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sábado, 6 de abril de 2024

De donde nace el resentimiento.

Vania o Iván, ruso o riojano, es un pobre hombre que no entiende el presente y que se siente estafado
 
Escena de la obra 'Vania x Vania'.

Últimamente escucho teorizar sobre las razones que provocan que haya hombres que se sienten excluidos, ninguneados, alimentados por el resentimiento, las ideas conspiranoicas, el rencor hacia las mujeres, la nostalgia de un pasado que creyeron sólido. Pero lo teórico, sea de orden sociológico o filosófico, se mueve con frecuencia en terrenos demasiados abstractos. Lo que hace la ficción es el mecanismo contrario: en vez de observar a un colectivo, concentra la mirada en seres humanos concretos; por eso cuando hablamos de verdad literaria nos referimos a estar sintiendo en ella los latidos de un corazón. He estado viendo las dos asombrosas versiones que sobre El tío Vania de Chéjov ha escrito y dirigido Pablo Remón,interpretadas por un excelente reparto, y en ellas he encontrado tanto los ecos de la verdad chejoviana como una manera poco frecuentada de contar el presente. Hay algo paralelo en aquel 1900 en que Chéjov estrenó su función y este 2024 que ahora nos atenaza. Un escritor tan intuitivo como él debió presentir, a cuatro años de su muerte, que un cambio brutal se iba a producir en Rusia, dado que sus personajes parecen estar al borde siempre de un abismo vital: no paran de rumiar deseos incumplidos, frustraciones, son protagonistas de biografías nada épicas que en algún momento de la juventud prometieron cierta grandeza. 

El tío Vania de esta doble función se convierte en un tío Iván del campo español, un hombre que se ve entrando en la vejez habiendo errado todos los tiros. No es un estúpido, intuimos en él trazas de hombre sensible, pero la suerte no le ha sonreído: las mujeres hermosas lo han rehuido y ha vivido alimentando los proyectos de otros, resignándose a una existencia estrecha que ahora le pesa como una losa. A pesar de que las tierras que administra no le han permitido vivir holgadamente, él ha perdido la vida ayudando a su cuñado, el pomposo intelectual, con la creencia de que valía la pena financiar a quien posee el conocimiento. Vania sobrelleva con humildad esa existencia de escasas emociones hasta que un verano aparecen por allí pontificando, dándoselas de no se sabe qué, el hombre de letras y su hermosa mujer, y entonces todas las rutinas que sostienen su día a día se desmoronan: el rencor le empuja a hacer recuento de su vida miserable. 

El tío Vania, tan nuestro como ruso, está interpretado por Javier Cámara, que lo ha convertido en campesino riojano, dejándose mecer por sus propios recuerdos hasta el punto de que en cada función el cómico se nutre del espíritu de su padre, el hombre que fuera músico y agricultor en Albelda de Iregua, y quién sabe si es hasta posible que gracias a ese juego actoral algo se le haya desvelado del alma paterna, eso algo misterioso que jamás entendemos de los padres, y que aquí se nos descubre gracias a amalgamar el discurso de un campesino ruso con el de un agricultor español. 

Vania o Iván, ruso o riojano, es un pobre hombre que no entiende el presente y que observa la injusta diferencia entre aquellos que llegan de la ciudad, sea Madrid o San Petersburgo, sintiéndose profundamente estafado. Es al considerar el notable contraste entre los forasteros y los que se quedan cuando a este soñador frustrado la realidad se le desmorona. La literatura, al menos la buena, no juzga, sino que asiste asombrada a la comedia humana, mostrándose compasiva con la peripecia del que lleva las de perder, incluso en sus irritantes errores. Viendo este Vania entra uno de lleno en el corazón de un resentido.

Dice Vania, “Día y noche, como un espíritu maligno, me sofoca la idea de que he gastado mi vida sin remedio. No tengo un pasado, todo él lo he derrochado tontamente en fruslerías, y el presente me aterra por lo absurdo”. Cuando escucho una disertación sobre a qué responde la rabia de los que se creen olvidados, procuro imaginar los delirios de un hombre concreto.

ELVIRA LINDO 

lunes, 16 de agosto de 2021

Me vuelves Lorca. Miguel Ángel Santos Guerra

Los pasados días 6, 7 y 8 de agosto tuve la suerte de vivir una experiencia extraordinaria. Una de esas experiencias que te llenan de sonrisas, de encuentros, de emociones, de hermosos aprendizajes y de maravillosos recuerdos. Mi mujer y yo fuimos hasta Laroles guiados por la mano de nuestros amigos Carmen y Rafa. Compartir es uno de los verbos que mejor conjuga la amistad.

En ese pequeño pueblo de la Alpujarra granadina llamado Laroles (Ayuntamiento de Nevada) se celebraba ese fin de semana la séptima edición del Festival “Me vuelves Lorca”, dedicada este año a la mujer artista. Un Festival que mezcla teatro, música y danza y que llena el pueblo de gentes ávidas de beber el agua limpia y fresca de la cultura.

Hay muchas facetas dignas de ser reseñadas en esta experiencia cultural. Se trata de un conjunto de actividades que se desarrolla al aire libre en la antigua era del pueblo. Así es: en el Teatro de la Era, según dicen las entradas. Una era donde antes había trillos, aparvaderas y máquinas de limpiar y ahora hay artistas que despiertan la admiración y el aplauso de residentes y turistas. Los pueblos también necesitan cultura. ¡Ay, mi querido y abandonado mundo rural! Viví mis primeros años en un pequeño pueblo de la provincia de León, llamado Grajal de Campos. Un pueblo con un impresionante castillo árabe del XVI, un palacio renacentista y una historia que se remonta a los hermanos Graco de la Roma imperial. Castigados por un olvido ancestral, los vecinos de estas localidades que conforman el Ayuntamiento de Nevada (Laroles tiene unos 600 habitantes; Picena, 247; Mairena, 209; y Júbar, 46) tienen que salir del pueblo para ver una obra de teatro o para disfrutar de un concierto. Es un pequeño milagro que puedan disfrutar en su era, convertida en anfiteatro, de espectáculos de gran calidad.

Quiero dejar constancia de que la impulsora y alma mater de la iniciativa es una ciudadana británica, Anna Kemp, licenciada en literatura inglesa por la Universidad de Oxford, que aterrizó en tierras alpujarreñas cuando trabajaba como script (secretaria de rodaje) de la película “Al sur de Granada” de Fernando Colomo, basada en la novela autobiográfica de Gerald Brenan. Se enamoró de esta tierra y creo que fue correspondida desde el primer momento, en un flechado singular. Compró una casa y se hizo alpujarreña de mente y corazón. Su capacidad emprendedora no tiene limites, ni siquiera los impuestos por la pandemia.

Es de celebrar que haya tenido lugar este año la séptima edición del Festival ya que, si se hacen las cosas bien, las raíces van profundizando en la tierra fértil de la cultura popular. Es importante empezar, es más difícil mantenerse y seguir mejorando la idea inicial. He visto muchos números cero de revistas, de Festivales, de Celebraciones… Hace falta perseverancia, tesón, espíritu de superación y creatividad a raudales para sorprender al espectador cada año… En ediciones anteriores el Festival duraba tres fines de semana consecutivos. Este año, dadas las restricciones de la pandemia, se ha hecho una “edición bonsái”, dice Anna, condensando las actividades en un fin de semana.

Por el nombre del Festival pueden descubrir el lector y la lectora que la figura del poeta granadino es el epicentro de tantas ideas y emociones. La figura de Lorca lo impregna todo, desde el nombre del Festival, hasta la tierra granadina que lo alberga; desde la inspiración libertaria a la sensibilidad exquisita… Es más, el espíritu del Festival es eco de aquellas obras de teatro (cómo no recordar La Barraca) que Federico representaba con estudiantes en los pueblos de su tierra.

En esta séptima edición el eje central ha sido el estreno de la obra “Lluvias enlazadas”, escrita por Anna Kemp (qué mérito la búsqueda y la cuidada y elegante escritura en un idioma que es el suyo), después de realizar una exhaustiva investigación sobre poemas, cartas, textos biográficos y memorias. La obra cuenta la vida de tres mujeres de la generación del 27, injustamente silenciadas durante muchos años: Carmen Conde (Darlene Rodríguez), Concha Méndez (Macarena Sanz) y Ernestina de Champourcin (Lara Sanz). Estas mujeres estuvieron muy cerca de García Lorca durante su estancia en la Residencia de Estudiantes. Su juventud transgresora, sus luchas personales para emanciparse, el impacto del exilio en sus vidas y carreras literarias, sus relaciones personales…se muestran de manera intensa y atractiva en los diálogos chispeantes y en la trama teatral. La excelente interpretación de las actrices llenó de vibraciones positivas la atmósfera alpujarreña y tocó los corazones de los asistentes.

“Y vosotros, queridos actores, artistas por encima de todo. Artistas de los pies a la cabeza, puesto que por amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas”, les dice Federico García Lorca a estas jóvenes actrices pertenecientes a la internacional y supergalardonada compañía “Teatro en Vilo”, fundada en Londres en 2012 y afincada ahora en Madrid.

El teatro es poesía que se levanta del libro y se hace humana, dijo en una ocasión García Lorca, y nunca dejó de confiar en la capacidad del teatro para enseñar y deleitar, según el viejo modelo clásico.

Con notas y palabras se fue tejiendo el hermoso tapiz de la obra representada en el formato de teatro leído. Los integrantes de Malandro Club, Gorka Hermosa (acordeón), Alberto Vaquero (trompeta) y Javi Mayor (contrabajo), llenaron la noche de hermosos ritmos.

El segundo día nos llenó de ritmo, arte y mensajes feministas el conjunto Amparanoia.Música vibrante y mensajes contundentes. Amparo Sánchez nos recordó que no hay mayor opresión que aquella en la que el oprimido mete en su cabeza los esquemas del opresor.

El último día, domingo, hubo doble sesión. Un estupendo e incisivo monólogo de Esperanza Pedreño sobre la mujer y la madre y un creativo entramado de historias iimprovisadas, divertidas e interactivas a cargo del grupo Jamming. El humor es una forma de bondad. Las risas de los asistentes se mezclaban con las estrellas en la noche de Laroles. Hasta un cometa volante hizo presencia para celebrar con el público las emociones del Festival.

Otra dimensión de interés de la experiencia es el turismo que la iniciativa promueve. Se llenan los hoteles, y las casas rurales, se llena de bañistas la piscina municipal, se llenan los restaurantes de comensales y se incrementa el comercio. Después de una larga reclusión estamos deseosos de conquistar el mundo. Nosotros nos alojamos en el Hotel rural Real y fuimos atendidos con exquisita amabilidad por el incansable Ramón que, con el esternón roto en un accidente de tráfico, practicó en solitario a la perfección todos los verbos de la hostelería: limpiar, planchar, servir, hacer camas, atender, abrir, dialogar, informar, sonreír, regalar… ¿Hay quien dé más?

