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lunes, 10 de septiembre de 2018

Algunas píldoras estivales (y Gregorio Morán)

Han pasado demasiadas cosas este último agosto y, por una vez, vamos a tirar con perdigones para ponernos al día aunque solo sea en algunas de ellas.

Ha muerto Samir Amin. Gran pensador del tercermundismo, del desarrollo desigual. En sus últimos libros y artículos diagnosticó muy bien el Imperio del caos y la crisis de la Unión Europea. Nació en Egipto, era francófono y vivía en Dakar (Senegal). Tras la muerte del entrañable Giovanni Arrighi, fallecido en 2009, desaparece otro gran maestro.

En EE.UU se murió un canalla. Se llamaba John McCain, senador, glorificado como héroe por su participación en la criminal guerra de Vietnam, partidario e inductor directo de todas las intervenciones militares de su país de los últimos treinta años: trece guerras desencadenadas por Estados Unidos al precio de 14 billones de dólares con millones de muertos: mas de 3,5 millones de muertos entre Irak y Afganistán desde 2001, según la cuenta de Nicolas J.S. Davies. Eso ni se ha mencionado.

Trump se enfría con Kim. El deshielo en Corea sigue lejos. ¿Confiar en quien se ha desdicho del acuerdo alcanzado y firmado con Irán en julio de 2015? Nadie en su sano juicio. Desde luego no el régimen de Corea del Norte, que ya llegó a un acuerdo de desarme nuclear con la administración Bush en septiembre de 2005, acuerdo que los Estados Unidos violaron a continuación en sus principales preceptos.

¿Hay peligro de guerra con Irán? Su consecuencia inmediata sería el cierre del estrecho de Ormuz y la interrupción de un flujo petrolero vital para Europa y Asia Oriental. Quizás aún más catastrófico que la última guerra de Irak. Depende cómo evolucione en Washington la presión institucional interna contra Trump, por ejemplo si se llegara a la perspectiva de un procedimiento de destitución, desencadenar una guerra podría ser el gran recurso salvador de este bufo presidente…

¡Grecia sale de la crisis! El 20 de agosto se celebró el fin de la “ayuda” redentora. Lástima que la deuda griega haya pasado del 135% del PIB en 2009 al 180%, que el paro haya pasado del 10% al 20%, y que el país haya perdido 400.000 habitantes… “Grecia lo ha conseguido, nosotros lo hemos conseguido”, declaró el comisario Pierre Moscovici. ¿Se refería al hecho de que Alemania se ha embolsado 3000 millones en concepto de intereses? Todo puede ser. ¿Son idiotas o nos toman por idiotas? Da un poco igual: hasta que el asunto no les estalle en las manos, las elites viven en su mundo.

Merkel quiere más. Los alemanes controlan los principales puestos en la UE. El frente económico lo tienen copado. Allí donde no tienen a su hombre, si el puesto es importante tienen a un comisario alemán de número dos por si acaso. Ahora anuncian que quieren poner al bávaro Manfred Weber en el puesto de número uno cuando Jean Claude Juncker deje la presidencia de la Comisión. La derecha alemana no tiene mesura.

A Corbyn ya lo acusan de “antisemitismo”. El líder laborista es demasiado de izquierdas para gobernar y hay que frenarlo como sea. El recurso es muy viejo. Criticar el racismo y los crímenes de Israel desencadena esa acusación. ¿Hasta cuando podrán justificar la loca carrera de Israel con estos desesperados recursos?

Gregorio Morán vuelve a quedarse sin trabajo. Lo de menos es su reputada bilis. El problema es que se mete con los poderosos de uno u otro signo. Por eso lo echaron de La Vanguardia y ahora lo echan de Crónica global. Fue de los primeros en denunciar la omertá catalana, en definir la Generalitat pujoliana como “institución corrupta” y poner en evidencia a los medios del “movimiento nacional”. Eso no se perdona. Mucho ximple con lazo amarillo entre sus enemigos. Ahí quedan sus artículos y sus libros. El siguiente será el prodigioso Albert Soler, del Diari de Girona, que se ha atrevido a calificar a la ANC como “Asociación Catalana del Rifle” y llama “presidentorra” al honorable supremacista. Yo me divierto cada semana con Albert Soler y siempre aprendo con Morán. Por lo demás, como dijo Labordeta: “¡A la mierda!”

https://rafaelpoch.com/2018/09/09/algunas-pildoras-estivales-y-gregorio-moran/

viernes, 22 de junio de 2018

Las fábricas de mentiras

Gregorio Morán
Crónica global

Los poderes están asustados ante el fantasma que han creado. Las fake news empiezan a darles miedo. Ellos tenían el monopolio de la mentira a gran escala. Los Estados y las instituciones podían falsear tanto como lo necesitaran para sus objetivos. Era un asunto que se trataba entre los grandes y sin ningún miramiento. Lo denominaban la guerra de la opinión pública, o de las masas, o de las sociedades o de las ideas. Iba por rachas.

Las religiones fueron auténticas adelantadas en la invención de mentiras. Las convertían en artículos de fe que devengaban beneficios suculentos. Aún me admira que la Iglesia católica, veterana fabricante de fake news, anulara de un día para otro la existencia del Purgatorio rebajándolo al limbo de sufrimientos interiores, es decir, sacándolo pero sin brusquedad, a la manera eclesial, del mundo del negocio.

Y sin embargo el Purgatorio fue una pieza fundamental de las finanzas. Si usted pagaba las llamadas entonces indulgencias podía aliviar los sufrimientos previos al Cielo. Cuanto más indulgencias pagara más se reducía su estancia en el Purgatorio. No se trataba de una nadería por más que la disolución del Purgatorio haya pasado sin pena ni gloria. Era una mentira que sirvió de mucho para las finanzas no sólo del Vaticano sino del entramado institucional del catolicismo. Conviene recordar, ahora que llamamos fake news a cualquier chorrada de un descerebrado, que fueron las consecuencias de esta gran mentira por lo que Martín Lutero rompió con el Papado y se inició la Reforma Protestante. No es asunto baladí porque la estafa ideológica, la mentira del poder, duró siglos. En mi infancia aún existían las indulgencias a escote para esquivar el Purgatorio y el hecho de que se fuera diluyendo, como al final ocurre con todas las invenciones fraudulentas de los poderes, no exime de responsabilidad a sus beneficiarios. Nadie paga por mentir si además cuenta con la opinión pública. Así, dos millones de ciudadanos, o incluso menos, pueden imponer una mentira que no se considera falsedad por el simple hecho de que son muchos y detentar algún poder, ya sea político, económico o de la comunicación.

Esto ya iba implícito en la idea del Purgatorio, que cotizaba en bolsa bajo la forma de bonos llamados indulgencias. El tema daría mucho más de sí, pero sirve de introducción a nuestra época. Mentir es una actividad que generan las instituciones y de la que no se libra nada ni nadie, desde el Estado a la mafia, incluidos los empresarios autónomos de la falsedad y algunas supuestas “fundaciones sin ánimo de lucro”.

No es posible eliminar las industrias de la mentira en base a la legislación; sea restrictiva o laxa, da lo mismo. Toda fábrica se compone de personal, capitales, negocios, intereses y mercados. Sabemos que Alemania y Francia preparan proyectos de ley sobre el asunto, pero nadie nos cuenta que en Suiza, un país que lleva sobreviviendo durante más de un siglo gracias a las mentiras financieras, se llevó a cabo un referéndum que echó abajo cualquier intento de menoscabar el derecho a la falsedad. Porque el mentiroso de los tuits dispone de dos recursos que ejercen de escudos protectores de la impunidad, uno es la manipulación de la libertad de expresión -que, como todo el mundo sabe, está basada en el derecho a decir lo contrario sea o no verdad- y el otro es “el contexto”. Los que escriben paridas inconmensurables en sus tuits expresan lo que les peta, como si fueran tertulianos, pero si usted quiere confrontarlos con su miseria mental alegarán que se atienen a la libertad de expresión y que no se puede sacar la calumnia del contexto en que se escribieron. De tal modo que se puede decir que las mentiras carecen de pasado y de futuro pero dominan el presente.

