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sábado, 27 de septiembre de 2025

_- Lectura. Más cultos, más sanos y ¿mejores? Lo que dice la ciencia sobre los grandes lectores

Una mujer leyendo en la playa de La Concha, San Sebastián
Distintos estudios han intentado, sin éxito, analizar si la lectura puede aumentar nuestra empatía. La evidencia es más clara en cuanto a su poder para potenciar la cultura y la salud mental.

Esta semana María Pombo desató una acalorada discusión literaria. La influencer madrileña publicó un vídeo en sus redes sociales en el que se vanagloriaba de tener una biblioteca tan bonita como vacía.Hay que empezar a superar que hay gente que no le gusta leer. Y encima no sois mejores porque os guste”, dijo. Y se lio. Comentarios enfurecidos glosaron su publicación, se escribieron noticias en todos los medios y encendidos debates analizaron las bondades de la lectura en miles de grupos de WhatsApp. Sus palabras tocaron una tecla porque denunciaban una supuesta superioridad moral del lector, pero también por plantear una especie de dicotomía entre libros y redes sociales. Por señalar los motivos por los que leemos o decimos hacerlo. Entre las críticas más repetidas, aquellas que lamentaban que se están perdiendo los hábitos de lectura. Pero, ¿qué es lo que dicen los datos?

Un estudio publicado la semana pasada en la revista iScience asegura que la lectura se ha desplomado un 40% en los últimos 20 años. La lectura lleva disminuyendo desde la década de 1940, pero los investigadores calificaron de “sorprendente” la magnitud de este último descalabro, superior al 3% anual. Especialmente porque el estudio definía la lectura de forma amplia, incluyendo libros, revistas y periódicos en formato impreso, electrónico o audio. Jill Sonke, coautora del estudio y profesora de Política Cultural en la Universidad de Stanford, sugiere algunas posibles explicaciones, en conversación telefónica. “Puede que se deba al aumento del uso de las redes sociales y otras tecnologías, o al mayor tiempo dedicado al trabajo debido a la presión económica”, explica. En resumen: el móvil y el trabajo mataron al libro. Y esto es un mal negocio, avisa Sonke, pues leer “puede mejorar la salud y el bienestar”, algo que difícilmente se puede conseguir pasando la tarde en la oficina o escroleando TikTok.

Llegados a este punto hay que aclarar dos detalles sobre el estudio. El primero es que los datos son de Estados Unidos, así que hay que ser muy precavido a la hora de extrapolar las conclusiones a otros países, avisa la autora. En España, la encuesta que hizo 40dB el año pasado para EL PAÍS decía que el 35% de la gente leía todos los días. Es más del doble que la cifra que da el estudio estadounidense: un magro 16%. Pero el segundo detalle que hay que destacar tampoco es menor. En la mayoría de análisis sobre lectura se pregunta directamente a los encuestados si leen libros, y estos tienden a dar una versión edulcorada de sí mismos. Todos (menos quizá María Pombo) leemos más en nuestra cabeza que en nuestra vida. El análisis de la doctora Sonke es especialmente fiable porque se basó en datos de la Encuesta Americana sobre el Uso del Tiempo, que cada año, durante 20, pidió a 236.000 estadounidenses que describieran en detalle en qué habían invertido su tiempo el día anterior. “De este modo, se reduce el sesgo de recuerdo”, señala Sonke.

Este verano se empezó a hablar mucho del lector performativo, un hombre que va a todas partes con un libro que no lee solo para hacer ver que sí lo hace. Puede que sea un cliché o cultura de internet, pero está claro que el fenómeno responde a una idea muy extendida: leer mola, está de moda, da cierto caché cultural. Se podría decir que no nos gusta tanto leer como haber leído. Pero es complicado averiguar quién lee de verdad y quién dice hacerlo.

Michel Desmurget, doctor en Neurociencia del MIT y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, asegura haber encontrado una forma de averiguarlo. Compara los porcentajes de lectores asiduos de un país con sus notas de comprensión lectora en informes como el de PISA (para escolares) o PIAAC (para adultos). Y cree que la diferencia es muy grande: no es que en España seamos grandes lectores, sino grandes farsantes. “Los resultados de España son como los de los países de la OCDE”, explicaba hace poco en una entrevista. “Si se tuviese un 64% o un 65% de lectores asiduos, no tendríamos un 75% de lectores con un nivel poco más que básico”. Según datos del último informe PIAAC presentado a finales de 2024, el nivel en comprensión lectora de los universitarios españoles se ha hundido en la última década. Si en 2012 alcanzó los 282 puntos, en 2023 descendió hasta los 271,9, más de 10 puntos. Un adulto español lee peor que un alumno de bachillerato de Finlandia (288), Suecia (283) u Holanda (274).

Un hombre lee en un parque en San Sebastián.Un hombre lee en un parque en San Sebastián.
 
Massimo Salgaro, filólogo germano que lleva años estudiando los efectos cognitivos y emocionales de la lectura literaria, es más prudente en sus conclusiones. Cree que con el tema de la lectura nos enfrentamos a un recurrente pánico moral. “La actitud subyacente es tan antigua como la humanidad misma”, explica en un intercambio de mensajes. “Platón condenó la introducción de la escritura; en el siglo XIX, existía el temor a la adicción a las novelas, que distraería, sobre todo, a las jóvenes de las tareas domésticas; en la década de 1950, se desató en Estados Unidos una cruzada contra los cómics“. Hoy la lectura ya no es ese nuevo invento que amenaza nuestra cultura, sino el valor a preservar frente a la novedad que supone internet. Pero siendo objetivo, dice Salgaro, es complicado hacer un balance a largo plazo. “Faltan datos fiables y comparables en la investigación sobre la lectura”, sentencia. “Y esto se debe, entre otras cosas, al hecho de que en el pasado, la ciencia y la sociedad estaban menos interesadas en esta actividad”.

Leer como hábito saludable
Esto hace que nos preguntemos por qué ha aumentado la preocupación por los hábitos de lectura. ¿Son los libros un vehículo cultural más prestigioso que otros o de verdad leer pueden tener algún efecto positivo en la salud? “No solemos pensar en la lectura como un hábito saludable, pero lo es”, señala Sonke. “Igual que hacemos ejercicio o cuidamos nuestra alimentación, leer puede ayudarnos a mejorar nuestra salud”.

La evidencia de esta afirmación es limitada, pero prometedora. Una revisión de cinco estudios publicada en 2023 en la revista PLOS One llegó a la conclusión de que leer ficción puede influir positivamente en el estado de ánimo y el bienestar, resaltando que los beneficios emergen sobre todo cuando hay reflexión y discusión. En ese sentido, los clubs de lectura se convertirían en una receta perfecta, al combinar esta reflexión con conexiones sociales.

Otro estudio, publicado un año más tarde en esa misma revista, constató cómo la lectura redujo la ansiedad, mejoró la calidad del sueño y la satisfacción vital en un grupo de 2.800 estudiantes. Pero el efecto más beneficioso podría ser su elección frente a otras formas de ocio, especialmente las digitales, que han demostrado de forma robusta tener efectos perjudiciales en la salud mental.

Leer no es algo natural: el cerebro tiene que hacer cierto esfuerzo para transformar unos trazos en letras, estas en palabras, darles un significado y combinarlas hasta crear una trama compleja y emocional. Leer, en el fondo, es fijarse en unos extraños símbolos hasta alucinar. Durante este proceso se activan las áreas del cerebro relacionadas con la visión, la comprensión semántica y la simulación sensorial. Salgaro lo explica de una forma más poética. “Según Umberto Eco, los textos literarios son mecanismos perezosos, lo que significa que la lectura requiere la participación activa del lector. Un texto literario contiene muchos elementos no verbalizados, los llamados espacios en blanco, que el lector debe llenar con su imaginación. Mediante esta actividad creativa, cada lector da vida a los personajes, imaginando sus rostros, voces, colores y atmósferas de una manera única, según sus propias experiencias y sensibilidades”. Esto hace que leer Cumbres Borrascosas sea algo completamente diferente a ver su adaptación cinematográfica, por mucho que ambas cuenten la misma historia. No es que la película sea peor que el libro, es que es peor que nuestra interpretación personal del libro; no está a la altura de nuestra imaginación.

