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miércoles, 27 de enero de 2021

En estado de resiliencia

La resiliencia es la propiedad de los metales para recuperarse de un golpe fuerte. La palabra resiliencia se deriva del latín resilire, que significa rebotar. Se utiliza en el mundo de la física para reflejar la elasticidad de un material, propiedad que le permite absorber energía y deformarse, sin romperse, cuando es golpeado por otro objeto o fuerza exterior y, de forma rápida, recobrar su forma original una vez que cesa dicha presión. Por extensión se aplica a una actitud de los seres humanos (individualmente considerados o en grupo) para superar las adversidades de la vida.

Comenzó la construcción del concepto de resiliencia humana en los años cincuenta cuando varios investigadores de Europa y Estados Unidos comenzaron a explorar desde la infancia la vida de algunas personas que se habían enfrentado a graves adversidades. Observaron a niños extraordinariamente resistentes y adaptables que crecían con normalidad a pesar de haberse enfrentado a circunstancias perniciosas de pobreza, abandono y violencia.

Llevamos casi un año metidos en un largo túnel, golpeados por la adversidad. Cuando creemos que estamos a punto de ver la luz, comprobamos que el túnel describe una curva (segunda ola) y tenemos que seguir caminando. Y, cuando de nuevo albergamos una esperanza de salir a respirar aire puro, vemos que el túnel sigue en otra dirección (tercera ola)… ¿Hasta cuándo seguirá el oleaje?

La resiliencia se produce después de pasar la adversidad. Pero todavía estamos sumidos en ella. Todavía no la hemos superado. Todavía estamos recibiendo golpes. Por eso digo en el título que vivimos en estado de resiliencia. No es que hayamos recibido un golpe, es que estamos siendo golpeados a diario con hechos y amenazas terribles. Muertos, contagiados, ingresados, despedidos… La continuidad es una característica de esta dura pandemia. Otra característica es la amplitud, porque no afecta a un solo individuo, ni a un pequeño grupo, sino a toda la humanidad… Nadie esta libre de la amenaza del contagio, de la enfermedad y de la muerte.

He hablado muchas veces de la resiliencia como cualidad de una persona que supera una gran adversidad. Pero ahora hablo de un nuevo tipo de resiliencia: continua en el tiempo y global en la extensión. Estamos caminando hacia los dos millones de muertos. No somos capaces de controlar los contagios y la persistencia de los daños y del miedo se han instalado en la sociedad.

Luis Rojas Marcos, psiquiatra neoyorquino nacido en Sevilla en 1943, escribió hace años un interesante libro titulado “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”. Lo leí en su momento y ahora recupero algunas ideas que considero relevantes para el desarrollo del tema que me ocupa.

Dice Rojas Marcos de que “la resiliencia es un atributo natural y universal de supervivencia, que se compone de ingredientes biológicos, psicológicos y sociales”. Pareciera, por estas palabras, que la resiliencia es una cualidad innata del ser humano. Pero no, la resiliencia se hace, se ejercita, se fragua. Por eso hay personas resilientes y otras que no lo son.

La resiliencia, según Rojas Marcos, se construye sobre seis pilares. 

El primero tiene que ver con las conexiones afectivas. Las personas que se sienten vinculadas positivamente a otras superan los escollos de la vida con más facilidad que las que no cuentan con el afecto y la atención de algún semejante.

El segundo pilar son las funciones ejecutivas. Es decir, la capacidad de gobernar nuestra vida. 
Para ello, practicamos la introspección, que nos permite observamos, conocernos, reflexionar y recapacitar cuando tomamos decisiones importantes o buscamos formas de salir del atolladero. Entre las funciones ejecutivas más importantes está el autocontrol, la capacidad de esperar, de frenar el ímpetu y retrasar la gratificación inmediata con el fin de conseguir un objetivo superior.

El tercer pilar consiste en situar dentro de nosotros mismos el centro de control. 
Ante amenazas peligrosas podemos situar en nuestro interior la capacidad de intervenir o ponerla en el exterior, sea en el azar, en el destino o en Dios. Si creemos que la dirección del barco depende de nuestra habilidad, más que de la suerte o del viento o de los dioses, estaremos en mejores condiciones de manejarlo.