Y en este caldo de cultivo de las altas tecnologías que sirven para las bajas pasiones han nacido los autónomos de la mentira. Antes se enviaban anónimos --yo guardo una colección- pero la tecnología al alcance del melonar humano ha ampliado el campo y ahora aspiran a convertirse en virales. A cada agudo comentarista le acompaña una manada de majaderos. Es verdad que romper con la carcasa del anonimato aliviaría el número de alienados agresivos. Creo que es lo máximo que podemos alcanzar. Que cada cual asuma lo que escribe aunque sean palotes de parvulario.

También hay otra posibilidad, mandarlos a la mierda y evitar la contaminación, pero eso corresponde a la prehistoria tecnológica, impensable hoy cuando el personaje más poderoso de la tierra usa las fake news como arma letal. Demasiados intereses para que podamos salir incólumes de este sofisticado berenjenal.

Fuente:
https://cronicaglobal.elespanol.com/pensamiento/sabatinas-intempestivas-gregorio-moran/fabricas-mentiras_149138_102.html

miércoles, 17 de mayo de 2017

Elogio del bistrot

Gregorio Morán
La Vanguardia

Como un cruasán parisino a las nueve de la mañana, crujiente y cálido, se me quedó entre las manos un libro. Cien páginas escritas en estado de gracia y gozo, memorables. Recién salido del horno. Marc Augé ha editado en castellano (editorial Gallo Nero) la que yo creo su parcela más íntima, la evocación de los bistrots parisinos, ahora que él es ya algo mayor (Poitiers, 1935) y conserva la memoria proustiana de sus años mozos, aparcando su papel académico de antropólogo y presidente de la Escuela de Altos Estudios durante diez años (1985-1995).

Me encerré en mi habitación de hotel hasta terminarlo, en la ansiedad de que no se acabara nunca, algo que me ha sucedido lamentablemente pocas veces en mi vida y que recuerdo en otro caso, memorable, con las memorias de infancia de don Ramón Carande, el historiador, cuya gracia y gloria leí en una edición más ajada que los banqueros de Carlos V, que encontré en una desvencijada tienda de objetos horrendos en la singular villa de Aguilar de Campoo, en la Castilla profunda con aroma de galletas.

Marc Augé va desgranando con brillantez las historias de los bistrots parisinos. Preñadas de apuntes, reseñas, comentarios sobre la importancia que tuvieron para la cultura francesa los bistrots, y no porque los frecuentaran Sartre o Aragon, sino porque la ciudadanía los hizo suyos. Ese lugar que es más que una taberna y menos que un restaurante, pero donde lo sustancial resulta la comodidad, el compañerismo efímero, el recurso a una vida urbana intensa donde los únicos oasis para gente común o vistosa, amiga o desconocida, está en tomarse algo en un sitio acogedor. Evito repetirlo porque no lograría ni un pálido reflejo de lo que Augé va descargando a vuelapluma, en conocedor, entre ironías y evocaciones.

¡Qué delicia de libro! Cuando alguien escribe una cosa así, está de más la Escuela de Altos Estudios y le bastaría con esto para ser recordado y añorado. El tipo aquel que nos hizo felices una tarde calurosa en un modesto hotel del Madrid de toda la vida.

El bistrot está ligado a un mundo pequeñoburgués sin ninguna conciencia de clase, sencillamente gente común, o ilustre, que tiene en el bistrot su lugar de encuentro, su momento menos feliz que comparte con unos parroquianos que ni siquiera le conocen de nada pero para quienes es un compa con el que se toma un vino, o incluso un plato sólido que siempre está escrito con tiza en una pizarra que se renueva cada día.

Nosotros no tenemos esa historia. Lo nuestro fue la tasca, la taberna –el PSOE se fundó en una de ellas–, y ahí cabe reconocer que Madrid y Barcelona, siendo paralelas, fueron diferentes. Ahora que proliferan en Barcelona las bodegas, tantos años abandonadas, somos conscientes del esnobismo, la cocina de alta gama, el diseño. ¡A Barcelona la envenenó el diseño! ¡Oh, qué tiempos! Madrid conservó, en parte, ese aire de poblachón manchego, que calificó Cela, un señorito frustrado que llegó demasiado tarde a descubrir la exquisitez que no fuera un puticlub y un escritor voraz por encima de sus pretensiones.

Aquellas tascas de la Barcelona que yo conocí hace cuarenta años fenecieron porque no eran modernas. Recuerdo los desayunos de tenedor en lo más parecido a un bistrot de Gran Vía, casi esquina con paseo de Gràcia. ¿Bar Estación se llamaba? A los paletos que llegábamos de Madrid nos fascinaba. Apearse del tren y un desayuno a la antigua. Durante muchos años en los setenta frecuentaba un chiringuito que no llegaba a tasca, sin mesas, sólo barra, en el cruce de la avenida Madrid con plaza del Centre, donde desayunaba a partir de las siete de la mañana la más sabrosa tortilla de calabacín que recuerdo.

Siempre fue un tema de disenso entre el gran Rafael Chirbes y yo, el valor de las barras de taberna. Él las adoraba, podía pasarse horas charlando en la barra, mientras que a mí, siguiendo una tradición del norte, que Cunqueiro convertiría en leyenda, me son incómodas apenas pasan quince minutos. En Madrid existe un lugar para los lugareños madrugadores –calle San Onofre– donde se pueden desayunar las tortillas de patata más deliciosas, templadas, si se llega a tiempo y bajo un nombre tan de fiesta zarzuelera como La Austríaca, pero sería un equivalente humilde de un bistrot a la española; no hay mesas más que adosadas a la pared o con esas sillas para jirafas, pero con una dueña que sí mantiene el halo de haberse dedicado a la clientela toda su vida. “Hace mucho que usted no viene por aquí”. Sin comentarios. El café, ristretto, a la italiana.

Lo más parecido a un bistrot madrileño-barcelonés que yo conozco es Casa Sacha –Botillería y Fogón Sacha–, un pequeño restaurante, poco más de diez mesas, que frecuento desde los años setenta, cuando los dueños llegaron de Sitges. Él, vasco y publicitario, y ella cocinera. No creo que haya en Madrid restaurante más digno y menos pretencioso, haciendo la cocina que se va perdiendo, fuera de las mariconadas de las espumas y el pesado del camarero explicándote, con grosería inaudita, que interrumpe la conversación para detallarte la composición del artefacto que debes comerte, guía Michelin, dos estrellas. Oiga, ¿tienen mollejas, riñones, sesos…? Como si se tratara de una ofensa. Imagino el gesto de Sacha, el heredero, ante tamaña frivolidad.

En Madrid es obligado, quizá por costumbre, servir una copa, aunque sea de vino de tropa, y añadir una tapa. Yo recuerdo cuando en la calle Embajadores o en Legazpi el aditamento era un pajarito frito. ¡Un pajarito! Qué dirán las niñas cuyos padres y abuelos siguen comiendo a sus empleados como si fueran pájaros a los que ni siquiera fríen. El bocado de pajarito, entero, en la boca es una delicia que hubo de eliminarse porque se hubiera acabado con la especie, no con el placer.