Hay quien dice que leer ficción también podría hacernos más empáticos. A pesar de ser un acto solitario por definición, un buen libro nos pone en la piel de un personaje del que conocemos hasta sus pensamientos más íntimos. El metaanalisis más completo sobre esta materia se publicó el año pasado, y no llegó a conclusiones muy claras. “Las pruebas, tal y como están, no contribuyen mucho a justificar la convincente intuición de que los ejercicios imaginativos, sofisticados y creativos del lenguaje nos convierten en agentes morales más sensibles”, concluía. El estudio señalaba que no se puede generalizar con los libros. Ciertamente, podemos sospechar que no tiene el mismo efecto leer Madame Bovary que ojear Llados: Del Hostal Al Bugatti. A nivel de empatía no será lo mismo pasar la tarde repasando el Mein Kampf o inmerso en El diario de Ana Frank. No hay ningún estudio que lo señale, pero es algo que todo el mundo ha podido comprobar en su vida: hay gente muy leída y muy egoísta, igual que hay gente empática que no ha cogido un libro en su vida.

Hay menos dudas a la hora de concluir que leer, en general, nos hace más cultos. Distintos estudios de contenido han demostrado que hay más riqueza lingüística en un libro ilustrado para niños que en todos los corpus orales corrientes: conversaciones entre adultos, películas, programas de televisión… Esto significa que la exposición a la palabra escrita es la única manera de desarrollar un lenguaje avanzado, básico para construir pensamientos complejos. “El término primer plano se refiere a las elecciones estilísticas originales de un escritor, es decir, las desviaciones del lenguaje estándar: las figuras retóricas o las estructuras poéticas”, explica Salgaro. “El primer plano hace que las palabras sean nuevas e interesantes, sorprendiendo al lector con elecciones lingüísticas inusuales. Para un lector experimentado y motivado, esta complejidad suele ser un valor añadido; para un lector menos experimentado, puede representar un obstáculo para disfrutar del texto”.

La lectura ofrece muchos beneficios, pero no se debería reducir a una actividad productiva de la que extraer activos o conocimientos. Una de las cosas que pasan cuando estás leyendo un libro durante horas es que estás centrado en una historia durante horas. No buscas llegar al final para obtener nada, solo disfrutas del proceso sabiendo que este puede llevar días o semanas. Y eso, en el mundo acelerado y dopamínico en el que vivimos, es una rareza. Decía Carl Sagan que los libros nos permiten viajar en el tiempo y aprovechar la sabiduría de nuestros antepasados. Conectar de una forma íntima con gente que no hemos conocido jamás, de las que nos separan siglos, kilómetros y culturas. Y es cierto, los libros nos permiten conectar con otros, pero quizá lo más importante es que nos hacen conectar con nosotros mismos. 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Se venden camas para matrimonios de hierro

El título que acabas de leer es uno de los innumerables ejemplos de incorrección en el uso del lenguaje. 

No hace falta explicar que la intención del vendedor era publicitar camas de hierro para matrimonios pero acabó diciendo algo muy diferente. Acabo de leer hace algunas horas, circulando por una carretera nacional, una expresión similar: Peligro de incendio inminente. Lo que pretendía decir la Dirección General de Tráfico es que había un peligro inminente de incendio

No puedo revisar una tesis, evaluar un Trabajo Fin de Máter o Fin de Grado o leer un artículo e incluso un libro sin ir anotando las expresiones que no son correctas, las construcciones gramaticales que no están bien hechas, los anglicismos, las faltas de concordancia, los galicismos, las palabras que no están usadas con precisión o las preposiciones que no están bien utilizadas…

Voy a referirme en este artículo a diez de los errores más frecuentes con los que me encuentro en sesiones parlamentarias, programas de televisión o de radio, entrevistas a celebridades, artículos de prensa, trabajos universitarios o conversaciones informales…

Uno. Reconozco que tengo un tic de profesor que consiste en detectar (y corregir) los errores e imprecisiones en el uso del lenguaje, hablado o escrito. Y eso me lleva a situaciones comprometidas. Por ejemplo, cuando llamo por teléfono:

Buenos días, ¿puedo hablar con el señor director?
Ahora no puede atenderle porque está reunido

¿Eso quiere decir que lo tiene todo unido, brazos, piernas y orejas? ¿Me quiere decir que lo tiene todo bien pegado?
Ante el perceptible y lógico desconcierto del interlocutor, añado:

Lo correcto es decir que el director está en una reunión.

Me dan las gracias, añadiendo que no lo sabían, que nunca lo habían oído. Sé que me arriesgo a que me suelten una impertinencia (que tendría bien merecida) pero, como hasta el momento nunca ha sucedido, mi manía se mantiene intacta.

Dos. Me he preguntado muchas veces cómo es posible que no haya nadie en el PP que le advierta a su presidente, el señor Feijoo, que no se puede decir: el presidente del gobierno debe de informar…, el gobierno debe de emprender…, los ciudadanos deben de comprender… ¿Nadie se da cuenta? ¿Nadie sabe por qué? Cuando la frase encierra obligación, como es el caso, no se puede utilizar el de. Ha de decirse que el presidente del gobierno debe informar, explicar, saber, decidir… Cuando se expresa duda ha de incorporarse el de. Me gusta poner este ejemplo:

¿A qué hora pasa el tren?
Debe pasar a las 8 (es su hora).
Debe de pasar a las ocho (tengo dudas de que esa sea su hora).

Tres. Hay un error que daña los oídos cuando se escucha y la vista cuando se lee. Me refiero al uso del posesivo para indicar posiciones espaciales: delante mío, detrás tuyo, encima mío, debajo tuyo… Si analizamos, aunque sea someramente, la expresión y pensamos que mío y tuyo son posesivos que indican de quién es la propiedad de un objeto o de una idea (ese bolígrafo es mío, esa idea es tuya) nos daremos cuenta de la clamorosa incorrección. Debe decirse: delante de mí, detrás de ti, encima de mí, debajo de ti.

Cuatro. Hace tiempo (no sé si lo sigue haciendo) Carlos Herrera abrió una sección en su programa de radio titulada “Pienso de que…”. Me indignó que un periodista y por consiguiente un amante del lenguaje difundiese un error de esta envergadura. Los oyentes llamaban al programa y repetían el error como si fuera una consigna: pienso de que… Recuerdo que escribí un artículo con este título: “Por favor, señor Herrera”. Decía que no había derecho a que el esfuerzo de los maestros en las aulas sufriese estos ataques por parte de profesionales que piensan que hacen una gracia induciendo a cometer un error de este calibre. Lo correcto es decir pienso que.

Cinco. Me encuentro muchas veces con el error del infinitivo viudo. No se puede decir ni escribir: Terminar diciendo…, concluir afirmando… Lo correcto es decir: Quiero terminar diciendo, deseo concluir afirmando… Error que suele aparecer en la parte final de los trabajos y de los artículos.

Seis. Los galicismos son muy frecuentes en las conversaciones y en los escritos. No se puede decir o escribir lo siguiente: temas a tratar, preguntas a responder, trabajos a realizar…Hay que utilizar expresiones alternativas: los temas que hay que tratar, las preguntas que hay que responder, los trabajos que es preciso realizar…

Siete. Uno de los errores con los que me encuentro con mayor frecuencia es el uso de la expresión sobre todo (locución adverbial que significa principalmente o especialmente), escrito juntosin que el autor caiga en la cuenta de que un sobretodo (sustantivo), es un abrigo.

Ocho. También es frecuente confundir el entorno (sustantivo) que hace referencia al ambiente, a lo que nos rodea con la expresión en torno a, que es una locución proposicional que significa alrededor de, acerca de o relativo a…

Nueve. Llevo muchos años combatiendo expresiones como a nivel de autonomías o en base a los datos consultados… Digo que, en castellano, solo existen los pasos a nivel del ferrocarril y los envases de las botellas. Hay que decir: en la esfera autonómica…, según los datos consultados…

Diez. Un error tan garrrafal como frecuente es confundir la condicional si no con la adversativa sino. Si no leemos, nos aburriremos (condicional). La causa no es esta sino la otra (adversativa).