Una actividad de este tipo solo puede montarse y mantenerse desde el trabajo generoso de un equipo bien organizado y dirigido. Eso lo consigue Anna con su capacidad de liderazgo y su simpatía contagiosa. Me gustó ver a un grupo de jóvenes atender las necesidades de la organización, manteniendo a rajatabla todas las indicaciones sanitarias para evitar el contagio.

Es una constante en las sucesivas ediciones del Festival “Me vuelves Lorca”, por lo que he visto en esta y por lo que me han contado de las anteriores, ofrecer calidad en los espectáculos. Es un círculo virtuoso: la calidad da prestigio al Festival y ese prestigio facilita la aceptación de los invitados de más categoría. Estoy seguro de que los contactos y la habilidad de Anna tienen mucho que ver en la entusiasta presencia de los importantes artistas participantes.

Me gustó que las autoridades políticas (Diputación de Granada y Ayuntamiento de Nevada) estuviesen comprometidas con la experiencia y se hiciesen presentes en el Teatro de la Era. Es saludable que el poder apueste por la cultura en los pueblos.

Y he aquí otra característica del Festival. Tiene un necesario, oportuno y profundo sentido feminista. Es la gran revolución pendiente. Laroles se ha convertido en nuestra matria emocional.

Miguel Ángel Santos Guerra, El Adarve. https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2021/08/14/me-vuelves-lorca/

viernes, 18 de septiembre de 2020

_- Carlos Saura: “Soy ya casi un clásico muerto” El mítico director de casi 50 películas charla de la vida, el amor y el oficio en vísperas del reestreno en Madrid de su montaje teatral de ‘La fiesta del chivo’

_- “Ven, que te enseño Las señoritas de Collado Mediano". Carlos Saura me invita a su leonera ―la planta baja de su casa en la sierra de Madrid, atestada de libros, discos, fotografías, dibujos, maquetas de tanques y robots, cámaras, premios variopintos y una gigantesca televisión― para mostrarme un collage de dibujos de mujeres con el pecho al aire remedando a las de Picasso. “No son las de Avignon, pero ahí las tienes. Hay quien me pregunta si me he acostado con todas. Ojalá, pero son imaginadas”, se ríe con ganas. Saura está locuaz, socarrón y divertido durante la charla. Se ve que tiene ganas de hablar después de meses enclaustrado en estos muros, donde ha pasado el confinamiento y de donde ahora apenas sale por prevención ante un virus al que no teme pero “respeta” por la cuenta que le tiene. A sus 88 años (nació en Huesca) gasta pintaza, y lo sabe, aunque dice haber engordado durante el encierro, que ha entretenido, entre otros mil quehaceres pequeños, pintando una inquietante serie de cartones sobre los sueños. Por ahí empiezo.

 Y usted, ¿con qué sueña?
Duermo como un lirón, pero no sueño casi nada, lo cual es una desgracia. De más joven soñaba eso de que te caes por un precipicio, y quiero soñar eso tan tremendo otra vez. Es una tragedia porque, según Freud habría que analizar los sueños y así no me puedo analizar.

¿Se ha psicoanalizado mucho?
No, pero mi cuñado, el marido de mi hermana Pilar, era psiquiatra y he estado en muchas sesiones, incluso para aprender. Hace muchos años me propuso probar el ácido lisérgico, que venía de Suiza y no se había probado en España.

A veces, cuando digo que tengo 88 años, me responden: “No serán tantos”. Pues sí, lo son. No me diga que testó uno de los primeros ‘tripis’ en España.

Sí, yo encantado. Me inquietó mucho porque tuve alucinaciones con colores mayas y aztecas y estuve obsesionado todo el día. No volví a probar ninguna droga.

¿Por si se enganchaba?
Mira, he conocido bien eso. En Estados Unidos y en España hubo una época en la que todos tomaban ácido, o heroína. He tenido amigos y familia, las hijas de mi hermano Antonio, muertos por la droga. Yo siempre he pensado que la mayor droga es mi trabajo. Me ocupa un espacio tan enorme, tengo la cabeza tan ocupada con ello que no necesito ninguna otra.

¿Le ha inspirado algo el confinamiento?
Bueno, he hecho una peliculita para mí con fotos y grabaciones de la televisión de aquellos días de encierro alucinantes. Se llama Coronavirus, que es un nombre precioso. El virus de la corona, o la corona del virus, ¿no te parece?

¿Lo dice por Juan Carlos I?
Yo soy republicano de pro, aunque Juan Carlos siempre me cayó bien y me ha tratado maravillosamente. Lo de llevarse el dinero de los demás me parece mal. Lo otro lo entiendo bien. Decía Buñuel que la pasión justifica todo y, bueno, uno sabe de qué va eso.
  
¿A usted también le ha pasado?
Varias veces. Yo hubiera dado hasta la vida por una chica si me lo hubiera pedido y luego la he visto en 10 años y he pensado: “¿Yo hubiera dado la vida por esta imbécil?”, con perdón.

¿Cuánto duele el desamor?
Yo lo he pasado fatal siempre que me he separado de alguna de mis mujeres. Hasta el punto de irme fuera de España para olvidar. Para mí la ruptura es tremenda, no sé si para ellas.

No es frecuente oír a un hombre hablar así de sentimientos.
Eso es una cosa muy española. Yo mismo soy pudoroso a la hora de ver a una pareja haciendo el amor. No me gusta verlo, ni rodarlo, aunque sean actores. Me parece una intrusión. Ya sabes, eso de los violines o del tacataca. El sexo pertenece a la vida privada. Además, mostrarlo en el cine es innecesario. Lo encuentro aburrido, te lo sabes. Es como ver una carrera de coches en una película americana. El amor es imaginación. Prefiero la elipsis. Otra cosa es la pornografía, que tiene su utilidad.

Ha tenido varias esposas. ¿Existe eso del amor de una vida?
Puede haber uno y puede haber varios. Lo que pasa es que la sociedad actual no permite que uno se enamore de varias mujeres. Me hubiera gustado a veces estar con mi mujer y tener una amante, tener esa relación de modo natural. Pero ha sido imposible. Yo me he casado por la Iglesia dos veces y por lo civil otras dos o tres. Obligado no, pero casi siempre por necesidades prácticas. El amor es más libre que todo eso.

Con siete hijos tendrá una legión de nietos.
Tengo seis hijos y la niña, Anna, la última, con mi última mujer, Lali Ramón. Eso fue la panacea. Siempre quise tener niñas, me gustan más que los niños, son más listas, más prácticas, más interesantes, pero no venían. Me costó varias parejas. Nietos no sé cuántos tengo. Más de una docena, pero no sé exactamente.

Yo lo he pasado fatal siempre que me he separado de alguna de mis mujeres. Hasta el punto de irme fuera de España para olvidar No me lo creo. Dicen los abuelos que se les quiere más que a los hijos.
Yo no. No es que no los quiera, claro que sí, pero es que no me gusta nada que me llamen abuelo. Llámame don Carlos, Carlos, lo que te dé la gana, pero que no me llamen abuelo. No me veo con un nietecito paseando de la mano por ahí. Eso es deprimente, ese es el momento en que vas a palmar pronto.

¿Qué director joven le gusta?
No conozco a fondo el cine español, de verdad. Ni siquiera el cine mundial. Veo todos los días al menos una película, pero es una antigua, una que recuerdo, o una de ciencia ficción, que me gustan mucho, o de catástrofes, que me encantan.

¿Ya no se hace buen cine?
No es tanto por eso, sino porque la mayor parte de las películas ya sé como van a terminar, lo cual es una tragedia, porque estoy en el oficio y me sé todo el tinglado. Sobre todo las series, son tremendas. Los dos primeros capítulos son estupendos, pero luego ya hay que rellenar y veo todo el condimento, esa mecánica que han inventado los americanos y que funciona muy bien, pero que no me interesa nada. Soy adicto a los documentales, eso sí. Esas cosas fantásticas que hay por el mundo. Me gusta más la realidad que la ficción.

Me hubiera gustado a veces estar con mi mujer y tener una amante, tener esa relación de modo natural. Pero ha sido imposible

Y sus películas, ¿le gustan?
No me gusta volver a verlas, son el pasado, pero el otro día ví Pajarico y me gustó. Esa cosa de mi familia murciana, tan cálida, tan distinta de la de Huesca, tan puritana. Será que me estoy debilitando con la edad.

¿Cómo se lleva con los actores en los rodajes y las tablas?
He pasado una posguerra. Estoy educado en la economía de medios. Ensayo mucho y luego hago dos o tres tomas y no doy la lata. En teatro me sorprende mucho que los actores se quedan muy asustados. Dicen: “Este señor no dirige”. Y es porque les dejo libertad. Si lo hacen bien, ¿para qué corregirles? Al actor inteligente no hace falta que se le digan muchas cosas. Se hace él con el personaje y me parece un milagro. Lo sé porque yo soy el peor actor del mundo.

Entonces, ¿cuál es su don?
Lo tengo muy claro: la imaginación. He utilizado la imaginación para contar historias que me gustan y pienso que van a gustar a otros. Luego igual no les gustan, pero qué vas a hacer, no siempre aciertas. Pero solo el hecho de que te dejen contar tus propias historias, dar un paso adelante, es lo que he intentado toda la vida.

No me veo con un nietecito paseando de la mano por ahí. Eso es deprimente, ese es el momento en que vas a palmar pronto. ¿Qué siente cuando oye decir de usted que es un clásico vivo?

Que soy un clásico muerto casi ya [risas]. No me gusta lo de clásico, y eso que me encanta la música clásica. Pero eso son clasificaciones, etiquetas que se van poniendo, y a estas alturas no me gustaría que se me etiquetara.

A estas alturas... ¿es feliz?
Felicidad es palabra mayor, pero soy un hombre equilibrado en mi forma de ser, estoy sano, que no es poco, y eso me parece que es suficiente para ser feliz, o por lo menos estar contento con la vida. Y luego he tenido suerte. Siempre lo digo: soy un elegido porque he hecho lo que me ha gustado hacer, he tenido conversación social suficiente, la economía suficiente para seguir viviendo y siete hijos. No me puedo quejar.

Le quedan 11 años para los de Rafaela Aparicio en Mamá cumple 100 años. ¿Cómo lo lleva?
Doce, no me pongas meses que hasta enero no cumplo. A veces, cuando digo que tengo 88 años, me responden: “No serán tantos”. Pues sí, lo son. Buñuel decía que era un viejo a los 60. Yo a esa edad me sentía pleno. Ahora me siento mayor. ¿Sabes ese dibujito de Goya donde se ve a un hombre muy mayor apoyado en dos bastones y debajo pone: “Aún aprendo”? Pues eso. Nunca se termina de aprender, cada día es diferente. Y es un milagro.

