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miércoles, 29 de julio de 2015

La Universitat de València expone hasta el 4 de septiembre las fotografías del médico canadiense Norman Bethune, entre la medicina solidaria y el antifascismo. Enric Llopis

“Me niego a rebelarme contra un mundo que genera crimen y corrupción”. Este propósito guió al médico canadiense Norman Bethune (1890-1939) durante toda la vida, en un recorrido altruista, incansable, desgarrador y presidido por una palmaria divisa política: el antifascismo. Después de participar en la primera guerra mundial como camillero de ambulancia, los ideales solidarios inspiraron su actividad en Montreal, donde atendía a la gente más pobre en los años posteriores a la “gran depresión”. Durante la guerra civil española, Norman Bethune se enroló como médico voluntario de las Brigadas Internacionales y creó el Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre. El objetivo fue salvar el máximo de vidas durante la conflagración. Al igual que en China. Allí trabajó como médico de campaña en el frente, donde prestó su apoyo entre 1938 y 1939 al Ejército Popular frente a la invasión japonesa. A los 49 años murió de septicemia en Hebei (China), en la humilde cabaña de un campesino.

Organizada por la Universitat de València, la exposición fotográfica “Norman Bethune. La huella solidaria” puede visitarse hasta el 4 de septiembre en el Palau Cerveró de esta ciudad. “La tuberculosis causa más muertos por la falta de dinero que por la de resistencia a la enfermedad; el pobre muere porque no puede pagarse la vida”. Entre 1928 y 1936 Norman Bethune ejerció como cirujano torácico en Montreal y llegó a ser un especialista reputado en el tratamiento de la tuberculosis. Los ideales le condujeron a España, tres meses después del alzamiento faccioso. Fumador empedernido, el hecho de cruzar el océano para participar en la guerra de 1936, le supuso una renuncia en la proyección profesional (Bethune ocupaba la jefatura de Servicio del Hospital Sacré-Coeur de Montreal). En la contienda española permaneció ocho meses que le marcaron durante toda la vida: “España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre los casos que he visto”.

Por un lado Norman Bethune participó en los servicios médicos de las Brigadas Internacionales. Constituyó –y propuso al gobierno de la República tanto organizar como financiar- una unidad móvil de transfusión de sangre. “Las transfusiones móviles nunca se habían hecho antes en el mundo”, destaca la muestra de la Universitat de València. El objetivo era, en una primera fase, trasladar el plasma a los hospitales de Madrid, en una camioneta Ford de estructura muy sencilla: un frigorífico, un esterilizador y material médico. El proyecto, austero y efectivo, de la ambulancia móvil se complementó con un banco de sangre instalado en un piso de la calle Príncipe de Vergara (Madrid). Los periódicos exhortaban a la colaboración de los donantes. “Al amanecer, 2.000 personas abarrotaban la avenida”, apunta uno de los paneles. Después de surtir a los hospitales, el servicio de transfusión del médico canadiense amplió el horizonte y pasó a los frentes cercanos, como la Sierra de Guadarrama.

Más aún la ambulancia desempeñó su función altruista en febrero de 1937, cuando colaboró en el auxilio de la población que huía de Málaga rumbo a Almería. El galeno y su colaborador, Hazen Sise, dejaron testimonio escrito y fotográfico de lo que la exposición titula como “el crimen de la carretera Málaga-Almería”. Pese a que Norman Bethune se marchó de España en junio de 1937, la huella de la tragedia le acompañaría siempre. Después de volver a Canadá y Estados Unidos, se embarcó en una gira para dar a conocer el servicio de transfusión sanguínea. Recolectó fondos para el proyecto. La muestra fotográfica, comisariada por Jesús Majada, incluye una frase que más bien representa toda una transición biográfica en Norman Bethune: “España y China están comprometidas en la misma lucha; me voy a China porque creo que es allí donde las necesidades son más urgentes y donde puedo ser más útil”.