Qué decir de los signos de puntuación. En un libro de José Antonio Millán titulado “Perdón, imposible”, se cuenta cómo depende la vida de una persona de la colocación de una coma. Al Emperador Carlos V le llega la sentencia de un juez con este texto: ”Perdón imposible, que se cumpla la sentencia”. El Emperador cambia de lugar la coma para salvar la vida del reo: “Perdón, imposible que se cumpla la sentencia”.

Otro ejemplo: cuando era estudiante de bachillerato, un profesor escribía cada semana una frase en el encerado. En una ocasión escribió: “Lo mejor y lo primero, para mi compañero”. Un bromista cambió la coma de lugar y la frase que pretendía fomentar el altruismo se convirtió en un lema egoísta: “Lo mejor y lo primero para mí, compañero”.

Me ha preocupado tanto esta cuestión que, cuando fui director de un Colegio en Madrid, escribí un pequeño libro titulado “Libro de estilo del Colegio”. Cada profesor y cada alumno tenía su ejemplar. La tarea de la buena escritura no era solo responsabilidad de los profesores de Lengua sino de todo el equipo docente. Investigamos sobre los errores más frecuentes y descubrimos que en 42 palabras se encontraba el noventa por ciento de los errores ortográficos. Nos pusimos a trabajar esas palabras. Los profesores teníamos, fuéramos del área de conocimiento que fuéramos, las mismas inquietudes y los mismos criterios para corregir las faltas de ortografía. Para animar a la escritura teníamos un periódico mural y revistas por niveles en las que publicaban sus escritos

Y cuando formé parte del equipo decanal de mi Facultad escribí con los profesores de Lengua y Literatura Benjamín Mantecón y Cristóbal González un “Libro de estilo para universitarios”. La sección que más me gustó fue la de errores más frecuentes de la A a la Z. Presentamos el error, indicamos cómo debe escribirse o decirse correctamente y explicamos el porqué.

Esta no es una cuestión menor. Estilo es precisión, es claridad, es comunicación y también es ética. Por eso me gusta decir que utilizar un lenguaje no sexista, además de ser una cuestión lingüística es una cuestión moral.

¿Cómo se aprende a escribir y hablar correctamente? Lo tengo muy claro: leyendo mucho. Y leyendo con sensibilidad lingüística. Estoy leyendo el excelente libro de Davil UclésLa península de las casas vacías”. Pues bien me está sorprendiendo la importante cantidad de palabras cuyo significado no conozco. Anoto las palabras desconocidas y busco su significado en el diccionario. Decía mi añorado y admirado Manuel Alcántara: cuando alguien nos dice que no lee, bien podría ahorrarse la confidencia. ¿Cómo es posible que una academia de idiomas prometa enseñar un idioma en quince días?

Algunas veces una sola palabra define la cultura de un individuo. En estos momentos en los que el currículum de los políticos está siendo escrutado con lupa ante los inexplicables e indecentes abusos que se están descubriendo, he oído contar la historia de una persona que va a solicitar trabajo en una gran empresa. Presenta su currículum en el que acredita tener, entre muchas otros méritos, tres licenciaturas. El responsable de admisiones le felicita por su brillante currículum y le dice:

Dada su amplia preparación, ¿qué trabajo le gustaría realizar en la empresa? El solicitante del puesto de trabajo responde con aplomo:

– Lo que haiga.

lunes, 10 de marzo de 2025

Cómo desarrollar el pensamiento crítico de los niños a través de los cuentos. Dialogar sobre lo que no se ha entendido de la lectura o intentar cambiar el final de una historia clásica, sin imponer la interpretación del adulto, ayuda al menor a desarrollar un razonamiento esencial para entender su vida diaria y empatizar con los demás

Pensamientos niños
El pensamiento crítico invita a parar y cuestionarse si algo es lo que parece o podría ser de otra forma.

La lectura de un cuento tiene varios objetivos.  El principal es disfrutar con la historia, aunque también se ponen en marcha otros propósitos como que el menor se relaje, que aprenda a mantener la atención, que las palabras le ayuden a adquirir nuevo vocabulario o que logre más soltura a la hora de leer. Sin ser conscientes, también se activa el desarrollo del pensamiento crítico. Esta capacidad tan necesaria de reflexionar, analizar, incluso dudar de las afirmaciones o razonamientos de la vida cotidiana, se puede empezar a trabajar desde la infancia, y se refuerza a través del diálogo.

Para ejercitarlo desde la niñez a través de la lectura conviene mantener una conversación con el pequeño lector. “Lo que se denomina lectura dialógica”, explica Begoña Regueiro, profesora de Literatura Infantil y Didáctica de la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid y directora del Grupo Educación Literaria y Literatura Infantil (ELLI). “Este es un ejercicio basado en hacer preguntas al lector sin imponer la interpretación del adulto, porque la literatura tiene varias capas y lo que entiende un padre o madre no tiene por qué ser lo mismo que entienden los niños”, explica. “Cada uno descubre lo que necesita descubrir en ese momento y el hacerlo solos es muy gratificante para los menores”, añade Regueiro.


“El razonamiento crítico es un proceso cerebral donde se unen la corteza prefrontal, que nos permite reflexionar, planificar y fijar la atención, y la amígdala que genera las emociones”, explica David Bueno, doctor en Biología en la Universidad de Barcelona. “Además, es una capacidad que el menor va adquiriendo desde el momento en que empieza a fijar la mirada en las ilustraciones de los cuentos”, prosigue, “y aunque en ese momento no sepan comunicarse con palabras, sí que capta el estado emocional de su interlocutor. Por eso, a medida que crezca y vayan adquiriendo vocabulario, empezará a pensar sobre lo que le contamos y tendrá elementos para reflexionar”.

Regueiro afirma que, aunque en los primeros años no haya un diálogo cuando se les lee un cuento, las canciones, las nanas o los juegos de manos, como los Cinco Lobitos, ya transmiten un mensaje que ayuda a niños y niñas a ir comprendiendo el mundo que les rodea y a las personas con las que conviven. En su libro El arte de ser humanos (Destino, 2025), Bueno explica también la importancia de hablar a los menores desde que son bebés y de la capacidad de desarrollar un pensamiento reflexivo y crítico a través de la literatura y el diálogo. “Incluso de adquirir la aptitud de entender al otro, es lo que la neurociencia llama Teoría de la mente, que consiste en la capacidad que tenemos de saber que lo que piensan otras personas es diferente de lo que pensamos nosotros”.
A través de preguntas sobre la historia, los menores ven que los cuentos se pueden reinventar.

A través de preguntas sobre la historia, los menores ven que los cuentos se pueden reinventar. José Luis Pelaez (Getty Images)

Por ejemplo, la filósofa Sara Terol Bertomeu explicaba en la Revista de Filología Española en 2016, en su artículo La competencia lecto-literaria para el desarrollo del pensamiento crítico. Ética y estética en la literatura infantil y juvenil, que leer cuentos a los niños les pone en contacto con diferentes vidas, personajes y situaciones y, de esta manera, el lector de literatura infantil y juvenil está aprendiendo a dialogar con el otro, a emocionarse con su relato. Terol añadía en el texto que esta interpretación, que ponerse en el lugar del otro, es esencial para el análisis del pensamiento crítico y fundamental para conseguir una independencia reflexiva.

Regueiro sostiene que esa capacidad de razonar también sirve para cambiar los finales de las historias: “Sobre todo de los cuentos clásicos”. La profesora relata que, en una sesión en un colegio, una niña le preguntó por qué el personaje de Ricitos de oro era rubia: “A través de preguntas como ¿por qué creéis que es así? o ¿cambiarías algo si el personaje fuera de otra manera?, los menores vieron que los cuentos se pueden reinventar y darles otro final para profundizar en otros temas”. Es por eso que la docente diferencia entre competencia lectora y competencia literaria: “La primera es instrumental, entender lo que pone el texto, pero la segunda requiere una comprensión e implica un pensamiento crítico”.