´FOTOSAURIO´
Con sus más de 50 películas, óperas, libros y premios -de Berlín y Cannes para arriba- Carlos Saura (Huesca, 88 años) se sigue considerando, sobre todo, un fotógrafo, y llama así, "fotosaurios", a sus fotos pintadas. Algunas de ellas decoran las paredes y los estantes de su domicilio en la sierra de Madrid, un caserón centenario rodeado de cedros del Himalaya y plantas cuidadas por su esposa, la actriz Eulalia Ramón, que pasa temporadas en ella. 
Por las mañanas, Saura se sienta en una silla de resina en lo más alto de la finca a tomar el sol y otear los riscos rodeado de sus perros y sus gatos y se siente el amo de su universo. "Es el mejor momento del día". 
¿Qué es el futuro?, le pregunto. "Hacer una película. Siempre quiero hacer otra", responde.

martes, 25 de diciembre de 2018

_- Romance de la zapatera. De la obra "La Zapatera prodigiosa" de Federico García Lorca.

_- Romance de la zapatera

En un cortijo de Córdoba / entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero / con una talabartera.
Ella era mujer arisca, / él hombre de mucha paciencia,
ella giraba en los veinte / él pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían! / Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido / con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora / tiene la talabartera,
y una carne como el agua / cristalina de Lucena.
Cuando movía sus faldas / en tiempo de primavera
olía toda su ropa / a limón y yerbabuena.
¡Ay, que limón, limón / de la limonera!
Qué apetitosa / talabartera!

Ved como la cortejaban / mocitos de gran presencia
en caballos relucientes / llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa / que pasaba por la puerta
haciendo brillar, alegre / las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos / daba la talabartera
y ellos caracoleaban / sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno / bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido / clava en el cuero / la lezna.

Un lunes por la mañana / a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra / los juncos y madreselvas,
y van cayendo las verdes / hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes / la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando / una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
Niña, si tu lo quisieras, / cenaríamos mañana
los dos solos / en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido? / -Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? /- Matarlo.
Es ágil. Quizás no puedas. / ¿Tienes revolver? -¡Mejor!
¡Tengo navaja barbera! / ¿Corta mucho? -Más que el frío.
Y no tiene ni una mella. /-¿No has mentido? -Le daré
diez puñaladas certeras / en esta disposición,
que me parece estupenda: / cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda, / otra en semejante sitio
y dos en cada cadera. / ¿Lo matarás enseguida?
Esta noche cuando vuelva / con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.

Esposo viejo y decente / casado con joven tierna,
qué tunante caballista / roba tu amor en la puerta.

domingo, 27 de mayo de 2018

'Tiempo de silencio' se encarna en escena Rafael Sánchez dirige la primera versión teatral de la mítica novela de Martín-Santos 56 años después de su publicación.

‘Tiempo de silencio’, de Martín-Santos, se hace teatro El director suizo-alemán Rafael Sánchez dirige la adaptación de esta obra clave de la narrativa española

Ahí, ante ese muro, una medianera algo mugrienta entre edificios, un espacio fantasma del Madrid de la posguerra, van surgiendo los personajes y las voces interiores de todos ellos, aquellas que descubren los desengaños, la marginación, la sordidez y el obligado silencio de la época. Por primera vez desde su publicación, en 1962, Tiempo de silencio, del psiquiatra Luis Martín-Santos (Larache, Marruecos, 1924 / Vitoria, 1964), obra clave de la narrativa española, la que deja a un lado la literatura del XIX para adentrarse en el siglo XX a modo de James Joyce o William Faulkner, salta a los escenarios. Este montaje sobre el libro que supuso el abandono del realismo social en la novela en España y que ha marcado a tantas generaciones en nuestro país está dirigido por Rafael Sánchez, un dramaturgo suizo-alemán de ascendencia española. La versión, realizada desde el texto publicado en alemán y traducida luego al español, es obra del autor austriaco Eberhard Petschinka, estrecho colaborador de Sánchez.

El espectáculo se estrena el próximo 26 de abril en el Teatro de la Abadía, y con él este centro que dirige el académico José Luis Gómez completa su ciclo sobre la memoria histórica en esta temporada. Siete actores, cuatro hombres y tres mujeres (Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando Soto y Carmen Valverde), son a la vez narradores y personajes, que van entrando y saliendo en un brillante juego dramatúrgico, sin cambios de vestuario y ningún elemento sobre la escena. Son los intérpretes los que conducen la narración de esta historia de marginalidad y sordidez, centrada en Don Pedro, un médico que se queda sin ratones para proseguir sus experimentos y sale a la búsqueda de nuevos ejemplares en los barrios de chabolas de Madrid.

“Es una obra que habla de un momento de la historia de nuestra vida española en la que el silencio cayó sobre nuestro país. Esta obra no es política, pero sí habla de política, de las vidas que muestran lo que era esa España de entonces, en la que muchos no podían llegar a ser lo que querían”, aseguraba José Luis Gómez, durante la presentación del montaje que contó con la presencia de Luis Martín-Santos Laffón, uno de los hijos del escritor fallecido en accidente de automóvil a los 39 años. Obsesionado con “este texto maravilloso, muy difícil de adaptar dramatúrgicamente”, no es la primera vez que Gómez busca trasladarlo a los escenarios teatrales –Vicente Aranda dirigió una versión cinematográfica en 1986- . Ya lo intentó hace años con el alemán Frank Castorf, proyecto que se abandonó cuando a este director le encargaron El anillo de los Nibelungos para el Festival de Bayreuth.

Más suerte ha tenido ahora con el joven Rafael Sánchez, (Basilea, 1975), un dramaturgo con una ya larga experiencia escénica. Director asociado de los teatros municipales de Colonia (Alemania), Sánchez conoció Tiempo de silencio tras la conversación con José Luis Gómez. La leyó en alemán, en un ejemplar que encontró en un anticuario, y se quedó impactado. Creyó escuchar, entre muchas otras cosas, las voces y recuerdos de sus abuelos, emigrados a Suiza en los años sesenta. “Es un texto muy complejo para llevar a escena, la adaptación más complicada que he hecho hasta el momento. Pero me entusiasmó cómo Martín-Santos muestra la lucha de los distintos personajes por la supervivencia y cómo si al individuo le dejan solo, no es capaz de sobrevivir, cómo la sociedad abandona a aquellos que quieren cumplir sus sueños. El sistema político de entonces nunca se ocupó ni del individuo ni de la sociedad, solo se centró en la supervivencia de ese mismo sistema”, explica Sánchez, quien se pregunta si algo de eso ha cambiado hoy en día. “¿Hay todavía un manto de silencio en nuestra sociedad”?

https://elpais.com/cultura/2018/04/19/actualidad/1524146624_568351.html

viernes, 30 de marzo de 2018

Un nuevo país llamado teatro. Refugiados y actores profesionales de la ONG Caídos del Cielo dan a luz a una obra que se ha estrenado este viernes en el madrileño Conde Duque.

A cuatro días del estreno, Eddy llega tarde al ensayo. En silencio, entra en escena y se mezcla con el resto del reparto. Minutos después, suena su teléfono móvil. Un compañero se levanta y se lo apaga. Sin broncas, ni reproches, más bien entre risas, la función sigue su curso. Eddy no es actor; de hecho, hasta hace poco, este nigeriano de 38 años, nacido en Lagos, trabajaba como ingeniero naval y lo único que le preocupaba era sobrevivir. Su participación en la insurrección popular contra las petroleras extranjeras que explotan y contaminan el Delta del Níger casi le costó la vida. Perseguido por las fuerzas armadas huyó hacia España en 2016, dejando atrás a los suyos, en busca de “una vida mejor”. Encontró asilo en el teatro.

“No hay ningún lugar como casa, pero esto es lo más parecido”, cuenta Eddy. Su nuevo hogar se llama Caídos del Cielo, una compañía teatral que lucha contra la exclusión social y que desde hace un año abrió su taller a refugiados. Camuflados entre un elenco de actores y bailarines profesionales, Eddy y sus compañeros estuvieron anoche y están hoy en los escenarios del madrileño Conde Duque para interpretar Una guarida con luz, la última apuesta teatral de la directora y fundadora de la compañía, Paloma Pedrero.

En esta obra, que se estrena en el marco del festival Ellas Crean, las barreras del idioma no suponen un problema para participar en un montaje donde la danza y el canto tienen casi tanto protagonismo como la palabra. Refugiados llegados de Siria, Irak, Kurdistán o Camerún interpretan a una manada de perros que acompañan a una pareja de canes abandonados a su suerte tras la hospitalización de su dueña. Una “metáfora sobre la sensibilidad” pensada como una lección de amor de los animales hacia los humanos.

“Nos ayudan a demostrar que existimos y a expresar quién somos”, dice Celine, de 19 años, originaria de Camerún, que interpreta con Eddy un canto que proviene de la tradición compartida entre sus tierras de origen. Para esta joven y tímida camerunesa, que prefiere olvidar las razones que la llevaron a pedir asilo en España, formar parte del proyecto la ha ayudado a superar sus miedos y a encontrar amigos en un país donde no la esperaba nadie. Junto a chicas como Ruth, una peluquera iraquí de 27 años que por el momento se comunica a través de gestos, miradas y sonrisas, forma parte de una “gran familia” a la que los protagonistas de la obra tratan como sus iguales: “Cuando subimos al escenario, todos somos del mismo sitio. Nuestro país es el teatro”, explica Pablo Tercero, el intérprete principal.

“Aquí les decimos que vengan como quieran, como son. Aquí no hay extranjerías”, dice Pedrero. La dramaturga empezó este proyecto de integración hace algo más de una década con representaciones en las que participaron personas sin hogar, por las que fue premiada por la UNESCO. Esta es la primera vez que trabaja con refugiados y lo ha hecho porque cree en la capacidad del arte para devolver la identidad a los que lo perdieron todo, ya sea en un contexto de guerra o al ser excluidos por la sociedad. “Un chico kurdo del taller, jamás pudo expresarse por problemas de identidad sexual y ahora lo dejamos que se pinte, que haga todo lo que quiera, que baile, que cante”, cuenta la autora, cuyo teatro, siempre comprometido, ha abordado temas como la eutanasia, la identidad sexual o el terrorismo en la reciente Ana el 11 de marzo.

En Caídos del Cielo, la gente viene a “renacer”. De los cerca de 70 refugiados que han pasado por la compañía, el caso que más impresiona a la directora madrileña es el de Nedal. Este sirio de 28 años abandonó su país pero no su deseo de ser actor. Llegó solo a España en 2016 sin conocer a nadie ni hablar español. En tan solo un año ha sido capaz de aprender un nuevo idioma, retomar sus estudios de administración y dirección de empresas e incluso, aprovechando sus dotes interpretativas, de realizar su sueño con un pequeño papel en una película.

https://elpais.com/cultura/2018/03/23/actualidad/1521819909_011822.html

martes, 30 de enero de 2018

El debate filosófico se traslada a las tablas en el siglo XXI. Voltaire y Rousseau y María Zambrano protagonizan dos montajes teatrales en el Centro Dramático Nacional.

