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lunes, 31 de enero de 2022

_- Nazismo. Holocausto. Annette Cabelli: “A las jovencitas les quitaban todos los órganos que podían en el campo de concentración”

_- Una superviviente del holocausto de origen sefardí relata las atrocidades que vivió bajo el horror nazi.

Annette Cabelli bajó del tren y vio cómo unos soldados cogieron del brazo a unos niños gemelos y los apartaron del resto del grupo. "Se los llevan para hacer experimentos", le dijeron. Cabelli tenía 17 años y acababa de llegar al campo de concentración nazi de Auschwitz (Polonia), en 1942. Unas semanas antes, en Salónica, la ciudad griega donde nació, las SS (la policía política del régimen nazi) se llevaron a uno de sus hermanos. “Vinieron los alemanes al gueto con perros y vestidos de negro a por todos. No supimos más de él”, narra la nonagenaria pausadamente en español ladino, su lengua materna. Ahora, a punto de cumplir 94 años, recuerda en el Centro Sefarad-Israel de Madrid la barbarie de Auschwitz, las atrocidades que soportó en tres campos de concentración y el antisemitismo que atravesó toda su vida.

"Cuando vivía en Grecia, los judíos éramos como de segunda clase. No podíamos ir a la escuela con el resto de niños. Eso sí, cuando estalló la guerra en 1940 contra Italia nos llamaron para ir a luchar", relata. Creció en una comunidad sefardí con su madre y dos hermanos mayores. Su padre murió cuando ella tenía cinco años. Cuando Italia pidió ayuda a Alemania, el ejército de Adolf Hitler ocupó el país. "Vinieron las SS con perros, nos empezaron a pegar a todos y nos pidieron el nombre", dice. Tiempo después, fue trasladada forzosamente junto con su madre a Polonia.

Como a tantos miles, la marcaron cuando llegó al campo: un tatuaje en el antebrazo con el número 4065 con un triángulo debajo. Su madre fue asesinada al poco de llegar. "¿Ves el humo de aquella chimenea? Pues allí está tu mamá", cuenta que le dijo un guardia al que le preguntó. De sus padres solo conserva una fotografía, una medalla que una vecina le entregó cuando regresó tras la guerra y la promesa de visitar algún día España. "Éramos sefardíes. Para mi familia, era la tierra de la que fuimos expulsados hacía siglos", explica.

En Auschwitz, su primer trabajo fue limpiar las cubas de excrementos del hospital para presos políticos polacos. "Las polacas que estaban allí me daban patatas y me querían mucho. No me llamaban judía, sino La Griega, narra. Allí pasó varios meses hasta que se contagió de tifus y la trasladaron a un bloque para enfermos. Recuerda ver cómo se llevaban a la gente a las cámaras de gas y a los hornos. Según cuenta, la capo (mujer que trabajaba para los nazis como guardiana) le confesó: "Como te vas a morir de tifus, no te voy a dejar ir para que te maten". Pero sobrevivió.

Josef Mengele, el médico y oficial de las SS conocido como El Ángel de la Muerte, también forma parte de los recuerdos de la protagonista. Mengele se paseaba, relata, junto con otros doctores "sin diploma" y seleccionaba a pacientes entre los prisioneros para experimentar con ellos. "A las jovencitas se las llevaban y les quitaban todos los órganos que podían. Luego las enviaban a trabajar. Pero no podían y una semana después se morían", asegura. Los prisioneros de los campos nazis vestían uniformes de rayas haraposos con los que difícilmente podían combatir el frío. Desayunaban café aguado y se alimentaban a base de sopa y pan. "Nos sacaban de la cama a las siete de la mañana y a las ocho venían para contarnos. Eso era la muerte. Cuando hay menos 13 grados no puedes más".

La marcha de la muerte
Auschwitz fue liberado por el ejército soviético el 27 de enero de 1945. No obstante, días antes y ante el miedo de ser capturados, los nazis trasladaron forzosamente a unos 60.000 prisioneros a otros campos de concentración. A esta huida se la conoce como "las marchas de la muerte". Cabelli caminó sin descanso hasta la frontera alemana. Durante el viaje a pie vio cómo miles de compañeros perecían a su lado. Tuvo que pasar por dos campos más: Ravensbrück y Malchow (a 90 y 70 kilómetros de Berlín, Alemania, respectivamente), antes de ser liberada el 2 de mayo de 1945. "Anduvimos por la nieve. Sin pan. Pasamos la frontera sin dormir. Si no caminabas venía la SS, te tiraba al suelo y te disparaba. Más del 50% de los deportados murieron", asevera.

Cabelli decidió trasladarse a París para comenzar a vivir el resto de una vida que, hacía poco más de dos años, pensaba que había perdido. Aunque el Holocausto le ha marcado cada día, no pierde la sonrisa. Ahora, dedica parte de su tiempo a contar su historia por los colegios y universidades. Hace dos años recibió la nacionalidad española, aunque para ella no deja de ser un reconocimiento simbólico. "Soy sefardí y, por lo tanto, nací española antes que todos vosotros", dice entre risas mientras apunta con su bastón a los periodistas.

https://elpais.com/sociedad/2019/03/21/actualidad/1553189586_236325.html#?rel=lom

lunes, 18 de enero de 2021

Un recorrido por la liberación de los campos nazis hasta Mauthausen, el último campo liberado

Por Rosa Toran | 07/05/2020 | Europa

Fuentes: Público

Liberar, término con connotaciones optimistas que no se corresponden con la realidad del final de los campos de concentración nacionalsocialistas, alejada de cualquier imagen épica. En una Europa sumergida en el caos, con signos de muerte y destrucción por todas partes, fueron liberadas unas 700.000 personas de los campos, que formaban parte de los más de 11 millones sin casa, desplazados, trabajadores forzados, prisioneros de guerra…, ubicados de forma temporal en instalaciones militares, estaciones ferroviarias, escuelas y castillos, pero también en antiguos campos de concentración.

Los ex deportados, diseminados en la extensa red de campos y sus miles de comandos, esperaban la repatriación, en distintos ritmos y medios de transporte, según la geografía de los campos o su procedencia. La mayoría de países organizaron las repatriaciones desde organismos específicos, como fue el caso de Francia que acogía a los ex deportados en centros instalados en la frontera o en las grandes ciudades, desde donde la mayoría eran trasladados a París al hotel Lutetia, habilitado para cumplir la función de acogida; o el caso de la URSS que hizo de Odesa la ciudad de acogida y posterior distribución. Fueron semanas, hasta bien entrado el mes de agosto, durante las cuales las multitudes llenaban estaciones y organismos oficiales, con gritos y fotografías, con la esperanza de encontrar a los suyos entre los supervivientes.

Es bien conocida la particular epopeya de los republicanos, que seguían abandonados por su país, igual como lo fueron en 1940, y que permanecieron semanas en los campos o en sus cercanías después de que sus compañeros de infortunio iban abandonando los recintos. La intervención de camaradas franceses ante las autoridades de su país les abrió la puerta para entrar en la tierra que tan mal les había acogido durante su exilio en 1939.

Iniciemos un recorrido por la secuencia de las liberaciones hasta llegar a Mauthausen, el último campo liberado. En los objetivos de los estados mayores de los ejércitos no figuraba la liberación de los campos que, sin embargo, se habían ido descubriendo desde 1944, bien por casualidad o por informaciones de antiguos prisioneros. Así, el Ejército Rojo, en el verano de 1944 cruzó por Belzec, Sobibor y Treblinka sin captar lo sucedido allí, ya que el desmantelamiento llevado a cabo por los nazis los convirtió en cementerios invisibles; y el 24 de julio de 1944 llegó a Lublin-Majdanek donde, a pesar de que las instalaciones de muerte permanecían casi intactas, era difícil imaginar que en el lugar se hubieran exterminado 500.000 personas. Documentadas y fotografiadas las instalaciones, no hubo gran impacto en la opinión pública, ya que se advertía de posibles exageraciones de los soviéticos. Tampoco dio cuenta de la magnitud del horror la llegada de los americanos a Natzweiler-Struthof, en Alsacia, el 23 de noviembre de 1944. Fue la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945, con la imagen tan recreada de los 4 soldados rusos entrando por su puerta, la que se ha convertido en emblema de las liberaciones. También en este caso, la permanencia de tan sólo 6.000 enfermos, por la anterior evacuación de 60.000 deportados hacia el oeste, pocos días antes, no permitió comprender el alcance del exterminio, a pesar del estudio de sus instalaciones, las palabras testimoniales y las imágenes publicadas en periódicos. En aquellos momentos, con la guerra abierta en Europa, las operaciones militares eran prioritarias.

Hubo que esperar a la llegada a los grandes campos de Alemania, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Flossenburg…, para un cambio de tendencia, con la difusión de la brutalidad del sistema concentracionario a partir de los medios de comunicación y de las declaraciones de los líderes de la coalición antinazi. Eisenhower, Bradley y Patton visitaron Buchenwald el 12 abril y una semana después Churchill envió una comisión del Parlamento británico, como también hicieron miembros del Congreso de los EEUU y representantes de la Comisión de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas, al tiempo que la URSS daba a conocer un detallado informe de Auschwitz. Cuando Alemania ya había capitulado, reporteros de los principales diarios y fotógrafos de renombre penetraban en los campos y se realizaban films para su exhibición pública, a la par que se establecían visitas y trabajos obligatorios a las vecindades. Las pruebas del horror del sistema concentracionario estaban al alcance de la opinión pública, muchas de ellas obtenidas con imágenes de los supervivientes que o bien rechazaban el trato de curiosa morbosidad o bien accedían a ser fotografiados para mostrar el estado a que habían quedado reducidos.

Los hombres y mujeres que las tropas liberadoras se encontraron en los campos eran supervivientes de la última prueba que tuvieron que afrontar durante las semanas inmediatas: aumento de las operaciones de exterminio, barracones superpoblados a partir de la llegada de los que fueron trasladados en las marchas de la muerte, sin agua ni comida, epidemias, cadáveres amontonados, incertidumbre sobre la reacción de las SS, etc. El personal médico y militar atendió a restablecer los mínimos indispensables en la situación material, sin comprender a menudo los comportamientos de los ex prisioneros que basculaban entre ansias de venganza a sus antiguos captores o negativas a seguir encerrados.

Faltaba un largo trecho para alcanzar su rehabilitación física y psíquica. A su retorno, tuvieron que enfrentarse a una normalidad ya olvidada, tenían que relatar su periplo en medio de frases gastadas de conmiseración y miradas fugaces, acarrear, quizás, sentimientos de culpa, y sufrir una larga secuela de enfermedades.

En el caso particular de los supervivientes republicanos, en el mes de mayo 2005 cuando se cumplieron 60 años de la liberación, se pudieron todavía oír o leer numerosas voces sobre sus reacciones ante el fin de su tragedia. En aquella fecha la revista catalana L’Avenç sacó a la luz un número especial bajo el título «Els camps nazis. 60 anys després», en el cual los testimonios ofrecen una panorámica de lo vivido en los meses de abril y mayo de 1945 en los propios recintos del campo. Su excepcionalidad nos empuja a la reproducción de algunos de sus significativos fragmentos, en este 2020, cuando ya no es posible acceder a sus voces.

Mariano Constante Campo (1920-2010) reflejó la angustia y el dolor por los muertos: «La liberación del campo de Mauthausen fue para mí un momento indescriptible. Fue como una riada impetuosa que arrastraba recuerdos que, con una precisión secreta, invadían mi espíritu. Eran los primeros momentos de un hombre libre. La angustia me atenazaba y sentí la necesidad de aislarme para derramar las lágrimas que me hacían un nudo en la garganta. Llorar me parecía una cobardía, a pesar de que no eran lágrimas de impotencia o de desesperación; ante mí aparecían los compañeros exterminados en aquel ‘más allá del infierno´ que es como bauticé, al entrar, aquel centro del horror (…) No era pues la cobardía lo que me hacía llorar el 5 de mayo de 1945; era pensar en todos los compañeros que había visto morir a causa del hambre y la tortura».