Ellen Duthie es escritora y codirige la editorial Wonder Ponder, especializada en practicar filosofía a través de la literatura infantil. Ella considera que el pensamiento crítico invita a parar y cuestionarse si algo es lo que parece o podría ser de otra forma. Y apunta que cuando un niño hace una pregunta, cuando empiezan con la fase del por qué, lo que están intentando es parar al adulto y decirle “¡párate conmigo!”. La escritora considera que es importante mantener un diálogo con ellos: “Pero no tanto preguntar genéricamente si les ha gustado el cuento porque es más fácil que la conversación se acabe enseguida, si no interrogar sobre lo que el menor no haya entendido o le haya parecido raro”. Para Duthie, este pequeño genera una conversación más rica y le da un punto de vista filosófico a la conversación que, para ella, es la raíz de unos buenos hábitos de pensamiento crítico. El aprender a reflexionar desde la infancia también facilita adquirir antes una mayor comprensión lectora. Eso sí, Duthie aconseja no obsesionarse.

domingo, 19 de enero de 2025

El cuento de Virtudes Choique

En la cultura neoliberal que nos invade, hay un precepto inquebrantable: ganar a los otros, competir con los demás, ser el primero… Precepto que viene acompañado de otros dos no menos importantes. 

El segundo precepto es que lo que importa son los resultados, no el esfuerzo, no la satisfacción del trabajo bien hecho, no el cumplimiento del deber. 

El tercero es que para ganar a los otros vale todo. ¿Quieres dinero? Vale todo, ¿Quieres poder? Vale todo, ¿Quieres fama? Vale todo. ¿Quieres ganar a los otros? Vale todo.

La competición está en todos los lugares y afecta a todas las personas. Y a todas las instituciones. En todos los momentos y circunstancias. Somos víctimas de la rankingmanía. No se trata de divertirse jugando o viendo jugar al fútbol sino de ganar la competición. No se trata de participar en Eurovisión sino de conseguir el primer puesto en el concurso. No importa tener el mejor sistema educativo que se puede tener con los medios con los que se cuenta, hay que estar en los primeros puestos de la prueba PISA.

En estas fechas de Navidad tenemos un ejemplo singular. Las ciudades se llenan de luces y adornos. Y ahí tenemos a los alcaldes alardeando de que su árbol es el más alto y de que sus luces son más numerosas, más brillantes y más bonitas que las de todas las ciudades el mundo.

El problema de competir es que nunca se parte de las mismas condiciones. De esa forma, las comparaciones siempre son injustas. Y lo son aunque (o precisamente porque) los instrumentos de evaluación estén elegidos y aplicados rigurosamente.

Por eso lo que cuenta son los resultados. Cuando los alumnos van a sus casas con los informes de las evaluaciones, los padres no les preguntan si el conocimiento adquirido les ha hecho mejores personas, si han disfrutado aprendiendo, si han agradecido lo que les han enseñado, no. Le preguntan por los resultados. Lo que importa es aprobar, no aprender, no ser mejores.

Este triple precepto neoliberal se practica en la escuela. No basta sacar buenas notas, hay que sacar mejores notas que los demás. Y para obtener buenas notas basta empollar el día anterior al examen e, incluso, hacerse unas chuletas para garantizar el resultado. También en la familia: he visto competir a hermanos, espoleados por las observaciones de los padres: ¡mira qué notas saca tu hermano!

Conozco un hermoso cuento escrito por Joaquín Durán que fue publicado en el libro «Cuentos para curar el empacho», Editora Patria Grande, Buenos Aires. 1986.Dice así:

Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos llegaban hasta allí a caballo, en burro y a pie. Como suele suceder en esta clase de escuelitas, tenía una sola maestra, una solita, que hacía sonar la campana y también hacía la limpieza; encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones.

Se llamaba Virtudes Choique. Vivía en la escuela. Cantaba con la guitarra.

Los chicos no se perdían un solo día de clase. Porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba con ellos.

La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:

–¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!

El padre y la madre miraron, y vieron unas letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que lo hiciera:

–Señores padres: les informo de que su hijo Apolinario es el mejor alumno.

Sus padres abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.

Sin embargo, al día siguiente, Juanita González llevó a su casa algo parecido:

–Señores padres: les informo de que su hija Juanita es la mejor alumna.

Así los 56 alumnos de la escuela llevaron una nota que aseguraba: «Su hijo es el mejor alumno». Y así hubiera quedado todo, si el hijo del farmacéutico no hubiera llevado su felicitación. Porque, el farmacéutico don Pantaleón Pérez, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, escribió una carta a la profesora Virtudes:

–Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan con sus padres. Muchas gracias. Pantaleón Pérez.

Ese día, cada chico se fue corriendo a su casa para avisar del convite.

Todo el mundo bajó hasta la casa del farmacéutico. Ya estaba el asador y varias fuentes con pastelitos. Mientras la señorita Virtudes cantaba, el mate iba de mano en mano, y la carne se iba dorando.

Don Pantaleón dio unas palmadas y pidió silencio. Hizo ejem, ejem, y dijo:

–Señoras, señores, vecinos, niños. Los he reunido para festejar una noticia que me llena de orgullo: Mi hijo acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Por eso, los invito a levantar la copa y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país.

Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu.

Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros. El primero en protestar fue el papá de Apolinario:

–Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, Apolinario.

Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que el mejor alumno era su hijo, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes:

–¡Cuidado con lo que están por hacer… !

Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo:

–Maestra, usted ha dicho mentiras. Usted ha dicho a todos lo mismo.

Virtudes dijo:

–Yo no he mentido. He dicho una verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplos:

Cuando digo que Melchor es el mejor, no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela.

Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno, tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…

¿Debo seguir explicando? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. ¿Con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?

Todos habían ido bajando la mirada. Entendieron que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor.

Ese día, comieron más felices que nunca.

Hasta aquí el cuento de Virtudes Choique. La maestra argentina quiso animar, motivar y estimular a los padres y a las madres de ese grupo de alumnos y ellos se pusieron a hacer lo que más y mejor sabían hacer: competir, compararse, celebrar que tenían en su casa al mejor. Lo que realmente importaba no es que su hijo fuera bueno sino que fuera el mejor.

Lo viví en mi adolescencia. La filosofía que imperaba en el aula era la de la competitividad. La clase se dividía en dos grupos que competían todo el mes para ganar una tarde libre de jueves. Los alumnos competíamos de dos en dos y, necesariamente, uno ganaba y otro perdía. La estrategia era competir, el objetivo era ganar.

Cuando pienso en la historia de Virtudes Choique se me viene a la mente la leyenda africana que, en lugar de la competitividad, pone el énfasis en la cooperación. Dice así:

Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas.

Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron a disfrutar del premio. Cuando el antropólogo les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, un niño respondió:

– UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?

El antropólogo quedó impresionado por la sabia respuesta del pequeño. UBUNTU, en la cultura zulú y xhosa, significa: «yo soy porque nosotros somos”. Es una filosofía de vida, que consiste en creer que cooperando se consigue la armonía ya que se logra la felicidad de todos.

Esta es la pretensión. Avanzar hacia una cultura en la que cueste ser felices cuando hay tantas personas desgraciadas. Una cultura en la que resulte más lógico y más hermoso comerse la canasta de fruta entre todos y no en la que uno se harta de fruta mientas los demás se mueren de hambre.


lunes, 8 de abril de 2024

_- Por qué leer libros es tan importante para cultivar la inteligencia de nuestros hijos. Las pantallas recreativas minan el desarrollo de los jóvenes: leer es la única forma de desarrollar un lenguaje avanzado que permita construir algún pensamiento complejo

Leer libros

_- Sometidos al yugo adictivo de las omnipresentes pantallas recreativas (películas, series de televisión, videojuegos, redes sociales...), nuestros hijos leen cada vez menos y, por tanto, cada vez peor, porque, como demuestran decenas de estudios, la capacidad lectora depende directamente del tiempo de práctica. En España, según las últimas evaluaciones internacionales Pisa, el 75% de los alumnos de 13 años de secundaria no pasan del nivel “básico”, que como mucho les permite comprender enunciados sencillos y explícitos; el 51% tienen incluso un nivel “bajo” y dificultades con los textos más básicos. Solo el 5% de los lectores son “avanzados”, capaces de identificar y resumir las ideas implícitas en un texto no trivial. Estas cifras son comparables a la media de la OCDE. Desde 2015, los alumnos españoles de secundaria han perdido un año de aprendizaje. Esto significa que los jóvenes de 13 años en 2022 tenían el mismo nivel que sus homólogos de 12 años siete años antes.