La escena mira a la filosofía. El teatro más que nunca busca ese lugar de encuentro y reflexión conjunta, de pensamiento. Los filósofos, María Zambrano, Voltaire y Rousseau protagonizan dos montajes, La tumba de María Zambrano, dirigido por Jana Pacheco, y Voltaire/Rousseau. La disputa, por Josep Maria Flotats, con los que el Centro Dramático Nacional, estrena el año y abre espacios para subir la filosofía a las tablas.

La llegada de un panfleto anónimo deriva en una escena doméstica en la que se asiste a un intenso debate de ideas entre Voltaire (Josep Maria Flotats) y Rousseau (Pere Ponce) acerca de Dios, la educación, la igualdad y el teatro. El texto de Jean-François Prévand se estrenó en Francia en 1991 y para representarse en España el autor ha retocado y modificado la pieza original. Flotats, actor y director teatral, tenía pendiente interpretar a Voltaire y La disputa le permitirá, a partir de mañana y hasta el 4 de marzo en el Teatro María Guerrero, mostrar en el siglo XXI las ideas revolucionarias de dos hombres que se odiaban y admiraban, sino al mismo nivel si con similar fuerza. En un escenario austero y a través de esta obra, Flotats asegura que “la discusión, brillante e inteligente, entre ambos filósofos nos invita a reflexionar con la misma intensidad que nos da placer y abre una puerta para conocer más sobre Voltaire y Rousseau”.

Pere Ponce pone voz y cuerpo al revolucionario Rousseau, al autor de El contrato social, al defensor de la igualdad absoluta en la sociedad, no exento de contradicciones como cuando manifestaba un marcado desprecio por la mujer o atacaba a la cultura y, en especial, al teatro. “Rousseau era un revolucionario con sus contradicciones, que hoy en día estaría sentado en una plaza en el 15-M y se preguntaría por qué es así la sociedad”, explica Ponce sobre su personaje, al que contrapone frente al “académico y miembro del establishment” Voltaire. Flotats habla del autor de Cándido como “un defensor de la cultura que se jugó el pellejo” con su lucha por la separación de poderes entre Estado e Iglesia, en una época en que la Inquisición estaba a pleno rendimiento y con una monarquía absolutista. “En la España de hoy, algunas personas hablan de república y a otros les parece escandaloso, a pesar de que estamos en 2018 y en una democracia donde se tolera la libertad de expresión: hay que imaginar lo que las palabras de Voltaire significaban en 1760. El siglo XXI necesita unos cuantos Voltaire, pero no es fácil”, ha lamentado durante la presentación de la obra en Madrid.

Encuentro poético

Como una ventana abierta a la filosofía de María Zambrano (Vélez-Málaga 1904 - Madrid 1991), como una antesala al encuentro poético y vital con la primera mujer en recibir el Premio Cervantes (1988), una escritora que sufrió la guerra y el exilio. Así se presenta La tumba de María Zambrano (pieza poética en un sueño), la obra escrita por Nieves Rodríguez y dirigida por Jana Pacheco que se representará en el Teatro Valle Inclán de Madrid hasta el 11 de febrero. Es un viaje emocional, visual y atemporal que sale al encuentro de la razón poética y la fenomenología del sueño tan presente en la obra de la filósofa, con una puesta en escena en la que se juega con el realismo mágico y la fábula y que busca que el espectador tenga una experiencia estética completa con la palabra, el sonido, el cuerpo, la música y hasta los olores.

“No es una biografía, aunque aparecen dos personas fundamentales en la vida de María Zambrano: su padre, maestro de la República, y su hermana Araceli, sino una búsqueda de las palabras de esta autora, esas que ella tanto persiguió”, explica Rodríguez que escribió la obra hace más de cuatro años y que está protagonizada por Aurora Herrero, en el papel de María Zambrano, Óscar Allo, Isabel Dimas, Daniel Méndez e Irene Serrano.

Jana Pacheco, para quien llevar la filosofía a escena es todo un reto como directora, sostiene que “el teatro al final es un espejo del mundo, un escaparate desde el que contar y transmitir. Es una manera de juntarnos en el teatro a pensar y reflexionar”. Tal y como pedía María Zambrano a su padre: “Papá, enséñame a pensar”.


https://elpais.com/cultura/2018/01/10/actualidad/1515604867_873850.html

jueves, 16 de noviembre de 2017

Leni Riefenstahl, el triunfo de la mendacidad. Llega a Barcelona el espectáculo sobre la cineasta nazi, encarnada por Montse Guallar

Como si no tuviéramos bastante controversia este otoño desembarca ahora en Barcelona la de Leni Riefenstahl, que dura ya más de medio siglo y no consiguió cerrarla ni la muerte de la propia cineasta en 2003 a la edad de 101 años (con su proverbial mala leche, eso sí, intacta).

Llega para hacer temporada en la sala Muntaner (hasta el 17 de diciembre), tras estrenarse en función única en mayo en Sabadell, el espectáculo Leni, del director checo afincado en Barcelona Pavel Bsonek, centrado en la polémica figura de la camarógrafa entusiasta compañera de viaje de los nazis a la que encarna en escena Montse Guallar.

La historia de Riefenstahl (autora de las grandes visualizaciones de la épica nazi como El triunfo de la voluntad), sus silencios, sus mentiras, sus olvidos y sus complicidades y oportunismos, se recrea en la obra a partir de una entrevista ficticia en 1974, un encuentro que en realidad nunca tuvo lugar con el presentador estrella de la televisión estadounidense de los setentas Johnny Carson, interpretado por Sergi Mateu. En la pieza, de 80 minutos, Carson trata de acorralar a Riefenstahl con su pasado nazi en aras de su show en la NBC y en busca de la audiencia. Aunque la entrevista es inventada, las preguntas y respuestas son auténticas, sacadas de otros contextos. En la obra aparecen otros dos personajes, el asistente para todo de Riefenstahl Horst Kettner (Carles Goñi) y una mujer alemana (Minnie Marx)

Guallar se declara fascinada con Riefenstahl. "No sabía nada de ella, iba al papel sin prejuicios, limpia, y me encontré con una mujer excepcional, bailarina, actriz de filmes de montaña para protagonizar los cuales no dudaba en escalar sin cuerdas, después directora de cine, inventora de un estilo documental aplaudido en los grandes festivales de Europa... ¡y hasta se convirtió en la submarinista más vieja del mundo!” (para rodar sus filmes sobre el mundo marino que alguien calificó con gracejo como “el triunfo de las agallas”). El ingenio y el coraje físico indiscutibles de Leni Riefenstahl "me ayudaron a interpretarla, siempre tienes que defender a tu personaje, aunque hagas de un nazi; muchos actores han encarnado incluso a Hitler".

Guallar recuerda que Riefenstahl “siempre sostuvo que no era culpable de nada. No mató a nadie. No hizo películas antisemitas. Era muy ambiciosa, eso sí, y cuando vio la oportunidad para desarrollar su talento, la aprovechó. Defendía la belleza y grandeza. No la considero una mala en absoluto”.

La actriz apunta que a Riefenstahl, que ciertamente no fue miembro del partido nazi y pasó el corte de la desnazificación tras la guerra (nich betroffen), “se la ha acusado de no pedir disculpas, pero es que ella no creía que tuviera que hacerlo”.

Más intransigente es el director, Bsonek, pero, claro, él no tiene que meterse en la piel de la cineasta (menos arrugada de lo que estaba en realidad: la puesta en escena nos ofrece, en favor de Guallar, muy guapa en su madurez, a una Riefensthal más joven de lo que tocaría por las fechas). “La obra trata sobre la responsabilidad del artista, sobre el precio que ha de pagar quien colabora con un sistema dictatorial e inhumano”, reflexiona el director, para el que a Riefenstahl “no le importaba para quién trabajaba sino cómo trabajaba”.

“Es un combate de boxeo intelectual”, señala de la obra Sergi Mateu, “una lucha entre dos personalidades muy fuertes y en la que cada una defiende su territorio”. Carson, “va a defender su show, intenta poner a Leni contra las cuerdas y todo vale para exprimir el jugo de su pasado, aunque sea usando técnicas dudosas”. Mateu considera que “no hay buenos y malos de entrada; aunque parezca que ella es la mala, posiblemente ni ella es tan mala ni él tan bueno”. En la obra, Carson atrae a la Riefenstahl a su programa con la excusa de hablar de sus libros sobre los Nuba, la etnia sudanesa que le obsesionó en los años setenta. Unos libros, por cierto que también resultaron polémicos por su falta de objetividad científica y su tinte racista, precisamente: Susan Sontag, a la que Riefenstahl odiaba más que a nadie, señaló la continuidad fascista en la mirada de la camarógrafa...

https://elpais.com/cultura/2017/11/15/actualidad/1510778432_110539.html

GITANOS DEPORTADOS Y MASACRE POLACA
Entre los juicios más demoledores sobre Leni Riefenstahl figura el del crítico del New YorkerTerence Rafferty: “Si uno la cree es una clase de monstruo, y si no, es otra clase de monstruo”. A su muerte, la ministra de Cultura alemana Christina Weiss manifestó que su carrera muestra que uno nunca puede llevar una vida honesta si está al servicio de lo falso y que el arte nunca es apolítico.

Dos episodios la dejan especialmente mal. Uno es el uso de gitanos deportados en el rodaje de su versión de Terra Baixa para hacerlos pasar por catalanes (luego los devolvieron a las SS y acabaron en Auschwitz): la cineasta mintió al decir que desconocía su situación. El otro asunto es el de su presencia, con su Unidad Especial de Cine, en la masacre de Konskie, en Polonia en septiembre de 1939, que también negó, aunque hay fotos en las que aparece.

martes, 4 de julio de 2017

Teatro combativo contra los silencios. Carla Chillida estrena en Tercera Setmana 'Las solidarias', un homenaje a las mujeres libertarias

Sin miedos a crear polémica, llegando al extremo de la provocación, poniendo al espectador cara a cara con temas de los que no se hablan por un olvido, en ocasiones, intencionado. Con el teatro como herramienta artística, la dramaturga y bailarina  Carla Chillida (Valencia, 1985) no duda en hurgar en las heridas y los silencios, con el claro objetivo de despertar mentes y provocar debate. Con una corta pero intensa trayectoria de teatro político y combativo, la directora y actriz ha estrenado en el festival de artes escénicas Tercera Setmana, de Valencia, Las solidarias, la última producción de su compañía, en la que pone el foco en la lucha de las mujeres libertarias durante la Segunda República española y la Guerra Civil. Acompañada en el escenario por Margarida Mateos, Paula Romero y Yarima Osuna, todas ellas procedentes de la danza o de un teatro muy físico, Carla Chillida dirige un poderoso y contundente espectáculo de dos horas, en el que no hay un momento de descanso, con música en directo, movimientos coreográficos y una estudiada puesta escénica con el grafismo artesanal muy presente. Utilizando testimonios, discursos y poemas de mujeres que hicieron del movimiento libertario un grito de lucha,  Las solidarias, escrito por Patricia Pardo, entra de lleno en el mundo femenino.

