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viernes, 16 de agosto de 2024

El primer Gobierno de Franco creó desde Donostia rutas para que extranjeros visitasen la Gernika bombardeada

Fuentes: El Diario

Con prohibición de hacer fotografías, el recién creado Servicio Nacional de Turismo metió en 1938 a grupos en autobuses nuevos y se les mostraron escenarios simbólicos de la Guerra Civil como Irún, el cinturón de hierro o Durango con la contienda sin haber finalizado.

Cuando en 1937, en plena Guerra Civil pero con las provincias vascas ya conquistadas en su integridad, el bando sublevado constituyó un Gobierno no democrático y alternativo al legítimo de la II República con capital en Burgos, Vitoria acogió los relevantes ministerios de Justicia y Educación y Bilbao fue la sede del de Industria. Donostia pujó también por ese estatus, pero no le fue posible. Sin embargo, sí se instaló en la ciudad un relevante organismo, el Servicio Nacional de Turismo, entonces adscrito al Ministerio del Interior, cuyo titular era Ramón Serrano Suñer, cuñado de Francisco Franco y uno de los máximos ideólogos de la asimilación del franquismo al nazismo alemán y al fascismo italiano. Y desde Donostia se organizó en el verano de 1938 un plan para mostrar a turistas extranjeros las bondades del nuevo régimen en las zonas conquistadas cuando la guerra no había finalizado aún. Se crearon las “rutas nacionales de guerra” como paquetes de viaje ofrecidos fuera de España para visitar lugares simbólicos para los sublevados. La primera, la denominada “ruta del norte”, arrancó en Irún en julio de 1938, pasó por Donostia y Bilbao e incluso tuvo una parada para que los que se apuntaban, a los que se les prohibía tomar sus propias fotografías, vieran las ruinas de la Gernika bombardeada por nazis y fascistas unos meses atrás aunque la versión franquista culpara de su destrucción a los “rojos”. Después, el trayecto seguía a Cantabria y Asturias.

Foto: Folletos en francés o inglés de las «rutas de guerra» diseñadas por el franquismo en 1938. ELDIARIO.ES/EUSKADI

“La España Nacional se enorgullece de presentar su prosperidad a todo el mundo”, promocionaba la prensa controlada semanas antes del inicio de las visitas. Se vendían como las rutas “de la verdad” para explicar en el exterior la realidad sobre la “cruzada” frente a la versión de los “sóviets”. “Ellos mienten. Nosotros luchamos, vencemos y creamos”, se insistía. La ruta del norte, que fue la única que se pudo poner en marcha en primer término aquel tercer verano de la Guerra Civil, arrancó en Irún, en la frontera hispano-francesa en la que en 1940 se reunirían Francisco Franco y Adolf Hitler y en la que la presencia nazi fue muy corriente durante años. “Irún es el primer pueblo de la ruta de guerra del norte, ruta de la verdad que el Generalísimo abre al mundo para que experimenten todos los hombres de buena voluntad lo que fue el dominio de las hordas y lo que es la prosperidad y el orden del Gobierno de Franco”, se podía leer en el diario ‘Pensamiento Alavés’ junto a una fotografía del centro de la localidad fronteriza.

Seguía hacia Donostia, donde había convenidos tres hoteles para los turistas, el María Cristina, el Continental y el Londres. Precisamente donostiarra era una de las agencias de viaje que colaboró con el proyecto, Cafranga. Antes de Bilbao, donde los alojamientos eran los hoteles Carlton y Torrontegui, en la ruta estaban Zarautz, Zumaia, Mutriku, Deba, Elgoibar, Eibar, Durango, Ondarroa, Lekeitio, Amorebieta-Etxano y, desde luego, Gernika. Muchos de esos pueblos habían sido bombardeados duramente. En el folleto que se editó en varios idiomas se mostraba una fotografía aérea de la villa totalmente aniquilada, así como a dos requetés carlistas protegiendo el árbol símbolo de los fueros vascos. Previamente a pasar a Cantabria y Asturias, los viajeros veían también Balmaseda. En total, eran 1.101 kilómetros en nueve días incluido el regreso al punto de origen, la frontera francesa.
El plan estaba diseñado de modo tal que se editaron grandes folletos en idiomas como el inglés, el francés, el portugués, el italiano o el alemán. La versión anglosajona se titulaba “The path of war in Spain” y, además de las decenas de fotografías de los pueblos del camino y de prisioneros republicanos encarcelados o hacinados en campos de concentración como un reclamo más, venía un retrato de Franco y también de otros de los principales militares golpistas, incluido el ya fallecido Emilio Mola.

Se les comparaba a los turistas el paseo por Gernika y por otros lugares como una estancia “en las Termópilas, en Rocroi o en Waterloo”, escenarios de grandes gestas de la historia. Se citaban también recientes hitos de la I Guerra Mundial como Verdún. “Pero la España nacional es el primer país que ha organizado visitas en tiempo de guerra”, se jactaba el régimen. Se prometían hasta cuatro “rutas de guerra”, pero el 1 de julio de 1938, a nueves meses del final de la contienda todavía, el programa empezó en Irún con la del norte. “Los grupos serán acomodados en hoteles de primera clase dotados con todos los requerimientos modernos”, se les decía. Como facilidad adicional para los forasteros, se apuntaba como logro que la zona conquistada de España había “adoptado” el huso horario de Alemania (“cosa que la República había abolido”).

“Gipuzkoa es una tierra sonriente donde la civilización despliega sus más grandes victorias y recursos. Bizkaia destaca particularmente por su riqueza minera e industrial. […] San Sebastián es destino costero moderno y cosmopolita. Bilbao es considerada la ciudad más rica del mundo […]. Además de las capitales, hay puntos atractivos de la costa como Zarautz, Zumaia o Deba [o] románticos y pintorescos pueblos como Mutriku, Ondarroa, Lekeitio o Bermeo”, se podía leer en ese folleto, que también glosaba las bellezas de Cantabria y Asturias. Sin embargo, ni Vitoria, que fue el primer municipio en ser conquistado por los franquistas tras el 18 de julio de 1936, ni Álava eran parte del viaje.

El paquete turístico costaba al principio 8 libras esterlinas o su equivalente en francos franceses, liras italianas, marcos alemanes o escudos portugueses, lo que evidentemente no cubría todos los gastos particulares. Eran unas 850 pesetas según el tipo de cambio legítimo del momento, es decir, el republicano. Al cambio actual, aplicada la inflación, serían unos 2.300 euros. Eso sí, además de los lujosos hoteles, “para el transporte de los visitantes” se fletaron “autocares confortables y seguros” -de la marca Dodge y matriculados y “guías-intérpretes”. Luego pasó a nueve libras esterlinas en otras ediciones.
 

Los que entraban en Irún -en el archivo municipal de esta localidad constan agradecimientos a grupos de extranjeros que hicieron la ruta- tenían que seguir unas instrucciones muy precisas. El equipaje tenía que ser ligero, como mucho “una maleta corriente por persona” y quizás “un pequeño maletín o efecto de mano” como complemento. Se les recomendaba un “impermeable” a pesar de ser verano pero también un bañador, “pues habrá ocasión de poder tomar baños de mar”. El pasaporte tenía que estar visado por el consulado español en el país de origen. Se facilitaba a los viajeros que cambiaran sus divisas a pesetas, incluso en los propios hoteles, pero se les prohibía sacarlas del país después. En aquellos años había un auténtico caos monetario e incluso llegó a circular una peseta vasca. Los inscritos no podían meter en España mapas; solamente podían usar el folleto creado ‘ad hoc’ por el Servicio Nacional de Turismo. Y muy relevante: “Estará prohibida la entrada y salida de máquinas fotográficas”. Se les vendían postales ya editadas como recuerdo de la estancia.

Los autobuses Dodge fueron comprados ese mismo 1938, a tenor de sus matrículas correlativas emitidas en Bilbao. Iban identificados con una letra y, según las fotografías encargadas por el Ministerio del Interior a un conocido retratista de Donostia, Foto Marín, eran al menos siete, el A, el B, el C, el D, el E, el F y el G. Los extranjeros tuvieron especial interés en ver el cinturón de hierro diseñado para la defensa de Bilbao y se permitieron incluso fotografiarse haciendo el saludo fascista. También posaron en el exterior de la Casa de Juntas de Gernika, junto al viejo roble, uno de los pocos puntos no destruidos por el bombardeo. Esas imágenes muestran el gran cambio paisajístico que se produjo en pocos meses. El hotel Carlton, que fue la sede de la Presidencia vasca tras la constitución del primer Gobierno autonómico dirigido por José Antonio de Aguirre había pasado a tener varios ‘¡Arriba España!’ en su entrada.
Foto: Algunos de los autocares fletados. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Aunque Donostia era ya y siguió en el franquismo como un relevante destino turístico -era la residencia estival del dictador-, las rutas fueron un espejismo. Los años de la II Guerra Mundial supusieron una caída de las entradas de extranjeros. Según datos del Archivo Provincial de Gipuzkoa, en 1940 pernoctaron 1.838 hombres y 658 mujeres y en 1941 ya cayeron a 102 y 53, respectivamente. En 1945, último año de la contienda mundial, las cifras eran de apenas 71 y 54.

El hombre de Franco para poner en marcha en Donostia el Servicio Nacional de Turismo y las rutas fue un andaluz, Luis Antonio Bolín Bildwell. Periodista, con dominio del inglés, fue la persona encargada de organizar el traslado en avión de Franco a África para que se pusiera al frente del golpe de Estado en 1936. Fue máximo responsable turístico del nuevo régimen desde 1938 a 1952. Falleció en 1969. Constan intentos realizados por carta desde Donostia para organizar viajes para estudiantes al margen de las rutas abiertas al público, pero siempre con los mismos fines propagandísticos. 

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lunes, 12 de agosto de 2024

La arqueología, testigo infalible del horror de la Guerra Civil y el franquismo.

