, reside en que no «se sienten», en que no nos producen dolor y en que, precisamente por eso, ni siquiera las percibimos como «ausencias»: el extravío, finalmente, consiste en que la ausencia misma se ha ausentado y extraviado, con su materialidad aparejada, lejos del horizonte de nuestra percepción. El libro —y de ahí su potencia poética— se propone hacernos sentir dolorosamente estas ausencias como única vía para rescatar del extravío la cordura común.

Cuidado: el prologuista es vago y pedante, la autora no. Yayo Herrero —la conocemos de sobra— no se va por las ramas ni habla de misterios inasibles. Como era de esperar, como era de desear, nos habla una vez más de los cinco elementos, de la Tierra, de los vínculos concretos con las otras criaturas que pueblan el planeta, incluidos los otros seres humanos, y de los peligros que las —nos— amenazan; habla, pues, de la necesidad de «circunspección» o, en su acepción etimológica, de la urgencia de mirar atenta e intensamente a nuestro alrededor, urgencia visual indisociable a su vez de la lucha común y de la impostergable transformación del hogar compartido y sus condiciones de reproducción.

¿Qué ausencias y qué extravíos describe Yayo Herrero en este libro? Nos advierte —en seis capítulos sucesivos— de lo siguiente: si se pierde la gravedad se pierde el equilibrio; si se pierde el miedo se pierde también el valor; si se pierde de vista el horizonte se pierden las matemáticas; si se pierden los vínculos se pierde asimismo el conocimiento; si se pierde la memoria se pierde igualmente la imaginación; y —por último— si se renuncia a la responsabilidad se renuncia al mismo tiempo a la esperanza.

El primer capítulo —Ausencia de gravedad y extravío del equilibrio— resume, a mi juicio, el andamiaje antropológico de todo el libro, pero reclama imperiosa mente todos los demás. Lo resume porque dibuja con trazos muy nítidos, a partir de la experiencia concreta de los viajes espaciales y las cuitas de los astronautas, la locura prometeica de Occidente: la de un ser humano desenganchado de la gravedad terrestre y, por lo tanto, de la corporalidad misma como nudo en el que se cruzan todos los mundos posibles. De los peligros e incertidumbres de esta visión del ser humano —como «alienígena», dirá Yayo Herrero— daré cuenta en la penúltima frase de este prólogo. Ahora me importa llamar la atención sobre el modo en que esa visión, en la interpretación de la autora, convierte precisamente la ausencia en un extravío.

Yayo Herrero se detiene en el capítulo tres, por ejemplo, en la cuestión crucial del infinito y la multiplicación como motores de la rebelión capitalista contra los límites, fuente a su vez de la degradación y zapa de las condiciones de supervivencia de la humanidad. Ahora bien, esta «degradación» material es inseparable de una doble degradación: del conocimiento y de la sensibilidad. Del conocimiento porque —nos dirá en el capítulo cuatro— la ciencia «alienígena», con todas sus maravillas, ha dejado fuera la «inteligencia colectiva», elaborada a partir de trabajos y vínculos socialmente invisibles; una inteligencia colectiva —insiste— que constituye al mismo tiempo su condición olvidada de posibilidad y la única posible curación de sus excesos letales. Me gusta mucho —porque el libro está lleno de detalles narrativos enormemente efectivos— la historia de la comadreja que muerde la Máquina de Dios, esa pequeñez peluda, contingente y viva, capaz de desactivar el proyecto más avanzado de la ciencia mundial: una verdadera —digamos— «toma de tierra», símil eléctrico con el que quiero evocar a un tiempo la idea de «hacer pie», después de haber volado, y la de salvaguarda contra el peligro de la electrocución.

Pero Yayo Herrero se ocupa también —ver el capítulo dos— de la sensibilidad o, si se quiere, de su pérdida. Lo hace a través de la defensa del miedo, cuya potencia articuladora de un espacio común se olvida a menudo. Sin citarlo, Yayo Herrero nos sitúa en lo que Gunther Anders, en su famosa correspondencia con Claude Eatherly, uno de los pilotos de Hiroshima, llamaba «desnivel prometeico» y «agnosia moral». Anders le decía a Eatherly, encerrado en un psiquiátrico militar, que de todos los estadounidenses él era el único que había reaccionado al «extravío» atómico de un modo «moralmente normal y saludable». Dice Yayo Herrero: «Que la violencia machista, la crisis ecosocial, la guerras climáticas o por los recursos, el declive de la energía y materiales, la escasez inducida y la desigualdad brutal que esta genera, que todo tipo de violencia cause miedo me parece sanísimo, la verdad». No sentir miedo en este crepúsculo civilizacional sería —es— una forma de locura y el peor de los errores. El capitalismo nos anestesia a través de psicofármacos y consumo (y del imperativo de la felicidad) o del terror paralizador, umbral de las «doctrinas del shock». Vivimos, pues, entre la indiferencia y el estupor, expuestos como piezas «solteras» —sueltas— a nuestra propia inermidad, víctima y vehículo del extravío destructor. Yayo Herrero, frente a las anestesias y el terror, reivindica el carácter saludable del miedo como la primera condición del valor; la segunda —y dejo aquí el spoiler— tiene que ver con la compañía, con el hecho de sabernos acompañados de otros miedosos capaces de desculpabilizar y politizar nuestro temor: mil miedos coordinados —digámoslo así— componen precisamente eso que los humanos llamamos coraje.