Muchos observadores parecen satisfechos con esta evolución, alegando que hay que avanzar con los tiempos y que los niños de hoy simplemente aprenden “de otra manera”. Mientras que en tiempos pasados se utilizaba la palabra escrita, en el mundo moderno se recurre a los medios audiovisuales. Por desgracia, este argumento pasa por alto las características específicas de la palabra escrita. En primer lugar, está el lenguaje. El libro está desprovisto de contexto. Solo tiene palabras como soporte. La imagen (o el vídeo) de un paisaje, de un objeto, de una emoción, de una escena de la vida, etcétera, habla por sí sola, por así decirlo, al menos en parte. El libro tiene que describirlo todo. Esto explica por qué, por término medio, la complejidad léxica y gramatical de los corpus textuales es mucho mayor que la de los corpus orales. Amplios estudios de contenido han demostrado que hay más riqueza lingüística en un álbum de preescolar (el más sencillo de los libros) que en todos los corpus orales corrientes: discusiones entre adultos cultos o adultos y niños, películas, series, dibujos animados, programas de televisión... Esto significa que la exposición a la palabra escrita es la única manera de desarrollar un lenguaje avanzado, sin el cual no puede construirse ningún pensamiento complejo.

A menudo, oigo decir que las generaciones más jóvenes nunca han leído tanto, gracias a internet. Lamentablemente, la afirmación es engañosa. Entre los jóvenes de 8 a 18 años, la lectura digital representa entre el 2% y el 3% del tiempo de pantalla, mientras que las actividades audiovisuales (películas, series, vídeos, etcétera) suponen entre el 40% y el 50%. Además, este tiempo de lectura incluye muy pocos libros y muchos contenidos lingüística y conceptualmente pobres. En definitiva, el tiempo de lectura en internet (redes sociales, blogs, correos electrónicos y todo lo demás) y, más en general, el tiempo total de pantalla recreativa están negativamente correlacionados con las competencias lingüísticas y la capacidad de lectura de los niños. Lo mismo ocurre con los conocimientos. Cuanto más leen los niños y los adolescentes, más amplia es su cultura general, en relación con los niños de entornos socioeconómicos comparables que están expuestos a contenidos audiovisuales (películas, series, entre otros). Los niños que leen tienen muchas más probabilidades de saber, por ejemplo, qué es un carburador o un tipo de interés; de decir que Japón fue aliado de Alemania y no de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial, y de afirmar que hay más musulmanes que judíos en el planeta.

En España la diferencia de competencias entre el 25% más aventajado y el 25% menos aventajado en secundaria es de cuatro años de aprendizaje Además de estas repercusiones culturales y lingüísticas, existen beneficios documentados en cuanto a coeficiente intelectual, concentración, imaginación, creatividad, capacidad de síntesis y de expresión (tanto oral como escrita). En otras palabras, mientras que las pantallas recreativas minan concienzudamente el desarrollo de nuestros hijos, la lectura construye meticulosamente su inteligencia. Pero eso no es todo. La lectura de novelas también estructura fuertemente nuestras habilidades emocionales y sociales. Si veo a Don Quijote en la televisión, no tengo acceso a la complejidad de sus pensamientos. En cambio, cuando leo la novela, me meto literalmente en la cabeza del personaje y puedo comprender el funcionamiento interno de sus pensamientos y acciones. Mejor aún, puedo experimentar estos últimos. Los investigadores se refieren a la lectura como un auténtico “simulador emocional”, en el sentido de que las situaciones vividas realmente y las experimentadas literariamente activan los mismos circuitos cerebrales. Cuando busco el significado de la palabra traición en un diccionario, entiendo intelectualmente lo que significa; pero cuando leo Madame Bovary, no solo lo entiendo, sino que experimento la traición desde el punto de vista tanto del traidor como del traicionado. Penetro en los mecanismos subyacentes y siento los estados emocionales asociados. Al final, los lectores de ficción tienen una mayor empatía y capacidad para comprender a los demás y a sí mismos.

En última instancia, todos estos beneficios influyen enormemente en la trayectoria educativa y profesional de los niños. El impacto es significativo tanto a nivel individual como colectivo. Numerosos estudios demuestran que el desarrollo económico de un país, el número de patentes desarrolladas y su PIB están estrechamente relacionados con los resultados educativos. Se trata de una cuestión crucial en un contexto de creciente competencia internacional, sobre todo si tenemos en cuenta, en vista de las evaluaciones Pisa ya mencionadas, que las diferencias de rendimiento, no solo en lectura, sino también en matemáticas, son cada vez mayores entre las naciones de la OCDE y los países asiáticos.

A menudo oigo que los más jóvenes nunca han leído tanto gracias a internet. Por desgracia, la lectura digital es un 3% de su tiempo de pantalla

Por supuesto, podemos vivir sin la lectura. No es esa la cuestión. Lo importante es que entonces perdemos una parte esencial de nuestra humanidad. No es casualidad que los libros hayan sido el blanco de tiranos de todo tipo desde el principio de los tiempos. Los nazis quemaron más de 100 millones de libros y, como ha demostrado el filólogo Victor Klemperer, se embarcaron en un proceso de empobrecimiento del lenguaje digno de la neolengua de Orwell en 1984. Hitler decía que la literatura era veneno para el pueblo. En Un mundo feliz, de Huxley, solo una pequeña casta posee aún las herramientas del pensamiento y del lenguaje. El resto está compuesto por técnicos celosos, formateados para adaptarse con la mayor precisión a las necesidades económicas, atiborrados de entretenimientos absurdos, privados de las herramientas fundamentales de la inteligencia y felices con una servidumbre que ya ni siquiera son capaces de percibir. La lectura es el antídoto más seguro contra esta pesadilla porque, a través de su efecto en el desarrollo intelectual, emocional y social de nuestros hijos, dibuja el camino más seguro hacia la emancipación. Como dijo Ray Bradbury, autor de la novela futurista Fahrenheit 451: “No hay que quemar libros para destruir una cultura. Basta con conseguir que la gente deje de leerlos”.

Ante este desastre incipiente, muchos culpan a la escuela. Sin embargo, el entorno familiar desempeña en esto un papel esencial, sobre todo a través de la lectura compartida, que es la única manera de que los niños adquieran progresivamente el lenguaje avanzado de la palabra escrita y, en última instancia, una vez adquiridas las bases de la descodificación, lean por sí mismos. Esto no quiere decir que la escuela sea ineficaz. Lo que significa es que el tiempo escolar disponible y el número de niños por profesor no permiten un trabajo óptimo. Todos los estudios demuestran que, en lo que respecta a la lengua y la lectura, la escuela no con­sigue compensar las desigualdades sociales. En España, según los datos procedentes de Pisa, la diferencia de competencias entre el cuarto más aventajado y el menos aventajado de los alumnos de secundaria representa cuatro años de aprendizaje. Es una diferencia descomunal. El problema solo puede resolverse mediante una acción focalizada, temprana y masiva dirigida a los niños menos favorecidos. También necesitamos un amplio programa de información para los padres, sobre todo para los desfavorecidos. Cuando explicamos a estos últimos la importancia de hablar con sus hijos, de leerles cuentos desde muy pequeños, de llevarlos a la biblioteca, los efectos en el lenguaje, el desarrollo cognitivo, la concentración o el vínculo familiar son considerables. Todo es cuestión de voluntad política. Los costes ocasionados se verían ampliamente compensados por el ahorro posterior (logopedia, fracaso escolar, etcétera).


Este es un texto escrito para Ideas por Michel Desmurget (Francia, 1965), neurocientífico, al hilo del lanzamiento de su último libro, Más libros y menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales, de la editorial Península.

sábado, 6 de abril de 2024

De donde nace el resentimiento.

Vania o Iván, ruso o riojano, es un pobre hombre que no entiende el presente y que se siente estafado

Escena de la obra 'Vania x Vania'.
 