Neus Català Pallejà (1915-2019), deportada a Ravensbrück, con sus frases sólo fue capaz de enfatizar el sentimiento de vacío: «Hacía tantos días que me sentía morir, sin tino, que no sentía nada, el vacío total, una sensación extraña que no hay forma de expresar (…) ¿Qué podía sentir? Nada, mi cerebro no reaccionaba; solamente podía llorar. Llorar es lo que humanamente podía hacer y ello me salvó».

Lise London (1916-2012) sufrió una de las mortíferas marchas de la muerte, tras ser evacuada del campo de Ravensbrück, y vivió la liberación de forma particular: «Vuelve a caer la noche. La oscuridad nos sorprende cuando atravesamos un bosque que parece inmenso y aterrador como el de Blancanieves. Cada vez oímos más cerca el ruido de las detonaciones. En este bosque se producen las primeras evasiones de nuestra columna. Nuestros SS gritan Halt y disparan a ciegas en la oscuridad del bosque, sin atreverse a adentrarse en la espesura (…) Apresurando el paso, me reúno con mi grupo, que empieza a impacientarse. Estamos muy cerca de un bosque y decidimos pasar allí la noche. Encontramos otras deportadas de diversas nacionalidades que también han escapado (…) Gracias a los silos de patatas que hay a lo largo de la carretera recuperamos fuerzas antes de acostarnos para dormir, muy juntas unas a las otras, sobre el suelo cubierto de pinaza. Allí pasamos nuestra primera noche de libertad, mecidas por los cañonazos lejanos y el zumbido de los aviones»

Francisco Aura Boronat (1918-2018) con su relato apunta la realidad de muchos deportados, alejada de cualquier explosión de alegría: «No puedo decir que recuerde la liberación del campo con una gran alegría, porque después de cuatro años en Mauthausen, no sabes que es la alegría, ni las lágrimas; te han convertido en una persona deshumanizada, sin derecho a tener sentimientos (…) Había gente que estaba en un estado físico mejor y podía celebrarlo, pero la inmensa mayoría nos encontrábamos en unas condiciones tales que no podíamos hacer nada, salvo intentar seguir sobreviviendo, ya que incluso después de la liberación mucha gente continuaba muriendo».

Y por último Francisco Batiste Bayla (1919-2007) nos introduce en la dura realidad a la que se enfrentaron los españoles después de la liberación: «El reducido grupo de españoles, al ver cómo se despedían y partían nuestros compañeros de deportación, compartíamos su inmensa alegría. Regresar a nuestro país añorado, poner fin a los largos años de sufrimiento de nuestros familiares por nuestra larga, trágica y a menudo desconocida ausencia, era lo que también imaginábamos próximo a nosotros. Pero el curso de la historia no tardó en menospreciar nuestra mayor ilusión. Con la libertad, llegó para nosotros el tiempo de las decepciones».

En efecto, tal como expresó Francisco Batiste a su llegada a Francia, a muchos de ellos no les esperaba nadie y se vieron obligados a construir su futuro lejos de su tierra. Los reencuentros tardarían en llegar. A pesar de que en el Hotel Lutetia les esperaba una delegación de la Cruz Roja de la República española para atenderles, los que no precisaban de cuidados hospitalarios pronto tuvieron que olvidarse de las sábanas limpias y de las abundantes comidas y buscar trabajo en diversos oficios a lo largo de la geografía francesa, siendo frecuentes los desplazamientos a Toulouse, entonces llamada la nueva capital de la República. Pocos fueron los que tentaron el retorno a España, pero tuvieron que pasar bastantes años hasta no sentirse atenazados por el miedo, real, a partir de controles policíacos habituales, o hipotético, ante posibles delaciones; y otros no cejaron en la defensa de sus convicciones por la vía del trabajo político, con entradas clandestinas a España, saldadas con alguna detención.

Republicanos antifascistas con un pasado de lucha que les condujo a los campos y con una liberación que no acarreó la conquista de su condición de personas libres, sino el inicio de un largo camino hasta poder integrarse de nuevo en el mundo. Hay que imaginar su vida y su diáspora y descubrir su valor, el de aquellos supervivientes que sufrieron todo tipo de expolios, materiales y afectivos, y a pesar de lo cual se mantuvieron íntegros y defendieron sus valores.

Por no pecar de incautos o ingenuos, el ¡Nunca Más! pronunciado en los campos fue una expectativa que no se ha cumplido, sin embargo no fue un error, so pena de caer en el cinismo. Antes y ahora no se puede renunciar a la utopía, no se puede perder la esperanza de que la vida de todas las personas del planeta pueda desarrollarse con dignidad. En tiempos convulsos como los nuestros, viejas y nuevas resistencias han de conjugarse para descubrir renovados sentidos a la vida: unión y esperanza, expresados en el internacionalismo y en el futuro soñado por los deportados en los campos de la muerte. Nos alertan y animan las frases incluidas en los juramentos pronunciados por los supervivientes después de la liberación: «Sobre la base de una comunidad internacional queremos erigir a los soldados de la libertad caídos en esta lucha sin tregua, el más bello monumento: 

EL MUNDO DEL HOMBRE LIBRE (…) 

Nos dirigimos al mundo entero para decirle: Ayúdanos en nuestra tarea. ¡Viva la solidaridad internacional! ¡Viva la libertad!»

https://rebelion.org/un-recorrido-por-la-liberacion-de-los-campos-nazis-hasta-mauthausen-el-ultimo-campo-liberado/

lunes, 27 de enero de 2020

El historiador que cambió la forma de comprender el Holocausto. Se publican en castellano por primera vez las memorias de Raul Hilberg, un investigador esencial para estudiar la Shoah

Madrid 15 ENE 2020 -
Judíos húngaros llegan al campo de exterminio nazi de Auschwitz, en una imagen tomada por las SS en mayo de 1944.

En una carta a su maestro, Hannah Arendt, la autora de Eichmann en Jerusalén, afirmó: “Nadie podrá ya escribir sobre estas cuestiones sin recurrir a él”. Se refería a Raul Hilberg (1926-2007) y a su obra cumbre, La destrucción de los judíos europeos, un ensayo que aportó una nueva visión del Holocausto y en el que este profesor de la Universidad de Vermont (EE UU) estuvo trabajando toda su vida. Su tesis es que para comprender la Shoah es necesario estudiar los mecanismos burocráticos del exterminio, que se debe contar la historia desde el punto de vista de los verdugos y de la administración. Sin embargo, sus ideas no siempre fueron fáciles de asimilar y, pese a que la primera edición data de 1961, no fue publicado en Israel hasta 2012. Se trata de un libro tan insoslayable como incómodo.

Su autobiografía, Memorias de un historiador del Holocausto, que ha publicado recientemente la editorial Arpa en traducción de Àlex Guàrdia Berdiell, permite comprender cómo se gestó su obra magna y las polémicas que provocó un libro que transformó la comprensión del Holocausto. De hecho, nada más leer la primera versión del estudio, que entonces era su tesis doctoral, su tutor le dijo sobre un fragmento concreto: “Esto es muy difícil de digerir. Quítalo”. Cuando Hilberg se negó, su profesor le replicó: “Será tu funeral”. La idea que defendía este historiador, un judío vienés cuya familia huyó por los pelos del nazismo siendo él un niño, era, como explica en sus memorias, “que, administrativamente, los alemanes habían necesitado que los judíos siguieran sus órdenes, que estos habían cooperado en su propia destrucción”.

Aunque muchas de las ideas de Hilberg han entrado a formar parte del acervo sobre el Holocausto, y ya son admitidas por todos los historiadores como parte esencial del conocimiento sobre los crímenes nazis, su teoría de la cooperación de las víctimas, sobre todo a través de los Consejos Judíos, sigue siendo todavía objeto de debate. Cuando se publicó su libro en Israel, en 2012 por parte del Museo del Holocausto, el Yad Vashem, David B. Green escribió en el diario Haaretz: “La aproximación de Hilberg le trajo muy pocos amigos. Su creencia en la responsabilidad colectiva de los alemanes no le hizo muy popular entre los historiadores de Alemania Occidental y su insistencia en que los judíos hicieron muy poco para defenderse y la cooperación de los Consejos Judíos, los Judenräte, que facilitaron el trabajo de los nazis —incluso si pensaban que salvaban vidas—, le convirtieron en un personaje que no era bienvenido ni en Israel ni en los círculos de la diáspora”.

Raul Hilberg, fotografiado en Madrid en 2005.
Raul Hilberg, fotografiado en Madrid en 2005. ULY MARTÍN

Sus memorias reflejan esa lucha contra el mundo, pero también el apoyo que recibió por parte de personalidades como Hugh Trevor-Roper, el historiador británico que escribió el primer libro sobre los últimos días de Hitler con información que obtuvo cuando era agente de inteligencia militar británica en Berlín, y de Claude Lanzmann, el director del monumental documental Shoah. Hilberg es el único historiador que aparece en el filme, muy influido por sus investigaciones. La importancia de los trenes en la película está tomada de La destrucción de los judíos europeos (existe una edición castellana, en Akal, de 1.500 páginas y en traducción de Cristina Piña Aldao).

“El conocimiento de los trenes ha afectado a mi trabajo”, escribe en sus memorias para explicar el principio de su relación con el director francés. “Alemania no solo aprovechó el ferrocarril para mover suministros y tropas, sino también para la llamada Solución Final, que implicaba transportar judíos desde todos los rincones de Europa hasta campos de exterminio y áreas de fusilamiento. El aparato ferroviario no solo era gigantesco; los procedimientos administrativos eran casi incomprensibles. Fui de archivo en archivo estudiando los trenes especiales. Nada más acabar el análisis, Claude Lanzmann me vino a ver a Vermont para comentar la posibilidad de grabar una gran película sobre la catástrofe judía. Me mostró un documento sobre trenes que había encontrado y lo cogí con ímpetu para explicarle los jeroglíficos que lo cifraban. Me dijo que tenía que grabarlo sí o sí, de modo que repetí el desglose ante la cámara”. Lanzmann, un hombre muy poco dado a los elogios, escribió a su vez sobre la obra de Hilberg: “Un faro, un rompeolas, un barco de la historia anclado en el tiempo y en un sentido más allá del tiempo, imperecedero, inolvidable, con el que nada en el curso de la producción histórica ordinaria puede compararse”.

Relación con Hannah Arendt
Sin embargo, con quien Hilberg mantuvo una relación más compleja —por decirlo sin cargar las tintas— fue con la filósofa Hannah Arendt, a quien dedica unos cuantos dardos porque redactó un informe contrario a la publicación de su obra, pese a que luego reprodujo sus tesis en Eichmann en Jerusalén (un ensayo del que acaba de salir una nueva edición en Lumen en traducción de Carlos Ribalta). La idea de Arendt de la “banalidad del mal” no es ajena a la tesis que el historiador trazó a lo largo de décadas de trabajo, estudiando minuciosamente documentos: que la máquina de la burocracia nazi convirtió a todos en responsables, y a la vez a ninguno, que la culpa quedó enterrada bajo toneladas de documentos solo aparentemente banales, aunque al final se encontraban las cámaras de gas y el exterminio de seis millones de personas. En su libro sobre el juicio de Adolf Eichmann, Arendt explica: “Me he basado en la obra de Raul Hilberg, que fue publicada después del juicio, y que constituye el más exhaustivo y el más fundamental estudio sobre la política judía del Tercer Reich”.

Aquel primer tutor de Hilberg tenía solo razón en parte. Es cierto que el libro resultó difícil de digerir, que, como reconoce su propio autor, llegó demasiado pronto, pero también que cambió la forma en que se contempla el acontecimiento más terrible del siglo XX. “En 1948 me había marcado un rumbo y lo seguí sin pensar en el futuro”, escribió. En el siglo XXI, cuando está a punto de conmemorarse el 75 aniversario de la liberación de Auschwtiz, el próximo 27 de enero, su obra se sigue debatiendo y editando, como una aproximación al mal absoluto que se esconde detrás del papeleo.

https://elpais.com/cultura/2020/01/14/babelia/1579022302_584315.html

Más información importante: https://verdecoloresperanza.blogspot.com/2019/11/mito-y-realidad-del-pacto-entre-hitler.html#links

jueves, 5 de diciembre de 2019

Badajoz entra en Auschwitz de la mano de Sonja Vrscaj.