La autoestima es el cuarto pilar de la resiliencia. 
“Aunque no lo reconozcamos en público, para todos los mortales, lo más importante del mundo somos nosotros mismos”, dice Rojas Marcos. En algún curso he hecho con mis estudiantes la experiencia de “la caja mágica”. Pido que escriban el nombre de la persona más importante de su vida. Unos citan al cónyuge, otros a un hijo, otros a un amigo otros a Dios… Después les digo que en la caja mágica que yo tengo está la respuesta a cada uno. Quien quiera verla puede mirar en la caja. Cuando lo hacen, sonríen. En el fondo de la caja hay un espejo… La autoestima es un factor decisivo para luchar contra la adversidad. Cuando la opinión que tenemos sobre nosotros es positiva, la resiliencia se fortalece.

El quinto pilar es el pensamiento positivo. 
Tener una perspectiva favorable de las cosas (pasadas, presentes y futuras) es un elemento fundamental de la resiliencia humana. El pensamiento positivo no es un obstáculo para el razonamiento y la capacidad de analizar con rigor la realidad. Es una actitud que nos hace ver la realidad de forma favorable. El pesimista solo ve los agujeros en el queso.

Finalmente, el sexto pilar de la resiliencia es tener motivos para vivir. 
Si tenemos finalidades consistentes en la vida, podremos afrontar con mayor coraje la superación de las adversidades que se nos presentan. Friedrich Nietzsche afirma en su obra El crepúsculo de los dioses: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo vivir”.

Añadiré a estos pilares una consideración sobre la importancia del sentido del humor, que es algo muy serio en la vida. Ya sé que esta o cualquier otra calamidad no es motivo de risa, pero es mejor afrontarla con sentido del humor. En su estupendo libro “El sentido del humor”, dicen A. Ziv y J. M. Diem: “La utilización del humor negro permite a las personas defenderse de las situaciones o los elementos que les dan miedo”. Riéndonos de la muerte, las catástrofes, las enfermedades y los accidentes, intentamos demostrar que no nos dan miedo. Estamos contentos de podernos reír de la muerte, por ejemplo. He aquí cuatro breves ejemplos.

– Un condenado a muerte, a la pregunta de si quiere fumar el último cigarrillo, responde: No gracias, estoy intentando dejar de fumar.

– Unos veteranos de guerra muy mayores van al cementerio a rendir homenaje a sus compañeros fallecidos. Uno le dice otro en medio de las tumbas: Y, tú, con la edad que tienes, ¿crees que te merece la pena ir a casa?

– Un condenado a muerte avanza un lunes hacia el cadalso, mientras dice: ¡Mal empiezo la semana!

– Le dice la mujer al marido: Dada la edad que tenemos, uno de los dos podría ya morirse, y así yo me podría ir a vivir con nuestra hija a Barcelona.

Está demostrado que el sentido del humor facilita la descarga de la tensión emocional y nos hace fuertes y resistentes ante la adversidad.

Hoy necesitamos ser resilientes de forma solidaria y persistente, reponernos juntos de los golpes de la pandemia. Y preocuparnos de enseñar a nuestros hijos y alumnos a superar la adversidad. El mejor modo de conseguirlo es que vean nuestra propia y acendrada resiliencia. Enseñamos como somos, no diciendo a los demás cómo tienen que ser.

Fuente:
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2021/01/16/en-estado-de-resiliencia/

P. D.: Añadiría, sin dudarlo, el saber reírse de uno mismo, y el no ser pesado, con uno mismo y con los demás, es decir no darle vueltas, en la cabeza o en la conducta, a un mismo tema. y siempre hacer y actuar para cambiar la realidad no aceptando las injusticias...

martes, 7 de mayo de 2019

Hablamos lo que somos

“Las palabras tienen un poder mágico”, dice Sigmund Freud. Somos lo que hablamos y hablamos como somos. La primera parte de esta última frase reproduce el título del último libro del psiquiatra Luis Rojas Marcos (Editorial Grijalbo, 2019): “Somos lo que hablamos. El poder terapéutico de hablar y de hablarnos”. Me ha encantado la lectura porque se trata de un texto claro, sencillo, aleccionador y fundamentado (el autor hace frecuentemente referencias a investigaciones científicas, como suele hacer en todos sus libros).

Cuántas ideas interesantes, cuántas sugerencias aprovechables para observarnos, entendernos, comunicarnos y mejorarnos. En una cuestión esencial como es encontrar el camino para ser más felices y más longevos. El famoso psiquiatra neoyorquino asegura que hablar mucho alarga la satisfacción de vivir y la vida misma.