Gracias a la migración latinoamericana Barcelona no se ha perdido la cocina de casquería. Recuerdo visitar la Boqueria, ese museo de la destrucción del gran comercio barcelonés, buscando lengua, callos o riñones. Ahora hay un auténtico aluvión que supera aquel complejo de clases medias establecidas, o como se recordaba en las carnicerías de mi infancia: “Deme un filete muy fino, lo más delgado que pueda, porque si no mi hija no lo quiere comer; le da asco”. ¡A su bolsillo, señora!

Por eso, entre otras cosas no tenemos bistrots. Los obreros iban a las tascas y los señoritos a los cafés; había gente en mi Oviedo natal que se pasaba la tarde entera en el Café Peñalba consumiendo un café con leche, “poco cargado, porque me afecta mucho a los nervios”. Seis, ocho horas de café con leche. Con el tiempo cerraron. Eso no hay economía que lo soporte.

Somos hijos del hambre y la hidalguía, que no se come, pero se consume. Gracias, Marc Augé, por este libro que para nosotros es como un vademécum del pasado que la gente aceptó, como un misal sin salmos. Cuando algún historiador tonto, que abundan como los hongos, recuerda que los obreros en Catalunya comían arroz los jueves, me quedo perplejo de esta generación formada en la botifarra amb seques o el cocido madrileño de pobre –caldo, garbanzos y pescuezo de gallina–. Los obreros durante muchos años detestaban el arroz porque era alimento para los pollos. Mi abuelo materno, maestro armero, decía entre trago y trago de vinazo de León: “El arroz pa’ las pitas (gallinas), y las pitas pa’ mí”.


http://www.lavanguardia.com/opinion/20170422/421939524160/elogio-del-bistrot.html

lunes, 3 de octubre de 2016

Gregorio Morán: "Antes muertos que de izquierdas"

 Antes muertos que de izquierdas En una decisión de consecuencias trascendentales, la cúpula del viejo PSOE, ajado y desconectado de cualquier posibilidad de cambio, ha apostado por Rajoy y el partido más corrupto que conoció España en su historia. Lerroux, político chanchullero y símbolo de la maniobra y el chalaneo, cuyo Gobierno cayó durante la II República por una chorrada de maquinita de juego conocida como straperlo, era un caballero con botines al lado de estos saqueadores del Estado.

Da lo mismo. El pacto de golfos en el que ha ido deviniendo la Santísima Transición está llegando a sus estertores, pero les importa un carajo; aún creen que queda fondo para tirar unos años, siempre y cuando la sociedad y la complicidad de los medios de comunicación no dejen de ayudarles y protegerles. Instalarse en la oposición, después de haber acumulado un suculento patrimonio y haber traspasado todas las puertas giratorias, no es mal sitio. Da seguridad.

El soldado Sánchez, otro recluta, les ha puesto frente a las cuerdas, lo cual dice mucho del talento de sus adversarios... La oficialidad más rimbombante, con el asesor financiero Felipe González a la cabeza, ha decidido que no se puede ir tan lejos. ¡Descabalgar a Mariano Rajoy! ¿Acaso están locos estos novatos?

Pocos gestos políticos como el de Felipe González y sus barones echan tanta luz sobre la impostura de estos trepadores que engañaron a sus votantes durante tantos años que hasta ni la fe -y este es un país con mucha fe y demasiados creyentes- ha podido resistir la engañifa. El portavoz de los lectores conservadores que siempre fue el ABC ha sido desbancado por el grupo Prisa, que, como decía Borrell, que lo sufrió en sus carnes, es quien decide quién debe ser el secretario general del PSOE. De momento, la que más garantías les da es Susana Díaz, porque tiene muy claro cuál es el enemigo a abatir. Y ese no es otro que Podemos. No hay que echarles de las instituciones, pero sí colocarles en el lugar sin peligro que les corresponde, por más que un par de comunidades socialistas se mantengan a su costa.

No se dejen engañar por los argumentos de estos cabos furrieles con patrimonio de caudillos, no están discutiendo sobre si España se rompe o si hay referéndum. Aquí la cuestión se reduce a algo muy simple: no se puede romper con Mariano Rajoy y el PP porque eso en las actuales circunstancias sería un terremoto ¡para ellos! Y esa opción pasa por aceptar el apoyo de Podemos y, por tanto, el comienzo del desmoronamiento definitivo. Fuera de los jóvenes contratados para hacer de fondo en los mítines del PSOE, ¿quién carajo menor de 30 años y que no es funcionario, o familiar bien avenido, votaría por el PSOE? Como le ocurre al PP, son partidos de geriátrico; cada vez reducen sus votos, pero como en cada elección se vota menos, nos hacen creer que siguen siendo la representación de la ciudadanía.

Están defendiendo sus privilegios como la nobleza antigua, y serían capaces de todo con tal de que las alfombras no fueran levantadas. ¡Vaya espectáculo, que por razones obvias no estará en condiciones de hacer el PP, que le basta y le sobra con lo suyo! Ya hubo en los años veinte y treinta del pasado siglo peleas, incluso sangrientas, en el seno del PSOE, capitaneadas por Indalecio Prieto, Largo Caballero y el sinuoso conspirador Julián Besteiro, por citar a los más notorios. Pero aquello era un partido de la clase obrera, que metía la pata, y mucho, pero no la mano. Pero estos son como los vendedores de El Corte Inglés que ofrecen un producto y si no le gusta, le enseñan otro. De momento no ofertan más que una crisis, sin otro sentido político que “virgencita, que sigamos como estamos” o iremos de cabeza al “aventurerismo”. Un partido moribundo donde se asienta gente muy viva.
Gregorio Morán

*Gregorio Morán es autor de El Precio de la Transición y Adolfo Suárez: Ambición y Destino

http://www.ecorepublicano.es/2016/10/gregorio-moran-antes-muertos-que-de.html?m=1

sábado, 23 de julio de 2016

Qué hacemos con un criminal de guerra

Gregorio Morán
La Vanguardia

A estas alturas de la película a nadie le cabe la menor duda de que la ­sociedad española es tan cómplice ante el delito económico que ocupará un puesto elevado en la lista de países corruptos, con una buena mayoría de ciudadanos indiferentes. Usted puede robar, si es posible al Estado, que es un ente que desde hace siglos nadie acaba de entender a quién pertenece, y salir de rositas, con felicitaciones, si no de los juzgados, que a lo más que llegan es a cierta complicidad visual, pero con las ovaciones del público elector. “¡Qué tío, dos cojones, desvalijó la comunidad autónoma y ahí le tienes, fresco como una lechuga y arrogante como un chispero! ¡La gente lo adora!”.

El ladrón de Estado en España conserva cierta fama de jugador de fortuna. Posi­blemente haya algo de envidia, porque ­somos una sociedad formada a golpe de ­braguetazo con tronío. ¿Pero qué ocurre con los criminales de guerra? Después del Generalísimo no recuerdo ninguno salvo aquella mercadería ligada a las guerras africanas que se interesaban por la sisa en la intendencia, cortar alguna oreja mora de recuerdo macarra, y volver a casa con medallas de pago –para el personal no avezado, las condecoraciones se dividen entre las de “compensación económica” y las que sirven para decorar la pared del ­recibidor–.

Una conmoción ética se ha producido. El informe del veterano lord John Chilcot –nueve años de trabajo y doce volúmenes de resultado– es una de esas singularidades que se producen en Gran Bretaña, junto a los sombreros de la Reina y la vestimenta más cursi que cualquier paleto pudiera imaginar. El documento encargado por el Parlamento sobre la alucinante invasión de Iraq, el derrocamiento de Sadam y el incremento del conflicto en la zona ha dado sus ­resultados.