Este es el sexto montaje de la compañía A tiro hecho, creada en 2011 en Valencia por la propia Carla Chillida junto al grafista Elías Taño. Se estrenaron aquel año con No te salves. Homenaje a Mario Benedetti, un espectáculo “combativo pero amable”, y desde entonces su discurso se ha ido radicalizando de manera deliberada. “Se nos cierran muchas puertas, pero se nos abren otras interesantes como plazas públicas, centros sociales o agrupaciones. Todo es más precario, pero nos mueve la gratificación de hacer el teatro en el que creemos”, asegura Chillida, que la temporada pasada presentó con mucho éxito de público su anterior trabajo, La sección, en el Teatro del Barrio de Madrid.

“Las nuevas mujeres libres no tendrán que empezar de nuevo”. Las solidarias es un hermoso recuerdo a todas aquellas mujeres que lucharon durante la República y la Guerra Civil por conquistar derechos en el marco personal, social y profesional. Temas como la maternidad, el amor romántico, la violencia de género o las violaciones van apareciendo a lo largo de esta función. La primera parte está centrada en el relato más personal de las cuatro actrices protagonistas, -“partimos de nosotras mismas y de nuestro relato como mujeres. Hemos reflexionado sobre lo que nos pasa a nosotras en el papel que nos han asignado, de la rabia y las dificultades de ser a día de hoy una mujer y de que te reconozcan en tu trabajo, de cómo la violencia de género está cada día más presente”, explica Carla Chillida-, para poner el foco, en la segunda parte, en las mujeres del movimiento libertario, en aquellas que “nunca deberíamos olvidarlas por lo que han luchado por las generaciones posteriores”. “Lo que consiguieron en muy pocos años fue enorme. Gracias a ellas se aprobó la ley del aborto y muchas cosas más”, añade la directora, enormemente agradecida.

En un gran ejercicio de memoria histórica y tras una exhaustiva investigación sobre la realidad de estas mujeres libres, Las Solidarias saca a escena, en unos caballetes con fotos y nombre, a muchas de aquellas revolucionarias, Sara Berenguer, Yolanda Besteiro, Maria Cambrils y otras, cuyo lema ‘La revolución será feminista o no será’, unas serigrafías que se realizan manualmente al final de la función.

Esta decisión para luchar contra el olvido invade también la obra de Javier Sahuquillo (Valencia, 1982), La capilla de los niños, estrenada también en Tercera Setmana, certamen dirigido por Salva Bolta. En este caso se trata de la obsesión de su autor y director por sacar del silencio el asesinato de las niñas de Alcásser, del que el próximo mes de noviembre se cumplen 25 años. A través de uno de los crímenes más impactantes de la historia de España, en el que tres chicas de 14 y 15 años fueron violadas, torturadas y salvajemente asesinadas en aquella localidad valenciana, y todas las incógnitas que todavía invaden el suceso, La capilla de los niños indaga en la memoria colectiva e individual, a través de un juego, muchas veces cómico, en el que se parte de que toda gran mentira necesita su dosis de verdad. Interpretada por Laura Sanchis y Juan Vera, este montaje de la compañía Perros daneses que combina hechos reales y ficticios, busca, en una narración arriesgada, penetrar en la realidad de un crimen que, más allá del horror, “destruyó la seguridad de la clase media español”. “¿Quién estuvo detrás de todo ello? ¿Hay más implicados que los sujetos juzgados? En ocasiones, se modifica el recuerdo en favor del poder”, se lamenta Sahuquillo.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/20/actualidad/1497940251_777294.html

miércoles, 26 de abril de 2017

La broma infinita de Shakespeare ¿Qué hace reír al espectador de hoy? El director teatral británico Dan Jemmet explica su experiencia tras abordar a Shakespeare, cuya muerte se conmemora en el Día del Libro

"Unamos toda nuestra fuerza
y toda nuestra dulzura en una bala
que empuje violentamente nuestros placeres
a través de las rejas de la vida”.

Cuando pienso en las comedias de Shakespeare, me vienen a la memoria estas palabras escritas por el poeta metafísico inglés Andrew Marvell (1621-1678). La fuerza y la dulzura, el placer y la violencia están presentes en dos de las obras más famosas de Shakespeare, Noche de Reyes y El sueño de una noche de verano. He dirigido la primera en dos ocasiones, y el año próximo dirigiré la segunda por primera vez.

Siento que el tono alegre y jocoso de las dos obras está atravesado por una melancolía y una sensación de malestar que son un astuto anticipo de las comedias posteriores, más oscuras y misteriosas. Es el mismo sentimiento de euforia y presagio a la vez que escucho en la música de Mozart. El aspecto cómico de Noche de Reyes lo proporcionan sobre todo los personajes de Malvolio y Sir Toby Belch; uno, un puritano narcisista y arrogante, y el otro, un borracho ruin e intrigante. Aunque nos reímos a carcajadas, en mi opinión no existe en toda la obra una escena más triste que el momento en el que Olivia pide a Sir Toby que cuide de Malvolio, del que cree, erróneamente, que se ha vuelto loco. Es verdaderamente asombroso hasta qué punto estos dos personajes se engañan a sí mismos, de tal modo que hacen más cierta que nunca la famosa frase de Puck: “¡Señor, qué tontos son estos mortales!”.

Y, no obstante, ¿no son la ambivalencia (a menudo sexual) y el conflicto lo que crea las mejores farsas? El Orsino de Shakespeare se enamoraba de un joven que interpretaba a una chica que interpretaba a un chico. Al volver a oír la canción de Blur ‘Girls and Boys’ en 2017, me siento inspirado para hacer un montaje radical y transexual de Noche de Reyes. A pesar de las posibilidades cómicas y populares que tiene el hecho de que Titania se enamore de Bottom cuando este se ha transformado en un burro, ¿de verdad son las orejas del animal lo que, en el fondo, interesa al público? Y, al final de la obra, ¿podemos olvidar que la solución de los problemas del cuarteto amoroso se basa en que uno de los amantes continúa bajo la influencia de las drogas?

"La comedia avanza, a través de lo burdo y lo burlesco, hacia una meditación más sutil sobre el dolor del ser humano"

Recuerdo que impartí una clase sobre El sueño de una noche de verano a un grupo de adolescentes ingleses hace 20 años, y la maravillosa improvisación que crearon en torno a la idea de situar la obra en un páramo a las afueras de una gran ciudad. En el mundo que construyeron, Puck era un camello joven y sexualmente ambicioso, y los amantes, un puñado de niños ricos deseosos de pasar una noche lejos de los confines de su existencia burguesa.

También he dirigido La tempestad, quizá la mejor y, a primera vista, la menos divertida de las comedias de Shakespeare. Cuando preparaba los momentos claramente cómicos de la obra con los dos bufones, Trínculo y Stefano, empecé a tener la sensación de que esas escenas podían interpretarse casi como en una astracanada; como si Shakespeare, en cierto modo, hubiera querido mostrarnos los límites de cierto tipo de farsa. Recuerdo que pasé semanas tratando de descubrir algo nuevo y sorprendente con los actores en la escena en la que Trínculo, inconscientemente, se refugia de la tormenta bajo la manta con Calibán, pero, al final, llegué a la conclusión de que la forma de abordarla que habíamos decidido era exactamente la misma que se había utilizado en más de 400 años de representaciones de la obra. Tenía la vaga sensación de que el verdadero elemento cómico se encontraba escondido entre la evocación del mundo sobrenatural y la digna humanidad del buen Lord Gonzalo. A la hora de la verdad, quizá, la comedia avanza, a través de lo burdo y lo burlesco, hacia una meditación más sutil sobre la broma infinita y el infinito dolor de los seres humanos y su mundo.

Empezó a fascinarme la monstruosa “cosa de la oscuridad”, Calibán. Descubrí que era una creación auténticamente divertida y conmovedora; un ser no humano que, sin embargo, logra iluminarnos sobre las complejidades insolubles de la experiencia humana. A diferencia de Malvolio y Sir Toby, las confabulaciones de Calibán tienen una hermosa inocencia. Y, en medio de sus viles payasadas de borracho con Trínculo y Stefano, Shakespeare le ofrece uno de los parlamentos más exquisitos de la obra:

“No temas, la isla está llena de ruidos /
sonidos y músicas dulces, que deleitan y no hieren. /
A veces, mil instrumentos vibrantes /
resuenan en mis oídos, y en ocasiones voces /
que, si me despertara tras un largo sueño, /
me harían volver a dormir; y entonces, dormido, /
soñaría que las nubes se abrían y mostraban riquezas /
que caerían sobre mí, de tal forma que, al despertar, /
lloraría por soñar otra vez”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/04/20/babelia/1492703258_673531.html?rel=lom

miércoles, 11 de enero de 2017

Shakespeare el revolucionario

El bardo de Inglaterra veía a todo el mundo como un completo ser humano. Esto convierte a sus obras en excelentes: y lo convierte en un gran revolucionario.

Viendo una representación de El rey Lear en el Barbican Theatre de Londres, fui deslumbrado, no por primera vez, por la conciencia de pobreza y desigualdad de Shakespeare. Aunque su popularidad y pura brillantez durante su vida le mantuvieron a salvo de la Torre[1], tenía algo de revolucionario, de igualitario, mucho antes de que esa palabra o cualquiera de sus estridentes equivalentes políticos hubieran encontrado camino hacia nuestro vocabulario. Algunos pasajes, no solo de Lear sino también de otras obras, muestran pruebas de una fuerte conciencia social –en algunos momentos sin rodeos y en otros más sutilmente– a través del tratamiento y el moldeado del personaje.

En Lear, parte de la experiencia de aprendizaje impuesta al héroe epónimo, y también sobre Earld de Gloucester, es el reconocimiento de la injusticia económica y de sus propios fracasos para encararla durante sus largas carreras como poderosos miembros de la élite –uno monarca, el otro aristócrata–. Así, Gloucester, decidido a suicidarse, entrega su riqueza a su hijo Edgar, sobre quien cree que es un mendigo, con estas palabras:

“...y sobre los que superfluos gozan, 
colmados de todo hasta la hartura, 
y desatienden los preceptos y nada quieren ver, 
porque nada padecen, ¡dejen caer su justicia inexorable! 
¡Distribuyan cuanto les sobra, 
y así tendrá cada uno lo que basta!...”

