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viernes, 18 de septiembre de 2020

_- Carlos Saura: “Soy ya casi un clásico muerto” El mítico director de casi 50 películas charla de la vida, el amor y el oficio en vísperas del reestreno en Madrid de su montaje teatral de ‘La fiesta del chivo’

_- “Ven, que te enseño Las señoritas de Collado Mediano". Carlos Saura me invita a su leonera ―la planta baja de su casa en la sierra de Madrid, atestada de libros, discos, fotografías, dibujos, maquetas de tanques y robots, cámaras, premios variopintos y una gigantesca televisión― para mostrarme un collage de dibujos de mujeres con el pecho al aire remedando a las de Picasso. “No son las de Avignon, pero ahí las tienes. Hay quien me pregunta si me he acostado con todas. Ojalá, pero son imaginadas”, se ríe con ganas. Saura está locuaz, socarrón y divertido durante la charla. Se ve que tiene ganas de hablar después de meses enclaustrado en estos muros, donde ha pasado el confinamiento y de donde ahora apenas sale por prevención ante un virus al que no teme pero “respeta” por la cuenta que le tiene. A sus 88 años (nació en Huesca) gasta pintaza, y lo sabe, aunque dice haber engordado durante el encierro, que ha entretenido, entre otros mil quehaceres pequeños, pintando una inquietante serie de cartones sobre los sueños. Por ahí empiezo.

 Y usted, ¿con qué sueña?
Duermo como un lirón, pero no sueño casi nada, lo cual es una desgracia. De más joven soñaba eso de que te caes por un precipicio, y quiero soñar eso tan tremendo otra vez. Es una tragedia porque, según Freud habría que analizar los sueños y así no me puedo analizar.

¿Se ha psicoanalizado mucho?
No, pero mi cuñado, el marido de mi hermana Pilar, era psiquiatra y he estado en muchas sesiones, incluso para aprender. Hace muchos años me propuso probar el ácido lisérgico, que venía de Suiza y no se había probado en España.

A veces, cuando digo que tengo 88 años, me responden: “No serán tantos”. Pues sí, lo son. No me diga que testó uno de los primeros ‘tripis’ en España.

Sí, yo encantado. Me inquietó mucho porque tuve alucinaciones con colores mayas y aztecas y estuve obsesionado todo el día. No volví a probar ninguna droga.

¿Por si se enganchaba?
Mira, he conocido bien eso. En Estados Unidos y en España hubo una época en la que todos tomaban ácido, o heroína. He tenido amigos y familia, las hijas de mi hermano Antonio, muertos por la droga. Yo siempre he pensado que la mayor droga es mi trabajo. Me ocupa un espacio tan enorme, tengo la cabeza tan ocupada con ello que no necesito ninguna otra.

¿Le ha inspirado algo el confinamiento?
Bueno, he hecho una peliculita para mí con fotos y grabaciones de la televisión de aquellos días de encierro alucinantes. Se llama Coronavirus, que es un nombre precioso. El virus de la corona, o la corona del virus, ¿no te parece?

¿Lo dice por Juan Carlos I?
Yo soy republicano de pro, aunque Juan Carlos siempre me cayó bien y me ha tratado maravillosamente. Lo de llevarse el dinero de los demás me parece mal. Lo otro lo entiendo bien. Decía Buñuel que la pasión justifica todo y, bueno, uno sabe de qué va eso.
  
¿A usted también le ha pasado?
Varias veces. Yo hubiera dado hasta la vida por una chica si me lo hubiera pedido y luego la he visto en 10 años y he pensado: “¿Yo hubiera dado la vida por esta imbécil?”, con perdón.

¿Cuánto duele el desamor?
Yo lo he pasado fatal siempre que me he separado de alguna de mis mujeres. Hasta el punto de irme fuera de España para olvidar. Para mí la ruptura es tremenda, no sé si para ellas.

No es frecuente oír a un hombre hablar así de sentimientos.
Eso es una cosa muy española. Yo mismo soy pudoroso a la hora de ver a una pareja haciendo el amor. No me gusta verlo, ni rodarlo, aunque sean actores. Me parece una intrusión. Ya sabes, eso de los violines o del tacataca. El sexo pertenece a la vida privada. Además, mostrarlo en el cine es innecesario. Lo encuentro aburrido, te lo sabes. Es como ver una carrera de coches en una película americana. El amor es imaginación. Prefiero la elipsis. Otra cosa es la pornografía, que tiene su utilidad.