Los tres organizadores de la matanza moderna más cruel y de mayores consecuencias para nuestro futuro son tres irresponsables, según el equilibrio lingüístico británico, y tres asesinos en masa, conocidos en el lenguaje posterior a Nuremberg 1945 como criminales de guerra.

Un idiota (un idiota de catálogo), cuyo acto más significativo fue dejar de beber para desgracia de la humanidad y dudoso beneficio familiar. El muñidor Tony Blair, un buscador de fortuna, cuya capacidad de desvergüenza verbal y física me supera –se convirtió al catolicismo apenas terminado su periodo criminal–; daría hasta lo que no tengo por saber qué le pusieron de penitencia, 487 padrenuestros. Tantos como los muertos que provocó. Y por último, el atleta político de los 180 abdominales, digno heredero del más cínico periodista que hubo en España, Manuel Aznar Zubigaray, donde eran tan habituales como las chinches. El retoño, de pronto, asumió el papel de estadista circense, con una locución nasal que provocaba más risas que Harpo, el mudo de los hermanos Marx.

En el 2012, los que se creen los reyes del universo, Bush y Blair, acompañadores de un señorito mesetario, que dudo sepa situar Palmira, se lanzan a la operación militar más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Nada menos que trasladar el conflicto de la Europa de 1945 al indescifrable mundo musulmán: invaden Iraq, derriban a Sadam Husein e inmediatamente se dan cuenta de que la desaparición del dictador significa el vacío absoluto. Envían a un gringo de granja con botas de anuncio y aquello es el caos. Un Estado no es una mezcla de tribus, sino un sistema aferrado a un dictador que equilibra los poderes. Así era antes de los ingleses y después de los ingleses; siempre y cuando el petróleo quedara garantizado.

Aquellos tres arrebatados occidentales abren la guerra política más compleja del siglo XXI, y con una irresponsabilidad a prueba de carro de combate alimentan militar y socialmente a las milicias islamistas. Su inminente enemigo. Es significativo que nadie quiera contar que los fugitivos de Siria vivieron en situación de seminormalidad desde el 2012 y que empezaron a huir en el 2016. ¿Qué pasó entre medio? ¿Eran el poder? ¿Conservaban su estatus y colaboraban con las milicias islámicas que dominaban el territorio, armadas por Arabia Saudí y Estados Unidos? Si la guerra empezó en el 2012, ¿cómo es que aparecen en el 2016 emigrantes afganos, sirios, iraquíes… Tomando como modelo la guerra civil española sería incomprensible.

Pero ahí cuentan las religiones, los apoyos externos, el intento norteamericano de derribar a El Asad de Siria, que se saldó con la mayor vergüenza militar que uno pueda imaginar. Es como si antes de salir corriendo de Vietnam los norteamericanos les hubieran pedido ayuda a los chinos para sobrevivir en aquel berenjenal en el que voluntariamente se habían metido. En este caso, a los rusos.

Si siempre se ha dicho que el intento de ocupar Egipto durante el conflicto del Nilo (1956) fue la última gran operación colonial de Occidente, ahora podríamos añadir, a falta de muchos datos, que la aventura afgano-sirio-iraquí –no digamos libia– que se inició en 2012 es una parodia de aquellas grandezas imperiales que relata Aznar con su acento nasal de empleado de los señores que hablan un inglés suelto.

Pero ese criminal de guerra ha pasado por las arenas del desierto, asesinando niños, mujeres y ancianas –eso que repiten tanto para conmovernos cuando se trata del malvado adversario–. Seríamos unos frívolos irresponsables si no exigiéramos responsabilidades por el más de medio millón de muertos que ha costado la machada, y si no dejáramos de admitir que ese chulillo de chiscón siguiera dando lecciones de cosas de las que no sólo no tiene ni idea sino de las que ha sido responsable.

¿O sea que Sadam tenía armas de destrucción masiva? “Bueno, la verdad es que estábamos equivocados”. Una panda de cínicos. Ni un servicio de información occidental hubiera apostado un penique; conocían Bagdad y Sadam, porque le daban de comer ellos. ¡Pero tú, José María Aznar, fuiste el más animoso en llevar una guerra, en la que nada te iba más que la fatuidad de mediocre con ambiciones, que costó medio millón de muertos!

¿Y nadie de esos partidos arrogantes y revolucionarios, entre comedero y comedero para su colocación en el negocio gubernamental, se atreverá a algo tan político y tan radical como poner en el banco de madera oscura de un juzgado a un tipo simple, malévolo, arrogante y sobre todo desdeñoso del ser humano, sea de Valladolid o de Tikrit, para plantearle que los últimos criminales de guerra no son los militares, que organizan la batalla, sino los gobernantes que ordenan la matanza?

Como si los muertos fueran siempre anónimos y volviéramos a las colonias. ¿Aznar, criminal de guerra? Pues sí señor, como Bush o el Blair recién confesado. Porque toda esta oscura historia está repleta de sangre y basura, como los refugiados. Carne de cañón, que durante años estaban desaparecidos. Ni se tuvo noticia de refugiado alguno, y ahora las potencias europas, empezando por la presión de Estados Unidos, no hay día que no nos recuerden que ¡es nuestro problema!, que echan sobre la pobre Grecia.

La guerra civil española, su final, es un espejo en el que se refleja la desvergüenza de los promotores. Aznar debe saberlo muy bien, porque su abuelo, antes de ser director de este periódico, fue un ejemplo decisivo en las grandes operaciones de desplazados de todos los derrotados de la segunda Gran Guerra, especialmente los españoles.

La izquierda, si se ha distinguido en algo en la historia española, es por reivindicar causas evidentes, aunque fracasara. Hay un banco en el juzgado, aquí o en La Haya, que le corresponde a José María Aznar, por criminal de guerra.

¿Eso no forma parte de la ruptura entre la casta política y la clase política?

Fuente:
http://www.lavanguardia.com/opinion/20160716/403248630719/que-hacemos-con-un-criminal-de-guerra.html

miércoles, 8 de junio de 2016

Nadando entre tiburones

Qué puede ser más tóxico: ¿un banco o una cajetilla de cigarrillos? ¿Son más letales los recortes o el tabaco? Son preguntas nada académicas, que jamás se harán nuestros intelectuales de oficio, pero que convendría empezaran a hacérselas; porque la diferencia entre el ser y el no ser, la esencia y la presencia, me temo que no figuran entre las preocupaciones de las entidades financieras que muy pronto pagarán sus salarios, sus charlas y el futuro de sus hijos, a costa de nuestra benevolencia. No hay mejor periodista económico que el que está en nómina, libre de impuestos, ya me entienden, por eso la aparición del iluminador libro del holandés Joris Luyendijk empieza prácticamente con unas referencias oportunas sobre la relación entre el mundo financiero y los medios de comunicación. Nada hay más despreciado por la gente de la finanza que los periodistas, eso lo digo yo; Luyendijk sólo lo sugiere. Sin embargo, ha logrado doscientas entrevistas a profesionales de la banca del mundo anglosajón, –entiéndase la City de Londres–, le ha salido un texto impresionante; frío y elocuente. Se titula en España entre tiburones (Malpaso Editorial) –el original inglés dice Nadando entre tiburones–, y su subtítulo ayuda a entenderlo todo: Una temporada en el infierno de las finanzas.

Un relato que nace a partir de la gran crisis que provocó en el mundo entero la caída de uno de los grandes bancos norteamericanos, Lehman Brothers. Fue el 15 de septiembre del 2008, aquel mismo día, o quizá fuera al siguiente, que vimos a unos ejecutivos de aspecto impecable, abrazando unas cajas de cartón donde llevaban sus pertenencias, sus fracasos y la convicción de que tenían que volver a empezar. Por entonces, aquí, los siempre oportunos banqueros españoles y sus autoridades prepararon los blindajes que no sólo les libraron de la cárcel y del ludibrio público, sino que aumentaron, y de qué modo, su patrimonio.