Es una receta para la fiscalidad progresiva, para un sistema de subsidios generoso, para un Servicio Nacional de Salud, para lo que solía llamarse Estado del Bienestar.

El rey Lear, en el páramo en medio de una violenta tormenta, va más allá, mientras su repentino empobrecimiento material le hace tomar conciencia de la difícil situación de otros tan afligidos:

“…Pobres que padecen desnudez y hambre, dondequiera que se hallen, 
expuestos a los rigores de noches tan despiadadas, mal cobijados, mal comidos, 
mal cubiertos de sus andrajos, con mil troneras y ventanas ... 
¿Cómo pueden arrostrar los rigores de un tiempo semejante? 
¡Qué poco me acordé de ustedes! 
¡Provechosa medicina para el orgullo de los grandes! 
¡Padezcamos como los pobres padecen, 
y no dudaremos en cederles de nuestras superfluidades, 
y resplandecerá sobre la tierra la justicia del cielo!”

La reflexión de Lear sobre su propia falta de preocupación por los pobres  –“¡Qué poco me acordé de ustedes…!” no podría ser otra que una referencia contemporánea. Tras la Disolución de los Monasterios[2] y la aceleración de los cercamientos de tierras en la Inglaterra de los Tudor que dejó a mucha gente desempleada, el número de mendigos y vagabundos creció como setas. En 1594, el Alcalde Mayor de Londres estimaba el número de vagabundos en la ciudad en 12.000, mientras decenas de miles más vagaban por el campo ya sea como pícaros inteligentes como Autolico en Cuento de Invierno, o como harapientos vagabundos como Edgar aparenta ser en Lear.

Ambos habrían sido figuras familiares para una audiencia isabelina/jacobina. En conjunto, se estima que al menos un tercio de toda la población de la época de Shakespeare era pobre, incluyendo a aquellos que nominalmente tenían trabajo pero mal pagado.

Hoy, con un sinfín de refugiados de África y Oriente Medio presionando a las puertas de Europa, mientras sin techo, hambrientos y miserables crecen dentro de la ciudadela europea, el lamento de Lear y Gloucester contra la desigualdad parece tan espantosamente pertinente en nuestra propia época como indudablemente lo fue en la de Shakespeare.

¿Cómo llegó Shakespeare a escribir tales líneas? ¿De dónde la extraordinaria variedad de sus simpatías?

Sabemos que había leído el ensayo de Montaigne De los caníbales –de donde sacó el nombre de Calibán en La Tempestad. En el siglo dieciséis, el proceso de descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo estaba en pleno desarrollo, y abundaban las historias sobre las extrañas criaturas que vivían allí. Aunque Shakespeare dibujó a Calibán como un salvaje, también entendió la indignación nativa ante el hecho de ver tomadas su tierra y su legado por un usurpador ‘colonial’:

“Esta isla es mía por mi madre Sycorax, y tú me la quitaste.”, le dice Calibán a Próspero.

En el mismo ensayo, Montaigne escribe sobre un encuentro con tres nativos de Brasil durante el cual los visitantes ofrecen una punzante reprimenda de la desigualdad que habían observado en Francia:

“…Se dieron cuenta como algunos hombres estaban repletos de todas las comodidades imaginables mientras otros, empobrecidos y hambrientos, estaban mendigando a sus puertas. Y ellos encontraron extraño que los pobres tolerasen esa injusticia y se preguntaron por qué no agarraban a los ricos por la garganta o prendían fuego a sus casas.”

Es un tema que Montaigne va a tratar en profundidad en un posterior ensayo –De la desigualdad que existe entre nosotros– en el que se pregunta por qué valoramos a la gente por su “envase y envoltorio… que simplemente esconden las características por las cuales podemos juzgar verdaderamente a alguien.” Aquí, en uno de los intercambios de Hamlet con Claudio, está una dramatización shakesperiana del mismo asunto:

“Hamlet: Un pescador puede usar como anzuelo un gusano ahíto de la carne de un rey y luego comerse el pescado que se comió a ese gusano.

Claudio: ¿Qué quieres decir con eso?

Hamlet: Nada, excepto mostrar como un rey puede acabar siendo parte de la mierda de un mendigo.”

La injusticia sociopolítica era, por lo tanto, nada extraño ni innovador en el pensamiento o la literatura europea del siglo XVI. Sin embargo, nuestro dramaturgo no escribía obras de teatro didácticas, ni construía a sus personajes como ilustraciones del bien o el mal, el comportamiento correcto o incorrecto, ni –como un académico me dijo– para inducir reacciones saludables en la audiencia vía catarsis o risas. Si lo hubiera hecho habría estado siguiendo una larga tradición en la que los personajes dramáticos tienen, primero y ante todo, una función simbólica o ilustrativa, es decir, que ellos representan una idea, o un conjunto de disposiciones o sentimientos que se espera la audiencia apruebe o rechace. Ese era el caso tanto del teatro romano como del medieval –las principales influencias de las obras de teatro isabelinas–. Ni siquiera Marlowe, entre los contemporáneos de Shakespeare, contravino este marco esquemático. Si examinamos el tratamiento del personaje que hace Marlowe en Tamburlaine, en El Judío de Malta o en Fausto, encontraremos que el papel simbólico de los protagonistas tiene prioridad sobre sus cualidades como individuos reconocibles –siendo seres humanos de carne y hueso–.

Lo que hizo Shakespeare fue revertir el procedimiento convencional construyendo del personaje al significado, de lo individual a lo universal. El equivalente filosófico sería el razonamiento inductivo en lugar del deductivo. Esta es la razón por la que sus personajes trabajan tan poderosamente sobre nuestra imaginación, por qué el Judío de Marlowe permanece como un estereotipo mientras el de Shakespeare (a pesar de los prejuicios de la época) está lleno de personalidad, mientras amamos a Fallstaff a pesar y debido a sus fallos tan humanos, por qué Hamlet se rompe la cabeza, se enfada y se frustra porque como nosotros es inseguro, por momentos apasionado, cruel, ingenioso, honesto, hipócrita –una mezcla completamente humana–. Conocemos a los personajes de Shakespeare en la calle, aquellos de sus predecesores en nuestras mentes. Las figuras escénicas de lo que podríamos denominar “complejidad humana” son la innovación shakesperiana. Solo en la poesía encontraremos precedentes obvios –por ejemplo en la maravillosa galería de retratos de Chaucer o en el verso Testamentos de François Villon– y también hay pistas quizás en la temprana ficción de la picaresca española como en el anónimo Lazarillo de Tormes. Pero Chaucer y Villon era únicamente accesibles a unos pocos selectos –aquellos que podían tanto leer como adquirir libros– mientras Shakespeare trabajaba en un medio universal de comunicación donde solo se necesitaban los oídos.

¿Por qué fue revolucionaria esta técnica “inductiva” más que meramente innovadora?
Creo que la respuesta está en el hecho de que, por primera vez, el individuo se convirtió en foco de atención pública y artística. El teatro shakesperiano trajo elementos previamente desesperados de la naturaleza humana y de la vida política y social al primer plano: la naturaleza quijotesca y la psicología de la motivación (Cervantes también pertenece a esto, por supuesto), la validez individual del hombre común, los derechos humanos del tipo que tanto Ariel como Calibán reclaman en La Tempestad, etc. Poco de esto se encontrará en otros dramaturgos del periodo.

En los siglos dieciocho y diecinueve, las obras de Shakespeare fueron criticadas por sus “excesos”, y se hicieron intentos para mejorarlas por parte de expertos que pensaban que sabían hacerlo mejor. ¿Cuáles eran las objeciones? Temas de debate de los bajos fondos (inapropiados para la sociedad educada), falta de gusto, lenguaje inapropiado –características que se podrían reconocer, actualmente, como más procedentes de EastEnders que de Yes Minister[3]. Editores y correctores intentaron extirpar precisamente aquellos rasgos que mostraban al ciudadano más común como equivalente moral del monarca más importante. Eran características incómodas. Cualquiera que vea la caída de Angelo (Medida por medida) o el ascenso de Bolingbroke (Ricardo II) sabe que no se debe confiar necesariamente en los altos y poderosos. Quizás que no se debe confiar del todo. Y aquí no estamos solo hablando de una codicia por el abuso de poder (un habitual tema isabelino) sino sobre un tipo de corrupción que trae a la Tierra la autoridad moral de los poderosos. Mucho más importante, sin embargo, es que el hombre común shakesperiano está tan lleno de humanidad como un monarca.

Shakespeare no era un panfletario aspirante a producir cambio político. Pero su visión de la gente era más revolucionaria que cualquier cosa que un panfletario podría lograr. Las convenciones de estilo de la escena isabelina aceptaban sin pensar los valores de clase como fijos (como hacía el teatro clásico francés). Shakespeare no; aunque su originalidad a este respecto quizás haya pasado algunas veces inadvertida porque parece tan natural. Puesto que las obras de teatro afrontan tan poderosamente las emociones y estados de conciencia humanos, podemos pasar fácilmente por alto las visiones socioeconómicas y políticas que, como el escenario, colorean su fondo.

Mi argumento entonces es que Shakespeare fue un revolucionario en la forma en que trató lo individual –y esto es precisamente por lo que fuerza a un lector o aficionado teatral atentos a reexaminar las bases de sus creencias, prejuicios y actitudes sociales. Pensase lo que pensase la Inglaterra isabelina sobre los judíos, por ejemplo, no puede evitarse el significado de las palabras de Shylock en El mercader de Venecia:

“Soy judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos?...”

El discurso era tranquila y firmemente revolucionario, y Shakespeare lo debe haber sabido de sobra. Revolucionario no porque el autor quisiese cambiar actitudes contemporáneas sobre los judíos –eso habría sido una falacia cruelmente anacrónica– sino porque nadie en Shakespeare es “simplemente” algo, ni un judío, ni un campesino, ni un soldado, ni un tabernero, ni una alcahueta ni un rey.

Esta gran idea –la de no ser “simplemente”– ha sido la base de mucho del cambio político que ha tenido lugar en Europa, Norteamérica y otras partes desde el siglo diecisiete. Reposa en el corazón de la democracia moderna, y forma un telón de fondo para movimientos políticos como el marxismo y el socialismo, que están fundados sobre ideales de igualdad y justicia distributiva.

Lo que Shakespeare ayudó a producir fue un cambio fundamental en la conciencia europea sobre la condición humana en el contexto social y político. Dudo de que esta fuera su intención; pero es una consecuencia de su trabajo –de su silenciosa persistencia en dar a sus personajes su propia cabeza y rechazar censurarles tanto a ellos como a su propia pluma–.