Ha tenido varias esposas. ¿Existe eso del amor de una vida?
Puede haber uno y puede haber varios. Lo que pasa es que la sociedad actual no permite que uno se enamore de varias mujeres. Me hubiera gustado a veces estar con mi mujer y tener una amante, tener esa relación de modo natural. Pero ha sido imposible. Yo me he casado por la Iglesia dos veces y por lo civil otras dos o tres. Obligado no, pero casi siempre por necesidades prácticas. El amor es más libre que todo eso.

Con siete hijos tendrá una legión de nietos.
Tengo seis hijos y la niña, Anna, la última, con mi última mujer, Lali Ramón. Eso fue la panacea. Siempre quise tener niñas, me gustan más que los niños, son más listas, más prácticas, más interesantes, pero no venían. Me costó varias parejas. Nietos no sé cuántos tengo. Más de una docena, pero no sé exactamente.

Yo lo he pasado fatal siempre que me he separado de alguna de mis mujeres. Hasta el punto de irme fuera de España para olvidar No me lo creo. Dicen los abuelos que se les quiere más que a los hijos.
Yo no. No es que no los quiera, claro que sí, pero es que no me gusta nada que me llamen abuelo. Llámame don Carlos, Carlos, lo que te dé la gana, pero que no me llamen abuelo. No me veo con un nietecito paseando de la mano por ahí. Eso es deprimente, ese es el momento en que vas a palmar pronto.

¿Qué director joven le gusta?
No conozco a fondo el cine español, de verdad. Ni siquiera el cine mundial. Veo todos los días al menos una película, pero es una antigua, una que recuerdo, o una de ciencia ficción, que me gustan mucho, o de catástrofes, que me encantan.

¿Ya no se hace buen cine?
No es tanto por eso, sino porque la mayor parte de las películas ya sé como van a terminar, lo cual es una tragedia, porque estoy en el oficio y me sé todo el tinglado. Sobre todo las series, son tremendas. Los dos primeros capítulos son estupendos, pero luego ya hay que rellenar y veo todo el condimento, esa mecánica que han inventado los americanos y que funciona muy bien, pero que no me interesa nada. Soy adicto a los documentales, eso sí. Esas cosas fantásticas que hay por el mundo. Me gusta más la realidad que la ficción.

Me hubiera gustado a veces estar con mi mujer y tener una amante, tener esa relación de modo natural. Pero ha sido imposible

Y sus películas, ¿le gustan?
No me gusta volver a verlas, son el pasado, pero el otro día ví Pajarico y me gustó. Esa cosa de mi familia murciana, tan cálida, tan distinta de la de Huesca, tan puritana. Será que me estoy debilitando con la edad.

¿Cómo se lleva con los actores en los rodajes y las tablas?
He pasado una posguerra. Estoy educado en la economía de medios. Ensayo mucho y luego hago dos o tres tomas y no doy la lata. En teatro me sorprende mucho que los actores se quedan muy asustados. Dicen: “Este señor no dirige”. Y es porque les dejo libertad. Si lo hacen bien, ¿para qué corregirles? Al actor inteligente no hace falta que se le digan muchas cosas. Se hace él con el personaje y me parece un milagro. Lo sé porque yo soy el peor actor del mundo.

Entonces, ¿cuál es su don?
Lo tengo muy claro: la imaginación. He utilizado la imaginación para contar historias que me gustan y pienso que van a gustar a otros. Luego igual no les gustan, pero qué vas a hacer, no siempre aciertas. Pero solo el hecho de que te dejen contar tus propias historias, dar un paso adelante, es lo que he intentado toda la vida.

No me veo con un nietecito paseando de la mano por ahí. Eso es deprimente, ese es el momento en que vas a palmar pronto. ¿Qué siente cuando oye decir de usted que es un clásico vivo?

Que soy un clásico muerto casi ya [risas]. No me gusta lo de clásico, y eso que me encanta la música clásica. Pero eso son clasificaciones, etiquetas que se van poniendo, y a estas alturas no me gustaría que se me etiquetara.

A estas alturas... ¿es feliz?
Felicidad es palabra mayor, pero soy un hombre equilibrado en mi forma de ser, estoy sano, que no es poco, y eso me parece que es suficiente para ser feliz, o por lo menos estar contento con la vida. Y luego he tenido suerte. Siempre lo digo: soy un elegido porque he hecho lo que me ha gustado hacer, he tenido conversación social suficiente, la economía suficiente para seguir viviendo y siete hijos. No me puedo quejar.

