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miércoles, 7 de septiembre de 2022

_- Muere Barbara Ehrenreich, la cronista del lado oscuro del sueño americano

_- La periodista y ensayista, que vivió 81 años y había estado implicada en política desde los años 60, había dedicado sus obras a criticar la precariedad laboral o el pensamiento positivo 

        La ensayista y activista social Barbara Ehrenreich, en Barcelona en 2019.. TEJEDERAS

La periodista y ensayista estadounidense Barbara Ehrenreich, una de las voces más lúcidas y respetadas de la izquierda estadounidense, falleció este viernes a los 81 años. Su hijo, el también escritor y periodista Ben Ehrenreich lo confirmó en Twitter con un mensaje que decía: “Ella ya estaba, lo dejó claro, lista para marcharse. Nunca fue muy de pensamientos y plegarias, pero podéis honrar su memoria queriéndoos los unos a los otros y luchando hasta el final”.

Su tuit se encontró con las condolencias de muchos compañeros de profesión, que la tenían como una guía y matriarca, pero también de lectores tocados por sus libros de no ficción. “Leí Por cuatro duros cuando era una adolescente y hacía cola para vender mi colección de las Crónicas de Narnia para poder comprar comida para mis hermanos. Fue muy gracioso querer comprar el libro de Barbara Ehrenreich sobre la pobreza en América mientras vendía libros para sobrevivir a la pobreza en América”, escribió una tuitera llamada Sabra Boyd.

El libro que mencionaba es el que convirtió a la autora en una superestrella intelectual y en un éxito de ventas en 2001. Se trataba de un retrato de las clases trabajadoras en Estados Unidos contado a lo gonzo. Para escribirlo, Ehrenreich, que ya era conocida como escritora y activista, dejó su confortable casa de clase media en Florida y se fue durante unos meses a trabajar en varios estados como camarera, cuidadora doméstica, limpiadora y cajera de Walmart. No se trataba de hacer travestismo de clase ni vacaciones en la miseria. Era plenamente consciente de que lo suyo era un viaje fugaz a la vida con el salario mínimo.

En el ensayo estableció la figura del “working poor”, la persona que por mucho que acumule varios empleos, no gana lo suficiente para pagarse una vivienda en condiciones ni se le considera tampoco merecedor de un trato digno. En el libro, que reeditó en España Capitán Swing hace un par de años, la autora plasma bien los aspectos degradantes de trabajar por seis dólares la hora y de vivir con miedo a enfermar. “La mayoría de naciones compensan sus salarios inadecuados ofreciendo servicios públicos relativamente generosos, como el seguro médico, guarderías públicas, vivienda de protección oficial y transporte público efectivo. Pero en Estados Unidos, con toda su riqueza, deja que sus ciudadanos se las apañen por sí mismos”.

Barbara Ehrenreich posaba en su casa de Charlottesville en 2005. ANDREW SHURTLEFF (AP)

Nacida en Butte, en el estado de Montana, en 1941, su padre, Benjamin Howes Alexander, había sido un minero del cobre que logró graduarse en metalurgia en la Universidad de Pittsburgh y terminó trabajando como investigador en Gillette. Tanto él como su esposa, Isabelle, tenían problemas con el alcohol. Ehrenreich creía que la muerte de su madre de un ataque al corazón no fue accidental, sino que habría tomado una sobredosis de pastillas. Doctorada en Biología en 1968 por la Universidad de Nueva York, empezó su carrera en el sector de las ONG mientras se metía hasta las trancas en los movimientos de protesta de los sesenta. Su primer libro, coescrito con su primer marido, John Ehrenreich, era una taxonomía del activismo contra la guerra de Vietnam que se publicó en 1969 (Long March, Short Spring: The Student Uprising at Home and Abroad).

Apenas un año después, publicaron también juntos un libro contra la industria de la sanidad privada en su país, una de sus obsesiones más perdurables. Durante los setenta, fue una de las colaboradoras más notables en Ms, la revista feminista que fundó Gloria Steinem, y no paró de publicar libros en torno a las mentiras del sueño americano. En 2009, ya convertida en una intelectual pública muy reconocida, escribió Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, publicado en España por Turner, en el que desmontaba con ironía el mito del “todo irá bien si lo deseas muy fuerte”, lo más parecido que tiene la era contemporánea a una religión común.

Para evitar que tuvieran que ser las escritoras de clase media como ella quienes contaran la realidad de la clase trabajadora, Ehrenreich fundó una iniciativa llamada Economic Hardship Reporting Project, que financiaba relatos de empleados de fábrica, limpiadoras y también periodistas que conocían la pobreza en primera persona.

En 2020, hablando con la periodista Jia Tolentino para The New Yorker en pleno confinamiento, le contaba cómo llegó a ser una “feminista furiosa”: “Tener a mi primer hijo me convirtió en una feminista auténtica. El sexismo de los médicos, todo el sistema. Con mi primer embarazo, el médico del hospital público ­–no me podía permitir la sanidad privada– me hizo un examen pélvico para ver si ya estaba lista para parir. Miré y le pregunté: ¿ha empezado a borrarse el cuello uterino? Él miró a la enfermera y le dijo: ¿dónde ha aprendido una chica como Dios manda a hablar así?”. Le sobreviven su hijo, su hija y sus libros.

https://elpais.com/cultura/2022-09-02/fallece-barbara-ehrenreich-la-cronista-del-lado-oscuro-del-sueno-americano.html

miércoles, 13 de julio de 2022

_- Qué son los pensamientos intrusivos y cuándo se convierten en un problema

_- ¿Alguna vez has estado conduciendo por una autopista, escuchando la radio, cuando de repente tu cerebro te dice: "Oye, ¿y si doblo hacia la zona del medio que separa las carreteras?" O tal vez tomaste un cuchillo para cortar un poco de pan y te preguntaste: "¿Qué pasa si lastimo a alguien con esto?"

Estos son ejemplos de pensamientos intrusivos, esos que aparecen en tu cabeza o por sí solos, o por la situación en la que te encuentras, como manejando un auto o cortando pan.

Idealmente, los reconocemos para luego simplemente hacerlos a un lado y seguir adelante. Pero para algunas personas, en ciertos momentos de su vida, descartar los pensamientos intrusivos puede volverse más difícil.

Aquí, con la ayuda de expertos, explicamos qué son los pensamientos intrusivos, qué sucede cuando se descontrolan y cómo tratarlos.

¿Qué son los pensamientos intrusivos?
Desde la perspectiva más amplia, un pensamiento intrusivo es cualquier cosa aleatoria que "aparece en la mente", explica el psicólogo clínico Mark Freeston, quien se especializa en el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y los trastornos de ansiedad en la Universidad de Newcastle, en Reino Unido.

Técnicamente, un pensamiento intrusivo podría ser positivo, pero la mayoría de las veces son los negativos los que notamos.

Un ejemplo podría ser un pánico repentino de que dejaste el horno encendido y tu casa se va a quemar. El tipo de cosas en las que todos pensamos de vez en cuando. Es posible que no pensemos en ello como algo 'no deseado', porque es solo un pensamiento que olvidamos rápidamente.

Un pensamiento intrusivo muy típico es que dejamos encendido el gas y eso provoca un incendio en nuestra casa.

Luego están los pensamientos intrusivos que realmente son no deseados, en problemas de salud mental como el TOC, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y la ansiedad social.

"En la ansiedad social, los pensamientos intrusivos probablemente serían '¿Cómo me ven los demás?', '¿Me tiembla la mano?'", dice Freeston. Mientras que, en el TOC, los pensamientos pueden ser miedos a la contaminación, o en el PTSD, pueden ser recuerdos o escenas retrospectivas de un evento traumático.

En psicología, lo que marca un pensamiento intrusivo como diferente a una preocupación u otro tipo de pensamiento es que está en desacuerdo con lo que generalmente crees que es verdad, o con tus valores. Los psicólogos se refieren a esto como un pensamiento 'egodistónico'.

Las preocupaciones se consideran más "egosintónicas", lo que significa que están más alineadas con nuestras creencias.

Por ejemplo, si has estado leyendo sobre el aumento de los costos de la energía y los artículos básicos del supermercado, y estás comenzando a gastar más de lo que ganas, es comprensible que te preocupe cómo pagarás tus facturas, pero eso sería una preocupación, no un pensamiento intrusivo.

¿Son normales los pensamientos intrusivos?
Adam Radomsky, autor principal de un estudio de 2014 y quien trabaja en la Universidad de Concordia en Montreal, Canadá, dice que cree que todos tenemos pensamientos intrusivos.

"Sabemos que es más probable que las personas los noten o luchen con ellos durante los períodos estresantes", dice. "Pero creo que es solo un hecho de la humanidad que los tenemos. La mayoría de ellos probablemente no los notemos".

Es más probable que los pensamientos intrusivos aparezcan en momentos de estrés.

Tal vez el hecho de que los tengamos sea el resultado de procesos importantes que ocurren en nuestro cerebro: si nunca tuviéramos pensamientos aleatorios o consideráramos cosas que no creíamos que fueran ciertas, ¿Cómo crearíamos arte abstracto o soñaríamos ficciones fantásticas?

Freeston está de acuerdo en que los pensamientos intrusivos son "parte de la condición humana", y agrega que es beneficioso para los humanos tener pensamientos aleatorios todo el tiempo.

"Uno de los argumentos que se ha esgrimido es que si no tuviéramos pensamientos aleatorios, nunca resolveríamos los problemas", dice.

En el TOC, se ha explorado la relación entre el pensamiento intrusivo y la creatividad como una forma de enfrentar la condición directamente. Por ejemplo, escribir pensamientos aleatorios podría ser una forma de aprovecharlos en lugar de permitir que bloqueen nuestro cerebro.

¿Cómo puedo saber si mis pensamientos intrusivos son un problema?
Es cómo respondes a los pensamientos intrusivos lo que tiende a determinar si son problemáticos.

"Alguien podría pensar en algo extraño y malvado que está sucediendo", dice Freeston. "Si fueras Stephen King, dirías: 'Esa es una gran idea'. Y luego escribes una novela. Pero si piensas, '¿Qué tipo de persona tiene este pensamiento extraño?' o 'Podría significar que soy esta persona horrible que creo que soy', a partir de ahí, un pensamiento intrusivo podría convertirse en una obsesión".

Las obsesiones en el sentido clínico son pensamientos intrusivos que no son deseados y se repiten con frecuencia. Estos pueden desarrollarse en el TOC, particularmente en el TOC que ocurre durante el embarazo o después del parto.

Los pensamientos intrusivos también pueden estar relacionados con problemas de salud física.

Pero los pensamientos no deseados repetidos también son característicos de una serie de otras afecciones de salud mental, desde el TEPT y los trastornos alimentarios hasta la esquizofrenia.