El doctor canadiense dispuso en el país asiático de medios muy escasos, pero esto no obstó para que planificara la medicina del ejército y colaborara en la implantación del sistema de sanidad pública. Prueba del frenesí en que se convirtió la actividad médica (cirujano de campaña en el frente) es el siguiente testimonio: “El Hospital Central tiene ahora 350 camas, todas ellas ocupadas; debería ampliarse inmediatamente hasta 500; otro cirujano y yo hemos realizado 110 operaciones en 25 días; esta gente necesita todo; les adjunto una lista de sus medicinas en el almacén; lamentable ¿no? ¿Pueden enviarnos morfina, codeína, instrumental quirúrgico, salvarsán, carbasona…? Aquí hay demasiada disentería”. La labor humanitaria de Norman Bethune llenaba toda su existencia (muy solitaria), de hecho, sólo podía hablar en inglés con su intérprete. Salvar la vida de los malheridos y damnificados daba sentido a la vida del doctor. Entres sus pocos objetos personales, la máquina de escribir, con la que redactaba informes, directrices, cartas y libros. Sin desfallecer pedía ayuda médica.

La falta de equipamiento y material tuvo un desenlace fatal. El hecho de no contar con guantes de goma para las operaciones, agravó las consecuencias del corte de un dedo durante una operación de urgencia (octubre de 1939). La herida se infectó, extendió por el cuerpo y terminó con su vida el 12 de noviembre de 1939. La muestra de la Universitat de València incluye fotografía de estatuas levantadas en China a este médico occidental, que con la unidad médica móvil formada por ocho personas (un intérprete, el cocinero-ayudante Ho Tzu-Hsin y el personal médico) salvó la vida de muchos soldados.

Además de la exposición, la muestra incluye otras actividades como la proyección del documental “De Madrid al hielo”, del director hispano-canadiense Bruno Lázaro. Producido en 2011 y con una duración de 75 minutos, la película es una mezcla de tramas que finalmente se conectan. Por un lado el director, que con diez años (en 1968) emigra con su familia a Canadá. Otro punto argumental lo constituye un joven de Saskatchewan (provincia central de las Praderas de Canadá) que con otros jóvenes canadienses viajan a España para defender a la II República como voluntarios internacionalistas. De ese modo desafiaban el principio de “no intervención”. En el Batallón Mackenzie-Papineau canadiense (conocidos como Mac-Paps), se alistaron 1.448 miembros (un número considerable, en relación con la población total de Canadá, si se compara con otros países). El tercer nudo del filme es Jesús López Pacheco, novelista y poeta adscrito al realismo crítico, además de padre del director de la película. El escritor emigró a Canadá en 1968 como profesor universitario de la Western Ontario.

“De Madrid al hielo”, realmente un ensayo experimental-documental, se distancia de los documentales más convencionales al incluir elementos del cómic, la animación, el fotomontaje y superposiciones que sugieren técnicas vanguardistas. Uno de los hilos narradores de la película, en inglés con subtítulos en castellano, son las poesías de Jesús López Pacheco. Una de ellas, dedicada a Norman Bethune, completa el cuadrado argumental: “El canadiense más humano de nuestro tiempo/fue a España cuando España le gritaba al mundo/ “¡Venid a ver la sangre derramada!” “El canadiense más humano de nuestro tiempo/subió a un camión pequeño y recorrió los frentes/con botellas de sangre. Habiendo descubierto/que los versos del hombre pueden dar en el hombre,/fundó el Canadian Blood Transfusión Service,/Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre”.

También aparece recitado en la película el poema de Jesús López Pacheco, “Sueño americano”, alumbrado en el exilio:
“Los envuelve una bruma de deseos/
insatisfechos, pero renovados siempre./
Son libres de comprar vendiendo el alma/
y, esclavos de sus pobres propiedades nunca suyas,/
no hacen la digestión jamás sin hipoteca./
El cráneo les horada, gota a gota, una secreta admiración por los canallas”.

A la dictadura franquista le escribe estos versos:
“A una época larga como un día sin pan/
a una larga plaga de miedos, silencios y dolores,/
a una charca de historias en la historia de España/
que ha de tener también historiadores”.

jueves, 3 de octubre de 2013

La Gran Bretaña más gris de la era Thatcher. Chris Killip pone rostro a las víctimas obreras de la desindustrialización en una exposición de 107 obras en el Reina Sofía