Y si no que se lo pregunten a la centena de nombres que me vienen a la lengua. Pero no puedo decir nombres –norma del nuevo periodismo hispano–, ni siquiera debería en casos como el del gobernador del Banco de España, Mafo Fernández Ordóñez, un lince de las finanzas que se aseguró unos retiros augustos. ¿Quién osaría citar a Narcís Serra y su abnegación al llegar a un banco en ruina y ponerse un sueldo de esos que quitan el hipo? No tenía ni idea de negocios que no fueran los suyos, pero figuraba como otro lince de la política entendida como una de las bellas artes para tipos sin principios. ¡Le gustaba tanto la música; recuerdo sus visitas al Festival de Bayreuth! Era aquella época en que el PSOE, en todas sus gamas, se llenó de melómanos exhibicionistas, pero entiendo que tanto Wagner como Mahler, a ciertas edades y con fortunas consolidadas, acaban cansando.

Son gente curiosa el personal de la banca de altura. En primer lugar porque pueden hacer, no ya decir, cosas que a los demás nos están vedadas. Andrew Haldane, número dos del Banco Central de Inglaterra y responsable de todo el sector financiero, en uno de esos momentos estupendos que puede tener hasta un banquero, dijo a la revista Der Spiegel, y hace muy poco, que “los balances de los grandes bancos son los agujeros negros más grandes entre todos los agujeros negros”. Lo cuenta el holandés Luyendijk y se queda perplejo por tamaña exhibición de sinceridad desfachatada, a la que nadie se dio por aludido.

Son tantos los ejemplos, las pruebas de que las diferentes variantes del mundo bancario están basadas en fórmulas que bordeando la legalidad, cuando no sobrepasándola, provocan la ruina de tanta gente, que hasta el cronista Luyendijk no puede menos que preguntar a un entrevistado del sector más duro de la banca –los denominados hombres de piedra– una cuestión que le carcome: “¿Cómo puede esta gente vivir sin remordimientos?”.

Y le responde después de darle muchas vueltas respecto al pasado, a lo dura que es la obligación, llamémosla así, de garantizar que tu familia no va a sufrir lo que sus víctimas, para llegar al final con la siguiente definición, que deja impávido a cualquiera que desconozca ese mundo del que dependemos y del que apenas sabemos nada: “A muchos de mis clientes no parece importarles demasiado lo que piensa el público en general. Eso es todo. Para ellos el imperio de la ley es muy importante. Mis clientes no son mala gente, simplemente son personas que han dejado de pensar en términos del bien o el mal. Son profesionales”.

La introducción del término profesional, como lavador de la ética y la dignidad de ciertas profesiones, es nuevo. Antes apelaban a otros referentes, como los códigos griegos ligados al compromiso social y la respetabilidad. Un profesional hoy día puede ser tanto un piadoso y respetable abogado que jamás en su vida hubiera asumido la defensa de un capo de la droga de no haber echado una ojeada a la propuesta de emolumentos, eso que también suele denominarse “provisión de fondos”. Pero un profesional también se considera un sicario que no tiene por qué saber nada más que la misión profesional por la que se le paga. O un periodista hecho a todo. ¡Lo he oído tantas veces! “Yo soy un profesional y cumplo con las obligaciones de mi contrato”. ¡Vaya usted a decirle algo sobre la ética y la dignidad o esos códigos grecolatinos que la tradición ha convertido en pañuelos de seda que transparentan la trampa! Tienen el mismo valor que los títulos enmarcados de cualquier profesional que llenan las paredes de su sala de espera.

Antes, la profesionalidad no era una tapadera para la desvergüenza sino un timbre de gloria tras una trayectoria coherente. Ningún delincuente puede quedarse sin defensa, ¿pero a partir de qué provisión de fondos se convierte el asunto en estricta profesionalidad? La profesionalidad de un banquero consistía en no engañar a sus clientes. Los chamarileros de preferentes. Los Blesa o Rato tienen la consideración de “profesionales”. Un equívoco. Son estafadores.

Un profesional hoy, por lo común, se refiere a un tramposo impecable, con gran experiencia en los modos de embaucar a un cliente. Como las leyes las hacen profesionales, tienen buen cuidado con el envoltorio jurídico, o médico, o periodístico. “No he hecho nada que sea ilegal”, dicen ahora los delincuentes de altos vuelos. Porque la ley la hicieron ellos y además la interpretan los mismos o sus discípulos. Vamos hacia una explosión social donde las leyes servirán de muy poco, porque han sabido quitarles lo poco de igualdad ante la justicia que había cuando se decretaron.

Ocurre como con la información. No hay igualdad, porque la pauta la marca quien manda, es decir, quien paga. Los holandeses tienen fama de gente sincera y demasiado directa, como cuando Luyendijk en su libro Entre tiburones, nada radical por otra parte, muy holandés, denominando a las cosas por lo que son y no por lo que aparentan, se hace una especie de pregunta de respuesta obvia: “¿Por qué las donaciones a los partidos para las campañas electorales no se llaman ‘corrupción’?”. ¿O es que a alguien le cabe en la cabeza entregar dinero a fondo perdido y no recuperarlo nunca? Se paga, porque se cobra; el tiempo y el talento estratégico lo deciden.

Me ha impresionado que esa organización dentro de toda sospecha, denominada CEOE, que dirigió durante años un estafador, Díaz Ferrán –que ya tenía que serlo en alto grado para estar aún en la cárcel–, y que solía afirmar que había que “trabajar más (los otros) y ganar menos (salvo él)”, haga declaraciones de carácter histórico. Que los empresarios españoles estuvieran dirigidos por un delincuente explica muchas cosas. Por eso me ha afectado la afirmación del nuevo líder empresarial, Juan Rosell, cuando dice impávido que “el empleo fijo es un concepto del siglo XIX”. Ni el franquismo había llegado tan lejos.
Gregorio Morán La Vanguardia

Fuente:
http://www.lavanguardia.com/opinion/20160528/402096636717/nadando-entre-tiburones.html

sábado, 21 de mayo de 2016

Actualidad de Dalton Trumbo, de Gregorio Morán en La Vanguardia

La Vanguardia


El estreno en España de Trumbo (película a no perderse) no podía llegar en mejor ocasión; un momento en el que confirmar las opiniones personales se hace cada vez más arriesgado. Es verdad que la dirección de Jay Roach, siendo valiente, no va muy lejos. Pero la pena inevitable de este filme oportuno se reduce a que el guión no es de Dalton Trumbo.

En un mundo como el del cine es raro afrontar una figura como la de Trumbo. Por lo general debemos limitarnos a directores o actores. Pero que un guionista, el ­género menos atendido por los espectadores, se convierta en protagonista absoluto, se debe a la más llamativa de sus particu­laridades. El mejor guión cinematográfico de Dalton Trumbo es su propia vida. Lo tiene todo, y al usual gusto de Hollywood: acaba bien.

Si hay que ver este más que digno Trumbo de Jay Roach, quizá se reduzca a algo tan importante y tan vivo como la defensa de la conciencia en una época donde lo que cuenta es el valor de la conciencia en el mercado. Considerado como el guionista de Hollywood mejor pagado, lo primero que sobresale es su atadura de clase, su vinculación a los sindicatos, su pasión por los que se rebelan. No es extraño que él con­siguiera transformar un humilde best seller escrito en la cárcel –por rojo– de Howard Fast, otro comunista del complejo mundo intelectual norteamericano de la época. Espartaco, la historia de un esclavo que puso en un brete al imperio romano, hasta crear un ejército y sobre todo una ilusión de libertad.