Laura Gutiérrez, antropóloga forense, durante una intervención en uno de los diez cuerpos encontrados maniatados en la fosa CE017 del Barranco de Viznar, en Granada.
Laura Gutiérrez, antropóloga forense, durante una intervención en uno de los diez cuerpos encontrados maniatados en la fosa CE017 del Barranco de Viznar, en Granada.

El libro ‘Desenterrar el pasado’ refuerza el valor de los restos óseos y materiales cotidianos desenterrados como prueba necesaria para conocer el pasado reciente.

La historia la escriben y la cuentan los vencedores. Luego, a los historiadores les toca expurgar y rectificar esa narrativa. En el siglo XIX, Lord Acton pensó que, con las fuentes y la metodología adecuada, podía escribirse “un relato capaz de aparentar precisión y definir la realidad”, explican el historiador Miguel Ángel del Arco y el arqueólogo Francisco Carrión. Ambos admiten el fracaso de esa asunción: “Hoy sabemos que eso es imposible”, cuentan. “En el camino de alcanzar la verdad plena, la historia tropieza con numerosos obstáculos”, añaden. Uno de ellos es la parcialidad de los textos disponibles. Si el conflicto es reciente, se pueden encontrar testimonios de las víctimas, a veces de primera mano, a veces convertidos en un relato familiar que pasa de generación en generación, explica Carrión, con la pérdida de fidelidad que eso supone. Existe, sin embargo, un área de la historia que ha tomado fuerza en la tarea, literal, de desenterrar la verdad. Es la arqueología, la que saca de la tierra restos óseos y material de la vida cotidiana, la que analiza las materialidades del conflicto, las que no mienten, las que no se pueden contradecir.

Carrión y del Arco han editado Desenterrar el pasado. Arqueología e historia de la Guerra Civil y la Dictadura Franquista, en la Editorial Comares, un volumen en el que participan numerosos autores y que quiere “profundizar en la violencia desplegada por el franquismo” de modo que “el silencio de los textos” se vea compensado por la herramienta de la arqueología. Un instrumento que, explica Carrión, “descubre lo que está oculto no solo bajo la tierra, sino en la historia”. Ningún texto oficial, por ejemplo, admitirá que se fusilaron a niños en la guerra civil española. Y la realidad es que los hubo. Es el caso del niño de entre 11 y 14 años encontrado en el Barranco de Víznar que, tampoco se contará en ningún documento de la Administración, llevaba en sus bolsillos un lápiz y una goma de borrar. Este niño, inexistente para la historia, apareció en una fosa común hace unos meses. Sin fuentes documentales que lo mencionaran, ha sido la arqueología quien ha recordado su existencia. Y su asesinato.
 

Los objetos encontrados permiten describir muchas cosas, incluso el contexto social de los fusilados. En Víznar, por ejemplo, y quizá porque los asesinados proceden de la capital granadina, abundan las “suelas de caucho y la presencia de la marca del fabricante” frente a otros ámbitos más rurales de Andalucía o Extremadura, explica Francisco Carrión, en las que las suelas son “de esparto o goma de neumático y de factura artesanal” propia del ámbito rural. La urbanidad de los asesinados en Víznar se percibe en la “botonería, pinzas para medias, sostenes” y, a partir de los análisis dentales, “en la presencia de empastes, fundas dentales y dentaduras postizas”.

Tampoco es fácil encontrar escritos que describan la ejecución de mujeres y su enterramiento en fosas comunes. “Apenas está documentada”, escribe la historiadora Laura Muñoz-Encinar, de la Universidad de Barcelona. No reconocerlo no significa que no ocurriera. De hecho, cuenta la historiadora, “la ejecución de mujeres embarazadas fue una práctica habitual dentro de la represión franquista”, con mayor incidencia en Andalucía y Extremadura. La arqueología, a pesar de que no es fácil acreditar tantas décadas después la existencia de fetos en las mujeres, ha encontrado numerosos casos. En Gerena (Sevilla), se exhumaron 17 mujeres, una de ellas embarazada. En Fregenal de la Sierra (Badajoz), se documentó una mujer embarazada de entre siete y nueve meses. A 70 kilómetros de allí, en Llerena (Badajoz), varias mujeres embarazadas fueron ejecutadas y después quemadas en las fosas del arroyo Romanza.

Escribe Muñoz-Encinar que “la materialidad y los objetos asociados a los cuerpos de las mujeres también han aportado una enorme información sobre las víctimas y lo que sucedió”. Así, describe la aparición de “pequeños costureros, dedales o alfileres”, lo que muestra que “la costura está muy vinculada con los roles de feminidad de la época”, sin olvidar a la vez que muchas de estas mujeres fueron ejecutadas por acciones como bordar la bandera republicana o portarla en manifestaciones. La arqueología muestra también, añade, que algunas de esas mujeres portaban elementos religiosos, “principalmente medallas, aunque también crucifijos, alfileres con iconografía católica o relicarios”. Eso muestra, concluye, que las mujeres republicanas eran también religiosas.
Detalle del lapiz encontrado junto a los restos de un niño en la fosa CE016 del Barranco de Viznar, Granada. Detalle del lapiz encontrado junto a los restos de un niño en la fosa CE016 del Barranco de Viznar, Granada. FERMÍN RODRÍGUEZ

La arqueología forense, también llamada del conflicto, la que investiga hechos contemporáneos —frente a la bien conocida tarea de descifrar cuevas prehistóricas o yacimientos de hace miles o cientos de años— tiene poco más de dos décadas de recorrido en España. Nació en 2000, según escriben en Desenterrar el pasado los historiadores Xurxo Ayán Vila y Luis Antonio Ruiz, con la exhumación de Priaranza del Bierzo en 2000. Es de las primeras ocasiones en la que los arqueólogos miran a hechos recientes. En su aportación a esta publicación, Ayán Vila y Ruiz estudian diversos frentes de guerra y las condiciones de vida a partir de la premisa de que “la arqueología puede hacer hablar a esas cartografías silenciadas, puede revivir objetos y sujetos que nos cuenten las reales condiciones de vida en el frente” y, a la vez, hacer que recuperen la voz aquellos a quienes se la quitaron. Mencionan unos restos óseos encontrados en un hogar en Castiltejón (León) que, en el primer año de guerra, “muestran cómo la caza y el trampeo eran prácticas básicas para la subsistencia, llegando a elaborar cecina de carne de zorro… La dieta se complementaba con remanentes de sidra asturiana, vino, coñac y de leche condensada”. No había latas, continúan, pero sí huesos de vaca, cabras, ovejas y gallinas.
 
De izquierda a derecha, Laura Gutiérrez, antropóloga forense, María José Gámez, arqueóloga y Félix Bizarro, arqueólogo, durante la intervencion en con los diez cuerpos encontrados maniatados en la fosa CE017 del Barranco de Viznar, Granada. De izquierda a derecha, Laura Gutiérrez, antropóloga forense, María José Gámez, arqueóloga y Félix Bizarro, arqueólogo, durante la intervencion en con los diez cuerpos encontrados maniatados en la fosa CE017 del Barranco de Viznar, Granada. FERMIN RODRIGUEZ

La arqueología también ha mostrado que la Guerra Civil no fue un lugar de algunos frentes de batalla frenéticos —bien estudiados por la historiografía militar—, y el resto de España convertida en un territorio de frentes en calma o apaciguados y con la vida normal recuperada. Ayán y Ruiz han hecho campañas arqueológicas más allá de la batalla de Brunete, Teruel o el Ebro. Y han descubierto que la Guerra Civil fue una “guerra total”, con una lucha de gran intensidad incluso en lugares remotos. Y las pruebas arqueológicas son evidentes: cráteres de guerra de minas junto al hospital Clínico de Madrid. O la munición percutida encontrada en las “trincheras tardías de Ciudad Universitaria, cuando la batalla frontal de Madrid hacía mucho que se había apagado”. O “la profusión de bombas de mano y proyectiles anticarro localizados en el paraje de Los Rosales de Brunete, empleados un año y medio después de la famosa batalla”.
Detalle de los restos de un proyectil junto a uno de los diez cuerpos encontrados maniatados en la fosa CE017 del Barranco de Viznar, Granada.
Detalle de los restos de un proyectil junto a uno de los diez cuerpos encontrados maniatados en la fosa CE017 del Barranco de Viznar, Granada.
FERMIN RODRIGUEZ

Los restos permiten, también, conocer comportamientos humanos. Así, las intervenciones de hace una década en Alto Tajuña (Guadalajara) permitieron, entre otros muchos descubrimientos, “encontrar el cuerpo de un joven sembrado de metralla a quien sus camaradas o enemigos”, escriben Ayán y Ruiz, “honraron con piedad asestándole un tiro de gracia en el cráneo”. Nada de ello está en los textos, solo la excavación directa puede sacar esas historias a la luz.

sábado, 8 de junio de 2024

El franquismo diseccionado. Ludovic Lamant.

Casi cincuenta años después de la muerte de Franco, una exposición ofrece en Toulouse una "anatomía" de la dictadura española, una de las más largas de Europa. Y varios libros de historiadores abogan por escribir una historia "transnacional" de la dictadura, situándola en un contexto más amplio.

El proyectil no explotó. La basílica del Pilar de Zaragoza (España), contra la que había sido disparado el 3 de agosto de 1936, se salvó. Según la propaganda franquista, fue una señal de Dios, que había elegido su bando. Años más tarde, un obrero esculpió en la concha una Virgen del Pilar, que otros transformaron después en candelabro.

Es uno de los objetos de exaltación del franquismo, junto a innumerables carteles, revistas, manuales escolares y banderas, que se exponen en Toulouse en la muestra "Anatomía del franquismo", en el Museo de la Resistencia y la Deportación, hasta septiembre.

"Hay tal contraste entre la riqueza de las investigaciones sobre la España franquista de los últimos treinta años y la crasa ignorancia en la que se encuentra Francia, que era absolutamente necesario presentar estos nuevos trabajos", explica François Godicheau, historiador de la Universidad Toulouse-Jean-Jaurès y comisario científico de un ciclo sobre la España franquista, del que forma parte la exposición.