El capítulo primero se titula “Hablar: medicina de la calidad de vida”. Lo abre diciendo: “Un número creciente de estudios científicos demuestra que algo tan natural para cualquier ser humano como hablar está íntimamente relacionado con la buena salud y la satisfacción con la vida en general. De hecho, hablar, en cualquiera de sus formas, no solo añade vitalidad a los años sino también años a la vida”.

Distingue Rojas Marcos dos tipos de lenguaje: el que utilizamos para relacionarnos con los demás (lenguaje social) y aquel con el que nos dirigimos a nosotros mismos (lenguaje privado). Ambos son beneficiosos para la estabilidad emocional, la vitalidad y la satisfacción personal.

Tomar la iniciativa de hablar pone el foco de las decisiones en nosotros. Dice el autor que “ante las amenazas o las desgracias, las personas que localizan el centro de control dentro de sí mismas y piensan razonablemente que dominan sus circunstancias resisten mejor y tienen más probabilidades de sobrevivir que quienes sienten que no controlan sus vidas o que sus decisiones no cuentan y depositan sus esperanzas en poderes ajenos a ellos como el destino o la suerte”. En otro lugar del libro dice que tenemos que abandonar la consabida y enajenante expresión “que sea lo que Dios quiera”.

Aconseja también que hablemos con el perro, el gato y el pajarito. No solo por el bien de los animales sino para bien de quien les habla. No añado que también podemos hablar con las plantas.

“Sin duda, dice Rojas Marcos, para la mayoría de los seres humanos lo más importante del mundo es uno mismo. Cuando conversamos con alguien cercano o con nosotros mismos, los temas que nos resultan más relevantes son aquellas que tratan sobre alguna faceta de nuestra persona o sobre hechos que nos afectan en particular… Como ejemplo, aunque un tanto extremo, recuerdo al alcalde de Nueva York, Edwuard Koch, con quien trabajé en los años ochenta, que en una entrevista interrumpió al periodista y le dijo: ¡Pero basta ya de mí! Hablemos de ti… ¿Qué piensas de mí?”.

En resumen, dice al final del libro “compartir con personas comprensivas y solidarias las cosas que nos afligen es una estrategia de eficacia probada. El mero hecho de transformar sentimientos de ansiedad, de tristeza o indefensión en palabras, de explicar en voz alta nuestros miedos y dar sentido a las situaciones confusas nos tranquiliza y nos ayuda a pasar página”.

Me han llamado mucho la atención las páginas que dedica a la terapia del grito primario, de Arthur Janov, creador de esta modalidad de psicoterapia y autor del libro “El grito primal”. Lo digo porque participé en ese tipo de terapias durante varios años como colaborador de dos terapeutas alemanes que venían periódicamente a España para dirigir las sesiones. Leí entonces el libro de Daniel Casriel “A un grito de felicidad” y escribí un artículo titulado “La terapia por el grito”, artículo que fue publicado en el nº 149 de la Revista española de Pedagogía en el año 1980.

Contar con sinceridad lo que nos pasa, compartir tristezas, preocupaciones y alegrías, expresar las emociones que nos invaden, nos ayuda a ser mejores personas. Haruki Marakami dice: “¿Qué pasa cuando las personas abren sus corazones? Mejoran”.

Las mujeres hablan más que los hombres y ese es uno de los motivos por el que son más longevas. Las mujeres son más locuaces (se dice que el mes en que menos hablan las mujeres es el mes de febrero) y ese hecho las hace sentirse mejor, relacionarse más intensamente y vivir algunos años más que los hombres.

Hace unos días, en la ciudad castellonense de Vila-real, en las X Jornadas de Alumnos mediadores, el mago Manuel Oliver, en el transcurso de su intervención titulada “La magia de la comunicación”, invitó a hablar a los asistentes. Una alumna salió al escenario (había más de quinientas personas) y contó una dramática experiencia que había vivido hacía un tiempo. Se había arrojado desde una altura de 8 metros con intención de suicidarse. Se había roto la espalda y los tobillos. Entre lágrimas, esta chica nos dijo a los asistentes:

–Contad lo que os pase.