La expectación para escuchar la historia de Sonja Vrscaj, superviviente del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, fue máxima. Antes de la hora de la conferencia, el salón de actos del Centro de Profesores y Recursos ya tenía lleno absoluto. El testimonio de esta eslovena que llegó a la ciudad de la mano del ampa del IES Zurbarán, permitió a los que la escucharon entrar virtualmente en el infierno nazi, una experiencia que jamás olvidarán.

Al termino de la conferencia, que supo a poco, hubo una rueda de preguntas. Entre tantas preguntas interesantes, se le preguntó si consideraba justo y acertado aceptar las nuevas teorías que hablan de equidistancias. Con ellas se pretende igualar a nazis y victimas. De esa forma quieren igualar a víctimas con verdugos, a luchadores por la libertad y los derechos humanos con los que acabaron con las libertades y toda clase de derechos humanos. Naturalmente dijo que nuncan podían ser iguales y que siempre hay que defender los derechos humanos y la democracia.

Fue una jornada inolvidable a la que tuve el honor de asistir y no olvidare la fuerza y la alegría que mostraba Sonja.

lunes, 14 de octubre de 2019

_- La importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa. No es lo mismo.

_- Rafael Poch de Feliu
Blog personal

Cómo el Parlamento Europeo aprueba la versión de la historia de la Segunda Guerra Mundial de la derecha polaca, de acuerdo con los planes estratégicos de Estados Unidos en el continente.

Con su resolución de 19 de septiembre sobre la Importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa, el Parlamento Europeo, ha dado un nuevo y vergonzoso paso en la reescritura de la historia europea. A iniciativa de 19 diputados, 18 de ellos polacos y uno letón, una feliz coalición de conservadores, liberales, nacionalistas, socialdemócratas y algunos verdes, aprobó, por 535 votos a favor, 66 en contra y 52 abstenciones, “un retroceso ideológico hacia los peores tiempos de la guerra fría”, en palabras de la Federación Internacional de combatientes de la Resistencia (FIR).

La resolución afirma la curiosa tesis de que “La Segunda Guerra Mundial fue el resultado directo del infame Tratado de no Agresión nazi-soviético de 23 de agosto de 1939, también conocido como Pacto Molotov-Ribbentrop”. La Unión Soviética y la Alemania nazi, los dos principales adversarios de la Segunda Guerra Mundial, son de nuevo presentados como gemelos: “dos regímenes totalitarios que compartían el objetivo de conquistar el mundo, repartirse Europa en dos zonas de influencia”. Poniendo un nuevo signo de igualdad, se pide a los estados miembros que “conmemoren el 23 de agosto como Día Europeo de las Víctimas del Estalinismo y del Nazismo a escala tanto nacional como de la Unión”, y se llama a elevar los ánimos bélicos agitando a las “generaciones más jóvenes” para “fomentar la capacidad de resistencia ante las amenazas modernas que se ciernen sobre la democracia”.

Una vieja ideología de nuevo funcional
Esta amalgama no tiene nada de inocente y está directamente relacionada con las actuales y artificiales tensiones de “nueva guerra fría” a las que han conducido un cuarto de siglo de marginación de Rusia de un sistema de seguridad atlantista contra ella dirigido, vía ampliación de la OTAN, abandono de acuerdos de desarme e instalación de infraestructuras militares junto a sus fronteras. Tampoco es algo nuevo.

En el pasado, poner el signo de igualdad entre nazismo y comunismo fue extremadamente funcional en el periodo de posguerra, cuando el frente aliado de la coalición anti Hitler del que la URSS era pilar fundamental, se fracturó dando lugar a la nueva tensión entre potencias del mundo bipolar que conocemos como guerra fría entre Estados Unidos y la URSS. El paralelismo y la equivalencia entre nazismo y comunismo estalinista rehabilitó a los ex nazis alemanes que construyeron la República Federal Alemana , integrándolos en la primera línea del frente común anticomunista en Europa. Gracias a la teoría de los totalitarismos de uno u otro signo , los ex nazis fueron eximidos de la mitad de su culpa: por un lado eran culpables de atrocidades, pero por el otro habían sido precursores en la lucha contra el nuevo enemigo, al que se habían anticipado identificándolo aunque fuera desde una ideología algo equivocada . En Alemania occidental, donde apenas hubo desnazificación, un pequeño ejercicio verbal de arrepentimiento, les bastó para convertirse en cristiano-demócratas, liberales e incluso socialdemócratas, no solo sin renegar de su pulso contra el comunismo, sino reivindicándolo. Franco sacó buen partido de ese mismo recurso reciclando la criminal alianza de su régimen con las potencias del eje para convertir a España en base militar aeronaval del mundo libre y reserva espiritual de Occidente.

Mantener la división continental
Ahora esa misma ideología, que en la Europa de los años, sesenta, setenta y ochenta habría sido considerada desvergonzado disparate reaccionario, avanza impulsada por la dinámica de nueva tensión con la Rusia postsoviética (cuyo “comunismo” es igual a cero), acusada de “amenazar Europa” pese a que su gasto militar es más de catorce veces inferior al del conglomerado noratlántico que la rodea. En este despropósito, que retrata un aspecto del regreso de la Europa parda, no hay nada de casual.

Algunos países del Este de Europa, enemigos históricos de Rusia son utilizados para la estrategia de división continental impulsada desde Washington. Es sabido, y los documentos oficiales de los estrategas de Washington así lo proclaman desde hace años, que imposibilitar el ascenso de la Unión Europea como sujeto autónomo, por ejemplo con una política independiente en Oriente Medio, es el objetivo estratégico de Estados Unidos en el continente, por lo que es imperativo mantener una tensión artificial con Rusia. Una relación normalizada de la Unión Europea con la nación más poblada de Europa y la más rica en recursos, además de su principal suministrador energético, es condición sine qua non para esa hipotética autonomía.

Los gobiernos de países como Polonia y las repúblicas bálticas actúan como el caballo de Troya de ese propósito, con el que sus gobiernos ultraconservadores sintonizan -por razones históricas bien comprensibles dada la tormentosa relación de esos países con Rusia en el siglo XIX y XX. Su ingreso en la OTAN y en la UE fue priorizado desde Estados Unidos por esa razón y sus gobiernos tienen en ese papel de acicate anti ruso su principal carta de influencia en Washington y en Bruselas. Es significativo que la resolución llame a “fomentar, en particular entre las generaciones más jóvenes, la fuerza de resistencia ante las amenazas modernas que se ciernen sobre la democracia”, dando por buena la leyenda de la “amenaza rusa” sobre Europa que esos países proclaman de forma histérica, así como apelando a tomar “firmes medidas” ante la “guerra de la información librada contra la Europa democrática con el objetivo de dividirla”, es decir a silenciar el aparato de propaganda ruso en el continente que asegura un pluralismo de propagandas que debilita los monopolios establecidos.

La desvergüenza de los diputados polacos, y la tontería de los diputados que han votado esta resolución muchos de ellos seguramente sin leerla o sin entenderla, llega al extremo de solicitar la declaración del “Día Internacional de los héroes de la lucha contra el totalitarismo, el 25 de mayo, aniversario de la ejecución de un militar anticomunista polaco, Witold Pilecki, que fue internado en Auschwitz por los nazis en una rocambolesca historia y posteriormente ejecutado por los comunistas polacos como agente militar del gobierno polaco en el exilio. Aquí la intención que se adivina es eminentemente nacional: blanquear la escandalosa complicidad polaca en el holocausto, así como la sintonía de la Polonia de preguerra con los nazis, con quienes firmó un acuerdo de no agresión en 1934. Polonia fue cómplice en la desmembración nazi de Checoslovaquia en 1938 y sus dirigentes tuvieron una gran responsabilidad en la posterior ruina de su nación, algo de lo que se prefiere no hablar . Europa debe odiar a los rusos, de acuerdo con el nacionalismo polaco, y para ello se falsifica y manipula lo que haga falta.

“Totalitarismos de uno u otro signo”
La llamada teoría de los totalitarismos intentó explicar el hecho histórico de que en el siglo XX algunos sistemas tuvieron un nivel de coerción y control político tan superior al de la mayoría de las dictaduras, que merecían una nueva categoría. Pero el término totalitarismo no tiene un claro contenido y sí claros inconvenientes. Uno de ellos es que no es un concepto histórico, sino propagandístico cuyo uso se generalizó durante la guerra fría. En la práctica sirvió para rehabilitar a los nazis y movilizar a Occidente contra el comunismo. Desde ese término, los propagandistas occidentales introdujeron la idea del “comunismo” y el estalinismo como despotismos sin relación alguna con el pasado, obviando toda explicación histórica. La historia de la autocracia y el absolutismo rusos, con una larga tradición secular y de la que el estalinismo fue genuina expresión en las condiciones técnicas del siglo XX, simplemente desapareció en beneficio de una cruzada ideológica encaminada a demonizar la peligrosa idea de la nivelación social.

Fue así como una teología de la maldad explicó, por ejemplo, la compleja historia del acuerdo germano-soviético de agosto de 1939, que viene después, y no antes, de acuerdos similares de no agresión firmados por Polonia con los nazis contra la URSS, o del espectáculo de Munich que convenció definitivamente a los soviéticos de que los liberales occidentales acabarían aliándose con los nazis contra la URSS, o por lo menos dejándoles hacer en el Este, tal como el propio Hitler confirma en sus reflexiones póstumas transcritas por su último secretario personal, Martin Bormann.

Tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la teoría del totalitarismo se utilizó para presentar al nazismo y al comunismo estalinista como hermanos gemelos, ignorando la diferencia ideológica fundamental; que no puede haber un “buen” nazismo, contrario a todo planteamiento humanista, pero sí un “buen” socialismo que desarrolle ideales humanistas radicalmente antagónicos con el antihumanismo estalinista.

El punto de vista de Primo Levi
Todo esto era bastante banal en la Europa de la guerra fría. En uno de los libros más importantes del siglo, la Trilogía de Auschwitz (1971), Primo Levi, un superviviente de aquella catedral de la historia europea, relataba en estos términos las diferencias entre los Lager alemanes y los soviéticos. La principal, decía, “consiste en su finalidad”:

Los Lager alemanes constituyen algo único en la no obstante sangrienta historia de la humanidad: al viejo fin de eliminar o aterrorizar al adversario político, unían un fin moderno y monstruoso, el de borrar del mundo pueblos y culturas enteros. A partir de más o menos 1941, se volvieron gigantescas máquinas de muerte: las cámaras de gas y los crematorios habían sido deliberadamente proyectados para destruir vidas y cuerpos humanos en una escala de millones; la horrenda primacía le corresponde a Auschwitz, con 24.000 muertos en un solo día de agosto de 1944. Los campos soviéticos no eran ni son, desde luego, sitios en los que la estancia sea agradable, pero no se buscaba expresamente en ellos, ni siquiera en los años más oscuros del estalinismo, la muerte de los prisioneros: era un hecho bastante frecuente y se lo toleraba con brutal indiferencia, pero en sustancia no era querido; era, en fin, un subproducto debido al hambre, el frío, las infecciones, el cansancio. En esta lúgubre comparación entre dos modelos de infierno, hay que agregar que en los Lager alemanes, en general, se entraba para no salir: ningún otro fin estaba previsto más que la muerte. En cambio en los campos soviéticos siempre existió un término: en la época de Stalin los “culpables” eran condenados a veces a penas larguísimas (incluso de quince y veinte años) con espantosa liviandad, pero subsistía una esperanza de libertad, por leve que fuera.

De esta diferencia fundamental nacen las demás. Las relaciones entre guardias y prisioneros, en la Unión Soviética, están menos deshumanizadfas: todos pertenecen al mismo pueblo, hablan la misma lengua, no son “superhombres” e “infrahombres” como bajo el nazismo. Los enfermos, aún mal, son atendidos; ante un trabajo demasiado duro es concebible una protesta, individual o colectiva; los castigos corporales son raros y no demasiado crueles: es posible recibir cartas y paquetes de víveres de casa; en una palabra, la personalidad humana no está negada ni se pierde totalmente. En contraposición, al menos por lo que hacía a los judíos y gitanos, en los Lager alemanes el exterminio era casi total: no se detenía ni siquiera ante los niños, que murieron por centenares de miles en las cámaras de gas, caso único entre las atrocidades de la historia humana. Como consecuencia general, los niveles de mortandad resultan bastante diferentes en los dos sistemas. Al parecer, en la Unión Soviética, en el periodo más duro, la mortandad era de un 30 por ciento de la totalidad de los ingresados, un porcentaje sin duda intolerablemente alto; pero en los Lager alemanes la mortandad era del 90-98 por ciento.