La elección de Toulouse no es baladí, ya que la más española de las ciudades francesas fue la "capital del exilio" durante la Retirada. Pero la exposición no repasa el conocido episodio del exilio de los republicanos durante y después de la guerra. Profundiza en los pilares del régimen franquista (la Falange, el ejército y la Iglesia), describe la hambruna de los primeros años (200.000 personas murieron de hambre en los años 40) y documenta el adoctrinamiento de los más pequeños a través de la escuela.

En el piso de arriba, se disecciona la "purga sistemática de la sociedad" a través de la puesta en marcha de un sistema represivo vertiginoso (miles de republicanos condenados a muerte en las grandes ciudades tras la victoria de 1939, 300.000 funcionarios víctimas de purgas, un millón de prisioneros civiles, políticos o de guerra en enero de 1940...). Esto llevó a los comisarios de la exposición a escribir que "esta larga procesión de medidas punitivas superó con creces a las dictaduras italiana o portuguesa, e incluso a la Alemania nazi, hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial".

Respuesta a las falsificaciones
Entre los elementos más destacados de la exposición se encuentran los álbumes digitalizados del fotógrafo Martín Santos Yubero (que incluyen impresionantes instantáneas de la inauguración del Valle de los Caídos en 1959, la basílica de las afueras de Madrid, en presencia de Franco) y la reproducción de una obra maestra de la pintura española, Silencio, de Juana Francés (1953), que muestra el retrato de una mujer tapándose la boca con la mano, en una sociedad franquista ultrapatriarcal (el original pudo verse en el centro de una vibrante exposición en el Mnac de Barcelona el año pasado, sobre la figura humana después de la guerra).

Al final del recorrido, en una vitrina, se exponen tres objetos conmovedores: un reloj de bolsillo, un anillo y una suela de zapato fabricada con un neumático de caucho. Fueron descubiertos al abrirse en 2000 una fosa de víctimas de la represión franquista por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

En el verano de 2022, la publicación de una amplia entrevista al ensayista de extrema derecha Pío Moa, autor de tesis revisionistas sobre la Guerra Civil española, en una edición especial de "Le Figaro" desencadenó la ira y la movilización de numerosos especialistas de la España contemporánea en Francia. Es también en este contexto agitado del resurgimiento de la extrema derecha, incluido Vox en España, en el que entra en juego la exposición de Toulouse, con su preocupación por precisar el alcance de los conocimientos y responder a las falsificaciones.

"El asunto Moa demostró que ese desconocimiento del franquismo era fruto de la propia propaganda franquista", insiste François Godicheau. "Describir el franquismo como una dictadura paternalista, ciertamente autoritaria pero no mucho más, que además modernizó el país, es un desastre. Este tipo de discurso es hoy un punto de apoyo para Moa y otros, en el contexto de lo que la 'fachosfera' califica de batalla cultural".

Esta primera exposición, un poco apretada entre las paredes de este museo departamental (apenas tres salas), dejará paso el año que viene a una segunda parte, más centrada en la resistencia al franquismo y en el contexto internacional de la Guerra Fría. El laboratorio universitario Jean-Jaurès, coproductor del evento, también organizó en marzo una conferencia sobre el tema, con la esperanza de "descompartimentar" el franquismo. En ella participaron historiadores especializados en otros temas, como el nazismo, entre ellos Christian Ingrao y Marie-Anne Matard-Bonucci.

"¿Juzgar a Franco?"
Esta preocupación por situar la dictadura de Franco -la más larga de Europa Occidental después de la de Salazar en Portugal- dentro de una historia europea más amplia, e incluso internacional, está en el centro del importante libro de Sophie Baby sobre los problemas e impasses de la criminalización del franquismo (¿Juzgar a Franco?, La Découverte). Frente a una "trayectoria ibérica periférica", en la que "España sólo aparece como una línea de puntos en las historias generales de la historia contemporánea", la historiadora aboga por otorgar a España un lugar central "en la historia del enfrentamiento de las sociedades occidentales con la violencia de masas que las desgarró".

Sophie Baby busca entender por qué Franco "no ha sido juzgado y nunca lo será". En el debate público español, desde la izquierda y los movimientos de memoria, se suele culpar a la Transición, el periodo que va desde la muerte de Franco en 1975 hasta la victoria del Partido Socialista en las elecciones legislativas de 1982. En nombre de la reconciliación nacional, la ley de amnistía mutua de 1977 no supuso la ruptura institucional que habría permitido juzgar los crímenes del franquismo. Habría establecido un "pacto para olvidar", que las leyes de memoria aprobadas por los socialistas José Luis Rodríguez Zapatero en 2004 y Pedro Sánchez en 2022 reabrieron finalmente.

Pero la originalidad del trabajo de Sophie Baby radica en que va mucho más allá para encontrar respuestas a la pregunta que sigue siendo tan sensible en España: ¿qué puede hacer la ley ante los crímenes de Estado? Recuerda que la demanda de amnistía ya fue planteada en 1937, en plena guerra, por republicanos que veían en ella una forma de poner fin al conflicto. Se detiene en las comisiones internacionales de investigación, entre ellas la creada por el trotskista David Rousset, que dio lugar al Libro Blanco sobre el sistema penitenciario español en 1953, acompañado de testimonios que fueron la primera expresión abierta de la represión franquista.

Pero Franco se escabulló, "aprovechando el entrecruzamiento de conflictos", de la Guerra Civil española a la Segunda Guerra Mundial y luego a la Guerra Fría, jugando con una "competencia de víctimas" que le permitió "difuminar la cadena de responsabilidades". Durante los juicios de Nuremberg, a partir de 1945, Franco no fue interrogado, a pesar de su alianza con los nazis. Y aunque hubo deportados españoles en el estrado -exiliados republicanos en Francia que posteriormente habían sido hechos prisioneros en campos de concentración- su destino "nunca fue considerado en su especificidad [...], sino sólo como un apéndice de una historia europea que casi inadvertidamente les había alcanzado".

El eco de los desaparecidos en Argentina
Basándose en particular en los trabajos de Nicole Loraux sobre la Grecia antigua, el historiador demuestra que el "paradigma de la amnistía", tal como fue formulado en los primeros años del franquismo por la oposición clandestina, y contrariamente a las ideas preconcebidas, no excluía "ningún sistema de justicia". Pero esta ambición fue pronto neutralizada por un discurso sobre la necesidad de "reconciliación" del país, que triunfó durante los años de la transición, y se reforzó aún más con el fallido golpe de Estado de 1981.

El matizado libro de Sophie Baby sobre los complejos años posteriores a 1975 rechaza las fáciles oposiciones entre venganza y perdón, memoria y olvido. También da voz a la minoría que se opuso a la amnistía de la Transición: desde los partidarios de un Tribunal Internacional para los Crímenes del Franquismo, defendido por un grupo revolucionario de extrema izquierda fundado por exiliados comunistas que habían roto con el PCE español, hasta los que iniciaron, clandestinamente, la vital labor de exhumar las fosas comunes de los fusilados del franquismo.

Sophie Baby amplía decisivamente su análisis a lo que denomina "Euroamérica", el área de movimiento político que se intensificó a finales del siglo pasado por los exiliados en ambas direcciones, a uno y otro lado del Atlántico, a medida que las dictaduras llegaban al poder. Muestra hasta qué punto la dictadura argentina (1976-1983) y la práctica de las desapariciones por parte de la Junta Militar impusieron el concepto de "terrorismo de Estado" en el debate español, rompiendo de golpe las certezas sobre los beneficios de la amnistía.

La España de Felipe González, que se preparaba para ingresar en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1986, estuvo en la vanguardia de esta batalla por el reconocimiento del delito de desaparición forzada. Un poco más tarde, fue la detención en Londres del ex dictador chileno Pinochet en 1998, bajo la presión del juez Baltasar Garzón, la que hizo historia. Al mismo tiempo, España se convirtió también en un actor importante -y ambiguo- en la lucha antiterrorista, en respuesta a las acciones armadas de la ETA vasca.

Este gran giro en los debates sobre la justicia internacional, de la petición de amnistía a la lucha contra la impunidad, dio lugar a una "paradoja flagrante", en palabras de Sophie Baby: "Que España se hubiera convertido en el paladín de la lucha contra la impunidad, que la justicia universal para la violencia del pasado hubiera tomado forma precisamente en un momento en el que la gente se negaba obstinadamente a criminalizar el franquismo, era una anomalía que todavía no se había cuestionado demasiado". La historiadora dedica las mejores páginas de su libro a explicar esta desconcertante paradoja, que España sólo muy recientemente ha empezado a desentrañar.

No fue hasta finales de los años 90 cuando el "espíritu de consenso" acabó por romperse, bajo el efecto combinado de la conmoción provocada por la exhumación de fosas comunes por parte de asociaciones, y la aparición poco después de nuevos partidos, entre ellos Podemos en 2014, críticos a la vez con "espíritu de la Transición" y que incluso reclamaban una "segunda Transición".

Contrabandistas y traficantes
Prueba de la viveza del campo de la investigación sobre España la da el historiador Pierre Salmon, que acaba de publicar Un antifascismo de combate (éditions du Détour). Fruto de su tesis, esta obra examina los años de la Guerra Civil (1936-1939) a través del prisma de las redes de contrabando de armas procedentes de Francia. Mientras que los voluntarios armados -no menos de 14.000 personas salieron de Francia durante la guerra para luchar en España- han sido estudiados en mayor medida, el mundo del contrabando, que por su propia naturaleza era ilegal y también más restringido, ha estado menos documentado hasta ahora.

En su prefacio, el historiador Nicolas Offenstadt resume el dilema moral al que se enfrentaban los antifascistas, y que Pierre Salmon expone con todo detalle: "¿Cómo permanecer fieles al ideal de la paz, apoyando al mismo tiempo la defensa armada de las fuerzas progresistas españolas?" La cuestión era tanto más dolorosa cuanto que el bando franquista se enfrentaba a un enorme déficit material, ya que contaba con el apoyo de la Alemania nazi y de la Italia fascista en términos de armas y de hombres.