Las imágenes de la exposición
La política de tierra quemada que Margaret Thatcher perpetró en el Reino unido entre 1979 y 1990 trasformó el paisaje de las zonas industriales hasta límites insospechados. Allá donde había una fábrica,una mina o un astillero solo queda un césped que recuerda a los campos de golf. Son ruinas que poco dicen de los hombres y mujeres que allí trabajaron y vivieron hasta quedarse en el paro y perder todo lo que tenían. Sus rostros es precisamente lo que más interesa a Chris Killip (Isla de Man, 1946), uno de los fotógrafos documentalistas más importantes del momento, junto a Martin Parr, Tom Wood o Paul Graham. La memoria humana de esos años, protagoniza la exposición Work que Chris Killip inaugura hoy en el Reina Sofía, en Madrid, del 2 de octubre al 24 de febrero, con un centenar largo de obras, en blanco y negro, que ya han sido expuestas en Museo Folkwang de Essen (Alemania) y en la que el artista quiere narrar la vida real en el Norte Inglaterra entre 1968 y 2004.

Una hora antes de la presentación de la exposición Chris Killip, ahora profesor en Harvard (EEUU), pasea entre sus retratos reconociendo uno a uno a los protagonistas, como si el tiempo no hubiera pasado. Tranquilo y dicharachero parece que se hubiera vestido (camisa añil y chaqueta beige sobre pantalón negro con llamativos calcetines rojos) para restar dramatismo al blanco y negro de sus fotografías. Admirador de Bill Brandt, pionero en retratar la s desigualdades sociales de los británicos y las condiciones de vida de los mineros del norte de Inglaterra, Killip recuerda que se inició en el mundo de la fotografía con solo 18 años, en el campo de la publicidad. “Trabajaba de ayudante y tenía que pedir a quienes fotografiaba que sonrieran a la cámara. Era un trabajo mercenario que abandoné para siempre después de un viaje a Nueva York en el que en el MoMA pude ver la obra de Brandt, Walker Evans o August Sander”.

A su vuelta decidió utilizar la cámara como herramienta política y comprometerse con los cambios de su entorno social. Comenzó haciendo retratos de gente común y conocidos suyos, como unos jovencísimo Martin Amis y Iam Dury. Pero la primera serie de esta etapa la realiza en su tierra de origen, la isla de Man, un territorio autónomo dependiente del Reino Unido en el que su familia tenía un pub. “Nací en el pub y desde pequeño me asomaba para ver cantar a los clientes. Es curioso ver como la música transforma a las personas. Nos habíamos visto desde siempre, pero no sabíamos nada los unos de los otros. Yo mismo descubrí que mi madre tocaba el piano y fumaba un día que volví a casa antes de tiempo del colegio porque me había puesto enfermo. Para conocer hay que volver una y otra vez a los mismos lugares. Y, de repente, ves. Les digo a mis alumnos que lo importante para ver es saber mirar”.

Ute Eskildsen, comisaria de la exposición, explica que las fotografías de Killip documentan la tipografía de las áreas que retrata y narra la confrontación de los habitantes con las durísimas consecuencias de una política económica que dio la espalda a los intereses de la clase obrera británica. “Su trabajo”, añade Eskildsen se distingue por su empatía en una zona que sufre la revolución desindustrial y se enfrenta a la evolución de los empleos industriales tradicionales hacia el nuevo mundo de la alta tecnología”.

La cámara de Killip se fija en todos aquellos que se quedaron en la cuneta de manera que el fotógrafo toma partido y se convierte en un excluido más. “La diferencia respecto a Evans o Brand”, advierte la comisaria “es que ellos retratan el drama de los obreros desde la distancia. Killip comparte su sufrimiento".

Desde la isla de Man, la exposición se traslada a Huddersfield, en cuyas fábricas textiles se produce la primera aproximación de Killip a la Inglaterra industrial y después su trabajo se centra en el norte de Inglaterra, donde el carbón, las acerías y astilleros habían sido la forma de vida de varias generaciones. Sobre la serie Nordeste, realizada entre 1975 y 1988, cuenta que llegó a Newcastle en 1975 con una beca de dos años, pero se quedó durante dieciséis. “La clase trabajadora de esa zona descendía de campesinos que en el XIX habías sido desplazados por la mecanización o por los inmigrantes de la gran hambruna irlandesa. Era gente como la mía de la isla de Man, nunca habían conocido la revolución industrial. Mi trabajo es una crónica de la revolución desindustrial de esos pueblos”. Añade que nunca sospechó que todo aquello fuera a ser desmantelado. “No existen las fábricas, ni las minas, ni la mayor parte de las personas. Los restos de aquella vida han desaparecido y quiero que, cuando menos, permanezcan en la memoria”.