Los pensamientos intrusivos también pueden estar relacionados con problemas de salud física. Los pacientes con cáncer, por ejemplo, pueden sufrir pensamientos intrusivos sobre el regreso de su cáncer que pueden afectar su recuperación física.

En las personas que desarrollan obsesiones o pensamientos intrusivos más angustiosos, los pensamientos comienzan a ocurrir más regularmente cuando se esfuerzan demasiado por deshacerse de ellos, en lugar de simplemente aceptarlos e ignorarlos.

En algunos casos, las personas pasan a realizar acciones físicas para tratar de lidiar con los pensamientos, como tocar, contar o verificar repetidamente que han realizado una tarea en particular. Estas son las compulsiones.

Si estás pasando por un período particularmente estresante y te das cuenta de que estás luchando con pensamientos intrusivos más de lo normal, esto no significa necesariamente que estés desarrollando un TOC. Simplemente significa que debes ser más consciente y tal vez hacer cosas para ayudarte a reducir el estrés.

"No necesariamente descartar el pensamiento o evitarlo, sino centrarse en las cosas que importan", surgiere Radomsky, junto con un poco de cuidado personal, que podría ser tan simple como dormir y comer bien.

Por otro lado, los pensamientos intrusivos que surgen de la nada deben tomarse en serio. El inicio abrupto de los síntomas del TOC en los niños puede ser el resultado de una infección bacteriana o viral, como en el trastornos pediátrico neuropsiquiátrico autoinmune asociado a estreptococo, (PANDAS, por su acrónimo en inglés).

Centrarse en cosas tan simples como dormir y comer bien pueden ayudar en algunos casos.

Descrito por primera vez en la década de 1990 por la psiquiatra infantil Susan Swedo, el PANDAS es raro, por lo que todavía puede considerarse un diagnóstico controvertido, según Alison Maclaine, cuyo hijo de 12 años, Jack, desarrolló PANDAS hace más de cuatro años.

Jack ahora lucha por salir de su habitación debido a pensamientos intrusivos en torno a morir y huir. "Los pensamientos intrusivos fueron uno de los primeros síntomas de su enfermedad y siempre han sido la causa de la mayor angustia", dice Maclaine. "Durante los últimos cinco meses, no ha podido asistir a la escuela".

Los pensamientos intrusivos de Jack se atribuyeron inicialmente al trastorno del espectro autista y la ansiedad. Finalmente, lo trataron con antiinflamatorios y antibióticos, lo que ayudó, pero Maclaine se pregunta cuán diferente sería la vida ahora si hubieran recibido el diagnóstico correcto de inmediato.

Otros síntomas que pueden indicar PANDAS son tics, hiperactividad, problemas para dormir y ataques de pánico o rabia.

¿Qué causa los pensamientos intrusivos?
Recuerda, los pensamientos intrusivos son normales. Si aceptamos que son solo pensamientos aleatorios, entonces lo que los causa es simplemente el burbujeo constante de ideas y recuerdos en nuestros atareados cerebros.

La causa de nuestros pensamientos intrusivos es muchas veces simplemente el burbujeo constante de ideas y recuerdos en nuestros atareados cerebros...

Según Radomsky, a veces hay un desencadenante de tales pensamientos: ver un extintor de incendios, por ejemplo, y luego querer volver corriendo a casa y comprobar que la casa no se ha quemado. Pero a veces son realmente aleatorios; solo el resultado de que nuestras mentes son "ruidosas".

Sin embargo, ¿Qué pasa con aquellas personas cuyos pensamientos intrusivos les molestan? ¿Sus cerebros funcionan de manera diferente? Quizás sí.

En 2020, investigadores portugueses revisaron la evidencia recopilada durante la última década sobre las personas con TOC y cómo regulan su pensamiento; qué sucede, por ejemplo, cuando se les pide que se concentren en imágenes mentales desagradables o imágenes reales.

Los investigadores encontraron que en los escáneres cerebrales, las personas con TOC muestran "respuestas cerebrales alteradas" en varias áreas de sus cerebros en comparación con voluntarios sanos.

Esta imagen cerebral puede estar iluminando lo que los psicólogos describen como alguien que intenta alejar sus pensamientos. Por su parte, Randomsky no favorece las explicaciones neurobiológicas de por qué las personas luchan con los pensamientos intrusivos, porque no cree que sean útiles a la hora de tratarlos.

"Hay muy poco que podamos hacer para cambiar el cerebro directamente", dice. "Pero tenemos un control completo sobre lo que elegimos pensar y lo que elegimos hacer, por lo que hay mucho más potencial para hablar sobre la mente y el comportamiento en lugar de hablar sobre la neurobiología".

Hablando con la gente, los psicólogos a veces pueden identificar las razones por las que las personas pueden ser sensibles al contenido de ciertos pensamientos intrusivos, tal vez cuando eran niños presenciaron un incendio o un ataque violento.

... otras veces puede haber un factor desencadenante.

Más adelante en la vida, hay momentos en los que todos somos hipersensibles a ciertos pensamientos y, por lo tanto, es más probable que los tomemos en cuenta. Después de convertirnos en padres, por ejemplo, podemos ser muy conscientes de los problemas de seguridad.

Pero aunque podríamos pensar en estas sensibilidades como "causas", en lugar de diferencias estructurales o químicas en el cerebro, si alguien desarrolla TOC se debe en parte a la mala suerte, según Freeston. "Posiblemente ha habido una serie de momentos en los que has sido particularmente vulnerable y has tenido un pensamiento y lo has evaluado de una manera particular", dice.

"Entonces, en última instancia, la razón por la que tienes TOC no es ninguna de estas causas iniciales. Es esta combinación la que significa que terminaste evaluando el pensamiento de una manera particular, actuando sobre eso y luego fortaleciendo tu sistema de evaluaciones y comportamientos con el tiempo".

¿Qué pasa si mis pensamientos intrusivos son reales?
Recuerda que los pensamientos intrusivos tienden a estar en desacuerdo con las creencias o valores reales de las personas. Por lo tanto, una persona con un trastorno alimentario puede tener pensamientos intrusivos acerca de tener sobrepeso, incluso si puede estar de acuerdo, al mirar un número en una balanza, en que no lo tiene.

Es común notar un aumento de ciertos tipo de pensamientos intrusivos a raíz de hechos concretos como la pandemia de covid.

De la misma manera, una persona con TOC puede tener pensamientos intrusivos acerca de que algo malo está sucediendo porque ha sido contaminada por gérmenes o porque ciertos artículos no están ordenados de cierta manera. Y esos pensamientos aún pueden surgir incluso si esa persona puede decir racionalmente que es probable que no suceda nada malo.

A veces, sin embargo, ocurren eventos de la vida real que pueden confundir las cosas. Como cuando se desata una pandemia, por ejemplo. Se sabe que los brotes de enfermedades aumentan temporalmente los pensamientos intrusivos sobre la enfermedad, y en el mundo en el que vivimos desde 2020, la contaminación de todas las superficies y espacios aéreos disponibles es una preocupación legítima.

Entonces, si tienes pensamientos intrusivos sobre superficies contaminadas con el virus o o sobre contagiarte de covid, ¿es algo que debe preocuparte? Meredith Coles, directora de la Clínica de Ansiedad de Binghamton en la Universidad de Binghamton, Nueva York, reflexiona sobre esta pregunta.

"En algunos aspectos, podría argumentar que tu ansiedad debería haber aumentado en los últimos uno o dos años, que deberías haber tenido pensamientos más intrusivos", dice, y agrega que un poco de ansiedad puede no ser algo malo si te motiva a vacunarte. "¿Eso significa que tienes un TOC? ¿O eso significa que eres humano y estás pasando por una pandemia?"

Seguro que todos hemos pasado por un momento difícil. Pero, ¿Qué pasa con aquellos de nosotros que ya sufrimos de TOC? ¿Podría la covid exacerbar la condición? Un estudio italiano publicado en 2021 indicó que sí.

Para el estudio, 742 personas completaron cuestionarios y los encuestados que obtuvieron una puntuación alta en las preguntas de lavado y contaminación que normalmente se usan en el diagnóstico del TOC tendieron a percibir a la covid como más peligrosa.

Sin embargo, una puntuación alta de ansiedad por la salud (anteriormente conocida como hipocondría) se asoció más fuertemente con la preocupación por el coronavirus.

Coles considera que a medida que superamos el punto máximo de la pandemia, deberíamos ver cómo retrocede cualquier aumento en los pensamientos intrusivos. Somos más resistentes de lo que a veces creemos, dice ella.

Aunque sí aconseja hacer cosas para estar al tanto de nuestras ansiedades, como buscar el apoyo de amigos y familiares y apagar las noticias de vez en cuando.

¿Cómo puedo acabar con mis pensamientos intrusivos?
Una vez más, los pensamientos intrusivos son normales, por lo que no puedes detenerlos. Pero si los pensamientos intrusivos te preocupan, hay tratamientos bien establecidos disponibles. Para el TOC (y el trastorno dismórfico corporal), esto suele ser terapia cognitiva conductual (TCC) y terapia de exposición y respuesta, aunque existen enfoques de TCC separados y personalizados para otros trastornos como el TEPT.

La TCC se enfoca en ayúdate a cambiar tu forma de pensar, incluida la forma en que reaccionas a los pensamientos intrusivos. La terapia de exposición y respuesta te desafía a confrontar el objeto de tu miedo, por lo que si tienes compulsiones de limpieza, podría implicar tocar los grifos de un baño público sin realizar la limpieza ritual.

Aunque estos tratamientos no benefician a todos en la misma medida, el beneficio que ofrecen está respaldado por pruebas sólidas. También hay otros enfoques nuevos, como la atención plena (mindfulness) y la terapia centrada en la compasión (que anima a los pacientes a desarrollar una voz interior más amable), pero aún no tienen los datos que los respalden.

"Hay evidencia de que funcionan mejor que nada, pero hay muy pocas comparaciones directas", dice Freeston, refiriéndose a cómo se comparan con los enfoques estándar.

El desarrollo de nuevos tratamientos también implica aprender más sobre las causas de los pensamientos intrusivos. Coles está trabajando actualmente en la relación entre los trastornos del sueño y los pensamientos intrusivos en el TOC.

"Las personas con TOC tienden a quedarse despiertas hasta muy tarde", dice, "son solo datos iniciales, pero esto parece estar potencialmente relacionado con la incapacidad de sacar los pensamientos de tu cabeza".

El grupo de Radomsky está trabajando para ayudar a las personas a cambiar ciertas creencias que podrían estar relacionadas con sus pensamientos intrusivos. Por ejemplo, la creencia de que su memoria podría no ser muy buena; corrección que puede ayudar a las personas a superar los comportamientos de verificación repetitivos.