El auditorio, en pie, la aplaudió emocionado. Estaba en plena lectura del libro que estoy comentando. Y comprobé cómo coincidían el mensaje angustiado y desgarrador de la chica y el pensamiento elaborado y sereno del psiquiatra: contad, contad, contad.

Habla Rojas Marcos de un singular grupo de personas que cierra su boca de manera definitiva y voluntaria en los conventos de clausura. Silencio completo. Pero con hipertrofia, pienso yo, del discurso interior, de lo que el autor llama lenguaje privado. Esas personas hablan incesantemente con Dios y consigo mismas. Oí hace muchos años la simpática historia de un monje que ingresa en un Monasterio trapense. Solo puede decir dos palabras cada cinco años. Después de los cinco primeros, el monje es invitado a pronunciar esas dos palabras selectas. Dijo.

–Cama dura.

Pasan otros cinco años y se le vuelve a decir al mismo monje que había llegado el momento de pronunciar otras dos palabras. Entonces dice solemnemente:

– Comida mala.

A los cinco años (quince después del ingreso) se le volvió a preguntar por tercera vez qué era lo que quería decir. Estas fueron las dos palabras que eligió:

– Me voy.

El abad sentenció:

–No me sorprende. No has parado de quejarte desde tu ingreso.

Afortunadamente, este eficaz medio de mejorar la salud y de aumentar la satisfacción vital es totalmente gratuito y se puede practicar de forma incesante, sobre todo en los referido al lenguaje privado.

En el año 1980, José María Cabodevilla (el autor que más ha marcado mi estilo literario) escribió un hermoso libro titulado “Palabras son amores”. El título es la réplica al conocido dicho de nuestro refranero “obras son amores y no buenas razones”. Es un libro sobre la palabra, es un libro sobre el diálogo. Lo estoy releyendo ahora para redactar estas líneas. Dice Cabodevilla: “Las palabras son lo único que no se lleva el viento. Las palabras quedan. Más duraderas que el bronce. Mueren los imperios, los monumentos se derrumban, perecen los hombres y bajan al pozo del olvido. Pero antes de expirar el moribundo pronunció una frase entrecortada, la última que a duras penas pudo articular. Sus hijos la recordarán mientras vivan, lo mismo que su madre había recordado siempre aquella primera palabra que él balbuceó un día, ochenta años atrás. Entre un extremo y otro, la vida humana está hecha de palabras”. Hablemos.

http://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2019/04/13/hablamos-lo-que-somos/

Miguel Ángel Santos Guerra.

domingo, 20 de agosto de 2017

Día internacional la felicidad: aprender a ser felices desde la infancia. Educar niños dichosos ayuda a mantener una perspectiva optimista y esperanzadora a lo largo de la vida.


Dia internacional de la felicidad
Cuenta el psiquiatra Luis Rojas Marcos una anécdota que relató en su momento el propio Charles Darwin sobre la felicidad. Según señaló el naturalista, un día le preguntó a un pequeño de unos cuatro años qué significaba para él ser feliz. El niño le respondió: “hablar, reírme y dar besos”. Una sensación o emoción a la que Naciones Unidas (ONU) decidió dedicar, en 2013, un Día Internacional como reconocimiento del importante papel que desempeña la felicidad en la vida de las personas de todo el mundo. La fecha elegida es este lunes 20 de marzo.


Medir la felicidad no resulta nada sencillo. En 2015, la Jacobs Foundation presentó el estudio Children´s World. Los investigadores de la fundación intentaron diseñar un "mapa de la felicidad" y para lograrlo hablaron con 53.000 niños de 15 países con el fin de averiguar lo que piensan sobre sus familias, derechos, vida escolar y aficiones. El objetivo del proyecto era conocer cómo mejorar el bienestar de los pequeños mediante la concienciación de los propios niños, sus padres y sus comunidades, pero también entre los líderes de opinión, los políticos, los profesionales y el público, en general.

El estudio se sumó a uno realizado previamente por Unicef y supuso un cambio de paradigma: por primera vez se preguntaba directamente a los niños y se les daba voz. Una de las conclusiones que se extrajo en relación con nuestro país es que los niños y niñas españoles eran los terceros del mundo que se mostraban más satisfechos con su vida.