Acabemos ahora por el principio. Conozco a Yayo Herrero desde hace muchos —muchos— años, he aprendido de ella tantas cosas que a veces siento la tentación de firmar algunos de mis textos con su nombre; he admirado y admiro su activismo generoso, su cálida inteligencia y, sobre todo, su carisma pedagógico. Pero si he aceptado redactar estas líneas y las he comenzado hablando de poesía es porque creo que Ausencias y extravíos supone una evolución en la obra de Yayo —ahora no puedo llamarla Herrero— y que esa evolución tiene que ver con la expresión. Yayo siempre apostó por el conocido adagio de Lessing («la máxima claridad es la máxima belleza»), de tal manera que sus conferencias y artículos eran bellos porque eran claros; porque encontramos siempre algo bello en el hecho de comprender bien —incluso de comprender bien el mal y la sombra. Pero tengo la impresión de que en este libro —que recoge y amplía seis textos ya publicados por entregas en CTXT, aun que pensados desde el principio como un entramado o bastidor—, tengo la impresión, digo, de que aquí Yayo ha comprendido que la belleza, al revés, puede aumentar a su vez la claridad. Es como si hubiese soltado un freno; como si ya no se conformara con encajar sus verbos en su activismo sino que encontrara placer —y necesitara ese placer— en explicar con un impulso nuevo lo que siempre ha explicado con rigor geométrico y maestría ingenieril (su primera formación).

Uno siente un particular placer, sí, en leer estos textos porque percibe que han sido escritos con placer. Eso se llama literatura; y la literatura está muy presente en estas páginas. En primer lugar, por la escritura misma, limpia y certera, como siempre, pero gozosamente explorativa, entre líneas, de buenas imágenes e inesperadas serendipias. La literatura está presente asimismo porque Yayo recurre a obras literarias, y no sólo científicas, a fin de sujetar e iluminar mejor sus ideas. Pensemos, por ejemplo, en el uso que hace en el capítulo dos de El bosque infinito, la ambiciosísima novela de Annie Proulx que ningún lector de Yayo debe dejar de leer. O en cómo explora el clásico de Mary Shelley, Frankenstein, en ese último capítulo sobre la responsabilidad y la esperanza: un «monstruo del desamor», llama en acertadísima y bellísima expresión a la desgraciada criatura de una ciencia irresponsable que no se hace cargo de sus propios hijos.

En definitiva, Yayo Herrero —devolvámosle el apellido para terminar profesionalmente— nos ayuda en este libro a comprender el mundo en el que vivimos, sin velos, legañas ni ansiolíticos químicos, pero con frases y argumentos que combinan el aprendizaje más duro y concreto con el placer más sensible y universal: el de las imágenes que Nabokov asociaba a la expresión poética. Plantea así, de la manera más brillante, el dilema que a mí mismo me preocupa desde hace años, y que debería preocuparnos a todos: el de la pérdida de la ética terrestre y la pugna entre terrícolas y alienígenas, de cuyo desenlace depende el destino, e incluso la supervivencia, de la especie humana.

Y ahora he aquí, abruptamente, como anticipé, la penúltima frase de este prólogo, síntesis de toda la obra, sacada de su primer capítulo: «El capitalismo», dice Yayo Herrero, «tiene una lógica extra terrestre»; afirmación a la que sigue esta pregunta inquietante: «¿Puede una sociedad de alienígenas hacerse terrícola?».

O lo que es lo mismo: ¿puede la sociedad capitalista dejar de ser capitalista? Así formulada, la frase suena casi como una pregunta retórica que invita a responder dócil y fatalmente: «no». Pero no. Este —no lo olvidemos— es un libro de Yayo Herrero y no puede acabar mal. Yayo Herrero siempre te encomienda una tarea y te señala una salida; nunca te paraliza. La cita es del primer capítulo y son seis. Concluyo, por tanto, con una última frase, tomada ahora del capítulo final, que trata de lo que aún podemos hacer y de cómo salir, todos juntos y ligeros de equipaje, del atolladero. Así nos apremia: «Responsabilidad y esperanza activa contra los monstruos del desamor».

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sábado, 6 de marzo de 2021

La misión imposible de Mazzucato

La economista italoamericana, Mariana Mazzucato, que trabaja y reside en Londres, se ha convertido en una personalidad en lo que podríamos llamar el "centro-izquierda" o incluso en los círculos económicos y políticos dominantes. Acaba de publicar un nuevo libro, Mission Economy: a moonshot guide to changing capitalism.