João Fernandes, subdirector del Reina Sofía opina que en todas estas imágenes hay algo oculto. “Se puede ver la vida de la gente, la de los excluidos, la de quienes solo tienen su trabajo. La exposición es un valioso documento sobre el cambio perpetrado por el Thacherismo. La vida de la gente que recoge restos de carbón arrojado al mar o las protestas de los mineros ilustran sobre unos años en los que se actuó sin disimulos contra la clase trabajadora”.
Fuente: El País.

domingo, 15 de mayo de 2011

El ataque contra la clase obrera

Hace una década, una palabra útil fue acuñada en honor del 1 de Mayo por los activistas laborales italianos:

"precariedad". Se refería, al principio a la gente trabajadora "en los márgenes". En la mayor parte del mundo, el día 1 de Mayo es una fecha feriada de los trabajadores internacionales, ligada a la amarga lucha de los trabajadores estadounidenses en el siglo XIX en demanda de una jornada laboral de ocho horas. El 1 de Mayo pasado lleva a una reflexión sombría.

Luego se extendió para aplicarse al creciente "precariado" en el núcleo de la fuerza laboral, el "proletariado precario" que padecía los programas de desindicalización, flexibilización y desregulación que son parte del ataque contra la fuerza laboral en todo el mundo.

Para ese entonces, incluso en Europa, había preocupación creciente acerca de lo que el historiador laboral Ronaldo Munck, citando a Ulrich Beck, llama la "brasilinización de Occidente" "...la proliferación del empleo temporal e inseguro, la discontinuidad y formalidad relajada en las sociedades occidentalizadas que hasta entonces han sido bastiones del empleo completo".

La guerra del Estado y las corporaciones contra los sindicatos se ha extendido recientemente al sector público, con legislación para prohibir las negociaciones colectivas y otros derechos elementales.

Incluso en Massachusetts, favorable a los trabajadores, la Cámara de Representantes votó, justo antes del 1 de Mayo, por restringir marcadamente los derechos de los oficiales policíacos, maestros y otros empleados municipales en cuanto a negociar sobre la atención a la salud -asuntos cruciales en Estados Unidos, con su sistema privatizado disfuncional y altamente ineficiente de cuidado a la salud.

El resto del mundo puede asociar el 1 de mayo con la lucha de los trabajadores estadounidenses por sus derechos básicos, pero en Estados Unidos esa solidaridad está suprimida en favor de un día feriado jingoísta.

El día 1 de Mayo es el "Día de la Lealtad", así designado por el Congreso en 1958 para la "reafirmación de la lealtad a Estados Unidos y por el reconocimiento del legado de libertad americana".

El presidente Eisenhower proclamó, además, que el Día de la Lealtad es también el Día de la Ley, reafirmado anualmente con el izamiento de la bandera y la dedicación a la "Justicia para Todos", "Fundaciones de Libertad" y "Lucha por la Justicia".
El calendario de Estados Unidos tiene el Día del Trabajo, en septiembre, en celebración del retorno al trabajo después de unas vacaciones que son más breves que en otros países industriales.

La ferocidad del ataque contra las fuerzas laborales por las clases de negocios de EEUU está ilustrada por el hecho de que Washington, durante 60 años, se ha abstenido de ratificar el principio central de la ley laboral internacional, que garantiza la libertad de asociación.

El analista legal Steve Charnovitz lo llama "el tratado intocable en la política estadounidense", y observa que nunca ha habido un debate sobre este asunto.
La indiferencia de Washington respecto de algunas convenciones apoyadas por la Organización Internacional del Trabajo (ILO, en sus siglas en inglés) contrasta marcadamente con su dedicación a hacer respetar los derechos de precios monopólicos de las corporaciones, ocultos bajo el manto de "libre comercio" en uno de los Orwellismos contemporáneos.