Otro enfoque son las creencias sobre la pérdida de control. "La gente a veces cree que si pierde el control de sus pensamientos, podría perder el control de su comportamiento", explica. "Esas creencias en el TOC son inevitablemente falsas".

https://www.bbc.com/mundo/noticias-62064404

miércoles, 27 de enero de 2021

En estado de resiliencia

La resiliencia es la propiedad de los metales para recuperarse de un golpe fuerte. La palabra resiliencia se deriva del latín resilire, que significa rebotar. Se utiliza en el mundo de la física para reflejar la elasticidad de un material, propiedad que le permite absorber energía y deformarse, sin romperse, cuando es golpeado por otro objeto o fuerza exterior y, de forma rápida, recobrar su forma original una vez que cesa dicha presión. Por extensión se aplica a una actitud de los seres humanos (individualmente considerados o en grupo) para superar las adversidades de la vida.

Comenzó la construcción del concepto de resiliencia humana en los años cincuenta cuando varios investigadores de Europa y Estados Unidos comenzaron a explorar desde la infancia la vida de algunas personas que se habían enfrentado a graves adversidades. Observaron a niños extraordinariamente resistentes y adaptables que crecían con normalidad a pesar de haberse enfrentado a circunstancias perniciosas de pobreza, abandono y violencia.

Llevamos casi un año metidos en un largo túnel, golpeados por la adversidad. Cuando creemos que estamos a punto de ver la luz, comprobamos que el túnel describe una curva (segunda ola) y tenemos que seguir caminando. Y, cuando de nuevo albergamos una esperanza de salir a respirar aire puro, vemos que el túnel sigue en otra dirección (tercera ola)… ¿Hasta cuándo seguirá el oleaje?

La resiliencia se produce después de pasar la adversidad. Pero todavía estamos sumidos en ella. Todavía no la hemos superado. Todavía estamos recibiendo golpes. Por eso digo en el título que vivimos en estado de resiliencia. No es que hayamos recibido un golpe, es que estamos siendo golpeados a diario con hechos y amenazas terribles. Muertos, contagiados, ingresados, despedidos… La continuidad es una característica de esta dura pandemia. Otra característica es la amplitud, porque no afecta a un solo individuo, ni a un pequeño grupo, sino a toda la humanidad… Nadie esta libre de la amenaza del contagio, de la enfermedad y de la muerte.

He hablado muchas veces de la resiliencia como cualidad de una persona que supera una gran adversidad. Pero ahora hablo de un nuevo tipo de resiliencia: continua en el tiempo y global en la extensión. Estamos caminando hacia los dos millones de muertos. No somos capaces de controlar los contagios y la persistencia de los daños y del miedo se han instalado en la sociedad.

Luis Rojas Marcos, psiquiatra neoyorquino nacido en Sevilla en 1943, escribió hace años un interesante libro titulado “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”. Lo leí en su momento y ahora recupero algunas ideas que considero relevantes para el desarrollo del tema que me ocupa.

Dice Rojas Marcos de que “la resiliencia es un atributo natural y universal de supervivencia, que se compone de ingredientes biológicos, psicológicos y sociales”. Pareciera, por estas palabras, que la resiliencia es una cualidad innata del ser humano. Pero no, la resiliencia se hace, se ejercita, se fragua. Por eso hay personas resilientes y otras que no lo son.

La resiliencia, según Rojas Marcos, se construye sobre seis pilares. 

El primero tiene que ver con las conexiones afectivas. Las personas que se sienten vinculadas positivamente a otras superan los escollos de la vida con más facilidad que las que no cuentan con el afecto y la atención de algún semejante.

El segundo pilar son las funciones ejecutivas. Es decir, la capacidad de gobernar nuestra vida. 
Para ello, practicamos la introspección, que nos permite observamos, conocernos, reflexionar y recapacitar cuando tomamos decisiones importantes o buscamos formas de salir del atolladero. Entre las funciones ejecutivas más importantes está el autocontrol, la capacidad de esperar, de frenar el ímpetu y retrasar la gratificación inmediata con el fin de conseguir un objetivo superior.

El tercer pilar consiste en situar dentro de nosotros mismos el centro de control. 
Ante amenazas peligrosas podemos situar en nuestro interior la capacidad de intervenir o ponerla en el exterior, sea en el azar, en el destino o en Dios. Si creemos que la dirección del barco depende de nuestra habilidad, más que de la suerte o del viento o de los dioses, estaremos en mejores condiciones de manejarlo.

La autoestima es el cuarto pilar de la resiliencia. 
“Aunque no lo reconozcamos en público, para todos los mortales, lo más importante del mundo somos nosotros mismos”, dice Rojas Marcos. En algún curso he hecho con mis estudiantes la experiencia de “la caja mágica”. Pido que escriban el nombre de la persona más importante de su vida. Unos citan al cónyuge, otros a un hijo, otros a un amigo otros a Dios… Después les digo que en la caja mágica que yo tengo está la respuesta a cada uno. Quien quiera verla puede mirar en la caja. Cuando lo hacen, sonríen. En el fondo de la caja hay un espejo… La autoestima es un factor decisivo para luchar contra la adversidad. Cuando la opinión que tenemos sobre nosotros es positiva, la resiliencia se fortalece.

El quinto pilar es el pensamiento positivo. 
Tener una perspectiva favorable de las cosas (pasadas, presentes y futuras) es un elemento fundamental de la resiliencia humana. El pensamiento positivo no es un obstáculo para el razonamiento y la capacidad de analizar con rigor la realidad. Es una actitud que nos hace ver la realidad de forma favorable. El pesimista solo ve los agujeros en el queso.

Finalmente, el sexto pilar de la resiliencia es tener motivos para vivir. 
Si tenemos finalidades consistentes en la vida, podremos afrontar con mayor coraje la superación de las adversidades que se nos presentan. Friedrich Nietzsche afirma en su obra El crepúsculo de los dioses: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo vivir”.

Añadiré a estos pilares una consideración sobre la importancia del sentido del humor, que es algo muy serio en la vida. Ya sé que esta o cualquier otra calamidad no es motivo de risa, pero es mejor afrontarla con sentido del humor. En su estupendo libro “El sentido del humor”, dicen A. Ziv y J. M. Diem: “La utilización del humor negro permite a las personas defenderse de las situaciones o los elementos que les dan miedo”. Riéndonos de la muerte, las catástrofes, las enfermedades y los accidentes, intentamos demostrar que no nos dan miedo. Estamos contentos de podernos reír de la muerte, por ejemplo. He aquí cuatro breves ejemplos.

– Un condenado a muerte, a la pregunta de si quiere fumar el último cigarrillo, responde: No gracias, estoy intentando dejar de fumar.

– Unos veteranos de guerra muy mayores van al cementerio a rendir homenaje a sus compañeros fallecidos. Uno le dice otro en medio de las tumbas: Y, tú, con la edad que tienes, ¿crees que te merece la pena ir a casa?

– Un condenado a muerte avanza un lunes hacia el cadalso, mientras dice: ¡Mal empiezo la semana!

– Le dice la mujer al marido: Dada la edad que tenemos, uno de los dos podría ya morirse, y así yo me podría ir a vivir con nuestra hija a Barcelona.

Está demostrado que el sentido del humor facilita la descarga de la tensión emocional y nos hace fuertes y resistentes ante la adversidad.

Hoy necesitamos ser resilientes de forma solidaria y persistente, reponernos juntos de los golpes de la pandemia. Y preocuparnos de enseñar a nuestros hijos y alumnos a superar la adversidad. El mejor modo de conseguirlo es que vean nuestra propia y acendrada resiliencia. Enseñamos como somos, no diciendo a los demás cómo tienen que ser.

Fuente:
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2021/01/16/en-estado-de-resiliencia/

P. D.: Añadiría, sin dudarlo, el saber reírse de uno mismo, y el no ser pesado, con uno mismo y con los demás, es decir no darle vueltas, en la cabeza o en la conducta, a un mismo tema.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Salir de la zona de confort y demás pamplinas. Cada vez más empresas recurren a técnicas psicológicas para buscar una adhesión más íntima y emocional de sus empleados

Adrián era amarillo: cuando se incorporó a una pequeña empresa de marketing digital le hicieron un test de personalidad. Rojos los líderes, amarillos los creativos, verdes los generadores de buen ambiente, azules los dóciles. Al llegar cada mañana al trabajo, tenía que elegir un emoticono que describiese su estado de ánimo, igual que al salir al final de la jornada (aunque no siempre era sincero y solía suavizar sus emociones, no fuera a dar mala impresión en las altas esferas). Algunos días había clases de yoga, otros mindfulness o dinámicas para abrirse a los demás y vencer la timidez; algunos fines de semana, prácticas de team building.

Un mentor guiaba a Adrián y sacó su número dentro de la teoría psicológica del eneagrama de la personalidad. Era un tres. Y toda esta información se compartía con la dirección de la empresa. “Todo tenía una pátina de pensamiento positivo, de modernidad tipo Silicon Valley”, recuerda Adrián, que prefiere no revelar su identidad, “pero yo tenía la sensación de que invadían mi intimidad, de que manipulaban mi mente. Mis trabajos psicológicos prefería hacerlos por mi cuenta”. Finalmente, por cuestiones como estas, Adrián renunció a aquel puesto.

Este tipo de prácticas y discursos (aunque no necesariamente con la intensidad descrita en este caso) llegan a las empresas, sobre todo en el ramo de la llamada nueva economía: consultoría, marketing, tecnología, etcétera. Y sobre todo procedentes del mundo anglosajón y nórdico, donde son más comunes. Se justifican por el bien de la empresa y del trabajador, como una forma de innovación y de cercanía, unas formas más humanas, más friendlies. Pero para muchos resultan invasivas y se asemejan más a un método de control.

“Estas nuevas culturas empresariales buscan un compromiso del trabajador diferente del que se había pedido tradicionalmente”, explica Carlos Jesús Fernández, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). “Antes había que saber hacer un trabajo y desempeñarlo durante ocho horas diarias. Ahora se buscan unas características personales, unas competencias de personalidad”. De ahí las charlas motivacionales que fomentan palabras mágicas como liderazgo, emprendimiento, riesgo o ese mantra tan extendido como es “la necesidad de salir de nuestra zona de confort”. De ahí también la proliferación de libros de autoayuda vinculados al mundo empresarial. El problema, según Fernández, es que “existe un vacío de regulación que controle estas prácticas”, lo que hace que en ocasiones vayan demasiado lejos.

“Lo que persiguen principalmente estas técnicas es que los trabajadores se identifiquen con su empresa”, dice Óscar Pérez Zapata, profesor de Organización de Empresas en ICADE y la Universidad Carlos III de Madrid y director de investigación del think tank Dubitare. “Se quiere crear una cultura de empresa fuerte en la que los elementos emocionales e íntimos, como las llamadas a la pasión, son cada vez más importantes”, añade. Algo que no es nuevo, pues desde hace décadas los trabajadores se identifican con su compañía, sobre todo si esta es grande y poderosa: pero, entonces, también, los contratos eran para toda la vida.