Notas:
[1] El autor se refiere a la Torre de Londres, símbolo de la opresión del poder estatal en la antigua Inglaterra. (N. del T.)
[2] Proceso de confiscación de las propiedades de la Iglesia Católica en Inglaterra desarrollado entre 1536 y 1540, durante el reinado de Enrique VIII. (N. del T.)
[3] EastEnders es una serie televisiva de la BBC sobre la vida diaria de gente corriente de un barrio obrero de Londres, mientras Yes Minister es una comedia satírica cuyos protagonistas son altos cargos gubernamentales, también emitida por la cadena pública británica. (N. del T.)

Jeremy Fox es escritor, periodista y consultor; y es cofundador y Presidente de la Junta Editorial de Democracia Abierta. (Open democracy)

Fuente: https://www.opendemocracy.net/uk/jeremy-fox/shakespeare-revolutionary?utm_source=Daily+Newsletter&utm_campaign=d93f6c5df3-DAILY_NEWSLETTER_MAILCHIMP&utm_medium=email&utm_term=0_717bc5d86d-d93f6c5df3-407381927
Traducción: Adrián Sánchez Castillo

http://www.sinpermiso.info/textos/shakespeare-el-revolucionario

Más. ESE IDIOTA DE SHAKESPEARE, por Javier Marías.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Cuando Buero Vallejo se quejó a Fraga. Las cartas inéditas entre el dramaturgo y el escritor Vicente Soto revelan cómo la dictadura atrapó a uno en Madrid y a otro en Londres


Dibujo de Buero Vallejo de la estación de Atocha de Madrid.

En los años en los que arreciaba el franquismo en España, dos escritores fraguaron una intensa amistad que fue creciendo a lo largo de medio siglo con la levadura de una correspondencia continuada y sincera. Las cartas iban y venían de Londres a Madrid cada semana: Querido Toni; querido Vicente. Toni es el dramaturgo Antonio Buero Vallejo (1916-2000); Vicente Soto (1919-2011), el escritor valenciano al que conoció en una tertulia madrileña y que pasó a máquina Historia de una escalera, estrenada en 1949. Por aquel entonces comenzó la amistad.

Este año se cumplen 100 del nacimiento de Buero, en Guadalajara. Con ese motivo, el profesor Domingo Ródenas, de la Universidad Pompeu Fabra, publica una selección de aquellas cartas, inéditas hasta ahora, que abarcan desde 1954 hasta 2000. Medio siglo de intimidad que sale a la luz gracias a la colección Obra Fundamental de la Fundación Banco de Santander. Medio siglo de pesimismo y ánimos compartidos, de análisis cultural, de vida familiar, de esperanza en el futuro. "Ven a vernos a Londres", rogaba Soto a su amigo. "No se te ocurra volver a España", recomendaba Buero.

Ambos autores representan la doble cara de una moneda amarga: la dictadura. El comunista Buero —siete años estuvo en la cárcel— tenía prohibido salir de país; a Soto, el hambre y el hostigamiento —era afín al partido socialista— le forzaron al exilio. Llegó a Londres en 1954, solo y sin papeles, y empezó fregando platos. Luego reagrupó a su familia. La vida allí era de otro planeta.

La única forma de verse eran las cartas. El volumen presentado ayer constituye una literatura íntima, secreta, para mostrarlo al público, “sin preservar nada, la familia ha sido muy generosa”, dijo ayer el profesor Ródenas.

Por las páginas circulan comentarios sobre Luther King, el malogrado Kennedy, el estrecho y escurridizo mundo editorial español de la época, los nuevos escritores que triunfaban en el tardofranquismo, pero también las costumbres y entretenimientos personales, el yoga que practicaba Buero o sus creencias en los platillos volantes; o Soto le cuenta a Buero que ha estado Cela en su restaurante (donde fregaba platos): “Estuve charlando con él un buen rato. Cela dijo tantas porquerías, tantas y tan puercas cosas —obsesionado por todo lo escatológico y lo sexual, entregado ya cínicamente a su manía—, como no recuerdo haber oído a nadie en tan poco tiempo”.

En su cárcel española Buero no es ajeno al éxito: sus obras más conocidas triunfan en las salas patrias y en el extranjero, pero no le dejan salir. “En 1963 se reúne con Fraga, que ya es ministro de Franco y le hace ver el absurdo de esa situación”. Todo está a punto de cambiar cuando el Buero “generoso y comprometido siempre” firma a favor de la protesta minera y pasa cuatro años sin estrenar en un teatro oficial. El profesor Ródenas se llevó ayer las manos a la cabeza cuando mencionó que este año, el centenario del nacimiento del dramaturgo, “ninguna sala ha programado nada de él”. Le parece insólito.

Horas de madrugada
Por su parte, Soto, que se acostaba a las siete de la tarde para levantarse a las tres de la madrugada y escribir hasta que marchaba al trabajo, vivió los sinsabores del olvido. En 1967 recibió el Premio Nadal por su obra La zancada que, en contra de lo usual, no le abrió las puertas a publicaciones inmediatas.

Con éxito o sin él, ambos autores cayeron en cierto olvido, cuando no maltrato, según el profesor Ródenas, y fueron arrollados por una nueva generación de jóvenes escritores. Buero se lamentaba en 1969 de los editores que escurrían el bulto con su amigo Soto. Los veía “acomplejados y derrotistas con lo propio” y dedicados todos a “ciertos novelistas sudamericanos”. El King’s College restañara en parte esa herida con un homenaje que tributará en enero al autor de Vidas humildes, cuentos humildes (1948) o Tres pesetas de historia (1983). El legado de Soto ya está trasladándose a este colegio británico para recuperar su memoria.

La de Buero no parece tampoco estar en su mejor momento, habida cuenta de que en su centenario no ha sido representado en salas oficiales. “A Buero se le acusó de cierta derechización, algo que le espantaba. Él seguía participando en mítines del PCE en la Transición. También estuvo en la calle para impedir el desahucio del dramaturgo Lauro Olmo, por ejemplo”, recordó ayer Rodénas.

Más cauto había sido en sus cartas cuando la dictadura soltaba sus dentelladas. Soto se derramaba desde el inicio en cariño hacia el dramaturgo adusto, pero el autor de En la ardiente oscuridad no se fue soltando sino con los años. Aquella levadura de las cartas fue fraguando en una amistad cocida a fuego lento que solo acabó con la muerte de Buero en 2000.

La última carta recogida en el libro, cuando ya las conversaciones telefónicas las fueron espaciando, es un pésame de Soto a la viuda, un día después del fallecimiento. “Ayer le vimos aquí en casa. No estoy hablando de fantasmagorías. De repente se nos plantó delante, en la pantalla de la tele. Millones de ingleses y otros europeos tuvieron que verle también [... ]Se subrayó su paso por la cárcel, su condena, su significación, toda su obra. ¿Queréis creer que hasta de Historia de una escalera se mostró una larga escena?”. Era un 29 de abril del año 2000.


EL LÁPIZ DE UN ARTISTA
AURORA INTXAUSTI
El universo de Buero Vallejo es el de un creador total, como autor teatral fue sobresaliente pero no lo fue menos en otras disciplinas artísticas. El retrato que realizó a su amigo Miguel Hernández en la cárcel de la plaza de Conde de Toreno de Madrid en 1940, es uno de los más conocidos. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento, la Fundación SGAE ha montado una exposición, coordinada por Ignacio Armada, en la que se incluyen materiales del Centro de Documentación y Archivo de la SGAE (CEDOA), del Fondo Buero Vallejo y de la Fundación Juan March, que permanecerá abierta al público hasta el próximo 10 de enero en la Sala Berlanga de Madrid.

La muestra comienza con un retrato de Buero, que apareció en la portada de uno de los boletines de la SGAE de los años ochenta y contiene, además, ejemplares del algunos de los libros y publicaciones del dramaturgo; reproducciones de sus ilustraciones que exploran su faceta de dibujante o fotografías de su archivo personal con algunas de sus obras que se representaron en teatros, así como carteles de estas.

El nombre de Antonio Buero Vallejo está asociado a algunas de sus obras como Historia de una escalera. Armada destaca que la película está desaparecida y tan solo se conservan dos fotografías que podrán verse en la muestra. En la misma, se exponen, entre otros, los libretos originales de La tejedora de sueños, que se estrenó en el Teatro Español en 1952.

Uno de los materiales más destacables de la exposición es el texto Campanadas a medianoche (editorial Stockcero), la adaptación que realizó el dramaturgo español del guion de la película homónima de Orson Welles que se estrenó en 1965, manuscrito que se daba totalmente por perdido. Su hijo Carlos Buero lo encontró rebuscando entre el material de su padre cuando este falleció, en 2000.

“Fue como encontrar un tesoro, increíble, no nos lo podíamos ni imaginar, estábamos convencidos realmente de que ese texto estaba perdido y si no lo estaba, de que sería un texto menor”, asegura Luis Deltell, editor del libro junto a Jordi Massó.

 http://cultura.elpais.com/cultura/2016/11/08/actualidad/1478626435_661356.html

martes, 13 de septiembre de 2016

Si tu hijo no habla, que baile o haga garabatos. La psicoterapia a través del arte potencia la expresión de los sentimientos y pensamientos de los niños. La danza es el arte que más les ayuda

La terapia a través del arte es un tratamiento que, ya sea mediante las artes plásticas, tales como la pintura, escultura, fotografía, o cualquier expresión corpórea como la danza, mejora la salud emocional de los niños y, en especial, la de los niños con necesidades especiales.

Pintar en un bloc de dibujo, bailar o escribir, son actividades que no solo se usan con fines educativos o de ocio, sino que resultan muy efectivos para aliviar tensiones e incluso como terapias alternativas para niños con algún trauma leve o con algún tipo de discapacidad intelectual o motora. Numerosos estudios señalan que el arte afecta al sistema nervioso autónomo, al equilibrio hormonal y a los neurotransmisores cerebrales, y que produce cambios en la actitud, en el estado emocional y en la percepción del dolor, tanto en niños como en adultos.

Según Mary-Rose Brady directora de la Asociación Británica de terapeutas de arte, los niños tan pequeños no son capaces de ponerle nombre a sus sentimientos. “Las terapias a través del arte pueden proporcionar alivio a niños cuya opción anterior es el llanto o los ataques de ira en respuesta a sentimientos abrumadores”. Los materiales que utilizan, no solo se pueden emplear como herramientas de juego, sino que resultan clave para que puedan expresarse. “Los instrumentos de arte sirven para que los niños puedan exteriorizar sus emociones perturbadoras o confusas, darles forma y que les permita efectuar conexiones entre pensamientos, sentimientos y comportamientos, tal vez por primera vez”, añade la experta.

Un estudio realizado el año pasado por la Universidad de Montana y el Art as Mean for Increasing Confidence (AMIC) concluía que las artes expresivas como la danza, el teatro o la música, aumentan considerablemente la confianza de los niños.