En conclusión, los campos soviéticos siguen siendo una manifestación deplorable de ilegalidad y deshumanización. Nada tienen que ver con el socialismo sino al contrario: se destacan en el socialismo soviético como una fea mancha; han de considerarse más bien como una barbarie heredada del absolutismo zarista de la que los gobiernos soviéticos no han sabido o no han querido liberarse. Quien lea las Memorias de la casa de los muertos, escrito por Dostoyevski en 1862, no tendrá dificultad en reconocer los mismos rasgos carcelarios descritos por Solzhenitsin cien años después. Pero es posible o, más bien, es fácil imaginar un socialismo sin Lager: en muchas partes del mundo se ha conseguido. No es imaginable, en cambio, un nazismo sin Lager.

La historia es una obra en construcción. Cada generación, grupo social y nación, la reescribe a su medida constantemente. A lo que asistimos hoy en la Unión Europea es a la reescritura de una versión de la historia de la Segunda Guerra Mundial de la derecha polaca, acorde con los planes estratégicos de Estados Unidos para mantener al continente divido y en tensión interna.

(Publicado en Ctxt)

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viernes, 13 de julio de 2018

Lo que deberíamos aprender de Auschwitz. El mundo necesita mantener viva la memoria del pasado y de tragedias como el Holocausto. Solo así podremos vencer la apatía que nos invade y superar nuestra incapacidad para enfrentarnos a las nuevas injusticias

Hace 73 años, el 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberó a los 7.000 prisioneros que quedaban en el campo de concentración de Auschwitz. Justo antes de su huida, los alemanes habían hecho estallar las cámaras de gas y los crematorios que seguían operativos. Además, consiguieron trasladar a 100.000 prisioneros a Alemania para seguir empleándolos como mano de obra esclava. Quienes sobrevivieron en aquel campo fueron el resto de su vida el testimonio vivo de aquellos que perecieron.

Hoy, supervivientes de varios campos como Primo Levi, Elie Wiesel, Israel Gutman, Wladyslaw Bartoszewski, Simone Weil, Imre Kertész, y muchos más, no se encuentran entre los vivos. Nosotros, la generación de la posguerra, nos hemos ido quedando cada vez más solos a la hora de transmitir aquello. Parece que aún somos incapaces de gestionar de forma adecuada esa carga. No me refiero con esto a los datos de lo que sucedió, sino más bien a que en el mundo moderno vivimos cada vez más como si no hubiéramos aprendido mucho de la Shoah y de los campos.

Se suponía que el mundo iba a ser distinto después de la guerra. Se fundaron instituciones, como Naciones Unidas, para el diálogo y la cooperación a escala mundial. En Europa occidental se impulsó un proceso de unión de Estados, naciones y sociedades, lo que ahora se conoce como la Unión Europea. Se aceptaron nuevos marcos jurídicos para perseguir crímenes contra la humanidad, y Naciones Unidas hizo una definición del delito de genocidio. La función de las organizaciones no gubernamentales era apreciada y su expansión tras la guerra reforzó la influencia de la sociedad civil en las instituciones. Después del brutal conflicto armado, parecía que había que replantearse el mundo. Debido a la tragedia que supuso la pérdida de tantos civiles, esta guerra no se parecía a ninguna otra. Auschwitz se convirtió en su símbolo más claro.

Pero en aquel momento, poco después de 1945, no hubo suficiente valentía para intentar que se hiciera justicia de verdad. De los aproximadamente 77.000 miembros de las SS que trabajaron en los campos de concentración y de exterminio, solo 1.650 fueron castigados después de la guerra. Es más, ese castigo fue, en la mayoría de los casos, obvia e irritantemente insuficiente: unos cuantos años de cárcel, a menudo reducidos. Por tanto, a nadie debería extrañarle que haya quedado cierta sensación de impunidad

Hoy vemos que los esfuerzos realizados durante la posguerra —por muy legítimos y meditados que parezcan— no han soportado la prueba del tiempo. Somos incapaces de reac­cionar con eficacia ante las nuevas manifestaciones de frenesí genocida. El hambre y la muerte que causan los enfrentamientos continuos entre diferentes grupos en África central no constituyen una prioridad para nuestros Gobiernos. El comercio de armas y la explotación de mano de obra crecen en las regiones más pobres del mundo. Naciones Unidas ha dejado de ser garantía de que siempre pueda haber algún tipo de esperanza en el mundo, mientras la apatía interna devora a la Unión Europea.

Al mismo tiempo, en nuestras democracias aumenta el populismo, el egoísmo nacional y nuevas formas de retórica del odio extremo. Las relaciones entre los pueblos han vuelto a militarizarse y esto profana nuestras calles y ciudades. ¿Realmente hemos cambiado tanto en las dos o tres últimas generaciones.

Antes de reunirnos, dentro de dos años, para conmemorar el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz (el 27 de enero ha sido designado por la ONU como Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto), deberíamos hacernos varias preguntas para intentar que no se convierta en otro acto conmemorativo más, con las mismas palabras y las mismas frases repetidas, en forma de eslóganes conmovedores.

¿Qué le ocurre a nuestro mundo? ¿Qué nos ocurre a nosotros? ¿Hemos olvidado nuestro compromiso con la memoria? Si la esperanza es lo último que se pierde, ¿dónde debe arraigar si no es en la memoria? ¿Podemos atribuir a una falta de visión la superficialidad con la que impulsamos el bien? ¿La escasez de líderes políticos con sentido de Estado explica el auge de otras voces que no asumen sus propias responsabilidades? ¿Se han convertido los sondeos de opinión y los memes en las redes sociales en un dictado permanente de nuestras decisiones? ¿En verdad están dominados los mercados por aquellos que solo buscan su propio beneficio, sin querer darse cuenta de que también tienen que cumplir con deberes, por incómodos que estos resulten? ¿Podemos ignorar nuestra responsabilidad escudándonos en nuestra “incapacidad para hacer algo”, aunque se trate de las mayores tragedias?

Los esfuerzos de la posguerra no han soportado la prueba del tiempo. Somos incapaces de reaccionar ante nuevos genocidios

En una cultura que intenta vivir sin enfrentarse a la muerte, ¿queda lugar para la conmemoración de las víctimas? ¿La cacofonía que producen todas las historias personales e igualmente importantes —y a las que todo el mundo tiene derecho—aún contiene un mensaje moral liberador? ¿Es la satisfacción humana la mejor forma de medir el bien en este mundo?

Vistas las enormes disparidades que hay entre elsistema educativo y los retos a los que se debe enfrentar, ¿por qué somos incapaces de cambiarlo? ¿Está realmente justificada la proporción entre el número de clases de matemáticas frente a las de materias como la ética; frente a la enseñanza del buen uso de los medios de comunicación de masas; frente a la educación cívica y al conocimiento de las amenazas internas para la sociedad; frente al desarrollo de capacidades para formar parte de la sociedad civil? ¿Depende realmente tanto de las integrales la construcción de nuestro futuro? ¿Por qué se enseña la historia como si se tratara solo de un estudio seguro del pasado, sin ponerlo en relación con el mundo de hoy y con un futuro cada vez más inseguro?

No queremos abordar estas preguntas para poder así apartarlas, ridiculizarlas o desacreditarlas. Y da igual lo que ocurra en Congo, en Myanmar (antigua Birmania) o en el barrio de al lado. Lo cierto es que nuestros hijos —que son el futuro que importa— aprenden más sobre los sacrificios, la dignidad, la responsabilidad y los ideales con la nueva película de Star Wars que con nosotros o en el colegio.

La apatía nos invade, no porque no tengamos grandes sueños de futuro, sino porque hemos velado la imagen de nuestro pasado compartido y común, hasta del más cercano. Esta apatía es tan profunda que en la actualidad, quizá por primera vez en la historia de la humanidad, a la hora de evaluar el curso de los acontecimientos en tantos lugares, lejos y cerca de nosotros, nos resulta muy difícil distinguir entre lo que sigue constituyendo la paz y lo que ya se ha convertido en guerra.

La memoria y la responsabilidad ya no coinciden. Así es como nuestra civilización se ve privada ahora, por su propio deseo, de su experiencia pasada. ¿Vamos a dejar que Ausch­witz forme parte de la historia? ¿O tal vez deberíamos pasar el tema al departamento de matemáticas?

Piotr M. A. Cywinski es historiador y director del Museo de Auschwitz-Birkenau.

domingo, 28 de enero de 2018

La dolorosa ausencia de los republicanos españoles deportados en una exposición sobre Auschwitz

Antonina Rodrigo
Escritora y miembro de honor de la Amical de Ravensbrück

Asombra dolorosamente la ausencia de los deportados Republicanos españoles en el holocausto nazi, en la bien instalada exhibición sobre el campo de exterminio de Auschwitz, del Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid. Hasta el punto de que cuesta creerlo, por inexplicable, teniendo en cuenta que en este campo hubo compatriotas nuestros. Pero no solo aquí, los españoles fueron exterminados. También en otros campos nazis: Mauthausen, Buchenwald, Dora Mittelbau, Dachau, Bergen Belsen, Ravensbrück, Flossenburg, Neuengamme, Oranienburg, Natzweiler, Treblinka, Strutthop, Rawa Ruska, Schirmer. Es decir, que hubo prisioneros españoles internados en quince de los veintidós campos principales nazis, diseminados por la Europa ocupada por las tropas y los servicios policiales del Tercer Reich alemán.

Al final de nuestra visita a la siniestra muestra de los horrores nazis, preguntamos por la persona responsable. Nos recibió una señora que, amablemente, nos dijo que la exposición venía conformada de Alemania, y que la empresa española que había corrido con el montaje en Madrid era Musealia. El Centro se había limitado a alquilar las salas.

Nos negábamos a admitir que en la explícita muestra de los horrores nazis no hubiese ni un solo panel dedicado a la deportación de los miles y miles de republicanos españoles: mujeres, hombres, ancianos, niños, heridos. Y para que las nuevas generaciones conocieran la alianza del franquismo con el nazismo ilustrarlo con la foto en la que Franco saluda, rendidamente, a su aliado Hitler en la frontera española.

La vida de nuestras gentes refugiadas fue de una honda miseria y dramatismo. Hasta marzo de 1945 no obtuvieron el estatuto de refugiados políticos. En 1947, a raíz de la condena moral al régimen franquista por las Naciones Unidas, se cerró la frontera francesa. Pero tres años más tarde, el franquismo recibía el doble espaldarazo de la firma del pacto militar con Estados Unidos y el beneplácito de un nuevo concordato con la Santa Sede vaticana. La Iglesia, cómplice de Franco durante la Guerra Civil, como siempre, desde tiempo inmemorial, aliada con el poder. Las democracias volvieron a mantener la pervivencia del franquismo en el poder, para desolación del valioso y numeroso exilio español.

¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar en este país la afrenta de la tergiversación de la realidad histórica, las ocultaciones e infamias, la indiferencia contra aquellos luchadores antifascistas que tomaron partido contra la injusticia, y tras combatir el fascismo en España, lanzados al exilio en 1939, fueron internados en desolados campos de concentración franceses? ¿Para cuándo, el reconocimiento a la lucha en la guerra, el maquis y la contribución en la resistencia francesa de nuestros hombres y mujeres, contra el invasor nazi, en tierras francesas, en denodada lucha por las libertades? Hombres y mujeres, y a veces niños estafetas, cazados en territorio francés por las SS y la Gestapo para explotarlos hasta su extenuación en fábricas de armamento, y terminar en las cámaras de gas o en los hornos crematorios. ¿Cuándo se va a enseñar en las escuelas la lucha del pueblo español, dentro y fuera de nuestras fronteras, y que los primeros libertadores que entraron en París, el 24 de agosto de 1944, eran soldados españoles republicanos?