Basándose en una lectura crítica de los archivos policiales, Pierre Salmon traza la trayectoria de implicación personal en círculos anarquistas, trotskistas, socialistas y comunistas, e incluso describe las técnicas utilizadas para cruzar la frontera pirenaica. Para el lector general, el libro se vuelve adictivo cuando el historiador documenta las colaboraciones inesperadas -y a menudo infructuosas- entre estos militantes antifascistas y criminales profesionales, a menudo grandes nombres del hampa, a los que compraban armas.

El texto de Pierre Salmon también resulta fascinante cuando intenta ir más allá de los silencios de los archivos policiales sobre la implicación de las mujeres en el contrabando, señalando los "clichés virilistas" que se han pegado a la piel de los contrabandistas desde Henry de Monfreid o Arthur Rimbaud. También dedica algunas páginas a retratos inesperados de mujeres contrabandistas, lo que añade de nuevo complejidad a la realidad del antifascismo de entreguerras.

Cabe mencionar también un libro publicado el año pasado, quizá menos accesible al gran público, pero igualmente estimulante y rico en iconografía prácticamente desconocida a este lado de los Pirineos. En Compagnons de lutte. Avant-garde et critique d’art en Espagne pendant le franquisme, Paula Barreiro López, también profesora e investigadora en la Université Toulouse-Jean-Jaurès, aborda el periodo conocido como "tardofranquismo" (1957-1975), el más descuidado por la investigación hasta la fecha.

Sigue la trayectoria de un colectivo de siete críticos de arte que apoyaron la protesta contra el régimen, teorizando sobre la necesidad de reinyectar la política en el arte. Barreiro López también consigue descompartimentar la lectura del franquismo documentando las redes culturales, en particular las bienales y exposiciones entre España y Sudamérica. Junto a algunas de las figuras más influyentes (Picasso, Miró, Dalí, Tàpies), da a conocer otros colectivos, también vinculados a la escena internacional, pero que la historiografía oficial había dejado al margen.

***
"Anatomía del franquismo", exposición en el Museo Departamental de la Resistencia y la Deportación de Toulouse, hasta el 22 de septiembre de 2024. Entrada gratuita. Un número especial de la revista L'Histoire titulado "L'Espagne de Franco, un pays broyé" (La España de Franco, un país aplastado) acompaña la exposición.

Sophie Baby, ¿Juger Franco? Impunité, réconciliation, mémoire, La Découverte, 376 páginas, 24,50 euros. En el verano de 2023, Sophie Baby y otro historiador del franquismo, Nicolas Sesma, debatieron en un programa de Mediapart sobre la relación entre Vox, el grupo de extrema derecha español, y la historia nacional.

Pierre Salmon, Un antifascisme de combat. Armer l'Espagne révolutionnaire 1936-1939, prefacio de Nicolas Offenstadt, éditions du Détour, 256 páginas, 21,90 euros.

Paula Barreiro López, Compagnons de lutte. Avant-garde et critique d'art en Espagne pendant le franquisme, éditions de la MSH, 500 páginas, 30 euros, traducido del inglés por Phoebe Hadjimarkos Clarke.

Ludovic Lamant Después de trabajar para Reuters y Cahiers du Cinéma, estuvo en Bruselas de 2012 a 2017 cubriendo las crisis europeas para Mediapart. Continúa siguiendo la actualidad europea, estoy pendiente y la de algunos países sudamericanos (Argentina, Perú) y coprograma el espacio "documental" todos los sábados en Mediapart. Ha publicado una guía de Argentina (La Découverte, 2011), un ensayo sobre las políticas españolas nacidas del movimiento de los 'indignados' del 15-M (Squatter le pouvoir, Les mairies rebelles d'Espagne, Editions Lux, 2016) y otro sobre la arquitectura del barrio europeo de Bruselas, que revela las crisis del continente (Bruxelles chantiers, Une critique architecturale de l'Europe, Lux, 2018).
Temática: Francia Franquismo Reino de España

lunes, 26 de febrero de 2024

FRANQUISMO. La expansión del virus del revisionismo histórico.

Revisionismo histórico
Varias personas rezan el rosario por la unidad católica de España en la parroquia del Inmaculado Corazón de María, en la calle Ferraz, en paralelo a las protestas contra la ley de amnistía junto a la sede del PSOE.
—“Unos señores pedían disgregar España; otros querían una revolución, todos querían destruir la cultura cristiana. Y eso fue por lo que se luchó en la guerra [civil española]. Unos a favor y otros para impedirlo y ganaron los que lo impidieron. Eso fue lo que permitió que España volviera a ser un país unido y próspero”.

—“No hubo ni un solo demócrata en las cárceles de Franco”.

—“La democracia viene del franquismo y todas las amenazas a ella vienen del antifranquismo”.
—“¿Cuál era la razón de la colaboración con la banda terrorista? La afinidad ideológica de fondo entre el PSOE y ETA, algo evidente. El PSOE y la ETA eran y son partidos socialistas, radicalmente antifranquistas, partidarios de leyes de memoria, de género etc.”.

El autor de estas afirmaciones, Pío Moa, paradigma del llamado revisionismo histórico, ha vendido decenas de miles de libros. En 38 años ha escrito más de 40. En 2006 publicó cinco. En 2007, otros cuatro. Es tan prolífico que los títulos, a menudo, se parecen, como ocurre con Adiós a un tiempo (2023) y De un tiempo y de un país (2002) o El derrumbe de la II República y la Guerra Civil (2001); 1936, el asalto final a la República (2005) y La República que acabó en Guerra Civil (2006). Además de ese frenesí editorial, Moa, exmiembro de los GRAPO, dispone de un blog, un espacio semanal en una emisora de radio, es asiduo a los productos televisivos predilectos de la extrema derecha y ha sido convocado para dar charlas en bibliotecas públicas por concejales de Vox, partido que también le invitó a una conferencia en Cataluña y que replica sus tesis. “Este es el peor Gobierno en 80 años”, llegó a declarar su líder, Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados: literalmente, con Franco vivíamos mejor. La asociación Pie en pared, de la que forman parte, entre otros, Juan Carlos Girauta y Marcos de Quinto (exmiembros de Ciudadanos), Esperanza Aguirre, del PP, y Alejo Vidal-Quadras (fundador de Vox), también lo incluyó en una charla titulada “El negacionismo histórico del PSOE”, celebrada, en este caso, en una universidad, la San Pablo-CEU.

“Para hacer la biografía de Franco o El holocausto español”, recuerda el hispanista Paul Preston, “invertí más de 10 años de investigación. De hecho, seguí añadiendo información en años posteriores. Y como yo, Julián Casanova, Enrique Moradiellos, Ángel Viñas… en fin, todos los historiadores serios”. A todos ellos y alguno más, les dedicó también Moa uno de sus libros, Galería de charlatanes (2022). Cuando Casanova, catedrático de historia contemporánea, lamentó, en un artículo en EL PAÍS, que José María Aznar hubiese recurrido a Moa, “que no es un historiador”, para “contrarrestar los ‘mitos’ de los historiadores a los que nunca tuvo necesidad de leer”, el aludido contestó: “En 2002, Aznar y su partido de señoritos se permitieron condenar el alzamiento del 18 de julio que libró a España de la disgregación y la sovietización. Lo cual demuestra que, contra lo que dice Casanova, Aznar sí leyó la bazofia historiográfica de los memoriadores y, lo que es peor, se la tragó entera”.

El primer presidente del PP había confesado que entre sus lecturas estaba Los mitos de la Guerra Civil, el gran pelotazo de Moa. Esfera de los Libros lo reeditó el año pasado. La nota promocional asegura que es “una de las obras de historia más vendidas en los últimos años, con 53 ediciones y más de 300.000 ejemplares”. Su traducción al francés y una polémica entrevista con el autor en Le Figaro provocaron gran revuelo y la protesta de periodistas del propio diario. El periódico llegó a asumir en un vídeo la tesis de Moa por la cual fueron los socialistas quienes empezaron la Guerra Civil. Francia se escandalizaba por algo que en España sucedía cualquier sábado por la mañana, cuando Moa colabora en la radio.

Se les llama revisionistas, pero los expertos entrevistados para este reportaje, autores todos ellos de obras de referencia sobre la Guerra Civil y la dictadura, alertan del mal uso del término. “Llamarles eso”, afirma Preston, “es darles una seriedad de la que carecen. Lo que hace el historiador es revisar continuamente su trabajo. Ellos son más bien propagandistas. Lanzan afirmaciones sensacionalistas con fines comerciales y políticos. Hay gente a la que todavía le disgusta que se hable mal de Franco y eso ocurre porque la dictadura fue un lavado de cerebro de 40 años. Pero todos estos libros que blanquean el franquismo niegan lo que ya es una verdad irrefutable. Hay investigaciones muy serias sobre la represión franquista en cada pueblo, ciudad y provincia. Decir que eso no existió o que no fue para tanto es insultante. Y no solo para los investigadores que han hecho de eso el trabajo de una vida, sino para los familiares de las víctimas”.

“Una cosa”, añade Casanova, “es la revisión y otra muy distinta el revisionismo, que es una enfermedad dentro de la historiografía”. “El pasado”, recuerda Ángel Viñas, “es inconmensurable. No existe. Lo que hace el historiador es acercarse con una linterna y alumbrar los archivos, las fuentes que te sirven para explicar por qué pasó lo que pasó. Pero a esta gente no le interesan los documentos, las fuentes, la investigación... solo tiene opinión”.

El fenómeno crece, gracias o paralelamente a la presencia de Vox. “El revisionismo”, prosigue Casanova, “es una traslación de lo que pasa en la política a la historiografía. Antes era al revés: se usaba políticamente la historia. Todo esto empezó cuando publicamos El pasado oculto [una de las primeras grandes obras sobre la represión franquista], creció a raíz de la apertura de fosas y las leyes de memoria y ahora coincide con un auge generalizado de la extrema derecha”. Viñas coincide: “El revisionismo es causa de la polarización y a su vez hace que aumente”. En Alemania, recuerdan, negar el Holocausto es un delito y se lleva a chavales de institutos a visitar campos de concentración para que conozcan su historia. La educación, comparten los historiadores, es la vacuna contra ese virus revisionista que carcome el conocimiento, ya que permite desmontar prejuicios y construir ciudadanos con espíritu crítico. Hoy, recuerda el catedrático de ciencia política, sociólogo e historiador Alberto Reig, “en las protestas frente a la sede del PSOE en Ferraz se ve a chavales cantar el Cara al sol y gritar ‘¡Viva Franco!”.