Mazzucato fue brevemente asesora económica del Partido Laborista del Reino Unido con Corbyn y McDonnell; aparentemente "tiene el oído" de la representante radical en el Congreso de EEUU, Alexandria Ocasio-Cortez; ha asesorado a la candidata presidencial demócrata, la senadora Elizabeth Warren y también a la líder nacionalista escocesa Nicola Sturgeon. Incluso se le ha concedido el título de “la economista más aterradora del mundo”, porque aparentemente sus ideas han removido las cosas entre los grandes y los buenos. Según el diario London Times, es “admirada por Bill Gates, consultada por los gobiernos, Mariana Mazzucato es la experta con la que otros discuten a su propio riesgo”.

Sin embargo, aunque comenzó como asesora de la izquierda del espectro político, últimamente está disponible para todos. Rápidamente abandonó su papel de asesora de Corbyn. Según un crítico de su nuevo libro, "Mazzucato reconoció rápidamente que no podía jugar ningún papel real como asesora de Corbyn y renunció después de dos meses". Mazzucato comentó al Daily Mail: “Las personas que de verdad movían los hilos eran Seumas Milne y otros. Sentí que, de acuerdo, si quieres hacer lo que tu quieres, hazlo. Pero no en mi nombre''. The Mail señaló: "Después de este breve coqueteo con el político equivocado, está ansiosa por señalar que ha trabajado en estrecha colaboración con los conservadores, asesorando a Greg Clark, entre otros, sobre su estrategia industrial cuando ocupó el papel en constante cambio de ministro de empresas".

Mazzucato ahora asesora a gobiernos e instituciones a nivel internacional ( Policy Papers: Mariana Mazzucato) y participa en varios foros y seminarios importantes. La Organización Mundial de la Salud la nombró jefa de su Consejo de Economía de la Salud para Todos en 2020. De hecho, recientemente ha elogiado el nombramiento del exjefe y banquero central (no electo) del BCE, Mario Draghi, como primer ministro de Italia, presumiblemente porque es quién va a salvar la economía de Italia. No es tan aterradora después de todo.

He revisado los libros anteriores (mucho más importantes) de Mazzucato, El estado emprendedor y El valor de todo en otras notas. En este nuevo libro, vuelve a desarrollar su principal argumento, que ya presentó anteriormente en sus libros, de que el sector público debe liderar el camino en las economías modernas. “En lugar de actuar como inversores de primer recurso , demasiados gobiernos se han convertido en prestamistas pasivos de último recurso, y abordan los problemas solo después de que surjan. Pero, como deberíamos haber aprendido de la Gran Recesión posterior a 2008, cuesta mucho más rescatar a las economías nacionales durante una crisis que mantener un enfoque proactivo de inversión pública”. Con razón, señala que “cuanto más mantengamos el mito de la superioridad del sector privado, peor estaremos ante crisis futuras”. El papel de la innovación financiada con fondos públicos y la investigación y el desarrollo de propiedad pública ha sido deliberadamente minimizado por la teoría económica convencional. Y, sin embargo, ha sido una investigación financiada con fondos públicos la que ha permitido el rápido desarrollo de vacunas para la pandemia del COVID y han sido los servicios de salud propiedad y administrados públicamente los que han brindado la mejor respuesta para reducir las muertes causadas por la pandemia.

Mazzucato, con razón, quiere restaurar y proclamar la "narrativa del gobierno como fuente de creación de valor". (Aunque, como sostengo en mi reseña de su último libro, el gobierno no crea valor (como ganancia para el capital), sino que usa valores (para la sociedad), una distinción que Mazzucato no reconoce, pero los capitalistas sí). Señala, por ejemplo, que un préstamo de la administración Obama fue crucial para el éxito de Tesla, y que un programa de alfabetización informática de la BBC de la década de 1980 condujo a la fundación de una empresa líder en desarrollo de software y a la creación de una computadora de bajo costo utilizada en las aulas de todo el mundo.

Pero sobre todo, en este libro, pretende promover el modelo de la misión espacial Apolo a la Luna como el camino a seguir para desarrollar innovaciones y difundirlas en la economía; lo que ella llama un enfoque "orientado a la misión".

Como dice: “El programa Apolo demostró cómo un objetivo claramente definido puede impulsar el cambio organizacional a todos los niveles, a través de una colaboración público-privada multisectorial, contratos de adquisición orientados a la misión y una innovación y toma de riesgos impulsada por el estado. Además, estas empresas tienden a generar efectos secundarios (software, teléfonos con cámara, fórmula para bebés) que tienen beneficios de gran alcance". Y lo que muestra este modelo, afirma, es que "llevar a un hombre a la luna requirió tanto un sector público extremadamente capaz como una asociación con el sector privado impulsada por un objetivo".