Pensamos que si esa exposición, afrentosa para la memoria de los luchadores y víctimas del nazismo, de la que al parecer nadie se ha hecho responsable, se hubiese dedicado a criticar al superviviente general golpista, un coro de voces se habría alzado, como trompetas de Jericó, prohibiendo su contenido y reescribiendo los fastos gloriosos del dictador. Y es que la Transición nos trajo de nuevo el silencio, dogma de los vencedores, el miedo que aherrojó bocas, y en muchos casos el terror los hizo serviles, para sobrevivir a la represión del régimen franquista.

Creemos que, a pesar de los diez años transcurridos desde la Ley de Memoria Histórica, como derecho humano, es molesta para una mayoría de gentes de sensibilidad amorfa y visión cegata, que apela al gasto que supone para el país. Y ahí continúan en sus fosas, cunetas y descampados, sin exhumar, las víctimas del franquismo, al mismo tiempo que se suceden las beatificaciones a los eclesiásticos y religiosos, mártires de la Cruzada. El Gobierno, la Justicia, la Iglesia y personas influyentes permanecen ajenas a la verdad, justicia y reparación, de las víctimas republicanas.

El escaso interés de los responsables gubernamentales y culturales en vigilar los contenidos de la exposición del madrileño Centro de Exposiciones y exigir su rectificación, corresponde a la negativa que la presidenta de la Asamblea de Madrid, el parlamento regional de la comunidad autónoma, dedica a las víctimas del nazismo, al prohibir el simple recordatorio de los nombres de más de quinientos deportados madrileños, una gran parte exterminados en los campos nazis, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las víctimas del Holocausto, a petición de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica. Su actitud implica el rechazo a restablecer la Memoria de nuestra historia, silenciada y oculta, a las nuevas generaciones, con un argumento insostenible: “La lectura de los nombres de todas y cada una de las personas madrileñas que fueron víctimas haría necesaria la lectura de los nombres de los millones de víctimas”, leemos en el periódico digital Diario.es (13 enero 2018).

http://blogs.publico.es/dominiopublico/24939/dolorosa-ausencia-republicanos-espanoles-deportados-en-una-exposicion-sobre-auschwitz/

jueves, 5 de enero de 2017

Entrevista al historiador y periodista Carles Senso, coautor de “La ignomínia de l'oblit” (Universitat de València). Campos de exterminio nazis: entre la mayoría silenciosa y el lucro empresarial.

Enric Llopis

Una mayoría de los alemanes se mantuvieron en silencio o participaron de la barbarie nazi. De hecho se beneficiaron de un modelo de economía fundamentado en la expansión bélica y la explotación de la mano de obra “importada” de países ocupados o rivales. El historiador y periodista Carles Senso, coautor del libro “La ignomínia de l'oblit” junto al docente Ximo Vidal, lo resume en una frase categórica: “La minoría movilizada a favor del nazismo no fue tan minoría y la mayoría silenciosa en ocasiones supo y en otras no quiso saber”. Publicado en 2016 por la Universitat de València, el libro aborda el internamiento de los “rojos” de la comarca valenciana de La Ribera en campos de concentración como Mauthausen, Buchenwald, Neue Bremm, Dachau o Ravensbrück. Son bien conocidas las miles de violaciones en estos centros de exterminio, los perros despedazando a prisioneros, la “experimentación” con seres humanos o las permanentes duchas de agua fría durante los inviernos extremos. Pero constituyeron asimismo una fuente de mano de obra esclava. “Empresas automovilísticas como Audi o BMW (entonces en manos de Quandt) utilizaron a miles de trabajadores forzosos”, subraya el historiador. También lo hicieron Bosch, Krupp, Adidas o Siemens.

-En “La ignomínia de l'oblit” abordas el internamiento de los republicanos de una comarca valenciana, La Ribera, por los campos de concentración nazis. ¿Deben considerarse el genocidio y los campos de exterminio como un producto de la perversidad intrínseca del régimen nazi, o se trató más bien de un proyecto político? Si es así, ¿en qué consistía?
Jorge Dimitrov, en su libro “El fascismo y la clase obrera” defendió que la subida del fascismo al poder no supone un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de dominación de clase de la burguesía por una dictadura terrorista abierta. A través del Estado de excepción se generan condiciones específicas de gobierno sin las que sería imposible entender la Alemania de los años treinta. El nazismo facilita un Estado al servicio de una clase dominante que anula la autonomía a los garantes de la libertad en las democracias burguesas “tipo”, caso de los partidos políticos, los sindicatos, la ciudadanía como sujeto político o los medios de comunicación, además de otros poderes fácticos que quedaron subyugados (en algunos casos una subyugación benévola) al designio del régimen hitleriano. En dicha situación, los campos de exterminio aparecen como una solución bélica pero también como un mecanismo de Estado al servicio del gobierno. El fascismo crea un sistema absolutamente represivo que busca el aniquilamiento del adversario primero a través de una policía política y más tarde a través del engranaje de los campos de exterminio.

-En la película “¿Vencedores o Vencidos? (El Juicio de Nuremberg)” (1961), de Stanley Krammer, un juez estadounidense retirado, Dan Haywood (Spencer Tracy), conversa con un matrimonio alemán de la clase trabajadora. En un momento del diálogo, ella recuerda al magistrado que Hitler hizo cosas positivas por Alemania. ¿Hubo un consentimiento, o al menos un silencio cómplice, de la población germana con los campos de tortura y extermino?
Es uno de los temas que están centrando mis estudios en los últimos meses. Esa responsabilidad de la población por acción u omisión en la que también veo paralelismos con la actualidad cuando observo el trato que se les está ofreciendo a los refugiados o cuando analizo lo cómodo que es el machismo para muchos hombres y que, por ende, callan. A colación de tu referencia, Esperanza Aguirre ha dicho recientemente algo parecido de Millán Astray. La memoria histórica, en ciertos sectores de este país, es el ejercicio de blanqueamiento del pasado para ocultar todos los asesinatos de la dictadura. Respecto al nazismo, sería injusto no recordar el protagonismo del Partido Comunista Alemán justo antes de la llegada de Hitler al poder y que por lo tanto hubo una resistencia activa que en muchos casos se pagó con la muerte. Pero lo cierto es que el pueblo alemán participó o calló durante toda la barbarie y se benefició de un modelo económico que basó su expansión en la guerra y en la explotación de las clases subalternas que llegaron de países ocupados o rivales. El fascismo organiza de arriba abajo la sociedad, la economía y la política según los intereses de la gran burguesía, oprimiendo y explotando a la clase obrera.

Pero dichos beneficios se generalizaron durante el período prebélico y más tarde con la política expansionista, y buena parte de la población se benefició de una economía de guerra que les llevó al silencio cómplice. Pike recopila, en su magnífico estudio sobre los republicanos españoles presentes en los campos, cómo los prisioneros se sorprendían en los primeros meses al ver que la población alemana era consciente de su situación y no movía un dedo. Hay casos de decencia pero son tan escasos que se han acabado por mitificar. La minoría movilizada a favor del nazismo no fue tan minoría y la mayoría silenciosa en ocasiones supo y en otras no quiso saber. Las décadas posteriores al final de la II Guerra Mundial son un periodo de redefinición de Alemania como país, fruto de un profundo trabajo de recolocación de valores por parte de cada uno de los alemanes y las alemanas.

-¿Se aprovecharon o lucraron las grandes empresas alemanas de la mano de obra esclava? ¿Procedían estos trabajadores de los centros de internamiento? ¿Pueden citarse nombres de las compañías implicadas?
Son múltiples las empresas que cimentaron en el periodo nazi su expansión internacional posterior y su conversión en multinacionales monopolísticas. Y no sólo alemanas, que es lo que más sorprende en ocasiones. Evidentemente también empresarios franceses o austriacos pero también norteamericanos. Por citar ejemplos, Standard Oil, Siemens, Ford o Bayer. El intervencionismo del Estado nazi fue crucial en la economía, lo que no fue óbice para que empresarios de muchos países realizasen importantes negocios que no dudaron en explotar a los prisioneros sometidos a la barbarie de los campos de concentración y exterminio. Las SS crearon empresas propias de pingües beneficios pero las necesidades del momento prebélico o bélico (con la presencia de buena parte de la masa salarial joven alemana en el ejército o en los grupos paramilitares) obligaba a buscar nueva mano de obra. Y en los campos se encontró bien barata. Las condiciones fueron simplemente esclavistas. La complicidad de los principales magnates americanos con el nazismo (al que generalmente al principio repudiaron pero después adularon dados los beneficios económicos) fue absoluta, como analiza Jacques R. Pauwels en “El mito de la guerra buena”.

-¿Qué papel desempeñaron realmente los Estados Unidos?
Pauwels protagoniza uno de los libros que considero vitales para entender el ordenamiento internacional de antes y después de la guerra mundial. Estados Unidos ha sido vendido como el salvador de la guerra y de la libertad pero lo cierto es que el gobierno decidió intervenir más bien tarde y su participación no fue tan determinante como se ha mostrado desde Hollywood. Durante los años de la preguerra y los primeros de conflicto en la sociedad americana (entiéndase sobre todo en los poderes fácticos y en el gobierno) no se tenía excesivamente claro quién era el enemigo y no se descartó la alianza con Hitler, al que algunos magnates consideraban una figura casi divina. La oligarquía americana era abiertamente filofascista y el enfrentamiento con el nazismo se interpretó en algunos casos como un error. EE UU decidió intervenir, sobre todo, porque la URSS había conseguido dar la vuelta al conflicto y estaba en capacidad de surgir de la II Guerra Mundial como vencedor absoluto del nazismo, con lo que ello hubiese repercutido en la política geoestratégica. Es por ello, que Pauwels desmitifica la intervención norteamericana y muestra la complicidad del capital norteamericano con el nazismo. Pero el negocio de las empresas con el régimen hitleriano (como la avaricia capitalista) no tuvo fronteras.

Por citar ejemplos conocidos, empresas automovilísticas como Audi o BMW (en manos por entonces de Quandt) utilizaron a miles de trabajadores forzosos a los que prácticamente no remuneraban. Las cifras se sitúan entre los 20.000 y los 50.000 trabajadores explotados. También Bosch, Krupp (actualmente Thyssenkrupp), Adidas o Siemens. Otras empresas fueron grandes colaboradoras del régimen nazi, favoreciendo su expansión a través del suministro de material innovador. Es el caso de las americanas General Motors (que facilitó camiones militares que sirvieron para ocupar Austria), Ford (que también fabricó camiones para los nazis y se negó a manufacturar motores para los aviones del ejército británico), Standard Oil (que proporcionó combustible) o IBM, que creó el sistema informático con los que se censaron a los judíos. James Mooney, director ejecutivo de General Motors, recibió la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana, mientras Henry Ford fue considerado por Hitler como “su inspirador”. La mayoría de los españoles (y ribereños) estuvieron controlados por las empresas de Himmler y su entorno en Mauthausen y sus subcampos pero de ellos también se beneficiaron empresas como la Steyr-Daimler-Puch, con varios ribereños de nuestro libro explotados entre sus trabajadores.

Como ha constatado el historiador Carlos Hernández, las prisioneras españolas deportadas a Ravensbrück trabajaron en diversas empresas que fabricaban armamento y piezas para vehículos y aviones del Ejército alemán. La más conocida de ellas fue Siemens y Halske, que en 1942 construyó una fábrica junto al campo para la producción de componentes electrónicos destinados a los misiles V1 y V2. En Ravensbrück estuvo Virtudes Cuevas, de Sueca. Eran negocios. Y muy buenos. El capitalismo sólo entiende de dinero y ni los supuestamente puristas americanos pudieron hacer ascos a las opciones de mercado que se planteaban en Europa. Y no se limitó a la II Guerra Mundial, sino que era un conflicto económico internacional que también se visibilizó en el Estado español. No hay que olvidar que el mayor aliado internacional con el que contó Franco fue Texaco, que proporcionó el combustible necesario para poder hacer volar a los Junkers Ju 52. El FBI interrogó a sus dirigentes pero a pesar del incumplimiento de la ley estadounidense de no intervención, sólo se le obligó a pagar 22.000 dólares. El suministro a los golpistas no se detuvo.