Y todo se envuelve en un barniz de sonrisas, de ese pensamiento positivo tan en boga que critican libros como Sonríe o muere (Turner), de Barbara Ehrenreich, o La industria de la felicidad (Malpaso), de William Davies. “Se trata de una mentalidad que encaja muy bien con lo que se pretende”, opina Pérez Zapata, “el pensamiento positivo elimina cualquier posibilidad de crítica y desplaza las culpas y los porqués al individuo y no a la estructura donde se desenvuelve. Conecta con la línea fantasiosa del yo emprendedor, de la iniciativa personal del héroe que todo lo puede con autogestión y que en el extremo es únicamente responsable de éxitos y fracasos”.

Problemas como estos son analizados por los llamados critical management studies (CMS), un conjunto de disciplinas surgidas en los años noventa que estudian el funcionamiento de las empresas de forma crítica, a partir de la obra de pensadores como Michel Foucault (sobre todo sus estudios sobre la sociedad disciplinaria), la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort o la teoría del proceso del trabajo, entre otras fuentes teóricas. Surgieron de profesores en escuelas de negocio y Facultades de Administración de Empresas, como Mats Alvesson o Hugh Will­mott, que proponían una perspectiva crítica y que trataban de sacar a la luz las relaciones de poder en el seno de las organizaciones empresariales. “Aunque la palabra crítica parezca muy beligerante, puede ser una crítica constructiva para la empresa”, dice Pérez Zapata. “En cuanto a este tipo de técnicas, lo que hace el veneno es la dosis”.

El panorama descrito es el propio del trabajo en la era posfordista, donde se da la desprotección, la movilidad y la flexibilidad laboral, la disolución de las clases sociales bien definidas y la atomización de las relaciones laborales. La conexión permanente vía Internet, además, hace borrosos los confines de los horarios, los límites de las jornadas. Lo referente al trabajo también se vuelve líquido. “Se rompen así los límites y regulaciones de casi todo: dónde se trabaja, cuánto se trabaja, con quién, cómo, etcétera, ahora mucha de esta responsabilidad recae sobre el trabajador”, dice Pérez Zapata. “Habitualmente se produce una sobrecarga sobre el trabajador al que se pide simultáneamente trascender sus límites y también saber ponérselos a sí mismo”.

“Existe una individualización y psicologización creciente”, señala Luis Enrique Alonso, catedrático de Sociología de la UAM y coordinador del grupo de investigación de Estudios sobre trabajo y ciudadanía. “Lo que se busca es la completa adhesión psicológica y que no haya ningún intermediario entre el trabajador y la empresa, que no haya ningún tipo de acción ni identidad colectiva”, dice. Ese aire de creatividad individualista y modernidad hipster bien podría ser una herencia de la contracultura de los años sesenta asimilada por el capitalismo contemporáneo: la rebeldía individualista antisistema convertida en ambición individualista empresarial, como señalan Chiapello y Boltanski en El nuevo espíritu del capitalismo (Akal). El futbolín en la oficina. “Lo cierto es que hablar hoy día de organización y derechos colectivos suena muy antiguo”, concluye el catedrático, “lo que nos lleva a una especie de darwinismo social propiciado por la precariedad existente. Se enmascara así una lucha encarnizada por los escasos puestos disponibles: sálvese quien pueda”.

“¿Estamos actuando de forma ética en las empresas?”, se pregunta Fernández. “Proliferan los discursos de innovación, pero por detrás cada vez se trabaja más, cada vez hay más disciplina, se sufre más y el consumo de ansiolíticos para soportarlo va en aumento”




OTROS TEMAS SOBRE TRABAJADORES Y EMPRESAS PUBLICADOS EN IDEAS


Es hora de apagar el móvil. La conexión continua mina nuestras relaciones, nuestra creatividad.
El mundo más allá de las redes. Alejarse de Internet periódicamente tiene beneficios. La hiperconexión afecta al cerebro, aunque no se sabe cómo


https://elpais.com/economia/2017/10/24/actualidad/1508848045_385114.html

martes, 6 de junio de 2017

Entrevista a la economista Elena Idoate, miembro del Seminari d'Economia Crítica Taifa “El sistema te hace responsable de tus éxitos y tus fracasos... Y esto es devastador”.

Rebelión

El Informe “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo” de la OIT señala que 3,4 millones de personas en todo el planeta podrían entrar en situación de desempleo en 2017, con lo que la cifra global de parados superaría los 200 millones. En 2016 casi la mitad de los trabajadores de Asia Meridional y dos tercios de los del África Subsahariana viven en situaciones de pobreza extrema o moderada. Además, según el documento de la OIT, está previsto que las formas “vulnerables” de trabajo se sitúen en torno al 42% (1.400 millones de personas) del empleo global en 2017. La realidad laboral en el mundo de hoy ha centrado la intervención de la economista Elena Idoate, miembro del Seminari d'Economia Crítica Taifa, en la sesión formativa organizada el 20 de mayo en la Librería La Repartidora de Valencia. Sobre las transformaciones en el mercado laboral y las nuevas tendencias, considera que la fuerza de trabajo cada vez asume más riesgos, se convierte en su propia “marca” y reviste la condición de “emprendedor”, en una situación de competencia total frente a otros trabajadores. Asimismo, “se te transfiere la responsabilidad de todos tus éxitos y fracasos”, señala la economista.

-Como coautora del libro colectivo “Sobiranies. Una proposta contra el capitalisme” (Espai Fàbrica, 2017). ¿Por qué son importantes las “soberanías”?
Es la cuestión esencial. Creemos que es un concepto muy potente, sobre el que se puede articular una propuesta contra el capitalismo; que tenga como punto de partida experiencias concretas actuales y pueda ir desplegándose poco a poco. Entendemos por “soberanías” que los ámbitos esenciales de la reproducción de la vida han de estar en manos del control popular. Es decir, tiene que darse una soberanía de la gente sobre los elementos más básicos. En la alimentación, en la cultura y en todo lo demás...

-¿Qué supone la ciudad de Barcelona para una activista y economista de la periferia, del municipio de El Prat de Llobregat, de 63.000 habitantes?
Creo que Barcelona tiene una gran centralidad en los movimientos sociales; la ciudad y sus problemas, que son muy importantes, cobran un gran protagonismo e invisibilizan otras muchas cosas. Así, vamos siempre un poco a remolque. Y Barcelona no es el centro del mundo.

-Desde hace más de una década la capital catalana reúne en el Mobile World Congress a las principales empresas y profesionales de las telecomunicaciones móviles; la 080 Fashion Barcelona ha celebrado en el Teatre Nacional de Catalunya su 19 edición, con 33 desfiles; el Zurich Marató de Barcelona cumplió 39 ediciones el pasado mes de marzo...

Barcelona es un ejemplo de ciudad colonizada por el capital, una ciudad abierta y extravertida, pero hacia intereses ajenos a su población. La capital se ha apropiado de la ciudad y ha dejado de ser de la gente. Por eso las personas hemos de reivindicar el derecho a la ciudad.

-En tu intervención en la Librería La Repartidora has mencionado al economista liberal y profesor en la Universidad de Columbia Xavier Sala i Martín.
Creo que su función es legitimar, con un discurso amable, el poder atroz que actualmente posee el capital y las nefastas consecuencias que ello tiene. El papel del Seminari Taifa y la gente que se dedica a la economía crítica es desenmascarar a estas personas (en la página Web del economista pueden leerse reflexiones como la siguiente: “Lo que el Gobierno debe hacer es garantizar la competencia y regresar a su casa, permitiendo que las empresas más eficientes sobrevivan, sin preocuparse lo más mínimo de si son grandes o pequeñas”. Nota del entrevistador).

-La crisis de los años 70 implicó el paso del fordismo a la llamada “nueva economía” o “economía del conocimiento”. ¿Cómo la caracterizarías?
Estas nuevas formas se basan en la producción flexible y descentralizada, a menudo de bienes intangibles (por ejemplo el software o la información convertida en mercancía). Además la fragmentación de los procesos productivos coexiste con la centralización y concentración del poder de decisión en pocas manos. Tenemos ciudades industriales que han dejado de serlo y en vez de producir mercancías, las movilizan. Amazon es una de las empresas que se dedica a este negocio, sin producir nada. Controla a los suministradores, los estrangula, les obliga a una condiciones que son muy beneficiosas para la gran empresa, pero en detrimento de los intereses de los productores.

-¿Qué opinas de la fragmentación?
Creo que el sistema productivo es todo el proceso, desde que existe una necesidad de inversión hasta que la mercancía llega a la persona que ha pagado por ella. Empresas como la mencionada son sólo una parte de la cadena de producción, pero que controla al máximo la explotación y la apropiación de la plusvalía y la riqueza. Otras como Nike tampoco producen nada. Disponen de suministradores alrededor del mundo. Se descentraliza en este caso la producción de mercancías pero no la propiedad del capital.

-¿Qué efectos tienen estos procesos para la clase trabajadora?
El ciclo de producción ha de ser lo más rápido posible, sin tiempos muertos. La participación de la fuerza laboral está milimetrada. Además el trabajo es flexible y precario, y sólo producimos en la medida que puedan generarse plusvalías muy grandes. Si no es así, prescinden de la fuerza de trabajo y nos envían a casa, bien porque nos despiden, porque se acaba el contrato o porque nos han cambiado la jornada laboral y el salario. Esta producción flexible implica la precarización de las relaciones laborales. Por otro lado, el capital muestra una tendencia a la simplificación de las tareas productivas. Así, el trabajador es un elemento muy simple, una mera extensión de la tecnología y las herramientas productivas para la producción del capital.

-El sociólogo Jorge Moruno ha escrito sobre el “perfil” del empleado que buscan muchas empresas: “Especializados pero que al mismo tiempo estén disponibles para hacer cualquier cosa; que sean flexibles, polivalentes, que cuenten con habilidades sociales, sean entusiastas, motivados y libres de toxicidad (cultura de la protesta)”. ¿Qué opinas?
El capital necesita controlar a su gusto y según sus necesidades cómo es la fuerza de trabajo y en qué condiciones entra en el mercado. Uno de los ejemplos más evidentes es el concepto de “emprendeduría”. En este caso, es la propia fuerza laboral la que asume los riesgos, la que pone a disposición del capital su creatividad y su proactividad. La fuerza de trabajo como “marca”, el llamado “branding”. Por tanto, la mano de obra ha de ser disciplinada, al gusto del capital, para asegurarse que con ese empleado tendrá el máximo de productividad. Y el trabajador tiene que preocuparse por ser “empleable”. Nos obligan a ello, y en una situación de total competencia entre nosotros.