Últimamente escucho teorizar sobre las razones que provocan que haya hombres que se sienten excluidos, ninguneados, alimentados por el resentimiento, las ideas conspiranoicas, el rencor hacia las mujeres, la nostalgia de un pasado que creyeron sólido. Pero lo teórico, sea de orden sociológico o filosófico, se mueve con frecuencia en terrenos demasiados abstractos. Lo que hace la ficción es el mecanismo contrario: en vez de observar a un colectivo, concentra la mirada en seres humanos concretos; por eso cuando hablamos de verdad literaria nos referimos a estar sintiendo en ella los latidos de un corazón. He estado viendo las dos asombrosas versiones que sobre El tío Vania de Chéjov ha escrito y dirigido Pablo Remón,interpretadas por un excelente reparto, y en ellas he encontrado tanto los ecos de la verdad chejoviana como una manera poco frecuentada de contar el presente. Hay algo paralelo en aquel 1900 en que Chéjov estrenó su función y este 2024 que ahora nos atenaza. Un escritor tan intuitivo como él debió presentir, a cuatro años de su muerte, que un cambio brutal se iba a producir en Rusia, dado que sus personajes parecen estar al borde siempre de un abismo vital: no paran de rumiar deseos incumplidos, frustraciones, son protagonistas de biografías nada épicas que en algún momento de la juventud prometieron cierta grandeza. 

El tío Vania de esta doble función se convierte en un tío Iván del campo español, un hombre que se ve entrando en la vejez habiendo errado todos los tiros. No es un estúpido, intuimos en él trazas de hombre sensible, pero la suerte no le ha sonreído: las mujeres hermosas lo han rehuido y ha vivido alimentando los proyectos de otros, resignándose a una existencia estrecha que ahora le pesa como una losa. A pesar de que las tierras que administra no le han permitido vivir holgadamente, él ha perdido la vida ayudando a su cuñado, el pomposo intelectual, con la creencia de que valía la pena financiar a quien posee el conocimiento. Vania sobrelleva con humildad esa existencia de escasas emociones hasta que un verano aparecen por allí pontificando, dándoselas de no se sabe qué, el hombre de letras y su hermosa mujer, y entonces todas las rutinas que sostienen su día a día se desmoronan: el rencor le empuja a hacer recuento de su vida miserable. 

El tío Vania, tan nuestro como ruso, está interpretado por Javier Cámara, que lo ha convertido en campesino riojano, dejándose mecer por sus propios recuerdos hasta el punto de que en cada función el cómico se nutre del espíritu de su padre, el hombre que fuera músico y agricultor en Albelda de Iregua, y quién sabe si es hasta posible que gracias a ese juego actoral algo se le haya desvelado del alma paterna, eso algo misterioso que jamás entendemos de los padres, y que aquí se nos descubre gracias a amalgamar el discurso de un campesino ruso con el de un agricultor español. 

Vania o Iván, ruso o riojano, es un pobre hombre que no entiende el presente y que observa la injusta diferencia entre aquellos que llegan de la ciudad, sea Madrid o San Petersburgo, sintiéndose profundamente estafado. Es al considerar el notable contraste entre los forasteros y los que se quedan cuando a este soñador frustrado la realidad se le desmorona. La literatura, al menos la buena, no juzga, sino que asiste asombrada a la comedia humana, mostrándose compasiva con la peripecia del que lleva las de perder, incluso en sus irritantes errores. Viendo este Vania entra uno de lleno en el corazón de un resentido.

Dice Vania, “Día y noche, como un espíritu maligno, me sofoca la idea de que he gastado mi vida sin remedio. No tengo un pasado, todo él lo he derrochado tontamente en fruslerías, y el presente me aterra por lo absurdo”. Cuando escucho una disertación sobre a qué responde la rabia de los que se creen olvidados, procuro imaginar los delirios de un hombre concreto.


viernes, 15 de marzo de 2024

Recuérdame DAVID HARKINS

Puedes llorar porque se ha ido, o puedes
sonreír porque ha vivido.

Puedes cerrar los ojos
y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado;
tu corazón puede estar vacío
porque no la puedes ver,
o puede estar lleno del amor
que compartisteis.

Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el
vacío y dar la espalda,
o puedes hacer lo que a ella le gustaría:
sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.

domingo, 31 de diciembre de 2023

Nadie había encontrado el lenguaje para contar esta historia ‘Diario de un peón’.

Diario de un peón’, de Thierry Metz, un libro que es a la vez crónica y poema, narra el trabajo de los más pobres, el trabajo más duro, el de un obrero.

Este es un libro que cuenta una historia que nadie había contado hasta ahora. El librito, sereno y apasionado a la vez, es Diario de un peón, de Thierry Metz. Narra, día a día, el trabajo de los más pobres, el trabajo más duro, el de un peón. Pero este libro, único en su especie, es a la vez crónica y poema. En cierto modo, es un milagro, ya que, en principio, un hombre que trabaja siete u ocho horas al día en una obra, cargando sacos de cemento, descargando bloques de hormigón y cavando zanjas, no tiene ni tiempo ni oportunidad para escribir. A veces lo vemos trabajando de lejos, en la calle o al borde de la carretera. Reconocemos su silueta, pero no sabemos nada de su existencia ni de sus cualidades interiores. Y es que, desde la noche de los tiempos, la escritura ha sido el privilegio de unos pocos, un pequeño grupo de escribas, hombres de letras.

Thierry Metz es un poeta francés contemporáneo; murió en 1997, a los 40 años. Era hijo de un repartidor parisino. En casa de sus padres no había un solo libro. Tampoco había dinero. Thierry Metz bregó toda su vida como peón, jornalero, trabajador agrícola y albañil. Se mataba a trabajar y, durante los periodos de desempleo, escribía.

Metz nos dice cómo el esfuerzo transforma el cemento, el golpe del pico, la jornada de trabajo, en pan, pan de verdad 

Y nos ha legado, entre otros, este libro sereno y apasionado a la vez, Diario de un peón, que relata en un lenguaje nuevo, encendido y conciso, lo que nadie había relatado antes. Y es una de las obras más logradas y admirables jamás escritas. Arthur Rimbaud escribió en un momento de rebeldía: “Siento horror por todos los oficios”. Thierry Metz no sentía horror por su oficio. No lo idealizaba, sino que expresaba toda su crudeza en una prosa densa y clara. Sabía perfectamente que era prescindible, que le utilizaban, que utilizaban a los obreros; era consciente del desequilibrio de su situación y no pretendía escapar de los condicionantes sociales escribiendo. Pero por mucho que le disgustara el materialismo vulgar, pese a la dureza del trabajo y de la injusticia social, no se olvidaba del sol, ni del áspero mango de la herramienta, ni del profundo silencio de sus compañeros, ni de la intensidad del más repetitivo de los trabajos, el inmenso esfuerzo realizado por el mayor número de personas desde tiempos inmemoriales y que constituye el motor esencial de la historia de la humanidad. 

Así, desde el prosaísmo infinito de sus obras, Thierry Metz descubrió una forma de susurrarnos, en un lenguaje modesto pero altivo, meditativo y concreto, el enigma de nuestra condición: “Me gusta creer que, tal vez un buen día, un dios sin nombre se sentará en este montoncito de tierra y ocupará su sitio en la tumba iluminada de mis esfuerzos con palabras cotidianas, meros gorriones. Recobrará el aliento y volverá adonde tienen lugar las cosas, a los desiertos donde se hallan los hombres y sus obras. ‘¡Viernes!’ Ese será su nombre”.

Descubrió una forma de susurrarnos, en un lenguaje modesto pero altivo, meditativo, el enigma de nuestra condición 

En este breve pasaje de Diario de un peón, se ve enseguida por qué Thierry Metz no podía contentarse con ser un simple narrador; habría traicionado su vocación de poeta, habría debido quemar las fórmulas del lenguaje que le había salvado; pero tampoco podía ser solo poeta, habría tenido que olvidar a los suyos, los albañiles y porteadores que, desde Mesopotamia, trajinan en las obras del mundo. Y por eso tuvo que elevar el lenguaje a un punto de equilibrio al que nadie lo había llevado antes que él; tuvo que escribir a la vez un poema y un relato, sin separar el uno del otro, sin dejar nunca que el relato cayera junto al saco de cemento, y sin dejar nunca que el poema volara con los pajarillos. Era necesario que las dos partituras se convirtieran en una, que las contradicciones de la vida social se fundieran en la escritura, y que el dolor del esfuerzo redundara un poco en la belleza del mundo.