Espartaco no es sólo una de las obras maestras de Stanley Kubrick, al que no agradaban demasiado algunas páginas que había escrito Dalton Trumbo. El impresionante final, por ejemplo. Pero como la película la pagaba Kirk Douglas, el protagonista, y ya había tenido conflictos sin fin, no era cuestión de añadir más. Es sabido que gracias primero a Kirk Douglas ( Espartaco) y luego a una más que mediocre película de exaltación del sionismo, Éxodo –basada también en una horrenda novela de ­Leon Uris, que no era capaz de defender ni el productor judío Otto Preminger–, y que Dalton Trumbo transformó en un filme digno, el guionista sale de la categoría de “no existente”, lo que los romanos llamaban damnatio memoriae.

No es una casualidad que el inquisitorial Comité de Actividades Antinorteameri­canas se creara en 1937, durante nuestra Guerra Civil, y que tuviera en él un papel destacado el futuro presidente Richard ­Nixon, el mentiroso. En el fondo y en la forma estaban a favor de un entendimiento con el fascismo arrollador pero Hitler les ganó la partida, invadió la URSS y Japón declaró la guerra a Estados Unidos. Soviéticos y norteamericanos tuvieron que hacerse amigos y luego socios, y por fin disolver la empresa. En 1942, siendo corresponsal de guerra en el frente, Trumbo se afilia al Partido Comunista de EE.UU., como lo hacen muchos millares de norteamericanos. Quizá lo más exitoso de la manipulación del Comité de Actividades Antinorteamericanas y de sus voceros, fue el de haber reducido lo que fue la represión sobre miles de ciudadanos a un asunto elitista y de casta, “los diez de Hollywood”.

Pero hubo más de diez en Hollywood y fuera de Hollywood que comenzada la implacable guerra fría (1947), que siguió a la victoria sobre el nazismo, renunciaron a sus propias creencias. El Estado y las instituciones creadas para la lucha con el comunismo tuvieron impunidad para intimidar, arruinar, detener, encarcelar –un año de cárcel pasó Trumbo– y se hizo a conciencia, porque les llevaron a cárceles lejanas para que su aislamiento fuera mayor. ¿Y su delito? Negarse no sólo a delatar a quienes pensaban como ellos, sino negarse a decir lo que pensaban. No tiene nada que ver con el terrorismo, ni las olas represivas que castigaron la Europa comunista, los campos de concentración –por cierto que hubo una propuesta que no prosperó de crear uno para rojos en EE.UU.–, pero eso nos retrotrae a épocas pasadas: ¿quién mató más, la Inquisición o el fanatismo de Calvino? De seguro que la Inquisición, pero eso no limpia otros crímenes.

¿Los diez de Hollywood se enfrentaron al Gobierno norteamericano? Curioso dilema muy apropiado para los letrados. Los encarcelaron sin juicio, o con parodias de interrogatorios y luego fueron encarcelando. ¿Lo hizo el Estado o lo hizo el Gobierno? ¿Dónde estaba la diferencia? Dalton Trumbo era un redactor magistral de diálogos pero ninguno de ellos alcanza la al­tura, la ironía, la arrogancia del que sostiene con el presidente del Comité de Actividades Antinorteamericanas, John Parnell, el 28 de octubre de 1947. Figuran en un librito goloso y brutal del propio Trumbo, titulado El tiempo del sapo, que se publicó en España por primera vez en el 2012 (Artefakte, Barcelona). Es una joya de la literatura sarcástico-panfletaria, a la altura de Jonathan Swift, que lamentaría estuviera ya descatalogado.

Trumbo entró en prisión el 21 de junio de 1950 rodeado del odio de la mayoría de sus ciudadanos. Un traidor. Mantuvo desde el primer momento que para él ser o no ser comunista no tenía nada que ver ni con la URSS ni con la violencia, sino con una manera de comportarse hacia los que son más pobres y más débiles que nosotros. Y que esto lo podría explicar a la gente pero no a unos tribunales que ya habían dictado ­sentencia.

Es una pena que al espectador español no le sea fácil distinguir algunas figuras empalidecidas por el director del filme, que sin embargo se recrea en los héroes positivos, como si estuviéramos ante un film de propaganda soviética. Sería muy ilustrativo hacer una comparación entre el esquema héroe-traidor en el cine norteamericano y el soviético, y probablemente nos sorprenderíamos de las coincidencias. Pero figuras tan importantes en aquellas denuncias como John Wayne –el estereotipo por excelencia del guerrero, que por cierto no participó para nada en la II Guerra Mundial, salvo para darle a la lengua– y sobre todo Edward G. Robinson, activo luchador por las libertades hasta que se dio cuenta que su fortuna –las piscinas, que hubiera dicho Orson Welles– se le fue secando y se portó como un confidente deslenguado, falaz y desmedido en su afán de volver a ser la estrella que fue.

Edward G. Robinson, que nosotros siempre conocimos con barbita, y que en el filme de Trumbo es difícilmente recono­cible, tenía el miedo tan metido en el cuerpo que cuando ejerció de jurado del Fes­tival de Cannes (1952), exigió que se re­tirara un plano de la pe­lícula de Berlanga Bien­venido Mr. Marshall. Exactamente el último: una banderita­ ­norteamericana, tras el ­fallido fes­tejo, cae arrastrada por la lluvia. Interpretaba que podía interpretarse como símbolo antinorteame­ricano, a pesar de lo cual fue premiada. El caso del delator Elia Kazan exigiría muchas líneas, imposibles en este artículo.

Pero si tiene especial valor Trumbo, dentro de su modestia fílmica, es la exhibición del protagonista. Su ímpetu, su capacidad para no romperse y sumirse en la depresión que llevó a la tumba a tantos otros. Sus singularidades de pluma –escribir en una bañera, rodeada de sus bártulos de trabajo, y sin admitir interrupción alguna–. O lo que es lo mismo, Dalton Trumbo escribía en la bañera del váter, cargado de whisky y anfetaminas, hasta reventar.

Lo que rompió todos los esquemas, cuando Dalton Trumbo recuperó los ­Oscar que le habían escamoteado – Vacaciones en Roma, El Bravo –, es que fuera capaz, apenas unos años antes de su muerte, de adaptar uno de sus viejos libros, el premiadísimo en 1939 Johnny cogió su fusil, y hacer de él un filme insólito. No es fácil que alguien sea capaz de ver esta obra ­maestra dos veces seguidas sin tomarse un tiempo de respiro. Es demasiado humana. Sólo una personalidad como la de Dalton Trumbo habría sido capaz de esta última osadía. Apenas después se murió.

sábado, 14 de mayo de 2016

Entrevista al escritor y periodista Gregorio Morán. “Rosa Luxemburgo tiene una vigencia impresionante”

Enric Llopis Rebelión


Desde hace más de 20 años, las “sabatinas intempestivas” en “La Vanguardia” de Gregorio Morán (Oviedo, 1947) sajan la actualidad con pluma bien afilada. El escritor y periodista destapó las vergüenzas políticas y culturales de la Transición hace muchos años, cuando pocos cuestionaban los grandes consensos y a los prohombres del cambio. En 1991 Gregorio Morán escribió “El Precio de la Transición” (Planeta), libro reeditado en 2015 por Akal. Ha dedicado dos biografías a Adolfo Suárez, una radiografía sin concesiones al PCE (“Miseria y grandeza del Partido Comunista de España (1939-1985)” y un grueso volumen para poner en su contexto a uno de los más insignes intelectuales hispanos: “El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo”.