Por lo tanto, lo que el capitalismo moderno necesitaría es una asociación 'impulsada por un objetivo' entre los sectores público y privado: “los viajes a la luna deben entenderse no como grandes esfuerzos aislados, tal vez el proyecto favorito de un ministro, sino más bien como objetivos sociales audaces que exigen una colaboración a gran escala entre entidades públicas y privadas”. Aparentemente, necesitamos "un enfoque audaz, un rediseño de herramientas como las licitaciones y una teoría económica adecuada para enfrentar la direccionalidad del crecimiento", sea lo que signifique "enfrentar la direccionalidad del crecimiento" .

Mazzucato reconoce que las denominadas asociaciones público-privadas a menudo no han resultado en el pasado de interés público. No debemos “repetir los fracasos asociados con la economía digital de hoy, que surgió en su forma actual después de que el estado proporcionase la base tecnológica, aunque luego descuidase regular lo que se construyó sobre ella. Como resultado, algunas firmas dominantes de Big Tech han comenzado una nueva era de extracción algorítmica de valor, que beneficia a unos pocos a expensas de muchos". En cambio, debemos "desarrollar una visión común de la sociedad civil, las empresas y las instituciones públicas ".

Sostiene que las asociaciones público-privadas se han centrado en reducir el riesgo de la inversión a través de garantías, subsidios y asistencia. En cambio, deben enfatizar compartir tanto los riesgos como las recompensas. Así que los gobiernos y las empresas capitalistas deben compartir los riesgos y luego las recompensas. Esa idea muestra la dificultad inherente al enfoque de misión. La misión para superar la pandemia de COVID ya ha demostrado qué sector ha asumido los riesgos y cuál obtendrá las recompensas, al igual que la misión Apolo.

Mazzucato reconoce que se requiere una reevaluación fundamental del papel del sector público que vaya más allá del marco tradicional de los "fallos del mercado" derivado de la economía del bienestar neoclásica y adopte un papel de "co-creación del mercado" y "modelador del mercado". “No se trata de arreglar mercados sino de crear mercados”.

Pero, ¿debería ser la misión del gobierno "crear mercados" o "dar forma a los mercados"? ¿Es realmente posible que se permita al sector público tomar la iniciativa y priorizar la inversión con fines sociales sobre la inversión con fines de lucro bajo el capitalismo? ¿Es realmente posible “desarrollar” una 'visión común' entre las grandes empresas, en su búsqueda de ganancias para sus accionistas, y los gobiernos, que pueden tener diferentes objetivos? ¿Se pueden revertir el cambio climático y el calentamiento global mientras la industria de los combustibles fósiles no sea regulada por los gobiernos? ¿Se puede revertir la creciente desigualdad a través de una 'visión común' público-privada? ¿Se puede evitar el desempleo tecnológico cuando las grandes empresas tecnológicas aplican robots e IA para reemplazar el trabajo humano? ¿Puede un enfoque de misión 'moonshot', basado en la asociación con las grandes empresas y la 'creación de mercados', realmente tener éxito dada la estructura social del capitalismo moderno? Cuando planteas estas preguntas, creo que la respuesta es evidente.

De hecho, algunos de los esquemas del enfoque misión que Mazzucato cita en su libro han sido tan infructuosos como las asociaciones "público-privadas" previas. Mazzucato ha asesorado a Energiewende de Alemania (transición energética a las energías renovables), que no ha logrado mejores resultados que otros a la hora de reducir las emisiones de carbono. Ha asesorado a los nacionalistas escoceses para el lanzamiento de su Banco Nacional de Inversiones de Escocia. En dos meses, el gobierno del SNP recortó su financiación de £ 241 millones a £ 205 millones, una cantidad patética para empezar. Cuando el laborismo de Corbyn propuso por primera vez el SNIB, ¡su capitalización era de £ 20 mil millones! Y en cuanto a la 'Operación Moonshot' del primer ministro británico Johnson para facilitar pruebas masivas y el rastreo de infectados por el COVID, está todo dicho.

¿Y cómo se van a controlar democráticamente estas misiones para lograr "una visión común"? Mazzucato dice que se necesitará “involucrar a los ciudadanos en la solución de los desafíos sociales y crear un gran entusiasmo cívico sobre el poder de la innovación colectiva”. Vadeando esta jerga, parece estar diciendo que los responsables políticos, los investigadores (como ella) y las empresas se unirán y escucharán a los 'ciudadanos' de alguna manera y de ahí surgirá un conjunto de 'misiones' de innovación ampliamente aprobadas.

Mazzucato lo resume así: “La economía de misiones ofrece un camino para rejuvenecer el estado y así reparar el capitalismo, en lugar de acabar con él”. En mi opinión, es una misión imposible.

Michael Roberts es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.