Parece un negocio rentable. La editorial Actas, fundada en 1990, se presenta como “un proyecto cultural necesario” contra “la historia oficial” en una “España revanchista”. Uno de sus últimos lanzamientos es La represión de la posguerra, del periodista Miguel Platón, muy recomendado por Moa —“acaba con las falsedades sobre las cifras de ejecuciones y la supuesta arbitrariedad de los juicios”—; por Andrés Trapiello en El Mundo y en la web de la Fundación Nacional Francisco Franco, que reproduce a menudo las tesis del autor. Hoy se pueden consultar, según recuerda el historiador Gutmaro Gómez Bravo, más de medio millón de consejos de guerra. El estudio de Platón, critica, analiza 30.000 con datos “sesgados”. A preguntas de este diario, Platón reduce la cifra total de procesos a 125.000, admite que “la justicia de los vencedores” fue “excesiva, incluso cruel”, pero al tiempo, asegura que “la inmensa mayoría de los ejecutados tras ser condenados a muerte tenían delitos de sangre”. “Cuando se ven los cargos, expediente a expediente, es la conclusión a la que se llega. Hubo decenas de miles de crímenes, luego alguien los cometió. Y se aplicó siempre el principio de in dubio pro reo”. Preguntado por casos como los de las 13 rosas, ejecutadas en agosto de 1939, afirma que es “por hechos cometidos después de la Guerra Civil” que no entran en esta investigación. Pío Moa, al que Platón considera “un autor muy interesante”, rechazó responder a preguntas de este periódico.

Casanova señala el salto cualitativo que supone que alguien como Trapiello, que conoce cómo funciona la universidad, sugiera que no son historiadores serios. “¿Piensa que a mí me contrata una facultad norteamericana por mi ideología?”. El prólogo del libro de Platón es de Stanley G. Payne. “Para mí”, afirma Viñas, “es el peor de todos, porque él sí es historiador y el único archivo del que bebe es el de la Fundación Franco. Payne escribe sin papeles. Eso en los setenta, cuando los archivos estaban cerrados a cal y canto, todavía, pero hoy no tiene justificación”.

Preston lamenta también que “Payne, que tiene libros admirables, defienda ahora a Franco” y recuerda: “Los consejos de guerra solo son una parte de la represión, la mayoría fueron ejecuciones extrajudiciales. En los juicios se procesaba a veces a 40 o 50 personas de golpe. Que no todas las condenas fueran a muerte no borra las largas condenas, en condiciones infrahumanas, ni todas las muertes que hubo en prisión”.

La proliferación de títulos de este tipo, publicados por editoriales como Actas o SND, que comercializa obras como Tejero, un hombre de honor o Franco, memoria imborrable, además de una especie de trivial sobre el dictador —“estamos muy orgullosos de nuestros antepasados”— ha hecho que cale la idea de que hay historiadores de derechas y de izquierdas. Preston niega la mayor: “Yo me considero un demócrata, pero eso nunca me ha impedido contar los errores de los políticos democráticos, como hice con Largo Caballero en Un pueblo traicionado. Cuando empiezo una investigación, tengo la mente abierta, dispuesta a llegar a conclusiones según me vayan guiando las evidencias de los archivos o de las fuentes. Cuando empecé la biografía de Santiago Carrillo, por ejemplo, le admiraba mucho. No me imaginaba que el resultado final sería tan crítico como finalmente fue, casi devastador”.

El auge del revisionismo plantea un dilema para los historiadores serios. “Hubo un tiempo”, afirma Casanova, “en que los libros de revisionistas como Moa inundaban los escaparates. Su impacto ahora es menor, pero hemos entrado en una dinámica en la que historiadores buenos tienen que financiarse sus libros mientras esta gente ocupa espacios sin merecerlo. Cuando medios de comunicación acogen a personas como Moa o a periodistas que escriben libros de este tipo, se resta crédito a los historiadores, se desprecia el conocimiento. Y hay varias posturas: los que pasan, los que creen que hay que responderles y los que creemos que la forma de contrarrestar todo eso es seguir investigando y participar en medios y redes sociales, es decir, entender que la era digital está cambiando la forma de enseñar la historia”.

El historiador Alberto Reig decidió contestar. En 2006 publicó Anti Moa. La subversión neofranquista de la Historia de España. Recordaba, entre otras cosas, que el prolífico autor se limita a “copiar a los historiadores franquistas” que construyeron el relato para legitimar el golpe de Estado y la Guerra Civil. En 2017, Reig continuó desmontando a los revisionistas con el libro La crítica de la crítica. Antes, en 2004, participó en la serie documental de TVE Memoria de España. “Recibí amenazas de muerte por el capítulo de Franco”. El año pasado, también salió al mercado el libro Vox frente a la historia (Akal), una obra colectiva en la que varios historiadores combaten, con su avalada trayectoria e investigación, “la proliferación de mitos y desinformación por demagogos de extrema derecha que han hecho de la historia patria uno de los ejes de su combate por la hegemonía cultural”.

Los hits de los revisionistas, entre los que los entrevistados citan a Moa, César Vidal, Luis Togores o José María Marco, beben del relato franquista, a saber, que la guerra era inevitable; que la represión no fue tan dura, etcétera. Viñas señala llamativas coincidencias con algunos discursos políticos hoy: “España se rompe, la patria se desintegra y, curiosamente, los malos malos de la película ya no son los comunistas, sino los socialistas, que tienen ansias ‘totalitarias’. No es casual. Se alimentan de los revisionistas”. El amor es recíproco: “Solo queda Vox, el único partido que defiende claramente la unidad y soberanía de España”, repite Moa.

Lista de lecturas

Franco. Caudillo de España
Paul Preston
Debate, 2015 (edición actualizada del texto de 1993)
1.088 páginas. 31,26 euros

El holocausto español
Paul Preston
Debate, 2011
864 páginas. 23,65 euros

Quién quiso la Guerra Civil
Ángel Viñas
Crítica, 2019
504 páginas. 21,90 euros

Franco, Hitler y el estallido de la Guerra Civil
Ángel Viñas
Alianza Editorial, 2001
608 páginas. 32,95 euros

El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón (1936-1939)
Julián Casanova, Ángela Cenarro, Julita Cifuentes, María Pilar Maluenda y María Pilar Salomón
Mira Editores, 2010
492 páginas. 26 euros

La iglesia de Franco
Julián Casanova
Crítica, 2022
384 páginas. 16,90 euros.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Retrato de la resistencia franquista.

La lucha por mantener el legado de Franco en el siglo XXI
Concentración profranquista en julio de 2018 en el Valle de Cuelgamuros.
Llenan los juzgados de recursos contra la aplicación de la ley de memoria, convocan concursos literarios sobre Franco y vierten contenido negacionista en internet.

Llenan los juzgados de recursos contra la aplicación de una ley, la de memoria, oponiéndose a la retirada de estatuas, nombres de calles y vestigios franquistas y a las exhumaciones para que otros reciban los restos de sus seres queridos. Convocan “concursos literarios” que premian con 5.000 euros el mejor texto sobre “Francisco Franco. Su figura, su obra y su legado”. Vierten en páginas web, redes sociales y supuestos medios de comunicación contenidos que llaman “alzamiento” al golpe de Estado de 1936 y “Caudillo”, “jefe de Estado”, “Generalísimo”… al dictador. Niegan la represión. Disponen de una editorial que publica títulos como Franco, la hoja de servicios de un soldado; La obsesión con Franco. Cómo defenderse de las leyes de memoria o Crónicas de la tiranía feminista. Concurren a las elecciones con Falange Española de las Jons, que el pasado 23 de julio obtuvo 5.104 votos (en 2019 fueron 616). Una red de fundaciones, asociaciones, exmilitares y pseudohistoriadores ejerce en España de resistencia franquista, es decir, antidemocrática.

El comisionado de Naciones Unidas Pablo de Greiff, que asesoró al Gobierno en la elaboración de la ley de memoria, lo califica de “anomalía absoluta” y recuerda que en el entorno europeo existe una legislación que impide la apología del odio y criminaliza el negacionismo. En Alemania, el Código Penal condena la incitación al odio y la xenofobia, así como la negación del Holocausto, la defensa del nazismo y el uso de símbolos (esvásticas, saludo nazi...). En Italia se penaliza la apología del fascismo. En España, PP y Vox han pactado derogar las leyes autonómicas de memoria allí donde gobiernan. En Cantabria, donde el PRC permitió, con su abstención, la investidura de la candidata popular para que no dependiera de la extrema derecha, PP y Vox acaban de aprobar en el Parlamento regional la derogación de la norma autonómica, aprobada en noviembre de 2021, sustituyéndola por otra. La norma estatal prevé la extinción de fundaciones que hagan apología del franquismo, ensalzando el golpe de Estado, a la dictadura o a a sus dirigentes con menosprecio y humillación de la dignidad de las víctimas, pero el adelanto electoral dejó ese procedimiento en suspenso.

Estos son los principales activos de la resistencia franquista y antimemorialista:

Fundación Nacional Francisco Franco. Creada en 1976, se presenta como “institución cultural, sin adscripción política”. Diversos artículos en su página web describen así al dictador: “Consiguió durante su magistratura construir los cimientos sobre los que fue posible que construyera la democracia que disfrutamos”; “su descollante figura tiene muchas más dimensiones positivas que negativas y sus aciertos son muy considerablemente superiores a sus equivocaciones”; “ha buscado siempre el contacto directo y cordial con el pueblo español, que, a su vez, le ha correspondido con adhesión incondicional, otorgándole una autoritas plena y sin fisuras, en un fenómeno sin parangón posible con cualquier otro político de nuestra Historia contemporánea”. En el artículo Guernica: tragedia, mentira y farsa, firmado por Miguel Platón y publicado originalmente en la web Libertad Digital, se presenta como una especie de logro que solo murieron 126 personas y se presume de “la reconstrucción modélica de la villa efectuada por Regiones Devastadas” tras el bombardeo franquista, apoyado por la aviación nazi. El brutal ataque, uno de los primeros bombardeos indiscriminados contra población civil, inspiró la obra más célebre de Picasso.