-Mauthausen, Buchenwald, Dachau, Gusen, Ravensbrück.... Trabajos extenuantes, alimentación terriblemente precaria, enfermedades irreversibles... ¿Hasta qué grado llegó el trato vejatorio, la crueldad y el sadismo? ¿En qué medida afectó a los republicanos españoles?
Es uno de los apartados más conocidos de los campos de exterminio porque existe una amplia literatura al respecto y una difusión escabrosa por parte del cine norteamericano, que ha eludido investigar sobre las salvajadas que el ejército patrio realizó en suelo europeo. Se habla de miles de violaciones. La crueldad en los campos fue la mayor que puede considerar el ser humano. Desde el segundo uno se les aniquilaba como seres humanos y se les robaba su consideración de personas. A partir de ahí, todo valía. Ejemplos sobran. Constantemente los perros de las SS se lanzaban sobre los prisioneros y los despedazaban hasta la muerte. En inviernos de temperaturas extremas como los del 41 y 42, los prisioneros eran sometidos a noches enteras bajo duchas de agua fría y posterior caliente a la intemperie. Cualquier atrocidad pensada se desarrolló en los campos y los españoles estuvieron sometidos a ellas. En los casos que hemos trabajado Ximo Vidal y yo no constan datos específicos en las razones de las muertes. Lo hacían constar de forma genérica y por lo tanto ha sido difícil la reconstrucción. Pero claro, no estuvieron exentos y entre ellos constan algunos que fueron asesinados en el Castillo de Hartheim, donde se llevaron a cabo experimentos científicos.

-¿Qué peso tenía la llamada investigación “científica”, la experimentación con seres humanos, y cuál era su finalidad última?
La finalidad no era otra que la búsqueda del hombre perfecto. Las muertes y enfermedades causadas por el duro invierno que tenían que enfrentar los militares en el Frente Este llevaron a los médicos a realizar experimentos pseudocientíficos para prevenir en sus ejércitos la congelación o la hipotermia. Para ello a los prisioneros se los situaba en grandes recipientes de agua helada con una sonda rectal para controlar la temperatura de su cuerpo. Para su reanimación se les sometía a rayos ultravioleta, se los duchaba con agua ardiendo o los intentaban excitar sexualmente con mujeres. Los resultados eran presentados en conferencias en las que se compartían experimentos con humanos. Son ejemplos de una lista inacabable de salvajadas que fueron posibles por la deshumanización, primero de los prisioneros y después de los criminales nazis, que se escudaron en la cadena de mando para llevar a cabo los experimentos. A algunos prisioneros o prisioneras se les inyectaba cianuro en los pulmones y se les obligaba a hacer deporte o los exponían al gas fosgeno para buscar antídotos, dado que se estaba utilizando en el frente. A otros les extirpaban extremidades u órganos para transplantarlos a otros y a las mujeres se les inseminaba artificialmente. En ocasiones, tanta crueldad nos aleja de dicha realidad pero lo cierto es que fue fruto de una sociedad próxima temporal y geográficamente y en nuestro país, nuestros vecinos también fueron artífices o víctimas de dichas represiones inhumanas.

-En la primera parte del libro figuran textos del escritor italiano de origen judío, Primo Levi, y del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, ¿qué parte de sus ideas ayudan a recordar “la ignominia del olvido”?
Levi nos permite introducirnos en la más despiadada de las realidades de los campos pero lleva sus reflexiones mucho más allá, y sus teorizaciones nos hacen comprender de qué forma se reduce la esencia humana cuando las necesidades son básicas. De Levi se puede aprender cómo el capital siempre beneficia al capital y que iniciar un conflicto en posición de privilegio material hace que tengas mayor facilidad para salir indemne o mejor parado. Es decir, el posicionamiento social por la posesión inicial es clave incluso en las situaciones más extremas, en las que se pierdes o difuminan otros valores como la valentía, el compromiso o el compañerismo. Cuando todo queda reducido a la nada, el capital busca y privilegia al capital. Por su parte, Bauman analiza como las personas, cuando son sometidas a elecciones demasiado costosas, se autoconvencen y alejan de la cuestión del deber moral, adoptando los preceptos del interés racional y la propia conservación. Bauman dirá que en un sistema en el que la racionalidad y la ética apuntan en direcciones opuestas, la humanidad es la principal derrotada. Resistirse al mal es a menudo imprudente y por tanto el instinto de conservación personal juega a su favor ya que mayormente la falta de compromiso facilita la abstención.

-¿Por qué vía llegaron los republicanos del exilio francés a los campos de concentración? ¿Se establecieron mecanismos de solidaridad internos, entre los presos, para sobrevivir ante condiciones tan extremas? ¿Has podido documentar para la publicación del libro algún ejemplo de relación fraternal entre los prisioneros de La Ribera?
El compromiso político de miles de republicanos españoles les llevó a combatir en tierras francesas a las tropas nazis, razón principal que provocó su detención y traslado a los campos de exterminio. Hubo españoles en todos los aparatos de contestación a los fascistas, desde el ejército francés, a la intervención en las empresas armamentísticas o la lucha política, con especial actividad de anarquistas y comunistas. La solidaridad entre los españoles fue ejemplar y la conexión entre las diferentes opciones de oposición al fascismo plena. De Sueca, por ejemplo, era Virtudes Cuevas, conocida en Francia como Madame Carmen. Después de luchar contra el franquismo, siguió defendiendo la democracia en el país galo, en el que trabajó como enlace secreto entre comunistas, socialistas y anarquistas. Era una transmisora de información, sobre todo, pero no solo e incluso trasvasó armas entre unos y otros. Acabó siendo detenida e internada en Ravensbrück, donde pudo entablar una intensa relación con Genneville de Gaulle, la hija de Charles De Gaulle, lo que le valió después (no por la amistad, sino por su trabajo y lucha) ser condecorada con la Legión de Honor del Ejército Francés, la máxima distinción.

En su magnífico libro, Pike rememora la consideración que los republicanos españoles tenían en los campos. La juventud (la media de edad de los españoles en su entrada a los campos era de veintisiete años), su disciplina militar y su experiencia eran factores que ayudaron a su mayor capacidad de resistencia. Pero también su espíritu de solidaridad, fruto de su implicación política tantas veces vinculada a movimientos de esencia colectivizadora como el PC, la CNT u otros. Internos franceses, ingleses o polacos (por situar algunas referencias conocidas) mostraron su admiración por los prisioneros españoles, a los que consideraban modelos por su educación, solidaridad, dignidad y fortaleza. Edmond Michelet decía que nunca estaban tiempo de más en los lavabos o no tomaban más de lo que les correspondía en las raciones. Dicha solidaridad también depuró entre ellos muchas diferencias que se arrastraban de la diferente interpretación en la guerra de España o de la lucha contra el fascismo en Europa. Sobre la relación de la que me hablas en la pregunta, Joaquín Olaso y su compañera sentimental, Dolores García, fueron, según comenta Pike, la única pareja que oficialmente pudo verse y mantener cierta relación en los campos. Ella fue secretaria de Neruda y una mujer de una inteligencia destacada. Su historia también es apasionante.

-En algunos pasajes del libro señalas algunos reparos a las biografías que han legado los protagonistas o sus familias. ¿Es éste uno de los grandes riesgos de la Historia Oral? ¿Tendría que asumir la Academia, tal vez, que la memoria histórica y los testimonios orales tienen mucho de género literario?
Aunque evidentemente no ha sido lo usual, hemos encontrado familiares que interiorizaron con el tiempo el relato impuesto por el franquismo y pensaron aquello de que si los deportados acabaron pasaron o muriendo en los campos de exterminio nazis “por algo sería”. Sin embargo, como digo, lo normal ha sido el orgullo silencioso. La generación actual de historiadores que estamos realizando una mirada más crítica y que estamos configurando una memoria “sin complejos”, sin relatos impuestos, hemos llegado tarde en la mayoría de los casos. Las fuentes orales son escasas y excesivamente mayores o alejadas de la problemática de estudio. Es por ello que, por una parte, debemos aplicar la máxima cautela porque sabemos que las miradas atrás siempre son caprichosas y tienden a aplicar mecanismos de autoafirmación y, por otra, estamos en la obligación de avasallar los datos documentales para suplir las carencias orales.

Entendiendo las particularidades de la historia oral, no debemos estigmatizar en exceso la voz del participante. Una generación de españoles y españolas falleció sin ser escuchados y la democracia no se recuperará nunca de una pérdida así. El golpe de Estado franquista provocó una rápida y contundente reacción que alargó la “conquista de España” durante tres años. El golpe de Estado de Tejero fue contestado con un cierre inmediato de la puerta de cada una de las casas y una delegación de competencias. Este país cambió para siempre con el franquismo y debemos seguir entendiendo por qué y cómo. Y eso lo sabían quienes lo sufrieron y quienes configuraron aquella realidad alternativa que fue la esporádica II República. No hay que temer a la historia oral, eso sí, aplicando siempre, como decía Joan Fuster (y como he aprendido del profesor Ferran Archilés), el “dubte metòdic”, la duda metódica.

-¿Consideras que ha reconocido el Estado español a los “rojos” españoles que sufrieron la ignominia nazi? ¿Tiene ello algo que ver con el modo en que se desarrolló la Transición?
Evidentemente de la dictadura asesina de Franco no se podía esperar una reconstrucción y rehabilitación de la memoria y la dignidad de los españoles que contra él lucharon y después no cejaron en su compromiso y combatieron al nazismo por Europa. Pero claro, después llegó la democracia y los homenajes fueron puntuales, nimios y privados. Y claro que sí, la Transición y sus artífices políticos tuvieron buena parte de culpa. Fueron los franquistas y la oposición más conservadora quienes condujeron el proceso de llegada de la democracia y, bajo la amenaza de la reversión a tiempos armados, impusieron el silencio y el olvido. Pero sólo a los demócratas. Porque al igual que pasó con la amnistía (que sacó de la cárcel a cuatro luchadores contra la dictadura pero de la que se beneficiaron sobre todo los franquistas que vieron perdonados sus asesinatos y su represión salvaje), sí se aplicó memoria para trasladar a la democracia (al imaginario colectivo de la nueva modernidad) el nombre y la historia de franquistas que hoy siguen poblando nuestras calles y que permiten que la desvergüenza se adueñen de personas como Esperanza Aguirre para sacar pecho de las aportaciones sociales de Millán Astray, creador de la Legión.

-¿Dónde sitúas la derrota?
El nuevo relato de la democracia se hubiese tenido que configurar sobre los cimientos de la lucha antifascista, como sí se hizo en otras partes de Europa, caso de los partisanos italianos o como hicieron los franceses, que incluso han realizado homenajes a los republicanos españoles que liberaron París, cosa que nosotros no hemos hecho. Es el caso de Amado Granell, que sobrevivió a tres guerras pero murió en un accidente de tráfico en el término municipal de Sueca. Sin embargo, el nuevo relato se creó sobre el miedo impuesto, la violencia generalizada en un momento de caos y el olvido a aquellos que lucharon por la democracia durante décadas. Hay datos irrebatibles que explican el todo: España sigue siendo el segundo país del mundo con más desaparecidos enterrados en cunetas, sólo por detrás de Camboya. Con todas las dictaduras y los horrores que ha habido en el mundo, tenemos ese “honor”. Somos campeones del mundo en desvergüenza. La científica Clara Valverde ha estudiado a través de magníficos trabajos como la represión acaba afectando a nietos y nietas de los perseguidos, incluso a pesar de que no los conocieran. Como ese miedo y frustración configura la personalidad tres generaciones después. Pero aquí no hubo recuerdo, no se reseteó la dignidad y, en cambio, sí se persiguió el duelo. Y en eso los nuevos medios de comunicación de masas tuvieron mucha culpa, como también la población que no empujo suficiente para la lograr el cambio real.

Como ha defendido el profesor Pepe Reig, los medios de comunicación pasaron del oficialismo al oficialismo pasando por el desconcierto. En la dictadura decía lo que podía decir y en la democracia pasaron a defender los que debían decir en pos del consenso, esa esencia incorpórea que se vendió como un logro y realmente fue una losa. El llamado Parlamento de Papel no estuvo en “El País” o “ABC”, enraizó en medios prácticamente marginales de recursos materiales y apoyos ciudadanos. Fueron ellos los que realmente asumieron su papel con verdadera convicción democrática. Y lo pagaron. Fueron víctimas de bombas, amenazas y agresiones, a diario verbales, en ocasiones físicas. Medios como “Cuadernos para el Diálogo”, “Triunfo”, “Destino”, “Valencia Semanal”, “Interviu” o “Dos y Dos”, por situar algunos ejemplos de gran simbolismo. La práctica clandestinidad de estos medios les dio una credibilidad que los otros, por mucho que ahora se mide atrás y se edulcore la historia, no deberían tener.