Pero le costó caro, demasiado caro, un precio muy alto, querer seguir viviendo entre los suyos, en un mundo de polvo y ladrillos, de sed y dolor, y buscar, en esta dura estancia, el oro del tiempo. Hace falta un esfuerzo inconmensurable, es una tarea imposible; pero la tenaz determinación de Thierry Metz nos ha dejado un librito único, tristemente único, en el que un joven fornido, lleno de esperanza, de palabras, de fuerza y también de tristeza, ha intentado decirnos a gritos, pero en un lenguaje muy dulce y hermoso, a través de la dureza del trabajo, de la desigualdad de condiciones y de la modestia de los salarios, hasta qué punto las palabras de cada día y de cada uno son poesía, y cómo el esfuerzo o el hastío, mediante una transubstanciación muy real, transforman el cemento, el golpe del pico, la jornada de trabajo, en pan, pan de verdad. Pero por el camino, el jefe saca tajada; y la poesía, ¿qué saca?

Éric Vuillard, escritor y cineasta, ganó el premio Goncourt en 2017 por su novela ‘El orden del día’.

‘Diario de un peón’. Thierry Metz. Traducción de Vanesa García Cazorla. Periférica, 2023. 128 páginas. 15 euros.

sábado, 7 de enero de 2023

_- José Manuel Fajardo: “El mal social se nutre de la gente corriente” El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos

_- El escritor afincado en Lisboa vuelve con una novela breve que desgrana el proceso que lleva a las personas a sacar lo peor de ellos mismos


Lleva escribiendo desde los ocho años. Quizá por eso José Manuel Fajardo (Granada, 65 años) ha llegado siempre demasiado pronto a casi todo. Escribía novelas históricas como Carta del fin del mundo (1996) antes de que el género viviera el bum de los últimos años. Con Una belleza convulsa (2001), sobre el secuestro de un periodista a manos de ETA, se adelantó 15 años al fenómeno que supuso Patria, de Fernando Aramburu. “Así me va”, bromea el escritor, que ha publicado una novela breve en la que une dos ciudades y dos tiempos distintos a través de la fina línea del odio. El libro, editado por el Fondo de Cultura Económica, se llama precisamente así: Odio. Granadino de nacimiento aunque criado desde los cuatro años en Madrid. Fajardo ha vivido en el País Vasco, donde escribía de terrorismo en El Mundo, hasta que la presión del entorno de ETA le hizo tomar la decisión de salir de España. ”Apliqué la técnica del yudo: utilizar la energía del enemigo contra él. Estaba agobiado y enfurecido. Así que un día me dije que tenía que pensar en mi carrera de escritor’, y decidí hacer lo que siempre había soñado: irme a París a vivir como escritor”. Recuerda. Diez años después se mudó a Lisboa, donde vive desde hace doce.

Pregunta. Llevaba diez años sin publicar. Pero ¿cuánto tiempo llevaba sin escribir?

Respuesta. He estado cinco sin escribir ficción. Tuve un frenazo inesperado, porque, después de publicar mi anterior novela, Mi nombre es Jamaica, en 2010, cerré en cierto modo un ciclo de escritura que había durado 20 años, con libros muy distintos pero que daban vueltas a las mismas ideas y preocupaciones, y me encontré en busca de un territorio nuevo. Pensé que sobre esos aspectos de la extraña construcción de España a través de amputarnos miembros de la sociedad, a fuerza de exilios, abandonos y persecuciones, ya había dicho todo lo que tenía que decir. Y me costó un tiempo encontrar un nuevo territorio.

P. ¿Llegó demasiado pronto a la novela histórica?
R. En realidad yo nunca he tenido voluntad de escribir novela histórica, yo escribo historias que ocurren en determinado momento histórico. A mí la literatura me gusta como descubrimiento, me gusta escribir desde donde no sé si soy capaz de hacerlo. Cuando ya sé que puedo escribir desde un cierto punto ya no quiero seguir ahí, quiero descubrir nuevos territorios de escritura. Eso para mí hace que la literatura siga siendo divertida y una fuente de conocimiento.

P. Da la sensación de que Odio está escrito de un tirón, igual que se lee. ¿Cómo fue el proceso?
R. Me encanta que dé esa sensación, porque es completamente falsa. La novela está escrita a lo largo de cinco años. Muy despacio, porque me costó mucho dar con la estructura. Hay una parte que transcurre en el Londres de finales del siglo XIX, pero yo no quería escribir una novela más sobre el Londres victoriano. Me rompí mucho la cabeza hasta que me di cuenta de que la intención fundamental era escribir sobre el odio en épocas distintas. Cuando comprendí que esa era la estructura que debía tener el libro, fue cuando ya di con la forma de escribirlo. Y eso me ha costado tiempo.

P. Todo empezó con un cuento, ¿verdad?
R. El origen es un cuento que escribí a petición de Fernando Marias, que era un buen amigo. A él le gustó mucho, pero me dijo que ahí había una novela, y que yo tenía que escribirla. Así que disciplinadamente me puse a darle la vuelta a esa tortilla. Quería entrar en la época del Londres victoriano y enfrentarla como en un juego de espejos al París del presente, para relatar cómo nuestro lado oscuro se manifiesta a lo largo del tiempo. Porque el odio de hoy no es una novedad. Es un odio viejo, que viene de muy atrás, y para poder entenderlo me pareció una buena idea presentarlo así.

El escritor y periodista José Manuel Fajardo, en Madrid. JUAN BARBOSA

P. Dice que quería escribir un libro que fuera como un directo a la mandíbula. ¿Lo ha conseguido?
R. Lo que buscaba era divertirme mucho escribiéndolo. Mi idea era hacer una de esas novelas cortas que a mí me encantan. Yo soy devoto de Pedro Páramo o La balada del café triste o Bartleby, el escribiente, libros que son como diamantes, pequeños, brillantes, tallados y duros. Espero haberlo logrado, pero eso lo tiene que decir el lector. Quería que fuera un libro de impacto y para eso tenía que ser breve.

P. Ninguno de los dos protagonistas son personas especialmente desgraciadas, ¿por qué los ha escogido?
R. Porque el mal social se nutre de la gente corriente. Cuando una sociedad se desquicia, no lo hace por los desesperados. Estos viven en la marginalidad y su resentimiento y odio pueden hacer ruido, pero raramente perturban el orden social, o pueden hundir la sociedad en un abismo. Esto sucede cuando las personas que no están desesperadas se psicopatizan, cuando se dejan llevar por miedos más fantasmales que reales y empiezan a temer que van a perder lo que tienen o lo que no han llegado a tener y creen que ya no van a conseguir. Empiezan a sentirse frustrados en sus deseos y a considerar que la violencia está legitimada como herramienta. Entonces esas personas normales, que no han sido víctimas de grandes afrentas, empiezan a comportarse como marginados, a convertirse en seres furibundos y a odiar a quienes son más débiles que ellos. Cuando encuentran esa espita para dar salida a su odio es cuando una sociedad se desmorona. Es lo que pasó con los fascismos del siglo XX y es un poco lo que está ocurriendo en el mundo de hoy. El libro nace por mi preocupación por este auge de la irracionalidad, el odio y la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero viven, gritan, se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo.

Me preocupa este auge de la violencia que está tocando a ese tipo de personas a las que en realidad no les está pasando nada, pero se enfurecen y odian como si de verdad les estuviera pasando algo

P. ¿Cuál es el germen del odio?
R. El odio es muchas veces heredado. En la novela los padres de los protagonistas son dos misóginos y estos también lo son. En gran medida de lo que hablo es del odio al otro, al que no tiene tu color de piel, al que no tiene tu religión, no tiene tu estatus social o no es de tu país, es decir, el que es distinto. Y el primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La primera otredad. Según un informe de la ONU de 2019, más del 90% de los homicidios en el mundo los cometen hombres. Cómo no va a existir la violencia de género. La violencia tiene género, y es esencialmente masculina. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

El primer otro que todos encontramos es el otro sexo. La misoginia es la primera escuela del odio al otro, y después ya puede convertirse en odio racista, xenófobo...