La jueza Eva María Bru Peral, del Juzgado de lo Contencioso Administrativo 10 de Madrid, acaba de estimar un recurso de la Fundación Franco contra la concesión de la licencia de obra para las exhumaciones de restos de víctimas de la Guerra Civil que fueron enterradas en el Valle de Cuelgamuros sin el consentimiento de sus familias. En su sentencia afirma que no se siente “vinculada” por la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid que, en junio de 2022, levantó las medidas cautelares que ya había impuesto la misma jueza en noviembre de 2021, paralizando las obras necesarias para intervenir en las criptas. El Tribunal Supremo también revocó ese auto. El Alto Tribunal se ha pronunciado en varias ocasiones sobre la “legitimación activa”, es decir, la capacidad para formar parte de un proceso judicial como recurrente, de la Fundación Franco a la hora de llevar a los tribunales sus objeciones a la ley de memoria. En abril de 2023 estableció que el cambio de denominación de calles, por ejemplo, no le provoca un perjuicio concreto “salvo el sentimiento de nostalgia” y que por tanto, “no puede configurar un interés que pueda ser tildado de legítimo, atendida su vinculación con ese efecto objetivamente exaltador que comportaban las denominaciones [de las calles]”.

Abogados. Luis Felipe Utrera Molina y Francisco Javier Zaragoza Ivars. El recurso que estimó la juez Bru Peral para anular la concesión de la licencia de obra en el Valle de Cuelgamuros lo firman también dos abogados con fuertes vínculos franquistas. Francisco Javier Zaragoza Ivars es hijo de Pedro Zaragoza Orts, falangista, alcalde de Benidorm entre 1950 y 1967 y miembro de la Fundación Franco hasta que falleció en 2009, a los 85 años. Luis Felipe Utrera Molina es hijo de José Utrera Molina, ministro en la dictadura y secretario general del Movimiento. Ambos abogados fueron muy activos en los tribunales para tratar de impedir la exhumación y traslado de los restos de Franco. Con la misma estrategia, Zaragoza Ivars logró que el juez José Yusty suspendiera la licencia urbanística necesaria —el Supremo aprobó finalmente el procedimiento—. Yusty, hijo y nieto de almirantes franquistas, es célebre en la carrera judicial por sus ataques a la memoria histórica, que a su juicio, “representa el ansia de venganza y el odio de los vencidos de la Guerra Civil”. El magistrado defiende el escudo franquista como “el auténticamente constitucional”. Esa cascada de recursos en los juzgados retrasó durante años el inicio de las actuaciones en el mausoleo. Manuel Lapeña murió en septiembre de 2021, a los 97 años, sin haber podido recuperar los restos de su padre pese a contar, desde 2016, con una sentencia judicial que autorizaba la exhumación.

Álvaro Romero Ferreiro. Editorial SND. Conductor de autobuses, en 2014 fundó la editorial SND, donde ha publicado los siguientes libros: Tejero, un hombre de honor; Franco en el banquillo. La defensa toma la palabra y Franco, memoria imborrable, además de una especie de trivial sobre el dictador, Franco, el juego, “una oportunidad de demostrar que estamos muy orgullosos de nuestro pasado y nuestros antepasados”. La respuesta correcta a la pregunta sobre el “alzamiento” es: “Fue necesario para salvar a España del modelo fracasado de la II República. Los alzados, encabezados por Sanjurjo, Mola y Franco, eran conscientes de que estallaría una guerra terrible pero, tras el asesinato de Calvo Sotelo por elementos del Frente Popular, comprendió que no había otra alternativa que sublevarse contra el Gobierno”. Romero se presenta como patrono de la Fundación Franco y “columnista y tertuliano habitual en varios medios de comunicación, entre ellos Mediterráneo Digital, Radio Inter y Radio Ya, Decisión Radio e Informa Radio”.

Medios. Ferreiro también se presenta como fundador de ÑTV, que cuenta con un programa específico sobre Franco y vuelca en internet contenidos que reniegan del Estado democrático: “La maquinaria del nuevo Régimen inventó un folletín (...) La Carta Magna era el principio y el fin de la Patria franquista, es decir, de la España unida. Ese panfleto del 78 al que aún muchos demócratas de pacotilla aplauden y dicen que hay que cumplir fue la inyección en vena para que los incautos y benevolentes españolitos la respetaran y aplaudieran (...) Y claro, todos ellos aclamándole como un buen rey demócrata y parlamentario y que actúa perfectamente como exige la Prostitución del 78. Viendo este presumido arrogante, casado con una roja...”. El pasado marzo el canal 7NN anunció el cese de sus emisiones tras haber invertido más de cinco millones de euros. Sus propietarios son los hermanos José Ángel y Jaime Alonso García, ex altos cargos de la Fundación Francisco Franco. Fernando Paz, codirector del canal, tertuliano habitual en Intereconomía, fue candidato de Vox en Albacete hasta que el partido tuvo que prescindir de él después de que se conocieran unas declaraciones suyas relativizando y minimizando el Holocausto durante una conferencia en la sede de Falange. El pasado julio cerró Decisión Radio, heredera de Radio Ya, de la que fue presidente Rafael López-Diéguez, yerno del histórico ultra Blas Piñar y antiguo dirigente del partido de extrema derecha Alternativa Española.

Militares retirados. En julio de 2018, un grupo de 181 militares retirados publicó una “declaración de respeto y desagravio al general Francisco Franco” en la que defendían la Guerra Civil -“Llegado aquel momento crucial para la supervivencia de la nación española, [Franco] asumió la responsabilidad que le entregaron sus compañeros de armas para ejercer el mando único de la España asediada por el comunismo”- y pedían que, dados sus “documentados servicios a la Patria”, se tratase al dictador con “la gratitud correspondiente”. Entre los firmantes figuraban condenados por el 23-F. El comunicado puede leerse todavía en la página web de la Asociación de Militares Españoles (AME), que en la revista que edita, Militares, ha entrevistado también a Juan Chicharro, presidente de la Fundación Franco.

lunes, 13 de febrero de 2023

Raza superior

Fuentes: Página/12 (Argentina) [Imagen: Hitler durante un desfile. Créditos: Página/12]


En una definición simple y lo más cercana de lo común, la raza sería un grupo biológico de personas unidas por el color de la piel, la forma y/o el color del pelo, ciertos rasgos de la cara, características del cuerpo. A partir de allí, se distinguirían tres tipos fundamentales: el negro, de piel oscura y cabello rizado; el amarillo, de piel amarillenta y cabello negro lacio; y el blanco, de piel clara y variado color del cabello. En la historia de la Humanidad se han efectuado y siguen efectuándose mezclas de estos “tipos” o “razas”, lo que convierte esas características en condicionales y no constantes. Como bien lo ha demostrado en este mismo diario Alberto Kornblihtt, en pocas palabras y con la sabiduría que le es propia, estas supuestas razas y las declaraciones que les conciernen no tienen la menor validez científica y solo son vulgares afirmaciones sin importancia ninguna. No obstante, parecen ser muy graves, y si, como en el caso argentino, provienen de un expresidente, más graves aún.

Algunos científicos comenzaron a usar el término y el ambiguo concepto de raza a partir del trabajo de Joseph Arthur, conde de Gobineau, Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, 1853-55, que es quien propuso la idea de una “raza aria”, por una extensión del vocablo aryan, del sánscrito “noble”, que describe el indo-europeo familia o más restringidamente la división indo iraní de la familia. “La transposición de un grupo lingüístico a un grupo físico, como explica Raymond Williams en Keywords, era especialmente engañosa, cuando se combinaba, como en el caso de Gobineau, con ideas de una “estirpe pura”, la superioridad de la “rama nórdica” dentro de ella y, posteriormente, la noción general de las desigualdades raciales intrínsecas”.

Se señala al estudioso alemán Max Müller como el primer escritor en mencionar una «raza aria» en inglés. En sus Conferencias sobre la ciencia del lenguaje (1861), ​Müller se refirió a los arios como una «raza de personas». En ese momento, el término raza tenía el significado de «un grupo de tribus o pueblos, un grupo étnico». Si bien la teoría de la «raza aria» siguió siendo popular, particularmente en Alemania, algunos renombrados autores alemanes se opusieron a ella, como Otto Schrader, Rudolph von Ihering y el etnólogo Robert Hartmann, quien propuso prohibir la noción de «ario» de la antropología. El origen alemán de los arios fue especialmente promovido por el arqueólogo Gustaf Kossinna, quien afirmó que los primitivos indoeuropeos eran idénticos a la cultura de la cerámica cordada de la Alemania neolítica. Esta idea circuló ampliamente en la cultura intelectual y popular a principios del siglo XX. ​

El engañoso concepto de una raza germánica fue uno de los más elaborados por el nazismo. Contaban a su favor, entre otros elementos, con una historia literaria plagada de tal patriotismo y se sirvieron de ella no solo como fuente sino también como motivo permanente de realimentación. A esta empresa coadyuvaron el idealismo alemán y el irracionalismo asentados en las filosofías adaptadas de Hegel y de Nietzsche; el prusianismo, con la unidad nacional impuesta desde arriba y a la fuerza; las teorías del Estado, el culto del ejército, de la autoridad y de las jerarquías. El Estado-educador, las sociedades gimnásticas, la prohibición de lenguas extranjeras, hicieron el resto. Abonados y ayudados por el misticismo del alma germánica, por el orgullo de ser alemán, por el racismo, el regionalismo reaccionario, la literatura de la sangre y del suelo, se movían en un terreno conocido. Y bien sembrado por la mitología germana, con su desfile de héroes, gigantes, dragones, Sigfridos y Brunildas, elfos y nibelungos, y su consagración por Richard Wagner, a quien ungieron aprovechando que era, además, como lo señaló oportunamente Hermann Broch, “la cumbre más alta de lo cursi”, que ellos difundieron y festejaron desde el principio. (“El Kitsch puede ser bueno, malo e incluso genial, mientras, con una nueva blasfemia, a este respecto me permito considerar a Wagner como una de las máximas vetas del Kitsch, y no dudo de agregar que tampoco Tchaikovsky se ubica muy lejos”. “Notas sobre el problema del Kitsch”).

