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viernes, 27 de septiembre de 2019

De luna de miel en la Alemania nazi. El libro ‘Viajeros en el Tercer Reich’, de Julie Boyd, recoge testimonios de personas que visitaron el país durante el régimen de Hitler.

Charlie Chaplin en el Museo de Pérgamo durante su visita a Berlín en 1934.
Charlie Chaplin en el Museo de Pérgamo durante su visita a Berlín en 1934.

Aunque hoy parezca increíble, hubo gente que fue de turismo a la Alemania nazi. Y no es que fuera turismo de riesgo: no se trataba de asistir a quemas de libros, que te dieran una paliza las SA por la calle o que te detuviera un ratito la Gestapo (Qué forma de banalizar y frivolizar lo que sucedía en Alemania).

No, eran vacaciones normales, de relax, gastronomía, visitas culturales, sol y fiesta (y sexo), con atractivos como el festival de Bayreuth y la pasión de Oberammergau. La Alemania de Hitler fue un destino muy solicitado, en Europa y el resto del mundo, especialmente para la luna de miel. Al menos hasta que comenzó la Segunda Guerra Mundial y, ya con los bombardeos aliados —y la invasión rusa ni digamos—, cayó mucho la demanda. Todo tipo de gente (1), de muy diversos países y con diferentes propósitos (ocio, estudios, negocios, diplomacia, periodismo, deporte), visitó en los años treinta el nuevo país levantado por los nazis a base de cemento, rearme, testosterona y esvástica (y no se puede olvidar ni obviar, asesinatos, crímenes, palizas, destrucción de los sindicatos, prohibición de los partidos de izquierda y más tarde de todos, leyes totalitarias, libertades perseguidas, confiscación de todas las propiedades del movimiento obrero, etc.,etc. La barbarie increíble del fascismo nazi en un país culto y "educado" (2), y una buena parte de esos visitantes se llevó incluso, lo que hay que ver (un poco de hipocresía viene bien), una impresión positiva y hasta entusiasta de una sociedad que les pareció estimulantemente activa, moderna y optimista. Otros, por supuesto, quedaron horrorizados. (3), está muy claro que no eran viajeros de todas clases, la clase obrera no podía viajar, por falta de dinero o medios y de vacaciones, luego es evidente que la muestra está sesgada, no era, evidentemente, aleatoria y representativa de "toda" la sociedad).

Miembros de una familia británica de vacaciones, con Hitler en 1935.

Miembros de una familia británica de vacaciones, con Hitler en 1935.

En Viajeros en el Tercer Reich, el auge del fascismo contado por los viajeros que recorrieron la Alemania nazi (Ático de los libros, 2019), la escritora británica Julia Boyd recoge magistralmente, rastreando en las fuentes originales, una abrumadora cantidad de testimonios de personas de muy diferente clase y condición, incluidos un profesor estadounidense negro, un marajá indio, un estudiante chino y personajes tan famosos como Charles Chaplin, Virginia Woolf (con su marido judío Leonard y su mono tití Mitzi), Samuel Beckett, Robert Byron o la aviadora Amy Johnston. También Simenon, que se topó con Hitler en un ascensor de hotel. Los relatos de todos ellos sobre sus estancias en el país, en diarios o cartas, arrojan luz acerca de las mentalidades de la época y la percepción extranjera del régimen de Hitler.

Uno de los testimonios más emotivos y clarificadores del libro es el de una pareja estadounidense en luna de miel a la que una angustiada mujer judía les entregó de sopetón a su hija, una chiquilla con un zapato ortopédico, en la calle en 1936, suplicando que se la llevaran de Alemania. Lo hicieron.

Constantia Rumbold, hija del diplomático británico sir Anthony Rumbold, sintió escalofríos ante la marcha con antorchas en Berlín del 30 de enero de 1933 al grito de “¡Alemania, despierta!”. “Nadie que hubiera sido testigo de cómo había desfilado esa noche el alma de Alemania por las calles podía albergar la menor duda de lo que iba a suceder”, escribió la joven. El escritor de izquierdas francés Daniel Guérin se fijó por esa época en el “éxtasis” con el que las chicas alemanas reaccionaban al pasar una unidad de las tropas de asalto y anotó perspicaz: “Sin las botas, sin el olor a cuero, sin el paso rígido y severo de un guerrero, hoy es imposible conquistar a estas Brunildas”. Particularmente intenso fue el viaje de Bradford Wasserman, un muchacho de 15 años de Virginia que acudió con sus compañeros a una reunión internacional de boy scouts y que era judío.