-En no pocas empresas se ha recomendado a los trabajadores la lectura del libro “¿Quién se ha llevado mi queso? Cómo adaptarnos a un mundo en constante cambio”, de Spencer Johnson. En el otro lado de la trinchera, se sitúan libros como el de Barbara Ehrenreich, “Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo”...
Sí, igual que te responsabilizas de tu éxito, también lo haces de tu fracaso. Eso es devastador. Se trata de personas que pierden su puesto de trabajo y sufren por las consecuencias de un sistema injusto, que sólo piensa en los intereses del capital. La gente se siente frustrada por cosas que no se hallan bajo su control. No tenemos capacidad de decisión, son otros los que deciden.

-En un informe de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (junio de 2015) señalaba que en el viejo continente la explotación laboral delictiva y/o criminal es “amplia” en sectores como la agricultura, hostelería, restauración, el trabajo doméstico y la industria manufacturera. ¿Son realidades invisibilizadas?
Y además, existen diferentes variables en la sociedad capitalista, como el sexo, la raza y el género. Todas ellas se suman e incrementan la explotación laboral, que es una de las máximas del capitalismo. Creo que no puede producirse un aumento de la explotación laboral sin discriminación racista, patriarcal y sin un odio a los pobres. Y tampoco sin introducir toda esta competencia en la fuerza de trabajo. Son operaciones que confluyen, y el capital se aprovecha de todas ellas.

-Otro factor relevante es la tecnología. ¿Consideras que es neutral?
El sistema capitalista genera un tipo de tecnología que le resulta conveniente para apropiarse de la riqueza colectiva; y también de los beneficios de la productividad. El objetivo es que la fuerza de trabajo tenga cada vez menos poder y se halle más alienada. Por ejemplo, la robótica y la informática permiten simplificar muchísimo las operaciones, de manera que la fuerza de trabajo ya no desempeña tareas según profesiones, sino de acuerdo con sus habilidades. Esto tiene un reflejo en las categorías laborales y los contratos. Además, todo ello es muy útil para el sistema, porque cualquier persona puede ser sustituida por otra. Y las habilidades de un trabajador también pueden ir cambiando. El capitalismo lo ha hecho siempre... Así, la fuerza de trabajo pierde el control sobre aquello que produce.

-¿Podría construirse una sociedad de tipo socialista o comunista a partir de las tecnologías actuales?
Ahora tendríamos que hacerlo así, no podemos construir una sociedad “alternativa” sobre la nada. Porque rechazar la tecnología y el sistema de producción actual, volver a un cierto primitivismo, ¿es planteable y realizable? Sin embargo hemos de reconsiderar la cuestión tecnológica, porque hay quien las puede considerar “liberadoras”, pero no están orientando la producción hacia las verdaderas necesidades sociales.

-Por último, ¿se transforma la sociedad en el día a día o esto es insuficiente si no se producen cambios estructurales?
Se trata de actuar en los dos frentes, de manera conjunta. Superar el capitalismo constituye una tarea cotidiana, que hemos de empezar a llevar a la práctica ya. Esta socialización, “cooperativización” o control obrero de la economía que se da en muchos ámbitos, hay que extenderla y llegar a un nivel estructural. Se trata de dar un “salto”. Evidentemente, esto no ocurrirá en las condiciones actuales con todo en contra. ¿Espacios puros de contaminación capitalista? Claro que habrá elementos capitalistas dentro de nuestros proyectos, y también en el mercado que está compitiendo con nosotros... Pero todo el ámbito de la economía social y cooperativa es cada vez más amplio. Y con todas las limitaciones y contradicciones, pero también con muchos éxitos, se intentan llevar a término las iniciativas. Hay numerosas experiencias interesantes y válidas.

jueves, 1 de junio de 2017

_--Cultura de autoayuda y mundo del trabajo. Una crítica a la ideología.

_--Santiago Garcés Correa

"Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve por ello y punto”. Esto le dice el personaje de Chris Gardner, interpretado por Will Smith, a su pequeño hijo en uno de los momentos álgidos del blockbuster hollywoodense En Búsqueda de la Felicidad. La película es una adaptación de la autobiografía de Gardner, en donde narra su tránsito de la pobreza a la riqueza a partir de su esfuerzo personal. Hoy en día el millonario es un conferencista “motivacional” mundialmente reconocido.

“Pero el problema no es la economía, sino tú. ¿Estás molesto por la corrupción del ámbito corporativo? ¿Estás enojado con Wall Street y los grandes bancos por permitir que sucediera esta crisis? ¿Con el gobierno por no hacer lo necesario, por hacer demasiado poco o por equivocarse tanto y no hacer lo correcto? ¿Estás molesto contigo mismo por no asumir el control desde antes? La vida es difícil. Pero ¿qué piensas hacer al respecto? Quejarte y despotricar no asegurará tu futuro. Tampoco te servirá culpar a Wall Street, a los grandes banqueros, al Estados Unidos corporativo, ni al gobierno. Si deseas un futuro sólido, necesitas crearlo. La única forma de que asumas el control de tu futuro es haciéndote cargo de tu fuente de ingresos. Necesitas tener tu propio negocio”. Esto escribe en un texto reciente Robert Kiyosaki, autor de la célebre serie de libros sobre “inteligencia financiera” y emprendimiento “Padre Rico, Padre Pobre”.

"Póngase una mano en el corazón y diga: ¡Admiro a la gente rica! ¡Bendigo a la gente rica! ¡Amo a la gente rica! ¡Y yo también voy a ser una de esas personas ricas". Este es el mantra recomendado a sus lectores por T. Harv Ecker, autor del best seller “Los Secretos de la Mente Millonaria. Como dominar el juego interior de la riqueza”.

En un artículo reciente de la revista colombiana Dinero, leemos el siguiente titular: “Trabajadores felices, hacen empresas más rentables y exitosas: No existen fórmulas para alcanzar la felicidad, sin embargo las empresas que no invierten en esta cultura pierden billones de dólares al año, revela Sunny Grosso, la Coach de la felicidad en el trabajo que visitó Colombia.”. La inversión en esta cultura pasa por el uso del coaching, método que consiste en el “entrenamiento” a una persona o grupo de personas de parte de un “coach”, con el objetivo de cumplir una serie de metas o desarrollar un conjunto de habilidades específicas. En otro artículo de la revista colombiana Portafolio, leemos: “las sesiones de coaching han ido más allá, pasando del plano personal al laboral, de hecho han sido creadas organizaciones legalmente constituidas para abarcar este segmento dentro del mercado, el del coaching empresarial. Estas firmas son contactadas por compañías que desean fomentar al interior de sus colaboradores, el espíritu de trabajo en equipo, la comunicación y potenciar al máximo las habilidades, así como mejorar debilidades de los trabajadores.”

¿Qué tienen en común los ejemplos recién mencionados? Ya sea que se trate de libros, películas o conferencias, nos encontramos ante la presencia de la cultura de autoayuda orientada a la vida laboral y económica de las personas.

La cultura de la autoayuda se ha vuelto un elemento omnipresente en nuestra contemporaneidad. Los ámbitos de la misma son tantos como dimensiones de la vida humana donde haya una “interioridad” susceptible de ser transformada; el amor, la sexualidad, la identidad de género, la amistad, las relaciones familiares, y como se dijo más arriba, la vida laboral y económica de las personas.

Si se mira atentamente, en el transporte público es extraño no encontrar algún pasajero inmerso en algún libro de autoayuda en medio del hacinamiento matutino. Las estanterías delanteras de las librerías del mundo se encuentran saturadas en demasía de estos pequeños libros parsimoniosamente repetitivos y orientados a la mercantilización masiva. Familiares, amigos e incluso nosotros mismos alguna vez hemos buscado en las páginas de un libro de autoayuda o una conferencia motivacional recetas específicas para mejorar algún aspecto de nuestro “desempeño” en la vida. ¿Qué hay detrás de este fenómeno y cómo se cruza con el mundo de vida del trabajo en nuestra contemporaneidad? En este breve texto pretendo elaborar algunas respuestas a este interrogante.

¿Qué es la cultura de autoayuda? Es aquella identificable por ofrecer recetas encaminadas a la auto-transformación de la propia “interioridad”. De maneras muy diversas, ofrece a las personas la idea común de que la propia auto-transformación, en un sentido adaptativo, sería la clave para resolver inquietudes y carencias emocionales, económicas, laborales e incluso de la sociedad en su conjunto. La expresión prototípica de esta cultura es la literatura de autoayuda, sin embargo, esta trasciende las especificidades de dicho género literario. Puede expresarse en conferencias motivacionales, películas, series de televisión, talk-shows, etc. Vania Papalini nos aporta una definición que sirve para dar cuenta de los rasgos principales de dicha cultura en su conjunto; se trata de aquella que prescribe recetas de auto-transformación subjetiva con las consignas de mejorar las habilidades de comunicación, de cambio y adaptación, de autosuperación y afirmación, de mayor eficacia, de manejo del estrés y de control del tiempo. Esto en el marco de grandes significaciones sociales como el éxito, la competencia, la flexibilidad y la velocidad.

La aparición de narrativas similares a la cultura de autoayuda contemporánea en tanto que recursos para orientar la vida laboral y económica de las personas es un fenómeno que se remonta varios siglos atrás. Podríamos pensar en la obra de Benjamin Franklin de 1748 Consejos a un joven comerciante en donde se encuentra la célebre máxima “Recuerda que el tiempo es dinero”, o las investigaciones del sociólogo Max Weber durante el siglo XIX a propósito de la relación entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Sin embargo, no es el objetivo de este artículo exponer la historia de este fenómeno. En las siguientes líneas me limitaré a exponer las características principales de la presencia de la cultura de autoayuda en el mundo laboral y a criticar dicho fenómeno desde una perspectiva solidaria con los intereses de quienes vivimos de nuestro trabajo. Terminaré con una reflexión a propósito de la necesidad de promover que las inquietudes emocionales y subjetivas que subyacen al uso de la autoayuda se dirijan hacia proyectos de transformación menos centrados en la interioridad de los individuos, y más preocupados por las condiciones sociales en donde los propios individuos se construyen y se desenvuelven.

La preocupación por el bienestar en el trabajo
El discurso mainstream de gestión de recursos humanos se caracteriza por una inusitada preocupación de las gerencias por el bienestar y la felicidad de sus trabajadores. Detrás de dicha preocupación, se encuentra la intención de lograr una mayor productividad y un mayor compromiso en el trabajo mientras se intenta expulsar de la vida laboral el conflicto. Ya sea que nos encontremos ante la promoción de técnicas de “mindfulness” para disminuir el estrés laboral, de sesiones de coaching empresarial, de fomento de la “inteligencia emocional” o de promoción del llamado “pensamiento positivo”, el propósito permanece idéntico.