Hasta que apareció el concepto, las lenguas indoeuropeas más antiguas conocidas habían sido las de los antiguos indo iraníes. Por lo tanto, la palabra ario se adoptó para referirse no solo a los pueblos indo-iraníes, sino también a los hablantes nativos indoeuropeos en su conjunto, incluidos los romanos, los griegos y los pueblos germánicos. Pronto se reconoció que los bálticos, celtas y eslavos también pertenecían al mismo grupo. Se argumentó que todos estos idiomas se originaron a partir de una raíz común, ahora conocida como proto indo europea, hablada por un pueblo antiguo que se consideraba antepasado de los pueblos europeos, iraníes e indo-arios.

Tales lucubraciones están siempre, como se ve, íntimamente vinculadas con las de la lengua, y el nazismo se valió de esta para establecer el eje de las diferencias con otros pueblos: “Desde hace decenas de años, escribe Lionel Richard —Nazismo y literatura–, Adolf Bartels (pastor y poeta nazi) bregaba en contra de la corrupción del lenguaje alemán a causa de las palabras extranjeras. A partir de 1933 predicó abiertamente, con el apoyo de sus adeptos, a favor de una lengua finalmente purificada: había que desembarazarla del intelectualismo degradante (cuyas fuentes eran los elementos judío y marxista) y retornar a la lengua primitiva de los campesinos”.

De todo ello, y de las tremendas experiencias vividas por la humanidad, provienen las reflexiones de otro sabio contemporáneo, George Steiner, en uno de sus libros fundamentales, Lenguaje y silencio, de 1976: “Pues no debemos engañarnos respecto de algo que está perfectamente claro: el idioma alemán no fue inocente de los horrores del nazismo. Que Hitler, Goebbels y Himmler hablaran alemán no fue mera casualidad. El nazismo encontró en el idioma alemán exactamente lo que necesitaba para articular su salvajismo. Hitler escuchaba en su lengua vernácula la historia latente, la confusión y el trance hipnótico. Se zambulló acertadamente en la espesura del idioma, en el interior de aquellas zonas de tiniebla y algarabía que constituyen la infancia del habla articulada y que existieron antes de que las palabras maduraran bajo el tacto del intelecto. Oía en el idioma alemán otra música que la de Goethe, Heine y Mann, una cadencia áspera, una jerigonza mitad niebla y mitad obscenidad. Y en vez de alejarse con náusea y escepticismo, el pueblo alemán se hizo eco colectivo de la jacaranda de aquel sujeto. El idioma se convirtió en un bramido compasado por un millón de gargantas y botas implacables. Cualquier Hitler habría encontrado posos de veneno y analfabetismo moral en cualquier idioma. Pero en virtud de su historia reciente, esas cualidades no se encontraban en ningún otro ni tan cerca de la superficie del habla vulgar”.

Mario Goloboff es escritor y docente universitario.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/506065-raza-superior

lunes, 23 de enero de 2023

_- Cuca Gamarra y el “fascismo eterno” de Umberto Eco

_- Puesto que a la señora Gamarra le gusta comparar lo que ocurre en España con otros países iberoamericanos, resulta oportuno hacerle la siguiente pregunta: ¿Hay alguien que pueda equiparar las conductas de los ciudadanos de Catalunya acudiendo a unas escuelas a depositar una papeleta en una urna con la violencia de los energúmenos de este domingo?

Javier Pérez Royo

“No sé definir la pornografía, pero, cuando la veo, la reconozco”. Son las palabras del juez de la Corte Suprema de EEUU Potter Stewart, por las que es recordado más allá del ámbito judicial o académico. Las pongo en conexión siempre que las recuerdo con las palabras de Iñaki Gabilondo en la primera entrevista en la que le preguntaron por Vox. “He vivido casi la mitad de mi vida bajo el Régimen del General Franco y reconozco al franquismo en cuanto lo veo”, respondió Iñaki. Vox es franquismo, esa forma singular española de expresarse el fascismo “originario” o “eterno” en los términos en que lo caracterizó Umberto Eco (Los 14 síntomas del fascismo eterno CTXT, 16/01/2019).

“Las apariencias engañan”, dice un conocido refrán. Justamente por eso, es necesaria la ciencia, añadiría Carlos Marx. “Si la forma de manifestación de los fenómenos económicos en la superficie de la sociedad coincidieran con la determinación interna de los mismos, la ciencia sería superflua”. La ciencia es necesaria porque las cosas no son lo que parecen. Esto es conveniente recordarlo de manera permanente, especialmente en esta época de “posverdad” y de bullshit. Sin ciencia no es posible la democracia como forma política.

Pero “no hay regla sin excepción” y hay determinadas manifestaciones de algunos delitos en los que las apariencias no engañan. La negación de las apariencias en estos casos son expresión de lo que Donald Trump y su gente defendían y defienden con su teoría de los “hechos alternativos”.

Viene a cuento esta introducción a raíz de las palabras de Cuca Gamarra sobre el asalto a las sedes de los tres poderes del Estado en Brasil. En España, con Pedro Sánchez, sería un caso de desórdenes públicos, vino a decir, como si la reciente reforma del Código Penal hubiera hecho desaparecer el delito de rebelión de nuestro ordenamiento y hubiera tipificado como desórdenes acontecimientos como el asalto al Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021 o el asalto a las sedes de los tres poderes del Estado en Brasilia este pasado domingo.

Por esta razón, las palabras de Cuca Gamarra, salidas directamente de Génova 13 y utilizando el canal oficial del PP para transmitirlas, no son solamente indecentes, como las ha calificado Joan Baldoví, sino que son una forma de manifestación del “fascismo originario” o “fascismo eterno” tal como lo caracterizó Umberto Eco.

Pero, puesto que a la señora Gamarra le gusta comparar lo que ocurre en España con lo que ocurre en otros países iberoamericanos, como Brasil ahora y Venezuela antes, me parece que resulta oportuno hacerle la siguiente pregunta: ¿Qué tienen que ver las imágenes de Brasil que ha visto todo el mundo este pasado domingo con las imágenes del 1 de octubre de 2017 en Barcelona? ¿Hay alguien que pueda equiparar las conductas de los ciudadanos de Catalunya acudiendo a unas escuelas a depositar una papeleta en una urna con la violencia de los energúmenos brasileños de este pasado domingo? ¿Todas pueden ser calificadas como constitutivas del delito de rebelión? ¿Lo ocurrido en Catalunya el 1 de octubre de 2017 tiene la misma naturaleza que lo ocurrido en Washington el 6 de enero de 2021 o en Brasilia este pasado domingo?

Porque los miembros del Govern y de la Mesa del Parlament y los presidentes de Omnium y la ANC fueron procesados por el delito de rebelión, aunque al final fueran condenados por el delito de sedición. Pero la calificación como delito de rebelión fue la que dominó todo el proceso. La que permitió que permanecieran durante el desarrollo del mismo en prisión. La que permitió que se les aplicara el artículo 384 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para dejar en suspenso su condición de parlamentarios ganada en las urnas. La que permitió al Tribunal Supremo torpedear la sesión de investidura en Catalunya en más de una ocasión. Y varias más que no es necesario reseñar en un artículo como este.

La monstruosidad de esa calificación penal y el desarrollo de todo el proceso con base en dicha calificación es lo que la comparación de las imágenes de Barcelona del 1 de octubre de 2017 con las imágenes del asalto al Capitolio en Washington, para impedir la certificación de un resultado electoral, o con las imágenes de Brasilia, para incitar al ejército a intervenir, pone de manifiesto.

Esto es lo que resulta escandaloso y no la desaparición del delito de sedición de nuestro ordenamiento, de donde debía haber desparecido hace muchos años. Porque el delito de sedición es un delito predemocrático, que carece de sentido en el siglo en que vivimos. No ha habido ni una sola condena por sedición en las democracias europeas después de la Segunda Guerra Mundial.

“España apesta a franquismo”, dijo Rafael Chirbes en su última entrevista en El Periódico pocos meses antes de morir. Esa peste a franquismo es la que reflejan las palabras de Cuca Gamarra sobre lo ocurrido en Brasil el pasado domingo. Que fue, además, la primera reacción oficial del PP, no desautorizada posteriormente por el presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo.

viernes, 4 de marzo de 2022

Sobre las Checas. Ángel Viñas.

 

Contra las falacias y las mentiras que desde 1936 empezó a difundir, en la zona sublevada, la propaganda franquista y que, desde 1939, extendió al resto de España pocos son los temas que hayan gozado de tal predicamento como el de la actividad criminal de las checas, en particular en Madrid y Barcelona. Siempre fueron consideradas como los ejemplos por excelencia del “terror rojo”. Su siniestra fama se divulgó en la literatura. Nombres como el conde de Foxá, Wenceslao Fernández Flores, “El Caballero Audaz” (José María Carretero), “El Duende de la Colegiata” (Adelardo Fernández Arias) y muchos otros la elevaron a la enésima potencia en novelas que traducían odios y miedos viscerales y estaban en consonancia con las necesidades de la propaganda de los sublevados por ocultar sus propios asesinatos y venganzas. En cuanto a los novelistas citados, los dos primeros incluso han sido “rehabilitados”. Los siguientes, de ínfima calidad, todavía no. Todo se andará. Existen unas cuantas editoriales especializadas en difundir tal tipo de basura.


Ni que decir tiene que la historiografía profranquista y filofranquista encontró siempre en el “terror rojo” que emanaba de las checas todo un filón. Dura hasta nuestros días. Los trabajos de empaque académico que sobre el tema se han realizado son relativamente escasos.