Rojas Marcos, quien compagina su labor académica como profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York con la gestión, como director ejecutivo, de Médicos Afiliados de Nueva York, señala que cada persona entiende la felicidad a su manera. “Hay personas que la definen como una emoción intensa que les invade súbitamente, como cuando se enamoran o conectan íntimamente con personas muy queridas. Para otras”, añade el prestigioso psiquiatra, “supone un estado de éxtasis ante una imagen bella o una melodía que les llega al alma. Algunos describen la dicha con ejemplos de situaciones en las que se sienten triunfantes al haber conseguido una meta muy deseada. Para muchos, entre los que me incluyo, la felicidad es un sentimiento placentero y apacible de satisfacción con la vida en general, que alimenta el gusto por la vida y la idea de que vivir merece la pena. La verdad es que, aunque no nos pongamos de acuerdo a la hora de definir la felicidad, todos la reconocemos cuando la sentimos”, concluye Rojas Marcos.

Alcanzar la tan soñada felicidad parece que se encuentra estrechamente relacionada con nuestro ADN, según estudios recientes. Las investigaciones llevadas a cabo evidencian que en nuestro material genético existe una explicación a la clasificación mundial de percepción subjetiva de la felicidad. La clave se encontraría en el denominado “gen de la felicidad”, correspondiente al alelo -una de las formas alternativas que puede tener un mismo gen que se diferencian en su secuencia- A de la amida hidrolasa de ácidos grasos. Esta variante del gen frena la degradación química de la anandamida, un cannabinoide endógeno que aumenta las sensaciones placenteras y reduce la percepción del dolor.

Las conclusiones del estudio son compartidas por Rojas Marcos, pues opina que “todos venimos al mundo equipados con genes que nos impulsan a perseguir aquello que nos hace felices. El medio familiar y social en el que nos desarrollamos moldea este equipaje genético. Sin duda, los avatares diarios y la calidad de nuestras relaciones pueden fortalecer o debilitar nuestra tendencia innata hacia la felicidad. Padres y cuidadores pueden contribuir a fomentar la alegría y la autoestima saludable que son pilares de la felicidad de los pequeños y facilitar actividades gratificantes que propicien los estados de ánimo placenteros. A fin de cuentas”, subraya Rojas Marcos, “no solo nacemos, también nos hacemos y aprendemos”.

¿Puede ser la felicidad objeto de aprendizaje durante la infancia? Según Luis Pedreira Massa, psiquiatra de la Unidad de Trastornos Mentales de la Infancia, Adolescencia y Adulto-Joven del Hospital La Luz, la felicidad no es materia de aprendizaje por parte de los niños y niñas; muy al contrario, es de vivencia y de experiencias placenteras. Pedreira indica que, “más que aprender, la felicidad se vivencia y, sobre todo, se consigue si las interacciones que los niños y jóvenes realizan son placenteras y contienen seguridad y asertividad”. En su opinión, “la crítica, en caso de existir, debe ser positiva, teniendo una vía de salida y de acompañamiento por parte del adulto de referencia”.

Por su parte, la jefa del Servicio de Psiquiatría del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, Montserrat Graell, sostiene que los niños pueden alcanzar la felicidad “mediante una crianza afectiva y una adecuada educación”. Asimismo, Graell destaca la necesidad de que los padres dispongan a sus hijos hacia la felicidad, “promoviendo progresivamente su autonomía y, especialmente, la seguridad en sí mismos. Además de estimularles un comportamiento empático y solidario para conseguir establecer relaciones sociales de calidad”.

Aunque los especialistas aseguran que una infancia feliz no garantiza mantener este estado de satisfacción y bienestar para siempre, sí es un soporte básico en la preparación para afrontar las otras etapas de la vida. Para Rojas Marcos, autor de libros como “Nuestra felicidad”, “La fuerza del Optimismo” o “La autoestima”, disfrutar de una infancia feliz ayuda a mantener una perspectiva optimista y esperanzadora, todos ellos factores que, según el conocido psiquiatra, “fortalecen nuestra capacidad de adaptación, nuestra confianza y vigoriza esa mezcla natural de resistencia y flexibilidad que hoy llamamos resiliencia, y que nos ayuda a superar adversidades”. Unos elementos que, en su opinión, pueden hacer que los niños y niñas de hoy se conviertan en “hombres y mujeres flexibles que se adapten a los cambios y vicisitudes que les plantee el paso por el mundo, y acepten las reglas imperfectas del juego de la vida sin amargarse”

https://elpais.com/elpais/2017/03/20/mamas_papas/1489997531_166770.html