Fuente:
https://thenextrecession.wordpress.com/2021/02/20/mission-impossible/

Traducción: G. Buster

sábado, 12 de diciembre de 2020

El socialismo chino y el mito del fin de la historia

Por Bruno Guigue | 29/11/2018 | Economía
Fuentes: Le grand soir
Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

En 1992 el politólogo estadounidense Francis Fukuyama se atrevió a anunciar el «fin de la historia». «Con el hundimiento de la URSS, dijo, la humanidad entra en una nueva era. Conocerá una prosperidad sin precedentes». Aureolada con su victoria sobre el imperio del mal, la democracia liberal proyectaba su luz salvadora sobre el planeta asombrado. Desembarazada del comunismo, la economía de mercado debía esparcir sus bondades por todos los rincones del globo, unificando el mundo bajo los auspicios del modelo estadounidense (1). La desbandada soviética parecía validar la tesis liberal según la cual el capitalismo -y no su contrario el socialismo- se adaptaba al sentido de la historia. Todavía hoy la ideología dominante reitera esta idea simple: si la economía planificada de los regímenes socialistas cayó, es porque no era viable. El capitalismo nunca estuvo tan bien y ha conquistado el mundo.

Los partidarios de esta teoría están tanto más convencidos en cuanto que el sistema soviético no es el único argumento que habla en su favor. Las reformas económicas emprendidas por la China popular a partir de 1979, según ellos, también confirman la superioridad del sistema capitalista. ¿Acaso no han acabado los comunistas chinos, para estimular su economía, admitiendo las virtudes de la libre empresa y el beneficio, incluso pasando por encima de la herencia maoísta y su ideal de igualdad?

Lo mismo que la caída del sistema soviético demostraría la superioridad del capitalismo liberal sobre el socialismo dirigista, la conversión china a las recetas liberales parece asestar el golpe de gracia a la experiencia «comunista».

Un doble juicio de la historia, al fondo, ponía el punto final a una competición entre los dos sistemas que atravesaron el siglo XX.

El problema es que esa narración es un cuento de hadas. Occidente repite encantado que China se desarrolla convirtiéndose en «capitalista». Pero los hechos desmienten esa simplista afirmación. Incluso la prensa liberal occidental ha acabado admitiendo que la conversión china al capitalismo es un cuento. Los propios chinos lo dicen y dan argumentos sólidos. Como punto de partida del análisis hay que empezar por la definición habitual del capitalismo: un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción e intercambio. Ese sistema fue erradicado progresivamente en la China popular en el período maoísta (1950-1980) y efectivamente se reintrodujo en el marco de las reformas económicas de Deng Xiaoping a partir de 1979. De esta forma se inyectó una dosis masiva de capitalismo en la economía, pero -la precisión es importante- esa inyección tuvo lugar bajo la impulsión del Estado. La liberalización parcial de la economía y la apertura al comercio internacional muestran una decisión política deliberada.

Para los dirigentes chinos se trataba de incrementar los capitales extranjeros para acrecentar la producción interna. Asumir la economía de mercado era un medio, no un fin. En realidad el significado de las reformas se entiende sobre todo desde un punto de vista político «China es un Estado unitario central en la continuidad del imperio. Para preservar su control absoluto sobre el sistema político, el partido debe alinear los intereses de los burócratas con el bien político común, a saber la estabilidad, y proporcionar a la población una renta real aumentando la calidad de vida. La autoridad política debe dirigir la economía de manera que produzca más riqueza de forma más eficaz. De donde se derivan dos consecuencias: la economía de mercado es un instrumento, no una finalidad; la apertura es una condición de eficacia y conduce a esta directiva económica operativa: alcanzar y superar a Occidente» (2)

Es por lo que la apertura de China a los flujos internacionales fue masiva pero rigurosamente controlada. El mejor ejemplo lo proporcionan las Zonas de Exportación Especiales (ZES). «Los reformadores chinos quieren que el comercio refuerce el crecimiento de la economía nacional, no que la destruya», señalan Michel Aglietta y Guo Bai. En los ZES un sistema contractual vincula a las empresas chinas y las empresas extranjeras. China importa los componentes de la fabricación de bienes de consumo industriales (electrónica, textil, química). La mano de obra china hace el ensamblaje, después las mercancías se venden a los mercados occidentales. Este reparto de las tareas está en el origen de un doble fenómeno que no ha dejado de acentuarse desde hace 30 años: el crecimiento económico de China y la desindustrialización de Occidente. Medio siglo después de las «guerras del opio» (1840-1860) que emprendieron las potencias occidentales para despedazar China, el Imperio del Medio tomó su revancha.

Porque los chinos aprendieron la lección de una historia dolorosa, «esta vez la liberalización del comercio y las inversiones es competencia de la soberanía de China y están controladas por el Estado. Lejos de ser los enclaves que solo benefician a un puñado de «compradores», la nueva liberalización del comercio fue uno de los principales mecanismos que han permitido liberar el enorme potencial de la población» [3]. Otra característica de esta apertura, a menudo desconocida, es que beneficia esencialmente a la diáspora china, que entre 1985 y 2005 poseía el 60 % de las inversiones acumuladas, frente al 25 % por los países occidentales y el 15 % por Singapur y Corea del Sur. La apertura al capital «extranjero» fue en primer lugar un asunto chino. Movilizando los capitales disponibles, la apertura económica creó las condiciones de una integración económica asiática de la que la China popular es la locomotora industrial.