Le quedan 11 años para los de Rafaela Aparicio en Mamá cumple 100 años. ¿Cómo lo lleva?
Doce, no me pongas meses que hasta enero no cumplo. A veces, cuando digo que tengo 88 años, me responden: “No serán tantos”. Pues sí, lo son. Buñuel decía que era un viejo a los 60. Yo a esa edad me sentía pleno. Ahora me siento mayor. ¿Sabes ese dibujito de Goya donde se ve a un hombre muy mayor apoyado en dos bastones y debajo pone: “Aún aprendo”? Pues eso. Nunca se termina de aprender, cada día es diferente. Y es un milagro.

´FOTOSAURIO´
Con sus más de 50 películas, óperas, libros y premios -de Berlín y Cannes para arriba- Carlos Saura (Huesca, 88 años) se sigue considerando, sobre todo, un fotógrafo, y llama así, "fotosaurios", a sus fotos pintadas. Algunas de ellas decoran las paredes y los estantes de su domicilio en la sierra de Madrid, un caserón centenario rodeado de cedros del Himalaya y plantas cuidadas por su esposa, la actriz Eulalia Ramón, que pasa temporadas en ella. 
Por las mañanas, Saura se sienta en una silla de resina en lo más alto de la finca a tomar el sol y otear los riscos rodeado de sus perros y sus gatos y se siente el amo de su universo. "Es el mejor momento del día". 
¿Qué es el futuro?, le pregunto. "Hacer una película. Siempre quiero hacer otra", responde.

martes, 13 de septiembre de 2016

Si tu hijo no habla, que baile o haga garabatos. La psicoterapia a través del arte potencia la expresión de los sentimientos y pensamientos de los niños. La danza es el arte que más les ayuda

La terapia a través del arte es un tratamiento que, ya sea mediante las artes plásticas, tales como la pintura, escultura, fotografía, o cualquier expresión corpórea como la danza, mejora la salud emocional de los niños y, en especial, la de los niños con necesidades especiales.

Pintar en un bloc de dibujo, bailar o escribir, son actividades que no solo se usan con fines educativos o de ocio, sino que resultan muy efectivos para aliviar tensiones e incluso como terapias alternativas para niños con algún trauma leve o con algún tipo de discapacidad intelectual o motora. Numerosos estudios señalan que el arte afecta al sistema nervioso autónomo, al equilibrio hormonal y a los neurotransmisores cerebrales, y que produce cambios en la actitud, en el estado emocional y en la percepción del dolor, tanto en niños como en adultos.

Según Mary-Rose Brady directora de la Asociación Británica de terapeutas de arte, los niños tan pequeños no son capaces de ponerle nombre a sus sentimientos. “Las terapias a través del arte pueden proporcionar alivio a niños cuya opción anterior es el llanto o los ataques de ira en respuesta a sentimientos abrumadores”. Los materiales que utilizan, no solo se pueden emplear como herramientas de juego, sino que resultan clave para que puedan expresarse. “Los instrumentos de arte sirven para que los niños puedan exteriorizar sus emociones perturbadoras o confusas, darles forma y que les permita efectuar conexiones entre pensamientos, sentimientos y comportamientos, tal vez por primera vez”, añade la experta.

Un estudio realizado el año pasado por la Universidad de Montana y el Art as Mean for Increasing Confidence (AMIC) concluía que las artes expresivas como la danza, el teatro o la música, aumentan considerablemente la confianza de los niños.

La danza, el arte que más ayuda
Por otro lado, la danza es la expresión artística de la que se obtienen mejores resultados cuando se usa como terapia. La Fundación Psicoballet Maite León, por ejemplo, se creó a raíz de la discapacidad intelectual que padece una de las hijas de Maite, la que fuera fundadora del centro de danza clásica del mismo nombre en Madrid. “Mi madre fundó el centro de danza y aplicó todos sus conocimientos como bailarina a raíz de la discapacidad intelectual de mi hermana”, explica.

Al parecer los médicos no le ofrecían muchas esperanzas en cuanto a calidad de vida. “Mi madre intentó mejorar su motricidad sobre la base de sus conocimientos, a través de la danza. Tras ver la evolución de mi hermana decidió formar un grupo de trabajo formado por artistas, psicólogos y médicos con el fin de que estos avances no se quedaran únicamente en ella, sino que también pudieran beneficiar a otras personas”, explica Gabriella.