La escritora británica Julia Boyd en Barcelona.
 La escritora británica Julia Boyd en Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI

Boyd, que ha visitado Barcelona esta semana, destaca la variedad de puntos de vista que arrojan los testimonios y el interés de asomarse así a un período histórico (de la República de Weimar al final de la Primera Guerra Mundial): “Mucha gente se había formado una opinión del país antes de viajar y luego vieron lo que querían ver. Otros cambiaron rápido”. ¿Era fácil percibir el mal en Alemania? “En general no. Alemania era un lugar encantador en muchos aspectos, lo que percibías dependía de las experiencias que tuvieras y también de tu bagaje ideológico. Si simplemente viajabas como turista era fácil que la gente y la propaganda te convencieran de que Hitler estaba haciendo algo bueno por Alemania, sobre todo al inicio del régimen. Luego las cosas se fueron poniendo peor, más claras, con las leyes de Núremberg (el 15 de septiembre de 1935) * o la Noche de los Cristales Rotos (del 9 al 10 de noviembre de 1938). Pero siempre hubo gente que no vio la maldad ni cuando les llevaron de visita a Dachau. Además, en los viajeros de clases altas, como los aristócratas británicos, el miedo al comunismo y el antisemitismo les hacían sentir afinidad con la nueva Alemania”.

La autora explica que una de las cosas que debía decidir un viajero al llegar a Alemania era si iba a hacer o no el saludo nazi. ¿Era peligroso viajar a Alemania? “No para los viajeros corrientes (otra cosa es que fueras periodista), a no ser que toparas con la persona equivocada o criticaras a los nazis en público. Normalmente se recibía muy bien a los viajeros, para convencerte de la bondad del sistema”.

Julia Boyd reflexiona que uno de los atractivos del libro es imaginar qué hubiéramos percibido cada uno de nosotros en la Alemania nazi, qué hubiéramos pensado y cuál habría sido nuestra actitud.

La escritora cita como ejemplar el comportamiento de personas como Arturo Toscanini que, tras dirigir en Bayreuth en 1930 y 1931, se negó a volver a hacerlo en 1933 por la forma en que los nazis trataban a los músicos judíos, y el novelista Thomas Wolfe, que después de su visita en 1936 publicó un artículo en EE UU. denunciando la persecución de los judíos y se despidió de Alemania, a la que amaba profundamente, para no volver. Ahora ya ningún viajero puede visitar el III Reich. Boyd zanja: “Afortunadamente”.

GOEBBELS, EL HOMBRE QUE ODIÓ A CHARLOT
Chaplin salió por piernas de Alemania en 1934. Viajó a Berlín para promocionar Luces de la ciudad pero el odio de Goebbels y la errónea convicción de que era judío impulsaron a los nazis a amenazarle en la calle. Mucho mejor le fue al mayor Francis Yeats-Brown, autor de las célebres memorias Vidas de un lancero de Bengala, llevada al cine como Tres lanceros bengalíes, con Gary Cooper. En una recepción en Núremberg en 1937, Hitler se acercó a saludarle con una sonrisa: la película era una de sus favoritas y había decretado que fuera de visión obligatoria para los SS. Sorprende que en el libro de Julia Boyd no aparezca Patrick Leigh Fermor, que en 1933 atravesó caminando Alemania y dejó sus impresiones en El tiempo de los regalos.“La razón es que perdió sus notas y escribió de memoria muchos años después. Aunque su libro es una maravilla, yo me he querido basar en documentación directa”.
 
Las dos leyes eran la Ley para la Protección de la Sangre Alemana y el Honor Alemán, que prohibía los matrimonios y las relaciones extramatrimoniales entre judíos y alemanes y el empleo de mujeres alemanas menores de 45 años en hogares judíos; y la Ley de Ciudadanía del Reich, que declaraba que sólo aquellos de sangre alemana o relacionada eran elegibles para ser ciudadanos del III Reich. El resto fueron clasificados como sujetos estatales sin ningún derecho de ciudadanía.
https://elpais.com/cultura/2019/09/26/actualidad/1569534585_097014.html