-Uno de las biografías a la que el libro dedica más páginas es la de Virtudes Purificación Cuevas Escrivà, una vecina del municipio valenciano de Sueca. ¿Por qué es importante su recorrido vital y político? ¿Resume las aspiraciones y contradicciones de una época?
Virtudes Cuevas resume el compromiso político sin desdén. Falleció hace unos años y dejó su vivienda en Sueca al ayuntamiento, con el objetivo de que se crease allí un museo antifascista. El consistorio no lo ha visto conveniente todavía y los homenajes han sido escasos y facilitados por un grupo de amantes de la historia y la democracia. Madame Carmen, como era conocida, luchó contra el golpe de Estado y en el exterior, en Francia, trabajó de enlace de las diferentes versiones de lucha contra el fascismo. Acabó pasando por Ravensbrück y como he dicho, coincidiendo con la hija de De Gaulle y siendo condecorada por su valentía con la mayor distinción del ejército galo. Nunca dejó de luchar y cuando regresó a su localidad valenciana, en 2003, mantenía viva su fuerza y su pundonor. En los años cincuenta volvió por su tierra natal con el objetivo de conseguir que su madre fuese enterrada en Sueca. Fue saludada incluso por el alcalde franquista. Eran demostraciones de una valentía extrema.

-¿Ocurre lo mismo con Joaquín Olaso Piera, vecino de Carcaixent y miembro del NKWD (Comisario del Pueblo de Asuntos Interiores de la URSS), que en agosto de 1943 ingresó en el campo de Neue Bremm? ¿Por qué es relevante su biografía?
La vida de Olaso es la historia del compromiso político a pesar de todas las consecuencias. Desde sus primeros años ya mostró una curiosidad que con poco más de veinte primaveras le llevó a la URSS, donde conoció una sociedad y una realidad política totalmente diferente. En sus cartas a la familia se mostró apasionado con las colectivizaciones y los logros económicos que rápidamente provocaban y de la forma en la que el sistema socialista había sido capaz de “recuperar” (si es que alguna vez habían formado parte de la historia) una parte de la sociedad rusa marginada durante siglos y esclavizada salvajemente. Olaso nos permite conocer los entresijos del movimiento comunista español entre la década de los veinte y los cincuenta, con la configuración de un buen número de partidos (en los que siempre acaba jugando un papel fundamental).

Siempre digo que cada descubrimiento de Olaso (a quien se le conocía con el sobrenombre de Kim) abre cinco nuevos secretos, lo que es normal en un espía de la URSS. Sin ir más lejos, era conocido como el Ojo de Moscú. Su pareja sentimental (con la que no llegó a casarse) engrandece su trayectoria. Dolores Echeverría era la secretaria de Pablo Neruda, con el que marchó al exilio francés. Incluso sus muertes se produjeron en una situación enormemente sospechosa pero eso lo dejo en manos de los lectores y lectoras del libro. Un avance, fue en 1955 y en su casa de París. Una historia que Hollywood hubiese convertido ya en una película de éxito.

-Por último, ¿consideras importante la “Microhistoria” y las Historias Locales? ¿Se corre el riesgo de que, ante el declive de las grandes narrativas y las historias globales, prolifere tal número de investigaciones parciales que la síntesis se haga imposible?
La aproximación del relato histórico a la realidad social de los núcleos más pequeños ha permitido que algunos sectores menos especializados se muestren interesados, al intervenir nuevos elementos de sensibilidad e identificación. La masiva información que circula hoy ante nuestros ojos, desgraciadamente nos obliga a cribar buena parte de ella, por lo que se utiliza la identidad para la selección. Los grandes números, la historia más matemática, nos habla de que aproximadamente 9.000 españoles pasaron por los campos de exterminio de los nazis. Sin embargo, estudios como el que hemos configurado (en un campo en que estaba virgen y que es posible porque el marco general ya ha sido interiorizado) permite a la vecina conocer a su conciudadano asesinado en Gusen, recordar al abuelo de una amiga que salió libre en mayo del 45 de Mauthausen o reconocer por la calle a un luchador por la democracia que ayudó a liberar París. Evidentemente, como digo, la historia no puede segmentarse en exceso porque de lo contrario no es comprensible y no ayuda a la edificación de valores colectivos. Debe formar parte de un todo y debe contener una perspectiva amplia.

En nuestro estudio creo humildemente que se consigue porque no eludimos, por ejemplo, analizar la pertenencia social de los deportados a una clase social humilde e históricamente perseguida, lo que nos permite analizar su herencia familiar y observar en algunos casos como miembros de sus núcleos más próximos ya lucharon contra la subida generalizada de alimentos en la segunda década del siglo XX o como aparecen vinculados a la lucha contra la dictadura de Primo de Rivera. Sólo el conocimiento general nos permitirá entender las historias más próximas y solamente la mirada micro nos dejará visualizar “la piel” (que diría aquel) de las sociedades pasadas. El historiador debe entender por qué las personas que vivieron en el pasado tomaron ciertas decisiones y no otras y eso se consigue aproximándose a los personajes que formaron parte de la lucha colectiva tantas veces anónima.

martes, 17 de febrero de 2015

Últimos testigos de Mauthausen. El periodista Carlos Hernández reconstruye la historia de los 9.000 republicanos españoles internados en campos nazis con la aquiescencia de Franco


Durante años Sigfried Meier fue muchas cosas en la vida para tratar de ocultar aquella que le habían obligado a ser contra su voluntad: un superviviente del nazismo. Judío de Fráncfort, Meier llegó de niño a Auschwitz, donde vio morir a su padre y afinó al máximo dos armas: el afán de supervivencia y el espíritu de rebeldía. Cuando entró en Mauthausen, trasladado en un convoy de la muerte sin ninguna noción de estar vivo, llevaba consigo tanta rabia que se atrevió a gritarle a los nazis que intentaron raparle. Y así fue, gracias a sus gritos y a su impecable perfil ario, cómo el capo de turno lo puso en manos de Saturnino Navazo, el preso español que organizaba partidos de fútbol en Mauthausen y que le adoptó como un hijo. Meier se emociona cada vez que recuerda a Saturnino. José Alcubierre lo hace cada vez que recuerda a su padre, asesinado a golpes en el campo de Gusen.

Ambos son algunos de los protagonistas de Los últimos españoles de Mauthausen (Ediciones B), el libro donde el periodista Carlos Hernández de Miguel rastrea la historia de los 9.000 deportados a campos nazis, con un doble objetivo: “Darles voz a las víctimas e identificar a los culpables”.

Meier y Alcubierre se cruzaron una vez en Mauthausen y no volvieron a hacerlo hasta el lunes, cuando coincidieron en Madrid para arropar la presentación de la obra. Ellos custodian de las pocas memorias aún vivas de la deportación, aunque su relación con aquel pasado ha diferido. Alcubierre nunca quiso olvidar. Meier luchó casi toda su vida por hacerlo: “No me gusta contarlo, preferiría que nunca hubiera existido. No es mi título de gloria, fue como una violación... yo viví todo esto como un niño, no podía entender por qué estaba allí”.

Alcubierre fue uno de los ocupantes del tren que partió hace 75 años de la estación de Angulema (Francia) cargado con 925 mujeres, hombres y niños españoles que ignoraban que su destino era Mauthausen. Aquel agosto de 1940 se consumaba la definitiva trapacería contra los republicanos refugiados en Francia, que habían sido movilizados —voluntariamente o no— para luchar contra Alemania sin obtener por ello ningún reconocimiento. “Los trabajadores españoles capturados en Francia durante la guerra son por lo tanto prisioneros civiles”, recogía un documento del Estado Mayor del Ejército francés en mayo de 1942, citado en el libro.

No era un simple formalismo: los alemanes trataron a los combatientes del ejército enemigo con arreglo a ciertas convenciones internacionales. Ser clasificado como civil sin patria reconocida dejó a miles de españoles desarbolados. Porque si la Francia de Pétain se despreocupó, la España de Franco los echó directamente en las fauces de los leones. “Franco fue un cómplice activo. Si acaban en los campos de concentración fue por orden de Franco”, denuncia el periodista Carlos Hernández de Miguel.

Alcubierre sobrevivió a cinco años de cautiverio en Mathausen, incluso al terrible dolor de recibir la noticia de la muerte de su padre a golpes, y fue uno de los artífices del salvamento de las fotografías que luego se usaron en los juicios de Núremberg. “Llevábamos el triángulo azul con el símbolo de los apátridas”, recuerda Alcubierre, que sigue viviendo en Angulema. “Ahora Francia nos respeta, nos ha dado una pensión. El Gobierno español no nos ha dado nada”, compara.

También Carlos Hernández lamenta la dejación de España con las víctimas de los campos nazis, como Alcubierre y Meier, el niño que renegó del alemán y de sus congéneres. “He aprendido que no se puede confiar en el ser humano, que un pueblo tan cultural como el alemán haya podido hacer lo que hizo... En Auschwitz no había ni una pizca de ayuda, cada uno iba a lo suyo, a vivir un día más, a robar aunque eso le pudiese costar la vida a otro, estas cosas fueron mi universidad… Yo podía haber terminado en la cárcel porque solo sabía robar y engañar. Me salvó Navazo… solo tengo una referencia. No creo en la bondad de la gente. Siempre hay un interés detrás. No soy amargo pero en general soy pesimista”.

Fuente:
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/26/actualidad/1422295851_665791.html

miércoles, 11 de febrero de 2015

Lo que nadie contará hoy sobre Auschwitz

Se cumplen setenta años de la liberación del campo de la muerte de Auschwitz, con toda probabilidad el nombre que evoca lo más cerca que el ser humano ha llegado a estar del mal absoluto en toda su historia. Y ya es decir. Auschwitz, y los otros más de 50 "campos de la muerte" diseminados por toda la Europa ocupada, evocados al unísono con esa sola mención; y ello sin contar los casi 1000 campos de concentración del Tercer Reich, los más de 1150 guetos y todo lo demás.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, hablar de Auschwitz continúa siendo hoy demasiado difícil, demasiado insuficiente, demasiado sobrecogedor. No hay texto ni palabras suficientes para abarcar lo que fue Auschwitz, y mucho menos en un breve artículo, es verdad.

Pero, con todo, me resulta demasiado inaceptable que incluso en el día que se recuerda el 70 aniversario de Auschwitz y de todo lo que allí sucedió se permita olvidar que Auschwitz fue el mayor campo de trabajo forzado de la Alemania nazi.

Y que Auschwitz fue también "IG Auschwitz". Filial de IG Farben, el gran Cartel empresarial del momento, formado por las empresas Bayer, HOECHST y BASF.

Y no digo el gran Cartel empresarial "alemán", porque eso no sería verdad, no al menos hasta prácticamente diciembre de 1941 y el ataque a Pearl Harbor.

Y no sería verdad porque, según el propio informe oficial de la Sección de Investigación Financiera del Gobierno Militar de Ocupación, a las alturas de 1940 del total de las 324.766 acciones que componían el Cartel IG Farben únicamente 35.616 de éstas estaban en manos de personas con residencia en Alemania, mientras que casi el triple de esa cantidad, 86.671 acciones, estaban en manos de inversores de nacionalidad estadounidense, y casi cinco veces más, 166.100 acciones, estaban en manos de ciudadanos suizos.

Es decir, más de un 80% del capital social de IG Farben estaba financiado desde Wall Street y Suiza frente al poco más de un 10% propiamente alemán.

Y esa sería, precisamente, una de las razones determinantes para excluir el procesamiento de los responsables empresariales de IG Farben (hasta 24 altos directivos de la compañía) de los Juicios principales de Núremberg: la dificultad para conseguir dejar fuera de la investigación penal a otros ciudadanos de Estados Unidos, Reino Unido y otros países.