En 2004, la ILO informó que "inseguridades económicas y sociales se multiplican con la globalización y las políticas asociadas con ella, a medida que el sistema global económico se ha tornado más inestable y los trabajadores soportan cada vez más la carga, por ejemplo, mediante reformas a las pensiones y a la atención de la salud".
Este era lo que los economistas llaman el periodo de la Gran Moderación, proclamado como "una de las grandes transformaciones de la historia moderna", encabezada por EEUU y basada en la "liberación de mercados" y particularmente en la "desregulación de los mercados financieros".

Este elogio al estilo estadounidense de mercados libres fue pronunciado por el editor del Wall Street Journal, Gerard Baker, en enero de 2007, apenas meses antes de que el sistema se desplomara -y con él el edificio entero de la teología económica sobre el que estaba basado- llevando a la economía mundial al borde del desastre.

El desplome dejó a Estados Unidos con niveles de desempleo real comparables con los de la Gran Depresión, y en muchas formas peores, porque bajo las políticas actuales de los amos esos empleos no regresarán, como lo hicieron mediante estímulos gubernamentales masivos durante la Segunda Guerra Mundial y en las décadas siguientes de la "era dorada" del capitalismo estatal.

Durante la Gran Moderación, los trabajadores estadounidenses se habían acostumbrado a una existencia precaria. El incremento en el precariado estadounidense fue orgullosamente proclamado como un factor primario en la Gran Moderación que produjo un crecimiento más lento, estancamiento virtual del ingreso real para la mayoría de la población, y riqueza más allá de los sueños de la avaricia para un sector diminuto, una fracción de uno por ciento, en su mayor parte de directores ejecutivos, gerentes de fondos de cobertura y otros en esa categoría.

El sacerdote supremo de esta magnífica economía fue Alan Greenspan, descrito en la prensa empresarial como "santo" por su brillante conducción. Enorgulleciéndose de sus logros, testificó ante el Congreso que dependían en parte de "una moderación atípica en los aumentos de compensaciones (que) parece ser principalmente una consecuencia de una mayor inseguridad de los trabajadores".

El desastre de la Gran Moderación fue rescatado por esfuerzos heroicos del gobierno para recompensar a los autores del mismo. Neil Barosky, al renunciar el 30 de marzo como inspector general del programa de rescate, escribió un revelador artículo en la sección de Op-Ed del New York Times acerca de cómo funcionaba el rescate.

En teoría, el acto legislativo que autorizó el rescate fue una ganga: las instituciones financieras serían salvadas por los contribuyentes, y las víctimas de sus malos actos serían compensadas en cierta forma por medidas que protegerían los valores de los hogares y preservarían la propiedad de los mismos.

Parte de la ganga fue cumplida: las instituciones financieras fueron recompensadas con enorme generosidad por haber causado la crisis, y perdonadas por crímenes descarados. Pero el resto del programa se vino a pique.

omo escribe Barofsky: "las ejecuciones hipotecarias siguen aumentando, con entre 8 y 13 millones de juicios previstos durante la existencia del programa" en tanto que "los mayores bancos son 20% o más grandes de lo que eran antes de la crisis y controlan una parte mayor de nuestra economía que nunca antes. Asumen, razonablemente, que el Gobierno los rescatará nuevamente, de ser necesario.
De hecho, las agencias de clasificación de crédito incorporan rescates futuros del Gobierno en sus evaluaciones de los bancos más grandes, exagerando las distorsiones del mercado que les proporcionan una ventaja injusta sobre instituciones más pequeñas, que continúan luchando por sobrevivir".

En pocas palabras, el programa del presidente Obama fue "un regalo para los ejecutivos de Wall Street" y un golpe al plexus solar para sus indefensas víctimas.

El resultado debe sorprender sólo a aquellos que insisten con ingenuidad inalterable en el diseño e implementación de la política, particularmente cuando el poder económico está altamente concentrado y el capitalismo de Estado ha entrado en una etapa nueva de "destrucción creativa", para pedir prestada la famosa frase de Joseph Schumpeter, pero con un giro: creativa en cuanto a formas de enriquecer y dar más poder a los ricos y poderosos, mientras que el resto queda libre para sobrevivir como pueda, mientras celebra el Día de la Lealtad y la Ley.

Fuente: http://www.ultimasnoticias.com.ve/Opinion-Original/Firmas/Noam-Chomsky/El-ataque-contra-la-fuerza-obrera.aspx