La Fundación PsicoBallet forma a actores y bailarines con discapacidades físicas, sensoriales, intelectuales y de desarrollo. Los alumnos reciben su formación desde el punto de vista la creatividad y la innovación. Para ello, partiendo de una formación escénica en danza, teatro, música o maquillaje, utilizan las capacidades de cada alumno y su motivación para ir construyendo su propio camino de aprendizaje. La finalidad de esta formación es, entre otras, la mejora de su calidad de vida y la demostración de sus capacidades a través de los distintos espectáculos que recorren los escenarios. La FPBML apuesta por la integración de cuerpos y mentes diversas como forma de expresión enriquecedora y múltiple y por ello en sus espectáculos buscan la armonía y la fusión de personas muy distintas entre sí.

“Gracias a la danza, se producen mejoras en las habilidades sociales como un mayor autocontrol, autonomía, responsabilidad y capacidad para trabajar en grupo. Con el baile aumentan sus capacidades artísticas, de creación, imaginación o expresión y sus habilidades motrices, de coordinación y de aprendizaje, concluye Gabriela.

Terapia de juego versus terapia de arte
En este tipo de terapias, no es necesario saber dibujar para expresar en un papel lo que llevas dentro, sobre todo los niños. Y es que la terapia infantil se confunde, en ocasiones, con la terapia a través del juego. Los terapeutas de arte que trabajan con niños incluyen actividades basadas en los juegos (muñecos, juguetes, accesorios, etc.…) pero, la toma de arte en el contexto de la terapia es una experiencia un poco diferente del juego, ya que fomenta la creación de un producto tangible.

Diego Rodríguez es maestro de Pedagogía Terapéutica (PT) en el colegio CEIP Joaquín Costa de Alcorcón y utiliza en sus clases herramientas artísticas como el dibujo de láminas de obras de arte. “Los niños dibujan, pintan y colorean para estimular el lenguaje y aumentar sus capacidades de expresión. Aparte de estas técnicas, usamos el juego dramático para trabajar las habilidades sociales, el conocimiento de las emociones y la empatía. En los colegios se usan muchas técnicas artísticas enfocadas tanto al alumnado con necesidades especiales como para todos los niños en general”, nos comenta Diego.

A los niños con habilidades lingüísticas limitadas les resulta más complicado expresar sus sentimientos. De hecho, se puede convertir en una tarea muy complicada. Laura Donis es terapeuta y coordinadora desde hace más de tres años del proyecto Empower Parents, una red de más de 20 familias con niños y niñas con Trastorno del Espectro del Autismo (TEA). “El arte es transformador para todos pero sobre todo en aquellos casos en los que se convierte en un medio que facilita la comunicación y la expresión. Buscamos que los niños sean conscientes de su propio proceso de trabajo, que lo disfruten y que la actividad artística sirva para desarrollar sus habilidades sociales, resolver algún tipo de conflicto, etc.…”, comenta Laura.

Para Sandra Gutiérrez, Historiadora del Arte y educadora de museos desde hace más de 10 años, fomentar el arte en la edad temprana permite potenciar el pensamiento creativo, reflexivo y crítico de los niños. “Los niños que realizan actividades artísticas desde la infancia obtienen diversos beneficios físicos y emocionales”. “Con los talleres artísticos, los niños, expresan sus gustos, sentimientos y frustraciones. Es una herramienta idónea de aprendizaje que estimula la capacidad de crear e innovar”, añade.

Actualmente, Sandra trabaja como educadora en el Espacio de la Fundación Telefónica en Madrid donde, en ocasiones, realizan programas para acercar el arte a las personas con dependencia y necesidades especiales. “Estuvimos en las Aulas Hospitalarias del Hospital 12 de Octubre de Madrid, con el objetivo de acercar nuestro Patrimonio Histórico-Tecnológico como un medio posible para subvertir el malestar en bienestar y mejorar la estancia de los niños ingresados. En esta actividad participan familiares y personal hospitalario con el fin de normalizar todo lo que rodea a los niños”, nos explica Sandra.