Porque los líderes nazis fueron unos monstruos y unos dementes, por supuesto que sí, pero algún día deberá terminarse de hablar también de la auténtica conspiración de Farben, Krupp y otras grandes empresas mundiales, supuestamente "alemanas" que en nombre de un "beneficio" autoreferencial y fuera de toda sensatez y humanidad, les ensalzaron y financiaron sin límite con más de tres millones de marcos de la época "para que las elecciones de 1933 fuesen las últimas elecciones de la República de Weimar" (von Schnitzler dixit) y poder hacer después "negocios" a satisfacción con el régimen nacionalsocialista aprovechando la "oportunidad de mercado" de la invasión de casi toda Europa así como "instalaciones de trabajo" como Auschwitz...

Porque tal y como señalaría el fiscal Taylor en su "indictment" durante los Juicios posteriores a Núremberg: "IG marchó con la Wehrmacht, concibió, inició y preparó un detallado plan para hacerse al amparo de esta con la industria química de Austria, Checoslovaquia, Polonia, Noruega, Francia, Rusia y otros 18 países".

Y por eso tampoco debería sorprender que tras la derrota del nazismo una de las Leyes del Consejo de Control aliado fuese precisamente la número 9, de 20 de septiembre de 1945, específicamente destinada a disolver el Cartel IG Farben y fundamentada, según las palabras de su propio preámbulo, en la necesidad de “impedir que IG Farben pudiese representar ninguna amenaza futura a sus vecinos o a la paz mundial a través de Alemania".

Y no es que nos cupiese esperar en un día como hoy ningún tipo de comunicado o petición pública de perdón de Bayer, HOECHST o BASF por "IG Auschwitz", empresas éstas que, a diferencia de su matriz Farben, sí continúan hoy existiendo.

Pero sí que considero que "IG Auschwitz" representa un motivo muy real de preocupación acerca de la necesidad de revisar los "límites y controles" del poder corporativo en el mundo actual, y sobre la actual insuficiencia de los instrumentos de Derecho penal internacional ante todo ello. Y que, un día como hoy, resulta demasiado inaceptable, y arriesgado para un futuro que nadie desea ver repetido, que ni siquiera se mencione la fundamental responsabilidad desempeñada por estos otros actores empresariales en el inmenso crimen de Auschwitz.
Miguel Ángel Rodríguez Arias. Abogado. Experto en Derecho penal internacional.

lunes, 4 de junio de 2012

Un libro recoge inéditas escuchas secretas a los prisioneros alemanes. Revelan una sorprendente brutalidad gratuita.

Así mataban los soldados de Hitler

“Me lo cargaba todo: autobuses en las calles, trenes de civiles. Teníamos órdenes de machacar las ciudades. Yo disparaba contra todos y cada uno de los ciclistas”. Así se despachaba el suboficial Fischer, piloto derribado de un caza Messerschmitt 109 en mayo de 1942 en una conversación con un colega en un centro de internamiento de prisioneros británico sin saber que estaba siendo oído por sus captores. “Hicimos algo muy bonito con el Heinkel 112”, explicaba otro aviador a un camarada en las mismas circunstancias y en tono jocoso. “Le instalamos un cañón delante. Luego volábamos sobre las calles a baja altura y cuando nos cruzábamos con coches encendíamos las luces y ellos se pensaban que tenían delante otro coche. Y entonces hacíamos fuego con el cañón”. “Reventamos un transporte de niños”, comenta creyéndose en la intimidad el marinero Solm, tripulante de un submarino. “Un transporte infantil… para nosotros fue todo un placer”. “En Italia, a cada lugar al que llegábamos, el teniente escogía al azar 20 hombres”, narra el cabo Sommer del regimiento blindado de granaderos número 29. “Todos para el mercado, se acercaba uno con tres ametralladoras –rrr…¡rum!- y todos tiesos. Así es como se hacía”. Sommer y su interlocutor, Bender, del comando de intervención número 20 de la Marina (una unidad especial de nadadores de combate con fama de duros), ríen a gusto…

Son algunos de los muchos testimonios terribles recogidos por los aliados en el marco de un programa de escuchas secretas sin precedentes que arrojó un material escalofriante sobre la forma de luchar y sobre todo de matar del Ejército alemán en la II Guerra Mundial. Ese conjunto de documentación inédito en buena parte ha sido diseccionado y estudiado ahora por dos investigadores alemanes, Sönke Neitzel, catedrático de historia moderna, y Harald Welter, psicólogo, ambos miembros del instituto de ciencias culturales de Essen, que han recogido su trabajo en el libro Soldaten (2011), recién publicado en España bajo el título
Soldados del Tercer Reich, testimonios de lucha, muerte y crimen (Crítica, 2012).

Reventamos un transporte infantil, para nosotros fue un placer
Durante la II Guerra Mundial, Gran Bretaña y EE UU retuvieron a cerca de un millón de prisioneros alemanes (en las filas de la Wehrmacht combatieron 17 millones de soldados). De ellos varios millares fueron llevados a campos especiales preparados al efecto y sometidos a pormenorizadas escuchas. Cabe imaginar que a algunos de los oyentes les habrá costado mantener la frialdad profesional cuando oían por ejemplo explicar cómo el sargento primero berlinés Müller, tirador de precisión, se cargaba sistemáticamente en Francia a las mujeres que se acercaban con ramos de flores a los soldados liberadores aliados.

El Centro de Interrogación Detallada de los Servicios Combinados (CSDIC) británico levantó 16.960 actas de lo escuchado a escondidas a los soldados alemanes que suman cerca de 50.000 páginas, mientras que los estadounidenses también extrajeron mucho material de 3.298 prisioneros cuidadosamente seleccionados de la Wehrmacht y las Waffen-SS y recluidos en Fort Hunt, Virginia. La diversidad de los espiados es completa, con todos los currículos militares imaginables, desde soldados ordinarios, de tropa corriente, hasta generales. Los miembros de las unidades de combate y particularmente de los submarinos y de la Luftwaffe están especialmente representados.

Los prisioneros hablaban con total libertad entre ellos sin tener ni idea de que estaban siendo escuchados. Para animarlos, se introducía entre los cautivos a agentes, exiliados y prisioneros dispuestos a colaborar. Pero los mejores resultados se consiguieron colocando juntos a prisioneros de rangos similares y de la misma arma. Se pirraban los tíos por contarse unos a otros sus experiencias, sus vivencias de combate y los detalles técnicos de sus útiles de guerra, ya fueran aeroplanos, tanques, submarinos o morteros.

Neitzel se topó con los expedientes en el Archivo Nacional británico
Con las escuchas, los aliados pudieron formarse una idea muy exacta del estado, la moral y la táctica de todos los ámbitos del Ejército alemán así como de detalles técnicos de su armamento. Lo que no imaginaban los servicios secretos es que más de medio siglo después, los historiadores y psicólogos iban a encontrar un filón dorado –o más bien gris pánzer- en esa documentación. Neitzel se topó con los antiguos expedientes en el Archivo Nacional británico. “Había actas y más actas”, dice en el prólogo de su libro. “Quedé absorbido por la lectura de las conversaciones y me sentí transportado de inmediato al mundo interior de la guerra”. Lo que más le sorprendió, dice, “fue la franqueza con la que hablaban de luchar, matar y morir”.

Autores como Joanna Bourke (An intimate history of killing, 1999) o Samuel Hynes (The soldier’s tale, 1997) ya nos habían mostrado qué fácil y hasta placentero puede ser matar para el soldado. Y Wolfram Wette había revelado la culpabilidad homicida y criminal del Ejército regular alemán destripando el mito de una Wehrmacht limpia en contraposición a unas SS que se habrían encargado de las tareas sucias y de perpetrar los asesinatos en la II Guerra mundial (La Wehrmacht, Crítica, 2006). Pero Neitzel y Welter van más allá en su forma de exponer y analizar el impulso violento de los soldados del III Reich.

Probablemente lo más perturbador de las escuchas es constatar que para matar no hacía falta estar especialmente adoctrinado ideológicamente ni embrutecido por la experiencia bélica. En los testimonios se oye a los militares explayarse sobre acciones terriblemente violentas de una gratuidad absoluta, llevadas a cabo en situaciones en las que no estaban sometidos a ningún estrés y cuando no llevaban suficiente tiempo luchando como para haberse librado de la capa de civilización que supuestamente impide cometer actos así. Son ya extremadamente violentos de entrada, sin necesidad de ninguna introducción en la barbarie. Tipos que ni siquiera son especialmente nazis. Es como para perder la fe en el ser humano. “El acto de matar a otros y la violencia extrema pertenecen a la vida cotidiana del narrador y de sus interlocutores”, señala Welter. “No son nada extraordinario y hablan sobre ello durante horas al igual que hablan de aviones, bombas, ciudades, paisajes y mujeres”.

El libro aprovecha el material para diseccionar el ejército alemán
“Para mí, lanzar bombas se ha convertido en una necesidad”, dice un teniente de la Luftwaffe en una de las escuchas. “Emociona de lo lindo, es un sentimiento fantástico. Es tan bonito como cargarse a alguien a tiros”. En otra conversación, un aviador comparte el placer de cazar soldados solitarios desde su aparato “y también gente común”, que “corría como loca en zigzag”. El piloto llevaba solo cuatro días de campaña de Polonia y ya sentía gusto al matar por el simple hecho de hacerlo, con indiferencia de a quién alcanzaba. “Violencia autotélica”, la denominan Neitzel y Welter, matar por matar. Experimentar la sensación de ejercer ese último poder total, y sin castigo. “Esa clase de violencia no requiere de causa ni motivo”.

“Macho, ¡no sabes lo que me llegué a reír”, dice otro aviador que hacía saltar casas por los aires. Y otro: “Abatimos cuatro aviones de pasajeros”. “¿Íban armados?”. “Nones”. El teniente Hans Hartigs, del escuadrón de cazas 26, sobre un vuelo en el sur de Inglaterra: “Nos cargamos a mujeres y niños de cochecitos”. “Los dejamos a todos tiesos, secos. Hombres, mujeres, niños, los sacamos de la cama a todos”, cuenta el cabo paracaidista Büsing de sus acciones en Francia tras la invasión de los aliados. A veces se esgrimen motivos de una irrelevancia atroz: “A un francés le pegué un tiro por detrás. Iba en bicicleta”. “¿Te quería capturar?”. “Ni por asomo. Era que yo quería la bicicleta”.

Es un universal de la guerra el no necesitar motivos para matar
Soldados del Tercer Reich aprovecha el material de las escuchas para realizar una disección extraordinaria del Ejército alemán –desde el sistema de condecoraciones al trato a los prisioneros, la violencia sexual o las Waffen-SS, sin olvidar la participación de las unidades militares regulares en el genocidio judío o la diferencia de moral entre las diferentes armas-. La fe en Hitler –al que los soldados caracterizan con rasgos similares a los de una estrella del pop actual (!), la falta en general de conciencia entre las tropas de que se estuviera llevando a cabo una guerra racial como machacaba la propaganda, la importancia en cambio del grupo y la camaradería, el respeto que se daba a conceptos como el valor, la dureza y la disciplina y ¡al trabajo bien hecho!, o el juicio que se hace en las conversaciones de mandos como Rommel (“valiente, intrépido” pero “sin escrúpulos”), son algunas de las materias que examinan los autores.

Neitzel y Welter, que aportan ejemplos de militares de otras contiendas y sostienen que es un universal de la guerra que el soldado no necesita motivos para matar (“los motivos son indiferentes”, “mata porque es su función”), citan en el capítulo final el elocuente testimonio de un soldado alemán Willy Peter Reese, que cayó en la II Guerra Mundial. “El hecho de que fuéramos soldados bastaba para justificar los crímenes y las depravaciones y bastaba como base de una existencia en el infierno”.

PD.: Estas descripciones son uno más de los ejemplos concretos en que pueden conducir las guerras, los hombres hacen caso omiso de los valores humanitarios y justifican con el pretexto de "la guerra" cualquier crimen y barbaridad.

Es evidente que lo más importante es impedir la guerra y mantener la paz y el diálogo entre los países. A ello se oponen todos los que se benefician de las ventas de armas, el robo y el apoderarse de las riquezas de los países sin importarles los daños, crímenes, muertes y sufrimientos que causen con sus conductas. El hecho de mantener su impunidad alimenta sus comportamientos. La paz con la verdad, la justicia y la reparación necesitan defensores bien informados y tribunales universales, independientes y justos que actúen con rapidez y ejemplaridad.