lunes, 15 de febrero de 2010

Crisis. Culpables y víctimas

Unos pocos miles de expertos en ingeniería financiera, víctimas (¿? diría llenos) de una codicia insaciable y una enfermiza fe en la capacidad reguladora del libre mercado, han empujado hacia la pobreza a muchos millones de personas instaladas en las distintas capas de la "clase media" y han hundido en la miseria absoluta a muchos cientos de millones que ya eran pobres.
Los culpables de esta debacle tienen nombres y apellidos; se sabe en qué empresas (principalmente bancos) trabajan, qué sueldos millonarios perciben, de qué bonus escandalosos se benefician y qué grado de responsabilidad tiene cada cual en el hecho de haber llevado la economía mundial al borde del abismo y en algunas zonas o países, directamente al abismo. De entre todo este siniestro entramado de delincuentes de élite, ¿hay algún imputado por delitos económicos? ¿Se ha creado en algún país alguna asociación de víctimas dispuesta a luchar hasta conseguir que acaben en el banquillo de los acusados? ¿Algún organismo o institución internacional plagada de funcionarios espléndidamente remunerados gracias a nuestros impuestos está haciendo algo para acabar de una vez por todas con los paraísos fiscales? ¿Me podría explicar alguien con argumentos creíbles por qué prescriben los delitos económicos? ¿Se está haciendo algo para que dentro de pocos años no volvamos a tener otra crisis con resultados aún más letales?
Por cada culpable hay millones de víctimas. Ellos ganan siempre porque nosotros hemos renunciado al poder que da la mayoría y se lo hemos dado a ellos. Si no hacemos nada, ¿tendremos derecho a quejarnos?.
Carta Publicada EL 13/02/2010 en “El País” JOSÉ CÉSPEDES - Palma de Mallorca
Un poco de honestidad. No han pasado dos años de una estafa global de financieros y ya parece que la crisis sea culpa de las clases medias bajas
El enojo es la emoción que se experimenta cuando uno se siente objeto de una conducta injusta. Enojo, enfado, es la emoción que deberían estar experimentado hoy día muchos ciudadanos en el mundo no sólo ante la crisis económica a la que deben hacer frente si no, y quizá sobre todo, por la falta de honestidad, de integridad, por la intención de engañarles, que demuestran, una y mil veces, los responsables de esa crisis.
Es imprescindible no dejarse llevar por la ira, razonar y participar en el esfuerzo para salir adelante, pero es también vital y urgente reclamar rectitud en los actos y en las palabras, un mínimo de honestidad en expertos, gobernantes, economistas, periodistas y demás portavoces de la sociedad, que de manera creciente participamos, consciente o inconscientemente, en la ocultación y tergiversación de la realidad.
No es posible que no hayan pasado ni dos años del descubrimiento de una gigantesca estafa global protagonizada por banqueros y financieros y que ya parezca que la crisis fue consecuencia de la irresponsabilidad de las clases medias bajas (trabajadores se llamaban antes), empeñadas en hundir el sistema con sus desaforadas demandas. Cualquier ciudadano que oiga hoy a expertos, gobernantes, economistas y periodistas puede llegar a pensar que la crisis ha sido provocada por millones de trabajadores que salieron a las calles en todo el mundo occidental reclamando aumentos de salarios intolerables, pensiones descabelladas, privilegios imposibles de asimilar por un sistema que hubiera funcionado bien si no hubiera sido por esa locura que contagió a las clases medias bajas a finales del siglo XX y comienzos del XXI.
Un mínimo de honestidad (y de eficacia a la hora de afrontar la crisis) exige tener presente que fue la gigantesca especulación generada por un sistema financiero no controlado la que provocó el estado de cosas actual a nivel mundial. En el caso español, además, hay que añadir una burbuja inmobiliaria, consentida y alentada por banqueros, economistas y políticos, del PP y del PSOE, no porque fueran unos corruptos o vendidos (aunque algunos sí lo fueran), sino porque la bonanza provocada por esa burbuja causaba una sensación general de bienestar. Un mínimo de honestidad exige tener presente que buena parte de los problemas de las empresas españolas están provocados no por los sueldos, sino por el hecho de que el sistema bancario ha reducido extraordinariamente sus líneas de crédito.
El hecho de tener razón no le va a servir de mucho a esas clases medias, aplastadas por el paro y el empobrecimiento. Nunca ha bastado con estar libre de culpa. La realidad es que existe un déficit complicado de financiar, que es imprescindible que el Gobierno español recupere credibilidad y que esa credibilidad se obtiene en los mercados internacionales con medidas de austeridad, es decir, con reducción del gasto público, quizá combinadas con aumento de ciertos impuestos al consumo (los que más afectan a esa clase media baja).
La cuestión es hasta qué punto se puede exigir el esfuerzo de ese sector de población y qué modalidades proponen las distintas opciones políticas... (SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 14/02/2010) (seguir en El País)

domingo, 14 de febrero de 2010

Marcos Ana. Poeta.