Ensayista heterodoxo, lúcido y provocador, su libro “El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los letrados” fue vetado por Planeta por las críticas a la Real Academia Española. El texto vio la luz en la editorial Akal en 2014. Cuando se le pregunta por la vigencia del marxismo, destaca la vigencia de revolucionarias como Rosa Luxemburgo, “un referente mucho más útil que las tonterías que se están diciendo sobre Gramsci”. La entrevista tiene lugar antes de la presentación del libro “El precio de la transición”, organizada por el Departamento de Teoría de los Lenguajes y Ciencias de la Comunicación de la Universitat de València.

-Gregorio Morán militó en el PCE entre 1965 y 1976. ¿Dónde se sitúa políticamente hoy?
En mi casa.

-Partidos como “Ciudadanos” reivindican una segunda Transición, la figura de Adolfo Suárez y los Pactos de la Moncloa. ¿Cuál es tu opinión?

Todo eso me parece una estupidez soberana, que demuestra una gran falta de imaginación analítica. Es como pensar que hubo una primera Restauración, la canovista, y una segunda que fue la de Juan Carlos I, cuando no tienen nada que ver. Igual que comparar la primera República con la segunda. Sólo coinciden en la palabra “República”. En el caso de la Transición, no es lo mismo salir de una dictadura, aunque sea de un modo muy peculiar porque no se estableció ninguna ruptura, a una situación como la actual, en la que campa la corrupción y el agotamiento de la clase política es absoluto. El cuestionamiento de la primera Transición es total, y nos dicen: vamos a la segunda. No, vayamos a otra cosa. Habría que sanear la vida política, y eso no tiene que ver con una segunda Transición. Los partidos tradicionales están agotados y los nuevos no tienen suficiente fuerza para imponerse.

-“El País”, donde en su día publicaste colaboraciones, celebra actualmente el 40 aniversario. ¿Continúa siendo hoy el “intelectual orgánico”, la referencia dominante que fue en la Transición?

No tiene nada que ver. El sábado 7 de mayo, en un recuadrito de esos que no lee nadie, “El País” informaba de los dos nuevos consejeros del grupo PRISA, un profesional qatarí del mundo de la empresa y otro vinculado al sector de los medios de comunicación, que fue socio y director del grupo Lagardère. Creo que “El País” acabará siendo un periódico cosmopolita, dedicado a la bolsa, a los negocios o si no a la quiebra, porque el problema es cómo se quitan de encima los miles de millones de euros de deuda. Lo preocupante es la ausencia de un referente periodístico. O un semanario, porque esto es algo que nadie se pregunta. ¿Por qué en España no han funcionado los semanarios, salvo en el caso de “Triunfo” o durante un buen periodo con “Cambio 16”? Han desaparecido, y es algo que se necesita. En Francia tienen mucha fuerza. No digamos ya en Italia. Aquí, cuando pasamos de la “basurilla” cotidiana no queda nada…

-¿Fue alguna vez “El País” un periódico de izquierdas? En su día podían leerse las columnas de Manuel Vázquez Montalbán o Eduardo Haro Tecglen…

Nunca. Tuvo que ver con Felipe González. Es verdad que estaba Manolo Vázquez Montalbán, pero Haro Tecglen tenía que ver con la izquierda lo mismo que yo con los jesuitas. En todo caso, lo que no se encuentra hoy es lo que se considera un referente, por ejemplo un artículo de Pradera u otros; con independencia de que no comparta nada con ellos, hay un peso político y una reflexión detrás. Un artículo en estos momentos de Fernando Savater resulta patético. O de Elorza, a quien conocí como Andoni Elorza, entonces furibundo nacionalista. También recuerdo los artículos en defensa de Herri Batasuna de Savater, publicados en “Egin”. Creo que recojo alguno en el libro “El cura y los mandarines”. En aquel momento, algunos de nosotros estábamos en neutralizar el efecto de la violencia, mientras estos hacían el frívolo con ella. Ahora, en cambio, saltan cada vez que uno se sale de la norma.

-¿Hay algún intelectual de izquierdas que hoy te interese? ¿Qué opinas de los “conversos”?
Es una pregunta difícil. ¿Qué pasó con la izquierda en España? ¿Hay intelectuales de izquierda? ¿Santos Juliá? Él mismo decía el otro día en una entrevista que es una persona conservadora; lo fue siempre. Savater no fue de izquierdas en su día, es el hijo de un notario. Toda esta gente que son hijos de notarios me produce una sensación especial. En la historia del movimiento radical anarquista o comunista no creo que exista este fenómeno, salvo en España, donde es muy importante. Hay un montón de hijos de notarios. También Ramoneda. Por otro lado, en España no existen sólo “conversiones”, es decir, que uno pase de conservador a radical o al revés, sino que se producen reconversiones: un doble “rebote”. La izquierda más brillante que había en España era la de Barcelona, el PSUC y su entorno. Después se incorporó “Bandera Roja”, gente como Alfonso Carlos Comín… ¿Qué quedó de todo aquello? Precisamente estos días ha muerto el director de “El Viejo Topo” entre 1972 y 1977, Pep Subirós. Mira, las dos personas más “anti-revisionistas” de la época, que a los comunistas nos llamaban “social-traidores”, fueron Miquel Roca Junyent y Narcís Serra.

-Pero actualmente no aparecen en el primer plano de la política…
El recorrido de estos dos personajes ilustra sobre la izquierda en Catalunya y en España muchísimo más que varias tesis doctorales. Me refiero, por ejemplo, a la reciente renovación del exvicepresidente del Gobierno Narcís Serra como consejero de Telefónica en Brasil hasta 2019, a lo que suma el cargo de consejero de la filial chilena de esta compañía. La trayectoria final del PSOE es una demostración de que en octubre de 1982, cuando todo iba a cambiar, algo falló. O nos engañaron, o se engañaron a sí mismos o se transformaron. Pero algo pasó.

-Durante la Transición se hablaba de la prensa como “parlamentos de papel”, el 23-F fue también “la noche de los transistores”. ¿Desempeñan actualmente este rol las tertulias?
No las sigo, la verdad es que no tengo una opinión. Cuando voy en un taxi y empiezan unos tipos a parlotear, le digo al conductor si puede bajar el volumen o apagar la radio.

-Después de analizar durante muchos años el recorrido de escritores, intelectuales y prohombres de la cultura, ¿sería una buena decisión liquidar el Ministerio, también las subvenciones, y hacer de la cultura algo nómada y vinculado a la calle?

No, en eso que no cambie, pero que se distribuyan mejor las subvenciones. El sistema de ayudas en sí no es malo, lo que resulta negativo es el compadreo.

-¿En qué situación se encuentra actualmente el periodismo?
Se ha deteriorado mucho, pero no creo que se trate de un caso excepcional. Se ha degradado del mismo modo que el conjunto de la sociedad.

-Por último, ¿está vigente el marxismo?
Yo le daría más importancia, en un momento como el actual, a una persona a la que no se le está dando, Rosa Luxemburgo. Por una razón obvia. La reflexión de Gramsci está situada en un momento muy determinado, y se plantea desde la cárcel. Pero el pensamiento de Rosa Luxemburgo se formula de lleno en la pelea política y, sobre todo, con un problema muy grave: el adversario es el enemigo de clase, no la lengua. Ella es una polaca que trabaja con el Partido Socialdemócrata alemán. Tiene una vigencia impresionante. Además, le plantea a Lenin el problema clave: cómo compaginar libertad y socialismo. Es un referente mucho más útil que muchas de las tonterías que se están diciendo sobre Gramsci.

jueves, 21 de enero de 2016

La Gran Estafa

De todo este espectáculo de circo político que sitúa a las instituciones catalanas al borde de competir, y con gananciales, en la clase política más corrupta de esta zona europea del Sur, Sicilia por ejemplo, lo que más me llamó la atención no fueron los tres meses de chalaneo, ni las mentiras, ni la ocultación a la ciudadanía de lo que se estaba cociendo. No, nada de eso.