Viene ahora a enriquecer la serie de obras esenciales para comprender el fenómeno la adaptación de una tesis doctoral. Hay que seguir de cerca la aprobación de tesis doctorales en historia contemporánea porque, al menos en España, es generalmente de la Universidad de donde proceden los trabajos de una nueva generación de investigadores que combinan el rigor científico y metodológico con su preocupación por temas largo tiempo dejados al arbitrio de numerosos periodistas y de aficionados siempre atentos a ventas fáciles y a excitar el morbo de un sector concreto del público lector (y no lector).

En el caso en cuestión corresponde a un joven historiador formado en la UCM y miembro del grupo de estudios sobre la guerra civil en Madrid el haber abordado, tras una serie de tanteos previos, la tarea de seguir desmitificando la densa nube que rodea el tema de las checas. Se llama Fernando Jiménez Herrera. La Editorial Comares, de Granada, que dirige mi buen amigo Miguel Ángel del Arco Blanco y cuyo catálogo es uno de los más serios y solventes en materia de la Historia que se hace en y desde la Universidad, la ha publicado, imagino que debidamente raspada de toda la parafernalia académica que suele envolver cualquier tesis doctoral que se precie.

Curiosamente la recepción que le han dado los grandes medios de comunicación, atentos a las decenas de títulos sobre temas más o menos estúpidos que aparecen casi todas las semanas, ha sido muy mesurada. Una pena. El trabajo de Jiménez Herrera merece muchísima mayor atención. Tanto de la crítica como de los lectores.

Las preguntas de las que parte este joven historiador constituyen el meollo, el alfa y el omega, de la labor de todo investigador que se respete: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Por qué pasó? Sin plantearse seriamente estos tres interrogantes, y sin basar la respuesta en el descubrimiento y análisis de las evidencias primarias relevantes de época, es imposible dar explicaciones fundadas a las representaciones que el historiador se hace del pasado. Sobre todo, si se trata de temas ya “vistos”. Y, al hacérselas, debe tener cuidado con el lenguaje.

En el caso en cuestión aceptar el término de “checa” es ya un tanto ahistórico. Es el resultado de una importación movida por planteamientos y estímulos propagandísticos. Su origen es ruso o, más exactamente, soviético. Su aplicación al caso español fue una primera victoria de los sublevados de 1936. Estaba en consonancia con la línea fundamental de su propaganda de antes de la guerra y que insufló toda la conspiración monárquico-militar (y fascista). La gran diferencia es que la policía represiva soviética estuvo encuadrada desde el primer momento en las estructuras de un nuevo Estado en formación, en guerra civil y con aspiraciones revolucionarias. Luego, formó parte esencial del aparato de supervisión, vigilancia y castigo de los disidentes (cuya identificación atravesó por numerosas etapas).

El caso español es completamente diferente. Sin conocer la tesis de Jiménez Herrera, pero partiendo del tenor anticomunista de la intoxicadora propaganda que distribuyó la UME (Unión Militar Española), a mí me había llamado la atención el énfasis puesto en el peligro soviético para la alejada España desde los comienzos más serios de la conspiración en 1934. Algo que, en puridad, no era ninguna novedad porque, simplemente, fue una constante en un sector de las derechas españolas desde la implantación del régimen soviético en Rusia. Herbert R. Southworth dedicó una gran parte de su obra a dibujar los contornos de tales planteamientos.

Así, pues, con buen tino, lo primero que hace Jiménez Herrera es llamar a las cosas por su nombre en el título de su libro. El mito de las checas y dedicar el primer capítulo a estudiar la génesis y evolución de este concepto. No es un a priori. Es el resultado de estudiar el movimiento histórico al final del cual, en una coyuntura determinada surgida del fracaso de la sublevación en Madrid y Barcelona, los sublevados aplicaron aquel concepto soviético para enmascarar y/o deformar lo que ocurrió en realidad: la transformación y adaptación de una parte de los núcleos organizativos del proletariado (Casas del Pueblo socialistas, Ateneos Libertarios anarquistas y Radios comunistas) a la tarea ímproba descabezar el movimiento militar y fascista. Sin saber manejar armas, salvo las cortas, y sin organización. Lo que los autores profranquistas o filofranquistas afirman sobre las “milicias” izquierdistas para antes del 18 de julio es de risa. Yo siempre recomiendo leer los camelos de Luis Bolín que he citado en varias de mis obras.

Pues bien, a las tareas habituales propias y que en aquellos núcleos organizativos habían ido perfilándose en los años anteriores a la sublevación (cuando todavía se encontraba en el estadio de proyecto deseado o anhelado) se añadió, casi de forma natural, la expansión a las funciones de control y justicia. Los dos términos, obviamente, no son equivalentes. Vale el primero. El segundo habría que entrecomillarlo. Ambas se materializaron, con todo, en el surgimiento de los más propiamente denominados, que no “checas”, “comités revolucionarios”. El núcleo central del libro se sitúa precisamente en el proceso que acompañó este cambio y que se mantuvo más o menos hasta finales del año 1936.

El pueblo en armas (una de las consecuencias del desplome del aparato de seguridad del Estado, también minado por los conspiradores) asumió, temporalmente, el ejercicio de tales nuevas funciones durante aquellos cinco o seis meses, cruciales eso sí, en la identificación y represión de elementos contrarrevolucionarios (fascistas, monárquicos, clérigos, burgueses y un variopinto etc.), reales o supuestos, que de todo hubo. La eliminación física, al margen de toda la legalidad republicana pre-existente, pasó al primer plano y afectó a un gran número de personas. No es de extrañar, añadiré, que a algunos diplomáticos británicos la evolución les hiciera evocar más los días del Terror en la revolución francesa que el bolchevique tras la revolución rusa.

El autor ha llegado a novedosas conclusiones después de haber pasado varios años estudiando miles de documentos de los que todavía se conservan en una variada gama de archivos. Ante todo, el general e histórico de la Defensa, amén de los archivos de la Guardia Civil y del Ministerio del Interior y del Centro Documental de la Memoria Histórica, complementados con la documentación conservada en el Histórico Nacional, los archivos del PCE, del PSOE, de la CNT y diversos repositorios locales y provinciales. Amén de las fuentes hemerográficas conservadas en más de una docena de sitios en línea y presenciales. Ha debido ser una labor de Sísifo. Basta con echar un vistazo a la serie documental PS relativa a Madrid en Salamanca para que a cualquier investigador se le abran las carnes.

Casi una veintena de tesis doctorales en versión no publicada pero sí disponibles en la red, unas setenta obras de memorias y recuerdos de variado pelaje, recuentos oficiales y una amplia bibliografía española y extranjera complementan las fuentes documentales primarias y secundarias.

Me apresuro a señalar que Fernando Jiménez en modo alguno trata de disminuir el saldo trágico de la actuación de los comités revolucionarios. Llega hasta donde los documentos se lo permiten. En el caso de Madrid, que es en el que se concentra básicamente su relato, se hace eco de las cifras de muertos y “paseados” durante el resto del verano y el otoño de 1936 (en torno a los 8.360) pero también recoge estimaciones más elevadas, que llegan hasta un total de 13.000 personas. No es moco de pavo, bajo ningún concepto. Al tiempo, pasa revista a los intentos de lo que quedaba de poder gubernamental, más o menos respetado, para encauzar la furia popular por canales jurídicamente aceptables en una situación de excepción y, por desgracia, totalmente imprevista.

¿Por qué tales excesos al margen de la legalidad, incluso en evolución? Fernando Jiménez, en la tercera parte de su libro, pasa revista a toda una serie de explicaciones que figuran en la bibliografía generada por los más variados expertos, españoles y extranjeros, que han arrojado luz sobre el fenómeno. ¿Una muestra? Javier Cervera Gil, Francisco Espinosa, Carlos Gil Andrés, Gutmaro Gómez Bravo, José Luis Ledesma, Jorge Marco, Javier Muñoz Soro, Javier Rodrigo, Julius Ruiz, Glicerio Sánchez Recio, María Thomas, Enzo Traverso y otros.

Una nota de advertencia: he sido muy sensible a la lectura de este libro, y confieso que esta breve reseña no le hace justicia en modo alguno, por una razón personal. Francisco Espinosa, cuyo nombre no necesita presentación, Guillermo Portilla, catedrático de Derecho Penal, y un servidor hemos invertido un año, más o menos, en hacer un estudio de las bases conceptuales, jurídicas, filosóficas, políticas, históricas y de contexto de la represión que los sublevados plantearon desde antes del primer momento contra quienes permanecieron fieles al gobierno de la República. Fueron dos mundos diferentes. Nuestro trabajo saldrá para la Feria del Libro.

Cualquier lector que tenga el más mínimo interés por un tema ardientemente discutido y que forma parte del repertorio argumental de las derechas filofranquistas incluso en el día de hoy hará bien en comparar el libro de Jiménez Herrera con el nuestro. Luego decidirá quién tuvo mejor razón, quién fue más salvaje, quién más cruel, quién actuó con mayor premeditación, con más elevado grado de alevosía y sobre quienes debe caer la responsabilidad última de tantos muertos, tantos sacrificios, tantos horrores. Porque la guerra no vino por casualidad ni España o la República estaban señaladas por el dedo del Señor para un castigo bíblico. Alguien la quiso. Alguien la preparó. Alguien se preparó. Y alguien ha seguido y sigue engañando a los españoles. A pesar de todos los esfuerzos de autores extranjeros como, valga el caso, el profesor Sir Paul Preston entre muchos otros colegas británicos.

La discusión, animada por propagandistas y políticos atentos a hacer de la historia, del pasado, su particular campo de Agramante, probablemente continuará durante bastante tiempo. Las evidencias primarias permiten, sin embargo, llegar a respuestas muy diferenciadas respecto al cómo y al por qué de procesos históricos que, para bien o para mal, siguen pesando sobre la conciencia de los españoles de nuestro tiempo.

Ángel Viñas,  Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM.

Fuente:
https://www.angelvinas.es/?p=2548