Decir que China se convirtió en «capitalista» después de haber sido «comunista» indica, pues, una visión ingenua del proceso histórico. Que haya capitalistas en China no convierte el país en «capitalista», si se entiende con esta expresión un país donde los dueños de capitales privados controlan la economía y la política nacionales. En China es un partido comunista con 90 millones de afiliados, que irriga al conjunto de la sociedad, el que tiene el poder político. ¿Hay que hablar de sistema mixto, de capitalismo de Estado? Es más conforme a la realidad, pero todavía insuficiente. Cuando se trata de clasificar el sistema chino, el apuro de los observadores occidentales es evidente. Los liberales se dividen en dos categorías: los que reprochan a China que siga siendo comunista y los que se alegran de que se haya hecho capitalista. Unos solo ven «un régimen comunista y leninista» disfrazado, aunque ha hecho concesiones al capitalismo ambiental [4]. Para otros China se ha vuelto «capitalista» por la fuerza de las cosas y esa transformación es irreversible.

Sin embargo algunos observadores occidentales intentan captar la realidad con más sutileza. Así Jean-Louis Beffa, en una publicación económica mensual, afirma directamente que China representa «la única alternativa creíble al capitalismo occidental». «Después de más de 30 años de un desarrollo inédito, escribe, ¿no es hora de concluir que China ha encontrado la receta de un contramodelo eficaz al capitalismo occidental? Hasta ahora no había surgido ninguna solución alternativa y el hundimiento del sistema comunista en torno a Rusia en 1989 consagró el éxito del modelo capitalista. Pero la China actual no lo suscribe. Su modelo económico híbrido combina dos dimensiones que saca de fuentes opuestas. La primera procede del marxismo leninismo, está marcada por un poder controlado del partido y un sistema de planificación vigorosamente aplicado. La segunda se refiera más a las prácticas occidentales, que se centra en la iniciativa individual y en el espíritu emprendedor. Cohabitan así el control del PCC sobre los negocios y un sector privado abundante» [5].

Este análisis es interesante pero vuelve a las dos dimensiones -pública y privada- del régimen chino, puesto que es la esfera pública, obviamente, la que está al mando. Dirigido por un poderoso partido comunista, el Estado chino es un Estado fuerte. Controla la moneda nacional, incluso la deja caer para estimular las exportaciones, lo que Washington le reprocha de forma recurrente. Controla casi la totalidad del sistema bancario. Vigilados de cerca por el Estado, los mercados financieros no desempeñan el papel desmesurado que se arrogan en Occidente. Su apertura a los capitales, por otra parte, está sometida a condiciones draconianas impuestas por el Gobierno. En resumen, la conducción de la economía china está en la férrea mano de un Estado soberano y no en la «mano invisible del mercado» querida por los liberales. Algunos se lamentan. Un liberal autorizado, un banquero internacional que enseña en París revela que «la economía china no es una economía de mercado ni una economía capitalista. Tampoco un capitalismo de Estado, porque en China es el propio mercado el que está controlado por el Estado» [6]. Pero si el régimen chino tampoco es un capitalismo de Estado, ¿entonces es «socialista», ya que es el propietario de los medios de producción o al menos ejerce el control de la economía? La respuesta a esta pregunta es claramente positiva.

La dificultad del pensamiento dominante para nombrar el régimen chino, como vemos, viene de una ilusión contemplada desde hace mucho tiempo: al abandonar el dogma comunista China entraría por fin en el maravilloso mundo del capitalismo ¡Sería estupendo poder decir que China ya no es comunista! Convertida al liberalismo, esta nación entraría en el derecho común. Con la vuelta al orden de las cosas, la capitulación validaría la teología del homo occidentalis. Pero sin duda se ha malinterpretado la célebre fórmula del reformador Deng Xiaoping: «poco importa que el gato sea blanco o negro si caza ratones».

Eso no significa que de igual el capitalismo o el socialismo, sino que se juzgará a cada uno por sus resultados. Se ha inyectado una fuerte dosis de capitalismo en la economía China, controlada por el Estado, porque era necesario estimular el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero China permanece en un Estado fuerte que dicta su ley a los mercados financieros y no al revés. Su élite dirigente es patriota. Incluso aunque conceda una parte del poder económico a los capitalistas «nacionales», no pertenece a la oligarquía financiera globalizada. Adepta a la ética de Confucio, dirige un Estado que solo es legítimo porque garantiza el bienestar de 1.400 millones de chinos.