Son muchas las instituciones que integran en sus programas las terapias a través del arte para niños con o sin problemas. Por ejemplo, el Hospital de la Paz tiene un programa de musicoterapia para niños, la Universidad Autónoma de Madrid cuenta con un máster propio en Musicoterapia. La Once también cuenta con un programa de Musicoterapia para ciegos y en la Universidad de Alcalá ofrecen un programa exclusivo de música para ciegos en el que pasan las partituras a braille.

http://elpais.com/elpais/2016/06/27/actualidad/1467014418_832066.html

domingo, 28 de septiembre de 2014

La pluma fotográfica de Kapuscinski. La Virreina acoge las imágenes con las que el periodista polaco documentó la caída de la URSS

Por fortuna –la misma diosa que le dio el don de aplicar al periodismo lo mejor del realismo mágico literario— Ryszard Kapuscinski no sabía dibujar. Y aquel niño de una pobre aldea cercana a Varsovia en plena segunda guerra mundial no imaginaba pues cómo retener y dar eternidad a todo lo extraordinario que ocurría a su alrededor. Con los años, y el dinero de un colega del periódico, compró una rudimentaria cámara soviética, una Zorka (mala copia de una Leica alemana). La fotografía iba a mitigar su angustia ancestral y se convertiría en otra ventana desde la que documentar y entender el mundo. Con los años de oficio conservó unas 10.000 instantáneas, una ínfima parte de las que pudo salvar de dos grandes depredadores de negativos: las extremas condiciones tropicales de sus viajes por Asia, África y América Latina y las confiscaciones en fronteras y frentes bélicos.

Entre 1989 y 1991, el mejor reportero polaco del pasado siglo decidió analizar in situ la descomposición final del imperio soviético. Marca de la casa, quería reflejar esa crisis “no desde un único punto de vista sino en toda su enorme dimensión geográfica y cultural”. En una de sus ya míticas fases documentales, Kapuscinski (1932-2007) invirtió la lectura de 57 libros (desde informes económicos a Guerra y paz, para captar el alma rusa) y recorrió de punta a punta las repúblicas soviéticas: hizo 60.000 kilómetros. En ese proceso que daría lugar a uno de sus mejores libros de reportajes, El imperio, entraban, claro, las fotos; inéditas, conservó diversos centenares, una demasiado corta pero demostrativa selección de las cuales conforman la muestra Ryszard Kapuscinski, L’ocàs de l’imperi, que desde hoy y hasta el 23 de noviembre puede visitarse en  La Virreina-Centre de l’Imatge, de Barcelona.

Roland Barthes consideraba que toda buena fotografía es aquella que contiene un punctum, propiedad misteriosa proporcionada por un detalle que lleva a quien la contempla a la reflexión. Kapuscinski, lector del semiólogo francés, aplica esa teoría en cada una de las 36 instantáneas de las 50 que acogió en 2010 la exposición inicial en Varsovia. Fiel a su primer maestro y prestamista, el fotógrafo Janusz Zarzycki --que consideraba que todo fotorreportaje debe tener presencia del ser humano y que fotografiar era encontrarse frente a él cara a cara y salir vencedor de ello--, hay gente, multitudes y muchos primeros planos en las instantáneas en blanco y negro de Kapuscinski. El reportero suele estar cerca de lo fotografiado, fruto también de su credo periodístico: “Para tener derecho a explicar se tiene que tener un conocimiento directo, físico, emotivo, olfativo, sin filtros, de lo que se habla”, defendía. Por eso ese primer plano de dos mujeres en una misma manifestación en Moscú en 1990 ó 1991; el punctum está en sus cabezas: una, la de piel tersa y cuidada, lleva un gorro de astracán; la otra, de tez surcada por una pobreza inclemente, un modestísimo pañuelo atado de manera burda. Está también una mísera comida colectiva improvisada en 1990 en una calle de una región de Azerbayán donde los niños recuerdan, por contexto e indumentaria, a los de la España de los años 40. O la ridícula (por desvalida) y apretujada formación de soldados rusos que en Moscú contemplará (absurdo impedirlo) el paso de una manifestación de 300.000 personas de la oposición democrática que se acerca.

Es un muy buen fotógrafo Kapuscinsi, pero aun es mejor reportero. En las imágenes está la obsesión infantil, que se traduce en combinar instantánea estética con detalle periodístico: “Comunismo para los comunistas y para el pueblo, ¡vida!”, reza el cartel del joven de cazadora tejana al que casi no se ve el rostro de tan atrás que tira el cuello para mirar al cielo. Tras el golpe de estado frustrado de 1991, un soldado y un militar de alta graduación acompañan un cosaco y un pope sosteniendo un retrato del último zar de Rusia. En Ucrania, en 1991, de una en aparente simple imagen de un conjunto escultórico del que sobresale un Lenin gigante, dos pequeñas pintadas del pedestal le dan todo el sentido: “Fin del leninismo”; “¿Dónde están nuestras casas, hospitales y escuelas?”.
Fuente: El País.