Según Eva Illouz, socióloga marxista estudiosa del impacto del capitalismo sobre la esfera cultural, la literatura y la cultura de autoayuda como elemento de la cultura organizacional de las empresas, ha ayudado a construir la idea de “la ética comunicativa como el espíritu de la empresa” (Illouz, 2010, 119). Dicha ética “explica el conflicto y los problemas como resultado de una comunicación emocional y lingüística imperfecta; a la inversa, considera que la comunicación lingüística y emocional adecuada es la llave para lograr relaciones sociales deseables” (2010,119). Además, nos explica de qué manera la autoayuda apuntala dicho modelo: “La literatura de autoayuda acerca de la administración exitosa requiere incesantemente que uno se examine a sí mismo como si lo hiciera a través de los ojos de otro, sugiriendo así que uno adopta el punto de vista del otro para incrementar las propias posibilidades de éxito” (2010,121).

¿Por qué deberíamos sospechar de las buenas intenciones de las gerencias? ¿La preocupación por el bienestar de los trabajadores de parte de las patronales no es acaso síntoma de un nuevo capitalismo más amigable y menos explotador? ¿Cuál es el problema con que se busque expulsar el conflicto del lugar de trabajo a través de la promoción del auto-control emocional y de la mejora continua de las habilidades de comunicación?
El problema fundamental es que la preocupación contemporánea por la felicidad y el bienestar busca lograr mayor motivación y compromiso en el marco de situaciones que generan descontento, y no transformar las realidades laborales que producen la infelicidad. Un movimiento emancipador preocupado por el bienestar en el trabajo buscaría superar las condiciones sociales y organizacionales que generan infelicidad, por el contrario en el marco del uso patronal de la cultura de autoayuda, estamos ante la idea de motivar a los trabajadores en situaciones de intensificación del trabajo y de precarización de sus condiciones laborales. El objetivo es transformar la actitud de desaliento, y no las circunstancias que generan el desaliento.

Barbara Ehrenreich, nos cuenta que el boom del pensamiento positivo en el mundo empresarial estadounidense desde la década de los setenta se explica como una forma innovadora y barata de las multinacionales para subirle la moral a sus empleados, desmoralizados por los despidos masivos. De igual manera relata cómo el sector de los coaches o entrenadores le debe su enorme crecimiento en la década de 1990 al fin del empleo vitalicio (2011).

Aunque aún es necesario mayor investigación empírica para comprender el alcance real y las particularidades de este fenómeno en Colombia, la evidencia indica que la preocupación por el bienestar como factor de productividad por parte de las patronales permanece siendo un proyecto de aumento de la felicidad y del compromiso en el trabajo en el marco de situaciones laborales precarias que no se buscan modificar, y que en ocasiones son ocasionadas por la propia patronal. A propósito de esto, podemos leer en un artículo de la revista colombiana Portafolio la declaración de la fundadora de una empresa colombiana de coaching empresarial: “el coaching busca apoyar a las personas en cualquier tipo de pérdida o duelo que puede llegar a ser por muerte, enfermedad, divorcio, pérdida de trabajo, cambios organizacionales, robo, secuestro, entre otros” (2016). Que se admita que las situaciones laborales en las cuales los coaches están llamados a intervenir son análogas a la muerte de un ser querido o al secuestro es un reconocimiento de que el conjunto del esfuerzo de las patronales va dirigido a transformar la manera como los trabajadores perciben situaciones difíciles y no las causas sociales, organizacionales o económicas de dicho malestar subjetivo.

“Amo a la gente millonaria”: El emprendimiento como autoayuda
En un primer momento, “Emprendedor” es la manera contemporánea de los discursos pro-capitalistas para referirse a los empresarios de manera apologética. Si un político en tiempos de elecciones dice que gobernará en favor de los empresarios, aún hoy esto puede generar resquemores y suspicacias en la inmensa mayoría de la población. Después de todo, es un asunto de sentido común. ¿No es acaso un descaro poner las instituciones al servicio de los grupos sociales que no necesitan del Estado pues ya poseen fortuna?

Por el contrario si se el mismo político proclama a viva voz que gobernará al servicio de los emprendedores, probablemente disminuyan las suspicacias. Esto es así porque dicho concepto- tan de moda hoy en día en los medios de comunicación, las instituciones del Estado, la cultura de masas y hasta en las universidades - resalta ciertas características “positivas” de algunos empresarios en momentos específicos, como es la capacidad de innovar en productos y procesos atendiendo necesidades sociales. Pero esta no es la razón fundamental; la sustitución en el discurso público de la palabra empresario por la de emprendedor busca que las personas que vivimos de nuestro trabajo, que no poseemos grandes medios de producción ni tampoco tenemos grandes capitales para invertir nos identifiquemos como emprendedores o potenciales emprendedores, ¿De qué trata el “emprendimiento”, cómo se relaciona con la cultura de autoayuda y porqué deberíamos sospechar de este discurso?

Para empezar, pasemos revista al concepto de emprendimiento. Camilo Guevara, en su tesis de maestría sobre la cultura del emprendimiento en Bogotá reseña una serie de definiciones a partir de la literatura mainstream sobre este tema: el emprendimiento dice ser una actitud de las personas, una cultura, una capacidad central de las empresas y una característica del entorno competitivo en las ciudades y los países (Guevara, 2013). Más adelante nos dice que el emprendedor “es aquel que a partir de la identificación de una oportunidad decide aprovecharla poniendo toda su capacidad al servicio de la nueva aventura, buscando, encontrando y organizando los recursos técnicos, humanos y de capital para poner en marcha su ejecución” (Guevara, 2013).

En el papel que le asigna al individuo y a la cultura, el discurso del emprendimiento se funde con la cultura de autoayuda, pues ser emprendedor pasa por el aprendizaje de una serie de habilidades y de actitudes ante la vida que supuestamente estarían al alcance de todos.

Bajo esta forma de ver el mundo, desaparecen las diferencias insalvables entre empresarios y trabajadores. Si se considera que cualquiera puede alcanzar el éxito económico a través del aprendizaje del emprendimiento, el reverso necesario es considerar que los ricos y poderosos lo son porque “saben” algo que el resto no. Como ha dicho Edisson Aguilar, esta traducción de las desigualdades sociales a diferencias cognitivas posibilita el auge de la literatura de autoayuda, pues sus autores pretenden que ese “saber” de los “ricos” puede codificarse y enseñarse a las personas que viven de su trabajo para que logren ascender socialmente (Aguilera, 2014).

La consideración de que en las sociedades capitalistas todos podríamos ser emprendedores se entronca con el pensamiento económico neoclásico según el cual las clases sociales son una mera ficción intelectual, y la realidad consiste en mercados en donde se encuentran compradores y vendedores de diferentes mercancías, en donde la fuerza de trabajo sería una mercancía más, cuyo precio, al igual que el del resto de mercancías, sería supuestamente definido en virtud de las leyes inquebrantables de la oferta y la demanda. El gran banquero, la trabajadora por cuenta propia que tiene su puesto callejero de venta de alimentos, el burócrata estatal de bajo nivel y la estudiante que trabaja en un call center para pagar sus estudios universitarios; todos serían potenciales emprendedores que van al mercado a ofrecer sus servicios al mejor precio posible.

En la práctica, en contraste, la difusión del emprendimiento funciona como una manera de estilizar situaciones de precariedad creciente para los trabajadores mientras los grandes empresarios ven aumentar sus ganancias a partir de estrategias de reducción de costos que explican la precariedad laboral. Bajo esta cosmovisión, se busca que la precariedad sea interpretada por las personas que la sufren como producto de las vicisitudes de la “vida empresarial”, al tiempo que están llamados a superar estas dificultades de manera heroica en vez de cuestionar si esa situación que padecen es producto de alguna injusticia estructural.

El objetivo de este discurso es lograr que quienes vivimos de nuestro trabajo canalicemos nuestro descontento hacia el aprendizaje vano de “los secretos de la mente millonaria” y hacia la auto-transformación en virtud de dichos preceptos, en vez de canalizarlo de manera colectiva hacia la superación de injusticias como la desigualdad de oportunidades, las políticas estatales en favor de los ricos y poderosos y en contra de los trabajadores, y en última instancia, la desigualdad estructural entre el capital y el trabajo.

El rechazo a este discurso no apunta a impugnar como erróneo el hecho de que las personas legítimamente busquen técnicas que involucren la transformación de sus propios pensamientos y emociones para mejorar sus vidas, sino a señalar que este discurso no es neutral ni inofensivo, sino que termina por ayudar a reproducir las realidades de injusticia que generan el descontento y el malestar, en la medida en que impide tomar conciencia sobre dichas situaciones. Además de esto, puede en ocasiones empeorar los padecimientos subjetivos que supuestamente contribuiría a resolver. Esto es claro cuando tenemos en cuenta que el discurso del emprendimiento -y de la autoayuda laboral en general- tiende a depositar en las personas la culpa y la responsabilidad de padecimientos por los que sin lugar a duda no deberían responder. Esto puede llegar a niveles absurdos y francamente irracionales. Miremos el ejemplo del denominado “Coaching laboral”, que busca enseñarle a las personas a conseguir empleo. Dentro de este “entrenamiento” se usa sin ambages el discurso del emprendimiento pues uno de los “consejos para encontrar trabajo” que se le imparte a los trabajadores desempleados es el de mirarse a sí mismos “como una empresa”.

En un artículo del periódico El Espectador publicado en 2014, en donde se habla de manera positiva del incipiente coaching laboral en Colombia podemos leer el siguiente titular: “ Los 1,99 millones de desempleados que hasta 2013 registró el país seguramente están cometiendo el mismo error.”. Esta idea no podría ser más perniciosa: se pretende que los desempleados analicen su situación como producto de errores propios, como si el desempleo de un millón de personas -y la informalidad de otras decenas de millones- no fuera una realidad que obedece a situaciones estructurales como la ausencia de una matriz productiva diversificada y la reprimarización de nuestra economía.

Si más desempleados del mundo asumieran como propio este discurso y actuaran en consecuencia ¿Se acabaría el desempleo o aumentaría más aún la feroz competencia por las plazas existentes que ya caracteriza a nuestras sociedades, sin que aumente considerablemente el tamaño del pastel a repartir? Sin duda que la segunda opción se ajusta mucho más a la realidad. Verdades de a puño como éstas son absolutamente ignoradas bajo la cosmovisión de la cultura de autoayuda.

Una paradoja del capitalismo: ¿Siembra desarraigo y cosecha compromiso?
La presencia de la cultura de autoayuda en el mundo del trabajo obedece a una contradicción más general del capitalismo ubicada al nivel de los procesos productivos y de las relaciones laborales. Mientras que la flexibilización del mercado de trabajo y el aumento general de la precariedad laboral siembran desarraigo entre los trabajadores, se pretende cosechar de parte de los mismos mayores niveles de compromiso, ya sea que se trate de trabajadores asalariados o de trabajadores ”atípicos” inmersos en distintas formas de informalidad laboral.