Además, no hay que olvidar que la orientación económica adoptada en 1979 ha sido posible por los esfuerzos realizados en el período anterior. Al contrario que los occidentales, los comunistas chinos subrayan la continuidad -a pesar de los cambios efectuados- entre el maoísmo y el posmaoísmo. «Muchos tuvieron que sufrir por el ejercicio del poder comunista. Pero la mayoría se adhiere a la apreciación emitida por Deng Xiaoping, el cual tenía alguna razón para querer a Mao Zedong: 70 % positivo y 30 % negativo. Hoy existe una frase muy extendida entre los chinos que revela su opinión sobre Mao Zedong: Mao nos puso de pie, Deng nos hizo ricos. Y esos chinos consideran perfectamente normal que el retrato de Mao figure en los billetes de banco. Todo el apego que todavía hoy tienen los chinos a Mao Zedong se debe a que lo identifican con la dignidad nacional recuperada» [7].

Es cierto que el maoísmo acabó con 150 años de decadencia, de caos y de miseria. China estaba fragmentada, devastada por la invasión japonesa y la guerra civil. Mao la unificó. En 1949 era el país más pobre del mundo. Su PIB per cápita era alrededor de la mitad del de África y menos de tres cuartas partes del de la India. Pero de 1950 a 1980, durante el período maoísta, el PIB creció de forma regular (2,8 % de media anual), el país se industrializó y la población pasó de 552 a 1.017 millones de habitantes. Los progresos en materia de salud fueron espectaculares y se erradicaron las principales epidemias. El indicador que resume todo, la esperanza de vida pasó de 44 años en 1950 a 68 años en 1980. Es un hecho indiscutible. A pesar del fracaso del «Gran salto adelante» y a pesar del embargo occidental -que siempre se olvida mencionar- la población china ganó 24 años de esperanza de vida con Mao. Los progresos en materia de educación fueron masivos, especialmente en la primaria: el porcentaje de población analfabeta pasó del 80 % en 1950 al 16 % en 1980. Finalmente las mujeres chinas -que «sostienen la mitad del cielo», decía Mao- fueron educadas y liberadas de un patriarcado ancestral. 

En 1950 China estaba en ruinas. Treinta años después todavía era un país pobre desde el punto de vista del PIB por habitante. Pero era un Estado soberano unificado, equipado y dotado de una industria naciente. El ambiente era frugal, pero la población estaba nutrida, cuidada y educada como no había estado en el siglo XX.

Esta revisión del período maoísta es necesaria para comprender la China actual. Fue entre 1950 y 1980 cuando el socialismo puso las bases del desarrollo futuro. En los años 70, por ejemplo, China recogía el fruto de sus esfuerzos en materia de desarrollo agrícola. Una silenciosa revolución verde había hecho su camino aprovechando los trabajos de una Academia China de Ciencias Agrícolas creada por el régimen comunista. A partir de 1964 los científicos chinos obtienen sus primeros éxitos en la reproducción de variedades de arroz de alto rendimiento. La restauración progresiva del sistema de riego, los progresos realizados en la reproducción de semillas y la producción de abonos nitrogenados transformaron la agricultura. Como los progresos sanitarios y educativos, esos avances agrícolas hicieron posibles las reformas de Deng que han constituido la base del desarrollo posterior. Y ese esfuerzo de desarrollo colosal solo podía ser posible bajo el impulso de un Estado planificador. La reproducción de las semillas, por ejemplo, necesitaba inversiones imposibles en el marco de las explotaciones individuales [8].

En realidad la China actual es hija de Mao y Deng, de la economía dirigida que la unificó y de la economía mixta que la ha enriquecido. Pero el capitalismo liberal al estilo occidental no aparece en China. La prensa burguesa cuenta con lucidez la indiferencia de los chinos hacia nuestros caprichos. Se puede leer en Les Echos, por ejemplo, que los occidentales «han cometido el error de pensar que en China el capitalismo de Estado podría ceder el paso al capitalismo de mercado». ¿Qué se reprocha en definitiva a los chinos?

La respuesta no deja de sorprender en las columnas de un semanario liberal: «China no tiene la misma noción del tiempo que los europeos y los americanos. ¿Un ejemplo? Nunca una empresa occidental financiaría un proyecto que no fuera rentable. No es el caso de China, que piensa a largo plazo. Con su poder financiero público acumulado desde hace dos decenios, China no se preocupa prioritariamente de una rentabilidad a corto plazo si sus intereses estratégicos lo exigen». Después el analista de Les Echos concluye: «Así es mucho más fácil que el Estado mantenga el control de la economía. Lo que es impensable en el sistema capitalista tal y como lo practica Occidente no lo es en China». ¡No se puede decir mejor! (9).