Para quienes hemos vivido el espectacular baile financiero del Palau, y el descubrimiento de que fuimos gobernados durante décadas por una familia de devotos delincuentes, lo que más nos conmovió no fue eso, sino algo que pasó desapercibido, porque vivimos en una sociedad construida sobre la base de que tenemos razón desde hace siglos. Verdad incontrovertible asumida incluso por los hijos de quienes vinieron aquí con una mano delante y otra detrás pero que asumieron el canon: “Somos la hostia y lograremos un día que vayamos donde vayamos lo tendremos todo pagado por el hecho de ser nosotros”, como escribió uno de los tontos más ilustres que ha dado este país, que no son pocos.

Lo que me dejó estupefacto es el califato que le montaron a un tipo que jamás nadie, ni él mismo, hubiera pensado que llegaría a ser nombrado presidente de la Generalitat por un procedimiento digno de una tenida siciliana en Catania, ni siquiera en Palermo, ciudad de postín. Ese mismo chico listo, Carles Puigdemont, buen conocedor de los usos del país desde el carlismo, designado digitalmente por los poderes fácticos de la mafia local, a las 18 horas del pasado domingo, apenas le cayó el dedazo, que dirían en México, ¿quieren ustedes creer que ya tenía a los plumillas más notorios de los medios de manipulación con una biografía terminada, en la que los elogios alcanzaban hasta su hermano, ¡pastelero conocido en medio mundo porque nació en Amer, un pueblecito de Gerona! La pastelería está tan ligada a nuestra cultura que tenemos poetas y hasta políticos, aunque por lo demás llamar “pastelero” a alguien suena a ofensivo a menos que se dirija a la CUP, que se han ganado en apenas tres meses el título de “maestros pasteleros del Principado”.

No conozco otro caso con tal velocidad para el elogio, desde el franquismo, al inefable periodista gallego, Victoriano Fernández Asís, insuperable en las entrevistas a las autoridades. Este país se está muriendo mientras las mamás, las suegras, las abuelas, todas esas señoras que adoran al querubín patriótico, no se cansan de escuchar las monsergas de sus criadas ejerciendo de plumillas. En estos días de humillación y vergüenza ciudadana debo destacar la excepción de Josep Cuní, que en una entrevista al inefable Joan Tardà –“el ogro del españolismo tertuliano”– logró convertir a este Pavarotti de la inanidad en una tórtola achicado por el peso de unas preguntas de verdad y unas respuestas dignas de un tartufo que no tenía instrucciones sobre qué decir; porque pensar es una tarea que le excede y para la que no cobra. Fue uno de los pocos momentos gratificantes durante unos días en los que el gremio periodístico cumplió su papel de querida sin amante conocido.

Cuando un president, como Artur Mas, ha llegado a su punto más bajo de humillación, consciente de que será pronto carne de tribunales como lo fue su padre, delincuente probado, como lo son sus instructores, la devota familia Pujol que le inventó y no cumplió las expectativas, cuando un hombre así ocupa el cargo más importante de una sociedad que se cree culta, honrada, respetuosa con las leyes y con los contratos en negro, que diga como resumen de la estafa: “Hemos logrado negociando lo que las urnas no nos dieron”, es que estamos en la vieja Sicilia tan vinculada a usos, costumbres e historias españolas.

El montaje de las elecciones autonómicas del año pasado exigiría un análisis minucioso que desvelaría la miseria política de una clase corrupta, dispuesta a todo para que no les retiren la impunidad. Un presidente que se presenta de número tres, o cuatro, ni me acuerdo. Sustituido por otro en aplicación del sindicato de las prisas, también número 3 por Girona. Música: unos pánfilos radicales que hacen de palanganeros para sostener la impostura. ¡Y ganan!, pero no lo suficiente. Ya es bastante que ganaran para demostrar a qué niveles de deterioro político hemos llegado. Les falló la ambición plebiscitaria que ellos mismos se habían planteado. ¡Qué sucedió para que todos consideraran que se pasaban los resultados del fallido plebiscito por el arco de triunfo y que la monja tornera, Carme Forcadell, declarara la República Catalana! ¡Qué importa la minucia de unos tantos por ciento si la historia nos pertenece! Estaba cantado. Cuando un supuesto grupo de izquierda se plantea el dilema de mejorar la situación de los trabajadores o nacionalizar los bancos, es obvio que no se hará ninguna de los dos cosas, pero a ellos los subvencionarán.

Seguí con interés esas negociaciones entre lo que creíamos nuevo –la CUP– y lo que de tan viejo y corrupto se caía, Convergència y la asociación de trepas rebotados de toda Catalunya, Esquerra Republicana, un partido que nació para la traición y la trampa. La gente joven, o no tanto, se pregunta cómo fueron posibles esos largos conciliábulos para llegar a convertirse en los caganers del belén que fueron durante la campaña electoral. Muy sencillo. El valor de una asamblea es efímero, como los bellos pensamientos. Luego está el tejido de intereses. Dan un pasito adelante los Julià de Jòdar, con una sencilla pregunta, ¿no sería mejor “para las clases populares” que alguno de nosotros aceptara el juego, mientras los demás conserváis las esencias? Ay, las esencias. Se van con el aire y están para eso. Un aroma, un instante, un guiño, un me he equivocado… pero a lo hecho, pecho, que queda mucha batalla por ganar.

El problema de los caganers electorales de la CUP consistió en que, embelesados por el espectáculo que se les ofrecía, se lo hicieron encima. El olor de la CUP durará más de lo que sus creadores pensaron nunca; la mierda, como el hedor, no se reparte, cada uno se queda con lo suyo. Otro dilema escolástico de la posmodernidad: hacerse a balón pasado. ¿Te acuerdas de lo divertido que era Baños, el rey de la improvisación, que siempre tenía respuesta para todo? ¿Y el abrazo de David Fernàndez a un Artur Mas exultante? En política el corazón, cuando se arruga, es que tiene pliegues que amenazan su supervivencia.

Mala época nos ha tocado vivir. Por sucia, sobre todo por sucia. Porque nadie quiere hablar claro y decir su aspiración: “Quiero seguir viviendo de la Generalitat en sus múltiples facetas, es lo mejor para mí y para Catalunya. Y como Catalunya y yo somos como madre e hijo, ¡qué tiene de malo proclamarlo! La independencia me promete una seguridad incontestable, y como no leo ni escucho más medios que los míos, es decir, los subvencionados por la Generalitat, no tengo razones para dudar”.

De momento hemos llegado a la denuncia y al chantaje. Un grupo de repre­sentantes periodísticos ha escrito a mi director exigiendo que mis artículos sean revisados (censurados) para no ofender a instituciones dentro de toda sospecha. El otro día, una señora a la que sólo conozco de encontrármela en el supermercado, me abordó para advertirme: “Nosotros (sic) sabemos muchas cosas sobre ti, y muy feas, y todavía no las hemos contado”.

Esto le puede pasar, y no es la primera vez, a todo el mundo, pero que añada con reiteración que es la mujer de Josep Gifreu, a quien no conozco ni creo haber ­visto en mi vida, pero que consultada la Wikipedia aparece como la máxima autoridad de la “ética periodística en Catalu­nya”... Confieso no haber leído de él en mi vida ni una línea pero figura o figuraba como “presidente del Comité de Control Ético de los Medios en Catalunya”.

Estamos en manos de delincuentes intelectuales seguros y bien pagados. Como los viejos franquistas, nos salvarán de nuestros pecados. Nos van a crujir.
 16/01/2016. La Vanguardia.