P. ¿Se ha dado cuenta de que dedica muchas más palabras a describir la fealdad y la miseria que la belleza?
R. En este libro es inevitable porque estoy hablando de la fealdad humana. La descripción es un agente activo de la narración, para mí. En estos lugares de la novela la descripción juega como espejo del alma de los personajes, esa fealdad que los rodea es el reflejo de lo que está creciendo dentro de ellos. Yo creo que, al igual que la belleza puede ser sanadora, si vives rodeado de fealdad, si comes en unos platos de plástico y vives rodeado de mugre, si todo a tu alrededor es tosco, eso enferma, eso hace que te vuelvas miserable.

P. ¿Cómo ve España cuando vuelve a su país?
R. Encuentro un país que me fascina y del que no me sé desentender. Yo creo que para mi salud espiritual y mental es bueno que viva fuera de España, porque me desespera a veces tanto que, si viviera inmerso en la sopa nacional, acabaría de los nervios de nuevo y no tengo ganas. Me da pena, porque yo luché de joven por la democracia. Es una tristeza ver cómo ahora vuelven los discursos franquistas después de habernos librado de toda esa pobreza de espíritu, porque esa dictadura, además de terrible, era mediocre, gris, sucia, con una moral infame. Me vuelve loco pensar que todo esto pueda volver.



lunes, 2 de enero de 2023

Cien años de José Hierro, de la cárcel al Premio Cervantes.

En el centenario de su nacimiento, varios libros y una exposición en la Biblioteca Nacional repasan la vida y obra de uno de los autores clave del siglo XX español. Preso del franquismo, premio Cervantes y académico remolón, conoció el mayor de los éxitos con su último libro: ‘Cuaderno de Nueva York’

Unos meses antes de su muerte, me solicitaron de este periódico una semblanza de José Hierro (1922-2002), ingresado en estado muy grave en el hospital de una ciudad no lejos de la mía. Eufemismos aparte, se me pedía una necrológica para esa noche. Por si acaso. Aunque eran usos habituales, procedentes de un mundo sin Wikipedia, redacté aquella nota sintiéndome un villano. No me alivió la analogía con el Pereira de la novela de Tabucchi, quien acopiaba información para su periódico a fin de que los obituarios que había de componer sobre muertos aún vivos no le pillaran de improviso. Aquel escrito mío no tuvo que publicarse, aunque la prórroga que se le concedió al poeta duró poco.

Hasta aquí mi pellizco de mala conciencia. Lo recuerdo ahora porque, pese a que llevaba dadas muchas vueltas en torno a su poesía, tuve la incomodidad añadida de escribir de alguien que, en su sencillez, me resultaba inescrutable. Veinte años después he avanzado poco, al punto de que, antes que aclarar los misterios que lo envuelven, me limitaré a desplegarlos.

Siendo un adolescente pasó por numerosas cárceles franquistas por colaborar con una agrupación de ayuda a los presos, entre ellos su padre El primero de tales misterios consiste en que, siendo Hierro autor de 15 o 20 poemas en rigor excepcionales, cuando se habla de él suelen enfatizarse ciertos rasgos inesenciales que, quizá por consabidos, parecen impostados: el chinchón, la escritura en un bar acunado por el sonsonete de las tragaperras, las zapatillas incompatibles con el estatus académico, su modo aparatoso de quitarse importancia, los cigarros a hurtadillas en los paréntesis de la botella de oxígeno, sus artes culinarias (¡ah!, esas paellas que acaso aprendiera a preparar cuando el malogrado José Luis Hidalgo, con el señuelo de un trabajo inexistente, lo reclamó a su lado en Valencia para alejarlo de Santander, donde pesaba mucho su pasado carcelario). Él no puso ningún reparo en dar pasto a esa imagen, como si quisiera abroquelar la poesía tras un anecdotario de llaneza campechana.

El segundo misterio se produce por su empecinamiento en vestirse con el uniforme de la grey: “Yo, José Hierro, un hombre / como hay muchos”. En la poética que redactó para la Antología consultada (1952) de Francisco Ribes, afirmó, en línea con los socialrealistas, que el poeta debería cantar “lo que tiene de común con los demás hombres, lo que los hombres todos cantarían si tuviesen un poeta dentro”, privilegiando el documento sobre el monumento: “Si algún poema mío es leído por casualidad dentro de cien años, no lo será por su valor poético, sino por su valor documental”. Qué placer comprobar que se equivocaba. Y cuando esa caracterización se hizo imposible de sostener, especialmente a partir de Libro de las alucinaciones (1964), recurrió a una dicotomía entre los poemas que llamaba reportajes y los que llamaba alucinaciones, aunque las a menudo contradictorias definiciones que da de ellos confunden más que aclaran, me malicio que a sabiendas. Lo evidente es que algunos de esos reportajes generan en nuestro interior deslumbramiento espiritual y ofuscación de los sentidos. Quien lo dude, lea su poema ‘Réquiem’ (Cuanto sé de mí, 1957), donde la asepsia notarial, fría como las luces de un tanatorio, origina una llamarada que se propaga hasta incendiarlo todo.

Un tercer misterio afecta a su insistencia en considerarse un poeta agotado desde los primeros compases, como si su poesía fuera un remanente fósil del poeta que fue un día. Dado a conocer en 1947 con Tierra sin nosotros y Alegría (premio Adonáis), para entonces tenía casi rematado su libro Con las piedras, con el viento…, publicado en 1950 porque perdió el manuscrito y hubo de rehacerlo a partir de una copia incompleta de 1947 que conservaba el matrimonio Ribes-Escolano. En el prólogo, un Hierro aún veinteañero afirmaba que la poesía “en mí se va apagando”, y en ‘El canto seco’, de Quinta del 42 (1952), el poeta de 30 años escribe: “No cantaré ya nunca más. El canto / se me ha secado en la garganta”; versos, por cierto, que remiten inequívocamente al Antonio Machado de ‘A Xavier Valcarce’. Y así muchas veces. Desde Libro de las alucinaciones pasaron cerca de tres décadas hasta Agenda (1991). Su idea de poeta amortizado le hacía sorprenderse del éxito del reeditadísimo y terminal Cuaderno de Nueva York (1998), que contiene una vanitas titulada ‘Vida’ que, en modo soneto, hubiera firmado un Quevedo en estado de gracia: “Después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o después de todo / supe que todo no era más que nada”.

La música de su poesía es un misterio: Hierro oye primero los sones y secuencias rítmicas del poema futuro. Solo después habilita una letra El último misterio, este auténticamente gozoso, es el de la música de su poesía. Hierro oye primero los sones y secuencias rítmicas del poema futuro; solo después habilita una letra, que corre a zaga de la música callada. Cuando semántica y fonética alcanzan a concertarse, surge el poema memorable. A este proceso, escoltado por algún añadido de acarreo, dedica Lorenzo Oliván Las palabras vivas, con la sabiduría de quien, poeta como es, no confunde la carraca métrica con la espiración rítmica.

El mismo Oliván es el antólogo de los poemas de Vida: Biografía y antología de José Hierro, cuyo título va más lejos que su contenido, pues no se nos ofrece una biografía atenida a las convenciones del género, sino un conjunto de textos de Jesús Marchamalo que conforman una semblanza incitadora del poeta. En ella se adivina el genio creador de un muchacho que conoció el dolor y la alegría; residió, poco más que adolescente, en numerosas cárceles franquistas por colaborar con una agrupación de ayuda a los presos —entre ellos su padre, que salió de la cárcel para prepararse a morir—, y peregrinó de un empleo a otro manteniendo la fidelidad a esa vocación que, de puertas afuera, parecía llevar al desgaire, como si se excusara por ser lo que de ningún modo hubiera renunciado a ser. De orden heterogéneo, pero con valiosos trabajos y material iconográfico —al igual que Vida—, es el catálogo coordinado por Juan José Lanz para la exposición del centenario en la Biblioteca Nacional, que cierra este rastreo por el territorio de un autor fundamental de nuestra poesía.

https://elpais.com/babelia/2022-12-28/cien-anos-de-jose-hierro-de-la-carcel-al-premio-cervantes.html