El economista político William Davies, estudioso la psicología económica y de la contemporánea “industria de la felicidad”, sintetiza esta contradicción de la siguiente manera: “Desde los años sesenta, las economías occidentales han tenido que afrontar un problema fundamental: dependen cada vez más de nuestro compromiso psicológico y emocional (ya sea en el trabajo, con las marcas comerciales, con nuestra propia salud y bienestar), pero también cada vez les resulta más difícil conseguirlo. Las formas de renuncia personal a dicho compromiso, muchas veces manifestadas como depresión y enfermedades psicosomáticas, no sólo redundan en el sufrimiento experimentado por el individuo sino que alcanzan consecuencias económicas, con la consiguiente preocupación para gobernantes y directivos. Sin embargo, lo datos que aporta la epidemiología social describen un panorama inquietante, en el que la infelicidad y la depresión se concentran en las sociedades muy desiguales, marcadas por los valores fuertemente materialistas y competitivos. En los lugares de trabajo se hace creciente hincapié en el compromiso comunitario y psicológico, pero las tendencias económicas a largo plazo discurren en sentido contrario, hacia la atomización y la inseguridad. Tenemos, así, un modelo económico que atenúa los atributos psicológicos que, a la vez, precisa para su supervivencia. En este sentido más general e histórico, los gobiernos y los negocios han “creado los problemas que ahora están tratando de resolver” (Davies, 2015,16)

El fragmento recién expuesto me permite resaltar que el creciente hincapié en el compromiso comunitario y psicológico que las patronales buscan lograr a través de la difusión de la cultura de autoayuda no debe malinterpretarse unilateralmente como un síntoma de la capacidad del capital para “apropiarse” de una vez y para siempre de las subjetividades de los trabajadores, proyecto por demás imposible de concretar. El malestar y el descontento a los cuales dichos discursos pretenden ser una respuesta son en sí mismos un síntoma de la resistencia de quienes padecen condiciones oprobiosas. Por otra parte no se debe confundir el hecho constatable de que las patronales buscan transformar la cultura y las subjetividades de los trabajadores con la idea pesimista e insostenible de que por el mero hecho de intentarlo efectivamente lo logran en todas las oportunidades.

Sin embargo, de ser exitoso el esfuerzo porque las personas interioricen la autoayuda en contextos laborales, las consecuencias pueden ser enormemente negativas. Vania Papalini nos presenta algunas de ellas: opera un enmascaramiento de los malestares subjetivos y la disolución de los primeros síntomas de alerta, ayuda a crear personas resilientes que soportan más la explotación en vez de desafiarla, y finalmente se educa en la auto-responsabilización y la solución instrumental de los problemas, encubriendo de esta manera condiciones más amplias y generales que hacen posibles dichos problemas, desactivando de esa manera potenciales conflictos y reclamos (Papalini, 2015)

De “Querer es poder” a “Es preciso soñar...”: recuperemos la política
La frase “Querer es poder” es casi un leitmotiv de la cultura de autoayuda. Bajo dicha formación discursiva, se trata de una idea en exceso subjetivista que ensalza la voluntad sin tener en cuenta las condiciones de posibilidad de concretar dicha voluntad. Cuando se formula como máxima a propósito de la vida laboral y económica de las personas, no pasa de ser una versión sofisticada de la vieja idea reaccionaria y conservadora según la cual las personas son pobres porque quieren y lo único que se necesita para ascender socialmente es “Echarle ganas”. Pero en vez de rechazar el ensalzamiento vitalista de la voluntad podríamos intentar que asuma un cariz menos individualista, más orientado a la transformación colectiva, y libre de autoengaño.

Juan Carlos Monedero, uno de esos pensadores imprescindibles para pensar la política en el mundo contemporáneo, nos plantea lo siguiente: “Frente una sociedad que ofrece como solución leer libros de autoayuda, yo creo que la única autoayuda que funciona es la autoayuda colectiva, y la autoayuda colectiva se llama política”. Se podría argüir que es poco realista que la alternativa a la cultura de autoayuda sea simplemente la lucha política. Y esto es verdad hasta cierto punto. Después de todo, la autoayuda aparece como alternativa precisamente porque ayuda a lograr que los sujetos agobiados, sin cambiar las condiciones sociales y económicas, resistan y no colapsen en su cotidianidad. Y la cotidianidad no puede estar atravesada en cada momento por la lucha política.

Sin embargo, no dejan de ser falsificaciones las ideas centrales de la cultura de autoayuda según las cuales las condiciones en las que se desenvuelven los individuos son intransformables o incluso la idea de que el cambio social puede ser impulsado simplemente a partir del movimiento de cada “interioridad”. Por más difícil, y a veces decepcionante, que pueda ser el intento de transformar las estructuras económicas y sociales, esta permanece siendo una opción más realista y justa que la que nos ofrecen los discursos dominantes bajo el neoliberalismo. Por tal razón, mientras se busca promover que las inquietudes emocionales y subjetivas que subyacen al uso de la autoayuda por parte de las personas se canalicen hacia proyectos de transformación colectiva, habría que volver a la máxima leninista: “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía“.

Bibliografía
Aguilar Torres, Eddison (2014), "Empresarios de sí mismos. La literatura de autoayuda y el mercadeo en red en la constitución de sujetos ético-económicos". En Artes de vida, gobierno y contraconductas en la prácticas de sí. Universidad Nacional de Colombia
Davies, William (2016) La Industria de la felicidad. Cómo el gobierno y las grandes empresas nos vendieron el bienestar. Malpaso Ediciones, S.L.U. Barcelona.
Ecker, T. Harv (2005) Los Secretos de la Mente Millonaria
Ehrenreich, Barbara (2011) Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo. Turner publicaciones.
Guevara, Camilo (2013) La Cultura emprenderista en Bogotá: consecuencias de las nuevas formas de gestionar el desempleo. Tesis de maestría en sociología. Universidad Nacional de Colombia
Illouz, Eva (2010) Introducción, en “La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de autoayuda.” Katz Editores
Papalini, Vania (2015) Garantías de felicidad. Estudio sobre los libros de autoayuda. Adriana Hidalgo Editora
“Entrevista a Juan Carlos Monedero: La política es conflicto” (2016) Horizontal http://horizontal.mx/la-politica-es-conflicto-entrevista-a-juan-carlos-monedero/
“¿Cuándo una hoja de vida es exitosa?” (2014) Periódico El Espectador http://www.elespectador.com/noticias/economia/cuando-una-hoja-de-vida-exitosa-articulo-472884
“Trabajadores felices hacen empresas más rentables y exitosas” (2016) Revista Dinero
http://www.dinero.com/empresas/articulo/trabajadores-felices-hacen-empresas-mas-rentables-y-exitosas/239207
“El “Coaching”, cada vez más presente en el mundo de los negocios” (2016) Revista Portafolio
http://www.portafolio.co/tendencias/coaching-empresarial-una-tendencia-en-alza-499236
Santiago Garcés Correa, Sociólogo. Estudiante de la Maestría en Estudios Sociales, en la línea de estudios laborales, de la UAM-Iztapalapa.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La muerte, el cuello blanco y el cuello azul. Cae la esperanza de vida del trabajador blanco estadounidense

TomDispatch

Estamos en la mala estación. Mejor no hacerse preguntas sobre ella. Racismo. Xenofobia. Palizas a los refugiados. La aparentemente desvergonzada e interminable sucesión de asesinatos (y otros tipos de maltrato) de ciudadanos negros a manos de la policía. Todo ello a la vista de cualquiera que quiera denunciarlo... o aplaudirlo. Y en los mítines de todo el país, los candidatos republicanos –sobre todo Donald Trump– son ciertamente vitoreados (y quienes se manifiesten en contrario, expulsados, escupidos y apaleados) por multitudes casi totalmente blancas por decir cualquier barbaridad en esta cuesta abajo al infierno. Incluso en la derecha algunos comentaristas y expertos están empezando a pronunciar la horrible palabra ‘fascismo’ cuando se trata de posibles registros federales de datos personales de musulmanes estadounidenses y otras personas por el estilo.

Ahora sabemos que las elecciones de 2016 son cada vez más un portal abierto a una edad dorada del lado oscuro de la esclavitud estadounidense; de la represión, el internamiento y el rechazo a cualquier ‘-ismo’ que no podría ser más nefasto. Y detrás de todo eso, cruzando como una autopista interestatal de un lado a otro de nuestra historia, está la tradicional y profundamente arraigada idea del privilegio ligado a la piel blanca, que alcanza incluso a quienes están relativamente despojados de poder. En estos días se está prestando mucha atención a la próxima declaración escandalosa –cualquiera que sea– que salga de la boca de Donald Trump, Ben Carson o Ted Cruz. Mucha menos atención se presta a quienes los aplauden en su locura colectiva o a los medios que desde la matanza de París están machacando cada hora de cada día de la semana, cuando se trata de la amenaza del terrorismo islámico que, desde el 11-S de 2001 han sido unos de los peligros menores en la vida de Estados Unidos. Esencialmente, las ‘noticias’ –una máquina de crear miedos– se han convertido en –a pesar de los ataques de Donald Trump contra ellos– en una máquina de promoción de los de su ralea.

Por supuesto, en esta campaña de 2016, no podría estar más claro que la versión multimillonaria de los privilegios blancos va con viento en popa, sin embargo para los blancos de la clase trabajadora los tiempos no son tan halagüeños. Tal como Barbara Ehrenreich, editora fundadora del Proyecto Penurias de la Información Económica (EHRP, por sus siglas en inglés), lo escribe hoy, en Estados Unidos la idea del privilegio blanco está en su momento más alto; esto no debería sorprender a nadie. Un estudio reciente comentado por ella sugiere que los blancos de mediana edad que solo han hecho la escuela secundaria tienen un índice de mortalidad que, en los países desarrollados, está muy cerca del último visto entre los hombres rusos después del colapso de la Unión Soviética. En otras palabras, muchos estadounidenses blancos tienen cada vez menos para celebrar en su vida; esto podría explicar su aplauso publico a Trump et al.

* * *

La gran extinción del obrero blanco estadounidense
La clase trabajadora blanca, que por lo general preocupa a los progresistas por su habitual y paradójica inclinación a votar al Partido Republicano, últimamente ha merecido la atención mediática por algo más que eso: según la economista Anne Case y Angus Deaton, ganador del último Nobel de Economía, los integrantes de este sector social de entre 45 y 54 años de edad están falleciendo a un ritmo en absoluto moderado. Mientras la esperanza de vida de los blancos más adinerados continúa creciendo, la correspondiente a los blancos pobres está disminuyendo. Como resultado de ello, solo en los últimos cuatro años, la diferencia de esperanza de vida entre los hombres blancos pobres y los más ricos ha aumentado hasta llegar a cuatro años. El New York Times publicó el estudio de Deaton y Case con este titular: “La brecha en los ingresos iguala a la de la longevidad”.