La hoguera del pueblo tiene
aún esparcidas sus aguas.
Ay, como el fuego se junte,
¿quién apagará sus llamas?
¿quién sujetará los bosques
del pueblo ardiendo en sus armas?

Tomad la mano que el pueblo
os ofrece en paz, tomadla.
No esperéis que se maduren
en el dolor las espadas.

Los diques también se rompen
bajo el martillo del agua;
el viento descuaja el árbol
por hondas que estén sus plantas;
y hay volcanes que deshacen
el pecho de las montañas.

Escuchad la voz de un pueblo
que busca la luz del alba,
con la paz en sus banderas
y el amor en sus gargantas.
No dejéis que se maduren
en el dolor las espadas.

Tomad la mano que el pueblo
os ofrece en paz. TOMADLA.
... ... ...
Triste es luchar en una misma casa,
romper la mesa donde el pan se come,
vivir entre paredes, enfrentados
tercamente en un mismo territorio.

Y más triste es ser ciego,
sordo al llanto de una madre,
tener un tacto de áspera corteza
para su corazón en carne viva.

Hay que tener los pulsos amarillos,
la sangre sin vertientes, seca el alma,
para dejar oscuros nuestros pechos
sin esa luz urgente que España necesita.

Ni un paso más, hermano:
que no pueda "el ayer" o sus cenizas
sus odios oponer a nuestro encuentro.
porque ni tú ni yo apagamos la lumbre,
ni robamos el pan,
ni dejamos sin techo y sin puertas nuestra Patria.

"Con Marcos Ana vengo sintiendo desde hace tanto tiempo que la memoria se confunde. Un vez escribí que a Antonio Machado lo conocía sin conocerlo cuando, siendo un adolescente perplejo, miraba la guerra de España en un mapa que me había fabricado y en el que ponía banderitas de papel según iba avanzando el ejército de Franco, que ganaba siempre, o al menos eso decían las radios de la dictadura de mi país. Entonces también debí de conocer a Marcos Ana porque ya ambos estábamos en el mismo lugar. Luego, mucho más tarde, cuando supe que Marcos Ana preguntaba, y no a gritos, sino directamente a nuestros corazones, tal vez al mío, cómo es un árbol, he de reconocer que no pude decírselo aunque quizá él me oyera y diera por buena la respuesta de que un árbol, amigo mío, es lo que estamos haciendo para que salgas de la cárcel, para que no haya presos políticos, para poder ser, en tu país y en el mío, a pleno pulmón, militantes de todos los partidos, ya sin miedos y sin complejo, seres libres gozando de árboles que crezcan con nosotros, que nos pongan sombra al caer la tarde y nosotros los regaremos cada mañana para que el mundo no se acabe.

Eso le decía a Marcos Ana y es probable que me oyera, porque lo poetas conocen lo que no se dice con palabras, pero está y ellos lo saben. Por eso cuando escriben nos hacen más humanos.Con Marcos Ana, ya digo, vengo sintiendo hace tanto que no se mide por años. A Marcos Ana, que es nombre de hombre y de mujer juntos, le hemos oído las mejores palabras y hemos sido más buenos. ¿A Marcos Ana le falta el Premio Príncipe de Asturias? No: al Premio Príncipe de Asturias le falta Marcos Ana y ese premio nunca estará completo sin el luchador español, el hombre sin rencor que amó la libertad desde la cárcel y que hoy, desde la vida recuperada, sigue honrando la libertad, que no es un concepto sino un modo de estar en el mundo que a todos nos dignifica.

Marcos Ana, Premio Príncipe de Asturias. Cuando oigamos esa proclamación nos saludaremos en la calle, aplaudiremos en las plazas y en las casas y diremos, haciendo sonar las bocinas de nuestros coches, que hemos ganado la batalla contra el olvido y a la inercia, que somos, por fin, protagonistas de la historia, porque somos, hombres y mujeres, dueños de nuestro tiempo y tenemos voz y la usamos. Como estamos haciendo ahora." José Saramago

Marcos Ana ha contado que, estando en la cárcel, un día oyó una música que llegaba desde la calle y le gustó tanto y le impresionó en tal medida por su belleza que nunca la olvidó. Con el tiempo, ya fuera, la pudo encontrar y saber que se trataba de Candilejas de Charles Chaplin