Obviamente este destello de lucidez es poco habitual. Cambia la letanía acostumbrada según la cual la dictadura comunista es abominable, Xi Jinping es dios, China se desmorona bajo la corrupción, su economía se tambalea, su deuda es abismal y su tasa de crecimiento se halla a media asta. Un escaparate de tópicos y falsas evidencias en apoyo de la visión que dan de China los medios dominantes que pretenden entender a China según categorías preestablecidas muy apreciadas en el pequeño mundo mediático. ¿Comunista, capitalista, un poco de ambos u otra cosa? En las esferas mediáticas pierden los chinos. Es difícil admitir, sin duda, que un país dirigido por un partido comunista haya conseguido en 30 años multiplicar por 17 su PIB por habitante. Ningún país capitalista lo ha conseguido nunca.

Como de costumbre los hechos son testarudos. El Partido Comunista de China no renuncia a su papel dirigente en la sociedad y proporciona su armazón a un Estado fuerte. Heredero del maoísmo, este Estado conserva el control de la política monetaria y del sistema bancario. Reestructurado en los años 90, el sector público sigue siendo la columna vertebral de la economía china, representa el 40 % de los activos y el 50 % de los beneficios generados por la industria, predomina en el 80-90 % en los sectores estratégicos: siderurgia, petróleo, gas, electricidad, energía nuclear, infraestructuras, transportes, armamento. En China todo lo que es importante para el desarrollo del país y para su proyección internacional está estrechamente controlado por el Estado soberano. Un presidente de la República china nunca malvendería al capitalismo estadounidense una joya industrial comparable a Alstom, ofrecida por Macron envuelta en papel de regalo.

Si se lee la resolución final del Decimonoveno Congreso del Partido Comunista Chino (octubre de 2017), se comprueba la amplitud de los desafíos. Cuando dicha resolución afirma que «el Partido debe unirse para alcanzar la victoria decisiva de la edificación integral de la sociedad de clase media, hacer que triunfe el socialismo chino de la nueva era y luchar sin descanso para lograr el sueño chino de la gran renovación del país», hay que tomar esas declaraciones en serio. En Occidente la visión de China está oscurecida por las ideas recibidas. Se imagina que la apertura a los mercados internacionales y la privatización de numerosas empresas hacen doblar las campanas por el «socialismo chino». Nada más lejos de la realidad. Para los chinos esa apertura es la condición del desarrollo de las fuerzas productivas, no el preludio de un cambio sistémico. Las reformas económicas han permitido salir de la pobreza a 700 millones de personas, es decir, el 10 % de la población mundial. Pero se inscriben en una planificación a largo plazo en la que el Estado chino conserva el control. Hoy nuevos desafíos esperan al país: la consolidación del mercado interior, la reducción de las desigualdades, el desarrollo de las energías verdes y la conquista de las altas tecnologías.

Al convertirse en la primera potencia económica del mundo, la China popular elimina el pretendido «fin de la historia». Envía al segundo puesto a un Estados Unidos moribundo minado por la desindustrialización, el sobreendeudamiento, el desmoronamiento social y el fracaso de sus aventuras militares. Al contrario que Estados Unidos China es un imperio sin imperialismo. Ubicado en el centro del mundo, el Imperio del Medio no necesita expandir sus fronteras. Respetuosa del derecho internacional, China se conforma con defender su esfera de influencia natural. No practica el «cambio de régimen» en el extranjero. ¿No quieren vivir como los chinos? No importa, ellos no pretenden convertirlos. Centrada en sí misma, China no es conquistadora ni proselitista. Los occidentales libran una batalla contra su propio declive mientras los chinos hacen negocios para desarrollar su país. 

En los últimos treinta años China no ha hecho ninguna guerra y ha multiplicado su PIB por 17. En el mismo período Estados Unidos ha emprendido una decena de guerras y ha precipitado su decadencia. Los chinos han erradicado la pobreza mientras Estados Unidos desestabiliza la economía mundial y vive a crédito. En China retrocede la miseria mientras en Estados Unidos avanza. Nos guste o no el «socialismo chino» humilla al capitalismo occidental. Decididamente el «fin de la historia» puede ocultar otro.

Notas :

[1] Francis Fukuyama, La fin de l’Histoire et le dernier homme, 1993, Flammarion.

[2] Michel Aglietta et Guo Bai, La Voie chinoise, capitalisme et empire, Odile Jacob, 2012, p.17.

[3) Ibidem, p. 186.

[4] Valérie Niquet, «La Chine reste un régime communiste et léniniste», France TV Info, 18 octobre 2017.

[5] Jean-Louis Beffa, «La Chine, première alternative crédible au capitalisme», Challenges, 23 juin 2018.

[6] Dominique de Rambures, La Chine, une transition à haut risque, Editions de l’Aube, 2016, p. 33.

[7] Philippe Barret, N’ayez pas peur de la Chine !, Robert Laffont, 2018, p. 230.

[8] Michel Aglietta et Guo Bai, op. cit., p.117.

[9] Richard Hiaut, «Comment la Chine a dupé Américains et Européens à l’OMC», Les Echos, 6 juillet 2018.


Fuente: https://www.legrandsoir.info/le-socialisme-chinois-et-le-mythe-de-la-fin-de-l-histoire.html