No se esperaba que pasara esto. Durante casi un siglo, la reconfortante narrativa estadounidense decía que la mejor alimentación y el cuidado de la salud garantizarían una vida más larga para todos. Por eso, la gran extinción del obrero ha llegado cuando menos se la esperaba y es, como dice el Wall Street Journal, “sorprendente”.

Sobre todo, no se esperaba que pasara esto con los blancos –en relación con los no blancos–, que habían tenido la ventaja de mejores sueldos, mejor acceso al sistema sanitario, barrios más seguros y, por supuesto, vivido libres de los insultos cotidianos y los daños infligidos a los de tez oscura. Ha habido una importante diferencia racial respecto de la longevidad –de 5,3 años entre hombres blancos y negros y de 3,8 entre mujeres blancas y negras–, a pesar de que esta diferencia, raramente notada, ha ido disminuyendo en los últimos 20 años. Sin embargo ahora solo los blancos de mediana edad son quienes están falleciendo en mayor número; este aumento de muertes está vinculado con los suicidios, el alcoholismo y la adicción a las drogas (generalmente, las opiáceas).

Hay algunas razones prácticas de porqué los blancos suelen ser más eficientes que los negros a la hora de darse muerte. La primera es que aquellos tienen más probabilidad de ser dueños de un arma de fuego y la preferencia del hombre blanco de un balazo como forma de suicidio. La segunda es que los médicos, a partir sin duda del estereotipo que marca a los no blancos como drogadictos, son más proclives a recetar fuertes calmantes a base de opio a los blancos que no a las personas de color (con los años, a mí me han ofrecido bastantes recetas de oxycodona como para pensar en un pequeño negocio ilegal).

El trabajo manual –el de camarero hasta el del obrero de la construcción– suele arruinar el cuerpo rápidamente, empezando por las rodillas y continuando por la espalda y las muñecas: cuando falla el Tylenol, el médico puede optar por un opiáceo solo para que usted pueda seguir viviendo.

Los salarios de la desesperación
Pero aquí también está presente algo más profundo. Tal como lo describe Paul Krugman, el columnista del New York Times, las “enfermedades” que están detrás de este exceso de muertes de trabajadores blancos son aquellas relacionadas con la “desesperación”; algunas de las causas más obvias son económicas. En las últimas décadas, las cosas no han ido bien para las personas de clase trabajadora, independientemente del color de sus piel.

Yo me hice adulta en un país –Estados Unidos– en el que un hombre con una espalda fuerte –y mejor aún, con un sindicato fuerte– podía esperar razonablemente mantener una familia con su trabajo sin necesidad de ser un graduado superior. En 2015, esos empleos hace tiempo que han desaparecido y en su lugar solo están los trabajos que antes estaban destinados a las mujeres o a las personas de color y disponibles en sectores como el comercio minorista, la jardinería o el manejo de un furgón de reparto de mercaderías. Esto quiere decir que aquellos blancos que están en el 20 por ciento de menores ingresos se enfrentan con circunstancias materiales similares a las que sufren desde hace mucho tiempo los negros pobres, entre ellas tener un empleo precario e irregular, y vivir en un lugar peligroso y superpoblado.

Sin embargo, el privilegio del blanco nunca fue solo una cuestión de ventaja económica. En 1935, el importante estudioso afro-estadounidense W.E.B. Du Bois escribió: “No debe olvidarse que el sector de los trabajadores blancos, aunque reciba una paga baja, estaba recompensado con una especie de complemento de sueldo: el reconocimiento público y psicológico”.

Hoy, algunos aspectos de este sueldo invisible suenan un tanto pintorescos, como la afirmación de Du Bois acerca de que las personas blancas pertenecientes a la clase trabajadora eran “libremente admitidas como los blancos de otras clases en los espectáculos y parques públicos, e incluso en los mejores colegios”. Hoy en día, son pocos los espacios que no están abiertos –al menos desde el punto de vista legal– a los negros, mientras que los ‘mejores’ colegios están reservados para quienes pueden pagarlos, en su mayor parte, blancos y estadounidenses de origen asiático junto con algunos negros que brinden el toque de “diversidad”. Mientras los blancos han ido perdiendo terreno en la economía, los negros han conseguido beneficios, al menos desde el punto de vista legal. Como resultado de ello, el “sueldo psicológico” concedido al blanco se ha reducido.

Durante la mayor parte de la historia de Estados Unidos, pudo contarse con el gobierno para el mantenimiento del poder y el privilegio de los blancos, primero mediante la imposición de la esclavitud y, más tarde, la segregación. Mientras tanto, los blancos de la clase obrera se vieron obligados a defender sus cada vez más reducidos privilegios moviéndose hacia la derecha, acercándose a personajes como el gobernador de Alabama (y más tarde candidato a la presidencia) George Wallace y sus muchos seudopopulistas sucesores hasta llegar al actual Donald Trump.

Al mismo tiempo, la tarea cotidiana de conservar el poder blanco trasladado desde el gobierno estatal al de cada estado y después a los niveles locales, específicamente las policías locales, las cuales, como sabemos, se han hecho cargo de ella con tanto entusiasmo que la han convertido en un escándalo, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Últimamente, por ejemplo, The Guardian lleva la cuenta del número de estadounidenses (negros, en su mayor parte) asesinados por miembros de la policía (1.209 en 2015, hasta este momento); mientras tanto, los negros que se manifiestan en el movimiento ‘La vida de los negros importa’ y una oleada de demostraciones dentro de la universidades han recuperado ampliamente el plano altamente moral que antes ocupaba el movimiento por los derechos civiles.

Además, poco a poco la cultura ha avanzado hacia la igualdad racial, e incluso en algunos pocos ámbitos, hacia la supremacía negra. Si en las primeras décadas del siglo XX la imagen estándar del “Negro” era la del trovador, el papel del simplón rural de la cultura popular fue asumido en este siglo [XXI] por los personajes de las series de la TV estadounidense Duck Dynasty y Here Comes Honey Boo Boo. Al menos en el mundo del espectáculo, generalmente el obrero blanco no está tratado como un imbécil mientras que a menudo el negro suele ser el listo del barrio, una persona que sabe expresar sus ideas y a veces es tan adinerado como [el rapero] Kanye West. No es fácil mantener la acostumbrada noción de la superioridad blanca cuando algunos medios logran hacer reír con el contraste entre el negro espabilado y el paleto rural blanco, como en la comedia de Tina Fey Umbreakable Kimmy Schmidt. La persona blanca, presumiblemente de clase media-alta, es imaginada en general a partir de esos personajes y argumentos que, a la hija de una pareja trabajadora, como es mi caso, hacen escocer con su condescendencia.

Por supuesto, también estuvo la elección del primer presidente negro de Estados Unidos. Los estadounidenses nativos blancos han empezado a hablar de “recuperar nuestro país”. Los más adinerados crearon el Tea Party, los de medios más modestos suelen contentarse con poner en su camioneta la calcomanía con la bandera de los Estados Confederados.

En la cuesta abajo de Estados Unidos
El significado de todo este es que el mantenimiento del privilegio de los blancos, sobre todo entre los menos privilegiados, se ha convertido en algo muy difícil y, por lo tanto, más urgente que nunca. Los blancos pobres siempre tuvieron el consuelo de saber que había algunos que estaban pasándolo todavía peor y que eran más despreciados que ellos; la subyugación racial era el suelo que estaba bajo sus pies, la roca sobre que se erguían, incluso mientras su propia situación estaba deteriorándose.

Si el gobierno –particularmente en el nivel federal– ya nos es tan confiable como para garantizar el privilegio blanco, aparecen las iniciativas de base encarnadas por personas individuales o pequeños grupos que ayudan a llenar ese vacío. Estas iniciativas pueden ser las pequeñas agresiones que se producen en las universidades, los insultos raciales gritados desde una furgoneta o, en el extremo más letal, los disparos contra una iglesia frecuentada por negros y renombrada por su trabajo en los tiempos de la lucha por los derechos civiles. Dylann Roof, el asesino de Charleston que hizo justamente esto, era un graduado universitario en el paro y un marginado de quien se sabía que era un gran consumidor de alcohol y drogas opiáceas. Incluso sin una sentencia de muerte esperándole, el futuro de Roof está signado por una muerte prematura.

Las agresiones raciales pueden proporcionar a sus perpetradores blancos una fugaz sensación de triunfo, aunque también exigen un esfuerzo especial. Hace falta un esfuerzo, por ejemplo, para apuntar con una pistola a un negro que está corriendo o girar bruscamente un vehículo para insultar a una negra; se necesita un esfuerzo –y un estómago a toda prueba– para pintar un insulto racial con excremento en una pared del baño de una residencia estudiantil. Los estudiantes universitarios pueden hacer cosas como estas en parte debido a su vulnerabilidad económica, porque saben que apenas se gradúen empezarán a pagar el préstamo que han pedido para pagar sus estudios. Sin embargo, más allá del esfuerzo realizado, es especialmente difícil mantener un sentimiento de superioridad racial mientras se está luchando por conservar una posición casi en el fondo de una economía fiable.

Si bien no hay evidencia médica sobre la toxicidad del racismo para quienes lo expresan –después de todo, generaciones de acomodados dueños de esclavos han sobrevivido bastante bien–, la combinación del descenso en la pirámide social y el resentimiento racial puede ser una potente invitación al tipo de desesperación que, de una u otra forma, conduce al suicidio, sea por medio de las drogas o mediante un balazo en la sien. Es imposible romper un techo de cristal si uno está parado sobre el hielo.

A la intelectualidad progre le es fácil sentirse justificada en su repugnancia respecto del racismo de los blancos de la clase más baja, pero la élite educada en la universidad que produce a esta intelectualidad también está en apuros cuando los jóvenes tienen unas perspectivas cada vez menores y una pendiente hacia abajo cada vez más marcada. Llegados los tiempos malos, profesiones enteras –desde la enseñanza universitaria hasta el periodismo y la abogacía– han caído. Una de las peores equivocaciones que esta élite relativa puede cometer es inflar su propio orgullo odiando a quienes están cayendo todavía más rápidamente, sea cual sea su color o raza.

Barbara Ehrenreich, colaboradora habitual de TomDispatch y editora fundadora de Economic Hardship Reporting Project, es autora de Nickel and Dimed: On (Not) Getting By in America y, más recientemente, de la obra autobiogáfica Living with a Wild God: A Nonbeliever's Search for the Truth about Everything.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176075/tomgram%3A_barbara_ehrenreich%2C_america_to_working_class_whites%3A_drop_dead%21/#more