La danza, el arte que más ayuda
Por otro lado, la danza es la expresión artística de la que se obtienen mejores resultados cuando se usa como terapia. La Fundación Psicoballet Maite León, por ejemplo, se creó a raíz de la discapacidad intelectual que padece una de las hijas de Maite, la que fuera fundadora del centro de danza clásica del mismo nombre en Madrid. “Mi madre fundó el centro de danza y aplicó todos sus conocimientos como bailarina a raíz de la discapacidad intelectual de mi hermana”, explica.

Al parecer los médicos no le ofrecían muchas esperanzas en cuanto a calidad de vida. “Mi madre intentó mejorar su motricidad sobre la base de sus conocimientos, a través de la danza. Tras ver la evolución de mi hermana decidió formar un grupo de trabajo formado por artistas, psicólogos y médicos con el fin de que estos avances no se quedaran únicamente en ella, sino que también pudieran beneficiar a otras personas”, explica Gabriella.

La Fundación PsicoBallet forma a actores y bailarines con discapacidades físicas, sensoriales, intelectuales y de desarrollo. Los alumnos reciben su formación desde el punto de vista la creatividad y la innovación. Para ello, partiendo de una formación escénica en danza, teatro, música o maquillaje, utilizan las capacidades de cada alumno y su motivación para ir construyendo su propio camino de aprendizaje. La finalidad de esta formación es, entre otras, la mejora de su calidad de vida y la demostración de sus capacidades a través de los distintos espectáculos que recorren los escenarios. La FPBML apuesta por la integración de cuerpos y mentes diversas como forma de expresión enriquecedora y múltiple y por ello en sus espectáculos buscan la armonía y la fusión de personas muy distintas entre sí.

“Gracias a la danza, se producen mejoras en las habilidades sociales como un mayor autocontrol, autonomía, responsabilidad y capacidad para trabajar en grupo. Con el baile aumentan sus capacidades artísticas, de creación, imaginación o expresión y sus habilidades motrices, de coordinación y de aprendizaje, concluye Gabriela.

Terapia de juego versus terapia de arte
En este tipo de terapias, no es necesario saber dibujar para expresar en un papel lo que llevas dentro, sobre todo los niños. Y es que la terapia infantil se confunde, en ocasiones, con la terapia a través del juego. Los terapeutas de arte que trabajan con niños incluyen actividades basadas en los juegos (muñecos, juguetes, accesorios, etc.…) pero, la toma de arte en el contexto de la terapia es una experiencia un poco diferente del juego, ya que fomenta la creación de un producto tangible.

Diego Rodríguez es maestro de Pedagogía Terapéutica (PT) en el colegio CEIP Joaquín Costa de Alcorcón y utiliza en sus clases herramientas artísticas como el dibujo de láminas de obras de arte. “Los niños dibujan, pintan y colorean para estimular el lenguaje y aumentar sus capacidades de expresión. Aparte de estas técnicas, usamos el juego dramático para trabajar las habilidades sociales, el conocimiento de las emociones y la empatía. En los colegios se usan muchas técnicas artísticas enfocadas tanto al alumnado con necesidades especiales como para todos los niños en general”, nos comenta Diego.

A los niños con habilidades lingüísticas limitadas les resulta más complicado expresar sus sentimientos. De hecho, se puede convertir en una tarea muy complicada. Laura Donis es terapeuta y coordinadora desde hace más de tres años del proyecto Empower Parents, una red de más de 20 familias con niños y niñas con Trastorno del Espectro del Autismo (TEA). “El arte es transformador para todos pero sobre todo en aquellos casos en los que se convierte en un medio que facilita la comunicación y la expresión. Buscamos que los niños sean conscientes de su propio proceso de trabajo, que lo disfruten y que la actividad artística sirva para desarrollar sus habilidades sociales, resolver algún tipo de conflicto, etc.…”, comenta Laura.

Para Sandra Gutiérrez, Historiadora del Arte y educadora de museos desde hace más de 10 años, fomentar el arte en la edad temprana permite potenciar el pensamiento creativo, reflexivo y crítico de los niños. “Los niños que realizan actividades artísticas desde la infancia obtienen diversos beneficios físicos y emocionales”. “Con los talleres artísticos, los niños, expresan sus gustos, sentimientos y frustraciones. Es una herramienta idónea de aprendizaje que estimula la capacidad de crear e innovar”, añade.

Actualmente, Sandra trabaja como educadora en el Espacio de la Fundación Telefónica en Madrid donde, en ocasiones, realizan programas para acercar el arte a las personas con dependencia y necesidades especiales. “Estuvimos en las Aulas Hospitalarias del Hospital 12 de Octubre de Madrid, con el objetivo de acercar nuestro Patrimonio Histórico-Tecnológico como un medio posible para subvertir el malestar en bienestar y mejorar la estancia de los niños ingresados. En esta actividad participan familiares y personal hospitalario con el fin de normalizar todo lo que rodea a los niños”, nos explica Sandra.

Son muchas las instituciones que integran en sus programas las terapias a través del arte para niños con o sin problemas. Por ejemplo, el Hospital de la Paz tiene un programa de musicoterapia para niños, la Universidad Autónoma de Madrid cuenta con un máster propio en Musicoterapia. La Once también cuenta con un programa de Musicoterapia para ciegos y en la Universidad de Alcalá ofrecen un programa exclusivo de música para ciegos en el que pasan las partituras a braille.

http://elpais.com/elpais/2016/06/27/actualidad/1467014418_832066.html

viernes, 26 de agosto de 2016

Muere José Monleón, hombre clave del teatro español. El crítico, ensayista y dramaturgo valenciano ha fallecido a los 89 años

En los años sesenta y setenta, el gran referente, la vara de medir por excelencia, el hombre que nos instruía y nos enseñaba a ver teatro, era José Monleón, uno de los personajes clave en la historia de nuestra escena, que escribía sus críticas en Triunfo, y un diluvio de crónicas, entrevistas y ensayos en Primer Acto, posiblemente la revista teatral más influyente que ha habido en este país, fundada por él en 1957. Núria Espert me contó que fue Monleón quien le descubrió, entre muchos otros creadores, a Grotowski, llevándole a ver la primera representación de su Akropolis en L’Epée du Bois, un teatro de madera, portátil, en las afueras de París.

Había nacido en Tavernes de la Valldigna (Valencia), en 1927. Su destino, por tradición familiar, era la abogacía, pero a los 27 años dejó su propio bufete en Valencia y se trasladó a Madrid para matricularse en la Escuela de Cine, formando parte de la promoción de Picazo, Patino y Summers, entre otros. El cine y el teatro, pues, fueron sus primeras pasiones, en Nuestro cine y Triunfo. En los primeros sesenta formó también, con Anastasio Alemán y Antonio Valdés, el Teatro Popular Español, que daba sus funciones en una carpa en Cuatro Caminos (Madrid) y persuadió a José Ángel Ezcurra, el editor de Triunfo, de la necesidad de crear Primer Acto, “que nació”, como le contaría a Pedro Víllora, “para acercarse a un teatro que estaba prohibido por razones políticas y también culturales”. La crítica era para Monleón, en aquella época, “un espacio que permitía una reflexión social, política y estética que de otro modo era muy difícil de justificar”; una ventana abierta a lo que se hacía fuera (viaja por primera vez a Sudamérica, al Festival de Manizales, en 1967) y un apoyo, generoso y constante, al llamado “teatro independiente” que comenzaba a brotar, sorteando mil dificultades, en nuestro país.

Entre 1963 y 1970 dirige la colección teatral de la editorial Taurus y escribe prólogos para las obras de Arniches, Buero, Gala, Martín Recuerda, Sastre y muchos otros. Como ensayista fecundísimo debuta con Treinta años del teatro de la derecha (1971), al que seguirán El teatro de Max Aub (1972), García Lorca (1973), El teatro del 98 frente a la sociedad española (1975), Cuatro autores críticos: Rodríguez Méndez, Martín Recuerda, Nieva y Campos (1976), Larra: escritos sobre teatro (1977), América Latina: Teatro y Revolución (1978), Rafael Alberti y Nuria Espert, poesía y voz de la escena española (1979), El mono azul: Teatro de urgencia y romancero de la guerra civil (1979). Libros posteriores de notable interés son: Tiempo y teatro de Rafael Alberti (1990), y Humanismo y barbarie (2003).

De 1977 a 1992 fue catedrático de Sociología Teatral en la Real Escuela Superior de Arte Dramático; profesor visitante en las universidades de Albany y Purdue, en Estados Unidos; ejerció la crítica teatral en Diario 16 hasta finales de la década de los ochenta y comandó el programa semanal América está cerca, en Radio Nacional de España. Desde 1984 a 1990 dirigió el Festival de Teatro Clásico de Mérida, el Festival de Teatro y Música de Elche desde 1994 y el Festival Internacional Madrid Sur desde 1996, pero quizás su aportación más importante sea la fundación y dirección, desde 1991, del Instituto Internacional de Teatro del Mediterráneo, que puso en contacto las escenas de los países del sur de Europa.

Entre sus muchas adaptaciones y puestas en escena cabe destacar La buena persona de Sezuán, de Brecht; Rebelión en Asturias, de Camus; Lorca y el flamenco, Amics i coneguts (donde dirigió a Espert y Julieta Serrano), y textos propios como Proceso a Kafka (1971), Paraíso roto (1992), Sefarad (1993), Guardo la llave (1993), La noche de Casandra (2001), El clavel y la espada (2003), Historias del transtierro (2003) o la que sería su última obra, ¿Quién ha sido? (2004), sobre los atentados del 11-M.

Monleón recibió, entre otras distinciones, el premio de Cultura de la Comunidad de Madrid (1999), la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes (2003), el premio Nacional de Teatro (2004), la Cruz de San Jordi (2006) y el Max de Honor (2011).

COMBATIVO OPTIMISMO
En otoño de 2011, a los 84 años, acompañado por Núria Espert y Joaquín Estefanía, José Monleón presentó en el Círculo de Bellas Artes Siglo XXI: la evolución pendiente, su texto más ambicioso, que abarcaba los acontecimientos de nuestra historia reciente, “desde el estallido y el desarrollo de la crisis económica hasta las revueltas árabes o la aparición en España del 15-M”, como reseñó la periodista Rosana Torres. Fue una celebración del volumen recién publicado, pero también un homenaje a su trayectoria vital e intelectual y su combativo optimismo. “Ahora nos invitan a que aceptemos que el mundo es horrible”, dijo entonces Monleón, “pero no hay que rendirse ante el terrorismo de lo que está mal: este libro es una invitación a pensar cómo resolverlo, a seguir y aportar lo que haga falta para cambiarlo. Como decía Gramsci, la indiferencia no es vida. Y como decía Espriu, el hombre no es si no es libre. Somos unos silenciosos miserables frente al dolor humano, porque no nos preguntamos el porqué de este absurdo”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/07/15/actualidad/1468601326_500508.html